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LA FE DE ABRAHAM
La obediencia de la fe es una expresión acuñada por san Pablo (Rom 1, 5; 16, 26) y usada
también por san Pedro, que llama a los cristianos <<hijos de la obediencia>> (1 Pe 1, 14).
<<Obedecer (ob-audire) en la fe, es someterse libremente a la palabra escuchada,
porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma. De esta obediencia,
Abraham es el modelo que nos propone la Sagrada Escritura. La Virgen María es la
realización más perfecta de la misma>>.
Hay que poner de relieve el elemento de “inevidencia” presente siempre en los gestos que
manifiestan la fe de Abraham: se dirige hacia una tierra que no conoce, espera un hijo
contra toda expectativa humana, se apresta a sacrificarlo sin saber cómo se realizará
después la promesa divina de darle una descendencia numerosa.
La fe implica siempre una cierta oscuridad, es un vivir en el misterio. La fe es un saber que
nunca alcanza explicación plena, comprensión perfecta de lo que cree; cuando se
transmutará en visión, entonces cesará de ser fe (Mt 13, 11; Lc 8, 10; Jn 20, 8.29; 1 Jn 3, 1-
2; 1 Cor 13, 8-13; 2 Cor 5, 7; Ro 11, 25-26; Ef 3, 4; 6, 19).
La fe es creer lo que no se ve. <<El inicio de una vida santa, que merece la vida eterna, es
la fe recta. La fe recta es creer lo que no ves; su premio es ver lo que crees >>. El
Magisterio de la Iglesia enseña que el objeto de la fe es oscuro y misterioso: <<se
proponen a nuestra fe misterios escondidos en Dios>>; y nosotros <<creemos que son
verdaderas las cosas reveladas por Dios>>.
Abraham se mantuvo fiel porque sabía que Dios es omnipotente. El que había dado vida a
Isaac haciendo que naciera de un seno muerto y de un anciano, podía devolverlo a la vida.
La frase de Heb. 11, 19 permite decir que Abraham fue fiel porque conocía la Fidelidad de
Dios a su Alianza.
Abraham superó todas las pruebas y se mantuvo fiel porque se apoyó en el conocimiento
que tenía de Dios. El fundamento de su respuesta obediente, confiada y fiel a las palabras
y mandatos divinos se halla en su conocimiento de la omnipotencia, misericordia y
fidelidad de Dios.
Con la fe sobrenatural, el hombre conoce lo que Dios y sólo Dios conoce, y lo conoce
precisamente como Dios lo conoce: con su Palabra. «La fe, como específica virtud
sobrenatural infundida en el espíritu humano, nos hace partícipes del conocimiento de
Dios, como respuesta a su Palabra revelada».
Santo Tomás se expresaba así: «La doctrina de la fe es la mayor sabiduría entre todos
los saberes humanos; esto no solamente en un orden de conocimientos, sino en
absoluto. En efecto; como lo propio del sabio es ordenar y juzgar, lo cual es posible
recurriendo al conocimiento de algo superior, se considera sabio en cualquier orden
de cosas al que juzga conociendo la causa más elevada de ese orden».
Con frase atrevida e incisiva, el Aquinate llegó a decir que el fiel cristiano, aunque sea
inculto e ignorante en muchos campos humanos, sabe más de Dios y de sus planes
que los mejores filósofos paganos; es, pues, más sabio que ellos. Con la fe, el cristiano
descubre que Dios es Padre; que no es un Ser lejano e irascible, que espera la ocasión
de juzgar implacablemente, sino un Ser lleno de amor y de tierno afecto hacia sus
criaturas (Prov. 8, 31), a cuya providencia nada escapa y que dispone todo para el bien
de los que le aman (Rom. 8, 12-39).