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069 - Porfirio - Sobre La Abstinencia
069 - Porfirio - Sobre La Abstinencia
SOBRE
LA
ABSTINENCIA
TRADUCCIÓN, INTRODUCCIÓN Y NOTAS DE
EDITORIAL GREDOS
BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS, 69
Asesor para la sección griega: Carlos García Gual.
O E D IT O R IA L G R E D O S, S . A.
*3 i r-s „
J K J - ' v.. V * •• ; .
ISBN 84-249-0930-5,_
Im p re s o e n E s p a ñ a . P rin te d in S p ain .
G rá fic a s C ó n d o r, S . A., S á n c h e z P ach eco , 81, M a d rid , 1984.—5709.
INTRODUCCIÓN GENERAL
9. Vida de Pitágoras.
En la edición ya c ita d a de A. N auck, Porhiyrii opuscula selecta,
(«Teubner», Leipzig, 1886, reim pr. H ildesheim , 1963). Puede
i s e r que e sta Vida co n stitu y e ra un c ap ítu lo de u n a Historia
de la Filosofía en c u a tro libros, cuyos fragm entos incluye
N auck en el m ism o volum en. 10
14. Sobre las estatuas de los dioses (Peri agalmáton), co n sid eracio
nes alegóricas y m ísticas en to rn o a las representaciones
de dioses griegos y b á rb aro s.
Los frag m en to s existentes e stán recogidos p o r J. B idez, Vie
de Porphyre, p á g s.1-23.
A) F uentes
12 A com ienzos del libro I, a p arece nom b rad o com o Firm o; com o
Castricio, a inicios del II y IV, y al p rin cip io del III, com o F irm o Cas
tricio. O tra s veces se alu d e a él d irec ta m en te , cuan d o em plea la segun
da persona y un tono fam iliar, com o en III 27, 10.
13 Cf. Vida de Plotino 2 y 7.
14 Ed. cit., pág. XXI.
15 I 3, 3.
16 E ubulo aparece en IV 16. y Palas en II 56 y IV 16.
16 SOBRE LA ABSTINENCIA
B) F il o s o f ía
18 Así lo vio, por ejem plo, F. C umont, Les religions orientales dans
le paganisme romain, 3.* ed., París, 1929, págs. 238-239.
19 E. Zeller , Die Philosophie der Griechen, Leipzig, 1919-1923, vol.
III, 2, págs. 728 y sigs.
22 SOBRE LA ABSTINENCIA
C) A n á l is is del c o n t e n id o de la o b r a
Libro l
R ecrim ina a Firm o C astricio el abandono de la abstinencia y la tra n s
gresión de las n o rm as antiguas, en especial el q u e b ran tam ien to de la
d isciplina de P itágoras y E m pédocles, a cuya refu tació n « entre los filó
sofos perip atético s, estoicos y ep icú reo s se han co n sag rad o la m ayor
p a rte de sus esfuerzos» (3, 3).
Dirige P orfirio sus a ta q u es c o n tra estos a d v ersa rio s, y en p a rtic u
lar, c o n tra un tal Clodio de N ápoles, que e sc rib ió un libro c o n tra los
q u e observaban la abstinencia. Defiende el d erech o y la ju stic ia p a ra
con los anim ales, sin e n tra r en consid eracio n es p a rtic u la re s so b re si
tal o cual pueblo com e carne, com o los nóm adas o tro g lo d itas 20. Pa
ra co n d en ar la m u erte de los anim ales, re cu e rd a la p rohibición de m a
ta r a un ser hum ano, bajo pena de u n a grave sanción, en la org an iza
ción de las p rim e ras com unidades.
El uso del fuego, por o tra parte, p ropició el consum o de carne, p o r
que com er la c a rn e c ru d a es cosa de im píos. M as el a rg u m e n to p rin ci
pal de los que rechazan la a b stin en cia es el de que la vida re su lta ría
muy difícil, si nos ab sten em o s de los anim ales, porque «el m ar, los
ríos y los lagos se llen arán de peces, el a ire de pájaro s y la tie rra
se verá rep leta de anim ales de todas clases» (16, 2). Vuelve a in sistir
m ás ad elan te en esta idea (24). No o b stan te, reconoce que la ingestión
de la carn e de cierto s anim ales pro d u ce la curación de algunas
enferm edades.
E xpuestos los a rg u m en to s de los c o n tra rio s, la recom endación de
la a b stin en cia no va d irig id a a cu alq u iera, sino al filósofo, en concreto.
Con ello se lib era éste de la percepción sensible, de la irrac io n a lid a d
y de las pasiones que en este ám bito se generan. Y asi lo expresa P o rfi
rio: «Hay que abstenerse... de c ie rto s alim entos, que p o r su pro p ia ín
dole puede d e sp e rta r las pasiones de n u e stra alm a» (33, 1). Debe vol
ver el filósofo a su esencia propia, lib re d e las a ta d u ra s de lo m aterial
sin violencia, esto es, sin llegar al suicidio, con la persuasión y la razón.
De las sensaciones que se o riginan por los cinco sentidos, surgen
las pasiones, según se a rg u m e n ta con una am p lia casu ística. De ahí
que el filósofo co ncederá «tan sólo a la n a tu ra le z a lo e stric ta m e n te
necesario, y ello, liviano y d e n tro de un régim en alim enticio todavía
m ás liviano» (38, 2). Hay, por tanto, que e v ita r todas aquellas ocasio
nes en que se puede a lim e n ta r la sensación, porque «allí donde hay
sensación y percepción sensible, hay separación de lo inteligible» (41, 5).
El hom bre virtu o so se diferencia del m alvado (44) en que hace uso
del razonam iento p a ra re g u la r y d o m in a r el elem ento irracional. De
ahí que d eb a a b ste n e rse de alim entos que supongan un goce corpóreo.
Pero, adem ás, los alim en to s nos a ta n m ás que las percepciones sen si
bles, porque nos im ponen una necesidad p o r la cocción y digestión
en n u e stro c u erp o . La razón debe, pues, d e se ch a r la ab u n d an c ia y el
exceso, y lim ita r la necesidad a lo m ínim o.
Llega al p u n to m áxim o su argu m en tació n a favor de la a b s ti
nencia 2I: n u e stra con fo rm id ad con lo m ás insignificante nos lib e rará ,
«no ya de u n a servidum bre, sino de innum erables» (47, 1), porque un
alim en to sencillo y sin c arn e da paz a n u e stro razonam iento.
Con e sta in sisten cia en la fru g alid ad y sencillez, llega P o rfirio a
c o n fig u ra r la im agen del filósofo, que debe ap o y arse en la filosofía
p a ra la selección y consecución de sus exigencias m ínim as. P orque el
consum o de c a rn e y la ab u n d an c ia de com ida nos hace c a e r «en d e sp il
fa rre s, en ferm ed ad es, h artazg o s y vagancias» (53, 4). En consecuencia,
hay que p o n e r un lím ite necesario a n u e stra s necesidades, p a ra conse
g u ir la au to su fic ien c ia y la sim ilitud-con la d iv in id a d 22. Porque el fi
lósofo c o n se g u irá su fin «clavándose... con la divinidad y d esclav án d o
se del cuerpo» (57, 1), y e sto se consigue con un régim en de vida senci
llo y con p u re za de cu erp o y de pensam ientos.
Libro II
El hecho de h a b la r de la a b stin en cia de los anim ales, en flag ran te
co n trad icció n con el sacrificio ritu a l de ovejas y bueyes, com o refiere
al final d el lib ro I, lleva a P o rfirio a tra ta r en p ro fu n d id ad el tem a
de los sacrificios.
Desde un principio, plantea la tesis fu n d am en tal sobre la cuestión,
cuando m anifiesta: «niego que el hecho de m a ta r a los a nim ales lleve
a p arejad o , forzosam ente, la necesidad de com érselos, ni que el que
concede lo u n o (me refiero a su sacrificio) establece tam bién, rig u ro sa
m ente, su consum o» (2, 1). Puede que sea necesario, ritu alm en te, m a
ta r algún a nim al, pero no hay que m ata rlo s a todos. Vuelve a re c o rd a r
(3, 1) que la abstinencia está recom endada al filósofo, no a todo el mundo.
E m pieza P o rfirio haciendo un análisis de la génesis de los sa c rifi
cios, según su p a rtic u la r p u n to de vista. P rim ero se sacrifican las plan-
tas y fru to s silv estres que ofrece la tie rra , pues las p lan ta s fueron a n
tes que los anim ales: E stas o fren d as se q u em ab an p a ra sa lu d a r y hon
r a r a las divinidades con el hum o. H ace, a c ontinuación, P o rfirio un
análisis de los térm in o s refe re n te s al sacrificio, desvelando su signifi
cación etim ológica.
El proceso, en el u so de las o fren d as, lo fija P orfirio en e ste orden:
1 ) la hierba: 2) el fru to de la encina y 3) los fru to s de cultivo, al
im p la n ta rse un sistem a de vida agrícola. Y asi, con la ap arició n de
la cebada (cap. 6), se les o frendó a los dioses h a rin a , una vez m olida
aquélla. Con el aum en to de los cereales, se o fren d a ro n ya las to rta s
rituales, y se llega al culm en de las o fre n d a s a g rarias: c o ro n as de flo
res, to rta s ritu a les en holocausto y libaciones de vino, m iel y aceite.
Cita, como ejemplo, Porfirio la procesión del Sol y de las H oras en Atenas.
Como consecuencia de las h a m b re s y las g u e rra s, se in tro d u cen los
sacrificios con victim as y se llenan d e san g re los a lta re s. Y, tom ando
com o apoyo el testim o n io de T eofrasto 23, a se g u ra P o rfirio que la di
vinidad castigó a los hom bres por e sta s p rá ctic a s sa n g rien tas, dando
lugar a que unos se h icieran ateos y o tro s o fren d a ra n a sus dioses
sacrificios indignos, por e stim a r que eran perversos e inferiores a ellos.
Tam bién la ignorancia y la cólera son c a u sa n te s de los sacrificios
cruentos. É ste es el caso de Clim ene, que, p o r un e rro r in voluntario
(9, 1), dio m u erte a un cerdo, y Díom o (10, 2), que m ató a un buey
en un a rre b a to de cólera.
Pero insiste P orfirio en que la d u ra re alid a d de las h am b res y las
g u e rra s nos obligaron a sa c rifica r y a com ernos los anim ales. Si la
m adre n a tu ra le z a nos puso sobre la tie rra los fru to s y los anim ales,
¿por qué delinquim os, al d a r m u erte a éstos? la re sp u esta es clara
p a ra Porfirio: «porque les privam os de su alm a» (12, 3). Los frutos,
en cam bio, caen del árbol esp ontáneam ente; en todo caso, si cogem os
el fruto, no talam os el árbol. La divinidad, por supuesto, se alegra
m ucho m ás con las o fren d a s sencillas de los c iu d a d an o s m ás m odestos
que con los sacrificios suntuosos de los po d ero so s (caps. 15, 16 y 17).
Elogia, por tanto, P orfirio la so b ried ad de los an tig u o s rito s (20, 3),
calificándolos «como u n a especie de vestigios de la verdad» (21, 4),
en aquellos casos en q u e todavía perviven.
Más trem eb u n d o s son todavía los sacrificios hum anos, cuyo origen
está en la escasez de alim entos, que m otivó q u e los hom bres se com ie
ran e n tre si y después o fren d a ra n a los dioses seres de su m ism a espe
cie, p a ra im p e tra r su ayuda (27, 1).
Libro l l l
Intenta de m o stra r aquí Porfirio la racionalidad de los anim ales, frente
a la opinión d e estoicos y perip atético s. P a ra ello se b a sa en d ifere n te s
hechos, que a la m ay o ría escapan, pero él los califica c o rre c ta m e n te
p a ra la consecución de su propósito. C ualquier sonido, p o r ejem plo,
que em ite u n s e r vivo su p o n e una capacidad de raciocinio. De donde
re su lta que «los h o m b res hablan, p o r su p a rte , de acu erd o con las le
yes hum anas, y los a n im ales a ten o r de las leyes de los dioses y de
la n a tu ra le z a q u e a cada uno le tocó en suerte» ( 3, 3). Y no es válida
la objeción de que no com prendem os su lenguaje, pues tam poco es
co m p ren sib le la lengua de los sirio s o los p e rsas. A hora bien, h u b o
adivinos fam osos, com o M elam po y T iresias, que sí c o m p ren d iero n el
lenguaje de los anim ales, y personajes reales, com o Apolonio de T iana,
e n te n d ían el p ia r de las golondrinas. P o r o tra p a rte , tam bién hay a n i
m ales que, n o pudiendo a rtic u la r sonidos, com p ren d en , sin em bargo,
lo que se les dice (5, 1), lo m ism o que hay que reconocer que m uchos
anim ales d istin g u e n los m atices de la voz de los hom bres; e sto es, si
e stán e ncolerizados, si d e m u e stran afecto, etc. (6, 1). Si en el ám b ito
de lo racio n al hay e sta sim ilitu d con los hum anos, tam bién la hay en
el orden de las pasiones y las enferm edades (cap.7).
Pero en e s ta ra cio n alid ad de los anim ales hay que re sa lta r el buen
uso que hacen de su s p u n to s fu ertes, p a ra su defensa (9, 1), m antenién-
INTRODUCCIÓN GENERAL 27
Libro IV
26
En Klass.-Philologische Studien, Heft 4 (Leipzig, 1932), 17-21.
30 SOBRE LA ABSTINENCIA
F) B ib l io g r a f ía
19 Odisea I 141-142.
20 N om bre aplicado a varias p oblaciones de las o rillas del M ar
Rojo y del Golfo Pérsico. Cf. D iodoro , III 16, 1.
48 SOBRE LA ABSTINENCIA
21 Cí. IV 11 y 14.
22 La fuente en que se basa Porfirio se e n cu e n tra en flagrante con
trad icció n con varios a u to re s antiguos. H eródoto, II 14, p o r ejem plo,
afirm a la ex istencia del c erd o en Egipto.
LIBRO 1 49
P o r ello,
el cronida Zeus, irritado, los sepultó, porque no tri
butaron a los bienaventurados los honores debi
dos 21,
T eofrasto prohíbe que los que quieren ser realm ente pia
dosos sacrifiquen seres animados, utilizando tam bién otros
m otivos p o r el estilo.
En p rim e r lugar, porque se realizaron los sacrificios, 12
cuando nos sobrevino, com o decim os “ , u n a necesidad
m ayor; las h am b res y las g u erras fu ero n las ca u sas que
nos im p u siero n la necesidad de co m er carne. M ás, exis
tiendo fru to s, ¿qué necesidad h ab ía de re c u rrir, forzo
sam ente, a los sacrificios? A dem ás, hay que satisfac er 2
las com pensaciones p o r los beneficios recibidos y los
ag rad ecim ien to s obligados a quienes co rresp o n d an , se
gún los casos, de acu erd o con la valía de la b u en a ac
ción realizada; y a los que h an tenido con nosotros las
m áxim as atenciones, hay que d e m o stra rle s n u e stro m á
ximo ag rad ecim ien to con n u e stro s m ás preciad o s bie
nes, esp ecialm en te si ellos m ism os nos los p ro p o rcio n a
ron. Y lo m ás herm oso y ap reciad o de los bienes que
nos oto rg an los dioses son los fru to s de la tie rra , p o r
que, gracias a ellos, nos dan la vida y nos p ro p o rcio n an
una ex isten cia d e n tro de las norm as; de m odo que con
ellos debem os honrarlos. Se debe, adem ás, ofrendar aque- 3
lio cuyo sacrificio a nadie p erju d ic a, pues ninguna cosa
debe se r n ec esaria m e n te inofensiva p a ra c u a lq u ie ra co
m o un sacrificio. M as si se a rg u y e ra que, en las m ism as
condiciones que los fru to s, la divinidad nos h a concedi
do los an im ales p a ra n u e stro uso, yo re p lic a ría que con
su sacrificio les causam os u n dañ o a los seres an im a
dos, p u esto que les privam os de su alm a. No se les debe
sacrificar, p o r tan to. P orque el sacrificio, en c u a n to al 4
nom bre, es ya un acto sagrado. Y no es san ta la perso n a
que satisface un ag rad ecim ien to con bienes ajenos, sin
permiso, aunque coja frutos o plantas. ¿Cómo, pues, puede
se r sag rad o un acto, cuando se com ete u n a in ju sticia
c o n tra u n as p erso n as a las que se les h a despojado de *
30 Supra, 9, 1.
96 SOBRE LA ABSTINENCIA
32 ¡liada IX 154.
33 P or se r u n a idea iterativa, su p rim ió este pasaje el filólogo
N auck.
34 C iudad de la Argólida.
33 Las dos re sp u e sta s de la P itia las recoge H. W. P arke y D. E.
W. W ormell, The Delphic Oracle, vol. II, O xford, 1956, pág. 98.
69-7
98 SOBRE LA ABSTINENCIA
72 A m odo de reverencia.
73 Los calificativ o s de «m adre» y «nodriza» e stán docum entados
am p liam ente en las antig ü ed ad . Cf., e n tre otros, E squilo, Siete contra
Tebas 16, y P latón, República III 414e.
LIBRO II 115
109 Cf. s u p r a , 4 9 , 1.
110 E sto es, en el intelecto.
1,1 Od. XIX 178.
112 El d em o n so c rático es un p re ce d en te de e sto s dém ones
consejeros.
LIBRO II 131
placer, del mismo modo que tam poco adm itim os la an
tropofagia. Igualm ente, porque sacrificaron anim ales a
algunas potencias, tam poco hay que comérselos, ni los
que sacrificaron hom bres probaron, por ello la carne
hum ana.
M ediante estos argum entos ha quedado dem ostrado 38
que, por el hecho de sacrificar anim ales, no se despren
de, inevitablemente, la necesidad de comérselos. Aún más,
quienes trataro n de conocer las potencias que hay en
el universo ofrendaron sacrificios sangrientos, no a los
dioses, sino a los démones, tal como ha quedado confir
m ado por los propios teólogos 1JJ. Tam bién nos recuer- 2
dan éstos que, entre los démones, unos son malvados y
otros benéficos. Y éstos no nos molestarán, si les ofrenda
mos únicamente los productos que comemos y con los que
nutrim os nuestro cuerpo y nuestra alma. Concluiremos 3
este libro, añadiendo unas pocas palabras, a saber, que
las nociones no desviadas de la m ayoría se conjugan con
una concepción recta sobre los dioses. En efecto, dicen, 4
entre los poetas, los que tienen un poco de prudencia:
¿Qué hombre hay tan insensato y tan ingenua
mente crédulo, que espera que los dioses, por unos
huesos sin carne y una bilis chamuscada (que no
los aceptarían como comida ni siquiera unos pe
rros hambrientos), se complazcan todos ellos y lo
acepten como un presente de honor? ,M.
Y otro afirma: 5
Pasta, incienso y tortas rituales. Esto es lo que
voy a comprar. Pues, hoy, no ofrezco esto en sacri
ficio a mis amigos, sino a los dioses 1 343S.
136 Se h acía necesario e x p resa r la trad u cció n de los térm inos grie-
gos que p re s e n ta P orfirio.
137 lliada I 315-316. Aparece el verbo érdein en el verso hom érico.
LIBRO II 137
142 Cf. P latón, República VI 494a, donde se e x p resa una idea pa
recida: «es inevitable que los filósofos sean criticad o s p o r la m ultitud».
143 Cf. IV 15, 6.
144 Cf. I 14, 4, y IV 11, 1.
145 Cf. II 11, 2, y IV 7, 3; H eródoto, II 18 y 41.
144 La ex p resió n tiene reso n an cias c ristia n a s (cf. «m uertos al pe
cado», Romanos 6, 2). La c o n stru cció n «m orir» con dativ o no a p arece
a n te s de P orfirio.
LIBRO III
5 dos la de los anim ales. Pues del mismo modo que sólo
com prendem os un sonido y un ruido, por no entender,
por ejemplo, el habla de los escitas, y parece que gritan
y no pronucian sonido articulado alguno, sino que úni
cam ente em plean un sonido m ás largo o m ás corto, y
la diferenciación de este sonido en modo alguno nos lle
va a captar una significación, en tanto que p ara ellos
su lengua es com prensible y posee muchos m atices, tal
como para nosotros es habitual la nuestra. Igualm ente
tam bién entre los anim ales su lenguaje les llega por es
pecies, de un modo particular; para nosotros, en cam
bio, es un ruido tan sólo perceptible, pero carente de
significado, por el hecho de que nadie, con suficiente
información, nos ha enseñado n uestra lengua, para po
der traducir a ella lo que se dice entre los animales.
6 Sin embargo, si hay que creer a los antiguos, a los con
tem poráneos nuestros y a los de nuestros padres, hay
personas, según se dice, que captaban y com prendían
los sonidos em itidos por los animales. Así, por ejemplo,
entre los antiguos, Melampo, Tiresias5 y otros adivinos
por el estilo, y no hace m ucho Apolonio de Tiana*, de
quien se cuenta lo siguiente, a propósito de una ocasión
en que se encontraba con sus discípulos: estaba volan
do y piando una golondrina, y les refirió que ésta le
indicaba a las otras que un asno, que transportaba una
carga de trigo, había caído a las puertas de la ciudad
y que aquélla se esparcía por el suelo, al caer a tierra
7 el asno. Un amigo nuestro refería que se sentía afortu
nado por tener un criado, un muchacho, que compren- *4
día todos los cantos de las aves; todos ellos eran vatici
nios de sucesos inm inentes. Pero se había visto privado
de esta capacidad de com prensión, porque su m adre,
por tem or a que lo enviaran como obsequio al em pera
dor, se orinó en sus oídos m ientras dorm ía7*9.
Mas, dejando a un lado estos ejemplos a causa de 4
nuestra natu ral propensión a la incredulidad, nadie ig
nora al menos que algunos pueblos, incluso de hoy día,
poseen una aptitud natural para com prender los soni
dos que em iten algunos anim ales. Los árabes, por ejem
plo, entienden los de los cuervos* y los etruscos los de
las águilas’; quizá tam bién nosotros y todo el m undo
com prendería los sonidos de todos los anim ales, si una
serpiente hubiera purificado nuestros oídos101. Por su- 2
puesto, es evidente que la variedad y la diferencia de
los sonidos de los anim ales es algo revelador. En efecto,
se escuchan sonidos de un modo cuando sienten temor,
de otro cuando se llaman y de un modo distinto tam
bién cuando se com unican para tom ar alimento, cuan
do dem uestran afecto o, en fin cuando se retan al
com bate". Y es tan grande la variedad, que es difícil 3
7 Con lo que p erd ió sus dotes adiv in ato rias.
' La fa cu lta d a d iv in a to ria del cuervo e stá reconocida p o r varios
a u to re s de la a n tig ü e d ad clásica. P o r ejem plo, E liano , Natura anima-
lium V II 7; P lutarco , De tuenda sanitate 14, 129 A; V irgilio , Geórgicas
I 382, 410, etc.
9 Es P orfirio el único a u to r que m enciona e l conocim iento del len
guaje de las ág u ilas p o r p a rte de los; e tru sco s. Cf. D ’Arcy W . T hompson ,
A Glossary 0 / Greek Birds, 2.* ed., L ondres, 1936, págs. 2-16, a p ro p ó si
to del águila en la antigüedad.
10 La purificación de los oidos e ra necesaria p a ra lo g rar u n a s bue
nas dotes a d iv in ato rias. A la serp ien te se le a trib u y e la fa cu lta d de
p u rific a r lam iendo las o rejas. Cf. 1.. B risson , Le m ythe de Tirésias, es-
sai d'analyse structural. (Études prilim inaires aux religians dans l'Em-
pire romain, t. 57), Leyden, 1976, págs. 49-50.
11 E sta afirm ación la han c o rroborado estudios actuales sobre eto-
logia, a p ro p ó sito de algunos anim ales, com o m onos. E n efecto se han
g ra b a d o sus g rito s de te r r o r y, al se r re p ro d u c id o s en m edio de ellos,
c u an d o se e n c o n tra b a n en a c titu d pacifica, h a n huid o asu sta d o s.
144 SOBRE LA ABSTINENCIA
que hablan los hombres. Algunos anim ales tam bién qui
zá no hablan por falta de instrucción o bien por verse
impedidos por sus órganos de fonación. Por nuestra par- 7
te, en Cartago, a una perdiz, que, m ansam ente, vino vo
lando hasta nosotros, la criam os y, con el paso del tiem
po, el contacto continuo con nosotros la hizo muy dócil.
Nos complacíamos no ya por sus halagos, m anifestacio
nes de afecto y alegres jugueteos, sino tam bién por el
eco que hacía a nuestras palabras y, en la m edida de
lo posible, por sus respuestas, de un modo distinto al
que acostum bran las perdices p ara llam arse entre sí.
Porque no hablaba cuando uno estaba callado; tan sólo,
cuando se le hablaba14.
Y se cuenta tam bién de algunos anim ales que no pue- s
den a rticu lar sonidos están tan prestos a responder a
sus dueños, como no lo está una persona a sus íntimos.
Por lo menos la m urena del rom ano Craso acudía a él,
al ser llam ada por su nombre, y tal disposición de áni
mo le infundió, que derram ó lágrim as cuando m urió,
siendo así que anteriorm ente, había llevado con mo
deración la pérdida de tres hijos15*. Muchos relataron
tam bién que las anguilas de A retusa y las percas del
M eandro14 respondían a las llam adas que se les hacía.
Por supuesto, la imaginación de la persona que habla 2
es la misma, ya se traduzca en palabras o no. Pues ¿có
mo no es ignorancia, llam ar únicamente palabra17 al so-
14 El a d ie stram ien to de los perdices en la a n tig ü e d ad e stá docu
m en ta d o en la Antología Palatina VII 204-206.
15 E l h e c h o lo re c o g e P lutarco , De sollertia anim alium 23, 976 A,
y E liano , Nat. anim. V III 4.
14 Según Ateneo , Banquete de los sofistas VIII 3, 331 E, se tra ta
de la fuente de A retusa, c erc a de Calcis, en E ubea. El rio M eandro
se e n c u e n tra en Asia M enor. N o e stá a te stig u a d a la docilidad de estos
peces en los lu g ares que se m encionan, pero si la inteligencia de la
p e rca e n tre los antiguos. Cf. D'A rcy W. T hompson, A Glossary o f Greek
Fishes, L ondres, 1947.
17 P refiero, en este caso, tra d u c ir p o r «palabra», sim plem ente, el
térm in o griego lógos. Cf. supra, cap. 2,1.
69— 10
146 SOBRE LA ABSTINENCIA
hem bras, y las hem bras por los machos. Un único defec- 3
to no tienen: la desconfianza hacia el que m anifiesta bue
nas intenciones; al contrario, le desm uestran una am is
tad total. Y tal confianza sienten hacia la persona que
les m anifiesta su afecto, que la siguen a donde quiera
que los lleven, aunque sea el m atadero y a un peligro
evidente; y aunque no se les alim ente por sí, sino en
beneficio del que los nutre, m uestran su benevolencia
a su dueño. Los hom bres, en cambio, contra nadie cons
piran tanto como contra el que les da de comer, y a
ninguno, como a éste, le desean tanto su m uerte.
Y son tan racionales en sus actos que m uchas veces, u
aun sabiendo que se trata de señuelos engañosos, se acer
can a ellos por intem perancia o ham bre. Unos se apro
ximan dando un rodeo, otros vacilan y prueban a ver
si pueden coger la comida sin caer en la tram pa, y con
frecuencia, si la razón dom ina su inclinación, se abstie
nen; algunos insultan la tram pa que les tienden los hom
bres y se orinan en ella. Otros, por glotonería, aun a
sabiendas de que serán atrapados, del mismo modo que
los com pañeros de Ulises, les im porta poco m orir, con
tal de c o m e r” . Con fundamento, algunos, en base a los 2
lugares de residencia que les ha tocado en suerte, han
intentado dem ostrar que son m ucho m ás sensatos que
nosotros. En efecto, asi como los seres que habitan en
el éter son racionales, así tam bién lo son, dicen, los que
habitan el espacio inm ediatam ente contiguo a aquél, co
mo igualm ente los del aire; después, los del agua, pre
sentan una diferencia y, a continuación, los que viven
sobre la tierra. N osotros haibitamos una zona, la últim a,
por debajo de aquéllos. Porque, evidentem ente, no de
ducim os que lo m ejor se encuentra entre los dioses por 52
que «no viven del todo», sino que «casi viven». E stas
ex p resiones no son m ás c o n tra ria s a toda evidencia que
las o tras, com o a d m itiría u n a perso n a de sano jui-
6 ció. M as, cu an d o al c o m p a ra r las co stu m b res hum anas,
la vida, los a c to s y los m odos de vida con los de los
anim ales, observ o u n a gran deficiencia y n in g u n a m ani
fiesta asp iració n , ni progresión, ni ap e te n cia de los ani
m ales p o r la v irtu d , p a ra la que está p a rtic u la rm e n te
c o n stitu id a la razón, yo p o d ría d u d a r d e la fo rm a en
que la n a tu ra le z a h a conferido el p rincipio a unos seres
q ue son in cap aces de lleg ar al fin o ¡es que re su lta
7 que esto no les p are c e absurdo! Nos pro p o n en el afecto
a los hijos com o el principio de la sociedad y ju stic ia ”
y observ an q ue éste se d a en los an im ales con ab u n d a n
cia y solidez, p e ro les niegan y re h ú san su p artic ip a ció n
en la ju stic ia . N a d a les fa lta a los m ulos de su s órganos
g en itales y, a p e s a r de que tienen las p a rte s p ro p ias del
m acho y de la h e m b ra y la fa cu ltad de u s a r de ellas
con placer, no llegan, sin em bargo, a alca n zar el fin de
la p ro creació n 9*. Y considera, p o r lo dem ás, si no es
co m p letam en te rid ículo, no ya que los S ó crates, P lato
nes y Zenones a f ir m e n " que se d an al vicio sin m ayor
p reo cu p ació n q u e c u a lq u ie r esclavo, sino que, de igual
m odo, sean in sen sato s, in tem p era n te s e injustos, y que
luego ach aq u en a los an im ales su im pureza e im perfec
ción p a ra la v irtu d , y se las im p u ten com o u n a p riv a
ción, no com o u n a deficiencia y debilidad de la razón,
reconociendo, ad em ás, esto: q u e es racional el vicio, del
que todo an im al e stá repleto. E n efecto, vem os tam bién *97
104 Cf. E liano, Nat. anim. VII 19, a p ro p ó sito del hipopótam o.
105 Cf. Aristóteles , Hist. anim. VI 4, 562bl7, y E liano, Nat. anim.
III 45.
106 Cf. Aristóteles, Hist. anim. IX 8, 613b27 ss., y Punió , Hist. nat.
X 100 y 103.
107 A ntíp atro de T arso, d iscipulo de Diógenes de B abilonia. Al p a
re ce r (P lutarco, Aetia physica 38), e scrib ió u n libro so b re los anim ales.
Cf. von Arnim, Stoicorum veterum fragmenta, III, 47, pág. 251.
1M A p ro p ó sito de las golondrinas, cf. Aristóteles , Hist. anim. IX
7, 612b30.
LIBRO III 175
von Arnim , Stoicorum Veterum Fragmenta, III, frs. 33-34, pág. 249, re
cogidos de P lutarco, De Stoicorum repugnantiis 38, 1.051 E y 1.052 B.
125 Cf. supra, II 13, 1, en la c ita de T eofrasto.
126 Cf. supra, I 44, 2 y 45, 1 y 4.
127 Cf. supra, 26, 5.
182 SOBRE LA ABSTINENCIA
69 - 13
194 SOBRE LA ABSTINENCIA
caso, y que o tra s , tam b ién con cabeza hum ana, ten ía n com o a d ita m e n
to (incluso e n cim a de la cabeza) alg u n a p a rte de a nim al. E s la in te rp re
tación m ás a p ro p ia d a , d a d a la significación de estos particip io s. La
versión fra n c e sa de B urigny y la latin a de Feliciano, en la colección
«Didot> los ignora.
32 Del b u e y y del lobo, respectivam ente.
33 Aquí sé ñ a ló la a u sen cia de algunas p a la b ra s R eiske .
34 La fo rm a S a ra p is es m ás a n tig u a y c o rre c ta que S érapis.
33 S iguiendo el texto de la colección «Teubner», a cep to las su p re
siones de a lg u n o s térm in o s que, en este pasaje tan d e te rio ra d o , p ro p o
nen H ercher y N auck.
LIBRO IV 201
tin en cia de los peces, h a sta época del a u to r cóm ico Me-
n an d ro , se m an ten ía totalm ente, p o rq u e dice:
Toma a los sirios por ejemplo
Cuando comen un pez por alguna intemperancia suya,
se les hinchan los pies y el vientre. Cogen un saco.
Luego, en la calle, se posan sobre el estiércol y
aplacan a la diosa por esa intensa hum illaciónH.
6 9 — 14
212 SOBRE LA ABSTINENCIA
que ver m ás c o n los que p ra c tic a n la a b stin en cia que con la in cin e ra
ción o, m ejor dicho, la au to in cin eració n . En todo caso, la am bigüedad
debe su p e ra rse , e n te n d ien d o que se refiere al hecho de la abstinencia,
com o puede d e d u cirse de lo que a contin u ació n se expresa.
74 E stas p a la b ra s las elim inó N auck p o r la in congruencia que
suponen.
LIBRO IV 219
P á g s.
L ibro I ............................................................................ 35
L ibro II ........................................................................... 85
L ibro III ......................................................................... 139
L ibro IV ..................................................................... 185