Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
¿Pero qué es el currículo -no como documento que esboza lo que se ha de enseñar y
evaluar ni como lugar simbólico que dibuja un tipo de sujeto para un tipo de sociedad?
El currículo puede ser un dispositivo normativo. Pero también de experimentación. En
palabras de L. Stenhouse sería “una hipótesis de acción”. Puede ser elaborado por un
grupo de expertos escogidos por quienes tienen la delegación política de ‘aprobarlo’. O
puede ser un documento que se gestiona a partir de encuentros entre colectivos que
contribuyen a que sea una hoja de ruta que recoja la pluralidad y priorice aquello que
refleja -en la medida de lo posible- lo que pueda contribuir a un proyecto de vida en
común. Un currículo puede ser un documento de 15 páginas que orienta o de más de
200 -como en algunas comunidades autónomas- que determina. Un currículo puede
ser un espacio para explorar, mover, agitar, transformar o un texto que se ha de seguir
como si de una guía religiosa de vida se tratara. Esta última visión requiere que lo que
se ha escrito -en el currículo- tenga una oscuridad necesaria que requiera la labor de
los intérpretes-formadores. También puede ser un modo de relación entre cada
profesor y cada estudiante.
El currículo en la LOMLOE
La LOMLOE, su propuesta curricular, hace un puente con el marco conceptual y
organizativo que promovió la LOGSE. Las novedades, lo que se ha hecho más visible
en los medios y los textos ministeriales disponibles, es una renovación de la
organización por competencias y la intención de reducir el sentido “enciclopédico” del
currículo mediante campos transdisciplinares en los que confluyan ámbitos (en
Primaria) y materias (en Secundaria). Vamos a situar y revisar estas dos novedades.
Para no situarnos desde la carencia y la dificultad, recordamos que hay centros que ‘ya’
trabajan y se organizan por ámbitos, cuyas experiencias y saberes han de ser
rescatados para compartirlos con otros docentes. Por eso necesitamos también más
investigación educativa centrada en el conocimiento pedagógico que se genera en
escuelas e institutos.
Llegados a este punto se hace necesario recordar que las propuestas y prescripciones
del nuevo currículo, afectan a la orientación de la evaluación y, por tanto, a la
trayectoria del alumnado. Porque tal como argumentaba Judah L Schwartz, cuando
George Bush planteó a finales del siglo XX la iniciativa School of the 21st Century, “si
queremos transformar el currículo, primero hay que cambiar la evaluación”. Pero ¿qué
dicen y no dicen las propuestas ministeriales a las que hemos tenido acceso hasta
ahora? ¿Qué implica una evaluación que “garantice una educación inclusiva y de
calidad y promover oportunidades de aprendizaje a lo largo de la vida para todos y
todas”?
La evaluación como y para el aprendizaje
Lo que sabemos hasta ahora de la evaluación en relación con el “nuevo” currículo de la
LOMLOE es muy poco y tiene un carácter general. Sabemos que en el cuarto curso de
educación primaria todos los centros realizarán una evaluación de diagnóstico de las
competencias adquiridas por los estudiantes. Esta evaluación, responsabilidad de las
Administraciones educativas, tendrá carácter informativo, formativo y orientador para
los centros, para el alumnado y sus familias y para el conjunto de la comunidad
educativa. También sabemos que en Secundaria la evaluación de los aprendizajes de
los estudiantes será continua, formativa e integradora. En todo caso promocionarán
quienes hayan alcanzado los objetivos de las materias o ámbitos cursados o tengan
evaluación negativa en una o dos materias. Para el bachillerato sabemos que el
profesorado de cada materia decidirá, al término del curso, si el alumno o alumna ha
logrado los objetivos y ha alcanzado el adecuado grado de adquisición de las
competencias correspondientes. Pero este marco nos dice muy poco de lo que sería el
meollo de las decisiones sobre la evaluación y nos deja en espera hasta saber cuál
será el perfil de salida de cada etapa educativa; o la relación entre saberes, contenidos
y criterios de evaluación en la que trabajan el Ministerio y las Comunidades
Autónomas. O las situaciones personales, sociales y culturales que ha de tener en
cuenta el profesorado para diseñar experiencias de evaluación y vincularlas con las
competencias específicas. Y, sobre todo, no sabemos cómo se concretará lo que se ha
de aprender y cómo aprenderlo con sentido.
Hasta aquí, los planteamientos -resumidos de forma muy telegráfica- de la política
educativa en materia de evaluación y lo que sabemos de lo que se está pensando para
la concreción de la organización de los aprendizajes vinculados a las competencias y
relacionados con los ámbitos y las materias. Pero no saber no nos impide preguntarnos
y pensar ¿cómo aprovechar este nuevo marco para seguir reflexionando y mejorando
la evaluación?
Pero, sobre todo, nos queda mucho por deliberar sobre cómo asegurar que lo que
llamamos “evaluación” nos permite afirmar que refleja lo que cada estudiante ha sido
capaz de aprender sobre sí mismo, de las experiencias de aprendizaje que le ha
ofrecido el centro (el “contenido del currículo”) y el mundo que le rodea. Cómo convertir
esa mirada sobre sus logros y sus dificultades en un detonante que le permita situar
sus limitaciones y vislumbrar la forma de superarlas.
Por otra parte, la repetición de curso, en la que España está a la cabeza en Europa, se
ha mostrado indiscutiblemente ineficaz, resulta económicamente costosa e ineficiente y
constituye una de las principales causas endógenas del fracaso escolar. Una
evaluación excluyente, sancionadora y de control, basada en pruebas frecuentes -a
menudo de papel y lápiz, y estandarizadas, es contraria a su sentido educativo y a la
diversidad humana, generando abandono y exclusión.
Para que, sobre todo los fracasos, no recaigan siempre en los eslabones más débiles:
el alumnado y el profesorado.