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V.

LA FE EN DIOS SEGÚN LA BIBLIA

La enseñanza bíblica presenta la fe sobrenatural como adhesión absoluta a la Palabra de


Dios: creer en Dios es acoger al Verbo del Padre bajo la acción del Espíritu Santo (cfr. Lc 1,
35. 38. 45). Creer es adherirse a la Palabra divina en cuanto palabra, esto es, como
principio de conocimiento y de vida espiritual; y en cuanto divina, esto es, como norma y
criterio primario y absoluto de todo conocimiento y de todo dinamismo espiritual (cfr. 1
Tes. 2, 13; 2 Cor. 5, 20; Filp. 2, 13; Heb. 11, 1-39; 1 Pe. 1, 23; Sant. 1, 18; 1 Jn. 5, 9-11).

LA FE DE ABRAHAM

<<La Carta a los Hebreos, en el gran elogio de la fe de los antepasados, insiste


particularmente en la fe de Abraham>>; ´La fe es garantía de lo que se espera; la prueba
de las realidades que no se ven´(Heb. 11, 1). El valor ejemplar de la fe de Abraham puede
resumirse en tres rasgos fundamentales ligados entre sí: la obediencia, la confianza y la
fidelidad, que tienen su raíz común en el conocimiento que tenía de Dios como
omnipotente, veraz y fiel.

a) La fe como obediencia a Dios

Abraham manifestó su fe en Dios sobre todo en la obediencia que le prestó. Obedecer


supone oír, como indica la palabra griega hypakoé y la etimología latina audire / obaudire.
La obediencia de la fe es la respuesta a la a la invitación de Dios que llama al hombre a
caminar con Él, a vivir en amistad íntima con Él.

La obediencia de la fe es una expresión acuñada por san Pablo (Rom 1, 5; 16, 26) y usada
también por san Pedro, que llama a los cristianos <<hijos de la obediencia>> (1 Pe 1, 14).
<<Obedecer (ob-audire) en la fe, es someterse libremente a la palabra escuchada,
porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma. De esta obediencia,
Abraham es el modelo que nos propone la Sagrada Escritura. La Virgen María es la
realización más perfecta de la misma>>.

b) La fe como confianza y abandono en Dios.

Hay que poner de relieve el elemento de “inevidencia” presente siempre en los gestos que
manifiestan la fe de Abraham: se dirige hacia una tierra que no conoce, espera un hijo
contra toda expectativa humana, se apresta a sacrificarlo sin saber cómo se realizará
después la promesa divina de darle una descendencia numerosa.
La fe implica siempre una cierta oscuridad, es un vivir en el misterio. La fe es un saber que
nunca alcanza explicación plena, comprensión perfecta de lo que cree; cuando se
transmutará en visión, entonces cesará de ser fe (Mt 13, 11; Lc 8, 10; Jn 20, 8.29; 1 Jn 3, 1-
2; 1 Cor 13, 8-13; 2 Cor 5, 7; Ro 11, 25-26; Ef 3, 4; 6, 19).

La fe es creer lo que no se ve. <<El inicio de una vida santa, que merece la vida eterna, es
la fe recta. La fe recta es creer lo que no ves; su premio es ver lo que crees >>. El
Magisterio de la Iglesia enseña que el objeto de la fe es oscuro y misterioso: <<se
proponen a nuestra fe misterios escondidos en Dios>>; y nosotros <<creemos que son
verdaderas las cosas reveladas por Dios>>.

La fe teologal consiste propiamente en aceptar como verdadera, apoyándose en el


testimonio divino, una realidad que la razón humana no puede alcanzar por sí sola (1 Jn.
5, 1-12). La “inevidencia” de la fe es superada por la confianza del creyente en Aquel que
le habla. Creer sobrenaturalmente significa estar seguro de la Palabra de Dios (Sal 19, 8; 1
Re 8, 26; Is 49, 7; Os 12, 1). Es necesaria una precisión: fe y confianza no se identifican. La
fe posee ciertamente un elemento fiducial que reviste importancia decisiva; pero no se
reduce a ese elemento; como veremos enseguida, lo más profundo y radical de la fe es su
ser conocimiento teologal de Dios.

El Concilio de Trento condenó a quien dijese <<que la fe que justifica no es sino la


confianza en la misericordia divina, que nos perdonará los pecados en vista de Cristo, o
que somos justificados sólo por la confianza>>.

c) La fe como fidelidad a Dios

La fe de Abraham se manifiesta como fidelidad por su firmeza, estabilidad y


perseverancia en seguir las indicaciones divinas. La estabilidad caracteriza la fe de
Abraham; su fe es convicción, decisión tomada de una vez para siempre, actitud profunda
que no se pone en discusión, que no se replantea cuando surgen dificultades.

La fe es un aspecto de la Alianza con Dios y requiere fidelidad porque Dios es firme e


inmutable en su Alianza. <<Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es
el autor de la Promesa. No perdáis ahora vuestra confianza, que lleva consigo una gran
recompensa. Necesitáis paciencia en el sufrimiento, para cumplir la voluntad de Dios y
conseguir así lo prometido. Pues todavía un poco, muy poco tiempo, y el que ha de venir,
vendrá sin tardanza. Mi justo vivirá por la fe; mas si es cobarde, mi alma no se complacerá
en él. Pero nosotros no somos cobardes para perdición, sino creyentes para salvación del
alma>> (Heb. 10, 23. 35-39).

Los designios divinos prevén siempre momentos de prueba y consolidación.


I. LA FE SOBRENATURAL, PARTICIPACIÓN EN EL CONOCIMIENTO PROPIO DE DIOS

a ) Dimensión intelectual de la fe bíblica

Abraham se mantuvo fiel porque sabía que Dios es omnipotente. El que había dado vida a
Isaac haciendo que naciera de un seno muerto y de un anciano, podía devolverlo a la vida.
La frase de Heb. 11, 19 permite decir que Abraham fue fiel porque conocía la Fidelidad de
Dios a su Alianza.

Abraham superó todas las pruebas y se mantuvo fiel porque se apoyó en el conocimiento
que tenía de Dios. El fundamento de su respuesta obediente, confiada y fiel a las palabras
y mandatos divinos se halla en su conocimiento de la omnipotencia, misericordia y
fidelidad de Dios.

En el Nuevo Testamento, la variedad terminológica del Antiguo Testamento cede el paso a


un único y frecuentísimo vocablo: pisteuo / pistis (creer / fe). La novedad está justamente
en esa referencia radical de la fe a Cristo, que pide a todos una conversión, que no
consiste sólo en apartarse de las acciones contra la Ley divina, sino que es además
dirigirse a Dios de una manera nueva: dirigirse a Dios tal como se revela y se comunica a
los hombres en Jesús de Nazareth.

Pero no se pierde el aspecto intelectual de la fe, que aparece expresado también de


muchas maneras; sólo que ahora en relación a Cristo, san Pablo usa paralelamente el
verbo conocer (ghinoskein) y el verbo creer. Para san Juan, <<creer que tú eres el Cristo,
el Hijo de Dios vivo>> (11,27) es sinónimo de <<conocer que éste es el Cristo>>. En los
textos joánicos, creer y conocer están en mutua prioridad (6, 69; 8, 31. 32; 10, 38; 17, 8;
14, 12; 1 Jn 4, 16), aunque el creer contiene al conocer y no viceversa (cfr. 1 Jn 2,4 y 2, 6).

b) Fe y verdad según la Biblia: el objeto de la fe sobrenatural

En la Biblia, la verdad significa coherencia proporción, conveniencia, correspondencia,


fidelidad; es la adecuación entre promesas y hechos realmente cumplidos, entre
pensamientos y palabras que los expresan, entre intenciones y gestos, entre conceptos y
cosas. La Verdad de Dios se identifica con su Fidelidad cuando entra en relación con el
hombre, establece con él una Alianza y le promete la Salvación.

Es posible afirmar que el objeto de la fe sobrenatural (lo que es conocido) es la Verdad


divina y que el motivo de la fe sobrenatural (lo que sostiene al creyente ante la dificultad
propia del creer sobrenatural) es también la Verdad divina. La Verdad que es Dios
aparece al mismo tiempo como la realidad creída y como el motivo para creer.
Iluminando con la enseñanza neotestamentaria la conexión entre fe y verdad de la que
habla el Antiguo Testamento, podemos afirmar que la fe coloca al hombre junto a Dios,
junto a la Luz, lo saca de las tinieblas, lo aleja del maligno (Col 1, 12-13; 1 Pe 2, 9); es decir,
la fe sobrenatural coloca al hombre en la verdad y pone la verdad en el hombre. El
creyente alcanza una situación que excluye la mentira y el error, porque sana la voluntad
(de la que depende todo engaño) e ilumina la inteligencia (librándola de equivocación) ( 1
Jn 2, 27).

Con la fe sobrenatural, el hombre conoce lo que Dios y sólo Dios conoce, y lo conoce
precisamente como Dios lo conoce: con su Palabra. «La fe, como específica virtud
sobrenatural infundida en el espíritu humano, nos hace partícipes del conocimiento de
Dios, como respuesta a su Palabra revelada».

Con sus estudios e investigaciones, con su progreso cultural, científico y técnico, el


hombre puede llegar a gran altura, pero siempre dentro del horizonte humano, no arriba
a la dimensión propia de Dios. El hombre no puede alcanzar por sí mismo el
conocimiento que Dios tiene de Sí, lo puede sólo acoger cuando Él se lo concede. El
hombre no puede darse a sí mismo la fe sobrenatural; puede abrazarla, y para esto no
hacen falta grandes esfuerzos intelectuales, se precisa sólo sencillez y humildad de
corazón (cfr. Mt 11, 25-27; 1 Cor 1, 19-31). En cambio, puede rechazarla, puede incluso
perderla después de haberla aceptado (cfr. Mc 16, 16; Heb 6, 4-6; 10, 26-31; 2 Pe 2, 20-
22).

II. DIMENSIÓN SAPIENCIAL DE LA FE BÍBLICA

La Iglesia ha enseñado siempre que la fe es conocimiento. Pero nunca ha dicho que la


fe fuera sólo conocimiento, que tuviera ser solamente intelectual. La fe sobrenatural
no es conocimiento puramente especulativo y teórico, es conocimiento siempre
afectivo y enamorado, es el acto de una inteligencia devota y amante.

El conocimiento de fe sobrenatural pertenece al género de conocimientos que de un


modo u otro se conectan con la sabiduría, según la Biblia la más alta y verdadera
sabiduría es un don de Dios, viene de lo Alto; nadie la puede recibir sino quien teme al
Señor y observa sus mandamientos (Sab 1, 1-5; 7, 7); no es, pues, mero conocimiento
teórico, es también saber práctico, conocimiento afectivo y piadoso (Sab 8,5- 18) La
sabiduría del hombre, en suma, consiste en conocer a Dios y vivir según su Palabra y
su Ley (Prov. 1, 7-10; 2, 1-13).
San Pablo, ante las pretensiones de la cultura y de la filosofía griega, que en realidad
desconocían mucho de lo referente a Dios y a la salvación ( 1Cor. cc.1-2; Rom. cc. 1-2),
usa frecuentemente los términos gnosis o sophía para indicar el conocimiento
profundo y vivo de la salvación (Rom 15, 14; 1 Cor 1, 5; 2, 6-16; 2 Cor 2, 14; 4,6; 8, 7;
10, 5; Filp 3,8; Col 2,3; 3,18), de la voluntad de Dios (Ro 2,20), el don del Espíritu que
permite profundizar en la palabra revelada (1 Cor 12,8; 13,2).

En el Nuevo Testamento, la verdadera sabiduría del hombre se pone en relación con


Cristo: consiste en creer en Jesús, Sabiduría eterna, Imagen de Dios invisible,
Resplandor de su gloria (Col 1, 15: Heb 1,3), que se ha encarnado y ha vivido entre los
hombres, que ha muerto y ha resucitado gloriosamente (1 Cor. 1, 22-25; 2, 8). El
hombre que no está iluminado desde lo Alto no puede comprender estas cosas:
tener la verdadera sabiduría «el pensamiento del Señor (nous Christou)» (1 Cor. 2, 16).

Santo Tomás se expresaba así: «La doctrina de la fe es la mayor sabiduría entre todos
los saberes humanos; esto no solamente en un orden de conocimientos, sino en
absoluto. En efecto; como lo propio del sabio es ordenar y juzgar, lo cual es posible
recurriendo al conocimiento de algo superior, se considera sabio en cualquier orden
de cosas al que juzga conociendo la causa más elevada de ese orden».

Con frase atrevida e incisiva, el Aquinate llegó a decir que el fiel cristiano, aunque sea
inculto e ignorante en muchos campos humanos, sabe más de Dios y de sus planes
que los mejores filósofos paganos; es, pues, más sabio que ellos. Con la fe, el cristiano
descubre que Dios es Padre; que no es un Ser lejano e irascible, que espera la ocasión
de juzgar implacablemente, sino un Ser lleno de amor y de tierno afecto hacia sus
criaturas (Prov. 8, 31), a cuya providencia nada escapa y que dispone todo para el bien
de los que le aman (Rom. 8, 12-39).

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