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Por Cristóbal Bellolio
De esta manera, pude distinguir cuatro grandes formas de ver la política. No pretende ser
una enumeración taxativa, ni tampoco excluyente una de la otra, pero sí quiere diferenciar
vocaciones medulares en cada una de ellas. El orden es aleatorio, aunque como verán,
tiende a ir un poco de izquierda a derecha. Veamos:
3. La tercera visión sobre la política nos obliga a remontarnos a la polis griega. Para los
ciudadanos atenienses, la política era el espacio donde los iguales discutían y
deliberaban sobre los asuntos públicos, es decir, aquellos que atañen a todos. Esta
concepción de la política ha penetrado en las tradiciones republicanas y liberales, y no
está lejos de ser encarnada por nuestra democracia formal. Dicho en términos simples,
los promotores de esta idea de política reconocen que cada individuo puede hacer
libremente su vida en el espacio privado, pero que al mismo tiempo participa en la
cuestión pública (que no tiene necesaria relación con el Estado como suma de
funcionarios públicos) en condiciones de igualdad política con sus pares. Comencemos
reconociendo que asume la existencia del conflicto en la vida humana, y que por tanto
requiere contar con instancias para exponer las diferencias y adoptar soluciones de
consenso (la regla de la mayoría es un procedimiento extendido). Esas instancias deben
ser abiertas a todos (“públicas”) y generalmente toman la forma de instituciones políticas
representativas. El pecado de idealización de esta forma de entender la política nos lleva
a olvidar que a veces la igualdad jurídica no basta, y que hay personas y grupos que viven
en tales condiciones de marginalidad que la participación en el espacio público se hace
ilusorio. Aun así, la subyacente noción de justicia procedimental que esta concepción de
la política ha introducido, ha sido la causa del progreso de muchas sociedades que se han
visto beneficiadas por la certidumbre e imparcialidad de sus normas, así como por la
relativa paz social que proporciona un marco amplio de opciones de vida aceptadas.
4. Finalmente, creo poder distinguir una cuarta manera de entender la política, que
básicamente ve en ella un mecanismo de asignación (e imposición) de valores.
Contradice la visión anteriormente revisada porque mientras para los liberales existen
distintos goods que pueden perseguirse indistintamente por los actores sociales, para los
promotores de valores determinados existe sólo un good, el cual vale la pena exigir,
incluso con las herramientas coercitivas. Se habrá adivinado que se trata de una
concepción conservadora un tanto temerosa de la diversidad y la proliferación de nuevas
tendencias que amenacen el modo de vida tradicional. Es por lo mismo una concepción
muy poco progresista, ya no que hay confianza alguna de que el futuro vaya a ser mejor
por la actuación del hombre… perfectamente podríamos echarlo a perder más aun.
Ahora, no se trata de una noción pesimista: Los promotores, por ejemplo, de la
introducción de valores cristianos en la política, están profundamente convencidos de lo
bueno que eso puede significar para el sistema. Lo que ellos entienden por “lo bueno”
está asociado a lo que todos debiéramos entender por “bien común”, ya que hay mínimos
morales que, más allá de toda corrección procedimental o mecanismo democrático, deben
ser protegidos y promovidos en una sociedad con valores. Por lo mismo es coherente que
utilicen ciertas instituciones del Estado (ej. Tribunal Constitucional) para frenar la ansiedad
de las masas desorientadas. Su fortaleza es la mística que destilan sus políticos, ese halo
casi misionero que los desarraiga de las pueriles necesidades electorales del momento;
Su talón de Aquiles es el fanatismo, ya que a veces olvidan que en las sociedades
democráticas los valores por los que luchan tienen que ser legitimados día a día, y no
basta con apelar a leyes caídas del reino de los cielos para regir ad eternum.