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Revista Internacional del Trabajo, vol. 124 (2005), núm.

Balance del progreso laboral


de las mujeres en América Latina
Laís Abramo* y María Elena Valenzuela**

L os profundos cambios económicos, sociales y culturales que se han


producido en América Latina en el transcurso de las últimas
décadas han abierto nuevas oportunidades a las mujeres y han transfor-
mado el papel de éstas en la vida económica y social. Se ha producido
un aumento sostenido de la presencia femenina en el mundo del trabajo
y sus ingresos son cada vez más indispensables para mantener a sus
familias y conseguir que no caigan en la pobreza.
Las mujeres constituyen ya alrededor del 40 por ciento de la po-
blación económicamente activa urbana de América Latina 1. Para mu-
chas de ellas, el mercado de trabajo ha sido un punto de entrada para
conquistar derechos, lograr su integración social, adquirir un sentido de
valor personal y fortalecer su dignidad. Sin embargo, su incorporación
masiva al trabajo remunerado no ha dado un fruto equivalente en tér-
minos de su «empoderamiento» social y económico, y siguen pendien-
tes los desafíos de lograr la igualdad de remuneración por un trabajo de
igual valor, alcanzar el equilibrio de los géneros en las ocupaciones y lo-
grar una distribución equitativa de las responsabilidades domésticas
(véase Badgett y Folbre, 1999). La mujer choca todavía con obstáculos
estructurales para acceder y permanecer en el mercado de trabajo, y su-
fre discriminaciones que le impiden integrarse en él con todo su poten-
cial (véase Carr y Chen, 2004). Un factor esencial es la división social
del trabajo por sexo entre el trabajo remunerado y el trabajo doméstico

* Especialista en mujeres y género y directora de la Oficina de la OIT en el Brasil.


1

** Especialista en mujeres y género en la Oficina Subregional de la OIT para el Cono Sur (San-
tiago de Chile). Las autoras agradecen a Janine Rodgers los comentarios al presente artículo y a
Carolina Préndez la ayuda prestada.
1 El porcentaje corresponde al año 2004 y es una estimación basada en el promedio ponde-
rado de las cifras oficiales de las encuestas de hogares de doce países (Argentina, Brasil, Chile,
Colombia, Costa Rica, Ecuador, Honduras, México, Panamá, Perú, Uruguay y Venezuela) que
cubren aproximadamente un 90 por ciento de la fuerza de trabajo urbana de la región. Las cifras
fueron procesadas para este artículo por el Sistema de Información y Análisis Laboral (SIAL) de
la OIT, sito en Ciudad de Panamá (<http://www.oitsial.org.pa/>).

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400 Revista Internacional del Trabajo

y de cuidado de la familia 2. La esfera del mundo «privado» está desva-


lorizada, al concebirse como carente de valor económico, lo cual tiene
consecuencias que van mucho más allá de la economía, pues este des-
precio se extiende a las mujeres dedicadas a las tareas domésticas y so-
cava su estima en los planos social y personal (véase Benería, 1999).
Tampoco podemos dejar de mencionar la importancia que reviste
en esta región la dimensión étnica y racial. El género y la etnia consti-
tuyen patrones de desigualdad que potencian las desventajas y las di-
versas formas de exclusión del mercado de trabajo que sufren las nume-
rosas mujeres pertenecientes a los pueblos indígenas y de origen
africano 3.
En el presente artículo analizaremos las tendencias generales de la
inserción laboral femenina en América Latina entre 1990 y los primeros
años del presente decenio. Estudiaremos primero la evolución de la
tasa de actividad económica femenina 4, también denominada tasa de
participación en la población económicamente activa. Es un indicador
de progreso laboral de las mujeres, ya que su integración en el mundo
del trabajo es de capital importancia para acrecentar su grado de auto-
nomía y los niveles de bienestar de ellas y de sus familias. También ve-
remos otros dos indicadores, la tasa de ocupación y la tasa de desem-
pleo, que ponen de manifiesto la disposición cada vez mayor de las
mujeres a trabajar y sus oportunidades reales de hacerlo.
El progreso laboral de las mujeres depende, asimismo, de sus po-
sibilidades de encontrar una ocupación que cumpla con condiciones mí-
nimas de calidad y que se encuentre en el sector formal de la economía,
de que suban sus niveles de remuneración, de que disminuya la segmen-
tación ocupacional por sexo, del acceso a una formación profesional
mejor y más diversificada, y de la extensión de la protección social (véa-
se OIT, 2003a). En el presente artículo, los indicadores de calidad exa-
minados son los ingresos y las posibilidades de acceso a ocupaciones en
la economía formal y de gozar de la cobertura de la seguridad social.
2 Un indicador que sirve para entender este problema es la tasa de actividad doméstica, que
mide el porcentaje de personas (casi exclusivamente mujeres) que tienen como ocupación princi-
pal – no remunerada – los quehaceres del hogar. En 2002, el 44 por ciento de las cónyuges latinoa-
mericanas estaban en este caso, y más del 48 por ciento de las jóvenes de 20 a 24 años clasificadas
como «económicamente inactivas» – ya que no estaban ni ocupadas ni desempleadas – tenían en
realidad como actividad principal el trabajo doméstico (CEPAL, 2004, págs. 150-153).
3 Se estima que entre un 8 y un 15 por ciento de la población total de la región es indígena
y un tercio es de origen africano (Chackiel y Peyser, 1994, pág. 44). Grandes contingentes de indí-
genas que han migrado a las ciudades ya no hablan su lengua originaria y han perdido gran parte
de sus costumbres. El promedio citado oculta la realidad de países como Bolivia, Guatemala y
Perú, en donde más de la mitad de la población es indígena, así como la del Brasil, Colombia y
Venezuela, en donde alrededor de la mitad de los habitantes son de origen africano.
4 En el presente artículo, entendemos por «tasa de actividad económica» o «tasa de activi-
dad» el porcentaje de la población en edad de trabajar que pertenece a la población económica-
mente activa (la fuerza de trabajo), es decir, que está ocupada o desempleada. Así, la tasa de
actividad femenina urbana es el porcentaje de la población femenina urbana en edad de trabajar
que se encuentra ocupada o desempleada.
Balance del progreso laboral de las mujeres en América Latina 401

Consideraciones generales sobre las tasas femeninas


de actividad, ocupación y desempleo
La tasa de inserción laboral femenina evoluciona de manera distin-
ta que la masculina y constituye un tema de análisis bastante complejo.

Influencia de la tasa de ocupación general


En primer lugar, la tasa de actividad femenina está mucho más in-
fluida que la masculina por la evolución de la tasa de ocupación 5. El
crecimiento de ésta y, en general, del nivel de actividad económica,
constituye un poderoso estímulo para que progrese la inserción laboral
femenina. Es decir, cuando se crean nuevas oportunidades de trabajo,
muchas mujeres económicamente inactivas se incorporan al mercado
laboral. Por otro lado, la disminución de la tasa de ocupación general
(que suele derivarse de un retroceso del nivel de actividad económica)
va acompañada normalmente por una progresión más débil de la tasa
de actividad femenina o, incluso, de un leve descenso de la misma.
Además, conviene tener presentes algunas consideraciones con
respecto a este punto:
● La evolución del nivel de actividad económica no guarda una rela-
ción lineal con el comportamiento de la tasa de ocupación; en otras
palabras, el crecimiento económico no necesariamente genera cre-
cimiento del empleo en la misma proporción; al contrario, la evo-
lución de ambos indicadores demuestra que las tasas de
crecimiento modestas registradas en América Latina se traducen
en una capacidad aún más baja de generación de empleo, como
ocurrió en el período 1990-1994, y que coyunturas de recuperación
económica coexisten con altas tasas de desempleo, como se com-
probó en el año 2000.
● Aunque la tasa de actividad masculina discurra de manera un poco
más lineal que la femenina (tiende a aumentar a partir de los 25 años
y permanecer en un nivel alto hasta la edad de retiro), también acusa
la influencia de las recesiones económicas, que conllevan la desapa-
rición de puestos de trabajo. La dificultad de encontrar un empleo,
a veces por períodos prolongados, también puede provocar en los
hombres el fenómeno del desaliento, como lo demuestra el descen-
so 6 de la tasa de actividad masculina registrado en los países de la

5 Entendemos por tasa de ocupación – también llamada tasa de empleo – el porcentaje de


la población en edad de trabajar que está ocupada. La tasa de desempleo – también llamada tasa
de desocupación – es el porcentaje de la población económicamente activa que, además de estar de-
sempleada, está dispuesta a trabajar y busca activamente un empleo; por tanto, los trabajadores
desalentados que han dejado de buscar empleo quedan fuera de las estadísticas de la población de-
sempleada y de la población activa.
6 Este descenso está fuertemente determinado por la caída de la tasa de actividad de los
jóvenes (véase CEPAL, 2005, anexo, cuadro 3, págs. 284 y 285).
402 Revista Internacional del Trabajo

región, al tiempo que ascendía la tasa femenina, según veremos más


adelante.
● La evolución de los mercados de trabajo latinoamericanos no
corrobora las teorías económicas que vinculan la tasa de actividad
femenina con el desarrollo económico. Duryea, Cox Edwards y
Ureta, tras comparar la variación de esta tasa con la del PIB por
habitante de varios países, concluyen que no hay un patrón común
para la región. La función en forma de «U», que predice que el
desarrollo económico va acompañado por una disminución inicial
de la actividad laboral femenina, para recuperarse posteriormente
superando los niveles anteriores, no se confirma en la mayoría de
los países latinoamericanos. La tasa de actividad laboral femenina
tampoco guarda relación con el nivel del PIB por habitante de
cada país, observándose una enorme heterogeneidad al respecto
(Duryea, Cox Edwards y Ureta, 2001, págs. 20-24).

Influencia de las circunstancias socioeconómicas


También debemos destacar que la tasa de actividad de las mujeres
difiere, mucho más que la masculina, del perfil del grupo específico: es
bastante baja entre las que tienen pocos años de estudios y pertenecen
a hogares con ingresos bajos, y aumenta en la medida en que mejoran
estos dos factores. Son las mujeres pobres las que encuentran mayores
dificultades para integrarse en el mercado laboral, como consecuencia,
entre otras razones, de que tropiezan con más obstáculos para compar-
tir o delegar las responsabilidades domésticas, en particular el cuidado
de los hijos.
Otro factor que vale la pena mencionar es que en América Latina,
desde la década de los años ochenta, la inserción laboral de las mujeres
casadas avanza a un ritmo más veloz que la de las solteras; es justamen-
te en las edades reproductivas (entre 25 y 44 años) que se produce el
nivel más alto de actividad económica femenina (León, 2000, págs. 13,
14 y 31). Los postulados de la teoría económica neoclásica que vincu-
lan en forma lineal la oferta de mano de obra femenina con la presen-
cia de niños en el hogar tampoco tienen un respaldo claro en América
Latina. Mientras que un grupo de países con alta fecundidad registra
una tasa de actividad femenina elevada (Bolivia, Guatemala y Para-
guay), otro grupo de países (Chile y Costa Rica) presenta el fenómeno
inverso (CEPAL, 2005, anexo, cuadro 2.2, pág. 281, y cuadro 3,
págs. 284 y 285 7. Desde la teoría feminista, S. Wunderink-van Veen
7 Bolivia, Guatemala y Paraguay se encuentran entre los países con una mayor tasa de acti-
vidad femenina, que se empina en las áreas urbanas hasta cerca del 60 por ciento, pese a que la
fecundidad se sitúa en torno a cuatro hijos por mujer. Las tasas de Chile y Costa Rica son relati-
vamente bajas (algo superiores al 40 por ciento en las zonas urbanas), mientras que su fecundidad
está entre las más moderadas: 2,4 y 2,7 hijos por mujer, respectivamente.
Balance del progreso laboral de las mujeres en América Latina 403

(1997, págs. 17-35) critica el enfoque neoclásico de este asunto y


aboga por que se busquen otras explicaciones en el ámbito institu-
cional y cultural.

La tasa de actividad sube rápidamente, sobre todo


la de las mujeres más pobres
La pujante incorporación femenina al mercado de trabajo es una
tendencia de largo plazo que obedece, entre otros factores, al avance de
la escolaridad, al proceso de urbanización, a la disminución de la fecun-
didad y a la influencia de nuevos patrones culturales que favorecen la
autonomía de la mujer. Un importante fenómeno que se agrega a los
anteriores es el fuerte aumento del número de hogares encabezados
por mujeres, hasta llegar a representar entre el 19 y el 31 por ciento del
total, según los países; pero incluso esta estimación no refleja bien la
realidad, como comprobó Irma Arriagada tras estudiar la proporción
de hogares en donde la mujer es de hecho el sostén económico princi-
pal; utilizando este criterio, el peso de los hogares con jefatura femeni-
na aumenta hasta en 8 puntos porcentuales, como es el caso de México
(Arriagada, 2001, pág. 25).
Del mismo modo, la privatización de una serie de servicios y equi-
pamientos públicos, la creciente mercantilización de las relaciones en
diversos ámbitos de la sociedad y el asentamiento de nuevos patrones
de consumo crean la necesidad de contar con más ingresos, lo cual ha
dado lugar a un significativo aumento del número de «personas apor-
tantes» por hogar; en otras palabras, es cada vez mayor el número de
hogares en que dos o más miembros de la familia aportan recursos para
subvenir a sus necesidades básicas y alcanzar el nivel de consumo que
consideran adecuado.
A su vez, las repetidas crisis económicas que los distintos países
han experimentado son otro factor que ha impulsado la integración de
nuevos segmentos de la población femenina al mercado de trabajo para
contrarrestar el alza del desempleo masculino y la caída de los salarios
reales, y para aliviar la pobreza de su hogar. La lucha contra el empo-
brecimiento explica también el que un porcentaje significativo de las
mujeres que se han incorporado al trabajo remunerado durante las úl-
timas dos décadas lo hayan hecho en ocupaciones informales y de mala
calidad 8. Otro factor es el surgimiento de nuevas oportunidades de tra-
bajo que se abren especialmente para las mujeres en sectores como la
agricultura de exportación y la industria maquiladora. Sin embargo, la
mayor parte de la expansión de la ocupación femenina se debe al rápido
8 Hay que señalar que el fenómeno del deterioro de la calidad de los empleos en América
Latina durante el período estudiado no afecta sólo a las mujeres, sino al conjunto del mercado de
trabajo, aunque éstas enfrenten dificultades adicionales causadas por su condición de género
(Valenzuela y Reinecke, 2000, págs. 29-58).
404 Revista Internacional del Trabajo

crecimiento del empleo en las áreas donde ellas se concentran, princi-


palmente en el sector de servicios.
Como resultado de toda esta evolución histórica, entre 1990 y 2004
se incorporaron alrededor de 33 millones de mujeres a la fuerza de tra-
bajo en la región. Así, en 2004 las mujeres representan ya aproximada-
mente el 40 por ciento de la población económicamente activa urbana
de América Latina 9.
La tendencia histórica de las tres últimas décadas se confirma tam-
bién en la proporción de mujeres económicamente activas dentro de la
población femenina urbana en edad de trabajar: la tasa de actividad fe-
menina aumentó significativamente durante el período analizado, en
un ritmo similar al observado durante los años ochenta. Mientras tanto,
la tasa masculina ha declinado levemente, por lo que la diferencia entre
ambas tasas (la brecha entre hombres y mujeres) sigue reduciéndose.
La tasa femenina progresó del 39,0 por ciento en 1990 al 44,7 por ciento
en 2000, en tanto que la de los hombres se mantuvo bastante estable en
torno al 74 por ciento (cuadro 1). Según una estimación realizada por
la Comisión Económica de las Naciones Unidas para América Latina y
el Caribe (CEPAL), la tasa de actividad femenina total (urbana y rural)
en los países latinoamericanos aumentó de un 37,9 en 1990 a un 49,7 por
ciento en 2002, mientras que la masculina descendió de un 84,9 por
ciento a un 81,0 por ciento durante el mismo período (CEPAL, 2004,
pág. 158, cuadro III.5a). La tasa femenina sigue siendo inferior a la de

Cuadro 1. América Latina (doce países). Tasa de actividad urbana de hombres y


mujeres en 1990 y 2000, desglosada por nivel de ingreso del hogar
(en porcentaje)
1990 2000
Tasa Tasa Brecha Relación Tasa Tasa Brecha Relación
hombres mujeres hombres- mujeres/ hombres mujeres hombres- mujeres/
mujeres hombres b
a mujeres hombres b
a

Ingreso bajo 68,0 28,7 39,3 42 69,9 39,3 30,6 56


Ingreso medio 75,8 40,4 35,4 53 74,5 47,7 26,8 64
Ingreso alto 78,7 50,7 28,0 64 76,1 54,6 21,5 72
Total 74,4 39,0 35,4 52 74,6 44,7 29,9 60
a Diferencia en puntos porcentuales entre la tasa masculina y la femenina. b Tasa femenina en porcentaje de la
tasa masculina.
Notas: Los hogares están agrupados en tres categorías: el grupo de ingreso bajo (que corresponde al primer y
segundo quintil de la escala), el de ingreso medio (tercer y cuarto quintil) y el de ingreso alto (quinto quintil). Las
cifras son promedios ponderados de la Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, Honduras,
México, Panamá, Perú, Uruguay y Venezuela, países que suman el 90 por ciento de la población económica-
mente activa urbana de la región.
Fuentes: Tabulaciones con los datos de las encuestas de hogares de los doce países mencionados, realizadas
para el presente artículo por el Sistema de Información y Análisis Laboral (SIAL) de la OIT.

9 Estimaciones con cifras oficiales de doce países seleccionados, realizadas para el presente
artículo por el SIAL/OIT (véase la nota 1).
Balance del progreso laboral de las mujeres en América Latina 405

la mayoría de los países del mundo desarrollado 10, pero alcanza ya una
cifra significativa como resultado del crecimiento sostenido que comen-
zó en los años setenta.
Por otra parte, la tasa de actividad femenina urbana presenta enor-
mes diferencias de país a país, sin que exista una explicación clara al res-
pecto. La diferencia máxima era de 20 puntos en 1990 entre la República
Dominicana (la más alta) y México (la más baja), y había bajado a 16 pun-
tos en 2002 entre Guatemala (un 58 por ciento) y Chile (un 42 por cien-
to), lo que revela que hay un proceso de lenta convergencia (cuadro 2).

Cuadro 2. América Latina (dieciocho países). Tasa de actividad femenina urbana


en 1990 y 2002 (en porcentaje)
Tasa de actividad femenina Relación mujeres/hombres a
1990 2002 1990 2002

Cono Sur
Argentina b 38 48 50 64
Paraguay c 50 57 59 70
Brasil c 45 53 54 67
Chile d 35 42 48 57
Uruguay 44 50 58 69
Región Andina
Colombia e 48 57 59 72
Venezuela 38 55 49 65
Ecuador 43 53 54 65
Perú f/c 62 54 75 72
Bolivia g 47 57 64 74
Centroamérica y México
Costa Rica 39 46 50 60
Honduras 43 47 53 59
México g 33 45 43 57
Panamá e 43 54 58 68
El Salvador c 51 51 64 68
Guatemala g 43 58 51 68
Nicaragua h/c 44 52 62 63
República Dominicana i 53 53 62 68
a Relaciónentre la tasa de actividad económica de las mujeres y la de los hombres (tasa femenina en porcentaje de
la tasa masculina). b Cifras del Gran Buenos Aires. c 2001 en vez de 2002. d 2000 en vez de 2002. e 1991
en vez de 1990. f 1997 en vez de 1990. g 1989 en vez de 1990. h 1993 en vez de 1990. i 1992 en vez de
1990.
Fuentes: Datos nacionales compilados en CEPAL, 2004, anexo, cuadro 3, págs. 243 y 244. La relación mujeres/
hombres es de elaboración propia.

10 Las tasas de actividad de las mujeres de 15 años en adelante de algunos países desarrolla-
dos eran las siguientes en el año 2001: Alemania, 64,4 por ciento; Canadá, 71,5 por ciento; Estados
Unidos, 72,5 por ciento; Francia, 62,1 por ciento; Japón, 64,3 por ciento, y Reino Unido, 69,8 por
ciento (OIT, 2003b).
406 Revista Internacional del Trabajo

Inserción laboral y nivel de ingresos


La otra tendencia que se destaca en la década es que disminuye la
desigualdad de actividad económica entre las mujeres pobres y las de-
más. Hay circunstancias que dificultan la inserción y el desempeño labo-
ral de las mujeres pertenecientes a hogares de ingresos bajos: tienen más
hijos, poco nivel de instrucción, menos posibilidades de contar con ayuda
en los quehaceres domésticos y el cuidado de los niños, y un ambiente
menos favorable al trabajo de la mujer fuera del hogar, entre otras. Ade-
más, sólo logran acceder a una gama limitada de ocupaciones, caracteri-
zadas habitualmente por tener salarios bajos y condiciones de trabajo de-
ficientes y por carecer de protección social.
Como hemos señalado anteriormente, la tasa de actividad de las
mujeres latinoamericanas de bajos ingresos es significativamente infe-
rior al promedio femenino 11. En 1990 sólo llegaba a un 28,7 por ciento,
mientras que era del 40,4 por ciento en las mujeres de ingresos medios
y del 50,7 por ciento en las de los estratos altos. La diferencia se había
reducido significativamente en el año 2000, pues las cifras alcanzaban,
respectivamente, el 39,3 por ciento, el 47,7 por ciento y el 54,6 por cien-
to (cuadro 1). Entre los factores que explican esta tendencia cabe des-
tacar, como ya hemos apuntado, la creciente necesidad de los sectores
de bajos ingresos de contar con el aporte de más de un miembro de la
familia. A su vez, una parte importante del aumento de las tasas de ac-
tividad y de ocupación de las mujeres pobres se debe a que los segmen-
tos económicos que más se expandieron durante la década fueron el
servicio doméstico, el trabajo por cuenta propia y la microempresa, en
los que los empleos suelen ser de mala calidad. A pesar de ello, la re-
ducción del desnivel de actividad alivia parcialmente la desigualdad en-
tre las mujeres de distintos estratos de ingreso, por lo que es una evolu-
ción positiva. Sin embargo, la desigualdad dentro de la población
femenina sigue siendo muy honda, como se analizará a continuación.
Las mujeres pertenecientes a hogares de bajos ingresos tienen aún
un largo camino que recorrer para alcanzar una integración plena en el
mercado laboral. Son necesarias políticas públicas de apoyo para pro-
mover una equiparación de sus oportunidades con las de los hombres y
las de las mujeres de alto ingreso. En el caso de estas últimas, sus niveles
de instrucción y de ingreso (que muestran una correlación positiva), les
permiten contratar servicios de apoyo en sus labores domésticas, lo que
amplía significativamente sus posibilidades de inserción laboral. Una
de las razones de que haya tantas mujeres trabajando en el servicio do-

11 Para examinar la variación de la tasa de actividad de las mujeres según el nivel de ingreso
de sus hogares (cuadro 1), se consideró el ingreso de la familia a la cual pertenecen. Los hogares
fueron agrupados en tres categorías: el grupo de bajos ingresos (que corresponde al primer y
segundo quintil de la escala), el de ingresos medios (tercer y cuarto quintil) y el de ingresos altos
(quinto quintil).
Balance del progreso laboral de las mujeres en América Latina 407

méstico es justamente la incorporación de numerosas mujeres de los es-


tratos medio y alto al mercado laboral; es decir, muchas mujeres pobres
sólo encuentran una ocupación remunerada poniéndose al servicio de
las capas sociales más acomodadas.

Tasa de actividad y nivel educativo


Existe una clara relación entre el nivel de educación y la tasa de ac-
tividad. Duryea, Cox Edwards y Ureta concluyen en su estudio de die-
ciocho países de América Latina y el Caribe en los años noventa que el
aumento del nivel de instrucción de las mujeres explica el 30 por ciento
del crecimiento de la tasa de actividad femenina, en tanto que el 70 por
ciento restante se debe a incrementos de la inserción laboral de mujeres
que poseen determinados niveles de educación (2001, págs. 29-32 y 41) .
La tasa de actividad de hombres y mujeres se eleva a medida que
tienen un nivel educativo más alto. Sin embargo, este factor influye mu-
cho más en las mujeres: tener estudios medios y superiores amplía, en
una escala muy superior a lo que ocurre con los hombres, sus oportuni-
dades de inserción en el mundo laboral y su disposición a hacerlo.
Como se ve en el cuadro 3, la tasa de actividad urbana de las mujeres
del primer tramo (cero a cinco años de instrucción) alcanza el 35,5 por
ciento, mientras la de los hombres es del 65,5 por ciento; por otro lado,
la disparidad de la tasa femenina entre el tramo inferior y superior de
educación (35 puntos porcentuales) es muy superior a la observada en
los hombres (18,6 puntos porcentuales).
En 1990 la brecha entre hombres y mujeres era significativa en to-
dos los tramos de nivel de instrucción, pero disminuía en la medida en que
aumentaban los años de estudios: en las personas ocupadas que tenían de

Cuadro 3. América Latina (doce países). Tasa de actividad urbana de hombres y


mujeres por años de instrucción, en 1990 y 2000 (en porcentaje)
1990 2000
Tasa Tasa Brecha Relación Tasa Tasa Brecha Relación
hombres mujeres hombres- mujeres/ hombres mujeres hombres- mujeres/
mujeres a hombres b mujeres a hombres b

0-5 años 70,4 30 40,4 43 65,5 35,5 30 54


6-9 años 73,8 36,7 37,1 50 71,9 41,8 30,1 58
10-12 años 79,8 52,6 27,2 66 80,2 56,3 23,9 70
13 años y más 85,4 67,8 17,6 79 84,1 70,5 13,6 84
a Diferencia en puntos porcentuales entre la tasa masculina y la femenina. b Tasa femenina en porcentaje de la
tasa masculina.
Nota: Las cifras son promedios ponderados de la Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, Hon-
duras, México, Panamá, Perú, Uruguay y Venezuela, países que suman el 90 por ciento de la población econó-
micamente activa urbana de la región.
Fuentes: Tabulaciones con los datos de las encuestas de hogares de los doce países mencionados, realizadas
para el presente artículo por el Sistema de Información y Análisis Laboral (SIAL) de la OIT
408 Revista Internacional del Trabajo

cero a cinco años de escolaridad, la tasa de actividad femenina era menos


de la mitad que la de los hombres, mientras que en los tramos siguientes
se elevaba progresivamente. En 2000 la diferencia se reduce, pero sigue
siendo considerable.
Los promedios presentados en el cuadro 3 ocultan disparidades
notables de país a país. En la gran mayoría de los países de la región las
mujeres económicamente activas de las zonas urbanas poseen un nivel
educativo superior al de los hombres, con las excepciones de Bolivia, El
Salvador, Guatemala y Perú (CEPAL, 2004, anexo, cuadros 31.1 y 31.2,
págs. 321-324). Ahora bien, las diferencias entre mujeres son significa-
tivas. En las zonas urbanas de Bolivia, Brasil, El Salvador, Guatemala
y Nicaragua alrededor de un tercio de las mujeres económicamente ac-
tivas tiene menos de cinco años de estudio (y bordea el 70 por ciento en
zonas rurales). En el otro extremo están la Argentina, Chile, Costa Rica
y Panamá: alrededor de un tercio de la fuerza de trabajo femenina ur-
bana tiene estudios superiores a la enseñanza secundaria (ibíd.).
Por otra parte, el comportamiento de las mujeres con niveles simila-
res de instrucción es heterogéneo. Por ejemplo, Duryea, Cox Edwards y
Ureta (2001, págs. 26-28) comprueban que las mujeres que han finaliza-
do la enseñanza secundaria alcanzan una tasa de actividad superior al
promedio en el Uruguay, Brasil y República Bolivariana deVenezuela,
pero no logran resultados mejores en la Argentina, Chile y Costa Rica.

Más oportunidades de empleo para las mujeres


que para los hombres
La vigorosa integración laboral de las mujeres no es el único cambio
positivo que se verifica en el mercado de trabajo en la década de los años
noventa y comienzos del presente siglo, pues también mejoran sus opor-
tunidades de empleo en un ritmo superior a las que se abren para los
hombres. La ocupación femenina crece a una tasa anual del 4,4 por cien-
to, en tanto la masculina progresa un 2,9 por ciento (cuadro 4). Entre las
principales razones que explican este fenómeno está el crecimiento de los
empleos en el sector de servicios (desde un 71,2 por ciento del total de
ocupados en 1990 a un 75,1 por ciento en 2003), donde se concentra la
ocupación femenina, y la pérdida de empleos en sectores productivos con
mayoría masculina, como es el caso de la industria, la minería y la cons-
trucción, que pasaron del 28,8 por ciento de la ocupación total en 1990 al
25 por ciento en 2003 (véase más adelante el cuadro 9).

Se ahonda la brecha de desempleo entre hombres y mujeres


La situación laboral en América Latina sufrió un severo deterioro
de 1990 a 2004, que se tradujo en el aumento de la informalidad y del
desempleo. Para la fuerza de trabajo femenina, la consecuencia más ne-
Balance del progreso laboral de las mujeres en América Latina 409

Cuadro 4. América Latina (doce países). Variación anual de la tasa de ocupación


femenina urbana de 1990 a 2000 (en porcentaje)
Variación anual de la tasa de ocupación
Hombres Mujeres

América Latina 2,94 4,43


Cono Sur
Argentina 5,96 7,91
Brasil 1,02 2,05
Chile –0,92 2,49
Uruguay –1,72 –0,69
Región Andina
Colombia 0,99 2,68
Ecuador 6,47 8,64
Perú 2,98 5,57
Venezuela 4,6 7,1
Centroamérica y México
Costa Rica 3,27 4,25
Honduras 5,30 7,85
México 6,55 7,95
Panamá –0,12 3,95
Nota: Las cifras globales de América Latina expresan los promedios ponderados de los doce países selecciona-
dos, que suman el 90 por ciento de la población económicamente activa urbana de la región.
Fuentes: Tabulaciones con los datos de las encuestas de hogares de los doce países mencionados, realizadas
para el presente artículo por el Sistema de Información y Análisis Laboral (SIAL) de la OIT.

gativa fue el incremento de la tasa de desempleo abierto, que casi se du-


plicó en el conjunto de la región. Aun cuando hay importantes dispari-
dades entre países, en todos ellos – con la única excepción de El
Salvador – la desocupación femenina supera a la masculina (cuadro 5).
En 2004 se encontraban desocupadas 9,4 millones de mujeres de
las zonas urbanas, es decir, 6,8 millones más que en 1990, con enormes
diferencias dentro de la región. Las tasas de desocupación femenina
eran muy altas – levemente inferiores al 20 por ciento – en Venezuela,
Colombia y Argentina, mientras que países como México y El Salvador
registraban los niveles más bajos, en torno al 4 por ciento. Al contrario
de lo ocurrido con la tasa de actividad, la desigualdad entre hombres y
mujeres en materia de desempleo se agranda considerablemente du-
rante el período. Aunque el desempleo se agudiza tanto para ellos
como para ellas, lo hace de manera más grave para la fuerza de trabajo
femenina: de 1990 a 2004, la tasa de desempleo urbano masculina pasa
del 5,3 al 9,1 por ciento, mientras que la femenina sube del 6,5 al 13 por
ciento. Así, la «brecha de desempleo» entre mujeres y hombres aumen-
ta de 1,2 a 3,9 puntos porcentuales, y de cerca del 23 por ciento a casi
un 30 por ciento (cuadro 5).
410 Revista Internacional del Trabajo

Cuadro 5. América Latina (quince países). Tasa de desempleo urbano por sexo
en 1990 y 2004 (en porcentaje)
Hombres Mujeres Diferencia
porcentual a
1990 2004b 1990 2004b 1990 2004b

América Latina 5,3 9,1 6,5 13,0 22,6 29,2


Cono Sur
Argentina 7,2 12,6 7,6 17,1 5,6 35,7
Bolivia c 6,8 7,3 7,8 10,3 14,7 41,1
Brasil d 4,8 9,5 4,9 14,8 2,0 55,8
Chile 6,6 8,3 9,2 10,8 39,4 30,1
Paraguay e 6,6 10,5 6,5 12,2 –1,5 16,2
Uruguay 7,3 11,1 11,8 15,7 61,6 41,4
Región Andina
Colombia 8,3 13,5 14,7 18,7 77,1 38,5
Ecuador e 4,3 9,4 9,1 14,9 11,6 58,5
Perú 6,5 8,4 11,4 11,2 75,4 33,3
Venezuela 11,4 14,1 10,4 19,1 –9,6 35,5
Centroamérica y México
Costa Rica 4,9 5,8 6,2 8,2 26,5 41,4
El Salvador 10,1 8,8 9,8 3,7 –3,1 –37,8
Honduras e 9,6 7,1 5,2 7,7 –84,6 8,5
México 2,6 3,6 3,0 4,3 15,4 19,4
Panamá d/e 12,8 13,2 22,6 19,6 76,6 48,5
a Diferencia, medida en porcentaje, entre la tasa de desempleo femenina y la tasa masculina. b Promedio de
los tres primeros trimestres de 2004. c 2002 en vez de 2004. d 1991 en vez de 1990. e 2003 en vez de
2004.
Nota: Las cifras globales de América Latina son promedios ponderados de los quince países seleccionados,
que suman el 92 por ciento de la población económicamente activa urbana de la región, calculadas mediante
tabulaciones realizadas para este artículo por el Sistema de Información y Análisis Laboral (SIAL) de la OIT.
Fuente: Datos de las encuestas de hogares nacionales publicados en OIT, 2004a, cuadro 2-A, págs. 92 y 93.

La evolución de la tasa de desempleo durante este período no fue


lineal. Sus puntos más altos se produjeron a mediados de los años no-
venta y principios de la década del 2000, como consecuencia de las crisis
económicas que sufrió la región. En los países más afectados por la re-
cesión, el desempleo masculino creció más que el femenino, pero remi-
tió también con mayor rapidez 12. Esto se debe a que las mujeres ingre-
san y salen de las ocupaciones remuneradas de modo más flexible, ya
que su oferta se adapta más elásticamente a la magnitud de la demanda.

12 Éste fue, por ejemplo, el caso de la Argentina, donde la tasa de desocupación masculina
urbana superó levemente a la femenina durante los peores años de la crisis económica (2001 y
2002); pero después disminuyó a un ritmo mucho mayor durante la recuperación económica, de
modo que, en el primer semestre de 2005, se situaba en el 10,8 por ciento, mientras que la desocu-
pación femenina era del 14,8 por ciento (OIT, 2005, cuadro 2-A, págs. 92 y 93).
Balance del progreso laboral de las mujeres en América Latina 411

En América Latina, el desaliento y el desempleo oculto que se propa-


gan en los períodos de alto desempleo tienden a afectar en mayor me-
dida a las mujeres, pues para ellas es culturalmente más aceptable estar
en la posición de «inactivas» al frente de su casa.
Los datos indican que, a pesar de esta influencia de las ideas tradi-
cionales, un porcentaje creciente de mujeres atribuye una gran impor-
tancia a su inserción laboral, o sea, a la posibilidad de obtener un ingre-
so a partir de su trabajo. Las mujeres desean una inserción laboral más
prolongada y estable: el hecho de que crezcan sus tasas de actividad,
ocupación y desempleo indica que, aun en condiciones adversas, segui-
rán buscando activamente un trabajo.

Brecha de desempleo y nivel de ingresos


El desempleo tiene una relación inversa al nivel de ingresos del ho-
gar. Tanto para hombres como para mujeres, las mayores tasas de de-
sempleo se registran en los estratos bajos, e inversamente, los hogares
más ricos tienen una menor proporción de trabajadores desocupados.
La tasa de desempleo de las mujeres en 2002 era mayor que la de
los hombres en prácticamente todos los estratos de ingreso. Sin embar-
go, las diferencias de género se veían ampliamente superadas por las di-
ferencias económicas medidas por el ingreso de los hogares. Aunque
las mujeres pobres eran las que tenían mayores necesidades de percibir
ingresos, sus tasas de desempleo eran las más altas. Aproximadamente
una de cada cinco mujeres pobres que deseaban y necesitaban una ocu-
pación remunerada no encontraban trabajo, a pesar de estar buscándo-
lo activamente (cuadro 6). Esta situación trae consigo secuelas negati-
vas para estas mujeres y sus familias. Un período largo de desempleo
socava su autoestima y puede llevarles a aceptar sueldos muy bajos en
puestos muy precarios o al desaliento y la inactividad económica, con el
peligro consiguiente de reproducir el círculo de pobreza de sus hogares.
Además del alto desempleo, las mujeres pertenecientes a los es-
tratos de menores ingresos tienen una mayor brecha de desempleo con
respecto a los hombres que las mujeres de los estratos medio y acomo-
dado. Mientras que la tasa de desempleo del conjunto de las mujeres de
la región era casi un 30 por ciento más alta que la masculina, en el caso
de las más pobres la cifra era de un 47 por ciento superior.

La estructura del empleo femenino


La evolución económica de las últimas dos décadas en América La-
tina y el nuevo escenario mundial han transformado la estructura del em-
pleo, aunque de una manera desigual en los distintos grupos de traba-
jadores y trabajadoras. Aunque la región ha padecido históricamente
altos niveles de informalidad, este fenómeno se ha agravado durante los
412 Revista Internacional del Trabajo

Cuadro 6. América Latina (doce países). Tasa de desempleo de las personas


del estrato más pobre a en 2002 (en porcentaje)
Hombres Mujeres Diferencia
porcentual b

América Latina 13,1 18,2 47,2


Cono Sur
Argentina 27 28,6 5,9
Brasil 11,7 17,1 46,2
Chile 16,1 23,7 47,2
Uruguay 13,5 24,5 81,5
Región Andina
Colombia 24,1 36,2 50,2
Ecuador 7,3 17,4 138,4
Perú 10,2 12,3 20,6
Venezuela 17,8 21,1 18,5
Centroamérica y México
Costa Rica 7,3 14,1 93,2
Honduras 2,9 3,6 24,1
México 2,4 3,5 45,8
Panamá 14,3 33,1 131,5
a El estrato más pobre es el grupo de hogares de ingreso bajo, que corresponde al primer y el segundo quintil de
la escala. b Diferencia, medida en porcentaje, entre la tasa de desempleo femenina y la tasa masculina dentro
del estrato más pobre de la población activa.
Nota: Las cifras globales de América Latina son promedios ponderados de los doce países seleccionados, que
suman el 90 por ciento de la población económicamente activa urbana de la región.
Fuentes: Tabulaciones con los datos de las encuestas de hogares de los doce países mencionados, realizadas
para el presente artículo por el Sistema de Información y Análisis Laboral (SIAL) de la OIT.

últimos decenios, trayendo aparejados efectos nocivos desde una pers-


pectiva de género (Benería, 2005, capítulo 3). Además del aumento pro-
nunciado de la informalización del empleo, se han establecido fronteras
nuevas y cada vez más difusas entre el sector formal y el informal, gene-
rándose una zona gris de trabajos por cuenta propia que son, en realidad,
empleos dependientes encubiertos y que carecen de protección social.

Sobre representación de mujeres en el sector informal


En América Latina aproximadamente la mitad de las ocupadas se
ubica en 2003 en el sector informal (cuadro 7) 13, distribuidas del modo
13 De conformidad con la definición vigente, el sector informal es muy amplio, ya que
abarca el trabajo por cuenta propia (sin los niveles profesional y técnico), el trabajo familiar no
remunerado, el servicio doméstico y todas las personas (empleadoras o asalariadas) ocupadas en
microempresas (establecimientos de hasta cinco trabajadores). Los criterios de medición del sector
informal figuran en la «Resolución sobre las estadísticas del empleo en la economía informal», adop-
tada por la decimoquinta Conferencia Internacional de Estadísticos del Trabajo, que está disponible
en: <www.ilo.org/public/spanish/bureau/sts/res/infsec.htm>.
Balance del progreso laboral de las mujeres en América Latina 413

Cuadro 7. América Latina (doce países). Porcentaje de la población femenina y


masculina no agrícola ocupada en el sector informal en 1990 y 2003
1990 2003 Brecha
mujeres-hombres a
Hombres Mujeres Hombres Mujeres 1990 2003

América Latina 39,4 47,4 44,1 50,1 8,0 6,0


Cono Sur
Argentina 49,8 55,5 47,2 45,6 5,7 –1,6
Brasil 36,1 47,6 40,5 49,8 11,5 9,3
Chile 33,5 45,9 34,2 45,9 12,4 11,7
Uruguay 33,7 46,6 37,1 41,6 12,9 4,5
Región Andina
Colombia 45,1 46,6 59,0 64,2 1,5 5,2
Ecuador 51,7 62,1 52,4 62,1 10,4 9,7
Perú 46,3 62,9 51,0 62,2 16,6 11,2
Venezuela 38,3 39,3 51,7 56,6 1,0 4,9
Centroamérica y México
Costa Rica 37,7 47,5 39,2 49,8 9,8 10,6
Honduras 45,1 72,0 52,5 66,6 26,9 14,1
México 37,6 39,9 41,4 42,5 2,2 1,1
Panamá 34,6 38,0 40,9 45,0 3,4 4,1
a Diferencia en puntos porcentuales entre los porcentajes de mujeres y de hombres ocupados en la economía
informal
Nota: Las cifras globales de América Latina son promedios ponderados de los doce países seleccionados, que
suman el 90 por ciento de la población económicamente activa urbana de la región.
Fuente: Elaboración propia con datos de las encuestas de hogares nacionales publicados en OIT, 2004a, cua-
dro 6-A, págs. 97-101.

siguiente: el trabajo por cuenta propia, 23,2 por ciento del total de la
ocupación femenina, la microempresa, 11,4 por ciento, y el servicio do-
méstico, 15,5 por ciento. La informalidad dentro de la población ocupa-
da masculina es menor, de un 44,1 por ciento, y se concentra en sólo dos
segmentos: el trabajo por cuenta propia, 24,0 por ciento, y la microem-
presa, 19,3 por ciento (OIT, 2004a, cuadro 6-A, págs. 97-101). La «bre-
cha de informalidad» entre mujeres y hombres ha descendido de 8 a
6 puntos porcentuales entre 1990 y 2003.
A los patrones de desigualdad de género se agregan las discrimi-
naciones étnicas, constituyéndose en fenómenos que se influyen mu-
tuamente, por lo que son las mujeres pertenecientes a los grupos étni-
cos y raciales descendientes de africanos y de los pueblos originarios las
que sufren más exclusión y desvalorización social (véanse Tomei, 2003,
págs. 448-450, y Fugazza, 2003, págs. 571-573). Son muy numerosas en
los trabajos más precarios y peor remunerados, y están muy concentra-
das en el sector informal. Así, por ejemplo, en el Brasil un 71 por ciento
414 Revista Internacional del Trabajo

de las mujeres negras trabaja en el sector informal, proporción mayor


que la de los hombres negros (65 por ciento), las mujeres blancas
(61 por ciento) y los hombres blancos (48 por ciento) (Abramo, 2005,
pág. 110). En un estudio sobre Guatemala se comprobó que, en el año
2000, la población indígena registraba un índice de pobreza extrema del
20,1 por ciento, cuatro veces superior al de la población no indígena, y
que sólo un 10,6 de los ocupados indígenas trabajaba en el sector for-
mal, frente a un 31,8 por ciento de los ocupados no indígenas (Sauma,
2004, cuadros 3 y 12, págs. 146 y 160). Por su parte, Tomei (2005, págs.
56 y 57) concluye que, aunque hay un porcentaje desproporcionado de
hogares indígenas dentro de la población más pobre, las políticas de
combate a la pobreza no siempre reconocen que la discriminación étni-
ca y de género es una de las raíces de la exclusión social que padecen.

La «informalización» del empleo masculino


es más acentuada
En los años noventa aumentó la informalización del trabajo tanto
de hombres como de mujeres, ya que la mayoría de los nuevos empleos
se creó en el sector informal. Sin embargo, el proceso de informaliza-
ción fue más intenso en el caso de los hombres, lo que significa que la
«brecha de informalidad» entre hombres y mujeres se redujo en el pe-
ríodo considerado. De 1990 a 2003, las ocupaciones informales aumen-
taron en 2,7 puntos porcentuales dentro del empleo femenino (del 47,4
al 50,1 por ciento del total) y en 4,7 puntos porcentuales dentro del em-
pleo masculino (del 39,4 al 44,1 por ciento del total) (cuadro 7).
El alza de la informalidad entre los hombres se debió en buena
medida a la destrucción de puestos de trabajo en algunos sectores in-
dustriales donde había una gran predominancia masculina y al estanca-
miento del empleo en grandes empresas que sustituyeron a muchos
trabajadores por capital y tecnología. Como consecuencia de ello, alre-
dedor del 38 por ciento de los nuevos empleos masculinos son trabajos
por cuenta propia. Las mujeres, en cambio, se han beneficiado de los
puestos surgidos en sectores «feminizados» de empresas formales, par-
ticularmente en el comercio y los servicios. De tal modo, la economía
formal generó casi la mitad de los nuevos empleos femeninos, convir-
tiéndose en una fuente de nuevas ocupaciones más fecunda para las
mujeres que para los hombres.

Las mujeres ocupan los peores empleos


del sector informal
La calidad del empleo de las mujeres al interior del sector informal
es inferior a la de los hombres: sus ingresos son más bajos, cuentan con
menor cobertura de seguridad social y son mayoría en los segmentos
Balance del progreso laboral de las mujeres en América Latina 415

más precarios, como el servicio doméstico y el trabajo familiar no remu-


nerado. Poco más de un quinto de las ocupadas latinoamericanas son
trabajadoras por cuenta propia o trabajan «ayudando» al cónyuge o a
los padres sin recibir remuneración. En las zonas urbanas, más del
60 por ciento de los familiares no remunerados son mujeres y se estima
que esta categoría constituye de un 2 a un 11 por ciento de la ocupación
femenina (CEPAL, 2004, cuadros III.6 y III.7, págs. 160 y 161).
Una parte importante de las mujeres urbanas ocupadas, desde
más de un 15 por ciento en la Argentina hasta más del 50 por ciento en
Honduras, se ubica en el segmento de trabajadores independientes, en
diversas formas de trabajo por cuenta propia (cuadro 8). Debido a sus
bajas calificaciones y escaso capital, se desempeñan en negocios de
poca productividad, generalmente en el nivel de sobrevivencia. En la
mayoría de los países, sus ingresos son tan bajos que apenas alcanzan

Cuadro 8. América Latina (quince países). Estructura del empleo urbano informal
en 2003 (en porcentaje)
Total sector Trabajo Microempresa Servicio doméstico
informal por cuenta propia
Hombres Mujeres Hombres Mujeres Hombres Mujeres Hombres Mujeres

América Latina 44,1 50,1 24,0 23,2 19,3 11,4 0,7 15,5
Cono Sur
Argentina 47,2 45,6 22,4 15,6 24,5 13,3 0 16,7
Brasil 40,5 49,8 22,7 18,8 16,9 10,9 0,9 20,1
Chile 34,2 45,9 22,2 19,4 11,7 9,7 0,2 16,8
Paraguay 56,3 68,6 27,5 33,3 26,9 11,2 1,9 24,1
Uruguay 37,1 41,6 21,5 12,6 13,9 8,6 1,7 20,4
Región Andina
Colombia 59,0 64,2 38,6 38,7 19,9 12,6 0,5 12,8
Ecuador 52,4 62,1 28,2 36,9 23,8 13,4 0,4 11,2
Perú 51,0 62,2 31,0 38,9 19,5 11,0 0,5 12,4
Venezuela 51,7 56,6 29,3 37,6 22,2 12,0 0,2 7,0
Centroamérica y México
Costa Rica 39,2 49,8 15,5 22,0 23,1 15,2 0,6 12,6
El Salvador 44,2 64,8 20,3 44,3 22,6 10,1 1,3 10,3
Honduras 52,5 66,6 31,3 50,6 20,2 7,2 1,0 8,8
México 41,4 42,5 18,9 20,6 21,6 11,4 0,9 10,5
Nicaragua 54,7 61,3 30,1 38,0 24,6 23,3 0 0
Panamá 40,9 45,0 26,8 21,7 12,7 8,0 1,4 15,4
Notas: Los porcentajes están calculados sobre el total del empleo urbano. Por razones de espacio, no figuran
en el cuadro las cifras del sector urbano formal, al que pertenecía en 2003 el 49,9 por ciento de las mujeres y el
55,9 por ciento de los hombres ocupados de las zonas urbanas. Las cifras globales de América Latina son pro-
medios ponderados de los quince países seleccionados.
Fuente: OIT, 2004a, cuadro 6-A, págs. 97-101.
416 Revista Internacional del Trabajo

para cubrir el costo de dos canastas básicas de alimentos, por lo que las
dejan atrapadas en el círculo vicioso de la pobreza.
El servicio doméstico sigue absorbiendo un porcentaje bastante
grande de la ocupación femenina en la región, un 15,5 por ciento del to-
tal, y su peso viene aumentando. En 2003, variaba del 7 por ciento de
la ocupación femenina en Venezuela al 24,1 por ciento en el Paraguay.
El servicio doméstico es el segmento del empleo que cuenta con los ni-
veles más bajos de remuneración y protección social, además de que se
rige por un régimen jurídico especial que les reconoce menos derechos
que al resto de los trabajadores. Un alto porcentaje de las mujeres ocu-
padas en el servicio doméstico en América Latina son indígenas o afro-
descendientes, y en algunos países, también migrantes. Muchas de ellas
enfrentan situaciones de doble o triple discriminación.
En la microempresa, las mujeres están subrepresentadas tanto en-
tre los propietarios como entre los asalariados. Aunque creció signifi-
cativamente el número de empleadoras de microempresa a lo largo del
período, el peso de este segmento en el total de la ocupación urbana fe-
menina es todavía muy bajo, según datos del año 2002, pues fluctúa en-
tre el 1,3 por ciento del Brasil y Panamá y el 3,7 por ciento de Costa Ri-
ca, cifras muy inferiores a las masculinas, que van del 2,4 por ciento al
6,2 por ciento en los mismos países (CEPAL, 2005, anexo, cuadros 11.1
y 11.2, págs. 310-312). Las microempresarias sufren diversas desventa-
jas asociadas a su condición de género. Están, además, muy concentra-
das en unos pocos rubros tradicionalmente «femeninos», altamente sa-
turados y poco valorizados; en comparación con los hombres, sus
negocios operan con menores niveles de capital y tecnología, por lo que
sus logros económicos son menores.
Los asalariados constituyen la vasta mayoría de los ocupados en la
microempresa. En casi todos los países de la región, el trabajo asalaria-
do en las microempresas absorbe del 10 al 20 por ciento de la ocupación
urbana masculina y menos del 10 por ciento de la femenina (ibíd.). Sin
embargo, la brecha entre hombres y mujeres es mucho mayor en la ca-
tegoría de dueños de microempresas, lo cual indica que éstas tropiezan
con menos obstáculos para ser admitidas como asalariadas que para ha-
cerse microempresarias.

Seis de cada diez nuevos empleos son generados


en el sector informal
Entre 1990 y 2003 se estima que seis de cada diez nuevos puestos
de trabajo de la región fueron generados por el sector informal (OIT,
2004a, pág. 14).
En algunos países como Venezuela, Brasil, Uruguay y Colombia,
la evolución del empleo masculino fue muy negativa, ya que, además de
que casi todos los nuevos empleos se generaron en la economía infor-
Balance del progreso laboral de las mujeres en América Latina 417

mal, hubo una importante destrucción de empleos formales, sobre todo


en Venezuela, Brasil y Uruguay. El empleo femenino tuvo un compor-
tamiento menos desigual en los distintos países de la región. En un gru-
po formado por Colombia, Ecuador, Perú, Venezuela y Costa Rica el
proceso de informalización del empleo de las mujeres fue más intenso,
pero en todos los países éstas consiguieron nuevos puestos de trabajo
en el sector formal.
El crecimiento del número de empleos del sector informal ocupa-
dos por hombres obedeció principalmente al aumento de los trabajado-
res por cuenta propia. La mitad de los nuevos puestos de trabajo mas-
culinos en la región son de esta categoría, y los países más castigados
por la pérdida de empleos formales (Venezuela, Brasil, Uruguay y Co-
lombia) arrojan cifras superiores al promedio regional, lo cual indica
que muchos trabajadores del sector formal, en su mayoría asalariados,
se han visto obligados a buscar la manera de establecerse por su cuenta
tras haber perdido el trabajo que ejercían.
Por el lado de las mujeres, la expansión del empleo informal en el
conjunto de la región se reparte más parejamente entre las diversas ca-
tegorías. Los puestos en microempresas crecieron en un 15 por ciento.
Las trabajadoras por cuenta propia aumentaron en un 20 por ciento y
son ya más numerosas que las ocupadas en la microempresa. El servicio
doméstico, por su parte, generó el 22 por ciento de los nuevos empleos
desempeñados por mujeres; en el Brasil superó con creces el promedio
regional, generando casi la mitad de los nuevos empleos femeninos, y
sólo se estancó en Honduras, donde se produjo un importante aumento
del empleo femenino en el sector industrial, debido probablemente a
los puestos creados en la industria maquiladora (OIT, 2004a, cua-
dros 6-A y 7-A págs. 97-107).

Crece el empleo en el sector terciario, sobre todo el femenino


El 85,1 por ciento del empleo femenino no agrícola latinoameri-
cano está en el sector terciario; el sector industrial sólo absorbe al
14,9 por ciento de las mujeres ocupadas, seguido por los sectores fi-
nanciero (4,0 por ciento) y de transporte y comunicaciones (1,7 por
ciento). Más de la mitad del total, un 50,7 por ciento, trabaja en el sec-
tor de servicios comunales, sociales y personales, y casi un tercio, el
28,6 por ciento, en el comercio (cuadro 9). El sector terciario también
concentra la mayoría de la ocupación masculina, aunque en menor
proporción: un 67,8 por ciento, ya que la industria manufacturera y
la construcción dan el sustento a una tercera parte de los ocupados de
la región.
Las mujeres están subrepresentadas en el sector industrial, es decir,
tienen en él una presencia inferior a la que registran en el conjunto de
la fuerza de trabajo, como consecuencia de un proceso que comenzó en la
418 Revista Internacional del Trabajo

Cuadro 9. América Latina. Empleo no agrícola según rama de actividad económica


y sexo en 1990 y 2003 (en porcentaje)
1990 2003
Total Hombres Mujeres Total Hombres Mujeres

Total 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0

Sector bienes 28,8 36,2 16,9 25,0 32,4 14,9


Industria manufacturera, minería,
electricidad y agua 21,7 25,0 16,3 18,9 21,9 14,5
Construcción 7,1 11,1 0,6 6,1 10,5 0,4
Sector servicios 71,2 63,3 83,0 75,1 67,8 85,1
Comercio 24,0 23,1 25,4 28,0 27,8 28,6
Transporte a 5,7 8,3 1,4 6,8 10,5 1,7
Establecimientos financieros b 5,0 5,2 4,7 4,7 5,3 4,0
Servicios c 36,2 26,7 51,4 35,4 24,0 50,7
Actividades no bien especificadas 0,4 0,5 0,2 0,1 0,1 0,1
a Abarca el transporte, el almacenamiento y las comunicaciones. b Establecimientos financieros, seguros, bie-
nes inmuebles, servicios prestados a las empresas y el subsector de viviendas. c Abarca los servicios comuna-
les sociales y personales.
Nota: Las cifras son promedios ponderados de los veinte países considerados
Fuente: Datos de las encuestas de hogares de veinte países latinoamericanos publicados en OIT, 2004a, cua-
dro 7-A, págs. 102-107.

década de los años ochenta en casi todos los países de la región. Hondu-
ras es una excepción destacada, ya que la expansión de las empresas ma-
quiladoras ha impulsado el empleo industrial 14 y ha propiciado un au-
mento significativo de la proporción de mujeres ocupadas en el sector
formal (aun cuando sigue siendo muy baja).
La reducción de la capacidad de generación de empleo – femenino
y masculino – en el sector industrial es una tendencia que marcó la dé-
cada de los noventa. Sin embargo, no deben olvidarse las transforma-
ciones que han ocurrido en la estructura y funcionamiento de la indus-
tria manufacturera: muchas de las tareas que antes se hacían dentro de
la empresa hoy son subcontratadas, a la vez que han surgido diversos
servicios que sustituyen o refuerzan a partes del proceso productivo in-
dustrial. Por lo tanto, se produce un incremento en la generación de
empleo del sector servicios que obedece a esos nuevos requerimientos
de la industria.
Las trabajadoras continúan teniendo en el sector de servicios las
mayores posibilidades de trabajo y son cada vez más numerosas en ci-

14 De 1990 a 2003, el sector industrial hondureño pasó de absorber un 23,9 por ciento de la
ocupación femenina a un 27,5 por ciento, mientras que perdió importancia en el empleo mascu-
lino, que cayó de un 26 por ciento a un 24,2 por ciento durante el mismo período (OIT, 2004a, cua-
dro 7-A, pág. 104).
Balance del progreso laboral de las mujeres en América Latina 419

fras absolutas y relativas, especialmente en el comercio y en los servi-


cios comunales, personales y sociales. La creciente entrada de mujeres
a sectores ya «feminizados» (sin desconocer que también se están incor-
porando a sectores económicos, ocupaciones y categorías tradicional-
mente masculinos) permite suponer que no ha habido una alteración
importante en la segregación profesional por sexo 15.
En casi todos los países estudiados (excepto Honduras) se registró
un aumento de la proporción de mujeres en el sector de servicios. Los
mayores aumentos de la ocupación femenina en este sector acaecieron,
de manera coincidente, en los países en que más cayó el empleo de mu-
jeres en la industria (Uruguay, Costa Rica y Colombia), lo cual podría
deberse tanto a la subcontratación de servicios por parte del sector in-
dustrial como a la absorción en los servicios de mano de obra expulsada
de la industria.

Remuneración: disminuye moderadamente la brecha


entre hombres y mujeres
La diferencia de ingresos entre hombres y mujeres en América
Latina aún es muy marcada, en especial en el sector informal. Las mu-
jeres reciben menos ingresos que los hombres en todos los segmentos
del mercado de trabajo. En el sector formal, los ingresos mensuales de
las mujeres sólo llegan, en promedio, al 75 por ciento de los ingresos
masculinos; en el sector informal la proporción se reduce a poco más de
la mitad: un 55 por ciento 16 (OIT, 2001, cuadro 2, pág. 35).
Sin embargo, la brecha de ingresos entre hombres y mujeres se re-
duce moderadamente, en 7 puntos porcentuales, entre 1990 y 2000
(cuadro 10). En 1990 ellas ganaban mensualmente en promedio un 59
por ciento de lo percibido por los hombres, cifra que sube a un 66 por
ciento en el 2000. A pesar de esta disminución, el diferencial de ingresos
entre los sexos es todavía muy alto en América Latina, superior al que
se registra en otras regiones del mundo (OIT, 2004b, págs. 33-38).
La brecha de ingresos entre hombres y mujeres se redujo de mane-
ra dispar según el segmento ocupacional y fue más pronunciada en las
ocupaciones informales que en las formales. La disparidad, que es gran-
de en todos los segmentos ocupacionales, alcanza la mayor magnitud en

15 Gálvez (2001, págs. 33-35 y 65-68) calculó el índice de segregación ocupacional en cinco
países de América Latina y comprobó que, si bien registró una leve disminución en los años pre-
cedentes – excepto en el Brasil –, todavía era muy alto.
16 Al agregar el factor de etnia y raza, las brechas son todavía mayores. Laís Abramo (2005,
pág. 103) concluye en un estudio sobre el Brasil que las mujeres perciben en promedio un 79 por
ciento del ingreso por hora de los hombres. Sin embargo, las mujeres negras ganan apenas un 39
por ciento de los ingresos de los hombres blancos por hora trabajada. La diferencia se mantiene
en los niveles superiores de escolaridad (más de quince años de instrucción): las mujeres negras
perciben un 46 por ciento de los ingresos de los hombres blancos.
420 Revista Internacional del Trabajo

Cuadro 10. América Latina (quince países). Ingreso mensual promedio femenino en
porcentaje del masculino en los sectores no agrícolas en 1990 y 2000
1990 2000 Variación en la década a

América Latina 59 66 7
Cono Sur
Argentina — 72 —
Brasil b 53 61 8
Chile c 61 65 4
Paraguay c 57 67 10
Uruguay d/b 57 64 7
Región Andina
Colombia e 74 75 1
Ecuador c 66 65 –1
Perú 59 70 11
Venezuela f/b 72 74 2
Centroamérica y México
Costa Rica 69 73 4
El Salvador f/b 64 68 4
Honduras b 52 58 6
México 68 71 3
Panamá 79 78 –1
Nicaragua g/b 53 67 14
a El signo negativo (–) indica que aumenta la brecha entre los ingresos mensuales de hombres y de
mujeres. b 1999 en vez de 2000. c 1998 en vez de 2000. d 1991 en vez de 1990. e 1992 en vez de
1990. f 1994 en vez de 1990. g 1993 en vez de 1990.
Nota: Las cifras globales de América Latina son promedios ponderados de los quince países latinoamericanos
mencionados, que suman el 92 por ciento de la población económicamente activa no agrícola de la región.
Fuente: OIT, 2001, cuadro 2, pág. 35.

el trabajo por cuenta propia, en donde las mujeres ganan poco más de la
mitad que los hombres: un 57,0 por ciento en promedio; ello tal vez se de-
ba, entre otras razones, a que muchas de ellas trabajan como familiares
no remunerados o a tiempo parcial (OIT, 2001, cuadro 2, pág. 35).
Además, existe también desigualdad de remuneraciones entre las
mujeres en todos los segmentos del empleo. Las ocupadas en el sector
informal ganan menos de la mitad (44 por ciento) de las que trabajan
en el sector formal, mientras que este porcentaje alcanza un 65 por cien-
to en el caso de los hombres (OIT, 1999, pág. 21). Al interior de la mi-
croempresa hay también importantes diferencias entre los ingresos de
empleadoras y de asalariadas. Los ingresos de estas últimas son simila-
res a los de las trabajadoras por cuenta propia y sólo levemente supe-
riores a los de las empleadas del servicio doméstico en la mayoría de los
países; este último constituye en todos los países el segmento peor re-
munerado (CEPAL, 2004, cuadro 12.2, págs. 276 y 277).
Balance del progreso laboral de las mujeres en América Latina 421

Brecha de ingresos según el nivel educativo


Existe una relación directa entre el nivel de escolaridad y los in-
gresos del trabajo, tanto en el caso de los hombres como en el de las mu-
jeres. Sin embargo, un nivel superior de escolaridad no garantiza a las
mujeres la equiparación de ingresos con los hombres; al contrario, la
brecha salarial más pronunciada se verifica justamente en las personas
con estudios postsecundarios.
Por lo general, hasta los doce años de instrucción (secundaria
completa), la brecha de ingresos entre los sexos se mantiene similar al
promedio nacional o por debajo del mismo. A partir de ahí la brecha
aumenta, en especial en el último tramo, es decir, el de las personas con
16 años y más de estudios. En todos los países de la región, las mujeres
con educación postsecundaria perciben ingresos significativamente in-
feriores a los hombres con credenciales educativas semejantes. En seis
países (Argentina, Chile, Brasil, Ecuador, Guatemala y Nicaragua) esta
brecha es muy profunda, pues las mujeres sólo perciben alrededor de la
mitad de los ingresos que ganan los hombres de este nivel educativo
(CEPAL, 2004, cuadro 10, págs. 264 y 265).
El hecho de que la brecha de ingresos entre hombres y mujeres
sea más pronunciada en los estratos superiores de educación está rela-
cionado con la segmentación profesional por género existente en el
mercado de trabajo. Por un lado, aún es muy marcada la concentración
de las mujeres con estudios postsecundarios en ramas productivas y
grupos ocupacionales en los cuales los salarios promedio son más bajos
(por ejemplo, enfermeras y maestras de escuela). Por otro lado, sus di-
ficultades de ascenso y promoción en las carreras profesionales aún
son significativamente mayores que para los hombres. Si bien los sala-
rios «de entrada» son relativamente equilibrados, se van distanciando
en la medida en que los unos tienen más oportunidades que las otras
de ascenso profesional. Por esto, el punto más elevado de la brecha por
sexo se sitúa en la mayoría de los países de la región en el tramo de
los 45-54 años, cuando se logran los ingresos más altos de la trayectoria
laboral 17.

17 El comportamiento en los países de la Organización de Cooperación y Desarrollo Eco-


nómicos (OCDE) en esta materia es dispar, aunque en la mayoría la brecha por sexo dentro de la
población ocupada con educación universitaria tiende a aumentar con la edad. Por ejemplo, en
Italia las mujeres con educación universitaria de 30-44 años de edad percibían alrededor de un
60 por ciento de los ingresos de sus pares masculinos, cifra que cae a menos del 40 por ciento en el
tramo de 55-64 años. En el Reino Unido, en cambio, la brecha disminuye con la edad, situándose
para ambos tramos en torno al 55 por ciento y el 75 por ciento, respectivamente (Wirth, 2002, grá-
fico 1.9, pág. 44).
422 Revista Internacional del Trabajo

La brecha de protección social


Los nuevos métodos de organización de la producción han modi-
ficado las relaciones laborales y la regularidad del uso de la fuerza de
trabajo, y han aumentado la proporción de trabajadores sin protección
social. En consecuencia, ha disminuido el ámbito del mercado laboral
protegido por las leyes del trabajo en perjuicio tanto de los hombres
como de las mujeres.
Un elemento importante de la protección de los trabajadores es el
acceso a las distintas ramas de la seguridad social, entre ellas la jubila-
ción, la atención de salud y la licencia en caso de enfermedad (que es
muy importante para las mujeres, pues incluye, entre otras prestaciones
ligadas a la maternidad, el descanso pre y postnatal). El porcentaje
agregado de trabajadores asalariados que cotizaban en la seguridad so-
cial disminuyó del 66,6 por ciento en 1990 al 63,6 por ciento en 2003. La
cifra femenina (65,1 por ciento) era inferior a la masculina (68,4 por
ciento) en 1990 y seguía siendo inferior en 2003 (61,8 por ciento y 65,2
por ciento, respectivamente), lo cual confirma que persiste la desventa-
ja femenina en materia de protección social (OIT, 2004a, cuadro 8-A,
págs. 108-111).
La falta de cobertura agudiza los problemas de pobreza e inequidad
justamente cuando los trabajadores alcanzan la edad de retiro y tienen
más necesidad de contar con ingresos. El panorama en la región es bas-
tante desalentador: no sólo hay una cobertura insuficiente, sino que la
brecha por sexo es enorme, como se ve en el gráfico 1. La mayoría de las
mujeres mayores de 65 años no cobra pensión de retiro ni de otro tipo,
pues se han dedicado – sin recibir remuneración – a realizar unas tareas
domésticas y familiares que han constituido su especialización a lo largo
de su vida adulta. E incluso las que han sido laboralmente activas, han te-
nido una trayectoria menos continua y sus salarios han sido inferiores a
los masculinos, lo cual también repercute en el monto de su pensión.

Jornada de trabajo
Poco menos de la mitad de las mujeres latinoamericanas ocupadas
trabaja en jornada completa (41 horas o más a la semana), proporción
que llega a casi dos tercios en el caso de los hombres (gráfico 2). Aun
cuando éstos realizan más horas de trabajo semanales, las mujeres de-
sempeñan tareas domésticas que equivalen a un trabajo extra laboral,
por lo cual su tiempo de descanso es menor. La sobre representacion de
mujeres en jornadas cortas puede ser debida a su voluntad de conciliar
el trabajo remunerado con las tareas domésticas, pero también puede
deberse a que a muchas de ellas les resulta imposible encontrar un em-
pleo de buena calidad, es decir, de tiempo completo, protegido por la
legislación laboral y retribuido con un sueldo justo.
Balance del progreso laboral de las mujeres en América Latina 423

Gráfico 1. Población mayor de 65 años que percibe una pensión de jubilación


o de otro tipo, desglosada por sexo (en porcentaje)
60

50

40

30

20

10

0
Chile, Perú, Colombia, México, Bolivia, El Salvador, Costa Rica, República
2000 1999 1999 2001 2000 1998 2000 Dominicana,
1997

Masculina Femenina Total

Fuente: Gill, Packard y Yermo, 2004, gráfico 1.2, pág. 7.

Como se ilustra en el gráfico 3, de 1990 a 2000 aumentó la propor-


ción de mujeres latinoamericanas que trabajan jornadas extremas: o
muy cortas (menos de 20 horas semanales) o muy largas (más de 48 ho-
ras). Los hombres registran una tendencia similar. Como era de espe-
rarse, las jornadas de los sectores formal e informal difieren mucho, es-
pecialmente las femeninas. La gran mayoría de las mujeres que se
desempeña en el sector formal trabaja media jornada o jornada com-
pleta, es decir, entre 21 y 48 horas semanales. En cambio, dentro del
sector informal un quinto de las mujeres tiene jornadas muy cortas
(hasta 20 horas), poco más de la mitad trabaja entre 21 y 48 horas y un
25 por ciento realiza jornadas extremadamente largas, de más de 48 ho-
ras (en comparación con menos de un 15 por ciento de las ocupadas en
el sector formal). Las diferencias de jornada entre los hombres ocupa-
dos en el sector formal y en el informal son mucho menos pronuncia-
das, si bien destaca la alta proporción de hombres del sector informal
(más de un tercio) que soporta jornadas de más de 48 horas semanales.
En promedio, un 45 por ciento de las mujeres de América Latina
trabaja en jornada completa (41 horas o más a la semana), en compara-
ción con un 63 por ciento de los hombres.
424 Revista Internacional del Trabajo

Gráfico 2. América Latina (doce países). Distribución de la población ocupada


urbana masculina y femenina, según el sexo y las horas semanales
trabajadas, en el año 2000
45
40
35
30
Porcentaje

25
20
15
10
5
0
1-20 h 21-40 h 41-48 h 49 y más horas

Hombres Mujeres

Fuentes: Promedios ponderados basados en datos de las encuestas de hogares de la Argentina, Brasil, Chile,
Colombia, Costa Rica, Ecuador, Honduras, México, Panamá, Perú, Uruguay y Venezuela, países que suman
el 90 por ciento de la población económicamente activa urbana de la región. Las tabulaciones fueron realizadas
para el presente artículo por el Sistema de Información y Análisis Laboral (SIAL) de la OIT.

Consideraciones finales
En los últimos decenios América Latina ha pasado por profundos
cambios económicos, culturales y sociales, dando paso al surgimiento
de un nuevo modelo de sociedad. Uno de los ejes de estas transforma-
ciones ha sido el nuevo papel que está asumiendo la mujer y su impacto
en la organización de la vida económica y familiar. Estos cambios, junto
con la expansión de la escolaridad de la población – especialmente de
la femenina – y de un nuevo sistema de valores y actitudes más favora-
ble a que la mujer salga de su papel tradicional, han impulsado firme-
mente su integración en el mercado de trabajo. Este fenómeno se ha
acelerado en los últimos quince años, ante la creciente necesidad de las
familias de contar con más de un proveedor para satisfacer sus necesi-
dades básicas y mejorar su calidad de vida. La incorporación cada vez
mayor de las mujeres al mercado laboral es, por lo tanto, una tendencia
de largo plazo, de carácter estructural. El crecimiento de la población
económicamente activa femenina se espera que continúe a un ritmo
alto en la presente década, producto de la llegada de cohortes de muje-
res jóvenes, con proyectos e identidades laborales más definidas que las
de generaciones anteriores.
Las informaciones entregadas en este artículo evidancian que, du-
rante el período analizado, algunos aspectos de la inserción laboral de
Balance del progreso laboral de las mujeres en América Latina 425

Gráfico 3. América Latina (doce países). Distribución de las mujeres ocupadas


de las zonas urbanas según las horas semanales trabajadas,
en 1990 y 2000
50

45

40

35
Porcentaje mujeres

30

25

20

15

10

0
1990 2000
Años

1-20 h 21-40 h 14-48 h 49 y más horas

Fuentes: Véase el gráfico 2.

las mujeres en América Latina han mejorado en comparación con los


hombres y otros han empeorado. En otras palabras, la desigualdad en-
tre los géneros en el mercado de trabajo latinoamericano se ha agrava-
do en algunos aspectos y ha disminuido en otros (véase el recuadro).
Para entender este proceso es indispensable conocer el sentido de
los cambios que están experimentando los hombres y las mujeres. En
un contexto de creciente precarización del trabajo, el avance de la
igualdad de géneros puede ocultar a veces una pérdida de derechos
para ambos sexos, pero mayor para los hombres. Así, por ejemplo, la
disminución de la brecha de informalidad entre hombres y mujeres de
1990 a 2003 se explica por el hecho de que el proceso de informalización
fue más acentuado en el empleo masculino que en el femenino.
Las tasas femeninas de actividad económica y de ocupación se han
incrementado notablemente, aunque persisten hondas diferencias en-
tre las propias mujeres según el estrato de ingreso de su hogar, siendo
un hecho conocido que las mujeres más pobres y con menos escolaridad
tienen medios de vida bastante inferiores. Es precisamente en el estrato
de ingreso más bajo donde la integración laboral femenina ha avanzado
más de 1990 a 2004, gracias a lo cual se ha reducido tanto la brecha de
actividad económica de las mujeres con respecto a los hombres como el
426 Revista Internacional del Trabajo

Evolución de la situación laboral de las mujeres de América Latina


en los años noventa y principios de la presente década
Principales aspectos positivos:
● Disminuye la brecha de inserción laboral entre hombres y mujeres.
● Disminuye la brecha de inserción laboral entre las mujeres pobres y las demás.
● La tasa de ocupación de las mujeres crece más que la de los hombres (las mujeres
absorben la mayor parte de los empleos generados).
● Disminuye moderadamente la brecha de ingresos entre los sexos.
● Disminuye moderadamente la brecha de informalidad, pues 54 de cada 100 coloca-
ciones de mujeres ocurrieron en la economía informal, mientras que la proporción
masculina fue de 70 de cada 100.

Principales aspectos negativos:


● Aumenta significativamente la tasa de desempleo de las mujeres, en especial la de las
más pobres.
● Se amplía la brecha de desempleo entre hombres y mujeres.
● La brecha de ingresos entre los sexos sigue siendo grande, en especial la de las per-
sonas con estudios postsecundarios.
● La proporción de mujeres ocupadas en la economía informal dentro de la población
ocupada femenina es superior a la proporción de hombres en la misma situación y
sigue creciendo.
● El porcentaje de mujeres que no cuenta con ningún tipo de protección social es supe-
rior al porcentaje de hombres en la misma situación y sigue aumentando.
● El porcentaje de mujeres que labora en media jornada disminuye levemente, mientras
que aumentan los de mujeres con jornadas muy cortas (hasta 20 horas semanales)
y muy largas (más de 48 horas semanales).

retraso de las mujeres más pobres con respecto a los niveles promedio
de actividad femenina.
Aun cuando hay algunos progresos innegables, éstos no han bene-
ficiado homogéneamente a todas las mujeres. Las que poseen menores
niveles de educación o pertenecen a grupos étnicos o raciales discrimi-
nados – una alta proporción de ellas – están confinadas en ocupaciones
mal remuneradas y con muy poca protección social.
La escolaridad de las mujeres latinoamericanas en los años noven-
ta se incrementó a un ritmo superior a la de los hombres, a pesar de lo
cual la tasa promedio de desempleo femenino sigue siendo mucho más
elevada que la masculina. Según Panorama Laboral 2005, en los ocho
países (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México, Perú, Uruguay y
Venezuela) que disponen ya de información al respecto del primer se-
mestre de 2005, la tasa de desempleo femenina equivale a 1,4 veces la
masculina (OIT, 2005, pág. 37).
En los últimos años ha crecido significativamente el número de mu-
jeres en las ocupaciones profesionales y técnicas, alcanzando una pro-
porción de más del 50 por ciento en algunos países. Éste es, sin duda, un
factor importante para mejorar las posibilidades y las condiciones de in-
serción de las mujeres en el mercado de trabajo. A medida que aumenta
Balance del progreso laboral de las mujeres en América Latina 427

su nivel educativo, se elevan significativamente su tasa de actividad, sus


ingresos promedio y sus posibilidades de acceder a un empleo formal.
Sin embargo, al analizar la relación entre los niveles de escolaridad de
hombres y mujeres y sus respectivas posibilidades y condiciones de inser-
ción laboral se evidencian fuertes desigualdades. Los mayores niveles de
instrucción no les garantizan a las mujeres más y mejores oportunidades
de empleo en relación con los hombres. Ellas necesitan de credenciales
educativas significativamente superiores para acceder a los mismos em-
pleos que ellos: en promedio, cuatro años más para obtener la misma re-
muneración y dos años adicionales para tener las mismas oportunidades
de conseguir un empleo formal (OIT, 1999, págs. 22 y 30-32).
Los ingresos promedio de las mujeres ocupadas en los sectores no
agrícolas equivalían en 2000 al 78 por ciento de los ingresos de los hom-
bres por hora trabajada y al 66 por ciento por mes. Pero en las ocupa-
ciones no agrícolas del sector informal, caracterizadas por condiciones
más desfavorables de trabajo, la brecha era muy superior: los ingresos
femeninos sólo llegaban al 66 por ciento de los ingresos masculinos por
hora trabajada y al 55 por ciento por mes (OIT, 2001, cuadros 1 y 2,
págs. 34 y 35,).
Por otro lado, los mecanismos de segmentación profesional que
confinan a la gran mayoría de las mujeres a los estratos más desaventa-
jados del mercado de trabajo siguen existiendo y reproduciéndose: el
15,5 por ciento de todas las ocupadas de América Latina trabajaban en
el servicio doméstico en 2003, como resultado de un incremento ocurri-
do durante la década anterior (OIT, 2004a, cuadro 6-A, págs. 97-99).
Las tendencias analizadas en este artículo evidencian que el ritmo
de progresión de la presencia de la mujer latinoamericana en el mundo
laboral es muy firme, a pesar de que se produce en un entorno poco aus-
picioso, caracterizado por la incapacidad de las economías de generar
el número suficiente de puestos de trabajo para absorber el crecimiento
de la población activa. Este avance está marcado por contrastes y para-
dojas, avances y retrocesos, sin que se haya producido una verdadera
ruptura con los procesos y estructuras que generan las desigualdades de
género. De ahí la importancia de implantar políticas que impulsen la
igualdad de géneros, afronten los problemas macroeconómicos y de
tipo estructural que coartan la expansión del empleo y, al mismo tiem-
po, promuevan el desarrollo de nuevos nichos de mercado con poten-
cial de creación de trabajo para las mujeres.
Con el fin de afrontar el gran desafío de generar puestos de trabajo
de calidad se requiere una mirada innovadora, capaz de captar la reper-
cusión de las profundas transformaciones sociales en el sistema produc-
tivo, detectando las oportunidades de empleo que pueden beneficiar a
las mujeres – principalmente en el sector de servicios, donde se ubica
mayoritariamente la fuerza de trabajo femenina – a partir de las nuevas
necesidades sociales.
428 Revista Internacional del Trabajo

Sin desconocer las pautas de desigualdad características de las so-


ciedades latinoamericanas, en las que hay grandes estratos sociales des-
favorecidos, es necesario tomar en cuenta el impacto que han tenido en
la vida social fenómenos tales como la difusión masiva de las nuevas
tecnologías de información y comunicación, la extensión de los sistemas
educativos, los cambios demográficos – particularmente la caída de la
tasa de fecundidad y el progresivo envejecimiento de la población – y la
transformación de la familia causada por la incorporación de la mujer
a la fuerza de trabajo.
Todos estos procesos han propiciado la aparición de nuevos secto-
res que requerirán de la actuación pública para su desarrollo. Mencio-
naremos sólo algunos ejemplos. Entre los servicios con potencial de
creación de empleo en la región están aquéllos destinados a brindar cui-
dados a las personas y que venían asumiendo tradicionalmente las mu-
jeres en el marco de sus responsabilidades domésticas, tales como la re-
paración y limpieza a domicilio y la atención de ancianos, enfermos y
discapacitados. En esta misma línea está el cuidado de niños en edad
preescolar y los servicios de atención a niños en edad escolar, que son
necesidades generadas por la ausencia de los padres durante la jornada
laboral, por los cambios de la estructura familiar (propagación de la fa-
milia nuclear y de los hogares con jefatura femenina) y por los nuevos
riesgos sociales que tienen actualmente los niños.
La masificación de los medios de comunicación, las mayores faci-
lidades para el desplazamiento de las personas (nacional e internacio-
nal) y la disponibilidad de mayores ingresos gracias a la incorporación
de la mujer al trabajo hacen surgir nichos potenciales de crecimiento en
los servicios vinculados al uso del tiempo libre, el desarrollo del patri-
monio cultural y el turismo. A ellos se agregan los nacientes mercados
en el ámbito de las nuevas tecnologías de la información y comunica-
ción, cuyo potencial se ubica tanto a nivel local como global.
El desarrollo de estos y otros mercados requerirá de apoyos públi-
cos y medidas en el marco de las políticas activas de mercado de traba-
jo, tanto en términos de programas transitorios de empleo público
como de subvenciones a la contratación, poniendo especial cuidado de
no excluir a las mujeres, especialmente a las más pobres. Se deberá tam-
bién revisar el funcionamiento de los sistemas de formación y la ense-
ñanza que imparten, amoldándolos a los nuevos perfiles profesionales
y cuidando de no reproducir esquemas de segregación por sexo. Por
otra parte, debe adecuarse el marco normativo que rige la actividad
económica para que atienda las necesidades de las empresas de distinto
tamaño, facilitando así el desarrollo de los negocios de pequeña escala
que dan ocupación a muchas mujeres. También conviene diseñar medi-
das fiscales destinadas a incentivar la instalación de empresas de este ti-
po, así como instrumentos financieros innovadores que ayuden a redu-
cir los costos y a penetrar en mercados más extensos.
Balance del progreso laboral de las mujeres en América Latina 429

Para avanzar en la elaboración de esas políticas y estrategias de ac-


ción es cada vez más necesario generar nuevas bases de conocimiento
que contribuyan a la identificación de los problemas cada vez más com-
plejos que afectan a hombres y mujeres en el ámbito laboral y sean ca-
paces de entregar insumos para resolverlos. La integración de la dimen-
sión de género al análisis del mundo del trabajo – como hemos
procurado hacer en este artículo – ayuda a sacar a la luz los problemas
vividos por las mujeres trabajadoras y a entender los factores que los
causan. También es muy beneficiosa para esclarecer las dinámicas es-
tructurales y sociales que inducen los cambios en la población activa
que condicionan los procesos de recomposición del mundo laboral.
Profundizar el análisis de las diferencias entre sexos y las relaciones de
género en este ámbito no sólo contribuye a conocer mejor la situación
de las mujeres, sus problemas y potencialidades, sino también a com-
prender mejor la dinámica y el funcionamiento del mundo del trabajo
en su conjunto.

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