Está en la página 1de 11

La casada infiel, de Federico García Lorca

Y que yo me la llevé al río


creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.
Fue la noche de Santiago
y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua
me sonaba en el oído,
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.
Sin luz de plata en sus copas
los árboles han crecido,
y un horizonte de perros
ladra muy lejos del río.
Pasadas las zarzamoras,
los juncos y los espinos,
bajo su mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.
Yo me quite la corbata.
Ella se quitó el vestido.
Yo el cinturón con revólver.
Ella sus cuatro corpiños.
Ni nardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.
Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.
Aquella noche corrí
el mejor de los caminos,
montando en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.
No quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.
Sucia de besos y arena,
yo me la llevé del río.
Con el aire se batían
las espadas de los lirios.
Me porté como quien soy.
Como un gitano legítimo.
Le regalé un costurero
grande, de raso pajizo,
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río.
Vals vienés- Poeta en Nueva York

En Viena hay diez muchachas,

un hombro donde solloza la muerte

y un bosque de palomas disecadas.

Hay un fragmento de la mañana

en el museo de la escarcha.

Hay un salón con mil ventanas.

¡Ay, ay, ay, ay!

Toma este vals con la boca cerrada.

Este vals, este vals, este vals,

de sí, de muerte y de coñac

que moja su cola en el mar.

Te quiero, te quiero, te quiero,

con la butaca y el libro muerto,

por el melancólico pasillo,

en el oscuro desván del lirio,

en nuestra cama de la luna

y en la danza que sueña la tortuga.

¡Ay, ay, ay, ay!

Toma este vals de quebrada cintura.

En Viena hay cuatro espejos

donde juegan tu boca y los ecos.

Hay una muerte para piano

que pinta de azul a los muchachos.


Hay mendigos por los tejados.

Hay frescas guirnaldas de llanto.

¡Ay, ay, ay, ay!

Toma este vals que se muere en mis brazos.

Porque te quiero, te quiero, amor mío,

en el desván donde juegan los niños,

soñando viejas luces de Hungría

por los rumores de la tarde tibia,

viendo ovejas y lirios de nieve

por el silencio oscuro de tu frente.

¡Ay, ay, ay, ay!

Toma este vals del “Te quiero siempre”.

En Viena bailaré contigo

con un disfraz que tenga

cabeza de río.

¡Mira qué orilla tengo de jacintos!

Dejaré mi boca entre tus piernas,

mi alma en fotografías y azucenas,

y en las ondas oscuras de tu andar

quiero, amor mío, amor mío, dejar,

violín y sepulcro, las cintas del vals.


Diálogo entre Leonardo y la Novia- Bodas de Sangre

LEONARDO:

¡Calla!

NOVIA:

Desde aquí yo me iré sola.

¡Vete! ¡Quiero que te vuelvas!

LEONARDO:

¡Calla, digo!

NOVIA:

Con los dientes,

con las manos, como puedas.

quita de mi cuello honrado

el metal de esta cadena,

dejándome arrinconada

allá en mi casa de tierra.

Y si no quieres matarme

como a víbora pequeña,

pon en mis manos de novia

el cañón de la escopeta.

¡Ay, qué lamento, qué fuego

me sube por la cabeza!

¡Qué vidrios se me clavan en la lengua!

LEONARDO:

Ya dimos el paso; ¡calla!

porque nos persiguen cerca

y te he de llevar conmigo.
NOVIA:

¡Pero ha de ser a la fuerza!

LEONARDO:

¿A la fuerza? ¿Quién bajó

primero las escaleras?

NOVIA:

Yo las bajé.

LEONARDO:

¿Quién le puso

al caballo bridas nuevas?

NOVIA:

Yo misma. Verdad.

LEONARDO:

¿Y qué manos

me calzaron las espuelas?

NOVIA:

Estas manos que son tuyas,

pero que al verte quisieran

quebrar las ramas azules

y el murmullo de tus venas.

¡Te quiero! ¡Te quiero! ¡Aparta!

Que si matarte pudiera,

te pondría una mortaja

con los filos de violetas.

¡Ay, qué lamento, qué fuego

me sube por la cabeza!

LEONARDO:
¡Qué vidrios se me clavan en la lengua!

Porque yo quise olvidar

y puse un muro de piedra

entre tu casa y la mía.

Es verdad. ¿No lo recuerdas?

Y cuando te vi de lejos

me eché en los ojos arena.

Pero montaba a caballo

y el caballo iba a tu puerta.

Con alfileres de plata

mi sangre se puso negra,

y el sueño me fue llenando

las carnes de mala hierba.

Que yo no tengo la culpa,

que la culpa es de la tierra

y de ese olor que te sale

de los pechos y las trenzas.

NOVIA:

¡Ay que sinrazón! No quiero

contigo cama ni cena,

y no hay minuto del día

que estar contigo no quiera,

porque me arrastras y voy,

y me dices que me vuelva

y te sigo por el aire

como una brizna de hierba.

He dejado a un hombre duro


y a toda su descendencia

en la mitad de la boda

y con la corona puesta.

Para ti será el castigo

y no quiero que lo sea.

¡Déjame sola! ¡Huye tú!

No hay nadie que te defienda.

LEONARDO:

Pájaros de la mañana

por los árboles se quiebran.

La noche se está muriendo

en el filo de la piedra.

Vamos al rincón oscuro,

donde yo siempre te quiera,

que no me importa la gente,

ni el veneno que nos echa.

(La abraza fuertemente.)

NOVIA:

Y yo dormiré a tus pies

para guardar lo que sueñas.

Desnuda, mirando al campo,

como si fuera una perra, (Dramática.)

¡porque eso soy! Que te miro

y tu hermosura me quema.

LEONARDO:

Se abrasa lumbre con lumbre.


La misma llama pequeña

mata dos espigas juntas.

¡Vamos!

(La arrastra.)

NOVIA:

¿Adónde me llevas?

LEONARDO:

A donde no puedan ir

estos hombres que nos cercan.

¡Donde yo pueda mirarte!

NOVIA: (Sarcástica)

Llévame de feria en feria,

dolor de mujer honrada,

a que las gentes me vean

con las sábanas de boda

al aire como banderas.

LEONARDO:

También yo quiero dejarte

si pienso como se piensa.

Pero voy donde tú vas.

Tú también. Da un paso. Prueba.

Clavos de luna nos funden

mi cintura y tus caderas.

(Toda esta escena es violenta, llena de gran sensualidad.)

NOVIA: ¿Oyes?
LEONARDO: Viene gente.

NOVIA:

¡Huye!

Es justo que yo aquí muera

con los pies dentro del agua,

espinas en la cabeza.

Y que me lloren las hojas.

mujer perdida y doncella.

LEONARDO: Cállate. Ya suben.

NOVIA: ¡Vete!

LEONARDO:

Silencio. Que no nos sientan.

Tú delante. ¡Vamos, digo!

(Vacila la novia)

NOVIA: ¡Los dos juntos!

LEONARDO: (Abrazándola)

¡Como quieras!

Si nos separan, será

porque esté muerto.

NOVIA:
Y yo muerta.

También podría gustarte