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Las palabras emocionales siempre sepultaron mis ansias por

liberarme del mundo material.


Desde hace mucho, pero, mucho tiempo, me enseñaron a
describir la vida del mundo, como si se tratara de un arte, o una
técnica narrativa ideal, mas, lo único que consiguieron, mis
maestros, fue convertirme en un ser, que demoró décadas, sí,
muchas décadas, en comunicarse con aquello, para lo cual, las
palabras no estaban preparadas.
Nos comunicamos mediante códigos en un abrir y cerrar de
ojos, para expresar lo que pensamos, sentimos o vivimos, al
mismo tiempo, que, en ese invisible tiempo, invocamos miles
de recuerdos, pesares y hechos confusos; pero, nunca nos
comunicamos, ni nos enseñaron a percibir aquello
imperceptible, aquello oculto, aquello tras lo cual,
aparentemente, no existe nada.

La comunicación con lo inexpresado, con lo incomunicada, con


aquello que solo los designados pueden interactuar, reposa en
miles de seres arrodillas con plegarias por doquier, con los
vientos tocando sus vidas, con las campanas de los cielos
ingresando en los sentidos de su mente, para denigrar los
tiempos, para denigrar la vida, derrumbar la existencia, acabar
con el tiempo, acabar con la existencia, acabar con los cielos, y
alcanzar la inmortalidad, la infinitud, y hasta alcanzar las nubes
del mismo Olimpo.

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