Está en la página 1de 7

DISCURSO HISTORICO Y REALIDAD: LAS VARIAS FACETAS DE UNA

METANARRATIVA CUESTIONADA.

Prof. Norberto Flores (Ph.D.)


(Artículo publicado en Revista Facultad de Filosofía, Universidad de Chile, 1997).

Durante siglos, la Historia ha sido concebida como el relato de los orígenes, gestas,
usos y costumbres de hombres y pueblos. El carácter verificable de este discurso y su
denotada objetividad le confirieron el carácter de ciencia y la revistieron con la solemnes
ropajes de la Verdad. Hoy, sin embargo, la Historia es sometida a la crítica de intelectuales
que la consideran una forma discursiva, una metanarrativa destinada a seleccionar,
justificar y conmemorar -con un velado sesgo ideológico- los hechos de un segmento
étnico-genérico de la sociedad claramente definible: hombres de raza blanca.

El cuestionamiento de la veracidad de la Historia comenzó a ser difundido en los


años setenta a través del trabajo de un connotado estudioso: Michel Foucault. Los orígenes
del pensamiento de Foucault, sin embargo, remiten a otros pensadores que conformaron la
escuela de la sospecha y que, tempranamente, cuestionaron la validez de las narrativas de
legitimación. Ellos son: Nietszche, Marx y Freud.

Friedrich Nietszche, en Más allá del bien y del mal (1886),


cuestionó la veracidad de la Filosofía calificando el platonismo como "el más duradero y
peligroso error". El platonismo -afirmó el filósofo alemán-, dio origen a la "perspectiva de
rana" (mirar desde abajo) de los metafísicos: obstinados en partir de un creer para obtener
un saber que bautizaron como verdad. Con esto se disfrazaba una voluntad de saber que
no era sino voluntad de Poder, al costo de un siempre renovado sacrifizio dell'intelletto
filosófico.1 Nietzsche denunció en la Filosofía el móvil del dominio del fuerte: un
quantum de fuerza, de pulsión, de voluntad disfrazada por la seducción del lenguaje.

Al criticar la metafísica, Nietszche cuestionaba la condición cartesiana del ser


humano como sujeto racional y trascendental. Concepción que había convertido al hombre
en fuente de explicación de mundo y que legitimaba a la Filosofía y la Historia como
métodos de conocimiento. Los postulados de Nietszche fueron el
origen de un cambio radical en la metafísica occidental y la causa, según Michel Foucault,
de la "desaparición del hombre" el fin del período antropológico de la filosofía y de la
cultura occidental, en suma, el fin de la época moderna.2
1
     Expresión italiana corriente en Europa tras la definición de
la infalibilidad pontificia por el Concilio Vaticano Primero
(1870), para significar la sumisión del conocimiento científico al
dogma eclesiástico.
2
     Citado por Richard Cohen en "Merleau-Ponty. The Flesh and
Foucault." Philosophy Today. Winter, 1984. p.329.

¡Error!Marcador no definido.
Nietzsche, junto con Marx y Freud, dieron lugar a una corriente no tradicional del
conocimiento destinada a examinar críticamente la verdad o falsedad de determinadas
proposiciones con el fin de descubrir sus autoengaños. Nietszche sospecha de sus
resultados, hurga en sus orígenes y desconfía de la "objetividad" de historiadores,
filósofos, psicólogos y estudiosos de toda suerte. Al método lo denominó genealogía:
"...valor del origen y origen de los valores. La genealogía de opone al carácter absoluto de
los valores y a su carácter relativo y utilitario..."3

Un siglo más tarde, Michel Foucault -también influenciado por Hegel, Freud y
Reich-, sigue las ideas de Nietszche. El estudioso francés señala que la conducta social-
materialista de los tiempos modernos ha generado "la insurrección del conocimiento
subyugado", esto es, la actual aparición de contenidos históricos secularmente
descalificados o disfrazados en una coherencia funcionalista de sistemización formal. En
una definición de obvia notación nietszcheana, Foucault también llama "genealogías" a la
unión de conocimiento erudito y memorias locales que permiten avizorar lo que la Historia
ha negado. Ampliando las ideas del filósofo alemán, Foucault asigna al conocimiento
moderno un creciente grado de poder. Tradicionalmente, afirma Foucault, los mayores
mecanismos del Poder han sido acompañados de producciones ideológicas. Hoy, sin
embargo, domina por sobre el aparato ideológico la producción de instrumentos efectivos
para la formación y acumulación del conocimiento.4

Al buscar una genealogía del Sujeto moderno, Foucault define el ángulo en que el
conocimiento se entreteje con el Poder y rechaza el concepto tradicional de Sujeto,
develando su condición de construcción idológica al servicio de las relaciones de poder.
Tras la noción de Sujeto, Foucault ve una serie de sustituciones históricas para la idea de
un centro de poder que controla el pensamiento. Este ha recibido diversas denominaciones
en la metafísica tradicional: Dios, Logos, Ousia, Razón, Ser, etc. La subjetividad es el
principio central de la Epoca Moderna, extensión de la noción kantiana de Sujeto
trascendental con el que comenzó, en parte, el razonamiento decimonónico. 5 Es, por lo
tanto, un principio inherente a los conceptos de Hombre y de Conocimiento, fundamentos
de lo que Foucault denomina Pouvoir-Savoir.

3
     Andrés Sánchez Pascal en su introducción a La genealogía de
la moral.
4
     Michel Foucault, "Two Lectures", Power and Knowledge, edited
by Colin Gordon (New York: Pantheon Books, 1980), p.102.
5
     La crítica de la subjetividad foucaultiana es, en síntesis,
una crítica a la fenomenología y otras filosofías subjetivista que
dominaron el pensamiento francés posterior a la Segunda Guerra
Mundial. Charles G. Lemert y Garth Gillan, Michel Foucault. Social
Theory and Transgression (New York: Columbia University Press,
1982), p. 139.
El Pouvoir-Savoir determina que toda voluntad de saber es voluntad de Poder. De
este modo, el Sujeto se constituye en un producto de la dominación, antes que en
instrumento de la libertad personal. A partir de su famoso aforismo: "Poder es
esencialmente lo que reprime", Foucault reduce la importancia del valor que el Derecho
otorga al Poder para destacar su condición de acto de fuerza, esto es, una guerra
continuada por otros medios. El Poder, así considerado, supera el esquema jurídico
"contrato/opresión" para centrarse en la "dominación/represión", donde la oposición
pertinente no es entre lo legítimo y lo ilegítimo, sino entre lucha y sumisión, variables
largamente familiares a una de las más difundidas narrativas de legitimación: la Historia.6

Hasta el siglo diecinueve, la Historia fue comprendida como el registro de un


proceso evolutivo, signado por una coherencia formal, destinado a dar cuenta de la
subjetividad humana.7 Lionel Gossmann indica que, en el siglo XVIII, la Historia fue una
rama de la elocuencia, un modo de argumento legal y constitucional o una fuente de
evidencia de aquellas leyes del mundo social en el que iluminados estudiosos, como
Montesquieu o Maltus, esperaban descubrir las leyes de Newton sobre el mundo físico. El
siglo siguiente, sin embargo, habría de experimentar un notable cambio. A comienzos del
siglo diecinueve, la Historia ya se pensaba y practicaba como una rama de la filosofía y, en
ocasiones, de la teología, es decir, como un medio de restablecer el contacto con los
orígenes y de reconstituir lo experimentado como una totalidad fracturada.8

Es por ello que la ruptura nietzscheana del epistheme metafísico y la consiguiente


negación de la esencialidad del Sujeto, trajo como consecuencia un cambio en los
postulados historicistas. Un resultado de ello es el concepto de historia de Michel Foucault.
Charles Lemert afirma que quizás la característica más distintiva del concepto de historia
de Foucault es que ésta, como un tipo de conocimiento, debe ser siempre comprendida
como un campo de retroceso, discontinuidad y conflicto porque, como todo proceso real,
es intensamente política. Si la historia es una arena de lucha, señala Foucault, entonces el
estudio de la historia debe tomar sus datos de los eventos específicos en los que el poder y
6
     Foucault "Two Lectures", p. 92
7
     La idea, sin embargo, no carecía de conflictos. Hayden White
destaca que Hegel fue forzado a concluir que la coherencia formal
que el hombre percibe en los objetos físicos es sólo eso, formal,
y que la apariencia de una evolución es sólo un esfuerzo de la
mente del hombre para entender el mundo de relaciones puramente
espaciales bajo la idea de tiempo. Concluye White: "This means
that that, insofar as Hegel was driven toward the doctrine of
natural evolution, he was so driven by logical considerations
alone." Hayden White Metahistory (1974; The John Hopkins
University Press, 1992), p. 82.
8
     Lionel Gossman, "History as Decipherment: Romantic
Historiography and the Discovery of the Other." New Literary
History 18.1 (1986): 23-57
el conocimiento se fuerzan uno al otro en la práctica social.

En La arqueología del saber, al analizar la gran heterogeneidad de los


acontecimientos humanos que la historia intenta reseñar, Foucault se pregunta qué vínculo
establer sobre acontecimientos tan dispares, cómo establecer entre ellos un nexo necesario.
Sus conclusiones, sin embargo, son que las vastas unidades descritas como "siglos" o
"épocas" no son sino el terco devenir de una ciencia que se encarniza en existir. Por sobre
sus aspiraciones de unidad y continuidad se imponen hoy lo que Foucault llama
"interrupciones": fenómenos de ruptura que desmienten la uniformidad evolutiva del
historicismo tradicional.9

A pesar de numerosos desencuentros, el feminismo ha tomado las teorías


foucaultianas sobre la existencia de historias "menores" semejantes a sus historias de la
sexualidad o de la locura. En virtud de ello, el estudio de historias de mujeres ha dado
pauta a un territorio casi inexplorado y en el que se trabaja arduamente. En el caso de
Chile, una prueba palmar del carácter selectivo de la historia tradicional es la inexistencia
de datos sobre la inmigración de esclavos negros durante la Conquista y Colonia.

En este campo, la historiadora Rosa Soto ha realizado una labor destacada,


investigando sobre la participación de las mujeres negras durante la Colonia. Los
resultados de su trabajo sorprenden en un contexto social como el chileno, fuertemente
afincado en la creencia de una "pureza de sangre" hispano-criolla. Rosa Soto no sólo
prueba la existencia de grupos negros desde la Conquiesta, sino que demuestra que las
relaciones entre negros y blancos distaban de reducirse a las de la simple esclavitud: Don
Gonzalo de los Ríos no sólo casó a la mulata Catalina de Mella -criada de Inés de Suárez-
sino que fue rechazado por esta, vía nulidad de matrimonio, al alegar que el enlace fue
contra su voluntad y sin la edad competente.10

Las historias de mujeres, no obstante, no siempre han tenido la suerte de


investigadores de la talla de Rosa Soto. Un caso relevante por la difusión y manipulación
ideológica del caso es la historia de doña Catalina de los Ríos y Lisperguer, mujer chilena
de ascendencia mapuche, española y alemana, vivió en Chile en el s.XVI y constituye uno
de los raros personajes femeninos que la Historia de Chile menciona en sus anales. 11
9
     Michel Foucault, La arqueología del saber (Barcelona:
Editorial Siglo XXI, 1970 [15ava edición]), p. 5.
10
     Rosa Soto L., "Matrimonio y familia negra en los siglos
coloniales". Revista de la Facultad de Humanidades. USACH,
Universidad de Santiago de Chile (1995): 98-110.
11
     En la Historia de Chile, las pocas mujeres que se mencionan
destacan por un atributo tradicionalmente masculino: su
heroicidad. Doña Inés de Suárez, española que luchó con Pedro de
Valdivia contra los araucanos. Luego, Isabel Riquelme, Javiera
Carrera, Luisa Recabarren, Agueda Monasterio, Mercedes Fontecilla
Acusada de la muerte de sirvientes y amantes, recibió el nombre de "La Quintrala" por el
quintral, un arbusto que crece en torno al tronco de los árboles y los sofoca.12

La historia de Doña Catalina de los Ríos y Lisperguer ha interesado largamente a


la historia y a la literatura chilenas, dando lugar a un relato en el que la realidad y la
ficción se confunden y donde el sesgo ideológico del discurso masculino sobre la mujer
adquiere ribetes impensados. En 1877, Benjamín Vicuña Mackenna publicó "Los
Lisperguer y la Quintrala", texto que sentó el precedente de una mujer cuyas "crueldades
eran consecuencia de su lascivia" y a cuyo nombre Vicuña Mackenna asocia los de
Mesalina, Lucrecia Borgia y Margarita de Borgoña.13

Años más tarde, el historiador Aurelio Díaz Meza -"La Quintrala y su época"
(1933)-, rechazó dicha aserción para argumentar que doña Catalina "era una víctima del
sadismo" y que a la ciencia médica le "correpondería la investigación y el análisis del caso
fisio-patológico que ofrece la existencia de ese desgraciado ejemplar de ser humano."
Otorgaba, así, marco científico a la "intuición" de Vicuña Mackenna sobre el "triste caso"
de doña Catalina.14

y Paula Jaraquemada participaron activamente en la Independencia


de Chile. Más tarde se conocerá el nombre de la Sargento Aldea,
mujer que luchó en la conflagración de Chile contra Perú y
Bolivia.

12
     "La investigación minuciosa esclareció que Catalina había
asesinado a 39 personas de la hacienda, sin contar los hechos
anteriores a su matrimonio, ni un asesinato posterior a su regreso
de la capital." Jordi Fuentes y Lía Cortés, Diccionario Histórico
de Chile. Santiago de Chile: Editorial del Pacífico, 1966,
pág.370.
13
    

Benjamín Vicuña Mackenna, Los Lisperguer y la Quintrala (Doña


Catalina de los Ríos) [1877]. Santiago de Chile: Empresa Editora
Zig-Zag, 1950.
Ese mimo año, Magdalena Petit publicó su versión de la historia de doña Catalina
(La Quintrala. Santiago de Chile: Editorial Zig-Zag, 1952 [7a edición]). En la
introducción de ésta, el crítico literario Hernán Díaz Arrieta (Alone) no oculta su
freudianismo y califica de "histérica" a la Quintrala.

En 1955 Raúl Montenegro Lillo dio a conocer otro texto sobre el tema. En éste, la
Quintrala es definida como "culminación del crimen y del horror, síntesis de cuanto ya
habían hecho sus antepasados, sus fechorías fueron tal exponente de crueldad y espanto
como no se conoce nada parecido en la historia."15

Posteriormente, Lautaro Yankas incursionó en la vida de Doña Catalina con "Doña


Catalina. Un reino para la Quintrala" (1972), en un relato que Raúl Silva Castro prologa
como "novela amena" sobre "Una dama /.../con alguna dolencia erótica no bien
diagnosticada" cuya muerte careció de todo valor épico "pues una loca que muere en casa,
por muy loca que sea, no despierta mucho interés".16 Habían pasado 95 años desde el texto
de Vicuña Mackenna, pero el juicio de los hombres sobre Doña Catalina se mantenía
inalterable. Recién en 1991, este malogrado personaje femenino fue reivindicado por
Mercedes Valdivieso en Maldita yo entre las mujeres (Santiago de Chile: Editorial
Antártica.)

La Historia, luego, pierde abstracción y universalidad para tomar la forma de un


discurso signado genérica e ideológicamente. Secularmente definido como un relato
destinado a cautelar la tradición, es deconstruido en la época moderna desde Nietszche
hasta Foucault. Los resultados del cuestionamiento de la subjetividad y trascendentalismo
del relato histórico derivan en el reconocimiento de dos versiones: la Historia oficial y las
historias. La primera es un producto cultural afectado por numerosos factores. Entre ellos:
a) un grupo genérico que vela por la pervivencia de su sexo y tradición y por el
silenciamiento de las diferencias, b) una minoría productora, representada por una élite de
intelectuales dedicados al estudio y el registro de acontecimientos socioculturales, c) un
grupo hegemónico que vela por la armonía entre la emisión y difusión de estos discursos
culturales y su proyecto nacional y d) un acontecimiento social afectado por coordenadas
témporo-espaciales.

A la selectiva denotación de los acontecimientos, la personal ideología de los


historiadores y el potencial veto del grupo en el poder, ha de agregarse que la selección del
hecho histórico puede descansar en variables tan simples como la disponibilidad del
material de investigación o el -relativo- grado de agonismo de éste, o sea, su condición de
14
     Aurelio Díaz Meza, La Quintrala y su época. (Santiago de
Chile: Ercilla, 1933).
15
     Raúl Montenegro Lillo, La Quintrala. Buenos Aires:Editorial
central,1955. Pág.7.
16
     Lautaro Yankas, Doña Catalina. Un reino para la Quintrala.
Santiago de Chile: Editorial Orbe, 1972. Pág.13.
hecho dotado de "valor nacional". Las épicas formas de la historia tradicional han sido
reducida, así, a la desmitificada forma de un relato entre otros relatos, sujetos todos a las
mismas pruebas de validez y credibilidad. Con ello, el clásico trascendentalismo de la
metanarrativa histórica de desvanece ante las varias historias "menores", casi privadas, de
grupos que otrora silenciados, son ahora develados.

--------------------------------

También podría gustarte