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Feudalismo
Feudalismo
Definición de feudalismo
[P]uede definirse el feudalismo como un conjunto de instituciones que crean y rigen obligaciones
de obediencia y servicio –principalmente militar– por parte de un hombre libre, llamado “vasallo”,
hacia un hombre libre llamado “señor”, y obligaciones de protección y sostenimiento por parte del
“señor” respecto del “vasallo”, dándose el caso de que la obligación de sostenimiento tuviera la
mayoría de las veces como efecto la concesión, por parte del señor al vasallo, de un bien llamado
“feudo”.[1]
[U]n sistema bajo el cual el status económico y la autoridad estaban asociados con la tenencia de
la tierra y en el que el productor directo (que a su vez era poseedor de algún terreno) tenía la
obligación, basada en la ley o el derecho consetudinario, de dedicar cierta parte de su trabajo o de
su producción en beneficio de su superior feudal. [2]
¿Descentralización o feudalismo?
Se ha hecho un lugar común de nuestra cultura cívica el considerar automáticamente legítimas
todas las demandas que los gobiernos municipales hacen en apoyo a la transferencia de
atribuciones y recursos desde el Estado central a las localidades.
Se supone y apuesta a que los gobiernos locales hallan en condiciones de ser más democráticos,
atentos a las necesidades de sus habitantes y transparentes a su control, que el Gobierno central,
al cual se supone distante, opaco, insensible y movido por intereses parasitarios respecto a los de
las comunidades particulares. En otras palabras, el desarrollo, perfeccionamiento y profundización
de la democracia se ha hecho sinónimo con el de descentralización, y este, a su vez, con el de
"buen gobierno".
Desafortunadamente, las cosas no son tan sencillas. En realidad, para que los supuestos más
arriba mencionados se cumplan y se hagan ciertas las esperanzas puestas en la descentralización,
es preciso que las propias sociedades locales, sus estructuras de poder y su cultura cívica sean, a
su vez, democráticas. De hecho, transferir atribuciones a niveles locales gobernados por grupos
cerrados y patrimonialistas o donde existen enormes diferencias de poder y de goce efectivo de
derechos entre grupos y personas, lo único que la descentralización termina por provocar es una
trasferencia de poder desde los más débiles hacia los más fuertes. Cuando las sociedades locales
revisten características feudales, el poder central, actúa, de facto; como un contrapeso y
moderador del poder que ejercen los notables locales sobre una población sometida y carente de
medios de hacer valer sus deseos. De esta forma, mientras subsistan los caciquismos, los
gobiernos aristocráticos y los rasgos de gremialismo corporativista, la descentralización solo
tendrá por efecto debilitar los débiles controles cívicos sobre los poderosos y entregarles a estos
últimos herramientas adicionales para consolidar y afianzar su hegemonía sobre el entorno social
en el que viven. En vez de más democracia y equidad, en vez de más eficiencia y de más
transparencia, tendremos un fortalecimiento de los poderes señoriales, de los fascismos
pueblerinos y de la desigualdad social.
En comunidades marcadamente desiguales, lo democrático, por el contrario, es fortalecer al poder
central para allí crear un espacio en el cual los poderes fácticos locales se neutralicen y moderen.
Es exactamente eso lo que han hecho todas las revoluciones antifeudales y liberales de la historia.
Por el contrario, bajo las citadas condiciones de alta desigualdad social y económica, la
descentralización es un apoyo a los fueros y privilegios de las élites locales y una manera de
refrendar el feudalismo. La descentralización es democratizadora solo allí donde las propias
sociedades locales son altivamente libres e igualitarias.
Cabe, en estas condiciones, preguntarse en qué medida descentralizar Ecuador no es -en muchos
casos- sino entregar más poder a élites locales, con frecuencia mafiosas y siempre profundamente
autoritarias y excluyentes con respecto a la inmensa mayoría de sus putativos electores.
El feudalismo fue un sistema político social y econó mico desarrollado durante los
siglos IX, X y XI en Europa, aunque no evolucionó de la misma forma en todos lo
países. Los reyes fueron perdiendo poder en favor de los grandes propietarios de
tierras, los señ ores feudales , que eran amos de sus dominios. Se generó un nuevo
sistema, basado en las relaciones personales en donde la tierra, el feudo, adquirió vital
importancia. En la prá ctica el poder central disminuyó en importancia apareciendo
una sociedad fuertemente jerarquizada. La Iglesia Cristiana fue de las instituciones
má s importantes del período, siendo la vida en los monasterios un símbolo del
período medieval.
Se conoce con este nombre a la forma de organizació n política, econó mica y social que
comenzó a gestarse con la caída del imperio Romano de Occidente en poder de los pueblos
bá rbaros.
La inseguridad se convirtió en la característica de esta etapa histó rica, lo que motivó que el
rey debiera ceder parte de su poder a los nobles (condes, duques y marqueses), otorgá ndoles
para su administració n porciones territoriales a cambio de seguridad.
Los nobles entregaron a su vez parte de estos terrenos a otros pobladores (campesinos), que
los cedían a su vez. Así se forjó una cadena de vasallaje, donde los que entregaban tierras se
transformaban en señ ores feudales y los que las recibían en vasallos. El rey encabezaba la
cadena, siendo señ or de todos y vasallo de nadie.
Entre señ or feudal y vasallo se realizaba una ceremonia conocida como homenaje, por la cual
realizaban un juramento donde se establecían su derechos y deberes recíprocos. El señ or
entregaba al vasallo, tierras, elementos de trabajo, caballos, protecció n y seguridad a cambio
de trabajo en las tierras del señ or y acompañ arlo a la guerra.
El vasallo arrodillado en la torre del castillo, despojado de sus armas, juntaba sus manos como
muestra de su sometimiento, y el señ or lo levantaba, al sellar el pacto.
La extensa cadena terminaba en los siervos de la gleba, personas que sin estar reducidas a la
esclavitud, no podían abandonar las tierras y se vendían con ellas.
La iglesia cató lica adquirió durante este período un enorme poder ya que era lo ú nico que
tenían en comú n los reinos, gobernados cada uno por un señ or feudal diferente, que imponía
las normas en su territorio, con un poder inmenso dado por la divinidad.
La Iglesia poseía muchas tierras y muchos obispos o abades, eran señ ores feudales.
Los señ ores feudales, administraban justicia y cobraban impuestos, con lo que obtenían
riquezas.
La construcció n característica fue el castillo, lugar fortificado, sitio de vivienda y refugio del
Señ or.
Se construían sobre elevaciones de terreno, con muros de hasta nueve metros de espesor, por
orden del rey. En torno al castillo, generalmente se radicaba la població n, que buscaba refugio
en el castillo en caso de ataque.
El lugar má s seguro era la torre principal, donde residía el señ or feudal y su familia.
Otra peculiaridad consistió en la figura de los caballeros, que prestaban a su señ or servicio
militar y no eran vasallos. Realizaban un adiestramiento arduo y complicado, siendo un honor
que pocos alcanzaban, convirtiéndose en un anhelo para los jó venes de cierta posició n social.
En el siglo XIV, las condiciones mejoraron para los campesinos, y pudieron comprar su
libertad con dinero, medio de pago que fue bien recibido por muchos señ ores empobrecidos.