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FACULTAD DE EDUCACIÓN

PROGRAMA LICENCIATURA EN CIENCIAS SOCIALES

CUATRO FORMAS DE ENTENDER LA POLÍTICA

Por Cristóbal Bellolio

Nota: trabajo en progreso

Sistematizo algunas ideas que tengo almacenadas desordenadamente en mi disco duro.


Se trata sencillamente de organizar las razones por las cuáles las personas y los grupos
hacen actividad política. Es decir, cuáles son sus motivaciones originarias en relación al
modo que tienen de entender la política.

De esta manera, pude distinguir cuatro grandes formas de ver la política. No pretende ser
una enumeración taxativa, ni tampoco excluyente una de la otra, pero sí quiere diferenciar
vocaciones medulares en cada una de ellas. El orden es aleatorio, aunque como verán,
tiende a ir un poco de izquierda a derecha. Veamos:

1. La primera manera es asumir la política como vehículo de reivindicación. Esto


significa tomar como bandera la revancha de sectores oprimidos, desplazados o
ignorados por el sistema. Quizás el mejor ejemplo de esta concepción política es el
discurso de la lucha de clases, donde aquella subyugada se organiza para reclamar lo
que le corresponde. Después del desvanecimiento de la profecía marxista, los grupos que
hacían política reivindicacionista han reemplazado al proletariado por minorías excluidas

Para uso exclusivo de los estudiantes de Antropología Cultural de la Facultad de Educación,


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que también se llevan la peor parte en la asignación de recompensas sociales. Siempre


del lado de los débiles, dirían sus promotores. La aventura chavista en Venezuela es
pródiga en esas expresiones. Y con razón. Pero lo paradójico es que siendo valiente en la
defensa de los excluidos, este tipo de proyecto político no apunta a una verdadera
inclusión. La dictadura obrera tenía por objeto erradicar a la burguesía, y en Chile una
aterradora canción recordaba que mientras las momias irían al colchón, los momios
estaban destinados al paredón. Cierto resentimiento es connatural a este modo de
visualizar los fenómenos políticos. Mal que mal, para Marx el Estado era una
superestructura de dominación de una clase sobre la otra. Y los dominados no olvidan
fácilmente las injusticias sufridas. Pero curiosamente, cuando son más efectivos en el
logro de sus objetivos es cuando abandonan esa odiosidad y la convierten en esperanza.
Los ejemplos de Gandhi, Luther King o Mandela son contundentes.

2. La segunda manera es comprender a la política comoherramienta de cambio social.


A diferencia de la concepción anterior, no busca elevar un grupo o una clase en perjuicio
de otra. El cambio social debe entregarnos a todos mejores condiciones materiales de
vida. El Estado es un instrumento que puede y debe ser esgrimido en plenitud para
conducir los procesos de cambio. Es, además, de una notable vocación progresista: El
futuro puede ser mejor si somos lo suficientemente hábiles para vencer las resistencias y
operar los cambios. A modo de ejemplo, puedo mencionar las agendas de protección
social de los gobiernos socialdemócratas. La constante es la utilización del aparato
burocrático público para conseguir el fin deseado, lo que a su vez le ha traído los mayores
problemas: Las sociedades de consumo de nuestros días se han complejizado a tal nivel
que el Estado tiene muchas dificultades para interpretar qué es lo que realmente quieren
las personas, sin siquiera entrar a discutir sobre sus falencias intrínsecas a la hora de
gestionar, ejecutar y evaluar, especialmente cuando el Estado ha sido capturado por
grupos que sólo lo utilizan en provecho propio. Como apunte final, me parece interesante
recordar que en mis tiempos de dirigente estudiantil escuché a un dirigente de orientación
jesuita sostener que para ellos la política sólo tenía valor si se trataba de un instrumento
efectivo para superar la pobreza. Les creo genuinamente, aunque creo que se trata de
una visión que compensa la urgencia del objetivo con la estrechez de perspectiva.

3. La tercera visión sobre la política nos obliga a remontarnos a la polis griega. Para los
ciudadanos atenienses, la política era el espacio donde los iguales discutían y
deliberaban sobre los asuntos públicos, es decir, aquellos que atañen a todos. Esta
concepción de la política ha penetrado en las tradiciones republicanas y liberales, y no
está lejos de ser encarnada por nuestra democracia formal. Dicho en términos simples,
los promotores de esta idea de política reconocen que cada individuo puede hacer
libremente su vida en el espacio privado, pero que al mismo tiempo participa en la
cuestión pública (que no tiene necesaria relación con el Estado como suma de
funcionarios públicos) en condiciones de igualdad política con sus pares. Comencemos
reconociendo que asume la existencia del conflicto en la vida humana, y que por tanto
requiere contar con instancias para exponer las diferencias y adoptar soluciones de
consenso (la regla de la mayoría es un procedimiento extendido). Esas instancias deben
ser abiertas a todos (“públicas”) y generalmente toman la forma de instituciones políticas
representativas. El pecado de idealización de esta forma de entender la política nos lleva
a olvidar que a veces la igualdad jurídica no basta, y que hay personas y grupos que viven
en tales condiciones de marginalidad que la participación en el espacio público se hace
ilusorio. Aun así, la subyacente noción de justicia procedimental que esta concepción de

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la política ha introducido, ha sido la causa del progreso de muchas sociedades que se han
visto beneficiadas por la certidumbre e imparcialidad de sus normas, así como por la
relativa paz social que proporciona un marco amplio de opciones de vida aceptadas.

4. Finalmente, creo poder distinguir una cuarta manera de entender la política, que
básicamente ve en ella un mecanismo de asignación (e imposición) de valores.
Contradice la visión anteriormente revisada porque mientras para los liberales existen
distintos goods que pueden perseguirse indistintamente por los actores sociales, para los
promotores de valores determinados existe sólo un good, el cual vale la pena exigir,
incluso con las herramientas coercitivas. Se habrá adivinado que se trata de una
concepción conservadora un tanto temerosa de la diversidad y la proliferación de nuevas
tendencias que amenacen el modo de vida tradicional. Es por lo mismo una concepción
muy poco progresista, ya no que hay confianza alguna de que el futuro vaya a ser mejor
por la actuación del hombre… perfectamente podríamos echarlo a perder más aun.
Ahora, no se trata de una noción pesimista: Los promotores, por ejemplo, de la
introducción de valores cristianos en la política, están profundamente convencidos de lo
bueno que eso puede significar para el sistema. Lo que ellos entienden por “lo bueno”
está asociado a lo que todos debiéramos entender por “bien común”, ya que hay mínimos
morales que, más allá de toda corrección procedimental o mecanismo democrático, deben
ser protegidos y promovidos en una sociedad con valores. Por lo mismo es coherente que
utilicen ciertas instituciones del Estado (ej. Tribunal Constitucional) para frenar la ansiedad
de las masas desorientadas. Su fortaleza es la mística que destilan sus políticos, ese halo
casi misionero que los desarraiga de las pueriles necesidades electorales del momento;
Su talón de Aquiles es el fanatismo, ya que a veces olvidan que en las sociedades
democráticas los valores por los que luchan tienen que ser legitimados día a día, y no
basta con apelar a leyes caídas del reino de los cielos para regir ad eternum.

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