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EL MÉDICO CIENTÍFICO

por Arturo ROSENBLUETH

El problema que se considera en este ensayo podría parecer senci­


llo a primera vista, pero es en realidad complejo; comprende diversos
aspectos que es conveniente desmembrar.
En numerosas ocasiones se ha discutido entre nosotros si se debe
considerar la medicina como un arte o como una ciencia. Esta pre­
gunta plantea un pseudoproblema. Si ha surgido la polémica es porque
no se han definido los términos, y porque como la mayor parte de las
dicotomías, ésta propone dos disyuntivas que no son mutuamente ex­
clusivas y que no abarcan todas las modalidades de las disciplinas aca­
démicas o humanistas.
Empecemos por el arte. El único sentido del vocablo que pro­
pone la Real Academia, que sería aplicable a la medicina, sería el de "un
conjunto de preceptos y reglas necesarios para hacer bien alguna cosa".
Esta definición, mala por lo demás como la mayoría de las definiciones
rígidas y estrechas de diccionario, se refiere a la artesanía. Sería tal
vez aplicable a la medicina de Hipócrates, a la medicina tradicional
china, o a la homeopatía, pero no hace justicia a la medicina moderna.
lis cierto que el aprendizaje y el ejercicio de la medicina incluyen
numerosos capítulos esencialmente de técnica práctica, de artesanía.
^tuchos aspectos de la cirugía, por ejemplo, pertenecen a esos capí­
tulos. Pero la medicina no se limita a la aplicación de un conjunto de
preceptos rígidos. Propone reglas tentativas de conducta y busca con-
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tinuamcntc su modificación y perfeccionamiento. Busca además, sin


cesar, el refinamiento de los métodos para precisar "la cosa" sobre la
cual ha de actuar, para hacer diagnósticos correctos y para pasar del
enfermo a los procesos patológicos. La medicina moderna es así, bas­
tante más que un mero arte técnico o un grupo de artesanías.
Pasemos en seguida al aspecto científico. N o es posible dar una
definición precisa y aceptable de la ciencia o de las ciencias. Si se
toma como modelo a la física, como es habitual, y se insiste en que
las leyes deben estar expresadas por ecuaciones diferenciales, y en
que las teorías deben ser sometidas a cotcjaciones experimentales me-
dibles, el criterio sería tan exigente que excluiría a la mayor parte de las
disciphnas aceptadas como científicas. Si se adopta, por otra parte,
como criterio el pragmático de la predicción, la caracterización es tan
laxa que incluye cualquier conjunto de observaciones empíricas, aun
cuando no sean científicas por carecer de base teórica.
Pese a la vaguedad de los criterios citados, se puede decir que
no existe una ciencia médica, es decir, no existe un conjunto coherente,
lógico, de teorías, leyes y relaciones funcionales acerca de un grupo
homogéneo de fenómenos que podamos llamar la ciencia médica.
La medicina recurre a varias disciplinas descriptivas sistematiza­
das, la anatomía, la histología, la embriología, la bacteriología y la pa­
rasitología. Recurre al acopio experimental que le proporciona la far­
macología. Utiliza las enseñanzas de la genética. Se apoya, finalmente,
en la fisiología, la bioquímica y la biofísica. De estas tres ciencias, la
única que tiene autonomía científica es la fisiología, de donde es legí­
timo calificarla como la ciencia básica de la medicina.
Sobre estos cimientos, pero descansando mucho más aún sobre
una experiencia empírica secular, la medicina ha estructurado una serie
de técnicas que son las que aplica para el tratamiento de los enfermos
y para la prevención de las enfermedades, sus metas primordiales.
Las relaciones que guarda la medicina con la fisiología son seme­
jantes a las que guarda la ingeniería con la física. El ingeniero aplica
esta ciencia y recurre a otras disciplinas v a la experiencia empírica.
Pero la ino-cniería no es una ciencia.
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El médico es el encargado de aplicar la medicina. Como médico


debe tener una actitud radicalmente distinta de la del hombre de
ciencia. Al primero le incumbe interesarse primordialmente en un ente
particular, un individuo, el enfermo, potencial o de hecho. Toda su
actuación debe estar orientada por esc interés. Para el científico los
eventos individuales no tienen importancia. El busca uniformidades,
generalizaciones, leyes.
Esa dedicación del medico al paciente particular no excluye que
pueda después hacer medicina, buscar uniformidades entre los distin­
tos casos particulares obser\'ados. Esa búsqueda puede limitarse a la
formulación de la experiencia empírica de la cual hablé antes, y lais
reglas técnicas de la medicina se basan ante todo en dicha experiencia.
Pero puede hacerse más fructífera al intentar correlacionar los datos
empíricos con los conocimientos científicos de algunas de las discipli­
nas básicas. Algunos preceptos derivados exclusivamente de observa­
ciones empíricas pueden ser útiles, pero lo serán mucho más si a esta
base se agrega un apoyo experimental y teórico. Mientras la electro­
cardiografía clínica se limitó a afirmar que los infartos del miocardio
van habitualmcnte acompañados de una modificación del seírmcnto
S - T del electrocardiograma en algunas de las derivaciones, su contri­
bución a la Cardiología fue efectiva, pero exigua. Cuando empezaron
los electrocardiografistas a buscar una interpretación fisiológica del fe­
nómeno, y a utilizar las enseñanzas de la electrofisiología del corazón,
su contribución al diagnóstico y a la terapia de los infartos se multi­
plicó importantemente.
Hay otra diferencia fundamental entre el médico y el científico,
entre la medicina v las ciencias. La medicina y el médico tienen una
meta específica práctica: mejorar la salud de los individuos y, por ende,
de los gaipos sociales. La ciencia, como las artes propiamente dichas,
las que cultivan realizaciones estéticas, no tiene metas. Recordemos la
frase de Kant: el arte y la ciencia son finalidades sin fines. Al hom­
bre de ciencia v al artista no debe preocuparles el bienestar o pro­
greso de la humanidad; es más, si les preocupan mermará su producti­
vidad creadora. El bienestar y el progreso vendrán a posteriori a
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coronar sus esfuerzos, pero como factores de motivación son espúreos


en sus campos y aspiraciones.
Después de estas consideraciones generales, podemos pasar a la
formulación precisa de algunas de las preguntas que encierra el título
de este ensayo.
La primera es la de si la medicina es una ciencia, en el sentido
estricto de la palabra, y ya quedó contestada negativamente. Es pre­
ciso, sin embargo, recalcar que para el progreso de la medicina es in­
dispensable la aplicación del método científico.
La trilladura y la sistematización de las observaciones, debe llevarse
a cabo con toda la crítica y el rigor que se aplica a las observaciones
científicas. El análisis y la evaluación de los casos eventuales que cons­
tituyen experimentos fisiológicos realizados por la naturaleza, deben
hacerse con las mismas normas que aplica el fisiólogo en su laborato­
rio. El control de los ensayos de una nueva droga o un nuevo método
terapéutico o quirúrgico, debe realizarse con los mismos criterios que
aplica el famiacólogo o el fisiólogo en sus pruebas o sus experimentos.
Los conocimientos meramente cualitativos son en todo caso preli­
minares y pobres. El médico, como el científico, debe hacer medicio­
nes cada vez que es posible. Debe también buscar ecuaciones, cuando
los datos lo permitan. Los números y las matemáticas son los len­
guajes más claros y precisos que poseemos, y la precisión del pensa­
miento depende ante todo de la precisión del lenguaje.
La segunda pregunta es la de la importancia de los conocimientos
científicos, para la educación de los médicos y para el ejercicio de la
medicina. La respuesta va también implícita en las consideraciones
preliminares. El medico necesita una preparación sólida en fisiología,
bioquímica y biofísica y en las otras disciplinas mencionadas. Pero,
para lograr esta preparación, es menester que posea conocimientos pre­
vios bien arraigados de todos los principios fundamentales de la física,
de la química, de la fisicoquímica y de la biología general.
E^stos conocimientos requieren, a su vez, cuando menos alguna fa­
miliaridad con el algebra, la trigonometría, la geometría analítica y el
cálculo diferencial e integral. La tesis de que se puede impartir ense­
ñanza medica adecuada a estudiantes que ignoran hasta los rudimentos
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de las matemáticas, pertenece al siglo pasado. La medicina moderna


es inabordable sin una preparación básica amplia.
Para aquellos que no quieran limitarse a ejercer la medicina, sino
que desean contribuir a su desarrollo y progreso, no basta con este
equipo científico mínimo. He dicho que habrán de aplicar el método
científico en sus investigaciones clínicas. Este método no se aprende
en cursos o leyendo tratados científicos. Como no se esté dotado de
aptitudes intuitivas extraordinarias, sólo se adquiere por el aprendizaje.
El mejor entrenamiento previo para un investigador clínico, es pasar
uno o dos años en un laboratorio activo de investigación en alguna
de las disciplinas básicas.
Hay problemas prácticos planteados por la clínica, difíciles de re­
solver por la observación o experimentación clínica. Muchos de ellos
serían de fácil solución, si se abordaran a través de experimentos reali­
zados en animales. El investigador clínico que haya pasado por alguno
de esos laboratorios, estará mucho mejor capacitado para abordar estos
problemas, que aquel que se haya limitado a entrenarse en hospitales.
Si a los estudios científicos mencionados, se agregan los estudios
propiamente médicos, la experiencia en los hospitales, y el cultivo del
mínimo de humanidades indispensable para que el clínico no degenere
en mero técnico especializado, la preparación del médico resulta larga,
difícil y laboriosa. Así es, no se puede alcanzar pericia en un campo
tan arduo y complicado sin buenas dotes, mucho trabajo y gran en­
tusiasmo. Pero la causa es digna del esfuerzo.
La última pregunta que plantea el tema bajo consideración, es la
del valor científico de las contribuciones y adquisiciones médicas. El
afirmar que la medicina no es una ciencia, parecería implicar que su
experiencia y sus hallazgos no pueden ayudar al desarrollo de las cien­
cias que en ella se aplican. Tal conclusión sería errónea. La expe­
riencia clínica plantea continuamente problemas que son eminentemen­
te svisceptibles de un análisis científico.
Se podrían citar numerosos ejemplos para respaldar esta tesis.
Prácticamente toda la endocrinología fue primero estudiada por los
médicos; después por los fisiólogos y bioquímicos. La diabetes se co­
noció antes de que se encontrara la insulina; el hiperriroidismo antes de
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que se aislara la tiroxina. El tratamiento empírico de la sífilis se cono­


cía cuatrocientos años antes de que se vislumbrara la acción del mer­
curio sobre las enzimas sulfhidrílicas del treponema, y cerca de cincuen­
ta años antes de que se conociera la fármaco dinamia bioquímica del
arsénico.
El gran matemático Wiener me dijo en alguna ocasión que las
matemáticas que se desentiendan por completo de la física, de la reali­
dad, corren el riesgo de convertirse en estéril juego de salón. Yo pienso
lo mismo de la fisiología con respecto a la medicina. Ya dije que no
creo que el fisiólogo deba trabajar ni con morivación ni con criterio
médico. Pero el fisiólogo que desdeñe los problemas médicos por te­
ner un origen prácrico adoptará un snobismo esterilizante.
La mayor enseñanza cultural del Renacimiento fue la del huma­
nismo. Cualesquiera que sean nuestros prejuicios o ideales, la especie
más interesante para el hombre es la humana. E-s importante y satis­
factorio conocer las peculiaridades de la fisiología del riñon de los
peces. Pero además de la satisfacción que este conocimiento nos pro­
cure intrínsecamente, es también interesante porque nos ayuda a en­
tender las funciones del riñon humano. Si a mí personalmente me ha
fascinado siempre el estudio del sistema ner\noso en varias especies, es
porque quisiera saber cómo funciona la corteza cerebral humana y por­
que quisiera saber qué correlaciones hay entre esas funciones v los
fenómenos que llamamos psíquicos.
La clínica no es un parásito de las ciencias básicas de la medicina;
la relación es cooperativa y simbiótica. Los experimentos en los hu­
manos son complicados y difíciles de realizar. A los clínicos toca
decidir si las extrapolaciones hechas por bioquímicos, farmacólogos y
fisiólogos, desde el animal hasta el hombre, son legírimas o falaces.
HISTORIA

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