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Los escogidos

Patricia Nieto

Sílaba
Nieto, Patricia Contenido
Los escogidos / Patricia Nieto ; prólogo Cristian Alarcón. --
Medellín : Sílaba Editores, 2012.
108 p. ; 21 cm. -- (Colección sílabas de tinta)
1. Crónicas colombianas 2. Periodismo - Colombia 3. Crónicas
Periodísticas I. Alarcón, Cristian, pról. II. Tít.
070.44 cd 21 ed.
A1358755

CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

El mismo río de los muertos es El vuelo del alma


el que los alimenta y da vida 48
Por Cristian Alarcón Darles un hogar
Los escogidos 11 54
El policía de las ánimas
ISBN: 978-958-57499-7-9 58
I. Es un muerto del agua Los amores de Carmen
© Patricia Nieto, 2012 Margaritas para un desconocido 69
© Sílaba Editores, 2012 17 Vestida de blanco
No hay pepes en el río 65
Editoras: Lucía Donadío y Alejandra Toro 21
Diseño de carátula: Imago Fotodiseño El Bautista III. ¿Llamaste a tu mamá en el
Fotografía de carátula: Patricia Nieto 28 último minuto?
Fotografías interiores: Patricia Nieto Nadie los lloró
Volver a nombrarte
32
Primera edición: Alcaldía de Medellín y Sílaba Editores 73
Los niños del balón y del fusil
Medellín, febrero 2012 El niño está herido
fuimos los muertos
Segunda edición: Sílaba Editores 76
39
Medellín, septiembre 2012 La mamá volvió a la casa
90
Sílaba Editores II. Y hallaron dolientes, uno
Carrera 25A No 38D sur-04. Medellín, Colombia para cada uno IV. En la puerta de ese más allá
silabaeditores@gmail.com / www.silaba.com.co Compañeros de viaje
Printed and made in Colombia / Impreso y hecho en Colombia por Artes y Letras Profesión de fe
45 103
S.A.S, Medellín.

Reservados todos los derechos. Prohibida, sin la autorización escrita de los titulares
del Copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o
parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento.
A mis primos,
Clara Velásquez Nieto
1976 — 2001
y
Eduard Hernández Nieto
1975 — 2006
cuyos asesinatos siguen en la impunidad.

Murieron.
Y los responsables de estas muertes son los vivos.

Antígona
Patricia Nieto

El mismo río de los muertos es el que alimenta y


da vida
Por Cristian Alarcón *

La memoria no yace muerta y NN en el cementerio. La memoria


es una mujer que anda en un bus de Medellín a Puerto Berrío, en
un sube y baja de montaña y de calor húmedo. La memoria, en Los
Escogidos, de Patricia Nieto, es justamente esta escritora paisa con
mirada de nube, de árbol, de monte, cerca y lejos, adentro y afuera,
en un doble paso constante que la hace cósmica, incansable. La me-
moria de mi mismo, de mis antepasados, de nosotros los huérfanos,
de nosotros los que hablamos, y de los que callamos también, se le-
vanta y camina en esta crónica: porque la crónica es polifonía y voz
de todos, y porque la cronista escucha como nadie, pregunta con la
mirada, entiende el silencio y comprende el tumulto. Luego, con la
experiencia existencial de transformación de por medio, escribe.
El relato de los vivos que en Puerto Berrío escogen una tumba de
un NN para bautizarlo con su propio apellido y convertirlo en una
deidad personal capaz de hacer milagros o vengarse con saña, es, en
manos de Patricia Nieto, un río caudaloso como el Magdalena. En
ese acontecer, como el agua que avanza sin parar, la cronista deja
que veamos la experiencia vital del pez atrapado por los pescadores
y dominado con un solo golpe de martillo sobre el piso de un bote,

Autor de los libros de no ficción Cuando me muera quiero que me toquen cum-
bia, y Si me querés, quereme transa. Maestro de la Fundación Nuevo Periodismo
Iberoamericano. Director del Posgrado de Periodismo Cultural de la Universidad
Nacional de La Plata, Buenos Aires, Argentina. Director de la Revista Anfibia.

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Los est% lo Patricia Nieto

y la sombra helada de un muerto que se enredó en la red para ser está, puedo conversar un ratico con usted. Esa es la Patricia Nieto
encontrado y vuelto a nombrar. de este libro, la menos tímida de todas las que hayamos conocido.
La niña nacida en Sonsón, una de las tres hijas de un matrimonio Aunque no nos cuenta lo que fueron los regresos de esos viajes que
de maestros, la que siempre supo que sería periodista lleva años, mu- hizo para reconstruir la trama vital de un escenario funerario noso-
cho tiempo haciendo ese viaje ni tan largo ni tan corto entre la ciu- tros la vemos. Puedo imaginarla ida en sus pensamientos mientras el
dad y el pueblo que supo ser el gran puerto de barcos a vapor sobre carro o el bus cruza las quebradas de San José del Nus. Y puedo ver
el Magdalena. Y muchos más en el recorrido minucioso y paciente sus notas, de letra pequeña y obsesiva, con cientos de anotaciones
por las venas del conflicto colombiano, por las calles más angostas al margen, cambiando una y otra vez la sucesión de hechos y perso-
de los municipios más apartados. Su obra como cronista y su devenir najes, construyendo la trama como una telaraña sofisticada. Puedo
como maestra de cronistas se puede ver en los pliegues de este rela- también presentir la congoja, el sentimiento de estupefacción que
to y de estos personajes que solo ella parecería poder encontrar por llega después de una epifanía. Ese morir un poco que es comprender
más que nos los entregue como si fueran sus primos y los hubiera la herida, la cicatriz y el olvido.
conocido desde siempre. En este libro Patricia se lanza más allá de Hay en este libro una lista interminable de diálogos: conversaciones
los registros costumbristas de la crónica social y política colombiana: que van más allá de las que sostiene la cronista con los hombres y las
se atreve a un levantarse la falda riguroso y poético. En Los escogidos mujeres que adoptan ánimas para reconfortar sus vidas sitiadas por
el estilo es la estructura, y la voz el oído. La cronista se deja llevar la pobreza y por la violencia. Los escogidos dialoga con las grandes
por las preguntas que la asaltan, y propone un diálogo fluido nada obras universales del olvido y la memoria: los veremos en las marcas
menos que con los muertos. que como piedras que caen en el agua se diluyen en círculos concén-
"Yo pienso que no soy ni tan estricta como parezco, ni tan respon- tricos fugaces, colocados por la autora aquí y allá. Y dialoga de forma
sable como creen, ni tan sociable como se supone", dice la autora en menos evidente con algunas obras de arte y expresiones populares
una entrevista con un alumno de la Universidad de Antioquia, donde que mitigan con belleza el miedo, la matazón, la prepotencia. Allí
es profesora. En este libro ha debido ser todo eso y mucho más: ha está el artista colombiano Juan Manuel Echavarría que en su obra
sido estricta con sus notas, con sus cuestionamientos, con su espíritu Requiera NN tomó fotos a esas lápidas escogidas por los necesitados
laico y religioso al mismo tiempo, con su pelea interior por un saber y pintadas, adornadas, con sus flores y sus nombres inventados, y a
que va más allá de la pura experiencia del dolor. Ha sido responsable esas otras todavía NN: en un juego de ilusiones ópticas, como el de
hasta las últimas consecuencias con la misión del cronista: construir las tarjetas animadas de los ochenta, el que mira ve una y otra tumba
el relato de los otros sin abandonar jamás el relato de lo propio, no según se mueva: la epifanía es la manifestación de una ausencia en
en el sentido del uso del yo, sino en el sentido de poner las tripas en la retina, entre la sensación de un lejano recuerdo, y la familiaridad
el relato. Y por sobre todas las cosas, ha sido sociable. Se la puede de la estampa regalada en ocasiones, tras algún viaje. Los escogidos
ver, aunque apenas nos deje ver su figura delgada y el pelo lacio, el dialoga con las imágenes múltiples de la larga investigación visual
entrecejo cartesiano, la voz de terciopelo con la que dirá hola, como sobre la memoria colombiana hecha también de manera incansable

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Los e.slogL

por el fotógrafo Jesús Abad, y con la obra de Gabriel Posada y Yor-


lady Ruiz Magdalenas por el Cauca, una performance de duelo en la
que los artistas usan las imágenes y los recuerdos para nombrar a
los muertos en el cementerio, el lecho y las orillas del Río Cauca, al
que también van a parar los muertos de la violencia. I.
Patricia Nieto tiene múltiples vidas: es maestra, es una gran edito- Es un muerto del agua
ra, es una académica rigurosa que le toma el tiempo a la memoria
desde el análisis en una tesis doctoral que esperamos con paciencia,
es periodista, investigadora, musa. Esa condición anfibia la marca,
la vuelve original, y en este libro más que nunca. En Los Escogidos
nos hace comprender que el mismo río de los muertos es el que
alimenta y da vida, nos hace sentir no solo el dolor de los crímenes
si no el de la picadura de una raya y deja que comprendamos al en-
terrador que sepultó a 24 comandantes paramilitares. Y es por eso
que el libro que podría ser una nueva lista de desgracias sube por la
ladera de un monte difícil: rehúye la conmiseración, se deja llevar
por la naturaleza de los deudos, de los huesos, de los pueblos. En esa
posición compleja se entrega a la construcción de la memoria. Y lo
singular es que de manera sorprendente aquí la memoria aún en la
negación y el ocultamiento del desaparecido que ha sido enterrado
sin nombre en un nicho de nadie, también puede ser sueño, expec-
tativa, anhelo, especulación vital. La memoria de los que a pesar de
todos esos muertos, a pesar del río Magdalena y su caudal siniestro,
buscan con la mirada el horizonte: la memoria como la posibilidad,
como futuro. Los escogidos no es un libro sobre la muerte. Es un libro
sobre el futuro.

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Margaritas para un desconocido

En el pabellón de caridad las arañas tensan sus hilos de seda y solo


gorjea un pajarito. Las lagartijas atrapan crías de mosquito y las hor-
migas pasan como si fueran segundos. Escucho el canto bajo de mi
corazón y siento la tibieza del aire que respiro. En este inframundo
la vida hierve en la araña que engulle su propio telar; en el pájaro
que celebra el silencio perturbador; en el zancudo que escapa a la
lengua de la lagartija; en la hormiga que rompe filas; en la atracción
que sobre mi ejerce Milagros: una sucesión de letras negras y redon-
das escritas en el limbo inferior del paredón, a donde nadie llegaría
a depositar un beso.
Milagros me saca de la conciencia de mi propio cuerpo vivo. Al
acercarme a ese nombre sin apellidos y sin género, dejo de percibir la
sangre que palpita en mis sienes, la saliva seca en mis labios y el olor
de mi piel cuando sudo. Frente a la lápida amarilla, donde florece
una rosa de plástico, asisto a una historia suspendida en el clímax de
la intriga. Como no se conoce comienzo ni desenlace, el libreto está
hecho solo de preguntas: ¿Quién yace en la primera bóveda de este
albergue de los olvidados. De cuál linaje se desgranó sin dejar huella.
Cómo se llama el que allí se deshace mientras pasa el tiempo. Cuáles
palabras susurró o —quizá— gritó mientras le quitaban la vida. Quién
lo busca. Por dónde vagan los que lo lloran. Cómo llegó a este puerto
de cuerpos sin nombre?.
`Es un muerto del agua', dice alguien al pasar. Levanto la mirada
y veo a un hombre alejarse. Con las manos atrás, tendidas sobre la
cadera, sostiene un ramo de flores blancas. Lo veo ir hacia el fondo
del pabellón expuesto a la luz del medio día. Con el puño apretado
golpea tres veces una lápida de cemento. Lo escucho persignarse y

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Los escogidos
Patricio _Meto

luego hablar en tono confidente. No reza. Cuenta una historia mien- palabra que, revestida ya de oraciones, sella el vínculo de estas muje-
tras trata de encajar los tallos en los imperfectos del revoque. Acen- res con el anónimo que ocupa un nicho casi a ras de piso. Han escrito
túa los dramas del relato con gestos de boca y manos. La excitación `escogido' para anunciar su decisión de entrar en comunión con el
cede y entra en el silencio. Se sienta en el suelo, desgonzado. La espíritu de ese alguien del que no se ha dado noticia de su muerte.
muralla de muertos le sostiene la espalda, cierra los ojos y respira `Para qué ponerle un nombre si es un ene ene', pregunta una dama
hondo. negra que se desplaza con autoridad por el pabellón. Habla sola,
El hombre que descansa no me ve. O no le importa que lo con- como respondiéndose preguntas del pasado. No hay vacilación en
temple tendido ante su obra fúnebre. Margaritas para un escogido sus actos. Camina con los brazos un tanto separados del cuerpo
podría llamarse el cuadro que observo. Las flores bordean los cuatro como cuidándose. Toma una escalera con una mano mientras que
lados de la lápida pintada de celeste. Dos letras apenas dominan el con la otra sostiene flores y follaje. Trepa hasta el último peldaño y
plano y significan que allí descansa un desconocido. A los pies del allí, arriba, se aplaca su ánimo. Apoya la frente contra el muro y llora
hombre anónimo, mecido en su muerte por aguas del río Magdalena, sin agitarse. Las lágrimas caen suavemente por los pómulos. No hay
un sufriente descarga su dolor, su miedo y su esperanza. angustia ni desesperanza. Parece un llanto sosegado como el que
`Hay que tenerlo siempre en la mente y traerlo a la boca en todo viene cuando los malos tiempos han pasado.
momento', instruye una mujer a su hijita dispuesta a entrar en comu- Con el pulgar izquierdo, abrazado por una argolla que semeja una
nicación con los muertos. La niña, sentada con las piernas cruzadas enredadera, la mujer repasa los signos con los que distingue a su
como su madre, trata de ver a través de las rendijas a aquel que amigo sin nombre conocido: NN 1999. Descarga el punto final y se
deberá invocar en cada acto de su vida. Tomadas de la mano se dis- dispone a pegar flores sobre la lápida tinturada con el color de la be-
ponen a orar por las almas benditas después de quitar la suciedad de renjena. Recobra la fortaleza y en un monólogo prolongado repasa
una lápida abandonada. La madre apoya los codos en las rodillas y los sucesos de la semana porque es lunes de difuntos, día de arrepen-
con las manos sostiene un folleto deshojado. Lee oraciones viejas y la
timientos y de promesas. Al descender asegura que volverá porque
niña acosa a un sapito que entra y sale de la oscuridad de la bóveda.
su gratitud no tiene fecha de vencimiento.
Hay angustia en el rostro de la madre cuando se dispone a hablar en
intimidad. La niña se aleja saltando y trepa a las tumbas engalanadas Desde el pequeño jardín de los cactus, vecino de la parcela que fue
de los que sí tienen nombre. el muladar, el pabellón de caridad del cementerio de Puerto Berrío
semeja un caleidoscopio. Cuadrados iridiscentes se reproducen ante
Desde los cactus que custodian una suntuosa tumba en tierra sale
mis ojos por el efecto de la luz de las dos de la tarde. Amarillos,
la niña cuando la madre la apura. Le entrega un delgado tizón negro
ocres, magentas, índigos, púrpuras danzan sobre la superficie rústica
que sirve de lápiz. La hijita, en cuclillas, ensaya letras. Después de
observar lo escrito y repasar los trazos, la madre sube la niña a la de la sección destinada hace cuarenta años para los más pobres de
canastilla de una bicicleta y la empuja hasta salir a la vía polvorienta una tierra bañada en agua, sembrada de bosques, iluminada por el
por donde llegan todos los cortejos. Sobre el fondo blanco leo una oro, repleta de petróleo.

18 -II, 19
Los escogidos

A lado de los desheredados han encontrado lecho los cuerpos infla- No hay pepes en el río
dos, perforados, picoteados que el río deja en playas oscuras desde
1948 más o menos. Los pescadores se cansaron de verlos deshacerse
en jirones a la orilla del río. Hoy son colección y propiedad temporal
A media noche, la brisa es propicia para la faena. En el lance de la
de un pueblo católico que no solo los invoca a cada minuto. Los res-
familia López algunos remiendan redes y otros se hacen al agua. La
cata, les quita el lodo con tapones de esparto,' los nombra, los sepulta
embarcación es una canoa estrecha y alargada, labrada en el vientre
y adorna sus tumbas como queriendo señalar que la muerte hace
de una ceiba. Los pasajeros se acomodan uno detrás del otro. Ningu-
vibrar la vida. Se les somete.
no lleva chaleco o flotador. Camisetas raídas y pantalones cortos son
No hay lunes sin misa de difuntos, sin oración por los sin nombre. la única indumentaria. No hay joyas adornando los cuellos, anillos
Escucho a la multitud implorar a Dios por todos los que han muer- rodeando dedos, o relojes para ver como minutero y segundero se
to en su misericordia. Repaso la tumba de Milagros: plana, tersa. alinean a las doce. Lámparas aseguradas con elásticos a las cabezas
Pienso en escogerla. ¿Será frío el vínculo con los muertos. Con cuál de los pescadores son su única dotación. Los pies se hunden en el
lenguaje se les hablará. Por qué tatuar mi mente con la presencia se- fondo mohoso de madera expuesta a la intemperie. El capitán, sin
vera de un ene ene. Podré sobrevivir a la certeza de jamás conocer el más distintivo que su voz de lobo viejo, ordena navegar.
origen de ese que no me habla. Seré capaz de conversar con el ánima
Las bombillas que dan luz sobre el puente que une a Berrío con
de un desconocido. Soportaré la familiaridad con el más allá. Tendrá
Olaya me ayudan a ver las orillas del gran río por el que nos interna-
calma mi ser después de imaginar de mil maneras su minuto final. A
mos ahora. El agua del Magdalena es insabora y tibia aunque ahora
quién amaré cuando lo invoque. Podré compartir el espacio con los
el viento trae una lluvia fría que aporrea mi cara. Saúl Polo, el capi-
espíritus. Para qué ingresar en el mundo de los muertos de la guerra
tán de 65 años, ha escogido el centro de los quinientos metros que
arrullados por el agua?
son su línea de pesca para detenerse. Ciro Bedoya, 24 años en el río,
Desisto. tira la cuerda de la que pende un peso de plomo para anclar. Wilder
Sierra, que aprendió primero a nadar que a caminar, mantiene la
posición remando a veces. Y César, de 12 años, se lanza al agua para
estirar la red y asegurar sus extremos con cubos pesados para que no
la arrastre la corriente.
Tres siluetas delgadas de pie en la canoa y un niño flotando a la es-
pera de que caiga la presa, es lo que veo. Lo demás son aguas oscuras
que se iluminan con los rayos de una tormenta lejana. No se escuchan
los truenos. Saúl, Ciro, Wilder y César no necesitan verse ni hablar
para entenderse. Vigilan el agua. Atentos al cambio de la corriente,
Así bañaron a Esteban en "El ahogado más hermoso del mundo".

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Patricia Nieto
Los escogidos

al aleteo, al revolcón en la profundidad. Giran las cabezas hacia el vuelto un nudo. Lo descargan en el fondo de la embarcación. Ciro
punto de la novedad y los farolitos dejan ver las huellas de alguna desenvuelve las cuerdas, y dice que le gusta asegurar la pesca.
caza en el agua. Sin noticia regresan a sus pensamientos remotos, a A mis pies un ser del río abre y cierra la boca. Lo examinan con la
su silencio imperturbable de hombres del río y de la noche. luz de las tres lámparas y confirman lo que el tamaño predecía. 'Es
`El agua seda', recuerdo a una isleña diciéndolo frente al mar. Apa- una bagre', dice Wilder. Saúl me da las gracias por traerles la suerte
cigua, serena, calma debería concluir al ver a los tres pescadores y al encarnada en los 28 kilos de una hembra formidable. Ciro procede a
niño buzo esperando, atentos, el ajetreo de un pez al tratar de libe- inmovilizarla para que la canoa no zozobre con su lucha de pez fuera
rarse de la red. Comienza abril y hace una semana debieron colgar del agua. El niño vuelve a su trabajo de vigilante anfibio y los otros
las redes para no interrumpir el ciclo natural del apareamiento. Me dos a atisbar desde popa y proa. Ciro acaricia la piel fría y cerosa del
animal. Me confiesa que no le gusta ir a bordo, sino permanecer en
han contado que los peces bajan desde Honda rumbo a las ciénagas
el agua entendiéndose con los bocachicos que saltan como atletas y
que forma el Magdalena antes de encontrarse con el mar. Las hem-
brillan como monedas de plata.
bras, en la flor del río, descubren su aparato reproductor y los ma-
chos con apenas un roce fecundan los huevos, explican los pescado- `La pesca no siempre es buena', dice Ciro buscando mis ojos. To-
res. En invierno, como ahora, las aguas turbias protegen las larvas. davía era un niño cuando el río dejó de parecerle el paraíso. Sintió
Las arrastran hacia tierras anegadas donde quedan a salvo mientras que la red se templó y con solo mirar a su padre supo que debía
crecen y se aventuran por la corriente del río más largo de Colombia. sumergirse, nadar hasta el punto de tensión, valorar la presa y subir
Entonces será tiempo de subienda y Saúl recordará la feliz jornada para dar aviso. Lo visto no le pareció conocido. Se acercó, lo palpó y
de 1957 cuando pescó 300 arrobas de bagre con apenas un chincho- supo que no era piel de animal de río. Con solo tocarlo, las carnes se
deshacían. Lo rodeó a nado y lo exploró. Era el cuerpo de un hombre
rro. Pero hoy es víspera de veda y no quedan casi presas en el río.
boca arriba, desnudo, con la cabellera revuelta y los dedos descarna-
La lluvia arrecia. El viento mece la canoa y el silencio de la madru- dos. Solo en la superficie, cuando recuperó el aliento, se dio cuenta
gada se impone. Agacho la cabeza para no ver la corpulencia del río de que lloraba como el niño que era. Se echó a flotar y lloriqueó mi-
que sacude la embarcación. Una voz casi extinguida anuncia que hay rando el cielo, de espaldas al agua que lo arrastraba. Después de un
pesca. Abro los ojos cuando ya César ha vuelto de la profundidad suspiro hondo, retornó al seno del río con la pena de haber perdido
para anunciar que se trata de un pez grande. Lo ha visto pese a la os- la inocencia. Liberó el cuerpo de la red y dejó que la corriente se lo
curidad aguas abajo. Los hombres maniobran un extremo de la red. llevara.
El niño vuelve al agua. Me explican que va a conducir el animal has- En Puerto Berrío está prohibido pescar los muertos del agua; que
ta nosotros. Al sumergirse no deja ni una estela. Parece un animalito alguien les de sepultura, que alguien, incluso, les llore. 2 Ciro lo sabe
de agua. No hay aspavientos. Solo miradas fijas en la corriente. Wil-
der dirige su lámpara a la superficie, ubica a César y lo guía con un
rayo tenue. A la voz de tres, los hombres levantan el manto de la red 2 La prohibición de sepultar a Polinices en Antígona.

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Los escogidi)s
Patricio Nieto

desde la primera noche que se hizo al río y ensayó a orientarse en Paso sobre los cuerpos. Veo el hilito de sangre que cae al río. Me
la oscuridad hace más de 24 años. Sus tíos escucharon la orden por dirijo a la ramada donde Harold López enreda pitas y se protege de
boca del abuelo hace 40 años. Y al viejo se lo advirtieron hace 63, la lluvia. Descubre el pasmo en la severidad del cierre de mis labios.
cuando el río se convirtió en el cementerio de los asesinados en ca- Pregunta si me gustó el viaje. No aparta la mirada de sus puntadas
seríos chiquitos como Aipé, Purificación, Suárez, Flandes, Nariño, en la red. Pienso en la canoa arrullada por el río, en los rayos refleja-
Alvarado, Beltrán; y en pueblos grandes tipo Neiva, Natagaima, Es- dos en el agua, en la serenidad del capitán, en el silencio, en la brisa,
pinal, Girardot, Puerto Salgar, La Dorada, Puerto Triunfo, Puerto en la lluvia. De pronto le pregunto si ha encontrado muertos en el
Boyacá, Puerto Berrío. río. Me responde con la mirada directa de sus ojos aguamarina.
Desde hace veinte años los hombres apostados en las orillas del Harold vuelve a su tejido y me cuenta que en Puerto Olaya, un
Magdalena repiten la historia de José Rodolfo Acosta como si fuera pueblo que no era más que tres calles, una tienda y un billar, el amor
una parábola. La escuché esta mañana en un café vecino de la iglesia se aprendía a la sombra de los árboles, en los pesebres, en las playas
y ahora presto oído a cómo la relata Ciro. Le contaron que Acosta sa- que forma el río. Entonces, a una playita de arenas blancas y suaves,
lió con un amigo a pescar un domingo en la mañana. Al momento de que solo aparece en verano, se fue con su noviecita niña. Jugaban a
tirar el plomo, en una revuelta del río cerca a Puerto Triunfo, Acosta tirar piedras al río y a seguirlas hasta donde los ojos fueran capaces
sumergió el remo y en lugar de arena sintió un lecho blando, como de verlas cuando el agua les trajo, casi a los pies, un saco de cabuya.
de algodón. Al mover la pala, cuerpos humanos recién asesinados Él, muchachito valiente, capaz de dominar peces grandes y de atra-
salieron a flote. Dicen que las extremidades desmembradas todavía par pequeños, hurgó el paquete con una vara. La bolsa se deshizo
sangraban. Los pescadores fueron testigos del horror que espanta, como si estuviera tejida con hilos de bejucos verdes. A la vista que-
enmudece, paraliza. Un día después cuando recobró la voz, Acosta daron los zapatos de colegial del niño que viajaba adentro. 'Ayúdelo
denunció lo visto. Veinticuatro horas más tarde, el 25 de septiembre a embarcar', le dijo la novia niña del mismo modo que hablaba su
de 1991, lo mataron con la carga de un fusil. padre cuando le advertía como sortear lo inevitable: el encuentro
con un muerto del agua. De nuevo la corriente hizo su trabajo.
La voz seca de Saúl, llama a Ciro. El capitán, al controlar a un
bagre macho, ha decidido recoger la red, levantar el plomo y vol- `Al río le agradezco el alimento de toda la vida', exclama Saúl para
ver a la orilla. Lo hacen con parsimonia y sin bajar la guardia para romper el silencio que se suma a la oscuridad de este caserío sin
no alterar el ritmo solapado de las aguas que bajan. Los remos no energía eléctrica. Sus palabras devuelven el tiempo más de medio
salpican ni chocan. Se deslizan y empujan la canoa sin apuros. En siglo cuando los niños nacían sabiendo pescar con redes fabricadas
tierra, sobre una empalizada descargan las presas. A la hembra no por los abuelos. Entonces vendían la arroba de bagre a cinco pesos.
le dan tiempo de sacudirse. Dos hombres la sostienen mientras que No usaban dinamita, ni redes de fibras importadas, ni tóxicos que
otro le descarga un martillazo en la cabeza. Al macho, simplemente matan huevos y crías. Él fue uno de los niños que entró a las aguas
le quiebran la mandíbula. del Magdalena con apenas horas de nacido y por eso no recuerda su
Los escogidos Patricio Nieto

primera inmersión, ni el tamaño de su primera red, ni su primera culebra; el chango salvado de las redes porque no es apetecido en
jornada de pesca. los mercados; la tota, apodada la manicurista, experta en rebanar las
cutículas y los padrastros de manos y pies de pescadores y bañistas;
Harold sí repite la lección. 'Lo primero que aprendí fue a hacer
los fenómenos sin ojos o sin aletas o casi transparentes; y los pepes,
caso' porque el río tiene su lenguaje para comunicar el cambio de los
enormes, arrastrados por el río con un tiro de gracia en la frente.
vientos, de los remolinos, de los bajos. Eso se descubre mirando el
movimiento de las aguas, el vuelo de los gallinazos, la danza de las Una vez palpados o vistos, los pepes no se olvidan. Si van entre
nubes, el canto de los árboles, las indicaciones de los mayores, las las aguas y se quedan en la red es porque les han cambiado vísceras
experiencias propias. Una noche se fue a pescar vestido apenas con por piedras para que viajen a ras del fondo y nadie sepa que van por
un jean que le llegaba a las rodillas. Se tiró a las aguas y sintió que ahí. Si flotan, aunque sea en pedazos, es porque llevan un mensaje
su cuerpo se oponía a la corriente cuando el botón del pantalón se que anticipa el horror que sobrevendrá a quienes no obedezcan las
engarzó en una rama. Pasó un minuto antes de que pudiera desnu- órdenes de los amos de la guerra. Una vez, les digo, vi un cadáver
darse para salvar su vida. Otro día, quedó enganchado a un hilo de la flotar coronado por un gallinazo con las alas extendidas como si fue-
atarraya por una argolla de latón que llevaba en el dedo del corazón. ra una bandera. 'Hace un mes bajó uno', dice Harold. 'Ander pasaron
Después de forcejear con pita, argolla y dedo logró llegar a la orilla tres', actualiza Saúl, y agradece que esta noche de tormenta no hubo
con la mano bañada en sangre, sin argolla y con el dedo desgarrado pepes en el río.
ya de carnes. También sabe Harold como duelen los oídos cuando
baja al fondo del río y se entretiene asegurando la red o mirando
cosas extrañas del mundo subacuático. De allá regresa con la nariz y
las orejas convertidas en ríos de sangre.
`iDolor?... el que deja la picadura de una raya', dice Saúl. Cuenta
que siempre chuza el cuerpo cinco, seis, siete veces con una rapidez
que no parece propia de un animal de cuerpo plano, circular, dotado
con una cola robusta, pesada. Chuza y se va por donde vino mientras
que el pescador herido debe salir del agua porque el dolor se le hace
insoportable. Harold y Saúl recuerdan sus propias heridas, se buscan
cicatrices en las piernas, en los glúteos, en la espalda. Y traen a la
boca a otros animales del río: el barbudo, afrodisíaco y delicioso al
paladar; el mata-caimán lleno de puyas y armado con un alicate; el
bagre-sapo tan desagradable que no se ve bien en ningún plato pese
a que dicen, quienes se han atrevido a probarlo, que no sabe mal;
la yumbila que se desplaza con su largo cuerpo como si fuera una

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PG, In,:la Mielo
Los escogidos

estudiante de medicina y pasaba sus vacaciones con los mismos tíos,


El Bautista en las mismas orillas, en el mismo río de la infancia. Simplemente
pescaba. Acodado en una piedra sostenía la caña y miraba el agua
marrón que pasaba serena. De repente, desde el lecho se desprendió
`Sobre la mesa de la morgue todos somos iguales'. Dice Jorge Pare- un zumbido que creció hasta convertirse en estruendo al romper la
ja, forense que durante una década examinó a todos los muertos de superficie y liberar un esperpento. Los más viejos guardaron silencio
Puerto Berrío. Pero los cuerpos desconocidos son, sin duda, los más porque la escena les era cotidiana, pero Jorge no pudo quitar la mi-
silentes y sombríos. Nadie habla ni pregunta por ellos. Solo sus car- rada de la yubarta que se le acercaba empujada por el agua. Dos mi-
nes desgarradas tendidas sobre el mesón pueden ayudar a saber si nutos después pasó frente a sus ojos, desaliñado, desencajado y des-
era hombre o mujer, joven o anciano, alto o bajo, grueso o delgado, compuesto, un muerto del agua que no tardaría en ser depositado en
negro o indígena. A calcular si lo dejaron sin vida ayer, seis días atrás su mesa de forense del hospital La Cruz o del cementerio local.
o hace más de un mes. A descubrir si antes de matarlo le quemaron Pareja ve lo sublime en lo que a mí me espanta; sabe que hay vida
las palmas de los pies, lo sumergieron en agua, o lo fuetearon con en la muerte. 'Abra ese cuerpo para que vea la belleza', me dice
cables cargados de energía. A revelar si lo asesinaron a disparos o a simulando que soy una de sus estudiantes de anatomía. Y pasa a
cuchilladas. A averiguar si después de muerto lo descuartizaron, le la cátedra. El cuerpo muerto arrojado al río se va a la profundidad
abrieron el vientre, le sacaron las vísceras, le amarraron a las costi- donde el agua fría lo conserva por algunas horas. Y en esas horas
llas una bolsa cargada con piedras, y lo tiraron a las aguas del río las bacterias, que no han muerto, convierten el abdomen en un gran
Magdalena. A saber quién es ese al que bañan con el poderoso cho- flotador repleto de gases. De allí la energía con la que ese cuerpo
rro de agua que bota una manguera. emerge con los brazos y las piernas abiertas. Y así, me dice el médi-
Quién es: se pregunta el forense frente al muerto del agua. Jorge co, llega a la morgue.
Pareja conoce como nadie los surcos de esa pregunta. Un camino de- Muchas veces, entre 1998 y 2008, Jorge Pareja les habló a los muer-
bería llevar a conocer la identidad: nombres, apellidos, edad, lugar tos del agua antes de empezar las autopsias. Dice que lo hacía para
de nacimiento, ocupación; y otro, no menos azaroso, a saber cómo romper el hielo, por respeto al cuerpo que es un hombre con historia,
era ese cuerpo en vida y cómo se ha comportado en la muerte. 'Es para sentirse autorizado a proseguir. Abrir el cráneo y ver. Abrir el
asombroso que un cadáver viaje doscientos kilómetros y llegue en tórax y ver. Desprender la piel y ver. Desgajar el músculo y ver. Lim-
condiciones de ser examinado', dice Pareja y procede a describir la piar las costillas y ver. Desarmar la columna y ver. Ver la huella del
imagen que todavía lo perturba como médico, como forense, como proyectil en el occipital izquierdo, el corte del cuchillo atravesando
hombre que todos los días se enfrenta a la muerte en carne y hueso. el riñón, el talión de la sierra a la altura de la ingle, el proyectil alo-
Pasaba su tarde de domingo, libre de turnos en la morgue, pescan- jado en una vértebra, el paso del machete por la tráquea, el corte de
do en el río Magdalena. Pescaba como cuando era niño en Puerto la navaja en el abdomen. Ver para saber cómo lo mataron. Ver para
Berrío y sus tíos lo llevaban a la orilla, pescaba como cuando era `reconocer el sufrimiento en el momento de la muerte', dice Pareja.

28 -t. 29
Los escogidos Patricia Nieto

Y proseguir. Buscar entre los pliegues, si todavía hay carnes, o entre Encargó un plano del pabellón de los olvidados y marcó cada tum-
los huesos para tratar de saber quién es el que irá al pabellón de los ba, de esa maqueta de cartón, con los datos oficiales que la devoción
olvidados. popular ocultó. Cuando comprobó que el sepulturero y los fieles de
Antes del año 2004, proseguir era tomar huellas digitales si los ani- los difuntos cambiaban los cuerpos de lugar, entró en cólera. Ordenó
males del río no habían devorado las yemas junto con labios, orejas y tumbar lápidas para encontrar los restos extraviados, los devolvió a
puntas de nariz. O impregnar un trozo de tela de garza, la misma de su nicho, y logró que pabellón, maqueta y archivo coincidieran efec-
los pañales, con algo de sangre y guardarla en la nevera con la espe- tivamente. Luego se reconcilió con los vivos y entró como un jugador
ranza de que llegara viva a la prueba de ADN. O retirar un canino y más de ese ajedrez anárquico. A cada tumba le dio un nombre que
guardarlo en la misma nevera a la espera de la misma prueba tardía. sirviera como clave secreta en caso de que una familia desesperada
O cortar cinco centímetros de fémur y meterlo en la misma nevera llegara al puerto en busca de uno de sus muertos. Es a Pareja a quien
con diente y pañal. se le debe la bella letanía de nombres —Nelson Noel, Nevardo Neva-
do, Nancy Navarro, Narciso Nanclares, Narana Navarro— con la que
Después de esa fecha, la de la expedición de la Ley de Justicia y
protegió las identidades perdidas de los ene enes de Puerto Berrío.
Paz, el aparato judicial de Colombia impuso la cadena de custodia de
la prueba. Dictó instrucciones para manipular los indicios materiales ¿Quiénes son ellos? me pregunta. Sé que se refiere a los muer-
relacionados con un delito; y un cadáver es uno de ellos. En conse- tos anónimos enterrados en su pueblo, a los que vio en su mesa de
cuencia a las morgues remotas llegaron protocolos fotocopiados y forense, a los que veló como un custodio, a los que quiso nombrar
tarjetas FTA para tomar, purificar, archivar y conservar las muestras como si fuera el que bautiza. Cómo no puedo responderle, le pre-
de ADN obtenidas de los muertos y de los vivos. gunto de dónde llegaron los ene enes, quiénes los convirtieron en
carnes sin ascendencia, por qué les quitaron la vida, el nombre, el
Fue entonces cuando el pabellón de los olvidados se convirtió en
apellido. Entonces indaga en mi mirada y casi dice que no va a res-
tablero de ajedrez para el doctor Pareja. Él, escrupuloso en su labo-
ponder. Se aleja, sin decir palabra, por los pasillos grises y lustrosos
ratorio de cuchillos oxidados, cubetas curtidas, seguetas desdenta-
de la morgue de Medellín en busca del cadáver de un adolescente
das y claustrofóbico como una tumba, no podía saber porque los cua-
que debe ver.
drados blancos y grises de su tablero amanecían teñidos de amarillo,
ocre, magenta, índigo, púrpura, cian, turquesa, zafiro, malva, coral,
oro, esmeralda, lavanda, ámbar, naranja, salmón o violeta. Él, con-
vencido de que la vida eterna está en la genética, no quería entender
porqué los devotos echaban color sobre las series de números y letras
que serían, a la postre, las claves para acceder a un cuerpo en busca
de su identidad. Furioso, llamado a rendir cuentas por la Fiscalía que
lo cuestionó por dejar que las tumbas de los ene enes parecieran la
carpa de un circo, perdió el sueño durante semanas.

.! 30 t. 31
Patricia Nieto

Nadie los lloró Barcos fantasmas que atracan en una playa, en una raíz o en una
atarraya de donde son salvados y entregados con dolor y espanto a
Pacho; el dueño de los sin nombre.

Sentado sobre la cubierta de una limusina cobre, más de mil veces `Siempre recuerdo los detalles', enfatiza Pacho. Repaso la talla de
encerada, Francisco Luis Mesa Buriticá disfruta de la brisa. Un vien- las dos medallas que custodian su pecho. Una es María Auxiliadora,
to suave refresca la noche de este paraje acostumbrado a 27 grados la patrona según me explica. La otra, un soberbio crucifijo de oro y
centígrados aún a la hora del crepúsculo. Pacho no lleva zapatos plata. Él siempre pregunta por las pequeñas marcas del cuerpo que
cerrados ni cuellos altos. Con los pies al aire, pantalón caqui y una alguien busca. Un escapulario amarrado al tobillo, un anillo con el
camisilla de sisas holgadas se expone al silencio de esta hora extraña rostro de Jesucristo, una camándula prendida al cuello; un delfín
tatuado en la espalda, una rosa en un seno o una espada en una pier-
cuando el día muere para que la noche viva.
na; una correa rematada con la imagen de un cóndor en la chapa,
Es la hora que más se le parece, pienso cuando me le acerco. Cuál cinco agujeros en la oreja derecha o una perforación en la lengua.
otra puede ser la luz esencial para un hombre capaz de recoger
muertos ajenos solo por misericordia. El amanecer puede llevar a A veces alguna señal particular dispara el recuerdo y Pacho activa
la manía, pienso, y ese no es el estado propio de un enterrador. Al su obsesión. Busca notas en libretas viejas, va a las fotografías que
medio día, el sol calcina las riberas del Magdalena Medio y la gente tomaba cuando la ley no se lo prohibía, esculca la caja llena de co-
se pone bajo techo pese a la ansiedad de volver al comercio, a la rreas y zapatos que conserva de otras décadas, se aísla para repasar
escuela, a la plaza, a la atarraya. La noche joven se me hace el mo- sus antiguas sensaciones y, a veces, logra hasta decir el número de
la bóveda donde enterró a aquel indefenso, a merced de los demás. 3
mento sereno de los capaces de entregarse al prójimo y sentir con él
Cuando eso pasa, el alma de este hombre fuerte, de carácter y de
su extremo sufrimiento.
cuerpo, se llena de regocijo. Una fiesta que goza solo en la intimidad
Pacho está en su hora, sin duda. Lamento interrumpir su contem- de sus pensamientos porque no es gente de misas ni de bares.
plación. Pero él me sorprende con un apretón de manos fuerte y una
voz que quiere expandirse por toda la región aunque solo yo la es- La dicha de esa hora solo es comparable con la de sepultar a un
cucho. Aprendió a hablar bajito sin perder el vigor. Llegó a ese tono muerto vagabundo. 'Yo lo meto a la bóveda y descanso', cruza los
para que las paredes no lo escuchen. Para que las mujeres errantes brazos en señal de que hasta ahí llega su trabajo. Pacho va hasta
confíen en las noticias que él puede darles de los cadáveres lacera- donde le indiquen que hay un cadáver abandonado en jurisdicción de
seis cabeceras y treinta y cinco veredas. Casi nada lo detiene. A pleno
dos, tiroteados, desmembrados de sus hijos.
sol o ya entrada la noche, va a cumplir un deber por el que jamás
En veinticuatro años como propietario de la Funeraria San Judas, recibe recompensa material: enterrar a los muertos sin nombre.
Pacho dice haber puesto sus manos sobre 786 cuerpos de personas
sin identidad conocida. Gente de las acequias, de las ciénagas, de
los pozos, de los riachuelos, del río Magdalena. Muertos del agua. 3 Así contempló Thomas Lynch a su padre muerto en El Enterrador.

32 -.1 33
Los escogidos Patricia Nieto

`Yo contemplo el cuerpo de un ene ene y me pregunto qué necesita. a los pasajeros del bus, conducido por su amigo asesinado, desalojar
Él necesita una sepultura', se responde Pacho y procede a levantarlo el vehículo. Buscó entre los curiosos y encontró al hombre que le
del lecho de la muerte. Desde la playa, el potrero, la zanja, la vía o ayudó a clavar cajones rústicos y a empacar en ellos a los muertos.
el puerto lo transporta en limusina, canoa o caballo hasta la morgue. Los metió en el maletero, dio encendido al carro, dobló sobre la vía y
Frente al rostro del difunto no se pregunta cuáles fueron sus ideas regresó a la ciudad por la carretera coronada de neblina.
ni sus oficios. 'A él nadie lo lloró', me explica. Pacho está ahí para Durante las horas que siguieron, Pacho actuó dirigido como por
componer al menos sus facciones. 'Lo limpio, lo afeito, le cierro los un motor en modo de automático. Dejó los cuerpos en manos de las
ojos y la boca,4 lo amortajo, lo conduzco al cementerio, lo meto a la autoridades, condujo a la hija de su amigo para que reconociera el
bóveda y ruego que descanse en paz', simplifica. Dirige su vista a un cuerpo del papá. Contactó funeraria, decidió forma y color del ataúd,
muchacho que vocifera por teléfono al mando de una motocicleta. eligió el protocolo del cortejo, desfiló en el funeral, abrazó a la niñita
Al interlocutor le quedó claro que si no cumple, en menos de veinti- huérfana, suplicó por el descanso eterno del alma de los fieles difun-
cuatro horas es hombre muerto. tos. 'Entre jueves y sábado se hizo esa obra', afirma. El domingo no
`No he visto ni oído', parece decirme Pacho al regresar a la conver- descansó. Prestó su primer servicio como funerario profesional.
sación como si la pausa se tratase apenas de un punto seguido. 'Hace Desde entonces no ha dejado de sorprenderse de la condición hu-
treinta años metí al primero en un ataúd', testimonia. Fue un 29 de mana. Incluso hoy, sobre la cima de sus tres décadas en el oficio,
diciembre el día que el oficio de funerario le sobrevino contundente, habla del muchacho que enterró por caridad hace apenas dos días.
en forma de tragedia. Viajaba entre Medellín y Maicao. Ya rodaba El chocoanito se murió sin alharacas. Sin disparos que rompieran la
por la planicie que es Tarazá, después de superar los riscos de Mata- tranquilidad de los durmientes, sin cuchilladas que lo obligaran a
sano, Don Matías, Santa Rosa y Yarumal. Sentía el viento cálido que doblarse mientras que su sangre manchaba las aceras. El negro que
peina las aguas del río Cauca al extenderse sobre el valle, cuando lo llegó a Puerto Berrío hace años sin decir su nombre ni hablar de su
sorprendió un nudo de gente que invadía la calzada. Sobre el pavi- pasado, estuvo en la cava de la morgue trece días con sus noches. A
mento vio los cuerpos sin vida de tres hombres. Se acercó sin caute- dónde iba a ir ese ser sin lecho propio, sin madre que lo llorara, sin
la, llevado por su energía natural de hombre de acción, y reconoció sobrinos que lo cargaran, sin novia que lo perfumara.
entre los muertos a uno de sus grandes amigos.
El chocoanito permaneció en el nicho de hielo a la vista de medio
`Ese día me encontré con la necesidad', reconstruye. Miró el paisaje pueblo. Las autoridades buscaban que alguien diera nombre, apelli-
de rostros atemorizados, paralizados en un silencio impenetrable. do, domicilio, edad; identificación. Muchos lo contemplaron en su
Comprendió la soledad de los muertos abaleados lejos de casa y acep- hora final. Repararon sus facciones y dijeron que sí era el chocoanito.
tó que a él le tocaba el oficio. No había indicios de autoridad. Ordenó Todos lo conocían, pero nadie sabía su nombre, el que pronunció un
cura al momento del bautizo, el que registró su madre al dejarlo por
primera vez en la escuela.
4 Lo mismo que Thomas Lynch hace al cuerpo de su amigo Milo en El Enterrador.

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Los escogidos Patricia Meto

A su presencia llegó Pacho, llamado de urgencia por el forense. Se ha recorrido kilómetros asolados por la guerra. Senderos enmon-
ocupó de lavarlo y de amortajarlo. El también lo conocía solo por el tados, casas quemadas, fondas abandonadas, escuelas destechadas,
apodo, de manera que no pudo decirle Luis, Pedro, Juan, Samuel potreros enmalezados; es lo que Pacho ha visto en sus largos viajes
o Ignacio. Lo mimó con especial ternura, lo guardó en un cajón de de funerario custodiado por las benditas almas del purgatorio. 'Son
madera sin cepillar, lo montó a su limusina y lo condujo a la última serviciales', dice, y muy estrictas. Con ellas, incorpóreas, no se puede
morada en la sección de los pobres del cementerio parroquial. En- jugar porque todo lo conocen, hasta los pensamientos.
terró el muerto: echó sobre su cuerpo árido polvo y cumplió los ritos
`Les gusta despedirse', explica. Se hacen ver de la gente que quisie-
necesarios.5 En el pabellón de los olvidados, el chocoanito es un ene
ron para enterarla de que ya han dejado el cuerpo. El ser humano,
ene más.
continúa Pacho, tiene la misma virtud que la flor: `capulla, botonea,
En este caso, como en los de todos los muertos pobres o anónimos florece, marchita y cae'. Cuando el cuerpo cae, el ánima se presenta
del puerto, Pacho cubre todos los gastos, menos el del ataúd que es por medio de impresiones, apariciones, para despedirse de la gente
compromiso del gobierno local. Cuando estira sus dedos largos para que quiso. 'Por eso no hay que tenerle miedo a las ánimas. Ni siquie-
echar cuentas exhibe sus joyas: dos argollas de oro con crucifijos, ra cuando se conocen sus pecados en vida', dice él que ha enterrado
una de ellas en el meñique izquierdo; un gran ónix cuadrado en el a veinticuatro comandantes paramilitares y a cinco jefes de las Con-
dedo mayor derecho; y una más en el anular que es, concluyo para vivir. 'Los he tenido en mi mesa de trabajo, los he amortajado, los he
no distraerlo de su mundo de las cifras, un cuarzo transparente. 'El conducido al cementerio', repasa. Nunca se le han presentado como
procedimiento, el plástico, la metida al cajón y el cortejo en la limu- seres del infierno, en ningún tiempo le han quitado el sueño, y jamás
sina pueden costar doscientos mil', calcula Pacho. Lo demás no tiene de los jamases se le han aparecido penitentes, agobiados por la sed.
precio: la flor que se toma del mismo campo santo, la oración que
encabeza alguna devota de las ánimas, el funeral exprés que oficia el Sobre lo que pasa al otro lado de la vida, parece decir, los encarna-
cura, el rezo que Pacho masculla por el eterno descanso de un alma dos no tenemos explicación científica. Pero lo cierto, según su creer,
que emprende solitaria el camino hacia la presencia de Dios que la `es que quienes mueren mal quedan por ahí, deambulando, en psi-
juzgará. cosis'. Entonces habla de los miles de muertos que arrastra un río en
su eterno movimiento. 'Desde 1965, Colombia le tira muertos al río',
`Es difícil darle trascendencia al tema del paraíso', dice Pacho para
ilustra. Según sus cálculos de experto en estadísticas de gente dego-
no exponer sus creencias. Solo afirma que las ánimas, sus mejores
llada, descuartizada, fusilada, acuchillada, todos los días veinticinco
amigas, son compañía, protección y lealtad. Y se explica. Cada vez
cuerpos caen al río como a una fosa común. 'Si fuéramos ahora, nue-
que emprende un viaje pasa por la puerta del cementerio, abre las
ve de la noche, a prestar guardia veríamos pasar varios hacia Bocas
cuatro puertas de su carruaje y las invita a pasar. Ellas acuden al
de Ceniza', me reta. 'Pero ese que baja ya no nos importa', se queja.
llamado y, aunque son invisibles forman multitud. En su compañía,
Quién va a dejar el arrullo de la mecedora, la adorable charla de
El Guardián revela como alguien dio sepultura al cuerpo de Polinices en Antígona. vecinos bajo el fresco de la nochecita, la partida de billar donde se

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Los escogidos

apuesta el honor, el tablero de ajedrez sobre el que se define el com- Los niños del balón y del fusil fuimos los muertos
bate, la serenidad de esta noche amenizada por las chicharras para
ir en busca del muerto que no se le ha perdido. Tal vez solo Pacho
se siente mal por no hacerlo. 'Si yo fuera diario al río, sacaba tres o
cuatro', hace cuentas. 'Y si tuviera un bote con motor... ni te digo', Al promediar los años 60 la guerra era un juego para los niños
aprieta los labios y mueve la cabeza como diciendo que no le da para de Puerto Berrío. Braulio Carrasquilla retrocede casi cincuenta años
los cálculos. en busca de las respuestas a las preguntas por los ene enes. Me
parece que cierra los ojos para verse en la casa de su infancia cuando
`En cinco minutos, un cadáver recorre un kilómetro por el río', está
aprendía a juntar letras y no era todavía líder estudiantil ni sobrevi-
seguro. Si tuviese una lancha, los pescadores se propondrían darle
viente del Movimiento Obrero Independiente Revolucionario MOIR.
aviso en cuanto divisaran el promontorio oscuro y sigiloso. 6 Y él, se
animaría a rescatarlo apenas un poco más abajo. Lo detendría con Me parece que abre los ojos cuando encuentra una imagen revela-
dora. 'Los niños jugábamos fútbol y pasábamos las vacaciones con el
palos, ramajes y sogas. Lo alzaría con sus brazos de hombre de río.
Lo acomodaría en su nave tapizada de flores. Le cubriría el rostro ELN', dice y sonríe como quien ha encontrado la primera imagen de
la historia que está por deshojar.
con sus manos de funerario antiguo. Le diría al oído que llegó a casa
y lo llevaría a tierra. Pero no hay canoa ni bote ni motor. Jugar fútbol se parecía a aprender a bailar con la Sonora Matancera,
a fisgonear en el Cabaret Hermanos, a esperar la llegada de los bar-
Ni ganas, le digo. cos para ver hombres con zapatos negros y blancos, a perseguir a los
Asiente. jugadores paraguayos que se hospedaban en el hotel Magdalena, a
Y comienza a recitar la llamada cadena de custodia que le prohíbe gatear a las mujeres rusas y cubanas que buscaban las sombras y las
auxiliar a ese desventurado, a quien le arrebataron la identidad en brisas, a ir a la misma escuela con los niños ricos, a recibir un reloj
el momento del asesinato clandestino y va, inexorablemente, a per- Orient como regalo del compañero de pupitre. Y para Braulio, en
derse para siempre. particular, jugar fútbol era como escuchar al señor Yong, su vecino
chino, leer en voz alta las páginas de los diarios China Ilustrada o
Pekín Informa; oírlo exponer las cinco tesis filosóficas de Mao Tse-
Tung como si fuera literatura de otro mundo, y verlo jugar ping pong
con la concentración de quien va a cobrar un penalti.
El ELN los llevaba de 'vacaciones' en los recesos escolares de junio
y diciembre. Vacacionar era remontar el Cerro Grande que separa
a Antioquia del Sur de Bolívar y alcanzar la Serranía de San Lucas
para reunirse con los verdaderos combatientes. Y allá, hacerse hom-
Como se divisan los muertos del agua en "El ahogado más hermoso del mundo". bre: acampar a la orilla de un río, entender la revolución, bañarse
6

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Los escogidos Patricia Nieto

en aguas heladas, hablar de política, trepar a los árboles, escuchar En una orilla se alineaban, en el Partido Comunista y en la Juven-
a curas guerrilleros, escribir cartitas de amor para la novia soñada, tud Comunista, los que seguían la ideología de Moscú, a quienes
aprender a disparar. Los niños de diez años, más o menos, pasaban los demás llamaban mamertos por la supuesta falta de compromiso
sus veranos con fusiles G3 a su cargo; y los mayores, con metralletas con el trabajo social. En la otra se filaban los comunistas de la línea
0.30 a la espalda. Parece que Braulio quiere detener el reloj y repetir Pekín, organizados en el MOIR, denominados moirosos por sus con-
que los niños como él jugaban con armas de verdad en una guerra tradictores de la izquierda a quienes les repelía su decisión de no
de verdad. tomar las armas. Unos y otros se enfrentaban en la plaza pública
No pasó mucho tiempo antes de que el paraíso de su infancia se porque, si bien querían cambiar la suerte de los más pobres y tomar
tiñera de sangre. Empezó a suceder que los niños no regresaban del el poder, aspiraban a hacerlo por vías diferentes. Eran épocas de
campo. Y tras los gritos histéricos de las madres, los demás com- discursos y de acciones. Braulio Carrasquilla describe ese conflicto
prendían que sus amigos no volverían jamás. Empezaron a morirse como una guerra a muerte entre los que antes fueron vecinos, ami-
siendo niños en campamentos de verano. Siguieron cayendo en la gos, compañeros. Aprieta los labios como aceptando que ellos mis-
Operación Anorí, dirigida por el ejército en 1973 para acabar con el mos mataron sus sueños.
ELN que en diez años de historia ya copaba Santander y grandes tro- Debajo de esas aguas ariscas, las FARC se deslizaban con su es-
zos de Antioquia, Sucre y Bolívar. Y no dejaron de ofrendar sus vidas trategia de combinar todas las formas de lucha para llegar al poder.
cuando se entregaron a cuanto ejército retoñaba en el Magdalena La expresión cobró fuerza y cuerpo en la práctica de la extorsión,
Medio. el secuestro, el robo de ganado, el asesinato, el desplazamiento, la
ocupación de tierras. Las víctimas sembradas en todo el Magdalena
Con la cúpula guerrillera diezmada los niños de Puerto Berrío que-
Medio cultivaron un odio acendrado por las FARC y de paso por todo
daron huérfanos, varados en esa planicie ardiente, encallados a la
lo que supiera a izquierda.
orilla del río que no prometía llevarlos a parte alguna. Algunos, en
arrebatos de inspiración, izaban las banderas del grupo guerrillero Una noche de 1979, mientras los concejales de Puerto Berrío com-
en lo alto del puente sobre el río Magdalena o arrancaban los carte- partían una fiesta con ganaderos y terratenientes de la región, un
les en los que el gobierno ofrecía un millón de pesos por la cabeza hombre se dirigió a los presentes para anunciarles que esa noche
de Fabio Vásquez, el único de los tres hermanos fundadores del ELN celebraban el nacimiento, en Puerto Berrío y Puerto Boyacá, de un
que sobrevivió a la ofensiva del Ejército. Con los sueños intactos, movimiento que cambiaría la historia de Colombia. El movimiento
las manos atadas y las bocas cerradas los encontraron los apóstoles era el MAS, Muerte a Secuestradores, auspiciado por Pablo Escobar
que ya tendía las redes del narcotráfico por esas tierras. Y el que
de otras doctrinas. A algunos los sedujo el Partido Comunista de
hablaba era Ernesto Baéz, convertido años después en uno de los
Colombia, a otros el Partido del Trabajo de Colombia, y varios se
jefes de las Autodefensas Unidas de Colombia.
vistieron con el uniforme de las FARC. Entonces, la hermandad se
hizo añicos. Lo que siguió después avergüenza y entristece a Braulio Carras-
quilla. Se pusieron de moda las traiciones y se avalaron las dela-

41. 40 -1 41
Los escogidos

ciones. 'Resultamos de enemigos los que habíamos crecido juntos',


dice. 'Mi mejor amigo fue el que me disparó', dice. 'El compañero
de pupitre fue el que mató', dice. los niños del balón y del fusil fui-
mos los muertos', dice. Y relata las mil formas que la humillación,
el sometimiento, la tortura y el asesinato tomaron en el Magdalena II.
medio. No valieron las palabras con las que Gonzalo López, el párro- Y hallaron dolientes, uno para cada uno
co de Nuestra Señora de los Dolores, denunció las atrocidades pese
a que el presidente Belisario Betancur lo llamaba comunista para
callarlo. Ni los procesos de paz, ni las reinserciones, ni la creación de
un partido político para canalizar el debate sirvieron para apagar el
fuego en los 80, en los 90, en el 2000.
Braulio Carrasquilla, líder del MOIR, se salvó del filo de la bayon-
eta que le entró por la espalda. Pero otros miles no tuvieron la misma
suerte. 'Desde 1964 los niños del río no hemos dejado de morir',
asegura. Y son ellos y sus vecinos y sus primos y sus abuelos y sus
novias y sus hijos los que bajan silenciosos, indefensos y anónimos
por el río Magdalena, el mismo que les traía la música, la moda y el
amor cuando los días eran azules y las noches libres de tormentas.

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Compañeros de viaje

Los que yacen aquí se salvaron de deshacerse como panes sere-


nados al agua. Detuvieron su marcha de cadáveres errantes cuando
encallaron en las raíces de los árboles que se extienden hacia el lecho
del río o quedaron atrapados como peces prehistóricos en las redes
de un humilde chinchorro. Encontraron cama de cemento donde
perder las últimas carnes y secar sus huesos hasta dejarlos como
astas ocres. Y hallaron dolientes, uno para cada uno por lo menos.
Gente que espera con ansias la llegada al puerto de un ene ene con
quien perderse en un viaje de palabras hasta la infancia remota don-
de siguen vivos los grandes amores y las penas duelen todavía.
Al arribo de un ene ene al cementerio de Puerto Berrío le siguen,
con diferencia de segundos, los que le esperan. La noticia se transmi-
te por rumores y a ellos, sin necesidad de confirmación, responden
los devotos. En bicicleta, en moto, a pie, o en burro llegan al arco
de entrada del campo santo con la pregunta inscrita en los rostros.
No hacen falta las palabras. A una señal del sepulturero, que les co-
noce el deseo de ánima en el extraño gesto de alegría y miedo que
traen, se dirigen a la morgue donde el médico forense interroga a un
cuerpo casi deshecho. Ha ocurrido que miran por las ranuras, que
fisgonean por la puerta entreabierta, que incursionan en el altar de
médico y difunto. Entonces averiguan si es hombre o mujer, negro o
mestizo; si viene del agua o del monte, si se murió o si lo mataron,
si está completo o le faltan brazos, piernas o cabeza. Solo calman
la curiosidad primera. Se retiran al pabellón de caridad a esperar el
funeral. Y durante la espera, deciden si lo convertirán en su eterno
compañero.

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Los escogidos Patricia Nieto

Para emprender el viaje solo basta saber que es un ene ene, que violeta. Y sobre ellas, aplicadas en varias manos, pegarán vírgenes,
nadie lo llora, que nadie lo reza. Solo importa que su alma deambula ángeles, crucifijos, flores, corazones de papel, plástico o metal de
entre los vivos. Que la pobrecita busca oraciones de cristianos que bajo costo.
la acompañen en el momento de presentarse ante Dios y escuchar La muralla que separa los cuerpos de los vivos de los restos de los
el veredicto. Que está dispuesta a favorecer a los vivos a cambio de muertos en Puerto Berrío parece de fantasía. Furia de color sobre la
oraciones. No tiene sentido indagar en su pasado de ama de casa superficie de la muerte. Manto de luz que se hace espejo del polvo
desventurada, de estudiante díscolo, de líder campesino entrenado que seremos. Único borde material al cual acercarse en busca de los
en armas, de obrero enardecido, de alzado en armas, de asesino a secretos del más allá. Acantilado por el que finalmente han de caer
sueldo, de correo entre guerreros, de mando paramilitar. Todos so- los cuerpos ya vacíos.
mos iguales ante Dios, predican ellos. Y sólo Él, soberano sobre todas
Ante el pabellón de los sin nombre, solo escucho el zureo de las
las cosas, presente en todo lugar y conocedor absoluto de lo que ha
palomas, el chirriar de las golondrinas y el bisbiseo de los que a esta
sido, es y será, puede juzgar.
hora conversan con los muertos. Me han dicho que al otro lado de la
Mientras que la faena del forense prosigue, los adoptantes, senta- muralla, que no es realmente ese universo de cubículos donde repo-
dos a la vera del pabellón y recostados a la fila de lápidas, imaginan san los huesos, hay zozobra, ansiedad y sufrimiento. Hay gentíos de
lo que vendrá. Darle un nombre para llamarlo, prestarle su apellido ánimas sueltas por las calles,' aseguran los devotos, pero no las veo,
para que se sienta en casa, imaginarle un rostro de modo que con- no las escucho, no siento sus alientos porque no me he dispuesto
versar con él no parezca cosa de otro mundo, contarle su vida como para ello. Se lamentan.
si desgranara una mazorca, rezar todos los días por el descanso de
su alma en el entendido de que se encuentra en tránsito y no ya
condenada en el infierno, prometerle favores a cambio de ayuda, y
cumplirle cada promesa a tiempo y con precisión.
No sólo de rituales espirituales se alimentará la unión de estos fie-
les con las almas escogidas. Ese extraño amor se exhibe con colores
proscritos en los cementerios pulcros de las ciudades higienizadas.
Algunos han contado que antes de escoger a su ene ene ya han deci-
dido el tono que llevará la lápida y los accesorios con los que la en-
galanarán. Es un goce escucharlos exponer los criterios de su estética
particular. No les gusta el blanco ni el gris, y al negro solo conviene
usarlo en los letreros. Predominan las poderosas mezclas de colores
diluidas en agua-cal que resultan en púrpura, cian, turquesa, zafi- Le dice a Juan Preciado la mujer que le dio agua de azahar para los nervios en
ro, malva, coral, oro, esmeralda, lavanda, ámbar, naranja, salmón o Pedro Páramo.

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Patricia Nieto

E' vuelo del alma haberlas invocado por lo menos una vez ante el peligro. Simplemen-
te esa tarde, después de muchas jornadas de iguales pensamientos
tristes y peroratas largas, Javier se sintió más liviano, casi a salvo
de sus íntimos abismos. Entonces, en vez de alejarse del lugar de su
Javier Gallego disfruta del cementerio desde que era un muchacho. cura como los enfermos que jamás regresan a la unidad de cuidados
Antes venía al pabellón de los olvidados porque el sol le era bené- intensivos, se apegó a ese refugio y lo convirtió en el hogar de sus
volo y lograba llorar sus penas lejos de los rufianes que le sacaban más profundas meditaciones.
en cara su paso sin honra por el Atlético Nacional. En Puerto Berrío Reconciliado ya con su remoquete abreviado a Pala, Javier viene al
era el genio que jugaba fútbol con los ojos vendados; en Medellín, el cementerio los lunes de difuntos y, a veces, trae margaritas blancas
muchachito que se conmovía hasta las lágrimas cada vez que habla- como hoy. Habla de los muertos del agua con un respeto acendrado
ba con su madre. En Puerto Berrío era una promesa; en Medellín, el expresado en la lentitud de sus frases, en el tono bajito de su rela-
adolescente que sufría la desgracia de ser un talento a quien separa- to. De niño oyó hablar de ellos en las historias de la violencia que
ban de sus hermanos, de sus amigos, de su paisaje para convertirlo le contaban los más viejos. Ya adolescente, ellos se le convirtieron
en estrella. en la evidencia del terror. Ver un muerto del río era conocer, sin
No había puesto un pie en tierra, regresó a casa con la derrota a preguntar, los horrores de sus últimas horas: lo raptaron de su casa
cuestas, cuando comenzó a sentir el peso de las miradas escrutado- o de la esquina o del parque o de la cancha de fútbol de su pueblo;
ras. Javier, a quien no explicaré porque apodaban Palavecino, no le taparon la boca con un trapo, le amarraron las muñecas a la altu-
tenía palabras para nombrar su paradoja. El sosiego que le producía ra de la cadera; lo empujaron al volquete de una camioneta donde
regresar al rincón del mundo donde vio la luz, era la contracara de sintió la respiración entrecortada de otros de su edad; lo llevaron
la frustración de saber que nunca patearía un balón ni en el Atanasio por caminos de lluvia sin estrellas; lo arrojaron en un descampado
de Medellín ni en el Maracaná de Río de Janeiro. No se lamentaba en y lo golpearon con culatas y botas revestidas de acero. Con la boca
casa para no romperle el corazón a la mamá. No hablaba de su pena pegada a la tierra escuchó los tiros de fusil y esperó el suyo; sintió el
en las calles para no darles argumentos a quienes le criticaban su ardor de las balas al perforar su espalda y 'abrió apenas la boca para
falta de valor. No se exponía en los parques para que no le anegaran que el alma volara', Javier termina la secuencia.
la angustia en alcohol. Solo pateaba frente al arco para no olvidar `En 1988, cuando yo jugaba, el carro andaba por ahí', denuncia. Era
que era un goleador. Y visitaba el cementerio donde podía sentarse una camioneta de vidrios oscuros. Recorría los pueblos del río para
a la vera del pabellón de caridad a mascar su tristeza. disciplinar a plomo a quienes no obedecían a los amos de la guerra:
Una de esas tardes de duelo se hizo amigo de las ánimas. Ya las a veces eran militares; otras, autodefensas; y luego se nombraron
conocía porque en Puerto Berrío ningún niño crece sin haberlas visto MAS, Muerte a Secuestradores. El rugido de la camioneta abrién-
pasear en las noches lluviosas de noviembre; ningún mal estudiante dose paso por las calles de Puerto Berrío era anuncio de tragedia.
se hace bachiller sin sus oficios; ningún muchacho llega a adulto sin Los bares apagaban la música y bajaban sus persianas. Las mujeres

48 -t. 49
L 0.+ V.Senph

ecerraban a sus hijos niños, a sus maridos jóvenes, a sus hermanos


mayores. Los hombres buscaban la protección de los árboles para
alcanzar los portones abiertos de casas y solares. El pueblo dormía
sin cerrar los ojos.
Pese a las malas noches, los futbolistas de Puerto Berrío celebraban
el amanecer. No reconocían el milagro de seguir vivos, de no haber
sido conducidos a la garganta de la camioneta negra. Celebraban la
dicha de volver a la cancha. Durante el trote de calentamiento, Ja-
vier no percibía el calor de la sangre hirviéndole en las piernas. No
sentía los glúteos ni el abdomen ni los brazos tensos. Su pensamien-
to permanecía fijo en los cadáveres vistos antes de las cinco de la
mañana rumbo al entrenamiento, en los nombres de los asesinados
r Non( leto

vuela', me explica Javier. Y como ella es libre, le entiendo, puede


ayudarlo en las dificultades que no son pocas. Desde esa primera
oración han pasado ya diez años; una década de relaciones trunca-
das por malos momentos.
`Le voy a hablar del problema que tuve con ella', anuncia. Entien-
do que fue grave porque Javier ya contó sin sobresalto que una vez
alguien quemó todos los adornos de la lápida y sus devotos, que son
varios y se celan, se vieron obligados a reunir dinero para las refac-
ciones. 'Una vez me la encontré y yo estaba borracho', comienza.
Javier vio la lámpara del animero y escuchó el tañer de su campana
a más de doscientos metros. Luego, el murmullo de los rezos se le
metió en los oídos y un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. La eufo-
pronunciados por el locutor de la radio local, en el reporte aterrador ria de la embriaguez se le convirtió de súbito en un pánico que con
de los vecinos. Solo cuando el profesor tiraba los balones a la grami- los días se le hizo pena.
lla y la fila de trotadores se deshilaba, Javier volvía a sentir ánimo `Yo prometí que la iba a sacar en noviembre y no le cumplí', con-
para enfrentar la vida. fiesa. Entonces NN Mujer se le presentó con ese aturdimiento en los
`Escoja una que no esté comprometida', le dijeron la tarde de un oídos y ese frío de fiebre que le cubrió toda la piel y le penetró los
lunes. Javier paseaba con su esposa por el pabellón de caridad y huesos durante varios días. Ella, compañera sumisa, se sublevó. Des-
ella, devota que es, golpeó con sus nudillos una lápida lavada. Una cargó sobre el cuerpo de Javier la rabia por el abandono; por la
mujer que al observarlos vio fervor y necesidad en ellos, los indujo humillación de desfilar sola entre la multitud de ánimas siguiendo
en el arte de adoptar a los muertos: escoger un ene ene que no tenga apenas los pasos del animero, un hombre que quizá jamás le había
dueño, presentarse ante su tumba, rendirle un resumen de su vida, dirigido una palabra personal. No eran los siete días de fiebre, dolor
prometerle rezar por el descanso de su alma, traerla a la boca en de cabeza y resentimiento de todo el cuerpo que anuncian el dengue
cada minuto, pedirle favores simples, y recompensarla sin falla por- por lo que sufría. Era el pasmo que le enviaba su amiga desde el otro
que 'ellas son cabronas', les dijo. mundo para recordarle sus deberes y repetirle, como se lo habían
advertido otros fieles, que con las ánimas no se juega.
Con la lección aprendida, Javier dio en escoger a la NN Mujer que
su esposa había llamado al pasar. Volvió a sus meditaciones de niño Varias semanas tardó Javier en darle la cara. Cargaba la culpa has-
ya no de espaldas al pabellón de los sin nombre. Reanudó sus re- ta dormido. Soñaba que veía a NN Mujer entre el follaje de un bos-
flexiones de cara a la tumba de una mujer que había trascendido ya que y cuando movía las ramas, con la intención de hablarle, ella ya
la vida terrenal. 'El cuerpo de ella está desintegrado pero su alma no estaba; la divisaba a bordo de una canoa de pescadores, esperaba
Lo.s esco;idos Patricia Melo

a la orilla del río el desembarque y al preguntar por ella, los hom- rescatar cuarenta canecas de gasolina. Si las llevaban intactas hasta
bres le decían que jamás una mujer los acompañaba en su quehacer; un sitio secreto metido en la montaña les pagarían un millón de pe-
la observaba alejarse por la carrilera en desuso y cuando estaba a sos a cada uno, si lograban arribar con por lo menos 30, les darían
punto de alcanzarla la perdía de vista. En la vigilia, tampoco podía de a quinientos mil. Con ese dinero podría comprar una motocicleta
alejarla de su pensamiento. Si jugaba fútbol, erraba ante el arco. Si fina. Una semana permaneció Javier en la montaña con sus compa-
fungía de árbitro, no percibía las faltas. Si servía de vigilante, olvi- ñeros de aventura. Arrastraron las canecas entre la selva y lucharon
daba las horas para dar la ronda. Solo cuando la enfrentó, recuperó para que no les rodaran por la montaña. Vendieron tres para com-
la calma. prar comida y a las otras las cuidaron con celo extremo pues sabían
`He tratado de pensar en cómo era ella o en cómo murió pero no que les seguían los pasos.
me hago a una idea', me dice. Pese a tantos años de fervor ningún Quienes los perseguían no eran hombres de los que piden explica-
color, ninguna forma, ningún gesto la retratan. Javier solo sabe que ciones y aceptan excusas. Simplemente sabían apuntar y disparar.
ella lo escucha en sus horas de angustia y por eso la quiere. Arregla Tal vez la noche más peligrosa, cuando sintieron hasta las respiracio-
su tumba, le trae una florecita, la inscribe en la misa de los lunes, y nes de quienes los buscaban, fue la tercera. Entonces, presa del mie-
reza todos los días por el descanso de su alma. 'Pido por ella cuando do Javier imploró: `NN Mujer: protégeme y te prometo que no vuelvo
me acuesto y otra vez la traigo a mi boca cuando el agua me cae en por estos pasos'. Minutos después, la agitación cedió y el silencio
la cara', me cuenta para reafirmar su compromiso con el alma de profundo reinó de nuevo en la montaña. Javier permaneció despier-
Sandra o de Gloria, como llaman otros devotos a NN Mujer. to. No tenía miedo. Una serenidad plena, hasta entonces descono-
Tres placas de mármol recostadas a la lápida, le agradecen. Una cida por él, lo acompañó durante toda la madrugada. Vio aclarar el
la puso Javier cuando con el 1252, número de la tumba, salió fa- día, escuchó el despertar de los pájaros y reconoció los rostros de sus
vorecido en la rifa de veinticinco cajas de cerveza que vendió por amigos convertidos en sobrevivientes.
quinientos mil pesos. Las otras dos, las pusieron devotos que Javier Por devolverle la vida y enderezarle el camino, Javier está unido a
distingue por haberlos buscado para reparar la tumba cuando la que- NN Mujer para siempre. Si un día el sepulturero le avisara, tal como
maron, pero a los que no frecuenta. 'Una vez vi que un muchacho la está convenido, que alguien ha venido para llevarse los restos, Javier
tocó y sentí celos', confiesa. También se mortifica cuando le cambian le pagaría al sacerdote por celebrar una misa solo para ella y rezaría
de color a la lápida sin previo aviso —ha sido verde, morada, lila y una última oración en su memoria. Se retiraría con la certeza de ha-
ahora es amarilla— pero no entra en conflictos porque sabe que hay berla cuidado y respetado. La dejaría ir, sin reclamos ni quejas, con
muchas maneras de amarla a ella, tan generosa que una vez lo salvó los seres que la amaron desde que era una niña. Y de tarde en tarde,
de la muerte. la evocaría trayéndola a sus labios con su verdadero nombre.
Javier era todavía un muchacho cuando lo contactaron. Debía ca-
minar hasta el cerro La Lágrima del vecino municipio de Remedios y
Patricia )

Dgrles un hogar Una comadre me recibió en su casa y a ella le tocaba hasta darme
la comida. Yo salía a la calle con ganas de pedir, de limosnear, pero
cuando ya iba a abrir la boca o a estirar la mano una fuerza rara no
me dejaba. Empecé a pensar que la guerrillerita me estaba cuidando
Soy devota de las almas desde que nací. pero no tuve el valor para visitarla y pedirle perdón. Entonces, muy
Una vez caminando por aquí vi unas tumbas muy tristes. Yo pensa- descarada yo, fui al cementerio y escogí otro ene ene.
ba que la plata que les gastara en flores, se me iba a multiplicar por Me dijo Arnulfo, el sepulturero, que era otra guerrillera. A mi me
la gratitud de los que estaban ahí dormidos. Pero la idea se me con- gustó porque la primera pelada resultó muy seria. A la nueva le volví
geló ahí hasta que una tarde, estábamos enterrando una guerrillerita a contar mi vida desde los comienzos. Le confesé los pecados que
y la escogí. Me llamó la atención el abandono de esa muchacha, la nunca fui capaz de decirle al cura, le descargué la cañería. No le pro-
soledad de esa muertica. No le puse nombre porque no me nació. Me metí grandes cosas porque ya me sabía faltona. Me dio vergüenza.
pegué de ella. Esperé a que Pacho terminara de amortajarla y ayudé Además, las ánimas conocen todo lo de uno porque ellas ven y oyen
a meterla a la tumba. Ahí mismo le recé el primer responso: 'De la lo de este mundo. Yo debía estar caída con todas ellas, entonces para
puerta del infierno / saca, Señor, su alma'. Así fue como empecé en qué engañarlas con promesas falsas. Con esa fui muy elegante. La
serio. guerrillerita me consiguió trabajo y me mantuvo en ese puesto más
Esa guerrillerita me cumplió. Yo le pedí trabajo y al poco tiempo de un año. No le falté un solo lunes con la oración así yo estuviera
me llamaron para una finca. Me arremangué las faldas y me metí a lejos. Y empataba una novena con otra para que ella no se me dur-
esos potreros. No me dolía levantarme antes de que amaneciera a miera.
montar el desayuno para los peones, a dar ronda por los gallineros, A los días me dijo Arnulfo que había caído otro guerrillero y fui
a contar los cerdos, a vigilar la ordeñada de las vacas. Me metí en a verlo. Era un muchacho alto, acuerpado. Tenía dieciséis dientes
el oficio de frente y el día que me pagaron la primera quincena me naturales, ocho arriba y ocho abajo. De ahí saqué el número para las
emborraché. apuestas mías. Siempre juego con el 168 combinado de diferentes
La vida era buena conmigo. Me acomodé. Y cometí el error: me formas. Ese muchacho me trajo mucha suerte. Tanta plata me dio
olvidé de la guerrillerita. Dejé un novenario a medias, embolaté la que le compré un osario y ahí lo metí con la segunda muchachita.
cartilla donde estaban las oraciones, en lugar de tenerla a ella en mi Yo quería que aunque fuera ya muertos se acompañaran y pasaran
boca cantaba rancheras, y cuando salía al pueblo bebía, montaba a bueno. Eso es darles un hogar. El día que los saqué de las tumbas, de
caballo, gastaba en ropa, hasta me hacía peinar pero no iba al ce- esos huecos tan tristes, sentí una paz infinita.
menterio. Ahí fue que esa mujer se enojó de lo más lindo. Ella hizo Después se me ocurrió ponerles nombres. No les inventé nombres
que de la finca me robaran un ganado y el patrón me sacó, con los sino que los puse como gente muy rica de aquí. Yo no le voy a decir
corotos y los muchachitos, hasta un crucero donde podía coger un los nombres verdaderos porque se me salan. Pero digamos que al
colectivo.

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Los escogidos Pnt r,cír:

muchacho lo puse Bernardo Laverde y a la muchacha Mariela Ruiz. Una tarde me miré en el espejo y ya con el cigarrillo en la boca les
Yo estoy rezando por la salvación de las almas de ellos, aunque no grité a las ánimas que no me dejarán fumar. Entonces me cogieron a
se han muerto, a través de los guerrilleritos. Yo digo: 'Ayuda a los cachetadas, me dieron en la cara, me dejaron roja de la pela que me
que fueron ricos aquí, y allí son los más pobres'. Entonces, cuando pegaron. Y eso fue lo que apliqué. Las llamaba en medio de ese ace-
ellos se mueran van a tener muchas novenas adelantadas y me van lere y ellas me castigaban. Así dejé el vicio. Dígame si no voy a creer
a recompensar. en ellas, dígame porque le voy a tener miedo a Evelio Tamayo.
Desde hace ya varios años, siento que las ánimas dirigen mi vida. El día que no vengo al cementerio me siento desprotegida, es como
Yo les pido permiso para todo y cuando no les obedezco, les pido si me faltara algo. Le ayudo al señor que vende flores a armar los ra-
perdón. Todos los días vengo al cementerio por lo menos dos veces y mos o colaboro cuando llega un cuerpo del río. Eso es lo más triste.
visito a estos que no tienen nombre. Ahora todos son mis escogidos El cuerpo ahí tirado y la familia de él ni siquiera sabe que lo mata-
porque la obra en la que estoy es grande. Quiero construir una casita ron; entonces los hermanos no vienen en camino, ni la mamá lo está
y necesito la ayuda de todas éstas. Uno tiene que ser medido con llorando. Entonces yo rezo para que el alma de ese difuntico descan-
lo que pide, no abusar de los bondad de ellas. Yo creo que si todas se en paz, si, porque después de esas muertes tan feas un espíritu no
me ayudan, esa casa se hace en menos de un año. Ahora no les pido queda en capacidad de volar.
nada más. Aunque, iAve María! si les he pedido cosas. Los espíritus que no se elevan son los que se vuelven amigos de
En estos días estoy dedicada a Evelio Tamayo. Él era un hombre uno. A mí, ellos me han ayudado a desbaratar matrimonios, a que un
muy rico pero ya nadie se acuerda de él. Vi el descuido de esa tumba rico caiga a pobre, a que una quita maridos quede seca de carnes. Y
y me dediqué a arreglarla. Después me encontré un cráneo pequeño, ahora me van a ayudar con los perfumes del nido del pájaro macua:
puestecito en una bóveda abierta. Yo entendí que era un regalo de pedacito de oro, pedacito de plata, lluvia de plata, sándalo, esencia
las ánimas y me lo metí en la cartera. La hija mía se horrorizó. Me de canela y rezar el conjuro que me enseñó el indio amazónico. Con
dijo que respetara los huesos de los muertos pero no le hice caso eso se libera la gente de los malos amores y la vida se endereza.
porque ella no entiende de esto. Lo puse en el nochero y dormí con él Yo me he estado echando el perfume para que el marido mío se
ahí. Al otro día, Hernán, el animero, me dijo que lo lavara con agua largue para la mierda. Primero pensé meter un papelito doblado en
bendita y lo bautizara. Eso hice. Lo puse Evelio Tamayo. A él nada ocho por una ranura de la tumba de los guerrilleritos. En ese pa-
más le toca cuidarme la casa y, a veces, lo saco a pasear para que vea pelito decía: que mi marido no me insulte más. Pero me arrepentí.
la gente que él conoció y para que me cuide mientras me tomo unos Pensé que lo mejor es que me deje en paz. Entonces con el perfume
aguardientes. más una boleta que le metí por allí en una tumba fea, el hombre
En otra época yo fumaba marihuana y bazuco; me adelgacé y me se perdió. Ya lleva dos días sin aparecer por la casa. Ojalá que esté
afee del todo. Yo llegaba a la casa muy mal, con los bolsillos llenos pasando bueno. ¡Ánimas Benditas, que no me vayan a decir que es
de puchos y me encerraba en el baño desesperada por consumir. hombre muerto!

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PatriciaNieln

El policía de las ánimas te que me estaba esperando a mí. Y yo: i cómo es esto, pues! Yo no
sabía nada. El animero anterior estaba por allá, escondido, mirando.
Yo no me atrevía a preguntarle porque ese hombre andaba en malos
pasos pero él se arrimó y me dijo dos cosas que no le entendí. Des-
Me llamo Hugo Hernán Montoya y soy el animero de Puerto Be- pués una muchacha me pasó el librito donde está la novena. Yo di la
rrío. Conseguí este cargo porque quise. Nadie me lo ofreció ni me vuelta por el cementerio invitando a todas las almas a salir. Y sali-
nombró. Yo dije: voy a ser el animero. Y así fue. Primero fui a hablar mos. Me temblaban las piernas porque una cosa es charlar con ellas
con el padre Pedro Claver. ¿Por qué quiere usted ser animero? Por- y otra muy distinta sacarlas del cementerio, llevarlas en el recorrido
que soy católico, apostólico y romano. ¿Y por qué más? Porque no le sin mirarlas porque eso trae la sal, y volver con ellas, completicas,
tengo miedo a los difuntos. Si usted quiere ser animero aprenda que antes de que amanezca.
no hay ánimas sino almas y váyase a leer la biblia.
Habíamos caminado bastantico cuando el animero viejo me dijo
Yo salí condenado de la ira y lo denuncié por la emisora. Todo el que lo dejara rezar porque él les había prometido sacarlas cuatro
pueblo supo que el cura no quería que yo me hiciera cargo de las años seguidos y apenas llevaba tres. A mí me pareció que incum-
almas. Mucha gente fue hasta la casa del cura a hablar por mí, a dar plirles era muy grave porque ellas son bastante cabronas, y le presté
recomendaciones, a pedirle que no dejara a las benditas almas del todo el apero.`María, Reina del Purgatorio: te ruego por las almas
purgatorio sin quien viera por ellas. El viejito me mandó a llamar y más abandonadas y olvidadas y a las cuales nadie recuerda; tú, Ma-
el trato quedó duro para el lado mío. Tenía que conseguir la capa, dre, que te acuerdas de ellas, aplícales los méritos de la Pasión de
la linterna, las botas, la camándula y una copia de las llaves del ce- Jesús, tus méritos y los de los santos, y alcancen así el eterno des-
menterio porque él no sabía quién las tenía. Él me daba el permiso y canso...', empezó él. Entonces se armó un bochinche maluco. Unos
la campana del asilo. muchachos se treparon por una tapia y se metieron a una casa a ro-
Entonces saqué varios oficios y recorrí todos los negocios de Berrío bar. Detrás de ellos se fue el animero, también a robar. Mucha gente
pidiendo ayuda. Yo le decía a la gente que el pueblo no se podía se descompuso, se salió de la procesión y se metió a las casas y a los
quedar sin animero porque sería como no tener policía. Imagínese negocios a destruir lo que veía.
lo que pasa si no hay quien rece por esas almas, si en noviembre no Yo recuperé la campana que el otro dejó tirada en un pantanero y
se les da el paseo, si no queda un encargado de las cosas de ellas. arranqué un Padrenuestro con mucha devoción. Los que no se des-
Ellas no perdonan, son cabronas las hijueputas. Recogí plata, mucha madraron me siguieron y llevamos las almas hasta el cementerio.
plata. Me alcanzó para cinco capas estampadas, dos pares de botas, Desde esa vez nunca les falto porque vi que ellas me respetaron, se
dos sombreros, tres pares de guantes y dos campanas. fueron conmigo, me obedecieron aunque estaban bien putas porque
El primer día fue horrible. Yo creía que el animero salía solo y reza- el otro animero tomó el mando.
ba lo que se le ocurriera. Cuando llegué al cementerio vi mucha gen-
Los escogldt a
Patricia Nieto

Todos los días vengo al cementerio, camino por los pabellones, tipo se bajó fresco. Y yo sin poderme parar. `i.Qué esta haciendo este
reviso las lápidas, converso con todas, me quedo un rato con las de viejo por aquí? Yo no respondí porque no se me movía la lengua.
atrás que son las más desamparadas y rezo novenitas por encargo `Empute pa' la casa que nosotros lo cuidamos', dijo como con pesar.
para ganarme unos pesos. Yo no puedo tener almas preferidas. Sim- Así fue como este pobre cristiano llegó vivo al rancho custodiado por
plemente hay gente que no tiene tiempo para rezar o no sabe porque unos paracos de los más terribles que hemos tenido por aquí.
eso tiene su arte, entonces me llama y me confía esa alma bendita.
El oficio mío es rezar parejito por todas. Y nada más.
Y ellas, pobrecitas que están en pena, pagan las oraciones con pro-
tección. Hay gente del pueblo que me busca para que la acompañe
en vueltas delicadas porque creen que conmigo van todas las áni-
mas, y así es. Yo las invoco y ellas me cumplen. Hace cuatro años
unos tipos tumbaron la puerta de mi casa. Estaban buscando a un
hombre que vivió en ese ranchito hace mucho tiempo para matarlo.
Ellos no escuchaban lo que la mujer y los hijos míos les decían. Yo
sentí cuando uno le quitó el seguro al revólver. ¡Ánimas benditas!
berrié. Y el arma se trabó, no funcionó. Después empecé a conversar
con ese muchacho y se volvió tan amigo mío que iba a mi casa a co-
mer arepa asada en carbón.
Yo me iba a morir de tuberculosis y ellas me salvaron. Me estaba
ahogando en el río y me sacaron. Una noche venía yo de La Malena
en bicicleta, eran tiempos tenebrosos en los que uno no podía cir-
cular por allá sin permiso. Yo me sentí azarado, como si me siguie-
ran. Miré para atrás y preciso, una cuatro puertas que en ese tiempo
llamaban carevacas, con las luces apagadas y despacio. Eso era de
mucho temer. Yo me desprendí por esa bajada y como a los trescien-
tos metros se me cayó la capa. Qué iba a hacer yo. Parar. Para nada
me sirvió la carrera. Entonces dije muy pasito: 'Ánimas benditas del
purgatorio, las necesito a todas aquí'. Frené. Me bajé de la bicicleta
temblando. Cuando me agaché para coger la capa, las luces de la
camioneta me iluminaron. Ahí vi que eran Ramón y sus secuaces. El

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PatrIdU )

Los amores de Carmen muertos no se puede entrar a comparar. Cada uno me dolió distinto,
como en una parte diferente del cuerpo, y me dejó la cicatriz. Si los
asesinos supieran como nos duele la muerte a los que quedamos
vivos...no digo más porque me da miedo. Yo vivo con miedo, usted
Pido permiso para hablar. No sé quién fue usted en vida y le juro
sabe, y no quiero que mis hijos se den cuenta porque me da pesar.
que no me importa. A mí me enseñaron que todos somos iguales Qué tal ellos tan nerviosos como la mamá. La mamá que no duerme,
ante Dios y es él el único que puede juzgarnos. Entonces me arrimo que no come, que se mete al baño a llorar para que ellos no la vean
para orar por el eterno descanso de su alma. Si está en pena, mis ora-
ciones le ayudan a rebajar tiempo. Si está en el cielo, nos va mejor a A mi hermano mayor, Guillermo, lo deben haber matado por Puer-
los dos. Yo no creo que esté en el infierno porque ese lo vivimos en to Perales. Nadie supo como me dolió esa muerte. Mis hermanos
la tierra. corrían, lloraban, gritaban, se emborrachaban, y yo veía todo como
nublado. Yo era muy niña todavía y no tengo muy claros los recuer-
Vengo a rogarle, ánima bendita, a implorarle ayuda porque ya no
dos. Ese día como que él se me perdió de la cabeza. Cuando siento
tengo fuerzas. Estoy a punto de quedarme sola otra vez y si eso pasa
que él me hace falta, me pongo triste y al ratico me lleno de rabia.
yo no soy capaz de vivir. No sé si usted fue mujer. Si fuera me enten-
Yo sé que eso está mal, pero así es. Guillermo fue como mi otro papá.
dería. Pero si fue hombre, da igual, porque usted ya no depende de
Cómo pueden matarle a uno dos veces al papá. Para calmarme saco
la carne como yo.
los recortes de los periódicos donde informaron de la desaparición
Me llamo Carmen Piedrahíta y soy delgada, trigueña y así como de él, los leo y lo pienso mucho. Quisiera saber dónde está para ir a
apagada. Cuando era muy niña perdí a mi padre, alma bendita. Él traerlo. Para rezar allá, para ir a visitarlo en su tumba. Pero eso no se
fue, como decimos, el primer amor. Los domingos me llevaba al río puede. Ya pasó mucho tiempo y no sé por dónde empezar a buscar.
y a esperar el tren. Y ya por la nochecita cantaba, cantaba y se reía.
Yo amaba a mí papá y me lo quitaron porque en este pueblo no de- A usted de pronto le ocurrió lo mismo, que se perdió de su casa y
jan vivir lo bueno. Usted sabe. A mi me han dicho que las ánimas ya vino a parar aquí. ¿Quién sabe dónde estará mi hermano? Usted no
saben todo pero que uno tiene que repetirles las cosas. El día que lo tiene nombre, no sabemos ni de donde vino. Lo escogí porque me
enterramos empecé a entristecerme. Yo, única mujer entre nueve dijeron que usted es un muerto del agua y eso me parece muy triste.
hombres, me sentía tan sola sin mi papá. El me protegía. Me adoraba Yo me ofrezco a rezar, nada más que rezar. No puedo hacer más.
porque mamá no pudo criarme. Mis hermanos no entendían cómo Me enfrento a lo que queda de su cuerpo como un sacrificio, como
se quiere a las mujeres. Eran muy jóvenes y me querían como si yo muestra de mis buenas intenciones.
fuera otro macho. Y yo era niña. Y ellos me miraban como si yo fuera Al papá de mi hija mayor lo mataron cerquita de La Dorada. Fue
igual a ellos. Iguales no somos. a recoger un embarque de ganado. A mi me dijeron que lo estaban
A mí me ha tocado llorar a dos hermanos y a mi primer esposo. No esperando para matarlo con tal de no pagarle una plata. Yo todavía
se decirle cuál de esos dolores fue peor porque cuando se trata de veo las fotos para recordar como era vivo porque, aunque la gente

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Los escogidos

no crea, a uno se le va borrando la cara de los que se mueren. Eso Vestida de blanco
no me gusta. Lloro mucho porque no lo quiero olvidar. Hay una foto
de cuando fuimos a conocer el mar y un volcán de lodo. Yo lo veo en
esa foto con la niña mayor y conmigo, pero es como si fuera la foto
de otra familia. Todo eso se perdió. Lo bueno siempre se va adelante. A Lucina Andrade le gusta que le digan 'la devota'. Viene al cemen-
¡Bendito sea Dios! terio los lunes de difuntos. Entra sin preámbulos. No agacha la cabe-
A Arnoldo lo mataron después. Ese muchacho era raro. Empezó za ni se bendice. No se detiene en tumbas de conocidos ni repara en
matando a una persona en Caucasia y pagó apenas una parte de el jardín recién removido. Se interna a la derecha y, en diez pasos,
la condena. A él le daban 72 horas, cada mes, para venir. En una alcanza el pabellón de los olvidados. Por ahí se desplaza como ama
de esas salidas se fugó. A nosotros nos contaron que conoció a una y señora, rápida y segura. Va a la lámpara encendida y la apaga, al
mujer y se metió con ella a los paracos. Él siempre quiso ser paraco vaso lleno de agua y lo derrama, al papelito doblado en ocho y lo tira
y lo logró. Cómo le parece que le decían Comandante Calavera. Eso al muladar. A ella, experta en el trato con las ánimas, no le gustan los
duele y da vergüenza pero así era. iA un hermanito mío le decían Co- fetiches. 'Estas cosas las fastidian', agarra un tabaco de tela blanca,
mandante Calavera! Una tarde llamaron a mi casa y me dijeron: 'No envoltorio de monedas de las que ya no circulan, y lo lanza como a
espere a Arnoldo que él voló'. Lo que entendí ese día es verdad porque una piedra.
él nunca volvió a llamar, ni nadie nos volvió a dar razón de él. Toma la escalera de madera segura de que le toca el turno de usar-
Esa ha sido mi vida y mire que apenas tengo treinta años. Yo no la y trepa para estar muy cerca de NN 1999. Saca su instrumental:
quiero sufrir más. Pero veo venir otra tragedia y por eso estoy aquí trapo húmedo para quitar telarañas, huevos de zancudos, mariposas
para invocar su ayuda. Mi segundo esposo, el papá de mi niña, tra- secas y excrementos de palomas que pasan las noches en los im-
baja lejos, en otro pueblo. Y desde hace días no quiere venir; ya com- perfectos de la fachada; cuchillo romo para repasar los bordes de
pletó dos meses sin venir. Usted, si es mujer sabe que eso tiene dos la lápida donde el polvo se asienta y forma callo; tijeras para cortar
explicaciones: miedo o amor. Si es miedo yo le pido que lo proteja las hojas de las florecitas que deja como ofrenda. Solo al terminar la
de todos los males y peligros. Si es amor, le pido que desamarre lo curación, Lucy se aquieta. Descansa su frente en el paredón como si
que se esté amarrando. A mi me gustaría coger el bus y aparecerme fuera a llorar. Al instante llora y reza moviendo menudito los labios
allá en La Dorada, que no es tan lejos, pero no tengo plata ni puedo y pasa su palma, una y otra vez, sobre la superficie rugosa. 'Ayudad
dejar las niñas solas. Entonces, ánima bendita, yo le pido que me lo a los caídos en los campos de batalla. Ayudad a los sepultados en los
devuelva para la casa aunque sea sin trabajo. Yo prefiero la pobreza mares. Ayudad a los necios, que vieron morir a tantos no acordándo-
a quedarme otra vez sola. se de su propia muerte', le oigo pedir.
A partir de hoy prometo venir todos los días durante este novena- `Hace doce años esto estaba muy abandonado', da fe porque ella
rio y tenerla a usted siempre en mi boca. fue la primera que se atrevió a pisar el pabellón de los olvidados con
la intención de quedarse. No, como lo hacían otros, con curiosidad

-I- 64 -t. 65
Los em.siclos Patricio Nict,

morbosa; sino empujada por la esperanza de que un alma en tránsito cibidos. 'Este debe ser un milagroso', concluyó Lucy. Más tarde, una
de la vida terrenal a la eterna la socorriera en ese momento crucial vez cumplió los ritos familiares, regresó para saber algo que la sacó
de su existencia. El corazón le dio un brinco inusual cuando pisó de la angustia, le devolvió la esperanza y le cambió la vida. El altar
el pasillo invadido por plantas rastreras. Y las manos le temblaron de las gratitudes se levantaba sobre la tumba de tres guerrilleras
mientras caminaba hasta el segundo bloque en busca del muchacho. muertas en combate. Muchachitas sin nombre y sin edad que el se-
`Yo quería a uno de los tres que habían muerto el mismo día en el pulturero local enterró por piedad.
mismo hecho', rememora Lucy. Y lo encontró. Era un guerrillero, sin
El viaje entre Puerto Boyacá y Puerto Berrío, bordeando el río Mag-
duda. A él se aferró desesperada por la necesidad.
dalena, le supo a eternidad. Descargó el equipaje al pie del pabellón
`Yo no sé quien será usted, pero me va a ayudar', recuerda Lucy de los olvidados y caminó veloz como si temiera que alguien le ga-
que lloraba y suplicaba recostada como ahora en la misma tumba. nara la carrera. 'Como esto no se ha visto aquí, van a decir que estoy
Después de estudiar durante años, de recibir el dinero que tres de loca', pensó Lucy pero no se detuvo. Escogió a NN 1999. Trepó a la
sus hermanos ganaban rompiéndose el espinazo, de que sus hijos la escalera con la necesidad convertida en llaga y le habló. Más de una
tuvieran como a una heroína, de que su marido la admirara, de que hora tardó su declaración y para terminar le prometió: si me ayuda,
su familia de Duitama anunciara viaje para verla graduar, Lucy se le regalo una placa. Y se fue con la novena de difuntos embutida en
sentía derrotada y a punto de arrastrarse llevada por la vergüenza. la cartera.
Con el mal trago atrancado en la garganta viajó a Puerto Boyá- Cuando la noche le trajo un poco de sosiego, Lucy se entregó a la
ca donde todos los Andrade se reunieron para un funeral. Mientras oración. 'Te ruego por el alma de NN 1999 a quien has mandado
que los mayores asumieron las labores propias de un entierro, Lucy emigrar de este mundo, para que no la dejes en el purgatorio, sino
caminó por el cementerio aturdida por un ruido que embotaba su que mandes a tus santos ángeles para que la tomen y la lleven a la
cabeza. Si no conseguía cuatrocientos mil pesos, su mamá no la vería patria del paraíso' repitió en medio de un Padre Nuestro y un Ave
formando fila con las nuevas enfermeras. Su sueño se convertiría en María. Lo que rezó después, no sabe quien se lo dictó. Lucy manejó
pesadilla. Perdería el respeto de sus hijos, la confianza de sus herma- diestra la camándula mientras repasó los Cien Réquiem y, luego, de-
nos, el abrazo de sus amigos. El miedo a fracasar no la dejó llorar en clamó como si lo supiera de memoria De Profundis, el más conocido
paz la muerte de su hermano. Y por eso se fue a vagar mientras que de los salmos de David: 'Desde el profundo abismo de mis penas /a
otros alistaban inciensos y jarrones. Ti clamo, Señor, de noche y de día/ oye, mi Dios, los incesantes rue-
`Ese cementerio me dio mucha paz', Lucy cierra los ojos. Cami- gos / de un corazón contrito que se humilla', se oyó decir en medio
naba mirándose la punta de los zapatos como lo hacen las mujeres de la nada, bajo esa noche de brisa.
solas cuando dio con un montículo. Levantó la mirada hacia un altar Se fue a la cama tranquila, liberada de la piedra que le oprimía el
inusual. En cientos de placas de mármol, los devotos de las ánimas pecho. Soñó que rezaba y cuando despertó todavía le quedaba ener-
benditas del purgatorio agradecían al sepultado por los favores re- gía para seguir haciéndolo como si fuera necesario duplicar novena.
Los escogi(L ,s Patricia Nieto

Dejó de pensar en la fatalidad que le sobrevendría si se quedaba mientras que él alcanza el cielo. Lo que significa que jamás deja-
sin el título de Auxiliar de Enfermería y se entregó a las oraciones. rá de invocarlo porque a los vivos nos está negado saber cuando
No podía dejar de rezar por el descanso del guerrillero. Lo imaginó un alma ha sido admitida en el reino de los cielos o condenada al
como un muchacho negro, fuerte, bien mozo, que murió en la selva; fuego eterno. Esta tarde, Lucy vino solo a hablarle. A repetirle que
muy adentro. mientras lava bisturíes, pinzas y tijeras en el hospital local, lo trae
Una semana después, Lucy volvió a Puerto Boyacá para responder a su boca para bendecirlo y lo muerde como si fuera una hojita de
al llamado de un viejo amigo. 'Le tengo un regalito', le dijo el hom- yerbabuena.
bre. Cuando Lucy abrió el sobre vio un fajo de billetes y a simple
vista supo que eran, al menos, cuatrocientos mil pesos. En la casa de
los Andrade hubo enfermera. La madre vio a Lucy vestida de blanco.
Hermanos, cuñados, amigos vecinos celebraron con música en vivo
y cerdo en la paila. Era 1999 y en el pabellón de los olvidados apare-
ció la primera lápida colorida. Lucy escogió el color de la berenjena
cuando no llega todavía a muy madura y escribió: 'Gracias N.N. por
el favor recibido. Lucy, la devota'.
En pocas semanas, todos los huérfanos del pabellón de los olvida-
dos fueron escogidos; les eligieron un padre y una madre, y otros se
hicieron sus hermanos, tíos y primos. Y así a través de ellos todos en
el pueblo terminaron por ser parientes entre sis No pasó un mes para
que otra placa llegara al pabellón y después otra y otra más para
confirmar que las ánimas, cuidadas y queridas, interceden por los
pobres de este mundo.
Lucy no da instrucciones ni atiende reclamos provenientes del pa-
bellón de caridad. No es ella sacerdotisa, ni mediadora. Tal vez no
se ha dado cuenta de que predica la devoción con su perseverancia.
Todos los lunes desde hace ya trece años, bajo el sol o la tormenta,
visita a su ene ene. Ya no le pide nada, simplemente lo acompaña

8 Como pasó con Esteban minutos antes de ser arrojado por el acantilado, en
"El ahogado más hermoso del mundo".

68 69
III.
¿Llamaste a tu mamá en el último minuto?

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Volver a nombrarte

Vuelvo a ti, Milagros, esta tarde de lunes. Repaso tus letras. Sacudo
el polvo de los pétalos con mi índice rígido convertido en palanca
para fuerzas menores. No me acerco a la araña que se ha quedado
inmóvil, ni al mosquito que lima sus patas, ni al caracol diminuto
que trepa la muralla. No perturbo la vida que persiste en este pueblo
de muertos. Caigo en el vacío de tu nombre falso, sin apellido, sin
fecha, sin código. No te encontrarán nunca Milagros, te digo. Pero
no respondes.
No vas a contestar tú que vives solo en el recuerdo del que te es-
pera. Tu voz se extinguió el día que te mataron y será solo por obra
de los vivos que tu madre te lleve a casa en su regazo. Tendrías que
decir palabras a borbotones si pudieras presentarte bajo la luz de
este atardecer. Pero no lo harás porque ésta que te interroga no sabe
escuchar a los muertos.
Siento ganas de sacarte del silencio, Milagros, pero no tengo fuer-
zas. No es cosa de remover la lápida, arrastrar la madera cansada y
observar el polvo que ha quedado de ti. A la luz de la mañana esta-
rías más silente que ahora. Escucharte es buscar los cristales rotos de
lo que fue tu vida y recomponerlos como a flores de jardín después
de una tormenta. Y mi tiempo no alcanzaría para eso porque voy de
prisa, Milagros. Y no te amo, Milagros.
Solo por amor a alguien hallará el camino para llegar al paredón
trasero de este cementerio. La guerra convierte el destino de los hom-
bres en laberinto. Y los únicos que no se rinden frente a los paredo-
nes ciegos, a las lenguas monstruosas de las gárgolas, a los cañones
fríos de los fusiles son las madres y los hijos. Eso pienso cuando me

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Las escogidos Pat ricia Tdíeto

reconozco carente de la compasión suficiente para enfrentar la tarea do te enlazaron como si fueras una fiera. Se quebraron tus dientes
de averiguar quién eres para llevarte a casa. con el primer culatazo. Oíste el quejido de tus costillas cuando se
Por dónde empezaría la tarea si, después de la fatiga de día de partieron. Te obligaron a caminar sobre leña encendida. Te ataron a
muertos, decidiera descargar mis pesos y levantar solo el de encon- la cola de un caballo. Le dieron fuete al caballo para que volara. Te
trar tu nombre. Tal vez la primera pregunta vendría del último mo- negaron el tiro de gracia antes de cortar tus carnes. El pánico te secó
mento: ¿Quién te dejó en este pabellón de los olvidados? Al pronun- las lágrimas. Llamaste a tu mamá en el último minuto?
ciar esa sentencia tendría que alistar mi reloj de muñeca para que ¿Y tu alma? ¿Abriste la boca para que se fuera? ¿Sentiste cuando
anduviera hacia atrás. El relojero de mi pueblo lograría que a las seis cayó en tus manos el hilito de sangre con que estaba amarrada a tu
les siguieran las cinco y a éstas las cuatro y luego las tres. De ese corazón?9
modo después de enero sobrevendría diciembre y después noviem- ¿Dónde quedaron tus ropas y tus alhajas. Ha salido tu hermano
bre. Y del 2012, caería yo al 2011 y luego al 2010 y así hacia atrás mayor a buscarte. Dónde se quedaron tus hermanos niños. Sigue en
hasta dibujar un caminito hasta tu cuna. pie tu casa. Ha florecido tu jardín. Era dulce el perfume de tu padre.
En las leyes de ese nuevo universo, las preguntas serían manivela Te gustaba la leche recién hervida. Cómo se llamaba el perro que te
para el paso de los segundos. Y ellas se verían como las hormigas que meneaba la cola. Eran azules tus días. Jugabas en el regazo de tu
van ahora por el ribete de tu tumba. Una detrás de otra, sin pausa, madre. Cómo te nombró ella?
con apuro: ¿Llegaste en carreta, bestia o coche fúnebre. Qué dijo el Prolongo las preguntas como se encadenan las perlas de la camán-
médico cuando exploró tu pupila. Fue Pacho, el dueño de los muer- dula que repasan tus devotos. No se detendrá la marcha hacia atrás
tos pobres quien recompuso tus facciones. Alcanzaste bendición del de mi reloj porque una vida no se rearma como se ordenan las esta-
cura. Alguna mujer te rezó un responso? ciones. No a todos nos llega la primavera. Ya te dije Milagros que voy
¿Quién divisó tu cuerpo detenido en un recodo del río. A qué ho- de prisa, y no tengo la vida entera para buscarte.
ras se sorprendieron los niños con tu cuerpo como toro desollado. No sabré quién eres si no me hablas al oído, Milagros. Estaré alerta
Cuántas horas permaneciste en ese pozo oscuro. Se alimentaron los para aprender a escuchar a los muertos. Dime, por favor, como lla-
peces de tu carne. Sorprendiste a los pescadores cuando emergiste marte para volver a nombrarte.
del lecho frío. Sabe a hierro la tierra después de la lluvia. Te acom-
pañó la luna?
¿Ya se ponía el sol cuándo te mataron. Viste la cara del asesino.
Cómo se llama aquel que ordenó tu muerte. Suplicaste piedad. Per-
cibiste el sudor oxidado del que te tapó los ojos. Buscaste compasión
en el rostro feroz que te apuntaba. Te hirió las muñecas el alambre
dulce con el que las amarraron. Rasgaron la piel de tu cuello cuan- 9 Tal y como Dorotea relata su muerte a Juan Preciado en Pedro Páramo.

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Patnua Ní

El niño está herido de los olvidados. Lo veo emerger ante los ojos de su madre y de su
hijo. Comprendo que no tengo derecho a tocarlo.
Liliana dedica unos segundos a contemplar los huesos expuestos ya
sobre la base que soporta el altar los lunes de difuntos. Como lleva
Estas flores tienen música. Al entrar en contacto con el piso, los
tapabocas no puedo interpretar sus gestos. Permanece en silencio.
huesos de Robinson producen un sonido corto, que no se puede olvi-
No se si reza, si le cuenta a Robinson lo que hará con sus restos, si
dar. Sobre todo los fémures son contundentes con su canto; lo mis-
simplemente cuenta los huesos, si les pregunta a ellos por dónde
mo que escápulas y clavículas. Las vértebras casi no se escuchan al
empezar, si calcula el área para el cuerpo, si quisiera decirle:Ya lle-
tocar el cemento y de las falanges viene un sonido casi extinguido,
gamos. Venimos a sacarte. 1 ° No me atrevo a interrumpir su reflexión.
ni siquiera cercano al de un trocito de cristal cuando golpea la ma-
Hismenia se ha retirado del templete y la escucho llorar con ese llan-
dera.
to contenido de las madres que no quieren alertar a sus hijos sobre
Los huesos de Robinson parecen suaves. Marrones, delgados, ma- su dolor. Liliana levanta la cabeza y la ve alejarse hacia la sombra
durados por años de oscuridad han adquirido el matiz de los objetos que prodigan los jardines vecinos.
finos. Vuelven a la luz en manos de Liliana Álvarez que los toma
De regreso a Robinson, Liliana ordena los huesos según sus afi-
como si fueran flores de guayacanes caídas en enero. Los saca del
nidades. Hasta el extremo norte de esta improvisada mesa de fo-
fondo de un talego negro que Hismenia Carrasquilla, la mamá de
rense, traslada los del cráneo que han de ser veintidós sin contar
Robinson, diseñó para protegerlos de la luz, de la humedad. La bolsa
los seis huesecillos de los oídos. Un tanto al sur, pero sin llegar al
intacta, ajustada la boca con un cordón que le sirve de bozal, ha sido
centro, agrupa clavículas, escápulas, costillas y esternón que permi-
útero estéril en estos años. No ha dado vida. Ha protegido los restos,
tirán devolverle la forma al tórax. Unos centímetros más abajo en
evidencia de que un muchacho rubio, delgado, de ojos claros, llama-
línea recta, arruma con especial cuidado las treinta y tres vértebras.
do Robinson Emilio Castrillón Carrasquilla existió y fue asesinado
Y luego, extiende húmeros, cúbitos y radios; fémures, rótulas, tibias
por tiros de fusil antes de cumplir 29 años.
y peronés de modo que marquen la extensión de brazos y piernas.
A Robinson lo conozco apenas hoy, así, desnudo ya de carnes. Al ilion, al isquion y al pubis, los lleva hacia el centro bajo, donde
Nunca lo acuné en mi regazo, ni lo acompañé en sus primeros pasos, reconstruirá la pelvis. Y después agrupa los de manos y pies a la iz-
ni le enseñé las primeras letras. No fui con él a la escuela, ni jugué quierda o a la derecha según se lo dictan los mismos huesecitos. No
con su balón en la cancha rural, ni visité a su madre cuando estuvo quedan los huesos arrumados en montículos, sino dispuestos de uno
casi de muerte. No conocí a su esposa, ni di la bienvenida a su hijo en uno, de manera que no se rocen, no se choquen. Hay que evitar
recién nacido. No intenté curarlo cuando lo hirieron, ni lo besé y ni
siquiera lo abracé en su minuto final. Apenas vengo a conocerlo bajo
i° Es lo que Clea Koff dice que pensaba frente a la fosa común de Kigali, Ruanda,
el sol del este medio día del 12 de octubre del 2011 en el cementerio en El Lenguaje de los Huesos.

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Los escogidos Patricia "Victo

que se hagan trizas y se pierda el lenguaje que saben hablar aunque ese rostro arrugado y casi violeta que nunca pudieron olvidar. Bajo
ya no tienen vida. la luz de un bombillito que titilaba con cada espasmo de la energía,
Hismenia vio la carita de su hijo. 'Era un niño pestañón, con el pelo
`El niño llegó al mundo en mala posición', recuerda Hismenia mien-
rubio hasta los hombros y capul', sonríe.
tras que Liliana comienza a devolverle la forma por lo que fueron sus
hombros. Vivían en Paso Nivel, a la vera de la carrilera, cuando His- Liliana dispone los dos omoplatos, triangulares y casi planos, y las
menia sintió un río de agua bajando por sus piernas. Advirtió que co- dos clavículas, como eses estilizadas, para marcar el comienzo del
menzaría el parto y se sentó frente al televisor a entretener las horas tronco y trazar las primeras líneas de la figura de este cuerpo. Si yo
mientras soportaba las contracciones. La Fiera, el melodrama mexi- pudiera verlas desde arriba y el cuerpo estuviera de pie, parecerían
cano, la ayudó a embolatar los minutos entre las embestidas de dolor formar la boca de un tazón que desciende como un tonel. Entonces
que le enviaba su propio cuerpo. Y Victoria Rufo, la protagonista, le podría conocer la corpulencia de ese chico que se me antoja menudo
enseñó que no estaba mal derramar una que otra lágrima. La partera en vida y mucho más delgado en la muerte.
llegó en medio de la oscuridad pues la electricidad falló y todo el ca- Luego, Liliana, en cuclillas, se estira desde el centro de la mesa para
serío se iluminaba con velas y linternas. A media luz, la mujer indagó acercar cada húmero al punto donde sus cabezas se articularían con
en la intimidad de Hismenia y dictaminó que el niño era demasiado omoplatos y clavículas. Primero va a la izquierda y deposita el hueso
grande para descender por el estrecho canal de la mamá. como si fuera una gran ele solitaria; y después, simplemente balan-
Tres horas después seguía el forcejeo. Hismenia en el lecho pujan- cea su cuerpo hacia la derecha. Allí deposita el hueso que soportó el
do con fuerzas ya extinguidas. Su cuerpo sacudido por un temblor brazo de trabajo fuerte de Robinson. Desde donde se formaría cada
general. La partera a horcajadas sobre la madre presionándole el codo, Liliana extiende cúbitos y radios, por los cuales Robinson pudo
vientre y de pronto un grito: iYa se ve la cabeza! La partera se tiró rotar y flexionar sus brazos.
como una niña de un caballo desbocado, observó la escena y bramó: La antropóloga se levanta y suspira. No ha dicho una palabra. Me-
i el niño se va ahorcar! Con ese grito metido en el tímpano, Hismenia nuda y ágil, crea arte en vivo frente a un público escaso. Hismenia ha
cayó en un sueño profundo. 'Me vi en un jardín muy bello, todo era recuperado el aliento y ahora contempla a Robinson como si volviera
fresco', cierra los ojos. Del paraíso la sacaron las cachetadas que su a la vida. Santiago, el hijo de Robinson que ha regresado después
madre le prodigó enterada de que sin médico, sin centro de salud y de un paseo por el colorido pabellón de los olvidados, mira la esce-
sin ambulancia su hija no podía darse el descanso de quedarse in- na como si estuviera en un teatro; y desde las gradas pregunta qué
consciente mientras su bebé luchaba solito por vivir. debe estudiar para ayudar a sacar muertos. Ramón, el sepulturero, y
su mujer toman gaseosa de espaldas a la obra y siguen solo con los
La partera desanudó el cordón umbilical que estaba a punto de labios a Enrique Iglesias mientras que canta en la radio local: `... y
dejarlo sin aliento y liberó el atasco de sus hombros incapaces de pa- se va como todo se va / como el agua del río hacia el mar / y se va
sar el túnel que lo traía al mundo. A las tres de la mañana del 23 de como todo se va...'
septiembre de 1977, partera y abuela dieron vuelta al bebé, vieron

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L os eseoí<ic Patricia Nieto

Durante la pausa, Liliana va al extremo norte donde Guillermo y cuáles derechas. Las separa, las alinea de arriba hacia abajo; una a
López, médico forense con veinte años en el oficio, trata de armar el la izquierda y otra a la derecha. Liliana retrocede, gana centímetros
cráneo de Robinson. Ha formado con sus muslos y su abdomen un hacia el sur porque el cuerpo de Robinson se prolonga. Como ya
nicho para soportar el cráneo. No le veo la cara. Solo sus manos en- no hay cartílagos, el esternón queda simplemente tendido entre las
vueltas en guantes azules se me hacen importantes. Acuna el cráneo costillas.
de Robinson. Lo sostiene desde adentro con la mano izquierda para Robinson tiene de nuevo un torso para abrazar. Pero no es posible.
mantener la forma, y con la derecha trata de ajustar los trocitos en Las cintas de seguridad impiden el paso de su madre y ella tampoco
que está convertido el occipital izquierdo. Veo los lentes del médico quiere hacerlo. 'Lo cargué en mis piernas desde Granada hasta aquí',
juagados en sudor cuando levanta la cabeza para atender a Liliana. señala Hismenia sus muslos redondos y blandos. Ese sufrimiento,
Hablan para que nadie los oiga. Su trabajo exige silencio, cautela, entiendo, fue más avasallador que reconocerlo en las fotos borrosas
sigilo, protección de la información que han obtenido hasta que la que le tomó un técnico judicial cuando ya estaba muerto, vestido con
Fiscalía General de la Nación levante la reserva. una camiseta a rayas rojas y blancas y un jean; mojado como quien
Liliana hace el gesto de regresar al cuerpo, y Guillermo se empeña ha soportado un aguacero. Lo trajo vuelto huesos en una cajita de
en la tarea de recobrar la forma redondeada de la cabeza. Ella lo cartón que se sacudía con cada remezón del bus. Lo arrulló durante
observa sin hablar. Hay ternura en el procedimiento. Guillermo pega las doce horas que tarda venir de Granada a Puerto Berrio pasando
los trozos, trata de asegurarlos con cinta para saber si están todas las por Medellín. Lo sacó de donde yacía como ene ene para, teniéndolo
piezas, si la forma como estallaron le permite deducir como lo ata- ya cerca, abreviar el tormentoso camino de devolverle el nombre.
caron, si los huesos encajados darán forma a una cara que pueda ser A Puerto Berrío llegó Hismenia con su caja de cartón. Caminó las
dibujada y descrita. Este médico parece una madre. Lo veo sentado interminables calles desde el parque hasta su casa. Casi sin hablar
acunando esa cabeza de la que pende un mechón de pelo. Es como entregó la caja al papá de Robinson, a quien le faltó aliento para
si cargara a un niño. Lo quiere, lo ajusta contra su pecho, se esfuerza reaccionar cuando le dijeron: quiero saber si vas a ayudar a mi mano
por mirar todas las ranuras, los orificios, las grietas que dejó el paso al alzar al muerto." Adentro, en el taleguito negro que Hismenia dio
de un proyectil. en regalarle como última morada, yacía su niño reducido a huesos.
La delgadez de las costillas me sorprende. Cómo es que veinti- El padre, la hermana y el hijo de Robinson se dieron a sacarlos, a
cuatro huesos delgados, frágiles y cortos protegen la válvula don- mirarlos un poco apenas. Apuraron a Hismenia para ir al cementerio
de guardamos la esencia de la vida y del amor. Nuestra caja fuerte y allí, desecha por el viaje y por el dolor, lo dejó en una bóveda mar-
es demasiado débil, se me hace. Las costillas de Robinson parecen cada con un número porque a los ojos del Estado, Robinson, su niño,
fracturadas y se me ocurre pensar que al romper esos guardianes, era un ene ene, un desconocido, un sin nombre.
se hicieron añicos los órganos blandos. Pero Liliana ni se altera. Las
agrupa según su tipo: verdaderas, falsas y flotantes. Les observa las
curvaturas, las cabezas y los cuellos para saber cuáles son izquierdas " Le dice Antígona a su hermana Ismene en Antígona.

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Los escogidos Patricia Nieto

Liliana parece emocionarse al conocer a Robinson. Alcanzo a ver un taburete y adoptar cientos de posturas que en la vida cotidiana
un brillo en sus ojos cuando emprende la reconstrucción de la colum- no alcanzaba a percibir.
na. Empieza por las cuatro vértebras coccígeas, aquellas de donde se Al borde de la atlas descansa el cráneo. Guillermo ya lo ha dejado
prendería la cola, si la tuviéramos. Tal vez le resulta cómodo inte- ahí con la curia de un pintor que retoca una nube. La cara se deja ver
rrumpir el orden estricto, de arriba hacia abajo, que le han enseñado ahora. Solo puedo decir que el frontal, el nasal, el malar, el maxilar y
los protocolos, y camina en contravía. La mano izquierda le sirve la mandíbula están completos. Tal vez los forenses vean rasgos parti-
de soporte a la pila de vértebras que va formando y con la derecha culares del rostro de Robinson que no están al alcance de mi análisis.
selecciona y encaja. Las sostiene con pericia, segura de no dejarlas Liliana y Guillermo se concentran en el lado izquierdo del cráneo.
caer. Parece una niña que arma torres, encaja bordes, hace coincidir Trato de ver. En cualquier momento él podría decir oigo heridas de
las aristas. Cuando la veo, entregada a leer el cuerpo de Robinson, bala.12 Occipital y parietal son una sucesión de astillas que Guillermo
creo entender lo que varias veces me ha dicho: los huesos hablan ha descargado al pie. Gotas oscuras que precipitó el proyectil.
pero es necesario saber interrogarlos. Sobre el lecho rústico, Liliana se concentra en las manos. Sostiene
Enseguida trepa al sacro, el hueso que forma la pared trasera de 54 huesos en el cuenco que forma su palma como si fueran fichas de
la cintura. En realidad son cinco vértebras que con el paso de niño a catapix. Los observa uno por uno, los clasifica: derechos e izquier-
adulto se fusionan en un hueso algo cóncavo en el caso de los hom- dos; carpianos, metacarpianos y falanges. Se inclina a la derecha y
bres. Liliana vuelve al piso, tendida casi sobre el cuerpo de Robinson dispone los ocho carpianos que forman la muñeca. Comienza por los
asciende por su columna en la ruta de las lumbares, vértebras gran- más cercanos al antebrazo que son escafoides, semilunar, piramidal
des, sin agujeros que soportaron el esfuerzo de Robinson cuando y pisiforme; sigue con los próximos a la palma llamados trapecio,
cargaba leña, sacaba agua del pozo, rozaba el sembrado, picaba plá- trapezoide, grande y ganchoso. De repente, me mira. Sus ojos bri-
tanos, recogía limones y alzaba grandes bultos de harina en su época llan. Parece que sonríe debajo del tapabocas. Quiere decirme que el
de panadero. Más arriba deposita las torácicas, sucesión de vértebras cuerpo humano es hermoso. Pienso que tiene ganas de llorar. Me
que en articulación con las costillas formaron la caja de seguridad quedo contemplándola mientras lucha con los metacarpianos y ca-
para el corazón y los pulmones. torce falanges de diferentes volúmenes.
Por ese camino, Liliana transporta las siete vértebras cervicales. Robinson amasaba panes, redondeaba buñuelos, batía tortas. A eso
Las cinco inferiores simples, sin nombres que las distingan, y las dos se dedicó cuando abandonó la escuela por los múltiples trasteas de
superiores, poderosas. Deposita la axis y sobre ella, en la corona, la su familia. De Paso Nivel a Puerto Mulas, de Puerto Mulas a la es-
atlas. Estos huesos se articulan a través de un caprichoso diseño para tación Cocorná, y de allí a una y otra vereda de Puerto Nare. No le
dar estabilidad y movilidad a la cabeza. Por su buen funcionamiento
pudo Robinson cabecear un balón, mirar de frente, girar a un lado
cuando escuchaba su nombre, descansar la cabeza sobre el borde de 12 Como aprendió a decir Clea Koff después de su paso como forense por la colina
de Kigali.

.4.h- 82 .1- 83
Los escogidos Patricia Nieto

encontraba gracia a estudiar si cada año cambiaba de escuela, de pueblo les permitía salir a la autopista Medellín-Bogotá, al Magdale-
maestra, de paisaje; si era el niño que siempre se despedía de sus na Medio, a la región de los embalses y al departamento de Caldas.
amigos y de sus mascotas. Por manipular con gracia harinas, mante- Primero estuvo allí la guerrilla, después llegó el ejército y en los últi-
quillas, levaduras, sales, pasas y azúcares encontró destino en Bogo- mos años los paramilitares hostigaban en todos los caminos.
tá. Tres meses antes de cumplir 18 años se despidió de su mamá. Le Tal era la tensión que Robinson trató de transmitirle a Hismenia
dijo adiós a su ranchito en el barrio de invasión El Oasis de Puerto con sus escasas palabras que pocos días después de su encuentro, el
Berrío y se fue por La Dorada rumbo a la capital. Desde allá le envío 6 de diciembre del año 2000, más de 600 guerrilleros de los frentes
a Hismenia una carta y una fotografía en la que se ve feliz. 9, 34 y 47 de las Farc se tomaron Granada. Enfrentaron a la policía
Durante años, esa foto fue la última noticia de Robinson. Si el durante más de dieciocho horas y con 400 kilos de anfo destruyeron
mensajero llegaba a la puerta, no llevaba cartas de Robinson. Si el tres manzanas. El día de las velitas se convirtió en jornada de fune-
teléfono sonaba, no era Robinson el que hablaba. Si alguien llegaba rales. Nueve personas, entre ellas un niño, murieron.
de Bogotá no traía noticias de Robinson. El muchacho se convirtió Desde entonces, la comunicación de Hismenia con su hijo fue im-
en una sombra que acompañaba a Hismenia a donde fuera. Ella no posible. Los paramilitares vengaron la toma con la masacre de siete
daba un paso sin pensar en él, no tomaba una decisión sin analizar campesinos el 20 de abril de 2001. Ocurrió en la vereda El Vergel;
como lo afectaría, no cambiaba de casa por temor a que él no la en- encerraron a las mujeres en una casa y a los hombres los apuñalaron
contrara, no descansaba porque confundía los ruidos nocturnos con antes de degollarlos. De ahí en adelante, los paramilitares convirtie-
los pasos de su hijo. ron la carretera en un sembrado de calvarios. Bajaban campesinos
Una mañana, le pidieron a Hismenia que tomara un bus si quería de los carros de escalera, los interrogaban, los asesinaban al frente
encontrarse con Robinson en Medellín. El niño ya era un hombre: de un cristo en el Alto del Palmar. La gente de Granada comenzó a
1.75, ojos claros, piel blanca, espalda recta, piernas flacas, pecho huir. De los veinte mil habitantes que se contaban en el año 2000,
ancho. 'Me dijo que le consiguiera los papeles para registrar al niño', solo cuatro mil permanecían allí tres años más tarde. En los primeros
explica Hismenia quien de un solo golpe recuperó a su hijo y se supo cinco años del siglo XXI, miles de granadinos abandonaron fincas y
abuela. De paso se enteró de que la casa de Robinson era ahora una ganados, casas y negocios; cuatrocientos fueron asesinados selecti-
vereda de Granada, en la tierra fría de Antioquia, y que había retor- vamente y de ciento veintiocho no se conoce su suerte. Figuran en la
nado a los oficios del campo para sostener a su familia. lista de desaparecidos.
El reencuentro trajo certezas al alma de Hismenia, pero no tranqui- Las noticias de Robinson llegaban como rumores. Que un cerco pa-
lidad. Su hijo estaba vivo según lo comprobó con sus propios ojos, ramilitar le impedía salir de la vereda; que ya se había comido todos
con su propio abrazo. Pero le quedó claro, según los relatos de Ro- los animales de cría; que salir en busca de jornal era un suicidio; que
binson, que él corría peligro. Granada era centro de la guerra. Los a las fincas grandes se las tragaba la manigua; que el cura rogaba
grupos armados luchaban por caminos por donde transitar y este para que lo dejaran pasar con alimentos; que caminos y desechos
Los escoidos Patricia Nieto

estaban plagados de minas, que a un alcalde lo mataron. Lo último trágalo, navicular, cuneiformes (que son tres), calcáneo y cuboides
que dijeron era que a la esposa de Robinson la habían asesinado. permiten la conexión de la pierna con el pie y, en esa relación, uno
Rumiando esa noticia estaba Hismenia cuando el sonido del telé- de ellos es una maravillosa bisagra. Gracias a esos huesitos que Li-
fono la sacó del letargo: 'Véngase para Medellín que yo tengo al hijo liana rescata entre las decenas de falanges, Robinson gateó, caminó,
de Robinson', recuerda Hísmenia que le dijo una voz de mujer al otro trepó a los árboles, levantó el empeine para darle a un balón.
lado de la línea. Con la dirección apretada entre la mano viajó entre Hismenia quisiera besar esos pies pero no lo hace. Permanece por
Puerto Berrío y Medellín. 'Yo lo vi jugando en la calle. Tenía una fuera del universo exótico, hiperreal y esperpéntico al que pertenece
gorrita amarilla, me acuerdo. Con solo verlo, supe que era mi nieto'. su hijo. Adentro están los forenses. Miran con detenimiento el cuer-
Con el niño también llegó una carta: 'Le mando a Santiago para que po recompuesto de Robinson. Han contado los dientes y comproba-
lo cuide. A mí no me dejan salir de aquí. Órele a Dios para que volva- do que no falta ni uno. Robinson quizá era un muchacho de cuerpo
mos a reunirnos', fueron las últimas letras que Robinson garabateó. sano.
Santiago es el niño que ve como Liliana reconstruye las piernas Pero el niño está herido. A seis años de su muerte, sigue herido. Y
de su padre y pregunta qué hay que estudiar para aprender a sacar los forenses tratan de saber cómo murió: qué ocurrió antes, durante
muertos. Interroga pero no espera respuestas. Bebe gaseosa. Muerde y después de su muerte. A primera vista se me hace que Robinson re-
el vaso de plástico. Abraza a Hismenia como el que sabe consolar a cibió dos impactos de arma larga. El primero, por la espalda, tal vez
quien llora con frecuencia. Dice que no recuerda el rostro de su pa- lo derribó. Y por el segundo, en el cráneo, quizá murió. El primero,
dre, ni el nombre de su madre, ni cómo era la vereda donde nació. le rompió el omoplato izquierdo en ocho partes, fracturó varias cos-
Su pueblo ha sido Puerto Berrío y su madre Hismenia que ve en él tillas, lesionó las primeras vértebras del tórax, desgarró músculos,
a Robinson cuando tenía doce años y ordeñaba vacas y saltaba po- rompió arterias y por lo menos le rozó el corazón. El segundo entró
treros. por la parte baja del occipital izquierdo, tal vez le dispararon cuando
Las piernas de Robinson son largas. En ellas está el secreto de su Robinson ya estaba tendido boca abajo, y lo partió en más de vein-
altura. Liliana ha puesto los fémures seguidos de tibias y peronés. tidós fragmentos, según alcanzo a contar. Lo que yo deduzco, ya lo
A cada lado, justo al costado de donde quedaría la articulación, ha sabe Hismenia que salió en su búsqueda en cuanto le avisaron de la
depositado las rodillas. Dos solitarios puntos finales. Contundentes. muerte el 27 de enero de 2005.
A los pies, justo al borde de la loza, se dedica la forense. Ya sabe que Fue una llamada extraña, como de gente ahogada por el miedo.
están los cincuenta y dos huesos y que ninguno de ellos fue golpeado. `Lo pasaron por guerrillero', le dijeron. Al amanecer, Hismenia ya
Entonces podría dejarlos ahí en el desorden propio de los esqueletos, estaba en la morgue de Medellín, a la espera. Primero le dijeron que
pero Liliana quiere una sábana perfecta. Procede a disponer los vein- no tenían datos de cadáveres recientes. Y después, que el cuerpo de
tiséis huesos de cada pie en su lugar. Los siete tarsianos de nombres un muchacho con características similares a las que ella describía
enigmáticos forman aquello que sería el talón y el arco del pie. As- permanecía en Granada bajo custodia del ejército. A la base militar
Las e,s,sid ■ Patricia :Ficto

llegó Hismenia, con su cuñada y su sobrina, guiada por el personero el gran proyecto de su vida: devolverle el nombre y saber quiénes,
local. Allí fue donde primero le mostraron las fotos de Robinson ves- cómo y por qué lo mataron.
tido con la camiseta a rayas, los jean y el pelito mojado como quien Por su denuncia, tramitada ante la Justicia Penal Militar, Guillermo
ha soportado un aguacero a la intemperie o ha amanecido en una ha tomado un fémur de Robinson y ahora mismo lo rebana. Parece
zanja encharcada. Fue también allí donde después le deslizaron las fácil pero duele. Lo serrucha en un apartado del templete. Hismenia
fotos que no la dejan dormir: Robinson ya muerto vestido de camu- ha hecho agua en sus ojos. Como no va a sufrir si Guillermo se lleva
flado. 'Parece que el niño resucitó y se cambió de ropa', ironiza. Rogó un pedacito de su hijo, si Liliana desarma lo que ya dibujó y lo de-
que se lo entregaran pero ni siquiera lo pudo ver. Que no soportaría vuelve al costalito oscuro que no es otra cosa que silencio. Si no sabe
verlo a once días de su muerte, le decían. Y tampoco podían dárselo cuántos meses, cuántos años más deba esperar para que la justicia
porque su testimonio no era suficiente prueba de identidad para el colombiana certifique lo que ella ya sabe: que ese muchacho vuelto
Estado. huesos se llama Robinson Emilio Castrillón Carrasquilla, su hijo, su
Hismenia volvió a casa sin aliento. Abrazó a Santiago como al único propio vientre asesinado.
ser inocente sobre la tierra y se dedicó a quererlo. A los cinco años, el
niño no conocía una manzana ni una pera ni una coca-cola; no sabía
usar una caja de colores, no jugaba con los niños de la cuadra, no
reía. Casi ni tenía palabras. A veces, Hismenia lo veía desvanecerse
en el marco de la puerta cuando el sol pegaba fuerte. Hoy sabe que
esos desmayos eran producto del miedo, del dolor y del hambre. Pre-
parando compotas con frutas cogidas del solar, macerando verduras
hasta convertirlas en papillas, mezclando plantas medicinales como
aprendió de sus abuelas, Hismenia cuidó a Santiago mientras que
mascaba el luto, mientras que 'la borrasca se asentaba' para volver a
Granada a rescatar los restos de su hijo.
En el año 2009, los vio emerger de la bóveda anónima del cemen-
terio de Granada. El sepulturero evitó que ella se les fuera encima
con esas ganas incontenibles de arrullarlos. 'Casi me desmayo', ad-
vierte. Empacó los huesos de su hijo en la bolsita negra de listillas
blancas y luego en una caja de cartón como si fueran plátanos o ata-
dos de panela o aguacates verdes para no molestar a los compañeros
de carretera. Logró permiso para traer los restos a casa y comenzar
Patricia Nieta

La mamá volvió a la casa Nevardo, Omaira, Nacho, Andrés, Noel, Juan Esteban, Nilo, Marine-
la, Nelson, Andrés, Juan Esteban, Sonia y otros cientos con nombres
que ya sabía de memoria. La misma caligrafía marcaba las tumbas,
las mismas virgencitas desnarizadas custodiaban las lápidas, los mis-
Salgar huele a café. Entre los cultivos que trepan la montaña y do-
mos colores encendidos prometían la fiesta, el mismo sol acariciaba
blan en la cima, diviso cuerpos menudos que se mueven como abejas
la fachada. Pero Nancy Navarro ya no era del vecindario. Por fin, el
a la puerta del panal. Son los chapoleros que buscan granos rojos
viento había arrastrado una hoja seca en aquel pueblo de habitantes
como cerezas entre la hojarasca. De ese paisaje, relleno de arbustos,
quietos.
plagado de mosquitos, oloroso a pulpa avinagrada hacía parte la mu-
jer que he venido a buscar. Si todavía viviera, podría ser una de esas Siguiendo la ruta de la brisa que se llevó a Nancy Navarro, llego a
que desde lejos se me hacen colibríes deseosos de un trago de miel. Salgar en plena resaca del día de los Reyes Magos. Hasta hace unas
Pero murió lejos de casa. horas hubo fiesta. El pueblo apenas despierta pese al poderoso sol de
Supe de ella en el pabellón de los olvidados en el cementerio de las doce del día. La campana no llamó a misa y el cementerio parro-
Puerto Berrío. Era la mujer de la planta baja, bloque uno, hilera doce. quial sigue cerrado porque el sepulturero veranea en otros campos.
Allí se llamaba Nancy Navarro. A los pies de su tumba un jarrón de Pese a la modorra, la dependiente de la farmacia despacha, la chica
vidrio astillado —sin agua, con follaje artificial de dos tipos y flores del almacén de útiles escolares barre la acera, la inspección de policía
rojas bordeados sus pétalos de amarillo— era la evidencia de que está abierta, a la casona que sirve de alcaldía entran ciudadanos en
alguien la quería. Sin duda. Era una escogida y a su puerta llegaban plan de diligencias, y obreros de las Empresas Públicas de Medellín
confesiones, peticiones y promesas. maniobran cables de alta tensión porque no hay energía eléctrica.
`Es la señora de La Malena', me soltó un devoto cuando me vio Nelson Alzate Cossio no bebió anoche, víspera de nuestro encuen-
reparando ese nicho. Bastó ese dato para que me aventurara a cons- tro. Observo el corte de sus ojos chinos, el recio temple de sus hom-
truirle una historia: añoraba el tren que durante casi un siglo se bros, la rigidez de los brazos que levanta para saludarme. Nelson
detuvo en ese pueblo con noticias y mercancías; se bañaba en el río habla bajo y lento. Hay resignación en su voz cuando dice que la
Magdalena con sus hijos, su perro y su loro; lavaba ropas, ordeña- mamá volvió a la casa. Hubiera querido que regresara viva con esa
ba vacas, cosechaba limones, cargaba estacas, viajaba en carros de energía capaz de mover una finca de treinta cargas de café, hijitos,
rodillos por la carrilera abandonada, bailaba los sábados, rezaba los un entenado, marido, cuñados, cuñadas, chapoleros, cafetales, va-
domingos. De repente me sorprendió la culpa. Por qué inventaba yo cas, mulas, perros, gatos, gallinas, cerdos, frutales, hortalizas.., pero
un pasado para una mujer que pisó esta tierra con sus pies y llenó no fue así. Regresó en una urna de madera, soportada en las piernas
este mundo con sus risas. de su hijo de veintiocho años, rescatada del pabellón de los sin nom-
Cuatro años después de extraviarme en esas fantasías, regresé al bre cinco años después de su muerte.
pabellón de los olvidados. Nancy Navarro ya no estaba. Seguían ahí

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Los es id, )s Patricio Nieto

Nelson perdió la cuenta de los viajes que hizo a Puerto Berrío en mer matrimonio de la madre, y Juan Diego, del segundo, viajarían
su faena por recuperar el cuerpo y el nombre de su madre. Recuerda a Puerto Berrío. Era menester recoger el cuerpo, no dejarlo allí sin
el primero, la última semana de junio del 2006, cuando una llamada duelo, insepulto, dulce tesoro a merced de las aves que buscan donde
lo alertó sobre la muerte. Y conserva intacto el último, la segunda cebarse.13
semana de septiembre del 2011, cuando la vio emerger de la tumba
Los muchachos llegaron a Puerto Berrío al día siguiente con la som-
hecha huesos y la trajo a su casa en brazos como si él fuera el padre bra del mal dormir bordeándoles la cuenca de los ojos, con el gazna-
y ella, la hija.
te hecho una rama seca, con la cabeza hirviendo de tanto hablar para
Qué va a soñar Nelson ahora que tiene el dolor en carne viva. Su adentro. Se presentaron a la estación de policía y estrecharon sus
mente está vacía de futuro por lo pronto. Suspendido en un pasado manos con las de los agentes. Apenas daban su santo y seña cuando
que es pesadilla, trabaja como ayudante de obras civiles y los días de del fondo del edificio apareció una niña a quien los muchachos reco-
asueto convierte las calles de Salgar en pista rústica para piruetas de nocieron como Maribel, su hermana menor. `i,Y el niño?', preguntó
motociclista ebrio. Cuando dejó a su madre en el osario cincuenta y Nelson. 'Quedó con las vecinas', dijo apenas para hacerse escuchar y
dos del cementerio local, descansó. Ahora está en pausa, a la espera se le echó encima con el peso de una semana larga de sufrimiento.
de recuperar el deseo que se le diezmó con cada noticia del episodio 1Terminar la mamá así!', se lamenta Nelson. Mientras busca foto-
infame que le tocó vivir. grafías viejas en su comodita de trencilla de plástico, escucha a la tía
De la cuadrilla de erradicadores de coca, internados en las selvas Consuelo que habla desde la cocina. 'Ella empezó a morirse desde
de Tarazá, lo sacó la voz del capataz. Desde Salgar le habló una que mataron a tus dos hermanos', dice y regresa a su jabón, a sus ro-
mujer: Nelson, véngase ya que mataron a su mamá. Las piernas se le pas mojadas, a su lavadero al aire libre. En el armario donde Nelson
doblaron como si fueran resortes y se sintió bañado en un sudor frío, busca recuerdos como un gato a la caza de un ovillo, veo una hilera
de pánico. Minutos después, cuando el estupor inicial dio paso a las de camisas tiesas, un banco de tenis blancos y negros, una seguidilla
preguntas, supo que agentes de la Policía Judicial de Puerto Berrío de jean vistosos y un par de frasquitos con lociones de moda.
se comunicaron con las autoridades de Salgar con la intención de `Ahí la tiene: mamá de dieciocho años en Medellín', Nelson me
encontrar a los hermanos Alzate Cossio y Álvarez Cossio. El párroco extiende el papel forrado en plástico. Zapatos negros de taco bajo,
los convocó por el altavoz que sirve de emisora y hasta la sacristía medias de seda, minifalda beige, suéter blanco con una lista café;
llegaron el padrastro y los hermanos de Nelson para escuchar la tre- piernas cortas y gruesas, cadera ancha, manos en la cintura, trigue-
menda noticia que los sacó de la realidad. ña, cabello negro. 'Nunca tuvo el pelo largo', la contempla Nelson.
Después del pasmo, les sobrevino la histeria. Ya en la casa de la tía En otra fotografía, la familia toma gaseosa y tinto en una cafetería
Consuelo, los mayores se daban golpes contra las paredes y los más de pueblo. Al lado de la tía Consuelo y de los niños, la mamá sonríe
jóvenes lloraban como niñitos. Rafael Álvarez, padrastro de unos y
padre de otros, organizó la expedición. León Darío y Nelson, del pri- 13 Antígona le ruega ayuda a su hermana.

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Los escogidos Patricia Mielo

vestida de blanco. Parece embarazada y empuña una monederita Con esa noticia clavada en el oído, Nelson, de apenas 16 años, salió
negra. 'Eran los buenos tiempos', concluye Nelson. a buscarlo. Solo, porque a los demás los paralizó el miedo, rastreó
El día que mataron a Harbey comenzó la desgracia. Fue el martes callejones, cañadas, muladares y cantinas pese a que Aníbal no be-
24 de febrero de 1999. Paramilitares al mando de El Morado llega- bía. Al caer la noche, los Alzate Cossio y el Álvarez Cossio estaban
ron a la casa de La Travesía en las afueras de Salgar. Vociferaron, seguros de que no lo encontrarían vivo y de que, según los chismes
patearon las puertas, derribaron los armarios. El muchacho alcanzó del pueblo, sobre todos ellos pesaba la misma condena. Entonces
la loza de cemento que cubría la casa. Como un gato brincó por los comenzaron a planear la huida. La mamá reunió a los hijos, encontró
tejados y detrás de él los hombres armados le cortaban el aliento. Lo comprador para la finca, encargó los animales y alistó el equipaje.
cazaron en un rastrojo. 'Le metieron siete tiros de fusil Al( 47', preci- Nelson, entre tanto, se dedicó a buscar a Aníbal para, al menos, cu-
sa Nelson para enfatizar en la muerte de su hermano de crianza. brirlo con tierra. Lo halló tres días después encallado en una raíz en
A Harbey lo condenaron a muerte el día que regresó a Salgar des- la orilla del río Barroso, a punto de caer al San Juan. 'Solo fue ente-
rrarlo y salir', baja la cabeza.
pués de meses de ausencia. En tres días no más, la inteligencia pa-
ramilitar lo investigó, lo juzgó y le quitó la vida. La tía Consuelo Desde entonces la mamá no dejó de llorar ni de beber. No pudo con
escuchó los tiros desde su casita en el barrio El Matadero y pensó que la pena de verse huérfana de hijos, despojada de su tierra, tirada en
tendría que enterrar a todos sus sobrinos. Un rato después le tocó a una ciudad que la hizo desdichada y la condenó casi a la indigencia.
ella el ultraje. Le tumbaron la puerta, le deshicieron las camas, le De Medellín salió rumbo a Puerto Berrío después de que el Instituto
tiraron los tiestos de la cocina, le revolcaron sus ropitas limpias. Bus- Colombiano de Bienestar Familiar le quitara a Alexander y a John-
caban armas, propaganda, uniformes, explosivos, canciones revolu- cito. 'Dijeron que ella no los quería', lamenta la tía Consuelo. 'No era
cionarias. Pero allí solo había pañales y biberones. Desde esa noche a eso', replica Nelson. 'Ella no era capaz ni con su vida', concluye.
todos los Alzate Cossio y a los Álvarez Cossio los miraban con recelo, De un ranchito, en la invasión Nuevo Milenio de Puerto Berrío,
como si tuvieran cara de muertos. salió la mamá el día que la mataron. Tal vez iba para el puerto', es-
El tercer día de luto le tocó el turno a Aníbal de Jesús. Por ser her- pecula Nelson. Dejó a la niña Maribel cuidando al niño Luis Alberto
mano de Harbey, al que enterraron como ene ene porque no figura- como siempre, y se perdió por esos caminos que son desiertos en
ba ni en la notaría ni en la registraduría; por vivir en Bellavista, una verano, pantanos en invierno y acequias apestosas en todo tiempo.
vereda ocupada desde casi siempre por la guerrilla; por comprar un Los niños la hacían trabajando en los restaurantes, como les decía;
mercado para atender decenas de chapoleros que El Morado igualó viendo pelar pescado, como le gustaba; matando las horas con los
a subversivos, lo sacaron de una panadería donde combinaba café conocidos, como le apetecía. Pero nunca regresó. Seis días después
con leche y pandequeso. Lo agarraron por el cuello y lo arrastraron —revive la tía Consuelo el relato fragmentado de Maribel— unos pes-
por una de las calles principales de Salgar a la vista de todos los que cadores vieron la tierra movida en la orilla del río, hundieron las
un domingo salen a mercar, a rezar, a emborracharse. palas, no afloró nada; al otro día divisaron los gallinazos, quitaron
tierra, descubrieron el cuerpo de una mujer, pusieron el aviso; los

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Los escogidos Patricia Melo

policías fueron por Maribel, la llevaron a esa tumba de agua, ella dijo Unos días después se dio cuenta de que le falló a la mamá en la
que la muerta sí era su mamá y pidió que llamaran a Salgar. despedida. Apenas se persignó al pie del cajón y repitió una oración
En una pantalla de computador de la Policía Judicial de Puerto que a esa hora vino a parecerle incomprensible. Requiescat in paz',
Berrío, Nelson vio el cuerpo de la mamá muerta. La reconoció por se oyó decir pero no entendió lo que salía de su boca. También recor-
el pantalón rosado, a media pierna, que la cubría. Y porque pese a dó que la lápida de la mamá quedó libre de inscripción. Ni una fecha,
los estragos del paso de los días, de la tierra, del agua del río, de la ni una letra, ni una frase de cariño. De Puerto Berrío regresó con las
sevicia de los asesinos todavía conservaba algún gesto familiar. Des- manos vacías. Ni siquiera trajo un papel que recordara el nombre y
pués fue al cementerio, sobrio y casi sin haber comido, la vio cuando el apellido de quien fue la mamá.
el sepulturero quitó de golpe la tapa del ataúd. Ahí, a carne abierta, Con esa angustia tallándole en el pecho vivió Nelson ocho meses
le pareció más ella pese al horror. Necesitaba ver el cadáver para y más. Empujado por el dolor, compungido por el luto que es un
convertir la muerte de su madre en un hecho real." La cabeza pendía romance invertido, 16 llegó de nuevo a las orillas del río Magdalena.
solo de un hilo por la nuca y su pancita de madre fértil era un cuenco Los funcionarios de la Fiscalía le negaron el acta de defunción; no
vacío. Se arrodilló para contener la energía que le partía el vientre porque ella no estuviera muerta sino porque no tenían pruebas de
como si él fuera la madre y le estuvieran lacerando a un hijo. Pese que la mamá era la suya. No valieron sus súplicas ni sus argumentos
al exceso de dolor, le sobró valor para ir a la finca Los Indios, en La de muchacho bueno. Si decía que su hermanita Maribel la había re-
Malena, y ver el último lecho de la mamá: la tierra aún movida y el conocido todavía en la fosa, le respondían que la niña era menor de
pescador mostrándole dónde la cabeza, para qué lado los pies y en edad; si decía que la del video era su madre, le decían que esa no era
que orificio los aretes, las cadenas y el reloj. En ese trance hubiera una prueba de identidad; si hablaba de la ropa, de las alhajas, de los
testigos, le decían que eran solo evidencias y no pruebas.
tenido el valor de arrodillarse y besar la tierrals sino fuera porque
alguien le dijo: aquí se respira aire de muerte. Después le descargaron el dato. El cuerpo de la mamá llegó a la
morgue sin huellas digitales. Los animalitos del río habían hecho su
Con la sensación de que su cuerpo decidía por él, retornó a Salgar.
trabajo. Entonces, acudir al banco de huellas de la Registraduría Na-
No recuerda ese viaje. Ni a qué horas partió ni qué comió ni dónde cional de Colombia era una necedad. Por eso la mamá era ene ene,
estiró las piernas ni con quién compartió asiento ni de qué modo un cuerpo sin nombre conocido. Esa misma tarde del 1 de febrero
atravesó la ciudad en busca del bus hacia su pueblo. Sabe que re- del año 2007, Nelson solicitó a la Fiscalía Seccional de Puerto Berrío
cuperó la razón cuando abrazó a su pequeña hija y la arrulló tanto adelantar el proceso de identificación de la mamá.
tiempo que él también se quedó dormido.
Siete meses después, el 1 de septiembre de 2007, Nelson y su her-
mano León Darío cruzaron de nuevo las cordilleras, pasando por el
14 Para que la muerte de alguien se asuma como un hecho real, los deudos deben
encontrar el cuerpo dice Thomas Lynch en Cuerpos en Movimiento y en reposo. 16 Dice Thomas Lynch, en El Enterrador, que su padre comprendió así el estado de
15 Como lo hizo Justina en Pedro Páramo. los dolientes.

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Los escogidos Patricio _Met o

valle donde se asienta Medellín, para que Jorge Pareja, el mismo mé- na y a quien otros llamaban Nancy Navarro- era Gilma Rosa Cossio
dico legista que examinó a la mamá ya muerta, pinchara sus índices Higuita: su mamá.
derechos, viera brotar gotas de sangre en cada uno, y las dejara caer Ese nombre bailó varios días en los labios de Nelson. Y con esa
sobre rectángulos de cinco por siete centímetros de algo parecido a música se le avivaron todos los recuerdos de la infancia. Entonces
cartón blanco denominado FTA. En esa superficie creada para reco- los días eran azules y el perro movía la cola. Los cafetales reventa-
lectar, purificar, transportar y archivar material genético viajaron, ban de cerezas, el olor del café lavado anunciaba el amanecer, y las
hacia el Laboratorio de Genética Forense del Instituto Nacional de voces de los chapoleros que buscaban sus canastos indicaban la hora
Medicina Legal, las muestras de ADN de Nelson y de León, la esencia de levantarse. Nelson, que no tenía edad para ir a la escuela, se pe-
material que los hace únicos. En otro paquete, celosamente emba- gaba de las piernas de Jairo de Jesús, su papá, y a él no le quedaba
lado por Pareja, también viajó a Bogotá un trozo del fémur de la si no cargarlo como si fuera un bultico más. Lo llevaba a coger café,
mamá. De la médula de esos cinco centímetros de hueso, en perfecto a rozar el potrero, a reparar el alambrado. Y allí, mientras Jairo se
estado pese al paso de los años, los investigadores extrajeron el ma- entregaba a sus tareas de campesino rudo, Nelson se acomodaba a la
terial suficiente para averiguar cómo estaba constituido su cuerpo. sombra de un arbusto a beber la leche que la tía Consuelo le prepa-
Procedieron a comparar los marcadores genéticos de Nelson con los raba en un tetero porque él era todavía el niño. Al volver, después de
de la mamá, y los de León con los de la mamá. un día de trabajo, lo esperaba el regazo de la mamá donde se sentía
Un año más tarde, el 25 de septiembre del año 2008, el Grupo tan a gusto.
de Genética Forense del Instituto Colombiano de Medicina Forense Pero el 16 de febrero de 1988 el cielo se pintó de gris. A Nelson le
declaró 'que la probabilidad de que el fragmento de fémur analizado faltaba solo un mes para cumplir cinco años cuando fue expulsado
pertenezca a la madre biológica de Fabio Nelson Alzate Cossio, com- del paraíso porque a su papá le quitaron la vida. No perdió la tierra,
parado con otro individuo tomado al azar en la misma población de ni el paisaje, ni el agua fresca. Se le fue la mitad del amor. Con esa
referencia, es de 99.9999%'. Dicho de otra manera: que entre las falta se fue haciendo hombre en una familia que crecía con la llegada
huellas genéticas del hueso y las de la mancha de sangre se halló de Rafael, el nuevo cabeza de hogar. Entre los Alzate Cossio y los
una concordancia perfecta; o que la mitad del genoma del hijo está Álvarez Cossio llegaron a ser trece los hermanos. Sólo a seis les tocó
contenido en el de la mamá; o que, simplemente, la mamá sí es la la pena de despedir a la mamá porque dos murieron niños, al mayor
mamá. lo mató un enemigo, otros dos —ya lo sabemos— fueron asesinados
La noticia llegó a la casa de la tía Consuelo tres años después pero por paramilitares, y dos fueron confinados en un hogar del Estado y
no provocó ningún aspaviento. El Estado se tomó más de 36 meses, luego, si corrieron con suerte, entregados en adopción.
tres años, para confirmarle a Nelson lo que él ya sabía: la mujer de la El sábado 10 de septiembre de 2011, a las tres y media de la tarde,
planta baja, bloque uno, hilera doce del pabellón de los olvidados de Nelson regresó con su mamá a Salgar, el pueblo que ella hizo suyo
Puerto Berrío -a quien unos recordaban como la señora de La Male- por amor. Calmó la sed en la casa de la tía Consuelo, en el barrio

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Los escogidos

El Matadero, apenas llegando al pueblo. Un minuto después cruzó


la vía, subió unos metros por la calle que lleva al parque de Salgar
y entró al cementerio. Ascendió por escalones anchos. A los lados,
las tumbas en tierra vigiladas por vírgenes y ángeles ya deteriorados
por la lluvia, por el sol, por el viento, por las palomas y las golondri- N.
nas. Más lejos, los pabellones donde reposan, hacinados, los otros En la puerta de ese más allá
muertos. Y arriba del cerro que es campo santo, la capilla donde Nel-
son celebró el funeral de la mamá. Entregó el cuerpo al sacerdote,
pues en medio de tantas muertes la de su madre es la muerte que le
importa,'' y suspiró.
De regreso al hogar de la tía Consuelo, Nelson tendió sabanas y
cobijas y se echó a dormir en el catre apiñado entre la pared y la
comodita de trencillas de plástico. Ahí mismo lo veo está mañana
de enero cuando me despido. Le digo adiós sin despertarlo. La tía
Consuelo —ya ha lavado su ropa, limpiado sus tenis y planchado sus
camisas— lo mira con compasión. 'Que el alma de la mamá le de re-
signación', ruega. Consuelo, he sabido, le dará abrigo en su casita de
paredes desconchadas mientras se cura de la soledad.

' 7 La diferencia entre la muerte de cualquiera y la de quien nos importa es el fune-


ral, dice Tomás Lynch en El Enterrador.

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Profesión de fe

Esta noche del 1 de noviembre llegó sin estrellas. Una nube densa
se sostiene sobre las planicies que baña el río Magdalena. Lloverá
antes del amanecer. Tal vez a los devotos los mojen las primeras
gotas de lo que será una tempestad. El animero reemplaza la luz de
las bombillas por un cirio titilante. Con esa llama como guía, recorre
pabellones, pasillos, criptas y jardines. Detrás de él van los devotos
dispuestos a acompañar a las ánimas benditas del purgatorio en su
salida anual. El hombre campanea y los devotos golpean tres veces
las lápidas a su paso.
El animero toma el camellón central y por ahí desciende. Lo veo
bajar en medio de los arbustos que a esta hora parecen fantasmas
enanos. A punto de tomar la vía por donde llegan todos los cortejos,
el animero ajusta el candado de la puerta principal del cementerio y
se asegura de que nadie se quede adentro. Ni hombres ni espíritus.
Alarga sus pasos para retomar la cabecera de la procesión. Dedica
unos minutos a calzar su cabeza con la capota negra. Ya investido,
baja la cara. Enciende una linterna, hace tañer a su campana, en-
reda la camándula en sus dedos delgados, comienza la oración, y
marcha.
Los devotos le siguen el paso en tumulto. Algunos de los que van
allí dicen cielo, infierno, limbo y purgatorio para señalar los lugares
a donde van los espíritus de los hombres cuando los cuerpos mueren.
En la puerta de ese más allá, el Dios que los ha creado, los recibe y
los juzga. Para algunos habrá un lugar en la casa de ese Dios; otros,
se quemarán en el fuego eterno; unos más, los que no alcanzaron a
ser bautizados para liberarse del pecado original se quedarán flo-
tando en la nada absoluta; y los demás, purgarán sus culpas con

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L(/) e.SC Puiricia Nieto

dolorosas penas antes de ser admitidos en el reino de los buenos. La te, húmedo, a punto de derramarse en lluvia. Yo, simplemente, la
mayoría de las almas que desfilan hoy, vienen, según adoctrina el veo irse. Me gusta esta distancia.
animero que se ha declarado católico, apostólico y romano, de ese Dejo el atrio del cementerio, tomo la vía empolvada rumbo a mis
extraño lugar de sufrimiento. propios pensamientos. Si fuera fiel a la religión en la que me bauti-
Pero, me han dicho los espíritas, estudiosos del espiritismo en sus zaron, debería declarar, como los curas, que el único vínculo entre
aspectos científico, filosófico y moral, que no existe un más allá para el mundo de los vivos y el más allá de las almas es la oración. Según
los sufrientes. Es aquí, en este plano, donde están los que no han ellos, lo demás es fantasía; imaginación de espíritus débiles. Golpeo
un guijarro justo al pasar por La última lágrima donde a esta hora
trascendido a otras dimensiones. Tal vez ahora, mientras descanso
nadie llora, nadie se emborracha, nadie canta su dolor. Si fuera una
en el quicio de la puerta del cementerio, alguno de ellos me acom-
iniciada en el espiritismo tendría que adoctrinar que aquí y ahora
pañe y soporte su cuerpo astral sobre mi espalda. Pero no puedo
voy rodeada de entidades que no han trascendido a la dimensión
saberlo ni comprobarlo. Si yo tuviera el don de los videntes, lo vería
donde se les prepara para reencarnar. Tal vez murieron a destiempo,
y también contemplaría una multitud siguiendo a una veintena de aunque todo está escrito, o no quieren irse o no los dejan partir. Y
devotos. Pero no lo veo, ni a él ni a la multitud. Solo atisbo el cielo con ellas podría comunicarme como lo hacen Javier, Lucy, Hernán,
encapotado y la brisa que anuncia el aguacero. Carmen y Marta si me empeñara en ello. Y tal vez si escogiera a
La voz del guía se me hace grave, pese a la distancia. En el coro de- Milagros conocería sus bondades, sus necedades, sus talentos, sus
ben rezar también los espíritus que han salido de paseo. Si yo tuviera caprichos, sus juegos, sus gracias. Tomo una fruta seca, de entre mu-
el don de la audición podría distinguir sus voces, saber qué rezan, chas, al pie de un árbol. Al morderla ni siquiera logro que sangre.
enterarme qué desean. Pero solo escucho los perros que ladran y una Entonces recuerdo a quienes he conocido a la vera del pabellón de
vaca que muge. Si yo tuviera algo de sabiduría podría prestarles mi los olvidados. Con su lenguaje de colores, de nombres postizos, de
voz para que ellos manifestaran sus penas; disponer mis manos para rezos antiguos han sido capaces de decir lo indecible, de nombrar lo
que escribieran porqué sufren; ofrecer mi cuerpo para que cuenten innombrable, de recordar lo que tantos piden olvidar. Con su religio-
cómo andan las cosas por allá del otro lado del mundo." Pero atada sidad vestida de arte han resistido a una guerra que a quien sobre-
a la ignorancia de la vida terrenal no puedo ver más allá de las apa- vive lo condena al silencio. Con sus letanías han denunciado la in-
riencias. Me han dicho. defensión en la que fueron asesinados sus ene enes, que es la misma
que pesa sobre sus hijos. Con su perseverancia indican que seguirán
Al paso de la comitiva, los cantineros apagan los radios, las mu- al pie de sus muertos, aunque en verdad no sean los suyos, porque
jeres secan sus risas, los hombres guardan los naipes. Los caballos confían en que en algún otro puerto un ser bueno les sea compañía
relinchan, los burros se levantan del pesebre y los gatos huyen. La en el sentimiento. 19 Con sus grafías negras han escrito 'escogido' que
procesión se aleja, se interna en los laberintos de este pueblo calien- puede leerse como la denuncia contundente del horror.

18 Era lo que hacia Abundio, el mensajero, cuando se encontraba con la gente de


Comala en Pedro Páramo. 19 Así entendía Thomas Hobbes el término compasión.

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Los esc();.1-iciDs

Javier, Lucy, Hernán, Carmen, Harold, Ciro, Wilder, Saúl, César,


Francisco Luis, Hismenia, Nelson...Javier, Lucy, Hernán, Carmen,
Harold, Ciro, Wilder, Saúl, César, Francisco Luis, Hismenia, Nelson
los traigo a mi boca, uno con cada paso que doy por este callejón.
Antes de doblar sobre la vía principal, asfaltada, luminosa, el olor de
un jazmín sacudido por las primeras gotas de lluvia me recuerda que
hay vida en este amanecer. Y esa es mi única profesión de fe.
Sobreviví la noche de algún modo secreto
y entro en el día.
Le basta al que está a salvo saber que fue salvado
aunque no sepa el cómo.

Tomo, pues, mi lugar entre los vivos,


como quien deja que lo lleven,
candidata al azar de la mañana
pero citada con los muertos.

Emily Dickinson

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