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21* conferencia. Desarrollo libidinal y organizaciones sexuales Seiiores: Tengo la impresin de que ho he logtado con- vencerlos suficientemente de la importancia de las perversio- nes para nuestra concepcién de la sexualidad. Por eso pro- curaté, hasta donde me sea posible, mejorar y complementar ni No es que las perversiones solas nos compelieran a intro- ducir en el concepto de sexualidad esa modificacién que nos attajo un disenso tan violento, Todavia més contribuyé a ello el estudio de la sexualidad infantil, y la concordancia de am. bas cosas fue decisiva para nosotros. Pero las exteriorizacio- nes de la sexualidad infantil, por inequivoces que puedan ser en los diltimos afios de la infancia, parecen al comienzo per- detse en lo indeterminable. Quien no quiera tomar en cuenta Ia historia evolutiva ni el contexto analitico, les impugnaré su carécter sexual y, a cambio, les atribuird un cardcter in- diferenciado cualquiera, Recuerden que por ahora no posee- mos una sefial universalmente admitida que permita deter- minar la naturaleza sexual de un proceso, a menos que otra vez recurramos a su vinculo con la funcién de reproduccién, que tenemos que rechazar por demasiado mezquino, Los cri- terios biolégicos, como las periodicidades de 23 y 28 dias es- tablecidas por W. Fliess [1906], son todavia enteramente cuestionables; las propiedades quimicas de Jos procesos se- xuales, cuya existencia estamos autorizadog a sospechar, espe- ran atin set descubiertas. En cambio, las petversiones sexua- les de los adultos son algo aprehensible ¢ inequivoco. Como ya lo prueba el nombre que se les da, universalmente admi- tido, pertenecen sin Iugar a dudas a Ja sexualidad. Puede Mamérselos signos degenerativos o de otro modo, pero na- die ha osado sostener que no son fenémenos de Ia vida se- xual. Ellos nos autorizan a formular este aserto: sexualidad y teproduccién no coinciden; en efecto, es evidente que to- dos ellos desmienten Ja meta de la reproduccién, Veo ah{ un paralelismo que no deja de ser interesante. Mientras que para Ja mayoria «conciente» y «psiquico» son Jo mismo, nosotros nos vimos precisados a ampliar este tlti- mo concepto y a admitir algo psfquico que no es conciente. Y sucede algo muy parecido cuando otros declaran idénticos 292 asexual» y «perteneciente a la reproduccién» —o, si quieren decirlo mis brevemente, «genital»—, mientras que nosotros debemos admitir algo «sexual» que no es agenital» ni tiene nada que ver con la reproduccién. Esta es slo una seme- janza formal, pero que tiene una base més profunda. ‘Ahora bien: si Ja existencia de las perversiones sexuales es en esta materia un argumento tan concluyente, gpor qué no ha producido su efecto desde hace ya mucho, zanjando Ja cuestién? En realidad, no lo sé. La razén estriba, me pa- rece, en que sobre estas perversiones sexuales pesa una in- terdiccién muy particular que se extiende a la teorfa y estor- ba también su consideraciéa por parte de la ciencia. Como si nadie pudiera olvidar que no son s6lo algo abominable, sino también algo monstruoso, peligroso; como si se las juzgara seductoras y en el fondo hubiera que refrenar una secteta envidia hacia quienes las gozan, quizé como lo confiesa el landgrave castigador en la famosa parodia de Tannbduser: «jEn el monte de Venus olvidé honor y deber! iQué raro que a nosotros no nos pasen estas cosas!».* En verdad, los petversos son més bien unos pobres dia- blos que'tienen que pagar un precio altisimo por esa satis- faccin que tan trabajosamente se conquistan. Lo que confiete un catdcter tan inequivocamente sexual ala préctica perversa, a pesat de Ia ajenidad de su objeto y de sus metas, es la citcunstancia de que el acto de Ja satis- faccién perversa desemboca no obstante, las més de las ve- ces, en un orgasmo completo y en el vaciamiento de los ptoductos genitales, Desde luego, esto no es sino la conse- cuencia de la madurez de Jas personas; en el nifio dificil- mente son posibles el orgasmo y Ia excrecién genit sustituidos por unos indicios que, de nuevo, no son reco- nocidos como sexuales sin lugar a dudas. ‘Tengo todavia algo que agregar para completar la apre- ciacién de las petversiones sexuales. Pot mala que sea su fama, por més que se las contraponga tajantemente a la préc- tica sexual normal, es f4cil obseryar que a esta tltima rara vez le falta algiin rasgo perverso, Ya el beso merece el nom- bre de un acto perverso, pues consiste en la unién de dos zonas bucales erdgenas en lugar de los dos genitales. Pero nadie lo condena por pervetso; al contrario, en la represen- tacién teatral se lo admite como una alusién velada al acto sexual. Ahora bien, justamente el besar lleva, con facilidad, a la perversién plena, a saber, cuando es tan intenso que ter- 4 [EI autor de la parodia es Johann Nestroy; cf. pag. 321.1 293 mina directamente en la descarga genital y el orgasmo, lo que en modo alguno es infrecuente, Ademés, puede averiguatse que, para uno, palpar y mirar el objeto son condiciones in- dispensables del goce sexual, otro muerde y pellizca en el pice de la excitacién sexual, y el estado de excitacién méxi- ma en los amantes no siempre es provocado por los genitales, sino por otra regién —. sinndmero de comprobaciones semejantes. No tiene ningiin sentido excluir de th serie de las personas normales y decla- rar perversas a las que exhiben algunos de estos rasgos ais- lados; més bien, cada vez advertimos con més claridad que To esencial de las perversiones no consiste en la trasgresin de Ja meta sexual, ni en Ja sustitucién de los genitales, ni siquiera en la variacién del objeto, sino solamente en que estas desviaciones se consuman de manera exclusiva, dejando de lado el acto sexual al servicio de Ja reproduccién. Las acciones perversas dejan de ser tales en la medida en que se integran en la produccién del acto sexual normal como unas contribuciones que lo preparan o lo refuerzan. Hechos de esta indole, desde luego, achican mucho la distancia en- tre Ia sexualided normal y la perversa, Se infiere natural- mente que la sexualidad normal nace de algo que la preexis- tid, desechando rasgos aislados de este material por inuti- lizables y reuniendo los otros para subordinarlos a una meta nueva, la de la reproduecién. : ‘Antes de emplear nuestro conocimiento de las perversio- nes para sumergirnos de nuevo, con premisas mds claras, en el estudio de 1a sexualidad infantil. tengo que hacerles notar una importante diferencia entre ambas. La sexualidad perversa esté, por regla general, notablemente centrada; to- das las acciones presionan hacia una meta —casi siempre tni- ca— y una pulsién parcial tiene 1a primacta: o bien es la ‘inica pesquisable o bien ha sometido a las otras a sus pro- pésitos. En este sentido, no hay entre la sexualidad perversa y la normal més diferencia que la diversidad de Jas pulsiones parciales dominantes y, pot tanto, de las metas sexuales. En uno y otto caso se trata, por ast decir, de una tiranfa bien organizada, s6lo que son diversas Jas familias que se han arro- gado el gobietno. En cambio, la sexualidad infantil carece, globalmente considerada, de semejante centramiento y orga- nizacién; sus diversas pulsiones parciales tienen iguales de- rechos y cada una persigue por cuenta propia el logto de placer, Tanto la ausencia como la presencia Ge centramiento atmonizan muy bien, desde luego, con el hecho de que am- bos tipos de sexualidad, la perversa y la normal, han nacido de lo infantil. Por lo demés, también hay casos de sexualidad perversa que presentan una semejanza mucho mayor con la 294 infantil: son aquellos en que numerosas pulsiones parciales hhan impuesto sus metas —o, mejor, han-persistido en ellas— con independencia unas de otras. En tales casos es més co- recto hablar de infantilsmo de Ta vida senval que de per versi6n. ‘Asi preparados, podemos pasar a responder a un planteo que a buen seguro no se nos ahorrard. Se nos diré: «2Por qué se aferra usted a llamar sexualidad a esas manifestacio- nes infantiles, indeterminables segiin su propio testimonio, a partir de las cuales deviene después lo sexual? Por qué no quiere conformarse con Ja descripcién fisiolégica y decir, simplemente, que en el lactante ya se observan actividades, ‘como el chupeteo y la retencién de los excrementos, que nos muesttan que aspira a un placer de érgano? ? Asi usted evi- tarfa el supuesto, tan ultrajante pata cualquier sentimiento, de que ya en el nifio pequefio existitia una vida sexual». Y bien, seffores mfos, no tengo nada que objetar en contra del placer de érgano; yo sé que el méximo placer de Ja unién sexual no es sino un placer de Srgano que depende de la actividad de Jos genitales, Pero, gpueden ustedes decirme cuando este placer de érgano, originalmente indiferente, co- bra el carécter sexual que sin duda posee en fases més tar- dias del desarrollo? ¢Sabemos més acerca del «placer de Srgano» que de Ja sexualidad? Responderén ustedes que el cardcter sexual se agrega justamente cuando los genitales em. piezan a desempefiar el papel que les corresponde; lo sexual coincide con lo genital. Y aun rechazarén mi objecién basada en la existencia de las perversiones haciéndome presente que en Ja mayorfa de ellas, no obstante, se alcanza el orgasmo genital, aunque por otros caminos que Ja unién de los geni- tales. Realmente ustedes se hallarén en mucho mejor posicién si de las notas caracterfsticas de lo sexual eliminan su refe- rencia a Ja reproduccién, insostenible por la existencia de las perversiones, y le anteponen, a cambio, Ja actividad ge- nital, Entonces nuestras posiciones no divergen tanto; queda una simple oposicién entre los drganos genitales y los otros Grganos, Pero, equé hacen ustedes con las miltiples expe- tiencias que les muestran que los genitales pueden ser sub- rogados por otros érganos en Ia ganancia de placer, como 2 [eOrganlustr, término que Freud parece haber utilizado por pri- mera ver‘ca ePulsiones y destinos de: pulsiéos (19150), 48, 44, Big. 121, y que volvié a emplear en, las Nueva: conferencias de introduccién al psicoandlisis (19332), AE, 22, pég, 91, Por supuesto, fl correspondiente concepto ya le eta familiar desde ia Epoca de los Tres ensayos (19054); véase, por ejemplo, AE, 7, pég. 179.) 295 cocurre en el beso normal, as{ como en las prdcticas perversas de los libertinos y en la sintomatologla de Ja histeria? En esta neurosis es lo més corriente que fenémenos de estimu- lacién, sensaciones ¢ inervaciones que son propios de los ge- nitales —incluso los procesos de Ja ereccién— se desplacen a otras regiones del cuerpo alejadas de estos (p. ¢j., que se trasladen hacia arriba, a la cabeza y el rostro). Convencidos de que no pueden aferrarse a nada en calidad de rasgo ca- racterfstico de lo que postulan como sexual, ustedes se verén forzados a seguir mi ejemplo y extender la designacién de asexual» también a las practicas de la primera infancia que aspiran al placer de érgano. Y ahora admitan ustedes para mi justificacién otras dos elucidaciones. Como ya bien saben, llamamos sexuales a las dudosas ¢ indeterminables précticas placenteras de Ja pri- mera infancia porque el camino del andlisis-nos lleva a ellas desde Jos sintomas pasando por un material indiscutible- mente sexual. Admito que no por eso tendrfan que ser tam- bign sexuales. Pero consideren ustedes un caso anélogo. Su- ongan que no tuviéramos ninguna via para observar desde sus semillas el desarrollo de dos plantas dicotiledéneas, el manzano y la haba, pero que pudiéramos perseguirlo retros- pectivamente desde el individuo plenamente formado hasta el primer germen provisto de dos cotiledones. Estos presen- tan un aspecto indiferente, en Jos dos casos son del mismo tipo. ¢Supondremos que lo son realmente y que Ja diferencia specifica entre manzano y haba se introduce sdlo més tarde en las plantas? zO desde el punto de vista biolégico es més correcto creer que esa diferencia preexistfa en el germen, aunque en Jos cotiledones yo no podia discernirla? Lo mis- mo hacemos en el caso de las précticas del lactante cuando Mamamos sexual al placer. Aqui no puedo examinar si todo placer de érgano debe lamarse sexual o si ademés del pla- cer sexual existe otro, que no merezca tal nombre. Sé de- masiado poco del placer de érgano y de sus condiciones; ade- més, dado el cardcter retrocedente del: anilisis, no puedo asombrarme si al final me topo con factores por ahora no determinables, i¥ algo més! Muy poco ganarian ustedes en favor de lo que pretenden afirmar, en favor de la pureza sexual del nifio, aun si pudieran convencerme de que seria mejor no conside- tar sexuales las pricticas del lactante. En efecto, ya desde el tercer afio de vida la sexualidad del nifio no da lugar @ ninguna de estas dudas; por esa época ya empiezan a exci tarse los genitales y quizd sobreviene tegularmente un pe- rfodo de masturbacién infantil; o sea, de satisfaccién geni- tal. Las manifestaciones animicas y sociales de la vida sexual 296 ya no se echan de menos; eleccién de objeto, preferencia tlerna por determinadas personas, y aun la predileccién por uno de los sexos, los celos: he ah fenémenos comprobados por observaciones imparciales hechas con independencia del psicoandlisis y antes de su advenimiento, y que pueden ser confirmados por cualquier observador que quiera verlos, Me objetardn que nunca pusieron en duda el temprano despertar de la ternura, sino sélo que esta tuviera el cardcter de lo «sexual», Es verdad que los nifios de entre tres y ocho afios han aptendido a ocultarlo, pero si ustedes prestan atencién podrén reunir buenas pruebas de los propésitos «sensuales» de esta ternura, y si algo todavia se les escapa, las explora- ciones analiticas se lo proporcionarén sin trabajo y en abun- dancia. Las metas sexuales de este periodo de Je vida se entraman de manera intima con Ia contemporinea investiga- cién sexual de la que les he dado algunos ejemplos [pags. 289-90]. El cardcter perverso de algunas de estas metas de- pende, naturalmente, de Ia inmadurez constitucional del ni- fio, quien no.ha descubierto atin Ia meta del coito. Més o menos desde el sexto al octavo afio de vida en ade- ante se observan una detencién y un retroceso en el desa- rrollo sexual, que, en los casos més favorables desde el punto de vista cultural, merecen el nombre de periodo de latencia Este puede faltar; no es forzoso que traiga aparejada wi interrupcién completa de las précticas y los intereses sex: les, Las vivencias y mociones anfmicas anteriores al adve- nimiento del periodo de latencia son victimas, en su mayoria, de la amnesia infantil, ese olvido que ya elucidamos,* que ‘oculta nuestros primeros afios de vida y nos aliena de ellos. En todo psicoandlisis se plantea Ja tarea de recobrar en el recuerdo ese periodo olvidado de la vida; no podemos de- jar de sospechar que los comienzos de vida sexual contenidos en él proporcionaron el motivo de ese olvido, que, por tanto, serfa un tesultado de la represién. : Desde el tercer aio de vida, la sexualidad del nifio mues- tra mucha semejanza con la del adulto; se diferencia de esta, como ya sabemos, por la falta de una organizacién fija bajo el primado de los genitales, por los inevitables rasgos per- versos y también, desde luego, por la intensidad mucho me- nor de la aspiracién en su conjunto, Pero las fases del desa- rrollo sexual (0, como decimos nosotros, libidinal) intere- santes para la teoria se sitdan més atrds de ese punto tem- poral, Es un desarrollo tan répido que la observacién directa * {CE 15, pégs. 182 y sigs.) 297 nunca habria logrado, probablemente, fijar sus imAgenes fu- gitivas. Sélo con ayuda de Ja exploracién psicoanalitica de fas neurosis se hizo posible colegir unas fases todavia més remotas del desarrollo libidinal. Por cierto, no son sino cons- trucciones; empero, si cultivan el psicoandlisis en la préctica, ustedes descubrirén que son construcciones nfcesarias y vi les. Pronto comprenderén cémo sucede que lefpatologia pue- da revelarnos aquf unos nexos que en el objeto normal por fuerza pasamos por alto. ‘Ahora podemos indicar la conformacién de la vida sexual del nifio antes de que se instaure el primado de los genitales; este se prepara en la primera época infantil, la anterior al perfodo de Jatencia, y se organiza de manera duradera a par- tit de la pubertad. En esta prehistoria hay una suerte de organizacién Iaxa que Ilamatemos pregenital. Pero en esta fase no se sitdan en el primer plano las pulsiones parciales genitales, sino las sddicas y anales. La oposicién entre mas- culino y femenino no desempeia todavia papel alguno; ocupa su lugar la oposicién entre activo y pasivo, que puede de- finitse como Ia precursora de la polaridad sexual, con la cual también se suclda més tarde. Lo que nos parece masculino en las précticas de esta fase, si las consideramos desde la fase genital, resulta ser expresién de una pulsién de apodera- miento que fécilmente desborda hacia lo cruel. Aspiraciones de meta pasiva se anudan a Ja zona erdgena del otificio anal, muy importante en este petiodo. La pulsin de ver y la pul- si6n de saber despiertan con fuerza; los genitales participan en la vida sexual propiamente dicha sdlo en su papel de ér- ganos para le excecin de loins. En eta fase las pulsiones parciales no carecen de objetos, pero estos no necesariamente coinciden en uno solo, La organizacién sfdico-anal es la etapa que precede inmediatamente a la fase de! primado genital. Un estudio més: profundizado muestra todo Jo que de ella se conserva en Ia posterior conformacién definitiva y los caminos que sus pulsiones parciales se vieron compelidas a seguir para insertarse dentro de la nueva organizacién genital? Por detrés de la fase sédico-anal del desarrollo Ii. bidinal obtenemos todavia Ja visién de una etapa de orga- nizacién més temprana, més primitiva adn, en que la zona erdgena de la boca desempefia cl papel principal. Pueden colegir ustedes que Ja préctica sexual del chupeteo [pag 286] le pertenece, y tienen derecho a asombrarse por la sa. Bacidad de los antiguos egipcios, cuyo arte caractetizaba al nifo, y también al dios Horus, por el dedo: en Ia boca. Recientemente, Abraham [1916] ha informado acerca de las 8 [Luego Freud agreg6 una fase «félica> al y Ja pen ERE seeas one fe efice ene a eceosnal y 298 huellas que esta fase oral primitive deja en la vida sexual posterior. ‘Puedo suponer, sefiores, que estas tiltimas comunicaciones sna sobre as oiganizaciones senuales les han traldo més confusién que esclarccimiento. Quizés otra vez he enttado demasiado en los detalles. Pero tengan paciencia; lo que han ofdo les resultard valioso cuando més tarde lo apliquemos. Por ahora retengan esta impresién: que la vida sexual —lo que llamamos la funcién libidinal— no emerge como algo acabado, tampoco crece semejante a s{ misma, sino que re- corre una serie de fases sucesivas que no presentan el mismo aspecto; es, por tanto, un desarrollo retomado varias veces, como el que va de la crisilida a Ja mariposa. El punto de viraje de ese desarrollo es la subordinacién de todas las pul- siones parciales bajo el primado de los genitales y, con este, el sometimiento de Ia sexualidad a 1a funcién de la repro- ducci6n. Antes de ello, hay por asf decir una vida sexual des- compaginada, una préctica autSnoma de las diversas pulsio- nes parciales que aspiran a un placer de érgano, Esta anat- quia se atempera por unos esbozos de organizaciones «pre- genitales», primero a fase sédico-anal y, més atrés, la oral, quia la mis primitiva. A esto se suman los diversos proce- 80s, no conocidos con precisién todavia, que conducen desde una etapa de organizacién a la que le sigue inmediatamente, de nivel més alto. En otra oportunidad * averiguaremos Ja importancia que pata la intelecci6n de las neurosis tiene el hecho de que Ja libido recorra un camino de desarrollo tan largo y accidentado. Hoy estudiaremos otro aspecto de este desarrollo, a saber, el vinculo de las pulsiones sexuales parciales con ef objeto. Ms bien, trazaremos un somero panorama de este desarrollo y nos detendremos en un resultado bastante tardio de él. Decfamos que algunos de los componentes de la pulsién se- xual tienen desde el principio un objeto y lo retienen, como la pulsién de epoderamiento (sadismo) y las pulsiones de ver y de saber. Otras, més claramente anudadas a determi- nadas zonas del cuerpo, lo tienen s6lo al comienzo, mientras todav{a.se apuntalan en las funciones no sexuales {cf. pég. 286], y lo resignan cuando se desligan de estas. Asi, el primer objeto de fos componentes orales de Ia pulsién’se- xual es el pecho materno, que satisface la necesidad de mu- tricién del lactante, En ‘el acto. del chupeteo se vuelven auténomos los componentes eréticos que se satisfacen jun- 4 [En la conferencia siguiente.] 299 tamente al mamar; el objeto se abandona y se sustituye por tun lagar del cuerpo propio. La pulsién oral se vuelve auto- erdtica, como desde el comienzo lo son las pulsiones anales y las otras pulsiones et$genas. El resto del desartollo tiene, fexpuesto de la manéra més sucinta, dos metas: en primer Jugat, abandonar el dutocrotismo, permutar de nuevo el ob- jeto situado en el cuerpo propio por un objeto ajeno; en segundo lugar, unificar los diferentes objetos de las pulsio nes singulates, sustituirlos por un objeto tnico. Esto sélo puede lograrse, desde Inego, cuando dicho objeto tinico es a su vez un cuerpo total, parecido al propio, Tampoco puc- de consumarse sin que cierto niimero de las mociones pul- sionales autoeréticas se releguen por inutilizables. Los procesos del hallazgo de objeto son bastante enteda- dos, y todavia no han sido expuestos de manera panorémica. Destaquemos, para nuestros propésitos, lo siguiente: cuando en Ia infancia, antes de que advenga el periodo de latencia, el proceso ha alcanzado un cierto cierre, el objeto hallado resulta ser casi idéntico al primer objeto de fa pulsién pla- centera oral, ganado pot apuntalamiento [en la pulsién de nutricién].° Es, si no el pecho materno, al menos la medre. Llamamos a Ie’ madze el primer objeto de amor, De amor hablamos, en efecto, cuando traemos al primer plano el as- pecto animico de las aspiraciones sexuales y empujamos al segundo plano, o queremos olvidar por un momento, los re- quetimientos pulsionales de catdcter corporal 0 «sensual» que estén en la base, Para la época en que la madre deviene objeto de amor ya ha empezado en el nifio el trabajo psi- quico de Ja represién, que sustrae de su saber el conoci- miento de una parte de sus metas sexuales, Ahora bien, a esta eleccién de 1a madre como objeto de amor se anuda todo lo que en ¢l esclarecimiento psicoanalitico de las neurosis ha adquirido importancia tan grande bajo el nombre del «com- plejo de Edipo» y que ha tenido no poca participacién en la resistencia contra el psicoandlisis.* una pequefia historia que ocurrié en el curso de esta guerra: Uno de los més empefiosos discfpulos del psi- coandlisis se encuentra en calidad de médico en el frente alemén, en algtin lugar de Polonia, y despierta la atencién de sus colegas por haber obtenido un éxito inesperado con Esto ex desarrollado en la 26+ conferencia, pég. 388.) © [CE 15, pég. 189. La primera mencién del cbnbicj de Edipo en una publicacién de’Frevd fue la que figura en La interpretacion de los suefios (19004), AE, 4, pégs. 269-74, aunque ya lo habia ex- esto ante. en na carta a Fliss del 15 de octubre de 1897 (19508, ta 71). En realidad, la expresiGn «complejo de Edipo» fue intro- ducida mucho después, en

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