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LOS PROCESOS IDEOLÓGICOS DE LA CONQUISTA

Roberto J. Salazar Ramos

1. El ámbito de la conquista

El periodo de la conquista, para el caso de la actual Colombia, tiene lugar entre 1500 y 1550, en
el cual se desarrolla sustancialmente el descubrimiento de su geografía costera y andina y el
sometimiento parcial de las principales culturas indoamericanas que habitan el litoral Atlántico
o Mar del Norte, la meseta chibcha parcialmente el litoral del Pacífico o el Mar del Sur. Durante
este periodo, igualmente, se fundan las ciudades, que ejercerían una gran incidencia en el
proceso de la colonización, como Santa Marta, Cartagena de Indias, Santa Fe, Tunja, Popayán,
Vélez, Cartago y Cali, entre otras.

Con el descubrimiento de las costas colombianas, la posterior visualización del Mar Pacífico por
parte de Vasco Núñez de Balboa, los viales de Américo Vespucio y Vasco de Gama por las costas
del Brasil, el hallazgo de México y el Perú, el viaje de Magallanes, etc., se consolidará la ruptura
definitiva de la imagen tripartita del mundo (Europa, Asia y África) y la consiguiente introducción
de América como continente geográficamente distinto de Asia. La consolidación del ser
geográfico colombiano comienza a partir de la costa del Caribe con el recorrido que hace
Rodrigo de Bastidas en 1500 desde el Cabo de la Vela hasta el Darién en la desembocadura del
río Atrato.

Bastidas descubre igualmente la desembocadura del río Grande de la Magdalena, la ensenada


de Urabá y el Nombre de Dios. Colón en su cuarto viaje de 1502 llegaría hasta el Cabo de Tiburón
en el actual departamento del Chocó.

Alonso de Ojeda, quien capitula con la Corona la conquista del territorio recorrido por Bastidas,
llega en 1508 a Calamar y un año más tarde a Urabá, fundando allí a San Sebastián. Vasco Núñez
funda cerca al Atrato a Santa María la Antigua del Darién y posteriormente, el 25 de septiembre
de 1513 llegaría, por el norte del Darién, al famoso descubrimiento del Océano Pacífico, llamado
el Mar del Sur. La gobernación de Castilla de Oro le fue confiada a Pedro Arias Dávila, el mismo
Pedrarias, cuya esposa tenía gran influencia en la corte. Pedrarias traslada a Panamá la capital
de Castilla de Oro.

En 1524 Rodrigo de Bastidas capitula la conquista de Santa Marta, gobernación comprendida


entre el Cabo de la Vela y la desembocadura del río Magdalena y su tierra “adentro”. Un año
después Gonzalo Fernández de Oviedo capitula la gobernación de Cartagena limitada desde la
desembocadura del río Magdalena hasta Urabá y su correspondiente “tierra Adentro”. Sin
embargo, Fernández de Oviedo no hizo las diligencias necesarias para cumplir con las
capitulaciones, y en 1532 Pedro de Heredia emprende desde Santa Marta el descubrimiento y
conquista de la gobernación. De esta manera, las costas del caribe de Colombia, consideradas
como tierras “inútiles”, tierra de nadie y fuente de abastecimiento de mano de obra esclava
indígena llevada a las islas útiles (Santo Domingo, Cuba, Jamaica), comienza a despertar el
interés conquistador y colonizador.

Pedro Fernández de Lugo había capitulado la reconquista y poblamiento de la gobernación de


Santa Marta, embarcándose hacia ella a finales 1535, desde las Islas canarias. A principios del
año siguiente, 1536, destacó una expedición al mando del licenciado Gonzalo Jiménez de
Quezada con rumbo al Perú pero que cuyo destino sería, no obstante, la meseta chibcha, a la
cual llega en el mes de marzo de 1537. Desde allí se sometería el valle de Tunja, se exploraría el
valle de las Minas o la actual región de Neiva, y Hernán Pérez de Quesada se aventuraría a ir en
pos de El Dorado, hacia el Amazonas y el Putumayo. Sebastián de Belalcázar capitán de Francisco
Pizarro, el conquistador del Perú envía desde la ciudad de Quito a sus capitanes, a explorar las
regiones del sur de Colombia en el año de 1535, llegando hasta el Quindío. Fruto de estas
exploraciones son la fundación de Pasto, Popayán, Cali, Anserma y Cartago. El encuentro en la
meseta chibcha en el año de 1539 de Nicolas de Federmann, Sebastián de Belalcázar y Gonzalo
Jimenes de Quezada sella, real y simbólicamente, el sometimiento de la actual geografía
colombiana y el poblamiento de la fértil sabana. Así mismo, se clarifica un nuevo camino para
el Perú desde la gobernación de Santa Marta a través del rio Magdalena, el Nuevo Reino de
Granada, la gobernación de Popayán y Quito.

Sustancialmente hacia 1550 los puntos fundamentales de la actual geografía colombiana ya


estaban localizados: el mar Caribe y el Pacífico, las estribaciones de la cordillera Oriental y los
límites con la capitanía de Venezuela. Hombres como Rodrigo de Bastidas, Pedro de Heredia,
Vasco Núñez de Balboa, Pascual de Andagoya, Pedrarias, Sebastián de Belalcázar, Pedro
Fernández de Lugo, García de Lerma, Gonzalo Jiménez de Quesada, Hernán Pérez de Quesada,
etc., harían de estrategas militares y de pobladores de nuestra nacionalidad.

2. Los fundamentos de la conquista

Varias ideas regulan la aparente legitimidad a partir de las cuales la Corona española consolida
sus dominios americanos y el sometimiento de la población indoamericana: la concepción del
orbe cristiano, la donación papal y el derecho de conquista.

El orbe cristiano. La destrucción del gran Imperio Romano había generado en la cristiandad
latina la aspiración a la reconstrucción de su unidad política y religiosa. Este ideal, no obstante,
se acentúa en la Edad Media, puesto que la división mundo cristiano y el mundo infiel debía ser
superada por la conversión o eliminación del mundo infiel. Ello implicaría, así mismo, la
superación de la rivalidad entre el dominio temporal y la espiritual pugna que, desde el imperio
carolingio se definirá a favor del papado, sobre todo con Inocencio III en el siglo XIII. Ahora bien,
¿qué sígnica la supremacía del papado? “La cristiandad tiene una sola cabeza, el Papa; del
mismo modo que un solo Dios es nuestro Señor, al que pertenece el Orbe y su plenitud”, escribía
Enrique de Susa en el mismo siglo XIII. El Papa, por ello, tiene derecho a ceñir tanto la espada
espiritual como la temporal, por encima del Emperador, así como “el oro está sobre el plomo”.
El poder temporal o el ejercicio de la facultad de gobernar es una delegación de la Iglesia
Romana. En los siglos XV y XVI, a pesar del surgimiento de las modernas naciones europeas, se
daban, no obstante, tres modos de interpretar la relación entre el dominio temporal y el
espiritual. De un lado quienes sostenían radicalmente la suprema autoridad temporal del Papa;
de otro los que afirmaban que el poder temporal del Emperador es recibido de parte de Dios y
no necesita de la sanción de la autoridad pontifica; finalmente quienes concebían un poder
temporal indirecto de la iglesia y su respectiva tutoría espiritual. La conquista de América va a
justificarse según cada una de estas tendencias, en la medida en que avanza el proceso de los
descubrimientos, la deculturación del indígena y el surgimiento de los problemas que atañen a
la moral cristiana misma.

La Bula Inter Caetera. El Papa Alejandro VI, en 1493, invocando su autoridad espiritual e
inspirado en la concepción del orbe cristiano, le dona en exclusividad y perpetuidad a los Reyes
de castilla y León las tierras de América comprendidas en los limites de una imaginaria línea que
de polo a polo pasara a cien millas al occidente de las Azores. La donación tiene como
contrapartida la exigencia de la evangelización de las tierras descubiertas y por descubrir. La
Corona española asumiría literalmente este papel. En 1525 escribiría Felipe II a las autoridades
de Castilla y de Oro: “Sabed que la más principal y derecha intención con que nos movemos a
enviar y enviamos nuestras gentes a descubrir y pacificar y poblar estas tierras es para que los
indios y gentes de ellas sean convertidos en nuestra Santa Fe Católica”.

Las capitulaciones y el requerimiento. Por Real cédula del 19 de abril de 1495 la Corona decide
abrir las tierras de América a la emigración española. Para ello ratifica el carácter privado del
descubrimiento de nuevas tierras, su conquista y poblamiento, a través de las capitulaciones
que firma con individuos particulares que muchas veces recurren a los préstamos de los grupos
financieros de la península y, en algunos casos, a los banqueros alemanes e italianos. Las
capitulaciones otorgaban a estos individuos “licencia y facultad” para poblar de cristianos y de
indios las provincias capituladas, hacer granjerías y criar ganados “en beneficio de la dicha
población y en servicio Nuestro”; del mismo modo, autorizaba legalmente repartir “los solares
y aguas y tierras de la dicha tierra a los vecinos y pobladores de ella, como a voz pareciere”, así
como construir fortalezas.

La Corona, por su parte, se reservaba para así los legítimos títulos de posesión de la tierra,
haciendo mercedes de su usufructo a los pobladores; de igual modo, la reserva de la jurisdicción
civil y criminal, reclamando igualmente el quinto real o 20% del botín que hagan los pobladores
en las entradas o conquistas. En algunos casos el quinto, para hacer más “viable” el
poblamiento, se disminuía al 10% durante un lapso previamente estipulado. Se reiteraba, en
estas capitulaciones, el buen tratamiento a los indios: que “tengáis mucho cuidado que sean
tratados como nuestros vasallos y libres industriados en las cosas de nuestra fe”.

Pero la conquista, por su misma naturaleza, trae desde sus inicios problemas referidos al mal
trato, la esclavitud y exterminio del indio. En general, se plantea la problemática moral de la
legitimidad o no de la conquista de esta tierra de “infieles” y los métodos mismos empleados.

Para aliviar la “Real conciencia” la Junta de Teólogos reunida en Burgos en 1512, recomienda la
elaboración del famoso Requerimiento, que Juan López de Palacio de Rubio redacta en 1513 y
que debe leerse a los indios antes de hacerles la guerra. En dicho Requerimiento se sintetiza
admirablemente la concepción del Orbe cristiano y la justificación de la “conciencia Real” de sus
derechos sobre la conquista americana. “Dios nuestro Señor dio a un hombre llamado San Pedro
poder sobre todos los pueblos de la tierra para que de todos los hombres del mundo fuese señor
y superior, a quien todos obedeciesen y fuera cabeza de todo el linaje humano, donde quiera
que los hombres viviesen y estuviesen, en cualquier ley, secta o creencia, y dióle todo el mundo
por su reino, señorío y jurisdicción. Desde su silla debía juzgar y gobernar a todas las gentes
cristianas, moros, judíos, gentiles y de cualquier otra secta o creencia que fuesen. A este
llamamos Papa, que quiere decir admirable, mayor, padre y gobernador, porque es padre y
gobernador de todos los hombres. A este San Pedro obedecieron y tomaron por señor, rey y
superior del universo los que en aquel tiempo vivían, y así mismo lo han tenido todos los otros
que después de él fueron a pontificados elegidos (…). Uno de esos pontífices hizo a los Reyes de
España donación de las islas y territorios recién descubiertos, con todo en cuanto en ellos existe,
así que sus altezas son reyes y señores de estas islas y Tierra Firme, por virtud de dicha donación.
Hasta la fecha casi todos los naturales a quienes estos hechos fueron notificados han reconocido
la soberanía de los Reyes de España y aceptaron la verdadera fe; sus Altezas los recibieron alegre
y benignamente y los mandaron a tratar como a los otros súbditos y vasallos. También a
vosotros os requiere ahora que reconozcáis a la Iglesia por señora y superiora del universo
mundo y a que rindáis pleitesía al Rey de España como a nuevo señor vuestro. Mas, si no lo
hicierais, así con la ayuda de Dios emplearemos la fuerza contra vosotros y os someteremos al
yugo de la Iglesia y del Rey, como es ley a vasallos rebeldes. Os despojaremos de vuestros bienes
y os haremos esclavos a vosotros, vuestras mujeres y a vuestros hijos. Al mismo tiempo
declaramos solemnemente que las muertes y daños que de ello recibieren lo serán por vuestra
culpa y no de la Alteza, ni mía, ni de estos caballeros que conmigo vienen”.

Además de la elaboración teórica de la justificación de la conquista, la Corona tuvo que acudir


también a otros argumentos, como el anterior Requerimiento, para poder tranquilizar la
conciencia moral, debido al tipo de método empleado para someter a los indios, sobre todo a
los aguerridos caribes. Aquí es donde se inscriben las numerosas denuncias de mal trato a los
indios y el depotismo de los conquistadores y gobernadores. Léase lo que afirma el dominico
anónimo, entre muchos otros, sobre las actuaciones de la soldadesca y del mismo Pedrarias en
Castilla de Oro: “Primero eran maltratados los indios que requeridos”. Ciertamente, estos
acontecimientos despertaron el problema moral: la legitimidad o no del mal trato, de la
conquista, de la extinción y del aprovechamiento de las tierras descubiertas.

La Corona española, de otro lado, en virtud de los derechos concedidos por el Papa como
legítima posesión de las tierras de ultramar, capitula no solo la conquista y el poblamiento, sino
la administración de justicia delega a la Iglesia la protectora de los indios como manera de frenar
el ímpetu conquistador contra el indio. Pero, al mismo tiempo, la autoridad eclesiástica debe
sujetarse a la autoridad real, en este caso al gobernador. Por lo general, la pluma y las
vehementes informaciones serían las armas que los protectores esgrimirían para defender a sus
protegidos de los desmanes de los “vecinos y pobladores”, así como de las propias justicias
reales y algunos misioneros.

En virtud del derecho de la Corona sobre los indios, como súbditos y vasallos, la rebeldía podía
legalmente castigarse con la esclavitud y la servidumbre. Vecinos y moradores, en muchos
casos, para asegurar la disponibilidad de la mano de obra indígenas esclava, recurrían a
procedimientos “ingeniosos”, como el de lograr cédulas reales para hacer la guerra y esclavizar
a los indios; o el recurso de la solicitud a la Corona de préstamos para importar negros, pero
generalmente eran negados. A pesar del cuidadoso legalismo de la Corona para evitar el
exterminio y mal trato de los indios en las conquistas o entradas, éstos se muestran impotentes
para detener en la práctica los desmanes cometidos. A lo largo de la primera mitad del siglo
XVI son constantes las denuncias de mal trato, iniquidad, abusos, exterminios y
desconsideraciones de muchos conquistadores, gobernadores, vecinos y pobladores para con
los indios, sin que la abundante legislación que lo prohíbe tenga efectividad. En América haría
carrera el uso de las vías de hecho sobre el derecho, aspecto que se resume en esta frase: “se
obedece, pero no se cumple”. En el fondo de todo este proceso conquistador, la realidad
demostró el interés por las riquezas americanas antes que el interés evangelizador. La Corona
misma participa del botín de las entradas, rescates, conquistas, pacificaciones y rancheos al
estipular el monto de lo que debía corresponder a las partes. Las instrucciones para la
expedición al Nuevo Reino de Granada se inscriben dentro de este mismo contexto, dadas en
este caso por el gobernador Fernández de Lugo: se evidencia que los indios debían asumir los
gastos de su propio sometimiento y destrucción.

La conquista es posible, pues, a cambio de una legislación que regulase el vasallaje indígena. La
condición de la vigencia de este hecho, la conquista, exige la derrota y el sometimiento de la
cultura indígena. El poblamiento tiene como base, en sí misma, el empleo de la mano de obra
del indio (sea como esclavo, naboría, servicio personal o libre) y del esclavo negro después. Es
la consolidación de la república de los siervos en beneficio de la república de los libres. Y es
precisamente por el propio bien de esa república de siervos, como debe entenderse su propia
servidumbre. Para que la cultura de la barbarie supere ese estado, la mediación propicia es la
servidumbre. La dura pedagogía de la opresión es el constitutivo esencial del paso del no-ser al
ser: del bárbaro al civilizado, del infiel al evangelizado. En medio de este proceso la justificación
mental está conformada por el mesianismo salvacionista de los conquistadores y misioneros
que han de convertir el mundo de los infieles al mundo cristiano y hacerles gozar de su
beneficio. Se necesita, pues, la mediación del vasallaje para garantizar su logro.

3. Las campañas conquistadoras

El sujeto fundamental de la conquista es, naturalmente, el mismo conquistador. Este caballero


de la espada y del arrojo se convertirá, junto con el elemento al que somete, en el antecesor de
nuestra nacionalidad. Una vez que el conquistador pisa tierras americanas, una vez que la
espada sella la derrota del vencido, ambos, tanto el vencedor como el derrotado, se constituyen
en los forjadores de nuestra historia. La sociedad colombiana, no existe sino sobre la base de la
conquista, el sometimiento y el vasallaje.

Uno de los elementos que dinamizaron el desarrollo de los hechos de conquista fue la búsqueda
permanente de las fuentes de oro. Santa Marta, por ejemplo, tuvo su Ramada, su fuente dorada
y, una vez que esta se acabó, se incrementarían las “entradas” a las tribus indígenas que aún
quedaban a su alrededor. Con el descubrimiento del Perú, los conquistadores de la costa dejan
de mirar hacia el Caribe o hacia España, para mirar hacia el sur. El Perú fue para éstos lo que
antes había sido para Europa la lejana India. Cartagena tuvo también su “Senú”, y una vez que
esta fuente dorada fue saqueada, el Perú se convirtió para esta región en su obsesión. Castilla
de Oro dejo ser sí misma y se enjugó la fantasía con el Perú. El descubrimiento y conquista de la
Nueva Granada, por supuesto, obedece a la famosa expedición que el gobernador de Santa
Marta, Fernández de Lugo, le encomienda a Ximenez para que alcance el Perú, navegando por
las aguas del Magdalena río arriba, pues al parecer por allí se llegaría al imperio dorado de los
Incas. Y una vez saqueado el Nuevo Reino, El Dorado fue su obsesión.
Toda tierra conquistada es, para el conquistador que la logra, “la mas rica y mejor de las Indias”.
Lo fue el Darién, Santa Marta, Popayán, Cartagena, el Nuevo Reino de Granada, etc. Por el oro
y las esmeraldas encontradas en este último, Ximenez de Quesada cree que debe tenerse “en
más que otra cosa que haya acaecido en Indias”. Mas aún, su descubrimiento tiene una
repercusión cósmica, en cuanto que “en él se descubrió lo que ningún príncipe cristiano ni infiel
sabemos que tenga”. Después o en muy pocos años, serán ya “tierras agostas y estériles”, no
aptas para el poblamiento, etc.

Los “grandes trabajos” que han pasado los conquistadores en el sometimiento de los indios,
obra de un conjunto de hombres que generalmente se autodenominan como “el común”,
“sirviendo principalmente a Dios y a su Rey y al emperador nuestro señor”, debe tener su
gratificación, su recompensa. Y este premio o gracia de Dios, que “no ha mirado nuestros
pecados, sino a si infinita misericordia “, es la merced que ha hecho a este Real y a “las personad
de él (y) es bien que se reparta entre las personas como personas participantes de los dichos
trabajos” y dársele a cada uno “lo que le cupiere según justicia y razón”. El libro del reparto del
botín obtenido en la conquista del Nuevo Reino de Granada muestra en todo su esplendor el
verdadero engranaje de los intereses conquistadores y, al mismo tiempo, el carácter sagrado
del sometimiento. De los 191.294 pesos oro fino, 37.280 de oro bajo, 18.450 de chafalonía y de
las 1.815 piedras esmeraldas “obtenidas” por el común, correspondió a la Corona por concepto
de su quinto real, 38.259 de oro fino, 7.257 de oro bajo, 3.690 de chafalonía y 363 esmeraldas.

4. La fundamentación del poblamiento

La primera parte del siglo XVI muestra el interés de la Corona de colonizar a los pueblos
descubiertos y conquistados, criticando los procedimientos de quienes “no tiene fin mas de a
disfrutar la tierra, sin pensar de permanecer en ella, no hacen edificios que duren, ni procuran
de criar ni granjerías ni otras cosas necesarias a la conservación de los dichos pueblos”. A la
Corona le preocupa el que estos ejemplos de “mudanzas y desasosiegos de los cristianos”
despierten en el indio su deseo de no dejarse sujetar ni pacificar. Por tanto, el interés se centra
en que la tierra “dure y permanezca” y “se puedan someter los pobladores de ella”, en cuyo
caso “tener crianzas y granjerías y criar ganados y otras cosas necesarias a la conservación de
los dichos pueblos es por demás fundamental”. Pero será mas que la consolidación de una
economía hacia adentro, hacia afuera, mirando a las necesidades de la metrópoli.

Ahora bien, la misma Corona intenta fomentar este deseo colonizador al incluir en las
capitulaciones ciertas prerrogativas que estimulan a los “pobladores”, como el no cobro del
almojarifazgo, el pago del décimo en vez del quinto, el reconocimiento jurídico de las ciudades,
los privilegios concedidos a los capitales-gobernadores, la insistencia en el casamiento de los
vecinos y pobladores, la obligación del capitulante de incluir en su expedición un personal
casado del 30%, la autorización para introducir esclavos negros y esclavas para garantizar la
reproducción de la mano de obra, et.

Pero si la corona llegó a pensar que el poblamiento permanecería “aunque el servicio y ayuda
de los indios les faltare”, no pensaba igual el conquistador. El obispo de Santa Marta, Fray Martín
de Calatayud, por ejemplo, sostenía que “estas Indias (en) cuanto a los naturales de ella, no
podrán sustentarse en obediencia de Su Majestad sin que haya poblaciones de españoles y éstas
no podrán durar ni permanecer sin que los moradores de ellas tengan cuenta con los indios por
vía de repartimiento, como ahora”. El obispo afirma que “el servirse de los indios libres, de
aquellos que no pueden estar sin ningún servicio, no se puede excusar, por no haber acá
españoles de quien servirse, porque estos puestos acá no quieren servir a nadie, aunque en
España no hayan sido de otro oficio sino servir”. Por lo tanto, “el servicio no puede ser sino de
indios”.

La república de indios debía estar al servicio de la república de españoles. Esto lo tenían muy
claro los encomenderos y conquistadores. ¿En qué calidad entraba la mano de obra indígena?
Al principio fue el rescate, el intercambio de espejos y chucherías por oro. Después el
repartimiento, la encomienda, el servicio personal, la naboría, el servicio de carga, la boga, la
mita en sus diversas modalidades y, cuando fue necesario, se esclavizó. La condición inicial del
poblamiento es el reparto de las tierras junto con los indios y el establecimiento del tributo que
deben pagar. Es lo que le sigue a la conquista. Pero ni el repartimiento del botín de la conquista
ni el de tierras, es caótico y desordenado. Supone calidades y dignidades previas. Nótese lo
primero en el libro de reparto del botín obtenido en la conquista del Nuevo Reino de Granada,
y lo segundo en las actas del reparto de encomiendas en la provincia de Xegua realizado por
Pedro de Heredia. Los vecinos y pobladores al constituirse en ciudadanos y encomenderos
hacen sus peticiones a través del Cabildo o delegados del Cabildo de Santa Fe como exigencias
para asegurar la perpetuidad del poblamiento de la tierra. Desde construcción de iglesias, envío
de religiosos, edificaciones de hospitales, fortalezas, el pago del diezmo sobre el oro de encima
de la tierra, el veinteno sobre las minas, el pago del quinto sobre oro de sepulturas, el reparto
de la tierra “según Dios y su conciencia entre los conquistadores que ganaron, sin excepción de
personas”, y que sean estos repartimientos perpetuos por dos vidas pues “con tantos sudores
y trabajos lo ganaron”.

En América, y en el caso colombiano, es observable el surgimiento de ese nuevo elemento que


es el español conquistador y encomendero que se autonombraba ahora como “vecino y
poblador” con legítimos derechos sobre tierras y la mano de obra indígena. Son los nuevos
americanos que cuando lo consideran necesario promueven revueltas, como la de Francisco
Roldán en Santo Domingo, la de Vasco Núñez de Balboa en Castilla de Oro y Gonzalo Pizarro en
el Perú. En la gobernación de Santa Marta el ya anciano Rodrigo de Bastidas sufriría el
amotinamiento de su hueste, que quería enriquecerse rápidamente con las “entradas” a
territorios indígenas. Esta revuelta tuvo como consigna el grito de “Viva el emperador y la
libertad”. Bastidas fue gravemente herido, muriendo poco después en Cuba. Es frecuente, al
comienzo, el conflicto y la tensión entre quienes tienen una mentalidad más colonizadora que
conquistadora.

Muchos de los conflictos entre los vecinos y los gobernadores tienen que ver con estas
tendencias. Así mismo, los antiguos conquistadores que ya poseían repartimientos y
encomiendas defendían sus derechos de posesión ante los nuevos gobernadores que,
amparados por la facultad de repartir tierras, las quitaban a unos para dárselas a otros que no
habían participado de la conquista. Lentamente va surgiendo, de este medio, el conflicto entre
los conquistadores americanos y los nuevos pobladores españoles o “chapetones”. En otros
casos los conflictos entre pobladores y gobernadores tienen origen en el carácter conquistador
y no colonizador de éstos últimos, como en el caso del memorial que el Cabildo de Santa Marta
envía al Consejo de Indias quejándose de las arbitrarias disposiciones del gobernador García de
Lerma y su reticencia al repartimiento de la tierra.

5. Las recusaciones a la conquista

Para la Corona y los emigrantes españoles el proceso de la conquista era irreversible. Su


finalidad, además, estaba también clara: los móviles económicos que le dieron su configuración.
El problema se suscitaba en torno a los métodos que se utilizaban para consolidarla. ¿Era justa
esa clase de conquista? ¿Había necesidad de exterminar a los indios? ¿De esclavizarlos?

Fueron muchos los informes y denuncias que se elevaron en contra de los métodos usados por
los conquistadores para someter a los indios. Estos conflictos son los que dan el carácter moral
de la defensa que asumen algunos españoles en la defensa del indio. Véase, por ejemplo, el
memorial de un religioso dominico sobre el gobierno de Pedrarias Dávila en Castilla de Oro, que
se unía a la ola indigenista emprendida por Fray Antonio de Montesinos y Bartolomé de Las
Casas. Ni la conquista, ni la evangelización del indio debían emprenderse usando la violencia:
no hay derecho para sujetar por las armas a los indios ni para enseñarles la fe en Jesucristo.

En los intentos del sometimiento y vasallaje del indio, se prueban, pues, diversidad de
procedimientos. Uno, entre ellos, muy diciente y significativo, es el que emplea Ximenez de
Quesada en la conquista del Nuevo Reino de Granada con el cacique Saxipa: para obligarlo a
que confiese el sitio en donde supuestamente esconde el tesoro del cacique Bogotá, lo somete
a un juicio, puesto que da por sentado que Saxipa es vasallo de la Corona. El resultado de todo
este proceso es la muerte del cacique. De una u otra manera, el producto es casi siempre el
mismo: la muerte de los indios. Y el indio, por lo general, cuando no es conquistado es repartido
o es colonizado, y cuando no se deja colonizar, es casi siempre muerto.

Para juzgar los desmanes de la conquista son enviados también los jueces de residencia, quienes
dependiendo de su simpatía o no para con el indio, actúan favorablemente o encubren dichos
abusos. Es por demás interesante observar el tipo de castigos y de penas que se sentencian a
los conquistadores o pobladores por el mal trato o el asesinato de indios, penas que por lo
general son pecuniarias. Véase, por ejemplo, las actas del fallo de la residencia que Miguel Díez
de Armendariz le toma a Ximenez de Quesada. Los jueces de residencia controlaban también a
los gobernadores según las pautas previas que les eran encomendadas y la naturaleza del cargo.
Otro medio de control eran los continuos informes que los distintos dignatarios americanos
debían rendir a la Corona o al Consejo de Indias o las autoridades reales locales como la
Audiencia, sobre el estado de la tierra, la conservación y conversión de los indios, del tesoro y
las finanzas reales y de otros aspectos concernientes “al bien de la tierra, de sus pobladores, de
Dios nuestro Señor y de su Majestad”. Los informes, pues, tenían el carácter fiscalizador,
además del control interno de los distintos dignatarios entre sí y los pobladores. Para ello la
Corona había declarado libertad de correspondencia y sanciones a su prohibición.

6. El debate sobre las Nuevas Leyes

El afán colonizador de Carlos V, el deseo frenar los privilegios que venían acumulando los neo
americanos o vecinos y pobladores, la búsqueda de tributos por la vía del asentamiento minero
o agrícola influyen, además de otros aspectos, en la expedición en 1542 de las controvertidas
Nuevas Leyes.
El Consejo de Indias envió al licenciado Miguel Diez de Armendariz a la gobernación de
Cartagena, Santa Marta, San Juan, Nuevo Reino de Granada y Popayán para hacer cumplir dichas
ordenanzas y residenciar, además a Pedro de Heredia, Benalcázar, Andagoya y a Ximénez de
Quezada y demás justicias reales. En el Perú había tenido lugar el levantamiento de Gonzalo
Pizarro en protesta por la promulgación de estas leyes que cercenaban los intereses de los
antiguos conquistadores y encomenderos. La carta que Fray Martín de Calatayud dirige al Rey
muestra elocuentemente la magnitud de la situación y la eminencia de un levantamiento
semejante en la Nueva Granada y la gobernación de Popayán. El obispo, ante el grave problema,
habla de la necesidad de disimular las Nuevas Leyes. Casi todos los Cabildos de las distintas
ciudades fundadas en la gobernación del Nuevo Reino de Granada y de Popayán, sobre todo,
suplican las Nuevas Leyes y presentan alegatos justificados de su actitud. Véase, por ejemplo,
las peticiones de los Cabildos de la gobernación de Popayán y las actas de los procuradores del
Nuevo Reino en su alegato con el juez de residencia y gobernador Miguel Díez de Armendariz.
Allí se ve claro también el poder y la presión de los nuevos americanos al hacer sus reclamos y
exigencias encaminadas a la derogación de las llamadas Nuevas Leyes. Presión y poder que,
tanto en el caso del Perú –que necesitó hacer una revuelta- como en el del Nuevo Reino –que
recurrió al juego jurídico-político- resultan vencedores. Con este triunfo de los encomenderos
americanos se consolida definitivamente el servicio que la república de indios debe prestar a la
república de los españoles americanos. Al mismo tiempo, ello se constituye en la configuración
de un doble triunfo: el de la conquista y el del poblamiento.

Los clamores de muchos vecinos, eclesiásticos y justicias reales de que la Corona nombrara
Audiencia en el Nuevo Reino, son finalmente atendidas, instalándose ésta el 12 de abril de 1550.
Con ello la Corona reforzaba sus deseos colonizadores y asumía la administración de la justicia
y la dirección política de las gobernaciones. Ante el federalismo de la conquista, la Audiencia
venía a centralizar el poder y ganar la autonomía de la Corona. No obstante, el comienzo, del
gobierno de la Audiencia estuvo marcado por la incertidumbre al morir en Mompox,
sospechosamente, su primer presidente, el licenciado Gutierre de Mercado.

La nación colombiana comienza su existencia histórica precisamente en este periodo de la


conquista. Periodo de cris total: crisis en la manera de ser de las culturas precolombinas; crisis
en la manera de ser del emigrante español en calidad de conquistador. Surgimiento de la
dependencia estructural de nuestra nacionalidad; simbiosis cultural entre las distintas culturas
que nos conforman y el desarrollo subsiguiente de una historia que va tomando forma política,
económica, cultural, social y religiosa.

Al presentar estas líneas, el interés fundamental que se persigue es el de ir hurgando en las


raíces de nuestra historia para auto comprendernos en nuestro propio ser. Al fin y al cabo, la
conquista no nos es ajena, ni se constituye en un acto exterior a nosotros: ella misma nos
configura en nuestros orígenes, está dentro de nuestra interioridad. Comprender su
significación implica por ello intentar auto comprendernos como pueblo, como historia, como
cultura y como nación.

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