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PORFIRIO

SOBRE
LA

ABSTINENCIA
TRADUCCIÓN, INTRODUCCIÓN Y NOTAS DE

MIGUEL PERIAGO LORENTE

EDITORIAL GREDOS
BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS, 69
Asesor para la sección griega: Carlos García Gual.

Según las normas de la B. C. G., la traducción de esta obra


ha sido revisada por J osé García Blanco.

O E D IT O R IA L G R E D O S, S . A.

S á n c h ez P a c h ec o , 81, M a d rid . E sp a ñ a , 1984.

*3 i r-s „
J K J - ' v.. V * •• ; .

D e p ó sito L egal: M . 10346-1984.

ISBN 84-249-0930-5,_
Im p re s o e n E s p a ñ a . P rin te d in S p ain .
G rá fic a s C ó n d o r, S . A., S á n c h e z P ach eco , 81, M a d rid , 1984.—5709.
INTRODUCCIÓN GENERAL

I. DATOS BIOGRAFICOS DE PORFIRIO

P ara el conocim iento de n u e stro a u to r, la p rim era


fu ente la co n stitu y e la o b ra de J. Bidez Se analizan
t-n ella los d ato s biográficos que ap arecen en las p ro ­
pias o b ras de P orfirio, en especial en la Vida de
Plotino 12, su m aestro , con el que convivió cinco años.
Igualm ente, se tiene en cuenta la única biografía de P or­
firio existente en la antigüedad, la de E unapio 3, que no
1 Vie de Porhyre, le Philosophe Néo-platonicien. Avec fragments et
De regressu animae, Gante-Leipzig, 1913 (reim p r. H ildesheim , 1963).
2 Que puede verse, e n tre otros, en A. H. Armstronc, Plotinus with
an English Translation (The Loeb Classical Library), vol. I, L ondres,
1966; en E. B réhier , Ptoíin, Ennéades (Les B elles L ettres), vol. I, París,
1954, y en V. C ilento, Plotino, Enneadi, vol. I, B arí, 1947. En español
tenem os un gran trab a jo , con b ibliografía básica, debido a J esús I gal,
La cronología de la Vida de Plotino de Porfirio, U niversidad de Deusto,
1972, y con a n te rio rid a d , del m ism o, «Porfirio. V ida de Plotino y O r­
den de sus escritos» (Introducción, trad u c ció n y notas), Perficit, Segun­
da serie, vol. II (1970), 281-323, que, re cien tem en te la B iblioteca C lási­
ca G redos (M adrid, 1982) ha publicado, ju n ta m e n te con las Enéadas
1 y II, con d ato s biográficos sobre P o rfirio y relación de sus obras
(págs. 121-125).
3 La vita dei sofisti, ed. de J. G iangrande, Rom a, 1956, y la co­
rresp o n d ien te de W. C. W right (The Loeb C lass. Libr.), L ondres, 1952,
o bra c o n sag rad a p re feren tem en te a los filósofos neoplatónicos. Hay
una versión española, d ebida a F rancisco de P. S amaranch, con el titu ­
lo de Vida de filósofos y sofistas, B uenos Aires, A guilar, 1975 (los datos
biográficos de P orfirio figuran en las págs. 38-43).
8 SOBRE LA ABSTINENCIA

pudo utilizar m ás que los datos que le sum inistró el propio


Porfirio: e s ta biografía, p o r consiguiente sólo ofrece la
p a rtic u la rid a d de la recopilación de todos los datos bio­
gráficos q ue se en c u en tran d ispersos en las obras de
Porfirio.
Nace P o rfirio en Tiro, ciudad de Fenicia, en el año
234. O rig in ariam en te se llam aba Maleo. De fam ilia no­
ble, recibió u n a esm erad a educación, llegando a d esta­
car, por sus am plios estudios, en diversos cam pos de
la cu ltu ra . Sus escrito s evidencian, pues, u n a sólida fo r­
m ación, tal p o r ejem plo, en la c u ltu ra y co stu m b res de
los pueblos del M editerráneo Oriental: egipcios, fenicios,
sirios..., según se pone de m anifiesto en la o b ra que p re ­
sen tam o s Sobre la abstinencia.
En A tenas recibió lecciones del g ram ático Apolonio,
del m atem ático D em etrio y, quizá tam bién, del o ra d o r
M inuciano \ Mas, probablem ente, fue Longino quien
o rien tó d ecisivam ente la vida de P orfirio, poniéndolo en
relación con Plotino. Llega P orfirio a R om a, ju n to a Plo-
tino, en el año 263, décim o del reinado de Galieno. Con­
tab a P o rfirio tre in ta años de edad y p erm aneció en Ro­
ma, ju n to al m aestro, casi cinco 45 años, h a sta el 268.
Sin em bargo, no fue desde un p rin cip io P orfirio un
a d m ira d o r ferv iente de Plotino. Pues quedó perplejo y
d eso rie n ta d o en la p rim e ra clase que le asistió, h asta
el p u n to de que rechazó p o r escrito su d o ctrin a de la
in m an en cia de los Inteligibles. P osteriorm ente, tra s u n a
discu sió n con Amelio (discípulo que llevaba dieciocho

4 Vid. R. B eutler , a rt. «Porphyrios» en Pauly-W issowa, Realency-


clopadie der klassischen Altertumswissenschafl, XXII, 1, pág. 276 (com ­
prende el a rtíc u lo las págs. 275-313).
5 Vida de Plotino 4, 1-9, y 5, 1-5. En ese m ism o año de su llegada
a Rom a a n d a b a Plotino p o r los 59 años (ibid., 4, 6-8). P a ra la precisión
del tiem po exacto que pasó P orfirio ju n to a Plotino, véase I gal, La
cronología de la Vida..., pág. 78.
INTRODUCCIÓN GENERAL 9

años ju n to al m aestro, cuando llegó Porfirio), se re tra c ­


t ó 67.
Hay que re s a lta r (por lo que puede afe c ta r al tra ta ­
do Sobre la abstinencia) la conversación que m antiene
P o rfirio con su m aestro Plotino, d u ra n te tre s días, so­
b re el m odo de unión del alm a con el cuerpo.
En Rom a cayó P orfirio en ferm o y m arch ó a S icilia
a rep o n erse p o r consejo de Plotino. Allí, en Sicilia, reci­
bió una c a rta de Longino invitándole a reu n irse con él
en Fenicia. No acep tó P orfirio la invitación, p erm a n e­
ciendo en S icilia h a sta la m u erte del m aestro, que tuvo
lu g ar en el año 270, a la edad de 66 años.
En Sicilia escribió Porfirio al m enos tres de sus obras:
la que lleva p o r títu lo Contra los cristianos, su Isagogé
y el tra ta d o Sobre la abstinencia 7. P o ste rio rm en te re­
gresó a Roma.
Se sabe, p o r últim o, que c o n tra jo m atrim o n io con
la viuda de un am igo, m adre de siete hijos. E sta deci­
sión le a c arreó m u chas críticas, p o r h ab erse p ro n u n c ia­
do tan ta s veces c o n tra las relaciones carnales. Salió al
paso de esas c ritic a s con su e sc rito Carta a Marcela.

6 Vida de Plotino 18, 8-10 y 10-19. ■


7 Tenem os, al m enos, el testim onio de que su o b ra Contra los cris­
tianos la e scrib ió en Sicilia. En efecto, E usebio , Historia Eclesiástica
VI 19, 2, asegura: «.... el m ism o P orfirio, n u e stro contem poráneo, e sta ­
blecido en Sicilia, ha com puesto u n a s o b ra s c o n tra nosotros», al h acer
referencia a los a ta q u es de P orfirio c o n tra O rígenes, in té rp re te de las
S agradas E sc ritu ras. (La traducción de la cita e stá tom ada de la v e r­
sión española de e sta o b ra de E usebio que hizo, p a ra la B iblioteca
de A utores C ristianos, Argimiro Velasco D elgado, M adrid, 1973, pág.
379.)—La o b ra Contra los cristianos le valió a P orfirio, a p a rte de la
anim adversión e n tre éstos, el ofensivo calificativo de Bataneóles, que
tie n e a significar algo así com o «perverso» y «em brollador», según
G. Rinaldi, «Studi porfiriani I; Porhyrius Balaneotes», Koinonia IV (1980),
25-37, en c o n tra de los que piensan que este e p íte to hace referencia
a su lugar de origen, B atanea, ciu d ad p alestina, donde tam bién se su­
pone que pudo hab er nacido.
10 SOBRE LA ABSTINENCIA

Se s u p o n e f i n a l m e n t e , que hacia el año 300, en


que escrib e la vida de Plotino, P o rfirio cu e n ta 67 años
de edad. M urió P orfirio en el reinado del em p erad o r Dio-
cleciano y hay que te n e r en cu en ta que éste abdicó en
el año 305.

II. SUS OBRAS

P ara el estu d io de las o b ras de P o rfirio y el análisis


de los títu lo s recogidos en el Léxico de Suda, sigue sien ­
do fu n d am en tal el m encionado tra b a jo de R. B eu tler 9,
en el que se recogen, igualm ente, las referen cias de d i­
versos a u to re s de la antigüedad clásica a la o b ra de
Porfirio.
De este tra b a jo se d esprende lo siguiente: aparecen
n ad a m enos que 72 títulos. De ellos, 4 pueden ser títu lo s
rep etid o s de o tra s ta n ta s obras, y 11 pueden co rresp o n ­
d e r a o b ra s inexistentes, falsam ente a trib u id a s a P o rfi­
rio o, sim plem ente, apócrifas. De las 57 restan tes, B eu­
tle r reconoce p ru d e n te m en te la p a te rn id a d de P orfirio
sobre ellas, y establece una clasificación tem ática de las
m ism as en ocho ap artad o s, sin especificación de títulos:

1. O bras: a) sobre P latón; b) sobre A ristóteles; c) sobre tra d i­


ción filosófica de la escuela (Schultradition), y d) sobre Plotino.
2. E sc rito s h istóricos.
3. Exposiciones filosóficas sistem áticas sobre: a) metafísica; b) psi­
cología, y c) ética.
4. E sc rito s sobre religión y m itología.
5. E sc rito s sobre re tó ric a y gram ática.
6. E sc rito s so b re m atem áticas, a stro lo g ía y o tra s d isciplinas
científicas.
7. E sc rito s de tem a vario.
8. E sc rito s de divulgación. *

* I cal, La cronología de la Vida..., pág. 126.


» En RE, pág. 278.
INTRODUCCIÓN GENERAL 11

Señala tam bién R. B eutler tre s etap a s claram en te di­


feren ciad as en P orfirio, com o escrito r: la p rim era, p re ­
via a su conocim iento de Plotino; la segunda, d en tro de
la escuela de Plotino, y la terc era , tra s la m u erte de
Plotino.
No hay evidentem ente, un filósofo de la época ta rd ía
del que se conozcan tan to s títulos. Pero, llegando a la
realid ad de los hechos, son 21 las o b ra s que han llegado
h asta nosotros: la m ayoría, frag m en taria m e n te ; o tras,
las m enos, ín teg ras, y alguna, incluso en latín, aunque
frag m en tariam en te tam bién, com o la que lleva p o r títu ­
lo Sobre el retorno del alma.
É sta es la relación 10 de los 21 títulos con indicación
de sus ediciones m ás recientes
1. La gruta de las ninfas, com entario alegórico a los versos 102-112
del canto X III de la Odisea.
T exto y trad u c ció n inglesa: Porphyry, The Cave of Nymphs in
the Odyssey. A revised text w ith translation by Sem inar Classics
609, S ta te Univ. of New Y ork a t B uffalo, 1969. (A rethusa
M onographs 1.)
Trad u cció n fran c e sa de F. B uffiére , com o apéndice de su o b ra
Les mythes d'Homére et la pensie grecque, P arís, 1956, págs.
595-616.
T raducción ru sa de A. A. T akho-Godi, en V K F (Voprosy Klass-
sicesko Filologii) VI (1976), 28-45.
En español tenem os la trad u c ció n de A. B arcenilla, «La gruta
de las ninfas », Perficit, 2.* ser. 1 (1968), 403-430.

10 Sigo la que p re se n ta J. B ouffartigue-M. Patillon en su edición


del tra ta d o Sobre la abstinencia (Les B elles L ettres), vol. I, P a rís 1977,
págs. XIV-XVI, añad ien d o alguna edición q u e me ha parecid o im p o r­
tante reseñ ar, o bien incluyendo alg u n a novedad p u b lic a d a después
de esta edición.—Por o tra p arte, la edición c rític a m ás a n tig u a del con­
ju n to de las o b ra s de P orfirio m ejo r c o n serv ad as es la de A. N auck,
Porphyrii opuscula selecta (Teubner), Leipzig, 1886 (reim pr. H ildesheim ,
1963). C om prende esta edición, a p a rte de frag m e n to s histó rico s y filo­
sóficos, la Vida de Pitágoras, La gruta de las ninfas. Sobre la abstinen­
cia y la Carta a Marcela.
12 SOBRE LA ABSTINENCIA

2. Comentario sobre el Timeo.


F ra g m en to s recogidos p o r Angelo R affaele S odano, Porphyrii
in Platonis Timaeum commentariorum fragmenta, N ápoles,
1964.
3. Comentarios a Parménides.
T exto d e te rio ra d o , ed. p o r P. H ado?, Porphyre et Victorinus,
vol. II, P arís, 1968, págs. 64-113.

4. Introducción a las Categorías de Aristóteles, o Isagoge.


E dición c rític a im p o rta n te de los últim o s tiem pos es la de A.
B usse , Commentaria in Aristotelem graeca IV, 1, Berlín, 1895.
Con traducción francesa: J. T ricot, Porphyre. Isagogé, París, 1947.
Con trad u c ció n p ortuguesa: M ario F erreira dos S antos, Isago­
gé. Introducfao as Categorías de Aristóteles, Sao Paulo, 1965.
Con trad u c ció n inglesa: E dw. W. W arres , The Phoenician Isa­
gogé. T ranslation, introducción and notes, Leiden, Brill, 1975.

5. Cuestiones y respuestas sobre las Categorías de Aristóteles.


En la m ism a edición p a risin a de J. T ricot del Isagogé.

6. Vida de Plotino. E d itad a habitualm ente con las Enéadas de Pío-


tino. Vid. a p a rta d o an terio r: «Datos biográficos de Porfirio»,
n. 2.

7. Sententiae ad intelligibilia ducentes (Aphormai pros tá noétá).


E dición de E. Lamberz, Leipgzig (Teubner), 1975.

8. Crónica, desde la g u e rra de T roya al 270 de n u e stra era.


E scaso s fragm entos en F. J acoby, Die Fragmenta der griech.
Historiker, vols. I y sigs., Berlín, 1923 y sigs; II B, págs. 1.197
y sigs.

9. Vida de Pitágoras.
En la edición ya c ita d a de A. N auck, Porhiyrii opuscula selecta,
(«Teubner», Leipzig, 1886, reim pr. H ildesheim , 1963). Puede
i s e r que e sta Vida co n stitu y e ra un c ap ítu lo de u n a Historia
de la Filosofía en c u a tro libros, cuyos fragm entos incluye
N auck en el m ism o volum en. 10

10. Sobre la animación del embrión o Ad Gaurum.


E d ita d o por K. K albfleisch (Abli. kon, Ak. W iss. 2.° Philos.-
H ist. I.), B erlín, 1895.
T rad u c ció n fran c e sa de A. J. F estugiEre , La Révélation d ’Her-
m és Trimégiste, vol. III, París, 1954, págs. 265-302.
INTRODUCCIÓN GENERAL 13

11. Carta a Marcela.


E d ita d a en el m encionado volum en de «T eubner» a cargo de
A. N auck.
Con traducción alem ana, la ha e d ita d o W. Pótscher , Leyden,
1969, y fran cesa J. F estugiére , en Trois devóts paiens, París,
1944.

12. Sobre el retorno del alma.


Fragm entos en versión latina y recogidos por J. B idez en su
Vie de Porhyre, Gante-Leipzig, 1913, págs. 24-41 (reim pr. Hil-
desheim , 1963).

13. Filosofía de los oráculos, investigación en to rn o a u n a do ctrin a


de la salvación en el c u lto y en los tex to s de los o ráculos
de G recia y de O riente.
F ragm entos recogidos por G. W olff, Porphyrii de philosophia
ex oraculis haurienda, Berlín, 1866 (reim pr. Hildesheim , 1962).

14. Sobre las estatuas de los dioses (Peri agalmáton), co n sid eracio ­
nes alegóricas y m ísticas en to rn o a las representaciones
de dioses griegos y b á rb aro s.
Los frag m en to s existentes e stán recogidos p o r J. B idez, Vie
de Porphyre, p á g s.1-23.

15. Carta a Anebón, dirig id a a un sacerd o te egipcio, en la que cen­


su ra las p rá ctic a s teúrgicas y adiv in ato rias.
F ragm entos reu n id o s por A. R. S odano (Nápoles, 1965).

16. Contra los cristianos.


F rag m en to s recogidos p o r A. H arnack (Abh. Kón, Preuss. Ak.
W iss. Philos. H ist. Nr. 1.), B erlín, 1916.

17. Cuestiones homéricas.


H an sido recogidos los fragm entos, tan to los re fe re n te s a la
Iliada com o a la Odisea, p o r H. S chrader, Porphirii Quaes-
tionum Homericarum reliquiae, dos volúm enes: A d Illiadem
pertinentium, Leipzig, 1882, y Ad Odysseam pertinentium, Leip­
zig, 1890. A. R. S odano ha p u blicado el p rim e r libro de las
cuestio n es hom éricas, siendo el único que nos ha llegado
de e sta o b ra p o r trad ició n d irecta: Porphyrii Quaestionun
Homericarum Líber I, N ápoles, 1970.

18. Comentario sobre las armónicas de Ptolomeo.


E dición a cargo de I. During, G óteborg, 1932.
14 SOBRE LA ABSTINENCIA

19. Introducción a la apotelesmática de Ptolomeo.


E dición de W einstock-Boer (Catal. Cod. A strol. G r. V, 4), B ru­
selas, 1940, págs. 187-228.

20. Cuestiones diversas (•Sym m iktá Zetimata»),


E scasos fragm entos re fe re n te s a p ro b lem as del alm a recogi­
dos y c o m en tad o s p o r H. Dórrie , Porphyrios ‘ Sym m iktá Ze-
temata (Z etem ata 20), M unich, 1959.

H ace el n ú m ero 21 el tra ta d o Sobre la abstinencia,


o b ra que nos ha llegado p o r trad ició n d irecta, au n q u e
incom pleta, p o r fa lta rle al libro IV el final, si bien se
estim a que la p a rte de texto perd id a n o debe de se r de
con sid erab le extensión.

III. EL TRATADO «SOBRE LA ABSTINENCIA»

Nos en co n tram os ante u n a o b ra im portante en la p ro ­


ducción lite ra ria de P o rfirio ", p o r dos razones. De un
lado, p o rque, en extensión, es la p rim e ra de las co n se r­
vadas p p r trad ició n d ire c ta y, de otro , porque, salvo el
d eterio ro de algunos pasajes y la fa lta del final de la
o bra, en el lib ro IV, su contenido nos perm ite conocer
aspectos m uy significativos de su p en sam iento en lo re ­
feren te a cu estio n es tales com o la te o ría de las alm as,
sus p u n to s de vista fren te a los arg u m en to s estoicos y
p erip a tétic o s sobre los anim ales, su eru d ició n sobre los
pueblos del M editerráneo oriental y del Asia Menor, etc.,
a p a rte de su p ec u lia r ju stificació n y defensa de la a b sti­
nencia de la carn e animal.* 1

11 In dependientem ente de la im portancia del tra ta d o Sobre la abs­


tinencia, hay que re s a lta r la ap o rtació n de P o rfirio a n u e stro conoci­
m iento del plato n ism o de la época im perial, a si com o a la c o n serv a­
ción de las o b ra s de Plotino y la inform ación so b re el p latonism o m e­
dio, tal com o a firm a H. Dórrie , Die Schultradition im Mittelplatonis-
m us und Porhyrios, F ondation H ard t, G inebra, 1965, pág. 9.
INTRODUCCIÓN GENERAL 15

La o b ra va dirigida a Firm o C astricio '2, discípulo de


P lotino 123145 y con d iscípulo de P orfirio, p a ra rep ro ch a rle
su abandono de la ab stin en cia y su vuelta a un régim en
alim enticio a base de carne.
E sto nos d a pie p a ra p la n te a rn o s la cu estió n de si
el vegetarism o fo rm ab a p a rte o no de la escuela de Plo­
tino, tal com o hace B ouffartigue-Patillon M, pero sólo se
puede co n clu ir que se tra ta de u n a cuestión p a rtic u la r,
ya que P o rfirio c e n su ra a C astricio el h ab e r q u e b ra n ta ­
do, con su régim en alim enticio antivegetariano, la doc­
trin a de P itág o ras y E m pédocles '5, pero no la de la es­
cuela de Plotino.

A) F uentes

De la lectu ra de su o b ra queda claro el conocim iento


de los au to re s clásicos y de sus contem poráneos, así co­
m o su v asta eru d ición en algunos tem as, h a sta el punto
de que se evidencia q u e ha leído y consultado, p a ra esta
obra, a u to re s escasam en te conocidos o solam ente m en­
cionados p o r él, tales com o E u b u lo y P alas l6, au to re s
coetáneos e n tre sí que vivieron, probablem ente, en el
reinado del em p erad o r Cóm odo y escrib iero n sobre la
religión de M itra.
De todos m odos, es de señalar, com o o c u rre con m u­
chos de los au to re s de la an tig ü ed ad clásica, la falta
de precisión, en algunos casos, de P o rfirio cuando cita

12 A com ienzos del libro I, a p arece nom b rad o com o Firm o; com o
Castricio, a inicios del II y IV, y al p rin cip io del III, com o F irm o Cas­
tricio. O tra s veces se alu d e a él d irec ta m en te , cuan d o em plea la segun­
da persona y un tono fam iliar, com o en III 27, 10.
13 Cf. Vida de Plotino 2 y 7.
14 Ed. cit., pág. XXI.
15 I 3, 3.
16 E ubulo aparece en IV 16. y Palas en II 56 y IV 16.
16 SOBRE LA ABSTINENCIA

un p asaje de un au to r, com o testim onio o refuerzo de


sus tesis. E n estos casos no siem pre c ita la o b ra a que
co rresponde el pasaje del a u to r aducido, como, p o r ejem ­
plo, el largo fragm ento del coro de Las cretenses de E u rí­
pides en el ca p ítu lo 19 del libro IV, según se ha podido
p re cisar m odernam ente, o bien la c ita de M enandro, al
final del cap. 15, igualm ente del libro IV, que la crítica
h a in ten tad o fijarlo, sin m ayor certeza, com o p e rte n e ­
ciente al Supersticioso.
En o tra s ocasiones, sin em bargo, ju sto es reco n o cer­
lo, viene p re cisad a la o b ra a que co rresp o n d e la cita
en cuestión. Así, p o r ejem plo, en II 19, 2, cu an d o aduce
el testim o n io de Sófocles en el Poliido.
O tras veces, en fin, utiliza un largo pasaje de un au to r
sin citarlo , com o hace con el Licurgo de P lu tarco , c u a n ­
do refiere la fru g alid a d y el m odo sencillo de vida de
los e s p a rta n o s (IV 3-5)l7.
E n consecuencia, vamos a in ten tar sistem atizar el tra ­
tam ien to q u e P orfirio hace de las fu en tes div ersas que
utiliza en el tra ta d o Sobre la abstinencia. P or lo que aca­
bam os d e exponer, se puede co n clu ir lo siguiente:
1. C itas p recisas de a u to r y su o b ra c o rre sp o n d ie n te , com o en II
17, 3, con La iniciada, de A ntifanes, y en el p á rra fo siguiente
con E l díscolo, de M enandro, asi com o con el Poliido, de Só­
focles, ya m encionado, en el cap. 19, 2 del m ism o libro.
2. C itas de a u to re s, sin p re cisa r la obra, ta l es el caso, p o r ejem ­
plo, de la refe re n cia a P latón en I 36, 3-4, donde c ita u n ex­
tra c to del Teeteto.
3. P a rá fra sis, resúm enes y alusiones con m ención del a u to r, com o
II 56, 2, a p ro p ó sito del tra ta d o so b re los sacrificios c re te n ­
se s de Istro , o en IV 17, cuando alu d e a B ard esan es que e sc ri­
bió sobre las c o stu m b re s de los brahm anes.
4. C itas de a u to re s de un m odo indirecto, com o la alusión a Apolo-
nio de T iana, en II 34, 2, m ediante la expresión «un sabio

17 R ealm ente, si cita a Plutarco, pero lo hace fuera del lu g ar aprc


piado, po rq u e ten d ría que h aberlo hecho a com ienzos del cap. 3, y m
al final, con e sta expresión: «como refiere Plutarco», a p ro p ó sito d
la descrip ció n de cierto s u tensilios de los esp a rta n o s.
INTRODUCCIÓN GENERAL 17

varón», (tis a n ir sophós), o a H erm es T rism egisto, en II 47,


1, cuando m enciona al egipcio.
5. C itas de pasajes sin referen cia d ire c ta ni in directa, que sólo el
análisis de la c ritic a ha podido d e te rm in a r la o b ra y el a u to r
a que p ertenecen, tal es el caso de la larga c ita de P lutarco,
en I 4-6, de su o b ra De sollertia anim alium 964 A-C.

Por últim o, en o tra s ocasiones, las referen cias son


a grupos o escuelas, com o en I 6, 3, a los perip atético s,
o en II 36, 6, a los platónicos.
F u era de estas citas, d irec tas o in d irectas, P orfirio
utiliza m uchas veces las fu en tes en que se basa en p ro ­
vecho de sus tesis. P or ejem plo, se ve el gran esfuerzo
que tiene que h ac er p a ra d e m o stra r que, de la fru g ali­
dad y sencillez de vida, y de la p u reza de co stu m b res,
a pro p ó sito de los sacerd o tes egipcios, en IV 6 y 7, se
infería la abstinencia de la carne, cuando está exponiendo
que, pese a todos los rep aro s que se p lan teab an a d e te r­
m inados anim ales, no había u n a a b stin en c ia to tal m ás
que en las llam ad as p u rificaciones (cap. 7).
Saca tam bién sus conclusiones p ro p ias en favor de
sus tesis sobre la abstinencia, cu an d o refiere la fru g ali­
dad de los e sp a rta n o s en la larga cita, ya m encionada,
de los cap ítu lo s del Licurgo, de P lu tarco . En efecto, em ­
pieza reconociendo (IV 3) que el legislador Licurgo «ha­
bía sancionado legalm ente el consum o de carne», pero,
tras la cita, com o conclusión p a rtic u la r suya, razona que
«el tem a de la ab stin en cia to tal e ra algo peculiar» en
E sp arta (cap. 5).
Y, co n tin u an d o en esta línea de análisis, sin salim o s
tam poco del libro IV, es aquí donde, con su tra ta m ie n to
p a rtic u la r de las fuentes y sus idealizaciones, alcanza
los m áxim os objetivos en su estu d io sobre la a b stin e n ­
cia, m ediante la exposición de las c o stu m b re s sobre los
diferen tes pueblos que m erecen su atención p o r la fr u ­
galidad de su régim en alim enticio y su p u reza de vida.
Utiliza p a ra la descripción de estos pueblos las siguien-
les fuentes: los ya m encionados Dicearco y P lutarco, para
.69-2
18 SOBRE LA ABSTINENCIA

los griegos de la edad de oro y los e sp a rtan o s, re sp ecti­


vam ente; Q uerem ón el estoico, p a ra los egipcios; Filón
y Flavio Jo sefo (en especial, p ara los esenios), p a ra los
judíos, y F iló strato , p a ra los b ra h m a n es y gim nosofis-
tas. P odríam os, pues, c o n sid erar que, p o r p a rte de P or­
firio, hay u na especie de m anipulación de las fuentes
p a ra re s a lta r la ejem p larid ad m oral que p re te n d e incul­
c a r con estos relatos.
Un tra ta m ie n to m ás e stric to da P o rfirio a las citas
plató n icas, que abu n d an , sobre todo, en los dos p rim e ­
ros libros. Ya hem os m encionado los ex tra cto s del Tee-
teto 173c-176e, en el libro I 36, 37 y 39, a p ro p ó sito de
la asim ilación con la divinidad (idea que tam bién ex p re­
sa P lató n en República X 613b); el re sto de las citas se
circunscriben a estos diálogos: Fedón, Leyes, Fedro y Ban­
quete. No o bstante, tam bién saca su s p ro p ias conclusio­
nes a co sta de P latón, aunque no d esv irtú e su esencia.
Así, p o r ejem plo, cuando, basándose en el Teeteto, nos
p re se n ta (I 37) al filósofo ig norante de los tem as de la
re alid ad co tid ian a y concluye, p o r su cu en ta y razón,
al final d e este ca p ítu lo 37, que su vida debe ser «senci­
lla, a u to su ficie n te y lo m enos relacio n ad a con los tem as
m ortales».
En g eneral, las citas platónicas, las utiliza P o rfirio
como au to rid ad m oral, p ara refuerzo de sus planteam ien­
tos, h acien do uso de las conocidas im ágenes del niño
que h ay en nosotros, del auriga, del ojo del alm a, etc.
O tra fu en te filosófica que utiliza P orfirio, p re fe re n ­
tem en te tam b ién en los dos p rim ero s libros, es, lógica­
m ente, la de su m aestro Plotino, en tem as com o el sím il
del d e stie rro , p a ra aquél que q u iera re c o b ra r su esen­
cia, en I 30, y el del c re a d o r de estatu a s, re ferid o al
filósofo-sacerdote del dios suprem o, en II 49.
P o r o tra parte, Plotino le ha inspirado, sin duda, ideas
tales com o el rechazo del suicidio, en I 32 y, sobre todo
en I 38, cu ando dice ex p lícitam en te «Sin du d a el filoso
fo no se ale ja rá a la fuerza.» Igualm ente, se puede pen
INTRODUCCIÓN GENERAL 19

s a r tam bién en la influencia de P lotino en el tem a del


an iq u ilam ien to de los anim ales en III 26.
Hay que observar, no obstante, que el nom bre de Plo­
tino no ap arece ni u n a sola vez en el tra ta d o Sobre la
abstinencia, au n q u e están a te stig u a d a s su s citas.
P or últim o, en e sta som era exposición de las fu en tes
que utiliza P orfirio, hay que m en cio n ar a E liano (De na­
tura animalium), A ristóteles (Historia animalium ) y al
ya m encionado P lu ta rco (De sollertia animalium), cu an ­
do sobre todo en el libro III, in te n ta d efen d er la racio­
nalidad de los anim ales. Su conocim iento de estos a u to ­
res, citados o no, se pone de m anifiesto en los hechos
que describe.
En los lugares correspondientes, a m edida que se van
detectando, se han ido reflejando o tra s fuentes, d irec­
tas o in d irectas, al pie de página.

B) F il o s o f ía

P or ser el tra ta d o Sobre la abstinencia u n a de sus


obras m ejor conservadas, se puede seguir la línea de
su p en sam ien to con b astan te coherencia.
H abría, sin em bargo, que fijar, en principio, cuáles
son los p u n to s cap itales de la arg u m en tació n de P orfi­
rio en su estu d io sobre la ab stin en cia. Dos p u n to s des­
tacam os, co ncretam ente, con sus co rresp o n d ien tes a p a r­
tados:

I. C onsecuencias del consum o de carne.


II. R echazo de los a rg u m en to s a favor del consum o de carne.

Y éste el d esa rro llo de cad a uno de ellos:

I. I) El régim en de com idas a base de c a rn e es su m a m e n te p e rju ­


dicial, porque es costoso, difícil de co n seg u ir y nocivo para
la salud, fren te a un régim en alim en ticio en el que sólo en­
tre n p ro d u c to s na tu ra le s, ta n to silv estres com o cultivados.
20 SOBRE LA ABSTINENCIA

2) La ingestión de carn e supone un grave delito, porque, p a ra


ello, tenem os que d a r m u erte a se res anim ados inocentes.
N a d a nos a u to riza a u s a r de la vida de un ser vivo p a ra
n u e stro provecho,
3) C on el consum o de c a rn e se su fre un grave perju icio m oral,
ya que se excita n u e stra sensibilidad y se d e sa ta n las p asio ­
nes; y, adem ás, engordam os nu e stra m ateria corpórea en de­
trim e n to de n u e stro elem ento racional.

II. 1) A unque en los sacrificios se inm olen seres anim ados, no


p o r ello hay que com erse las víctim as, del m ism o m odo que
en las g u e rra s no nos com em os a loe enem igos que caen
e n el com bate.
2) E s infu n d ad o el tem or de que, si no dam os m u erte a los
a n im ales (tan to a los pacíficos y dom ésticos, com o a los
salv ajes y dañinos), n u e stra vida c o rra peligro, p o r el exce­
sivo in crem en to q u e puedan tom ar, p o rq u e son m uchos los
a n im a le s a los que no dam os m u erte y, sin em bargo, no
m o lestan ni cau san perjuicio a n u e stra existencia.

S iendo éstos los planteam ientos que hace P orfirio a


lo largo de su obra, concluye, de un m odo restrictivo,
que la a b stin e n c ia debe o b serv arla rig u ro sam en te el fi­
lósofo y, m ás en concreto, u n a especie de sacerdote-
filósofo, según el m odelo pitagórico (II 49), qué sirva
de ejem plo al pueblo llano, a la m ayoría, ya que com o
d ig n atario e s ta rá obligado a ello. Y así viene a decirlo
tex tu alm en te en u n a ocasión: «si los que están a cargo
de la salvación de la ciudad, en atención a su piedad
p a ra con los dioses, reciben la confianza de los dem ás
y se ab stien en de los anim ales, ¿cóm o se o sará ac u sar
de in ú til p a ra las ciu d ad es la abstinencia?» (IV 5). Ya
en II 3 ap arece en u n ciad a esta idea.
Teniendo, pues, com o telón de fondo el ejercicio de
la ab stin en cia, el filósofo de P orfirio, con un régim en
de vida fru g al y con un alm a p u ra y castos p ensam ien­
tos, d ebe in te n ta r e n c o n tra r su p ro p ia esencia y su asi­
m ilación a la divinidad. E ste filósofo está, p o r o tra p a r­
te, un poco d ista n te del platónico. M ientras que éste de­
be se r un ed u c ad o r en la ciudad, el de P o rfirio debe
INTRODUCCIÓN GENERAL 21

llevar, preferen tem ente, una vida contem plativa, consis­


tente en m ed itaciones sobre la divinidad y en u n a p u re ­
za de pensam ientos, dando de este m odo ejem plo a los
ciudadanos.
Es, por consiguiente, este filósofo que p ractica la abs­
tinencia el que vam os a d efin ir d e n tro de un sistem a
co h eren te de filosofía, fe u d atario de toda u n a larga tr a ­
dición filosófica, y, en concreto, p o r ejem plo, del p lato ­
nism o m edio, cuan d o habla del dios del filósofo, com o
dios supremo, con expresiones tales com o ho epi pási
(III 5, 4), o ho prótos theós (II 37). F ren te a este dios
supremo, único, están los dioses parciales y los dioses
inteligibles.
D entro de esta línea de religiosidad, vienen a conti­
nuación los démones, que pueden ser buenos o m alos
(II 37 y sigs.), lo que supone un dualism o m uy próxim o
a las religiones orientales ", o incluso al cristianism o
E ste dualism o, que P orfirio h e re d a de su m aestro Ploti-
no, trad u c id o al plano del bien y del m al le lleva a una
dificu ltad difícil de resolver, porque si el m al no puede
p ro ced er de un p rin cip io suprem o, sino de la m ateria,
pero, a su vez, ésta sólo puede p ro c ed er de aquél, cae­
mos in d u d ab lem en te en u n a a p o ría insoluble, p a ra la
que P o rfirio e n c u e n tra la solución con la consideración
de que el m al «lo ha provocado la caída del alm a en
la m ateria» (II 27, 5), con u n a privación del bien.
E sta caíd a del alm a se produce p o r u n a m ala condi­
ción suya, com o la del te rre n o im productivo que im pide
que germ ine la sim iente, y «al g e n e ra r irracio n alid ad ,
queda u n id a a lo m ortal» (I 30, 7). En su unión con lo
m ortal y cad u co el alm a no q u ed a im pasible. P or ello
el sabio, el filósofo, p a ra ev itar la pasión, debe volverse 189

18 Así lo vio, por ejem plo, F. C umont, Les religions orientales dans
le paganisme romain, 3.* ed., París, 1929, págs. 238-239.
19 E. Zeller , Die Philosophie der Griechen, Leipzig, 1919-1923, vol.
III, 2, págs. 728 y sigs.
22 SOBRE LA ABSTINENCIA

h acia el «intelecto» (noüs). Ello se consigue con la «aten­


ción» (prosoché), porque, haciendo uso de ella, nos po­
dem os o rie n ta r p erfec ta m e n te hacia los inteligibles. Y
en u n a o casió n ase g u ra P o rfirio que n u e stra «esencia
es el intelecto» (I 29, 4).
P a rtie n d o de esta concepción religiosa y de esta con­
figu ració n del alm a, la p rá c tic a de la abstin en cia, ya se
h a dicho, no es un ejercicio salvador p a ra el filósofo,
sino u n a ex h o rtació n coadyuvante de u n a vida m oral
íntegra. P orque el consum o de carne nos em bota los sen­
tidos y nos pone, com o d esterrad o s, en u n lu g ar e x tra ­
ño. Por ello debem os re g re sa r a n u e stra p ro p ia esencia,
y n u estro s e r esencial, com o se ha dicho, es el in telecto
(I 29, 4). É ste debe se r el sentido ético de n u e stra vida.
O tro asp ecto que debe p re sid ir n u e stra preocupación
ética es el o b jeto de n u e stra «contem plación» (theóría),
que se c u m p lirá del todo cu an d o se identifiquen el con­
tem p lan te y el contem plado. Y con ello se produce el
sen tid o m ístico de la filosofía de P orfirio, cuando tiene
lu g ar la «asim ilación» (homoíosis) a la divinidad, que
ta n ta s veces ap arece en la o b ra (II 34, 3; 43, 3 ...; III
27, 1 ...; I 54, 6).
Con e s ta noción se relaciona tam bién, en el regreso
a la propia esencia, el sentido de la «apropiación» (oikeíd-
sis) con la d ivinidad, ta n ta s veces ex p resad o en los dos
p rim ero s libros.
En co n clu sión, la ta re a del filósofo consiste, com o
cosa n a tu ra l, en re g re sa r a su p ro p ia esencia m ediante
la asim ilació n y ap ro p iació n a la divinidad.

C) A n á l is is del c o n t e n id o de la o b r a

S u c in ta m en te, vam os a e xponer el contenido de los c u a tro libros


que com ponen el tra ta d o Sobre la abstinencia.
INTRODUCCIÓN GENERAL 23

Libro l
R ecrim ina a Firm o C astricio el abandono de la abstinencia y la tra n s­
gresión de las n o rm as antiguas, en especial el q u e b ran tam ien to de la
d isciplina de P itágoras y E m pédocles, a cuya refu tació n « entre los filó­
sofos perip atético s, estoicos y ep icú reo s se han co n sag rad o la m ayor
p a rte de sus esfuerzos» (3, 3).
Dirige P orfirio sus a ta q u es c o n tra estos a d v ersa rio s, y en p a rtic u ­
lar, c o n tra un tal Clodio de N ápoles, que e sc rib ió un libro c o n tra los
q u e observaban la abstinencia. Defiende el d erech o y la ju stic ia p a ra
con los anim ales, sin e n tra r en consid eracio n es p a rtic u la re s so b re si
tal o cual pueblo com e carne, com o los nóm adas o tro g lo d itas 20. Pa­
ra co n d en ar la m u erte de los anim ales, re cu e rd a la p rohibición de m a­
ta r a un ser hum ano, bajo pena de u n a grave sanción, en la org an iza­
ción de las p rim e ras com unidades.
El uso del fuego, por o tra parte, p ropició el consum o de carne, p o r­
que com er la c a rn e c ru d a es cosa de im píos. M as el a rg u m e n to p rin ci­
pal de los que rechazan la a b stin en cia es el de que la vida re su lta ría
muy difícil, si nos ab sten em o s de los anim ales, porque «el m ar, los
ríos y los lagos se llen arán de peces, el a ire de pájaro s y la tie rra
se verá rep leta de anim ales de todas clases» (16, 2). Vuelve a in sistir
m ás ad elan te en esta idea (24). No o b stan te, reconoce que la ingestión
de la carn e de cierto s anim ales pro d u ce la curación de algunas
enferm edades.
E xpuestos los a rg u m en to s de los c o n tra rio s, la recom endación de
la a b stin en cia no va d irig id a a cu alq u iera, sino al filósofo, en concreto.
Con ello se lib era éste de la percepción sensible, de la irrac io n a lid a d
y de las pasiones que en este ám bito se generan. Y asi lo expresa P o rfi­
rio: «Hay que abstenerse... de c ie rto s alim entos, que p o r su pro p ia ín­
dole puede d e sp e rta r las pasiones de n u e stra alm a» (33, 1). Debe vol­
ver el filósofo a su esencia propia, lib re d e las a ta d u ra s de lo m aterial
sin violencia, esto es, sin llegar al suicidio, con la persuasión y la razón.
De las sensaciones que se o riginan por los cinco sentidos, surgen
las pasiones, según se a rg u m e n ta con una am p lia casu ística. De ahí
que el filósofo co ncederá «tan sólo a la n a tu ra le z a lo e stric ta m e n te
necesario, y ello, liviano y d e n tro de un régim en alim enticio todavía
m ás liviano» (38, 2). Hay, por tanto, que e v ita r todas aquellas ocasio­
nes en que se puede a lim e n ta r la sensación, porque «allí donde hay
sensación y percepción sensible, hay separación de lo inteligible» (41, 5).
El hom bre virtu o so se diferencia del m alvado (44) en que hace uso
del razonam iento p a ra re g u la r y d o m in a r el elem ento irracional. De

20 Que, en IV 21, volverá a m encionar, p a ra explicar la razón de


su régim en alim enticio.
24 SOBRE LA ABSTINENCIA

ahí que d eb a a b ste n e rse de alim entos que supongan un goce corpóreo.
Pero, adem ás, los alim en to s nos a ta n m ás que las percepciones sen si­
bles, porque nos im ponen una necesidad p o r la cocción y digestión
en n u e stro c u erp o . La razón debe, pues, d e se ch a r la ab u n d an c ia y el
exceso, y lim ita r la necesidad a lo m ínim o.
Llega al p u n to m áxim o su argu m en tació n a favor de la a b s ti­
nencia 2I: n u e stra con fo rm id ad con lo m ás insignificante nos lib e rará ,
«no ya de u n a servidum bre, sino de innum erables» (47, 1), porque un
alim en to sencillo y sin c arn e da paz a n u e stro razonam iento.
Con e sta in sisten cia en la fru g alid ad y sencillez, llega P o rfirio a
c o n fig u ra r la im agen del filósofo, que debe ap o y arse en la filosofía
p a ra la selección y consecución de sus exigencias m ínim as. P orque el
consum o de c a rn e y la ab u n d an c ia de com ida nos hace c a e r «en d e sp il­
fa rre s, en ferm ed ad es, h artazg o s y vagancias» (53, 4). En consecuencia,
hay que p o n e r un lím ite necesario a n u e stra s necesidades, p a ra conse­
g u ir la au to su fic ien c ia y la sim ilitud-con la d iv in id a d 22. Porque el fi­
lósofo c o n se g u irá su fin «clavándose... con la divinidad y d esclav án d o ­
se del cuerpo» (57, 1), y e sto se consigue con un régim en de vida senci­
llo y con p u re za de cu erp o y de pensam ientos.

Libro II
El hecho de h a b la r de la a b stin en cia de los anim ales, en flag ran te
co n trad icció n con el sacrificio ritu a l de ovejas y bueyes, com o refiere
al final d el lib ro I, lleva a P o rfirio a tra ta r en p ro fu n d id ad el tem a
de los sacrificios.
Desde un principio, plantea la tesis fu n d am en tal sobre la cuestión,
cuando m anifiesta: «niego que el hecho de m a ta r a los a nim ales lleve
a p arejad o , forzosam ente, la necesidad de com érselos, ni que el que
concede lo u n o (me refiero a su sacrificio) establece tam bién, rig u ro sa ­
m ente, su consum o» (2, 1). Puede que sea necesario, ritu alm en te, m a­
ta r algún a nim al, pero no hay que m ata rlo s a todos. Vuelve a re c o rd a r
(3, 1) que la abstinencia está recom endada al filósofo, no a todo el mundo.
E m pieza P o rfirio haciendo un análisis de la génesis de los sa c rifi­
cios, según su p a rtic u la r p u n to de vista. P rim ero se sacrifican las plan-

21 A proxim adam ente, a p a rtir del cap. 45, en donde se h a p e n sa ­


do (Bouffartigue-P atillon, ed. cit., pág. 31) q u e hay una fu e rte d ep en ­
dencia del estoico tard ío rom ano (M usonio Rufo), h a sta el cap. 55. Los
frag m e n to s de este a u to r los recogió O. H ense , C. Musortii R ufi reli-
quiae, L eipzig, 1905, y, m ás recientem ente, A. J acú, Musonius Rufus.
Enlretiens et fragmenls, introd., trad . et com ., H ildesheim , Olm s, 1979.
22 V éase, al respecto, M. Pohlenz, Die Sloa, vol. I, G ottinga, 1972,
pág. 397.
INTRODUCCIÓN GENERAL 25

tas y fru to s silv estres que ofrece la tie rra , pues las p lan ta s fueron a n ­
tes que los anim ales: E stas o fren d as se q u em ab an p a ra sa lu d a r y hon­
r a r a las divinidades con el hum o. H ace, a c ontinuación, P o rfirio un
análisis de los térm in o s refe re n te s al sacrificio, desvelando su signifi­
cación etim ológica.
El proceso, en el u so de las o fren d as, lo fija P orfirio en e ste orden:
1 ) la hierba: 2) el fru to de la encina y 3) los fru to s de cultivo, al
im p la n ta rse un sistem a de vida agrícola. Y asi, con la ap arició n de
la cebada (cap. 6), se les o frendó a los dioses h a rin a , una vez m olida
aquélla. Con el aum en to de los cereales, se o fren d a ro n ya las to rta s
rituales, y se llega al culm en de las o fre n d a s a g rarias: c o ro n as de flo­
res, to rta s ritu a les en holocausto y libaciones de vino, m iel y aceite.
Cita, como ejemplo, Porfirio la procesión del Sol y de las H oras en Atenas.
Como consecuencia de las h a m b re s y las g u e rra s, se in tro d u cen los
sacrificios con victim as y se llenan d e san g re los a lta re s. Y, tom ando
com o apoyo el testim o n io de T eofrasto 23, a se g u ra P o rfirio que la di­
vinidad castigó a los hom bres por e sta s p rá ctic a s sa n g rien tas, dando
lugar a que unos se h icieran ateos y o tro s o fren d a ra n a sus dioses
sacrificios indignos, por e stim a r que eran perversos e inferiores a ellos.
Tam bién la ignorancia y la cólera son c a u sa n te s de los sacrificios
cruentos. É ste es el caso de Clim ene, que, p o r un e rro r in voluntario
(9, 1), dio m u erte a un cerdo, y Díom o (10, 2), que m ató a un buey
en un a rre b a to de cólera.
Pero insiste P orfirio en que la d u ra re alid a d de las h am b res y las
g u e rra s nos obligaron a sa c rifica r y a com ernos los anim ales. Si la
m adre n a tu ra le z a nos puso sobre la tie rra los fru to s y los anim ales,
¿por qué delinquim os, al d a r m u erte a éstos? la re sp u esta es clara
p a ra Porfirio: «porque les privam os de su alm a» (12, 3). Los frutos,
en cam bio, caen del árbol esp ontáneam ente; en todo caso, si cogem os
el fruto, no talam os el árbol. La divinidad, por supuesto, se alegra
m ucho m ás con las o fren d a s sencillas de los c iu d a d an o s m ás m odestos
que con los sacrificios suntuosos de los po d ero so s (caps. 15, 16 y 17).
Elogia, por tanto, P orfirio la so b ried ad de los an tig u o s rito s (20, 3),
calificándolos «como u n a especie de vestigios de la verdad» (21, 4),
en aquellos casos en q u e todavía perviven.
Más trem eb u n d o s son todavía los sacrificios hum anos, cuyo origen
está en la escasez de alim entos, que m otivó q u e los hom bres se com ie­
ran e n tre si y después o fren d a ra n a los dioses seres de su m ism a espe­
cie, p a ra im p e tra r su ayuda (27, 1).

23 Al que cita en v arias ocasiones en e ste libro (5, 1; 7, 3; 12, 1;


20, 2; 21, 6), con e x tra cto s de su o b ra Sobre la piedad.
26 SOBRE LA ABSTINENCIA

P ero la ley a n tig u a no p e rm itía el sacrificio de anim ales y a hora


tam poco debem os hacerlo, so b re todo teniendo en c u e n ta que son m u­
chos los que nos ayudan y conviven con nosotros.
Hay que a b sten e rse , pues, de los anim ales y no hay tam poco que
o fren d á rse lo s a los dioses (33, 2); n u e stro sacrificio a los dioses consis­
tirá esencialm ente, en n u e stra a c titu d contem p lativ a « para u n a salva­
ción autén tica» (35, 2).
O frece, p o r últim o , P orfirio u n a aclaració n so b re las te o ría s p lató ­
nicas de los sacrificio s, dioses y dém ones (37-42). Vuelve a re c o rd a r
lo que decía en un principio, que «si hay que sa c rific a r anim ales, no
es necesario q u e haya que com érselos forzosam ente» (44, 1), y añ ad e
P o rfirio (44, 2-50) la n ecesidad de la p ureza en el vestir, en n u e stro
cu erp o y en n u e stro pensam iento, p a ra el sacerdote-filósofo del dios
suprem o (49, 1).
Pone fin P o rfirio a su an álisis y co m en tario de los sacrificios con
la recom endación de la vuelta al rito antig u o (59) y vuelve a in te rp re ­
ta r etim ológicam ente la term inología re fe re n te a las o fren d a s y los
sacrificios. De nuevo c ritic a la su n tu o sid a d de las o fren d as, p a ra a se ­
g u ra r que «la m ejo r o fren d a que se puede h a c e r a los dioses es una
m ente p u ra y u n alm a im pasible».

Libro l l l
Intenta de m o stra r aquí Porfirio la racionalidad de los anim ales, frente
a la opinión d e estoicos y perip atético s. P a ra ello se b a sa en d ifere n te s
hechos, que a la m ay o ría escapan, pero él los califica c o rre c ta m e n te
p a ra la consecución de su propósito. C ualquier sonido, p o r ejem plo,
que em ite u n s e r vivo su p o n e una capacidad de raciocinio. De donde
re su lta que «los h o m b res hablan, p o r su p a rte , de acu erd o con las le­
yes hum anas, y los a n im ales a ten o r de las leyes de los dioses y de
la n a tu ra le z a q u e a cada uno le tocó en suerte» ( 3, 3). Y no es válida
la objeción de que no com prendem os su lenguaje, pues tam poco es
co m p ren sib le la lengua de los sirio s o los p e rsas. A hora bien, h u b o
adivinos fam osos, com o M elam po y T iresias, que sí c o m p ren d iero n el
lenguaje de los anim ales, y personajes reales, com o Apolonio de T iana,
e n te n d ían el p ia r de las golondrinas. P o r o tra p a rte , tam bién hay a n i­
m ales que, n o pudiendo a rtic u la r sonidos, com p ren d en , sin em bargo,
lo que se les dice (5, 1), lo m ism o que hay que reconocer que m uchos
anim ales d istin g u e n los m atices de la voz de los hom bres; e sto es, si
e stán e ncolerizados, si d e m u e stran afecto, etc. (6, 1). Si en el ám b ito
de lo racio n al hay e sta sim ilitu d con los hum anos, tam bién la hay en
el orden de las pasiones y las enferm edades (cap.7).
Pero en e s ta ra cio n alid ad de los anim ales hay que re sa lta r el buen
uso que hacen de su s p u n to s fu ertes, p a ra su defensa (9, 1), m antenién-
INTRODUCCIÓN GENERAL 27

dose lejos de los h o m b res los auto su ficien tes, y en el e n to rn o de éstos


los m ás d ébiles M. A sim ism o de stac a P o rfirio en los a nim ales sus ra s­
gos de so lid arid ad , fidelidad, afecto, etc. Su ra cio n alid ad tam bién se
evidencia p o r su im itación de los a cto s hum anos, lo que sólo es posi­
ble, si subyace u n a razón donde se fu n d a m e n te n habilid ad es com o el
a n d a r con zancos, el e sc rib ir o el d a n z a r (cap. 15). Viene luego (cap.
16) la sacralización de c ie rto s anim ales, en especial en el a n tig u o E gip­
to. H ace suya tam bién P orfirio la trad ició n m ítica de «que los anim a­
les tienen un alm a sem ejante a la n u e stra: son hom bres que, p o r la
cólera divina, se tra n sfo rm a ro n en anim ales» (16, 7). P a ra a b u n d a r en
la racionalidad de los anim ales, refiere a continuación (cap. 17) la crianza
de p ersonajes m íticos, fam osos o, sim plem ente, de dioses, a carg o de
anim ales: R óm ulo y Remo, Zeus, Ciro, etc.
En consecuencia, tenien d o estas c u alid ad e s los anim ales, y siéndo­
nos m uchos de utilid ad , y e stan d o n o so tro s obligados a m an te n er un
deb er de ju stic ia p a ra n u e stro s sem ejantes, «¿cóm o no va a re su lta r
de lo m ás e x tra ñ o el c re e r que... no tengam os ninguno p a ra el buey
a rad o r, p a ra el p e rro que convive con n o so tro s y las reses que nos
alim entan con su leche y nos ad o rn an con su lana?» (19, 3).
Igualm ente, hay que a d m itir que la sensación se da en los anim ales
acom pañada tam bién de inteligencia (21, 9).
La idea del p a ren tesco universal, es decir, los lazos de co n san g u in i­
dad e n tre anim ales y hom bres a p arece en 25, 3 (enunciada ya en Aris­
tóteles , Ética a Nicómaco VIII 1, 1156 a 20 y sigs.) y la re fu e rz a P orfi­
rio, e n tre o tra s razones, con el hecho de que «los alim en to s son los
m ism os p a ra todos» (25, 4).
Sólo, pues, deben se r elim inados los a nim ales feroces y dañinos,
como o c u rre con los hom bres (26, 3). B ajo el p rism a del p aren tesco
con los a nim ales no se «com eterá in ju stic ia c o n tra un anim al concre­
to», pues el que circunscribe su justicia al hom bre se queda com o «a tra ­
pado en unos lím ites estrechos» (26, 7). Así, m anteniendo un sentim iento
de ju sticia, serem os inofensivos p a ra todos, com o el se r su p re m o que
resu lta to talm en te inocuo y «por su po d er [es] salvador de todos, bene­
factor de todos» (26, 11). El libro term in a con un c an to a la ju sticia,
con sisten te en el re sp eto a todos los seres, sin a p ro p ia rse « por la fu e r­
za de lo ajeno» (27, II). 24

24 P a ra todos e sto s datos, se b a sa P o rfirio , p re fe re n te m en te, en


E liano, Natura animalium; F ilón, De animalibus; Aristóteles, Historia
animalium, y P lutarco, De sollertia animalium.
28 SOBRE LA ABSTINENCIA

Libro IV

Se exponen en este libro las co stu m b re s de diversos pueblos (in­


cluido el griego de la m ítica edad de oro), para e je m p la rid a d m o ral
del lector, p re sen tá n d o lo s com o m odelo de vida p e rfe c ta a im itar.
Inician la se rie los griegos de la edad de oro. Se basa, p a ra su des­
cripción, en la Vida de Grecia de Dicearco, y, apoyándose tam bién en
u nos versos de H es Iodo, Trabajos y Dias 116-119, nos p re sen ta u n a so­
ciedad idílica, con una n a tu ra le z a pródiga, sin necesidades, en la que
se d isfru ta de salud, paz y am istad. A este régim en de vida sucedió
o tro basado en el pastoreo, porque ya habían c o n ta cta d o con los a n i­
m ales. P o ste rio rm e n te, « re p ara n d o en lo que p a rec ía serles de u tili­
dad, vinieron a p a ra r al te rc e r tipo de vida: el agrícola» (cap. 2). En
el m arco de e sta sociedad e stab a obligada la abstinencia. Y concluye
P orfirio el cap. 2 con la afirm ación de que «la g u e rra y la in ju sticia
se in tro d u je ro n con la m atan za de los anim ales».
La fru g alid ad y el régim en severo de vida de los esp a rta n o s, u tili­
zando com o fu en te el Licurgo (8-10) de P lutarco, viene a c o n tin u a ­
ción 2!.
En el c a p ítu lo 5 a p arece la consideración de que a los sacerd o tes
d ig n ata rio s de los pueblos, en general, se les ha o rd e n ad o la o b se rv an ­
cia de la a b stin e n cia . In m ed iatam en te nos ofrece la larga idealización
de los sacerdotes egipcios, basándose en el estoico Queremón (cap. 6-10).
En los c ap ítu lo s II al 14 se describen las tre s sectas ju d ías, que
tuvieron su e sp len d o r e n tre el siglo II a.C al año 70 d.C., fecha de
la d estru cc ió n del tem plo de Jeru salén : los fariseos, los saduceos y
los esenios. P a ra ello se basa en F lavio J osefo , Sobre la guerra judía
II 8, y Antigüedades judías XVIII 1, 2-5. R ealm ente la única d e sc rita
es la de los esen io s de los q u e m enciona, com o institu ció n , una especie
de com ida c o m u n ita ria al m odo de las sisilía e sp a rta n as.
No dice P o rfirio e x p resam en te que los ju d ío s observasen la a b s ti­
nencia. C on cretam en te, del único anim al que se a b stien en todos, de
un m odo g en eral, es del cerdo, y los esenios, en especial, de los solípe­
dos y de los peces seláceos.
En c u a n to a los sirio s (cap. 15), sólo sacrificab an a los dioses, «para
b u sc a r la su p re sió n de c ie rto s m ales». El consum o de carn e e n tre é s­
tos se deb ió a un e r ro r involuntario, que, al p e rp etu arse, dio lugar
a que toda la población lo p ra ctic a se y no se o b serv ase la abstinencia.
P a ra este p u eb lo se do cu m en ta en los h isto ria d o res N eantes de CIzico
y Asclepíades de C hipre .25

25 Caps. 3 al 4. P ara la precisión de la c ita de P lutarco, véase no­


ta ad locum. T am bién ofrece P orfirio un e x tra c to del cap. 12 del Licur­
go entre el final del cap. 4 y com ienzos del 5. Véase nota al respecto.
INTRODUCCIÓN GENERAL 29

En el cap ítu lo 16 utiliza com o fuentes, a p ro p ó sito del c u lto de Mi­


tra, a los h isto ria d o res E ubulo y Palas. La d escripción de los magos
persas, anteced en tes o rien tale s del c u lto a M itra, divinidad solar, tie­
nen por objeto, esencialm ente, re sa lla r, en el ám b ito de los m isterios
m itraicos, la utilización de nom bres de a nim ales p a ra los iniciados y
los dioses, y la p u reza de co stu m b re s de los fieles, en especial de la
prim era casta de los magos persas que se abstienen de todos los animales.
A continuación, b asándose en F ilóstrato (a quien no nom bra) y en
B ardesanes, nos d escribe la vida c o n tem p lativ a y p u ra de los gimnoso-
fistas, llena de idealización. C om prende el c a p ítu lo 17 y p a rte del 18.
Al final de e ste c ap ítu lo vuelve a in sistir en el régim en de vida del
filósofo, d istin to del de la gente del pueblo.
El cap ítu lo 20, que contiene varias c o n sid eracio n es sobre la pureza,
lo e labo ra P orfirio a base de e x tra cto s diversos de P lutarco, con su
sello personal.
H asta aquí nos ha presentado los pueblos que, total o parcialm en ­
te, observan la abstinencia; ah o ra (cap. 21), nos ofrece el c u a d ro de
los pueblos que no la p ra ctic a n en a bsoluto, p o r e n co n tra rse d e sa b as­
tecidos to talm en te de p roductos vegetales.
Por ú ltim o (cap. 22), nos habla P orfirio de las a c e rta d a s norm as
del legislador ateniense T riptólem o, a y udándose del testim onio del pe­
ripatético H erm ipo. Se tra ta de p receptos ten d e n tes a la fru g alid ad
y al respeto p o r los anim ales. F inalm ente, con el p re ce p to de D racón
sobre el m odo de h o n ra r a los dioses con las p rim icias de los fru to s
acaba la obra, sin q u e d a r concluso el libro IV, tal com o ha llegado
h asta nosotros.

D) E l texto del tratado «S obre la a b s t in e n c i a »

En el p refacio a su edición de las o b ra s de P orfirio,


aseg u ra N auck (col. T eubner, pág. XIII) que todos los
códices del tra ta d o Sobre la abstinencia derivan de un
solo m an u scrito dañado por m u ch as interp o lacio n es y
gravem ente d eteriorado. Desde entonces se ha estudiado
la trad ició n del texto por dos autores: H. R. Schw yzer,
en el p refacio de su edición de Queremón ", y E. Lam-
berz, en su ya m encionada edición de las Sententiae, de
Porfirio. *

26
En Klass.-Philologische Studien, Heft 4 (Leipzig, 1932), 17-21.
30 SOBRE LA ABSTINENCIA

La trad ic ió n m a n u sc rita es de m ala calid ad y se re ­


p arte en dos fam ilias, que se relacionan con un a rq u e ti­
po único p o r sus fa lta s com unes 17. E sta s dos fam ilias
las ha fijad o H. R. S chw yzer en to rn o a dos m a n u sc ri­
tos, el Vaticanus graecus 325 (V) y o tro perd id o (y ). El
Vaticanus graecus 325 es un m an u scrito m uy cu idado
y fácil de leer que contiene la Vida de Pitágoras, La Aná-
basis, de A rriano, y las Pláticas, de E picteto. El c u a d ro
com pleto del Stem m a puede verse en la edición de
B o u ffartigue-P atillon (Introducción, pág. LXXIV).
La editio princeps, de P edro V ictorio, en F lorencia,
d a ta de 1548.
La trad ic ió n in d irec ta es im p o rtan te, sobre todo lo
que nos o frece E usebio, en su Praeparatio Evangélica,
p a ra el lib ro IV.
El tex to que he seguido, p a ra la p re se n te trad u cció n
del tra ta d o Sobre la abstinencia, es el que h a fijado la
colección de Les B elles L ettres, p a ra los tre s libros ed i­
tados, b u sca n d o el m an u scrito m enos defectuoso de la
fam ilia del V aticanus graecus 325, al que se le han p ro ­
pu esto alg u n as co rrecciones p o r p a rte de B ouffartigue,
su ed ito r, en algunos pasajes. P ara la trad u c ció n del li­
b ro IV h e ad optado, lógicam ente, el tex to de A. N auck
de la colección T eubner, que se ca rac te riza, com o es sa­
b ido e n tre las ediciones m odernas de P orfirio, p o r su
afán c o rre c to r y su p re so r, no siem pre justificado.
He aq u í, p o r tan to , mi aceptación o d iscrep an cia con
el texto fijad o p a ra la edición de Les Belles L ettre s (I,
II, y III) y de T eu b n e r (IV):
Libro I.— A cepto la laguna señ alad a en 12, 2, e n tre et& uv y á W á
a ce p to la corrección p ro p u e sta p o r este m ism o e d ito r en
56, 3, c o n sisten te en la in terv ersió n de los térm in o s con
que com ienza el p arágrafo, esto es, el in te rca m b io de
óTtoo* por oú 27

27 N a u ck ya habia detectad o esto s e rro re s com unes en el análisis


de dos m an u scrito s, el Monacensis 91 y el 39, que, en la clasificación
de R. H Schw yzer, pertenecen cad a uno a u n a fam ilia d istin ta .
INTRODUCCIÓN GENERAL 31

L ibro II.— En 27, 2, discrepo de la co n jetu ra de Bouffartigue á p S p ío o


al d p tO p e lo o de los códices. A cepto, sin em bargo, la pro­
p u e sta p o r N auck, <iv 9 peone too
L ibro III.— Acepto la supresión de la negación oó que precede a <t>úoei
p ro p u e sta p o r B ouffartigue en 6, 4; sigo la corrección de
H e rch e r en 13, 1, desde é n o to o h a sta to ó A óyoo
L ibro IV.— Adopto la c o n je tu ra de V alentino, en 17 (pág. 257, línea
4, de Teubner), KaGopaToti al KoOopñvTot del original;
conservo, en 18 (págs. 258, 1. 17, col. T eubner), el okéi |jov-
T a i d e los códices fren te a la correcció n de V alentino,
oicqijtcovTai que ad o p ta N auck.

O tras o b servaciones al texto ad o p tad o se hacen en


sus lug ares co rresp ondientes.

E) T r a d u c c io n e s del tratado «Sobre la a b s t in e n c ia »

La trad u c ció n m ás an tig u a que se conoce es la latina


de Feliciano, de 1547, V enecia. P recede, p o r tanto, en
un año a la editio princeps. E n fran cé s tenem os dos tr a ­
ducciones: la de M aussac, P arís, 1622, y la de B urigny,
París, 1747. En inglés hay dos traducciones: la de T. Taylor,
L ondres, 1823 (reedic. en C en tau r P ress, L ondres, 1965),
y la de S. H ibber, Londres, 1851. E n alem án tenem os
la de E. B altzer, N ordhausen, 1869.
En tiem pos recien tes (1977, lib ro I, y 1979, libros II
y III) h a ap arecid o en F ran cia (Les B elles L ettres), a fal­
ta del lib ro IV, la ya m encionada edición del tra ta d o
Sobre la abstinencia, texto griego y trad u cció n , a cargo
de J. B o u ffartig u e y M. P atillon (la trad u c ció n se debe
sólo al p rim ero de ellos). Es u n tra b a jo excelente, tan to
p o r el estu d io del texto, de las fu en tes y de los co m en ta­
rios a los diversos pasajes, com o p o r su trad u cció n . De­
bo co n fesar lo m ucho que le debo a e sta o b ra p a ra la
realización del p resen te estudio y trad u c ció n de este tra ­
tado de P o rfirio. Tam bién m e h a sido de m u ch a ayuda
32 SOBRE LA ABSTINENCIA

la trad u c ció n latin a de Feliciano, que sigue siendo h a s­


ta la fecha u n a de las m ejores versiones.
En español no hay ninguna versión conocida. P or con­
siguiente, la p re sen te debe de ser la p rim era , y q u iero
declarar al respecto que he intentado ser deliberadam ente
fiel al tex to y, p o r ello, la trad u cció n p arecerá, a veces,
m onótona y d u ra , p ero es que el texto de P o rfirio es
así en m u ch as ocasiones.
Por o tra p arte , debo explicar mi in sisten cia en tr a ­
d u cir hó theós por «la divinidad». Lo fund am en to en
el hecho d e que, h ab itu alm en te, de esta fo rm a se refleja
el politeísm o antiguo sin am bigüedades ante n u estra con­
cepción m o n oteísta, anque P orfirio lo em plee casi siem ­
pre com o dios único. No obstante, sí he trad u cid o theós
p o r «dios», cuando se re fería al dios suprem o del fi­
lósofo 28.

F) B ib l io g r a f ía

A parte de las trad u c cio n es m encionadas y de la re ­


ciente edición de Les B elles L ettres, é sta s son las edi­
ciones m ás im p o rtan tes de las o b ra s de P orfirio, tra s
la editio princeps:
F. de F ocerolles , Lyón, 1620, con trad u c ció n latina.
I. Valentinus, Cam bridge, 1655, con traducción latina de L. H oslstenius.
J. de R hoer , U trecht, 1767, con las co n je tu ra s de J. R eiske y de F.
L. Abresch , y la trad u c ció n latin a de F eliciano.
R. H ercher , P arís, 1858, en la colección Didot, con la trad u cció n latin a
de F eliciano.
A. N auck, Porphyrii opuscula selecta, Leipzig, 1886, en la col. T eubner.

28 No es, por su p u esto , el dios de P orfirio «una ab strac ció n lógi­


ca, una noción vacía e indeterm inada», com o a firm a P. H adot, La me-
taphysique de Porphyre (Fondation H ardt, XII), G inebra, 1965, pág. 155.
INTRODUCCIÓN GENERAL 33

En lo que respecta a bibliografía general que nos sirva


p ara e n m a rc a r el p ensam iento de P o rfirio y la tem ática
de su obra, señalem os la siguiente:
E. Z eller, Die Philosophie der Griechen, 3 vols. Leipzig, 1919-1923.
M. Pohlenz, Die Stoa, G otinga, 1972.
A. A. Long, La filosofía helenística, tra d . esp., R evista de O ccidente,
M adrid, 1977 (con ab u n d an te bibliografía, in cluida la existente en
español h asta la fecha).
V arios, Entretiens sur l'antiquité classique, XII: Porhyre, G inebra, 1965.
(Muy im p o rta n te p a ra aspectos generales y p a rtic u la re s del
neoplatonism o.)

P ara sus relaciones con su m aestro Plotino, véanse:


J. I gal, «Porfirio. Vida de Plotino y O rden de sus escritos,» Perficit,
Segunda serie, vol. II [1970] (recien tem en te p u blicado por la «Bi­
blioteca C lásica G redos» [M adrid, 1982], ju n ta m en te con las Enéa-
das, I y II).
— La cronología de la Vida de Plotino de Porfirio, Universidad de Deusto,
1972.

Dentro de este apartado, destacam os estos dos trabajos:


E. Cumont, Comment Plotin ditoum a Porhyre du suicide, Rev. Ét. Grecq.,
París, 1919.
J. R. S an M iguel, De Plotino a San Agustín, M adrid, 1964.

D entro de la bibliografía específica, reseñam os las


siguientes o b ra s y trabajos:
J. B idez, Vie de Porphyre, le Phitosophe Néo-platonicien. Avec fragments
et De regressu animae, Gante-Leipzig, 1913 (reim pr. Hildesheim , 1963).
R. B eutler, «Porhyrios», en P auly-W issowa, Realenciclopádie der klas-
sischen Altertumswissenschaft, XX II, 1, págs. 276 y sigs.
W. T heiler , Porphyrios und Augustin, H alle, 1933.
F. Altheim -R. S tiehl , Porphyrios und Empedokles, Tubinga, 1954.
P. Crome, Sym bol und Unzulanglichkeit der Sprache Jamblichos, Plo­
tin, Porphyrios, Proklos, M unich, 1970.
C. W. W olskeel , «A ugustin ü b c r d ie W eltseele in d e r S ch rift De In-
mortalitate anim ae », 0 n (A journal for Greek and early christian
Philosophyk Leiden, Brill, 1972, págs. 81-103. (Se sostiene que esta teoría
69-3
34 SOBRE LA ABSTINENCIA

a g u stin ia n a no viene de Platón, sino del neo p lato n ism o y, c o n c re ta ­


m ente, de Porfirio).
F. R omano, Porfirio di Tiro, Filosofía e cultura riel II secóla d.C., Uni-
vers. de C atania, C atania, 1979.

Son m u ch as m ás las o b ras que podem os p re sen tar,


tan to g en erales com o específicas, p ero estim am os que
esta su c in ta b ib lio g rafíá nos rem ite, a su vez, a o tra s
obras, con lo que la relación se puede e n riq u e c e r sen si­
blem ente. De todos m odos, a lo largo del p re sen te tr a ­
bajo, en n o ta s al pie de página y en la Introducción ge­
neral, se hace referen cia a n u m erosas obras, que co n si­
d eram os ocioso in clu ir en esta relación bibliográfica.
LIBRO I

Firm o, h ab iéndom e e n terad o p o r los que a mí llega- i


ban, de que h ab ías desechado la alim entación sin carne
y que de nuevo h ab ías vuelto a un régim en de com idas
á base de ella, no me lo creía en un principio, al re p a ra r
en tu sensatez y en el resp eto q u e hem os pro fesad o a
unos ho m b res v en erables p o r su vejez, y a la vez tem e­
rosos de los dioses, que m arcaro n u n a línea de conduc­
ta. Pero, pu esto que tam bién otros, sum ándose a los pri- 2
m eros en sus denuncias, me co n firm ab an la noticia, re­
p ren d erte, p o r no h a b e r en c o n trad o lo m ejor, alejándo­
te del mal ', según el proverbio, y p o r no a ñ o rar, de
acuerdo con E m pédocles, tu vida a n terio r, volviendo a
o tra m e jo r 12
, m e p arecía tosco y en desacuerdo con una
persuasión fu n d a d a en el razonam iento. P or el contra- 3
rio, el po n er en claro la refu tació n de tu s e rro re s, m e­
diante el raciocinio, y m o stra r h asta qué p u n to habías
descendido, lo ju zg aba digno de n u e stra m u tu a am istad
y en consonancia con las p erso n as que han acom pasado
sus vidas a la verdad.

' E xpresión proverbial, cita d a p o r Zenobio, Cent. III 98.


2 A daptación sin tác tic a de un posible frag m e n to de E m pédocles:
sin duda de sus Purificaciones. Fue recogido com o tal p o r F. W. S turz,
Empédocles, Carminum Reliquiae, Leipzig, 1805, y p o r S. Karsten, Phi-
losophi Graeci veteres qui ante Platonem floruerunl Op. Reí., A m sle r^
dam, 1833.
36 SOBRE LA ABSTINENCIA

2 P orque tam bién, al reflexionar conm igo m ism o so­


b re el m otivo de tu cam bio, no p o d ría a se g u ra r que ello
obedezca a un in ten to de conseguir salud y fortaleza,
com o d iría la m uchedum bre ignorante. Al co n trario , tu
mismo, de ac u erd o conm igo, reconocías que un régim en
de com idas sin carne e ra lo adecuado p a ra la salud y
p a ra la c o rre c ta to leran cia de los esfuerzos que lleva
consigo la co nsagración a la filosofía. Y por experiencia
se puede reconocer que estab as en lo cierto cuando de-
2 cías esto. P o r consiguiente, d ab a la im presión de que
hab ías v u elto a las tran sg resio n es de antes, ya a cau sa
de algún engaño, ya por e stim a r que no im p o rtab a p a ra
el buen ju icio un régim en u o tro de com idas o bien, p o r
últim o, quizás p o r algún o tro m otivo que desconozco,
y que s u sc ita un pánico m ayor que la im piedad que
3 supone la trasg resió n 34. Desde luego no podría aseg u rar
q ue has d esp reciad o las norm as trad icio n ales de u n a
filosofía, que has ad m irad o con agrado, p o r in tem p e­
ra n cia o p o r el an sia de sac ia r u n a voraz glotonería, ni
tam poco q ue tu índole n a tu ra l sea in fe rio r a la de esas
p erso n as co rrie n te s que en algunos pueblos, después de
h ab er ac ep tad o u n as norm as c o n tra ria s a las que re­
gían su vida pasada, so p o rtan la m u tilació n de los ó rg a­
nos g en itales *, y llegan a a b sten e rse de cierto s anim a-

3 G ra m atic a lm e n te el texto griego es claro , p ero el sentido puede


re su lta r u n ta n to confuso. Se entiende, no o b stan te, que el m otivo pa­
ra co m e ter la fa lta es tan p oderoso que su p e ra a la p ro p ia fa lta en
m aldad, lo q u e cau sa m ás e sp an to que el a cto im pío del delito.—Nos
parece vaga e im precisa la traducción fran c e sa de la edición de J.
B ouffartigue -M. P atillon (Les B elles Lettres), vol. I, P arís, 1977, pág.
43; «et d a n s ce cas est plus á c ra in d re q u ’il n ’y a it de l’im piété, dans
ton m anquem ent». La versión latina de la colección «Didot» nos p a re ­
ce m ás a c e rta d a : «quae m aiorem terro re m incutere, quam violandi ins-
titu ti im p id a s p otuerit».
4 La c astra ció n , u nida a la ab stinencia de c ie rto s anim ales, se da
en los iniciad o s en el c u lto a Cibeles. Cf. F. C umont , Les religions orien­
tales dans le paganisme romain, P arís, 19293, págs. 80, 82 y 90, y H.
G raillot , Le cuite de Cybéle á Rome, P arís, 1912, págs. 193 y sig.
LIBRO I 37

les, que an tes com ían, con m ayor em peño que si de c a r­


ne hum ana se tra ta ra .
Pero, dado que algunos de los que llegaron hacían 3
tam bién referen cia a los arg u m en to s que tu esgrim ías
co n tra los que p ra c tic a n la ab stin en cia, no sólo había
lugar a la lam entación, sino a la cólera, si es que real­
m ente, dóciles a unos razonam ientos fríos y en extrem o
trasn o ch ad o s, hab éis acep tad o v u estro propio engaño y
la subversión de un dogm a an tig u o y g ra to a los dio­
ses. P or ello, m e p arecía conveniente no ya m o stra r mi 2
p u n to de v ista en e sta cuestión, sino a g ru p a r y re fu ta r
los arg u m en to s de n u estro s ad v ersario s, que son m ucho
m ás poderosos q ue los aducidos p o r vosotros, tan to por
su núm ero com o p o r su fuerza y dem ás artificios, p a ra
d e m o stra r que la verdad no puede ser d e rro ta d a por
opiniones, sólidas en ap ariencia, que no son o tra cosa
que sofism as trasn o ch ad o s y superficiales. P orque qui- 3
zás ignoras que se han p ro n u n ciad o b a sta n te s c o n tra
la ab stin en cia de los anim ales y que, e n tre los filósofos
p erip atético s, estoicos y epicúreos, se han consagrado
la m ayor p a rte de sus esfuerzos a la refu tació n de la
filosofía de P itág o ras y Em pédocles, q u e tú has p ra c ti­
cado com o d iscípulo apasionado; e n tre los escrito res,
por o tra p arte , un tal Clodio 5, de N ápoles, ha p u b lica­
do un lib ro c o n tra los que o b servan la ab stin en cia de
la carne. De todos estos expondré las cuestiones u tilita- 4
rias y g enerales c o n tra n u e stro dogm a, desechando las
arg u m en tacio n es p a rtic u la re s elab o rad as c o n tra la doc­
trin a de Em pédocles.

5 Personaje casi desconocido, Puede tra ta rs e del orad o r Sexto Clo­


dio, de quien fue discípulo M arco Antonio, según ha e stu d ia d o J. B er-
nays, Tehophrastos' Schrift über Frommigkeit, B erlín, 1866, págs. 10
y sig., y 141. A ju zg a r p o r lo que e x p resa P o rfirio al final del cap.
26: «Tales hechos se recogen en Clodio y H eráclides Póntico...», el li­
bro de Clodio deb ía c o n te n er largos e x tra cto s de H eráclides Póntico,
según B ouffartigue-Patillon, op. cit., pág. 25.
38 SOBRE LA ABSTINENCIA

« N u estro s ad versarios se a p re su ra n a d ec ir que la ju s ­


ticia se a lte ra y que lo in m u tab le se tam b alea, si ap lica­
m os el d erech o p o r igual al género racional y al irracio-
2 nal. P o rq u e co n sid eram o s no sólo a los hom bres y a los
dioses estre c h a m e n te vinculados a nosotros, sino que,
adem ás, m an tenem os u n a relación de fam iliarid ad con
los an im ales salvajes, a los que ningún lazo n a tu ra l nos
liga, al u tiliza rlo s, según los casos, p a ra el tra b a jo y p a ­
ra nuestro alimento, no teniéndolos por extraños a nuestro
linaje, ni in cap a citad o s p a ra gozar de los beneficios de
n u e s tra co m unidad, así com o del d erech o a su inte-
3 gración ciu d ad an a. P orque, al tra ta rlo s com o seres h u ­
m anos, a los que se re sp e ta sin c a u sa rle s daño, cu an d o
se deja a la ju stic ia lo que no puede realizar, se le an u la
a ésta su cap acid ad y se p ierde lo que es propio en
4 beneficio de lo extraño. «Pues *, o bien nos vem os en
la necesid ad de fa lta r a la justicia, al no resp etarlo s,
o bien se nos hace im posible e im p racticab le la vida,
al no u tilizarlo s, y, en c ierto m odo, llevarem os u n a vida
de an im ales, si renunciam os a serv irn o s de ellos.
s »Dejo a u n lado la incalculable m u ltitu d de nóm adas
y tro g lo d ita s7 que no conocen otro alim ento que la car-
2 ne. P ero in clu so a nosotros, que dam os la im presión de
llevar u n a vida sosegada y hum anizada, ¿qué o b ra nos
queda p o r h a c e r en la tierra , o en el m ar, qué lab o rio sa
activ id ad a rte sa n a l y qué o rd en ad o régim en de vida, si
co n sid eram o s a los anim ales com o a seres de n u e stra
sangre y los tra ta m o s con suavidad y m iram ien to s? Di-
3 gám oslo, pues: nada qu ed a por hacer. No tenem os un
rem edio, ni u n a solución al problem a que su p rim e la
vida y ju stic ia , salvo la observancia de la an tig u a ley*1

6 D esde e ste p u n to al cap. 6, 1 se incluye u n a c ita de P lutarco,


sin n o m b rarlo , de su o b ra De sollertia anim alium 964 A-C. Se tra ta
de a rg u m e n to s an tiv e g elaria n o s recogidos de estoicos y p erip atético s.
1 P ueblos próxim os al M ar Rojo. Cf. Diodoro, III 32, y E strabón,
XVI 4, 7 y 17.
LIBRO I 39

y la regla p o r la que, según H esíodo, Zeus, delim itando


las especies y cad a u n a de las clases de anim ales por
separado,
a los peces, a las fieras y a las aladas aves devorar­
se entre sí concedió, porque la justicia no existe
entre ellos; a los hombres, en cambio, ésta les dio
para sus relaciones m utuas *.

«Éstos no pueden ejercer la ju stic ia resp ecto a noso- 6


tros; no so tro s no podem os d elin q u ir resp ecto a ellos.
De este m odo los que desechan este arg u m en to no de­
jan a la ju stic ia ningún cam ino —ni ancho ni e stre c h o —
p ara que pued a p asar.» P orque ya hem os dicho que la 2
n atu raleza no es autosuficiente, sino indigente, y pode­
mos a ñ a d ir que, privada de la ay u d a de los anim ales,
sucum be to talm en te y se en c ie rra en u n a existencia sin
recursos, desvalida y ca ren te de lo m ás necesario. P or
o tra p arte, aseg u ran que los p rim ero s h o m bres llevaron
una vida d esd ich ada. Pues la su p erstició n no se detiene 3
en los anim ales, sino que ejerce incluso su violento in­
flujo sobre las p la n ta s 11. P orque ¿en qué delinque m ás
el que sacrifica un buey o u n a oveja que el que tala
un ab eto o una encina, si tam b ién en éstos alien ta un
alm a, según la teo ría de la m etam orfosis? 8*I0. É stos son,
pues, los arg u m en to s esenciales de la filosofía estoica
y perip atética.
En cambio, los discípulos de Epicuro, exponiendo como 7
una especie de extensa genealogía, aducen que los a n ti­
guos legisladores, al co n sid e ra r la vida co m u n itaria de

8 H es Iodo, Trabajos y Días 277-279.


8 No se ve c la ra la conexión de este p á rra fo con lo a n te rio r. B er -
nays, Theophrastos' Schrift..., pág. 139, ha in ten tad o d a rle una solución.
10 S obre la m etam orfosis vegetal, cf. E mpédocles, fr. 127 Diels-
K ranz ( = H. D iels-W. K ranz, Díe Fragmente der Vorsokraliker, B erlín,
1934-1954), y Diogenes Laercio, VIII 4.
40 SOBRE LA ABSTINENCIA

los h o m b res y sus relaciones m utuas, ta ch a ro n de sa c ri­


lego el a se sin a to de un hom bre y fijaron a sus a u to re s
u n as san cio n es e x tra o rd in aria s. Y a ú n existiendo un
cierto vínculo n a tu ra l de parentesco e n tre los hom bres
m erced a la sim ilitu d de su aspecto ex tern o y de su al­
ma, que im pide la d estru cció n sin m ás de un ser vivo
de su especie, tal com o se adm ite la de o tro s seres,
2 sin em bargo, su p u siero n que la principal cau sa de la
indignación que p ro d u cía este hecho y de su califica­
ción de sacrilego era la fa lta de interés con toda la es-
3 tru c tu ra de la vida. En efecto, los que, en b ase a este
principio, se a ju sta ro n a la utilid ad de esta n o rm a no
tuvieron necesidad de o tra ju stificació n que los a p a rta ­
ra de este delito, p ero los que eran incapaces de c a p ta r
suficientem ente el sentido del hecho, p o r tem or a la m ag­
n itu d de la sanción, ren u n ciaro n a m atarse e n tre si de
4 un m odo in d iscrim inado. Parece que cad a uno de estos
hechos se d a todavía en el día de hoy. P orque incluso
los que p ercib en la u tilid ad de esta p rescrip ció n legal,
se atien en a ella con b u en a disposición, pero los que
no la ac e p ta n la re sp etan por tem or a las am enazas que
en c ie rra n las leyes. A m enazas que se fijaro n en base a
la in cap acid ad de las p erso n as p ara ra zo n ar sobre la
u tilid ad y a c e p ta ro n la m ayoría de los hom bres.
8 E n efecto, desde un principio, ninguna no rm a se es­
tableció a la fuerza (ni e sc rita ni no escrita), en tre las
que p ersiste n todavía y que p o r su índole son las a p ro ­
piadas p a ra tran sm itirlas, sino p o r h ab e rla aceptado los
2 que la h a b ía n observado. Pues los que in tro d u jero n es­
tos co n ceptos en el com ún de las gentes se distin g u ían
de la m u ch ed u m b re p o r la p ru d en cia de su esp íritu y
no p or su fu e rza física o p o r su despótico avasallam ien­
to. Y con ello ind u jero n a reflex io n ar sobre lo útil a
q uienes con a n te rio rid a d lo p ercib iero n sin razonarlo
y les pasó m u chas veces inadvertido, y, p o r o tra p arte,
atem o riz aro n a o tro s p o r la m agnitud de los castigos.
LIBRO 41

Porque no e ra posible u sar o tro rem edio c o n tra la igno- 3


ran cia de la u tilid a d que el tem o r a un castigo im puesto
por la ley. Pues éste es el único que contiene a las gen­
tes n orm ales y les im pide co m eter alguna tro p elía en el
ám bito pú b lico o privado. Si todos fu e ran capaces por 4
igual de ver y a c o rd a rse de la u tilid ad , ninguna necesi­
dad h ab ría de las leyes, sino que, p o r p ro p ia iniciativa,
resp etarían las pro hibiciones y c u m p lirían las p re sc rip ­
ciones. Pues la co n sideración de lo ú til y de lo p e rju d i­
cial sería suficiente p a ra lo g rar la ren u n cia a unos actos
y la acep tació n de otros. La su sp en sió n am en azad o ra s
del castigo tiene su sentido p a ra aquellos que no prevén
lo que es ventajoso. P orque, al am enazarlos, los obliga
a d o m in ar los im pulsos que inducen a co m eter actos
perjudiciales, y p o r la fuerza los obliga, igualm ente, a
cu m p lir su deber.
Pues tam poco los legisladores d ejaro n im pune el cri- 9
m en involuntario, p a ra no p ro p o rc io n a r p re te x to algu­
no a los que decidían, v o lu n tariam en te, im ita r los actos
de los que o b ra b an en c o n tra de su voluntad, p ero tam ­
bién p a ra que no faltase la vigilancia y la atención ante
el hecho de que se p e rp e tra ra n m uchos crím enes real­
m ente in v o lu n tario s. P orque no convenía tam poco que
ello se p ro d u jera, y por los m ism os m otivos p o r los que
tam bién e ra c o n tra rio al in terés q u e se co m etieran ase­
sinatos e n tre las gentes de un m odo voluntario. De mane- 2
ra que, al p ro d u c irse los actos involuntarios, unos con
arreg lo a un m otivo in cierto e im previsible p a ra la n a ­
tu raleza h um ana, o tro s com o consecuencia de n u e stra
negligencia y desco nocim iento de n u e stro in terés, cu a n ­
do q u isiero n p o n er coto a esa im p ru d en c ia pern icio sa
p ara sus sem ejantes, los legisladores no d ejaro n im pu­
ne el crim en involuntario, pero, m erced al tem o r que
in sp irab an los castigos, elim in aro n la m ayor p a rte de
esta clase de delitos. P or mi p a rte , creo tam bién que 3
los asesin ato s ad m itid o s por la ley conseguían las h ab i­
42 SOBRE LA ABSTINENCIA

tuales expiaciones p o r m edio de purificaciones, que acer­


tad am e n te p ro p u siero n unos p rim ero s hom bres con el
único m otivo de q u e re r a p a r ta r a las gentes, en la m a­
y or m ed id a posible, de un acto v oluntario. P orque las
p erso n as o rd in a ria s de todos m odos n ecesitan que se
4 les im p id a h ac er a la ligera lo que no conviene. P or ello
los p rim ero s que com p ren d iero n esto no fijaron so la­
m ente u n o s castigos, sino tam bién in fu n d iero n o tro te­
m or irra cio n al, al p ro c la m a r que los que, del m odo que
fu era, q u ita b a n la vida a un ser hum ano, no expiaban
5 su crim en h asta que se som etieran a purificaciones. Pues
la p a rte irreflexiva del alm a, tra s re c ib ir u n a educación
variada, llegó a una situación de docilidad, al consagrarse
al ap acig u am ien to de la tendencia irra cio n al del deseo
los que desde un p rin cip io organ izaro n las co m u n id a­
des hu m an as; a éstos se debe tam bién la prohibición
de m a ta rse en tre sí indiscrim inadam ente.
ío De los dem ás seres vivos no prohibieron, naturalm ente,
m a ta r a n in guno aquellos p rim ero s hom bres que d e te r­
m in aro n lo que debíam os y no debíam os hacer. Pues,
re sp ecto a ellos, la u tilid ad se p ro d u c ía p o r un hecho
opuesto. E n efecto, no e ra posible sobrevivir, si no se
in te n ta b a d efen d erse de ellos ag ru p án d o se en com uni-
2 dades. E n tre las p erso n as d istin g u id as de la época, al­
gunos reco rd ab an que se habían a p a rta d o del crim en
p o r la u tilid a d que ello re p o rta b a a su salvación, y m an ­
tenían a los dem ás el recu erd o de lo que sucedía en las
sociedades h um anas, a fin de que re sp e ta ra n a sus co n ­
g éneres y conservasen la com unidad, que colabora-
3 ba a la salvación p a rtic u la r de cada uno. La separación
en co m u n id ades ub icad as en un m ism o lugar y la re­
n u n cia a m a ltra ta r a ninguno de su s m iem bros no sólo
e ra ú til p a ra m an ten e r alejado de su s lím ites a los seres
de o tra s especies, sino tam bién p ara h acer fren te a las
p erso n as que se p re se n ta ra n con la intención de ca u sa r
4 daño. P ues bien, d u ra n te un tiem po p o r esta cau sa se
LIBRO I 43

ab stu v iero n de a ta c a r a uno de la m ism a especie, en


tan to se in teg ra b a en u n a m ism a com unidad p a ra cu ­
b rir las n ecesid ad es p rim a ria s y o frecía así algunos se r­
vicios ú tiles con relación a ca d a u n o de los dos aspectos
m encionados. P ero con el paso del tiem po y el au m en to
m asivo de la especie, com o co n secuencia de las relacio­
nes e n tre sus m iem bros, tra s la expulsión de los seres
de o tra s especies y el fin de su convivencia e n tre los
hom bres ", algunos reflexionaron sobre el in teré s den­
tro de las com unidades, ren u n cian d o a un re cu erd o fal­
to de razonam iento.
P or consiguiente, in ten taro n re p rim ir con u n a ma- n
yor eficacia a los que con facilid ad ca u sab an la m u erte
de m iem bros de la com unidad y d eb ilitab an sensible­
m ente los re cu rso s defensivos de ésta com o re su ltad o
del olvido de su pasado En e ste su intento, in stitu ­
yeron u n as legislaciones que todavía hoy su b siste n en
las ciu d ad es y pueblos, al d a rle s la m u ltitu d su a p ro b a ­
ción de buen grad o por to m a r ya m ayor conciencia de
la u tilid ad que se obtiene d e n tro de la ag ru p ació n de 12

11 La lección de los códices es paraspárseos, en genitivo, signifi­


cando «im bricación, situación entre», fren te a paraspáseos «tracción
o em puje lateral», de la editio princeps, q u e ad o p ta n casi todas las
ediciones. B ouffartigue-Patillon (en su ed. cit., pág. 49) m antienen con
buen c riterio , la lección de los códices p o r dos razones, a mi m odo
de ver. P rim ero, p o rq u e se alude al fin de la mezcla, convivencia, de
hom bres y anim ales, que se dio en u n e stad io prim itivo de la h um ani­
dad (cf. P latón, Protágoras 322b). E n segundo lugar, po rq u e g ra m a ti­
calm ente form a m iem bro independiente, a unque dependa, form ando
una con stru cció n a b so lu ta, del p a rticip io exeosménon. En consecuen­
cia, se tra ta de e x p re sa r dos hechos: la expulsión de los a nim ales y
la «expulsión» (fin) de su convivencia con los hom bres. El m anteni­
m iento de paraspáseos obliga a fo rza r la traducción, faltando a la cons­
trucción g ram atical. Así, p. ej., F eliciano («Didot») traduce: «atque ita
e xterna an im alia ejecta fuissent ac d issipata».
12 E sto es, de la sociedad que h abían form ado.
44 SOBRE LA ABSTINENCIA

2 seres de la m ism a especie. En efecto, a la elim inación


del m iedo en la com unidad c o n trib u ía n p o r igual la su­
presión, sin m iram ientos, de todo elem en to pern icio so
y la co n serv ación del que re su lta ra ú til p a ra an iq u ila r
a aquél. P o r tanto, lógicam ente, se p ro h ib ió e lim in a r a
éste, p ero no se p usieron obstácu lo s a la su p resió n de
3 aquél. Y no se puede a d u c ir el hecho de que a cierto s
anim ales, au n q u e no sean p erju d iciales a la n a tu ra le z a
hu m an a ni dañen la existencia en ningún o tro aspecto,
la ley nos p erm ite sacrificarlos. P orque, p o r así decirlo,
no hay n in g ú n anim al, e n tre los que la ley p erm ite m a­
ta r, q ue no nos sea perju d icial, al to le ra rse que el n ú ­
m ero de su especie tom e un in cre m en to excesivo; con­
servados en su nú m ero actual, p ro p o rcio n an a n u e stra
4 ex isten cia c ie rta s ventajas. Pues la oveja, el buey y to­
dos los an im ales de este tipo subvienen a las necesid a­
des de n u e s tra existencia, pero si llegan a u n a p ro life ra ­
ción excesiva y so b rep asan el n ú m ero establecido, po­
drían p erju d icar nuestra vida, al hacer uso, por u n a parte,
de la fu erza, p o rq u e p a ra ello e stán d otados de u n a n a ­
tu raleza m uy ap ro p ia d a y, p o r otra, al co n su m ir tan só-
5 lo un alim en to de la tie rra d estin ad o a no so tro s l314. P or
ello tam bién, de acu erd o con esta causa, tam poco se p ro ­
hibió d a r m u e rte a tales anim ales, p a ra que se m a n tu ­
viese u n a ca n tid a d ad ecu ad a a n u e stro uso y que p u d ie­
ra ser d o m in ad a fácilm ente. P orque, así com o a p ro p ó ­
sito de leones, lobos y anim ales llam ados salvajes sin
m ás, ta n to pequeños com o grandes, no es posible d e te r­
m in ar u n n ú m ero cuyo m antenim iento p o d ría aliv iar las
necesid ad es de n u e stra vida, no o c u rre o tro ta n to con
los bueyes, caballos, ovejas y los, sencillam ente, deno­
m inados dom ésticos Por eso elim inam os a los prim e-

13 Cabe la posibilidad, siguiendo a Feliciano («Didot», pág. 5). que


el td mén se refiera, en especial, al buey, y el ló dé a la oveja.
14 La negación que com ienza el p á rra fo en el texto griego es ob­
vio que hay que re fe rirla al segundo térm in o de la com paración; su
LIBRO I 45

ros to talm en te y, de los segundos, su p rim im o s los que


su p eran el ju s to lím ite.
Pqr m otivos sem ejantes a los m encionados hay que 12
pen sar que, los que se ocu p aro n de estos hechos desde
un p rin cip io con ay u d a de la legislación, se aplicaron
a la ta re a de re g la m en tar el consum o de los seres an i­
m ados; en cu a n to a los no com estibles se ju stific ó la
reglam entación en su utilid ad e inutilidad. De m odo que 2
p ara a s e g u ra r que lo bello y lo ju s to en su in teg rid ad
se su sten tan en las p a rtic u la re s opiniones de cada uno
sobre las reglam entaciones legales, hay que e s ta r lleno
de u n a eno rm e ingenuidad. P ues el hecho no es así, sino
de acuerdo con las utilidades que se desprenden en o tras
cuestiones, cual sucede en los tem as de salud y en o tro s
in n um erab les asp ectos *** 15 se equivocan, em pero, en
estas cu estio n es de interés, tan to p ú b licas com o p riv a­
das, p u esto que algunos no d istin g u en las disposiciones 3
legales que de un m odo parecid o se a d a p ta n a todos,
sino que unos las om iten p o r p e n sa r que se tra ta de
cuestiones indiferentes, otros m antienen una opinión dis­
tin ta so b re esas m ism as cu estio n es y creen que las n o r­
m as legales, que no tienen un in teré s general, son útiles
en to d as p artes. Y es p o r esto p o r lo que se dedican
a las que no se ad a p ta n a todos, au n q u e en c ie rto asp ec­
to lleguen a av erig u ar lo que les favorecen y lo que re ­
p orta una u tilid ad pública. Y e n tre estas ú ltim as se en- 4
cu en tran las que, en la m ayoría de los pueblos y en aten ­
ción a la índole p a rtic u la r de la región, fu ero n p ro m u l­
gadas so b re el consum o y sacrificio de los seres an im a­
dos; no estam o s obligados a su o bservancia, porque no

m antenim iento en el inicio im plica un sen tid o am biguo (como o c u rre


en la trad u cció n latin a de «Didot»), si se entien d en análogos los dos
conceptos que e xpresan la com paración. E stá p e rfectam en te e n te n d i­
do en la versión fran c e sa de B ouffartigue-P atillon.
15 Señala aquí Bouffartigue-Patillon, una laguna en el texto (pág.
51).
46 SOBRE LA ABSTINENCIA

5 residim os en el m ism o lugar. Pues bien, si se h u b iera


podido concluir un pacto con los animales, tal como ocurre
e n tre los ho m b res, en el sentido de que ellos no nos
c a u sa ra n la m u erte, ni n o so tro s a ellos de un m odo in­
d iscrim in ad o , b u en a cosa h u b iera sido pro lo n g ar la ac­
ción del d erech o h a sta ese punto; esa extensión redun-
6 d a ría en la seg uridad. Pero, pu esto que e ra difícil h ac er
p artic ip e s de la ley a unos seres no do tad o s de razón,
no h abía p o sib ilid ad de p ro c u rarse , a cau sa de su con­
dición esp ecial, u n a u tilid ad p a ra lo g rar la seg u rid ad
que in fu n d ían o tro s seres anim ados, de un m odo m ás
cóm odo que an te unos seres inanim ados; sólo la facili­
dad que d isfru ta m o s ah o ra p a ra m a ta rlo s nos perm ite
7 gozar de u n a posible seguridad. Tales son las arg u m e n ­
taciones de los epicúreos.
13 Q ueda p o r exponer lo que la m ayoría de la gente del
pueblo su ele a d u c ir al respecto. A seguran que los a n ti­
guos se ab stu v iero n de los seres anim ados no p o r re sp e­
to sino porque todavía no conocían el uso del fuego. Cuan­
do lo ap ren d iero n , lo estim aro n m ás digno del aprecio
y m ás sag rad o y le d iero n p o r nom bre H estía; p o r su
p arte , ellos se co n v irtiero n en synestíoi (partícipes de
un m ism o hogar), y en lo sucesivo hicieron uso de los
2 anim ales. P o rq ue el hom bre p o r n atu ra leza p ropende
a co m er la c a rn e aderezada, en cam bio repugna a su
n atu ra le z a el com erla cruda. Así, pues, con el hallazgo
del fuego, sig u ieron los h om bres la línea que les m arc a­
b a su n atu ra leza , deg u stan d o la carne, g racias a la coc-
3 ción. De ah í q u e se d ije ra «chacales d evoradores de c a r­
ne cruda» 16 y, en tono de reproche, «te p o d rías com er
cru d o a P ríam o» l718, y «cortando la c a rn e c ru d a en tro ­
zos, co m értela» ", com o si se p e n sa ra que el com er la
carn e c ru d a se relacio n ab a con los im píos... «Alzó las

'» II. X I 479.


17 II. IV 35.
18 II. X X II 347.
LIBRO I 47

fuentes repletas de carnes de toda clase y las sirvió» l*.


Por tanto, al p rin cip io no se com ieron a los anim ales 4
porque el ho m b re no e ra un ser co m ed o r de carn e c ru ­
da. P ero cu an d o se descu b rió el uso del fuego, com ie­
ron no sólo carn e p re p a ra d a en él, sino tam bién casi
todos los dem ás alim entos. Que el ho m b re no com a car- 5
ne cru d a lo ponen de m anifiesto algunos pueblos ictió-
fagos 1920, pues asan los peces, u n as veces sobre las pie­
dras que se calien tan en exceso p o r el sol; o tras, sobre
la arena. P ero que el hom bre sea carnívoro, lo dem ues­
tra igualm ente el q ue ningún pueblo se ab stien e de los
seres vivos; y no ad m itiero n los griegos e sta p rá ctica
por perversión, pu esto que tam bién existe en tre los
b árb aro s.
El que pro h íb e com er la c a rn e de los anim ales por u
co nsiderarlo, adem ás, injusto, tam poco d irá que es le­
gal d arles m u erte y p riv arles de su alm a. Pero, realm en ­
te, la lucha c o n tra los anim ales salvajes es algo conna­
tu ral a noso tro s y a la vez ju sto . P orque unos atacan
a los h o m b res d eliberadam ente, com o los lobos y los
leones; otros, sin proponérselo, com o las víboras, que
m uerden a veces al se r pisadas. Unos, pues, atacan a
los hom bres; o tro s d estru y en sus cosechas. P or todas
estas razones los p erseguim os y les dam os m uerte, ta n ­
to si tom an, com o si no, la iniciativa de atac arn o s, p ara
no s u frir n ad a de su p arte. P ues cu a lq u ie ra que vea u n a 2
serp ien te le da m uerte, si puede, p a ra no se r víctim a
de su m o rd ed u ra él m ism o ni ninguna o tra persona. Por
un lado, se d a el odio c o n tra los anim ales que reciben
la m u erte de n o so tro s y, p o r otro, el afecto del hom bre
p ara el hom bre. Sin em bargo, siendo legal la g u erra que- 3
sostenem os co n tra los anim ales, resp etam o s a m uchos

19 Odisea I 141-142.
20 N om bre aplicado a varias p oblaciones de las o rillas del M ar
Rojo y del Golfo Pérsico. Cf. D iodoro , III 16, 1.
48 SOBRE LA ABSTINENCIA

de ellos que conviven con el hom bre. P or ello los g rie ­


gos no se com en los p erro s, ni los caballos, ni los asnos,
sin em b arg o com en cerdo, anim al dom éstico del m ism o
género q u e la especie salvaje. Y lo m ism o o c u rre con
las aves. P o rq u e el ce rd o no tiene o tra u tilid a d que ser-
4 v ir de alim ento. Los fenicios y los ju d ío s se ab stu v iero n
de é l 2I, p orque no se criaba esta especie en aquellos lu­
gares; a se g u ra n que tam poco en E tio p ía se ve a h o ra es­
ta especie anim al. De igual m odo que ningún griego ha
sacrificad o a los dioses un cam ello o un elefante, p o r
cu a n to q u e en el suelo de G recia no se d aban estos an i­
m ales; tam p o co en C hipre o Fenicia se h a ofrecido a
los d ioses aq u el tipo de anim al p o r la sencilla razón de
que no ex istía en aquellas zonas. P o r la m ism a razón
tam poco sacrifican los egipcios un cerdo a los dioses 22.
El que alg u n o s se ab sten g an to talm en te de este anim al
viene a s e r lo m ism o que si no so tro s re h u sáram o s co­
m er cam ellos.
is P ero ¿ p o r qué m otivo se puede a b ste n e r uno de co­
m er seres an im ad o s? ¿E s que ello ca u sa m ayor p e rju i­
cio al alm a que al cu erp o ? E videntem ente, no o c u rre
ni una co sa ni o tra, pues los anim ales carnívoros son
m ás in telig en tes que los dem ás. Al m enos son cazadores
y do m in an la técnica de la caza, g ra cias a la cual so b re­
viven, y ad q u ieren fu erza y vigor, com o los leones y los
lobos. De m an era que la alim en tació n a base de c a rn e
2 no d aña al alm a ni al cuerpo. El consum o de carne vigo­
riza, ev id en tem ente, los cu erp o s de los atletas, y ta m ­
bién los m édicos, con sus p rescrip cio n es alim en ticias
a base de carn e, hacen que los cu erp o s se recobren de
i su deb ilid ad . No es insignificante, en consecuencia, la

21 Cí. IV 11 y 14.
22 La fuente en que se basa Porfirio se e n cu e n tra en flagrante con­
trad icció n con varios a u to re s antiguos. H eródoto, II 14, p o r ejem plo,
afirm a la ex istencia del c erd o en Egipto.
LIBRO 1 49

p ru eb a de que P itágoras e rró en su s opiniones: en tre


los sabios varones ninguno se dejó convencer de sus teo­
rías, ni e n tre los siete ni e n tre los físicos posteriores;
ni siq u iera el sap ientísim o S ó cra te s ni, p o r supuesto,
sus discípulos.
Más su p o n te que incluso todo el m undo sigue e sta 16
teoría. ¿Q ué d estin o tendrá, entonces, la p erp etu ació n
del género anim al? Todo el m undo sabe lo prolífico que
es el cerdo y la liebre; añ ad e sim plem ente, tam bién to­
dos los dem ás anim ales. ¿De dónde lea v en d rá el su s­
tento? y ¿qué les p a sa rá a los a g r ic u lto r e s ? 23. P orque, 2
si se d estru y en las cosechas y no d an m u erte a los que
lo hacen, la tie rra no p o d rá s o p o rta r tal ca n tid a d de
anim ales, y, p o r o tra p arte, los que m u era n provocarán
la ruina, com o consecuencia de la p u trefacció n de sus
cuerpos y no h a b rá m odo de e sc a p a r a la epidem ia que
se extienda. El m ar, los ríos y los lagos se llen arán de
peces, el aire de p ájaro s y la tie rra se v erá re p le ta de
anim ales de to d as clases.
¿C úantos se ven con d ificu ltad es p a ra su curación, 17
si se ab stien en de los an im ales? D esde luego se puede
ver a los en ferm o s de la vista q u é conservan la visión
com iendo carn e de v íb o ra 24. Un cria d o del m édico 2
C ra te r o 25 se vio afectado de u n a ex tra ñ a enferm edad:
las carn es se le sep a rab a n de los huesos y no en c o n tra ­
b a rem edio alguno con las m edicinas y se salvó con la
ingestión de u n a víbora que se le aderezó com o si fu e ra
un pescado. S us carn es re co b ra ro n la ad h e ren c ia a sus
huesos. M uchos o tro s anim ales tam b ién cu ran enferm e- 3
dades, si se deg u sta su carne, y tam b ién cada una de

23 E stas ideas ya han ap arecido en el cap. 11.


2i Cf. Dioscórides, Materia Médica 11 16, y P u nió , Historia N atu­
ral XXIX 38, 121.
25 Puede tra ta rs e del m édico c o n te m p o rá n e o de C icerón, m encio­
nado p o r éste en Ad At/icum X ll 13, 1, y H oracio en Sátiras II 3, 161.
69 — 4
50 SOBRE LA ABSTINENCIA

las p a rte s de otros. Todo esto es lo q u e se p ierde el que


ren u n cia a co m er seres anim ados.
18 Pero si, com o dicen, tam bién las p lan tas tienen al­
m a, ¡cuál sería la vida si no suprim im os anim al alguno
ni planta! P ero si no es im pío el que c o rta las p lantas,
tam poco lo es el que m ata anim ales 26.
19 P ero se d irá que no es necesario m a ta r a un sem e­
jan te, si re alm en te las alm as de los an im ales son de la
m ism a n a tu ra le z a que las n u estras. M as si se adm ite
que las alm as se re en ca rn an p o r p ro p ia iniciativa, se
p o d ría a firm a r que ello se debe a su ap e te n cia de ju v en ­
tud, p o rq u e en ésta se da el goce d e todas las cosas.
¿P or qué m otivo, pues, no se en carn an de nuevo en u n a
2 n atu ra leza h u m an a? Pero, si hay que a d m itir que lo h a­
cen p o r p ro p ia voluntad y p o r su deseo de ju ventud,
y que, ad em ás, deben p a sa r p o r toda clase de anim ales,
puede q u e les sea g ra ta la m u erte de éstos, pues su re ­
greso a la fo rm a h u m an a será m ás rápido, y el hecho
de que los cu erp o s sean com idos no su sc ita rá en ellas
ningún p e sa r cuando se vean privadas de éstos, sino que
p o r el c o n tra rio les su rg irá el deseo de e n c arn a rse en
u n a n atu ra le z a hum ana, de m odo que se afligirán c u a n ­
do ab an d o n en el cu erp o hum ano e, igualm ente, se ale­
g ra rá n c u a n d o dejen los dem ás cuerpos. Con m ayor ra ­
pidez, pues, volverán a in teg ra rse en u n ser hum ano,
que está p o r encim a de todos los seres irracio n ales, co­
m o la d iv in id ad lo e stá p o r encim a de los hum anos. Mo­
tivo su ficien te, p o r lo dem ás, p ara s u p rim ir a los an i­
m ales en g eneral, nos lo p ro p o rcio n a el hecho de que
3 causen un m al p o r m a ta r a los hum anos. M as si las a l­
m as de los h o m bres son inm ortales y las de los seres
irracionales m ortales, no delinquim os los hom bres al d ar
m u erte a éstos, dado que con ello, si son inm ortales,

26 Ya tra ta d o en I 6, 3. In ten ta P orfirio u n a explicación en III 19,


2 y 27, 2.
LIBRO 1 51

p restam o s un servicio: cooperam os a su regreso a la n a ­


tu raleza h um ana.
Y si nos defendem os, no com etem os in ju sticia algu- 20
na; p erseguim os al agresor. R esum iendo: si las alm as
son in m o rtales, p restám o s un servicio al d a r m u erte a
los anim ales; si son m ortales las de los seres irra c io n a ­
les, al suprim irlos no com etem os ningún acto impío. Pero 2
si nos defendem os ¿cóm o no va a e s ta r ju stific a d a n u es­
tra ac titu d ? Dam os m u erte a u n a serp ie n te y a un es­
corpión, au n q u e no nos ataquen, p a ra que ningún o tro
su fra algo de su p arte, co operando así a la defensa del
linaje com ún de la hum anidad. P ero cu an d o a tac an a
los hom bres, a los que con ellos conviven o a sus cose­
chas, ¿cóm o no va a e sta r ju stific a d o que les dem os
m uerte?
Y u n a vez que esto se co n sid era u n a injusticia, que 21
no se haga uso de la leche, de la lana, de los huevos,
ni de la m iel. P orque del m ism o m odo que se delinque
qu itán d o le el vestido a una perso n a, o tro ta n to o cu rre
al esq u ilar u na oveja, pues la lana es su vestido. T am po­
co la leche va d estin ad a a no so tro s, sino a los retoños
recién nacidos y la abeja recolecta la m iel com o alim en­
to específico suyo que se lo q u itam o s p a ra d eleite nues­
tro. He o m itido el arg u m e n to de los egipcios, según el 2
cual, com etem os un delito, si tocam os las p lan tas. Más
si esto de que h ablam os ha su rg id o p a ra nosotros, la
abeja, a n u e stro servicio, nos fa b rica la m iel, y la lana
se p roduce en las ovejas p a ra ad o rn o y abrigo nues­
tro 27.
A los pro p io s dioses les sacrificam os anim ales p a ra 22
cu m p lir con n u e stra obligación de piedad. E n tre ellos,
por lo dem ás, Apolo es el « m atad o r de lobos» y Á rtem is

27 Cf. III 19, 3, donde se reclam a un d e b e r de ju stic ia p a ra los


anim ales que nos sirven.
52 SOBRE LA ABSTINENCIA

2 la « m atad o ra de fieras» 2‘. Porque todos los sem idioses


y héroes, q ue nos su p eran p o r su linaje y virtud, a p ro ­
baro n el con sum o de seres anim ados, h asta el pu n to de
o frecer a los dioses sacrificios de doce y cien víctim as.
Y H eracles, es celebrado, en tre o tra s cosas, com o com e­
d o r de bueyes *29.
23 Por o tra p arte, a d u c ir que P itág o ras desde sus co­
m ienzos in te n tó c re a r un clim a de seg u rid ad a los hom ­
b res a p a rtá n d o lo s de la antropofagia, es u n a to n tería.
P orque si todos los hom bres de la época de P itágoras
se com ían e n tre sí, to n to sería el que in te n ta ra a p a rta r­
los de los dem ás seres vivos, a fin de alejarlos de la
an tro p o fag ia. Pues p recisam en te por esto se podían in­
c lin a r m ás a ello, al d e sc u b rir que e ra lo m ism o com er­
se en tre ellos 30 que d eg u star la carne de cerdo o buey.
2 P ero si en to n ces no se d ab a la antropofagia, ¿qué nece­
sid ad h ab ía de este p recepto? Y si prom ulgó esta ley
p a ra él y su s discípulos, hay que calificarlo de hipótesis
infam ante, p o rque tach a a los que convivían con P itá ­
goras 31 de an tropófagos.
24 Podía re s u lta r lo c o n tra rio de lo que él buscaba. P o r­
que, si nos ab stenem os de los seres anim ados, no solo
nos verem os privados con ello de u n a riqueza y de un
placer, sin o tam bién p erderem os n u e stra s tie rra s de la­
b o r al s e r d ev astad as por los anim ales. Toda la tie rra
se verá o cu p a d a p o r serp ien tes y p ájaro s, de tal m odo
que las lab o res de cultivo re su lta rá n difíciles, las sem i­
llas esp a rc id a s en las sem enteras serán inm ed iatam en ­
te a rre b a ta d a s por las aves y las cosechas que alcancen
su p u n to de sazón serán consum idas por los cuadrúpe-

21 Así S ófocles, Electro 6, y P lutarco, De Sollertia animalium,


966A.
29 Así. en E urípides , Ifigenia en Áulide 1570.
30 E sta idea se rep ite en II 31, 3, y III 20, 7 y 26, 6.
31 S o b re las com u n id ad es pitágoricas, cf. el propio P orfirio, Vida
de Pitágoras 20 y 54.
LIBRO I 53

dos. Y, al producirse tal escasez de alim entos, una am arga


necesidad im pulsará a las gentes a atacarse m utuam ente.
Y, realm ente, tam bién los dioses han p re sc rito a mu- 25
chos la consum ición de an im ales p a ra su cu ració n y la
h isto ria e stá llena de ejem plos en los que los dioses o r­
denaron a algunas personas re alizar sacrificios en su
honor y com erse las víctim as. En el regreso de los He- 2
ráclidas, las tro p as que m arc h ab an c o n tra Lacedemo-
nia al m ando de E u rísten e s y P roeles ” , ante la esca­
sez de víveres, com ieron serp ien tes, que la tie rra p ro ­
porcionó entonces al ejército com o alim ento. A o tro ejér- 3
cito, q ue p asab a h am b re en Libia, le cayó encim a una
nube de langostas. En Cádiz tam b ién o c u rrió lo siguien- 4
te: Bogo “ , el que fue ejecutado p o r Agripa en M etona,
era el rey de M auritania. H abía atacado el H eraclion ” ,
que es un tem plo riquísim o; u n a ley p re scrib e a los sa­
cerdotes de este sa n tu a rio im p reg n a r con sang re el al­
ta r todos los d ías 3!. Que esto no se p ro d u c ía p o r u n a 5
decisión de los hom bres, sino de ac u erd o con la volun­
tad divina, lo d em o stró un suceso que entonces tuvo lu­
gar. En efecto, al p rolongarse el asedio, fa lta ro n las víc­
tim as y el sacerd o te, que se h allab a en esta situación
de pen u ria, tuvo la siguiente visión: le p arecía encon- 6
tra rse enm edio de las colum nas del H eraclion y ver, a
continuación, a un p ájaro posado fre n te al altar, que
in ten tab a alza r el vuelo y venía a sus m anos, una vez
que lo conseguia; con él lograba im p reg n a r de sangre
el altar. D espués de este sueño, se levantó al am an ecer 1
y se d irigió al a ltar, y situándose en lo alto del edificio, 3245

32 H erm anos gem elos, hijos de A ristodem o y de Argía. Cf. P ausa-


nías, III 7, 1, y Apolodoro, Biblioteca II 8, 1-3.
33 P ersonaje que intervino en las G u e rra s Civiles de Rom a, p ri­
m ero a favor de César; después, a fav o r de Antonio. El episodio, que
aquí se menciona debió de tener lugar en el sitio de Cádiz, en el año 38 a.C.
34 Cf. A. G arcIa y B ellido, ¿ es religions orientales dans l'Espagne
romaine, Leyden, 1967, págs. 155 y sigs.
35 Sobre el ritu a l del H eraclion, cf. S ilvio It Alico, III 14-31.
54 SOBRE LA ABSTINENCIA

com o en la visión, dirige desde allí su m irad a y contem ­


pla al p á ja ro aquel del sueño, y se q u ed ó q uieto esp e­
ran d o q u e su ce d ie ra lo m ism o que en la visión. El p ája­
ro alzó el vuelo, se posó sobre el a lta r y se confió a
las m anos del sum o sac erd o te y de este m odo se efec-
8 tu ó el sacrificio y el a lta r se im pregnó de sangre. Más
conocido que el p reced en te es el hecho acaecido en Cí-
cico. D u ra n te el asedio de M itrídates a esta plaza 34 tu ­
vo lu g ar la fiesta de Perséfone, en la que e ra preciso
s a c rific a r u n a vaca. Los rebaños sagrados, de en tre los
que d eb ía sacarse la víctim a, p astab a n fren te a la c iu ­
dad, y ya h a b ía sido m arcad o el an im al con la s e ñ a l 3637.
9 E n el m o m en to re q u erid o la vaca m ugió y pasó a nado
el estre ch o y, cu an d o los g u ard ian es ab rie ro n la p u erta ,
se lanzó a la c a rre ra y se detuvo en el altar; el sacrificio
ío a la dio sa se consum ó. Con toda lógica co n sid eran que
es m uy p iadoso h ac er el m ayor n ú m ero posible de sa­
crificios a los dioses, porque parece serles grato.
26 ¿Qué e sta d o sería aquél en el que todos los ciu d ad a­
nos tu v iera n ese m odo de pen sar? ¿Cóm o se defende­
rían de ios enem igos que Ies a ta c a ra n si co n sid erab an
el no d a r m u e rte a ninguno de ellos com o su m ás pode­
ro sa defen sa? R esu ltarían aniquilados al m om ento. L ar­
ga em p resa sería re ferir todos los inconvenientes que for-
2 zosam ente su rg irían . Que no es im pío el m a ta r y com er
an im ales lo d em u estra el hecho de que el propio Pitágo-
ras, c u a n d o an tig u am en te d aban a los que realizaban
ejercicios gim násticos, p a ra beber, leche y queso em pa­
pado en agua, p a ra com er, al desech arse m ás ta rd e este
régim en alim enticio y asignárseles a los atletas, com o
com ida, higos secos, fue el p rim ero en su p rim ir el a n ti­
guo régim en de com idas y d a r carn e a los gim nastas,
con lo q ue en co n tró un elem ento energético de p rim e r

36 La a n éc d o ta la cuen ta, e n tre otro s. P lutarco, Lúculo 10. El si­


tio de C ícico tuvo lugar en el año 73 a.C.
37 Cf. H eródoto, II 38, e infra, IV 7, 2 a propósito de los egipcios.
LIBRO I 55

orden p a ra el logro del vigor físico. C uentan tam bién 3


algunos que los propios pitagóricos tocaban los seres
anim ados, cu an d o hacían sacrificio s a los dioses. Tales 4
hechos se recogen en Clodio y H eraclides Póntico, en
H erm arco el epicúreo, en los estoicos y en los p e rip a té ­
ticos, e n tre los que tam bién se en c u e n tra n todas las teo­
rías v u estras que se me han anunciado. P ero teniendo
la intención de re fu ta r estos p u n to s de vista y los del
común de las gentes, podemos, lógicamente, exponer unas
observaciones previas.
En p rim e r lugar, es preciso sa b e r que mi exposición n
no proporcionará u n a recom endación p ara cualquier exis­
tencia h um ana, pues no va d e stin ad a a los que ejercen
oficios m anuales, ni a los a tle ta s, ni a los soldados, ni
a los m arin ero s, ni a los o ra d o res, ni tam poco a los que
se dedican a actividades lucrativas, sino a la p ersona
que ha reflexionado quién es, de dónde ha venido y a
dónde debe en c am in ar sus pasos, y que ha asum ido, en
lo que re sp ecta a su alim entación y en o tro s aspectos
concretos, u n as altern ativ a s que c o n tra sta n con los de­
m ás sistem as de vida. A o tra s perso n as que no sean co- 2
mo ésta, ni un s u su rro d irigiríam os; pues ni siq u iera
en este tip o de vida que llam am os c o rrien te se puede
d ar el m ism o consejo a la persona adorm ilada, cuya única
preocupación en su vida consiste en procurarse, de donde
sea, ocasiones p a ra su sueño, q u e a aquella o tra que
está d ecid id a a rech azar el sueño y a d isp o n er todo su
en to rn o p a ra m an ten erse desp ierto . Al uno es necesa- 3
rio reco m en d arle b ebidas alcohólicas, b o rra c h e ra s y co­
m ilonas, y aco n sejarle que escoja u n a m ansión som bría
y un lecho «suave, ancho y pingüe» “ , com o dicen los
poetas, así com o el co n su m ir todo tipo de som níferos
que le p ro d u zcan pereza y olvido, ya p o r inhalación,
ya p or unción, ya p o r ingestión líquida o sólida. Al otro, 438

38 ¡liada XVIII 541-542.


56 SOBRE LA ABSTINENCIA

en cam bio, hay que recom endarle u n a beb id a ligera y


ausencia de vino, una com ida suave tendente casi al ayuno,
u n a vivienda lum inosa, a la que le llegue un aire suave
y el viento, y hay que aconsejarle, igualm ente, que gene­
re una vig o ro sa excitación de preocupaciones y de in-
5 q u ietu d es y que se consiga un lecho sencillo y seco. Si
p o r n atu ra le z a som os ap to s p a ra esto, p a ra sin tetizarlo
en una p a la b ra , p a ra m an ten ern o s d esp ierto s, digo, h a ­
ciendo u n a ligera concesión al sueño en cu a n to que no
som os del país en que siem pre se en c u e n tra n d e sp ie r­
tos, o bien no lo som os, y estam os co n stitu id o s p a ra
d o r m ir ” , sería ello o tra cuestión que necesitaría largas
dem o stracio n es.
28 A este h om bre, que de una sola vez ha intuido la
insulsez de n u estro devenir en este m undo y de la m orada
que h abitam os; que ha percibido su condición n a tu ra l
de vigilia y ha averiguado la som nolencia del lugar en
que reside; a este hom bre, pues, dirigim os n u e stra s p a ­
lab ras y le tran sm itim o s un sistem a de alim entación en
co n so n an cia con la desconfianza que le in sp ira su re-
2 gión y el con o cim iento que de sí m ism o tiene. Le in v ita­
mos a que perm ita a los dormilones que se queden echados
en sus cam as, teniendo, por n u e stra p arte, la p re c a u ­
ción de no co n tag iarn o s de los sopores y el sueño, del
m ism o m odo que se contagian de ceguera los que m iran
a los ciegos y acaban bostezando los que están con q u ie­
nes se en c u e n tra n bostezando. Y ello puede o c u rrim o s
p o r ser el lu g ar en que residim os propicio a los e n fria ­
m ientos, p u d iendo p o r ello fácilm ente pro v o car la in fla­
m ación de la vista, dado que tam bién es zona p an ta n o ­
sa, y las exhalaciones que en ella se producen causan pesa-
3 dez de cab eza y olvido en todas las perso n as w. Pues 3940
39 P a ra e ste a sp e cto del sueño y la vigilia, cf. P orfirio , Ad Marce-
llam 6, §§ 12, 15 y 16.
40 Según la trad ició n m édica de la antig ü ed ad , la hum edad y el
frío pro d u cían toda una serie de enferm edades, com o la ceguera, la
cefalalgia, etc. Cf. H ipócrates, Epid. 1, 4; P latón, Fedón 109b...
LIBRO I 57

bien, si los legisladores fijaron a las ciudades los aspec­


tos legales, in ten tan to llevar a los h om bres a u n a vida
contem plativa y a u n a existencia racional, e ra necesario
sin du d a que éstos les hicieran caso y aceptasen las
concesiones sobre los tem as de alim entación. Mas si aqué- 4
líos, aten ién d o se a la llam ada p o r n atu ra leza vida m e­
dia, establecen unas norm as que incluso aceptaría el vulgo,
para el que los hechos externos y co rp o rales m erecen
el calificativo p o r igual de bienes o de m ales, ¿p o r qué
razón, invocando la norm a, se su p rim ía u n a vida que
es m ejor que cu a lq u ie r norm a esc rita , estab le cid a p ara
la m ayoría, p o rque especialm ente a sp ira a una ley no
escrita y divipa?
La cu estió n es así: 1a. contem plación que nos hace 29
fe lic es41 no consiste en un cúm ulo de razonam ientos ni
en un co n ju n to de conocim ientos, com o se p o d ría creer,
ni tam poco en b ase a la ca n tid a d de razonam ientos con­
sigue su d esarro llo , p orque en ese caso n ad a im p ed iría
que los que a b a rc a ra n todas las d isciplinas fu e ran feli­
ces. M as en la p rá c tic a fa lta m ucho p a ra que toda disci- 2
plina logre su contem plación; ni siq u iera lo logra el en­
to rn o de su re alid ad existencial, si con él no coopera
una tran sfo rm ació n de la n a tu ra le z a y la p ro p ia vida.
Porque, dad o que en cada objetivo tre s son los fines, 3
según dicen, p ara n o so tro s 42 el fin es la consecución de
la contem plación del ser, q u e al p ro d u c irse logra n u es­
tra conjunción, en la m edida de n u e stra s posibilidades,
con lo co n tem p lativo y lo contem plado. Pues no se pro- 4
duce un regreso a un ente extraño, sino a la propia esencia
de uno; y la unión n a tu ra l sólo se verifica con su p ro p ia
41 E sta idea, con un c a rá c te r m enos restrictivo, la e x p resa tam ­
bién P orfirio en Carla a Anebón 2, 18b (de los fragm entos editados
por A. R. Sodano, Ñ apóles, 1965) y, en el c itad o E stobeo , III 21, 28,
donde dice literalm ente: «la adquisición de la p erfecta felicidad se lo­
gra a través de la sabiduría».
42 Los o tro s dos fines son el placer, en la vida alegre, y el honor
(Aristóteles, Ética a Nicómaco 1905b22) o la pasión m oderada (P orfi­
ri o , Sentencias 32), en la vida co rrien te.
58 SOBRE LA ABSTINENCIA

en tid ad . Y la p ro p ia esencia es el intelecto, de tal fo rm a


5 que el fin es vivir según el intelecto. A puntando a esto,
ac tú a n los razo n am ien to s y las discip lin as que versan
so b re asp e cto s externos, ejercen u n a acción purificado-
ra sobre n u e s tro á m b ito 4>, p ero no colm an n u e stra fe­
licidad. P u es si la felicidad se b a sa ra en la adquisición
de razo n am ien tos, sería posible alca n zar el fin sin p re s­
ta rle aten ció n a los alim entos ni a c ierto s hechos. P ero
p u esto que es necesario cam b iar n u e stra vida actu al p o r
o tra, p u rificá n d o n o s a trav és de razonam ientos y activi­
dades, exam inem os, pues, qué razonam ientos y qué ac­
tos nos s itú a n en ella.
30 ¿E s q ue lo que nos sep a ra de las percepciones sen­
sibles y de las pasiones que con ello se relacionan y que,
en la m ed id a de lo posible, nos lleva a u n a vida in telec­
tu al, sin im ag inación ni pasión, no se ría de esa índole
y, en cam bio, lo op u esto hay que co n sid erlo ex tra ñ o y
rechazable ta n to m ás c u a n to que en la m edida en q u e
nos sep a ra de la vida in telectu al nos a r r a s tr a a la sensi-
2 ble? Creo que es una consecuencia lógica adm itirlo. Porque
nos p arecem o s a los que se h an ido a u n pueblo e x tra ­
ño, de b u e n o m al g rad o **: no sólo se ven privados de
su s am b ien tes fam iliares, sino tam bién, al q u e d a r in­
m erso s en ex p eriencias, h áb ito s y n o rm as ajenas de la
tie rra e x tra ñ a que pisan acab an ten ien d o u n a adapta-
3 ción a ellas. P o r consiguiente, de este m odo quien p ien­
sa re g re s a r a su p aís de origen no sólo desea p onerse
en cam ino, sino tam bién, p a ra ser aceptado, p ro c u ra des­
p re n d e rse d e todos los rasgos típicos, q u e h a adq u irid o ,
del país q u e deja, y se esfu erza p o r t r a e r a su m em oria
lo que d o m in ab a de su tie rra y ha olvidado, condición
4 é s ta in d isp en sab le p a ra se r acep tad o p o r los suyos. Del
m ism o m o d o tam b ién es n ecesario q u e nosotros, si te-43

43 A cepto la corrección de Reiske, tópon, al trópon de los códices.


44 R eiske a ñ ad ió el akoüsin t, lo que u n ánim em ente ha sido acep­
tado, a te n o r del contexto.
LIBRO I 59

nem os la in ten ció n de re g re sa r a n u e stra p ro p ia esen­


cia, abandonem os todo lo que hem os ad q u irid o de n u es­
tra n atu ra leza m o rtal ju n ta m e n te con la a tra c c ió n que
sobre nosotros ejerce, y por la que se ha originado nuestra
caída, y q u e nos acordem os de n u e s tra feliz y etern a
esencia, a p resu rán d o n o s a re g re sa r a u n a id en tid ad sin
color ni cu alid ad 4S46. P ara ello u sarem o s de dos recur- 5
sos: el uno consistirá en rechazar todo lo m aterial y mortal;
el otro, en esfo rzarn o s por re g re sa r y su p e ra rn o s h a­
ciendo n u e stro tray e cto de v u elta de un m odo d istin to
al descenso de entonces. E ram os esencias intelectuales, 6
y todavía lo som os, si nos m an tenem os lim pios de toda
sensación e irracio n alid ad . E stáb am o s unidos a lo sen­
sible a causa, p o r u n a p arte, de n u e stra in cap acid ad pa­
ra co n so lid ar u n a unión p eren n e con n u e stro in telecto
y, p or o tra, p o r el poder, p o r así decirlo, que nos a rra s
tra a las cosas terren ales. T odas las potencias que ac- 7
túan con lo sensible y el cuerpo, al no p erm a n ece r el
alm a en lo inteligible, germ inan, tal com o o cu rre por
la m ala calid ad de u n a tie rra que, p o r m u ch as veces
que recib a la sim iente del trigo, p ro d u ce cizaña. Así su­
cede tam b ién p o r u n a especie de m ala condición del al­
ma, que no d estru y e su p ro p ia esencia *, pero, al ge­
n e ra r irra cio n alid ad , queda u n id a a lo m o rtal y desvia­
da de lo suyo p ro p io y o rie n ta d a a lo que le es extraño.
De m odo que, si hem os desead o re g re sa r a n u e stra 31
situ ació n original, debem os esfo rzarn o s, en la m edida
de lo posible, p o r a p a rta rn o s de la sensación, de la im a­
ginación y de la irra cio n alid ad in h ere n te a éstas y de
las pasiones que en esta ú ltim a se dan, en la m edida
en que nos lo p e rm ita la n ecesidad del género hum ano.
En el ord en in telectu al debe o rg a n iz arse bien la sitúa- 2

45 E sta concepción negativa de la identidad rem onta al propio P la­


tón,Fedro 247c.
46 E sta idea se debe, quizás a P lotino, Enéadas 3, 12.
60 SOBRE LA ABSTINENCIA

ción, p ro c u ra n d o la paz y la tran q u ilid a d 47*, com o con­


secuencia de la g u erra declarada a la irracionalidad, para
o ír h a b la r no sólo del in telecto y de los inteligibles, sino
tam bién p a r a gozar, en la m edida en que nos sea posi­
ble, de su contem plación, situándonos en u n a incorpo­
reidad, y viviendo con la verdad g racias a aquél, y sin
la falsed ad que acom paña a todos los asp ecto s que son
3 c o n n a tu ra le s a los cuerpos. Hay que d esn u d a rse de los
m uchos v estid o s que nos cu b ren del visible y ca rn al
y de los que nos ponem os p o r d en tro a ju sta d o s a la piel.
D esnudos y sin túnica, ascendam os al e stad io p ara to­
m a r p a rte en los juegos olím picos del alm a. El p u n to
de p artid a es el desnudarse y sin este requisito no se pue-
4 de luchar. P ero puesto que n u estra ropa es visible e inte­
rio r, nos la q u itam o s tam bién a la vista y en privado.
P orque, p o r ejem plo, el no com er o el no re cib ir un di­
n ero que se nos dé es algo que puede d arse visible y
públicam ente, pero el no d esear algo form a p arte de u n a
5 a c titu d q u e no se traslu ce. De m an era que, a p a rte de
los hechos, hay que se p a ra rse tam b ién de la atra cció n
que ejercen so bre n o so tro s y de la pasión que a ellos
nos em puja. P orque ¿qué se gana, con m an ten erse aleja­
dos de los hechos, si quedam os fijados a las cau sas que
los m otivan?
32 La sep aració n puede p ro d u c irse con la violencia y
puede p ro d u c irse tam bién p o r la p ersu asió n y de a c u e r­
do con la razón, m erced a la consunción y, se p o d ría

47 R ecu e rd a e sta idea a P latón, en Fedón 84a: «pro cu rán d o se (el


alm a) el sosiego de su s pasiones, acep tan d o el razonam iento...» Vuelve
P orfirio a recoger la idea en I 47, 2.
4* E sta sim bología de los vestidos (de reso n an cias c ristia n as, por
lo dem ás) e s tá a m p liam en te do cu m en tad a en la an tig ü ed ad clásica ta r ­
d ía (entre o tro s, P lotino, Enéadas I 6, 7, y F ilón de Alejandría, Expli­
caciones alegóricas de las leyes sagradas II 56). El p ro p io P orfirio la
vuelve a u tiliz a r en II 46, 1. Aparece tam bién en o tra de sus obras,
La gruía de las ninfas 14.
LIBRO I 61

decir, olvido y m u erte de aq u ellas causas. R ealm ente,


la m ejor sep aració n resu lta ser aq u e lla que no m an tie­
ne co n tacto con aq uello de que se d esp ren d ió uno. P or
sup u esto q ue lo que se ha sep a rad o p o r la violencia,
en el ám b ito de lo sensible, lleva en sí u n a p a rte o una
huella de la separación. Se p re se n ta la sep aració n en 2
un am biente de co n tin u a inactividad. Y esta inactividad
la p ro porciona, ju n ta m e n te con la reflexión co n stan te
sobre lo inteligible, la abstención de las sensaciones que
d esp iertan pasiones, en tre las que se cu en tan las que
nacen de la com ida.
Hay q ue ab sten erse, p»ues, no m enos de o tro s m oti- 33
vos p e rtu rb a d o re s que de cierto s alim entos, que p o r su
propia índole pueden d e sp e rta r las pasiones de n u e stra
alm a. P ero incluso debe co n sid erarse la cu estió n desde
el siguiente p u n to de vista. Dos fu en tes m anan aquí pa- 2
ra a ta d u ra del a lm a 4V y por ellas, com o re p le ta de pó­
cim as letales, se ve envuelta en el olvido de sus co n tem ­
placiones fam iliares; son esas fu en tes el placer y el do­
lor. De éstos es m otivador, p o r igual, la sensación, la 3
percepción sensible que a ella co rresp o n d e y los acom ­
pañantes de las sensaciones, a saber, im aginaciones, opi­
niones y recu erd o s; provocadas p o r todos ellos surgen
las pasiones y la irra cio n alid ad que, ac re c e n ta d a en su
conjunto, em p u ja al alm a hacia a b a jo y la aleja de su
h ab itu al deseo p o r la realid ad existencial. Hay que ale- 4
jarse, p o r consiguiente, con to d as n u e stra s fuerzas de
las sensaciones. Y estas sep aracio n es se d a rá n g racias
a n u e stra s ren u n cias a las p asiones que se p roducen en
el ám b ito de lo sensible y de lo irracio n al. Las sensa- 549

49 La im agen de la fuente que e n cad en a no es m uy afo rtu n a d a.


Se m ezclan aquí dos conceptos, el de las a ta d u ra s (muy u tilizado por
Porfirio), y el de las dos fuentes, cuyo origen rem o n ta a P latón, Leyes
636d: «E sas son, en efecto, dos fu en tes (el p la c e r y el dolor) q u e c o rre n
librem ente p o r naturaleza.»
62 SOBRE LA ABSTINENCIA

ciones se d an a través de lo que vem os, oim os, g u sta­


mos, olem os y tocam os. En efecto, la sensación es u n a
especie de m etró p o lis de la ex tra ñ a colonia de pasiones
6 que hay en n o sotros. M ira, pues, en cad a u n a de las
sen saciones qué gran estím u lo de p asiones p e n e tra en
nosotros: p o r un lado, con el espectáculo de la co m p eti­
ción de cab allo s y atle ta s o de danzas lascivas y, p o r
o tro , la co n tem plación de m ujeres. A m bas cosas son p á ­
b ulo del elem en to irra cio n al y lo subyugan con las re ­
des que de todo tipo le tienden.
34 En todos estos casos, el alm a, fu e ra de sí por la irra ­
cionalidad, hace s a lta r a los hom bres, g rita r y vocife­
rar, al in flam arse, p o r influjo de la tu rb ac ió n in tern a,
2 la tu rb ac ió n ex terna, que le prendió la sensación. Las
em ociones q u e se provocan p o r el sen tid o del oido, co­
mo co n secu en cia de d eterm in ad o s ruidos, rum ores, p a ­
lab ra s in d eco ro sas e in ju rias logran que la m ayoría de
los hom bres, elim in ad a to talm en te su fa cu ltad de racio­
cinio, se lancen com o en fu recid o s por el aguijón y que
otros, en cam bio, en ac titu d es de afem inados se mue-
3 van a d o p tan d o v ariad as p o stu ras. El em pleo de sah u ­
m erios p erfu m ad o s o aro m as olorosos, que trafican con
los propios deseos am orosos de los enam orados, ¿a quién
se le escapa la carga de irracionalidad del alm a que aum en­
tan ? P o rq u e de las pasiones que se provocan a través
del gusto ¿q u é se p o d ría decir?, al h ab erse en trelazad o
4 en este asp ecto , en especial, una doble a ta d u ra . Una es
aq u ella q ue las pasiones provocadas p o r el sentido del
gusto en g o rd an ; la o tra es la que hacem os p esad a y vi-
5 gorosa p o r la ingestión de cuerpos extraños. Porque d ro ­
gas, com o dijo un m édico en algún lu g ar 50, no son só­
lo los p re p a ra d o s p o r la m edicina, sino tam bién las co-

50 Puede tra ta rs e del m édico pitagórico A ndrócides que vivió en


el siglo III a.C., según P. Corsen , «Die S ch rift des A rztes Androkydes»,
Rh. Mus. 67 (1912), 240.
LIBRO I 63

m idas y bebidas que se tom an cad a día p a ra n u e stra


m anutención, pues el elem ento letal que de éstas se tran s­
fiere al alm a es m ucho m ás peligroso que el que se des­
prende de los venenos p ara la d estru c ció n del cuerpo.
Las sensaciones p o r el tacto, casi le dan fo rm a corpó- 6
rea al alm a y la provocan m uchas veces h asta el pu n to
de em itir sonidos in articu lad o s, com o si de un cuerpo
se tratase. De to d as estas sensaciones surgen agrupa- 7
dos recuerdos, im aginaciones y opiniones que, d esp e r­
tando un en jam b re de pasiones, dejan al alm a llena de
tem ores, deseos, cóleras, an sias am orosas, seducciones,
dolores, envidias, inquietudes, en ferm ed ad es y pasiones
de este tipo Sl52.
Es, p o r tanto, intenso el co m b ate p a ra m an ten erse 35
uno inco n tam in ad o de estas p asiones y gran d e es el es­
fuerzo p a ra verse libre de su p ráctica, sobre todo te­
niendo p resen te, noche y día, la presión que ejerce la
necesidad de la sensación. P or ello, en la m edida en que 2
podem os, hay que alejarse de tales lugares en los que,
aún sin q u erer, es posible verse inm erso en la m u ltitu d .
Hay que p recav erse del com bate en el que se ponga de
m anifiesto la ex p eriencia de las p asiones y, si se q uiere
tam bién, de la victoria; igualm ente, de la fa lta de e n tre ­
nam iento, sín to m a de inexperiencia M.
E sto es lo que oím os d e c ir de «las hazañas de ios 36
varones de antaño» 5354, pitagóricos y sabios. Los unos ha­
b itab an los lug ares m ás desérticos; los otros, los tem ­
plos y recin to s sag rados de las ciu d ad es M, de los que
estab a au se n te to d o tipo de agitación. P latón eligió la

51 Aunque con m enos detalle, tam bién P lutarco habla de las p e r­


tu rb acio n es provocadas p o r los sentidos (De esu carnium 997 B-D).
52 Parece in sp irad o este pasaje en P latón, Leyes I 647d, en que
aparecen estos térm inos com o «lucha», «inexperiencia».
53 / liada IX 524.
54 T am bién los pitágoricos, según atestigua Jám blico, pudieron re­
sidir en tem plos y bosques sagrados.
64 SOBRE LA ABSTINENCIA

acad em ia p a ra vivir, que e ra no sólo u n lugar aisla­


do y alejad o de la ciudad, sino tam bién, según dicen,
m alsano 55. O tros, en fin, no esc atim a ro n sus ojos p o r
2 el deseo de u n a contem plación in te rio r continua. P ero
si alguien cree que, al m ism o tiem po que convive con los
hom bres y sacia sus sentidos de las pasiones que estos le
piden, va a p erm a n ece r im pasible, olvida que se engaña
a sí m ism o y a los que en él confían, e ignora tam bién
de las pasio n es, en gran m edida, que su dependencia
de ellas g u a rd a u n a relación d ire c ta con su ind ep en d en ­
cia de la m u ltitu d . P ues no habló en vano ni m intió
3 sobre la n a tu ra le z a de los filósofos el que d ijo 5*: «És­
tos quizá, d esd e su ju v en tu d , no saben el cam ino que
lleva al ág o ra, ni donde se en c u en tra el trib u n a l ni el
edificio q u e alb erg a al consejo o alguna o tra ju n ta p ú ­
b lica de la ciu d ad. E n cu an to a las leyes y acu erd o s (de
p a la b ra o p o r escrito) ni los ven ni oyen h a b la r de ellos.
Los afan es de los gru p o s de am igos p o r conseguir los
cargos p ú b licos, reuniones, com idas y festines con toca­
doras de flauta, ni siquiera en sueños se les ocurre tom ar
4 p a rte en ellos. Los orígenes nobles o indignos de u n a
p erso n a en la ciudad, la ta ra de nacim ien to que tenga
uno p or su s an tep asad o s, bien sean varones o m ujeres,
a uno de esto s filósofos le p asa m ás d esap ercib id o que
el n ú m ero de b a rrilillo s que p u ed a lle n a r el m ar, según
se dice 57. Y to das estas cosas ignora que no las sabe,
pues no se a p a rta de ellas p a ra gozar de b u en a opinión,
sino que, sim p lem ente, su cu erp o tan sólo se halla en
la ciu d ad y allí reside, y su pensam iento, teniendo p o r
in sig n ifican tes y en n ad a a to d as estas cosas, revolotea
p o r to d as p a rte s m enospreciándolas y, com o dice Pín-
daro, sin re b a ja rse a ninguna cosa de las que le son
próxim as.»

55 Cf. E liano, Historia varia IX 10.


54 P latón, Teeteto 173c-174a.
57 E xpresión proverbial.
LIBRO I 65

Dice Platón, a p ro p ó sito de esto, que al d escen d er 37


a los objetos m encionados no se q u ed a uno im pasible
p o r su influencia, sino p o r el hecho de no v incularse
a ninguno de ellos. Y es p o r esto p o r lo que el filósofo
no sabe el cam ino que lleva al trib u n a l ni al edificio
del C onsejo ni a ningún o tro lu g a r de los enum erados.
No conoce los lug ares y los frecu e n ta , p ero al frecuen- 2
tarlo s y llen ar sus sentidos de ellos es evidente que nin ­
guno de ellos ignora, p ero p o r el c o n tra rio , al no m an te­
n er co n tacto con ellos —lo ase g u ra P lató n — e ig n o rar­
los, el filósofo ni siq u iera sab e que los ignora Y en 3
cuanto a acudir a los festines ni siquiera en sueños, afirma,
se le o cu rre. M ucho m enos se irrita r ía si se v iera p riva­
do de salsas y trozos de carn e aderezados. ¿E s que en te­
ram en te se a lim e n ta rá con este tip o de com idas? En ab ­
soluto, cu an d o h aya co n sid erad o que todo ello es insig­
nificante y nulo, si observa la abstinencia; en cam bio
es im p o rtan te y p erjudicial, si los consum e. «Dos p ru e ­
bas se o frecen en la realidad: la una, divina y felicísim a;
la o tra, sin relació n con la d ivinidad y m uy d esd ich a­
da» *59. E l filósofo in te n ta rá ase m e jarse a la p rim e ra y
d iferen ciarse de la segunda. Llevando u n a vida p areci­
da al ejem plo que q u iere im itar, esto es, sencilla, auto-
suficiente y lo m enos posible relacio n ad a con los tem as
m ortales.
M ien tras se d iscu ta sobre el tem a de los alim entos 38
y se p lan tee la cu estió n de qué d eterm in a d o alim ento
deba consu m irse, p ero no se tenga en consideración, si
ello fu e ra posible, que hay q u e ab ste n e rse de todo ali­
m ento, se defiende a las pasiones y a sp ira uno a la glo­
ria p o p u lar, p o r e stim a r que no le o frece in teré s alguno

5* H ay un juego de-palabras que dificulta, en cierto modo, la com ­


prensión del texto. P or o tra p arte, P orfirio q u ie re p o n e r de relieve que,
a unque el filósofo no se vincule a las c o sas terre n ale s, es im p o rta n te
que ad o p te el m odo de vida que m ás a b ajo propone.
59 Teeteto 176e-177a.
69-5
66 SOBRE LA ABSTINENCIA

2 la d iscusión. Sin d u d a el filósofo no se a le ja r á 60 a la


fuerza, p o rq u e, al verse obligado, se q u ed a con m ayor
em peño en el lu g ar de donde se le obliga a salir. P or
o tra p arte , no e stim a rá h ac er algo in d iferen te, si conso­
lid a su a ta d u ra . De m odo que, concediendo tan sólo a
la n a tu ra le z a lo e stric ta m e n te necesario, y ello, liviano
y d en tro de u n régim en alim enticio todavía m ás liviano,
a le ja rá de sí todo lo que, en c o n tra de esto, co n trib u y a
3 a su p lacer. P orque, e stá convencido, según lo han di­
cho, de q u e la sensación viene a ser u n clavo que fija
el alm a al cuerpo, y que, p o r la m ism a h e rid a que le
hace la pasió n , la ase g u ra y clava al goce c o r p o r a l61.
4 Pues si las sensaciones no o b stacu liza ran la p u ra activi­
d ad del alm a, ¿qué peligro h ab ía de q u ed a rse uno en
el cu erp o , im pasible a n te las conm ociones co rp o rales?
39 ¿Cóm o se p o d ría en ju iciar y ex p resar u n a pasión que
2 no se h a ex p erim en tad o ni se h a presen ciad o ? Pues la
m en te se c o n c e n tra en si m ism a, au n q u e n o so tro s no
estem os con ella. P ero el que se desvía de la m ente se
q u ed a en el p u n to en que se extravió y, al c o rre r de
allá p a ra ac á con la atención p u esta en la percepción
sensible, se m an tien e allí donde se consigue e sta per-
3 cepción. U na cosa es no p re s ta r atención a los hechos
sensibles p o r e s ta r im plicado en o tro s tem as y o tra d is­
tin ta es p e n s a r que uno no se e n c u e n tra p re sen te cu a n ­
do se fija en ellos. P or supuesto, no se d e m o stra rá que
P latón a d m ite esto, a no se r que se q u iera a rg u m e n ta r
4 que éste se en gaña a sí m ism o. El que con siente en a d ­
m itir alim en to s y en a sistir, volu n tariam en te, a esp e ctá­
culos en los que se eje rc ita la vista, en p a rtic ip a r en
reu n io n es y en u n irse a las risas, p o r su p ro p ia acepta-

60 De e ste m undo. A lusión al suicidio. Cf. I 31, 1, y II 47, 1, en


donde se concluye que la sep aració n violenta del cu erp o no es posible
p a ra el alm a.
61 M etáfo ra sacad a de P latón, Fedón 82e y 83d.
LIBRO I 67

ción se e n c u e n tra ya donde e stá la pasión. P ero el que 5


se co n c en tra en o tro s tem as y se a p a rta de lo sensible,
es p recisam en te la perso n a «que se ofrece com o objeto
de irrisió n no sólo a las siervas tra c ia s, sino tam bién
al resto de la m u ltitud» “ , y cu an d o desciende a los he­
chos «se ve envuelto en u n a to ta l confusión», p ero sin
q u ed ar p o r com pleto insensible, ni tam poco ca p ta rlo s
plenam ente, sino que a c tú a tan sólo de un m odo ir r a ­
cional 6¡. P lató n no se atrev ió a d e c ir esto, p ero afirm a 6
que « tratá n d o se de injurias, el filósofo no tiene com o
cosa suya el in ju ria r a nadie, p o rq u e ignora los defectos
de las gentes, p o r no h ab erse p re o cu p ad o de ello. Al no
saberlo, pues, re s u lta ridiculo, y en los elogios y en las
m an ifestacio n es jacta n cio sas de los d em ás procede sin
disim ulos y se ríe ab iertam en te, d an d o la im presión de
ser un ato lo n d rad o» M.
De m odo que a ca u sa de su inexperiencia e inhibí- 40
ción no conoce la realidad de los hechos, porque, si se des­
ciende a su co m probación y si se o b ra con u n a a c titu d
irracio n al, no es u n o capaz d e c o n tem p lar en su in teg ri­
dad la re alid ad del m undo según el intelecto. P orque 2
ni siq u iera los q ue dicen q u e tenem os dos alm as nos
han concedido dos cap acid ad es de atención, p u es de ese
m odo h ab ría n logrado la u n ió n de dos seres vivos que,
d en tro de lo posible, cuando el uno e stu v iera en treg ad o
a o tro s tem as, el o tro no p o d ría a su m ir las actuaciones
del o t r o 45.62345

62 P latón, Teeteto 174c.


63 El filósofo, según P orfirio, queda insensible, incapaz, a n te la
realidad del m undo, y no llega a a p re h e n d e rla po rq u e se m ueve de
un m odo irracio n al.
64 P latón, Teeteto 174c-d.
65 E sta idea p arece e s ta r to m ad a de P lotino, Enéadas IV 3, 31,
en donde dice: «pues de e ste m odo h a b rá e n te ra m e n te se re s vivos que
nada com ún tienen e n tre si».
68 SOBRE LA ABSTINENCIA

ai Mas ¿ p o r qué e ra necesario e x tin g u ir las pasiones


y, a co n secu en cia de ellas, n o so tro s m ism os sucum bir,
y p re o cu p arn o s cad a día, si ello era posible, de a c tu a r
de acu erd o con el intelecto estre ch am en te relacionados
con los h ech o s m o rtales p ero sin la vigilancia de aquél,
com o algunos p reten d en d em o strar? «Pues la m ente ve
2 y la m ente escucha» “ . Y si, com iendo deliciosos m an ­
ja re s y b eb ien d o un vino exquisito, e re s capaz de lig arte
a hechos in m ateriale s, ¿p o r qué razón no lo vas a ser
de re la c io n a rte con co rte sa n a s y de re alizar actos que
3 es in d eco ro so m encionar? É stas son to talm e n te las p a ­
siones del niñ o que hay en nosotros ” , y en cu an to que
son vergonzosas, te negarás a ser a r ra s tra d o hacia ellas.
P orque ¿c u ál es la distin ció n que estab lece la suerte,
según la cu a l es posible ex p e rim en tar u n as sin q u e d a r
im plicado en ellas y, en cam bio, o tra s p erm iten satisfa-
4 cerlas m an ten ién d o se uno en los inteligibles? No hay
m otivos, pu es, p a ra que e n tre el com ún de las gentes,
u n as se co n sid eren vergonzosas y o tra s no, ya que v er­
gonzosas son todas, al m enos en relación con u n a vida
acom pasada al intelecto, y hay que alejarse de todas ellas
com o de los p laceres eróticos. P ero hay que conceder
u n poco de alim ento a la n atu ra leza p o r la necesidad
5 del gén ero h u m ano. Allí donde hay sensación y p ercep ­
ción sensible, hay sep aració n de lo inteligible. Y cu a n to
m ayor es la excitación de la irra cio n alid ad , tan to m a­
y o r es la sep a rac ió n de lo intelectual, pues no es p o si­
ble, al a n d a r za ran d ean d o de aquí allá, e sta r en todos
sitios. P o rq u e no aplicam os n u e stra aten ció n con u n a
p a rte de n o so tro s, sino con todo n u e stro se r “ .67*

66 E ficarmo, fr. 12 Diels-K ranz.


67 La im agen del niño que hay en nosotros ya a p arece en P latón,
Fedón 77e.
** E sta fo rm a de e je rce r n u e stra atención la tom a P orfirio de P lo-
t in o , Ertéadas V 1, 12, donde dice que «no es u n a porción del alm a,
sino toda ella entera».
LIBRO I 69

El c re e r que u n a persona, ap asio n ad a p o r la sensa- 42


ción, puede, eje rc e r su actividad en co n tacto con los in­
teligibles h a p re cip ita d o a la ru in a tam b ién a m uchos
b á rb a ro s M, que p o r d esp recio se h an en treg ad o a toda
clase de placeres. A firm aban éstos, que, relacionándose
con o tro s objetos, se puede 6 970 p e rm itir a la irra cio n ali­
dad u tiliz a r los elem entos sensibles. P orque he oído a
algunos que, en defensa de su desgracia, decian de
este modo: «no nos ensucian los alim entos, del m ism o 2
m odo q ue la su cied ad de las olas no m ancha el m ar.
P orque dom inam os todos los alim entos, al igual que el
m ar to d as las olas. Y si el m a r c e rra ra su boca, de m o­
do que no re cib iera co rrien tes de agua, re su lta ría g ra n ­
de con relació n a sí m ism o, p ero pequeño con relación
al universo, al no p o d er elim in a r to d as sus suciedades.
Pero, si tu v ie ra la precau ció n de no m an ch arse, no las
recibiría. Más, precisam ente p o r esto, lo recibe todo, por­
que conoce su dim ensión y no desvía de su c u rso lo que
le llega. Y noso tro s, añaden, si tom am os p recau cio n es 3
an te los alim entos, quedam os su jeto s a u n sen tim iento
de tem or. P ero es necesario que to d o lo tengam os som e­
tido. P orque, si u n a pequeña ca n tid a d de ag u a recibe
alguna im pureza, in m ed iatam en te se m ancha y se en­
tu rb ia p o r la suciedad, p ero el ab ism o no se ensucia.
Así tam b ién los alim entos d o m inan a los débiles, pero
donde hay un ab ism o de posibilidad, todo se a c e p ta y

69 El tex to e stá d e te rio ra d o en e ste punto. Los códices trae n un


e x trañ o tón dynasthai, que han tra ta d o de c o rre g ir de d iv ersas m ane­
ras algunos a u to re s com o B ouffartigue-P atillon que proponen tón dyná-
medrt... dynásthai, con u n a laguna, p a ra la que a p u n ta n u n a ingeniosa
solución. La su stitu ció n p ro p u e sta p o r H erch er, tón p o r ton, tam poco
resuelve la d ific u lta d del texto.
70 E sto s «b árb aro s» son Ips gnósticos y tam bién, según B ernays
(Theophrastos' Schrift..., pág. 145), los c ristia n o s, a u n q u e no en este pa­
saje c oncreto, sino precisam ente en su o b ra Contra tos cristianos, fr.
39 H arnack (Berlín, 1916).
70 SOBRE LA ABSTINENCIA

4 no se su fre n los efectos de la suciedad» 71*73. Con tales


co n sid eracio n es se en g añ ab an a si m ism os, y sus actos
estab an en consonancia con sus propios e rro res y, echán­
dose desde u n abism o de lib e rta d a uno de m iseria, se
s ahogaron. E s to hizo tam b ién que algunos de los cínicos
lo am b icio n aran todo ” , tra s im plicarse en el m otivo de
los e rro re s q u e suelen llam ar lo indiferente.
43 P ero el h o m b re precavido y que e s tá al acecho de
los en can to s de la n a tu ra le z a 7’, que exam ina la n a tu ­
raleza del c u e rp o y, conoce que éste se e n c u e n tra en­
sam blado, com o u n in stru m en to m u sic a l74, a las poten­
cias del alm a, sabe que la pasión está p re sta a h ac er
o ír su voz; lo q u eram o s o no, al se r golpeado el cu erp o
p o r elem en to s de fu e ra y lleg ar la p ercu sió n a la p e r­
cepción sensible. R esu lta ser, en efecto, la percepción
sensible la reso n an cia, p ero no es posible que resu en e
el alm a sin volverse toda ella hacia el sonido y sin orientar
2 h acia él su ojo su pervisor. No pu d ien d o la irra cio n ali­
d ad d ilu c id a r p o r com pleto h a s ta qué p u n to ejerce su
influencia, cóm o actú a, de dónde se o rig in a y a quiénes
afecta, ni ten ien d o en sí la capacidad de exam en, cu an ­
do ejerce su acción, de u n m odo p arecid o a los caballos
sin auriga, es difícil, p o r un lado, o rg a n iz ar un plan de
acción de u n m odo conveniente ca ra a los asp ecto s ex­
tern o s y, p o r o tro , co n o cer la o p o rtu n id a d y la m o d era­
ción de u n régim en alim enticio, si no e stá encim a el ojo
del auriga, q u e acom pasa los m ovim ientos y lleva las

71 E sta c ita se debe e n te n d e r com o un re c u rso estilfstico, que r e ­


p re sen ta el s e n tir de los su p u e sto s adversarios.
11 O entro d e las dos c ateg o rías de cínicos que d istingue el em p e­
ra d o r J uliano (Discursos VIII y IX), los que d e sp rec ian el m undo y
los q u e llevan u n a ex istencia desvergonzada, se re fie re aquí P o rfirio
a los segundos, a los que d enom ina (junto con Juliano) pantoriktai,
e sto es, «que lo am bicionan todo», «que se lo p e rm iten todo».
73 Cf. I 28, I.
74 E sta c o m p a rac ió n la vem os en P latón, Fedón 86a y 92d, y P lo-
tino , Encadas III 6, 4, 41.
LI BRO I 71

rien d as de la irracio n alid ad , que en sí es ciega. El que 3


elim ina de la irra cio n alid ad la sup erv isió n del razona­
m iento y le p erm ite a c tu a r según su p ro p ia natu raleza,
sería capaz de ac ced e r a su deseo y a su irascib ilid ad
en la m ism a m edida y de p o n erse en m ovim iento p o r
su p ro p io im pulso h a sta donde le plazca. Nos ofrecerá,
al m enos, u n bello ejem plo de serie d ad y unos actos ra ­
zonados, si se mueve en. unas actividades del ám bito irra ­
cional al m arg en de la supervisión que debe su p o n er
el razonam iento.
Sin em bargo, la diferencia e n tre el h o m b re v irtu o so 44
y el m alvado p arece c o n sistir en que el uno tiene en
todo lu g ar el razo n am iento a su lado com o dom inador
y re g u la d o r del elem ento irra c io n a l y el o tro realiza la
m ay o ría de sus ac to s om itiendo en todos ellos el reco­
n ocim iento y la cooperación de la razón. P o r ello el uno
se d enom ina irra cio n al y llevado p o r la irra cio n alid ad
y el o tro ra zo n ad o r y do m in ad o r de todo elem ento ir r a ­
cional. Y, p o r su p uesto, p a ra la m ay o ría las fa lta s se 2
com eten de p alab ra, de obra, con los ap e tito s y con las
a c titu d es coléricas; p o r el co n tra rio , los buenos actos
son in h ere n tes a los virtuosos, p o rq u e aquéllos p erm i­
tiero n al n iño h a c e r lo que q u isie ra y éstos encom ien­
d an e sta fa cu ltad al pedagogo y con su ay u d a rigen sus
actos. Así tam bién, en los alim en to s y en o tra s activida- 3
des o goces co rp o rales, el a u rig a con su p resen cia im po­
ne m o deración y o p o rtu n id ad , pero, si está au se n te y,
com o dicen algunos, se e n c u e n tra ocupado en sus p ro ­
pios asu n to s, o bien m an tien e fija n u e stra atención en
él, y no p erm ite a la irra c io n a lid a d ap a sio n a rse ni re a li­
zar e n teram en te actividad alguna, y, adem ás, consiente
que e s ta aten ció n n u e stra se cé n tre en el niño sin su
colaboración, en e sta s c irc u n sta n cias an iq u ila al hom ­
bre, a r ra s tra d o p o r la lo cu rá de lo irracio n al.
P o r ello a los varones v irtu o so s la ab sten ció n de ali- 45
m entos, goces y acto s co rp o rales les es m ás conveniente
72 SOBRE LA ABSTINENCIA

que su co n ta c to con ellos, p o r el hecho de que, si se


estab lece el co n tac to corpóreo, es n ec esario d escen d er
de n u e stro s p ro p io s h áb ito s p a ra so m eternos al influjo
2 del elem en to irra c io n a l ” que hay en no so tro s. Y esto
se d a to d av ía m ás en la consum ición de alim entos, p o r­
que lo irra c io n a l no estab lece u n cálculo de lo que vaya
a re s u lta r de ellos y p o r n atu ra leza no puede conocer
3 lo que e s tá au se n te . Y si fu e ra posible ale ja rse d e los
alim entos, d el m ism o m odo que lo hacem os de las cosas
sensibles, al q u e d a r fu e ra del alcance visual (pues es
posib le a p lic a rse a o tro s objetos, tra s h a b e r ad o rm eci­
do las im ágenes que de aquéllos se desprenden), sería
sensato, tra s u n a m ínim a concesión a la necesidad de una
4 m o rtal n a tu ra le z a , el re tira rs e de inm ediato. P ero surge
la n ecesid ad de u n tiem po prolongado p o r m otivo de
la cocción y digestión; de la consecución de u n a ay u d a
q u e p ro p o rcio n a el sueño, la tra n q u ilid a d y todo tipo
de relajació n . Adem ás de eso, com o consecuencia de la
digestión, se p ro d u ce u n a su b id a de te m p e ra tu ra y la
deposición de excrem entos. Así, necesario es que esté
p re sen te el pedagogo, que, eligiendo alim en to s ligeros
que faciliten su labor, cu m p lirá con la función encom en­
d a d a a la n a tu ra le z a , previendo el fu tu ro y la m agnitud
del im p ed im en to que se nos vendría encim a, si consen­
tim o s a los d eseos ech arn o s u n peso d ifícil de so sten er
p o r u n m ín im o placer, que reciben al to m a r el alim ento
p a ra d e g lu tirlo *74.
46 No in ad ecu ad am en te, pues, la razón, d esechando la
a b u n d a n cia y el exceso, lim ita lo necesario a lo m ínim o,

79 El con tex to sugiere u n a in te rp reta ció n subjetiva de la c o n stru c ­


ción eis paidagogian toú... alogistou, es decir, re n u n cian d o a n u e stro s
p ropios hábitos, nos som etem os «a la in stru cció n del elem ento irra c io ­
nal». Muy bien lo entien d e B ou ffartig u e cuan d o trad u c e «se m e ttre
á l'école de l’élem en t déraisonable».
74 Hay u n a dependencia estrecha del estoico rom ano M usonio Rufo
en los c ap ítu lo s 45 a 55, según B ouffartigue-Patillon (ed. cit., págs.
31-32), a p ro p ó sito de la com ida y digestión.
LIBRO I 73

si tiene la in ten ció n de ev itar las dificultades, al p ro c u ­


ra rse los alim entos, p o r su n ecesidad de m ayores sum i­
n istros, si d esea no te n e r necesidad, m ie n tra s los dispo­
ne, de m ayores servidores, ni p ien sa co n seg u ir m ayores
p laceres con la com ida, si p royecta, al saciarse, no ad ­
q u irir u n a m ay o r pereza, ni c a e r en la som nolencia por
la pesadez de su saciedad, ni, finalmente, si llena su cuerpo
de alim en to s grasos, tiene la intención de fo rja rse u n a
a ta d u ra m uy sólida y a sí m ism a co n v ertirse en perezo­
sa y endeble en exceso p ara ac o m e ter sus funciones pro­
pias. Que nos d em uestre, pues, u n hom bre cu alq u iera, 2
que desee, en la m ayor m edida posible, vivir de acuerdo
con el in telecto y q u e d a r lib re de los ajetreo s de las p a­
siones co rp o rales, que nos d em u estre, digo, que la con­
sum ición de c a rn e es m ás fácil de co n seg u ir que los ali­
m entos a base de fru ta s y v erd u ras, y que su p re p a ra ­
ción sea m ás b a ra ta que la de los p latos sin carn e y
que en ab so lu to req uieren el concurso de cocineros. Que
nos d em u estre, tam b ién que, co m p arad a con la alim en­
tación de p ro d u c to s de seres no anim ados, la com ida
a base de c a rn e no pro d u ce p lace r alguno y es m ás lige­
ra en la d igestión q ue la o tra, y que en las absorciones
p o r el cu erp o es m ás rá p id a la de la carn e que la co­
rresp o n d ien te a las v e rd u ras y, p o r últim o, que, con re­
lación a los ap etito s, los excita m enos y co n trib u y e tam ­
bién m enos al g ro so r y fuerza física que un régim en de
com idas sin carne.
Y si no se atrev ió a d ec ir esto ni u n m édico, ni u n 47
filósofo, ni u n g im n asta, ni u n p a rtic u la r, ¿ p o r qué ra ­
zón no reh u im o s de buen grad o la c a rg a co rp o ral? 77.
¿Por qué no nos liberam os a nosotros mismos, con nuestra
renuncia, a un tiempo de otras m uchas cosas? Pues cuando
uno está a c o stu m b ra d o a co n fo rm arse con lo m ás insig-

77 «La c arg a co rp o ral» (sdmatikón phortion) no se re fie re especí­


ficam ente al cuerpo, sino al lastre fisico que supone la com ida.
74 SOBRE LA ABSTINENCIA

nificante, es posible lib erarse, no ya de u n a servidum ­


bre, sino d e in n um erables, com o pueden ser la su p e ra ­
b u n d an c ia de riquezas, el servicio que p re s ta un nú m e­
ro im p o rta n te de criados, un ab u n d a n te aju ar, u n a si­
tuación som nolienta, enferm edades rigurosas y ab u n d an ­
tes, la n ecesid ad de m édicos, las in citacion es al e ro tis­
mo, las exhalaciones m uy intensas, la ab u n d a n cia de ex­
crem entos, el esp e so r de u n a cadena, la fuerza que nos
2 in cita a la acción, u n a ¡liada de m ales, en fin. El ali­
m ento sin c a rn e y sencillo, y que p a ra todos es m uy
fácil de co n seg uir, nos lib ra de todos esto s m ales, p ro ­
p o rcio n an d o u n a paz al ra z o n a m ie n to ” , que nos sum i-
3 n is tra los m edios de salvación. P orque, según asevera
Diógenes, no salen de los com edores d e pan ladrones
y enem igos, p ero sí, en cam bio, salen sicofantas y tira-
4 nos de los com edores de carne Mas cuando se ha su ­
p rim id o la ca u sa de m ú ltip les necesidades, se ha elim i­
nado una cantidad de elem entos introducidos en el cuerpo
y se ha aliv iad o la c a rg a de los alim entos absorbidos,
el ojo q u ed a libre y lejos del «hum o y de la ola» " co r­
p o ral, u n a vez que h a a tra c a d o en el p u e r to " .
48 Y no n ec esita esto de com probación, ni dem ostración
a ca u sa de la evidencia que del p ro p io hecho dim ana.
P o r consiguiente, no ya los que se esfu erzan p o r vivir,
según el in telecto y, hab ien d o acom odado su vida a éste
com o fin, ven com o necesaria, p a ra esta finalidad, la
a b stin en c ia de estos alim entos, sino tam bién, casi todo
filósofo, supongo, p re feriría la sim plicidad al lujo y acep­
ta ría m ejo r al q u e se conform a con u n m ínim o de nece­
sidades q u e al que n ecesita satisfac er u n nú m ero consi-
2 d erab le de ellas. Además, cosa que p o d ría p a re c e r ex-7 1

71 La id ea a p are ce ya, com o se señaló, en I 31, 2


n La cita la recoge tam bién J uliano, Discursos VI 198 D, pero con­
fro n tan d o la fru g alid ad al lujo.
"> Odisea XII 219.
" R eferen cia a P latón, República VII 533d.
LIBRO I 75

tra ñ a a m uchos, en co n tram o s p erso n as que aseg u ran y


ap ru eb an este hecho, y me refiero en concreto a los que,
bajo la in flu en cia del placer, creen que en él debe b u s­
carse el fin de los que se han co n sag rad o a la filosofía.
P orque la m ay o ría de los ep icú reo s, em pezando p o r su 3
jefe de fila, p arecen conform es con su to rta de cebada y
sus frutos secos y han com puesto tratados en los que desa­
rro llan la escasa necesidad que im pone la n atu ra leza y
d em u estra n que sus exigencias se solucionan su ficien te­
m ente con com idas sencillas y fáciles de a d q u i r i r '2.
Pues, según dice “ , la riqueza que ofrece la n atu ra - 49
leza es lim itad a y fácil de conseguir; en cam bio, la que
proviene ¿ e vanas opiniones, es ilim itad a y de difícil
adquisición. P o rq u e el hecho de que la carn e su fra p o r 2
indigencia lo elim ina bien y suficien tem en te la alim en­
tación a b ase de p ro d u cto s fáciles de ad q u irir, porque
éstos tienen u n a n atu ra leza sencilla p ro p ia de los seres
húm edos y secos. Pero, p o r lo dem ás, en la m edida en 3
que se cae en el lujo, afirm an q u e no se tiene de él un
deseo n ecesario M, ni nacido, forzosam ente, de alguna
aflicción, sino que tiene lugar, bien p o r u n m alestar,
bien sin m ás p o r el choque que se pro d u ce en la au sen ­
cia del placer; tam b ién por u n a aleg ría y p o r u n as va­
nas y falsas opiniones, igualm ente, en cuyo caso este
deseo no nos lleva a ninguna deficiencia física ni, en 8234
82 D esde el cap. 48, 3 al 54, 3-6, del p re sen te libro, tra tó H. U se -
ner de e sta b le c e r la c o rresp o n d en cia con los frag m en to s recogidos en
su o b ra Epicúrea, Leipzig, 1887 (reim presión S tu ttg a rt, 1966). El § 3
del cap. 48 y el § 2 del cap. 49 se co rre sp o n d e n con el fr. 466, según
este filólogo.
83 E picuro.
84 Los deseos necesarios, según E picuro, pueden sa tisfac erse con
sum a facilidad. No asi el deseo del lujo que puede p ro d u cirn o s, inne­
cesariam en te, un m ale star, ya com o consecuencia de la p ro p ia m olicie,
ya p o r la im posibilidad de sa tisfa c e r e ste deseo. La ausen cia de dolor
define, p a ra E p icuro, el p lacer. Y éste a su vez, se h alla e strec h am e n te
relacionado con el deseo, según el d e ta lla d o an álisis que de él hace.
Cf. A. L ong, Filosofía helenística, M adrid, 1977, págs. 68-75, e infra,
cap. 51, 5 del p re sen te libro.
76 SOBRE LA ABSTINENCIA

el caso de q u e falte, a la disolución de n u e stra e stru c tu -


4 ra. Porque estos alim entos resu ltan suficientes p a ra con­
seguir lo que la n atu raleza necesita forzosam ente. Y son,
adem ás, p o r su sencillez e insignificancia, fáciles de con­
seguir. T am b ién el que com e carn e tien e n ecesid ad de
alim en to s de seres inanim ados, pero p a ra el que se con­
fo rm a con ésto s su necesidad se red u ce a la m itad: su
adquisición es fácil y su .preparación requiere pocos gastos,
so No hay q u e d ed icarse a la filosofía, com o algo acce­
sorio, dicen, u n a vez que se haya d isp u esto lo necesario,
sino d esp u és de que se haya p ro p o rcio n ad o al alm a u n a
au té n tic a situ ació n de confianza, p a ra a fro n ta r de e sta
m an era las situ aciones cotidianas. P orque a un m al con­
sejero co n fiarem o s n u e stro s asuntos, si sopesam os y
p re p a ra m o s la n ecesidad que nos im pone la n atu ra le-
2 za sin ay u d a de la filosofía. P or lo cual es necesario
que el q u e se co n sag ra a la filosofía p revea estas necesi­
dades, y ello en la m edida en que la atención deb id a
a ellas lo co n sienta. M as en cu an to que de ellas se elim i­
n a algún elem en to que no g aran tiza u n a confianza total,
no hay q u e a c e p ta rlo a p ro p ó sito de la p re p ara ció n de
3 riquezas y de alim entos. P or supuesto, hay q u e tr a ta r
esto s tem as con ay u d a de la filosofía y ráp id a m en te re ­
s u lta rá q u e es p re ferib le b u sc a r la pequeñez, la senci­
llez y la ligereza, porque pequeña es la m olestia que puede
re s u lta r de u n a cosa pequeña.
si D adas las d ificu ltad es que e n tra ñ a la p re p ara ció n de
los alim en to s p o r el can san cio físico, p o r la ejecución
de los p re p a ra tiv o s, p o r el im pedim ento de que pu ed a
se r c o n tin u a la acción sobre el razonam iento de hechos
relevantes, o bien p o r algún o tro m otivo, deviene in ú til
al punto esta p reparación y no com pensa de las m olestias
2 que conlleva “ . Es necesario, sin em bargo, que tam bién

as La fru g alid ad y la sencillez nos causan unas m olestias m inim as.


Es una in sisten c ia de E p ic u ro el que no se deben sa tisfa c e r unos de-
seos por u n o s m edios desproporcionados.
LIBRO I 77

le a s is ta al filósofo a lo largo d e su vida la esp eran za


de que n ad a le va a fa lta r. E sta la m an tien en con sufi­
ciencia los bienes fáciles de conseguir, p ero la elim inan
los costosos. P o r tanto, la m ay o ría p o r este m otivo, a u n ­
que haya adquirido m uchos bienes, sufre sin cesar ante la
idea de que le p u ed an fa lta r en un fu tu ro . P ero logra 3
c o n ten ta rn o s con alim entos fáciles de co n seg u ir y sen­
cillos el te n e r p re sen te en n u e stro re cu erd o lo siguien­
te: n ad a tiene, p o r su p ro p ia n atu ra leza , la suficiente
fuerza p a ra u n a elim inación efectiva de la confusión del
alm a, ni siq u iera to d a la riq u eza del m undo reunida,
p ero las m o lestias de la c a rn e las su p rim en los bienes
m uy m o d esto s y cuya adquisición re su lta to talm e n te fá ­
cil y, p o r o tra p arte , cu an d o faltan , no a lte ra n p o r su
im portancia al que se ejercita en m orir. Tam bién re su lta 4
que el d o lo r deb ido a la escasez es m ás llevadero que
el que se debe a la abu n d an cia, a no se r que uno se
engañe a sí m ism o con vanas opiniones. La varied ad de 5
alim en to s no lo g ra su p rim ir las tu rb ac io n es del alm a,
ni tam p o co a u m e n ta r en el c u e rp o el placer, p o rq u e és­
te tiene un lim ite coincidente con la supresión del dolor.
De este m odo la consum ición d e c a rn e no elim in a mo- 6
lestia alg u n a de la n atu ra leza ni tam poco lo que, por
inacabado, nos lleva al dolor; m u estra u n agrado forzado
este tipo de alim entación y al p ro n to se m ezcla con su
contrario. Porque no ap u n ta al m antenim iento de la vida,
sino a la v aried ad de placeres, de u n m odo parecid o a
los p laceres venéreos y a la b eb id a de vinos e x tra n je­
ros, sin los q ue n u e stra n a tu ra le z a puede p asa r. Sin los 7
que no se m an ten d ría, se ría sin aquéllos, pequeños en
extrem o, que pueden conseguirse fácilm ente con la ju s ­
ticia, la lib ertad , la paz y u n a gran facilidad.
Tam poco co o p era la c a rn e a la salud, sino m ás bien S2
le re s u lta un obstáculo. En efecto, p o r los m edios con
que se re co b ra la salud, p o r esos p recisam en te se con­
serva. Se re c u p e ra por m edio de u n régim en de comi-
78 SOBRE LA ABSTINENCIA

d as sencillo y sin carne; de m an era que tam bién p o r


2 este m ism o se puede m an ten er. P ero si los alim en to s *
in anim ados no a p o rta n el vigor físico de u n M ilón **,
tam poco c o n trib u y e n de un m odo general al d esarro llo
de la fuerza. P orque el filósofo no tiene necesidad de
vigor físico n i de d esa rro llo de su fuerza, si piensa d ed i­
ca rse a la esp ecu lació n teórica, y no a activ id ad es prác-
3 ticas, ni al desenfreno. Y n ad a adm irable es que el vulgo
c rea que la in g estión de carn e coopera a la salud, p o r­
que tam b ién cree que conservan la salu d los goces y
p laceres eró tico s, que a nadie benefician y afo rtu n a d o
4 si no se h a recib id o daño de ellos. P ero si la m ayoría no
es de este se n tir, n ad a nos im porta, p o rq u e en el com ún
de las gen tes no hay p ru e b a de confianza ni de c o n sta n ­
cia en el te rre n o de la am istad y del afecto. No son p e r­
sonas recep tiv as de estos tem as; de la sab id u ría, ni de
su s p a rte s e n lo que co m porten algún asp e cto significa­
tivo. No tien en tam poco m ayor sentido del in teré s p ri­
vado ni público, ni son capaces de h acer u n a valoración
de las co stu m b res g ro se ras y de las civilizaciones. Ade­
m ás de esto, hay un gran desenfreno, lleno incluso de
in tem p eran cia, en la gente vulgar. Por to d o ello, no hay
tem o r de q ue alguna vez no haya com edores de anim ales.
S3 Porque, si todos pensaran lo mejor, ninguna necesidad
h a b ría del a r te de ca zar p ájaro s, de los que se dedican
a su caza co n liga, de pescadores, ni de p o rq u e ro s ” .
Pero, al a d m in is tra rse los p ropios anim ales y no ten er
q u ien cuide de ellos y los presida, ráp id a m en te perecen
y se extin g u en com o consecuencia de los ataq u e s que
reciben y del m asivo consum o que de ellos se hace, co­
m o o cu rre con in n u m era b le s anim ales q u e los hom bres
no com en. Y si e n tre los h om bres se m an tien e u n a in­
sensatez d iv ersa y m ultiform e, serán indecibles tam bién 867

86 Cf. Aristóteles , Ética a Nicómaco II 1.106b3.


87 Nos re c u e rd a este pasaje a P latón, República 373a, cu an d o ha­
bla de las n ecesid ad es su p e rflu as de u n a m ala ciudad .
LIBRO I 79

los que se ceben con estos alim entos. Es n ecesario con- 2


serv ar la salu d sin m iedo a la m u erte, p ero sin que ello
sea un o b stácu lo a la consecución de los bienes que nos
llegan de la contem plación. La conservación de aquélla la
p ro p o rcio n a esp ecialm ente u n a disposición im p e rtu rb a ­
ble de n u e stra alm a y la a c titu d de n u estro pensam iento
hacia el ser au tén tico . M ucho es lo que llega h a sta el 3
cu erp o de tales com portam ientos, com o em p íricam en te
lo dem ostraron n uestros am igos ” , sobre todo en lo que
resp ecta a u n a a rtritis , que les afectó ta n in ten sam en te
a los pies y a las m anos, que d u ra n te ocho años se mo­
vían de un sitio a o tro g racias a que los llevaban en
peso, y se lib ra ro n de ella con la re n u n cia a las riquezas
y con la co n tem plación de las cosas divinas. P or consi­
guiente, al tiem po que se sacudieron las riquezas y preo­
cupaciones, se sacudieron tam bién la dolencia de su cuer­
po. De m odo que, respecto a la salud, grande y to tal
influjo recibe el cu erp o de u n a d eterm in a d a disposición
del alm a. T am bién co n trib u y e b a sta n te a ello la reduc- 4
ción de la alim entación. En general, ten ía razón Epicu-
ro cu an d o a firm a b a que había que cu id arse del alim en­
to, que an siam os y p erseguim os p a ra n u e stro goce, p o r­
que, una vez conseguido, nos desagrada. De esta índole
es toda la alim en tación a b u n d a n te y espesa. Y esto les
pasa a los q ue se ap asionan p o r ella N, p orque caen en
d esp ilfarras, enferm edades, h artazg o s y vagancias.
P or ello tam bién, a p ro p ó sito de los alim entos lige- 94
ros, hay q ue e v ita r la saciedad, y e x a m in a r en todo m o­
m ento las consecuencias del disfrute o adquisición de estos
alim entos, la im p o rtancia de aquéllos, y de qué m olestia,
del cu erp o o del alm a, nos liberan, p ero hay que im pedir
que p ó r *** agrad o la tensión que afecta a cada cosa ***89

88 R efleja Porfirio aquí, en plu ral, el c aso de su d iscíp u lo Roga-


ciano que a p are ce en su Vida de Pío tino 7.
89 R ecuerda a P latón, Fedón 68c, «no ap asio n arse p o r los deseos».
80 SOBRE LA ABSTINENCIA

2 se origine, tal com o la vida *** e n g e n d ra 90. P orque de


n in g ú n m odo hay que so b re p a sa r los lím ites, sino que
hay que m an te n e rse en el lim ie y en la m edida que co­
rresp o n d en a estos tem as, y c o n sid erar que el que sien­
te tem o r de la ab stin en c ia de los seres anim ados, si co­
m e carn e p o r placer, e stá teniendo m iedo de la m uerte,
p o rque in m ed iatam en te a la privación de los alim entos
e stá relacio n an do la p resen cia de un peligro sin lím ites,
3 que e n tra ñ a la m uerte. E n consonancia con tales y a n á ­
logas razo n es se o rig in a u n insaciable deseo de vivir,
de riquezas, de bienes m ateria le s y de gloria, p o r esti­
m a r que con ellas a u m e n ta rá n todo su b ie n e sta r p o r un
espacio de tiem po m ayor y p orque se siente pánico p o r
los asp ecto s que ro d ean a la m u erte com o si se tra-
4 ta ra de u n p eligro sin fin. P ero el p lace r que re su lta
’ del lujo no g u a rd a relación estre ch a con el que se origi­
n a de la au to su ficien cia, p a ra aquella perso n a que lo
h a ex p erim en tado, pues es m uy ag rad ab le d arse cu e n ta
u no m ism o del n ú m ero de sus necesidades. P orque si
se su p rim e el lujo, si se su p rim e el deseo p o r los place­
res eró tico s y se su p rim e la am bición p o r los bienes de
fu e ra de n u e s tro entorno, ¿qué necesidad hay en lo su ­
cesivo de u n a riqueza in e rte que nin g u n a u tilid a d nos
puede re p o rta r, sino ta n sólo pesadeces? E sta es u n a
fo rm a de q u e d a r saciado y el p lace r q u e se o rigina p o r
5 u n a p len itu d de este tipo es puro. P ero tam b ién es nece­
sa rio que el cu erp o se d esacostum bre, en la m edida de
lo posible, del p lace r de la saciedad, au n q u e no de la
p len itu d q u e supone el sa tisfa c e r el ham bre; y es p re ci­
so que co m a p a ra *** 91 re c o rre r to d as las situaciones
y q ue fije un lím ite necesario a los alim en to s en vez

90 Hay tre s lagunas en los códices, p a ra las que el filólogo Use-


n e r p ro p u so o tra s ta n ta s c o n je tu ra s av en tu rad a s. P or lo que es p re fe ­
rible de ja r el tex to com o está.
91 O tra laguna que, igualm ente, intentó salvar U sener con o tra con­
je tu ra (eu ékhón «en b u e n a disposición»).
LIBRO I 81

de ilim itado. P orque así se le p re se n ta rá al cu erp o la 6


ocasión de re c ib ir u n bien posible g ra cias a la a u to su fi­
ciencia y a la sim ilitu d con la divinidad. Así no a n sia rá
verlo au m en tad o ni tam poco un plazo de tiem po que
le p erm ita ag en ciarse un bien m ucho m ayor. De este
modo, a su vez, se en riq u e cerá realm ente, si m o d era su
riqueza, con un lím ite n a tu ra l, no con vanas opiniones.
Así no e s ta rá p en d ien te de las esp eran zas en un p lacer
suprem o que no in sp ira la confianza de realizarse, p o r­
que este m ism o p lace r es m uy a lb o ro ta d o r. P ero p erm a­
n ecerá ya en la au to su ficien cia de su p re sen te y de su
pasado, y no se a n g u stia rá p o r p ro lo n g ar su existencia
desm esu rad am en te.
Pero, adem ás de esto, ¿cóm o no es absurdo, p o r Zeus, ss
que el que tiene un padecim iento, ya p o r verse envuelto
en d u ra s p resio n es de fuera, ya p o r h a lla rse e n c errad o
en prisión, no tenga p u esto su pen sam ien to en la com i­
da, ni se p reo cu p e del m odo de p ro c u rá rse la , sino inclu­
so reh ú se la n ec esaria p a ra su su b sisten cia, cuando
se la pongan delante, y en cam bio el p risio n ero auténti- 2
co, to rtu ra d o p o r padecim ientos internos, busque la p re­
p aració n de sus com idas y se preo cu p e p o r conseguir
u n a gran v aried ad de alim entos, con los que robustece
su cad en a? ¿Y cóm o estos co m p o rtam ien to s son p ro ­
pios de h o m b res que conocen lo que les pasa, y no son,
en cam bio, de p erso n as que se d eleitan con su su erte
e ignoran en qué c irc u n sta n cias se e n c u en tran ? Lo que
a estos les p asa c o n tra sta con los p risio n ero s que cono­
cen su desdicha. P o rque m u e stra n su desag rad o con su 3
vida p resen te, llenos de una trem e n d a tu rb ació n , y de­
sean el bien au sen te p a ra co lm ar su satisfacción, ya que
nadie, p o r el hecho de que todas las situaciones que guar­
dan relación con las p e rtu rb acio n es tengan fácil solu­
ción, se dispone a d esear m esas, lechos de p lata ” , per- *69
92 La expresión «m esas y lechos de p lata» nos re cu e rd a a Muso-
nio Rufo, cf. O. H ense , C. Musonii R ufi Reliquiae, Leipzig, 1905, pág.
110, 3-4.
69 — 6
82 SOBRE LA ABSTINENCIA

fum es, co cineros, aju ares, ropas y festines, que alca n ­


zan h a sta d o n d e pueden llegar las p erso n as en m a teria
de re fin am ien to y lujo, sino que a sp ira a ello p o r la fal­
ta de u tilid ad , a lo largo de to d a su existencia, de ese
ilim itad o g én ero de bienes que b u sca y de la te rrib le
4 p e rtu rb a c ió n que sufre. De este m odo, los unos no se
ac u erd a n del bien in existente ” , por h a lla rse ocupados
en el rechazo del bien q u e tienen a su alcance; los otros,
en cam bio, b u sca n el bien au sen te p o r d esa g rad a rles el
q ue tienen **.
36 P ero el contem plativo, en uno u o tro aspecto ” , se
a te n d rá a u n régim en de com idas sencillo, p o rq u e cono­
ce sus a ta d u ra s . De este m odo no puede a sp ira r al lujo,
y si d esea la frugalidad, no b u sc a rá com idas de seres
anim ados, com o si se tra ta ra de u n a perso n a que no
se co n fo rm a con u n a d ie ta alim enticia de seres no ani-
2 m ados. Y a u n q u e la n a tu ra le z a del cuerpo, a p ro p ó sito
del filósofo, no fu e ra de tal índole, esto es, tan m an eja­
ble y tan fácil de c u id a r p o r los m edias m ás sim ples,
y fu e ra p re ciso tam b ién a fro n ta r las m olestias, ¿no las
3 afro n taríam o s entonces? ¿Es que no lo soportam os todo,
poniendo sum o in teré s en ello, cuando *9346 es preciso li-

93 C o n jetu ra de B o uffartigue añ ad id a p a ra a c la ra r el sentido de


e sta d o c trin a ep ic ú rea . El «bien ausente» del p a rá g ra fo a n te rio r avala
e sta adición.
94 Los u n o s son los desdichados, los p risioneros; los o tro s, los ri­
cos. Los p rim e ro s, según e sta teoría, se ocupan en el rechazo de los
q u e tienen, sin p e n sa r en bienes inexistentes; los segundos, no se c o n ­
fo rm an con lo que tienen y ansian lo que no tienen a su alcance.
93 E sto es, en la m iseria o en la riqueza.
94 A cepto tam bién aquí la correcció n de B o u ffartig u e c o n sisten te
en la inversión del com ienzo de los dos térm inos con que se inician
las dos o ra cio n es de este § 3. Es decir, com ienza, en los códices, con
la negación ou, la p rim e ra, y con el nexo hópou, la segunda. Al in te r­
cam biarlos, la p rim e ra o ra ció n que e ra p rin cip al p a sa a se r su b o rd in a ­
da y, a la inversa, la segunda, que e ra su b o rd in a d a p a sa a se r p rin ci­
pal. He com enzado la trad u c ció n del p arágrafo, no o b stan te, con la
oración p rin cip al, a unque en el texto griego figure en segundo lugar.
LIBRO I 83

b ra rse de u n a enferm edad, som etiéndonos a interven­


ciones q u irú rg ica s, a enrojecim ientos de la piel p o r tr a ­
tam ien to s tópicos ” , a cauterizaciones, a tom as de m e­
dicam entos am argos, a p u rg as de vientre, a vóm itos y
a lim piezas de n ariz y pagando, adem ás, unos h o n o ra­
rios a los que nos aplican estos tra ta m ie n to s? ¿E s que
no lo sop o rtam o s todo de un m odo razonable p o r causa
de u na en ferm ed ad interior, tal com o si se tra ta ra de
en tab la r un co m b ate p o r la in m o rtalid ad y p o r la unión
con la divinidad, de las q[ue nos vem os im pedidos p o r
n u e stra unión con el cuerpo, y ello, adem ás, au n q u e tu ­
viéram os necesid ad de o fre c e r re sisten c ia en m edio de
sufrim ien to s? S in d u d a no so p o rtam o s seg u ir las leyes 4
del cuerpo, que son violentas y se oponen a las leyes
del in telecto y a las vías de salvación. Mas pu esto que
ah o ra ni siq u iera filosofam os so b re la to leran cia de los
dolores, sino sobre el rechazo de placeres innecesarios,
¿qué d efensa les q u ed a a los que q u ieren ju stific a r des­
vergonzadam ente su desenfreno?
Si es p reciso h a b la r con franqueza, sin o m itir nada, 37
no es posible co n seg u ir el fin m ás que clavándose, si
así se pued e h a b la r ” , con la divinidad y desclavándo­
se del cu erp o y de los deleites que éste crea en el alm a,
p o rque la salvación nos viene p o r las o b ra s no p o r la
sim ple au d ició n de las p alab ras. Y a nin g u n a divinidad 2
de las parciales, c u a n to m enos a la que lo su p erv isa to­
do y, sim plem ente, está por encim a de la n atu ra leza in-978

97 A base de c atap la sm as de h a rin a de m ostaza, sin duda. El tra ­


tam iento recibe tam bién el nom bre de «sinapismo», d e sinapi «mostaza.»
98 Cf. I 38, 3, donde ya se señaló e sta im agen del clavo. En cu an ­
to a la expresión re stric tiv a , «si así se puede h ablar», les ha hecho
p e n sa r a B ouffartigue-Patillon (en su c ita d a edición, pág. 41) que pue­
de deberse a dos razones: a que la idea del estar clavado tiene unas
resonancias c ris tia n a s de las que es c onsciente P orfirio y, p o r ello,
tra ta de excusarse: y, p o r o tro lado, a que se tr a ta de u n a form a esoté­
rica que n u e stro a u to r reh ú sa revelar. .
84 SOBRE LA ABSTINENCIA

co rp ó rea, es posible co n cillársela con c u a lq u ie r tipo de


régim en alim en ticio y en ab so lu to com iendo carne, sino
so m etiéndose a toda clase de p u rificaciones, ta n to del
alm a com o del cuerpo; entonces a d u ra s penas puede
uno ser digno de su percepción, siem pre que se esté bien
dotad o p o r la n atu ra leza y se lleve u n a vida san ta y
3 p u ra. P or ello, en cu a n to que el p ad re de todos es m uy
sencillo, m uy p u ro y to talm e n te au tárq u ico , pu esto que
se e n c u e n tra situ ad o lejos de la ap a rien cia m aterial, en
ju s ta co rresp o n d en c ia conviene que quien se le acerque
esté lim pio en todos sus aspectos y se en c u en tre p u rifi­
cado, em pezando p o r su cu erp o y term in an d o p o r su
in te rio r asig n an d o a ca d a u n a de sus p a rte s o, en gene­
ral, a todos sus a trib u to s la pu rificació n ritu a l que na-
4 tu ralm en te les co rresp o n d a. P ero q uizá ninguno p u ed a
re p lic ar a e sta s consideraciones y, sin em bargo, se p re ­
g u nte con p erp le jid a d cóm o consideram os la ab stin en ­
cia en tre los p ro cedim ientos em pleados p a ra la o b ten ­
ción de u n estad o de pureza, siendo así que, no o b sta n ­
te, degollam os ovejas y bueyes en sacrificios ritu ales y
co n sid eram o s p u ro este acto ritu a l y g ra to a los dioses.
P o r lo cu al, p a ra re b a tir estos argum entos, que necesi­
ta n de u n larg o planteam iento, hay que tr a ta r el tem a
de los sacrificio s em pezando p o r o tro p u n to de p artid a .
LIBRO II

E stando ocupado en investigaciones sobre la sencillez i


y la p u reza llegué, C astricio, a un estu d io sobre los sa­
crificios, difícil de en fo car y falto, al m ism o tiem po, de
u na larga explicación, si es que q u iero p re se n ta r un an á­
lisis crítico que sea veraz y re su lte a la vez g ra to a los
dioses. P or ello aplazo el tem a h a sta h ac er de él una
reflexión p a rtic u la r, y ah o ra expondré m i opinión p e r­
sonal y cuanto sea posible m anifestar ', enm endando mi
om isión a n te rio r en la cu estió n ex p u esta desde sus o rí­
genes.
E n p rim e r lugar, niego que el hecho de m a ta r a los 2
anim ales lleve ap arejado, forzosam ente, la necesidad de
com érselos 12, ni que el que concede lo uno (me refiero
a su sacrificio) establece tam bién, rigurosam ente, su con­
sum o. P orque, p o r ejem plo, las leyes p erm itiero n defen­
d ernos c o n tra los enem igos que nos atacab an , p ero no
se ha acep tad o tam b ién el com érnoslos com o hecho con­
g ru e n te con la condición hum ana. E n segundo lugar, si 2
conviene, p o r algunos m otivos, conocidos o desconoci­
dos p a ra los h om bres, sac rificar algún se r vivo a los

1 Es im posible b u sc a rle un trasfo n d o a e sta expresión de «cuan­


to sea posible m anifestar». Es im pensable la adscrip ció n de Porfirio
a una secta pitágorica, en el siglo III, que le o bligara a m an te n er un
secreto de iniciado.
2 Cf. el libro IV 14, donde dice «no es lo m ism o com er que m a­
t a r , p u esto que m atam os a m uchos de ellos sin com ernos a ninguno».
86 SOBRE LA ABSTINENCIA

dém ones, a los dioses o a c iertas potencias, no se debe,


forzosam ente, por ello com er a los animales. Porque puede
ad m itirse q ue se vea un hom bre, en un sacrificio ritu al,
en a c titu d de re c ib ir tam b ién unos anim ales, que, ni si­
quiera los habituados a com er carne, aceptarían probarlos.
3 Y, p o r su p u esto , en el hecho de d a r m u erte a los an im a­
les se o b serv a el m ism o co n trasen tid o , porque, si hay
que m a ta r a algunos, rio hay que m atarlo s todos, com o
tam poco, si se m ata a los seres irracio n ales 3, hay que
m a ta r tam b ién a los hom bres.
3 La a b stin en c ia de los seres anim ados, com o en el li­
b ro p rim ero dije, no e stá recom endada sin m ás a todo
el m undo, sino a los filósofos 456y, e n tre éstos, especial­
m ente a los que cifra ro n su felicidad en la divinidad
2 y en su im itació n P orque tam poco en la vida del es­
tad o fijaro n los legisladores los m ism os m odos de com ­
p o rtam ien to p a ra los ciudadanos corrientes que p a ra los
sacerd o tes, sin o que hay lugares en los que, haciéndose­
les concesiones a las gentes del pueblo en m ateria de
alim en tació n y el re sto de su form a de vivir, p ro h ib ie­
ro n a los sac erd o tes p ra c tic a r estos m ism os h áb ito s de
co m p o rtam ien to , bajo la pena de m u erte o graves san ­
ciones *.
4 Si no se confunden estos tem as, y, p o r el co n trario ,
se d istin g u en del m odo que conviene, la m ayoría de las

3 Parece u n contrasen tid o , p o r p a rte de P orfirio, c alificar de irra ­


cionales a los an im ales, cuando, en III 1, 4, a firm a que toda alm a, do­
tad a de se n sib ilid a d y m em oria, está tam bién d o ta d a de razón. P a ra
W. Pótscher, Teophrastos' *Peri Eusebeías», Leyden, 1964, pág. 68, cuando
P orfirio em p le a el térm in o «irracional» no lo hace p o r boca pro p ia,
sino p o r h a b e rlo tom ado de T eofrasto.
4 E ste c a rá c te r re stric tiv o de la a b stin en cia ya lo hem os visto en
I 27, 1.
5 La imitación, la unión, la apropiación con la divinidad, son fi­
nes a los que debe a s p ira r el filósofo, según P orfirio (I 54, 6; II 34,
3; III 27, 1, etc.).
6 Cf. IV 5, y P ausanias, VIII 13,1.
LIBRO II 87

objeciones que se p lan tean re su lta n vanas. P orque, en


su m ayor p arte , o bien m an ifiestan que es p reciso d a r­
les m u erte p o r el daño que cau san y ad m iten que hay
que com érselos, com o consecuencia, o bien, puesto que en
los sacrificio s se acep tan los an im ales, se concluye que
tam bién los h o m b res se los deben com er. Y, p o r o tra 2
p arte , si hay que elim in a r a algunos p o r su condición
salvaje, piensan que la consecuencia lógica es que hay que
d ar m u erte, igualm ente, a los anim ales dóciles. Y si al- 3
gunos d eben co m er carne, com o les o cu rre a los atletas,
a los soldados y a los tra b a ja d o re s m anuales, se estim a
que tam b ién deben com erla los filósofos; y si se les p e r­
m ite a algunos de estos, debe p e rm itírse le tam b ién a
todos. T odas estas conclusiones son p o b res y no tienen
en tid ad alg u n a p a ra que p lan tee n la n ecesid ad de una
tesis. Y que to d as ellas son de m ala calidad, es cosa 4
evidente, si se p a rte del hecho de que co rresp o n d en a
p erso n as sin e sp íritu dialéctico. Yo, sin em bargo, ya he
co rreg id o alg u n as y pienso re fu ta r o tra s en el d e sa rro ­
llo de m i exposición; ah o ra ex am in aré con d etenim iento
el tem a de los sacrificios, exponiendo de donde provie­
ne su origen, cuáles y de qué tip o fu ero n los prim eros,
cóm o evolucionaron y en qué m om ento. Y, si el filósofo
puede llev ar a cabo todos los tipos de sacrificios, d e te r­
m in aré tam bién, a quiénes se ofrecen los sacrificios de
anim ales. R eferiré, en sum a, tam b ién los tem as colate­
rales, unos com o re su ltad o de m is p ro p ias investigacio­
nes y o tro s en base al tra ta m ie n to que le dieron los an ­
tiguos, ten ien d o com o objetivo la m oderación y la con­
g ru en cia con mi p u n to de vista, en la m edida de lo posi­
ble. Así e stán los hechos.
P arece ser incalculable el tiem po tra n sc u rrid o desde 5
que el pu eb lo m ás sabio de todos, com o dice Teo-
f r a s t o 7, y q ue h a b ita b a la m uy sa g ra d a tie rra fu n d ad a

7 E sta trad u cid o este pasaje en E usebio, Praeparatio Evangélica I.


88 SOBRE LA ABSTINENCIA

p o r el Nilo 89com enzó a o fre n d a r a los dioses celestia­


les, em pezando p o r H estia, las p rim icias, sin que se les
m ezclara m irra , lau rel e incienso con azafrán; m uchas
generaciones después fueron empleados estos ingredientes.
P o r su p a rte , el hom bre de aquellas épocas, e rra n te y
a la b ú sq u ed a de unos m edios de su b sisten cia, h a b ría
o fren d ad o a los dioses, en m edio de m últiples pena-
2 lidades, u n a s gotas de estas esencias *. Así, pues, en
un p rin cip io no se hacían sacrificios de tales productos,
sino de césped, tal com o si reco lecta ran con sus m anos
la flo r y n a ta de la fé rtil n aturaleza. P orque la tie rra
p rod u jo á rb o le s an tes que anim ales, y, m ucho an tes que
los árboles, u n a hierba que se renovaba anualm ente, cuyas
hojas, raíces y to da la vegetación que b ro ta b a de la n a ­
tu rale za c o rta b a n y quem aban, saludando con este sa­
crificio a los dioses celestes visibles e inm ortalizando
p o r m edio del fuego los honores que les dirigían 10I. Les
conservam os, pues, el fuego in m o rtal en n u estro s tem ­
plos ", p o r e s tim a r q u e es lo que m ás se les parece...
3 De la p a la b ra thymiásis, que designa la h u m are d a que
se fo rm a p o r la com b u stió n de los p ro d u c to s de la tie­
rra , dan el n o m b re a thymiatéria (altares con h u m are­
d as perfum adas), thyein (sacrificar) y thysíai (sacrificios).
Pensam os n o so tro s que estos térm in o s no se em plean
c o rrec ta m e n te, p o r e n te n d e r que designan un defecto
a posteriori, p o rq u e se llam a thysía (sacrificio) a lo que

I La an tig ü ed ad de los egipcios es m encionada a n terio rm en te por


A r istóteles , Política VII 10, 1329b30, y Meteorología I 14, 352b20, d o n ­
de a p arece tam b ién E gipto com o o b ra del Nilo.
9 El texto e s tá d e te rio ra d o en e ste final de p arág rafo . Hay d iv er­
sas c o n je tu ra s, p a ra c o rre g ir las deficiencias que p re sen ta n los códi­
ces. De acu e rd o con el contexto, parece m uy a c e rta d a la in te rp reta ció n
de dákry p o r «savia», «jugo» o «esencia».
10 C uadro d e u n a g ran ingenuidad, en el que unos hom bres, en
una n a tu ra le z a incipiente, ya ad o rab a n a sus dioses.
II Los fuegos in m o rtales m ás conocidos son los de Delfos y De
los. Cf. M. D elcourt, Pyrrhos et Pyrrha, París, 1965, págs. 105 y sigs
LIBRO II 89

tiene la a p a rien cia de un cu lto m erced a los anim a­


les l2. Y ta n to les p re o cu p ab a a los antiguos no infrin- 4
gir la co stu m b re, que lanzaron im precaciones c o n tra los
que fa lta b an a la n o rm a an tig u a y c o n tra los que in tro ­
ducían u n a nueva; de ahí que desig n aro n con el térm in o
arómata («m aldiciones» o «im precaciones», p ro p iam en ­
te) 1314lo que ah o ra se entiende p o r «arom as». Se puede 5
a p re c ia r la an tig ü ed a d de los m encionados sahum erios,
si se re p a ra en el hecho de que, aú n hoy día, se ofren­
dan trozos re co rtad o s de m ad eras olorosas. P or ello, 6
desp u és de la h ie rb a del p rincipio, cu an d o la tie rra co­
m enzó a p ro d u c ir árboles y, en p rim e r lugar, com ieron
los ho m b res los fru to s de la encina, quem aron, p a ra sus
sacrificios á los dioses, u n a p eq u e ñ a ca n tid a d de su ali­
m ento a ca u sa de la escasez y u n a ca n tid a d m ay o r de
hojas. Con el tiem po el m odo de vida evolucionó hacia
un tip o de alim en tació n p ro p ia de gentes civilizadas y
hacia sacrificio s de fru to s de cultivo, lo que dio lugar
a que se dijera: « b asta de bellotas»
El p rim e r fru to de D em éter que apareció, después de 6
las legum bres, fue la cebada, cuyos granos u tilizó el gé­
nero h u m an o desde u n p rin cip io p a ra esp a rcirlo s sobre
los altares en los sacrificios IS. D espués, u n a vez que la 2
m olieron y se ad erezaro n el alim ento, g u a rd a ro n en se­
creto los in stru m e n to s de su trab ajo , que p ro p o rcio n a­
ban u n a ay u d a divina a sus existencias, y los tra ta b a n

12 Y que a n te s sólo fue la h u m are d a provocada p o r la com bus­


tión de p ro d u c to s vegetales. P ara el v o cab u lario ritu a l de los sa c rifi­
cios, c o n sú ltese J. C asabona, Recherches sur le vocabulaire des sacrifi-
ces en grec, P arts, 1966.
13 H a sido necesario po n er en tre p a rén tesis la significación de los
térm inos griegos, p a ra la c o rre c ta com p ren sió n del capítulo.
14 E xpresión proverb ial que vuelve a a p a re c e r en el libro IV, cap.
2. Cf. Zenobio, Cent. II 40.
15 P ero ya en H om ero los g ran o s de ceb ad a to sta d a se a rro ja n en
el a lta r sobre la cabeza de la víctim a d e stin a d a al sacrificio.
90 SOBRE LA ABSTINENCIA

com o si o b jeto s sagrados fu eran . Se consideró feliz esta


«vida en h arin a » 14*6 con relación a la eta p a a n te rio r y
de este alim en to tritu ra d o hicieron o fren d as a los dio­
ses en el fuego com o prim icias. Por ello, todavía hoy
día, p a ra la ejecución ritu a l de los sacrificios em plea­
m os o fren d as de este alim ento tritu ra d o com o co b e rtu ­
ra s de lo q u e se o fren d a en aquéllos, atestig u an d o con
esta práctica el increm ento de los productos que desde un
principio se ofrecían, pero sin v islu m b rar p o r qué razón
3 realizam os ca d a uno de estos ritos. A p a r tir de estos
hechos, a m edida que progresábam os, al darse con m ayor
ab u n d a n cia los fru to s y en p a rtic u la r los cereales, se
añ ad iero n ya com o p rim icias a los dioses en los sacrifi-
4 cios to rtas ritu ales 17*y todo lo dem ás. R ecolectaban los
h om b res de aq u e lla época m uchas flores y p re p ara b an
ab u n d a n te s m ezclas de todo aquello que tenía calidad
en la vida y d estac ab a p o r su arom a p a ra la sensibili­
d ad divina. Con lo uno com ponían coronas lo segun­
do, lo d estin ab a n al fuego com o ofrendas. Y al descu­
b r ir p ara su s necesidades los divinos líquidos del vino,

14 La ex p resió n bios aléleménos «vida que se su ste n ta de harina»


y, p o r extensión, «vida opulenta» a p arece en Ateneo , 692a. Cf. n u e stro
refrán: «donde hay harin a, no hay m ohína».
17 Sobre el ritu a l del culto en la G recia clásica, véase J. R odhardt,
Sotions fondamentales de la pensée religieuse et actes constitutifs du
cuite dans la Gréce classique, G inebra, 1958, págs. 219-222. En cuanto
a las « to rta s ritu ales» pélanoi (tam bién pélanoi), p arece ser en p rin ci­
pio una o fre n d a líquida, u n a libación (así, p. ej. E souilo, Ag. 96, y Per­
sas 819). No hay indicios de que se tra ta de una o fren d a sólida y con­
sistente. Los testim o n io s de Pausanias, VIII 2, 3, y del Léxico de Suda,
no o b sta n te , a b o n an la idea de que e sta s to rta s ritu a le s (pélanoi) eran
conocidas p o rq u e se las d enom ina pém mata (relacionados con el verbo
pésso «cocer») significando «pasteles». P o r o tra p a rte , el pélanos, com o
gran to rta de ceb a d a y trigo, e ra la colación que h ab itu alm en te se se r­
vía a los iniciad o s en los m isterio s de E leusis. V éase R. G ordon W as-
son, Albert H offmann y Carl A. P. R uck, El camino de Eleusis, México,
1980, pág. 88.
14 Cf. O vidio , Fastos I 345-346.
LIBRO II 91

de la m iel, e incluso del aceite, los o fren d aro n tam bién


a ios dioses com o sus au to res.
La procesión del Sol y de las H oras 19 que se celebra 7
ac tu a lm e n te en A tenas parece o frece r u n testim o n io de
estas p rá cticas. P o rque se lleva en la procesión b arro ,
hierba, g ram a so b re huesos de fru to s, ram os de olivo,
legum bres, b ellotas, m adroños, cebada, trigo, pan de hi­
go, to rta s de h a rin a de trigo y de cebada, p astel de­
recho 20 y u n a olla con p roductos.
M as los ho m b res, en la o fre n d a de las p rim icias en 2
los sacrificios, delinquieron con a n terio rid ad : se in tro ­
dujo u n a p rá c tic a trad icio n al de sacrificios tre m e b u n ­
dos, p rá ctica p len a de cru eld ad , h a sta el p u n to de que
las maldiciones que anteriorm ente se pronunciaron contra
n o so tro s p arecen h a b e r alcanzado ac tu a lm e n te su cum ­
plimiento, al degollar los hom bres las víctimas e im pregnar
de sangre los altares, desde el m om ento en que experi­
m en taro n las h am b res y las g u e rra s y se m an ch aro n de
sangre.
P o r lo dem ás, la divinidad, com o dice T eofrasto, irri- 3
tán d o se p o r cad a u n a de estas ac titu d es, parece h ab e r
aplicad o el castig o adecuado. E n tre los hom bres, unos
se han hecho ateos; de otros, h a b ría que decir en ju stic ia
que son u n o s p erv erso s m ás que u nos ad o rad o re s de
dioses m alvados, p o r el hecho de que ellos co n sid eran
que los dioses son m alignos p o r n atu ra le z a e in ferio res
a n o sotros. De este m odo, los unos p arecen h ab erse de­
sen ten d id o de los sacrificios, p o rq u e no asignan p rim i­
cia alg u n a de sus bienes a los dioses; los o tro s realizan
sacrificios indignos, al o fre n d a r víctim as ilegales.
19 En honor de Apolo y Ártemis. Parece que esta procesión co rre s­
ponde a los a cto s del segundo día de las fiestas Targelias. Cf. H. W.
P arre, Festivals of the Athenians, L ondres, 1977, págs. 146-149.
20 o rth o s tá te s . A parece tam bién en E urípides, H elen a 547, donde
H. G régoire, en n o ta a este térm in o (en su edición de e sta tragedia,
París, 1950), tra ta de ex p licar su etim ología, p a rtie n d o de sta is , s ta itó s ,
«harina».
92 SOBRE LA ABSTINENCIA

P or ello los to es 2I234, que h ab itaro n en los confines de


T racia y no o fren d aro n p rim icia alguna, ni realizaron
sacrificios, se vieron a rre b a ta d o s de e n tre los hom bres
de aquella época y, de repente, nadie pudo e n c o n tra r
sus gentes, ni su ciudad, ni los cim ientos de sus edi­
ficaciones.
Porque no querían su soberbia arrogante repri­
mir, y a los inmortales servir rehusaban, y tampo­
co ofrendar sacrificios en los sagrados altares de
los bienaventurados, cual la norma exige respecto
a los inmortales.

P o r ello,
el cronida Zeus, irritado, los sepultó, porque no tri­
butaron a los bienaventurados los honores debi­
dos 21,

ni les o fre n d a ro n las prim icias, com o e ra de ju sticia.


Los básaros 23 de antaño, no ya se esforzaban p o r p ra c ­
tic a r los sacrificios táu ric o s 2\ sino tam b ién en su fu ­
ro r o rg iástico p o r los sacrificios hum anos, llegaban a
com erse la c a rn e de sus víctim as, del m ism o m odo que
no so tro s hacem os ah o ra con los anim ales, porque, u n a
vez q ue o fren d am o s las prim icias, p re p ara m o s un b an ­
q u ete con el resto. Y a este respecto ¿quién no ha oído
d ec ir que se lanzaban fu rio sam en te u nos c o n tra otros,
dándose m o rdiscos, y se re p a rtía n realm en te los trozos
de carn e en sag ren tad a; y que no cesaron en estas prác-

21 Al p a re c e r este pueblo co rresp o n d e a los h a b ita n te s de la pe­


q u e ñ a ciu d ad d e A cratoos, en la pen ín su la del m onte Atos. Cf. T ucídi-
des , IV 109, y E strabón, VII, fr. 33.
22 H es Iodo, Trabajos 134-137 y 138-139, respectivam ente.
23 No se tiene o tra noticia de este pueblo, pro b ab lem en te tracio.
24 E sto es, de los tau ro s, h a b ita n te s de la T áurica, que tenían fa ­
m a de c e le b ra r sacrificios hum anos.
LIBRO II 93

ticas h a s ta que ex term in a ro n a la g eneración descen­


diente de aquellos p rim ero s h om bres que se dedicaron
a este tipo de sacrificio e n tre ellos?
Es p o sterio r, pues, y m uy re cien te a la vez el sacrifi- 9
ció q ue se realiza con anim ales ls, p ero no goza de un
motivo afortunado, com o o cu rre con las ofrendas de p ro ­
ductos agrícolas, sino que incide en él u n a c irc u n sta n ­
cia de h am b re o de cu alq u ier o tra desgracia. P or ejem ­
plo, las ca u sas de sacrificios p a rtic u la re s en A tenas tie­
nen su origen en la ignorancia, la cólera o el tem or.
En efecto, el sacrificio de ce rd o s lo a trib u ía n al e rro r 2
in v o lu n tario de Clím ene “ , que alcanzó sin intención al
anim al, p ero le cau só la m u erte. P o r ello se cu e n ta que
su m arido, p o r un escrú p u lo de conciencia, p o rq u e en­
tendía que su esposa había com etido u n delito, se dirigió
a Pito, p a ra c o n su lta r el o rá cu lo del dios. El dios dio
su ap ro b ació n a lo que h abía sucedido y en lo sucesivo
co n sid eraro n este hecho indiferente. Y a E píscopo, que 3
e ra d escen d ien te de los co n su lto res del o rá c u lo " , y
q u ería o fren d ar unos corderos com o prim icias, dicen que
el o rácu lo se lo con sintió con u n a gran reserva. He aquí
el texto:
No es lícito que des muerte a la sólida raza ovina,
tú, un descendiente de los consultores. Mas, si de
buen grado su cabeza hacia el agua lustral inclina,
entonces Epíscopo, con justicia, afirmo, sacrifícala.

En Icario, del Ática, fue donde p o r p rim e ra vez se 10


sacrificó una cab ra, porque h ab ía co rta d o los b ro tes
de u n a viña. Díomo, sacerd o te de Zeus Polieo, fue el 2
p rim ero que dio m u erte a u n buey, porque, cu an d o se2567

25 E sta con sid eració n a p arece ya en P latón , Leyes VI 782c.


26 N om bre desconocido.
27 iheoprópoi: los delegados oficiales de las ciudades p a ra consultar
el oráculo.
94 SOBRE LA ABSTINENCIA

ce leb rab an las D iipolias y todos los fru to s se en c o n tra ­


b an p re p ara d o s, según la an tig u a co stu m b re, se p re sen ­
tó el buey y se com ió la to rta votiva. Cogió, pues, al
anim al con la ayuda de o tro s asisten tes y le dio m uerte.
3 É stas son las cau sas p a rtic u la re s que se aducen en Ate­
nas; o tra s ca u sa s d istin ta s se refieren, según los dife­
ren tes pueblos. P ero todas están llenas de definiciones
poco p iad o sas. La m ayoría da com o ca u sas el h am b re
y la in ju sticia que de ello se desprende. P orque, des­
pués de h ab erse com ido los seres anim ados, se hacía u n a
o fren d a de ellos a m odo de prim icia, ya que tenían p o r
co stu m b re o fren d ar las prim icias de su alim entación “ .
4 P or consiguiente, si la existencia de estos sacrificios es
m ás an tig u a q ue la necesidad de alim en tarse, no se p u e­
de p re c isa r p o r ello lo que los h om bres deben com er.
Pero, al s e r p o ste rio r a la consum ición y o frendas de
p rim icias, no se p o d ría so sten er com o u n hecho piadoso
el com er u n alim ento, cuya o fren d a a los dioses es u n a
im piedad.
ii No m enos d em u e stra que toda p rá c tic a de este tipo
tien e su o rig en en la in ju sticia el hecho de que en todo
pueblo no sa c rifican ni com en los m ism os anim ales, si­
no según el in te ré s p a rtic u la r de acom odarse a su con-
2 veniencia. E n efecto, e n tre los egipcios y los fenicios
se p re fe riría co m er c a rn e hu m an a a com er carn e de
vaca ” , Y el m otivo de ello es que este anim al tan útil
escaseaba entre ellos. Por consiguiente, consum ían y ofren­
d ab an toros, y, re sp etan d o las h em b ra s p a ra p ro c rea r,
san cio n aro n p o r d ecreto com o un crim en el tocarlas.
P or su p u esto fue p o r necesidad por lo que delim itaro n
la piedad y la im piedad, a p ropósito de u n a sola y
3 m ism a esp ecie bovina. S iendo esto así, con toda razón *29

21 Los códices ofrecen aquí apékhesthai « abstenerse». Es m ás ló­


gica y co n g ru en te con el con tex to la su stitu ció n de B ernays, apárkhest-
hai « o fren d a r com o prim icias.»
29 Cf. H eródoto, IV 186.
LIBRO II 95

T eofrasto prohíbe que los que quieren ser realm ente pia­
dosos sacrifiquen seres animados, utilizando tam bién otros
m otivos p o r el estilo.
En p rim e r lugar, porque se realizaron los sacrificios, 12
cuando nos sobrevino, com o decim os “ , u n a necesidad
m ayor; las h am b res y las g u erras fu ero n las ca u sas que
nos im p u siero n la necesidad de co m er carne. M ás, exis­
tiendo fru to s, ¿qué necesidad h ab ía de re c u rrir, forzo­
sam ente, a los sacrificios? A dem ás, hay que satisfac er 2
las com pensaciones p o r los beneficios recibidos y los
ag rad ecim ien to s obligados a quienes co rresp o n d an , se­
gún los casos, de acu erd o con la valía de la b u en a ac­
ción realizada; y a los que h an tenido con nosotros las
m áxim as atenciones, hay que d e m o stra rle s n u e stro m á­
ximo ag rad ecim ien to con n u e stro s m ás preciad o s bie­
nes, esp ecialm en te si ellos m ism os nos los p ro p o rcio n a­
ron. Y lo m ás herm oso y ap reciad o de los bienes que
nos oto rg an los dioses son los fru to s de la tie rra , p o r­
que, gracias a ellos, nos dan la vida y nos p ro p o rcio n an
una ex isten cia d e n tro de las norm as; de m odo que con
ellos debem os honrarlos. Se debe, adem ás, ofrendar aque- 3
lio cuyo sacrificio a nadie p erju d ic a, pues ninguna cosa
debe se r n ec esaria m e n te inofensiva p a ra c u a lq u ie ra co­
m o un sacrificio. M as si se a rg u y e ra que, en las m ism as
condiciones que los fru to s, la divinidad nos h a concedi­
do los an im ales p a ra n u e stro uso, yo re p lic a ría que con
su sacrificio les causam os u n dañ o a los seres an im a­
dos, p u esto que les privam os de su alm a. No se les debe
sacrificar, p o r tan to. P orque el sacrificio, en c u a n to al 4
nom bre, es ya un acto sagrado. Y no es san ta la perso n a
que satisface un ag rad ecim ien to con bienes ajenos, sin
permiso, aunque coja frutos o plantas. ¿Cómo, pues, puede
se r sag rad o un acto, cuando se com ete u n a in ju sticia
c o n tra u n as p erso n as a las que se les h a despojado de *

30 Supra, 9, 1.
96 SOBRE LA ABSTINENCIA

u n as p erte n en cia s? Y ni siq u iera realiza un sacrificio


d en tro de la n o rm a sag rad a la perso n a que a rre b a ta los
fru to s de o tro s; es to talm e n te im pío el o fre n d a r unos
bienes m ás valiosos que los an terio res, q u itán d o selo s a
o tro s, po rq u e, de este m odo, el d elito es todavía m ayor.
Y es m ucho m ás valiosa que los seres nacidos de la tie ­
r r a el alm a, a la que no es conveniente q u itá rse la a los
anim ales sacrificándolos.
13 P ero q u izá se pu ed a d ec ir que tam bién q u itam os al­
go de las p la n ta s ¿o no? E sta apropiación, em pero, no es
la m ism a, p o rq u e no se realiza en c o n tra de su voluntad.
Ya que, in clu so si n o so tro s nos desentendem os de las
p lan tas, ellas m ism as dejan c a e r sus fru to s, y la recogi­
d a de ésto s no e n tra ñ a perju icio p a ra ellas, com o ocu-
2 rre cu an d o los seres vivos pierd en su alm a. Incluso es
conveniente que la recogida del p ro d u c to de las abejas,
que se o rig in a m erced a n u estro esfuerzo, tenga ta m ­
bién u na u tilid a d com ún. Porque las ab ejas logran la
m iel de las p la n ta s y no so tro s dedicam os n u e stro c u id a­
do a aq u éllas. P o r consiguiente, tam b ién es preciso que
la re p a rta m o s sin que ningún daño les acontezca; lo que
es in ú til p a r a ellas, y en cam bio útil p a ra nosotros, p u e­
den c o n s titu ir u n a especie de salario q u e recibim os de
3 su p a r t e 31. H ay que ab sten e rse, pues, de los anim ales
en los sacrificio s. P orque, sencillam ente, todo es de los
dioses y los fru to s del cam po parecen se r n u estro s, ya
que los sem bram os, plantam os y los hacem os crecer con
n u estro s cu id ad o s. D ebem os, p o r tanto, h ac er sacrifi­
cios con lo que es n u estro , no con lo que es de otros.
4 P o r lo dem ás, lo que se consigue con poco gasto y sin
d ificu ltad es m u cho m ás piadoso y g ra to a los dioses
que lo q ue es difícil de conseguir, y lo que re su lta m uy
fácil p a ra los que ofren d an sacrificios p ro p o rcio n a ma-

31 La id ea de la so lid arid a d e n tre los hom bres y anim ales a p a re ­


c e tam bién en F ilón, De animalibus o Alexandros JO (]. B. Aucher, Ve-
necia, 1822 y 1826).
LIBRO II 97

te ria p a ra u n a p ied ad continua. Así, pues, en m odo al­


guno se deben o fre n d a r sacrificios con algo que no sea
piadoso ni b arato , au n q u e se d isponga de ello.
Que los an im ales no son seres, cu y a adquisición sea u
cóm oda y poco costosa, puede c o n sid e ra rse si se dirige
la vista a la m ayor p arte del género hum ano. No se puede
ex am in ar de m om ento e sta cuestión, p o rq u e existan al­
gunos hom bres «ricos en ovejas» y «ricos en bueyes» 323.
En prim er lugar, porque m uchos pueblos no poseen ningún
anim al ap ro p ia d o p a ra los sacrificios, a no se r q u e se
re fiera uno a los anim ales indignos; en segundo lugar,
p o rq u e la m ay o ría de los; que viven en las p ro p ias ciu­
dades escasam en te disponen de ellos. Se p o d rá d ec ir 2
tam b ién que escasean los fru to s de los cultivos, pero
no así, en cam bio, los dem ás q u e nacen de la tierra ,
y desde luego no es tan difícil p ro c u ra rse los fru to s cul­
tivados com o los anim ales. [Por su p u esto , m ás fácil es
la provisión de fru to s de cultivo y de los que nacen de
la tierra, que la de anim ales] ” . Lo que cuesta poco y es 3
fácil de co n seg u ir co n trib u y e a la p rá c tic a in in te rru m ­
p id a de la piedad, y la pone al alcan ce de todos.
Y la ex p erien cia d em u estra que los dioses se aleg ran is
m ás con esta p arq u ed ad que con el gasto suntuoso. Pues
jam ás h u b iera dicho la Pitia, que m ás h ab ía ag rad ad o al
dios aquel ciu d ad ano de H erm ione 34 que ofrendó com o
sacrificio tre s dedos de la to rta que llevaba en su alfo r­
ja, que aq u el tesalio que o freció a Apolo P itio bueyes
de cu ern o s d o rad o s y u n as hecato m b res. Y cuando, a 2
co n secu en cia de la resp u esta, añ ad ió el re sto so b re el
fuego del a lta r le dijo de nuevo la P itia 35 que, al h acer

32 ¡liada IX 154.
33 P or se r u n a idea iterativa, su p rim ió este pasaje el filólogo
N auck.
34 C iudad de la Argólida.
33 Las dos re sp u e sta s de la P itia las recoge H. W. P arke y D. E.
W. W ormell, The Delphic Oracle, vol. II, O xford, 1956, pág. 98.
69-7
98 SOBRE LA ABSTINENCIA

esto, se g ra n je ab a la en em istad del dios dos veces m ás


3 de lo que a n te s se h ab ía ganado su afecto. De este m odo
la p arq u e d a d en el gasto es g ra ta a los dioses, y m ás
atien d e la d iv in idad a la a c titu d de los que trib u ta n sa­
crificios q u e a la ca n tid a d de las ofrendas.
16 Un re la to p arecid o nos ha n a rra d o T eopom po “ ,
cu an d o re fie re q ue un ciu d ad a n o de M agnesia vino des­
de Asia a D elfos, hom bre m uy rico, p ro p ie ta rio de m u ­
chos reb años. A co stum braba a o fre n d a r cad a año m u­
chos y esp lén d id o s sacrificios, bien p o r la ab u n d an cia
de su s re cu rso s, bien p o r su piedad y deseo de a g ra d a r
2 a los dioses. Con e sta disposición p a ra con la divinidad,
se p re sen tó en Delfos, celeb ró u n a solem ne hecatom be
en h onor d el dios y, u n a vez que honró esp lén d id am en te
a Apolo, se ac erc ó a c o n su lta r el oráculo. Y, creyendo
q ue él h o n ra b a a los dioses m ejor que todo el m undo,
p reg u n tó a la P itia que le señalara, m ed ian te su vatici­
nio, a la p e rso n a que m ejor y m ás activam ente h o n ra b a
a la d iv in id ad y a la que realizab a los sacrificios m ás
ag rad ab les, su p o n ien d o que se le co n ced ería la palm a.
P ero la sa c e rd o tisa le respondió 367 que quien h o n ra b a
m ejo r a los d ioses de to d as las gentes e ra C learco, que
3 resid ía en M etid rio de A rcadia. F u ertem e n te im presio­
n ad o deseó v er a este ho m b re y conocer p erso n alm en te
de qué m a n e ra cu m p lim e n tab a sus sacrificios. P or con­
siguiente, se p re sen tó ráp id a m en te en M etid rio y, en un
p rincipio, d esp reció el lu g ar p o r la pequeñez e insignifi­
ca n cia de su tam año, p ensando que, no ya u n ciu dadano
p a rtic u la r, sino la p ro p ia ciu d ad no p o d ría h o n ra r a los

36 H isto riad o r del siglo IV a.C.; consiste este relato, según J. B er -


nays, Tehophrastos' Schrifí über Frommigkeit, B erlín, 1866, págs. 69-70,
en un e x tra c to que recoge P orfirio de este a u to r y que co rresp o n d e
al frag m en to que incluye F. J acoby, Die Fragmente der griech. Histori-
ker, B erlín. 1923 y sigs. II. IB, pág. 607, con el núm . 344.
37 E sta re sp u e sta la re g istra n P arke y W orwell, The Delphic Ora­
cle, vol. II, pág. 97 con el núm . 238.
LIBRO II 99

dioses con m ayor m agnificencia y calid ad que él. Sin


em bargo, cu an d o se en co n tró con el hom bre, le pi­
dió que le ex p licara su m odo de h o n ra r a los dioses.
C learco le indicó que cu m p lim en tab a sus sacrificios y 4
los ejec u tab a con esc ru p u lo sid a d en sus m om entos ad e­
cuados, coronando y lustrando, cada m es en la luna nueva,
a H erm es, H écate y las e sta tu a s de los dem ás seres sa­
grados que le h ab ían legado sus an tep asad o s, y que las
h o n rab a con incienso, to rta s y galletas. P or o tra p arte, s
cada año p artic ip a b a en los sacrificios públicos y no fal­
tab a a fiesta alguna. En estas solem nidades h o n ra b a a
los dioses sin sac rificar bueyes ni d egollar o tra s vícti­
m as, sino haciendo sus of rendas, según sus d isponibili­
dades. Sin em bargo, se p re o cu p ab a escru p u lo sam en te
de h ac er u n a re serv a de to d as las cosechas y, de los
fru to s m ad u ro s q ue se recogen de la tie rra , d estin ab a
u n a p a rte a los dioses com o prim icias; aquélla la expo­
n ía com o o fren d a y éstos los d estin ab a al fuego del al­
ta r en su honor. Se a ten ía a su s posibilidades y re n u n ­
ciab a a sa c rific a r bueyes.
E n algunos h isto riad o re s se c u e n ta que, d espués de 17
la v icto ria sobre los cartagineses, los tiran o s ” p re sen ­
ta ro n a Apolo, en m edio de u n a g ra n pugna e n tre ellos,
u n as espléndidas hecatom bes. D espués p re g u n ta ro n con
cuáles se h ab ía com placido m ás y, en c o n tra de lo que
todos esp erab an , respondió el dios que con el p astel ”
de Dócimo. E ra éste un delfio que cu ltiv ab a u n ásp ero 2
p ed reg al y que, en aquel día, bajó de su te rru ñ o y, de
la alfo rja que llevaba colgada, o fren d ó unos puñados de
h arin a , con lo que ag rad ó m ás al dios que los que le
h abían trib u ta d o grandiosos sacrificios. De ello tam bién 3*39

31 Puede tra ta rs e de los tira n o s de Sicilia, Gelón, sus herm anos


y T erón. Y la v ictoria, probablem ente, es la de H im era, tr a s la que
Gelón envió u n a o fren d a a Delfos, cf. H eródoto , VII 165-166.
39 En realid ad , p a sta o m asa que se hizo con los p u ñ a d o s de ha­
rin a (cf. infra) que ofrendó.
100 SOBRE LA ABSTINENCIA

en algunos p o etas, p o r la n o to ried ad del hecho, parecen


h ab erse m an ifestad o opiniones sem ejantes, com o se ex­
p re sa en A ntífanes, en La iniciada
... porque los dioses se alegran con los exvotos po­
co costosos. Y ésta es la prueba: cuando se les ofren­
dan hecatombes, encima de todas ellas, como lo
últim o de todo, se les añade también incienso, en
la idea de que lo m ucho que en general se ha des­
pilfarrado es un gasto vano por su causa satisfe­
cho, y este pequeño aditam ento es una cosa grata
a los dioses.

4 Y M enandro en E l díscolo 41 afirm a:


Es el incienso piadoso y la galleta. E l dios reci­
be esta ofrenda puesta toda ella sobre el fuego.

18 Por esta razón tam bién empleaban recipientes de barro,


de m ad era y de m im bre, sobre todo p a ra los sacrificios
p ú b lic o s 40142, convencidos de que la divinidad se com pla­
ce con tales objetos. Por ello, igualm ente, las estatu as 434
m uy an tig u as, de b a rro cocido y de m adera, se conside­
ra que son m ás divinas p o r la m ateria de que están he-
2 chas y p o r la sim plicidad de su técnica. Dicen tam b ién
q u e E squilo, cu an d o los delfios le pid iero n que com pu­
siera un p eán p a ra invocar al dios, respondió que ya
lo h ab ía h ech o m uy bien Tínico M, y que si se com pa­
ra b a el suyo con el de aquél le p asa ría lo m ism o que
les p asa a las e sta tu a s nuevas cuando se las co m p ara

40 Fr. 164 de K ock (= T h . K ock, Comicorum atticorum fragmen­


ta, 1880-1888, vol. II, pág. 78).
41 V ersos 449-451.
42 Cf. Ateneo , XI 483c.
42 P arece a c e rta d a la corrección de B ernays, h é d e «estatua», al
adv. ide «ya», de los códices.
44 Según P latón, Ion 534d, no com puso m as que este peán, pero
e ra de bellísim a fa c tu ra y m uy elogiado por todos.
LIBRO II 101

con las antig u as, p o rq u e éstas, au n q u e se hayan ejecu­


tad o con sencillez, se co n sid eran divinas; en cam bio, las
nuevas se a d m ira n p o r su ta lla m uy elaborada, p ero la
estim ación de divinidad es ínfim a. Y, con razón, Hesíodo 3
m anifestó, al elo g iar la ley de los antiguos sacrificios:
Para hacer la ciudad el sacrificio, la ley antigua
es la mejor*'.
Los que han e sc rito sobre los ritu ales religiosos y 19
los sacrificios p ro p u g n an c o n se rv ar el rig o r en lo que
re sp e c ta a las to rtas, p o r e stim a r que a los dioses les
es m ás ag rad ab le esta ofren d a que la que se realiza con
sacrificios de anim ales. Sófocles, cu an d o describe un sa- 2
crificio g ra to a la divinidad, m an ifiesta en Poliido:
Había un vellón de oveja, una libación del fruto
de la viña y un racimo puesto a buen recaudo. Tam­
bién frutos de toda clase mezclados con granos de
cebada, aceite de oliva y la afiligranada obra de
la dorada abeja modelada con cera **.
Y h ab ía v en erables testim onios en Délos, de épocas 3
p asad as, de los h ip erb ó reo s 45*47, p o rta d o re s de gavillas.
Hay que ir a s a c rific a r con u n a co n d u c ta lim pia, ofre- 4
ciendo a los dioses los sacrificios que les son gratos,
p ero no m uy costosos. A ctualm ente piensan que no b a s­
ta con p o n erse un vestido espléndido en u n c u e rp o im­
puro, p a ra lo g ra r la pureza que exigen los sacrificios.
M ás cu an d o algunos, ra d ia n tes de cu erp o ju n ta m e n te
con su vestido, van a los sacrificio s sin te n e r el alm a
lim pia de m aldades, co n sid eran que no tiene m ayor im ­
p o rtan cia, com o si la divinidad no se a le g ra ra especial-

45 Fr. 322 M erk -W est (= R. M erkelbach-M. L. W est , Fragmenta


Hesioden, O xford, 1967).
‘‘Fr. 366 N auck (=A. N auck, Tragicorum graecorum fragmenta, Leip­
zig, 18892; reim pr. H ildesheim , 1964).Cf. Sófocles, Fragmentos, M adrid,
B.C.G., 1983, págs. 202-4.
47 Pueblo m ítico al que se suele c o n sid e ra r vegetariano.
102 SOBRE LA ABSTINENCIA

m en te p o r el hecho de que el rasgo m ás divino que en


n o sotros hay se en cu en tre en estad o de pureza, p o r serle
5 c o n n a tu ra l a su p ro p ia índole. E n E p id au ro , p o r lo de­
m ás, se h a b ía g rab ad o lo siguiente:
Debe ser puro el que penetre en el perfum ado
templo; la pureza consiste en tener pensamientos
santos 4>.

20 Que la d iv in idad no se com place con los sacrificios


volum inosos, sino con el m ás sim ple, se evidencia p o r el
hecho de la co m ida d iaria, porque, c u a le sq u ie ra sea la
cantidad que se sirva, todos ap a rtan un poco de ella antes
de su d is fru te com o ofrenda; m ás que to d a o tra cosa,
2 esta peq u eñ a p a rte re p resen ta un gran honor. T eofrasto,
básandose en testim onios tradicionales existentes en varios
pueblos, d e m u e stra que lo o rig in ario de los sacrificios
co n sistía en o fren d as de fru to s, añ ad ien d o que en u n a
situ ació n m ás an tig u a se efectu ab an a base de ofren d as
3 de h ierb a q u e se recogían del suelo. El tem a de las liba­
ciones lo d e s a rro lla de la siguiente m an era: los a n ti­
guos ritu a le s sag rados en m uchos pueblos eran sobrios;
la so b ried ad de las libaciones consiste en agua y, po ste­
rio rm en te, en m iel (porque éste es el p rim e r fru to líqui­
do, a n u e s tro alcance, que recibim os ofrecido p o r las
abejas). D espués, las libaciones co n sistiero n en aceite
de oliva. F in alm ente, sobre to d as ellas, se sucedieron
ú ltim am e n te las libaciones de vino.
21 E sto s hech o s se atestig u an no sólo p o r las P irám i­
des *4950de las leyes, que, en verdad, son u n a especie de
réplica de los rituales coribánticos de C reta ” , sino tam-

41 E sta in sc rip c ió n la recoge C lemente de Alejandría, Estrómata


V 1, 13, 3.
49 Las p irá m id e s de m ad era, p ied ra o bronce, donde se fijaron,
en Atenas, las leyes de Solón y las n o rm as del culto.
50 Sólo e ste testim onio de T eofrasto aduce que son u n a copia de
C reta.
LIBRO II 103

bién p o r E m pédocles, quien, al tr a ta r de los sacrificios


y de la teogonia, se p ro n u n c ia con estas p alab ras 51523:
Entre aquéllos ninguna divinidad había, ni Ares, 2
ni el Tumulto; ni Zeus era el Soberano, ni tampoco
Crono ni Posidón, sino Afrodita era la reina, que
es el amor
Se la hacen propicia con ofrendas piadosas, con 3
pinturas de animales, con perfum es de rebuscados
olores, con sacrificios de mirra pura y oloroso in­
cienso, vertiendo sobre el suelo las libaciones de
las doradas abejas.

Son rito s que, todavía hoy, perviven en algunos pueblos, 4


com o u n a especie de vestigios de la verdad
Y el altar no se humedeció con la sangre pura de
los toros.

P orque, p ienso yo, al e n se ñ o rea rse en todos los ám- 22


b ito s el afecto y u n a percepción 54 de p aren tesco , nin­
guno co m etía un crim en, ya que co n sid erab a que los

51 Fr. 128 Diels-K ranz ( = H. D iels-W. K ranz, Die Fragmente der


Vorsokratiker, B erlín, 1934-1954).
52 Introducción aclarato ria de T eofrasto (o del propio Porfirio), den­
tro del frag m en to de E m pédocles.
53 Vuelve P orfirio al tem a iniciado en 20, 2, sin h a b e r concluido
la cita del fragm ento.
54 La c rític a entien d e que nos en co n tram o s aquí con un a u té n ti­
co pasaje de T eofrasto. El térm in o aisthesis e n tra ñ a un v alor activo
de «percepción sensible», no de «sensación», com o o c u rre h a b itu a l­
m ente en P orfirio, lo que avala la a u to ría d e T eofrasto. — Se tra ta de
u n e x tra cto de su tra ta d o Sobre la piedad, de los varios que aparecen
de esta o b ra en el libro II, según dem ostró, en un principio, J. B ernays
en su estudio, ya citado, Theophrastos' Scrift über fróm m igkeit (Berlín,
1866). P osterio rm en te, W. Póstscher ha e stu d ia d o nuevam ente los ex­
tra c to s del tra ta d o Sobre la piedad de T eo fra sto en su o b ra, tam bién
citada, Theophrastos' <¡Peri Eusebeías¡> (Leyden, 1964).
104 SOBRE LA ABSTINENCIA

dem ás seres vivos eran su p ro p ia esencia 5556. P ero cu a n ­


do Ares, el T um ulto, y toda rivalidad y fu e n te de co n ­
flictos se a d u e ñ a ro n de la situación, entonces ya n in g u ­
no resp etó re alm en te a ser alguno de los que le eran
2 propios. H ay que co n sid e ra r todavía este hecho: au n q u e
tu v iéram o s u n vínculo de p aren tesco con la hum anidad,
co n sid eram o s que es necesario su p rim ir y ca stig a r a to ­
dos los m alvados y a los que se dejan llevar p o r u n a
especie de a rre b a to de su p ro p ia n atu ra le z a y m aldad
p a ra h acer el daño a todo el que en c u en tran P or la
m ism a razón, e n tre los seres irracionales, conviene igual­
m en te d e s tru ir a los que son injustos p o r n atu ra leza y
unos m alvados, que p o r im pulso n a tu ra l se lanzan a d a ­
ñ a r a todos los que se les acercan. P or el co n trario , es
in ju sto sin d u d a su p rim ir y d a r m u erte, del resto de
los an im ales, a los que no com eten in ju sticia ni se lan ­
zan a c a u sa r dañ o p o r n atu raleza, del m ism o m odo que
es tam b ién in ju sto h acerlo a los que sean así e n tre
3 los hom bres. E sto parece 57 significar que ningún víncu­
lo legal m an ten em o s con el re sto de los anim ales, p o r
el hecho de q u e unos son nocivos y m alvados p o r n a tu ­
raleza y o tro s no, tal com o o cu rre con los hom bres.

55 Hay que se ñ a la r tam bién o tro rasgo pro p io de T eo frasto (vid.


nota ant.) en el em pleo del térm in o oikeios, que designa u n a « a p ro p ia ­
ción» del ser m encionado, u n a «vinculación con la esencia» de ese ser.
E sta teo ría d e la oikeíósis (apropiación) no se debe a los estoicos, sino
a T eofrasto, com o fu n d a d am en te d e m o stró F. Dirlmeier en su a rtíc u lo
«Die oikeiósis-hehre T heophrasts», Philologus, S uppl. 30 (1937), H eft 1.
56 El m ism o concepto y expresión aparece en III 26, 2.
57 C onservam os el éoike de los códices, a c o sta del cual se han
in te n tad o c o rre c cio n es que a clare n la o b sc u rid ad que aparece al final
del capítulo, p o rq u e, después de p la n te a r la n e ce sa ria su p resió n de
unos anim ales y el resp eto de otro s, re su lta un c o n tra se n tid o se ñ a la r
que «ningún vínculo legal m antenem os con el resto de los anim ales».
E sta expresión, p o r lo dem ás, es un calco literal de la célebre fórm ula
de C risipo so b re los anim ales. Al ser p o ste rio r a T eofrasto, se tra ta
sin d u d a de u n a inten cio n ad a inserción de P orfirio en este ex tracto .
LIBRO II 105

¿H ay que o fren d ar, pues, a los dioses sacrificios de 23


víctim as q ue d eban m o rir? ¿Y cóm o se rá ello posible,
si las víctim as son de m ala calid ad ? P orque a d m itir es­
to sería a d m itir q ue se deben sa c rific a r an im ales lisia­
dos. De este m odo realizarem o s p rim icias de defectos, 2
no sacrificios p o r honor. P or consiguiente, si hay que
sac rificar an im ales a los dioses, hay que sa c rific a r a los
que ningún perjuicio causen. H em os quedado de acuerdo 3
en que no hay que e lim in a r a aquellos anim ales que nin­
gún dañ o nos cau san, de m an era q u e ni siq u iera a éstos
hay que sac rificarlo s a los dioses. P or tanto, si a estos
ú ltim o s no hay que sac rificarlo s ni a los m alvados, ¿có­
m o no re s u lta evidente con m ay o r razón que hay que
ab sten e rse de todo ello y no sa c rific a r a ninguno de los
an im ales? Sin em b argo conviene, p o r supuesto , su p ri­
m ir u n a de las dos categ o rías de anim ales.
P or o tra p arte , tam b ién se debe sa c rific a r a los dio- 24
ses p o r tre s m otivos: p o r honor, p o r agrad ecim ien to o
p o r necesid ad de bienes. P orque del m ism o m odo que
pensam os q u e se deben h a c e r u n as ofren d as a los hom ­
b res de bien, igu alm ente se deben h ac er a los dioses.
H o nram os a los dioses porque b u scam o s que se p ro d u z­
ca el alejam ien to de las d esg racias y la consecución de
unos bienes, así com o p o r h a b e r o b ten id o ya un benefi­
cio, o p o r la sim ple veneración de su p erfec ta condi­
ción. P o r tan to , si hay que o fre n d a r anim ales a los dio­
ses, hay q ue sacrificarlo s p o r alguno de estos m otivos,
p o rq u e n u estro s sacrificios los hacem os p o r alg u n a de
esas razones. P ues bien, ¿c o n sid e raría acaso, u n o de no- 2
so tro s o la divinidad, que recib ía u n honor, si la o fren ­
d a se pone de m an ifiesto al m om ento de d elin q u ir s‘?
¿N o se estim aría, m ás bien, u n a acción de este tipo co­
m o un d esh o n o r? E videntem ente, si su p rim im o s en un
sacrificio a los an im ales que nin g u n a in ju sticia come- 51

51 Cf. cap. 12, 4, del p resente libro.


106 SOBRE LA ABSTINENCIA

ten, no cabe d u d a de que la com eterem os nosotros. P or


ello, p o r h o n o r, no se debe sacrificar a ning ún anim al.
3 T am poco se d ebe h ac er com o co rresp o n d en cia a los fa­
vores recibidos. P orque el que co rresp o n d e con u n a ju s ­
ta co m pensación p o r u n beneficio y u n a b u en a acción
no debe o fre c e rla p erju d ican d o a otros, p o rq u e esa co­
rrespondencia m ás bien se parecerá a la acción de aquella
p erso n a que, h u rta n d o lo de otra, q u ie ra reco m p en sar
a alguien con ello com o satisfacción de u n a afecto y de
4 un honor. P ero igualm ente no hay que sa c rific a r an im a­
les p o r alg u n a necesidad de sus bondades. P orque el que
b u sca un b en eficio con u n a acción in ju sta es sospecho­
so de que no lo a g rad ec erá cuando lo h ay a obtenido.
De m odo q u e hay que sa c rific a r anim ales a los dioses
5 sin e sp e ra r beneficios. Desde luego tal vez que el que
tenga este m odo de a c tu a r p u ed a p asa r desap ercib id o
a algún se r h u m ano, pero, a la divinidad, es im posible.
P o r consiguiente, si hay que sac rificar p o r alguna de
estas razones, p ero p o r ninguna de ellas se deben llev ar
a cabo los sacrificios, es evidente que en ab so lu to hay
que sac rific a r anim ales a los dioses.
25 In te n ta n d o e n m a sc a ra r la v erd ad sobre estos hechos
con el d isfru te que obtenem os de los sacrificios, no lo ad-
2 vertim os nosotros mismos, pero si la divinidad. En efecto,
de los anim ales despreciables, que ninguna utilidad a p o r­
ta n a n u e s tra vida, y de los que ningún goce re p re se n ­
tan, de ésos n in guno sacrificam os a los dioses, p o rq u e
¿quién sacrificó ja m á s serp ien tes, escorpiones, m onos
3 o algún o tro an im al de este tipo? Pero no nos a b sten e­
m os de n in g u n o de los que nos ofrecen alguna u tilid ad
a n u e stra s vid as o de los que tienen en sí algo p a ra d is­
fru te , degollándolos y desollándolos en función del rito
4 divino. P o rq u e a los bueyes, ovejas y, ad em ás de estos,
a los ciervos, a los p ájaro s y a los que n ad a tienen que
ver con la p u lc ritu d , p ero nos p ro p o rcio n an un d isfru ­
te, los cerdos, los sacrificam os a los dioses. De ellos,
LIBRO II 107

los unos ayu d an a n u e stra s vidas co m p artien d o n u estro


trab ajo ; o tro s p re s ta n su colaboración en n u e stra ali­
m entación y en alg u n as o tra s necesidades. P ero los que 5
no cum plen n in g u n a de estas funciones perecen en los
sacrificios, a m anos de los h om bres, a ca u sa del d isfru ­
te que de ellos se o btiene del m ism o m odo que los que
son útiles. P ero no sacrificam os los asnos, los elefantes, 6
ni los o tro s que nos ayudan en las ta re a s y que no nos
ofrecen un d isfru te. Sin em bargo, y p o r d istin to s m oti- 7
vos, no nos ab sten em o s de sa c rific a r tales anim ales, in­
m olándolos p a ra n u e stro d isfru te y, de los que son ap ro ­
piados p a ra el sacrificio, no ofrendam os los que son agra­
dab les a los dioses, sino m ás bien los que lo son a los
a p e tito s hum anos. De este m odo testim oniam os c o n tra
n o so tro s m ism os que p ersistim o s en este tipo de sac rifi­
cios p o r n u e stro goce.
Sin em bargo, e n tre los sirios, los ju d ío s todavía hoy 26
día, aseg u ra T eofrasto, sacrifican anim ales con u n ritu al
orig in ario . Y si se nos p id iera que sacrificáram o s del
m ism o m odo, d esistiríam o s d e la em p resa. P orque, sin 2
co m erse su s víctim as, los quem an p o r e n te ro d u ra n te la
noche, las riegan con ab u ndante m iel y vino, y consum an
el sacrificio ráp id am en te, a fin de que el que todo lo ve
no sea e sp e c ta d o r de este hecho terrib le . Y esto lo reali- 3
zan ay u n an d o d u ra n te los d ías q u e m edian en estos ri­
tu ales, pero, d u ra n te todo e ste tiem po, p u esto q u e son
u n a raza de filósofos, hablan en tre sí sobre tem as divinos,
y d u ra n te la noche contem plan los astro s, observ án d o ­
los e invocando a Dios en su s plegarias. É stos fueron, 4
pues, los p rim ero s que o fren d aro n sacrificios de an im a­
les, y de ellos m ism os, haciéndolo p o r necesidad, no p o r
cap rich o . Se p o d rían sacar enseñanzas al respecto, si 5
con tem p lam o s a los egipcios, los m ás sab io s de todas
las gentes, que estab a n tain lejos de m a ta r algún anim al,
q ue co n sid erab an sus efigies im ágenes de los dioses ” .59
59 Cf. IV 9.
108 SOBRE LA ABSTINENCIA

De ese m odo p en sab an que estab a n vinculados y em pa­


re n ta d o s con los dioses y con los hom bres.
27 Desde un p rin cipio, pues, los sacrificios a los dioses
se hicieron con los fru to s de las cosechas. P ero con el
tiem po nos desen tendim os de la san tid ad y, porque tam ­
bién las co sechas re su lta ro n escasas, an te la fa lta de
un alim en to n o rm al, los hom bres se lanzaron a com erse
e n tre sí. E n to n ce s su p licaro n a la divinidad con ab u n ­
d an tes p leg arias y o fren d aro n , a los dioses, en p rim e r
lugar, sacrificios de ellos m ismos, consagrándoles no sólo
lo m ás h erm o so que h ab ía en ellos, sino tam b ién a ñ a ­
diéndoles en la o fren d a lo que, de su especie, d istab a
2 de ser lo m ás herm oso. Desde entonces h a sta n u estro s
d ías se realizan sacrificios hum anos en los que todo el
m undo p a rtic ip a , no ya en A rcadia, d u ra n te las fiestas
en h onor de Zeus L ic e o 40, y en C artago, en h onor de
C rono sino que, periódicam ente, y en recu erd o de la
n o rm a trad icio n al, rocían los alta re s con sangre de su
m ism a especie, au n q u e e n tre ellos la ley divina p ro h íb a
los rito s sag rad o s con asp ersio n es “ y con u n a p ro c la­
m a se sanciona, si alguien es culpable de derram am ien-
3 to de sangre h u m an a 43. A p a r tir de aq u í su stitu y ero n ,
p a ra los sacrificios, sus propios cuerpos p o r los de o tro s
4 seres vivos. Y, a su vez, p o r el h astío de la com ida tra d i­
cional, se olvidaron de la piedad, se volvieron insaciables
5 y ya no d ejaro n n ad a sin p ro b a r ni com er. Lo que o cu ­
rre resp ecto a la com ida de fru to s, o c u rre ah o ra con 60*

60 En el sa n tu a rio del m onte Liceo de A rcadia. Todavía se cele­


b ra b a n estos sacrificio s en la época de P ausanias (VIII 38, S), aunque
clan d estin am en te.
41 T anto e ste caso, com o el a n te rio r, los m enciona el dudoso d iá­
logo p latónico Minos 315c.
42 Que se a p lic ab a n a las víctim as a n te s del sa c rificio o a las p e r­
sonas al e n tra r al san tu ario .
43 Sigo la c o rrecció n de Nauck, anthrópeíou, al arithmeiou de los
códices.
LIBRO II 109

todas. P o rq u e cu an do con la ingestión de un alim ento


alivian u n a ca ren c ia que im pone la necesidad, buscan
u n a d esm esu ra de saciedad y elab o ran p a ra su consu­
m ición u n a ca n tid a d tal de com ida que su p era los lí­
m ites de la m oderación. P or consiguiente, en la idea de 6
no o fre n d a r sacrificios indignos a los dioses, accedie­
ron a com érselos y, com o consecuencia del inicio de es­
ta p ráctica, el consum o de an im ales se ha convertido
p a ra los h o m b res en un com plem ento de la a lim en ta­
ción a b ase de fru to s de la tie rra . Del m ism o m odo que,
antig u am en te, co n sagraban a los dioses u n a p a rte de
las cosechas y d esp u és del ritu a l se com ían alegrem ente
los alim en to s consagrados, así tam b ién cuando o fren d a­
b an anim ales, p en sab an que se d eb ía o b ra r de la m ism a
m anera, au n q u e o rig in aria m e n te la ley divina no lo h u ­
b iera p re sc rito así, sino que se h o n ra se a cada uno de
los dioses con los p ro d u cto s de las cosechas. Con estas 7
p rá c tic a s se com place la n atu ra leza y la percepción del
alm a h u m an a en su conjunto.
El altar no se humedeció con la sangre pura de
los toros, mas entre los hombres esta era la mayor
abominación: comerse los vigorosos miembros, tras
haberles arrancado la vida M.

Se puede c o n sid erar el hecho p o r el a lta r ex isten te n


a ú n hoy en Délos, al que, p o r no ser llevada ni sac rifica­
d a n inguna víctim a e n tre aquellas gentes, se le h a dado
el n om bre de «A ltar de los Piadosos» *5. De este m odo
no sólo se ab sten ía n de sac rific a r anim ales, sino que 645

64 Final del fr. de E mpEdocles, Purificaciones (fr. 128 Diels-K ranz).


Se ha c itad o su com ienzo en el cap. 21.
65 La existencia de este a lta r la confirm a un fragm ento de la Cons­
titución de Délos Aristóteles (fr. 489 R ose [= V. R ose , Aristotelis Frag­
m enta (Teubner), Leipzig, 1886]), en el que se hab la d e un a lta r en el
que no se encendía fuego ni se sa c rifica b a n victim as.
110 SOBRE LA ABSTINENCIA

h iciero n p a rtíc ip e s de la piedad ta n to a los que lo eri-


2 gieron, com o a los q u e lo utilizaro n . P o r este m otivo
los pitag ó rico s, habiendo ac ep tad o esta norm a, se a b s­
tuvieron durante toda su vida de com er animales, y cuando
ellos hacían p a rtíc ip e s a los dioses, com o ofrenda, de
algún anim al, en lugar de ellos m ism os “ , tan sólo con­
su m ían éste; a los d em ás realm en te ya no los tocaban
3 en su vida. P ero n o so tro s no o b ram o s así. Llenos en ex­
ceso, hem os llegado al últim o extrem o de la transgresión
4 en esto s tem as, a lo largo de la vida. P orque ni se deben
m a n ch a r los a lta re s de los dioses con la sangre, ni los
h o m b re s ,d eb en to c a r ta l alim ento, com o tam poco los
cu e rp o s de su s sem ejantes, sino que hay que realizar
p ara toda la vida la norm a que todavía subsiste en Atenas.
29 O fren d ab an an tig u am en te los hom bres, com o ya di­
jim o s a n terio rm en te, a los dioses los fru to s de las cose­
chas, y no los anim ales; no u sab a n tam poco de éstos
p a ra su alim en to p artic u la r. Se cu en ta que, d u ra n te la
celeb ració n de un sacrificio co m u n itario en A tenas 67,
un tal Díomo, o S ópatro, que no era o rig in ario del país *47

66 Hay a q u í u n eco de la im agen de un P itág o ras elim in ad o r de


los sacrificios hum anos.
47 T enem os aqui, ju n ta m e n te con el cap. 30, u n e x tra cto evidente
del tra ta d o Sobre la piedad de Teofrasto, que nos inform a de los Boup-
kónia, una se rie d e rito s en to rn o a la m u erte de un buey que se cele­
b ra b an en el tra n s c u rs o de las fiestas D iipotias o D ipolias de A tenas,
en los com ienzos del verano. Hay u n a a b u n d an tísim a b ibliografía so­
bre el rito y el m ito de estas festividades en la edición de J. Bouffartigue-
M. P atillon, (Les B elles L ettres), vol. II„ P arís, 1977, pág. 52. P or o tro
lado, n inguna fu e n te a n tig u a es tan extensa y rica en detalles com o
e ste e x tra cto de T eofrasto; las varian tes, com o es d e e sp e ra r, son im ­
p o rtan tes e n tre los d ifere n te s a u to re s. En cu an to al nom bre del cam ­
pesino que d a m u e rte al buey, sólo aparece S ó p a tro en T eofrasto; Dío­
m o a p arece o tro vez en P o rfirio (supra , 10, 2), y T au ló n en o tra s fuen­
tes. — Sólo T eo fra sto especifica, resp ecto al buey, que se tra ta de un
anim al dom éstico, que se utiliza p a ra las lab o res agrícolas. El hecho
es m uy im p o rta n te , p a ra su b ra y a r el sen tim ien to de cu lp ab ilid ad del
c au san te de su m u erte.
LIBRO II 111

pero tra b a ja b a com o a g ric u lto r en el Ática, cu an d o ya


estab a n ex p u estas so b re la m esa, a la vista de todos,
la to rta del sacrificio y las o fren d as, p a ra co n sa g rá rse ­
las a los dioses, se acercó un buey, q u e volvía del tra b a ­
jo, y se com ió u n as ofren d as y piso teó o tras. Se irritó
aquél so b re m a n era p o r lo sucedido y, cogiendo u n h a­
cha de uno q ue la e sta b a afilando allí cerca, dio m u erte
al buey. M urió el buey y cuando, re co b ra d o de su cóle- 2
ra, com p ren d ió el delito que h ab ía com etido, lo e n te rró
y, asu m ien d o v o lu n tariam en te el d estierro , p o r conside­
ra rse cu lp ab le de im piedad, se exilió en C reta. Se su- 3
ced iero n sequías y se p ro d u jo u n a te rrib le p érd id a de
cosechas, y, a la co n su lta pública al dios Apolo, la P itia
resp o n d ió q u e el d e s te rra d o de C reta p o n d ría fin a esta
situación, y que si ca stig ab an al asesino y levantaban
m ediante el m ism o sacrificio en que m urió, les irían bien
las cosas, con tal de que se lo co m ieran al m u erto y
lo h icieran sin rep aro s. Por tan to , se inició la búsque- 4
d a y el resp o n sab le del delito fue hallado. S ó p atro pen­
só que se v ería lib re de la situación em b arazo sa de ser
co n sid erad o un m aldito, si p ú b licam en te todos hacían
esa acción; afirm a b a a los que h ab ían ido a b u sca rle
q ue e ra n ecesario que un buey fu e ra inm olado p o r la
ciu d ad . Al d u d a r ellos sobre quién se ría el ejecu to r, se 5
les ofreció él p a ra ello, si, desp u és de co n sid erarlo un
ciu d ad an o , p a rtic ip a b a n en la m u e rte del anim al. Pues
bien, h ab ien d o accedido aquéllos, cu an d o llegaron a la
ciudad, o rg an izaro n la cerem onia ta l com o todavía p e r­
m anece e n tre ellos.
E scogieron a u n as m uchachas com o p o rta d o ra s del 30
agua; llevan el ag u a p a ra a fila r el h ach a y el cuchillo.
C uando afila ro n las h erram ien tas, u n a p erso n a en treg ó
el hacha, o tra golpeó al buey y o tra lo degolló; otros,
a co n tinuación, lo d esollaron y todos se lo com ieron.
R ealizados esto s acto s , cosieron la piel del buey, la re- 2
llen aro n de h ie rb a y lo p u siero n en pie, conservando la
112 SOBRE LA ABSTINENCIA

m ism a fo rm a que tuvo cuando vivía; lo uncieron, adem ás,


3 a u n arad o , com o si e stu v iera trab a jan d o . Se celebró el
ju icio p or a se sin a to y se citó, p a ra defenderse, a todos
los que h a b ía n p artic ip a d o en el delito. Del m ism o g ru ­
po de p a rtic ip a n te s, las m u ch ach as p o rta d o ra s del agua
acu sab an con in sisten cia a los que h ab ían afilado los
in stru m en to s, y éstos a quien les en treg ó el hacha. Éste,
a su vez, al q u e había degollado al buey y quien realizó
este acto al cuchillo, al que, no p udiendo hablar, acu-
4 saro n del crim en . Desde aquel día h a sta el m om ento
ac tu a l siem p re, en las Dipolias, en la acrópolis de Ate­
nas, las p e rso n a s m encionadas realizan el sacrificio del
buey de la m ism a m anera. En efecto, tra s colocar en
u n a m esa d e b ro n ce la to rta y la p a sta del sacrificio,
a su a lre d e d o r se hace p a sa r a los bueyes designados, y
5 el que de ellos se los com e es sacrificado. E xisten to d a­
vía las fam ilias de los que ejecu tan estos ritu ales: todos
los d escen d ien tes del hom bre que golpeó al buey, Sópa-
tro , se llam an boutypoi; los descendientes del que h acía
p a s a r a lre d e d o r de la m esa los bueyes, kentriádai; a los
que pro ced en de aquel que degolló al anim al, daitroi 68,
a cau sa del festín que sucedía al re p a rto de carne. Una
vez llen aro n la piel, cu an d o se cum plieron las co m p are­
cencias al juicio, a rro ja ro n el cuchillo al m ar.
31 Así, pu es, a n tig u am en te no e sta b a p erm itid o p o r la
ley divina d a r m uerte a los anim ales que ofrecen su ayuda
a n u e s tra ex isten cia y a h o ra hay que cu id arse tam bién
2 de hacerlo. Y del m ism o m odo que an te rio rm e n te no
les era lícito a los h o m b res tocarlos, así tam bién ah o ra
no debe c o n sid e ra rse ju sto , de ac u erd o con la ley divi­
na, el to carlo s p a ra p ro c u ra m o s alim ento. P ero si se
h a de o b ra r así p o r el ritu a l que se debe a lo divino,

68 La significación de estos térm inos es la siguiente: boutypoi «los


que golpean al buey»; kentriádai «los que aguijonean (al anim al)»; dai­
troi «los re p a rtid o re s (de la carne)».
LIBRO II 113

sin em bargo, hay que a leja r de n u e stro s cu erp o s todo


aq u ello q ue co n stitu y e en sí u n m otivo de p ertu rb ació n ,
p a ra q u e no tengam os en n u e stra s p ro p ias vidas un se­
llo de m ald ad que se apegue a n u e s tra existencia, si nos
procuram os u n a alim entación de procedencia ilícita. Por- 3
que, adem ás, si no se consiguiera o tra cosa, al m enos
todos nos b en eficiaríam os g ra n d em en te a n te la su sp en ­
sión de las m u tu as agresiones. E fectivam ente, aquellas
p erso n as a las q ue su sensibilidad los a p a rtó del co n tac­
to con seres vivos de o tra especie, tienen la c la ra con­
ciencia de q ue deben a b sten e rse d e los seres de su m is­
m a especie w. P o r consiguiente, lo m ejo r sería, tal vez, 4
a b sten e rse al in stan te de todos los seres vivos. Mas co­
m o n adie e s tá lib re del erro r, en lo sucesivo les queda
a las g eneraciones fu tu ra s el re p a ra r, m ed ian te p u rifi­
caciones, las fa lta s a n terio res com etidas en m a te ria de
alim entación. Y esta reparación se produciría igualm ente, 5
si consideráram os la m aldad de n u estra acción ante nues­
tro s ojos y lo d ep lo ráram o s con E m pédocles en estos
térm inos:
Ay de mi, porque el funesto día no me aniquiló
antes de procurar a mis labios la crim inal com i­
d a 6970.
C orresponde a la sensibilidad p ro p ia de cad a uno el con- 6
d o lerse p o r las fa lta s com etidas; al t r a ta r d e b u sc a r un
rem edio a los m ales presentes * * * 71. La vida, p a ra que 7
cad a h om bre, al h a c e r sus sacrificios a la divinidad, co­
m o o fren d as que observan la p u re za ritu al, consiga la
san tificació n de la ley divina y la ay u d a de los dioses.
La m ás im p o rta n te y la p rim e ra de to d as las ayudas 32
es la que nos p ro p o rcio n an los fru to s de las cosechas.
De esta ayuda, únicam ente, hay q u e c o n sa g rar u n a par-.
69 Cf. III 20, 7 y 26, 6.
70 Fr. 139 Diels-K ranz, de las Purificaciones de Empédocles.
71 H ay u n a laguna en el texto que o b scu rece el sentido del final
del capítulo.
6 9 -8
114 SOBRE LA ABSTINENCIA

te a los d ioses y a la tie rra que produce los fru to s. P or­


que ésta es el h o g ar com ún de dioses y hom bres, y es
necesario q u e todos, inclinándonos sobre e l l a ” com o
n u e stra n o d riza y m adre ” , la celebrem os con nu estro s
can to s y les pro fesem os n u e stro afecto com o a la que
2 nos dio el ser. De este m odo, pues, u n a vez hayam os
alcanzado el fin de nuestra vida, seríam os dignos de nuevo
de c o n tem p lar la to talid a d del linaje de los dioses celes­
tiales. P oniendo ah o ra n u e stra vista en ellos, debem os
h o n rarlo s con aquellos p roductos, cuya a u to ría les co­
rresp o n d e, según n u e stro p u n to de vista, ofrendándoles
todos las prim icias de los frutos que tenem os y estim ando,
no o b stan te, que no todos no so tro s actu am o s de u n a
m an era d ig n a p a ra o frece r sacrificios a los dioses.
3 E sto s son los arg u m en to s capitales de T eofrasto, según
los cuales no se deben sac rificar anim ales, dejando a
u n lado u n o s cu an to s m itos que en ellos se incluyen y
las adiciones y resúm enes que yo he hecho.
33 P o r m i p a rte , no voy yo ah o ra a d ero g ar las norm as
que han a d q u irid o fuerza de ley en cada pueblo. P orque
no tengo el p ro p ó sito de h a b la r de política. P ero ya q u e
las leyes (que rigen n u e s tra existencia com o ciu d ad a­
nos) nos h a n concedido h o n ra r a la divinidad p o r m edio
de o fren d as fru g ales e inanim adas, op tan d o p o r lo m ás
sencillo, h arem o s n u estro s sacrificios de acu erd o con
la ley de la c iu d a d y n o so tro s m ism os nos esforzarem os
p o r que se h ag a el sacrificio adecuado, presentándonos a
2 los dioses p u ro s desde cu a lq u ie r p u n tó de vista. P ero si,
en teram en te, el hecho de u n sacrificio conlleva la con­
dición de o fre n d a y de agradecim iento p o r los bienes
que tenem os de los dioses p a ra n u e stra s necesidades,
sería del to d o irra c io n a l que nosotros m ism os, abste- 723

72 A m odo de reverencia.
73 Los calificativ o s de «m adre» y «nodriza» e stán docum entados
am p liam ente en las antig ü ed ad . Cf., e n tre otros, E squilo, Siete contra
Tebas 16, y P latón, República III 414e.
LIBRO II 115

niéndonos de los seres anim ados, los o fren d áram o s, en


cam bio, a los dioses. P orque ni los dioses son in ferio res
a no so tro s en el sen tid o de que, si no tenem os necesi­
d ad de aquellos alim entos ” , la tengan ellos, ni se aju s­
ta a la ley divina el o frecerles la p rim icia de u n alim en ­
to que n o so tro s rehusam os. P o rq u e tam b ién hem os sa- 3
bid o que tal p rá c tic a es p ro p ia de los hom bres, de cu an ­
do no se to m ab an alim entos de seres anim ados, ni ta m ­
poco se h acían o fren d as de an im ales, p ero los ofrecie­
ron a los dioses com o p rim icias desde el m om ento en
que se los com ieron. Así, pues, tam b ién ah o ra es ad e­
cuado, sin du d a, que la p erso n a q u e se ab stien e de los
an im ales o fren d e aquellos p ro d u c to s que toca.
H arem os, pues, nosotros tam bién n u estro s sacrificios 34
p ero h arem os, del m odo adecuado, sacrificios d iferen ­
tes, com o si los ofreciéram os a p otencias d iferen tes 7!.
Al dios suprem o, com o dijo u n sabio varón 7‘, nada que 2
sea sensible ofrecerem os, ni p o r holocaustos ni de p ala­
b ra. E n efecto, n ad a hay m a te ria l que, en estad o de in­
m ateria lid a d , sea in m ed iatam en te im puro. P o r ello, no
hay p a la b ra ap ro p ia d a p a ra la p erso n a q u e se exprese
oralm ente, ni p ara quien la guarde en su interior, cuando
se ve co n tam in ad o p o r la pasión del alm a le trib u ta m o s
n u estro cu lto con n u estro silencio p u ro y con reflexiones
p u ra s en to rn o a su ser. Es necesario, en consecuencia, 3
que, un ién d o n o s y vinculándonos a su esencia, le ofrez­
cam os n u e s tra p ro p ia elevación com o sag rad o sacrifi­
cio, ya q ue ella es, a la vez, n u e stro him no y n u e stra 745*

74 Cf. P orfirio , Carta a Marcela 18.


75 La idea de trib u ta r d istin to s sacrificio s a ias p o ten cias supe­
rio res al hom bre es pitagórica, com o ate stig u a Diógenes Laercio, VIII
33: «hay que e stim a r d istin to s los h o n o re s trib u ta d o s a los dioses de
los trib u ta d o s a los héroes».
74 Apotonio de Tiana, según d educciones de los filólogos J. B er -
nays y E. N orden , en su s respectivos trab a jo s: Theophrastos’ Schriften,
ya citado, pág. 136, y Agnostos Theos, Leipzig, 1913, pág. 39.
116 SOBRE LA ABSTINENCIA

salvación. E n la im p asib ilid ad del alm a y en la contem -


4 plación de la divinidad se cum ple este sacrificio. A los
d escen d ien tes de esta deid ad su p re m a (las divinidades
inteligibles), hay que añ ad irles, adem ás, n u e stro him no
o ra l ” . P o rq u e el sacrificio es la o fren d a que se hace
a cad a d iv in id ad de u n a p a rte de los b ien es que nos h a
concedido; m ed ian te éstos, alim en ta n u e s tra esencia
5 y la co n serv a en el ser. P o r consiguiente, del m ism o m o­
do que un la b ra d o r ofrenda, com o prim icias, m ies de
su cosecha y fru to s, así n o so tro s tam b ién les o fre c e re ­
m os n u e s tra s bellas m editaciones sobre ellos m ism os,
ag rad ecién d o les la contem plación de los bienes que nos
h an otorgado, y p o rq u e realm en te nos a lim e n ta n 7* con
su co n tem plación, estan d o a n u e stro lado, m an ife stá n ­
dose y b rilla n d o p a ra n u e stra salvación.
35 Pero, en realid ad , d u d an h a c e r esto incluso m uchos
de los q ue h a n co nsagrado sus esfuerzos a la filosofía,
p o rq u e tra ta n de im ponerse en vez de h o n ra r a la divi­
n id ad y se m ueven alre d e d o r de las e sta tu a s, y ello sin
sab e r cóm o hay que p re sen tarse o sin ponerse a reflexio­
n a r sobre el tem a, y tam poco sin to m arse la m olestia
de a p re n d e r de p erso n as in stru id a s en los tem as divi­
nos h a s ta q u é lím ite, p u n to y lu g ar se puede uno aven-
2 tu r a r en ellos. P o r n u e s tra p a rte , no en tab la rem o s n in ­
g u n a d iscu sió n con e llo s 7*9 ni, en c ierto m odo, tra ta re ­
m os de d ilu c id a r esta cuestión. Im itarem os, en cam bio,
a los san to s y an tig u o s varones, o fren d an d o sobre todo
la co n tem p lación que los m ism os dioses nos h an conce­
d ido y q u e hem os fijado e n tre n u e stra s necesidades p a ­
ra u n a salvación au tén tica.

77 R ecu erd a a P lotino, Enéadas II 9, 9,33.


71 M etáfora que, com o la del p a rág ra fo a n te rio r, «alim enta nu es­
tr a esencia», rem o n ta a P latón, Fedro 247d.
79 P arece re fe rirse aquí P o rfirio a los Teurgos caldeos, apoyándo­
se en las c rític a s de JAmbuco , De mysteriis III 31, 176, 14-15.
LIBRO II 117

P or lo dem ás, los pitagóricos, investigando los nú- 36


m eros y las lineas, los co n sag raro n , p referen tem en te,
a los dioses: a A tenea la llam ab an con u n núm ero; a
Á rtem is, con otro; a Apolo, igualm ente, con otro. A su
vez, con u n o d ab an nom bre a la J u stic ia y con o tro a
la Tem planza *°, y con las líneas o b raro n del m ism o mo­
do. Y de este m odo, con tales o fren d as, com placían a 2
los dioses, de m an era que, invocando a cada uno de ellos
con las advocaciones que les co rresp o n d ían , gozaban de
su presencia y utilizaban aquéllas frecuentem ente p ara la
adivinación y p ara los casos en que tuvieran necesidad de
algún d a to p a ra a p o y a r u n a investigación. Pues bien, 3
en h o n o r de los dioses que se en c u e n tra n en el in te rio r
del cielo, ta n to los e rra n te s com o los fijos, e n tre los que
el sol debe o c u p a r el p rim e r rango y la luna el segundo,
p o d ríam o s e n c en d er el fuego, que con ellos está em ­
p a re n ta d o * 1, y h a c e r acto seguido lo que dice el teó­
logo “ . H ab la éste de no s a c rific a r ni u n solo ser ani- 4
m ado, sino de aten erse com pletam ente en vuestras ofren­
d as a la h arin a, la m iel y a los o tro s fru to s y flores de
la tie rra ; p e ro no debe e s ta r el fuego en u n h o g ar en ­
san g ren tad o , y to d as las recom endaciones que añade,
¿qué necesid ad hay de tra n sc rib irla s? El q u e se preo- s
cu p a p o r la p ied ad sabe que a los dioses no se les sac ri­
fica nin g ú n ser an im ado y, en c u a n to a los dém ones,
b u en o s o m alos, sabe tam bién de quiénes es la com pe­
ten cia de o frecerles sacrificios y h a sta qué p u n to lo re ­
clam an ellos. Q uédese lo dem ás en el m ás com pleto si- 68012

80 A A tenea le c o rre sp o n d e el n ú m ero siete, a Á rtem is el dos, a


Apolo el uno, a la Ju s tic ia el tres... E n cu an to a las fig u ras geom étri­
cas, a A tenea le c o rre sp o n d e el triá n g u lo e q u ilá te ro . Cf. E. Z eller , Die
Philosophie der Griechen, vol. I, 1, Leipzig, 1919*, págs. 496-502, y F.
E. R obbins, «P osidonius a n d the so u rces of P ythagorean arithm ology»,
Class. Phil. 15 (1920), págs. 309-322.
81 Idea frec u e n te en el platonism o: P latún, Timeo 40a. Cf. supra,
II 5, 2.
82 Puede tra ta rs e de Pitágoras.
118 SOBRE LA ABSTINENCIA

lencio, p o r lo q ue a m í respecta; en c u a n to a las teo ría s


q ue algunos filósofos p latónicos divulgaron, no se m e
pued e to m a r a m al el q u e yo ac la re su s argum entos,
exponiéndolos ante personas agudas. He aqui su contenido.
37 S iendo el p rim e r dios incorpóreo, inm óvil, indivisi­
ble, no e sta n d o co ntenido en cosa alguna, ni dependien­
do en sí mismo, de ningún elem ento externo necesita, como
. 2 se h a dicho. P or la m ism a razón el a lm a del m undo,
al ten er u n a dim ensión trip le H y la fa cu ltad de m over­
se p o r sí m ism a, goza de u n a p redisposición n a tu ra l p a ­
ra o p ta r p o r m overse de u n a m an era bella y o rd e n ad a
y m over el c u e rp o del m undo de ac u erd o con las m ejo­
res razones. C ontiene y envuelve el c u e rp o M en sí m is­
m a, au n q u e sea in co rp ó rea y n o p a rtic ip e de pasión al-
3 guna. R esp ecto a los dem ás dioses (el m undo, los dioses
fijos y los erran tes), dioses visibles, p o r lo dem ás, p o r
c o n sta r de alm a y cuerpo, hay que d em o strarles n u es­
tro ag rad ec im ien to del m odo que se ha dicho m ediante
4 sacrificios d e seres inanim ados. Nos re sta , adem ás, la
m u ltitu d de d iv inidades invisibles, a los q u e P latón, de
u n m odo in d istin to , ha llam ado «dém ones». E n tre ellos,
unos recib en su n o m b re d e los h om bres y obtienen en
cad a p u eb lo honores iguales a los dioses y el re sto del
culto; o tro s, en su m ay o r p arte , no reciben nom bre a l­
guno, sin o q u e en ald eas y en algunas ciu d ad es reciben. *

*3 E sta concepción trid im en sio n a l del alm a a p are ce en M acrobio,


In som nium Scipionis II 2, 1-20, que se basa, sin duda, en el Comenta­
rio de P o rfirio al Timeo de P latón (vid. A. R. S odano, Porhryrii in Plato-
nis Timaeum Commentariorum fragmenta, Nápoles, 1964, pág. 57, 18-22).
No o b stan te, u n a concepción no espacial del alm a a p arece en o tra s
o b ra s de P o rfirio . Así, en Sententiae 2 y 3, y en Sym m ikta Zetemata,
pág. 74, 94 y 95. (ed. H. Dórrie , M unich, 1959). — E n todo caso, a P o rfi­
rio le in te resa m ás la cu estió n de sa b e r a quiénes hay que trib u ta r
los sacrificios que el pro b lem a de la descripción del alm a del m undo,
com o señala, p o r ejem plo, M. A. E lfenik , La descente de l'áme d'aprés
Macrobe, L eyden, 1968, págs. 20-24.
M Cf. P latón, Timeo 34b.
LIBRO II 119

p o r o b ra de alg u n as personas, u n nom bre y un culto


obscuros. E l re sto de la m u ltitu d se denom ina com ún- 5
m en te con el n o m b re de dém ones, y resp ecto a todos
ellos existe el convencim iento de que pueden c a u sa r d a ­
ño, si se irrita n p o r un d esp recio y p o r no re c ib ir el
cu lto fijad o p o r la ley, y, p o r el co n tra rio , pueden o to r­
g ar u n beneficio si se les p ro p icia con votos, súplicas,
sacrificio s y las p rá cticas c u ltu ales que ellos conllevan.
R esultando confusa la idea que de ellos se tiene, h asta 38
el p u n to de c a e r en un gran d escrédito, n ecesario se h a ­
ce d ife re n c ia r su n atu ra leza de u n m odo racional. Quizá
es n ecesario, dicen, d esv elar el origen del e r ro r existen­
te e n tre los h o m b res sobre el tem a. H ay que estab lecer,
pues, u n a d istinción. Todas las alm as que se orig in an 2
del alm a u n iv e rs a l15 ad m in istra n gran d es espacios de
las regiones su b lu n ares, apoyándose en su so p o rte n eu ­
m ático, al que d om inan g ra cias a la razón, y hay que
co n sid e ra r que ellas son los dém ones buenos, p o r ges­
tio n arlo todo en beneficio de sus ad m in istrad o s, ya se
en carguen de determ inados anim ales, ya de las cosechas
q ue se le h ayan encom endado, ya de o tro s fenóm enos
q ue a é sta s co n trib uyen, com o las lluvias, los aires m o­
d erados, el b u en tiem po, ya de o tro s aspectos que a éste
co laboran, com o las te m p e ra tu ra s de las estaciones del
año, ya, en fin, ten g an que v er con las arte s, bien se
tra te de las a rte s liberales, de la educación en general,
de la m edicina, de la g im nasia o de cu a lq u ie r o tra disci­
plin a p arecid a. E s im posible, en efecto, que éstos nos
p ro c u re n ayudas, p o r un lado, y que sean ca u san tes
de m aldad, p o r o tro, en los m ism os seres. E n tre éstos 3
h ay q u e c o n ta r tam bién a los tra n sp o rta d o re s, com o di­
ce Platón ", que anuncian «a los dioses los actos de los
Los c o rre lato s m as precisos de e sta expresión se en cu en tran en
la lite ra tu ra h erm ética. Vid. Corpus Hermeticum X 7, pág. 116, 7 (ed.
N ock-Fest [= A. D. N ock-A. J. FestugierE, Cotí, des Un. des Fr., 1945-54]),
y M acrobio, In som nium Scipionis I 6, 20.
*6 Banquete 202e.
120 SOBRE LA ABSTINENCIA

h o m b res y a los h o m b res los de los dioses», y elevan


n u e s tra s p leg arias an te los dioses, com o an te u nos ju e ­
ces, m anifestándonos, a su vez, m ediante los oráculos, los
4 consejos y advertencias de aquéllos. Por o tra parte, todas
las alm as que no dom inan su c o rrien te co n tig u a de aire,
sino que en su m ayor p a rte son dom inadas p o r ella, son
a jetread a s y z a ran d e ad as en exceso p o r este m ism o m o­
tivo, cad a vez q u e los a rre b a to s y los deseos de la co­
rrie n te de a ire tom an im pulso. E stas alm as tam bién son
dém ones, p e ro con todo m erecim iento pueden re cib ir
el no m b re de m alvados.
39 Son tam b ién todos éstos, y los dotados de u n a p ro ­
p ied ad c o n tra ria , invisibles e im p ercep tib les p o r com ­
p leto a los sen tidos hum anos ", porque no están reves­
tid o s de u n c u e rp o sólido, ni todos tienen u n a m ism a
fo rm a, sino q u e se dan en diversas ap arien cias. Y sus
fo rm as, q u e q u ed a n im p resas en el elem ento n eu m á­
tico “ , y a la vez lo configuran, u n as veces ap arecen y
o tra s p erm an ecen invisibles; a veces tam b ién cam bian
2 sus form as, los peores, al m enos. E n lo que re sp ecta
al elem ento n eu m ático , en la m edida en que es co rp ó ­
reo, está ex p u e sto a la pasión y a la co rru p ció n . P ero
al ten erlo en c ad en a d o las alm as, de m odo que su a p a ­
rien cia p erm a n ece d u ra n te m ucho tiem po, no es eterno.
P o rq u e es v ero sím il que co n tin u am en te tenga flujos y
3 se n u tra . E l cam bio de los buenos dém ones se realiza
con u n a e s tru c tu r a p ro p o rcio n ad a, com o co rresp o n d e
a los que d ejan ver sus cuerpos; e n tre los m alvados, se
efectú a sin p ro p o rció n , p o rq u e expuestos m ayorm ente
a la pasión, h a b ita n u n lu g ar próxim o a la tie rra y no
hay delito a lg u n o que no in ten ten com eter. P orque te­
niendo un c a rá c te r to talm en te violento y engañoso, pues
no está so m etid o a la vigilancia de u n a divinidad supe-

’7 Cf. JAmblico, De Mysteriis I 20, 62. 5-7.


*• C oncepto q u e e x p resa tam bién P orfirio, en Sententiae 29.
LIBRO II 121

rio r, realizan la m ayor p a rte del tiem po ataq u e s violen­


to s y rep en tin o s, a la m an era de em boscadas, en p a rte
p o r in te n ta r p a s a r desapercibidos, en p a rte p o r ejercer
su violencia. P o r ello son in ten sas las p asiones q u e ellos
infunden. P ero los rem edios y las co rrecciones de los 4
dém ones su p erio res p arecen dem asiad o lentas. E n efec­
to, todo el bien, al se r dócil y uniform e, p ro g resa o r­
d en ad am en te y no so b rep asa lo deb id o **. Al p en sa r de 5
este m odo, será im posible que pu ed as in c u rrir en el m ás
a b su rd o de los hechos: concebir las m ald ad es e n tre los
b u en o s dém ones y las bondades e n tre los m alos. P orque
no solo el razo n am ien to es a b su rd o en este punto, sino
q u e tam b ién la m ay oría concibe u n as ideas pésim as so­
b re los dioses y las difunde e n tre el re sto de los hom ­
b res.
H ay que d ejar sen tad o que éste es el único d añ o de 40
los m áxim os p erju icios que podem os re c ib ir de los d é­
m ones m alvados: el que, re su lta n d o se r ellos m ism os
los resp o n sab les de los p adecim ientos que se ciernen
sobre la tie rra (como, p o r ejem plo, epidem ias, m alas co­
sechas, terrem o to s, sequías y o tra s calam idades p o r el
estilo), nos convencen de q[ue los ca u sa n te s de éstos son
p re cisam en te ios au to re s de sus hechos co n tra rio s. Se
autoexcluyen, pues, en cu an to a resp o n sa b ilid a d y se
afan an p o r co n seg u ir este logro p rim o rd ial: p a sa r desa­
percib id o s en sus fechorías. A continuación, nos indu- 2
cen a d irig ir sú p licas y sacrificios a los dioses b ien h e­
chores, com o si estu v iera n irrita d o s. A doptan estas y
sem ejan tes ac titu d e s con la in ten ció n de desviarnos de
n u e s tra re c ta reflexión sobre los dioses y co n v ertirn o s
a ellos. P o rq u e ellos se aleg ran p o r todo lo que re su lta 3
ta n d esp ro p o rcio n ad o y tan d eso rd en ad o y, poniéndose,
p o r así decir, las c a re ta s de los o tro s dioses, sacan pro-

'* El bien y la n a tu ra le z a divina son c o n tra rio s a la precipitación,


tal com o lo expresa P lutarco en De sera num inis vindicta 5, 550D.
122 SOBRE LA ABSTINENCIA

vecho de n u e s tra irreflexión: se ganan a las m asas, en­


cendiendo los ap e tito s de los hom bres con deseos am o­
rosos y con an sias de riquezas, po d eres y placeres, y
con vanas op in iones tam bién, de las q u e nacen las re ­
vueltas, las g u e rra s y o tra s calam id ad es de su m ism a
4 n atu raleza. Y lo m ás te rrib le de todo: avanzan todavía
m ás e in te n ta n convencernos de hechos sem ejantes in­
cluso re sp ecto a los dioses m ás im p o rtan tes, h asta el
p u n to de en v o lv er en e sta s acusaciones al dios su p re ­
mo, p o r cu y a ca u sa p recisam en te, aseg u ran , todo está
s revuelto de a r r ib a abajo. Y esto no les p asa solam ente a
los sim ples ciu d ad an o s, sino tam bién a b a sta n te s de los
que se d ed ican a la filo s o fía 90912. La ca u sa de ello es re ­
cíproca. E n efecto, e n tre los filósofos, los que no se han
a p a rta d o del cu rso com ún de la vida h an coincidido en
las m ism as ap reciacio n es que la m ayoría y, p o r su p a r­
te, la m u ch ed u m b re, al re c ib ir inform ación (concordan­
te con sus p ro p ia s ideas) de p erso n as que p arece n ser
p ru d e n te s, se ven reforzados a ú n m ás p a ra so sten er ta ­
les reflexiones en to rn o a los dioses.
41 P o rq u e la poesía h a inflam ado tam b ién las opinio­
nes de los h o m b res con el uso de u n lenguaje cread o
p a ra im p re sio n a r y e n c a n ta r y capaz de in fu n d ir asom ­
b ro y c ré d ito so bre los hechos m ás im posibles sien­
do así que hay q u e te n e r el firm e convencim iento de
que el bien ja m á s p erju d ic a y de que el m al jam ás bene-
2 ficia. «La fria ld a d , com o dice Platón, no tiene que ver
con el c a lo r sino con su co ntrario» ” . P o r supuesto, lo
m ás ju sto d e todo, p o r n atu raleza, es lo divino; de o tro
m odo, no se ría divino. P or consiguiente, es n ecesario

90 Puede tra ta rs e de agnósticos e, incluso, de filósofos c ristianos,


ya que el dios del Antiguo T estam ento, Yahvé, revuelve la tie rra y el
m ar, cuando e stá encolerizado.
91 Cf. P latón, República III 379c, en donde c ritica a los poetas por
h a ce r a la div in id ad c au san te de desdichas.
92 República I 335d.
LIBRO II 123

q u ita r esta fa cu ltad y función de los dém ones bienhe­


chores, p o rq u e la p ro p ied ad de d a ñ a r p o r n atu ra leza y
p o r v o lu n tad es c o n tra ria a la p ro p ied a d bien h ech o ra
y los asp ecto s c o n tra rio s no p u ed en d a rse en u n m ism o
hecho. E n m u ch as p a rte s m a ltra ta n esto s dém ones al 3
género hum ano, y a veces tam b ién en gran d es extensio­
nes, p o rq u e no es posible que de ningún m odo los b u e­
nos dém ones (considerados u n o a uno) descuiden sus
com petencias. A ntes bien, en la m edida de sus posibili­
dades, nos inform an previam ente de los peligros que nos
am en azan de los dém ones m alvados, revelándonoslos
p o r m edio de sueños, p o r un alm a in sp irad a, p o r la
divinidad o bien p o r o tro s m uchos m edios de revela
ción ” . Y si cad a u n o fu e ra cap az de d istin g u ir las se- 4
ñ ales q ue nos envían, todos co n o cerían los peligros y se
g u a rd a ría n de ellos. P orque a todos Ies m án ifiestan los
signos, p ero todo el m undo no co m p ren d e su m ensaje,
ni tam poco todo el m undo p u ed e leer lo que está esc ri­
to, sino el que h a ap ren d id o las letras. Sin em bargo, 5
p o r la in terv en ció n de los dém ones co n tra rio s se realiza
todo tip o de so rtilegio **. En efecto, a ésto s veneran, y
esp ecialm en te a su jefe, los que com eten actos delicti­
vos, valiéndose de p rá c tic a s de en cantam iento.
E sto s están , en efecto, llenos de re cu rso s p a ra des- 42
p e r ta r todo tip o de fa n ta sía y e stá n cap acitad o s p a ra
en g a ñ ar a las gentes con su s a rte s m ágicas. P o r su in­
flu en cia los d esg raciad o s p re p a ra n los filtro s y pócim as
am ato ria s. P o rq u e todo tipo de in tem p eran cia, e sp e ra n ­
za de riq u ezas y de gloria se debe a ellos, y sobre todo 934

93 E num eración de las d istin ta s fo rm as de adivinación que las ex­


p re sa tam bién Porfirio en Carla a Anebón 2, 10b (ed. de A. R. S odano,
N ápoles, 1965).
94 D iscrepa aquí P orfirio de P latón, ya que p a ra éste (Banquete
202e) ta n to la adivinación com o los sortilegios, son a trib u to s propios
de los dém ones. P orfirio, en cam bio, com o se ve, no les a trib u y e m ás
que la p rim era.
124 SOBRE LA ABSTINENCIA

el engaño, p u es la falsed ad es u n a de su s propiedades.


2 Q uieren se r dioses y la fa cu ltad que do m in a en ellos
3 q u iere p a s a r p o r se r la divinidad suprem a. Se aleg ran
éstos «concia libación y el o lo r de la g ra sa quem ada» ” ,
con los q ue e n g o rd a la p a rte n eu m ática y co rp o ral de
su ser. P o rq u e esta p a rte vive de los vapores y exhala­
ciones de d iv erso tipo q u e em anan de variad o s objetos,
y se robustece con el olor de la sangre y carnes quem adas.
43 P o r ello el v aró n inteligente y sen sato se g u a rd a rá
de la p rá c tic a de tales sacrificios, que pu ed en ac arre a rle
tales dém ones. Se esfo rzará p o r p u rific a r su alm a p o r
todos los m edios; los m alos dém ones no a ta c a n u n alm a
2 p u ra a c a u sa de la d isim ilitu d existente con ellos. P ero
si es n ec esario tam b ién p a ra las ciu d ad es apaciguarlos,
eso no nos im cum be a n o s o tro s 94. P ues en ellas la ri­
queza, las co m odidades ex tern as y co rp o ra le s son con­
sid erad as com o bienes y, com o m ales, su s co n trario s,
p ero ni la m ás m ínim a p reocupación se d a en ellas so-
3 b re el alm a. P o r n u e stra p arte, en la m edida de n u es­
tr a s fu erzas, no n ecesitarem o s lo que ésto s nos ofrecen;
al co n tra rio , de n u e s tra alm a y de n u e stra s p o sib ilid a­
des externas tom am os im pulso y consagram os todo nues­
tro esfu erzo en ase m e jam o s a Dios y a to d o su entorno,
lográndose ello m erced a n u estra im pasibilidad, a n u estra
concepción p o n d e ra d a de la re alid ad existente y a u n a
vida que se ad e cú a y acom pasa a ésta. P o r el co n trario ,
p o ndrem os tam b ién n u e stro em peño en d iferen ciarn o s
d e los h o m b res y dém ones m alvados y, en general, de
4 to d o lo q u e se com place con lo caduco y m aterial. P o r
tanto, h arem o s tam bién nosotros n u estro s sacrificios de
acu erd o con las recom endaciones ex p resad as p o r Teo-
frasto . Con ellas estab a n de acu erd o tam b ién los teólo­
gos, co n scien tes de que cu an to m ás nos descuidam os 956
95 [liada X 500.
96 • D esaprueba aquí P orfirio la participación del filósofo en el culto
público.
LIBRO II 125
p o r elim in a r las pasiones de n u e s tra alm a tan to m ás
nos vinculam os a u n a potencia m alvada, y, p o r ello, n e­
cesid ad h a b rá de ap a cig u arla. P orque, com o dicen los 5
teólogos ” , los que e stán encad en ad o s p o r la re alid ad
ex te rn a y no d o m in an ya sus pasio n es tienen n ecesid ad
tam b ién de a p a r ta r de sí e sta potencia, porque, si no
lo hacen así, no ac a b a rá n su s fatigas.
Lleguen h a s ta este pu n to n u e stra s explicaciones so- 44
b re los sacrificios. R esta, sin em bargo, u n asp ecto que
exponíam os al p rin cip io *\ el de que, si hay que sac ri­
fic a r anim ales, no es n ecesario q u e haya que com érse­
los forzosam ente; a h o ra d em o stram o s que no hay que
com erse a los anim ales, p o r necesidad, aunque en alguna
o casión sea n ecesario sacrificarlo s. E n efecto, todos los 2
teólogos h an reconocido que, ni siq u iera en los sac rifi­
cios ex p iato rio s, hay que p ro b a r las víctim as, y, que,
adem ás, hay que u tiliza r pu rificacio n es. E s de desear,
añaden, que n adie vaya a la c iu d a d ni a su p ro p ia casa,
sin a n tes h a b e r lim piado su vestido y su c u e rp o en un
río o en u n a fu ente. Tan es así que, in clu so a quienes
p erm itiero n sac rificar, les o rd e n a ro n ab ste n e rse de las
v íctim as y p u rifica rse, previam ente, con ayunos y sobre
todo con ab stin en c ia s de seres anim ados. P orque la pu- 3
reza, es u n a d efen sa p a ra to m a r precau cio n es, com o un
sím bolo o sello divino p a ra no s u frir a m anos de aq u e­
llos a qu ien es u n o se acerca, tra ta n d o de p ropiciarlos.
E n efecto, en c o n trán d o se uno en u n a disposición con- 4
tr a r ia a su activ id ad, se h alla en u n estad o m ás divino,
p o rq u e es tam b ién m ás puro, y, en lo que atañ e al c u e r­
po y a las p asio n es del alm a, perm an ece indem ne, p o r­
q ue se h a ro d ead o de la p u re za com o de u n a m u ralla.
P o r lo cual, in cluso e n tre los en c an tad o re s, parece 45
n ec esaria u n a p recau ció n de este tipo, que no conserva,
sin em bargo, su eficacia p o r m ucho tiem po, p o rq u e a *9

97 N o se sabe a q u ién es puede re fe rirse .


99 Cap. 2.
126 SOBRE LA ABSTINENCIA

ca u sa de sus d eseos desen fren ad o s incordian a los dé-


2 m ones m alvados. P or consiguiente, la p u reza no es cosa
de en c an tad o re s, sino de hom bres divinos y versados
en los tem as divinos, y a los que la p ra c tic a n les p ro ­
p o rcio n a to talm e n te u n a defensa que re su lta d e su vín-
3 culo con lo d iv in o ” . ¡Ojalá la p ra c tic a ra n constante- .
m en te los en can tad o res! No te n d ría n entonces deseos
de ejercer su s sortilegios, al im pedirles la p u reza d is­
f r u ta r de aq u ello s acto s ca u san tes de su im piedad. P or
ello re su lta que, al e s ta r llenos de pasiones, y a b ste n e r­
se p o r un m o m en to de alim entos im puros, com o e stán
llenos de im p u reza, pagan p o r las tran sg resio n es que
com eten c o n tra todo orden de cosas, unas veces p o r o b ra
de las m ism as p erso n as a las que provocan, o tra s p o r
la in terv en ció n de la ju stic ia que su pervisa todos los
asp ecto s m o rta le s 10°, ta n to ac to s com o pensam ientos.
4 La p u reza in te rn a y ex tern a, pertenece, pues, al hom bre
divino, que se p re o cu p a p o r m an ten e rse ayuno de las
pasiones del alm a, y ayuno tam b ién de los alim entos
q ue provocan las pasiones, p ero alim en tad o del conoci­
m ien to de las cosas divinas; que in ten ta asem ejarse a
la divinidad, g ra cias a sus recto s pensam ientos sobre
lo divino. Se t r a ta tam b ién de u n hom bre que se consa­
g ra con u n sacrificio intelectual; q u e se ac erc a a la divi­
n id ad con un v estid o blanco, con una im p asib ilid ad a n í­
m ica re alm en te p u ra y con un cu erp o liviano, p o rq u e
n o se ve ag o b iad o p o r el peso d e jugos foráneos 91001, de
p ro ced en cia e x tra ñ a, ni p o r el peso de las p asiones an í­
m icas.
46 P orque en los tem plos, q u e h an sido delim itados p o r
los h o m b res p a r a los dioses, incluso las sandalias que
llevam os en los p ies deben e s ta r lim pias y sin m an ch a
alguna. P ero en el tem plo del p adre, esto es, en este

99 P a ra e sto concepto, cf. I 57, 2.


100 C oncepción de la ju stic ia m uy próxim a a los a u to re s trágicos.
101 Cf. P lutarco, De esu carnium, I 1, 993 B.
LIBRO II 127

m undo, ¿es que no conviene c o n se rv ar p u ra n u e stra úl­


tim a y e x te rn a v estim en ta cu tá n e a y p erm a n ece r en el
tem plo del p a d re con ella en esta d o de p u reza? P ues si 2
el p elig ro c o n sistie ra solam ente en que aq u ella se m an­
ch ara, tal vez sería posible d esp reo cu p a rse y m o stra r
in d iferen cia al resp ecto. P ero re alm en te todo n u estro
cu erp o sensible lleva en sí em anaciones de los dém ones
m ateriales, y, ju n ta m e n te con la im pureza d eb id a a la
carn e y a la sangre, se p re se n ta u n a potencia, am iga
y co o p e rad o ra suya, p o r su sem ejanza y afinidad.
R ectam ente, p o r ello, los teólogos se p re o cu p aro n de «7
la a b stin en c ia y el E gipcio 102*104nos m an ifestó estos d a­
tos, ap o rtá n d o n o s u n a cau sa n a tu ra l, que h ab ía com ­
p ro b a d o ex p erim en talm ente. P u esto que u n alm a vil e
irracio n al, q ue ab a n d o n a el cu erp o , al h a b e r sido a r ra n ­
cada violentam ente, perm anece ju n to a éste (porque igual­
m en te las alm as de los hom bres que m u riero n violenta­
m en te se m an tien en ju n to al cuerpo), este hecho pon­
d ría de m an ifiesto el im pedim ento p a ra que alguien se
escape violen tam en te fu e ra del c u e rp o l#í. P o r consi- 2
guíente, cu an d o se p ro d u cen las m u e rte s violentas de
anim ales, obligan a sus alm as a d e le ita rse con los c u e r­
pos que ab an d o n an , y ya no e n c u e n tra el alm a im pedi­
m en to alg u n o p a ra e s ta r donde la a tra e lo que le es afín
p o r n atu raleza. E s p o r esto p o r lo q u e se les h a visto
a m u ch as la m en tarse IM, y tam b ién p o r ello las alm as
de los que no reciben se p u ltu ra p erm an ecen ju n to a los
cu erp o s. De estas, p re cisam en te se sirven los en c a n ta ­
dores p a ra su uso personal, reteniéndolas a la fuerza por
la p osesión del cu erp o o de p a rte del cuerpo. P o r tan to , 3
p o rq u e nos m an ifestaro n l0S estos hechos (la n atu ra leza
102 H erm es T rim egisto, según A. J. F estuciére , «Une so u rce her-
m étique de Porphyre: l'E gyptien du D.A. II. 47», Rev. Ét. Gr. 49 (1936),
586-595.
101 Cf. I 38.
104 Cf. P latón, Fedón 8 Id.
105 Pueden se r los teólogos.
128 SOBRE LA ABSTINENCIA

d e u n alm a vil, el p aren tesco y el p lace r que experim en­


ta con los cu e rp o s de los que h a sido arran c ad a), re h u ­
sa ro n co n v en ientem ente co m er carne, p a ra no verse im ­
portunados p o r unas alm as ajenas, arrastra d as p o r medios
violentos e im p u ro s a lo que es c o n n a tu ra l a ellas, ni
im pedidos de ac e rc a rse solos a la divinidad, en el caso
de q u e los m o lestara n u nos dém ones con su presencia.
48 Q ue la n a tu ra le z a d e un cuerpo, em p aren tad o con
el alm a, e jerce u n a a tra c c ió n so b re ella, es un hecho
que la ex p erien cia se lo d em o stró a ésto s p o r m uchos
d etalles. E n efecto, qu ien es desean re c ib ir en ellos las
alm as de an im ales ap ro p ia d o s p a ra los vaticinios se tr a ­
gan sus v isceras prin cip ales, tales com o corazones de
cuervos, to p o s o halcones y m an tien en p re sen te su al­
m a, que les d a re sp u e sta s p ro p ias de oráculo, com o un
dios, y se in tro d u c e en su c u e rp o al m ism o tiem po q u e
se trag a n el bocado del cu erp o en q u e aq u élla se en ­
co n tra b a
49 Con razó n , pues, el filósofo y sac erd o te del dios su ­
p rem o se a b stie n e de todo alim ento de seres anim ados,
esforzándose p o r acercarse solo 10\ con la soledad de su
p ro p io ser, a la divinidad, sin la m olestia de ac o m p a­
ñ an tes, y es p recav id o p o r h a b e r averiguado las necesi-
2 d ad es de la n atu ra leza . P orque el filósofo es realm en te
ex p erto en m u ch as disciplinas, intuye y com prende los
hechos de la n aturaleza; es inteligente, ordenado y mode-
3 rado, p ro c u rá n d o se su salvación de to d as p artes. Y así
com o el sa c e rd o te d e algún dios p a rtic u la r es ex p erto
en la erecció n de sus estatu a s, en los m isterios, en las
iniciaciones, en las pu rificacio n es y en o tro s rito s sem e­
jan tes, ta m b ié n el sacerd o te del dios su p re m o es exper- 1067

106 T ienen m ás de m agia que de adivinación estos m étodos. Cf. A.


B ouché Leclerc, Hisloire de la divination dans VAntiquité, vol. I, P arís,
1875, cap. 1.
107 Cf. supra, 47, 3.
LIBRO II 129

to en la creació n de su p ro p ia e sta tu a , en p u rificaciones


y en o tra s p rá c tic a s que lo u n en a la divinidad.
Y si los re p re se n ta n te s del culto, aquí en la tie rra , so
sac erd o tes y arú sp ices, se im ponen a sí m ism os y a los
dem ás ab sten erse de tum bas, de hom bres im píos, de m u­
jere s con m enstruación, de relaciones sexuales y, en con­
secuencia, de esp ectáculos indecorosos y lacrim osos y
de au d icio n es que d esp ierte n la pasió n (porque m uchas
veces, p o r la p re sen cia de p e rso n a s im p u ras, aparece
algo q ue p e rtu rb a al arúspice; a firm a n tam b ién q u e un
sacrificio a d estiem po a p o rta incluso m ás p erju icio que
beneficio), ¿ to le ra rá acaso el sac erd o te del p a d re con­
v ertirse él m ism o en tu m b a de cadáveres, lleno de im ­
p u rezas, sien d o así que se e stá esforzando p o r relacio ­
n a rse con u n se r su p erio r? B a sta n te es que aceptem os 2
la p a rtic ip a c ió n de la m u erte en los fru to s que u tiliza­
m os p a ra n u e s tra vida te rre n a l. Más todavía no ha lle­
gado el m om ento de t r a ta r esto s tem as; todavía hay que
e la b o ra r u n an álisis crítico sobre los sacrificios.
Se p o d ría a firm a r que su p rim im o s u n a g ra n p a rte si
d e la ad ivinación q ue se realiza p o r m edio de las visce­
ras, si nos ab sten em o s de d a r m u erte a los anim ales.
P o rq u e el q u e tal haga, que elim ine tam b ién a los hom ­
b res, po rq u e, según dicen, el fu tu ro se m an ifiesta m ás
en sus visceras; al m enos m uchos pueblos b á rb a ro s p rac­
tican la adivinación p o r m edio d e las e n tra ñ a s h u m a­
n as P ero com o su p rim ir a u n se r de la m ism a es- 2
pecie p o r m otivo de la adivinación sería u n rasgo p ro ­
pio de in ju sticia y am bición, del m ism o m odo re su lta ría
in ju sto sa c rific a r u n se r irra c io n a l p o r la excusa de la
adivinación. Si los dioses, o los dém ones, nos m anifies- 3
ta n las señales, o b ien es el alm a, cu an d o se aleja del
anim al, la que resp onde a la cu estió n p o r m edio de los *69

,oa Sólo en Estrabón, en tre los a u to re s antiguos, aparece esta afir­


m ación tan ro tu n d a, XI 4, 7, cuando a lu d e a los iberos del C áucaso.
69 — 9
130 SOBRE LA ABSTINENCIA

signos que se p ro d u c en en las visceras, eso no es posi­


ble av e rig u arlo en n u e stro p re sen te trab a jo .
52 A quellos a q u ien es la vida los h a a rro ja d o fu e ra d an ­
do vueltas, les perm itim os, u n a vez q u e h an com etido
d elito de im p ie d ad c o n tra ellos m ism os, q u e se vayan
2 a donde los a r ra s tre . E n c u a n to al filósofo que no so tro s
d escrib im o s, q u e se m an tien e al m argen del m undo ex­
te rio r afirm am o s con to d a razón que no im p o rtu n a rá
a los dém ones, que no n e c e sita rá adivinos ni visceras
de an im ales, p o rq u e se h a ejercitad o en a p a rta rs e de
3 los tem as q u e d an lu g a r a las adivinaciones. N o des­
ciende al m atrim o n io , p a ra no verse en la n ecesidad de
im p o rtu n a r al adivino sobre el tem a, no se dedica al
com ercio, no va a c o n su lta r sobre u n criad o, ni sobre
su prestigio social, ni sobre otros tipos de am bición m un­
d a n a que se d an e n tre los hom bres. L a certeza de lo
que in v estig a n o se la re v elará ningún adivino ni tam po-
4 co visceras alg u n as de anim ales. El m ism o, com o diji­
m os 10910, y p o r sí m ism o, se a c e rc a rá a la divinidad, que
se fu n d a m e n ta en su s v erd ad eras e n tra ñ a s y coge­
rá las in stru ccio n e s sobre la vida etern a, confluyendo
h acía allí to d o él y deseando co n v ertirse en «intim o del
g ra n Zeus» 11112 en lu g ar de adivino.
53 P ero si su rg ie ra alg u n a necesidad ap rem iante, el que
vive de esa fo rm a, com o serv id o r de la divinidad, dispo­
ne de b u en o s dém ones que van p o r d elan te y le a d ­
v e rtirá n "2, p o r m edio d e sueños, de señales y de su
voz, del re su lta d o de los acontecim ientos y de las p re ­
cauciones q u e hay que ad o p tar. Tan sólo hay que a le ja r­
se del m al y reconocer com o am igo y fa m iliar lo m ás
ap reciad o que hay en el u n iverso y todo el bien que éste

109 Cf. s u p r a , 4 9 , 1.
110 E sto es, en el intelecto.
1,1 Od. XIX 178.
112 El d em o n so c rático es un p re ce d en te de e sto s dém ones
consejeros.
LIBRO II 131

en cierra. P ero hay que ser m alvado e ig norante de los 2


tem as divinos p a ra d esp re c ia r y re ch az ar lo que uno no
sabe, con la excusa de que la n atu ra le z a no g rita sus
consejos con u n a vez audible, sino que, p u esto que es
inteligente, p o r m edio de la m en te inicia a los que
la reverencian. Sin em bargo, a u n q u e se ad m ita la prác- 3
tica de los sacrificio s p a ra conocer de an tem an o el fu tu ­
ro, no se d esp ren d e de ello q u e h ay a que a d m itir forzo­
sam en te tam b ién la consum ición de la c a rn e de las víc­
tim as, com o tam poco el sacrificio, d e cu a lq u ie r tipo que
sea, q ue se co n sag re a dioses o dém ones lleva ap a rejad o
la consum ición de la víctim a. Pues bien, la h isto ria nos
h a confiado el recu erdo, no sólo d e los hechos q u e re ­
m em o ró T eo frasto, sino tam bién de m uchos otros, que
h acen re fere n cia a los hom bres de a n ta ñ o q u e sac rifica­
b a n seres hu m an o s, y sin d u d a no es esto u n m otivo
p a ra que h aya que com er hom bres.
P a ra d e m o s tra r que no h ab lam o s de u n m odo sim- m
p lista, sino apoyándonos en el testim o n io de la h isto ria
q u e e stá llena de ejem plos, b a s ta ra a p o rta r u n a serie
de casos. E n R odas, a com ienzos del m es de m etagit- 2
n ión m, el d ía 6, e ra sacrificado u n hom bre en h onor
de Crono. E sta costum bre, que perduró por m ucho tiempo,
fue cam biada después. En efecto, a un condenado a m uerte
p o r reso lu ció n p ú b lica lo m an tu v iero n en la cárcel h a s­
ta las fiestas de C rono. C uando llegó el d ía de la fiesta,
lo sacaro n fu e ra de las p u erta s, fre n te al tem plo de la
B u en a co n sejera "4, le dieron de b e b e r vino y lo dego­
llaron. E n la actu al Salam ina, llam ada antes C oronis “5, 3
en el m es q u e co rresp o n d e al de A frodisio e n tre los
chipriotas, un hom bre era sacrificado en honor de Agraulo,
h ija de C écrope y la ninfa A gráulide. Y la co stu m b re 13*56

113 C o rresp o n d ía a p a rte de ag o sto y septiem bre.


1,4 aristoboúle, e p íte to de Á rtem is.
115 Más bien, el nom bre de u n a p a rte de la ciudad.
116 Al p arecer, a com ienzos del otoño.
132 SOBRE LA ABSTINENCIA

se m antuvo h asta la época de Diomedes. Después cam ­


bió en el sentido de que el hom bre era sacrificado en
honor de Diomedes, y en un sólo recinto se ubicaron
el templo de Atenea, el de Agraulo y el de Diomedes.
El hombre destinado al sacrificio, empujado por los efebos,
daba tres vueltas alrededor del altar; después el sacer­
dote le golpeaba con una lanza en la garganta, y así lo
quem aban sobre la p ira que se había levantado "7.
33 E sta p ráctica la abolió Dífilo, rey de Chipre, que vi­
vió en la época de Seleuco el teólogo, cuando cam bió
esta costum bre por el sacrificio de un buey. La divinidad
aceptó el buey en lugar del hombre; de este modo la
2 realización del acto tiene la misma significación. También,
en Heliópolis de Egipto, Amosis abolió la costum bre de
sacrificar seres hum anos, como atestigua M anetón en
su tratado sobre la antigüedad y la p i e d a d E s t o s sa­
crificios se hacían en honor de H era y las víctim as se
seleccionaban, previo examen, tal como se buscan las
terneras p u ras y se las m arca después con un sello
Se sacrificaban tres hom bres en el día y Amosis ordenó
que se colocaran en su lugar otras tantas figuras de cera.
3 También en Quíos y Ténedo, según cuenta Evelpis de
Caristo 130 se sacrificaba a un hombre, despedazándolo,
4 en honor de Dioniso Omadio 17*2021. Por o tra parte, refiere
Apolodoro que los lacedemonios sacrificaban un hom­
bre en honor de Ares.
36 Los fenicios en las grandes calam idades, como gue­
rras, epidemias o sequías, sacrificaban en honor de Crono

117 E ste sacrificio de la Salam ina chipriota parece responder a una


tradición m ítica.
No se sa b e ex actam en te si responde al títu lo de una o bra de
M anetón, h isto ria d o r en lengua griega del siglo III a. C.
"» Cf. IV 7, 3.
120 No ex iste o tra m ención de este h isto riad o r.
121 El e p íte to hace referen cia a la consum ición de c arn e c ru d a,
hecho relacio n ad o con el dios Dioniso.
LIBRO n 133

a uno de sus seres más queridos, designándolo por vo­


tación. Abunda en sacrificios de este tipo la Historia fe- 2
rticia, que escribió Sancuniatón 122 en lengua fenicia y
Filón de Biblos 123 tradujo al griego en ocho libros.
Istro 124 en su colección de sacrificios cretenses asegu­
ra que los Curetes, antiguam ente, sacrificaban niños a
Crono. Palas 125126, el escritor que m ejor ha recopilado los 3
m isterios de M itra, afirm a que los sacrificios hum anos
habían sido abolidos casi en todos los pueblos en la época
del em perador Adriano. También en Laodicea de Siria 4
se sacrificaba, anualm ente, una doncella a Atenea, y en
la actualidad un ciervo. En Libia, igualmente, 'los carta- 5
gineses hacían un sacrificio <de este mismo tip o >
que suprim ió Ifícrates. Los dum atenes 127*129de Arabia sa- 6
orificaban cada año a un niño, y lo enterraban bajo el
altar, que utilizan como estatua. Filarco narra que to- 7
dos los griegos, de una m anera general, realizaban un
sacrificio hum ano antes de salir al com bate contra sus
e n e m i g o s Y dejo a un lado los tracios, los escitas, 8

122 P erso n aje m isterioso, cuya existencia, según Filón de Biblos,


es a n te rio r n a d a m enos que a la g u e rra de Troya.
123 H isto ria d o r de los siglos I-II d. C.
124 H isto ria d o r del segundo te rc io del siglo III a. C.
125 A utor desconocido. La expresión «en la época del em p e rad o r
A driano» puede re fe rirse ta n to a la o b ra com o a los sacrificios, según
el texto griego. Sólo a p arece citado en la a n tig ü e d ad clásica en dos
ocasiones, y ello, p o r o b ra de P orfirio: en el p re sen te cap itu lo y en
el 16 del libro IV. N ada c la ro se sabe so b re la vida de e ste a u to r. Se­
gún F. C umont , Textes et m onum ents figurés relatives aux Mysiires de
Mithra, Bruselas, 1896-98, vol. I, pág. 26, vivió, tra s el reinado de Adriano,
e n la época del e m p e ra d o r Cóm odo. Cf. tam b ién R. T urcan , Mithras
Platonicus, Leyden, 1975, págs. 23-43, y RE (= P auly-W issowa , Real-
encyclopadie der klassischen Altertumswissenschaft), XV III, 3, 239,
126 Sólo un m an u scrito , Leidenensis B.P.G. 33 D, ca. 1540, tra e el
autírt que se tra d u c e en el p arén tesis.
127 De D um ata, en A rabia.
121 H isto ria d o r del siglo II a. C. Cf. J acoby , F. Gr. Hist., 81, fr. 80.
129 El hecho no fue m uy frecuente, p e ro p arece atestig u ad o . Es
fam oso el sacrificio o rd e n ad o p o r T em ístocles an te s de la b a ta lla de
134 SOBRE LA ABSTINENCIA

y omito el hecho de que los atenienses inm olaran a la


9 hija de É recteo y Praxitea 13#. Pero incluso, hoy día
¿quién ignora que en la gran ciudad se sacrifica un hombre
10 en la fiesta de Jú p iter Latiario? m. Y, evidentem ente,
no hay que comer carne humana, aunque por alguna nece-
11 sidad un hom bre haya sido llevado al sacrificio. Incluso
en situación de asedio, aprem iados por el ham bre, hubo
hom bres que se com ieron a sus sem ejantes y, a pesar
de ello, fueron tachados de impíos y tam bién su acto.
37 He aquí un ejemplo: después de la prim era guerra
que enfrentó a rom anos y cartagineses po r la posesión
de Sicilia, los m ercenarios fenicios desertaron y a rra s­
traron consigo a los libios. Amílcar, de sobrenombre Barca,
m archó co n tra ellos y los redujo con su cerco a tal si­
tuación de ham bre, que, en un prim er momento, ante
la carencia de todo, se com ieron a los que cayeron en
el combate, en segundo lugar, a los prisioneros y, a con­
tinuación, a sus criados. Por último, se lanzaron unos
contra otros y se com ieron a sus cam aradas de arm as,
que les correspondió m ediante un sorteo. Cuando Amíl­
c ar los sometió, los aplastó con sus elefantes, por esti­
m ar que era un sacrilegio que se relacionaran con otros
2 hombres. Ul. No adm itió la antropofagia por el hecho
de que unos se hubieran atrevido a practicarla, ni tam ­
poco su hijo Aníbal, a quien alguien le aconsejó, cuando
dirigía sus tropas contra Italia, que el ejército se habi­
tu ara a com er carne hum ana, para no carecer de ali-
3 mentos. Por tanto, puesto que las ham bres y las gue­
rra s han sido las causantes de la consum ición de los
otros seres vivos, no se debe adm itir esta práctica por 1302
Salam ina. Cf. F. S chwenn , «Die M enschenopfer bei den G riechen und
R Sm em », R G V V 15 (1914-15), 75 y sigs.
130 El hech o lo recoge Apolodoro , Biblioteca III 15, 4.
131 E sta p rá c tic a p arece que se m antuvo en R om a h a sta la época
del e m p e ra d o r C onstantino.
132 El re la to de P orfirio, a p ro p ó sito de la v icto ria de A m ilcar so­
b re los m erc en a rio s, en el afio 238 a. C., se a sem eja al de P olibio , I 84.
LIBRO II 135

placer, del mismo modo que tam poco adm itim os la an­
tropofagia. Igualm ente, porque sacrificaron anim ales a
algunas potencias, tam poco hay que comérselos, ni los
que sacrificaron hom bres probaron, por ello la carne
hum ana.
M ediante estos argum entos ha quedado dem ostrado 38
que, por el hecho de sacrificar anim ales, no se despren­
de, inevitablemente, la necesidad de comérselos. Aún más,
quienes trataro n de conocer las potencias que hay en
el universo ofrendaron sacrificios sangrientos, no a los
dioses, sino a los démones, tal como ha quedado confir­
m ado por los propios teólogos 1JJ. Tam bién nos recuer- 2
dan éstos que, entre los démones, unos son malvados y
otros benéficos. Y éstos no nos molestarán, si les ofrenda­
mos únicamente los productos que comemos y con los que
nutrim os nuestro cuerpo y nuestra alma. Concluiremos 3
este libro, añadiendo unas pocas palabras, a saber, que
las nociones no desviadas de la m ayoría se conjugan con
una concepción recta sobre los dioses. En efecto, dicen, 4
entre los poetas, los que tienen un poco de prudencia:
¿Qué hombre hay tan insensato y tan ingenua­
mente crédulo, que espera que los dioses, por unos
huesos sin carne y una bilis chamuscada (que no
los aceptarían como comida ni siquiera unos pe­
rros hambrientos), se complazcan todos ellos y lo
acepten como un presente de honor? ,M.

Y otro afirma: 5
Pasta, incienso y tortas rituales. Esto es lo que
voy a comprar. Pues, hoy, no ofrezco esto en sacri­
ficio a mis amigos, sino a los dioses 1 343S.

133 Vid. supra, caps. 42-43.


134 C ita de u n a trag e d ia desconocida: fr. 118 N auck . C lem ente de
A lejandría c ita tam bién este frag m en to (Estrómata VII 6, 34, 3).
135 P erten ecien te a un a u to r cóm ico desconocido. Fr. 372 K ock .
136 SOBRE LA ABSTINENCIA

59 Puesto que Apolo aconseja hacer los sacrificios se­


gún los ritos tradicionales, parece conveniente volver
a la antigua costum bre. La antigua costum bre consis­
tía, como hem os dem ostrado, en ofrendas de tortas ri-
2 tuales y frutos de las cosechas. De ahí proceden los nom­
bres de thysíai y thyélai, esto es, «sacrificios» y thymé-
lai, que designa los «altares de los sacrificios»; y el m is­
mo verbo thyein «sacrificar», guardaban relación con
el verbo thymían «quemar». Deriva de ahí igualmente,
el verbo epithjein, que empleam os hoy día entre noso­
tros con el significado de «sacrificar sobre el altar». Porque
los que nosotros expresam os hoy por thyein lo expresa­
ban los antiguos por érdein «realizar» 13‘.
Realizaron perfectas hecatombes en honor de Apo­
lo de toros y cabras 16
337

60 Los que introdujeron la suntuosidad en los sacrifi­


cios ignoran que con ello introdujeron tam bién un en­
jam bre de males: la superstición, el lujo y la suposición
de que se puede corrom per a la divinidad y rep arar la
2 injusticia con sacrificios. ¿A qué viene, pues, que unos
sacrifiquen tríadas de víctim as con cuernos recubiertos
de oro; otros, hecatom bes y Olimpia, la m adre de Ale­
jandro, m il víctim as en total, si no es porque la suntuo-
3 sidad lleva de una vez a la superstición? Por otra parte,
desde el m om ento en que un joven com prende que los
dioses se com placen con el lujo excesivo, como dicen,
con los festines de bueyes y de otros anim ales, ¿cuándo
podrá, de buen grado, m ostrar cordura? Y si estim a que
ofrece sacrificios gratos a los dioses, ¿cómo creerá que
no le está perm itido delinquir, si tiene la intención de
4 redim ir su falta con los sacrificios? En cambio, si está

136 Se h acía necesario e x p resa r la trad u cció n de los térm inos grie-
gos que p re s e n ta P orfirio.
137 lliada I 315-316. Aparece el verbo érdein en el verso hom érico.
LIBRO II 137

convencido de que los dioses no tienen necesidad de es­


tos lujos, y de que m iran la conducta de los que se les
acercan IM, estim ando como el m ás grande sacrificio la
recta com prensión sobre ellos y sobre la realidad l39,
¿cómo no será entonces sensato, santo y justo?
La m ejor ofrenda que se puede hacer a los dioses 6i
es una m ente pura y un alma impasible, pero tam bién
es apropiado ofrendarles otros bienes con moderación,
sin negligencia, con toda decisión. Es necesario que los 2
honores que se les trib u ta se asem ejen a las preferen­
cias de sitio que se otorgan a los hom bres de bien, esto
es, cuando nos levantam os y les invitam os a sentarse,
y no al pago de los impuestos. Porque, evidentem ente, 3
un hom bre no hablará de este modo:
Si recuerdas lo bien que lo pasaste y me amas,
tiempo ha, Filino, que soy beneficiario de tu afec­
to, porque yo lo deposité en tí por este motivo 14°.

Y un dios no se contentará con estas palabras. Por ello 4


dice Platón, «al hom bre de bien conviene sacrificar y
relacionarse siem pre con los dioses por medio de súpli­
cas, ofrendas, sacrificios y todo tipo de culto»; en cuan­
to al malvado «resulta vano que se tome un gran tra b a ­
jo para con los dioses» 141. Porque el hom bre de bien 5
sabe lo que tiene que sacrificar, aquello de lo que debe
abstenerse, lo que debe consum ir y lo que debe ofren­
d ar como prim icias. El malvado, en cambio, contando
con su propia disposición y recursos que él mismo se
ha buscado, cuando intenta trib u ta r honores a los dio­
ses, comete un acto de impiedad m ás que de piedad.
Por este motivo cree Platón que el filósofo no debe ver- 6

IJ* Cf. supra, 15, 2.


I3S Cf. supra, 34, 2.
140 F ragm ento de a u to r desconocido (fr. 131 K ock).
141 Leyes IV 716d y 717a.
138 SOBRE LA ABSTINENCIA

se envuelto en m alas costum bres, porque ello no es gra­


to a los dioses ni útil a los hom bres. Debe, por el con­
trario, inten tar cam biar sus hábitos a m ejor y, si no lo
consigue, no cam biar, para evitar caer en las m alas cos­
tum bres; debe, en fin, m archar, siguiendo por el recto
camino, sin precaverse de los peligros que le lleguen
de la m uchedum bre, ni de otro tipo de riesgos, como
7 la calumnia, si llega el caso l42143. Sería asombroso que los 7
sirios no pro b aran el pescado u\ ni los hebreos el
cerdo '**, ni la m ayor parte de los fenicios y egipcios
la vaca 145, pero tam bién lo sería, si la m ayor parte de
los reyes se esforzaran por hacerlos cam biar de actitud,
y ellos soportaran la m uerte antes que transgredir la
ley. Y tam bién que nosotros, por tem or a los hom bres
y a su maledicencia, prefiriéram os trasgredir las leyes
8 de la naturaleza y los preceptos divinos. El coro celes­
tial, com puesto de dioses y hom bres divinos, se irrita ­
ría sobrem anera si ve que nos quedamos pasm ados an­
te las opiniones de unos hom bres depravados y llenos
de tem or por lo que de nosotros puedan pensar; noso­
tros que en n uestra vida nos ejercitam os cada día en
m orir para los dem ás lw.

142 Cf. P latón, República VI 494a, donde se e x p resa una idea pa­
recida: «es inevitable que los filósofos sean criticad o s p o r la m ultitud».
143 Cf. IV 15, 6.
144 Cf. I 14, 4, y IV 11, 1.
145 Cf. II 11, 2, y IV 7, 3; H eródoto, II 18 y 41.
144 La ex p resió n tiene reso n an cias c ristia n a s (cf. «m uertos al pe­
cado», Romanos 6, 2). La c o n stru cció n «m orir» con dativ o no a p arece
a n te s de P orfirio.
LIBRO III

Demostramos, en los dos libros precedentes, Firm o i


Castricio, que la alim entación a base de seres anim ados
no contribuye a la tem planza, a la frugalidad, ni a la
piedad, que especialm ente colaboran a la consecución
de una vida contemplativa, sino más bien todo lo contrario.
Mas al haber adquirido la justicia su rasgo más hermo- 2
so en la piedad p ara con los dioses y haberse originado
esencialm ente gracias a la abstinencia, no hay tem or de
que quebrantem os, de alguna m anera, la justicia res­
pecto a los hom bres, si conservamos nuestras obligacio­
nes religiosas para con los dioses. Sócrates, por su par- 3
te, frente a los que sostenían que el placer era nuestro
fin, afirm aba que, aunque todos los cerdos y m achos
cabríos estuvieran de acuerdo en ello, jam ás creería que
nuestra felicidad residía en el placer, m ientras la inteli­
gencia domine en el universo; y nosotros, aunque todos
los lobos y buitres aprueben la consumición de carne,
estarem os en desacuerdo con ellos, en tanto el hom bre
se m antenga incólume por naturaleza y se abstenga
de procurarse placeres a costa del perjuicio de otros.
Por consiguiente, pasando al tem a de la justicia, pues- 4
to que nuestros adversarios m anifiestan que sólo debe
extenderse a seres sem ejantes y excluyen, por ello, a
los anim ales irracionales, expongamos, pues, la opinión
verdadera, que es al mismo tiem po la de Pitágoras, y
dem ostrem os que toda alma, que participa de sensación
140 SOBRE LA ABSTINENCIA

y m em oria, es racional. Porque, si esto queda dem ostra­


do, con toda razón extenderem os la ju sticia a todo
5 ser vivo, incluso de acuerdo con aquéllos1. Resum i­
rem os brevem ente el estado de la cuestión entre los
antiguos.
2 Existiendo dos clases de argum entación2, según los
estoicos, una interna y o tra externa, que se expresa oral­
mente, y a su vez la una correcta y la o tra deficiente,
conviene precisar de cuál de ellas excluyen a los anim a­
les. ¿Acaso de la recta argum entación exclusivamente,
y no de toda ella, sim plem ente? ¿O bien, com pletam en­
te, quedan excluidos de toda argum entación que proce-
2 da tanto del interior como del exterior? Parecen pro­
nunciarse por una privación total de ellas, no sólo de
la recta. Porque, de otro modo, los anim ales no serian
ya irracionales, sino racionales, tal como, según ellos,
3 son casi todos los hom bres. En su opinión, sólo ha exis­
tido un sabio o dos3, entre los que únicam ente se ha
dado una co rrecta razón; todos los demás son unos me­
diocres, aunque se encuentren en una actitud de pro­
gresión, unos, y otros, en cambio, se hallen inm ersos
en un cúm ulo de m ediocridad, y por igual sean todos,
4 no obstante, racionales. Llevados por su egoísmo, lla­
m an irracionales a todos los animales sin excepción, que­
riendo significar con ello que su total carencia de racio­
cinio se debe a su irracionalidad. Sin embargo, si hay

1 Los a rg u m e n to s que in te n ta re b a tir aquí P o rfirio son los a p o r­


tad o s p o r estoicos y p e rip a té tic o s, c o n tra rio s a la ra cio n alid ad de los
anim ales.
1 El térm in o « argum entación» in te n ta e x p re sa r el doble sentido
de lógos, que vien e a significar, en este pasaje y siguientes, algo asi
com o ex p resió n o ra l congruente, fru to de u n acto racio n al, en d e fin iti­
va. De ahí que F eliciano tra d u z c a « ra tio seu oratio » (Col. «Didot») y
B ouffartigue -P atillon «discours» («Les Belles Lettres»), El contexto
exige, no o b sta n te , que se v ierta p o r «razón» en algún caso.
3 Cf., por su sim ilitud, H. V on Arnim, Stoicorum veterum fragmen­
ta, 4 vols. (el vol. IV contiene índices), Leipzig, 1903-1924, fr. 668.
LIBRO III 141

que decir la verdad, no sólo se contem pla totalm ente


la razón en todos los anim ales, sino que en muchos de
ellos se da con una base sólida para aspirar a la perfección.
Puesto que realm ente, como dijimos, es doble la ar- 3
gum entación, basada una en la pronunciación, y la otra
en la disposición interna del ánimo, empecemos, en p ri­
m er lugar, po r la enunciativa que se m anifiesta por la
voz. Si, por supuesto, la argum entación enunciativa con- 2
siste en un sonido que, por m edio de la lengua, m ani­
fiesta las pasiones internas del alm a (porque la defini­
ción es muy general y no está sujeta a norm a alguna,
sino tan sólo a la noción de argum entación), ¿por qué
razón quedan excluidos de ella los anim ales que emiten
sonidos? ¿Y por qué no piensan sus experiencias antes
incluso de decir lo que desean decir? Llamo pensam ien­
to al sonido que se em ite en silencio en el interior del
alma. Por consiguiente, si se em ite un sonido por la len- 3
gua, como quiera que suene, ya sea bárbaro, griego, de
perro o de buey, los seres vivos que los producen están
dotados sin duda de una capacidad de raciocinio; los
hom bres hablan, por su parte, de acuerdo con las leyes
hum anas, y los anim ales a tenor de las leyes de los dio­
ses y de la naturaleza que a cada uno le tocó en suerte.
Mas si no los comprendemos, ¿qué im porta ello? Por- 4
que tam poco los griegos com prenden la lengua de los
indios, ni los que se han criado en el Ática la de los
escitas, tracios o sirios, sino que el sonido de unos le
resulta a los otros como el graznido de las grullas4. Pa­
ra otros, sin embargo, su lengua se compone de letras
y sonidos articulados, como a nosotros nos resulta la
nuestra; en cambio, por ejemplo, la lengua de los sirios
o de los persas es p ara nosotros inarticulada e incom­
prensible en sus letras, como igualm ente lo es para to-

4 E n e s te p u n to e s s im ila r la a r g u m e n ta c ió n d e S exto E m pírico ,


Esbozos pirronianos I 74.
142 SOBRE LA ABSTINENCIA

5 dos la de los anim ales. Pues del mismo modo que sólo
com prendem os un sonido y un ruido, por no entender,
por ejemplo, el habla de los escitas, y parece que gritan
y no pronucian sonido articulado alguno, sino que úni­
cam ente em plean un sonido m ás largo o m ás corto, y
la diferenciación de este sonido en modo alguno nos lle­
va a captar una significación, en tanto que p ara ellos
su lengua es com prensible y posee muchos m atices, tal
como para nosotros es habitual la nuestra. Igualm ente
tam bién entre los anim ales su lenguaje les llega por es­
pecies, de un modo particular; para nosotros, en cam ­
bio, es un ruido tan sólo perceptible, pero carente de
significado, por el hecho de que nadie, con suficiente
información, nos ha enseñado n uestra lengua, para po­
der traducir a ella lo que se dice entre los animales.
6 Sin embargo, si hay que creer a los antiguos, a los con­
tem poráneos nuestros y a los de nuestros padres, hay
personas, según se dice, que captaban y com prendían
los sonidos em itidos por los animales. Así, por ejemplo,
entre los antiguos, Melampo, Tiresias5 y otros adivinos
por el estilo, y no hace m ucho Apolonio de Tiana*, de
quien se cuenta lo siguiente, a propósito de una ocasión
en que se encontraba con sus discípulos: estaba volan­
do y piando una golondrina, y les refirió que ésta le
indicaba a las otras que un asno, que transportaba una
carga de trigo, había caído a las puertas de la ciudad
y que aquélla se esparcía por el suelo, al caer a tierra
7 el asno. Un amigo nuestro refería que se sentía afortu­
nado por tener un criado, un muchacho, que compren- *4

5 Ya en H omero , Odisea X 492, y XV 225, se e n c u e n tra n re fe re n ­


c ias a estos adivinos com o conocedores e in té rp re te s del sonido de
los anim ales.
4 El suceso q u e se re fie re a p are ce en F ilóstrato , Vida de Apolo­
nio IV 3. T iene lu g a r en É feso y el p á ja ro que se m enciona es un go­
rrió n , en vez de u n a golondrina, que goza de u n a re p u ta ció n de adivina
en la antig ü ed ad , y quizá p o r ello la in tro d u c e en su stitu ció n de aquél.
LIBRO III 143

día todos los cantos de las aves; todos ellos eran vatici­
nios de sucesos inm inentes. Pero se había visto privado
de esta capacidad de com prensión, porque su m adre,
por tem or a que lo enviaran como obsequio al em pera­
dor, se orinó en sus oídos m ientras dorm ía7*9.
Mas, dejando a un lado estos ejemplos a causa de 4
nuestra natu ral propensión a la incredulidad, nadie ig­
nora al menos que algunos pueblos, incluso de hoy día,
poseen una aptitud natural para com prender los soni­
dos que em iten algunos anim ales. Los árabes, por ejem­
plo, entienden los de los cuervos* y los etruscos los de
las águilas’; quizá tam bién nosotros y todo el m undo
com prendería los sonidos de todos los anim ales, si una
serpiente hubiera purificado nuestros oídos101. Por su- 2
puesto, es evidente que la variedad y la diferencia de
los sonidos de los anim ales es algo revelador. En efecto,
se escuchan sonidos de un modo cuando sienten temor,
de otro cuando se llaman y de un modo distinto tam ­
bién cuando se com unican para tom ar alimento, cuan­
do dem uestran afecto o, en fin cuando se retan al
com bate". Y es tan grande la variedad, que es difícil 3
7 Con lo que p erd ió sus dotes adiv in ato rias.
' La fa cu lta d a d iv in a to ria del cuervo e stá reconocida p o r varios
a u to re s de la a n tig ü e d ad clásica. P o r ejem plo, E liano , Natura anima-
lium V II 7; P lutarco , De tuenda sanitate 14, 129 A; V irgilio , Geórgicas
I 382, 410, etc.
9 Es P orfirio el único a u to r que m enciona e l conocim iento del len­
guaje de las ág u ilas p o r p a rte de los; e tru sco s. Cf. D ’Arcy W . T hompson ,
A Glossary 0 / Greek Birds, 2.* ed., L ondres, 1936, págs. 2-16, a p ro p ó si­
to del águila en la antigüedad.
10 La purificación de los oidos e ra necesaria p a ra lo g rar u n a s bue­
nas dotes a d iv in ato rias. A la serp ien te se le a trib u y e la fa cu lta d de
p u rific a r lam iendo las o rejas. Cf. 1.. B risson , Le m ythe de Tirésias, es-
sai d'analyse structural. (Études prilim inaires aux religians dans l'Em-
pire romain, t. 57), Leyden, 1976, págs. 49-50.
11 E sta afirm ación la han c o rroborado estudios actuales sobre eto-
logia, a p ro p ó sito de algunos anim ales, com o m onos. E n efecto se han
g ra b a d o sus g rito s de te r r o r y, al se r re p ro d u c id o s en m edio de ellos,
c u an d o se e n c o n tra b a n en a c titu d pacifica, h a n huid o asu sta d o s.
144 SOBRE LA ABSTINENCIA

obsevar la distinción existente a causa de su núm ero,


incluso para los que han consagrado su vida a la obser­
vación de los anim ales. Al menos los augures, que seña­
laron la diferencia de un abundante núm ero de grazni­
dos de corneja y cuervo, dejaron el resto como difícil
4 de percibir p ara el hom bre. Pero cuando entre sí inter­
cam bian sonidos, de evidente significación, aunque pa­
ra todos nosotros sean incom prensibles, m as es m ani­
fiesto que nos im itan, que aprenden la lengua griega y
que com prenden a sus dueños, ¿quien es tan cara dura
que no adm ite que están dotados de razón, porque no
com prenda lo que dicen? En efecto, cuervos, picazas,
petirrojós y loros im itan12 a los hom bres y recuerdan
cuanto oyen y, cuando se les enseña, responden a quien
los instruye; m uchos incluso, m erced a las enseñanzas
que recibieron, denunciaron a los que com etían de-
s litos en casa. La hiena de la India, a la que los nati­
vos llaman «corocota», se expresa, sin haber sido ense­
ñada, con una voz tan propiam ente hum ana, que se me­
te por las casas y llam a a quien ve fácil de atrapar; imi­
ta, para ello, la voz de la persona más querida, a la que
sin duda responderá el que sea objeto de la llam ada13.
De este modo los indios, aunque lo sepan, son engaña­
dos, a causa de la sim ilitud y, al responder a la voz y
6 salir, son atrapados. Pero si todos los anim ales no nos
im itan ni aprenden con facilidad nuestra lengua, ¿qué
importa ello? Porque tampoco tiene aptitudes para apren­
d er cualquier hom bre o para im itar, no ya la lengua
de los anim ales, sino ni siquiera cinco lenguas de las

12 S o b re la im itac ió n de los a nim ales del lenguaje hum ano, hay


a b u n d an tes testim o n io s en la a n tig ü e d ad clásica. Cf. P u n ió , Historia
Naturalis X 60, so b re los cuervos; P lutarco , De sollertia animalium
19, 973 C, so b re las picazas. Vid. la cita d a o b ra (n.9) de D ’Arcy W.
T hompson , pág. 101.
13 Se basa P o rfirio , prin cip alm en te, en E liano , Wat. anim. VII 22,
p a ra estos datos.
LIBRO III 145

que hablan los hombres. Algunos anim ales tam bién qui­
zá no hablan por falta de instrucción o bien por verse
impedidos por sus órganos de fonación. Por nuestra par- 7
te, en Cartago, a una perdiz, que, m ansam ente, vino vo­
lando hasta nosotros, la criam os y, con el paso del tiem ­
po, el contacto continuo con nosotros la hizo muy dócil.
Nos complacíamos no ya por sus halagos, m anifestacio­
nes de afecto y alegres jugueteos, sino tam bién por el
eco que hacía a nuestras palabras y, en la m edida de
lo posible, por sus respuestas, de un modo distinto al
que acostum bran las perdices p ara llam arse entre sí.
Porque no hablaba cuando uno estaba callado; tan sólo,
cuando se le hablaba14.
Y se cuenta tam bién de algunos anim ales que no pue- s
den a rticu lar sonidos están tan prestos a responder a
sus dueños, como no lo está una persona a sus íntimos.
Por lo menos la m urena del rom ano Craso acudía a él,
al ser llam ada por su nombre, y tal disposición de áni­
mo le infundió, que derram ó lágrim as cuando m urió,
siendo así que anteriorm ente, había llevado con mo­
deración la pérdida de tres hijos15*. Muchos relataron
tam bién que las anguilas de A retusa y las percas del
M eandro14 respondían a las llam adas que se les hacía.
Por supuesto, la imaginación de la persona que habla 2
es la misma, ya se traduzca en palabras o no. Pues ¿có­
mo no es ignorancia, llam ar únicamente palabra17 al so-
14 El a d ie stram ien to de los perdices en la a n tig ü e d ad e stá docu­
m en ta d o en la Antología Palatina VII 204-206.
15 E l h e c h o lo re c o g e P lutarco , De sollertia anim alium 23, 976 A,
y E liano , Nat. anim. V III 4.
14 Según Ateneo , Banquete de los sofistas VIII 3, 331 E, se tra ta
de la fuente de A retusa, c erc a de Calcis, en E ubea. El rio M eandro
se e n c u e n tra en Asia M enor. N o e stá a te stig u a d a la docilidad de estos
peces en los lu g ares que se m encionan, pero si la inteligencia de la
p e rca e n tre los antiguos. Cf. D'A rcy W. T hompson, A Glossary o f Greek
Fishes, L ondres, 1947.
17 P refiero, en este caso, tra d u c ir p o r «palabra», sim plem ente, el
térm in o griego lógos. Cf. supra, cap. 2,1.
69— 10
146 SOBRE LA ABSTINENCIA

nido hum ano, porque no es com prensible, y desechar


3 el de los dem ás seres vivos? Porque es lo mismo que
si los cuervos pretendieran que el único lenguaje fuera
el suyo, y que nosotros éram os irracionales porque el
nuestro no e ra inteligible para ellos; o bien que los ha­
bitantes del Ática declararan como única lengua al dia­
lecto ático y a los dem ás los consideraran irracionales
por no ser partícipes de la dicción del Ática. Sin em bar­
go, un habitante del Ática lograría con m ayor rapidez
la com prensión de un cuervo que la de un sirio o un
4 persa que hablen sirio o persa. Pero ¿es que no resulta
absurdo juzgar a un ser racional o irracional por el he­
cho de que su lenguaje sea com prensible o no, por su
silencio o su voz? Porque en ese caso se puede decir
tam bién que el dios suprem o1* y los dem ás dioses, por
5 el hecho de no hablar, no son racionales. Mas los dio­
ses, aun guardando silencio, nos hacen revelaciones, y
los pájaros las com prenden con mayor rapidez que los
hom bres y, cuando han llegado a la com prensión, nos
lo anuncian como pueden, convirtiéndose para los hom­
bres en heraldos de tales o cuales dioses": el águila, de
Zeus; el halcón y el cuervo, de Apolo; la cigüeña, de
H era*1920; el rascón21 y la lechuza, de Atenea; la grulla, de
Deméter; y así otros pájaros concretos de otros tantos
6 dioses. Y aún más, quienes de entre nosotros observan
y conviven con los anim ales, conocen los sonidos que
emiten. En efecto, el cazador sabe, por el modo de la­
drar, si el p erro rastrea la liebre, si la ha encontrado,
si la persigue, si la ha cogido, e igualm ente si anda ex-

'• Cf. supra, I 57, 2, y II 34, 2.


19 Cf. A. B ouché Leclekc, Histoire de la divinatiort dans l'Antiqui-
té, vol. I, P arís, 1875, págs. 127-132.
20 Es la ú n ic a vez, en los a u to re s clásicos, que se relaciona la c i­
güeña con H era.
21 N o e stá c la ra la identificación de este pájaro, denom inado kréx,
e n griego.
LIBRO III 147

traviado. Tam bién el vaquero sabe si la vaca tiene ham- i


bre, sed, está cansada, en celo o busca a su ternero;
el león que ruge, amenaza, el lobo que aúlla evidencia
sus m alas intenciones y las ovejas que balan m anifies­
tan al pastor claram ente sus necesidades.
También distinguen claram ente los anim ales la voz 6
de los hom bres, esto es, si están encolerizados contra
ellos, si les dem uestran afecto, si los llaman, si los per­
siguen, si los reclam an o les dan algo; ningún matiz,
en suma, se les escapa y a todas las voces responden
con propiedad. Y esto es imposible lograrlo, si no actúa
con un sem ejante quien sem ejante es en inteligencia.
También se suavizan por ciertos sones m usicales y se 2
amansan de salvajes que son,, los ciervos, los toros y otros
anim ales22. Pues, incluso los que se pronuncian por la 3
irracionalidad de los anim ales, aseguran que los perros
com prenden una argum entación dialéctica y que utili­
zan la disyunción compleja, cuando, siguiendo un ras­
tro, llegan a una encrucijada. En efecto, el anim al (di­
cen los perros) se ha ido por esta senda, por aquélla
o por la otra, y puesto que no se ha ido ni por ésa ni
por aquélla, entonces se ha ido por esta otra, por la que,
en los sucesivo, hay que encam inar la persecución.
Pero resulta cómodo decir que estos actos los realizan por 4
im pulsos naturales, porque nadie se los ha enseñado,
del mism o modo que nosotros hemos tenido la suerte
de recibir nuestro lenguaje por la vía natural23, aunque
nosotros mismos fijemos algunos nom bres por estar ca­
pacitados naturalm ente para ello. Sin embargo, si hay 5
que dar crédito a Aristóteles24, se vieron anim ales que
22 Cf. E liano, Hat. anim. X II 46.
23 S u p rim en con buen c rite rio Bouffartigue-Patuaon, en su edi­
ción de este tra ta d o , u n a negación que aquf en m odo alguno conviene,
p o rq u e es evidente que lo que se q u iere re s a lta r es que, ta n to los a n i­
m ales com o los hom bres, han recibido por vfa n a tu ra l sus instin to s
y su c ap acid ad d iscu rsiv a (lógos), respectivam ente.
24 Historia anim alium IV 9, 536b 17 s.
148 SOBRE LA ABSTINENCIA

enseñaban a sus hijos a hacer alguna cosa determ inada,


pero especialm ente a hablar; el ruiseñor, por ejemplo,
enseña a c a n ta r a su cría25. Y como él m ism o tam bién
dice26, muchos animales aprenden mutuamente, unos de
otros, y m uchos tam bién de los hom bres. Y cualquiera
corrobora sus asertos: un dom ador de potros, un pala­
frenero, un jinete, un auriga, un cazador, un cornaca,
un boyero, los dom adores de anim ales salvajes y todos
6 los que se dedican al am aestram iento de pájaros. La per­
sona que es sensata y se basa en estos hechos otorga
una parte de inteligencia a los anim ales, pero el que
es im prudente y los desconoce, se ve abocado a coope­
ra r a su propia avaricia respecto a ellos ¿Y cómo no va
a injuriar y a calum niar a unos seres a los que está de­
cidido a c o rta r en pedazos como si se tra ta ra de una
piedra? Pero Aristóteles, Platón, Empédocles, Pitágoras,
Demócrito y cuantos se preocuparon de investigar la ver­
dad sobre los anim ales reconocieron que estaban dota­
dos de razón27*.
7 Hay que m ostrar también su razonamiento y argumen­
tación interiores. Pero parece que la diferencia entre
uno y otra, como dice tam bién Aristóteles en alguna
parte2*, no es esencial, sino que estriba en una consi­
deración de más o menos; del mismo modo, muchos creen
tam bién que la diferencia de los dioses respecto a noso­
tros viene m arcada por un rasgo distintivo, aunque esta
diferenciación no se base en la esencia, sino en la exac-

25 R ecogido ta m b ié n p o r P lutarco, De sollertia animalium 19, 973B,


y E liano , Nat. anim. I II 40.
24 Hist. anim. IX 1, 608 a 17 ss.
27 D esde el cap. 2 del p re sen te libro, em plea P o rfirio c o n stan te ­
m en te el térm in o lógos con el doble valor de «lenguaje» y «razón».
De ahi que lo m á s ap ro x im ad o a n u e stra lengua se a el térm ino «arg u ­
m entación», p o rq u e puede recoger esa d u a lid a d sem ántica, com o ya
hem os a p u n ta d o a n te rio rm e n te (vid. supra, n. 2). A hora, no o b stan te,
p arece m ás p re ciso tra d u c irlo sim plem ente p o r «razón».
24 Hist. anim. VIII 1.588a21 ss.
LIElRO III 149

titud o no de la razón. Igualm ente, casi todo el m undo 2


ha adm itido que, en lo que respecta a la sensación y
a la estru ctu ra general, tanto de los órganos sensoriales
como corporales, están constituidos de un modo seme­
jante a nosotros. En efecto, su semejanza no se basa
solam ente en una coincidencia de las pasiones n atu ra­
les y de los impulsos que ellas provocan, sino tam bién
en la sim ilitud con nosotros de las antinaturales y m al­
sanas que se observan en ellos. Y no se podría hablar
con sano juicio, en base a una diferenciación de la es­
tru c tu ra somática, de su incapacidad para asum ir una
actitud racional, si observam os en los seres hum anos
una gran diferencia de su constitución, según razas y
pueblos, y adm itim os, sin embargo, que todos son ra­
cionales. El asno” coge un catarro, y, si la dolencia le 3
pasa al pulmón, m uere como un hom bre. El caballo se
cubre de úlceras y se consume, como un hombre; tam ­
bién le afecta el tétanos, la gota, la fiebre, la rabia e
incluso se dice a veces que «baja la vista». Igualm ente,
una yegua preñada, cuando percibe el olor de una lám­
para apagada, aborta como una m ujer. El buey sufre 4
accesos febriles y enloquece, e igualm ente el camello.
La corneja tiene sarna y lepra, como el perro, y éste
padece tam bién de gota y de rabia. El cerdo sufre de
ronquera y, todavía más, el perro, y este padecim iento
en el hom bre recibe el nom bre, por este anim al, de «co­
llar de perro»2930.
Y estos anim ales nos son conocidos, porque conviven 5
con nosotros, pero a otros los desconocemos por falta
de contacto. Tam bién se ablandan al ser castrados: los 6
gallos ya no cantan y los sonidos que em iten cambian,
asem ejándose a los de la hem bra, al igual que ocurre

29 La descrip ció n de las enferm edades .que aquí se relacio n an es­


tán tom adas, en general, de Aristóteles, Hist. anim. 21-25, 603a29-605a22.
30 Se tra ta de la e nferm edad conocida p o r el n o m b re de «esqui­
nencia».
150 SOBRE LA ABSTINENCIA

con los hom bres, y no es posible distinguir los cuernos


y el mugido de un buey castrado de los de una vaca;
los ciervos, po r su parte, no pierden los cuernos, al con­
trario, los conservan, como los eunucos su pelo, pero
si no los tienen, no les crecen, como les ocurre a los
hom bres, si son castrados antes de que les salga la bar-
7 ba. Así les ocurre a los cuerpos de casi todos los ani­
m ales en sus afecciones: se com portan de un modo se­
m ejante a los nuestros.
s En cuanto a las pasiones del alma, m ira si todas no
son sem ejantes, y en principio la sensación. En efecto,
no percibe los sabores el gusto del hom bre, ni su vista
los colores, ni ios olores su olfato, ni su oído los ruidos,
ni los calores o fríos su tacto, u otras sensaciones tácti­
les, y no lo captan de un modo sem ejante los sentidos
2 de todos los anim ales31. Los anim ales no se ven priva­
dos de la sensación por el hecho de no ser hom bres y
no están desposeídos de la razón por esa circunstancia,
porque, según este modo de pensar, los dioses se verán
privados de la razón por el hecho de no ser hom bres,
o bien nos verem os nosotros, si es cierto que los dioses
3 son racionales. Parece más bien que los anim ales nos
superan en lo que respecta a la sensación. Porque ¿qué
hom bre tiene una vista tan penetrante —ni siquiera, sin
duda, el Linceo de que hablan las fábulas— como la
serpiente323. De ahí que los poetas le llamen tam bién a
la acción de ver d.rakeinli\ al águila, «que está en las
11 Se h a in te n ta d o c o rre g ir el texto (H. S chrader , Philologischer
Anzeiger, 17, 1887, pág. 459), in tro d u cien d o una in te rro g ac ió n al p rin ­
cipio y al fin al d el periodo. En el contexto de la argum entación, con
un fondo de iro n ía, se p e rcib e c la ram e n te el se n tid o sin n ecesidad de
la interrogación.
32 Según P lutarco , De communibus notitiis contra Stoicos 44, 1083
D, «el fam oso Linceo veía a trav és de u n a roca y de u n a encina».
33 drakein viene a significar, pues, algo asi com o « m ira r fijam en­
te, com o u n a serp ien te» . E n n u e stra lengua no hay un térm in o que
LIBRO III 151

altu ras no le pasa desapercibida la liebre»*14. ¿Quién tie- 4


ne un oído más fino que las grullas, que perciben soni­
dos de lugares tan distantes, que ningún hom bre puede
alcanzar con su vista? Casi todos los anim ales nos supe­
ran con su poderoso olfato, de tal modo que a ellos no
se les escapan olores que a nosotros nos pasan desaper­
cibidos, puesto que reconocen a cada anim al por su es­
pecie nada más olfatear sus huellas. Los hom bres utili­
zan los perros como guías, si precisan perseguir un
jabalí o un ciervo. También tardam os en darnos cuenta s
del estado del tiem po y, en cambio, ios anim ales lo de­
tectan enseguida, de modo que nos servimos de ellos
p a ra que nos vaticinen el tiem po que va a hacer. Y co­
nocen tan bien la distinción de los sabores, que discier­
nen con precisión los que son m alsanos, salubres y da­
ñinos, m ejor que lo harían nuestros médicos. Asegura 6
A ristóteles15 que los afectados por la sensación son los
m ás sensatos. Pero las m utaciones de los cuerpos pue­
den hacerlos propensos a la pasión o contrarios a ella
y que tengan una razón, más o menos, a su alcance, pe­
ro en esencia no pueden cam biar su alma, dado que no
alteran las sensaciones ni las pasiones, ni las hacen de­
saparecer por completo. Admítase, pues, la diferencia 7
en este punto en m ás o menos, pero no en una privación
total, ni en poseerla14 plenam ente el uno, y el otro na­
da. Pero del mismo modo que en una sola especie hay
un cuerpo m ás sano y otro menos, y en la enferm edad,
igualmente, se da una gran diferencia, según haya una
buena disposición natural o una incapacidad congénita,
así tam bién en las almas, una es buena y o tra m ala y,
dentro de un alma, una lo es m ás y otra menos. Y, a
propósito de las buenas, no se da una igualdad, ni el
tra d u z c a lite ralm e n te al verbo drakein; el alem án, en cam bio, con su
v erbo starren, puede e x p resa r, ju stam e n te , lo q u e este verbo griego.
14 H omero, ¡liada XVI 676.
15 Vid., p o r ejem plo, Hist. anim. IX 46, 630b20 ss.
36 E videntem ente, se está re firien d o a la razón.
152 SOBRE LA ABSTINENCIA

bueno de Sócrates, Aristóteles y Platón lo enfocan de


un modo sem ejante, ni tam poco entre los que gozan de
8 parecida reputación se da una identidad de juicio. Por
supuesto, si n u e stra actividad intelectual es superior a
la de los anim ales, no debemos tampoco por ello q u ita r­
les la facultad de pensar, como igualm ente no le vamos
a suprim ir a las perdices la facultad de volar, porque
los halcones vuelen m ás que ellas, ni al resto de los hal­
cones, porque el gavilán vuele más que ellos y que to­
das las dem ás aves37. Se puede adm itir que el alm a se
vea afectada en coincidencia con el cuerpo, y que su
afección se deba a una buena o m ala disposición de és­
te, pero de ningún modo que cambie su propia n a tu ra ­
leza. Mas, si el alm a tan sólo experim enta afecciones
conjuntas con el cuerpo, y lo utiliza como un in stru ­
mento, puede lograr m uchas realizaciones, valiéndose
de un cuerpo, constituido de diferente m anera al nues­
tro; realizaciones que, por n uestra parte, somos incapa­
ces de ejecutar, y tam bién puede com partir esas afec­
ciones según la disposición de aquél. Sin embargo, no
puede cam biar su propia naturaleza.
9 Hay que dem o strar tam bién que en ellos se da un
2 alm a racional, a la que no le falta inteligencia. En pri­
m er lugar, cada anim al conoce sus puntos débiles y sus
puntos fuertes; los unos, los protege y, los otros, los u ti­
liza. Así, por ejemplo, la pantera se sirve de sus colmi­
llos; el león, de sus garras y colmillos; el caballo, de
sus cascos; el buey, de sus cuernos; el gallo, de su espo­
lón, y el escorpión, de su aguijón. Las serpientes de
Egipto M, de su escupitajo (por lo que se conocen tam ­
bién con el nom bre de «escupidoras») con lo que ciegan
la vista de sus agresores; utilizan un medio u otro y

37 P o r a p ro x im ació n he tra d u c id o «gavilán». L iteralm ente, fassa-


fónos significa « m a ta d o r de las palom as torcaces».
3* Cf. E liano, Nat. anim. III 33 y VI 38. Debe de tra ta rs e , sin du­
da, de la c o b ra e sc u p id o ra a fric an a (Naja nigrocollis).
LIBRO III 153

cada uno salvaguarda su integridad. A su vez, los que 3


son fuertes, se m antienen fuera del alcance de los hom­
bres; los que son de constitución débil se alejan de los
anim ales m ás poderosos e, inversam ente, se refugian en
los hom bres: unos, m anteniéndose muy distantes, como
los gorriones y las golondrinas ” en los techos, o bien
conviviendo con ellos, como los perros. Cambian tam- 4
bién de lugares, según las estaciones y conocen todo lo
que redunda en su interés. Igualm ente se puede ver en­
tre los peces y las aves tal nivel de raciocinio. Estos 5
hechos han sido recopilados copiosam ente por los anti­
guos en sus estudios sobre la inteligencia de los anim a­
les; A ristóteles*40 los investigó a fondo, afirm ando que
todos los anim ales proyectan [su gu arid a]41 en función
de su subsistencia y salvaguarda.
El que asegura que estos rasgos les corresponden por ío
su propia naturaleza, ignora en sus palabras que están
dotados de razón por naturaleza o bien que la razón
no se da en nosotros por naturaleza, y que no recibe
un increm ento de su perfección, en la m edida en que
somos capaces por nuestra propia índole. Por supuesto, 2
la divinidad no logra su condición racional por la ins­
trucción, porque no hubo m om ento en que fuera irra ­
cional, sino que tan pronto como existió era racional,
y no se ha visto im pedida de ser racional, porque no
recibió su razón por medio de un apredizaje. Sin em- 3
bargo, en los anim ales, como en los seres humanos, la
naturaleza enseñó m uchas cosas, otras las proporcionó
tam bién la enseñanza que recibieron: unas veces por
aprendizaje m utuo, de unos a otros; otras, por la inter­
vención de los hom bres, como hemos d ich o 42.

35 Cf. F ilón , De anim alibus 20, y E liano, Nat. anim. I 52.


40 Hist. anim. IX 11, 614b31 ss.
41 C o rresp o n d e al térm in o griego olkésin, que añ ad ió al texto de
los códices la editio princeps.
42 Cf. supra, cap. 6, 5.
154 SOBRE LA ABSTINENCIA

Y poseen m em oria, que resulta ser precisam ente de


capital im portancia para la adquisición de la razón y
4 de la inteligencia. Se dan tam bién en ellos las m alda­
des y envidias, aunque no se m anifiesten con tan ta pro­
fusión, como en los hom bres, porque su m alicia es más
liviana que la de los hom bres. Por ejemplo, un albañil
no levantaría los cim ientos de una casa en estado de
embriaguez, ni un constructor de barcos trazaría la qui­
lla de una nave, si no goza de buena salud, ni un labra­
dor se pondría a p lantar una viña, si no tiene puesta
su atención en ello; en cam bio los hom bres, casi todos,
5 se dedican a procrear en estado de embriaguez. No ac­
túan así los animales; engrendran para tener hijos. Y
la m ayoría de las veces, cuando dejan preñada a la hem ­
bra, no intentan cubrirla, ni tam poco la hem bra lo so­
porta 4\ En este terreno es evidente cuán grande es la
6 soberbia e intem perancia hum ana. Entre los animales,
el com pañero conoce los dolores del parto, y m uchas
veces los experim enta conjuntamente, como los gallos4344;
otros colaboran a la incubación, como los palomos con
las palomas, y prevén el lugar en que van a poner los
huevos. Y una vez que han dado a luz, cada anim al lim-
7 pia a su c ría y a sí mismo. Y si se los observa, se pue­
de advertir que todos m archan en orden, que salen al
encuentro del que los alim enta con m uestras de alegría,
que reconocen a su dueño y denuncian al m alvado4S.
H ¿Quién ignora que, en su estado gregario, observan
m utuam ente un sentido de la justicia? E ntre las horm i­
gas, las abejas y sus sem ejantes, cada uno de sus m iem ­
bros lo respeta. ¿Quién no ha oido hablar de la fideli­
dad, para con su pareja, de las palom as torcaces, que,

43 Cf. P lutarco , Bruta ratione uti 7, 990 D, donde se expresa este


hecho casi con las m ism as p alab ras.
44 E videntem ente, se refiere al hecho de em pollar, c o n ju n tam en ­
te con las gallinas, los huevos. Cf. E liano , Nat. anim. IV 29.
45 Cf. supra, cap. 4, 4.
LIBRO III 155

si son víctim as de un adulterio, m atan al adúltero, si


los sorprenden w, o de la justicia de las cig ü eñ as4647*pa­
ra con sus padres? Ln cada uno de ellos destaca una 2
virtud propia para la que está dotado por naturaleza,
sin que por ello la naturaleza y solidez de la virtud le
priven de su condición de racionales. En efecto, hay que
refu tar este hecho, si los actos de las virtudes no son
tam bién propios de una habilidad racional. Pero si no 3
com prendem os cómo actúan, por el hecho de no poder
penetrar en su razonamiento, no los acusaremos, sin em­
bargo, por ello de seres irracionales. Porque nadie pue­
de introducirse en la m ente de la divinidad; por los ac­
tos del sol dimos nuestra aprobación a los que lo decla­
raron un ser dotado de intelecto y razón.
Se puede uno adm irar de que los que hacen depen- 12
der la ju sticia de la razón, y llam an salvajes e injustos
a los anim ales que no tienen contacto con nosotros, no
extiendan, por o tra parte, la justicia a los que viven en
sociedad con los hom bres. Porque, del mismo modo que 2
entre los hom bres se pierde la vida, si se suprim e la
sociedad, así tam bién ocurre entre los animales. En efec­
to, las aves, los perros y la m ayoría de los cuadrúpedos,
como cabras, caballos, ovejas, asnos y mulos, si se les
a p arta de la com pañía de los seres hum anos, perecen. Y 3
la naturaleza, su creadora, los constituyó en una situa­
ción de dependencia de los hom bres, y a éstos de los
anim ales, dejándoles inserto el sentido de la justicia pa­
ra con nosotros y a nosotros p ara con ellos. Mas si al- 4
gunos se enfurecen contra los hom bres, nada de extra­
ño tiene. Cierto es, en efecto, el dicho de Aristóteles **
46 El h e c h o a p a r e c e e n Aristó teles , Hist. artim. IX 7, 6 1 3 a l4 , y
E liano , Nat. anim. III 44.
47 La p ied ad de las cigüeñas p a ra con su s p a d re s e stá su ficien te­
m ente a te stig u ab a en la lite ra tu ra griega. Asi, Aristóteles , Hist. artim.
IX 13, 615b 23; S ófocles, Electro 1058; Aristófanes, Aves 1355, y E lia-
no , Nat. anim. III 23.
41 Hist. anim. IX 1, 608b30 ss.
156 SOBRE LA ABSTINENCIA

de que, si todos los anim ales consiguieran abundancia


de comida, no se producirían agresiones entre ellos ni
contra los hom bres, pues por aquélla, aunque sea la es­
trictam ente necesaria, y por su territorio se producen
5 entre ellos las rivalidades y los afectos. Pero si los hom­
bres se vieran, como los anim ales, cercados totalm ente
hasta una situación de estrechez, ¿hasta qué punto se
m ostrarían m ás feroces incluso que aquéllos que juzgan
salvajes? La guerra y el ham bre ha hecho ver cómo ni
siquiera rehúsan comerse entre sí; y sin guerra y ham ­
bre, además, se comen los anim ales domésticos que con­
viven con ellos.
13 Pero se podría decir que son racionales y que no tie­
nen reldción alguna con nosotros. Y, realm ente, por el
hecho de ser irracionales, les privaban de su relación
con nosotros; los hacían irracionales y, además, eran
personas de aquellas que hacen depender nuestra rela­
ción con los anim ales de la necesidad que de ellos tene­
mos, no de la razón Pero nosotros nos habíamos pro­
puesto dem ostrar que son racionales, no si han concer­
tado un pacto con nosotros. Pues tampoco todos los hom­
bres han form alizado un acuerdo con nosotros, y ningu­
no podría tac h a r de irracional al que no lo haya acor-
2 dado4 950. Sin em bargo, muchos están bajo la servidum ­
bre de los hom bres y, como dijo alguien 51 con preci­
sión, al verse esclavizados por la ignorancia de los hom­
bres, han hecho, sin em bargo a sus dueños, valiéndose
de la astucia y de la justicia, criados y servidores suyos.
Por supuesto, sus defectos son evidentes, y por ellos se
pone de m anifiesto su carácter racional, porque tam ­
bién los m achos tienen sus rivalidades y celos por las

49 H asta a q u í, en el com ienzo de este capitulo, a cep to el texto de


R. HERCHERen su edición de la colección «Didot» (P arís, 1858). El texto
parece, evidentem ente, alte ra d o .
59 Cf. supra, I 12, 5.
51 No se h a logrado id en tific ar a este au to r.
LIBRO III 157

hem bras, y las hem bras por los machos. Un único defec- 3
to no tienen: la desconfianza hacia el que m anifiesta bue­
nas intenciones; al contrario, le desm uestran una am is­
tad total. Y tal confianza sienten hacia la persona que
les m anifiesta su afecto, que la siguen a donde quiera
que los lleven, aunque sea el m atadero y a un peligro
evidente; y aunque no se les alim ente por sí, sino en
beneficio del que los nutre, m uestran su benevolencia
a su dueño. Los hom bres, en cambio, contra nadie cons­
piran tanto como contra el que les da de comer, y a
ninguno, como a éste, le desean tanto su m uerte.
Y son tan racionales en sus actos que m uchas veces, u
aun sabiendo que se trata de señuelos engañosos, se acer­
can a ellos por intem perancia o ham bre. Unos se apro­
ximan dando un rodeo, otros vacilan y prueban a ver
si pueden coger la comida sin caer en la tram pa, y con
frecuencia, si la razón dom ina su inclinación, se abstie­
nen; algunos insultan la tram pa que les tienden los hom­
bres y se orinan en ella. Otros, por glotonería, aun a
sabiendas de que serán atrapados, del mismo modo que
los com pañeros de Ulises, les im porta poco m orir, con
tal de c o m e r” . Con fundamento, algunos, en base a los 2
lugares de residencia que les ha tocado en suerte, han
intentado dem ostrar que son m ucho m ás sensatos que
nosotros. En efecto, asi como los seres que habitan en
el éter son racionales, así tam bién lo son, dicen, los que
habitan el espacio inm ediatam ente contiguo a aquél, co­
mo igualm ente los del aire; después, los del agua, pre­
sentan una diferencia y, a continuación, los que viven
sobre la tierra. N osotros haibitamos una zona, la últim a,
por debajo de aquéllos. Porque, evidentem ente, no de­
ducim os que lo m ejor se encuentra entre los dioses por 52

52 Alusión c la ra a C irce (Odisea X) y a las vacas del Sol (ibid., X II


339 ss.). Vid. F. B uffiére , Les mythes d'H om ire et la pensie grecque,
P a rís, 1956, pág. 504.
158 SOBRE LA ABSTINENCIA

el lugar que ocupan, y tam poco fijaremos semejante cri­


terio a propósito de los m ortales
ts Mas desde el m omento en que asim ilan las artes, las
hum anas precisam ente, puesto que aprenden a danzar,
a llevar unas riendas M, a com batir individualm ente, a
andar con zancos y, como consecuencia inm ediata, a
escribir, a leer, a tocar la flauta y la cítara, a disparar
con arco y a c a b a lg a rss, ¿dudarás todavía que tienen
una capacidad para recibir, siendo así que se observa
2 en ellos lo que se ha recibido? ¿Dónde lo reciben, pues,
si no subyacía la razón, en que se fundam entan las a r­
tes? Porque no sólo no oyen nuestro lenguaje como un
m urm ullo, sino que, adem ás, poseen una percepción de
la diferencia existente entre los signos, que se origina,
3 por supuesto, por una comprensión racional Pero los
actos hum anos, dicen, los realizan torpem ente. Tampo­
co, pues, todos los hom bres los hacen bien. Por lo de­
más, en un certam en no estaría justificado que hubiera
4 vencedores y vencidos. Pero no deliberan, dicen, ni ce­
lebran asam bleas ni adm inistran justicia. ¿Los hombres,
pues, dime tú, lo hacen todos? ¿No em prenden sus ac­
ciones, la m ayoría, antes de deliberar? Pero, además,
¿en base a qué se podría dem ostrar que no deliberan?
Nadie puede aducir una prueba de ello, y los que com­
pusieron tratad o s parciales sobre los anim ales demos-
5 traro n lo contrario. Y, por otra parte, las demás obje­
ciones que argum entan contra ellos están trasnocha- 534*6

53 E sta argum entación puede rem ontarse a la o bra perdida de A ris ­


tó teles , Sobre la filosofía (donde, en c ie rto m odo, se rechaza la teo ría
p lató n ica de las Ideas), según se d e sp ren d e del testim o n io de C icerón
en su Natura deorum II 15, 42-16, 44, o b ra que recoge la esencia del
con ten id o de la d e sa p are cid a o b ra de A ristóteles.
54 Cf. F ilón , De animalibus 23, y E liano , Nat. anim. V 26.
ss S obre el a d ie stra m ie n to de los anim ales en la a n tig ü e d ad clá­
sica, cf. G. L o ise l , Histoire des ménageries de l'a n tiq u iti' á nos jours,
3 vols., P arís, 1912, vol. I, págs. 110 y sigs.
56 Cf. supra, 6, 1.
LIBRO III 159

das 57. Como, por ejemplo, la de que no tienen ciuda­


des. Porque a esto replicaré que tam poco las tienen los
escitas que viven en carros “ , ni los dioses. No existen
leyes escritas, aducen, entre los animales. Tampoco exis­
tieron entre los hombres, en tanto eran felices Se di­
ce que fue Apis “ el prim ero que legisló entre los grie­
gos, cuando tuvieron necesidad de ello.
A juicio de los hom bres, los anim ales no parecen te- 16
ner razón por su voracidad, pero los dioses y los hom­
bres divinos, al igual que los suplicantes, los respetan.
En un vaticinio el dios aseguró a Aristódico de C im e61 2
que los gorriones eran sus suplicantes. Sócrates tam ­
bién ju rab a por los animales, e incluso, antes que él,
Radam antis “ . Los egipcios los consideraron dioses, ya 3
por tenerlos realm ente por tales, ya porque realizaban
las estatuas de los dioses adrede con rasgos de buey,
de aves y de otros anim ales “ , a fin de abstenerse tan­
to de los anim ales como de los hom bres, ya, en fin, por
algunas otras razones más m isteriosas. Así tam bién los 4
griegos añadieron los cuernos de un carnero a la esta­
tu a de Zeus M, y los de un toro a la de Dioniso; a Pan
lo configuraron de hom bre y cabra, a las m usas y a las
sirenas las dotaron de alas, e igualm ente a la Victoria,*9124
97 Vid. von Arnim, Stoicorum veterum fragmenta, III, 368, donde
se c en su ra , a p ro p ó sito de los anim ales, la fa lta de c onstituciones, m a­
g is tra tu ra s y fo rm as de gobierno.
91 Cf. H bródoto, IV 46 y 121.
99 P a ra la e d ad de oro, cf. P latón, Político 271d-272b.
60 H ay aquí, pro b ab lem en te, una confusión e n tre el héro e pelo-
ponense, rey de Argos, y el Apis egipcio.
91 S o b re e ste personaje, cf. H eródoto, I 157-159.
92 Cf., so b re e ste tem a, Scholia Platónica ad ApoL Socr. 22A, pág.
5, ed. G reene (= W . C. G reene , Scholia Platónica, H averford, 1938). En
c u a n to a R adam antis, se tr a ta de u n h éroe de C re ta fam oso p o r su
p ru d e n c ia y ju stic ia.
91 Cf. J. H ani, La religión égyptienne dans la pensée de Plutarque,
P a rís, 1976, págs. 381-464. Vid. tam bién, infra, cap, 9 d el 1. IV.
94 Se tr a ta de la re p re se n tac ió n de Zeus-Amón.
160 SOBRE LA ABSTINENCIA

5 a Iris, a Eros y a Hermes. Píndaro en sus cantos *45*479re­


presentó a todos los dioses, cuando eran perseguidos
por Tifón, no sem ejantes a los hombres, sino a los de­
m ás animales; y dicen que Zeus, cuando se enamoró,
se convirtió en toro, en o tra ocasión en águila y en otra
en cisne. Por estos hechos los antiguos dem ostraron su
aprecio por los animales; y, todavía más, cuando decla-
6 ran que una cab ra crió a Zeus M. Tenían los cretenses
la ley de R adam antis, que les obligaba a ju ra r por todos
los animales. No jugaba Sócrates cuando ju ra b a por el
perro y la o c a 67, sino que estaba realizando el juram en­
to de acuerdo con la norm a del h ijo 4* de Zeus y de la
Justicia, ni tam poco en brom a llamaba a los cisnes com-
7 pañeros suyos de servidum bre. El mito ** refiere que
los anim ales tienen un alm a sem ejante a la nuestra; son
hom bres, que, por la cólera divina, se transform aron en
anim ales. Después, una vez m etaforseados, les m ostra­
ban su com pasión y afecto. Tales son, en efecto, las le­
yendas sobre delfines, alciones, ruiseñores y golondri­
nas 70.
17 Cada uno de los antiguos, que tuvo la fo rtuna de una
crianza debida a anim ales, se vanagloria de los que lo
cuidaron m ás que de sus padres; el uno, de la loba; el

65 Se tra ta d e los Prosódia, en dos libros, de los q u e qu ed an esca­


sos fragm entos.
44 Zeus se tra n s fo rm a en toro, p a ra se d u c ir a E uropa; en cisne,
p a ra r a p ta r a L eda, y en águila, p a ra llevarse al O lim po al joven Gani-
m edes. E n su lactan cia, en C reta, tuvo p o r n odriza a la c a b ra A m altea,
cuya piel (¿gida) s e rá u n o de su s sím bolos c a ra c te rístic o s en su edad
a d u lta . Cf. Apolodoro, Biblioteca III 1,1, 10, 7, 12 y 2.
47 S obre las fó rm u la s de ju ra m e n to d e S ócrates, cf. Gorgias 461a.
E n c u a n to a l ju ra m e n to p o r la oca, véase Aristófanes, Aves 521.
44 Puede tr a ta r s e d e R ad am an tis, a unque, pro p iam en te, éste figu­
ra en la trad ició n m ito g ráfica com o hijo de Zeus y E u ro p a, y herm ano,
p o r tan to , de M inos y S arpedón.
49 Cf. P latón, Fedro 85b.
70 Asi a p a re c e en P lutarco, De sollertia anim alium 35, 982 F, y
36, 984 B-985 C.
LIBRO n i 161

otro, de la cierva; aquél de la cabra; este otro, de la


abeja; Sem íram is, de las palomas; Ciro, de la perra; un
tracio (que lleva tam bién el nom bre de su nodriza), de
un c is n e 71. Por ello se le imponen tam bién sobrenom- 2
bres a los dioses: a Dioniso, eirafiótés; a Apolo, «Licio»
y «delfinio»; a Posidon, «hipiio», y a Atenea, «hipia». Hé-
cate se m uestra m ás propicia, cuando se la invoca con
el nom bre de toro, perro y leo n a72. Y si, porque los sa- 3
71 De todos es conocido que R óm ulo y R em o fu ero n a m a m an ta ­
dos p o r u n a loba; u n a cierva am am an tó a Télefo, hijo de H eracles y
Auge (cf. A polodoro , Bibl. II 7, 4 ss.; H iginio , Fáb. 99, 100 et pass.; A r is ­
tó t el es , Poét. X III 1453a21, etc.); ya hem os señ alad o que u n a cabra,
A m altea, fue la nod riza de Zeus; tam bién u n exvoto, dep o sitad o en Del-
fos (P ausanias, X 16, 5) p o r los h a b ita n te s de E liro , ciu d a d de C reta,
re p resen tab a una c ab ra am am antando a dos niños, que, se supone, eran
E ila n d ro y Filácides, hijos de A cacálide y Apolo; las abejas a lim en ta ­
ron, igualm ente, a Zeus (V irgilio , Geórgicas I 149 ss.); la leyenda de
que Sem íram is, re in a de B abilonia, fue a lim en tad a p o r p alom as la re ­
coge D iodoro SIculo , II 4 ss. (cf., tam bién H eródoto , I 184). T rogo P om -
peyo , I 4, refiere el hecho de que Ciro, recogido p o r u n p a sto r, recibió
los c u id a d o s de u n a p e rra . P o r últim o, vario s son los h éro es que llevan
el n o m b re de Cieno, e sto es, «cisne». D ebe de re fe rirse el p re sen te al
m encionado p o r Ate n eo , IX 393, e H ig in io , Fáb. 157.
72 De todos estos epítetos, el p rim ero de ellos es el único que ofre­
ce d ific u lta d es de in te rp reta ció n . En efecto, eirafiótés lo trad u c en por
«cabrito» Bouffartigue-Patillon (n. 8 pág. 243 del tom o II de su edi­
ción del p re sen te tra ta d o Sobre la abstinencia). La etim ología es in cier­
ta y sólo cabe p e n sa r, p a ra e sta in te rp reta ció n , en la p a la b ra iriphos
«cabritillo». Alberto B ernabé tra d u c e el térm in o p o r « taurino» (Himn.
a Dionisio I, pág. 40 de su edición de los Himnos homéricos [B iblioteca
C lásica Gredos], M adrid, 1978), ju stific an d o e s ta versión, po rq u e pro­
b ab lem en te significa «que tiene relación con un toro», o «que se m u es­
tra com o un toro». E ste e p íte to puede verse tam b ién , a p a rte del frag ­
m en to del H im no a Dioniso de los Himnos homéricos, que acabam os
de m encionar, en Antología Palatina IX 524, 1, y N onno, 9, 23, e n tre
o tro s. O tra in te rp reta ció n , difícil de ju s tific a r etim ológicam ente, es la
que ve en este e p íte to el significado de «nacido del m uslo» (Schenkel-
gebomer, sic H ermann B eckby, en su edición b ilingüe de la Antología
Palatina, M unich, 1958: III 524, 1, pág. 320), que, ju n to con el de «cosi­
do al m uslo», hace alusión al origen de e ste dios, c u an d o su m adre
Sém ele, en el p rim e r m es de gestación, cae fu lm in a d a a n te la relam p a­
g u ean te visión de su a m a n te Zeus, que, acto seguido, cose el feto a
6 9 — 11
162 SOBRE LA ABSTINENCIA

crifican y se los comen, los tachan por ello de irraciona­


les, como intentando justificarse, también los escitas que
se comen a sus padres podrían decir que éstos son irra ­
cionales ” .
18 Por estos y por otros hechos que recordarem os a con­
tinuación, repasando los escritos de los antiguos, se de­
m uestra que los anim ales son racionales, con una razón
im perfecta en la m ayoría de ellos, pero no carentes com­
pletam ente de ella. Y si la justicia se proyecta sobre
los seres racionales, como reconocen nuestros adversa-
2 rios ” , ¿cómo no vamos a tener tam bién nosotros un
sentim iento de ju sticia p ara los anim ales? A las plan­
tas, en efecto, no harem os extensivo nuestro sentim ien­
to de justicia 7345 por el hecho de que parece existir una
gran incom patibilidad con la razón. Sin embargo, tam ­
bién solemos utilizar los frutos, pero sin cortar los troncos
de los árboles con ellos; y recogemos los cereales y le­
gum bres cuando se secan, caen al suelo y fenecen, pero,
en cambio, nadie com erla anim ales m uertos, salvo que
se tra ta ra de peces, a los que damos una m uerte violen­
ta. De modo que se produce una gran injusticia a pro­
pósito de los animales.
3 En principio, como tam bién dice Plutarco 7‘, no por
el hecho de que nuestra naturaleza tenga ciertas necesi-
su m uslo, p a ra sa c a rlo de allí vivo en el m om ento del p a rto . El re sto
de los e pítetos no o frecen d u d a en cu an to a su etim ología y e stán su fi­
cien tem en te do cu m en tad o s. Asi, «licio», en E squilo, Agam. 1.211; «del­
finio», en Ant. Pal. V 278, 3; «hipio», en Aristófanes, Nubes 83, e «hí-
pia», en PIndaro, OI. 13, 115.—E n cu an to a H écate, d io sa de los ritu a ­
les m ágicos, a p a re c e in d istin tam e n te re p re se n tad a con la cabeza de
esos anim ales e, incluso, de algunos m ás. A veces su re p re se n tac ió n
es tric éfa la y cu ad ricé fala .
73 H eródoto, IV 26. Cf. tam bién, infra, 1. IV, cap. 21 del p re sen te
tra ta d o .
74 E stoicos, p rin cip alm en te .
75 Cf., supra, I 18 y 21.
71 D esde e s te p u n to (cap. 18, 3) h a sta el cap. 20, 6, se in tro d u c e
un largo frag m e n to de una o b ra d esap arecid a de P lu tarco , que se ha
LIBRO III 163

dades e intentem os, m ediante la práctica, satisfacerlas,


se infiere, en consecuencia, que haya que aplicar la in­
justicia sin traba alguna contra todo. En efecto, para *
solucionar las necesidades, nuestra naturaleza causa y
proporciona un daño hasta cierto punto (si, realm ente,
daño es recibir un beneficio de las plantas, aunque si­
gan con vida); pero aniquilar y d e stru ir a otros im pune­
m ente y por placer es propio de un salvajismo e injusti­
cia totales. Además, la abstinencia de la carne de los
anim ales no nos causa un perjuicio para vivir ni para
vivir b ie n *77. Porque, si resultara que, del mismo modo
que tenem os necesidad del aire, el agua, las plantas y
los frutos (sin los que es imposible vivir), precisáram os
tam bién del sacrificio de los anim ales y de la consum i­
ción de su carne para nuestra subsistencia, la naturale­
za tendría necesariam ente una im plicación en esta in­
justicia. Mas si muchos sacerdotes de los dioses y mu- s
chos reyes de los bárbaros se m antienen puros, e innu­
m erables especies de anim ales no m antienen en absolu­
to contacto con tal tipo de alim entación, viven y alcan­
zan un objetivo de acuerdo con su naturaleza, ¿cómo
no va a ser absurda la persona que postula, si nos ve­
mos en la necesidad de estar en guerra con algunos ani­
males, la renuncia a m antener relaciones pacíficas con
los que nos sea posible, impeliéndonos a vivir sin senti­
m iento de justicia para ninguno, o bien a no vivir, en
caso de observar esos sentimientos para todos? Así pues,
del mismo modo que entre los hom bres aquél que, por
su salvación, la de sus hijos o la de su patria, al apro­
piarse del dinero de los particulares, o bien al esquil­
m ar el país o la ciudad, tiene en la necesidad una excu-

ínclu id o en las d ifere n te s colecciones de sus fragm entos. V éase, a m o­


do d e ejem plo, la de F. H. S andbach, P lutarchi M oralia, Leipzig, 1967:
VII, fr. 193, págs. 119-122.
77 E sta d u a lid a d del «vivir» y del «vivir bien» a p are ce ya en P la-
tún , República I 329a, 9; 354a, 1; y Leyes VIII 829a, 1.
164 SOBRE LA ABSTINENCIA

sa de su in ju stic ia y, en cam bio, quien hace esto p o r


la riqueza, p o r h artazgo o p o r placeres, en su condición
de h om bre lib ertin o , y p o r p ro c u ra rse la satisfacción
de unos deseos innecesarios, da la im p resió n de se r u n
insolidario, u n d esen fren ad o y u n m alvado; igualm ente
tam bién, los p erju icio s causados a las p lan tas, el uso
del fuego y d e las aguas de m anantial, el esquileo y la
leche de las ovejas y el ad iestra m ie n to y som etim iento
de los bueyes al yugo, los concede la divinidad, condes­
cendiente, a q u ien es los u tilizan con v istas a su salva­
ción y so sten im ien to, p ero so m eter a los an im ales al sa­
crificio y cocin arlos, em papándose de crim en, no p a ra
alim en tarse o p a ra sa c ia r el apetito, sino p o r u n a finali­
dad p lacen tera y avariciosa, es de u n a arrogancia que ra-
6 ya en la in ju sticia y perv ersid ad 7*. Es suficiente, pues,
q ue utilicem o s u nos anim ales que no tien en necesidad
alg u n a de tra b a ja r, fatigándose y padeciendo, habiendo
som etido y un cid o
a los sementales de caballos y asnos, y a los reto­
ños de toros

com o dice E sq u ilo ” , tal com o si


cumplieran una función de esclavos y asumieran
nuestros trabajos.

19 Y quien p re te n d e que no consum am os c a rn e de buey


y que tam poco, p o rq u e d estru im o s y a rru in a m o s el es­
p íritu y la vida, p resen tem o s m an jares que provoquen *79

71 Sobre el veg etarism o de los pitagóricos, c o n sid era d o com o un


p ré stam o del o rfism o , cf. J. H aussleiter, Der Vegetarismus in derAnti-
ke, B erlín, 1935.
79 Frs. 194 N auck (= A . N auck, Tragicorum graecorum fragmenta,
Leipzig, 1889 2; re im p r. H ildesheim , 1964), y 336 N ette (del Prometeo
liberado ). A parece tam b ién en P lutarco, De fortuna 3, 98 C, y De soller-
tia anim alium 7, 964 F.
LIBRO III 165

n u e s tra sacied ad y que sirvan de o rn am en to s a n u e stra


m esa, ¿d e qué bien necesario p a ra su salvación, u ho­
nesto p a ra la v irtu d , p riva a la vida? Mas con todo, com ­
p a r a r las p la n ta s con los anim ales es com pletam ente
forzado. P o rq u e éstos e stán dotados p o r n atu ra leza pa- 2
ra te n e r sensaciones, p a ra su frir, p a ra se n tir tem or, p a­
ra re c ib ir dañ o y, p o r ende, injusticia; en cam bio, aqué­
llas n ad a tienen sensible y, p»or tanto, ni extraño, ni m al­
vado, ni perjuicio alguno, ni injusticia. En efecto, el p rin ­
cipio de to d a ap ro p iació n y enajen ació n es la p ercep ­
ción sensible. Los seguidores de Zenón consideren la apro­
piación com o el p rin cip io de la ju stic ia . Y ¿cóm o no 3
va a se r a b su rd o que la m ayoría de los hom bres, vivien­
do exclusivam ente en el ám b ito de lo sensible, posea
el sen tid o de la vista, p ero no tenga inteligencia y ra ­
zón, y q u e u n a m ayoría, a su vez, h ay a su p erad o a los
an im ales m ás tem ibles en cru eld ad , en fu ro r y en av a ri­
cia, esto es, tiran o s, asesinos de sus hijos y p ad res, y
sicario s de reyes? Y, en consecuencia, ¿cóm o no va a
re s u lta r de lo m ás ex tra ñ o el c re e r que n o so tro s ten e­
m os u n d eb e r de ju s tic ia p a ra e s ta m ay o ría de perso n as
y, en cam bio, no tengam os ninguno p a ra el buey a ra ­
do r, p a ra el p e rro q ue convive con n o so tro s y las reses
que nos alim entan con su leche y nos adornan con su lana?
Pero, p o r sup u esto , es convincente aquel dicho de 20
C risipo, según el cu al “ los dioses nos hicieron p a ra
ellos y p a ra m a n te n e r unas relaciones m u tu as, y a los
an im ales p a ra n o sotros, esto es, a los caballos p a ra ayu­
d arn o s en la g u erra, a los p erro s p a ra ay u d arn o s en la
caza, y a los leopardos, osos y leones p a ra que sirvieran
de ejercicio a n u e stro valor. E n cu a n to al cerd o (aquí
está, en efecto, la m ás g ra ta de las finalidades *') no ha
nacido m ás que p ara ser sacrificado, y la divinidad mezcló
,0 Cf. Cicerón, De Satura deorum II 161, y el fr. 1.153 von Arnim
(Stoicorum veterum fragmenta , Ity
" Es evidente la iro n ía de este pasaje.
166 SOBRE LA ABSTINENCIA

el a l m a 12 a su carne, com o si de sal se tra ta se , procu-


2 rán d o n o s u n b u e n p lato de fiam bre. Pero, p a ra te n e r
ab u n d a n cia de salsas y p ostres, nos p re p a ró m arisco s
de to d as clases, p ú rp u ra s, o rtig as d e m a r y v aria d as es­
pecies de aves, y no lo hizo apoyándose en elem entos
extraños, sino ap licando en este p u n to com o u n a gran
p a rte de sí, su p eran d o a las nodrizas en d u lz u ra y col-
3 m ando el m undo circundante de placeres y gozos. A quien
realm en te esto s arg u m en to s parezcan te n e r algo de con­
vincentes y no d esd e cir de u n dios, q u e exam ine lo
q u e va a re sp o n d e r a aq u ella arg u m en tació n de Car-
n éad es M: ca d a u n o de los seres que h a pro d u cid o la
n atu raleza, cu an d o alcanza el fin p a ra el que está d e sti­
nado, según su d isposición n a tu ra l, y p a ra el que h a n a ­
cido, m u e stra su u tilid ad . P ero debe en ten d e rse u tili­
d ad en el sen tid o m ás com ún: lo que ellos llam an «co­
m odidad». E l cerd o h a sido hecho p o r la n atu ra le z a p a ­
ra s e r sac rificad o y consum ido: al s u frir este destino,
alcan za aq u ello p a ra lo que está d eterm in a d o p o r su
4 n atu raleza, y con ello cum ple su utilidad. Y si realm en ­
te la d iv in id ad h a ideado los an im ales p a ra uso del gé­
n ero hum ano, ¿qué uso h arem o s de las m oscas, m osqui­
tos, m urciélagos, escarabajos, escorpiones y víboras? De
ellos, u nos so n feos de ver, o tro s rep elen tes al tacto,
in so p o rtab les p o r sus olores y lanzan g rito s te rrib le s
y d esag rad ab les, otros, en fin, son to talm en te fu n esto s
p a ra los q u e se en c u e n tra n con ellos. E n c u a n to a las
b allen as, tib u ro n e s y o tro s gran d es anim ales m arinos,
«a los que p o r m illares», dice H om ero, «alim enta la q u e­
ju m b ro sa A nfitrite» M, ¿ p o r qué no nos enseñó el de-*

,J N o se t r a t a del alm a en sen tid o racional, sino de la fa cu lta d


de que no se p u d rie ra la carne; cf., al respecto. C icerón, De natura
deorum II 64, 160.
*3 Fr. 97 W i Sniewski (Kameades, Fragmente, Text und Kommen-
tar, W roclaw , 1970/
M H omero, Odisea XII 97.
LIBRO III 167

m iu rg o en qué sen tid o son ú tile s p o r su n atu ra leza ? Y 5


si dicen q ue no todos h an nacido p a ra n o so tro s y n u es­
tr a causa, a p a rte de que la d iferenciación lleva en sí
u n a g ran co nfusión y fa lta de clarid ad , tam poco nos li­
b ra m o s de d elin q u ir, p orque los atacam o s y hacem os
u n u so d añ in o de u n os seres que no h an nacido p a ra
noso tro s, sino p a ra cum plir, com o nosotros, u n a fu n ­
ción de ac u erd o con la natu raleza. O m ito h a b la r de he- 6
cho de que, si nos lim itam os a la n ecesidad de lo que
a ta ñ e a noso tro s, ten d ría m o s q u e reco n o cer de inm edia­
to q ue n o so tro s m ism os habíam os nacido p o r ca u sa de
an im ales ta n p ern icio sos com o los cocodrilos, las balle­
n as y las serp ien tes. P orque, en absoluto, ninguna u tili­
d ad recibim os de ellos y, en cam bio, ellos a los hom bres
q u e caen a su alcance los ap resan , los d estru y e n y los
utilizan com o pasto, no actuando en ello con m ayor cruel­
d ad que n o sotros, si se exceptúa el hecho de que a ellos
los m ueve a esta in ju sticia la necesidad y, en cam bio,
no so tro s, p o r arro g an cia, por desenfreno, com o u n ju e ­
go m u ch as veces, dam os m u erte a la m ayoría de los an i­
m ales en a n fite a tro s y cacerías.
P o r esto s hechos se fo rtaleció n u e stro in stin to asesi- 7
no y salvaje, y n u e stra insensibilidad p a ra la com pasión,
y los p rim ero s que se atre v iero n a ello d eb ilitaro n , en
su m ay o r p arte , n u e stro elem ento p a c ífic o ,!. P ero los
p itag ó rico s co n sid erab an la bo n d ad h acia los anim ales
com o u n ejercicio de h u m an id ad y pied ad “ . P o r ta n ­
to, ¿cóm o es q ue ésto s no in citab an a la ju stic ia en m a­
y o r m edida que los que afirm a n que la ju stic ia h ab itu al
se d estru y e p o r esto s hechos **7? E n efecto, la co stu m ­
b re es m uy háb il p a ra llevar al ho m b re m uy lejos, mer-

15 E n lo que re sta de este cap ítu lo y e n los siguientes, 21-24, si­


gue P orfirio a P lutarco en De sollert. anim. 2-5, 959 E-963 F.
•6 Cf. supra, lib ro I 23, 1.
*7 E sta con sid eració n es u n a adición de P o rfirio d e n tro del texto
de P lutarco.
168 SOBRE LA ABSTINENCIA

ced a unos afecto s que, progresivam ente, se van des­


arro llan d o .
21 S í " , dicen, p ero del m ism o m odo que lo in m o rtal
se opone a lo m o rtal, lo in c o rru p tib le a lo co rru p tib le
y lo in co rp ó reo a lo corpóreo, así tam b ién es necesario
q u e lo irra c io n a l se oponga y se m an ifieste c o n tra rio
a u n a ra cio n alid ad ex isten te y que, en ta n ab u n d a n te
n ú m ero de p a re ja s, no q u ed e é sta com o la ú n ic a incom ­
p le ta y m u tilad a , com o si n o so tro s no ac ep tára m o s este
hecho o no d e m o strá ra m o s la existencia de u n a gran
2 irra c io n a lid a d en los seres. £1 elem ento irra cio n al, sin
du d a, es g ra n d e y ab u n d a n te en todos los seres c a re n ­
tes de alm a y n o n ecesitam os de ninguna o tra oposición
a lo racional, p e ro todo lo que n o tiene alm a, p o r el
hecho de se r irra c io n a l y c a re n te de m ente, se opone
d irec tam en te a lo que posee, ju n ta m e n te con el alm a,
3 razón e inteligencia. M as si alguien p re te n d e q u e la n a ­
tu ra le z a no esté re co rtad a , sino que la n a tu ra le z a d o ta ­
d a de alm a ten g a < u n com ponente racional, p o r u n la­
do, e irra cio n al, p o r o tro , h a b rá quien p re te n d a que la
n atu raleza an im ad a tenga > " u n elem ento im aginativo,
p o r u n a p arte , y u n elem ento no im aginativo, p o r o tra ,
y u n co m p o n en te sensible, p o r u n lado, y u n com ponen­
te insensible, p o r otro, p a ra que la n atu ra le z a posea,
en lo q ue a ta ñ e a u n m ism o género, estas a c titu d es con­
tra p u e sta s y an titéticas, y privaciones com o u n a especie
4 de equilibrio. P ero esto, sin duda, es absurdo. Y ab su rd o
es p re te n d e r q u e u n a p a rte del com ponente anim ado es
sensible y o tra insensible, y que u n a es im aginativa y
o tra no, ya q u e todo se r anim ado está d o tad o p o r su
p ro p ia n a tu ra le z a p a ra se r sensible e im aginativo, y no
se p o d rá s o ste n e r con razón, del m ism o m odo, que u n a
p a rte del en te an im ad o sea ra cio n al y la o tra irracio n al,
'* S u p rim e a q u í P o rfirio 17 lineas del texto de P lutarco, donde
se expone la te o ría de los estoicos que va a se r d isc u tid a .
a9 C o rresp o n d e el a co tad o a un añ ad id o al texto de P lutarco.
LIBRO III 169

si se d iscu te con p erso n as que p ien san que todo lo que


p a rtic ip a de la sensación, p a rtic ip a tam b ién de la in teli­
gencia, y q ue no hay u n ser vivo que no tenga alguna
opinión y raciocinio, ta l com o se da, p o r o b ra de la n a ­
tu raleza, la sensación y el im pulso. P orque la n atu rale- 5
za, de la que con razón dicen 90 que todo lo hace p o r
algún m otivo y p a ra alguna finalidad, no creó al anim al
sensible, p ara experim entar, sim plem ente, un padecim ien­
to, sino p orque, dad o que existían a n te él m uchos seres
fam iliare s y ex trañ o s, no le h u b ie ra sido posible su b sis­
tir u n in stan te sin h ab e r aprendido a defenderse de unos
y a re la cio n arse con o tro s. La sensación a cad a u n o le 6
p ro p o rcio n a p o r igual el conocim iento de am bos y la
cap tació n y p ersecu ción, consecuentes a la sensación,
de las cosas útiles, p ero el rechazo y evitación de las
p ern icio sas y lu ctu o sas no hay m edio de que lo tengan
a m ano q u ienes no e stán dotados n a tu ra lm e n te p a ra ra ­
zonar, juzgar, re c o rd a r y p re s ta r atención. P orque, si 7
se les p riv a p o r co m p leto de la esp era, el recuerdo, la
decisión, la p re p ara ció n , la esperanza, el tem or, el d e­
seo y el enfado, n ingún provecho sa c a rá n de los ojos
y oidos que tengan; es m ejor verse lib re de to d a sensa­
ción e im aginación que no p u ed an u sa rse que padecer,
aflig irse y s u frir sin te n e r posibilidad de re ch az ar estos
m ales. E s tra tó n 91 el físico, sin em bargo, d em u estra con 8
su arg u m e n tació n q ue no existe en ab so lu to la sensa­
ción sin la co m p ren sión p o r el intelecto. E n efecto, si
re co rre m o s m u ch as veces con la vista u n as letras, las
p a la b ra s que caen en n u estro s oidos nos p asan d e sa p e r­
cib id as y se nos escapan, p o r te n e r la atención p u esta

90 Los estoicos y A ristóteles, e n tre otros.


91 S u ceso r de A ristóteles en el Liceo (m u erto h acia el 270 a.C.) y
re p re se n ta n te de la filosofía estoica científica, e sto es, filosofía de la
n a tu ra le z a especulativa. P a ra E strató n , la n a tu ra le z a se c onvierte en
la c au sa ú ltim a de todos los fenóm enos. Cf. C icerón, De natura deo-
rum I 35.
170 SOBRE LA ABSTINENCIA

en o tra s cosas; después, é sta regresa, acosa y persigue,


reco b rán d o las, a cada u n a de las p ala b ra s an tes p ro ­
nun ciad as. De donde tam bién se h a dicho:
el intelecto ve, el intelecto oye; lo demás es sordo
y ciego ” ,

p o r e n ten d e rse q ue el afecto que se c irc u n scrib e a la


v ista y al oído no produce sensación, si no está p re sen te
9 el p en sam ien to . P o r este m otivo tam bién el rey Cleome-
nes ” , d u ra n te un banquete, en el que se elogiaba la ac­
tu ació n de u n can tan te, al p re g u n tá rsele, si no le p a re ­
cía de calidad, les pidió que lo c o n sid erara n ellos, pues
él ten ía su p en sam ien to p u esto en el Peloponeso. P or
consiguiente, es n ecesario que todos aquellos que po­
seen la sensación posean tam b ién la inteligencia.
22 M as sea, ad m itam o s que la sensación no n ecesita del
in telecto p a r a cu m p lir su función, p ero cada vez que
la sensación p ro d u c e en el anim al una diferenciación
e n tre lo p ro p io y lo ex tra ñ o y se aleja, ¿ p o r qué inm e­
d iatam en te se e n c u e n tra en condiciones de re c o rd a r y
te m e r lo pen o so y de a n sia r lo ú til y, si ello está au sen ­
te, se las in g en ia p a ra ten erlo a m ano y p ro c u ra puestos
de acecho, esco n d ites y tram p a s, p a ra que caigan sus
p re sa s en ellas y les sirvan p a ra e lu d ir a sus perse-
2 guidores, según los casos? R ealm ente, aquéllos tam bién,
al exponer esto s hechos, nos fatigan en sus «in tro d u c­
ciones» ” , c u a n d o definen el proyecto com o u n a señal 92*4

92 C élebre v erso de E picarmo, que fig u ra com o fr. 249 en G. Kai-


bel , Comicorum graecorum fragmenta, I, 1, B erlín, 1899, pág. 137. E stá
d ocum entado en div erso s a u to re s. Así, e n tre otro s, P lutarco, De fortu­
na 3, 98 B.
91 P lutarco, Vida de Cleomenes 13, 7, 810 E.
94 O « tratad o s» , según el m odo de exposición d e los estoicos. Cf.
von Arnim , Stoicorum veterum fragmenta, III, 173, donde el texto es
casi idéntico a l p a sa je que aquí se ofrece, desde «cuando definen» h a s­
ta «la sensación».
LIBRO III 171

de realización, el in ten to com o u n im pulso a n tes del im ­


pulso, la p re p a ra c ió n com o u n a acción an tes de la ac­
ción, el re cu erd o com o u n a co m p ren sió n de un en u n c ia­
do en el p asado, cuyo p re se n te se h a com p ren d id o g ra­
cias a la sensación. P orque no h ay de esto s hechos nin­
guno q ue no sea racional y to d o s se dan en todos los
anim ales; com o sin d u d a o c u rre tam b ién con lo re fere n ­
te a las p ercepciones in telectu ales, que llam an nociones
cu an d o e stán en reposo y p en sam ien to s cuando están
en m ovim iento. Al reco n o cer q u e to d as las pasiones son 3
co m ú n m en te ju icio s y opiniones deficientes, es a d m ira ­
ble q ue no re p a re n en los m uchos actos y m ovim ientos
q u e se d an e n tre los anim ales; unos, de ira, otros, de
tem o r, p o r su p u esto tam bién de envidia y, en fin, de
riv alid ad . P ero castig an a los p e rro s y caballos q u e co­
m eten fa lta s, no vanam ente, sino p a ra co rreg irlo s, in­
fu n d ién d o les p o r m edio del d o lo r u n p e sa r que llam a­
m os arrep e n tim ien to . El p lace r q u e e n tra p o r los oidos 4
se llam a en c an to y el que se p ro d u ce a trav és de la vis­
ta, fascinación. Uno y o tro se u tilizan resp ecto a los
anim ales n: los cierv o s y caballos se dejan e n c an tar por
la siringe y la flau ta; a los can g rejo s se les hace sa lir
de sus ag u jero s con los dulces sones de las siringes, y
ase g u ran q ue la alosa, cu an d o se can ta, sale a la su p e r­
ficie y se acerca. Y los que neciam en te dicen re sp ecto 5
a esto s hechos que los anim ales no ex p erim en tan pla­
cer, ni cólera, ni tem or, ni se les ven en a c titu d de p re ­
p a r a r ni de re co rd a r, sino q u e se tr a ta de algo así «co­
m o si reco rd a ra» la abeja, «com o si p re p a ra ra » la go­
londrina, «como si se irritara» el león y «como si se asus­
tara» el ciervo, no sé qué re sp o n d erán a los que digan
q u e no ven ni oyen, sino que «casi ven» y «casi oyen»,
y que no em iten sonidos, sino que «casi los em iten» y95

95 La fu en te orig in al de toda e s ta trad ició n se e n c u e n tra en Aris­


Histor. anim. IX S, 611b26 ss.
tóteles ,
172 SOBRE LA ABSTINENCIA

que «no viven del todo», sino que «casi viven». E stas
ex p resiones no son m ás c o n tra ria s a toda evidencia que
las o tras, com o a d m itiría u n a perso n a de sano jui-
6 ció. M as, cu an d o al c o m p a ra r las co stu m b res hum anas,
la vida, los a c to s y los m odos de vida con los de los
anim ales, observ o u n a gran deficiencia y n in g u n a m ani­
fiesta asp iració n , ni progresión, ni ap e te n cia de los ani­
m ales p o r la v irtu d , p a ra la que está p a rtic u la rm e n te
c o n stitu id a la razón, yo p o d ría d u d a r d e la fo rm a en
que la n a tu ra le z a h a conferido el p rincipio a unos seres
q ue son in cap aces de lleg ar al fin o ¡es que re su lta
7 que esto no les p are c e absurdo! Nos pro p o n en el afecto
a los hijos com o el principio de la sociedad y ju stic ia ”
y observ an q ue éste se d a en los an im ales con ab u n d a n ­
cia y solidez, p e ro les niegan y re h ú san su p artic ip a ció n
en la ju stic ia . N a d a les fa lta a los m ulos de su s órganos
g en itales y, a p e s a r de que tienen las p a rte s p ro p ias del
m acho y de la h e m b ra y la fa cu ltad de u s a r de ellas
con placer, no llegan, sin em bargo, a alca n zar el fin de
la p ro creació n 9*. Y considera, p o r lo dem ás, si no es
co m p letam en te rid ículo, no ya que los S ó crates, P lato­
nes y Zenones a f ir m e n " que se d an al vicio sin m ayor
p reo cu p ació n q u e c u a lq u ie r esclavo, sino que, de igual
m odo, sean in sen sato s, in tem p era n te s e injustos, y que
luego ach aq u en a los an im ales su im pureza e im perfec­
ción p a ra la v irtu d , y se las im p u ten com o u n a p riv a­
ción, no com o u n a deficiencia y debilidad de la razón,
reconociendo, ad em ás, esto: q u e es racional el vicio, del
que todo an im al e stá repleto. E n efecto, vem os tam bién *97

94 El p rin cip io es la razón y el fin, la virtud.


97 Cf. Cicerón, De finibus III 62, y Plutarco, De amore prolis 3,
495 B-C.
99 P linio, sin em bargo, cita el caso de fecundidad de u n a m uía,
Nat. Hist. VIII 173.
99 No cita P lu ta rc o a Zenón. Porfirio lo incluye p a ra d a r m ás fu er­
za a su argum ento.
LIBRO III 173

que en m u chos hay cobardía, in tem p eran cia, in ju sticia


y p erv ersid ad .
E l q ue p re te n d e que lo que no e stá co n stitu id o p o r 23
n a tu ra le z a p a ra re c ib ir u n a re c ta razón, no recibe la ra ­
zón escueta, n a d a d ifiere, en p rim e r lugar, del que sos­
tien e que el m ono no p a rtic ip a de la feald ad p o r su n a ­
tu rale za, ni la to rtu g a de la len titu d , p o rq u e no son
cap aces de belleza y de rapidez; en segundo lugar, no
co m p ren d e que la d iferen cia sa lta a la vista. P orque la
razó n su rg e p o r n atu raleza, p ero la razón seria y p e r­
fecta se consigue p o r el cuidado y la e n s e ñ a n z a 1##. P or 2
tan to , todos los seres anim ados p a rtic ip a n del elem ento
racional, pero ni siquiera pueden decir que un hom bre po­
sea la re c titu d y la sab id u ría, au n q u e sean infinitos 1001.
Del m ism o m odo que hay d iferen cia de u n a v ista a 3
o tra 102103y de u n vuelo a otro, p o rq u e no ven del m ism o
m odo unos halco n es y u n as cig arras, ni tam poco vuelan
ig u al u n as ág u ilas y u n as perdices, así tam b ién no p a r­
ticip a tod o s e r racional, de la m ism a m anera, de la re ­
cepción de u n a razón en el cu lm en de su flexibilidad
y agudeza. P ues sin d u d a se d an en los an im ales m u ­
ch o s ejem plos de asociación, de v alo r y de ingenio en
la consecución y ad m in istració n de recu rso s, com o tam ­
bién, p o r o tra p arte , de aspectos co n tra rio s, esto es, de
in ju sticia, de c o b a rd ía y de estu p id ez En relación 4
con esto, se p lan tea n tam bién alg u n as cuestiones, cu an ­
do u nos p o stu lan que la p rim ac ía la tienen los anim ales
te rre s tre s y o tro s que los m arinos. E llo es evidente si
se c o m p aran los hipopótam os. E n efecto, ésto s alim en­
ta n a su s p a d re s y aquéllos los m atan , p a ra c o p u la r con

100 T eo ría de base a risto té lica . Cf. Alejandro de Afrodisia, De fa­


lo 27.
101 E s u n a concepción esto ica y, e n especial, de Crisipo; cf. von
Arnim , Stoicorum veterum fragmenta, III, 668.
102 Cf. F ilón, De animalibus 29.
103 Cf. P lutarco, Bruta ratione uti 10, 992 D.
174 SOBRE LA ABSTINENCIA

su s m ad res I04. Y algo así o c u rre con las palom as l0S106y


las perd ices los m achos de é sta s hacen d e sa p a re c e r
y d estru y e n los huevos, p o rq u e la h em b ra no acep ta la
cópula, cu an d o e s tá em pollando; los de las p rim eras,
en cam bio, s u stitu y e n a la h em b ra en el cu id ad o de la
incubación, y son los p rim ero s en d a r de com er a los
pichones, y si la h em b ra se a u se n ta dem asiado tiem po,
el m acho la e m p u ja a picotazos h ac ia los huevos y sus
5 pichones. C u ando A n típ atro 107 re p ro ch a a los asnos y
ovejas su d esp recio p o r la lim pieza, no se p o r qué razón
dejó a u n lado a los linces y a las golondrinas; aquéllos
se alejan y, a esco n didas, hacen d e sa p a re c e r com pleta-
m ente su o rina, m ie n tra s que éstas en señ an a sus crías
a e c h a r sus ex crem en to s volviéndose h ac ia a fu e ra l0*.
6 P or supuesto, no decim os que u n árb o l es m ás ig n o ran ­
te que otro, com o lo decim os de u n a oveja resp ecto a
u n p erro , ni q u e u n a legum bre es m ás cobarde que otra,
com o lo afirm a m o s de u n ciervo resp ecto a u n león; o
bien, del m ism o m odo q u e no hay uno m ás lento que
o tro, a p ro p ó sito de los seres inm óviles, tam poco hay
u n o q u e se ex p rese m ás bajo, si se tra ta de seres m u ­
dos; p o r la m ism a razón, no hay u n ser m ás cobarde,
ni m ás perezoso, ni m ás desenfrenado, tratándose de aqué­
llos a los que p o r n a tu ra le z a no les asiste la fa cu ltad
de p en sar, sino con relación a aquellos o tro s que con­
tan d o con ella, en m ás o en m enos, según los casos, h a

104 Cf. E liano, Nat. anim. VII 19, a p ro p ó sito del hipopótam o.
105 Cf. Aristóteles , Hist. anim. VI 4, 562bl7, y E liano, Nat. anim.
III 45.
106 Cf. Aristóteles, Hist. anim. IX 8, 613b27 ss., y Punió , Hist. nat.
X 100 y 103.
107 A ntíp atro de T arso, d iscipulo de Diógenes de B abilonia. Al p a ­
re ce r (P lutarco, Aetia physica 38), e scrib ió u n libro so b re los anim ales.
Cf. von Arnim, Stoicorum veterum fragmenta, III, 47, pág. 251.
1M A p ro p ó sito de las golondrinas, cf. Aristóteles , Hist. anim. IX
7, 612b30.
LIBRO III 175

m otivado esta fa cu ltad las diferen cias que se o b ser­


van. P ero no es ex tra ñ o que el ho m b re d ifiera de los 7
an im ales, d ad a su facilidad p ara a p ren d er, su p ersp ic a­
cia y o tro s asp ecto s que atañ e n a la ju stic ia y a la socie­
dad. P ues m uchos de ellos dejan a trá s a todos los hom ­
b re s p o r su tam añ o y agilidad, p o r u n lado, y, p o r otro,
p o r la p o ten cia de su v ista y la agudeza de su oído, pero
no p o r ello es el h o m b re sordo, ciego, ni incapaz; tam ­
b ién co rrem o s, au n q u e con m ayor le n titu d que los cier­
vos, y vemos, au n q u e p eo r que los halcones. La n a tu ra ­
leza no nos privó de potencia y tam año, au n q u e n ad a
seam os en este asp ecto con relación a un elefan te y un
cam ello. P o r consiguiente, de igual m odo, no digam os 8
q u e los an im ales salvajes, si sus pen sam ien to s son m ás
len to s y sus reflexiones m ás deficientes, no tienen in te­
ligencia ni pien san del todo ni poseen u n a razón, sino
q u e la tien en débil y p e rtu rb a d a , com o u n ojo con esca­
sa visión y alterad o .
P ero si no h u b ie ra n reu n id o m uchos d ato s num ero- 24
sos a u to re s y los h u b ie ra n tran sm itid o , h ab ríam o s p re ­
sen tad o n o so tro s in fin itas p ru e b a s p a ra dem ostración
de la b u en a condición de los an im ales. P ero hay que 2
ex am in ar, adem ás, lo siguiente: parece, pues, que a su ­
m en, en c ierto m odo, la p a rte q u e se conform a a la n a­
tu ra le z a o la fa cu ltad que se aco m p asa a ésta, esto es,
el e s ta r sujeto s tam b ién a la condición de caer, lisiado
o enferm o, en lo que es c o n tra rio a la n atu raleza, com o
el q ue un ojo caiga en la ceguera, u n a p ie rn a en la
cojera, u n a lengua en la tartam u d ez, p ero ninguna
o tra p a rte se ve afectada. P orque no se da la ceguera, 3
cu an d o no se e s tá facu ltad o p o r la n atu ra le z a p a ra ver,
ni la cojera, cu an d o la n atu ra le z a no p e rm ite an d ar, ni
tarta m u d e z, ni afonía, ni balbuceo, cu an d o no se tiene
lengua; ni se puede llam ar dem ente, tra sto rn a d o o enlo­
qu ecid o al que no posee, conform e a n atu ra leza , el pen-
176 SOBRE LA ABSTINENCIA

sam iento, la in telig encia y la reflexión. P ues no es posi­


ble que se vea afectad o quien no posee u n a fa cu ltad cu ­
ya afección es u n a privación, u n a lesión o alg u n a o tra
4 deficiencia. P ero, n atu ra lm e n te , m e he en c o n trad o con
p e rro s rabiosos, e incluso tam b ién con caballos; algu­
nos aseg u ran q u e bueyes y zorros enloquecen. P ero es
su ficien te la co n stata ció n de los p erro s, p o rq u e no ofre­
ce d u d a y testim o n ia que el anim al posee u n a razón e
in teligencia no deficientes, cuya p e rtu rb a c ió n y a lte ra ­
ción co n stitu y e la afección que se llam a ra b ia o locura.
5 P ues no vem os a lte ra d a su vista y su oido, sino que,
del m ism o m odo que, cu an d o u n hom bre su fre de m e­
lan co lía o d elira, es a b su rd o n eg ar que su inteligencia,
razón y m em o ria e stán fu e ra de sí y d e te rio ra d a s (tam ­
bién, en efecto, la co stu m b re a rro ja so b re los que des­
v aría n esta acusación: que no e stá n en sí, sino que han
p e rd id o su fa c u lta d de raciocionio), igualm ente el que
cree que a los p e rro s afectad o s de rab ia les h a o cu rrid o
o tra cosa, y no que su fa cu ltad n a tu ra l de pensar, razo­
n a r y re c o rd a r e s tá re p le ta de tu rb ació n y h an enloque­
cido h a sta el p u n to de d esconocer los ro stro s m ás q u e­
rid o s y re h u ir los lugares de re sid en cia hab itu ales, o
bien p arece no re p a ra r en lo que es evidente o bien,
co m p ren d ien d o lá realidad, razo n a así p o r su afán de
d is p u ta r c o n tra la verdad.
6 É sto s son los arg u m en to s de P lu tarco , aducidos en
varios libros 10,> en re sp u esta a estoicos y peripatéticos.
25 T eo frasto 10910 tam bién em plea u n razonam iento p a re ­
cido. A firm am os q ue los que h an nacido de u n as m is­
m as perso n as, esto es, de u n p ad re y d e u n a m adre.
109 A parte del De sollert. attim., cabe p e n sa r tam bién en u n a obra,
hoy perd id a, de la que saca el e x tra cto c ita d o de los caps. 18,3 al 20,6.
110 T enem os a q u i, del § 1 al 3, u n fragm ento de T eofkasto de una
o b ra suya, quizás titu la d a Sobre la inteligencia y conducta de los ani­
males. Recoge el frag m en to J. B ernays, Teophrastos' Schrift über From-
migkeit, B erlín, 1866, págs. 96 y sigs., y W. POtscher , Teohphrastos'
«Peri Eusebeias », Leyden, 1964, págs. 95-99 y 182-185.
LIBRO III 177

e stá n n a tu ra lm e n te em p aren tad o s e n tre sí; y, adem ás,


consideram os tam bién que los descendientes de unos m is­
m os ab u elo s g u ard an u n p aren tesco e n tre sí y, sin d u ­
da, los ciu d ad an o s de u n a m ism a c iu d a d p o r su p a rtic i­
pació n en la tie rra y p o r sus relacio n es m u tu as. Pues
no estim am o s que son p a rie n te s e n tre sí p o rq u e hayan
n acid o de u n o s m ism os padres, a no se r que algunos de
sus p rim ero s an tep a sad o s hayan sido fu n d a d o res de la
e stirp e o d escen d ien tes de u nos m ism os p ad res. Y de 2
e ste m odo, supongo, afirm am o s que son p a rie n te s y tie­
nen los m ism os vínculos de raza un griego con otro griego,
u n b á rb a ro con o tro b á rb a ro y to d o s los h o m b res e n tre
sí, p o r u n a de estas dos razones: b ien p o r te n e r los m is­
m os antep asad o s, bien p o r ser p a rtíc ip e s de u n a alim en­
tación, de u n as co stu m b res o d e u n a m ism a raza. De la 3
m ism a m a n e ra tam b ién, co n sid eram o s a todos los hom ­
b re s em p aren tad o s e n tre s í y p o r su p u esto con to­
dos los anim ales, p o rq u e los orígenes de sus cuerpos
son los m ism os, p ero no m e estoy refiriendo, al h a b la r
asi, a los p rim ero s elem entos, pues d e ellos tam b ién p r o - .
vienen las p lan tas, sino en co n c reto a la piel, a las c a r­
nes y a esa especie de h u m o res c o n n a tu ra l a los an im a­
les; y m u ch o m ás to d avía p o r el hecho de que las alm as
que hay en ellos no son d iferen tes p o r natu raleza, y p a r­
tic u la rm e n te m e re fie ro a los a p e tito s y a los a rre b a to s
de cólera, e in clu so a sus razonam ientos y, p o r encim a
de todo, a sus sensaciones. M as com o o c u rre con los
cu erp o s, tam b ién tien en alm as p erfec ta s unos anim ales,
o tro s m enos; p a ra to d os ellos, p o r su puesto, se d an p o r
n a tu ra le z a los m ism os p rin cip io s U1. El p aren tesco de
las afecciones lo d em uestra. 12

111 H ay aquí u n a idea fila n tró p ic a u n iv ersal que ya se d e te cta en


Aristóteles , Étic. a Nicóm. V III 1, 1.155a20 ss.
112 E n la larg a c ita de P lutarco, de su De sollertia anim alium, se
o b serv an consid eracio n es de e ste tipo. Vid. supra, cap. 23, 3-7.
69 — 12
178 SOBRE LA ABSTINENCIA

4 P ero si es cierto lo que se dice, esto es, que tal es


la génesis de las co stu m b res, to d as las especies son in­
teligentes, p e ro d ifieren p o r su educación y p o r las m ez­
clas de su s p rim ero s com ponentes. La raza de los de­
m ás an im ales e s ta ría to talm e n te em p a re n ta d a y vincu­
lad a a n o so tro s p o r lazos raciales, p o rq u e los alim entos
son los m ism os p a ra todos y las c o rrien tes de aire, co­
m o dice E u ríp id es, y «todos los an im ales tienen sangre
roja que fluye» 1,3 y m uestran, com o padres com unes de
todos ellos, al cielo y la tie rra .
26 P uesto q u e de e sta m an era son consaguíneos, si p a­
re c ie ra tam b ién , según P itágoras, que les h ab ía co rres­
pondido la m ism a alm a que a nosotros, sería con razón
co n sid erad o im p ío el que no se ab stu v ie ra de la injusti-
2 cia p a ra su s p arie n tes IM. E videntem ente, p o rq u e algu­
nos de ellos sean feroces, no se rom pe p o r ello el víncu­
lo de p aren tesco . P ues algunos hom bres, en n ad a m e­
nos, sino in clu so m ás que los anim ales, son unos m alva­
dos c o n tra su s sem ejantes y se dejan llevar, p a ra h acer
d añ o a cu a lq u ie ra, com o im pulsados p o r u n a co rrien te
de su p a rtic u la r n a tu ra le z a y m aldad 134ll5. P o r este mo­
tivo an iq u ilam o s a éstos y, sin em bargo, no suprim im os
3 n u e s tra re la ció n con los dóciles. De este m odo, pues,
si algunos an im ales son feroces deben se r elim inados
com o tales, del m ism o m odo que los h o m b res q u e sean
de esa condición, y no hay que d e sistir d e n u e stra a c ti­
tu d p a ra con los d em ás anim ales m ás dóciles, p ero a
n in guno de ellos hay que com érselo, com o tam poco a
4 los h o m b res in ju sto s. Y realm en te com etem os u n a gran
in ju sticia, si dam os m u e rte a los an im ales pacíficos, tal

113 Fr. 1.004 N auck (Tragicorum graecorum fragmenta}. El e n tre ­


comillado fija la extensión del fragm ento, según L. G. Walckenaer, Diatribe
in Euripidis perditorum reliquias, Leyden, 1767, pág. SO.
114 P a ra P itág o ra s, e stá n e strec h am e n te u n id a s las ideas de ju s ti­
c ia y p a ren tesco . Cf. JAmbuco , Vida de Pitágoras 108.
119 Cf. supra, II 22, 2, donde se expresa e s ta m ism a idea.
LIBRO III 179

com o a los feroces e injustos, y si nos com em os a los


o tro s. E n efecto, en am bos casos com etem os injusticia,
p o rq u e dam os m u e rte a los q u e son m ansos y p o rq u e
nos los llevam os a la m esa, y su m u e rte tiene sim ple­
m en te com o razón de se r el se rv ir de alim ento nuestro.
Se p o d rían a ñ a d ir a e sta s arg u m en tacio n es o tra s com o s
las siguientes: d ecir que si se extiende el d erech o a los
an im ales se d estru y e el derecho, es ig n o ra r q u e no se
conserva la justicia, sino que se aum enta el placer, que es
enem igo de la ju sticia. E n efecto, siendo u n fin el placer,
se evidencia la d estru c ció n de la ju stic ia " 6. P orque ¿a 6
q u ién no re s u lta ev idente que la ju s tic ia se engrandece
p o r m edio de la ab stin en cia? P ues el que se ab stien e
de todo se r anim ado, au n q u e se tra te de seres que no
se re lacio n an con él en sociedad, se a b ste n d rá m ucho
m ás de c a u s a r p erju ic io a un congénere " 7. P orque el
que am a al género no o d iará a la especie, sino que m ás
b ien cu a n to m ay o r sea su afecto al género anim al, ta n to
m á s tam b ién co n se rv a rá u n sen tim ien to de ju stic ia
p a ra aq u ella p a rte q ue le es p ro p ia. P o r consiguiente, 7
el q u e h a estim ad o su p aren tesco con el anim al, no co­
m e te rá in ju sticia c o n tra un anim al concreto, p ero el que
circunscribe el derecho al hom bre está dispuesto, com o si
e stu v ie ra a tra p a d o en u nos lím ites estrechos, a q u ita rse
de en cim a la p recau ció n de co m ete r in ju sticia. De este 8
m odo el co n dim ento de P itág o ras es m ás sab ro so que

1.6 Según C risipo, la ju stic ia se sa lv ag u a rd a c o n sid era n d o el p la­


c e r com o u n bien, no com o u n fin. Cf. von Arnim, Stoicorum veterum
fragmenta, III, 23, tom ado de P lutarco, De com m unibus notitiis contra
Stoicos 25, 1.070 D.
1.7 La idea a p are ce en P lutarco, De esu cam ium I 7, 996 A.
n< El dem ostrativo fem enino tatitén, que aparece en el texto, puede
re fe rirse ta n to a u n oikeiSsis («apropiación» o «parentesco») com o a
u n d ika io sfn l (justicia). Me he inclinado p o r e sta ú ltim a relación, p o r­
que, e n tre o tra s cosas, a p a rte del contexto, en el p a rá g ra fo a n te rio r
puede verse cóm o el verbo «conservar» lleva com o o b jeto d ire c to el
térm in o «justicia».
180 SOBRE LA ABSTINENCIA

el de Sócrates Porque éste decía qe el aliño de la co­


m id a e ra el h am b re , y en cam bio P itá g o ras lo c ifrab a
en no co m eter d elito c o n tra nadie y en d u lcifica r así
la ju stic ia . P ues la re n u n cia al alim ento de u n ser an i­
m ado conllevaba tam b ién la re n u n cia a co m ete r injusti-
9 cías p o r la com ida. P or supuesto, la divinidad no nos
hizo im posible el logro de n u e s tra p ro p ia salvación sin
p e rju d ic a r a o tro ; p u es sin d u d a nos asig n ab a de esa
m an era la n a tu ra le z a com o p rincipio de in ju sticia Y
ja m á s p arecen d esconocer la índole p ro p ia de la ju s ti­
cia quienes p e n sa ro n d eriv a rla del p aren tesco con los
ho m b res, esa sería, en efecto, u n a especie de fila n tro ­
pía, m ie n tra s q u e la ju stic ia co n siste en la ab sten ció n
y salv ag u ard a de daño de cu a lq u ie r ser inocente. Y de
este m odo se e n tien d e el ju sto , no de o tra m anera. De
m odo que la ju stic ia , que se fu n d a m e n ta en la au sen cia
de daño, debe h ac erse extensiva tam bién a los an ím a­
lo les. P or ello su esencia se su ste n ta en el predom inio
de lo racio n al so b re lo ir r a c io n a l1J1, y la posterg ació n
de este. Siendo aq u él d o m in ad o r y éste súbdito, es to ­
talm en te n ec esario que el ho m b re no cau se dañ o a todo
ser, sea el que sea. P orque, al e s ta r las p asiones re d u c i­
d as y los d eseos y cóleras apagados y poseer, p o r su
p a rte , el elem en to racio n al el m ando com o cosa propia,
in m ed iatam en te se sucede la asim ilación al se r supre-
1 1 m o 122. E l se r su p re m o en el u niverso re su lta to talm e n ­
te inocuo y es el m ism o, p o r su poder, salvador de
todos 123, b e n e fa c to r de todos ,M e in dependiente de to-*120

1,9 Vid. J enofonte, Memorables I 3, 5.


120 Cf. P lutarco, Septem sapientium convivium 16, 159 C, donde
se e x p resa e sta co n sid era ció n casi con las m ism as p alab ras.
131 Cf., a e ste respecto, P latón, Rep. IV 441 y 444-6.
133 E sta a sim ilació n a la divinidad su p rem a procede de P latón,
Teeteto 176b.
133 S o b re e sta calificación, cf. P latón, Rep. X 608e.
134 Sobre este a trib u to de la divinidad suprem a, cf. AntIpatro, en
LIBRO III 181

dos; n o so tro s p o r la ju stic ia som os inofensivos p a ra to­


dos y p o r n u e s tra condición m o rta l estam o s n ecesita­
dos de cosas n ecesarias. La recogida de cosas necesa- 12
ria s no ca u sa nin g ú n daño a las p lan tas, cuando to m a­
m os lo que ellas d ejan caer, ni a los fru to s, cu an d o u sa ­
m os los que ya e stá n m uertos, ni a las ovejas, cuando
m ás bien le p re sta m o s u n a ay u d a p o r el esquileo y nos
h acem os p a rtíc ip e s de su leche, ofreciéndoles a cam bio
n u e s tro c u i d a d o P o r lo cu al el h o m b re ju sto surge 13
com o d ism in u id o r de sí m ism o en el ám b ito corporal,
p e ro sin p erju d ic arse, pues ac recien ta, p o r la educación
y d om inio de su c u e r p o e l bien in terio r, esto es, la
asim ilació n a la divinidad.
P o r consiguiente, al se r el fin el placer, no se conser- 27
va la ju s tic ia v e rd a d e ra *125627, ni siq u ie ra consiguiendo la
felicid ad los p rim ero s bienes, según la n atu raleza, o al
m enos todos los expuestos. E n m uchos, en efecto, los
m ovim ientos de la n atu ra le z a irra c io n a l y las n ecesida­
des m arcan el com ienzo de u n a injusticia. In m ed ia ta­
m ente tuvieron necesidad de com er carne de anim al, p ara
c o n se rv ar su n atu ra leza , según dicen, sin dolor y sin
n ecesid ad de sus apetencias. P ero si el fin es ap ro x i­
m a rse lo m ás posible a la divinidad, la in ocuidad p a ra
to d o s los seres e stá aseg u rad a. P o r tan to , el que de este 2
m odo, llevado p o r las pasiones, se c o m p o rta inofensiva­
m en te p a ra sus hijos ta n sólo y su m ujer, p ero d esp re­
ciativ o y a rro g a n te p a ra los dem ás, d e sp ie rta la ap e te n ­
cia p o r los p laceres m o rtales (com o si en él d o m in ara
la irracio n alid ad ) y se q u ed a a to n ta d o an te ellos, m as
el que se deja llevar p o r la razón, conserva u n a a c titu d
in o cu a p a ra su s co n ciu d ad an o s y m ás aún, p a ra los ex-

von Arnim , Stoicorum Veterum Fragmenta, III, frs. 33-34, pág. 249, re ­
cogidos de P lutarco, De Stoicorum repugnantiis 38, 1.051 E y 1.052 B.
125 Cf. supra, II 13, 1, en la c ita de T eofrasto.
126 Cf. supra, I 44, 2 y 45, 1 y 4.
127 Cf. supra, 26, 5.
182 SOBRE LA ABSTINENCIA

tra n je ro s y p a ra to do el m undo, y tiene som etida la irra ­


cionalidad, re su lta , con relación al prim ero, m ás ra cio ­
nal y, p re cisam en te p o r eso, m ás divino. De este m odo,
el q ue n o sólo h a fijado u n a co n d u cta no lesiva resp ecto
a los hom bres, sin o que tam bién la h a hecho extensiva
al re sto de los seres vivos, m ás sem ejante se- hace a la
d iv in id ad y, si es posible p ro lo n g arla h a sta las p lantas,
3 to davía salv ag u ard a m ás la im agen de aqu élla. P ero si
no lo es y, p o r el c o n tra rio , se señala, de u n a p arte ,
la in ferio rid ad de n u e stra n atu ra le z a y, de o tra, el tono
q u eju m b ro so q u e se d ab a e n tre los antiguos, en el sen ti­
do de que
de tales disputas y pendencias hemos nacido IM,

p o rq u e no podem os conservar p u ro e inocente respecto a


todos el elem en to divino que hay en nosotros, pues no
4 som os in d ep en d ien tes con relación a todos. El m otivo
de ello es la g en eración y el hecho de que hayam os n a­
cido en la po b reza, u n a vez que ha d esap arecid o el
recu rso ,29. La pobreza conseguía de seres ajenos la sal­
vación y el o rd e n p o r el que recib ía el ser. Todo el que,
en efecto, n e c e sita ay u d a externa, se e n c u e n tra cla­
vado aún m ás en la pobreza; y cu a n ta s m ás necesi­
dad es tiene, ta n to m enos p a rtic ip a de la divinidad y
5 m ás convive con la pobreza. E n efecto, la sem ejanza
con la d iv in id ad conlleva, com o consecuencia de esa si-
,J* C orresp o n d e a l segundo v erso de un frag m e n to de Las purifi­
caciones de E mpédocles, recogido en Die Fragmente der Vorsokratiker,
de H. Diels-W. Kranz, Berlín, 1934-1954: 31 B 124, vol. I, pág. 361, 19-20.
La «pobreza» o «indigencia» (penla) y el «recurso» o «rique­
za» (póros) a p are ce n en P latón, Banquete 203b, com o p a d res de E ros,
que fue concebido d u ra n te el b an q u ete en que c eleb ra b a n los dioses
el nacim iento de A frodita. En v irtu d de e ste origen, el dios E ros se
m u estra, en el m itp que nos p re se n ta Platón, ya pobre, vagabundo y
sin hogar, ya d e cid id o y resuelto, fé rtil en invenciones y recursos. En
sum a, tan p ro n to se le ve floreciente com o m archito.
130 Cf., so b re e sta expresión, supra, I 31, 5, 38, 3 y 57, 1.
LIBRO III 183

m ilitu d , la riqueza v erdadera. N adie, que sea rico y que


de n ad a carezca, com ete una in ju sticia. Pues m ien tras
se com ete u n a inju sticia, au n q u e uno posea todas las
riq u ezas y to d a la extensión de la tie rra , se es pobre,
p o rq u e se e s tá conviviendo con la pobreza, y p o r ese
m otivo, p o r sup u esto , se es in ju sto , se está a p a rta d o de
la divinidad, se es im pío y se e n c u e n tra uno inm erso
en to d o tip o de m alicia, cuyo fundam ento, que tiene que
v er con u n a p riv ació n del bien, lo h a provocado la caída
del alm a en la m ateria . Todo es, p o r consiguiente, u n a 6
g ra n to n tería, m ie n tra s se a p a rta uno del p rincipio, y
ca rec e de todo, en ta n to que no d irig e su vista hacia
la riqueza, y se cede a la p a rte m o rta l de n u e stra p ro p ia
n atu ra leza , en ta n to que no reconoce u n o su a u té n tic a
esen cia 131. La in ju sticia es m uy h áb il p a ra convencer­
se a sí m ism a y p a ra co rro m p e r a los que están som eti­
dos a ella, p o rq u e se relaciona con sus pupilos acom pa­
ñ a d a del placer. Y del m ism o m odo que en la elección 7
d e vidas 132 es ju ez m ás exacto el q u e h a p ro b a d o dos
q u e el que h a ex p erim entado u n a sola, así tam b ién en
las elecciones y rechazos de obligaciones m orales es un
ju ez m ás seguro el que juzga desde u n a posición dom i­
n an te, incluso las realidades in ferio res, que aquél que
en ju icia desde ab ajo lo que tien e delante. De este m odo,
el q u e vive de ac u erd o con su p en sa m ie n to es un defini­
d o r m ás riguroso, q u e el q u e vive según c rite rio s i r r a ­
cionales, de aq u ello q u e debe o no elegir. P orque inclu­
so pasó p o r la ex p eriencia de u n a vida irra cio n al, dado
q u e desde u n p rin cip io tuvo co n tac to con ella; m as el
q u e es un ig n o ran te de los tem as de la m ente convence
a sus sem ejantes, com o niño q u e dice to n te ría s e n tre
niños. P ero si todos, añaden, h icieran caso a e sta s razo- 8

131 Cf. supra, I 29, 4.


132 H ay una lejana alusión a la leyenda de H eracles, c u an d o tiene
q u e eleg ir e n tre dos cam inos.
184 SOBRE LA ABSTINENCIA

nes, ¿qué s e rá de n o so tro s? E videntem ente, que sere­


m os felices, al se r d e ste rra d a la in ju sticia de los ho m ­
b re s y al to m a r c a rta de c iu d ad a n ía tam b ién e n tre no-
9 sotros, como en el cielo, la justicia. Ahora ocurre lo m ism o
que si las D anaides no su p iera n qué vida deb ían se­
g uir, u n a vez q u e se v ieran lib res de la serv id u m b re de
te n e r que lle n a r con u n cedazo la tin aja p e rfo ra d a
E n efecto, ig n o ran qué o c u rrirá , si dejam os de condes­
ce n d er con n u e s tra s p asiones y deseos, cuyo flujo en te­
ro se p ro d u ce p o r n u e s tra ignorancia d e las cosas b e­
llas, al a n h e la r u n a vida que se halla in m e rsa en las
10 n ecesid ad es y se a fan a p o r conseguirlas. ¿Q ué harem os,
pues, p re g u n ta s, ho m b re? 1M. Im itare m o s a los de la
ed ad de oro, im itarem o s a los que fu e ro n d eclarad o s
libres. Con aquellos, en efecto, se relacio n ab a el P udor,
el C astigo y la J u stic ia p o rq u e se co n ten ta b an con
el fru to de la tie rra ; fru to s, pues, les
... producía la tierra fecunda
por sí m ism a en abundancia y profusión ,J*.
Y los q ue fu e ro n lib erad o s se p ro p o rcio n an a sí m is­
m os lo que a n ta ñ o p ro c u ra b a n a sus señores cu an d o
u era n sirv ien tes. No de o tro m odo, tu tam bién , pues, li­
b e rá n d o te de la serv id u m b re del c u e rp o y del som eti­
m ien to a su s pasiones, dad o que las alim en tab as con
to d a clase d e n u trim e n to s externos, te a lim en tará s, así
tam bién, con to d a clase de alim entos internos, recogiendo
ju stam en te lo q u e te pertenece y no ap ro p ián d o te ya p o r
la fu erza de lo ajeno.
133 El m ito d e las D anaides, con relación al a lm a y las pasiones,
procede de P latón, Gorgias 493b.
134 La se g u n d a p e rso n a y el tono fa m ilia r nos rem ite, sin duda,
a F irm o C astricio, a quien va dirig id o el tratad o .
133 Cf. H es Iodo , Trabajos y Días 200 y 256, a p ro p ó sito de la id ea
que aquí se ex p resa.
136 Ibid., 117-118. V uelven a c ita rs e esto s dos versos en el próxi­
m o libro IV, cap . 2.
LIBRO IV

C astricio, en lo que llevam os expuesto, hem os respon­


d id o a casi todos los p re te x to s de los que h an adm itido,
realm en te p o r in tem p era n cia y desenfreno, el consum o
d e carne, y que h an aducido u n as ju stificacio n es c a re n ­
tes de p u d o r, p o r b a sa rse en la necesidad, que im ponen
a n u e s tra n atu ra le z a en m ayor grad o del debido. P ero
q u ed an to davía u n as cu estio n es p arciales. De ellas hay
q u e d estac ar, esp ecialm ente, la p ro m esa de u tilid a d que
engaña a los que se en c u en tran co rrom pidos p o r los p la­
ceres, y tam bién la invocación del testim onio de que nin­
gún sabio, ni tam poco pueblo alguno, rechazó de un m odo
te rm in a n te el uso de la carn e de los anim ales, testim o ­
nio que, p o r o tra p arte , a quienes le p re sta n atención
los em puja, p o r su ignorancia de la a u té n tic a historia,
a la com isión de u n a injusticia, de co n sid erab le im p o r­
tan cia. T enem os la intención de re fu ta r e sta s cu estio ­
nes; in ten tare m o s a p o rta r soluciones a las cuestiones
re fe re n te s a la u tilid a d y a las dem ás.
E m p ezarem o s h ab lan d o de la a b stin en c ia de algunos
pueblos, cuya serie la in iciará n los griegos, dado que
ellos p u ed en ser, e n tre los que ap o rte n testim onios, los
m ás asequibles. E n tre los que han recopilado la histo ­
ria g rieg a con concisión y, a la vez, con rigor, fig u ra
D icearco el p erip a tétic o ', que expone la vida an tig u a 1
1 Ju n to con T eofrasto, Dicearco de M esene es uno de los segui­
d o res m ás d estac ad o s de A ristóteles. P a rtid a rio de u n a a c titu d prácti-
186 SOBRE LA ABSTINENCIA

de G recia y a se g u ra que los antiguos, no sólo estab an


próxim os a los dioses y era n p o r su n a tu ra le z a m ejores
q u e nosotros, sino tam bién que h ab ían p asa d o u n a vida
m aravillosa, de s u e rte que se estim a consituyen la edad
de oro, co m p arad o s con nosotros, que som os de u n a m a­
te ria falsa y deficiente; y tam poco, añade, d ab an m u e r­
te a ningún s e r anim ado. A firm a tam bién que los poetas
apoyan este a se rto , al d a rle el no m b re de edad de oro
y ce le b rarlo d e esta form a:
...tenían toda clase de bienes; frutos les produ­
cía espontáneamente la fecunda tierra, en abun­
dancia y profusión. De buen grado y tranquilos
alternaban sus labores con copiosos disfrutes2.

Al ex p o n er estos hechos, asev era D icearco que tal vi­


d a tuvo lu g a r en la época de Crono. Si hay que a c e p ta r
q u e aq u élla ex istió y que no se h a divulgado en vano,
desechem os los elem entos excesivam ente m íticos y re-
m itám o sn o s a los n a tu ra le s m ed ian te u n an álisis racio­
nal. Todo n acía, p ro b ab lem en te, p o r su p ro p io im pulso,
p o rq u e sin d u d a no ad o p tab a n ninguna disposición, por
no po seer a ú n la técn ica del cultivo de la tie rra ni, sen­
cillam ente, n in g u n a o tra. Y éste fue el m otivo tam bién
de que d isp u sie ra n de tiem po libre y de que llevaran
u n a ex isten cia lib re de fatigas y preocupaciones, y de
que n o ca y era n enferm os, si hay que a c e p ta r el p a re c e r

ca fren te a la vida, e n c o n tra p o sició n a T eofrasto, m ás especulativo


(cf. C icerón, A d Att. II 16, 3), tra b a jó en diversos cam pos, com o la lite ­
ra tu ra , la p o lític a y la filosofía, d e stac an d o su la b o r com o h isto ria d o r
con su o b ra Vida de Grecia, en tre s libros, a la q u e alude P orfirio,
al se ñ a la r «la v id a a n tig u a de G recia» que expuso D icearco; tam bién
tenem os con o cim ien to de u n a o b ra geográfica suya titu la d a Descrip­
ción de la tierra. Sólo nos q u e d an de am bas escaso s fragm entos. Vid.
F. W ehrli, Die Schule des Aristóteles, vol I, B asilea, 1944.
2 H esIodo, Trabajos y Días 116-119. E n el ú ltim o cap ítu lo del li­
b ro a n te rio r ya se han c itad o los versos 117-118, a u n q u e incom pletos.
LIBRO IV 187

de m édicos m uy ex pertos. P ues no se puede e n c o n tra r


u n p re cep to suyo que co n trib u y a m ás a la salu d que
el de no g en e rar excrem entos, de los que m an ten ían lim ­
pios sus cu e rp o s co n tin u am en te. E n efecto, no c o n su ­
m ían alim en to s q u e su p e ra ra n a su n atu ra leza , (sino su
n a tu ra le z a e ra su p e rio r a ellos)3; ni m ayores de lo que
co rresp o n d ían a la m esura, en razón de u n a b u en a d is­
posición, sin o que la m ayoría de las veces to m ab an m e­
nos alim en to s de los suficientes a c a u sa de su escasez.
P o r su p u esto , no ten ían pen d en cias ni rev u eltas e n tre
ellos, p o rq u e no ten ían , expuesto a la vista, ning ún p re ­
m io valioso, p o r el q ue se e n ta b la ra u n a fu e rte com pe­
ten cia. P o r consiguiente, re su lta b a que el rasgo p rin c i­
p al de su vida lo co n stitu ía el ocio, la facilidad p a ra
c u b r ir sus n ecesidades, la salud, la paz y la am istad.
A su s descen cien tes, al d e se a r g ra n d es bienes y verse
en v ueltos en m u ch as desdichas, les p areció p ro b a b le­
m en te aq u ella vida apetecible. El p ro v erb io p o ste rio r
« b a sta de bellotas»45 d em u e stra la fru g a lid a d de aq u e­
llos p rim ero s h o m b res y su im provisación en conseguir
su m an u ten ció n , y es verosím il que lo p ro n u n c ió el p ri­
m ero que h acía ca m b ia r aquel m odo de vida. D espués
so b rev in o u n a vida de pastoreo, d u ra n te la cual tr a ta ­
ro n de co n seg u ir ya bienes su p erflu o s y em pezaron a
te n e r co n tac to s con los an im ales, ad v irtien d o que unos
e ra n inofensivos, o tro s p erv erso s y o tro s violentos. En
con secu en cia, tra ta ro n de d o m e stic a r a los p rim ero s y
a d o p ta ro n u n a a c titu d hostil fre n te a los otros; y la

3 El texto e n tre c o rch etes lo su p rim ió el filólogo N auck, quizá por


tra ta rs e de u n a idea red u n d an te. Son m u ch as las su p resio n es e fec tu a ­
d a s p o r e ste filólogo en el texto; sólo se ñ a la rem o s las m ás relevantes.
P a ra este lib ro IV, hem os seguido, p re fe re n te m en te, el tex to de la edi­
ción de las o b ra s de P orfirio, de A. N auck, Porphyrii opúsculo selecta
(Tenbner), Leipzig, 1886.
4 Ya ha a p are cid o a n te rio rm e n te e ste proverbio, al final del cap.
5 del 1. II, igualm ente al re fe rirse a la evolución de la vida.
188 SOBRE LA ABSTINENCIA

g u erra, ju n ta m e n te con este género de vida, se in tro d u ­


jo e n tre ellos. E sto, añade, no lo digo yo, sino los h isto ­
riad o res q ue han expuesto los hechos del pasado. E n
efecto, h ab ía ya bienes de im portancia, y unos seres p ro ­
vocaban la am bición, p a ra ap o d erarse de aquéllos, a g ru ­
pán d o se e in citán d o se m u tu am en te con ese fin y otros,
a su vez, h ac ía n lo m ism o p a ra conservarlos. Y así poco
a poco, con el tra n sc u rso del tiem po, re p a ra n d o en lo
q ue p arecía serles de u tilid ad , vinieron a p a r a r al te rc e r
tip o de vida: el agrícola.
É stas son las co stu m b res antiguas de los griegos que
n a rra D icearco y la feliz vida de aquellos an tep asad o s
que nos p re se n ta , a la que, en no m en o r m edida que
o tra s cosas, co n trib u ía la ab stin en cia de los seres a n i­
m ados. P or consiguiente, no h ab ía g u erra, d ad a la p o si­
b ilidad de q u e la injusticia q u ed a ra d esterrad a, pero m ás
ta rd e se in tro d u jo la d isco rd ia y la av a ricia e n tre unos
y otro s, ju n ta m e n te con la in ju sticia a los anim ales. Es
tam b ién a d m ira b le el hecho de que se atre v an a califi­
c a r la a b stin e n c ia de los anim ales com o la m ad re de
la in ju sticia, p u esto que la h isto ria y la experiencia d e­
m u e stra n q u e el desenfreno, la g u e rra y la in ju sticia se
in tro d u je ro n con la m atan z a de aquéllos.
3 T am bién m ás ta rd e el lacedem onio Licurgo co m p ren ­
dió este h echo y, au n q u e había sancionado legalm ente el
consum o de carne, com puso u n a constitución en tales
térm in o s q u e m ín im am en te h ab ía necesidad de alim en ­
to a base de anim ales. E fectivam ente, fijó la porción de
riq u eza5 de cad a uno de los ciudadanos no en función 5
5 N ada h a y d e c ie rto so b re la figura de Licurgo. La tradición a tri­
buye a este leg islad o r u n a serie de refo rm as políticas, sociales y m ili­
ta re s, que co m p re n d en la c o nsitución p ro m u lg a d a p a ra p o n e r fin a
la c risis p ro v o cad a p o r la segunda g u e rra m esenia, c onstitución que,
al d e cir de T ucIdides (I 18), fue « a n te rio r en c u a tro c ie n to s años o m ás
al fin de la g u e rra del Peloponeso». La «porción» (klerós), que a p arece
en el texto, a lu d e a u n a segunda d istrib u c ió n de tie rra s (la p rim e ra
tiene lu g ar tr a s la c o n q u ista d o ria de p a rte del Peloponeso), p a ra pa-
LIBRO IV 189

de sus reb añ o s de bueyes, ovejas, ca b ra s y caballos o


en b ase a su s re cu rso s m o netarios, sino en razón a la
p ro p ied a d de tie rra q u e p ro d u je ra un re n d im ien to de
seten ta m edim nos de cebada a cad a ho m b re y doce a
cad a m ujer; en c u a n to a los p ro d u c to s líquidos, d e te r­
m inó la ca n tid a d de u n m odo análogo*. P ues estim ab a
que ta l ca n tid a d de alim ento les b a s ta ría p a ra u n bie­
n e s ta r físico y u n a salu d a p ro p ia d a y no te n d ría necesi­
d ad de n in g u n a o tra cosa. De ahí que, dicen, tra n s c u rri­
do un tiem po, cu an d o re c o rría el país, después de un
viaje p o r el ex terio r, al o b se rv a r que la tie rra ac ab ab a
de se r dividida, y que las e ra s se h allab an u n as ju n to
a o tra s e iguales, se echó a re ir y dijo a los presentes:
L aconia e n te ra p arece ser la p ro p ied a d de m uchos h e r­
m anos que acab an de re p a rtírse la . P o r ello, al tr a ta r
de d e s te rra r la m olicie de E sp a rta , se le p erm itió a n u ­
la r to d a m oneda de o ro y p lata, y u tiliz a r solam ente la
de h ierro , que p o r su m ucho peso y tam añ o te n ia poco
v alo r adquisitivo. E n consecuencia, p a ra un cam bio de
diez m inas, se p re cisab a h ac er u n g ra n d ep ó sito en casa
y u n a y u n ta de bueyes67 que lo tra n s p o rta ra . Con esa
m ed id a elim inó m u ch as clases de d elito s de Lacedem o-
nia. E n efecto, ¿q u ién iba a ro b a r, a d ejarse so bornar,
a d is tra e r u n d in ero o a llevarse p o r la fu erza lo que
no e ra posible o c u lta r ni apetecib le po seerlo y ni siquie-

lia r las p ro fu n d a s d ifere n cia s que se h a b ia n o rig in a d o a lo largo de


los años p o r el em pobrecim iento de u n o s y la excesiva riqueza de otros.
E ste kltros e ra inalienable e indivisible (cf. H. M ichell, Sparía, Cam ­
b ridge U niveristy P ress, 1952, págs. 205 y sigs), p e ro con el paso del
tiem po tam poco p u d o e v ita rse que s u rg ie ra la d esig u ald ad p o r segun­
d a vez. Vid. P lutarco, Licurgo, cuyos caps, d el 8 al 10 copia, en p arte,
P o rfirio a p a r tir de aqui, en concreto, es decir, desde «fijó la porción
de riqueza...», h a sta c e rc a del final d el cap. 4 , donde dice con estas
p alab ras: « insolidario p a ra la vida co m u n itaria» .
6 E quivalía el m edim no a 52 kg. o 1., según se tr a ta r a de árid o s
o líquidos.
7 Vid. P olibio, VI 40.
190 SOBRE LA ABSTINENCIA

ra e ra ú til re d u c irlo a tro zo s? Y tam b ién las arte s in ú ti­


les d ebían s e r d e ste rra d a s, ju n ta m e n te con aquellos m e­
tales, al no te n e r venta las labores a rtístic a s. En efecto,
la m oneda d e h ie rro no e ra fácil de llev ar al re sto de
los griegos, n i gozaba de estim ació n com o d esp reciad a
que era, de m odo que no e ra posible c o m p ra r p ro d u c to s
fo rán eo s y b a ra tija s, ni a rrib a b a m ercan cía a los p u e r­
tos, ni tam p o co d ese m b a rca b a en L aconia ningún h áb il
o ra d o r, ni ad iv ino am b u lan te, ni p ro te c to r de c o rte ­
san as', ni a rtífic e de bellos adornos de oro, ni de b ro n ­
ce*9, p u esto q u e no h ab ía dinero. De este m odo la m oli­
cie, al ser a is la d a poco a poco de los elem entos que la
ex citab an y fo m entaban, se fue m a rc h ita n d o p o r sí m is­
m a. Y n in g u n a ventaja ten ían los que poseían m uchos
bienes, p o rq u e su p ro sp e rid a d no ten ía u n m edio de h a­
cerse n o to ria, sino que q u ed a b a com o sep u lta d a y ocio­
sa. P o r ello, aq u el m o b iliario de uso co rrie n te y n ecesa­
rio, lechos, asien to s y m esas, se hacía e n tre ellos de u n a
ca lid ad ex celente y la co p a101 laconia, com o dice Cri-
tia s “ , gozaba de u n a g ra n rep u tació n e n tre la tro p a,

* Hetairón, con a cen tu ació n perisp ó m en a o circ u n fle ja en el tex­


to de P orfirio. De ahí q u e la trad u c ció n de la ex p resió n hetairón tro-
pheús d ebe ser, a m i en te n d er, la que se propone. Algo asi in te rp re ta
M. de B uhgny , Traité touchant l'abstinence de la chaír des animaux,
P arís, 1747, pág. 262, cuan d o tra d u c e «M archand de filies». El texto
de P lutarco p re se n ta hetairón, con acentuación paroxítona, lo que o b s­
cu rece aún m ás el sentido. E sa es la lección que a d o p ta H e rch e r (co­
lee. «Didot»), p e ro la trad u c c ió n latin a c o rre sp o n d ie n te (de Feliciano)
no se co m p ro m ete con u n a in te rp re ta c ió n del hetairón ni del tropheús.
9 Argyrón «de plata» en P lutarco.
10 E sta copa, kóthón, se de sc rib e en Ateneo , XI 10.
11 El sofista y oligarca, que form ó p arte del gobierno de los T reinta
tira n o s. E sc rito r v ario del q u e quedan escasos fragm entos; com puso
u n a obra, Las constituciones (Politeíai émmetroi), en verso elegiaco, que
tra ta de A tenas, T esalia y E sp a rta . E n ella debe h a ce r sin d u d a e sta
observación so b re la copa e sp a rta n a , que le a trib u y e P orfirio. V ertió
C ritias en e sta o b ra trad icio n e s y observaciones p ro p ias, lo que le lle­
va a S chmidt-S táhlin (Geschichte der Griech. Liter., vol. III, pág. 182)
LIBRO IV 191

p o rq u e el ag u a que n ec esaria m e n te h ab ía que b eb e r y


q u e re p u g n ab a a la vista se d isim u lab a con su color y,
al ch o c ar y p eg arse a los b o rd e s la suciedad, el líquido
q u e se b eb ía llegaba m uy lim pio a la boca. T am bién fue
el in v en to r de esto s objetos, com o re fiere P lu tarco , el
legislador. P o r consiguiente, al verse los arte san o s im ­
p ed idos de realizar labores inútiles, d em o straro n la p er­
fección de su técn ica en las n ecesarias.
M ás p ro p oniéndose a ta c a r aú n m ás el lujo y elim in ar 4
el a n sia de riqueza, im puso u n a te rc e ra y eficacísim a
m edida: el establecim iento de com idas com unitarias. Con­
sis tía ello en a c u d ir ju n to s a com er las viandas y ali­
m en to s co m u n es establecidos p o r ley, y en no te n e r en
c a sa el h áb ito de re clin arse en su n tu o so s lechos ju n to
a m esas, p re p a ra d a s p o r las m anos de sirvientes y coci­
nero s, en g o rd an d o en tinieblas, com o voraces anim ales,
y arru in a n d o , a la p a r que sus co stu m b res, sus cuerpos,
em p u jad o s a to d a clase de deseos y h a rtu ra , que exige
g ra n d es sueños, b añ os calientes, u n a g ra n tra n q u ilid a d
y, en cierto m odo, u n a en ferm ed ad cotidiana. E ste era,
pues, tam b ién u n hecho im p o rtan te; p ero m ás relevante
q u e éste era, com o dice T eo frasto 12, el h a b e r logrado
u n a riq u eza a c u b ie rto de la envidia y d esp ro v ista de
b ien es p o r las com idas co m u n itarias y p o r la fru g alid a d
d e los h áb ito s de la vida. En efecto, no se h acia de aq u é­
lla ni u so ni d isfru te, ni e n teram en te h ab ía apariencia,
n i o sten tació n de g ran d es re c u rso s po d ía hab er, p o r­
q u e a u n a m ism a com ida a sistía u n rico ju n to a u n po­
bre. De m odo que se había divulgado que solam ente en
E s p a rta se veía que P lu to 13 e sta b a ciega y tendida, sin

a c alific ar la o b ra de « historia de la c u ltu ra y psicología popular».


Cf. M. Untersteiner , Sofisti, Testim oníam e e frammenti, vols. IV-VI,
Florencia, 1949 y 1954 (reedic., 1967).
12 Cf. P lutarco, De cupid. divit, 8, 527B, donde se e n c u e n tra esta
idea, y se c ita un frag m e n to de T eofrasto que la abona (fr. 78, ed. W im-
mer , P arís, 1866).
13 La riqueza. La trad ició n h acía ciega a la riqueza, Pluto, p o r­
que favorecía, in d istin tam e n te , a los buenos y a los m alos.
192 SOBRE LA ABSTINENCIA

alm a e inm óvil, com o u n a p in tu ra . Pues no se p erm itía


a c u d ir sac ia d o s a las com idas co m u n itarias, p o r h a b e r
com ido p re v ia m en te en c a sa 14, ya que los dem ás vigi­
laban cuid ad o sam ente al que no bebía ni com ía con ellos
y lo tach a b an de in m o d erad o e in so lid ario p a ra la vida
co m u n itaria151678. P o r ello llam aban tam bién a aquellas co­
m idas fidítia “ , ya porque p ensaban que era n cau san tes
de la am istad y de la am abilidad, al to m a r d e lta p o r
la m b d a '7, ya p o rq u e se ac o stu m b ra b an a la fru g alid a d
y al a h o rro ". S e reunían, p a ra estas com idas en g ru ­
pos de quince, poco m ás o m enos. C ada u n o a p o rta b a
a las com idas c o m u n ita ria s del m es un m edim no de h a ­
rin a de cebada, ocho congios de vino, cinco m inas de
queso y dos y m ed ia de higos19; adem ás de esto, un po­
co tam bién de d in ero p a ra la preparación de las com idas,
s Como es lógico, al co m er de u n a fo rm a ta n sencilla
y m o d erad a, su s hijos tam b ién fre c u e n ta b a n las com i­
d as co m u n itarias, cual si se les llevara a u n as escuelas
de m od eració n , y escu ch ab an conversaciones de tem as

M Ni tam poco, según Ateneo , IV 19, tra ta b a n de co m p en sar en


casa, a la vuelta, la fru g alid ad del b a n q u ete com ún.
15 Aquí te rm in a el cap. 10 del Licurgo de P lutarco, y com ienza
el e x tra c to del cap . X II h a sta «... cesab a en sus chanzas», al com ienzo
del próxim o cap. 5.
16 G u ard a re la ció n con feidós «ahorro», «econom ía»; su o tra d e ­
nom inación es sisitia «alim entos com unitarios». C ada ciudadano, con
plenos d erechos d e c iu d a d an ía deb ía a p o rta r m en su alm en te alim entos
p a ra e sta s co m id as c o m u n ita ria s. Los que no podían a p o rta r su cu o ta
p erd ían el d erech o de c iu d ad an ía. A p a rtir de aquí, h a sta com ienzos
del cap. 5, sigue P o rfirio a P lutarco, com o queda ya dich o en cita a n te ­
rior, en su cap. X II de Licurgo con a lgunas v a ria n te s en eltexto.
17 E sto es, com o si h u b ie ra sido en su origen filitía, en cuyo caso
se hacía d e riv a r d el a raíz fil, que d a lugar a «amigo», «am istad» y
a toda una serie de com puestos.
18 Vid. supra, n. 16.
18 P a ra el m edim no, cf. n. ad locum del cap. 3; el congio, m edida
para líquidos, equivalía a 3'5 1., y la mina, a 436 grs., como medida de peso.
LIBRO IV 193

ciu d ad an o s y co n tem p lab an a unos ed u cad o res de la li­


b erta d ; ellos m ism os a c o stu m b ra b a n a ju g a r y a b ro ­
m e a r sin ch o c a rre ría , y a no irrita rse , si eran objeto
de b ro m as, p u es p arecía ser u n rasgo m uy típico laco-
nio el a g u a n ta r las b rom as, p ero se p erm itía que el que
no las so p o rtab a las rechazase y el b ro m ista cesab a en
su s chan zas20. T al e ra la sencillez de los lacedem onios
en su fo rm a de vivir, au n q u e se h u b ie ra fijado p o r ley
a la m ayoría. P o r consiguiente, ellos que son el re su lta ­
do de esta co n stitu ción, han p asa d o a la trad ic ió n com o
m uy valerosos, m uy sen sato s y com o p reo cu p ad o s p o r
la re c titu d en m ayor m edida q u e los que son consecuen­
cia de o tra s co n stitu ciones, q u e e stá n co rro m p id as p a ra
cu e rp o s y alm as. Y es evidente que p a ra esta c o n stitu ­
ción el tem a de la ab stin en c ia to ta l e ra algo peculiar;
en cam bio, p a ra las que están co rro m p id as, lo e ra el
con su m o de carne.
P ero al p a s a r a o tro s pueblos q u e se h an p reo cu p ad o
de la ju stic ia , de la m o deración y d e la piedad p a ra con
los dioses, q u e d a rá c la ro que, p a ra la salvación de las
ciu d ad es y su u tilid ad , se h a im p u esto com o p re cep to
legal, si no p a ra todos, sí p a ra algunos, la ab stin en c ia
de la carne; y que quienes o fren d ab a n los sacrificios a
los dioses en fav o r de la ciu d ad y se en c arg a b an de su
cu lto , exp iab an las fa lta s del pueblo. E n efecto, lo mis- *
m o que en los m iste rio s el llam ado niño del a lta r del
s a n tu a rio 21 ap laca a la divinidad en re p resen ta ció n de
to d o s los iniciados, haciendo exactam en te lo que se le
o rd en a, de igual m odo en los pueblos y en las ciu d ad es
los sacerd o tes cu m p len esa función en carg án d o se p o r
to d o s de los sacrificios y ganándose a la divinidad p o r

20 Aquí term in a el texto recogido del cap. X II del Licurgo de


P lutarco.
21 En algún rito m istérico un niño oficia en representación del gru­
po de iniciados. Se tr a ta de un niño que en el ho g ar del tem plo (aph‘
hesitas... país) o fren d a los sacrificios a los dioses.

69 - 13
194 SOBRE LA ABSTINENCIA

m edio de la p ied ad, p a ra la p rotección de los suyos. A


los sacerd o tes, p o r tanto, a unos se les h a o rd en ad o que
se ab sten g a n to ta lm e n te del alim en to de todo tipo' de
anim ales, a o tro s de algunos, bien se co n sid ere u n a cos­
tu m b re g rieg a o b á rb a ra , p ero en cada sitio se ab stie ­
nen de an im ales d istin to s. P or consiguiente, si los casos
generales se red u cen a uno sólo, resu lta que todo el m un­
do, sea donde sea, d a la im p resió n de q u e se ab stien e
de todos los anim ales2223. Así pues, si los que están a ca r­
go de la salvación de la ciudad, en aten ció n a su piedad
p a ra con los dioses, recib en la confianza d e los dem ás
y se ab stien e n de los anim ales, ¿cóm o se o sa rá a c u sa r
de in ú til p a r a las ciu d ád es la ab stin en cia?
6 E l esto ico Q u erem ón21 re la ta los hechos re fere n tes .
a los sac erd o tes egipcios, de quienes dice que incluso
e ra n co n sid erad o s com o filósofos, y re fiere que elegían
los tem plos com o lu g ar p a ra filosofar. Pues, p a ra satis­
facer toda su an sia de contem plación, e ra innato en ellos
p a s a r su vida ju n to a las e sta tu a s de los tem plos, y ello
les p ro p o rcio n ab a u n a seg u rid ad p o r la ven eració n divi­
n a que recib ían , d ad o q u e todos h o n ra b a n a los filóso­
fos com o a u n a especie de an im ales sagrados, e igual­
m en te en las celeb racio n es y fiestas se realizab an con­
tacto s, al se r in accesibles los tem plos casi el re sto del

22 E sto es, si el sacerdote d ignatario de un determ inado lugar, que


a c tú a en re p re se n tac ió n de la com unidad, tiene la obligación de a b ste ­
n erse del consum o de c arn e , se d irá de los c iu d a d an o s en general que
re sp eta n la a b stin e n cia . Es la idea que se d e sp ren d e del p á rra fo si­
guiente. Véase II 3.
23 M aestro del filósofo D ionisio en A lejandría y p re ce p to r del em ­
p e ra d o r N erón, ju n ta m e n te con A lejandro Egeo, filósofo perip atético .
Su o b ra cap ital es u n a especie de h isto ria egipcia. O tro s e sc rito s suyos
tra ta n de a stro lo g ia , m agia y divulgación de los jeroglíficos. Se eviden­
cia en sus e sc rito s, com o a te stig u a P orfirio, u n a idealización de los
sacerdotes egipcios. Vid. A. W estermann, Biographi graed minores, Ams-
terd am , 1964 (reim p r. de la ed. de 1845), págs. 336 y 406, y M ax P oh-
lenz , Die Sloa, G otinga, 1972, vol. II. pág. 144.
LIBRO IV 195

tiem p o a las d em ás personas. P ues e ra p reciso e n tra r


en ellos con u n a a c titu d c a sta y ab ste n e rse dé m uchas
cosas. Y esto se tien e com o u n a especie de ley com ún
d e los tem p lo s de Egipto. E sto s sacerd o tes, re n u n cian ­
d o a to d a o tra ac tiv id ad y re c u rso s hum anos, co n sag ra­
ro n to d a su vida a la especulación y contem plación de
las cosas divinas, logrando, p o r m edio de la segunda,
el respeto, seg u rid a d y la p ied ad y, p o r la especulación,
la cien cia y, p o r m edio de am bas, u n a especie de p rá c ti­
ca esotérica y an cestral de las co stu m b res hum anas. P or­
que el m antener u n contacto continuo con el conocimiento
e in sp iració n divinas los sitú a fu e ra de to d a avaricia, les
re p rim e las pasiones, e im p u lsa su vida a la inteligencia.
P ero p ra c tic a ro n la fru g alid ad , la decencia, la co n tin en ­
cia, la to leran cia, la ju stic ia en to d o y la generosidad.
E l hecho de re la cio n arse m uy poco con o tra s p erso n as
los h acía tam b ién venerables, p u e sto que, efectivam en­
te, d u ra n te el m ism o tiem po de las llam ad as p u rific a ­
ciones ap en as si se tra ta b a n con su s p arie n tes m ás di­
re cto s y con los de su linaje, ni con ningún o tro cuando
e sta b a n en a c titu d contem plativa, salvo que, a n te unas
im p rescin d ib les p rá cticas, p a rtic ip a se n o tro s a u n tiem ­
p o de su cu lto a la pureza; o bien ese aislam ien to se
p ro d u c ía p o rq u e o cu p a b an los lu g ares d estin ad o s a las
p u rificacio n es, in accesibles a las p erso n as im p u ras, y
consagrados a los sacrificios. D urante el resto del tiem po
se tra ta b a n con m u ch a n a tu ra lid a d con su s sem ejantes,
p e ro no convivían con n in g u n a p e rso n a ajen a al culto.
S e m o stra b a n cerca de los dioses y sus e sta tu a s, p o r­
tan d o alg u n a cosa, m oviéndose delan te de ellas y situ án ­
dose con o rd e n y seriedad, q u e n o e ra o sten tac ió n vani­
dosa, sino la p ru e b a de u n a especie de razón n a tu ra l.
L a serie d ad se d istin g u ía tam b ién en su a c titu d . P orque
su a n d a r e ra com edido y su m ira d a tran q u ila, de m odo
que, siem p re que q uerían, ni p estañ eab an ; y su risa era
escasa, p ero si en alguna ocasión se p ro d u cía, sólo lie-
196 SOBRE LA ABSTINENCIA

g aba a so n risa. S us m anos se m ovían con com edim ien­


to; cad a uno te n ía un d istin tiv o visible del p u esto q u e
le h ab ía to cad o en su e rte en los tem plos, pues h ab ía
m uchos p u esto s. Su régim en de com idas e ra fru g al y
simple: unos no probaban en absoluto el vino; otros, m uy
poco. Pues le a c h aca b an lesiones nerviosas y el em b o ta­
m ien to de la cabeza, lo que su p o n ía un o b stácu lo p a ra
la investigación, y tam b ién afirm ab an que provocaba los
estím u lo s eró tico s. P ero tam bién en esta línea se m os­
tra b a n cau to s con o tro s alim entos y d u ra n te las p u rifi­
caciones no p ro b a b a n en te ra m e n te el pan. Y si no era
la época de aq u éllas, se lo com ían tritu rá n d o lo y m ez­
clándolo con hisopo, p o rq u e suponían que éste le re s ta ­
b a al p an m u ch o p o d er n u tritiv o . Mas se ab sten ía n del
aceite en su m ay o r p arte; la m ayoría de ellos, co m p leta­
m ente. Y si lo to m ab an con v erd u ras, em p leab an m uy
poco y tan sólo p a ra m itig a r el sabor.
7 P o r lo dem ás, no e sta b a p erm itid o to m a r alim entos
y beb id as q u e se p ro d u je ra n fu e ra de Egipto. De este
m odo q u ed a b a b lo q u ead a u n a vía im p o rtan te de p en e­
tración del lujo. Tam bién se abstenían en el m ism o Egipto
de todos los peces y de los cu adrúpedos; tan to los solí­
p edos com o los de p ezuña escindida y los no d otados
de cu ernos. Ig u alm ente, se ab sten ían d e las aves que
se a lim en tab an de carne; m uchos de ellos se ab sten ía n
to talm en te de seres anim ados. Y al m enos en las p u rifi­
caciones to d o s sin excepción, p o rq u e ni siq u iera se co­
m ían u n huevo. Y, sin em bargo, hacían u n a exclusión,
sin m ucho fu n d am en to , de o tro s anim ales; p o r ejem plo,
rech azab an a las vacas. E n cu an to a los an im ales m a­
chos, a los gem elos, a los que tenían m anchas, a los de
diversos colores, a los que pad ecían alg u n a deform idad;
a los q ue ya e sta b a n dom ados, dad o q u e ya estab a n con­
sag rad o s a los tra b a jo s y se asem ejaban a seres m erece­
d o res de ho n o r; a los que e ra posible e n c o n tra rle s un
p arecid o con c u a lq u ie r otro, a los tu e rto s y, p o r últim o,
LIBRO IV 197

tam b ién rech azab an a los que g u a rd a b a n u n a sem ejan­


za con la fig u ra hu m ana. H ab ía o tro s re p aro s n u m ero ­
sos en la técn ica de los llam ados «m arcad o res de te r­
n ero s» 14, que se p lasm aro n en lib ro s com puestos al
efecto. M as se d ab a m ucha m ás m in u cio sid ad incluso
en lo to can te a las aves; p o r ejem plo, en la decisión de
no com erse u n a tó rto la. P orque un gavilán, aseg u rab an ,
m u ch as veces, cu an d o a tra p a este ave, la suelta, pag án ­
dole en co m pensación con la lib e rta d el acoplam iento
q u e con ella h a tenido. P or consiguiente, p a ra no incu­
r r ir in ad v ertid a m e n te en el co nsum o de tal ave, ev ita­
ro n to d a clase de ellas. E stas e ra n u n as p rá cticas reli­
giosas com unes; las h ab ía d iferen tes, según las castas
sacerd o tales, y específicas, de ac u erd o con cad a divini­
dad. P ero la c a stid a d de todos e ra u n agente purifica-
d o r. Y d u ra n te el tiem po en q u e se disponían a realizar
algún acto del culto divino, se tom aban" un núm ero de­
te rm in a d o de d ías (unos, c u a re n ta y dos y, otros, u n n ú ­
m ero su p e rio r o in ferio r a éste, p ero n u n ca m enos de
siete), en el que se ab sten ían de to d o se r anim ado, de
to d a clase de v e rd u ra s y legum bres y, sobre todo, de
relaciones con m ujeres; tam poco ten ían tra to íntim o con
v aro n es el re sto del tiem po. Y tre s veces al día se lava­
b an con ag u a fría: al levantarse, a n tes del desayuno y
a n te s de aco starse; y si alg u n a vez acontecía que tenían
sueños eró tico s, p u rifica b an su cu erp o al m om ento con
u n baño. P o r lo dem ás, d u ra n te el re sto de su vida tam ­
b ién u sab a n el agua fría, p ero no con ta n ta frecuencia. 245

24 E n carg ad o s de seleccionar las víctim as y m a rc a rla s con u n se­


llo, moscofragistai, en el texto griego.
25 En el texto a p are ce el p a rtic ip io prolambánón, en sin g u lar, co­
m o si fu e ra d e pendiendo de u n hékastos «cada uno», sobrentendido.
De hecho, se ju stific a e sta form a verb al, en sin g u lar, p o r la e n u m e ra ­
ción d istrib u tiv a que a co n tin u ació n se expresa. De to d as form as, se
e sp era lógicam ente un plural. De ahi que aparezca p ropuesto p o r N auck
(en su ed. cit. de «T eubner») un lambdnontes.
198 SOBRE LA ABSTINENCIA

S u lecho se co m p o n ía de u n as p alm as de p alm era e n tre ­


lazadas, a las que llam an báis; com o alm ohada, em plea­
b an u n ta ru g o de m ad era sem icilindrico b ien pulido. A
lo largo de to d a su vida se ejercitab an en la sed, en el
h am b re y en la escasez.
s U na p ru e b a de su co n tin en cia era el que, sin am u le­
tos ni en salm o s 24*26, llevaban u n a vida lib re de enferm e­
dad es y con su ficien te vigor p a ra a fro n ta r u n esfuerzo
físico m oderado. En efecto, en sus funciones divinas asu ­
m ían m u ch as carg as y servicios que so b re p asab an u n a
fo rta le za com ún. D istrib u ían la noche p a ra la ob serv a­
ción de los fenóm enos celestes y tam bién, a veces, p a ra
su santificació n ; el día, p a ra el cu lto a los dioses, con­
siste n te en h o n ra rlo s con him nos c u a tro veces: al a m a­
n ecer, p o r la tard e , cu an d o el sol e sta b a en su cé n it y
al ocaso. E l re s to del tiem po se h allab a n ocupados en
estu d io s m atem ático s y geom étricos, afan án d o se sin ce­
s a r p o r a lg u n a cuestión, d e n tro de u n a línea de investi­
gación, y to d o ello utilizan d o el m étodo experim ental.
T am bién en las noches invernales se d ed icab an a estas
p rácticas, m an ten ién d o se en vela con el estu d io de la
filología, p o rq u e no ten ían p reocupación alg u n a p o r sus
ing reso s y se e n c o n tra b a n libres del pernicioso señor
q ue es el lujo. E l tra b a jo incesante y co n tin u o pone de
m an ifiesto la fo rta le za de los h o m b res y la a u se n cia de
deseos, su co n tin en cia. El sa lir de E gipto lo co n sid era­
b an de lo m á s im pío, p o rq u e m irab a n con prevención
los lujos y co stu m b re s foráneas; sólo les e sta b a p e rm iti­
do v ia ja r a los que esta b a n obligados a tr a ta r los a su n ­
tos del rey. E ra g ra n d e e n tre ellos el co ncepto de p e r­
s is tir en las trad ic io n e s p a tria s, y, si se les so rp re n d ía

24 R especto a l o riginal (periáptois-epodais), en vez de la corrección


de N auck, que su p o n e u n a significación de «paseos» (peripdtois) y algo
asi co m o «colum pios» (eórais), que se conjuga m ás con u n a fo rtaleza
física que con u n a fo rtaleza m oral, la «continencia» (tnkráteiak que
aqui se expresa.
LIBRO IV 199

d elin q u ien d o en ello, aunque fuese en u n a m ínim a m e­


dida, e ra n exp u lsad o s del país. La a u té n tic a filosofía se
d a b a e n tre los pro fetas, los «hierostolistas»27, los escri­
b as, e incluso los «horólogos»2*. El n ú m ero re sta n te de
sacerd o tes, ta n to los en carg ad o s de las capillas, com o
los g u ard ia n es de los tem plos y acólitos, vivía tam b ién
u n a vida de p u reza, p ero no con el rig o r y continencia
ta n exigentes.
T ales son los hechos sobre los egipcios, avalados por
u n h o m b re v eraz y rig u ro so que h a tra ta d o tem as de
filosofía esto ica con m uchísim a pericia.
P artien d o de e s ta ex p erien cia y de su ap ro p ia ció n 29 9
a la divinidad, conocieron que é sta no tra n s ita b a a tr a ­
vés de u n solo h om bre, ni tam poco sobre la tie rra re si­
d ía el alm a en u n ú n ico hom bre, sino que, p rá cticam en ­
te, se m ovía en tre todos los seres vivos3®. P or ello acep­
ta ro n c u a lq u ie r an im al p a ra la re p resen ta ció n de u n a
divinidad y casi en la m ism a p roporción com binaron ani­
m ales con seres hum anos y, a su vez, tam b ién cuerpos
h u m an o s con cu erp o s de aves. En efecto, sus e sta tu a s
te n ía n u n asp e cto h u m an o h a s ta el cuello, p ero la ca ra
e ra de p ájaro, de león o de c u a lq u ie r anim al. Y, p o r o tra
p a rte , las hay tam b ién con cabeza h u m an a y las o tra s
p a rte s de o tro s anim ales, ya sirviéndole de base, ya
su p erp u estas31. P or m edio de ellas nos d em u estran que,

27 D entro de las casta s sacerdotales del antig u o E gipto, los e n ca r­


gados de v e stir las im ágenes.
a N o se conoce su función especifica. L iteralm en te, «los e n c a r­
gados de d e cir la hora».
27 S obre el con cep to m ístico de la «apropiación», oikeiósis, esto
es, de «la unió n n a tu ra l con la divinidad», cf. supra, II 45, 2 y 52, 4.
10 V éase, al respecto, F. B ufpiere , Les m ythes d'H om ire et la pen-
s ie grecque, P a rts, 1956, pág. 501, donde cita, adem ás, e ste com ienzo
de c ap itu lo de P orfirio.
21 Los p a rticip io s apositivos (a m eri «partes»), hypokelmena y epi-
keímena, indican, e n m i opinión, q u e u n a s e sta tu a s, salvo la cabeza
hu m an a, se co m ponían de p a rte s de div erso s anim ales, en el p rim e r
200 SOBRE LA ABSTINENCIA

según decisión de los dioses, los anim ales m antienen re ­


laciones e n tre ellos, y que g u ard an u n a relació n de p a­
ren tesco con n o so tro s y nos son m ansos los anim ales
salvajes, m erced a cierta voluntad divina. P or ello el león
es v en erad o com o un dios, y u n a división te rrito ria l de
E gipto, que llam an nomos, tienen p o r no m b re Leontó-
polis, o tra B u siris y, o tra, Licópolis3132. R everenciaban el
p o d er de la div inidad que se ejerce so b re todo33 a tr a ­
vés de an im ales que p a sta n ju n to s, y que cad a divinidad
h ab ía proporcionado. E n tre los elem entos resp etab an es­
p ecialm en te el ag u a y el fuego, p o r co n sid e ra r que eran
los p rin cip a le s ca u san tes de n u e s tra salvación, y los ex­
h ib ían en los tem plos, tal com o todavía hoy, en la a p e r­
tu ra del s a n tu a rio de S ara p is34, se efectú a el ritu al por
m edio del fuego y agua, cu an d o ap arece el c a n to r de
him nos y v ie rte ag u a y fuego, y entonces de pie, en el
u m b ral, d e s p ie rta al dios con las p a la b ra s ritu ales egip­
cias. T enían, pues, e sta veneración, p ero especialm ente
la ten ían p o r todo aquello que, en gran m edida, p a rtic i­
p a b a de lo divino35. Pero, a p a rte de todos estos an im a­
les, tam b ién a d o ra n a u n hom bre en la aldea de Anabis,
en donde se le ofrecen sacrificios y so b re un a lta r le
qu em an v íctim as. Al poco tiem po, se puede com er éste
los alim en to s p a rtic u la re s que le han p re p a ra d o com o
a un sim p le h om bre. Así, pues, del m ism o m odo que
hay que a b ste n e rse de u n ser hum ano, tam b ién hay que

caso, y que o tra s , tam b ién con cabeza hum ana, ten ía n com o a d ita m e n ­
to (incluso e n cim a de la cabeza) alg u n a p a rte de a nim al. E s la in te rp re ­
tación m ás a p ro p ia d a , d a d a la significación de estos particip io s. La
versión fra n c e sa de B urigny y la latin a de Feliciano, en la colección
«Didot> los ignora.
32 Del b u e y y del lobo, respectivam ente.
33 Aquí sé ñ a ló la a u sen cia de algunas p a la b ra s R eiske .
34 La fo rm a S a ra p is es m ás a n tig u a y c o rre c ta que S érapis.
33 S iguiendo el texto de la colección «Teubner», a cep to las su p re ­
siones de a lg u n o s térm in o s que, en este pasaje tan d e te rio ra d o , p ro p o ­
nen H ercher y N auck.
LIBRO IV 201

ab ste n e rse de los dem ás seres36. E incluso, d ad a su ex­


tra o rd in a ria cien cia y su convivencia con la divinidad,
co m p ren d iero n que, a cierto s dioses, algunos an im ales
les era n m ás g ra to s que los hom bres, com o el halcón,
p o r ejem plo, al dios Sol, p o rq u e tiene, según ellos, u n a
n a tu ra le z a en su to ta lid a d co m p u esta de sangre y esp í­
ritu , se com padece del hom bre, llo ra cu an d o se en cuen­
tr a con u n cadáver, y le echa tie rra a los ojos, porque
tien en la creen c ia3738de que en ellos resid e la luz solar.
T am bién a d v irtiero n que el halcón vive m uchos años,
que, u n a vez m u erto, ad q u iere u n p o d e r ad iv in ato rio y,
cu an d o ya h a d ejad o su cuerpo, es ex trem ad am en te ra ­
cional y posee un óptim o p o d e r de presciencia. T am ­
b ién a se g u rab a n q ue realizab a las e sta tu a s y m ovía los
tem plos. Q uien sea u n ig n o ran te de los tem as divinos
pued e s e n tir repugnancias com o d esconocedor de éstos,
del escarabajo; los egipcios, en cambio, lo veneraban como
la im agen viviente del sol. E n efecto, todo esc ara b ajo
es m acho3' y a rro ja su sem en en el b arro ; hace u n es­
pecie de bola con él y le va d an d o v ueltas con sus p atas
tra s e ra s , com o hace el sol con el cielo, y en esta ta re a
co m p leta u n p erío d o de un m es lu n ar. T am bién hacen
o tra s co n sid eracio n es teó ric as so b re el carn ero , el coco­
d rilo, el b u itre , el ibis y, en general, sobre cad a uno
d e los anim ales, h a s ta el p u n to de lleg ar a u n a v enera­
ción p o r los anim ales, com o consecuencia de su p ru d e n ­
cia y de su sa b id u ría divina. [El h o m b re ig n o ran te no
in tu y e la razón p o r la que los egipcios no se d ejaro n
a rra stra r, evidentem ente, por el cu rso com ún de los acon­
tecim ientos, sin rigor crítico, y eso que cam inaron a través

36 Idea que, ite rativ am e n te , va re p itien d o P o rfirio a lo largo de


su obra.
37 Los egipcios. C abria e sp e ra r u n a form a verbal en singular, que
ex p lic ara la a c titu d del halcón de e c h a r tie rra a los ojos.
38 A firm ación sin fundam ento, dado el dim o rfism o sexual de los
escarab ajo s.
202 SOBRE LA ABSTINENCIA

de la in e p titu d y, en cam bio, su p e ra ro n la ignorancia


de la m u ch ed u m b re (que es aquello con lo que p rim e ro
se e n c u e n tra cu a lq u ie ra) y estim aro n com o digno de ve­
n eració n lo q u e a la m ay o ría no le m erece aprecio
alguno]” .
10 P a ra la d em o strac ió n de la veneración d eb id a a los
anim ales, m ás q u e los arg u m e n to s a n te rio re s, les h a si­
do decisivo el hecho siguiente: h ab ían su p u esto que el
alm a de cu a lq u ie r anim al, cu an d o se lib e ra del cuerpo,
es racio n al y p re sc ie n te del fu tu ro , así com o a g o rera
y g e sto ra de to d o aquello que u n hom bre, lib re tam b ién
de su cu erp o , d esem peña. P o r ello, com o es lógico, los
h o n ra ro n y se ab stu v iero n de su carne, en la m edida
de lo posible. M uchas e ra n las razones que ju stific a b a n
la v en eració n q u e sen tían los egipcios p o r sus dioses,
valiéndose d e la re p resen ta ció n anim al, y, p u esto que
p u ed e re s u lta r d em asiad o largo el p re se n te trab ajo , nos
b asta n las p ru e b a s d em o strativ as que so b re ellos hem os
ap o rtad o . S in em bargo, no se debe o m itir el hecho de
que, cu an d o em b alsa m a n a los d ifu n to s nobles, les ex­
tra e n las v isceras y las colocan en u n cofre, ju n ta m e n te
con o tro s o b jeto s que se agencian en lu g ar del d ifunto.
Cogen el co fre, lo p re se n ta n al sol, y u n o d e los em bal-
sam ad o res p ro n u n c ia u n a o ració n en lu g a r del m u erto .
La oración, q u e E u fa n to 4® h a tra d u c id o de la lengua
egipcia, es la siguiente: «soberano sol y dioses todos que
d ais la vida a los hum anos, acogedm e y confiadm e a
los dioses e te rn o s p a ra re sid ir ju n to a ellos. P orque p a ­
sé m is días re sp e ta n d o a los dioses que m is p ad res m e
enseñaron, d u ra n te el tiem po en que conviví con ellos,
y siem p re h o n ré a los que en g en d raro n m i cuerpo. De *40

” E ste p á rra fo e n tre c o rch e te s lo co n sid era N auck u n a Ín ter


polación.
40 A utor vario, tu to r de Antigono G onatas. E scribió u n tra ta d o So­
bre la realeza, u n a especie de h isto ria c o n te m p o rá n e a y v a ria s tra g e ­
dias. Vid. F. J acoby, Fr. Gr. Hist., B erlín, 1923 y sigs., II, pág. 74.
LIBRO IV 203

los dem ás seres hum anos, n in g u n a m u e rte he causado,


no m e he a p ro p ia d o de ningún b ien en depósito, ni he
co m etid o n in g ú n o tro ac to irre p a ra b le . Mas, si p o r ven­
tu ra , he com etido algún d elito en m i vida, ya p o r h ab e r
com ido o beb id o algo prohibido, no fui yo el ca u san te
del delito, sino éstas». M ostraba en to n ces el cofre en
que se e n c o n trab an las visceras. Y u n a vez que p ro n u n ­
ciaba estas palabras, lo arrojaba al río; el resto del cuerpo
lo em b alsam ab a com o u n a p a rte p u ra . C reyeron que ne­
ce sita b an u n a ju stificació n de este tipo an te la divini­
d ad p o r lo q u e h ab ían com ido y bebido, y que p o r estos
asp e cto s ten ían un co m p o rta m ien to bochornoso.
E n tre los p u eblos que nos son conocidos, los judíos
p ra c tic a b a n la ab stin en c ia de m uchos anim ales en su
vivir cotidiano, a n tes de s u frir el a ta q u e irre p a ra b le a
sus instituciones p o r o b ra de Antíoco41, y por los rom a­
nos, después, cu an d o tam b ién fu e tom ado el tem plo
d e Je ru sa lé n 42 y se hizo accesible p a ra quienes no lo
era; p ero tam b ién hoy día se ab stien e n en p a rtic u la r de
los cerdos. T res sistem as c u ltu ra le s h ab ía e n tre ellos:
u n o lo su s te n ta b a n los fariseo s43; el segundo, los sadu-

41 A nticono IV, S eléucida, que tu v o que h a c e r fren te a u n a suble­


vación de ju d ío s bajo los m acabeos, a le n ta d a p o r Rom a.
42 Afto 70 d. C., bajo el e m p e ra d o r Tito.
43 T érm in o p ro c ed e n te del a ram eo, que significa «los separados».
Su ex istencia se do cu m en ta dos siglos a n te s y d esp u és de la e ra c ris­
tiana. Se d istin g u ia n p o r la e stric ta o b se rv an c ia de la ley e sc rita , la
T ora, a u n q u e tam b ién ace p ta b a n la tra d ic ió n oral. E n tre su s c reen cias
so b re sa le la in m o rta lid ad del alm a, la re su rre c c ió n de la c a rn e y el
lib re a lbedrio. J u n to con los m acabeos lu ch a ro n p o r la lib e rta d religio­
sa de su p a tria , p o r lo, q u e se d e clara ro n enem igos a cé rrim o s de los
g o b e rn an tes paganos (desde su p u n to d e vista). Com o sec ta p ro p iam en ­
te dicha, desaparecen en el año 70 d.C., si bien la m ayoría de sus creencias
p a sa ro n a l ju d aism o rabinico. F lavio J osepo, que e ra fariseo, y, p risio ­
n e ro de los rom anos, c o la b o ró con ellos (del e m p e ra d o r V espasiano
tom ó el n o m b re de Flavio), p a ra m e d ia r a n te su s conciudad anos, nos
h a a p o rta d o im p o rta n te s d a to s so b re e sta secta, en su Sobre la guerra
judía, II 162, 11., y en sus Antigüedades judías o Arqueología judía,
204 SOBRE LA ABSTINENCIA

ceos4*, y el te rc e ro , que p a re c ía ser el m ás respetable,


los esenios*5. E stos últim o s ten ían u n a concepción es­
pecial de la convivencia ciudadana, tal com o lo h a re fe­
rid o Josefo en m uchos pasajes de sus escrito s. En con­
creto, en el libro segundo de su Sobre la guerra judía**,
que com puso en siete libros, en el decim octavo de su
Arqueología*1, que d esarro lló en veinte libros y, p o r úl­
tim o, en el segundo de los que escrib ió c o n tra los
griegos*8, q u e son dos solam ente. Son, pues, los esenios
ju d ío s de raza, y se g u ard an un afecto m u tu o en m ay o r
m ed id a que o tro s hom bres. R ehúyen ésto s los p laceres
com o si de u n a m aldad se tra ta se y estim an la continen- 45*7

12 ss. P or su esc ru p u lo sid a d , a p are ce n com o enem igos de Je su c risto


en el Nuevo T estam ento. V éase S. G. F. B randon, Diccionario de reli­
giones comparadas, M adrid, 1975 (1.* ed. inglesa, 1970), vol. I, pág. 637,
con bibliografía.
44 R epresentan, p o r así decirlo, la tendencia helenizante de la a ris­
to cra cia ju d ía . S urge com o p a rtid o político-religioso en el s. II a.C.
Q uizá su nom bre se d eba al sum o sacerd o te Sadoc, C olab o rad o res de
los rom anos, sólo a ce p ta b a n la trad ició n oral. E nem igos a cé rrim o s de
los fariseos, neg ab an la re su rrec c ió n y la existencia de ángeles y esp í­
ritu s. D esaparecen, p rá ctic a m e n te, con la d estru cció n del tem plo en
el a ñ o 70 d.C. A p ru e b an tam b ién la condena de Je sú s. V éase B randon,
op. cit., vol. II, pág. 1.269.
45 S ecta a sc é tic a ju d ia y c o n tem p o rán ea de Je sú s que m erece las
pre fe re n cias d e P orfirio. P ro b ab lem en te se inició este m ovim iento a s­
cético en el siglo II a.C. T am bién acabó con ellos la d e rro ta del año
70 d.C. M antenían e sc ru p u lo sam en te los preceptos de la ley e sc rita,
la T ora. V ivían en la o rilla o ccidental del M ar M uerto. H ay quienes
los relacionan con los se c ta rio s de la necrópolis y cenobio de Q um rán
y con los fam osos m an u sc rito s del M ar M uerto. De e sta secta, a p a rte
de Flavio Jo sefo , h ab lan tam b ién Filón y Plinio. V éase el ya c ita d o
Diccionario de religiones comparadas, de B randon, vol. I, pág. 603, con
a b u n d an te bibliografía.
44 II 8, e n el que se b a sa p a ra los d ato s que va a a p o rta r a con­
tinuación.
47 Antigüedades judías XV III 1, 2-5, sobre todo en la d escripción
de las tres sectas.
41 O bra apologética del judaism o, que lleva p o r titulo Contra Apión.
LIBRO IV 205

cia y la re n u n cia a las pasiones com o u n a v irtu d . Des­


p re ciab an el m atrim onio, p ero a los niños ajenos, en su
tie rn a in fan cia todavía, los acogen p a ra educarlos, los
co n sid eran de su fam ilia y los fo rm a n en su s co stu m ­
bres; no niegan el m atrim onio ni la descendencia que por
él se origina, p ero cu id an los d esen fren o s de m ujeres.
D esprecian la riq u eza y es ad m ira b le el sentido com uni­
ta rio que rein a e n tre ellos, p o r lo que no es posible en ­
c o n tra r en su com unidad a uno que so b resalg a p o r sus
bienes. En efecto, hay estab lecid a u n a ley que p re scrib e
q ue los que en tre n en la secta declaren públicas sus p ro ­
p iedades, de ac u erd o con la no rm a, de m odo q u e no se
o b serv a en todos ellos la h u m illación de la p ro b reza ni
la a rro g a n c ia de la riqueza, sino que se reú n en los bie­
nes de cad a uno, fo rm an d o u n fondo único, com o si se
tra ta ra de u n a propiedad p ara todos unos herm anos. Con­
sid eran el aceite com o una lacra p a ra las personas, y
si alguno se m an ch a con él in v o lu n tariam en te, se lim ­
pia el cu erp o frotándose. P orque estim an ap ro p ia d o el
ir d esaliñ ad o s y el v estir co m p letam en te de blanco49.
Los re p re se n ta n te s de los asu n to s pú b lico s son elegidos
p o r votación a m ano alzada, y se efectúa, indistintam ente,
e n tre todos ellos, según las necesidades. No h ab ita n en
u n a ú n ica ciu d ad , sino que en ca d a u n a resid en m uchos
de ellos. Y a los afiliados a la secta, procedentes de otros
lugares, les ab ren sus casas, y los p rim ero s que los ven
los acogen com o si de p arie n tes se tra ta se . P o r ello se
p o n en de viaje sin llevar consigo n a d a p a ra gastos. Y
no se cam b ian de vestido ni san d a lia s h a sta que se les
ro m p en co m p letam en te o se estro p e a n con el tiem po;
n i co m p ran ni venden, sino que cad a u n o d a lo suyo
a q u ien lo n ecesita y recibe a cam bio, del otro , lo que

49 El hecho es fácil de c o m p re n d er si se tiene en c u e n ta que en


la a n tig ü e d ad el aseo p e rso n al se hacía, fu n d a m e n ta lm e n te, a base de
friccio n es con aceite, y p o r tanto, los esenios ev itaban su uso, si e sti­
m ab an c o rre c to el vivir sin asearse.
206 SOBRE LA ABSTINENCIA

le puede s e r d e u tilid ad . P ero tam bién, sin la co rresp o n ­


d ien te com pensación, les e stá p e rm itid a la percepción
de bien es de quienes q uieran.
12 De un m odo p artic u la r, son piadosos con la divinidad
E n efecto, a n te s de sa lir el sol no p ro n u n c ia n ninguna
p a la b ra p ro fan a, sino u n a especie de p leg arias ritu ales,
com o su p licán d o le que se levante. D espués de esto, son
destin ad o s p o r sus ca p atace s a las lab o res que cada uno
d o m in a y, tr a s h a b e r tra b a ja d o in ten sam en te h a sta la
h o ra q u in ta” , se re ú n en de nuevo en u n sólo lugar, y
cu b ierto s co n p años de lino lavan de ese m odo su c u e r­
po con ag u a fría. T ra s esa p u rificació n se encam inan
a su h ab itá c u lo p a rtic u la r, al que no le e stá p erm itid o
e n tr a r a n a d ie q u e sea ex tra ñ o a la secta. P urificados
se d irig en al com edor, com o si de u n a especie de recin ­
to sag rad o se tra ta ra , y, u n a vez que se h an sentado
tra n q u ila m e n te , el p an a d ero d istrib u y e el p an o rd e n a­
d am en te y el co cinero u n a sola vasija, con u n guiso ú n i­
co, a cada uno. P ro n u n cia u n a oración p rev ia el sac er­
dote, aun e s ta n d o san tificad o y p u rifica d o el alim ento,
y no está p e rm itid o p ro b a rlo h a sta que se h ag a la plega­
ria. Una vez te rm in a d a la com ida, p ro n u n c ia u n a nueva
oración, p o r lo que h o n ra n a la divinidad al com ienzo
y al final de la com ida. Se despojan d espués de sus ves­
tid u ra s com o si fu e ra n sag rad as, y de nuevo se encam i­
n an a sus lab o re s h a s ta el ata rd e c e r. Y, a la vuelta, ce­
n an con el m ism o cerem onial y, si casualm ente se hallan
p re sen tes u n o s huéspedes, tom an asien to con ellos. J a ­
m ás c o n tam in an su c a sa g rito s ni alborotos. M antienen
en o rd en s u s conversaciones, y el silencio de los del in­
te rio r les p a re c e a los ex tra ñ o s algo m isterio so y tr e ­
m endo. E l m otivo de este com portam iento es su continua
so b ried ad y el hecho de fija r unos lím ites al h arta zg o
en la co m id a y la bebida. Y a los que desean in g resa r 50

50 Según la división h o ra ria rom ana. H acia las 11 de la m añana.


LIBRO IV 207

en la secta no les d an la acogida in m ed iatam en te, sino


q ue les im ponen u n régim en de vida idéntico al suyo,
m ie n tra s a g u a rd a n u n año fu e ra d e ella. Les dan, ad e­
m ás, u n a azuela, u n os calzones y u n vestido blanco. Y,
u n a vez que dan p ru eb a de continencia d u ra n te este tiem ­
po, se ap ro x im an m ás al régim en de vida de la secta
y o b tien en las ag u as p a ra la san tificació n con m ucha
m ás p u reza, p ero todavía no p a rtic ip a n en la vida co­
m u n ita ria . E n efecto, tra s u n a d em o strac ió n de fo rta le ­
za, exam in an su c o n d u c ta p o r o tro s dos años, y cuando
se m u e s tra digno de ello el a sp ira n te , es ad m itid o en­
to n ces en la com unidad.
P ero a n tes de p a rtic ip a r en la com ida co m u n itaria,
el a s p ira n te les hace u n ju ra m e n to espantoso: h o n ra r,
en p rim e r lu gar, a la divinidad y, después, o b se rv a r la
ju s tic ia re sp ecto a los hom bres; no d a ñ a r a n ad ie in ten ­
cio n ad am en te, ni p o r im perativos de u n a orden; o d iar
siem p re a los in ju sto s y lu c h a r al lado de los justos;
m o s tra r fid elid ad a todos, p e ro especialm ente a los po­
dero sos, p o rq u e la su p e rio rid a d so b re alguien tiene lu­
g a r m erced a la v o lu n tad de la divinidad. Y si el m ism o
ad m itid o llega al poder, ju ra ja m á s a b u s a r de su a u to ri­
dad, ni d e s lu m b ra r a los q u e estén a su s ó rd e n es con
vestid o o lujo excesivo; a m a r siem p re la v erd ad y rech a­
z a r a los m en tiro so s; p re se rv a r su s m anos del robo y
su alm a lim p ia de ganancia injusta; no o c u lta r n ad a a
los m iem b ro s de la secta, ni re v elar a o tro s alguno de
su s asp ecto s, au n q u e se les fu erce h a sta la m u erte. Ade­
m ás de esto, ju r a n o tra n s m itir a n ad ie los dogm as de
d istin to m odo a com o él los recibió; ab ste n e rse d el robo
y, de igual m odo, co n serv ar los lib ro s de su sec ta y los
n o m b res de los ángeles. T ales son los ju ram e n to s. Los
q ue son so rp re n d id o s q u e b ran tán d o lo s son expulsados
y p erecen de m u e rte m iserable. P orque, ligados a sus
ju ra m e n to s y h áb ito s, no pueden p a rtic ip a r ju n to a los
d em ás en las com idas; com en h ierb a, d eb ilita n su cuer-
208 SOBRE LA ABSTINENCIA

po p o r el h am b re y perecen. De ahí que, n atu ra lm e n te ,


se hayan com p adecido de m uchos de ellos y los hayan
acogido en su ex trem a necesidad, p o r e stim a r que el vi­
v ir a to rm e n ta d o s h a sta su m u e rte es u n castigo sufi­
cien te p a ra su s faltas. Y a los que van a in g resa r en
la secta les d an un escardillo, porque sólo hacen sus
n ecesid ad es ag achándose sobre u n hoyo que excavan,
de un p ié d e p ro fu n d id ad , ocultándolo con su vestido,
con la in ten ció n de no u ltra ja r el esp len d o r lum inoso
de la divinidad. T an p a rc a es su fru g alid a d y sencillez
en el régim en de vida, q u e no necesitan h a c e r de vientre
en el sép tim o día51, que suelen g u a rd a r p a ra e n to n a r
sus him nos a la divinidad y p a ra el descanso. M erced
a este ajetreo físico han logrado una resisten cia tan d u ra
que, si sus m iem b ro s son estirad o s, re to rcid o s y som eti­
dos al fuego, p asan d o p o r to d a clase de in stru m en to s
de to rtu ra , p a r a que m aldigan a su legislador o com an
alg ú n alim en to c o n tra la costum bre, a ninguna de am ­
b as cosas acceden. Y d iero n p ru e b as de ello en su gue­
r r a c o n tra los rom anos, p u esto que no co n sin tiero n en
a d u la r a los q u e los a fre n ta b a n o en d e rra m a r lágrim as,
sino que so n re ía n a n te el d o lo r y se b u rla b a n de los
q ue les ap lica b an los torm entos; con b u en ta la n te d eja­
b an sus alm as, com o si estu v iera n convencidos de que
las re co b ra rían . E n tre ellos e stá extendida con firm eza
la creen cia de que los cu erp o s son caducos y de que
su m a te ria n o es sólida, y de que, en cam bio, las alm as
p erm an ecen p o r siem p re inm ortales y se en trelazan a
los cu erp o s, m oviéndose desde el firm am e n to m as sutil,
a rra s tra d a s p o r u n im pulso n a tu ra l. Mas, u n a vez que
se h an lib e ra d o de las a ta d u ra s de la carne, cual si se
h u b ie ra n em an cip ad o de u n a larga esclavitud, se ale­
g ran en to n ces y se ven tra n sp o rta d a s a las altu ra s. D a­
do el sistem a d esc rito de vida y su p rá c tic a p a ra el lo­
gro de la v e rd a d y la piedad, hay, lógicam ente, e n tre
51 Es decir, en sábado.
LIBRO IV 209

ellos qu ien es tam b ién p redicen el fu tu ro , porque, desde


su infancia, tien en la posibilidad de e je rc ita rse en las
sag rad as e sc ritu ra s, en d iferen tes sistem as de p u rific a ­
ciones y en las sentencias de los p ro fetas. P ero es ra ro
que se les vea ocupados en predicciones.
T al es, pues, la secta ju d ía de los esenios.
A todos, p o r supuesto, les está pro h ib id o co m er cer- u
do, unos pescad o s c a ren tes de escam as, que los griegos
llam an «seláceos»52, o anim ales solípedos. E sta b a tam ­
bién p ro h ib id o d a r m uerte, y m enos aú n com érselos, a
los an im ales que, p o r así decir, se refu g iab an en las ca­
sas com o sup lican tes. Y no p erm itió el legislador que
se d iera m u erte a los p ad res ju n ta m e n te con las crías,
sino que o rd en ó que se re s p e ta ra a los anim ales que
co o p eran con el hom bre y no los m ataran , au n q u e se
estu v iera en te rrito rio enem igo. T am poco h ab ía que te­
m e r que la clase de los no sacrificados, tom ando in cre­
mento, provocara el ham bre de los hum anos. Porque aquél
sabía, en p rim e r lugar, que los an im ales m uy prolíficos
son de c o rta ex istencia y, en segundo, que este tip o de
an im ales p erece en gran núm ero, cu an d o no e n c u e n tra
la aten ció n de los h om bres y, p o r su p u esto , tam b ién sa­
b ía que hay o tro s anim ales que acosan a aq u ella clase
tan prolífica. Y la p ru e b a e stá en que nos abstenem os
de m uchos de ellos, com o los lagartos, los gusanos, los
rato n es, las serp ien tes, los p e rro s y, sin em bargo, no
hay tem o r de que nos consum am os de h am b re p o r la
ab stin en c ia de esto s anim ales, si tom an u n in crem en to
excesivo. Además, no es lo mismo com er que m atar, puesto
que m atam os a m uchos de ellos sin com em os a ninguno.
C uentan tam b ién que los sirios an tig u am en te se abs- is
ten ían de los an im ales y que p o r e sta razón no los o fren ­
d ab an en sacrificio a los dioses y que, m ás ta rd e , sí lo
h icieron, p a ra b u sc a r la su p re sió n de cierto s m ales, p e­
ro que tam p o co p ra c tic a b a n ellos en te ra m e n te el consu-
52 Peces de esq u eleto cartilaginoso.
69- 14
210 SOBRE LA ABSTINENCIA

m o de carne. M as con el paso del tiem po, com o cu e n ta


N eantes de Cícico53 y Asclepiades de C hipre54, en la épo­
ca del fenicio P igm alión55, rey de C hipre, fue in tro d u ­
cido el co n su m o de c a rn e en v irtu d de la siguiente ile­
galidad. C u en ta A sclepiades los hechos en su libro so­
b re C hipre y Fenicia: «No se sacrificab a en u n p rincipio
nin g ú n ser an im ad o a los dioses, pero tam poco h ab ía
u n a ley n a tu ra l que lo im pedía. R efieren que, en d e te r­
m in ad o m om ento, se efectuó el p rim e r sacrificio, cu a n ­
do se reclam ó u n a vida p o r o tra y, en consecuencia, con
su co n su m ació n la víctim a se quem ó p o r entero. P ero
p o sterio rm e n te , al consum irse la víctim a p o r el fuego,
cayó un tro zo de carn e al suelo, que recogió el sacerd o ­
te, in v o lu n tariam en te, com o el trozo quem aba, llevó sus
dedos a la b oca, p o r aliv iar el quem azón. C uando p robó
la carn e asad a, le apeteció com erla y no reh u só hacerlo,
sino que tam b ién hizo p artícip e a su esposa. C uando Pig­
m alión conoció el hecho, m andó a rro ja r desde u n p re c i­
picio al sac erd o te y a su esposa y le confió el m in isterio
sacerdotal a o tra persona que, al cabo de no m ucho tiem ­
po, efectu an d o , casualm ente, el m ism o sacrificio, com ió
tam b ién carn e, p o r lo que se le im puso el m ism o c a sti­
go que a su p red eceso r. Mas se extendió el delito; los
h o m b res h ac ía n u so de este sacrificio y m ovidos p o r su
deseo no re h u sa b a n la carne, sino que se la com ían. En
consecuencia, se desechó el castigo. Sin em bargo, la abs-

53 E sc rito r de finales del siglo III d. C., a u to r de v arias o b ra s his­


tóricas: u n a Historia griega, unos Anales y unas Biografías de hombres
ilustres. Cf. J acob Y, Fr. Gr. Hist., II, A. 84, y II, B 171. Lo utilizó m ucho
P o rfirio p a ra su Vida de Pitdgoras.
54 J acobY, Fr. Gr. Hist., III, 306. N o se conoce de este a u to r m ás
que e sta re fe re n cia de P orfirio. Pertenece al siglo III d. C. Vid. P auly-
W issowa, RE, II. 2. pág. 1.627.
55 L egendario perso n aje que se en am o ró de u n a e sta tu a de m u jer
de m arfil, a la q u e A frodita, a ruegos suyos, le dio la vida y se casó
con ella. Cf. Ovidio , Met. X 243.
LIBRO IV 211

tin en cia de los peces, h a sta época del a u to r cóm ico Me-
n an d ro , se m an ten ía totalm ente, p o rq u e dice:
Toma a los sirios por ejemplo
Cuando comen un pez por alguna intemperancia suya,
se les hinchan los pies y el vientre. Cogen un saco.
Luego, en la calle, se posan sobre el estiércol y
aplacan a la diosa por esa intensa hum illaciónH.

E n tre los p ersas, p o r o tra p a rte , los que se ocu p an 16


y cu id an de los tem as divinos reciben el nom bre de
«m agos»5657. E sto es, en efecto, lo que significa m ago en
la lengua del país. Y ta n im p o rta n te y re sp e ta d a se con­
sid e ra esta clase e n tre los persas, que incluso D arío, el
hijo de H istasp es, cuidó de q u e se in sc rib ie ra so b re su
tu m b a, a p a rte de o tro s títu lo s, que h ab ía sido m aestro
de a rte s m ágicas. Se h allab an divididos en tre s sectas
de m agos, com o c u e n ta E ub u lo 5*, que escrib ió u n a h is­
to ria so b re M itra59 en varios libros. Los p rim ero s de

56 F r. 544 K ock (T h . K ock, Comicorum atticorum fragmenta,


1880-1888) (754 K oerte, Menandri Reliquiae apud veteres scriptores ser-
vatae, Leipzig, 1949), recogido tam b ién por- F. H. S andbach, Menandri
Reliquae Selectae, O xford, 1976 (reim presión corregida), pág. 323. A tri­
b u id o p o r C lerck al Supersticioso, según K oerte (op. cit., pág, 237),
p o rq u e en ella se b a só P lu tarc o en su o b ra Sobre ¡a superstición. F u e ra
de e sta a trib u ció n , no hay o tro in te n to de filiación del fragm ento. J.
M. E dmonds lo incluye con otro s, com o frag m e n to desconocido (The
fragments of A ttic commedy, Leiiden, 1961, III E, pág. 782).
57 Son los d ifu so res del culto de M itra en el Im p erio P e rsa aque-
m énida, a u n q u e en p rin cip io e ra n los a d o ra d o re s de A hura M azdá.
5® H isto ria d o r de la época de los A ntoninos, p ro b a b le m e n te del
re in a d o de Cóm odo, según F. Cumont, Textes et M onum ents figurés re-
latives aux Mystéres de Mithra, B ru selas, 1896-98, vol I, 26, 276, y vol.
II, 40, 42. Al p a rec er, fue con tem p o rán eo de Palas, e sc rito r tam bién
so b re tem as del c u lto de M itra (vid. n. sig.). Cf. P auly-W issowa, RE,
VI, 1. pág, 878.
59 El dios M itra es com ún a la religión védica e iran ia. La divini­
d a d su p e rio r de la religión iran ia es A hura M azdá, en cuya c o rte de

6 9 — 14
212 SOBRE LA ABSTINENCIA

ellos son los m ás in stru id o s y no com en ni dan m u erte


a los seres anim ados, p orque se m antienen en la antigua
ab stin en c ia de los seres vivos. Los segundos p ra ctican
el consum o de carne, p ero no m atan an im al dom estico
alguno; los terc ero s, de u n m odo p arecid o a los a n te rio ­
res, tam p o co ponen sus m anos sobre todos los an im a­
les. E n tre to d o s los de la p rim e ra secta, se d a la c reen ­
cia de la metempsicosis; creen cia que tam b ién suelen
m a n ife sta r en los m iste rio s de M itra. E n efecto, cuando
refieren n u e s tra relación con los anim ales, aco stu m b ran
a d esig n arn o s p o r n om bres de anim ales. Así, p o r ejem ­
plo, a los in iciad os que p a rtic ip a n en los cultos m isté ri­
cos, llam an leones; a las m ujeres, leonas; a los ay u d an ­
tes, cu ervos y en cu en to a los padres***", pues reci­
ben el n o m b re de águilas y halcones. Q uien recibe los
a trib u to s leoninos, se reviste de form as de an im ales de
todo tipo. Al d a r explicación de estos hechos, P alas*61,
divinidades m en o re s se e n c u e n tra el dios M itra.—E s la divinidad ce­
leste, re sp o n sa b le del ord en cósm ico, caudillo de las tro p a s del Bien,
O rm uz, que se e n fre n ta n a las tro p a s del Mal, A hrim án.—El auge defi­
nitivo de e s ta divinidad tiene lu g ar e n tre los siglos II y III a. C., en
q u e se heleniza y se unlversaliza, lo que pro p icia, p o ste rio rm en te , su
aceptación en el Im p erio Rom ano. El propio e m p e ra d o r Cóm odo, a
finales del siglo II d.C., se inició en los m isterio s m itra ic o s. El p a ra le ­
lism o e n tre la p rim itiv a divinidad so la r-lib era d o ra de la religión iran ia
y el M itra ro m an iza d o es m uy g rande; lo que las diferen cia n o tab le ­
m ente es el se n tid o ritu a l m isté rico de la versión ro m an a .—S o b re la
difusión de la s religiones m isté rica s o rien tale s en el Im p erio Rom ano,
deb id o a su m ay o r c arg a étic a y a la p a u la tin a red u cció n del ritu a l,
cf. A. P rieto y N. M arín, Religión e ideología en el Imperio Romano,
M adrid, 1979, págs. 89-90.—P a ra u n estu d io com pleto de la religión
m itraica, siguen siendo fun d am en tales las o b ra s de Cumont, e n tre ellas,
a p a rte de la m en c io n ad a (vid. n. ant), Die Mysterien von Mithra, L eip­
zig, 1923, y Les religions orientales dans le paganisme romain, P arís,
G reu th n er, 1929. V éase tam b ién la m agnifica sin tesis del m ito, con b i­
b lio g rafía reciente, de J. Alvar E zquerra, «El c u lto de M itra», Revista
de Arqueología 13 (M adrid, 1981).
60 Hay u n a evidente laguna en el texto, q u e señaló el filólogo
H ercher.
61 Vid. supra II 56, 3, donde se m enciona tam b ién a este a u to r.
LIBRO IV 213

en sus trab a jo s so b re M itra, dice q u e u n a ten d en cia co­


m ún supone que ello g u ard a relación con el tem a del
círc u lo del zodíaco, pero que la explicación v erd ad era
y exacta es la in ten ción de re ferirse , de un m odo vago
y enigm ático, a las alm as hu m an as, que ase g u ran 62 se
h allan re c u b ie rta s de e s tru c tu ra s co rp ó rea s de todo ti­
po. Pues tam b ién algunos latinos, en su lengua, dan las
d en o m inaciones63645 de jabalíes, escorpiones, osos y m ir­
los; incluso les dan calificativos, com o cread o res suyos,
a estos dioses: a Á rtem is la califican de leona; a Helios,
de lagarto, león, serp ien te y halcón; a H écate, de ca b a­
llo, toro, leona y p erro . El no m b re de Ferrebata asegua-
ra n los teólogos, en su m ayor p arte , que p recede del
hecho de a lim en tarse de la palom a torcaz66, p o rq u e es­
te ave está co n sag rad a a ella. T am bién las sacerd o tisas
de M aya se la ofrendan. M aya63 es lo m ism o que Per-
séfone p o r estim arse que puede se r m ad re y nodriza.
E s u n a divinidad ctónica, com o D em eter, y le co n sag ra­
ron el gallo, p o r lo que los iniciados en su cu lto se a b s­
tien en de las aves de corral. T am bién se o rd en a en los
m iste rio s de E leu sis la a b stin en c ia de las aves de co­
rra l, de los peces, de las habas, de la g ran ad a y de las

62 E videntem ente, los m agos, los a d ep to s de M itra.


63 A p erso n as, hay que so b reen ten d er. S obre la identificación de
d e te rm in a d o s dioses con cierto s a n im ales en la teología neoplatónica,
cf. B uffiére , en su ya c ita d a o b ra Les mythes d'Homére..., págs. 434-435.
64 V a rian te de Perséfone, de férbein y fátta. En R om a se la cono­
ce co m únm ente p o r P rosérpina. Se la identifica con la Perséfone grie­
ga, aun q u e p arece que en su origen tuvo u n c a rá c te r a g ra rio y no in­
fernal. O tras v a ria n te s de e sta diosa son F erséfata, Ferséfone, form as
a lte rn a n te s de las o tra s m encionadas, d e b id a s a tra ta m ie n to s fonéti­
cos locales o dialectales, y la form a épica Perséfonia.
65 H ay u n a M aya a u tó cto n a ro m an a q u e no se identifica, en un
principio, con la pléyade griega, m a d re de H erm es. P osterio rm en te,
en el helenism o, se confunden re alm en te am b as, ya que la M aya ro m a­
na pasa p o r se r tam bién la m adre de M ercurio, el calco ro m an o del
H erm es griego. O bsérvese, p o r lo dem ás, cóm o se ju eg a con el signifi­
cado de mata «m adre».
214 SOBRE LA ABSTINENCIA

m anzanas, y se co n sid era que qu ed an igualm ente c o n ta­


m inados, ta n to si to can u n a p a rtu rie n ta com o a seres
m u erto s. T odo el que haya analizado la n atu ra leza de
las visiones, sab e p o r qué razón hay que a b sten e rse de
to d a clase de aves, especialm ente si se desea sa lir de
la m o rad a te rre n a l y ap o se n ta rse ju n to a los dioses ce­
lestiales. M as la m aldad, com o m uchas veces hem os di­
cho, se b a sta p a ra d efen d erse a sí m ism a, sobre todo
cu an d o ad u ce razones e n tre ignorantes. P orque, p o r es­
te m otivo, los q ue son m o d era d am en te p erv erso s e sti­
m an como vana palabrería y m onserga de viejas tal consejo
de renuncia; o tro s, com o superstición. P ero los que han
ido a m ás en su m aldad, no sólo están d isp u esto s a de­
n ig ra r a los q u e les aconsejan y p re se n ta n estos hechos,
sino tam b ién a tild a r la san tid a d de im p o stu ra y a rro ­
gancia. P ag an estos, no o b stan te, las p en as co rresp o n ­
d ien tes a su s d elitos a n te los dioses y los h o m bres y
reciben el m erecid o castigo p o r tal a c titu d o rig in aria.
P o r n u e s tra p a rte , u n a vez que ya hem os m encionado
a u n o de los p u eblos de fu era, co n sid erad o fam oso, ju s ­
to y p iad o so p a ra con su s dioses, p asa rem o s a h a b la r
de o tro s pueblos.
La e s tru c tu ra social de los indios se com pone de va­
rias clases, y hay e n tre ellos u n a casta, la de los teóso­
fos a los q u e los griegos suelen llam ar gymnosofistas “ .
A su vez, se dividen en dos sectas. Una la co n stitu y en
los b ra m a n e s y, la o tra, las sam aneos. Los b ram an es 6
66 La m o d ern a teosofía, fu n d a d a en el p asa d o siglo en N o rteam é­
ric a p o r H elena P etrovna B lavatsky (1831-1891), tuvo su s ralees en
el a n tig u o h in d u ism o . Annie B essant, su ceso ra de la se ñ o ra B lavatsky,
siguió en la In d ia el fom ento de la secta teoSófica, b a sán d o se en las
c o rrie n te s tra d ic io n a le s.—E n cu an to a los gymnosofistas, p ro p iam en te
son u n a ram a de los b ra m a n es. E ra n u n a especie de asc etas indios,
que vivían d e sn u d o s en los bosques, alim en tán d o se de fru to s. R e strin ­
gían su s re la cio n e s sexuales o casi las su p rim ían ; p asa b an la vida en
oració n y p ra c tic a b a n la au to in cin eració n . Com o docu m en tació n so b re
el tem a en la an tig ü e d ad , cf. N earco, y Aristobulo en J acoby, Fr. Hist.,
133 F 6 y 139 F 41, respectivam ente, y Arriano, Anábasis 7, 1-2.
LIBRO IV 215

recib en de g en eración en g eneración su específica teo­


sofía, com o u n a especie de sacerdocio; los sam aneos son
escogidos y el n ú m ero de ellos que se co n sag ra a la teo­
sofía se selecciona e n tre voluntarios. De este m odo son
los hechos que les conciernen, tal com o los expuso el
babilonio B ardesanes67*, que existió en la época de nues­
tro s p ad res, y se en co n tró e n tre los indios que fueron
enviados con D andam is al e m p e ra d o r61. Todos los bra-
m anes p erten ecen a u n a ú n ica casta, p o rq u e todos p ro ­
vienen de u n solo p ad re y de u n a sola m adre; los sam a-
neos no fo rm an u n a c a sta única, sino que se h an co n sti­
tu id o de todo el pueblo indio, com o hem os dicho.
Los b ra m a n e s no se som eten a u n régim en de go­
bierno, ni pagan trib u to s a o tro s, y los que de ellos son
filósofos, unos h a b ita n en el m onte y otros, en las o ri­
llas del Ganges. Los que viven en el m onte se alim en tan
de fru to s y de leche de vaca c u a ja d a con hierbas; los
del G anges, de los fru to s que crecen en ab u n d a n cia ju n ­
to al río. La tie rra produce casi siem p re fru to s nuevos,
y tam bién, p o r si fu e ra poco, a rro z en ab u n d a n cia y es­
p o n tán eam en te, que utilizan cu an d o escasean los fru ­
tos. P ero g u s ta r alg u n a o tra cosa o to m a r sobre todo
alim en to s de seres anim ados lo estim an com o u n a im ­
p u re za ex trem a y u n a im piedad. Se observa69 que esta

67 M encionado tam bién por San J erónimo, en Adversus lovinianum


II 14. El origen del nom bre es sirio y, p o r ello, se le conoce tam bién
p o r el sirio y el arm enio . N ació en E desa y m u rió hacia el año 222
de n u e stra e ra. S egún E usebio, Historia Eclesiástica IV 30, floreció en
la época de M arco A urelio, cf. P auly-Wissowa, RE, III, 1, 8.
** Antonio H eliogábalo, según B ernays. Vid. a p ara to crítico, al res­
pecto, en la edición de P orfirio de N auck, col. «Teubner», pág. 256.
En c u an to a D andam is, precisam ente se tr a ta de un a sceta indio o
gymtiosofista, del que d a n n oticia diversos a u to re s de la antigüedad,
e n tre ellos, E strabón (15, 715), llam ándole M andanis.
69 Acepto la c o n je tu ra de V alentino, p a ra p o d e r in te rp re ta r este
pasaje d e te rio ra d o . R esu lta difícil la lección original kathoróntai, para
d a r u n a versión adecuada, la corrección kathoratai, en singular, p e r­
m ite la in te rp re ta c ió n que ofrezco.
216 SOBRE LA ABSTINENCIA

opinión la su s te n ta n p o rq u e cuidan de la divinidad y


la resp etan , p u es dedican la m ayor p a rte del día y de
la noche a los him nos a los dioses y a los rezos, dispo­
nien d o cad a u n o de su p ro p ia celda y, en la m edida en
q ue ello es posible, p asa n d o su vida en soledad. P orque
los b ra m a n es no so p o rtan vivir en com unidad ni h a b la r
m ucho. Mas, cu an d o esto sucede, se re tira n y pasan m u ­
chos d ías sin h a b la r, y tam b ién ayunan con frecuencia.
Los sam an eo s son elegidos com o dijim os. C uando va a
in scrib irse u n o en la secta, se p re se n ta a los m a g istra ­
dos de la c iu d a d o de la aldea donde se encuentre; se
d esp ren d e de sus riquezas y de todos sus bienes y se
le ra p a todo el vello su p erflu o del cu erp o y recibe u n a
capa. M arch a entonces a los sam aneos, y ya no reg resa
ju n to a su m u je r e hijos si los tuviera, no haciendo ya
cu e n ta de ellos ni estim án d o lo s en ab so lu to com o cosa
suya. El rey c u id a de que sus hijos ten g an las aten cio ­
nes n ecesarias; de la m u je r cu id an sus parien tes. Tal
m odo de vida tien en los sam aneos. P asan el tiem po fu e­
ra de la ciu d ad , o cupando todo el día en tem as divinos,
y allí d isp o n en de casas y sa n tu a rio s levantados p o r el
rey, en los q ue hay unos ecónom os que reciben u n a es­
pecie de su b v en ción del rey para, el su ste n to de los que
allí se congregan. Su alim entación es u n p re p a ra d o a
b ase de a rro z, pan, fru ta s y v erd u ras. C uando e n tra n
a la casa al son de u n a cam panilla, los q u e no son sam a-
neos se salen, y ellos se ponen a rezar. Y, u n a vez que
h an hecho su s preces, su en a de nuevo la cam p an illa y
su s sirv ien tes d an a cada uno u n a b andeja (pues no co­
m en dos de u n m ism o plato) y les ponen de com er arroz.
Y si alguno p id e u n p lato distinto, se le sirve v e rd u ra
o algo de fru ta . Su com ida d u ra poco tiem po y vuelven
a sus ocupaciones. Todos se m antienen célibes y sin m e­
dios de fo rtu n a , y es ta n grande la veneración que les
profesan, a ellos y a los bram an es, los dem ás, que in clu ­
so el rey a c u d e a su lado a rogarles q u e hagan votos
LIBRO IV 217

y súp licas p o r la situ ació n del país, o bien a c o n su lta r­


les sobre u n a decisión a tom ar.
Y ten ían tal d isposición a n te la m u erte, que el tiem - 18
po de su vida lo ac ep tab an com o u n a especie de servi­
cio, que, de un m odo forzado, ten ían que trib u ta r a la
n a tu ra le z a y, en consecuencia, se a p re su ra b a n a lib e ra r
sus alm as de los cuerpos. Y con frecuencia, siem pre que
sim u lab an 70 que se en c o n trab an bien, p o r no ap re m ia r­
les [ni em pujarles]71 ninguna desdicha, dejaban la vida,
no sin an tes ad v e rtírselo a los dem ás. Y no hay ninguno
que se lo im pida; al c o n tra rio , todos los felicitan y les
hacen algunos encargos p ara sus p arie n tes m uertos. Tan
convencidos están, en su m ayor p a rte , de que sus alm as
tienen, en sus relaciones m u tu as, u n a existencia tan só­
lid a y au tén tica , y, u n a vez q u e h an recibido los e n c a r­
gos q ue les han hecho, en tre g an su cu erp o al fuego, p a ­
ra s e p a ra r el alm a de aquél en un estad o purísim o, y
m o rir recib ien d o alabanzas. En efecto, sus seres m ás
q u erid o s los d esp id en a la m u e rte con m ayor n a tu ra li­
d ad que cu a lq u ie r o tra p erso n a desp id e a u n convecino
p a ra u n larg u ísim o viaje. E s m ás, incluso se lam entan
p o r seg u ir con vida, y tienen p o r dichosos a los que re ­
ciben la su e rte de la in m o rtalid ad . Y no se p re se n ta en ­
tre éstos, ni e n tre los que se ha n om brado, u n sofista,
cu al los m o rta le s72 que se d an a h o ra e n tre los griegos,
que p arezca vacilar, cu an d o diga: «Si todos os im ita­
m os, ¿qué s e rá de nosotros?» Mas tam poco se h an con­
fu n dido los hechos de los hum anos p o r su cau sa73. Por-

70 C onservo el sképsontai original, fren te a la corrección, sképsón-


tai, de V alentino.
71 El texto e n tre corchetes lo su p rim ió Feliciano.
72 H ay u n a re so n an c ia h o m érica en e sta s p a la b ras, oloi brotói.
73 Debe refe rirse al tem a de la abstinencia, a ten o r de lo que m ás
ab ajo se dice. La expresión «por su causa» (literalm ente, « por cau sa
de éstos») p arece que e stá alu d ien d o a los que se a rro ja n al fuego.
Pero, p o r o tra p a rte , es m ás c o n g ru en te su p o n e r que la im itación tiene
218 SOBRE LA ABSTINENCIA

que todo el m u n d o no los im itó, y quienes los im itan,


e n tre los pueblos, son m ás bien los resp o n sab les del o r­
den estab lecid o , no de la confusión. Y, p o r supuesto,
la ley no o b lig ab a a todos, sino que a los dem ás les p e r­
m itió co m er c a rn e y a éstos los dejó con e n te ra lib e rta d
de decidir, y la n o rm a los respetó, com o si de seres su ­
periores se tratase. Evidentemente, no los somete al castigo
subsiguiente, com o ca u san tes de in ju sticia [sino a los
otros]14. E m p ero , a los que p lan tea n esta preg u n ta,
«¿qué p asará, si todo el m undo im ita a tales p e r s o n a s .»,
hay que re sp o n d erles con aquellas p a la b ra s de Pitágo-
ras: «Si todo el m undo fu e ra rey, la vidaódice, te n d ría
d ificu ltad es de cu m p lir su com etido, m as, p o r su p u es­
to, no hay q u e e lu d ir la realeza.» Y si todos fu e ran h o n ­
rados, no h a b ría que e n c o n tra r sistem as de convivencia
que g u a rd a ra n u n a tra y e c to ria en consonancia con la
honradez. P ero , sin duda, nadie puede se r tan loco, que
crea que no a ta ñ e a todos el p re o cu p arse p o r ser v irtu o ­
sos. M uchas cosas, sin em bargo, concede la ley a la gen­
te co rrien te, que no le perm ite, no ya al filósofo, sino
ni siquiera al ciudadano que lleva una vida honesta. Tam ­
poco pued e a d m itir la ley que de cu a lq u ie r activ id ad
se acceda a u n p u esto de gobierno, au n q u e realm en te
no im pide q u e to das ellas se ejerzan sin que sea óbice
p a ra ello el d esem peño de cu a lq u ie r cargo público. Sin
em bargo, p ro h íb e el acceso a las m a g istra tu ra s a los
q u e se d ed ican a activ id ad es serviles, y en general les
veta la p re sid e n cia de aquellos puestos en los que se
req u iere la ju s tic ia y o tra s virtudes. Al com ún de las
gen tes no les p ro h íb e el tra to con co rte san as, si bien 74

que ver m ás c o n los que p ra c tic a n la a b stin en cia que con la in cin e ra ­
ción o, m ejor dicho, la au to in cin eració n . En todo caso, la am bigüedad
debe su p e ra rse , e n te n d ien d o que se refiere al hecho de la abstinencia,
com o puede d e d u cirse de lo que a contin u ació n se expresa.
74 E stas p a la b ra s las elim inó N auck p o r la in congruencia que
suponen.
LIBRO IV 219

a éstas les co b ra u n im puesto; en cam bio, p a ra los hom ­


b re s sen sato s, las relaciones con aq u éllas las co n sid era
in fam an tes y vergonzosas. No p ro h íb e la ley p a sa r el
tiem p o en las tab ern as, sin em b arg o ello se tiene por
in ju rio so p a ra la p erso n a h o n rad a. Algo sem ejante tam ­
b ién p arece que p u ed e o c u rrir a p ro p ó sito de u n régi­
m en alim enticio. El q u e se co n sien te a la m ayoría, no
se le pued e c o n se n tir a las p erso n as selectas. Y u n filó­
sofo, especialm ente, su sc rib iría p a ra sí u n as leyes sa­
grad as, q ue dioses y hom bres, o b edientes a las d ivinida­
des, fijaron. S u rg en leyes sag rad as en pueblos y estad o s
q u e o rd en an la san tid ad , pro h íb en el alim en to de seres
an im ad o s a los sacerdotes, e im piden b eb e r en c a n ti­
dad, ya p o r p ied ad ya p o r algunos perju icio s que se o ri­
g inan de esa alim entación. P o r consiguiente, o hay que
im ita r a los sacerd o tes, o hay que o b ed ecer a todos los
leg isladores. E n cu a lq u ie ra de am bos casos, la p erso n a
ju s ta y p iad o sa en u n sentido p erfec to debe ab sten e rse
de todos los anim ales. P orque, si algunos se ab stien en
p arcialm en te de c ierto s anim ales p o r piedad, el piadoso
se a b s te n d rá p o r com pleto d e todos los anim ales.
P o r poco se m e p asa el p re s e n ta r el p asaje de E urí- 19
p id es que ase g u ra que los in té rp re te s de Zeus, en C reta,
se ab stien en de la c a rn e p o r m edio de estos versos” .
H e aq u í las p a la b ra s que el coro dirige a Minos: 75

75 Fr. 472 N auck (A. N auck, Tragicorum graecorum fragmenta, ed.


con nuevos frag m e n to s a carg o de B. S nell, H ildesheim , 1964). C o rres­
ponde e ste frag m e n to a la trag ed ia de E u ríp id e s Las cretenses, que
fo rm a b a tetralo g ía con Alcmeón en Psófide, Tilefo y Alcestis (que su s ti­
tu ía al d ra m a satírico), com puesta en el a ñ o 438 a.C. Sólo la ú ltim a
se h a conservado. En c u a n to a la o b ra Las cretenses, a la q u e pe rte n ec e
el p re sen te fragm ento, es u n a especie de c u en to p o p u lar, q u e n a rra
la h isto ria de la p rin ce sa Aeropé de C reta, q u e m an tien e a m o re s secre­
tos con un joven g u e rre ro y es en tre g ad a , p o r ello, p o r su p a d re a
u n m a rin e ro griego, p a ra que la a rro je ai m ar, m ás é ste se com padece
y la tra s la d a a G recia.
220 SOBRE LA ABSTINENCIA

Hijo de una fenicia, retoño de la tiña Europa


y del gran Zeus, que reinas en Creta, la de las
cien ciudades. He venido de los sagrados templos
que nos proporciona, cubiertos de vigas, la indígena
madera, seccionada por el hacha cálibe767*9y
ensamblada con cola de toro11en sus sólidas
vigas de ciprés. Mas llevo una vida de pureza
desde que m e convertí en sacerdote de Zeus Ideo
y he puesto fin a los truenos 7‘ de Zagreo que
se mueve en la noche, y a los festines en que se
come carne cruda. Ofrezco antorchas a la madre
montaña y, una vez consagrado, recibo el nombre
de sacerdote de los curetes ” , Vestido totalmente
de blanco, rehuyo el nacim iento de los mortales
y el contacto con los ataúdes, y me guardo de comidas
que se hagan a base de seres animados *°.

76 En la a n tig ü e d ad , los célibes, pueblo del Ponto, e ran fam osos


p o r su m a e stría en tra b a ja r el hierro.
77 P a sta p a ra encolar, b lan c a y traslú cid a, hecha de piel de toro,
que se e la b o ra b a en R odas.
7( No viéndole m ucho se n tid o al brontás orig in al, se han in te n ta ­
do v arias c o rre c cio n es, q u e tam poco m e satisfacen . P o r lo que lo he
conservado.
79 S a c erd o tes de Zeus en C reta.
M E ste frag m en to de E u ríp id e s ha sido estu d iad o y trad u cid o p o r
W. K. C. G uthrie en su o b ra The Greeks and their Gods, U niversity
Paperback, L ondres, 1968 (1.* ed. 1950), pág. 45. Piensa e ste a u to r (ibi-
dem) que se d e sc rib e aquí u n culto m uy antiguo, que su b siste todavía
en el siglo V a.C. Supone, p o r o tra p a rte , que el nom bre de Z agreo
tiene que v e r con u n a d ivinidad c reten se a u tó cto n a, que p o ste rio rm en ­
te se id entificó con el Zeus griego. E sta idea la ha d esarro llad o , con
m ayor exten sió n , en o tra o b ra a n te rio r, que lleva p o r titu lo Orpheus
and Greek Religión, M ethuen, 1935, pág. 113 (reed. L ondres, 1952). H a­
ce G uthrie, p o r ú ltim o en el m ism o lu g ar de The Gr. and their Gods,
u n a su g eren cia en base a u n a corrección, cuyo a u to r no cita, del bron­
tás (vid. supra, n. 78) del texto p o r un térm in o (supongo que nomeús),
que significa «pastor», con lo que el sentido se a clara del todo, po rq u e
LIBRO IV 221

Las p erso n as co n sag rad as a la divinidad estim ab an 20


la p u reza com o u n a au sen cia de m ezcla con su c o n tra ­
rio y, si se p ro d u c ía ésta, se d ab a la contam inación. P or
lo que creían que, tom ando u n alim en to a base de fru ­
tos, no d eriv ad o de seres m u erto s ni anim ados, las d is­
posiciones estab lecid as p o r la n a tu ra le z a no se m anci­
llab an y, p o r ser los anim ales seres sensibles, conside­
ra b a n el sacrificio y su p resió n d e sus vidas com o un
d elito de san g re p e rp e tra d o c o n tra u nos seres vivos y
to davía m u ch o m ás, que un c u e rp o que h ab ia sido sen­
sible, p riv ad o de la sensación y cadáver, se m ezclara
con un o vivo d o tad o de ella. P o r ello, la p u reza en todos
se estim a que con siste en el ab an d o n o y ab stin en c ia de
m u ch as cosas y de sus co n tra rio s, y en el aislam ien to
y asu nció n de las cosas p ro p ias y adecu ad as. P o r tanto,
los p lace res eró tic o s tam b ién contam inan, p u esto que
se p ro d u cen p o r el concurso de u n a h e m b ra y de un
m acho. P orque, si el esp erm a es retenido, en su co n tac­
to con el cuerpo, p ro d u ce la con tam in ació n del alm a,
y, si no lo es, igu alm ente se p ro d u c e p o r la d estru c ció n
de lo que se e n c u en tre a su lado. P ero tam b ién co n tam i­
n an las relaciones de v arones con varones, porque, p o r
u n lado, tien en lu g a r h asta con m u erto s y porque, ad e­
m ás, son a n tin a tu ra le s. Igualm ente, los sueños eróticos
tam b ién co n tam in an, p o rq u e el alm a se m ezcla al c u e r­
po y se ve a r ra s tra d a al placer. O tra con tam in ació n la
p ro d u cen las p asio n es del alm a p o r su conexión con lo
irra cio n al, y la esencia in trín seca m ascu lin a se afem i­
na. P o rq u e quizá tam b ién la m an ch a y la contam inación
ponen de m an ifiesto que se deben a la m ezcla de cosas
de d istin to género y, especialm ente, cu an d o la m ancha
re s u lta difícil de lavar. P or ello tam b ién en las tin ta d a s

ya h a b ría que in te rp re ta r: «desde q u e fui sacerdote... y pastor de Za-


greo...» Ello, adem ás, d a pie a que se p iense en u n sacerd o te-p a sto r
d el toro, sím bolo de Zeus, e stim án d o se com o u n ritu a l m uy antiguo.
69- 15
222 SOBRE LA ABSTINENCIA

q u e se con sig u en con m ezclas llam an m a n c h a r al hecho


de que se m ezclen u n a especie con o tra .
Como cuando una m ujer mancha
el m arfil con la púrpura*'
P o r su p a rte , los p in to res llam an co rru p cio n es a las
m ezclas; y la c o stu m b re co rrie n te llam a, a lo que no
e s tá m ezclado y puro, in co rru p tib le, genuino e in co n ta­
m inado. P u es tam bién el agua, cuando se m ezcla con
la tie rra , se co rro m p e y ya no es p ura, y, p o r o tra p arte ,
rehuye la tie rra , que tr a ta de engullírsela, eludiéndola
y escapándose, «cuando m ana, com o dice Hesíodo*2, de
la fu en te p eren n e, co n stan te e incontam inada». E n cuyo
caso su b e b id a es sana, porque es c la ra y sin m ezcla.
Ig u alm en te, la m u je r que no h a recibido la tibieza del
esp e rm a se dice que es pu ra. P or consiguiente, la co­
rru p ció n y la co n tam in ació n se debe a u n a m ezcla de
co n tra rio s. P o r su puesto, la inserción de cadáveres en
vida en o tro s que e stán vivos, y la de ca rn es m u e rta s
en o tra s q u e tienen vida, p ro d u c e co rru p ció n y co n ta ­
m inación a n u e s tra alm a, p o r lo m ism o que el alm a se
co rrom pe, c u a n d o se m ezcla con el cuerpo. [Por lo que
re s u lta ta m b ién que el que nace se m an ch a p o r la m ez­
cla del alm a con el cuerpo, y el que m u ere p o r el hecho
de que deja u n cu erp o m uerto, ex trañ o y d istin to al que
ten ía vida]*3. Se co n tam in a tam bién el alm a p o r los
a rre b a to s de cólera, p o r los deseos y p o r la m u ltitu d
de pasiones, q ue provoca quizá el régim en de com idas.
Y así com o el agua que co rre a través de rocas es m ás
p u ra que la q ue pasa p o r terren o s pantanosos, p o r a rra s ­
t r a r m enos b a rro , asi tam b ién el alm a que se m an ifiesta
en u n c u e rp o seco, que no está em papado de h um ores

• ' ¡liada IV 141.


*J Trabajos y Dios, 595.
*3 El tex to e n tre co rch e te s lo su p rim ió el filólogo N auck.
LIBRO IV 223

de carnes extrañas, organiza m ejor sus funciones, es m ás


p u ra y se en c u en tra m ás d isp u esta p a ra la com prensión.
P ues tam b ién dicen que el tom illo m ás seco y ásp ero
es el que les p ro p o rcio n a la m ejor m iel a las abejas.
E l p en sam ien to tam b ién se c o n tam in a o, m ejo r dicho,
el que piensa, cu an d o aquél se m ezcla a la fa n ta sía o
la opinión y confunde su s actividades con las de éstas.
La p u rificació n es la sepiaración de to d as estas cosas
y la san tid ad es el aislam ien to y la alim entación que
co n serv a a cad a u n o en su esencia. Así, pues, se p o d ría
d e c ir que el alim en to de u n a p ie d ra co n siste en su soli­
dez y en su p erm an en cia e stru c tu ra l, el de la p la n ta en
su co n servación m ie n tra s crece y da fru to s y el d e un
cu erp o inanim ado en la conservación de su constitución.
P ero u n a co sa es alim en tar, o tra engordar, o tra d a r lo
n ecesario y o tra p ro c u ra r el lujo. Sin d u d a son d iferen ­
tes las alim en tacio n es, a te n o r de la d iv ersid ad de seres
q ue se n u tren . H ay que alim e n ta r a todos los seres, pe­
ro hay que p ro c u ra r e n g o rd ar solam ente lo q u e es p ri­
m o rd ial en noso tro s. En efecto, la alim entación del al­
m a ra cio n al es la q u e conserva la racionalidad; y el ali­
m en to es la m ente. P o r consiguiente, hay que a lim e n ta r­
la con ésta y hay que p ro c u ra r en g o rd arla igualm ente
con ella, en vez de a tib o rra r con com idas la c a rn e dé
n u e s tro cu erp o . P o rque la m en te nos conserva la vida
e te rn a y u n cu erp o gordo hace q u e el alm a su fra p o r
el an sia [de u n a vida feliz]14 y nos aum enta n u estra con­
dición m ortal, causándonos daño y constituyendo u n obs­
tá c u lo p a ra la vida in m o rtal y, adem ás, co n tam in a al
alm a, p o rq u e la hace co rp ó rea y la a r r a s tr a hacia lo ex­
trañ o . E l im án com unica su alm a al h ierro , si e stá c e r­
ca, y éste, de m uy pesado que es, se hace liviano y a c u ­
de presuroso, atra íd o por el esp íritu del im án. Mas atento
a la divinidad in co rp ó rea e in telectu al, ¿quién se ocupa-

E lim inado p o r el filólogo N auck.


224 SOBRE LA ABSTINENCIA

rá de u n a alim en tació n que engorda al cu erp o y es u n


o b stácu lo p a ra la m ente? ¿E s que no se a lim e n ta rá con
lo e stric ta m e n te necesario de carne, lim itándose a poca
cosa, de fácil adquisición, y fijándose estre c h a m e n te a
la divinidad m ás que el h ie rro al im án? P orque, ojalá
fu e ra posible re n u n c ia r sin p ro b lem as a u n a a lim en ta­
ción a b ase de fru to s, si ello no su p u sie ra el an iq u ila­
m ien to de n u e s tra n atu ra leza . En efecto, si lo fu era, co­
m o dice H o m e ro '5, no necesitam os de la com ida ni de
la bebida, p a r a ser realm en te in m o rtales. B ien m anifes­
tó este hecho el p oeta, viniendo a sig n ificar con ello q u e
el alim en to e r a u n m edio, no sólo de vivir, sino tam b ién
de m o rir. P o r consiguiente, si no tu v iéram o s necesidad
de él tan to m á s felices seríam os cu a n to m ás in m o rtales
fu éram o s. P ero, en realid ad , som os m o rtales y no nos
d am os c u e n ta de que nos hacem os todavía m ás m o rta ­
les, si se p u ed e d e c ir así, p o r n u e stro apego a lo m o rtal,
p orque, com o dice en u n a ocasión T eofrasto, el alm a
no p ag a al c u e rp o u n a lq u ile r elevado p o r su h a b ita ­
ción, sino q u e se e n tre g a p o r entero**. O jalá fu e ra po­
sible co n se g u ir u n a existencia d e fábula, a c u b ie rto del
h am b re y d e la sed, p a ra que, dom inando la p a rte flu i­
d a de n u e s tro cu erpo, en poco tiem po fu e ra posible en-
c o n tra rse e n tre los m ejores, ju n to a los que, p o r e s ta r
tam b ién 1a d ivinidad, se es divinidad. M as ¿a qué la­
m e n tarse a n te u n os h o m b res tan obcecados, que cu id an
su p ro p ia d e sg racia y se odian, en p rincipio, a sí m is­
m os y al q u e re alm en te les dio la vida y, luego, a los
que les a d v ie rte n y aconsejan sa lir de la em briaguez?
P o r ello es n ec esario que, a u n sin a b a n d o n a r n u n ca es­
tos tem as, p asem os a h o ra a t r a ta r o tro s q u e nos qu ed an
p en dientes.

15 R eferencia, no cita literal, a / liada V 341.


16 Recogido p o r P lutarco, De tuenda sanitate praecepta 22, 135E.
LIBRO IV 225

Los que a las co stu m b res to m ad as de los pueblos 21


citad o s, y ex p u estas p o r nosotros, co n tra p o n en los nó­
m ad as, los tro g lo d ita s y los ictiófagos, desconocen que,
p o r ser u n a región e sté ril h a sta el p u n to de q u e no c re ­
ce vegetación alguna, sino d u n as de arena, se vieron fo r­
zados a este tipo de alim entación*7. Y la p ru e b a de ello
la co n stitu y e el que no pueden u s a r el fuego p o r la esca­
sez de m a te ria com bustible, y ponen a sec ar los peces
so b re las ro cas y la arena. Llevan, pues, este régim en
de vida p o r necesidad. Algunos p ueblos se h an asilves­
tra d o y son fero ces p o r n atu ra leza , p ero no está bien,
q u e en b ase a ellos, las p erso n as sen sa ta s den ig ren la
n atu ra le z a hu m an a. P orque de este m odo q u e d a rá en
en tred ich o , no ya el tem a de la zoofagia, sino tam bién
el de la an tro p o fag ia y el consum o del re sto de las espe­
cies d o m ésticas". Se cu e n ta que los m aságetas y los
derviches*9 co n sid eran m uy d esg raciad o s a sus p a rie n ­
tes que m u eren de m u erte n a tu ra l. Y, p o r ello, a sus
seres m ás q u erid o s que han alcan zad o la vejez, se a p re ­
su re n a d a rle s m u e rte y se los com en. Los tib aren o s,
a sus p arie n tes ancianos m ás próxim os, los despeñan
vivos. Los h ircan o s y los caspios los exponen, los p rim e­
ros, vivos a las aves de ra p iñ a y a los p erro s, y, los
segundos, u n a vez q u e ha fallecido. Los escitas los en-
tie rra n vivos y deg ü ellan sobre la p ira a los que los di­
fu n to s am ab a n en especial. Los b a c trin o s a rro ja n vivos

*7 E sto es, a b a se de seres anim ados.


,s El texto dice t€s dlles hem erótitos. H e d ad o la in te rp reta ció n
de «resto de especies dom esticas», p o r e n te n d e r que m arc a con antro­
pofagia, u n a c o n tra p o sició n a zoofagia. La d ific u lta d de in te rp reta ció n
m ueve a Feliciano a tra d u c ir «reliquaque om nis feritas», siguiendo una
co rre c ció n de V alentino, anemerótetos, lo q u e ju stific a el «feritas» de
su versión. C uriosam ente, la edición de la colección «Didot», q u e re ­
p ro d u c e la versión la tin a de Feliciano, c o n serv a en el texto griego el
o rig in a l hemerótetos, lo que, obviam ente, in v alid a esa versión.
•9 Pueblos de E scitia y de la India, respectivam ente.
226 SOBRE LA ABSTINENCIA

a los ancianos a los p erro s90 E stasanor91, gobernador de


Alejandro, intentó abolir esta costum bre y por poco pierde
el cargo. P ero, del m ism o m odo que hem os su p rim id o
n u e stro c a rá c te r apacible p a ra con los h om bres p o r el
p re ced e n te de éstos, tam poco im itarem os, igualm ente,
a los p u eb lo s que com en carn e p o r necesidad, sino a
los piad o so s y a los que se m u estran m ás pendientes
de su s d io ses. P o rque el vivir en la iniquidad, sin sensa­
tez, sin c o rd u ra e im píam ente, decía D em ócrates92 que
no era vivir en la maldad, sino m orir durante largo tiempo.
22 Nos q u ed a aú n p o r a p o rta r algunos testim onios in­
dividuales de la ab stin en cia, pues ésta e ra la única a c u ­
sación que se nos h ab ía planteado. S abem os que Trip-
tólem o93 es el m ás an tig u o de los legisladores atenien-

90 E ste p a sa je , desde «se cuenta» h a sta e ste p u n to , e stá tom ado


de E usebio, Praeparatio evangélica I 11D. La localización geográfica
de e sto s p u e b lo s es la siguiente: los tib a ren o s h a b ita n las costas del
M ar N egro; los h irca n io s se sitú an e n tre los m edos, los p a rto s y el
M ar Caspio; los c aspios se e n c u e n tra n próxim os a e ste m ar; con el
n o m b re de e sc ita s se designa a diversos p u eblos del NE. de E uropa;
los b a c tria n o s e s un pueblo de u n a sa tra p ía del Im p erio Persa, a c tu a l­
m ente c o m p ren d e p a rte de P ersia y del T u rq u están .
91 De o rig en noble, co m p añ ero de A lejandro (cf. Arriano, Anába-
sis III 29, 3). D esem peñó el gob iern o de dos sa tra p ía s , desde el año
329 h a sta el 321 (cf. Arriano, ibid, VI 27, 3; Diodoro, XV III 3, 3, y
P seudo CalIstenes , III 31) Aqui a p are ce d esem peñando el gobierno de
la sa tra p ía de B a c tria (igualm ente, en D iodoro, XV III 39, 6).
92 O ra d o r á tic o difícil de iden tificar. E n tre los ejem plos que a d u ­
ce A r istóteles de m etá fo ra (Retórica III 4) cita u n o de D em ócrates,
c u an d o c o m p a ra «los o ra d o re s con las nodrizas, las cu ales habiéndose
com ido ellas las papillas, u n ta n a los niños los labios con papilla».
E n A ristófanes , Caballeros 716-718, a p arece e sta idea, p e ro re fe rid a
al pueblo, a q u ie n el dem agogo Cleón, cu al una m ala nodriza, le h u rta
la com ida.
93 H éroe legendario que enseñó a los atenienses el cultivo del cam ­
po, y que, en P latón (Apología 41a), a p arece com o ju ez de los infiernos,
ju n to a M inos, R ad am an tis y Éaco. E n J enofonte (Helénicas VI 3,6),
el a rco n te a te n ien se C alías m enciona a T riptólem o com o a n te p asad o
(prógonos).
LIBRO IV 227

ses. H erm ipo94, en el segundo libro sobre los legislado­


res, escrib e lo siguiente: dicen que T riptólem o p ro m u l­
gó leyes p a ra los atenienses, y el filósofo Je n ó c ra te s95
a se g u ra q ue de sus leyes to d av ía su b siste n estas tres
en Eleusis: re s p e ta r a los p ad res: h o n ra r a los dioses
con fru to s y no d a ñ a r a los anim ales. En efecto, las dos
p rim e ra s fu ero n a c ertad a m en te prom ulgadas, p o rq u e es
n ecesario c o rre sp o n d e r con el bien a los prog enitores,
que han sido nu estros bienechores, en la m edida de nues­
tra s p o sibilidades, y o fre n d a r a los dioses las p rim icias
p o r los bien es ú tiles que hem os recibido de ellos p a ra
n u e s tra vida. M as resp ecto a la terc era , se p la n te a la
d u d a de qué p en sab a T riptólem o, cuando ordenó a b ste ­
nerse de los animales. ¿Es que fue, dice Jenócrates, porque
c re ía que m a ta r a u n sem ejante e ra u n a cosa terrib le,
o bien p o rq u e com prendió que e ra n elim inados p o r los
hom bres, p a ra su alim ento, los anim ales m ás útiles? Que­
ría, p o r su p u esto , h acer la vida apacible e in ten tó con­
serv ar los an im ales que convivían con el ho m b re y, en
especial, los dóciles. Salvo que, quizás, p o r el hecho de
h ab er ordenado h o n rar a los dioses con frutos com prendió
que m ejo r s u b sistiría esta p rá ctica, si no se o fren d ab an
sacrificio s de an im ales a los dioses. M uchas razones de
este hecho aduce Jen ó crates, que no son m uy convin­
centes; a n o so tro s nos b a s ta solam ente con lo que se
h a dicho, que esta n o rm a fue in stitu id a p o r T riptólem o.
P o r tan to , después, al d elinquir, cu an d o p u siero n sus
m an o s so b re los anim ales, a im pulsos de u n a g ra n nece­
sid ad y com o re su lta d o de fa lta s in v o lu n tarias, com o

94 B iógrafo p eripatético de E sm im a, de com ienzos del siglo II a.C.,


c ita d o p o r P lutarco, en Licurgo 5 y 23, Solón 2, etc.
95 S u c e so r de P latón en la A cadem ia. Recopiló sus te o ría s de tal
m odo que, aun q u e se p u ed a su p o n e r que las h u b iera asum ido, «jam ás
pudo h a b e r p re te n d id o que se p re se n ta ra com o un sólido cu erp o de
doctrina» (Anthony A. Long, La filosofía helenística, trad. española, Revista
de O ccidente, M adrid, 1977, pág. 17).
228 SOBRE LA ABSTINENCIA

hem os d em o strad o , cayeron en e sta p ráctica. P ues tam ­


bién se re c u e rd a u n a ley de D racón en estos térm inos:
p re cep to e te rn o p a ra los h a b ita n te s del Ática, con vi­
g encia en to d a época: h o n ra r, en público, a los dioses
y h éro es locales con las su b siguientes leyes p a tria s y,
en privado, en la m edida de n u e stra s fu erzas, con a la ­
banzas y prim icias de frutos, durante las ofrendas anuales
d el p astel ritu a l96. Al o rd e n a r la ley h o n ra r a la divini­
d ad con las p rim icias de los fru to s que em plea el hom ­
b re y con los p asteles rituales***.

96 In te rp re to pelánous epetéious com o acu sativ o de extensión en


el tiem po. De ahí la trad u c ció n que se propone. P a ra fa c ilita r la com ­
p re n sió n del texto, se ha in te n tad o c o rre g ir p o r un dativo con valor
in stru m e n tal, p re c e d id o de la conjunción co p u la tiv a kaí, con lo que
la in te rp re ta c ió n re su lta m ás cóm oda (vid., ad locum, el a p a ra to c riti­
co de la edición d e la o b ra de P o rfirio en la colección «T eubner», pág.
269), que es, p o r ejem plo, la lección que a d o p ta la colección «Didot».
In d ic e s
I n d ic e de n o m bres

A driano, II 56 (133). A sclepiades de C hipre, IV 15 (210).


A frodisio, II 54 (131). Atenea, I I 36 (117). 54 (132), 56 (133);
A frodita, II 21 (103). III 5 (146), 17 (161).
A gráulide, II 54 (131).
A graulo, II 54 (131-2). B ard esan es, IV 17 (215).
A gripa, I 25 (53). Bogo, I 25 (53).
A lejandro M agno, II 60 (136); IV 21
(226). C arnéades, III 20 (166).
A m ílcar B arca, II 57 (134). C astigo, III 27 (184).
A nfitrite, III 20 (166). C astricio (Firmo), II 1 (85); IV 1
Aníbal, II 57 (134). (185).
A ntifanes, II 17 (100). Cécrope, II 54 (131).
Antíoco, IV 11 (203). Ciro, III 17 (161).
A ntipatro, III 23 (174). C learco, II 16 (98-9).
Apis, III 15 (159). C leóm enes, III 21 (170).
Apolo, I 22 (51); II 15 (97), 16 (98), Clim ene, II 9 (93).
17 (99), 29 (111), 36 (117), 59 (136); Clodio de N ápoles, I 3 (37), 26 (55).
III 5 (146), 17 (161). C raso, III 5 (145).
A polodoro, II 55 (132). C rá te ra , I 17 ( 49).
Apolonio de T iana, III 6 (142). C risipo, III 20 (165).
Ares, II 21 (103), 22 (104), 55 (132). C ritias, IV 3 (190).
A ristódico de Cime, III 16 (159). Crono, II 21 (103), 27 (108), 54 (131),
A ristóteles, III 6 (147-8), 7 (148), 8 56 (132-3); IV 2 (186).
(151-2), 9 (153), 12 (155).
A rtem is, 122(51); II 36(117); IV 116 D anaides, III 27 (184).
(213). D andam is, IV 17 (215).

* Los n ú m ero s ro m an o s rem iten al lib ro corresp o n d ien te; los a rá ­


bigos, al capítulo, y los que figuran e n tre p a rén tesis, a la página.
232 SOBRE LA ABSTINENCIA

D arío, IV 16 (211). H eracles, I 22 (52).


D em éter, II 6 (89); III 5 (146). H eraclid as, I 25 (53).
D em ócrates, IV 21 (226). H eraclid es Póntico, I 26 (55).
D em ócrito, III 6 (148). H erm arco, el e picúreo, I 26 (55).
D icearco, el p e rip a té tic o , IV 2 H erm es, II 16 (99); III 16 (160).
(185-6 y 188). H erm ipo, IV 22 (227).
Difilo, II 55 ( 132). H esíodo, I 5 (39); II 18 (101); IV 20
Diógenes, I 47 (74). ( 222).
D iom edes, II 54 ( 132). H estía, I 13 (46); II 5 (88).
Díomo, II 10 (93), 29 (110). H istaspes, IV 16 (211).
Dioniso, II 55 (132); III 16 (159), 17 H om ero, III 20 (166); IV 20 (224).
(161).
Dócimo, II 17 (99). Ifícrates, II 56 (133).
D racón, IV 22 (228). Iris, III 16 (160).
Istro , II 56 (133).
E m pédocles, I 1 (35), 3 (37); II 21
(103), 31 (113); III 6 (148). Je n ó c ra tes, IV 22 (227).
E p icu ro , I 6 (39), 53 (79). J ú p ite r L atiario, II 56 (134).
E píscopo, II 9 (93). Ju stic ia , II 36 (117); III 16 (160), 27
E recteo, II 56 (134). (184).
E ros, III 16 (160).
E squilo, II 18 (100). Licurgo, IV 3 (188).
E stasan o r, IV 21 (226). Linceo, III 8 (150).
E strató n , III 21 (169).
E ubulo, IV 16 (211). M anetón, II 55 (132).
E ufanto, IV 10 (202). Maya, IV 16 (213).
E urípides, III 25 (178); IV 19 (219). M elam po, 111 6 (142).
E u risten es, I 25 (53). M enandro, II 17 (100); IV 15 (211).
E uropa, IV 19 (220). M ilón, I 52 (78).
E velpis de C aristo, II 55 (132). M inos, IV 19 (219).
M itra, II 56(133); IV 16(211 y 213).
M itrídates, I 25 (54).
F ilarco, II 56 (133).
Filino, II 61 (137).
N eantes de Cícico, IV 15 (210).
Filón de Biblos, II 56 (133).
Firm o, I 1 (35); III 1 (139).
O lim pia (m adre d e A lejandro M ag­
no), II 60 (136).
H écate, II 16 (99); III 17 (161).
H elios, IV 16 (313). Palas, II 56 (133); IV 16 (212).
H era, II 55 (132); III 5 (146). Pan, III 16 (159).
ÍNDICE DE NOMBRES 233

Perséfone, I 25 (54); IV 16 (213). Sem íram is, III 17 (161).


Pigm alión (rey de Chipre), IV 15 S ócrates, I 15 (49); III 1 (139), 8
( 210 ). (152), 16 (159-60), 22 (172), 26
P índaro, I 36 (64); III 16 (160). (180).
P itág o ras, I 3 (37), 15 (49), 23 (52); Sófocles, II 19 (101).
III 1 (139), 6 (148), 26 (178-9); IV S ó p atro , II 29 (110-11), 30 (112).
18 (218).
Pitia, II 15 (97), 16 (98), 29 (111). T em planza, II 36 (117).
Pito, II 9 (93). T eofrasto, II 5 (87), 7 (91), 11 (95),
Platón, I 36 (63), 37 (65), 39 (66-7); 20 (102), 26 (107), 32 (114), 43
II 37 (118), 38 (119), 41 (122), 61 (124), 53 (131); III 25 (176); IV 4
(137); I I I 6 (148), 8 (152), 22 (172). (191), 20 (224).
P lutarco, III 18 (162), 24 (176); IV 4 Teopom po, II 16 (98).
(191). Tifón, III 16 (160).
P luto, IV 4 (191). Tínico, II 18 (100).
Posidón, II 21 (103); III 17 (161). T iresias, III 6 (142).
P raxitea, II 56 (134). T riptólem o, IV 22 (226).
Príam o, I 11 (46). T um ulto, II 21 (103), 22 (104).
Proeles, I 25 (53).
Pudor, III 27 (184).
V ictoria, III 16 (159).

Q uerem ón, el estoico, IV 6 (194).


Zagreo, IV 19 (220).
R ad am an tis, III 16 (159-60). Zenón, III 19 (165), 22 (172).
Zeus, I 5 (39), 55 (81); II 8 (92), 10
S an cu n iató n , II 56 (133). (93), 21 (103), 27 (108); I I I 5 (146),
Seleuco, el teólogo, II 55 (132). 16 (159-60); IV 19 (Z19-20).
ÍNDICE GENERAL

P á g s.

I ntroducción general .................................................... 7


I. Datos biográficos de Porfirio ............... 7
II. Sus obras ................................................... 10
III. El tratado Sobre la abstinencia ......... 14
A) F u e n te s , 15. — B) F ilo so fía , 19. — C) A n á lisis
d e l c o n te n id o d e la o b r a ( L i b r o I, 23; L i b r o I I , 24;
L i b r o I I I , 26, L i b r o I V , 28), 22. — D) E l te x to del
tr a ta d o S o b r e la a b s t i n e n c i a , 29. — E) T r a d u c c io ­
n e s d el tr a ta d o S o b r e la a b s t i n e n c i a , 31. — F) B ib lio ­
g ra fía , 32.

L ibro I ............................................................................ 35
L ibro II ........................................................................... 85
L ibro III ......................................................................... 139
L ibro IV ..................................................................... 185

Í n d ic e de nom bres 231

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