La Revolución Francesa marca el fin de una época, de un mundo, de un
sistema, y todo ello a pesar de sus contradicciones y sus cambios, evoluciones y marchas hacia delante y detrás. El final de la dinastía Capetos-Borbones se acaba en 1792 cuando la cabeza de Luís XVI rueda en la plaza de la Concordia. Los mejores deseos de la burguesía ilustrada, de los campesinos libertos, de los ideales cosmopolita iban a agitar Europa durante 20 años provocando cambios vitales. La democracia el Estado social, la ciudadanía, el laicismo, todos ellos elementos capitales van a nacer con la Revolución en Francia. Junto a ellos guerras, invasiones, muerte y destrucción, que muchas veces han sido agitados, con razón y sin ella, para espantar el fantasma, el mismo que Marx destaca en 1848 en el manifiesto comunista, el miedo al cambio, a la agitación social y la perdida de privilegios. Sin exculpar los errores y los crímenes cometidos durante la Revolución, – y después de ella por el Imperialismo napoleónico -, no podemos juzgar el acontecimiento clave para la civilización del mundo actual con los mismos baremos de violencia y guerra que eran comunes hasta la fecha (la terrible guerra de los 30 años por ejemplo en mitad del siglo XVII), y que desgraciadamente seguirán siendo habituales hasta hoy en día. La Revolución, “Libertad, Igualdad y Fraternidad”.
El establecimiento de una república basada en los idearios de la Ilustración,
con una base social importante y con una proyección cosmopolita e internacional será la consecuencia de la resistencia monárquica y nobiliaria a las reformas del Antiguo Régimen. Ante la resistencia a las modificaciones, la burguesía, y está es la gran diferencia, se apoyará en las masas campesinas y urbanas. En una carrera hacia delante, la incipiente burguesía francesa se lanza a un programa de reformas mucho más revolucionario que el de Inglaterra en 1688, donde la burguesía se alía a la nobleza, y que el de los EE.UU. en 1776, donde el individualismo se conjuga a la cuestión colonial. La burguesía francesa fue obligada a revolucionarse y de ese camino sin retorno nacerá Francia. No es este el lugar para un análisis profundo, para eso tenemos los libros de Albert Sobaul, Michel Vovelle, Georges Duby, Jacques Godechot o Mona Ozouf, por citar sólo a los clásicos, por ellos sólo esbozaremos un proceso estudiado durante 200 años. La revolución aparecerá en muchas de las páginas de blog-francia.com, por lo que les invitamos a conocer más a través de las páginas más específicas de sus destino o interés. Con todo destacaremos el innegable interés progresista de un tiempo en que los deseos de mejora y de reforma de una sociedad caduca se sobrepusieron a la molicie de la pasividad. La opresión tan común hasta ese momento, – y si quieren tan habitual hoy en día también, bien que de forma diferente -, se sintió por un instante, 20 años, inaguantable y movilizó sin posible vuelta atrás a millones de personas, de gentes de Francia, de Francia antes de que Francia fuera Francia, y del resto del mundo. Habría que esperar hasta la desastrosas Guerra Civil española para contemplar un proceso de simpatía universal semejante. Después las promesas y las esperanzas se desvanecieron, se fundieron en las nieves imperiales del Moscuú ardiente, en las arenas de Egipto conquistado por Napoleón, y tumba faraónica del hombre que substituyó ideales generosos por acciones egoístas. De todo ello, quedan las graves palabras de Danton, de Sieyès, del Abad Gregorie, de Condorcet, de Marat, de Saint-Just y Robespierre, la mirada de Jefferson y de Kant sobre el brasero parisino, la Declaración Universal de los derechos del Hombre y del Ciudadano, el propio concepto de ciudadanía, la centralización napoleónica, el sistema métrico decimal, etc… 200 años después, lejos del furor de la batalla y del rumor de los cañones, puede parecernos que mereció la pena. Napoleón Bonaparte y el final de la Revolución.
Tras el golpe de estado del 9 de Termidor, en marzo de 1794, la Revolución
quiere moderarse. Agitando el espantapájaros del Terror, represión antimonárquica en un periodo de crisis total, -con quintacolumnistas en el interior de la República y todos los ejércitos de las monarquías del antiguo régimen en las fronteras-, las fuerzas más conservadoras de la coalición revolucionaria toman el poder. Las derivas populares de Robespierre habían sido útiles durante los peores momentos de la contrarrevolución europea. La mano de hierro, la dictadura, -dictadura en el sentido romano-, del Comité de Salud Pública había sido útiles para gestionar la guerra y sostener al nuevo Régimen. Sin embargo, con la estabilización, la parte social ya no era asumible para la mayor parte de la burguesía. Termidor es el punto de inflexión de la Revolución. De esta etapa más conservadora y derechista surgirá Napoleón, como nexo entre el pasado y el presente, general victorioso primero, Cónsul después y Emperador finalmente, Bonaparte simboliza la mezcla, la creación de un nuevo sistema político que conjugue los intereses de la nueva clase superior, la burguesía, y frene a las masas desbordadas. Al mismo tiempo, el Imperio de Napoleón es el imperio de un hombre que no es noble y que, a pesar de todo, está imbuido en los principios progresistas de la Revolución. Los ejércitos franceses son acogidos en Alemania, en Italia, en Hungría, como libertadores, adalides de la libertad. Junto a la bayoneta, Napoleón lleva la abolición de la servidumbre, el Código Civil, el sistema métrico, la ciudadanía. Pero el gran error de Napoleón seré no cumplir sus propios preceptos, ni en Francia ni mucho menos en Europa. Así, de libertadores, las tropas francesas se convierten pronto en conquistadores y opresores. Es el principio del fin. Las potencias extranjeras se aliaran para intervenir en Francia procurando derrotar a la revolución, utilizando la religión y la tradición. Un aliado de talla será el nacionalismo incipiente que la Francia revolucionaria desarrollará en Alemania, Italia, Holanda, el Imperio Austro-Húngaro y España. El sueño imperial de Napoleón se acabará en Waterloo en 1815, dando pie a las restauraciones conservadoras. A pesar de todo, ya nada será igual.
La Restauración Monárquica 1815-1848, La era de las revoluciones.
La victoria de la Santa Alianza devuelve el trono de Francia a los Borbones. Luís XVIII (1814-1824) supone un periodo de represión y de recorte de las libertades duramente ganadas. Será el comienzo de 60 años de revoluciones revueltas, cambios de gobierno e inestabilidad política que va a contrastar con el desarrollo económico, industrial y colonial de Francia, que sin igualarse al poderoso Imperio británico rivalizará con él. La Revolución de 1820 obligará a una cierta apertura del régimen, pero la llegada de Carlos X (1824-1830), supondrá de nuevo la vuelta del absolutismo. Una nueva revolución, está vez en 1830 devuelve a Francia al candelero internacional. Una nueva dinastía es colocada en el trono y con Luís Felipe de Orleans se abre la primera monarquía constitucional de Francia. Este periodo (1830-1848), supone el despegue industrial de Francia, el comienzo de su expansión colonial y el desarrollo de la prensa. Las tensiones sociales, entre la burguesía triunfante y el proletariado naciente vuelven a agitarse y por última vez burgueses y proletarios, campesinos y citadinos se unen en la última gran revolución la de 1848, inmortalizada por Delacroix.ra de las revoluciones.