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La globalización son los efectos históricos que determinan el contexto mundial actual, sin
agotarlo por completo.
Sin eliminar vínculos locales ni nacionales, la condensación del mundo en un único lugar
ha vuelto cada vez más global el marco de referencia para la acción y el pensamiento
humanos”.
Este proceso de expansión humana ha tenido hitos como las exploraciones navales del siglo
XVI y las revoluciones industriales del siglo XIX. Ambas impulsaron poderosamente la
tecnología y cambiaron el panorama político y cultural del planeta en lo que los expertos
describen como una condensación del espacio tiempo: el planeta comenzó a administrarse
como un lugar homogéneo, alcanzable y concreto, sin zonas ocultas ni fronteras
infranqueables. Sin embargo, para fines prácticos, la globalización se ciñe a las
dimensiones económica, política, cultural, ecológica e ideológica, que se intervienen
mutuamente en un contexto común a partir de la última década del siglo XX.
Los casquetes polares se han fundido más deprisa en los 20 años más recientes que en los
últimos 10.000”.
La respuesta multilateral de las potencias contra el cambio climático y el calentamiento
global ha sido bienintencionada, pero mayormente simbólica. Tratados internacionales
como el Acuerdo de París, establecido para reducir las emisiones contaminantes y evitar el
aumento del calentamiento de la atmósfera terrestre hasta niveles que pongan en riesgo la
vida, no han sido ratificados por todos sus miembros. El argumento de países como Estados
Unidos es que disminuir su ritmo de producción minaría su crecimiento económico.
Tampoco existen mecanismos de rendición de cuentas efectivos contra las grandes
empresas y países contaminantes.
Una ideología puede definirse como un sistema de ideas que se comparten y estructuran en
amplios sectores de la sociedad. Estas conectan la teoría y la práctica al organizar los
códigos de conducta de la gente, que generalmente no se cuestionan. Aunque reducirlas es
inexacto, existen tres principales ideologías “globalistas”, esto es, que expresan de manera
condensada principios de acción humana a nivel global, en pugna unos con otros:
El globalismo de los mercados busca regir la globalización según las normas del libre
mercado y una interpretación neoliberal de los acuerdos internacionales. El globalismo de
la justicia, promovido desde la izquierda política, basa su visión de la globalización en
ideales igualitarios, la solidaridad entre todos los países, así como la justicia
distributiva. Los globalismos religiosos, desde el espectro de la derecha política, se oponen
tanto al globalismo de mercados como a los de la justicia. Imaginan una comunidad
religiosa global que defienda creencias y valores que, a su juicio, están desapareciendo por
el laicismo y el consumismo. Los grupos terroristas ISIS y Al Qaeda serían dos de los
ejemplos más conocidos. Por último, los globalismos reaccionarios, representados por
figuras como Donald Trump en Estados Unidos o Marine Le Pen en Francia, se ven
impulsados por un discurso nacional-populista que pugna por el regreso a una sociedad
nacional idealizada, a menudo cerrando la economía a mercados internacionales y
persiguiendo inmigrantes ilegales.
La humanidad tiene tres tareas urgentes que debe completar en el siglo XXI.
Los retos que enfrenta la humanidad no son menores. Las luchas ideológicas, la crisis
medioambiental y la desigualdad social requieren soluciones urgentes; por otra parte, la
formación de organismos de deliberación y gobernanza mundial, como el Grupo de los
Veinte (G20), señalan la necesidad de crear formas de actuación global concertada. Las tres
tareas de la humanidad para el siglo XXI pueden resumirse en la reducción de la
desigualdad social, la preservación de las condiciones medioambientales del planeta para la
preservación de la vida, y el reforzamiento de la seguridad humana sin menoscabo de la
libertad de expresión, los derechos humanos y la privacidad.
El economista francés Thomas Piketty señaló que la desigualdad con respecto a los
ingresos ha regresado a los extremos observados antes de la Gran Depresión de 1929. Su
solución es aplicar un impuesto global sobre la riqueza como mecanismo que impida la
acumulación, fuente de inestabilidad política y económica a nivel global. Para el
economista serbio-estadunidense Branko Milanovic, sin embargo, el crecimiento de una
“clase media global”, integrada sobre todo por regiones pujantes de China y el sureste
asiático, resulta alentadora. Con todo, Milanovic también observa el estancamiento de
amplios grupos de clase media-baja a escala mundial. Algunas soluciones aparentes podrían
venir de acoger la interdependencia social, el principio ético rector del cosmopolitismo, y
buscar un orden global igualitario, democrático y con respeto a los derechos humanos, sin
menoscabo de la diversidad cultural.