Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
¡Disfruta de la lectura!
MODERACIÓN Y TRADUCCIÓN
Molly & Tolola
3
DISEÑO
Tolola
SINOPSIS PRESENTE 43
PRÓLOGO 21 44
PARTE 1 22 45
1 23 46
2 24 47
3 25 48
4 26 49
5 27 50
6 28 51
7 29 52
8 30 53
4 9 31 54
10 32 55
11 33 56
12 34 57
13 35 58
14 36 59
15 37 60
16 38 61
17 39 62
18 40 63
19 41 EPÍLOGO
20 42 SOBRE LA AUTORA
La última vez que vi a Nevada Kane, tenía diecisiete años y él estaba
cargando sus cosas en la parte trasera de su camioneta, a punto de embarcarse
en un viaje de catorce horas hacia la única universidad que le ofrecía una beca
completa para jugar al baloncesto.
M
e devolvió la carta.
Releí mis palabras, imaginando cómo debió sentirlas.
Nevada,
Te escribo porque no has respondido a mis llamadas ni a mis mensajes.
Estoy segura de que has oído los rumores, así que pensé que debías oírlo
directamente de mí...
8 He roto mi promesa.
Pero debes saber que nunca quise hacerte daño, que nada de esto estaba
planeado y que te sigo amando más que a nada en este mundo.
Esto es algo que tenía que hacer. Y creo que, si me dejas, puedo explicarlo
de una manera que tenga sentido y no borre completamente la belleza de lo que
teníamos.
Por favor, no me odies, Nevada.
Por favor, déjame explicártelo.
Por favor, contesta al teléfono.
Te amo. Mucho.
Tu paloma,
Yardley
El papel está desgarrado en la parte superior, como si hubiera estado a
punto de romperlo en pedazos pero cambiara de opinión, y en el reverso de mi
carta, en negrita y con rotulador negro, hay un mensaje suyo.
NO VUELVAS A PONERTE EN CONTACTO CONMIGO.
9 El pasado
Ese hermoso muchacho
Yardley Devereaux
16 años
N
o pertenezco a este lugar.
Sé que ser la chica nuva hace que la gente te dé un vistazo,
pero no creo que eso les dé permiso para mirarte como si tuvieras
una segunda cabeza saliendo de tu nariz. O un grano
monstruoso en la barbilla. O una mancha de menstruación en tus pantalones.
10 A estas alturas, todo es lo mismo.
Por no mencionar que no creo que nadie pueda prepararte para lo que
sientes al almorzar sola.
El olor a patatas fritas quemadas me revuelve el estómago, y la leche de
mi bandeja caduca hoy. Estoy bastante segura de que la “hamburguesa de pollo
en el pan” que me dieron no es más que baba rosa horneada hasta alcanzar una
consistencia dura como una roca.
No estoy dispuesta a arriesgarme a romperme un diente, así que me niego
a probarlo.
Mirando mi reloj por millonésima vez, calculo que faltan aproximadamente
tres horas y media para que pueda ir a casa y contarles a mis padres lo increíble
que ha sido mi primer día. De todos modos, eso es lo que quieren oír.
Papá nos trasladó aquí desde California con la promesa de que seríamos
más ricos que el pecado, signifique eso lo que signifique. Pero, si Missouri es una
mina de oro, ¿por qué el resto del mundo no se muda aquí? Hasta ahora, Lambs
Grove parece el tipo de lugar que verías en alguna película independiente sobre
una madre que intenta resolver el asesinato de su hijo con la ayuda de un
departamento de policía corrupto, protagonizada por Jake Gyllenhaal, JK
Simmons y Frances McDormand.
Bien, probablemente estoy siendo dramática, pero este lugar es bastante
aburrido.
Echo de menos el océano.
Echo de menos el sol constante y el flujo continuo de días de setenta y
cinco grados.
Echo de menos las palmeras que se mecen.
Echo de menos a mis amigos.
Obligar a tu hija adolescente a irse de la ciudad en la que ha vivido toda
su vida, en mitad de su segundo año, es cruel. No me importa lo ricos que diga
papá que vamos a ser, preferiría quedarme en Del Mar, conducir un Honda
oxidado, tener dos trabajos y pagarme mi propia carrera en una universidad
técnica si eso hubiera significado no tener que mudarnos.
Y, hablando de crueldad, ¿podemos hablar de mi nombre un segundo?
Yardley.
Todo el mundo aquí tiene nombres normales, el tipo de nombre americano.
11 Alyssa. Monica. Taylor. Heather. Courtney. Si tengo que deletrear mi nombre
para alguien una vez más, voy a gritar. Mi madre quería que mi nombre fuera
especial y diferente porque aparentemente piensa que soy especial y diferente,
pero llamar a tu hija Yardley no la hace especial...
...solo hace que nunca encuentre su nombre en una tienda de souvenirs.
Me quedaría con mi segundo nombre si no fuera igual de malo, pero elegir
entre Yardley y Dove es como elegir tu propio veneno.
Yardley Dove Devereaux.
Mis padres son crueles.
No tengo nada más que decir.
Me meto un bocadillo frío en la boca y me obligo a masticar. Que me parta
un rayo si soy esa chica sentada en la tercera clase con el estómago rugiendo
tan fuerte que asusta al profesor. No necesito darle más razones a la gente para
que me miren.
Saco mi cuaderno de mi bolsa de mensajero y finjo concentrarme en los
deberes a pesar de que es el primer día del semestre de primavera y ninguno de
mis profesores me han asignado nada todavía, pero es mejor que estar aquí
sentada mirando las paredes de la cafetería como una perdedora incómoda.
Apretando el bolígrafo contra el papel, empiezo a escribir:
Lunes, 7 de enero de 2008
Este día es un asco.
La escuela es un asco.
Esta ciudad es un asco.
Esta gente es un asco.
Después de un minuto, tiro el bolígrafo a un lado y exhalo.
—¿Y yo qué? ¿Soy un asco? —Apoyan una bandeja de almuerzo de tono
pastel a mi lado, seguida de un chico de cabello negro con ojos color miel y una
sonrisa rompecorazones. El corazón me da un vuelco en el pecho. Es guapísimo.
Y no tengo ni idea de por qué está sentado a mi lado—. Nevada.
—No. California. Soy de Del Mar —digo, aclarándome la garganta y
sentándome recta—. Está más o menos cerca de San Diego.
El chico se ríe con su nariz perfectamente recta.
12 No puedo apartar los ojos de su sonrisa con hoyuelos. Él no puede
quitarme los ojos de encima.
—Me llamo —dice lentamente—, Nevada. Como el estado. ¿Y tú eres?
—Nueva —digo.
Se ríe nuevamente de mí, poniendo los ojos en blanco.
—Obviamente. ¿Cómo te llamas?
Mis mejillas se calientan. Al parecer, hoy no soy humana.
—Yardley.
—Yardley de California. —Dice mi nombre como si intentara memorizarlo
mientras me estudia. Me retuerzo, queriendo saber qué piensa y por qué me mira
como si fuera una criatura magnífica y no una rarita de primera—. ¿Qué te trae
por aquí?
Me roba uno de mis bocadillos antes de meterlo entre sus labios, sonriendo
mientras mastica.
Nevada no se parece a los chicos de dónde vengo. Tampoco suena como
ellos. No es un chico bronceado con el cabello de un surfista agitado por el viento.
Sus rasgos son más oscuros, más misteriosos. Una mirada a este hombre
atractivo y esculpido y sé que es más sabio de lo que su edad sugeriría. Travieso
y carismático, pero también agradable.
Lo es... todo.
Y es todo lo que no esperaba encontrar en una ciudad como esta.
Un grupo de chicas en la mesa de detrás de nosotros se quedan
boquiabiertas, susurrando y dándose codazos. Se me ocurre entonces que esto
podría ser una trampa, que este hermoso chico podría estar hablando con esta
incómoda chica nueva como un desafío.
—Ignóralas —dice cuando sigue mi mirada hacia el grupo de animadoras
de plástico que está sentado a unos metros—. Solo están celosas.
Levanto una ceja.
—¿De qué?
Sonríe, sacudiendo la cabeza y riéndose de mí como si tuviera que
“entenderlo”.
—¿Qué? —pregunto. Si esto es una broma, quiero participar de ella. Me
niego a añadir el pero de la broma a la lista de razones por las que este día puede
13 irse al infierno.
—Están celosas porque creen que estoy a punto de invitarte a salir —dice,
lamiéndose los labios. Nevada no me ha quitado los ojos de encima desde que se
sentó.
—¿Debo ir a informarles que están desperdiciando su tiempo?
Su expresión se desvanece.
—¿Por qué dices eso?
—Porque... —pongo los ojos en blanco—, no vas a invitarme a salir.
—¿No?
Aparto mi mirada de la suya y miro mi almuerzo sin tocar.
—¿Por qué haces esto?
—¿Por qué hago qué? ¿Hablar contigo? ¿Tratando de reunir el valor para
pedirte una cita?
Levanto la mirada, estudiando la suya dorada e intentando determinar si
está hablando completamente en serio en este momento.
—¿Nunca en tu vida me has visto y luego simplemente... te dejas caer a
mi lado y me pides una cita? —pregunto, levantándome. Si tengo que dejar la
bandeja y esconderme en el baño hasta que suene el timbre, que así sea.
Cualquier cosa es mejor que estar aquí sentada mientras este tipo intenta
hacerme quedar como una maldita tonta delante de un grupo de desconocidos
que espero que algún día me traten como si no fuera una alienígena de tres
cabezas.
—¿Adónde vas? —pregunta, con las cejas fruncidas.
—A algún sitio.
Nevada se me acerca, rodeando mi muñeca con su mano en una súplica
silenciosa para que me quede.
—¿Tienes un novio en California? ¿Se trata de eso?
—¿Qué? No —digo.
Este tipo es implacable.
—Entonces ten una cita conmigo. —Nevada se levanta, poniéndose a mi
lado, y no puedo evitar fijarme en su arrolladora altura, sus anchos hombros y
la forma en que mi coronilla encaja perfectamente bajo su cincelada mandíbula—
14 . El viernes.
—¿Por qué?
Su expresión se desvanece.
—¿Por qué?
Suena el timbre. Gracias a Dios.
—Fui nuevo una vez. Lo entiendo —dice, luchando contra otra sonrisa con
hoyuelos. Dios, nunca podría cansarme de mirar una cara como la suya—. Y,
eh... creo que eres guapísima, joder.
Su sonrisa moderada se convierte en una sonrisa de oreja a oreja y no
rompe el contacto visual ni una fracción de segundo.
Me muerdo el labio inferior e intento mantener una cara seria, pero decido
que no me convencerá tan fácilmente. Hace falta mucho más que una sonrisa
sexy, unas palabras amables y un brillo curioso en sus ojos de atardecer. Si
realmente me quiere... si esto no es una broma y cree de verdad que soy
“guapñisima”, tendrá que demostrarlo.
—Yardley de California —dice, con expresión seria—, déjame invitarte a
salir. Una cita.
—Adiós, Nevada —digo, recogiendo mis cosas y desapareciendo entre una
multitud de estudiantes que se dirigen a dos cubos de basura gigantes.
No espero a que responda y no me giro, pero siento que me observa, si es
que eso es posible. Hay una energía eléctrica que me recorre desde la coronilla
hasta la punta de los pies. No estoy segura de sí es emoción o anticipación o la
promesa de esperanza... pero no puedo negar que es real y está ahí.
Me dirijo al segundo piso del instituto Lambs Grove, encuentro mi aula de
literatura inglesa y me acomodo en un asiento al fondo.
Por un instante, nos imagino a los dos juntos. En mi pequeña y tonta
ensoñación, nos reímos y somos felices y estamos tan enamorados que nos
duele, algo que nunca he tenido con nadie más.
Se me revuelve el estómago, quizá hambre y mariposas, y recojo mi
cuaderno y mi bolígrafo, enganchando mi bolsa en el respaldo de la silla.
Suena el timbre y llegan unos cuantos alumnos más. Mi profesor pasa
lista antes de empezar su clase, pero no oigo nada.
No puedo dejar de pensar en ese hermoso muchacho.
15
No es mala suerte
Nevada, 17 años
Dos meses después
P
uede que hayan sido necesarias doce cenas, siete películas y un
montón de convencimiento, pero Yardley Devereaux es finalmente
mía.
—Nos sorprendió un poco cuando Yardley nos dijo que tenía novio. —La
madre de Yardley, Rosamund, coloca una bandeja de costillas de primera en la
mesa del comedor familiar, con su cabello rubio rizado rozándole la clavícula.
Lleva un jersey azul marino sobre los hombros, con las mangas anudadas.
Yardley me aprieta la mano por debajo del mantel.
16
—Creo que estuvo dudando sobre mí un tiempo —digo con un guiño.
—No quería arruinar nada —aclara. Y dice la verdad. Durante las primeras
semanas pensó que intentaba salir con ella como una especie de desafío. No
importaba lo mucho que intentara explicarle que no era ese tipo de hombre.
Ella creía lo que quería creer.
Estoy aprendiendo que es así de terca.
—Bryony. —James Devearaux se aclara la garganta y golpea los nudillos
contra la mesa para llamar la atención de su hija menor. Ella se saca un par de
auriculares blancos de las orejas antes de enrollar el cable alrededor de su iPod
con evidente reticencia—. Qué bien que te hayas unido a nosotros. ¿Qué tal el
día?
Llevo veinte minutos con James, pero me parece un auténtico hombre de
familia... aunque yo no sepa cómo es eso. Mi padre se fue hace tanto tiempo que
ni siquiera recuerdo cómo era, o el color de sus ojos. Pero James parece adorar
a sus chicas. Y Yardley dijo que trasladó todo su negocio a Lambs Grove para
poder darles una vida mejor... aunque, por lo que dice Yardley, parece que su
vida en California era bastante increíble.
Bryony exhala, jugueteando con la comida en su plato.
—Bien, papá. Estuvo bien. Aprendimos baile de salón en Educación Física
y nadie quería ser mi pareja, pero estuvo bien.
Los labios de James se aprietan en una línea dura.
Yardley dice que a su hermana le está costando adaptarse a su nueva
escuela, y lo entiendo. Yo estaba en octavo grado cuando nos mudamos aquí.
Los estudiantes de secundaria son un grupo difícil. Si no me hubiera convertido
en la estrella del equipo de baloncesto, probablemente seguiría siendo ese chico
nuevo sentado en un rincón de la cafetería con agujeros en los vaqueros,
comiendo solo su almuerzo de tarifa reducida.
Es curioso que, en cuanto la gente se da cuenta de que puedes llevar a tu
equipo al campeonato estatal, ya no importa lo “pobre” que seas. Todo el mundo
te quiere. Todos quieren ser tus amigos. Nadie se mete contigo.
—¿Qué haces para divertirte? —le pregunto a la hermana pequeña de
Yardley.
Bryony se encoge de hombros.
—¿Practicas algún deporte? —le pregunto.
17 Vuelve a encogerse de hombros.
—Eres alta. Apuesto a que se te daría bien el baloncesto —digo—. Puedo
enseñarte algunas cosas si quiere. ¿Trabajar contigo algunas jugadas?
Sus ojos redondos se posan en los míos desde el otro lado de la mesa y se
endereza.
—¿De verdad?
—Por supuesto. —Le guiño un ojo.
—Nevada, eso sería increíble —dice Rosamund, con la mano extendida
sobre el pecho mientras sus ojos se iluminan—. Qué amable eres al ofrecerte.
Bryony, ¿no es lo más dulce?
La madre de Yardley se dirige a la cocina antes de regresar con otro plato
caliente. Cada movimiento que hace es fluido y paciente. Se toma su tiempo, sin
prisas, con una suave sonrisa en sus labios rosa pálido. Nunca he visto a una
familia tan contenta de estar juntos.
Las cenas en mi casa suelen consistir en que mamá pida pizza después de
trabajar un turno doble. Hunter toma su plato y se lo lleva a su habitación,
restregándoselo en la cara mientras juega a la Xbox. Mi hermana, Eden, suele
comer en la mesa, haciendo los deberes. Mamá y yo utilizamos las bandejas de
la televisión, acomodándonos frente al episodio de esa noche de La Rueda de la
Fortuna.
Nadie pregunta cómo le ha ido el día a nadie. Mamá no tiene el corazón
frío. Simplemente no tiene energía para preocuparse. No se lo reprocho. Sé qué
hace lo que puede.
La cena en casa de los Devereaux es como algo sacado de una comedia
conmovedora. Todo es perfecto y acogedor y puedes sentir literalmente el amor
en el aire. La comida de Rosamund es propia de un restaurante de cinco estrellas
y la risa de James es contagiosa. Incluso Bryony empieza a simpatizar conmigo
después de una nueva charla sobre baloncesto.
Cuando terminamos, James se excusa a su estudio para ocuparse de unos
correos electrónicos de trabajo, Bryony se retira a su habitación en el piso de
arriba y Rosamund limpia la cocina mientras tararea una dulce melodía.
Me encanta este lugar.
Me encanta la familia Devereaux.
Y me encanta mi chica.
S
u letra es bonita; pulcra y diminuta pero masculina. Se nota que se
tomó su tiempo para escribirlo. Trazo con las yemas de los dedos
sus letras de color azul antes de doblar la hoja de papel que
encontré en mi casillero. Debió de deslizarla por las rendijas entre las clases de
la última hora.
21 El timbre de las tres sonó hace dos minutos y los pasillos están llenos de
estudiantes que van de un lado a otro, intentando llegar al entrenamiento, al
club de arte o al estacionamiento, pero yo estoy en medio de todo el caos,
esperando al chico al que quiero más que a nada en este mundo.
Lo veo inmediatamente cuando se abre paso entre el mar de mochilas,
botellas de agua y chaquetas de jugadores de fútbol americano con su
característico paso seguro y su sonrisa con hoyuelos.
Nuestras miradas se cruzan mientras se dirige hacia mí y mi estómago da
un vuelco como la primera vez que me besó, lo que fue un movimiento atrevido
por su parte la noche de nuestra primera cita.
Fingí estar sorprendida. Él afirmó que no podía resistirse.
—¿Estás lista, paloma? —me pregunta, llamándome por mi segundo
nombre1 antes de inclinarse para robarme un beso delante de decenas de
compañeros. Una mano le sujeta la correa de su mochila sobre el hombro
mientras apoya la otra en la parte baja de mi espalda. Últimamente me recoge
—N
ev, siento que ya no estás por aquí. —Mi madre está de
pie sobre el fregadero de la cocina, lavando los platos de
la cena de esta noche mientras Eden se encarga de
secarlos—. Llego a casa del trabajo la mayoría de las noches y no te oigo llegar
hasta que llevo mucho tiempo en la cama. ¿Dónde has estado?
27
Somos para siempre, tú y yo
Yardley, 17 años
Nueve meses después
—F
eliz cumpleaños. —Nev me lleva a su regazo en medio de
nuestro lugar en los campos de maíz.
Está nevando y podemos ver a lo lejos el resplandor
de la exhibición navideña de los edificios de la ciudad. Su camioneta está en
ralentí, el calor llena la cabina, y me quito mi voluminoso abrigo de invierno.
28 Este es mi primer invierno oficial, y aún no me acostumbro a andar por
ahí con capas y capas de ropa junto con bufandas, gorros y guantes que son
imposibles de no perder. Odio salir de casa con la sensación de que podría ir
rodando a cualquier sitio que quisiera, como un malvavisco gigante y esponjoso,
pero la otra alternativa es el congelamiento, así que... sí.
Mi novio me acaricia un lado de la cara, acercando sus labios a los míos.
Sabe a chicle de gaulteria y al bálsamo labial de menta que me robó.
—Durante unos meses, ambos tenemos diecisiete años —digo.
Mi sonrisa se desvanece cuando pienso en que estamos a mitad de su
último año. Pronto cumplirá dieciocho. Y dentro de un año ya no estará en
Lambs Grove, suponiendo que consiga una beca de baloncesto, como cree el
entrenador Stevens.
Su cumpleaños es el catorce de febrero, lo que me parece una señal, y
pienso hacer que nuestro segundo San Valentín juntos sea aún más especial que
el primero. Ahorrare todo el dinero de las Navidades de este año y lo voy a
destinar a un viaje a San Luis, donde podré llevarlo de compras y a una buena
cena y mimarlo mucho.
Siempre está trabajando muy duro, limpiando calzadas en invierno y
cortando el césped en verano. Todo el mundo de por aquí lo llama para que les
haga trabajos y él ahorra cada céntimo que gana, excepto los que se gasta en
mí... y los que utiliza para comprarse sus propios vaqueros y zapatillas.
Su madre, Doreen, tiene dos trabajos y apenas llega a fin de mes. Le tomó
meses dejarme conocerla. Creo que le daba vergüenza. ¿O pensó que no lo
miraría igual si veía de dónde venía? Pero eso solo hace que lo ame más. No es
un idiota con derecho a voto.
Me gusta que conduzca una camioneta oxidada.
Me gusta que las únicas camisetas que lleve sean las que le sobran de los
campamentos deportivos y las organizaciones intramuros.
Me gusta que sea humilde y amable, que no necesite ser llamativo ni
demostrar nada.
—Tengo algo para ti. —Mete la mano en el bolsillo de su abrigo de lana
desteñido y saca una caja de terciopelo azul marino.
Le doy un golpe en el pecho.
—Te dije que nada de regalos.
29 —Vi esto y no pude resistirme —dice, entregándomelo—. Ábrelo.
Luchando contra una sonrisa, abro la caja y me deleito con un collar de
diamantes en forma circular.
—¿Diamantes, Nev? ¿En serio? Esto debe de haberte costado una fortuna.
Sacude la cabeza. Nev odia hablar de dinero.
—Póntelo.
Tomo la cadena con suavidad entre mis dedos, abro el cierre y me la pongo
alrededor del cuello, trazando con las yemas de los dedos el pequeño círculo de
piedras brillantes.
—Me encanta —digo, acercándome y presionando mi boca contra la suya—
. Gracias.
Nev sostiene el colgante entre sus dedos, mirándome fijamente.
—Elegí el círculo porque los círculos no tienen fin. Son eternos. Son
infinitos. Y eso somos nosotros, Yardley. Somos eternos. Tú y yo.
Parpadeo para ahuyentar las lágrimas de felicidad que me inundan los
ojos y asiento, con el corazón impregnado de calidez y el cuerpo hormigueando
como lo hace cada vez que lo miro.
—Algún día, cuando seamos mayores —dice, acariciándome el cabello con
los dedos antes de colocarme un mechón detrás de la oreja—, te compraré un
anillo. Pero, por ahora, esta es mi promesa. Mi amor por ti nunca terminará.
30
La beca y la chica
Nevada
Dos meses después
L
a carta que está a punto de cambiar la trayectoria de nuestras vidas
está apretada con fuerza en su mano. No la ha perdido de vista desde
que revisó el correo esta tarde, leyéndola una y otra vez, doblándola
y desdoblándola, mordiéndose el interior del labio, mirando a lo lejos, perdido en
sus pensamientos.
39
La lista de cosas
Nev
Dos meses después
—H
ice una lista. —Los labios de Yardley están hinchados y
enrojecidos por mis besos y su voz es jadeante cuando
saca un papel de su bolso. Me lo entrega y dice—: Estas
son todas las cosas que haremos este verano.
Lo despliego y empiezo a leer en voz alta.
42
Bebés de ojos azules
Yardley
Tres meses después
S
e va dentro de una semana y cada vez que pienso en ello pierdo un
poco el aliento; esa sensación de pánico y temor que recorre mi
cuerpo antes de asentarse en mi pecho.
Creo que Nev lo nota y por eso intenta distraerme con pequeñas cosas.
Pequeños paseos por la ciudad. Sorprendiéndome con mis bebidas favoritas de
43 Starbucks. Deteniéndose y dejándome mirar embobada las casas bonitas.
—¿Cómo crees que es eso? —le pregunto a Nev mientras aparcamos frente
a la mansión vacía de Conrad, en la parte sureste de la ciudad. La gigantesca
finca de ladrillos lleva el nombre del fundador de Electrodomésticos Conrad, la
empresa que en su día fue la columna vertebral de Lambs Grove hasta que fue
vendida y trasladada a otro país.
La empresa de mi padre produce ahora camisetas y jerséis donde antes se
creaban lavadoras. Todo el mundo atribuye a Devereaux Wool and Cotton el
mérito de salvar la economía local y devolver la vida a esta pequeña ciudad.
—He oído que está embrujada —dice Nev.
Le doy un codazo en las costillas y le digo:
—Para. No, no lo está. Apuesto a que es opulenta, elegante y asombrosa.
—¿Podríamos escalar la valla? —pregunta—. ¿Asomarnos a esas
ventanas?
—Espero que estés bromeando. Sabes que, si te arrestan por allanamiento,
no podré pagar la fianza.
—¿Podríamos llamar al número que aparece en el cartel de “se vende”?
¿Pedir una visita?
Me burlo.
—Claro, porque a un agente inmobiliario no le parecerá extraño que un
par de adolescentes estén interesados en comprar una casa de millón y medio
de dólares.
—Quizá algún día.
Riendo, digo:
—Sí, claro.
—No, en serio. Tal vez algún día la compre para ti. Para nosotros.
Podremos hacer grandes fiestas en la piscina de la parte de atrás, llenar todas
esas habitaciones con adorables bebés de ojos azules y vivir el resto de nuestra
vida como si estuviéramos en una novela de F. Scott Fitzgerald... solo que con
un final feliz.
—¿Y la casa en el campo? —Lo miro de reojo.
Él frunce el ceño y las cejas.
—¿Esa vieja casa reformada? No. Esto. Esto es lo que te mereces.
44
Pongo los ojos en blanco. A veces es demasiado soñador.
—No me importa dónde vivamos. Solo quiero vivir contigo.
Me inclino más hacia él y le beso en la boca, saboreando el chicle de canela
de su lengua y alzando la mano para rozarle el costado de la cara.
¿Cuán gracioso sería si algún día llamáramos a este lugar nuestro hogar?
Supongo que todo es posible.
Quinientos mensajes
Nevada
Una semana después
—S
ooners, ¿eh?
Levanto la vista y me encuentro con una cara
desconocida que me mira fijamente, con una
bandeja de almuerzo de color verde menta en las
manos. Sus ojos se fijan en el logotipo que aparece en mi pecho, y estoy segura
48 de haber captado un acento en su voz.
—Es de mi novio —digo, tirando de las mangas antes de ajustarme el
cuello. Esta cosa me queda demasiado grande, pero sigue oliendo a él y es lo
más parecido a un abrazo—. Es un fanático.
El chico se ríe y se levanta para ajustarse el gorro de punto que lleva en la
cabeza... que también lleva el mismo logotipo. No pregunto por qué lleva un gorro
de lana en agosto. A juzgar por el resto de su aspecto, pantalones cortos con
forma de bañador, una camisa de cuadros abotonada, calcetines negros y
zapatos blancos, o bien le gusta llamar la atención o está haciendo algún tipo de
declaración rebelde sobre la ropa de temporada.
—Tú también debes serlo —le pregunto.
Niega.
—La mayoría de los seguidores de los Sooners me parecen unos idiotas
odiosos. Solo me gusta el color. ¿Te importa si me siento?
Me encojo de hombros. Una de mis amigas de química suele comer
conmigo, pero por supuesto está enferma el primer día del último año. El resto
de mis amigos tienen otros horarios de comida. Es como si volviera a estar donde
empecé no hace ni dos años.
—Soy Griffin —dice, metiéndose una patata frita blanda en la boca.
Mastica un par de veces, mirándome fijamente, y luego traga—. La cosa sabe
mejor de lo que parece.
—No debes ser demasiado exigente. —Miro mi comida, sin tocar. No puedo
creer que cobren tres dólares por esta porquería.
—Esto es calidad de restaurante de cinco estrellas comparado con mi
antigua escuela —dice.
—¿De dónde eres?
—De un pequeño pueblo en las afueras de Oklahoma City. Dudo que hayas
oído hablar de él —dice.
—Probablemente tengas razón.
—¿Cómo te llamas? —pregunta.
—Yardley.
—No, tu verdadero nombre. —Está bromeando. Creo . Al menos a juzgar
por la sonrisa de su rostro bronceado.
Compruebo la hora. Quince minutos más esperando a que suene la
campana. Pero ver a Griffin engullir su hamburguesa de queso me hace reír.
49
Incluso pone los ojos en blanco y finge limpiarse las babas de la boca.
Payaso.
—Así que, esa camiseta —dice, mirando de nuevo mi pecho—. ¿Dijiste que
era de tu novio?
La mera mención de Nevada hace que se me apriete el pecho, como si él
fuera una entidad sagrada que solo yo puedo mencionar.
—Eh, sí. ¿Por qué?
—Solo me pregunto si me van a empujar contra un casillero por hablar
con la chica de alguien.
—Esto no es una película de John Hughes —digo—. Nadie va a empujarte
contra un casillero. Quiero decir, a menos que estés siendo un imbécil. Entonces
puede que lo hagan. Y en ese caso probablemente te lo merecerías.
Griffin levanta las manos.
—Oye, oye, oye. Bajemos un poco el tono. ¿A qué viene esa actitud?
—Lo siento —digo, inhalando una bocanada de aire repugnante de la
cafetería. No quiero estar aquí. El último año sin Nev será duro. Definitivamente
hay un vacío aquí, sin él. Un vacío persistente. Un poco menos de vida en estos
pasillos. Es simplemente... diferente. Y me pone de muy mal humor—. Es
complicado.
—¿Tienes qué, diecisiete años? ¿Dieciocho? —pregunta—. ¿Cuán
complicada puede ser tu vida?
—No lo entenderías.
Griffin deja de golpe el resto de su hamburguesa con queso.
—Eres algo extraño, Yardley. ¿Lo sabes?
Levanto una ceja.
—¿De qué estás hablando?
—Algunas personas tienen verdaderos problemas. Eso es todo lo que digo.
A no ser que seas indigente o te estés muriendo, quizá quieras ser un poco menos
princesa malhumorada y un poco más agradecida.
Admito que me estoy compadeciendo de mí misma. Y admito que tiene
razón. Pero también tiene mucho valor para hablarle así a un completo
desconocido.
—Todo es relativo —digo—. Los problemas, es decir.
50
Griffin respira profundamente, con su mirada de color marrón.
—Sí, supongo.
Volviendo a su comida, come con un poco menos de energía esta vez, y me
tomo un momento para reflexionar sobre lo que era ser la chica nueva no hace
mucho tiempo.
—¿Qué clase tienes después de esto? —le pregunto.
—Dibujo creativo II —dice—. ¿Tú?
—Ja. Lo mismo. —Le miro las manos, observando el mismo tipo de punto
calloso en su dedo que yo tengo de años de usar lápices de grafito.
—Qué suerte tienes. —Abre su cartón de leche—. Sin grasa. Qué asco.
—Más bien qué suerte para ti.
—¿Eso es lo mejor que tienes? —Se ríe—. Yardley, quédate conmigo y te
enseñaré el camino de mi gente. Tenemos que trabajar en tus bromas. Es un
arte, realmente.
Suena el timbre y recojo mis cosas, colgándome la bolsa del hombro
derecho antes de tomar mi bandeja. Griffin me sigue y para cuando terminamos
de tirar lo que queda de nuestra comida, estamos caminando al lado del otro
hacia el pasillo de la clase de arte.
Quince minutos más tarde, la señora Langsinger ha presentado a Griffin
Gaines a la clase y le ha asignado un lugar junto a mí, donde suele sentarse mi
amiga Lexie.
Qué suerte tengo.
La señora L coloca un jarrón y unas cuantas piezas de fruta falsas delante
de nosotros y nos dice que hoy vamos a hacer dibujos de bodegones, y en menos
de un minuto está de vuelta en su escritorio revisando sus correos electrónicos
como de costumbre. Uno de los estudiantes detrás de mí pregunta si podemos
escuchar la radio y luego sintoniza una emisora local de rock clásico que
casualmente está tocando “Kashmir”.
Estoy en un estado constante de echar de menos a Nevada, pero a veces
me bañan olas de tristeza tan fuertes que me dejan sin aliento. Bryony diría que
estoy siendo dramática, pero no puedo negar lo que siento. Las emociones son
demasiado fuertes.
Me lloran los ojos, me duele el pecho.
La habitación da vueltas, me olvido de respirar.
51
Lo extraño físicamente con cada parte de mí.
Griffin tararea la canción, pero apenas, y ladea la cabeza mientras su lápiz
se desliza por el papel. Primero dibuja los contornos y luego empieza a sombrear
el jarrón. Es bueno por lo que veo. Mejor que yo, sinceramente.
—¿Te gusta Led Zeppelin? —pregunto.
—¿Gustar? —Se vuelve hacia mí, tirando de su gorro de punto. Me doy
cuenta de que no tengo ni idea del color de su cabello. Supongo que algo rubio—
. No, no, no. Me encantan. Me encantan.
Sonrío.
—A Nevada también.
—No... ¿quién?
—Nevada. Mi novio —digo.
—Por favor, dime que no eres una de esas personas que constantemente
sienten la necesidad de mencionar la palabra novio en cada frase —dice—. Estoy
a punto de perder todo el respeto por ti si lo eres.
Frunzo el ceño. No es intencionado... siempre está en mi mente. No puedo
evitar meterlo en las conversaciones. Suspirando, me digo que va a ser un año
largo si sigo así. Tengo que recomponerme, ponerme las bragas de adulta y lidiar
con esto exactamente como lo planeé: con dignidad, paciencia y una actitud
positiva.
—¿Dónde está tu novio? —pregunta—. ¿Aquí?
—Fuera. En la universidad. Juega baloncesto en Grove State. —Esbozo
una pera de plástico, pero parece más bien una manzana malformada.
Normalmente soy mejor que esto, así que no puedo asegurar de cuál es el
problema.
—Ah, mira, ahora solo estás presumiendo —dice Griffin, clavándome el
codo en el costado.
Sacudiendo la cabeza, digo:
—No estoy presumiendo. Solo respondo a tu pregunta. Has preguntado
dónde está. Está en la universidad jugando a baloncesto.
—Pero has mencionado su nombre. Grove State es la mierda ahora mismo.
Es la escuela más atractiva de la división este.
53
De vuelta a casa
Nevada
Seis semanas después
T
umbado en mi cama, estiro los tendones. Estos entrenamientos
fuera de temporada son brutales. Odio ver lo que van a suponer los
de verdad.
Mi teléfono vibra en mi escritorio, y doy un par de pasos por el pequeño
dormitorio que comparto con mi compañero de equipo, Jense, y contesto con
54 una sonrisa en la cara en cuanto veo quién llama.
—Hola, paloma —digo.
—Nev. —Dios, me encanta su voz—. ¿Ahora es un buen momento?
—Por supuesto. —Vuelvo a subir a mi cama, que por ahora es la litera de
abajo que gané al lanzar una moneda. Jense quiere cambiar cuando llegue el
semestre de primavera. Le dije que volveríamos a tirar la moneda. A decir verdad
tengo el sueño profundo, y no quiero arriesgarme a rodar por la litera de arriba
y dañarme un hombro o una rodilla o algo y, en consecuencia, toda mi carrera
de baloncesto en Grove State—. ¿Qué tal el día?
—Lo mismo de siempre —dice, exhalando—. Fui a la escuela. Te eché de
menos. Comí el almuerzo. Te eché de menos. Volví a casa. Te eché de menos.
Hice los deberes. Te llamé porque te echaba de menos...
Me río por la nariz.
—Qué bueno es escuchar tu voz. Creo que ya no podría dormirme sin ella.
—Yo también —dice, aunque hay cierta disonancia en su voz.
—¿Qué pasa? Parece que estás triste o algo así.
—Se acerca el baile de bienvenida —dice ella—. Todo el mundo va a ir con
sus novios y a elegir vestidos y todo eso. El novio de Lexie viene a casa para
poder llevarla. Me hace desear que tú también pudieras venir a casa.
—El novio de Lexie asiste a la universidad a cuarenta minutos de
distancia.
—Lo sé. No estoy diciendo que deberías venir a casa. Solo digo que me
gustaría que pudieras —dice ella—. Ya sabes lo que quiero decir.
—Deberías ir —digo—. ¿Qué pasa con ese tipo, Griff?
No puedo creer que esté sugiriendo que vaya con otro chico, pero la amo y
confío en ella y quiero que sea feliz y se divierta. Eso es lo que haces cuando
amas a alguien. Además, por la forma en que ella habla de él, es como si hablara
de un hermano menor molesto.
Si sintiera algo por él, sería capaz de captar algo. La conozco a ella y todos
sus matices. No está ocultando nada.
—En realidad me lo pidió —dice.
Mi corazón se detiene.
Una cosa es que le diga que con un amigo. Otra cosa es saber que ya se lo
55 ha pedido.
—¿Qué le dijiste? —pregunto. Tengo la boca seca y no puedo tragar el nudo
que tengo en la garganta. Esto es completamente inesperado, esta reacción que
estoy teniendo.
—Le dije que hablaría contigo. —No parece nerviosa en absoluto, lo que
me indica que no tiene nada que ocultar, nada de lo que avergonzarse.
—Paloma, no necesitas mi permiso —digo, exhalando.
—No te pido permiso, —dice ella—. Solo quería hablar contigo de ello.
Asegurarme de que te parece bien y de que sabes que solo vamos como amigos.
—Por supuesto. Confío en ti.
Ella exhala al teléfono.
—Me alegra mucho escuchar eso.
—Solo prométeme que no te vas a enamorar de él. —Me odio por decir esas
palabras en el momento en que salen de mis labios. Es un insulto para ella, de
verdad. Y me hace parecer celoso, patético.
—Nev —dice ella, con un tono más oscuro, grave—. ¿Por qué dices eso
después de haber dicho que te parecía bien que fuéramos amigos?
—Lo sé —digo. Se me acelera el corazón y me sudan las manos. Así es
como son los celos puros y sin adulterar, calientes y espesos en mis venas,
bombeando a través de mi corazón.
Quiero estar allí.
Quiero llevarla.
Quiero verla bajar la escalera circular del vestíbulo de sus padres con su
vestido brillante, el cabello arreglado y flores en la muñeca.
Quiero sacarla a pasear y presumir de ella.
Quiero bailar con ella hasta que se quite los tacones y me ruegue que la
lleve a algún sitio donde podamos estar solos durante la última hora antes de su
toque de queda.
Pensar en las manos de ese chico, Griff, sobre Yardley me hace apretar la
mandíbula con fuerza, y el dolor me sube por los lados de la cara hasta detenerse
en las sienes.
—No tienes nada de qué preocuparte —dice Yardley—. En primer lugar es
56 solo un amigo, como ya sabes. En segundo lugar no me atrae y, aunque lo
hiciera, no tendrías nada de qué preocuparte porque no eres tú.
Mi cuerpo se relaja, pero apenas.
—Lo siento. Es que... es difícil.
—Lo sé —dice ella—. Es muy duro. Pero podemos superar esto. Y en dos
meses estaremos juntos de nuevo para Navidad. Sigue pensando en eso, ¿bien?
Es extraño, Yardley tranquilizándome a mí y no al revés.
Y yo que pensaba que yo era el más fuerte.
—Sí. —Me pellizco el puente de la nariz, sentándome en el borde de la
cama—. Tienes razón. Lo haré.
—¿Qué tal la práctica de hoy? —Yardley cambia de tema, pero no puedo
dejar de pensar en ellos dos al otro lado del país y en ella llenando el vacío que
dejé con un chico que la hace reír y quiere llevarla a la fiesta de bienvenida.
Todo lo que tengo que decir es que más vale que no la toque.
¿Por qué harías eso?
Yardley
Tres semanas después
—M
e duelen los pies. —Retiro las manos de los hombros
de Griff, observando el brillo de la bola de discoteca al
reflejarse en sus ojos color marrón. Frunciendo la
nariz y ofreciendo una mueca de disculpa, digo—: Creo que estoy lista para ir a
casa.
62
Y ahora tengo que matarlo
Nevada
E
stoy corriendo por la pista del centro recreativo, repitiendo en mi
mente por millonésima vez la conversación que acabo de tener con
Yardley.
La besó. Ese lameculos la besó.
Y ahora tengo unas ganas irrefrenables de matar a ese cabrón, pero no
puedo porque estoy en la otra punta del maldito país.
63 Me arde la piel y las gotas de sudor me resbalan por la frente, picándome
los ojos, pero corro. Corro como un demonio porque es lo único que puedo hacer
para no golpear al próximo imbécil que vea y que me recuerde a Griff. Solo lo he
visto en las fotos que me envía Yardley, pero su imagen está grabada a fuego en
mi memoria. Cara larga. Frente ancha. Complexión media, si no un poco
escuálido. Una sonrisa permanente en su boca que hace juego con el gorro
permanente de los Sooner que lleva en su estúpida cabeza.
Después de mi undécima vuelta, troto hasta el bebedero más cercano y me
detengo para recuperar el aliento durante un minuto.
Yardley sabe que estoy cabreado después de contarme lo sucedido. Intenté
ocultarlo, pero no pude. Lo oyó en mi voz, en mis respuestas cortas. Sé que lo
que ha pasado no es culpa suya, pero eso no hace que esté menos molesto por
ello.
—Nev. —Levanto la vista para encontrar al delantero estrella de Grove
State, Evan Nielsen, de pie a mi izquierda—. Pensé que eras tú.
—Hola, hombre. —Me pongo de pie, con el pecho agitado y las manos en
las caderas.
—Hay una fiesta esta noche. En mi casa. La mayoría del equipo estará allí.
Las porristas también. —Me guiña un ojo—. ¿Puedes venir? Jamiel está
recogiendo los barriles ahora mismo. Hará calor.
Me muerdo el labio. Si voy esta noche y me emborracho solo intensificará
la forma en que me siento, y nada bueno puede salir de eso.
—Está bien —digo—. Pero gracias. ¿Quizás la próxima vez?
Evan me señala.
—Oh, eso es. Todavía tienes a esa noviecita de la secundaria en casa. Me
enteré de todo eso. Lindo, hombre. Muy lindo.
Se ríe.
Mi mandíbula se flexiona. La mayoría de estos imbéciles nunca podrían
entender lo que tenemos, lo que Yardley significa para mí.
—Qué pena. —Evan sacude la cabeza—. Te estás perdiendo muchas cosas.
No tienes ni idea.
Por suerte para mí, me importa un carajo lo que piense cualquiera de ellos,
y me importa un carajo las cosas que me estoy perdiendo. Estar borracho de
mierda cada fin de semana significa tener que trabajar mucho más en los
64 entrenamientos de pretemporada, y esos ya me están pateando el culo.
Por no hablar de que lo último que necesito es que unas porristas
borrachas me enseñen las tetas e intenten arrastrarme a la habitación de
alguien.
—Bien —dice Evan—. Quédate en tu pequeño dormitorio jugando a los
videojuegos esta noche. Yo voy a que me chupen la polla.
—Bien por ti, hombre. —Le doy una palmadita en la espalda y me voy.
Se llama improvisar
Nevada
Dos semanas después
66 Su expresión se desvanece.
—No tengo ninguna posibilidad, ¿verdad?
Se me corta la respiración antes de que pueda responder.
Desde la noche en que trató de meterme la lengua en la garganta ha sido
un poco más descarado, soltando indirectas y pistas aquí y allá de que le gusto.
Y debería haberlo sabido. Tenemos química. Nos hacemos reír, salimos
constantemente y nos estamos conociendo a un nivel más profundo.
Le cuento todo.
Él no es tan sincero conmigo... pero eso es un amigo.
Al menos escucha.
Y por eso es mi mejor amigo, y solo mi mejor amigo.
—Tal vez en otra vida —digo con una sonrisa amable, con la esperanza de
decepcionarlo suavemente—. En esta, mi corazón pertenece a Nevada.
Griff suelta un fuerte suspiro, apoyando las manos en las caderas.
—Bien. Lo conoceré. Pero solo para poder estrecharle mano y decirle lo
afortunado que es por tener la segunda cosa que más quiero en este mundo.
—Deja de ser raro. —Pongo los ojos en blanco, aunque con curiosidad—.
¿Y qué es lo primero?
Su sonrisa se desvanece.
—Te lo diré en otro momento.
67
Juntos de nuevo
Yardley
Dos meses después
—E
stás diferente. —Le aparto un mechón oscuro de la
frente. No entiendo cómo alguien puede parecer mucho
más viejo en cuatro meses, pero aquí está, en carne y
hueso, como si hubiera crecido. Solo nos separa un año, pero ahora me siento
mucho más joven. Él está viviendo en el mundo real y yo sigo atrapada bajo el
techo de mis padres sin saber aun lo que es pagar una factura de teléfono móvil
68 o la prima del seguro del auto.
Por un instante siento que hay un océano entre nosotros y que la corriente
nos separa, pero me alejo de esa sensación en cuanto me besa.
Juro que mis pies abandonan el suelo un momento, mi cuerpo se funde
contra el suyo mientras pruebo su lengua con sabor a canela y su boca de menta
y respiro su familiar colonia de farmacia.
—Prométeme que pasarás conmigo cada minuto de cada día de las
vacaciones de Navidad —digo, poniéndome de puntillas y devolviéndole el beso.
Le rodeo con mis brazos el cuello. Me encanta lo alto que es—. Y por vacaciones
de Navidad me refiero a los cinco míseros días que te dan.
Al estar en el equipo de baloncesto, Nev no tiene las tres o cuatro semanas
normales de descanso entre semestres. En cuanto terminan las Navidades tiene
que volver a lasprácticas, a los juegos y a las reuniones del equipo.
—¿Tienes que preguntarme eso? —Esboza una sonrisa torcida, con las
manos apoyadas en mis caderas. Al igual que la primera vez que nos conocimos,
no puede dejar de mirar—. Te he echado de menos, paloma.
Le beso de nuevo, con los labios curvados en una sonrisa cursi.
—No puedo creer que estés aquí. Parece un sueño.
Nevada desliza sus dedos por mi cabello. Todo el mundo está en la
habitación de al lado, pero aquí, en el vestíbulo, estamos los dos solos.
—Mamá está haciendo tu favorito —digo—. Filete a la sartén con salsa
chimichurri.
—No tenía que hacer eso.
—Lo sé. Pero eres alguien importante y es algo importante que estés en
casa —digo, hablando por un lado de mi boca antes de darle un codazo en el
pecho.
Una carcajada resuena en la cocina junto con el sonido de la voz de Griff.
No pensaba invitar a Griff a casa. Simplemente apareció, como suele hacer, y
antes de que pudiera recordarle que iba a pasar la noche con Nevada mi padre
ya había invitado a Griff a quedarse a cenar.
—Ven a saludar. —Estudio sus ojos, la insinuación de una flexión en su
mandíbula, sus hombros tensos, y entonces deslizo mi mano entre las suyas,
tirando de él hacia la habitación contigua.
Su mirada se posa inmediatamente en el chico del gorro de los Sooners
69 que lleva el delantal rojo a cuadros de búfalo y que está junto a mi madre.
—Griff, este es Nevada —le digo.
Griff se da la vuelta, se limpia las manos en un paño de cocina cercano y
cruza la cocina como si fuera el dueño del lugar. Extendiendo la mano, dice:
—Así que tú eres el famoso Nevada del que siempre habla.
Nev exhala y cumple con su apretón de manos. Me inclino a pensar que
ya decidió que no le va a gustar Griff, pero espero que al menos le dé una
oportunidad. Si pudieran encontrar un terreno en común y un poco de respeto
mutuo creo que todos serían mucho más felices.
—Me alegro mucho de verte, cariño —interviene mi madre, deslizándose
entre los dos y rodeando con sus brazos el cuerpo tenso y tonificado de Nev. Sus
brazos parecen más grandes de lo que recuerdo. Sus hombros son más anchos.
Los latidos de mi corazón se intensifican por un momento al pensar en quedarme
a solas con él.
—Nev, me alegro que hayas podido venir. —Mi padre apoya las manos en
las caderas, de pie al otro lado de la isla. No es de los que dan la mano o abrazan.
Es más bien un hombre que aprieta los hombros y asiente.
—Espero que tengas hambre.
—Estoy muerto de hambre —dice Nevada.
—¿Por qué no se sientan todos en el comedor? —pregunta mamá—. Griff,
¿te importaría ayudarme a llevar algo de esto?
—En absoluto. —Griff se aparta de nosotros, metiendo sus manos en un
par de guantes de cocina verdes y agarrando un plato caliente de una bandeja
metálica.
La aguda mirada de Nevada se detiene en él. Creo que le molesta lo bien
que Griff encaja en nuestra familia, como un Devereaux honorario. Es cierto que
mi familia siempre ha querido a Nev, pero era diferente. Era un pretendiente bajo
escrutinio. Griff llegó diciendo y haciendo todas las cosas correctas y mis padres
se lo tragaron como gatitos la leche.
—Nev —digo, dándole un codazo. Pero él mira fijamente a Griff.
Pensé que se alegraría de verme, pero parece que no puede dejar de fijarse
en la presencia de mi mejor amigo.
Lo guío al comedor, ocupamos nuestros lugares favoritos junto a la
ventana y vuelvo a meter mi mano en la suya bajo el mantel.
70 Levanto la vista y sonrío. Estoy encantada de que por fin esté aquí, a mi
lado, donde puedo tocarlo y olerlo y envolverme con sus brazos de nuevo, el único
lugar al que pertenezco de verdad.
Solo tenemos que terminar la cena, y luego podremos escabullirnos a
algún sitio y estar solos.
Me muero por estar a solas con él.
Griff y mamá colocan la comida en la mesa y Bryony aparece de la nada,
ocupando su lugar frente a papá.
—Bueno, Nev —dice Griff, tomando asiento y acercándose—. ¿Juegas al
baloncesto en Grove State?
—Eh, sí, —dice Nev, con la mandíbula tensa.
—¿En qué posición? —Griff toma un panecillo de una cesta en el centro
de la mesa.
—Centro. —Nev se sienta más erguido.
—Bien. —Griff asiente.
Hay silencio, salvo por el tintineo de los tenedores y los cuchillos contra la
vajilla y los susurros silenciosos mientras nos pasamos la comida.
—¿Crees que jugarás mucho tiempo este año? —pregunta Griff.
Casi me atraganto con mi filete.
—Quiero decir, ya que eres un estudiante de primero y todo eso —me guiña
Griffin. Sé lo que está haciendo y tiene que parar.
—Nev es muy bueno —respondo por él—. Fue una estrella en la
secundaria. Estoy segura de que lo pondrán a jugar bastante.
Nevada no dice nada, y yo meto la mano por debajo de la mesa, apretándole
la rodilla. Odio que esté tan tenso, y esto no es propio de él, pero dentro de media
hora podemos irnos y tendrá una amplia oportunidad de... relajarse.
—Yardley y yo vamos a ver esa nueva película de Spiderman mañana, por
si quieres acompañarnos —dice Griff, señalando con su tenedor a Nevada, que
se gira hacia mí.
Mierda.
Le dije a Nev que vería la película con él... pero supuse que podríamos
verla todos juntos, y por eso también le dije que sí a Griff.
71
Alcanzo mi agua helada, tomo un sorbo y enfrío mi garganta ardiente,
aunque mi cara está en llamas. Es como si me derritiera bajo un foco, con los
dos mirándome fijamente mientras tienen su pequeño concurso de meadas.
—Podemos ir todos juntos —digo, forzando una sonrisa—. Será divertido.
Nev corta su filete.
Papá nos dice que se supone que el domingo nevará diez centímetros.
Mamá le recuerda que debe echar gasolina al soplador de nieve.
Bryony dice que necesita botas de invierno nuevas. Uggs. Grises, porque
todos los demás las tienen negras o color marrón.
Cuando termina la cena, les digo a todos que Nev y yo nos ausentaremos
un rato. Griff se limpia la boca con la servilleta antes de ponerse de pie y ofrecerse
a ayudar a limpiar.
—No será necesario, cariño, pero gracias —le dice mamá.
Griffin se queda ahí, con la mirada fija entre los dos, y es como si no
quisiera perderme de vista. Sé que le gusto, pero tiene que aceptar que estoy
tomada y que solo seremos amigos.
—Te llamaré mañana —le digo.
Aprieta sus labios. No me mira. No sé qué esperaba... ¿pensaba que podía
aparecer aquí esta noche y que saldríamos los tres? Sabía lo mucho que
esperaba ver a Nev. Diablos, se burló de la cuenta regresiva que tenía en mi
calendario de Lady Gaga.
Griffin se despide de mi familia antes de desaparecer por la puerta trasera.
Un minuto después, sube a su camioneta y sale de nuestra entrada.
Nevada exhala, como si se sintiera aliviado por haberlo quitado de en
medio, y me lleva al vestíbulo junto a la puerta principal.
—¿Adónde quieres ir? —me pregunta mientras nos ponemos las botas, los
gorros, los guantes y los abrigos.
—A cualquier sitio. Llévame lejos —le digo, pasando los brazos por sus
hombros mientras me pongo de puntillas. Sonrío y lo beso, con mis dedos
recorriendo su cabello oscuro.
Al separarme, no puedo evitar fijarme en cómo me mira ahora... como si
fuera otra persona, alguien a quien le cuesta reconocer. ¿O tal vez cuando me
mira no se reconozca a sí mismo? En cualquier caso, ya no me mira como antes.
72 ¿Lo he perdido?
—¿Qué? —pregunto, con el corazón palpitando en mi pecho.
Se muerde el labio antes de volverse hacia la puerta.
—Nada.
Lo sigo afuera y subimos a la gélida cabina de su vieja camioneta que aún
huele a los ambientadores de vainilla que ha usado durante años.
—No te gusta, ¿verdad? —pregunto, abrochándome el cinturón de
seguridad y mirando hacia las puertas del garaje.
La camioneta arranca con un rugido.
—¿Qué lo delató?
—Es una persona muy agradable —digo—. Si lo conocieras. Dale una
oportunidad, es difícil al principio, pero...
Nev se ríe.
—Le di una oportunidad. Dejé que te llevara a la fiesta de bienvenida y te
besó, joder. Dos veces.
Se me cae la mandíbula.
—¿Qué quieres decir con que dejaste que me llevara? ¿Qué soy yo, tu
propiedad?
—Sabes lo que quiero decir. —Sus palabras son afiladas y cortantes y no
me mira. Un momento después, sale del camino de entrada de mis padres y se
dirige al norte. No tengo ni idea de adónde vamos y creo que él tampoco lo sabe.
Creo que vamos a conducir, a pelear y a reconciliarnos y que todo volverá a la
normalidad a las doce de la noche.
—No ha intentado nada desde entonces —digo—. Le dije que nunca podría
estar con él. Sabe que te quiero a ti y solo a ti. Créeme, lo hemos hablado.
Me desabrocho el cinturón de seguridad, me deslizo hacia el centro y
entrelazo mi brazo con el suyo. Su cuerpo está rígido y tieso. ¿Tal vez sea por los
dos días de viaje? ¿Y la semana de los exámenes finales? ¿Y las vacaciones? ¿Y
es que está estresado e irritable? Todo eso unido a tener que cenar frente al chico
que beso a tu novia sería suficiente para poner a cualquiera de mal humor.
No le culpo por su mal humor, pero nuestro tiempo juntos es limitado y
no quiero pasarlo peleando.
—No tienes que salir con él si no quieres —le digo.
Pienso pasar todo el tiempo que esté despierto con Nev mientras esté en
73 casa, lo que significa que Griff pasara temporalmente a un segundo plano. No le
gustará, pero es mi mejor amigo y sé que lo entenderá.
Me acerco, le inspiro y le beso la mejilla.
—Te amo, Nevada. Soy tuya. De nadie más. Así será siempre. Por favor,
disfrutemos el uno del otro, ¿bien?
Su mano se mete en la mía y exhala.
—Lo siento. Es que...
Lo hago callar.
—No tienes que disculparte, Nev. Lo entiendo.
Frenamos hasta detenernos en el último semáforo a las afueras de la
ciudad. Me lleva a nuestro lugar, que a estas alturas probablemente sea un
aparcamiento cubierto de nieve, pero su camioneta nos hará atravesar y el cielo
oscuro y sin estrellas nos ocultará lo suficiente.
Al levantar la mirada hacia él, todo lo que veo es amor.
Todo lo que siento es amor.
Pero su mano está fría y hay una distancia en sus ojos que nunca he visto
antes.
¿Lo estoy perdiendo?
¿O me está alejando porque cree que me está perdiendo?
Nev estaciona en la esquina trasera del estacionemiento abandonado de
las afueras de la ciudad y apaga los faros. Desabrocho su cinturón de seguridad
y no pierdo tiempo en subirme a su regazo y apoyar mis manos en sus anchos
hombros.
—Mírame —le digo, acariciando su hermoso rostro. Se me corta la
respiración cuando su mirada dorada se fija en la mía—. No sé qué te pasa, si
estás preocupado por algo.... —Coloco una mano sobre mi corazón palpitante—
. Si soy yo quien te preocupa, por favor, Nev. Créeme. Soy lo último...
Silencia mis palabras con un beso y me relajo contra él, mi mente se calma
y mi cuerpo se rinde. Sus manos tiran del dobladillo de mi camisa y yo busco su
cinturón.
Lo beso para quitarle sus miedos.
Le demostraré lo mucho que lo amo.
74 Y todo estará bien.
Es así de sencillo.
Sigue diciéndote eso
Yardley
Una semana después
—L
o siento, ¿te conozco? —Griffin responde a su puerta con
su gorro de los Sooners, un pantalón de pijama cubierto
con el logo de Batman y una camiseta gris.
—Para. —Pongo los ojos en blanco y finjo estar molesta.
—Hace como un mes que no te veo.
75 —Ni siquiera ha pasado una semana —lo corrijo con los dientes
castañeando. Hace mucho frío aquí fuera y me obligará a quedarme fuera porque
probablemente piense que es divertidísimo.
—¿Supongo que el novio se fue de la ciudad? —pregunta.
—Ayer —le digo—. ¿Me vas a dejar entrar o qué?
—Supongo. —Griff se hace a un lado y yo me quito los zapatos de nieve
junto a la puerta principal. Su hermano pequeño, Gideon, está tumbado boca
abajo frente al televisor, con los ojos fijos, y a su lado descansa un bol de Froot
Loops a medio comer.
—Te he echado de menos —le digo, mirándolo de reojo—. Lo creas o no.
—Oh, lo creo totalmente. —Apoya las manos detrás de su cabeza, con una
sonrisa estúpida mientras me toma en cuenta.
—Lo sabes, pero de forma amistosa —aclaro.
—Sigue diciéndote eso, Devereaux. —Camina por el pasillo hacia su
habitación y yo lo sigo. Hay un videojuego en pausa congelado en su televisor, y
se deja caer en su puff antes de agarrar el mando.
Típico sábado en casa de los Gaines.
Seguro que sus padres siguen en la cama. Les gusta dormir los fines de
semana, pero no les culpo. Trabajan en segundo turno en Devereaux Wool and
Cotton. Papá dijo que los pasaría al primer turno en la próxima oportunidad que
tenga, pero no cree que ninguno de los del primer turno se vaya pronto.
Tomo asiento en el borde de su cama deshecha, apoyo los codos en las
rodillas y lo observo jugar... lo que es como ver cómo se seca la pintura, pero no
es que tenga nada mejor que hacer hoy. Y es cierto. Le he echado de menos estos
últimos días. He echado de menos sus bromas estúpidas y su sonrisa tonta.
—¿Has tenido una buena Navidad? —pregunto.
—Supongo. —Se encoge de hombros, concentrado en su juego durante
unos instantes antes de pausarlo—. Pregunta.
—¿Sí?
—Entonces... ¿qué ves en él? —Su cara está apretada y no creo que esté
bromeando.
—¿Qué quieres decir?
—Entiendo que es un gran jugador de baloncesto y que tiene todo lo de ser
76 alto, moreno y guapo, pero el chico es, como, intenso. Y no sonrió ni una vez. Al
menos no cuando yo estaba cerca.
Ojalá Griff hubiera conocido al verdadero Nevada, el dulce y encantador
del que me enamoré hace años.
—Sabe que me besaste. Por supuesto que no querrá ser tu mejor amigo.
—Sacudo la cabeza—. Y entonces apareciste en la cena familiar. Le sorprendió,
Griff.
—De acuerdo. Me parece justo. ¿Pero qué más te gusta de él? Todo lo que
hablas es de lo mucho que lo amas... pero nunca dices por qué.
Estoy perpleja, realmente perpleja, pero entonces se me ocurre.
—Preguntarme por qué amo a Nev es como preguntarme cómo es el
oxígeno. No lo sé. Solo sé que está ahí. Lo siento. Lo necesito. No puedo vivir sin
él.
—Por favor. —Griffin mira el juego en pausa antes de arrastrarse la mano
por la cara y soltar una respiración entrecortada.
Ahora lo entiendo.
Simplemente quería saber qué tiene Nev que él no tiene.
—Tienes suerte —dice, y finalmente vuelve a mirarme—. Desearía... solo
una vez en mi vida... poder experimentar ese loco y estúpido tipo de amor. Esa
conexión eterna y sin sentido con otra persona.
Me alejo fuera de la cama y me siento a su lado, apoyando mi mano en su
muslo.
—Solo tienes dieciocho años. Tienes mucho tiempo para encontrar a
alguien de quien enamorarte estúpidamente.
—Sí, no creo que eso esté en mi futuro —dice, bajando la barbilla contra
su pecho.
—No seas ridículo. —Le doy un golpe en el brazo—. Eres inteligente. E
ingenioso. Sabes dibujar mejor que nadie que conozca. Tienes un gran gusto
musical. Eres una de las personas más divertidas que he conocido. Sabes cantar,
tocas la guitarra, eres buen conductor... ¿necesitas que siga?
—Si soy tan increíble... —Se vuelve hacia mí, sus palabras se cortan en el
aire tenso que nos separa. De todos modos, no necesita terminar su frase. Sé a
lo que quiere llegar—. Yardley...
Su mirada se posa en mis labios, los mismos que Nev reclamó hace menos
de un día, antes de subir a su camioneta y salir a la carretera. Nuestras
77 minivacaciones de invierno tuvieron un comienzo agitado, pero a la segunda
noche ya fue todo tranquilo y nos acomodamos a nuestras viejas costumbres,
como si no hubiera pasado el tiempo.
—No lo hagas, Griff. —Me levanto antes de que tenga la oportunidad de
intentar besarme.
Se levanta, pero es demasiado tarde.
—Tengo que irme —digo, y me voy.
Puede que sea mi mejor amigo, pero no es justo que me culpe, que me
haga sentir culpable porque no me gusta. ¿Y hacerlo una y otra vez? Es injusto.
Es injusto para él. Para mí. Para Nev.
—Yardley —dice mi nombre, de pie en su puerta, con las manos en el
marco. Pero no me persigue. Sabe que no es correcto—. Yardley, lo siento. —Me
detengo y me vuelvo hacia él—. Soy idiota. En serio. El más grande de los idiotas.
—Sí. —Apoyo mi mano en el lado izquierdo de mi cadera.
—Tengo que decirte algo —dice. La luz de sus ojos ha desaparecido y hay
un ligero temblor en su voz—. Algo que debería haberte dicho hace mucho
tiempo.
No puedo respirar
Nevada
Un mes después
N
o quería salir esta noche, pero un grupo de chicos insistieron en
hacerme salir por mi cumpleaños, incluso me regalaron una
identificación falsa que no se parece en nada a mí, pero que de
alguna manera milagrosa me consigue todo lo que quiero hasta ahora.
En un bar del campus universitario hay una noche de San Valentín para
78 solteros y, a pesar de que no soy soltero, las bebidas son dos por uno y todo el
equipo está aquí.
Les dije que dos tragos y me voy. Ese fue el trato.
Me tomo mi segunda Corona de la noche, me acomodo en una mesa con
un par de chicos y espero mi momento. Le dije a Yardley que la llamaría sobre
las diez. Hoy me dijo que iría al cine con Lexie y las chicas.
—Hombre, Estella te ha estado echando el ojo toda la noche. —Jense me
da un codazo, señalando con la cabeza al grupo de porristas de Grove State que
destrozan la pista de baile, concretamente a una morena sexy de labios rojos y
cabello hasta la mitad de la espalda—. Dime que vas a aprovechar eso. Por favor.
Hazlo por mí. Hazlo por tu país.
Me río. Estella es hermosa, seguro, pero no es Yardley.
—Es toda tuya. —Bebo un trago. Jense tiene cara de acabar de atropellar
a su cachorro.
—Amigo. Nev, te desea. —Me da un puñetazo en el brazo—. ¿Sabes
cuántos de nosotros hemos intentado estar con ella? Somos carne de perro para
ella. ¿Pero tú? Hombre, no te ha quitado los ojos de encima en toda la noche.
Me encojo de hombros, sacudiendo la cabeza.
—No es mi tipo.
La verdad es que no tengo un tipo.
Y, si lo tuviera, solo sería una chica. Mi chica.
Mi teléfono vibra en el bolsillo y casi espero ver algún mensaje sensiblero
de Dove, solo que el mensaje es de un viejo amigo de Lambs Grove.
SHAWN PETERS: Mierda, Nevada. Si tú y Yardley no pueden soportarlo, el
resto estamos jodidos. Hazme saber si necesitas algo, ¿bien? Lo siento, hombre.
Mi corazón se acelera y la habitación comienza a girar, la ensordecedora
música del bar se hace más distante.
Esto no tiene sentido. ¿De qué coño está hablando?
Escribo un montón de signos de interrogación y le doy a enviar. Cada
segundo que pasa mientras espero su respuesta me parece una eternidad.
Acabo de hablar con ella esta mañana.
Y le dije que ahorré suficiente dinero para volar a casa durante las
vacaciones de primavera. A primera hora de la mañana pensaba comprar los
billetes.
79 ¿Por qué Shawn estaría diciendo esto?
SHAWN PETERS: Escuché que ustedes dos rompieron...
Le respondo con un rápido “No”.
No lo sé, hombre. Creo que te están engañando. Acabo de verla cenando con
un tipo en Catalina's ... tenían sus brazos alrededor del otro cuando se fueron.
Lloraban y reían. Parecía que le había dado un anillo o algo así.
Le pregunté si estaba seguro de que era ella.
SHAWN PETERS: Sí.
No puedo respirar.
No puedo respirar.
No puedo imaginármelo
Nevada
Un día después
N
o hay una manera fácil de decírselo, pero si contestara al teléfono
al menos podría intentar explicárselo.
Suena la línea y salta su buzón de voz, como lo ha hecho las
últimas veinte veces que lo he intentado. No ha respondido a ningún mensaje en
las últimas veinticuatro horas y dudo que escuche mis mensajes de voz. Si lo
80 hiciera, sabría que esto no es lo que parece.
Solo puedo imaginar lo que la gente le ha dicho.
Y solo puedo imaginar cómo se sintió... pero necesita oír la verdad y
necesita oírla de mí.
Es la única manera de superar esto.
—Nev, por favor. Llámame —le ruego a través de un mensaje de voz que
probablemente borrará antes de escucharlo—. No es lo que piensas. Puedo
explicarlo. Lo que te hayan dicho... no es... solo... es complicado y quiero
decírtelo por teléfono para que entiendas. Te amo. Llámame.
Termino la llamada y me siento en el borde de la cama, con la cara
enterrada entre las manos. Podría llorar, pero estoy demasiado entumecida. Los
últimos días han sido un cóctel de emociones inesperadas, y me he visto obligada
a tomar una decisión que nunca pensé que tendría que tomar ni en un millón
de años.
Tomando un cuaderno y un bolígrafo de mi escritorio, le escribo una carta.
La enviaré mañana y, si después de todos mis esfuerzos sigo sin tener
noticias suyas, sabré que lo he perdido.
81
Por favor, déjame explicártelo
Yardley
Dos semanas después
M
e devolvió la carta.
Releí mis palabras, imaginando cómo debió sentirlas.
Nevada,
Te escribo porque no has respondido a mis llamadas ni a mis mensajes.
Estoy segura de que has oído los rumores, así que pensé que debías oírlo
82 directamente de mí...
He roto mi promesa.
Pero debes saber que nunca quise hacerte daño, que nada de esto estaba
planeado y que te sigo amando más que a nada en este mundo.
Esto es algo que tenía que hacer. Y creo que, si me dejas, puedo explicarlo
de una manera que tenga sentido y no borre completamente la belleza de lo que
teníamos.
Por favor, no me odies, Nevada.
Por favor, déjame explicarte.
Por favor, contesta tu teléfono.
Te quiero. Mucho.
Tu Dove,
Yardley
El papel está desgarrado en la parte superior, como si estuviese a punto
de romperlo en pedazos, pero hubiera cambiado de opinión, y en el reverso de
mi carta, en negrita y con rotulador negro, hay un mensaje suyo.
NO VUELVAS A PONERTE EN CONTACTO CONMIGO
83
Un tumor benigno en mi corazón
Yardley
88
Oh, Dios
Yardley
P
aso por delante de la mansión Conrad cuando vuelvo a casa del
trabajo.
El cartel de la inmobiliaria Coldwell Banker, que lleva años
en el patio delantero, tiene un cartel gigante de “vendido” en el
centro.
Cuando compré mi pequeña casa hace un par de años, tardó treinta días
89 en cerrarse. Podrían pasar treinta días o más hasta que esté aquí. Y me imagino
que tomara un tiempo para empacar su casa de Raleigh y transportarla a través
de la mitad del país. Una vez la miré, y tenía más de mil metros cuadrados con
un garaje para ocho autos. Solo su casa de invitados tenía cientos de metros
cuadrados más que la casa americana media.
Tengo mucho tiempo.
A menos que se quede con su madre en esa enorme casa de ladrillo en el
lado sur de la ciudad ...
La idea de que Nevada esté en Lambs Grove ahora mismo, en este mismo
momento, me provoca un nudo en el estómago y lo llena de ansiedad y emoción
a partes iguales.
Esto va a ir muy bien.
O se pondrá más feo de lo que jamás he imaginado.
Después de la década que he tenido, apuesto por lo segundo.
Papel gana a la piedra
Nevada
A
penas se ha secado la tinta cuando mi agente inmobiliario de
cabello plateado, traje barato y piel bronceada extiende su mano
cubierta de anillos.
—Felicidades, señor Kane. Bienvenido a casa.
Hago acopio de una sonrisa contenida y le respondo con un apretón firme
antes de salir corriendo de allí. Volver a Lambs Grove no era algo que me
90 imaginara haciendo en esta vida.
Pero tampoco me imaginaba a mi mujer dando a luz a nuestra segunda y
preciosa hija y muriendo de una hemorragia mientras yo dormía plácidamente
en el sofá extraíble de su suite de recuperación de lujo.
Estella solo sostuvo a nuestro nuevo bebé un par de horas antes de pedir
algo de tiempo para descansar. Fue un parto largo, más duro para ella que el
primero, y estaba agotada.
Todos lo estábamos.
Mi esposa, de cabello negro y ojos esmeralda, sonrió y lanzó un beso
mientras una enfermera colocaba a nuestra hija de dos kilos y medio en su cuna
transparente y la llevaba a la sala de neonatos, y luego me dijo que yo también
descansara. Sus padres traerían a Lennon a conocer a su nueva hermana dentro
de unas horas y ambos necesitábamos recuperar el sueño.
Ella estaba allí.
Y luego se fue.
El resto de mi vida estaba planeada, prácticamente grabada en piedra. Y
de repente estoy enviando una copia de su certificado de defunción a la compañía
de seguros.
El papel gana a la roca.
No sería la primera vez que me arrebatan el futuro. Dos veces en diez años
hace que uno se pregunte si el universo lo tiene en cuenta.
Los contratos y los acuerdos de patrocinio no significan una mierda si no
tienes a esa persona que te abraza, te asfixia con besos de carmín y te dice lo
orgullosa que está de ti, y lo dice de verdad.
Esa era Estella Pérez.
La estrella brillante para mi luna solitaria.
El cielo claro para mi furiosa tormenta.
Solo debía ser un despecho después de que mi ex destruyera mi corazón
con una maldita bomba nuclear. Estella era alegre y jovial y muy feliz todo el
tiempo y, para ser honesto, al principio me molestaba mucho. Pero tenía la más
grande risa y la más sexy sonrisa. Ocupaba la mitad de su cara, con hoyuelos y
todo.
91 Era tan diferente de... la chica que la precedió. Tan diferente, de hecho, que
cuando estaba con ella me encontraba olvidando el dolor y el pasado.
Anestesiaba esa parte herida de mí.
Era mi opio.
Me dio mi dosis y me volví adicto.
Tal vez fuera egoísta de mi parte, pero me casé con esa chica. Le di el puto
diamante más grande que pude encontrar y formé una familia con ella porque
me hizo olvidar y me convencí de que sería la única manera de poder vivir algo
parecido a una vida.
Quiero decir, amaba a Estella. No me malinterpretes.
Pero era un tipo de amor diferente.
Quería cuidarla y hacerla feliz. Quería darle todas las cosas que pudiera
desear porque así de buena era para mí.
A cambio, le di la mayor parte de mí. Por desgracia, por mucho que
quisiera, nunca pude darle mi corazón en su totalidad... y eso me mató.
Dicen que nunca se recibe el mismo amor dos veces, y sé por experiencia
que es la pura verdad.
Quería amar a Estella como amaba a la otra chica, y lo intenté. Lo intenté
como nada más. Pero, al final, no puedes proyectar esos sentimientos en alguien
más de lo que puedes forzar los antiguos.
Hasta el día en que muera, lamentaré que ella solo haya sido mi número
dos.
De todos modos, hace seis meses enterré a mi esposa.
Y hace seis meses contraté a un equipo de niñeras y me perdí en el trabajo,
viajando por apariciones y reuniones y acuerdos de patrocinio cuando no estaba
practicando con el equipo. No fue hasta que llegué a casa y la pequeña Essie
lloró cuando intenté tomarla en brazos que me di cuenta de que no solo había
dado la espalda a mi vida, sino que había dado la espalda a las dos únicas cosas
que significaban algo para mí.
Mis hijas.
Ya perdieron a su madre. No merecían perder también a su padre.
La gente cree que retirarse de una de las carreras más lucrativas de la
historia de la NBA fue una de las decisiones más difíciles que he tenido que
tomar, pero se equivocan.
94
Demasiado Tarde
Yardley
97 Hago yoga.
Dibujo.
He metido los dedos en la cocina gourmet y en la fabricación de joyas.
Una vez intenté tejer.
El hecho de que no esté saliendo con todos como mi hermana o viviendo
una existencia más grande que la vida no significa que esté desperdiciando mis
veinte años.
—Sí que eres un desastre. Pero te sigo queriendo. —El teléfono de Bryony
suena y lo saca de la mesita de noche—. Ya está ahí. ¿Qué hora es?
—Las siete y cuarto.
—Mierda. Llego tarde. —Sus pulgares teclean un mensaje rápido en su
pantalla de cristal y frunce el ceño—. No quiero que piense que le he dado
plantón y luego se vaya. Dios, me cabrearía mucho si le hiciera perder un Uber.
Guarda la cartera, el teléfono y las llaves en un pequeño bolso y me
pregunta qué aspecto tiene antes de salir de la habitación.
—Pareces una chica a punto de tener su tercera cita en menos de una
semana —digo, monótona.
—Tengo una idea —dice—. ¿Y si vas y te haces pasar por mí?
Levanto una ceja.
—No hablas en serio.
Bry se ríe. Creo que puede ser...
—No. —Engancho el brazo alrededor de mi perro, como si fuera el ancla
que me mantiene en los confines seguros y cuerdos de mi casa de la ciudad—.
Por supuesto que no.
—¿No sería divertidísimo? —Se gira frente al espejo de cuerpo entero que
cuelga de la parte trasera de su puerta, comprobando su trasero con el pequeño
enterizo veraniego que lleva esta noche—. Podrías fingir ser yo para variar. Podría
ser divertido salir de ti misma por un minuto. También te quitaría la presión.
Podrías divertirte.
—¿Qué te hace pensar que no me estoy divirtiendo?
La expresión juguetona de mi hermana se desvanece y posa su mirada en
mi dirección.
—Te quiero, Yardley, pero a veces me frustras muchísimo.
—Lo sien...
98
—No he terminado. Déjame terminar. —Se acerca, apoyando una mano en
su cadera izquierda. Su humor juguetón ha tomado un giro más oscuro—. Se
acabó tantear lo de tus sentimientos. Alguien tiene que decirte la verdad. Podría
ser yo. Tienes que volver a salir, y que quieras o no es irrelevante. No puedes
sentarte a llorar algo que ya no tienes. Nev siguió adelante. Hace años. Tú
también deberías hacerlo.
Mi respuesta se atasca en mi garganta antes de desintegrarse por
completo. Tiene razón. Y, hace una semana, habría estado de acuerdo.
Pero que Nevada vuelva a mudarse cambia las cosas.
Que Nevada vuelva a estar soltero, por muy trágico que sea, también
cambia las cosas.
El anhelo que intenté sofocar todos estos años se reaviva más rápido de lo
que tengo tiempo para procesarlo. A veces arde en mi interior, caliente como el
fuego y demasiado intenso para negarlo y, mucho menos, para ignorarlo. Si a
eso le sumamos que ha vuelto a la ciudad, soy un lío de un millón de emociones
diferentes.
Créeme, me gustaría poder esconderlo bajo la alfombra como un novio de
antaño, pero es mucho más que eso. Ningún intento de convencerme de lo
contrario podría cambiar eso.
—Nev volvió a Lambs Grove... —digo—. Y compró la casa que dijo que me
compraría a mí algún día... eso tiene que significar algo.
Bryony exhala, mirándome como si fuera una causa perdida.
—Solo quiero que no te hagas ilusiones.
Demasiado tarde.
99
Primera bandeja roja
Nevada
M
is pasos resuenan contra las paredes de madera y el polvo rancio
llena mis pulmones.
Todos estos años vacíos y sin vida han hecho mella en esta
casa... y por eso la conseguí por una ganga. Los vendedores pedían dos millones
y la casa llevaba ocho años en el mercado. Les ofrecí menos de un tercio de esa
cantidad, todo en efectivo, en veinticuatro horas, y aceptaron en una hora.
100 Tal vez eso debería haber sido mi primera bandera roja.
Nadie quiere esta casa.
Nadie quiere estar atado a Lambs Grove y su pasado devastado. Esta
pequeña y pintoresca ciudad, que en su día fue próspera, pasó a ser un adefesio
antes de que nadie pudiera hacer nada para evitarlo.
Al pasar por el comedor, con su techo de dos pisos, sus candelabros y su
chimenea de mármol, me imagino a mis hijas riendo, a Lennon dando vueltas
con su vestido morado favorito mientras su hermana la observa, con los ojos
muy abiertos. Me dirijo hacia la parte trasera de la casa, hacia la corredera que
da a la piscina, e imagino las huellas de los pies mojados, el olor a cloro y las
toallas calientes y tostadas por el sol. Arriba, designo los respectivos dormitorios
de las niñas, uno al lado del otro y frente al mío.
Quiero que estemos todos juntos, siempre.
Esta es una casa demasiado grande para nosotros tres, pero las opciones
inmobiliarias de Lambs Grove eran escasas y esta era la única equipada con un
sistema de seguridad y una valla de ladrillo de dos metros en el perímetro,
rodeada de árboles frondosos.
Al entrar en la suite principal, tomo nota en mi teléfono de que tengo que
comprar unas cuantas tapas de enchufes, una pistola de silicona y algunos
clavos y un martillo. La mayoría de los problemas de esta casa son cosméticos o
menores. Una buena limpieza a fondo y unas cuantas reparaciones menores y
podremos llamar oficialmente a este lugar nuestro hogar.
La ventana que va desde el suelo hasta el techo en el lado sur del
dormitorio principal da a la piscina, que está llena de hojas, ramitas y envoltorios
de comida rápida que volaron en el aire y aterrizaron en el patio trasero.
Todavía no es bonita, pero lo será. Solo necesita un poco de cariño.
Hay algo de estar en Lambs Grove que hace que esos viejos recuerdos
enterrados vuelvan con más fuerza, más vibrantes. Algunas noches, me acuesto
en la cama, mi mente se inunda de cosas cualquiera, momentos en su mayoría,
cosas que en retrospectiva parecen completamente triviales e insignificantes. El
olor de mi vieja camioneta, como a ambientador de cuero y a polvo de carretera.
El peso de mi chaqueta favorita y el hecho de que las mangas fueran medio
centímetro más cortas. Sacar a mi hermano de una zanja un año en el que pensó
que dar vueltas en su Firebird de tracción trasera después de una tormenta de
hielo era una decisión inteligente.
102
¿Sabes quién es?
Yardley
—T
oma. —Bryony me entrega una nota adhesiva azul con
una lista de la compra—. Estos son todos los suministros
que necesitamos.
—Iré mañana. —Despego la nota del dorso de mis dedos y la pego en la
esquina de la pantalla de mi ordenador.
—Necesitamos alfileres, como, ayer —dice ella—. Y casi se me han acabado
103 los clips.
—Acabo de comprarte un paquete la semana pasada...
—De todos modos, son las tres. Solo tienes que terminar el día e irte —
dice, con el labio inferior sobresale hacia adelante mientras se encoge de
hombros—. No hemos tenido ningún cliente desde las once. Te prometo que no
te vas a perder nada.
Mi hermana se inclina sobre mi escritorio y guarda la hoja de cálculo en
mi computadora antes de apagarlo.
—No tenías que hacer eso —digo.
Ella sonríe.
—Sí, tenía que hacerlo. No has salido de la tienda en todo el día. Ni siquiera
has almorzado. Te estoy haciendo un favor.
Levantándome, agarro mi bolso, las llaves del auto y mi taza de café vacía,
y mi hermana me acompaña a la entrada de la tienda.
—Diviértete... —Bryony me hace un gesto con el dedo antes de contestar
al teléfono y darse la vuelta.
Diez minutos más tarde me meto en una plaza de estacionamiento en el
Shoppe Smart local, la respuesta de Lambs Grove a Wal-Mart, y me dirijo a través
del estacionamiento cubierto de grasa y lleno de chatarra para tomar un carrito.
Para mi consternación, pero no para mi sorpresa, no encuentro ni un solo
carro sin una rueda que se tambalee o chirríe.
En el interior, la tienda está casi vacía de clientes, y el hedor a carne
podrida llena mis fosas nasales mientras un equipo de media docena de
trabajadores rebusca en el expositor de filetes en busca del origen del olor.
Por eso no compro mis alimentos aquí.
Me dirijo a la parte trasera de la tienda, donde se guardan los alfileres y el
hilo, y giro a la izquierda para atravesar el pasillo de los calcetines, pero lo
encuentro atestado de compradores y carros.
¿Hay rebajas en los calcetines de corte bajo de Hanes?
Esta gente se vuelve loca por las rebajas en un par o por los pequeños
paquetes con siete pares en lugar de cinco. Una vez vi cómo se rebajaba algo del
tipo Black Friday por una liquidación de calzoncillos, y no fue bonito.
—Disculpe —digo, aclarándome la garganta.
104 Me ignoran.
—Disculpe. —Esta vez hablo más alto.
—Date la vuelta —me dice un lameculos, como si yo fuera la maleducada
en esta situación.
Exhalando, hago retroceder mi carrito para salir del puto atasco y busco
una ruta diferente hacia la sección de costura. Sería estupendo que mi madre se
preparara con antelación para este tipo de escasez. Supongo que saben que
siempre estoy preparada para hacer un recado rápido cuando surge la
necesidad.
Pasan diez minutos cuando tacho el último artículo de mi lista y me dirijo
a la entrada de la tienda para encontrar una caja registradora que, con suerte,
no está atendida por la veterana Betty Cleary.
La mujer más dulce del mundo.
La cajera más lenta también.
Te hablará hasta por los codos si la dejas... por eso intento evitar su carril
a toda costa.
Al pasar por el pasillo de los calcetines, lo encuentro vacío. Toda esa
gente... se ha ido. Como me lo imaginaba. Me encojo de hombros, paso de largo
y me las apaño para tomar el cuarto puesto en el carril dos, atendido por un
adolescente con peca que no se anda con rodeos y posee el tipo de cualidades
rápidas y ágiles que busco en un cajero de Shoppe Smart.
La cola avanza rápidamente, pero agarro una revista Us Weekly para
esperar mi turno.
Voy por la mitad de un fascinante artículo sobre la sobriedad de Brad Pitt
cuando la mujer de cabello rizado que tengo delante me da tres codazos en el
brazo. Levantando la mirada, alzo las cejas para ver por qué me llama una
perfecta desconocida.
—¿Sabes quién es? —Su voz es baja y suave, mientras una mano cubre el
costado de su cara y la otra señala al hombre que está frente a ella.
Sacudo la cabeza. Parece un hombre. Un tipo alto. Con una camiseta
blanca, una gorra de béisbol descolorida y unos vaqueros rotos, con las manos
metidas en los bolsillos.
—Es Nevada Kane —susurra, con los ojos desorbitados y gesticulando con
las manos.
105 Se me cae el estómago cuando mi mirada se desvía hacia el atractivo
hombre que en este momento está de espaldas a mí y al resto del mundo de
Shoppe Smart.
Se me hace un nudo en la garganta. No podría pronunciar ni una sola
sílaba si lo intentara ahora mismo.
La mujer sonríe en su dirección antes de volverse hacia mí y acercarse.
—Quiero pedirle un autógrafo para mi nieto. ¿Debo hacerlo?
Antes de que tenga la oportunidad de decirle que le está preguntando a la
persona equivocada, Nevada se da la vuelta. Debe haber oído el alboroto que
estaba armando esta mujer.
Mirando hacia él, con el corazón silbando en mis oídos y la boca seca, me
coloco un mechón de cabello oscuro detrás de la oreja izquierda y sonrío. Tengo
el pecho cargado con el peso de la nostalgia y el tipo de vértigo que me inundaba
cada vez que lo veía.
Nevada se fija en mí. Estamos a pocos metros de distancia. De repente,
una década de separación se ha transformado en nada más que una mujer y un
carro entre nosotros.
Pero no me mira.
Era un espejismo. Y luego era real, estaba tan cerca que prácticamente
podía tocarlo. Pero cuando miró a través de mí, supe ...
Los rumores son ciertos.
El cajero dice un total antes de hacer crujir sus nudillos contra su chaleco
azul marino, y Nevada golpea un billete de cien dólares sobre el mostrador.
Me mantengo al margen y observo cómo la mujer delante de mí lo adula,
rebusca en su bolso algo que él pueda firmar, y luego se vuelve hacia mí
hablando sin parar de lo emocionado que estará su nieto cuando le dé esto.
Mientras ella habla de lo amable y simpático que es Nevada para ser una
“celebridad”, lo veo desaparecer por las puertas automáticas, con su paso
prolongado y rápido.
No se vuelve ni una vez. Sigue adelante, de espaldas a mí.
Como si no importara...
Como si no existiera...
Como si estuviera muerta para él...
106 Ahora sé que los rumores son ciertos: Nevada Kane me odia.
Una desalmada
Nevada
L
levo casi una hora sentada en el sillón del salón, en medio del oscuro
silencio, cuando entra mi hermana. Deja caer sus llaves en el cuenco
de la consola antes de darse cuenta de que estoy allí.
—Dios mío, qué susto me has dado. —Su mano con uñas oerfectas se
extiende por el pecho—. ¿Qué estás haciendo? ¿Por qué estás sentada en la
oscuridad?
111 Bryony enciende una lámpara antes de quitarse los zapatos.
—Lo he visto hoy. —Es lo primero que digo desde que me fui de Shoppe
Smart.
—¿El qué?
—Quién —la corrijo—. A Nevada. He visto a Nevada.
Se deja caer en el sofá y se acerca a la mesa de centro para encender otra
lámpara.
—Bien, ¿has saludado? ¿Sonreíste? ¿Hablaron algo?
—Sonreí —digo—. Miró a través de mí.
—¿Tal vez no te vio?
—No, no, no. Me vio. Estaba a unos dos metros de mí, como mucho.
Compartimos el carril de salida. La señora que tenía delante de mí hablaba de él
y luego le pidió un autógrafo. Se volvió hacia mí y me vio. —Le cuento la jugada,
la misma que he estado rebobinando y repitiendo en mi mente desde el momento
en que salí de la tienda.
—¿Qué hizo cuando sonreíste?
—Nada. —Levanto la voz—. Ya te lo he dicho. Miró a través de mí.
—Ni siquiera sé qué significa eso —dice mi hermana, con expresión
arrugada—. No estás hecha de cristal. ¿Cómo puede alguien ver a través de ti?
Exhalo.
—Es una expresión. No lo sé. Él solo... miró a través de mí. Como si no
estuviera allí. Como si fuera un fantasma y no pudiera verme.
Más bien se negaba a verme...
—Hay un cliente que viene. Ya sabes el... loco Dave. Y él es igual. No puede
hacer contacto visual con la gente por alguna razón —dice.
—No es lo mismo. —Pongo los ojos en blanco.
—De todos modos, continúa. —Hace un gesto con la mano en mi dirección
antes de acomodarse en los cojines y apoyar la barbilla en la palma de la mano.
—Eso es... todo. No hay nada más.
Bryony se reclina hacia atrás como si la hubiera decepcionado, y deja caer
los hombros.
—Yuju. Supongo que es peor de lo que pensaba. Realmente te odia.
112 —No me digas.
—Siempre pensé que la gente exageraba cuando decía eso.
Siempre esperé lo mismo.
—¿Tal vez le ocurra algo? —Se encoge de hombros—. ¿O tal vez todavía
esté de luto por su esposa y no está listo para relacionarse con una exnovia aun?
No lo sé. La gente se pone rara con ese tipo de cosas.
Hace años decidí alegrarme por él, de que siguiera adelante y encontrara
la felicidad. Estaba bien, al menos eso parecía desde la distancia, a través de los
artículos de prensa, las conferencias de prensa y las entrevistas. Y se lo merecía
todo.
El día que me enteré del fallecimiento de su mujer, lloré.
Lloré por ella. Lloré por sus hijas. Pero, sobre todo, lloré por Nevada.
Ojalá pudiera decirle cuánto lo siento.
Por todo.
No soy tan cruel
Nevada
—¿N
evada Kane?
Estoy en la cola del juzgado de la oficina de
conducción cuando alguien me llama por detrás. Al
girarme, me encuentro con una cara familiar
llamada Tate Hofstetter que, a sus casi treinta años, luce una barba espesa, una
alianza de oro y cuarenta kilos de más. Hubo un tiempo en que estábamos muy
113 unidos. Los mejores amigos. Era el ala-pívot de nuestro equipo de baloncesto,
pero perdimos el contacto después de que yo dejara Lambs Grove y él se fuera a
una escuela técnica en Alabama.
—Mierda. No puedo creer que seas tú. —Tate sonríe como un idiota, y trata
de agarrarme el bíceps con la mano derecha, pero su mano es demasiado
pequeña—. Mírate, todo cuadrado.
Agarro un número, al igual que él, y tomamos asiento en la esquina.
—Deberíamos ponernos al día —dice inmediatamente—. Te he seguido a
lo largo de los años, ya sabes, en el canal de deportes y demás, pero siempre me
he preguntado cómo te iba. Siento lo de tu mujer, hombre.
No puede callarse, ¿verdad?
—Todo el mundo estará encantado de que vuelvas a la ciudad. ¿Solo estás
de visita? —me pregunta.
Sacudo la cabeza.
—He comprado una casa.
Sus ojos brillantes se abren de par en par y se ajusta la gorra.
—De ninguna manera- ¿Hablas en serio?
Asiento, apoyando los codos en las rodillas y frotándome las manos
mientras miro a mi alrededor. Hoy la oficina tiene poco personal, pero solo hay
un par de personas esperando delante de nosotros. Solo quiero entrar, salir y
seguir con mi día.
—Entonces, ¿te quedas en LG? —pregunta—. Quiero decir, vi que
anunciaste tu retiro, pero nunca pensé que te retirarías aquí de todos los lugares.
—Yo tampoco. —Resoplo, recostándome en mi silla y cruzando los brazos.
Intenté que mi madre dejara este lugar cientos de veces. La soborné con dinero
y mansiones y todo lo que se me ocurrió... pero mi hermana, Eden, y su marido
y sus cuatro hijos están aquí. Y mi hermano, Hunter. Y mis abuelos. Y todos los
hermanos de mi madre.
Ella se negó rotundamente a considerar poner un pie fuera de Lambs
Grove de manera permanente.
Creo que incluso dijo “Ni por todo el dinero del mundo, Nevada”.
Y lo decía en serio. Doreen Kane siempre habla en serio.
—Supongo que tu familia sigue por aquí —dice, rascándose la barba—.
Tiene sentido.
F
reno de golpe.
Mi antiguo Volvo derrapa un par de metros antes de
detenerse en seco. La puerta de la finca de Conrad está abierta de
par en par y la casa está iluminada como si fuera Navidad, con
las lámparas de araña encendidas. A través de una ventana del segundo piso,
sobre la puerta principal, veo a un Nevada Kane sin camisa y con un rodillo de
116 pintura.
La lluvia cae sobre mi parabrisas y los limpiaparabrisas chirrían sobre el
cristal cada poco segundo.
Este hombre tiene todo el derecho a estar enfadado conmigo y, si quiere
odiarme, que así sea. Es su prerrogativa.
Pero no puede tratarme como lo ha hecho hoy.
No puede chocar conmigo en una acera lluviosa, golpearme el bolso hasta
quitármelo de la mano y pasar de largo sin disculparse siquiera.
Es decencia humana básica, y quizá no me merezca mucho de él, pero al
menos eso me lo merezco.
Al llegar a su entrada, estaciono junto a una escultura de león de hormigón
con una pata levantada y apago el motor. Los limpiaparabrisas se detienen a
medio camino del cristal. Al escuchar la suave lluvia sobre el techo de mi auto,
inspiro profundamente el aire húmedo y contemplo si realmente quiero hacer
esto o no.
En el peor de los casos, no contesta a su puerta y lo sorprendo en otro
momento. Seguro que me lo vuelvo a encontrar por la ciudad.
¿En el mejor de los casos? Me deja decir lo que he venido a decir y
seguimos adelante como dos adultos maduros que se supone que somos en este
momento de nuestras vidas... y entonces quizá finalmente me deje explicar lo
que pasó hace tantos años.
Mis manos agarran el cuero desgastado del volante, las palmas sudadas.
El sonido de los latidos de mi corazón zumbando en mi oído sigue, ahogando mis
pensamientos. ¿Tal vez sea la forma en que mi cuerpo se niega a dejarme
convencer de que no lo haga?
Salgo del auto y me dirijo a la amplia entrada del pórtico de dos pisos, me
resguardo de la lluvia y me detengo ante las dos puertas dobles en forma de
arcos. De lejos, este lugar siempre ha parecido glamuroso. De cerca parece que
podría tragarme. Casi siniestro.
Necesito ordenar mis pensamientos por última vez, ensayar lo que voy a
decir.
En cierto modo parece que fue hace una eternidad que estábamos
despreocupados y completamente en el momento, inseparables y perdida e
irreversiblemente enamorados. Pero sobre todo parece que fue ayer, cada
recuerdo es tan fresco y vibrante, tan tangible que casi puedo alcanzarlo y
117 tocarlo.
Me mata no saber lo que podría haber sido si nunca hubiera tomado la
decisión de romper mi promesa. Tantas noches me he quedado despierta en la
cama, soñando cómo habría sido nuestra boda. Siempre quise casarme con él
en Bedford Park en verano, bajo un dosel de sauces llorones, con flores en el
cabello y hierba entre los dedos de los pies. Nevada nunca se preocupó por los
detalles. Se limitaba a entrelazar sus dedos con los míos y decirme que le dijera
la hora y el lugar y que estaría allí, esperando para casarse conmigo.
Nevada me decía eso constantemente... que quería casarse conmigo.
Y lo decía en serio.
Y lo haría.
Y le quité eso.
Le quité lo único que quería, y se lo di a otra persona porque pensé que
era lo correcto en ese momento. Lo justifiqué de todas las maneras posibles. Y
puede que no me arrepienta de lo que hice, pero sí de haberle hecho daño.
Fue una situación complicada.
Y es algo con lo que tengo que vivir el resto de mi vida.
Yo tomé la decisión de romper la promesa que le hice a Nevada. No es culpa
de nadie más que mía.
Me aclaro la garganta, me acerco a la puerta y agarro la aldaba plateada.
Creo que me voy a desmayar.
118
No pienses, hazlo y ya
Nevada
H
elado derretido.
Estella eligió este color para la habitación del bebé solo
por el nombre. Le pareció divertido, caprichoso y sin
pretensiones.
—Los colores no deberían tomarse tan en serio —había dicho con un
guiño, frotándose el hinchado vientre —. Y es el rosa perfecto.
119 Tenía razón. Lo era.
Rosa pero no demasiado. Claro pero no demasiado. Estábamos de pie en
medio de la ferretería mientras ella sostenía una docena de muestras de pintura
en sus manos. Después de una eternidad, finalmente se decidió por esta,
diciendo que no sabía por qué, pero que le alegraba el corazón.
Eso era lo que ocurría con Estella: siempre tomaba las decisiones con el
corazón, nunca con la mente. Decía que las emociones se interponían en el
camino de la felicidad y siempre me regañaba por perderme en mis
pensamientos.
—Piensas demasiado, Nev —me decía al menos una vez al día—. No
pienses, solo hazlo.
De pie en medio de la nueva habitación de Essie y rodeado de paredes rosa
pálido del color del helado de fresa derretido, dejo a un lado mi rodillo de pintura
y me tomo un minuto para estirarme, masajeando la tensión en la parte baja de
la espalda cuando he terminado.
Podría fácilmente contratar este trabajo y pagar a otra persona para que
se rompa la espalda, pero necesito mantenerme ocupada.
Me mantiene cuerdo.
Al agacharme para terminar de rodar el último punto de la pared sur, me
detengo cuando oigo tres fuertes golpes en la puerta principal. Resuenan en esta
casa vacía y, de repente, ya no estoy solo.
Para mi consternación.
Comprobando mi teléfono, me aseguro de que no sean ni mi madre ni mi
hermano ni el agente inmobiliario. Y, cuando miro por la futura ventana de Essie,
me doy cuenta de que he dejado la puerta de la entrada abierta de par en par.
La lluvia y el cielo sin luna dificultan la visión, pero soy capaz de distinguir
la silueta de un sedán gris cuadrado aparcado frente a mi puerta.
No sé quién coño cree que es apropiado aporrear la puerta de alguien a las
nueve de la noche de un miércoles, pero me limpio las manos con un trapo
húmedo y bajo las escaleras.
—Esta casa lo tiene todo —dijo el agente.
Y una puta mierda.
¿Dónde está la mirilla?
Supongo que como esta casa tiene un millón de años y estas puertas son
120
importadas de alguna iglesia del siglo XV en Francia, probablemente pensaron
que habría sido perjudicial para la integridad de la madera hacerles agujeros.
Con una mano en la cadera y un dolor en el hombro, exhalo. No tengo
tiempo para esta mierda.
Abriendo la puerta, me sorprende ver a un Yardley Devereaux empapado
en la puerta.
Aprieto los labios y flexiono la mandíbula, y tengo la intención de cerrarle
la puerta en las narices, pero antes de que tenga la oportunidad, ella irrumpe en
mi casa.
—Necesito hablar contigo —dice. Su cuerpo tiembla en mi frío vestíbulo y
sus ojos azules y tormentosos me atraviesan.
—¿Qué crees que estás haciendo?
Su mano temblorosa se extiende por su pecho, subiendo y bajando con
cada respiración atrapada, y pequeños hilos de lluvia caen por su frente.
—Entiendo que me odias —dice, con la barbilla baja—. Pero tienes que
parar esto.
Frunzo el ceño, cruzando los brazos y manteniendo la distancia.
—¿Parar qué?
Estar tan cerca de ella y verme obligado a interactuar hace que se me
quede un nudo en la garganta que no debería estar ahí. La superé hace años.
Me obligué a fingir que estaba jodidamente muerta. Y está muerta, al menos la
versión de ella a la que una vez amé. Esa chica, la que tenía estrellas en los ojos
y promesas en la lengua... ya no existe.
—Ahora que has vuelto a la ciudad, nos vamos a encontrar —dice—. No
tenemos que ser amigos. No tenemos que hablar. Pero al menos puedes tratarme
como a un maldito ser humano.
Me paso la palma de la mano por la mandíbula tensa antes de exhalar.
Esto es por lo de antes.
—¿Quién simplemente... se abalanza sobre alguien y le arranca todo de
los brazos y sigue adelante? —pregunta, acercándose a mí—. ¿Dónde está tu
decencia?
Quiero preguntarle dónde estaba su decencia hace diez años. ¿Me trató
como a un “ser humano” cuando me tiró el corazón en una puta picadora de
carne?
121
—¿Y por qué me ignoraste todos estos años, Nevada? —Su voz se quiebra,
y la forma en que dice mi nombre hace que se me apriete el centro. No he
escuchado mi nombre en sus labios desde hace una vida—. Si me hubieras
dejado explicarte...
—No hace falta.
Su expresión se suaviza antes de que su mirada caiga sobre los suelos de
madera pulida.
—Las cosas podrían haber sido diferentes para nosotros.
—Lo dudo.
Se coloca un mechón de cabello oscuro y empapado detrás de una oreja
antes de respirar entrecortadamente.
—No entiendo cómo pudiste amarme como lo hiciste y luego no darme la
oportunidad de contarte lo que pasó.
—Tengo mis razones.
Si le hubiera dado la oportunidad de explicarse hace tantos años, me
habría recuperado. Lo sé. Habría sido un maldito felpudo porque así de infalible
era mi amor por esta chica. Y entonces tendría que vivir el resto de mi vida
sabiendo que estaba perdidamente enamorado de una chica que sentía que
estaba bien ser descuidada con mi corazón.
No estaba bien.
Nos hicimos promesas. Yo cumplí la mía. Ella no. Fin de la historia.
No hay explicación en el mundo que pueda cambiar esas cosas.
—¿Por qué compraste esta casa, Nevada? —me pregunta un momento
después, con su mirada buscando la mía.
Sacudo la cabeza, con las cejas juntas.
—Para mis hijas. Pero eso no es realmente de tu incumbencia.
Le tiembla el labio inferior y aparta la mirada.
—¿Pensaste... pensaste que la había comprado por ti? —pregunto, con una
media risa, recordando la promesa que una vez le hice el verano antes de irme a
la escuela. ¿De verdad se había aferrado a eso después de todos estos años? ¿Es
tan ilusa como para pensar que volví aquí y compré esta casa para que
pudiéramos volver a estar juntos?
Yardley no responde.
122
—Lo hiciste. —Resoplo. Mi postura se ensancha mientras la examino—.
Por eso la gente no debe hacer suposiciones.
Su bonita cara se endurece y su pecho sube y baja cuando su mirada se
posa en la mía.
—Tienes razón, Nevada. La gente no debería hacer suposiciones.
Con eso, se da la vuelta y se va, dando un portazo tras de sí, pero no se
cierra y, en cambio, se abre de golpe. Desde la pálida luz de mi vestíbulo, la veo
correr hacia su auto bajo la lluvia, con los faros cortando la oscura noche
mientras se aleja.
Y así, sin más, se va.
Espero que esté satisfecha consigo misma, por haber irrumpido de esa
manera cuando sabía perfectamente que no quería tener nada que ver con ella.
No sé qué esperaba conseguir viniendo aquí y enfrentándose a mí, pero algo me
dice que no volverá a hacerlo.
No cambié mi postura.
No ablandé mi corazón por ella.
No le ofrecí mis condolencias ni siquiera una toalla para secar su ropa
empapada por la lluvia.
No hay nada en la verde tierra de Dios que pueda convencerme de cambiar
de opinión sobre ella.
El daño está hecho. Y nada puede arreglarlo.
123
El amor es la raíz de todo dolor
Yardley
S
é que estas cosas son ciertas: él fue mi pasado, y puede que sea mi
presente, pero nunca será mi futuro.
La ducha caliente no hizo nada por el temblor. Al principio
culpé a la incesante lluvia y al frío tibio del aire primaveral. Ahora sé que fue la
gélida mirada de Nevada, el tono gélido de su voz y la fachada fría como una
piedra que mantenía a pocos metros de mí.
124 El primer hombre al que amé, y el único al que he amado desde entonces,
se ha vuelto cruel y despiadado.
Y por mucho que mi alma conociera la suya, tengo que aceptar el hecho
de que ahora no somos más que extraños.
Tal vez eso sea todo lo que siempre seremos.
Envuelta en una vieja bata, camino por mi habitación mientras Bryony se
sienta con las piernas cruzadas en mi cama, escuchando cómo expulso el
contenido de mi fragmentado corazón, con la voz rota y la mente funcionando a
mil por hora.
—Ni siquiera me escucha, Bry. Después de todo este tiempo. —Sacudo la
cabeza, masajeando mis sienes—. No entiendo cómo pudo amarme tanto y luego
olvidarme. Como si lo que teníamos no fuera nada. Él sabe muy bien que nunca
fue nada. Lo fue todo.
—Los chicos no se aferran al pasado tanto como las mujeres —dice.
Dejo de caminar y me vuelvo hacia ella.
—Si no se aferrara al pasado no sería tan insensible. Está claro que sigue
sufriendo. ¿Y recuerdas lo que siempre dice mamá? El amor es la raíz de todo
dolor.
—Creo que escuchó eso en algún programa de Oprah —dice Bry—. Eso no
hace que sea universalmente cierto. Creo que simplemente siguió adelante,
¿sabes? Por muy doloroso que sea decirlo... siguió adelante con su vida. Y tú
también deberías hacerlo.
Sus palabras son dichas con ternura y cuidado, y sé que tiene buenas
intenciones, pero me niego a aceptar que esto es todo. Que este sea el final. Que
he estado suspirando durante casi un tercio de mi existencia, subsistiendo con
la esperanza de que algún día pudiéramos volver a estar juntos... de que algún
día me diera la oportunidad de contarle todas las cosas que podrían reparar su
corazón roto.
Esto es tanto para él como para mí.
Solo deseo que él entienda eso.
No soy el monstruo egoísta que debe pensar que soy.
—¿Tal vez fue demasiado pronto? —pregunta Bry—. Quiero decir, su
esposa acaba de morir, como, hace seis meses. Desarraigó toda su vida. Dudo
125 mucho que reconectar contigo esté en lo más alto de su lista de prioridades,
¿sabes?
—No estoy diciendo que deba estarlo. —Tomo asiento a su lado—. Mira,
toda la razón por la que fui allí esta noche fue para decirle que teníamos que ser
adultos sobre esto, que nos vamos a encontrar, y que tiene que tratarme con
algún tipo de decencia. —Exhalo—. Pero entonces estaba allí, sintiendo todas
estas cosas, y dije un montón de otras cosas.
Mis mejillas se calientan cuando reproduzco nuestra conversación en mi
cabeza. No puedo creer que preguntara por qué compró esa casa. Debe pensar
que estoy completamente loca por suponer que tiene algo que ver conmigo, y no
se equivoca. Era una suposición irracional basada en una esperanza que no
tenía nada que hacer en primer lugar.
Si tuviera que volver a hacerlo, no habría ido allí. Le habría dado más
espacio, más tiempo.
Pero lo hecho, hecho está. Ya no se puede volver atrás.
—La próxima vez que lo vea, me disculparé —digo.
—¿Por qué molestarse? —pregunta Bryony—. ¿De qué servirá eso? Solo
pensará que estás buscando otra excusa para hablar con él y, si sigues
acudiendo a él, te hará parecer loca y desesperada. Tal vez deberías pasar
desapercibida por un tiempo.
—¿Y qué, meterme en mi caparazón? ¿Enterrar la cabeza en la arena? Eso
sí que me haría parecer patética. —Resoplo, pasando las palmas de las manos
por mi cara limpia. No estoy segura de cuándo, pero el temblor disminuye—.
Odio que la primera vez que hablamos en más de diez años haya actuado como
una lunática. Una exnovia loca.
No es como imaginé que sería, y cuando lo pienso, realmente lo pienso,
podría llorar.
—No te castigues. —Bry me frota la rodilla, inclinándose hacia mí—. Vas
a estar bien y todo va a funcionar. Quizás no con él... pero creo que necesitabas
este cierre. Creo que lo necesitabas para poder seguir adelante con tu vida.
No quiero estar de acuerdo con ella, así que lo hago en silencio, en mi
cabeza.
—No puedo creer que esto sea el final —digo—. El fin de la esperanza de
que aún pueda haber una mínima oportunidad para nosotros. —Arrastrando el
126 dorso de la mano por mi mejilla, me limpio unas cuantas lágrimas derramadas
antes de reírme de lo tonta que debo parecer ahora mismo, una mujer adulta
llorando por un novio adolescente—. Soy una idiota, Bry. Realmente lo soy.
Soy una idiota por pensar que lo que teníamos era real y trascendental.
Soy una idiota por pensar que alguna parte de nuestro amor permaneció mucho
tiempo después de que el fuego lo apagara.
Lo hizo para mí.
Lo hizo para mí.
Y aunque nunca admitiría esto a nadie, todavía lo hace. Una parte de mí
siempre amará a Nevada Kane. No podría apagarlo aunque lo intentara.
—Salgamos el viernes, ¿de acuerdo? —pregunta, con las cejas levantadas
y una sonrisa traviesa en los labios—. Quiero sacarte, dejarte borracha y
enseñarte cómo es un viernes por la noche en Lambs Grove.
Pongo los ojos en blanco.
—Soy un cliché, Bry. Admítelo. Mi vida es un gigantesco cliché viviente.
Se encoge de hombros.
—Pero no tiene por qué serlo. Este es el primer paso. Salir ahí fuera.
Conoce a gente nueva. Vive tu vida por ti y por la mujer que esperas ser. No por
la chica que una vez fuiste. Ella ya no existe. Se ha ido.
Mi boca se aprieta mientras mi pecho me duele y se aprieta.
—Bien. Iré.
Cruel y despiadado
Nevada
M
is labios rozan la cálida frente de Lennon mientras le quito el
127 cabello de la cara. No se mueve, dormitando plácidamente en
una camita blanca, bajo una colcha casera. Essie duerme
profundamente al otro lado de la habitación, tumbada en el centro de la cuna
sobre una sábana rosa cubierta de conejitos, la que eligió su madre el día que
supimos que íbamos a tener otra niña.
Susurrando las buenas noches a mis hijas, salgo de su habitación y cierro
la puerta antes de dirigirme a la cocina, donde mamá ha dejado una nota
informándome de que hay un plato de sobras en la nevera para mí.
Caliento la cena y la termino en la mesa, aunque no saboreo nada.
Mi mente sigue repitiendo mi conversación con Yardley de esta noche. Me
imaginaba que una parte de ella seguía teniendo una llama por mí, pero nunca
me había dado cuenta de su alcance. Ese fuego salvaje en sus ojos y la pasión
en su voz y el enfado por el hecho de que me negara a mirarla antes me dicen
que todavía siente algo por mí. Sentimientos fuertes y profundos.
Hace tiempo, amaba tanto a esa chica que habría renunciado a una beca
de baloncesto por ella. ¿Y cómo me lo pagó?
Escapándose con un tipo que dijo que era solo un amigo.
No solo destrozó mi maldito corazón, sino que me tomó por tonto.
Lo que hizo fue cruel y despiadado, y es algo que nunca podré perdonar ni
olvidar.
128
El chico con el que solías salir
Yardley
134
Solo esta vez
Nevada
M
i madre y las niñas llegan un cuarto de hora después del
mediodía, justo cuando estoy hablando con un contratista de
piscinas. Resulta que la piscina de la parte trasera de la mansión
Conrad, en todo su esplendor sin usar, va a necesitar un montón de trabajo
antes de funcionar correctamente, e incluso entonces no pueden garantizar que
funcione del todo. Puede que acabe sustituyendo todo el aparato cuando esté
todo dicho y hecho, pero haré lo que tenga que hacer para asegurarme de que es
135 seguro e higiénico.
—¡Nev, tenemos tu favorito! —canta mamá, colocando a Essie en mis
brazos y dejando caer un par de bolsas de papel blanco desbordadas sobre el
mostrador—. ¡Tacos de Abel’s!
No he comido Abel’s desde... bueno, antes, los días en que mamá estaba
demasiado ocupada trabajando para hacer una comida casera. Lo comíamos por
lo menos una vez a la semana y, aunque es pura grasa, siempre es increíble.
—¿Adivina con quién me he encontrado? —pregunta, sacando la comida
mientras hago rebotar a mi hija en mi rodilla.
Me pone las manos en la cara, sonriendo. La sonrisa de Essie me recuerda
mucho a la de su madre, a pesar de que es mi gemela de pies a cabeza. Es mi
pequeño rayo de sol, y mi mayor deseo es que siempre esté así de contenta.
—Ni idea —le digo a mamá, dando un trago a mi té helado.
—Yardley Devereaux —dice ella, acercándose a un armario para coger un
plato. Dice su nombre como si no fuera gran cosa—. Tenía que dejar algunas
cosas en la tienda de costura.
Casi me atraganté con mi bebida.
—¿Qué hacías allí?
—No me odies... —dice, lo que me produce un malestar en el estómago.
Nunca es bueno que alguien diga eso, especialmente mi madre y sobre todo
después de que acaba de encontrarse con mi ex. Si me dice que la ha invitado,
me voy a volver loco.
—¿Qué has hecho? —Mi voz es baja, monótona.
—Tenías esas bolsas de ropa vieja de Estella —dice—, y seguías diciendo
que solo ibas a donarlas...
— ... ¿sí? ¿Y?
—Una de mis amigas mandó hacer una colcha de recuerdos cuando su
marido falleció hace unos años —dice—. Pensé que tal vez sería bueno tener
algunas colchas hechas para ti y las niñas, con la ropa vieja de Estella.
—Eso es un poco morboso, ¿no?" Pregunto—. ¿Cubrirse con la ropa vieja
de una persona muerta?
Ella ignora mi idea con un ademán.
—No, en absoluto. Es reconfortante. Y, si no quieres la tuya, puedes
meterla en algún armario de ropa blanca. Al menos deja que tus chicas tengan
136 la suya.
Mirando a Lennon, que se ha servido de un taburete y se está deleitando
con el buffet de tacos y patatas fritas que tiene delante, sé que mamá tiene razón.
Sería bueno que las niñas tuvieran algo de Estella, y son demasiado jóvenes para
sus joyas y cualquier cosa de valor.
—Bien —digo, aunque debo admitir que la idea de que la ropa vieja de
Estella esté en una bolsa en la tienda de Yardley es un poco extraña. Todavía no
estoy segura de qué hacer con eso. Las Devereaux tocando sus cosas. Son dos
mundos que nunca quise mezclar de ninguna manera, pero mirando a mis
dulces niñas, decido permitirlo.
Solo por esta vez.
Y solo por ellas.
—¿Has pensado en volver a conectar con esa chica Devereaux? —pregunta
mamá, trayendo un plato apilado con no menos de media docena de tacos y un
montón de patatas fritas y colocándolo frente a mí.
—No. —Me pongo de pie y coloco a Essie en su trona antes de dirigirme a
la despensa para tomar algo de comida para bebés.
—¿Tal vez deberías? —pregunta—. No en calidad de pareja. Sé que no estás
preparado para eso. Pero quizá podrían empezar como amigos. Ver si queda algo.
Mi mandíbula se aprieta. Gracias a Dios que no puede verme la cara ahora
mismo.
—De todos modos, es solo una idea —dice. Estoy seguro de que mi silencio
le dice todo lo que necesita saber, al menos por fuera. No tengo ningún deseo de
contarle ninguno de los detalles, pasados o presentes. No vale la pena mi energía,
mi aliento ni mi tiempo.
—Bryony dice que harán las colchas gratis. ¿No es muy amable de su
parte? —pregunta.
¿Alguna vez va a dejar a las Devereaux?
—Sí —digo, dándole un mordisco a mi comida antes de acercar una silla a
Essie. Da un respingo en su asiento cuando ve los envases verdes y naranjas de
Gerber en mi mano izquierda.
—Yardley es tan dulce y bonita como la recuerdo —reflexiona mamá,
suspirando—. Algunas chicas, ya sabes, salen de la secundaria y se dejan llevar.
Ella no. Es como si apenas hubiera cambiado. Al menos por lo que yo recuerdo.
Nunca llegué a conocerla tan bien. Solo sé lo locamente enamorados que estaban
137 antes de irse a la escuela. Dios, eran inseparables. Era realmente dulce. Y es
triste que las cosas no funcionaran. Las relaciones de la secundaria rara vez lo
hacen. Probablemente estuvieran condenados desde el principio.
Aprieto los labios y me obligo a quedarme callado, sin que me afecte. Tomo
una cucharada de puré de judías verdes y me concentro en alimentar a Essie
mientras mi madre parlotea. Sé que solo quiere verme feliz. Quiere que “vuelva
a ello”, pero encontrar a alguien nuevo es la menor de mis prioridades y. una vez
que vuelva a salir, estoy seguro de que no me acercaré a Yardley.
Me encuentro un poco sin aliento cuando pienso en el momento en que
Shawn Peters me envió un mensaje el día de San Valentín, mi cumpleaños, en
mi primer año en Grove State. Me daba el pésame, diciendo que si Yardley y yo
no podíamos conseguirlo todos los demás estaban condenados. Le pregunté de
qué coño estaba hablando, y procedió a informarme de que acababa de ver a mi
Yardley con su supuesto “mejor amigo” Griffin compartiendo una cena romántica
a la luz de las velas en Catalina’s.
Le regaló un anillo.
Y, cuando se fueron, sus brazos estaban alrededor del otro y Yardley tenía
lágrimas en los ojos.
Era todo lo que necesitaba oír.
Y fue el fin de nosotros. El fin de la vida tal y como la conocía. Hasta
Estella. E incluso entonces, todo, todas las cosas buenas, venían con un montón
de agridulce.
Debería haber sabido que no debía confiar en ese maldito baboso, Griffin
Gaines. Cuando trató de besarla en la fiesta de bienvenida casi tuve la intención
de cargar un billete de avión en mi tarjeta de crédito y volar a casa solo para
poder ver su estúpida cara. Pero Yardley insistió en que había lidiado con ello y
me rogó que lo dejara pasar, insistiendo en que no significaba nada y que no
volvería a ocurrir porque le hizo saber lo mucho que le molestaba.
Entonces confié en ella.
Pero nunca confié en él.
Y cuando volví a casa para pasar un fin de semana corto durante las
vacaciones de Navidad, vi la forma en que la miraba. Vi la forma en que nos
miraba. Quería lo que yo tenía. Y el maldito oportunista lo tomó.
El día después del mensaje de Shawn, Yardley me llamó y me mandó
decenas de mensajes, lo que me decía que ella sabía que yo lo sabía. Ella sabía
que ya se había corrido la voz. Y que llamara tanto, rogándome que la dejara
138 explicarse, solo me decía que se sentía culpable.
Pero no me interesaban las explicaciones. Y las explicaciones y las
disculpas no me devolverían lo que una vez tuve con ella.
Así que le di la espalda.
Me arranqué la tirita.
Y seguí adelante con mi vida.
Arrepentimientos
Yardley
—H
ola, Greta —digo en voz baja, entrando en su pequeño
apartamento del Centro Park Woods para la Vida
Independiente. Está sentada en su sillón rosa, con la
barbilla apoyada en el pecho. La televisión pone El precio justo a todo volumen,
pero ella ronca. Me imaginé que estaría durmiendo.
Me acerco y me encorvo, pasando la palma de la mano por su brazo hasta
139 que sus ojos se agitan. Al principio se sorprende, pero cuando se da cuenta de
quién es, su cara se ilumina y coloca su mano sobre la mía.
—Yardley —dice—. Me alegro de verte.
—Lo siento. Debería haber llamado —digo. Normalmente la visito después
del trabajo o los fines de semana. No está acostumbrada a que me deje caer a
media mañana.
—No, no, está bien —dice, levantándose y cogiendo su bastón—. Deja que
te prepare algo de comer. ¿Tienes hambre?
Me río.
—No, Greta. Solo son las diez de la mañana.
Y consigo atragantarme con un zumo de naranja y una madalena de huevo
en el camino, aunque no estoy seguro de haber probado nada.
Greta vuelve a sentarse, con los ojos arrugados brillando.
—Me alegro mucho de verte, querida. ¿Pero está todo bien? Nunca te pasas
por aquí en mitad del día.
—Solo quería verte, eso es todo —digo. Visitar a Greta es como visitar a
una abuela, y las dos mías hace tiempo que se fueron. Nunca conocí a la madre
de mi padre. Murió antes de que yo naciera. Pero la madre de mi madre era un
elemento básico en nuestra casa de Del Mar. Cuando nos mudamos a Lambs
Grove, solo venía un par de veces al año.
Me encanta mi vínculo con Greta. Es la abuela que nunca tuve.
—Iba a ver si querías ir a comer hoy- El Jardín de Bambú tiene su buffet
especial. Sé lo mucho que te gusta la comida china... —le digo con un guiño.
—Oh, cariño... —En su mirada azul y clara hay un estrabismo de disculpa.
Y entonces me doy cuenta de algo.
Lleva el cabello blanco con la permanente recién hecha y sus gafas cuelgan
de una cadena de perlas en el cuello. El cárdigan de su jersey rosa twinset está
abotonado en la parte superior. Además, tiene las uñas recién pintadas.
Greta Gaines está vestida de punta en blanco.
—Greta... —Hago una sonrisa de satisfacción—. ¿Tienes... tienes una cita
hoy?
Ella se lleva una mano arrugada a los labios y combate una sonrisa.
—Sí. Supongo que podría decirse que sí.
140 —Bien, dime su nombre. Cuéntamelo todo sobre él.
Greta se sacude la mano, riendo, y está radiante, luciendo un brillo juvenil
que no he visto en ella desde hace mucho tiempo.
—Se llama Wilfred —dice—. Tiene setenta y cuatro años. Un granjero
jubilado.
—¿Cómo se conocieron?
Ella respira profundamente, con los dedos golpeando los brazos de su silla.
Solo hablar de él le da vértigo, me doy cuenta.
Dios, extraño eso.
—Es nuevo aquí —dice—. Se acaba de mudar hace un par de semanas.
Nos conocimos jugando al Cribbage en la sala comunitaria. Nunca pensé que
conocería a alguien a quien le encantara el Cribbage tanto como a mí. Cada vez
es más difícil colocar esas clavijas en los agujeros, ¿sabes? Y se sentó a mi lado.
Ayudándome. Tiene una mano firme, ese Wilfred. Y unos bonitos labios.
Le rozo juguetonamente con la mano a lo largo de su brazo. Esto es
demasiado adorable.
—¿Cuándo es tu cita? —pregunto—. ¿Y a dónde te lleva?
—Vamos a comer en un pequeño café de la plaza. No sé cómo se llama,
pero él lo eligió. Además, ayer envió flores a mi habitación. —Señala un jarrón
de rosas rosas sobre la mesita de roble del comedor—. ¿No son preciosas? De
todos modos, me recogerá dentro de una hora y tomaremos un taxi.
—¿Estás nerviosa? ¿Emocionada? —pregunto.
—Todo. —Se ríe y se lleva la mano derecha al pecho—. Casi me siento
joven de nuevo, y eso es algo que no he sentido en casi toda la vida. Pero basta
de hablar de Wilfred. —Greta pone los ojos en blanco—. Quiero saber qué pasa
contigo. Y no me creo ni por un segundo que hayas pasado por aquí esta mañana
sin motivo. Nunca te tomas tiempo libre en el trabajo. ¿Qué está pasando?
Me vuelvo a hundir en su sofá de flores, cruzando las piernas y apoyando
la barbilla en el puño.
—Hay alguien de mi pasado que ha vuelto recientemente a mi vida —
empiezo—. Y no por decisión propia.
Ella levanta una ceja escasa, sentándose.
—Y he estado pensando mucho últimamente. Principalmente sobre los
remordimientos —digo, eligiendo mis palabras con cuidado. No quiero vomitar
la historia de mi vida como lo hice con Bryony anoche. No tiene sentido. Y Greta
141 no sabe ni la mitad de lo que pasó antes...
—Oh, por favor. —Se ríe—. Tienes veintiocho años. ¿Qué remordimientos
podrías tener a estas alturas de tu vida? Como alguien que tiene tres veces tu
edad, puedo decirte que los arrepentimientos son algo bueno. ¿De qué otra
manera se supone que aprendemos de nuestros errores? Vivimos, aprendemos
y hacemos cosas que nos moldean y nos convierten en mejores personas. Fin de
la historia".
—¿Te arrepientes? —le pregunto.
Sus finos labios levantan en las esqiunas mientras mira fijamente a su
izquierda, contemplando.
—Solía pensar que sí. Pero a medida que he ido envejeciendo, me he dado
cuenta de algunas de las cosas más descaradas que hice en mis años de
juventud. Hubo algunas veces en las que metí la pata o hablé cuando tal vez no
debía hacerlo, y en ese momento pensé que había hecho el ridículo pero, en
retrospectiva... no me arrepiento.
Me gustaría poder decir que las palabras de Greta aliviaron mi ego, pero
ni hablar. Tal vez algún día, cuando tenga setenta años y mire hacia atrás,
también podré reconocer mi mérito, pero en este momento eso parece estar a
años luz, y ahora mismo mi ego es un tono moteado de púrpura magullado.
—Así que dime, dulce Yardley. ¿Cuáles son esos remordimientos de los
que hablas? —pregunta.
Aprieto los labios y sacudo la cabeza.
—Es complicado.
—¿Te arrepientes de haberte casado con Griffin? —pregunta, refiriéndose
a su nieto.
Mi mirada se dirige a la suya.
No sé cómo responderle.
142
Celos
Nevada
E
l cien por cien de mí no tiene ningún deseo de pasar la noche del
viernes en The Leaderboard, en la plaza del pueblo de Lambs
Groves, pero después de que mi madre me regañara
constantemente y me suplicara que “me reencontrara con viejos amigos”, pensé
que una noche fuera no podía hacer daño.
Además, quería una cerveza. Y beber solo en casa un viernes por la noche
143 me parecía un poco patético cuanto más lo pensaba.
De pie alrededor de una mesa alta, hablo con algunos viejos amigos que
conocí en mi vida anterior. Tate Hofstetter está demasiado cerca, como si creyera
que vamos a seguir donde lo dejamos y convertirnos en mejores amigos ahora
que he vuelto a la ciudad, pero intento que no me moleste.
Sin embargo, todo el grupo está aquí.
Y es agradable reírme y olvidarse de la vida durante un rato con algunas
viejas caras conocidas.
Enfrente de Tate está Nick Haverford, otro viejo amigo, que ahora es un
padre casado de dos hijos que dirige su propia agencia de seguros. A su lado
está Brett Conner, que se hizo cargo del concesionario Ford de su padre y, por
último, pero no por ello menos importante, está Spencer Mains, que resultó ser
el adicto a los videojuegos y adicto a la marihuana que todos esperábamos que
fuera.
Incluso fue votado extraoficialmente como el que menos probabilidades
tenía de triunfar en nuestro último año, lo que le pareció jodidamente gracioso.
Pero supongo que cuando estás constantemente drogado todo es hilarante.
Terminando el resto de mi Rolling Rock, miro el bar.
—¿Este lugar siempre está tan lleno? —le pregunto a Tate. Todo el mundo
está de pie, hombro con hombro, y cada vez que miro a mi alrededor, veo a la
gente desviando la mirada, como si intentaran que no se note que me están
mirando.
Menos mal que estoy acostumbrada a eso.
—No —dice, balanceándose sobre sus talones—. La gente se enteró de que
estabas aquí esta noche. Se corre la voz rápidamente. Supongo que el local está
casi lleno.
Mirando por el ventanal del bar, veo a un grupo de chicas que son
rechazadas por el portero, varias de ellas acercando sus caras al cristal para
intentar ver el interior.
—Sídice Tate—. Estamos a tope.
—Voy a por otra. ¿Todo el mundo está bien? —pregunto, señalando a los
chicos. Intercambian miradas y asienten, y me abro paso entre la densa multitud
hasta llegar a la barra.
Estoy esperando en la cola para tomar mi bebida cuando veo salir a un
grupo considerable de personas, aunque eso no hace que este lugar parezca
menos lleno.
144
Somos un puñado de putas sardinas.
Para cuando consigo mi cerveza y me dirijo de nuevo a la parte alta,
escudriño la sala en busca de otras caras conocidas.
—¿Nevada? —Una veinteañera de cara fresca con coletas rubias y un crop
top naranja neón se pone delante de mí, con su teléfono en la mano—. Siento
molestarte, pero ¿podrías hacerte una foto conmigo?
Le ofrezco una sonrisa amable antes de asentir, y ella se acerca a mí,
pasando mi brazo por encima de su hombro mientras extiende el suyo. Me
agacho para que ambos salgamos en la foto, sonrío y soporto la ceguera temporal
que produce el flash de la cámara.
—Gracias. —Sonríe, con los dientes blancos como la nieve, antes de salir
corriendo hacia sus amigas.
Mientras atravieso la barra, siento el peso colectivo de sus miradas, pero
no es nada nuevo. Me tomo un generoso trago de cerveza, me cubro la garganta
y me abro paso entre un buffet de borrachos hasta que encuentro de nuevo
nuestra mesa.
—¿Qué te parece que Wilson haya sido fichado por los Cavs? —pregunta
Brett cuando vuelvo.
—Es una mierda —digo, tomando un sorbo—. Pero, a fin de cuentas, él
quería volver a Cleveland.
—Sí, pero lo sustituyeron por Marconi. Ese tipo es una mierda —dice Tate.
Me encojo de hombros.
—Es joven, pero promete.
—Solo espero que no paralice el resto de la temporada. —Brett da un trago
a su cerveza, sacudiendo la cabeza. Me pregunto si estos tipos son verdaderos
fans de los Raleigh Warriors o si solo fingen serlo porque creen que así ganarán
puntos.
Un grupo de chicas se acerca a nosotros una vez más, sus novios se
quedan atrás con expresiones nerviosas y de sorpresa en sus caras, y yo poso
para unas cuantas fotos más.
Si esto es lo que va a ser el resto de la noche, me voy a ir pronto. Todo lo
que quiero es un buen zumbido, un poco de interacción social, y estoy bien.
—Hombre, necesitas unos guardaespaldas o algo así —dice Spencer,
145 riéndose como su yo fumeta.
—Sí, Spencer está disponible. —Brett le da un golpe en el pecho y Spencer
se ríe, frotando el punto doloroso—. ¿No es cierto, Spence? ¿No dijiste que
estabas buscando trabajo?
—Sí, como hace diez años —dice Tate.
Mientras los cuatro se burlan entre sí, vuelvo a echar un vistazo al bar.
Está menos lleno que hace un rato, lo que significa que van a dejar entrar a más
gente mientras tanto.
Me aburro, con los codos apoyados en la mesa mientras quito la etiqueta
de mi botella de cerveza mientras el resto mira a las chicas. Brett se va a por una
ronda y Tate aprovecha para cotillear sobre el dinero que tiene Brett, como si eso
pudiera impresionarme.
Mirando a mi alrededor por millonésima vez, mi corazón se congela cuando
veo a un par de chicas pavoneándose en la puerta principal.
Las hermanas Devereaux.
Aspirando una bocanada de aire viciado y ahumado, me doy la vuelta por
un segundo, como si mirar hacia otro lado pudiera hacerlas desaparecer.
—Oh, hola. ¿No solías salir con esa chica? —Spencer señala a los dos.
Le agarro la muñeca y se la bajo.
—Por Dios, hombre. No señales —le digo.
Se frota la piel.
—Hombre, lo siento.
—¿Qué, no quieres verla? —pregunta Nick.
Ahora todos la miran, joder.
Genial.
—No, ¿recuerdas? Rompieron cuando Nev se fue a jugar a la pelota —dice
Tate, dándome una palmada en la espalda—. Estoy seguro de que los coños
universitarios eran jodidamente increíble.
No respondo. Estos tipos no saben nada de mí, claramente.
Exhalando por las fosas nasales, apuro el resto de mi cerveza justo cuando
Brett vuelve con cinco botellas nuevas, todas Corona con limas metidas en los
cuellos.
Odio la Corona, pero agarro la mía a velocidad récord. La piel de mi cuello
146 se calienta, arrastrándose hasta mi cara, y todo mi cuerpo arde. Estar en la
misma habitación que ella después de lo ocurrido a principios de semana hace
que todo esto sea aún más desagradable para mí.
Está acabando por completo con la patética excusa tenía aquí.
Bebo esta cerveza y me obligo a participar activamente en la conversación,
que ahora se ha convertido en una charla absurda sobre seguros de vida gracias
a Nick, pero solo para distraerme.
No estoy seguro de cuánto tiempo ha pasado, pero por lo que veo aún no
se ha fijado en mí. Si lo ha hecho, está haciendo un buen trabajo ocultándolo.
Casi esperaba que se abalanzara de nuevo sobre mí y terminara de darme su
opinión, pero hasta ahora podría estar en un continente completamente
diferente rodeado de un océano completamente diferente.
Una parte de mí se pregunta si se ha enterado de que estoy aquí esta noche
y ha querido aparecer solo para joderme, pero ese nunca ha sido su estilo.
Yardley no era así de juvenil. Nunca fue manipuladora. Nunca jugaba. Siempre
fue directa en su mayor parte. Era una de las cosas que más me gustaban de
ella.
—Nev, ¿estás bien con tus seguros de vida? —pregunta Nick. No me gusta
que esta reunión en miniatura de la secundaria se haya convertido de repente
en un discurso de venta.
—Sí —digo—. Tenía un tipo en Raleigh. Gracias.
Nick asiente.
—Avísame si necesitas algo. También vendo seguros médicos.
—Te lo haré saber —digo. Mi sangre calienta mis venas, mi corazón
bombea en mis oídos. Decido irme después de esta cerveza, pero no sin antes
mirar por última vez en su dirección.
Solo que cuando lo hago veo a un imbécil con una camisa de cuadros y
unos vaqueros desgastados que está charlando con ella. La hace sonreír. Y luego
se ríe. Y le toca el brazo antes de señalar su bebida.
El imbécil quiere invitarla a una copa.
Yardley asiente.
Se me hiela la sangre.
Creo... creo que así es como son los celos. Estoy jodidamente confundido
ahora mismo, pero estoy demasiado intoxicado para procesar siquiera
147
remotamente por qué demonios me siento así.
Tengo la mandíbula tensa y la postura rígida mientras los observo.
Por mucho que odie a esta chica por lo que me hizo, una parte de ella sigue
perteneciéndome de una forma que no puedo negar. Y, aunque no la quiera, una
pequeña e irracional parte de mí tampoco quiere que nadie más la tenga.
Y no sé qué coño hacer al respecto.
No sé qué significa esto
Yardley
—N
o me puedo creer que lleves tanto tiempo viviendo aquí
y no te haya visto nunca. —El guapo electricista que
acaba de invitarme a una copa y que no ha dejado de
mirarme desde que se paseó por aquí me dedica una sonrisa de oreja a oreja.
—No sale mucho. —Bryony me guiña un ojo, llevándose la pajita de su
Manhattan a los labios—. Oh, oye. Voy a ir a saludar a algunas personas. ¿Estás
148 bien aquí?
Asiento.
No es que Brendan Moffitt sea un chico de ensueño, pero es guapo y
simpático y una buena forma de distraerme, ya que el maldito Nevada Kane está
al otro lado de la habitación.
No tenía ni idea de que iba a estar aquí. Cero. Ninguna.
Y estoy cien por cien segura de que probablemente piense que lo sabía y
que he venido a propósito. Yo pensaría lo mismo después de la otra noche. Pero
en lugar de salir corriendo como una perdedora con la cola metida, mantuve la
cabeza alta, los hombros hacia atrás y entré como si no me hubiera fijado en él
cuando fue lo primero que vi nada más llegar.
Las mangas de la camisa de cuadros de Brendan están arremangadas y
con los puños en el codo, y se encorva sobre la mesa alta, inclinándose hacia mí.
—¿Así que diriges The Sew Shop con tu hermana?
Asiento.
—Y mi madre.
—Me encanta ese espíritu emprendedor. Mi hermano y yo vamos a abrir
Moffitt Electric en un par de años. Solo estamos ahorrando un poco hasta
entonces y trabajando en nuestros aprendizajes. —Se aparta el cabello castaño
de los ojos. Me recuerda a uno de los chicos surfistas de California, solo que él
es de pueblo, lleva cuadros escoceses y vaqueros ajustados y tiene un mínimo
acento.
También tiene las manos trabajadas. Y me lo imagino tomándose unas
cervezas después de un largo día de trabajo físico, lo que, de alguna manera, me
excita un poco que no sabía que tenía.
Hm. Supongo que una chica puede aprender todo tipo de cosas sobre sí
misma cuando sale a veces...
Apoyando la barbilla en la mano, le presto toda mi atención, sonriendo,
asintiendo y riendo de todo lo que dice cuando es oportuno. No quiero parecer
demasiado interesada, pero tampoco quiero parecer fría y desinteresada.
Mantengo mis opciones abiertas.
Hay todo un mundo de oportunidades aquí fuera, y no voy a atrapar lo
primero que pique solo porque me parezca que puede ser un buen partido.
Por el rabillo del ojo veo a Nev mirándome fijamente. Otra vez. Como ha
149 estado haciendo desde que llegué. Todavía no lo he mirado directamente, pero
su mirada es tan intensa que puedo captarla desde mi periferia.
Hay una intensidad confusa en la forma en que me mira desde allí, pero
hago lo posible por ignorarla.
La otra noche lo dejó perfectamente claro. Todo lo que necesitaba saber
estaba en las cosas que no dijo, en la forma en que me miró.
Cuando siento que Nevada desvía la mirada, le echo un vistazo. Es tan
guapo, de pie, con sus vaqueros oscuros y su camiseta gris de cuello en V. Lleva
el pelo un poco revuelto y un reloj de pulsera en la muñeca izquierda. Desde
aquí, parece la quintaesencia del chico americano de al lado.
Como lo fue una vez, hace mucho tiempo.
—¿Has oído lo que he dicho? —grita Brendan. Me doy cuenta de que he
estado mirando al otro lado de la habitación demasiado tiempo.
—Lo siento, ¿qué? —regunto—. Hay mucho ruido aquí.
Sigue mi línea de visión hasta que se detiene en Nevada y entonces resopla,
dando un trago a su Guinness.
—Oh, estás mirando a Nevada Kane por allí, ¿no?
Se ríe a medias, pero puedo ver que sus sentimientos están un poco
heridos.
—Ha estado mirándote toda la noche —añade Brendan, frotando la
etiqueta de su botella de cerveza—. Esperaba que no te dieras cuenta. Supongo
que no puedo culparle. Eres lo más bonito de aquí.
—Para. —Pongo los ojos en blanco y le doy un sorbo a mi martini. Hay algo
extraño en beber la bebida de una chica de ciudad en un bar de pueblo.
—Esos peloteros, hombre. Son todos unos perros. Si te molesta, avísame
—dice—. No tengo problema en decir algo. No me importa quién sea.
—Está bien —digo, ofreciendo una sonrisa.
Bry sigue al otro lado de la habitación, charlando con unos amigos. En
cierto modo me siento como si me hubiera traído aquí y me hubiera dejado. Es
una mariposa social como yo nunca lo he sido. No soy tímida ni mucho menos,
pero siempre he sido del lado callado y contemplativo, seleccionando
cuidadosamente a las personas con las que charlo y me abro.
Bry, en cambio, puede entrar en una habitación con desconocidos y salir
150 con los números de teléfono de diez chicos, seis nuevos mejores amigos y dos
ofertas de trabajo.
Ni idea de cómo lo hace.
Para cuando mi hermana regresa, Brendan abre los brazos.
—Bryony, ¿por qué nunca me dijiste que tenías una hermana sexy?
Los dos se ríen. Miro al otro lado de la habitación y capto la mirada de Nev
por accidente. Solo que esta vez, le dirijo una buena y dura mirada.
Ni siquiera se inmuta.
¿Quizás esté intentando incomodarme para que me vaya? No se me ocurre
ninguna otra razón por la que estaría concentrado en lo que está pasando aquí.
Definitivamente, no está celoso, así que no tiene nada que ver con el chico guapo
que está charlando conmigo.
Nuestras miradas se sostienen durante lo que parece una eternidad antes
de que yo rompa primero. El calor me recorre el cuerpo, mi corazón se agita.
No sé qué significa esto.
—Voy a por otra copa —digo, dejando a mi hermana con Brendan.
Dios mío, necesito una ahora mismo.
151
No es una invitación
Nev
E
n la puerta de The Leaderboard, esperando a que llegue mi Uber,
compruebo mi teléfono para saber el tiempo estimado de llegada
antes de ver las fotos que mi madre ha enviado de las niñas esta
noche. Las bañó, dejó que Lennon viera una película de Barbie y las acostó a las
ocho.
Estas cervezas baratas y esta patética borrachera no valían la pena.
152 Debería haberme quedado en casa con ellas.
Pero da igual. Salí. Charlé con mis viejos amigos. Y, con suerte, mi madre
se desentenderá por un tiempo.
Una tibia brisa primaveral me envuelve mientras miro el cielo estrellado.
Es una noche hermosa para los estándares de la mayoría de la gente, pero me
cuesta ver la belleza en las pequeñas cosas. A Estella siempre se le daba bien
señalar cosas como las puestas de sol rosas y los arcos iris dobles y los paisajes
montañosos nevados, y se maravillaba con ellos como si fueran las cosas más
bonitas del mundo. Yo le seguía la corriente y a veces me paraba en el arcén para
que pudiera hacer una foto.
A Estella le gustaría esta noche. Hace calor, pero no demasiado. Fresca
pero no demasiado. Una luna llena. Un cielo lleno de estrellas. Probablemente
insistiría en que la llevara a la tienda de arte más cercana para comprar un
lienzo y algunas pinturas al óleo y hacer todo lo posible por recrearlo.
Su espontaneidad era un poco intensa a veces y, sinceramente, había
momentos en que me volvía loco, pero era tan diferente de Yardley que eso era
lo único que me importaba.
La puerta del bar se abre, trayendo consigo un sofocante estallido de
música durante cinco segundos y, cuando miro en esa dirección, veo nada
menos que a la perdición de mi existencia.
Sus mejillas se sonrojan, aunque no estoy seguro de poder atribuirme el
mérito. Ha estado bebiendo con mucha fuerza, un bonito cóctel rosa tras otro en
esa bonita boca rosa que tiene.
Unos vaqueros ajustados abrazan cada una de sus curvas y su blusa
escotada cuelga de sus suaves hombros, compartiendo el suficiente escote como
para llevar mi mente a un lugar oscuro durante un segundo caliente. Mentiría si
dijera que no sigo pensando que es la chica más guapa que he visto nunca.
Si alguien me preguntara quién era mi mujer perfecta... La describiría
siempre. Su cabello color chocolate, esos ojos azules, esos labios carnosos. La
forma en que encajaba justo debajo de mi barbilla. Su suave aroma. La dulce
calma de su voz. A veces se contentaba con quedarse en silencio, con estar
conmigo. Solíamos conducir durante horas y ella metía su mano en la mía
mientras escuchábamos la radio. Nunca sentía la necesidad de llenar el silencio
con una conversación porque en realidad nunca necesitábamos palabras.
Ella conocía mi corazón.
153 Y, hace tiempo, yo conocía el suyo.
Manteniendo una cuidadosa distancia, se apoya en la fachada de ladrillo
del edificio y comprueba su teléfono. Una gran mancha húmeda cubre la parte
delantera de su blusa azul marino. Supongo que alguien ha derramado una
bebida sobre ella y quiere irse a casa.
—Si vas a seguir mirándome boquiabierto, lo menos que puedes hacer es
decir algo —rompe nuestro silencio.
—Nadie se queda boquiabierto.
Ella resopla, levanta la cabeza y se guarda el teléfono en el bolsillo trasero.
Su vista se fija en el auto aparcado delante de ella. Yardley ni siquiera parpadea
en mi dirección.
—No has dejado de mirarme en toda la noche —dice, cruzando los brazos
en el pecho mientras apoya un pie en el edificio, con la rodilla doblada—.
¿Quieres explicarte, Kane?
Aunque pudiera explicar por qué no puedo dejar de mirarla, no lo haría.
No es asunto suyo cómo o por qué me siento así. Y no le debo una explicación.
No le debo nada.
Además, si le dijera que verla sonreír a otro hombre me produce ardor en
el pecho y fiebre en la sangre, pensaría que aún la amo... o algo así.
La puerta se abre de nuevo, pero esta vez es el mismo leñador que ha
estado charlando con ella toda la noche. Supongo que viene a cerrar el trato.
—Hola —dice, sin aliento—. ¿Tu hermana dijo que te habías ido?
—Pedí que me llevaran —dice ella—. Cuando alguien tira accidentalmente
una pinta de Corona sobre tu camisa favorita, creo que es un momento tan
bueno como cualquier otro para dar por terminada la noche.
El imbécil frunce el ceño, poniendo una patética cara de cachorro, y ella
sonríe. Sonríe, joder.
—Seguro que puedo conseguir una de esas camisetas con el logo del bar
para ti —le ofrece. Se nota su desesperación. Con suerte, ella está demasiado
dispuesta a caer en esa mierda—. No me gustaría que te fueras cuando la noche
es tan joven.
No solo se muestra su desesperación, es una luz de neón intermitente en
este punto.
—No, está bien —le dice ella—. Ya he pedido que me lleven y...
154 —Déjame ver tu teléfono —dice él, extendiendo la mano con la palma hacia
arriba.
—¿Qué? —Ella se ríe.
—Tu teléfono —dice él, sonriendo—. Te daré mi número. Y si quieres volver
a verme, me llamas.
—No me voy por ti, Brendan —dice ella. El idiota tiene un nombre.
Brendan. Nunca he conocido a un Brendan al que no quisiera golpear en la cara,
y este tipo no es una excepción—. Realmente espero que no pienses eso.
Ella le pone el teléfono en la mano y yo me quedo aquí, con la mandíbula
tan apretada que me duele la cara, mientras él programa su número en el
teléfono de ella.
Esto no me gusta.
Y odio que no me guste esto.
—Te llamaré —le dice ella.
Se inclina para besarla. Casi aparto la mirada, pero cuando la veo girar la
mejilla hacia él, me río. En voz alta.
Los dos me ignoran y, en cuestión de segundos, Brendan se retira de nuevo
al interior de The Leaderboard.
—¿Qué? —pregunta ella, enfrentándose por fin a mí. Sus brazos se cierran
con fuerza sobre su pecho y sus cejas se juntan en el centro—. ¿Qué es tan
gracioso?
—Todo eso —digo—. Fue jodidamente divertido.
Yardley pone sus bonitos ojos azules en blanco.
—Eres un imbécil
—No, no. —Sacudo la cabeza—. Ese leñador era un gilipollas. El tiopo no
tenía juego y estaba claramente intentando mojarla. Lo vi invitándote a copas
toda la noche, restregándote su puto olor por todo el cuerpo como un maldito
gato.
Su mandíbula cae.
—¿Por qué me estuviste observando toda la noche? Y, lo que es más
importante, ¿por qué te importa?
Me quedo sin palabras por un segundo, deseando tener una respuesta que
dar que no me haga parecer un hipócrita o un viudo amargado y confundido
155 frente a la única chica que lo destruyó.
Finalmente, respondo con un simple:
—No tengo ni puta idea.
Su expresión se suaviza y se acerca a mí.
—Eso no es una invitación —digo, con las manos metidas en los bolsillos
delanteros.
Se detiene en seco.
—No tienes que seguir con todo este... asunto... que estás haciendo —
dice—. Lo entiendo, Nevada. Me odias. Pero no tienes que hacer todo lo posible
para ser intencionadamente un imbécil gigante cada vez que estamos cerca el
uno del otro.
—Así soy yo. —Me encojo de hombros—. Esto es lo que soy ahora.
—No me lo creo —dice sin dudar—. De hecho, me niego a creer que seas
tú.
Riendo, meto las manos más adentro de los bolsillos.
—Cree lo que quieras. No es mi trabajo tratar de convencerte.
—No estarías tan enfadado conmigo si no te hubiera hecho daño. Y no
estarías tan dolido si no siguieras sintiendo algo por mí —dice, como si de
repente fuera un genio del psicoanálisis.
—No es cierto.
—Mentira. Es verdad. Si realmente no te importara, si realmente me
odiaras, no serías tan frío cada vez que estás cerca de mí —dice, con una mano
en la cadera mientras se acerca. Una pizca de su perfume, el mismo que llevaba
en el instituto, es transportada por la brisa y se deposita sobre mí, pegándose a
mi piel y a mi ropa.
Mi mirada se dirige a su boca rosada.
Mataría por saber qué se siente al besarla de nuevo, pero tengo que ser
fuerte. No puedo rendirme solo porque estoy un poco borracho y ella está aquí,
preciosa, casi ofreciéndose a mí en bandeja de plata con el pretexto de hacerme
una nueva.
Si realmente no le importara, no estaría aquí tratando de ponerme en mi
lugar ahora mismo.
Su teléfono suena.
156 —Mi auto está aquí —dice, mirando a un pequeño Nissan blanco.
Todavía no se ha ido y ya la echo de menos. Podría quedarme aquí toda la
noche, discutiendo verbalmente, atreviéndome a no intentar regalar esa boca
inteligente con un beso de castigo.
Yardley no se despide.
No me mira ni un segundo.
El pequeño Nissan blanco se la traga entera y, sin más, se va.
Y así, sin más, trato de entender lo que acaba de suceder. Para cuando
llega mi auto, acepto el hecho de que no sé qué coño pensar.
Mientras me llevan de vuelta a casa de mi madre, en el sur de la ciudad,
no puedo dejar de repetir nuestra conversación.
Y, mientras doy vueltas en mi cama toda la noche, no puedo dejar de ver
su hermoso rostro cada vez que cierro los ojos. A diferencia del baloncesto, no
puedo ganar con esta mujer. Es tan consumidora como siempre. Y, ¿esta noche?
Estaba tan cerca que podría haberla tocado. Podría haberla empujado contra la
pared de ladrillos del bar, levantarla en mis brazos y besarla tan fuerte que no
podría respirar cuando terminara.
Arrancando las sábanas, me arrastro hasta la cocina y rebusco en el
botiquín de mi madre hasta que encuentro un frasco de Ambien que caducó el
mes pasado. Tras sacar y tomarlo con un vaso de agua, vuelvo a la cama.
Necesito ser más fuerte que lo que me ha roto.
Pero, esta noche, solo necesito dormir un poco.
157
No hay más que decir
Yardley
—O
h, hola. —Me estoy preparando una taza de café el
sábado por la mañana cuando un hombre con nada más
que unos vaqueros y el cabello alborotado sale
sigilosamente de la habitación de mi hermana. Normalmente no los trae a casa,
o si lo hace, los saca antes del amanecer—. Soy Yardley. ¿Y tú eres?
—Carson —dice, con los ojos entrecerrados mientras mira a su alrededor—
158 . ¿Has visto por casualidad una camiseta amarilla?
Levanto mi taza hasta boca antes de señalar una prenda de color amarillo
sol que cuelga sobre mi lámpara de lectura.
—Gracias —dice, tomándola y poniéndosela sobre su cuerpo tenso y
musculoso.
Tengo que admitir que es algo bueno que mirar, al menos según los
estándares de Lambs Grove, pero antes de que tenga la oportunidad de
interrogarle sobre sus intenciones con mi hermana se pone las zapatillas y sale
corriendo por la puerta como si llegara tarde a una reunión con el presidente.
—¡Bry! Se está escapando" —le grito a todo pulmón.
Su puerta se abre un segundo después y sale a trompicones, con
mechones dorados en la cara y la camiseta del pijama torcida, cayéndole por los
hombros.
—¿Quién era? —le pregunto.
—Carson Conover —dice, frotándose el sueño de los ojos. Incluso a varios
metros de distancia, puedo oler el alcohol rancio que emana de su persona—. Se
pasó por el bar anoche después de que te fueras.
—¿Así que se conocen? —pregunto.
—Por supuesto. —Bosteza—. Fuimos juntos al colegio. Volvió a la ciudad
para el funeral de su abuela. Solíamos salir juntos todo el tiempo. —Bryony se
ríe—. Solíamos hacer algunas locuras juntos, saliendo a escondidas a todas
horas. Mamá y papá no tenían ni idea. Tú tampoco te dabas cuenta.
—¿Se supone que debo estar impresionada? —Me dirijo a la cafetera y
meto otra cápsula de café, preparándole una taza.
—No, solo digo. Conozco a ese tipo. Tenemos una historia. No iba a traer
a casa a un loco al que acabo de conocer —dice.
Levanto una mano.
—No juzgo.
Mi hermana se sienta en uno de los taburetes de la barra y yo deslizo su
taza por el mostrador.
—Anoche te vi hablando con Nevada fuera.
Mi mirada se dirige a la suya.
—¿De qué hablaron? —pregunta.
159 —Nada, en realidad —digo—. Nada de importancia, al menos.
Principalmente se burló de que Brendan me diera su número y tratara de
besarme.
Ella levanta una ceja.
—¿Nada importante?
Tomo un sorbo.
—Sí. Estoy muy confundida. Es como si le molestara el hecho de que otro
chico estuviera interesado en mí... pero sin embargo no quiere tener nada que
ver conmigo.
Bryony se preocupa por su labio inferior, aunque su rostro es inexpresivo.
—Pensando, pensando...
—No tienes que interpretar esto, Bry —digo—. De verdad. Estoy
avanzando. Ahora estoy bien. Por primera vez en todos estos años, me parece
bien con el hecho de que no estamos destinados a ser.
Ladea la cabeza. No se lo cree. Y no la culpo. Durante diez malditos años
estuve colgada de este tipo. ¿De repente lo he superado? Entiendo que es difícil
de aceptar, pero esto es enorme para mí, y es real y está sucediendo.
—Una parte de mí siempre lo amará y siempre extrañará lo que tuvimos,
pero hay mucho más de la vida que me estoy perdiendo —digo.
—Muy cierto —dice ella—. Que es lo que llevo años intentando decirte,
pero sigue.
Mis palmas rodean la cálida porcelana en mis manos y sonrío.
—No hay nada más que decir. Voy a seguir adelante. Por fin sigo adelante.
160
El sueño de anoche
Nevada
E
stoy limpiando el jarabe pegajoso de las manos de Lennon el
sábado por la mañana cuando mi madre toma asiento en la
cabecera de la mesa de la cocina, observándome.
—Eres muy bueno con esas niñas. —Lleva una sonrisa somnolienta, con
la mejilla apoyada en la parte superior de la mano y el cabello revuelto. Un
mullido albornoz gris cubre su pijama, y parece exhilarantemente cansada.
161 Como madre soltera durante la mayor parte de nuestra infancia, imagino
que se perdió este tipo de placeres sencillos, como hacer tortitas para tus hijos
un perezoso sábado por la mañana, con dibujos animados de fondo.
Me encojo de hombros.
—Lo intento.
—Date un poco más de crédito, Nev —dice—. Eres un padre soltero. Y lo
estás haciendo mucho mejor que yo.
—Nuestras situaciones son un poco diferentes.
—Teniendo en cuenta todo esto —dice ella—, cualquier otra persona se
estaría derrumbando después de lo que has pasado, pero tú estás avanzando a
duras penas. Estoy muy orgullosa de ti.
Exhalando, tomo asiento junto a Essie, que trata de recoger trozos de puré
de plátano de la bandeja de su trona.
—He quedado con un contratista esta mañana en la casa —digo—. ¿Crees
que puedes cuidar a las niñas un par de horas?
—Por supuesto.
—Pensé en llevarlas a Saint Louis después. Quizá ver el acuario y el museo
infantil, solo nosotros.
Mamá sonríe.
—Les encantará.
Viendo a mi hija menor aplastar fruta entre sus dedos, sonrío. Estoy
deseando que llegue el día de las hijas de papá.
—¿Qué tal anoche? —me pregunta mamá.
Miro al otro lado de la mesa.
—¿Quieres la verdad?
—Siempre.
—Fue un bar de pueblo en una noche de viernes de pueblo —digo-. Cerveza
barata, tipos emperifollados, un puñado de borrachos y un montón de chicas
con cabello rubio decolorado, vaqueros ajustados y botas de vaquera.
Mamá se encoge de hombros, como si no viera el problema. Pero está
acostumbrada a este tipo de vida más lenta, de media América. Ha crecido aquí
toda su vida. Al estar fuera durante diez años, he crecido fuera de esto.
162 Viviendo en la Costa Este y viajando por todo el país, me encantaba
despertarme cada mañana con algo nuevo. Me encantaba ir a la cafetería de la
esquina y no encontrarme nunca con la misma persona dos veces.
—Sinceramente, aún no estoy seguro de que volver a vivir aquí haya sido
la decisión correcta —digo—. Sobre el papel, lo es. Tú estás aquí. Hunter y Eden
están aquí. Y sé que los necesito. Pero aún no me siento bien.
—Nev, ya compraste una casa. Sea o no correcto, has desarraigado tu vida,
la de las chicas. Estás aquí. Tienes que intentarlo. Tienes que buscar lo positivo.
Además, si te fueras, ¿a dónde irías?
Me encojo de hombros. Esa es otra cosa. No estoy segura.
Mi hogar siempre fue Carolina del Norte. Y Estella. Después de la
universidad, fiché por los Raleigh Warriors y luego me casé. No queda nada para
mí allí. Y nunca he vivido en otro sitio.
—Todo es nuevo y quizás hasta da un poco de miedo —dice mamá—. Pero
todo va a funcionar. Sé que es así. Y, uno de estos días, todo tendrá sentido.
Todo va a tener sentido. Así es como siempre sucede al final.
—Sí. Tal vez. —Exhalo, pellizcando el puente de mi nariz. Me duele la
cabeza desde anoche, aunque no estoy segura de si es por el alcohol o por el
Ambien.
—¿A Estella le habría gustado Lambs Grove? —pregunta mamá.
Me río. A Estella le gustaba todo, todos y en todas partes.
—Sí.
Le habría encantado especialmente este lugar, con todas las calles
arboladas y las casas de caja de sal y la torre del reloj de la calle principal.
Miro por encima del hombro de mamá durante un segundo, mirando por
las puertas correderas de cristal hacia su sombreado patio trasero de media
hectárea y recordando un extraño sueño que tuve anoche sobre Estella.
No soy de los que asignan frívolamente un significado a las cosas, pero no
puedo evitar la imagen de mi difunta esposa vestida de blanco, sonriendo y
diciéndome que me acerque. Sus manos estaban ahuecadas, extendidas y,
cuando finalmente me acerqué, las abrió solo para revelar una única paloma
blanca.
Mi apodo para Yardley era paloma.
163
Voy a hacerlo
Yardley
El recado
Nevada
—O
ye, de camino al otro lado de la ciudad, ¿podrías parar
en la tienda de costura y recoger esas colchas? —me
pregunta mamá cuando estoy a medio camino de la
puerta—. Rosamund llamó y dijo que estaban listos la semana pasada. No quiero
166 que ocupen espacio en su estantería. Además, se ha esforzado mucho en
hacerlos. No quiero ser descortés.
No digo nada, con la mano apoyada en el pomo de la puerta de entrada al
garaje.
—Lo haría yo, pero tengo que llevar a las niñas a sus revisiones en
Hallwood Creek, y eso es un viaje de noventa minutos en dirección contraria —
dice, percibiendo mi vacilación—. Seguro que me ahorraría un paso.
Dios, no quiero ir allí. No quiero poner un solo pie dentro de esa tienda.
Daría una impresión equivocada, podría pensar que estoy allí por ella.
Pero no es que pueda decirle a mi madre que no después de todo lo que
ha hecho por mí últimamente, cuidando a las niñas, cocinando, lavando la
ropa... asegurándose de que no me desmorone.
—¿Nev? —pregunta, con las cejas levantadas.
Exhalando, digo:
—Sí. Claro.
Han pasado dos semanas desde que vi a Yardley en The Leaderboard. Y
durante dos semanas seguidas he tenido ese mismo sueño con Estella y la
paloma casi todas las noches. Estella nunca fue de las que regañan, pero no
puedo evitar sentir que me empuja en una dirección contra mi voluntad.
Durante catorce días me he atrincherado en el suelo y he hecho todo lo
posible por evitar relacionarme con cualquier persona de los alrededores por la
posibilidad de encontrarme con ella. La mayoría de los días me dirijo a la casa,
hago cosas, a veces me detengo en la ferretería a por una herramienta o lo que
sea, y luego me dirijo a casa, me ducho y paso las tardes con mi familia.
Cuando voy a la ciudad, primero paro en la tienda de costura. Es mejor
acabar de una vez.
Los timbres de la puerta tintinean cuando entro, rebotando contra el
cristal, y me limpio las botas de trabajo en la alfombra negra.
—¿Puedo ayudarle? —dice Bryony antes de levantar la vista. Su expresión
decae cuando ve que soy yo, y no estoy seguro de si eso es algo bueno o malo—.
Nevada. Hola.
—Solo he venido a recoger esas colchas. —Me meto las manos en los
vaqueros, manteniéndome atrás.
Es extraño estar aquí. En el territorio de las Devereaux. Me siento como si
estuviera infringiendo, como si no perteneciera. Aún no he decidido si hice el
167 ridículo con Yardley esa noche o no. He necesitado todo lo que tenía para no
analizar toda esa situación hasta la muerte. Es la naturaleza humana atribuir
un significado a las cosas, pero una parte de mí piensa que es más fácil culpar
a la cerveza.
—Dos segundos. —Bryony desaparece detrás de una pared del fondo y yo
miro por el pasillo, divisando una oficina bien iluminada. Un momento después,
una mujer toma asiento en una silla de escritorio, y cuando levanta la vista, me
doy cuenta de que es Yardley.
Lleva el cabello recogido y los labios pintados de rosa. Y cuando me ve, se
queda paralizada como un ciervo en los faros.
—Hola —le digo, con una voz lo suficientemente alta como para llegar al
fondo de la tienda. En las dos últimas semanas, he decidido que, si vuelvo a
encontrarme con ella, al menos seré cortés y tomaré el camino correcto, por difícil
que sea.
Sus ojos se abren de par en par, como si le sorprendiera mi franqueza. Y
se levanta de su asiento, dirigiéndose a la puerta.
Solo una vez que llega, se detiene, hace un rápido gesto con la mano y
cierra la puerta.
Me deja fuera.
—Bien, aquí tienes. —Bryony regresa con tres bolsas llenas de tela de
retazos, y por un momento, me encuentro luchando por respirar al ver la ropa
de Estella destrozada y cosida. No estoy seguro de por qué mi madre pensó que
esto sería una buena idea. Creo que es moroso, casi macabro.
—Gracias. —Tomo las bolsas—. Dale las gracias a tu madre también.
—Lo haré. —Bryony me mira por un segundo, como si tuviera algo que
decir, pero vuelvo mi atención hacia la puerta cerrada de la oficina detrás de ella.
Ella sigue mi mirada y luego se ríe—. Te ha dejado helado, ¿eh?
Me rasco la sien, levantando las cejas.
—Sí. Lo único que hice fue saludar.
—Te juro que ustedes dos necesitan su propio reality show.
Miro por debajo de mi nariz.
—¿Por qué?
—Esta es la reunión más jodida y llena de drama que he visto.
—Difícilmente lo llamaría una reunión.
168 —¿Acaso no lo es? —La cabeza de Bryony se inclina—. Te mudaste de
nuevo a tu ciudad natal, donde aún vive tu primer amor, y compraste la casa
que le prometiste, y luego le echaste la bronca cuando otro chico se le insinuó.
Lo siento, pero todavía la amas, y una parte de ti volvió aquí por ella. Solo que
aún no lo ves.
—Jesús. —Sacudo la cabeza. No tiene ni puta idea de lo que está hablando.
—Tienes que resolver tu mierda —dice—. Pero no hagas lo de cal y arena
con mi hermana. Ya ha pasado por más de lo que podrías imaginar.
Los últimos diez años de la vida de Yardley están en blanco para mí, un
gran signo de interrogación. Si ha pasado por algo más que perder a su padre y
arruinar lo que teníamos, se me escapa y, francamente, no es de mi
incumbencia.
Pero Bryony tiene razón.
Necesito resolver mi mierda.
Y mamá también tenía razón. Tomé la decisión de volver a vivir aquí, ahora
tengo que intentar que funcione.
—Las colchas quedaron muy bien, por cierto. —La voz de Bryony se
suaviza—. Y siento tu pérdida.
Tomo los edredones y me voy y, cuando arranco el motor, no me atrevo a
salir del estacionamiento.
No me gusta esto: los constantes encontronazos, la constante tensión.
Estas últimas semanas han sido la prueba viviente de que esta ciudad no es lo
suficientemente grande para los dos, así que no me queda más remedio que
hablar con ella con la esperanza de que podamos encontrar algún tipo de terreno
común y acordar ser civilizados el uno con el otro.
Extendiendo la mano hacia la consola, abro la guantera y busco un recibo
y un bolígrafo. Escribo mi número, salgo del todoterreno y entro.
Los timbres de la puerta tintinean y los ojos de Bryony se abren de par en
par cuando me ve atravesar la pequeña tienda.
—Dígale que me llame —le digo.
Y luego me voy.
169
Siempre es así
Yardley
I
ncluso cuando intento seguir adelante es como si el universo no me
dejara.
El lunes por la noche, al salir del trabajo, cierro la puerta de mi
habitación y respiro hondo con el recibo con el número garabateado
de Nev. Luego otra. Y otra.
No sé qué podría querer de mí.
170 Admito que me sorprendió verlo hoy temprano cuando pasó por aquí, pero
estaba a punto de conectarme a un seminario web de marketing y necesitaba
cerrar la puerta de mi oficina.
Sonrío, negando con la cabeza. Probablemente pensó que la cerraba por
su culpa.
Bryony grapó el recibo en un Post-It, su forma de asegurarse de que no
pierda las cosas. Pero el reverso de la nota casi ha perdido su pegajosidad de lo
mucho que he estado manipulando esta cosa hoy, pegándola a la parte posterior
de mis dedos, pelando y despegando, sopesando mis opciones y tratando de
predecir todos los resultados posibles.
Voy a tomar el camino correcto, por supuesto. Voy a llamar y ver qué
quiere. Pero ya he tomado mi decisión.
Voy a seguir adelante.
¿Hay partes de mí que quieren correr a sus brazos, salpicar su cálida piel
con besos, cabalgar hacia el atardecer con él?
Sí.
Pero esto es lo mejor. Seguir adelante es algo que debería haber ocurrido
hace años. Y fue necesario que volviera a la ciudad y mostrara sus verdaderos
colores para que finalmente viera que no es la misma persona que una vez fue.
No es el hombre del que una versión más joven de mí se enamoró perdidamente.
Y tal vez es así como siempre suceda. Cambiamos y crecemos y nos
despojamos de nuestras antiguas pieles. La chica que una vez fui y el chico que
él fue no son más que un par de recuerdos desvanecidos, que se van apagando
cada vez más. Con el tiempo, apenas nos recordaremos el uno al otro.
Al menos eso es lo que he intentado decirme a mí misma.
Es difícil, seguir adelante. Pero estoy comprometida, tan comprometida
como siempre.
Mi pulgar se posa sobre el botón de llamar y respiro profundamente, con
la mano izquierda enterrada en la espesa melena dorada de Dex. Me mira con
sus grandes ojos marrones, como si percibiera mi nerviosismo, y luego se acerca
a mí.
Un momento después, me he lanzado y el teléfono está sonando.
Un timbre.
172
Antes te llamaba paloma
Nevada
L
lega a las cinco y toca la puerta tres veces. Mis pasos resuenan en
el vestíbulo mientras me dirijo a la puerta principal. Esta casa sigue
vacía y sin muebles, llena solo de escaleras y botes de pintura y
cosas por el estilo, pero quería traerla aquí para que pudiéramos hablar en
privado, y me parecía la mejor opción.
Respirando con fuerza, abro la puerta.
173 —Hola —dice ella, sin sonreír. Va vestida con unos pantalones de yoga
grises y una sudadera con cremallera rosa pastel, y lleva el cabello oscuro
recogido sobre la cabeza. Está claro que no tiene intención de vestirse para
impresionar, a pesar de que me sigue pareciendo muy sexy, pero no la culpo.
Me quito de en medio para dejarla entrar y cierro la puerta tras ella
mientras saca los pies de sus deportivas de neón.
—¿Y? —Pone sus hombros en contacto con los míos y me mira a los ojos,
con las manos en la cadera—. ¿Qué necesitas?
—Pensé que podríamos hablar —digo, caminando hacia el gran salón.
Señalando una alfombra oriental en el suelo, digo—. Esto es todo lo que tengo
para sentarnos.
Ella se deja caer con cuidado en el suelo, cruzando las piernas y apoyando
los codos en las rodillas. Me siento frente a ella.
Yardley estudia cada uno de mis movimientos, tratando de estar un paso
por delante de mí, pero sus esfuerzos son inútiles porque incluso yo me estoy
tomando esto minuto a minuto, segundo a segundo.
—No quiero seguir haciendo esto —digo.
—¿Hacer qué?
—Este jueguito.
Se ríe.
—¿Qué jueguito?
—¿Cómo que qué jueguito? —pregunto, frunciendo el ceño—. El frío y el
calor, cal y arena.
—No tengo ni idea de lo que estás hablando, Nevada.
Creo que habla en serio, y por un segundo me pregunto si me estoy
imaginando la mayor parte de esto, si lo estoy haciendo peor en mi cabeza de lo
que realmente es.
—¿Por qué cerraste la puerta antes? —pregunto.
—¿Qué? ¿Se trata de eso? —Se ríe—. Tenía un seminario web. Y lo dejaste
muy claro. No quieres tener nada que ver conmigo, ni siquiera una amistad.
Estoy respetando tus deseos. Y finalmente he aceptado el hecho de que no va a
haber ningún tipo de futuro para nosotros.
Sus palabras se hunden en mí, golpeando más fuerte de lo que pensaba.
174 Últimamente me encuentro pensando en el pasado, al menos más que en
años. He reprimido muchos recuerdos de nosotros, los he metido en espacios
reducidos en el fondo de mi mente para no tener que pensar en ellos. Pero en la
última semana es como si alguien hubiera abierto las compuertas y no dejaran
de llegar, llenando cada grieta y cada pensamiento silencioso.
—Solía llamarte paloma —musito.
Ella exhala.
—Sí. Mi segundo nombre. Me acuerdo.
—Y tú me llamabas “vada”.
—¿Por qué sacas el tema? —Sus cejas se juntan.
Aprieto los labios y suelto una respiración contenida antes de arrastrar las
manos por el pelo.
—No lo sé. No dejo de pensar en todas estas cosas. Del pasado. Cosas que
había olvidado. Cosas que no quería recordar.
Tengo toda su atención, y hay tanto silencio aquí que el silencio es
palpable.
—Tienes esta marca de nacimiento —digo, señalándola—. En el lado
izquierdo de tu caja torácica. Tiene forma de corazón.
Ella sonríe, pasando la mano por el exterior de su sudadera.
—Sigue ahí.
—Siempre hacías estas pequeñas cosas dulces —digo—. Me hacías galletas
y las dejabas en mi camioneta para que tuviera un lote fresco después de la
práctica de los lunes. Mi camioneta olía a chocolate durante días y los chicos se
reían de mí, pero siempre me encantó que pensaras en mí de esa manera.
—Todavía uso la misma receta.
—Cuando me tuvieron que sacar las muelas del juicio, insististe en que
me quedara en tu casa, convenciendo a tus padres para que me dejaran la
habitación de invitados, y nunca te separaste de mí, corriendo a por batidos de
fresa y dándome de comer con cuchara puddin y compota de manzana durante
días. —Me paso la palma de la mano por la mandíbula—. Cuando pienso en
estas cosas, son pequeñas e intrascendentes. Pero me hacen sentir algo. Me
hacen echarte de menos.
Se queda congelada por un momento.
175 —Vaya.
—Lo sé. —Apoyo los codos en las rodillas, mirando a la hermosa chica
sentada a un par de metros delante de mí. Está tan cerca que podría extender la
mano y tocarla, y sin embargo sé que no debo hacerlo. Por mucho que la eche
de menos, por mucho que eche de menos lo que teníamos, no estoy seguro de
poder perdonarla nunca por haber roto su promesa.
Cuando crecí, era conocido en nuestra familia por ser rencoroso. Mamá
dijo que lo heredé de mi padre, pero yo no lo sé. No tengo ningún recuerdo del
bastardo que nos abandonó.
—Podríamos haber sido tan perfectos juntos —digo.
—Todavía podría serlo. —Yardley pica un hilo suelto en la alfombra antes
de que su mirada se fije en la mía—. No es demasiado tarde.
Sacudiendo la cabeza, miro por la ventana que hay detrás de ella, la que
lleva al camino privado que está protegido por vallas y arbustos de décadas,
árboles centenarios. Ahora que lo pienso, es curioso que haya elegido este lugar.
Es una maldita fortaleza diseñada para mantener a la gente fuera.
No muy diferente a mi corazón.
—No sería lo mismo —le digo.
Ella baja la mirada, no dice nada.
—No tienes ni idea de cuánto te he echado de menos, Nevada. —Rompe
por fin su silencio un minuto después—. Te echaba tanto de menos que a veces
me dolía físicamente. Te fuiste y seguiste con tu vida, pero yo tenía que verte en
la televisión. Tuve que leer sobre ti en Internet. Sobre tu compromiso, tu
matrimonio, tu familia. Y, no me malinterpretes, me alegré por ti. Pero no tuve
el lujo de poder olvidar que existías.
—¿Se supone que debo sentir pena por ti?
—En absoluto.
—¿Qué quieres que diga? No tuve elección. Tuve que seguir adelante.
Hiciste lo que hiciste. Yo hice lo que tenía que hacer —digo, sintiéndome de
alguna manera reivindicada y a la vez odiando la forma en que le estoy hablando.
El calor recorre mis venas. ¿Ira? ¿Pasión? ¿Frustración contenida?
—¿Me vas a dejar explicarme alguna vez? —pregunta, con palabras lentas
y firmes, como si supiera que tiene que andarse con pies de plomo.
—No quiero una explicación. —Mi mandíbula se tensa—. No cambiará
176 nada.
Yardley se levanta.
—No sé por qué querías que viniera aquí. Ha sido una pérdida de tiempo.
Me levanto y la sigo hasta la puerta principal.
—¿Qué estás haciendo?
Se mete los pies en las zapatillas.
—¿Qué parece que estoy haciendo?
—No hemos terminado.
Sus azules oscuros se fijan en los míos en el oscuro vestíbulo.
—¿Estás loco, Nevada? Me invitaste a venir, empezaste a recordar nuestro
pasado, y luego me dijiste sin tapujos que no me ibas a dar otra oportunidad.
¿Por qué querría quedarme? No hay nada más que hablar.
Yardley se acerca a la puerta pero la detengo, rodeando con mi mano su
delicada muñeca y atrayéndola hacia mí.
Es extraño volver a tocarla. Es como alguien a quien nunca he conocido y,
sin embargo, cuando la miro a los ojos, sigue siendo la misma chica que cautivó
mi corazón adolescente.
—Nunca se me ha dado bien eso del rencor —digo. Ella me estudia, con la
frente arrugada—. Cuando te miro, la mitad de mí siente... todo. La otra mitad
quiere golpear una maldita pared de ladrillos.
Su mirada se desvía, pero sigo sujetándole la muñeca con la mano.
—No sé por qué quería verte esta noche —digo—. Solo sé que quería verte.
Sus labios se aplastan por un segundo y me encuentro deseando poder
saborearlos de nuevo. Todavía recuerdo el sabor del brillo de labios de menta y
frambuesa que solía almacenar en su día. Hace varios años Estella encontró el
mismo tipo en una farmacia cuando estábamos en Buffalo. Le dije que odiaba la
frambuesa y lo devolvió a la estantería. La verdad es que no quería saborear a
Yardley mientras besaba a Estella. No quería abrir esas compuertas.
—¿Qué quieres de mí, Nev? —preguntó, con la voz casi susurrada.
Soltándole la muñeca, deslizo la palma de la mano contra su suave mejilla
y me relamo los labios. Quiero besarla. Quiero sentir su cuerpo contra el mío.
Quiero tener mis manos en su pelo y su sabor en mi lengua. Lo quiero todo de
177 ella, como antes, pero solo por esta noche.
No sé qué pasará después de esto. Es solo algo que tengo que hacer.
—Nev…
La hago callar con un beso, y solo tarda un momento, pero Yardley se
derrite contra mí, exhalando mientras nuestras bocas bailan y sus palmas suben
hasta mi nuca.
Mi mente se calma, un efecto secundario imprevisto de besarla, y mis
manos se deslizan por sus costados, acariciando su culo antes de deslizarse por
sus muslos. La levanto y prácticamente no pesa nada. Entierro mi cara en su
cuello, la inspiro y la beso tan fuerte que me arde la boca, pero ella me devuelve
el beso con más fuerza.
Un momento después, su espalda está apoyada en la pared junto a la
puerta principal y su cuerpo se desliza contra el mío. Bajo la cremallera de su
chaqueta y la dejo caer, y ella me arranca la camiseta por la cabeza. Depositando
un beso codicioso a lo largo de su clavícula, mi mano levanta el dobladillo de su
camiseta de tirantes antes de deslizarse por debajo de la cintura de sus mallas.
Yardley suspira en el momento en que mis dedos se deslizan entre su
hendidura y se sumergen en su interior. Sus caderas se ensanchan y su
humedad me dice que desea esto tanto como yo. Agachándome, le bajo los
pantalones hasta el final y acerco mi boca a su dulce coño, arrastrando mi lengua
por su humedad antes de rodear su hinchado clítoris.
Su mano me aprieta el cabello mientras la devoro, y sus piernas empiezan
a temblar. Siempre me lo decía, siempre era la señal que necesitaba para saber
que estaba cerca.
Pero esta noche se va a correr en mi polla.
Me levanto, me bajo la cremallera de los pantalones y ella se acerca a mi
polla con su suave palma, antes de meterla en sus manos.
—Tomo la píldora —susurra.
Mi corazón se acelera.
Nuestras miradas no se cruzan.
De una manera extraña, algo en esto es más negocio que placer.
No se trata de dos viejas almas que se reconectan.
Se trata de dos personas con una misión, buscando respuestas, o al
178
menos... un final.
Pero en este momento lo único que importa es el hecho de que estoy a
punto de tomarla aquí, ahora mismo, contra la pared de mi vestíbulo.
Mis manos se deslizan por sus costados, pasando de su top por encima de
su cabeza antes de desabrochar su sujetador de encaje. Bajo mi boca hasta sus
pezones y lamo sus puntiagudos brotes antes de depositar un beso mordaz en
su suave carne que la hace clavar sus uñas en mi espalda.
Siempre le ha gustado que sea lo suficientemente duro... el equilibrio
perfecto entre lo sucio y lo apasionado.
Cuando termino, vuelvo a acariciarle el culo, levantando sus caderas hacia
las mías y apoyándolas contra la puerta principal. Yardley mete la mano entre
nosotros, guiando mi polla a su interior ella antes de apoyar sus manos en mis
hombros.
Introduciendo mi polla más profundamente en ella, empuje tras empuje,
sus uñas se clavan en mí, agarrando mi carne mientras gime entre besos.
Su culo perfecto en mis manos, junto con sus tetas que rebotan y su sabor
a menta y frambuesa, me hacen retroceder, y una ráfaga de nostalgia intensifica
este momento durante dos minutos, y entonces pienso en su ex.
Pienso en las manos de él tocándola en lugares que no le corresponden.
Pienso en su boca en la boca de ella.
Pienso en ella mirándole como solía mirarme a mí.
Pienso en ellos dos pasando tiempo juntos mientras yo estaba a miles de
kilómetros de distancia como un jodido idiota patético que creía de verdad que
su novia iba a esperarle.
Follándola más fuerte, más rápido, gimo, enterrando mi cara en la suave
curva de su cuello. Yardley grita, sus caderas se unen a las mías, con las manos
en el pelo, y su cuerpo se ondula cuando se corre. Explotando dentro de ella,
sostengo sus caderas y me introduzco más en ella, tan profundo como puedo.
Cuando terminamos, se derrumba contra mí, agotada.
La mano de Yardley se arrastra por su frente y se queda un momento, los
dos conectados todavía, y al cabo de un rato se separa de mí, recogiendo su ropa
y poniéndosela de nuevo.
179 Mientras la veo vestirse, cierro la cremallera de mis pantalones y estudio
la silueta de su cuerpo en el espacio oscuro que compartimos, solo que ahora
sirve para recordarme que ya no es mía, que ha pasado demasiado tiempo y que
han cambiado demasiadas cosas.
Nunca recuperaremos lo que una vez tuvimos, porque ella lo destruyó.
—Nev…
—Deberías irte.
Sus ojos captan los míos en la penumbra del vestíbulo mientras se abrocha
la capucha.
—¿Qué?
—Deberías irte.
Un millón de pensamientos diferentes
Yardley
N
o sabía si reír o llorar en el camino a casa, así que hice un poco de
ambas cosas. Cuando terminé, me senté en el auto fuera de mi
casa, esperando a que se oscureciera la ventana del dormitorio de
Bryony, pero después de media hora, perdí la paciencia y entré.
—Has estado llorando —es lo primero que me dice, encendiendo la
lámpara junto al sofá del salón. A continuación, coge el mando a distancia y
180 detiene su sesión de Netflix Black Mirror—. ¿Qué ha pasado?
Sacudo la cabeza.
—¿Podemos hablar de ello mañana?
Bry se pone de pie, con los brazos cruzados.
—No.
Me dirijo a la cocina y cojo una botella de agua. Ella me sigue.
—Así que le envié un mensaje antes —digo.
—Le enviaste un mensaje a Nevada.
—Sí —digo—. Le envié un mensaje y me pidió que nos viéramos en su casa
a las nueve. Fui. Hablamos. Una cosa llevó a la otra. Ahora estoy aquí.
—No, no, no, no. —Mi hermana mueve el dedo, acercándose—. Te has
saltado la parte en la que él hizo algo que te hizo llorar.
—Está confundido. —No puedo creer que lo esté defendiendo. Aunque tal
vez no lo defienda tanto como que trate de darle sentido a lo que pasó—. Está...
tan confundido.
Bryony me examina, su mirada escudriña cada parte de mí como si
esperara encontrar algo raro.
—No me ha hecho daño —digo. No de ninguna manera física.
—Entonces, ¿por qué las lágrimas?
—Tuvimos sexo. Y luego me dijo que me fuera. —Respiro profundamente
y lo suelto antes de beber un trago de agua tan fría que me escuece los dientes.
Al menos aún puedo sentir algo bajo este manto de entumecimiento—. Eso es
realmente todo lo que sé, Bry. No sé por qué pasó nada de eso ni por qué dijo lo
que dijo cuando terminó. Solo quiero ir a la cama, ¿de acuerdo?
Suspirando, ella despliega los brazos.
—Bien. Estoy aquí si me necesitas.
Pasando junto a ella, me dirijo a mi habitación y cierro la puerta, me quito
la ropa y la tiro en el cesto. De pie ante el espejo de cuerpo entero de la parte
trasera de mi puerta, me paso las yemas de los dedos por la clavícula y luego
entre los pechos.
Hace una hora sus manos y su boca estaban por todo mi cuerpo,
haciéndome sentir cosas que no había sentido desde... él.
181 De hecho, no he estado con nadie desde él. Mi matrimonio con Griffin
nunca se consumó. Nunca salí con nadie lo suficiente como para llegar a
cualquier tipo de etapa física más allá de los besos.
Me preparo un baño caliente, enciendo una vela y apago las luces.
Debería estar enfadada con él, pero en lugar de eso me siento apenada por
él. Un minuto estaba recordando tiempos mejores, al siguiente estaba encima de
mí, ¿y cuando terminó? Me echó.
Debe estar sintiendo un millón de cosas diferentes, pensando un millón
de otras.
Puedo obligarme a seguir adelante, pero no puedo obligarme a dejar de
amarlo, y no puedo tener las dos cosas.
¿Qué diablos hago ahora?
Un error
Nevada
A
l día siguiente, sentado al pie de la escalera del vestíbulo, destapo
una botella de agua y me limpio el sudor de la frente. Estoy
restaurando la chimenea del dormitorio principal, lijando y
repintando. Últimamente he estado haciendo lo mismo: elegir hasta el último
detalle de esta enorme casa, amar algo un minuto y decidir cambiarlo por
completo al siguiente.
182 Tal vez esté buscando algo en lo que fijarme y obsesionarme que no esté
unido a un corazón sangrante.
Tres golpes en la puerta después, abro la puerta esperando encontrar al
contratista de la piscina, para el que dejé la puerta abierta, pero es ella.
—Yardley, ¿qué estás haciendo aquí? —le pregunto.
Ella levanta una bolsa de papel blanco.
—Te he traído el almuerzo.
Tacos de Abel’s. Se acuerda.
Me quedé despierto casi toda la noche convenciéndome de que follar con
ella fue un error. Me he sentido tan vacío últimamente que necesitaba algo para
llenar ese vacío.
Y yo necesitaba una liberación.
—Pensé que podíamos hablar de anoche. —Levanta las cejas y sonríe. Está
claro que Yardley no tiene ni idea de lo malo que fue lo de anoche y de lo que
significó para los dos.
—No hay nada que decir. —Apoyo mis manos en las caderas, cuadrando
mis caderas con las suyas—. Eso fue un error. Y no volverá a ocurrir. Diablos,
Yardley, tal vez incluso fuimos un error.
La mano que sostiene los tacos cae a su lado y ella desvía la mirada.
—Vaya. De acuerdo.
Tomando aire, se queda una fracción de segundo antes de colocar la
comida en uno de los escalones.
—Sabes... realmente sentí pena por ti. Tuve compasión después de
anoche, después de lo que hiciste y la forma en que me hiciste sentir. ¿Quieres
hablar de errores, Nevada? Eso. Eso fue un error.
Se da la vuelta para irse, con las manos en alto mientras prácticamente
corre hacia la puerta, como si no pudiera alejarse de mí lo suficientemente
rápido.
—Yardley —le digo, aunque no entiendo muy bien por qué la persigo. Todo
lo que sé es que la he herido, y ahora me siento como un gran idiota— .Vuelve.
Pero es demasiado tarde.
Está a medio camino de la entrada, con las llaves en la mano, y un segundo
183 después se sube al asiento delantero y desaparece por mi camino.
Lo siguiente que sé es que una furgoneta blanca está llegando. Mi
contratista está aquí.
Si conozco a Yardley, volverá y al menos podré disculparme.
Pero es muy probable que no la conozca en absoluto.
Ya no.
Hicimos lo que tuvimos que hacer
Yardley
D
ijo que yo era un error. Pero él era mi todo.
Pasó diez años olvidándome. Yo me pasé diez años
echándole de menos.
Lo único en lo que estamos de acuerdo es en el hecho de
que probablemente no merezca su perdón, pero no entiendo por qué no quiere
ni siquiera darme una oportunidad. Si no es por mí, entonces por su propio bien.
184 Está claro que sigue amargado y en carne viva, le duele tanto que quiere que yo
también sienta su dolor.
Es una broma para él. Llevo toda mi vida adulta sintiéndolo.
Bajando las ventanillas, intento secar las lágrimas empapadas que me
caen por las mejillas y, al mismo tiempo, librar el coche de ese olor a taco
grasiento.
Que le den.
No se merece mi simpatía ni mi compasión. Es cruel y despiadado, un
extraño. Era el viejo Nev el que me daba pena.
No por este imbécil.
Al detenerme en una señal de alto cercana, tomo mi teléfono y le envío un
mensaje a Bry diciendo que me tomo el resto de la tarde libre. Me responde con
un montón de signos de interrogación, pero apago el teléfono.
Necesito silencio.
Y una cara conocida.
—Hola, cariño. —La mano derecha de Greta agarra su bastón mientras se
abre paso por su cálido apartamento para saludarme—. Me alegro de verte.
—Vamos a algún sitio —digo, forzando una sonrisa. Si tengo suerte, no se
dará cuenta de mi mal humor y podremos fingir que todo está bien, como si fuera
otro día sin incidentes en la pequeña ciudad de Lambs Grove.
—Por supuesto. A cualquier lugar. Tienes las ruedas. ¿A dónde vamos? —
Su cara se ilumina y se dirige a la cocina para coger su bolso—. Sabes, he estado
pensando, no he visitado a Griffin en bastante tiempo. ¿Te importaría que
pasáramos a verlo?
Mi corazón martillea un segundo, el viento casi me golpea.
Odio ir a verlo. Siempre salgo agotada y melancólica. Pero iré por Greta.
Para que pueda visitar a su querido nieto favorito.
185
Greta se mantiene firme, con una mano sobre el granito negro y la otra
apretada contra su nombre.
Griffin Robert Gaines: Amado esposo, hermano, mejor amigo e hijo.
Nos detuvimos en la tienda de comestibles en el camino hacia aquí para
que pudiera comprar algunos narcisos. Griff nunca tuvo una flor favorita, así
que ella le compró la suya.
—En buena hora —dice, colocando el pequeño ramo en el jarrón de metal
conectado a su lápida—. Estas cosas son de temporada.
Me alejo un poco, lidiando con mi culpa irracional, la culpa que me ha
carcomido todos estos años porque una parte irracional de mí culpa a Griffin de
todo, aunque nada de esto haya sido culpa suya. No de ninguna manera directa.
Hicimos lo que teníamos que hacer.
Pero, al final, la elección fue mía.
Pude haber dicho que no, y no lo hice, y no fue su culpa.
—Él te amaba de verdad, Yardley —dice Greta, volviéndose hacia mí. Sus
cejas se juntan y me estudia—. Hiciste algo muy bueno. Deberías saberlo. Eres
una persona especial con un gran corazón, y nadie puede culparte por ello.
Pero no es cierto.
Una persona lo hizo.
Y he estado pagando el precio durante diez años.
186
Pasa algo
Nevada
—A
rriba. La segunda habitación a la derecha —le digo a uno
de los de la mudanza mientras carga una caja de cartón
desde el camión.
Es el día de la mudanza y, aunque la casa no está al cien por cien de lo
que quería, sigue siendo habitable. En los próximos meses me encerraré en la
planta baja para construir un gimnasio, una sala de cine y una sala de juegos
187 digna de dos princesas, y mientras tanto, mamá vendrá a cuidar a las niñas para
que yo pueda trabajar.
—¿Cocina? —Una segunda persona pregunta.
—Por ahí atrás. —Señalo.
—¡Papá, papá! —Lennon está en lo alto de la escalera, saltando y gritando.
—No se grita en la casa, Len —le recuerdo.
—¡No, papá! A la abuela le pasa algo. Está hablando raro —dice Lennon.
Subo las escaleras de dos en dos y entro corriendo en la habitación de
Essie, adonde mamá acaba de dirigirse para cambiarle el pañal, solo para
encontrar a mi madre sentada en la mecedora de Essie, con el lado izquierdo de
la cara caído y una mirada confusa.
Intenta hablar, pero no la entiendo.
—Oh, Dios —me arrodillo a su lado, con el teléfono en la mano, llamando
a emergencias tan rápido como puedo—. Necesito una ambulancia en el 822 de
Conrad Terrace. Creo que mi madre está teniendo un derrame cerebral.
Creo que ya has hecho suficiente
Yardley
E
stoy seguro de que soy la única veinteañera que hace la compra un
viernes por la noche, pero no importa. Me gusta tener la tienda
para mí sola. No hay madres que bloqueen pasillos enteros con sus
carros desbordados y sus niños cansados y gritones. No hay ancianos
malhumorados que no tienen reparos en hacer cola. Y las probabilidades de
encontrarme con alguien conocido son increíblemente escasas, lo cual es bueno,
ya que a estas alturas estoy comprando básicamente en pijama.
188
Al pasar por la sección de productos agrícolas, me detengo ante un
expositor de flores y pienso en comprarme un pequeño ramo para colocarlo en
mi mesa de trabajo mañana. La primavera está siendo muy lluviosa y me
vendrían bien unas cuantas flores que me recordaran que no todo es tan triste
y que nada crece sin un poco de lluvia.
—Oh. —Me detengo en seco cuando casi tropiezo con alguien, solo que ese
alguien resulta ser Nevada Kane, a quien no he visto en casi una semana—.
Hola.
Puedo ser civilizada.
Puedo ser adulta.
Pero la pregunta es... ¿puede él?
Ha pasado suficiente tiempo como para esperar que los dos nos hayamos
calmado y podamos tener una conversación amistosa sin herir sentimientos esta
vez, así que cuando lo veo agarrando una docena de rosas rojas, decido
acribillarlo como lo haría un amigo.
—¿Cita esta noche? —le pregunto.
Sus ojos color miel se entrecierran, como si le hubiera insultado, como si
estuviera a dos segundos de decirme que no es asunto mío.
Doy un paso atrás.
—Estaba bromeando.
—Las flores son para mi madre —dice—. Tuvo un derrame cerebral hace
unos días.
—Oh, Dios. Lo siento mucho. —Me llevo la mano al pecho—. Nev... ¿hay
algo que pueda hacer? ¿Necesitas algo?
—No. —Mira más allá de mi hombro, observando las filas de la caja—. Creo
que ya has hecho bastante.
189
No hay nada más peligroso
Nev
L
lego a una casa con niños gritando y una hermana mayor muy
desaliñada. La casa es un desastre, especialmente la cocina, y la
habitación de Lennon está llena de juguetes. Se puede decir que el
estilo de crianza de mi hermana y el mío son distintos.
Ella es más del tipo de madre que va con la corriente, mientras que a mí
me gusta la estructura y las expectativas.
190 —¿Cómo está mamá? —pregunta, tirando de su labio inferior. Sus ojos
almendrados se humedecen mientras hace rebotar a Essie en su cadera—. Voy
a ir a visitarla de nuevo cuando Ken llegue a casa del trabajo. No quiero llevar a
los niños. No necesitan verla así.
—Más o menos lo mismo —digo—. Los médicos dicen que hay un diez por
ciento de posibilidades de que se recupere del todo, pero lo más probable es que,
si se recupera, tenga algunos impedimentos.
Eden exhala, con los ojos llorosos.
—Odio verla así, ¿sabes? Tan débil. No es ella.
—Estará bien —digo, levantando a mi hija y acunándola en mis brazos.
Ella se levanta, agarrando el cuello de mi camisa.
—Sí, pero no sabemos que...
—Mamá, ¿podemos irnos? Me muero de hambre —se queja mi sobrino
mayor.
—Sí, Tucker, nos vamos. —Eden le alborota el cabello antes de volverse
hacia mí—. Siento lo de la casa. Tenía intención de recoger, pero Essie estaba
alborotando y...
—No pasa nada.
Acercándose, Eden se pone de puntillas y engancha un brazo alrededor de
mí, dándome un apretón.
—Te quiero —dice.
—Yo también te quiero.
Cuando crecíamos, solo decíamos esas palabras cuando alguien había
muerto y nos dábamos cuenta de que no éramos más que mortales después de
todo.
—Gracias por cuidar a las niñas —digo mientras ella saca a su equipo por
la puerta principal.
Pulsando el botón de la verja, cierro la puerta principal, llevo a Essie a su
trona y le pongo un babero en el cuello.
Un minuto después alguien llama a la puerta y echo un vistazo a la cocina
para comprobar si Eden se ha dejado el teléfono por ahí por millonésima vez,
pero no hay nada que hacer.
Atravieso la casa corriendo y agarro a la puerta.
—No puedes evitarlo, ¿verdad? —le pregunto a Yardley mientras se pone
191
delante de mí con una cacerola cubierta en los brazos.
—Déjame estar aquí para ti —dice, con los ojos muy abiertos y compasivos.
Me ofrece su simpatía, pero no quiero participar en ella—. Esto no tiene que ver
con nosotros, Nev. Podemos dejar nuestras cosas a un lado por las chicas, ¿no?
—No las metas en esto.
—No, quiero decir, tu madre se encargaba de ellas antes, ¿no? ¿Quién las
va a cuidar ahora? —pregunta.
No tengo ni puta idea.
He estado afrontando los últimos días uno por uno, con Eden asumiendo
la mayoría de las obligaciones, pero ella tiene cuatro propios. No puedo seguir
pidiendo favores. Es demasiado para ella lidiar con eso y preocuparse por mamá
al mismo tiempo.
—Toma. —Empuja el plato hacia mí—. ¿No quieres mi ayuda? Bien. Pero
igual tienes que comer.
El calor de las pequeñas manos que rodean mi pierna un momento
después, seguido del pequeño chillido de Lennon, aplaca la tensión, aunque solo
por un gramo.
—¡Papá! Es la guapa de la tienda de ropa —dice, mirándome—. Le rompí
la mano al maniquí.
—Tienes muy buena memoria, Lennon —digo, sonriendo—. Estoy
impresionado.
Ella sonríe, su mirada esmeralda pasa entre los dos.
—Papá, ¿puedo enseñarle mi habitación? —pregunta, tirando de mi mano.
Mirando a Yardley, respiro entrecortadamente.
—¿Tal vez en otro momento, Lennon? —pregunta ella.
La expresión de Lennon se desvanece y la culpa de padre aparece. Todo lo
que quiero es que mi niña sea feliz y si eso significa darle a Yardley Devereaux
una visita a su flamante habitación, que así sea.
—Está bien —digo—. Adelante.
—¿Estás... seguro? —pregunta Yardley, con la barbilla agachada.
Me aparto del camino.
—Sí.
Lennon la toma de la mano y la lleva arriba, y yo observo desde el vestíbulo
192 cómo Lennon parlotea sobre el tipo de cosas que solo le importan a un niño de
cinco años. Colores favoritos. Sus animales favoritos. Sus dibujos animados
favoritos. Ese tipo de cosas.
Es resistente y alegre, y es seguro que no lo ha heredado de mí.
Vuelvo a la cocina y dejo la cazuela en la encimera antes de tomar una
cuchara de bebé y un recipiente de guisantes y zanahorias y tomar asiento frente
a Essie. En cuestión de minutos, lleva más de lo que come, y me doy cuenta de
que debería haber optado por la calabaza esta noche.
—Sí, bueno, a mí tampoco me han gustado nunca los guisantes —le digo
sacando la lengua.
—Papá, ¿puede quedarse Yardley a cenar? —Lennon aparece en la puerta
de la cocina unos minutos después, cuando estoy en medio de la limpieza de su
hermana.
Yardley está de pie detrás de ella, agitando las manos y murmurando las
palabras:
—Está bien.
—Por favor, ¿puede? —pregunta Lennon de nuevo, apretando sus
manitas—. Es mi nueva mejor amiga.
Yardley se ríe, tapándose la boca y desviando la mirada. Sin embargo, así
es Lennon, haciendo amigos allá donde va.
—Sí, puede —cedo, pero solo por mi hija. No por Yardley. Y no porque me
ablande porque haya tenido la audacia de aparecer en mi puerta exigiendo que
acepte su ayuda.
—¿Estás seguro? —pregunta, con una ceja levantada.
Poniendo los ojos en blanco, asiento. ¿Tal vez tenga que deletrearlo o
serigrafiarlo en una camiseta? Un segundo después, la miro fijamente a los ojos
y le digo:
—Sí, Yardley. Estoy seguro.
—Es que no quiero inmiscuirme —dice ella.
Un poco tarde para eso.
Lennon toma asiento en la mesa y Yardley se acerca a la cazuela que está
caliente en la encimera. Un segundo después está abriendo y cerrando armarios
en busca de platos, tenedores y tazas, y en cinco minutos la mesa está puesta y
193 mi quisquilloso comensal está devorando cualquier mezcla de verduras y pasta
que Yardley le haya puesto delante.
—Toma. —Yardley me da un paño caliente para la cara de Essie. Antes de
que pueda darle las gracias, está al otro lado de la cocina, llenando el fregadero
con agua caliente y jabón y preparándose para lavar la pila de platos que mi
hermana me ha dejado.
—No tienes que hacer eso —le digo.
Ella me ignora.
—Esto está muy rico, papá —me dice Lennon, masticando un bocado
demasiado grande para su boquita—. Deberías probar el tuyo.
Lennon señala, y me doy cuenta de que Yardley ha colocado un cuenco d
delante de mí junto con un tenedor, una servilleta y un vaso de leche.
Me río entre dientes. Esto es demasiado.
Unos cuantos bocados después, y estoy de acuerdo con mi hija.
—No sabía que supieras cocinar —le digo a Yardley.
—¿Es tu forma de decir que te alegras de que te haya hecho este delicioso
guiso? —pregunta, con el codo metido en el agua del plato, de espaldas a mí.
—Algo así.
Cuando termina, tira del tapón del desagüe y se seca las manos en un
trapo cercano.
—¿Necesitas que haga algo más?
—Sí. —Me vuelvo hacia ella—. ¿Qué tal si te sientas y comes con nosotros?
Su expresión es de asombro, como si mi invitación fuera descabellada en
todos los sentidos.
—Oh, bien. Sí. Claro —dice, dirigiéndose a la isla y preparándose un bol.
Unos segundos después, está sentada entre Lennon y yo, y de una manera
extraña parece una cena familiar.
A las ocho, Yardley ha terminado de leerle a Lennon un cuento para dormir
y las dos niñas han salido.
—¿Supongo que eso es todo? —pregunta—. ¿A menos que quieras que te
arrope a ti también?
194 —No, estoy bien.
Caminamos hacia la puerta, ella delante de mí, y antes de salir, se enfrenta
a mí.
—¿A qué hora debo volver mañana? —me pregunta.
—Yardley...
—Por favor —dice ella—. Quiero hacer esto por ti. Por las chicas.
—¿Y tu trabajo?
—Traeré mi computadora portátil y trabajaré mientras las niñas duermen
la siesta —dice—. Tienes que admitir que fue agradable tenerme aquí esta noche.
—Te agradezco la ayuda, por muy poco solicitada que sea.
Pone los ojos en blanco.
—De acuerdo, bueno, supongo que...
Mi mirada se dirige a su boca llena, recordando el calor de sus labios la
otra noche, la suavidad de su piel bajo mis palmas.
Puede que me equivocara esa noche, pero me encantó besarla.
—No me mires así —dice, acercándose a la puerta.
—¿Así cómo?
—Como si estuvieras a diez segundos de devorarme de nuevo —dice.
—Tendrías mucha suerte. —Sonrío.
—No. Sería un tonto. No hay nada más peligroso que un hombre que no
sabe lo que quiere. Buenas noches, Nevada.
195
Actúas como si fuéramos desconocidos
Yardley
—N
ecesito mi cordero. —Lennon bosteza mientras la
acuesto para la siesta—. Está en la habitación de papá.
—Bien, ahora vuelvo. —Saliendo de su habitación
de puntillas, camino por el pasillo y me asomo a la suite principal de Nev. Esta
mañana estaba trabajando en el sótano y había mencionado que visitaría a su
madre por la tarde, pero hace tiempo que no lo veo. Ni siquiera sé si se ha ido
196 ya.
Al echar un vistazo a la enorme habitación, no veo nada que se parezca
remotamente a un animal blanco y peludo. Me arrodillo y compruebo debajo de
su enorme cama de cuatro postes, introduciendo el brazo en la oscuridad y
tanteando hasta que mi mano roza algo suave.
Al sacarla, respiro aliviada cuando me doy cuenta de que estoy sosteniendo
el cordero de la siesta de Lennon, solo que mi momento victorioso es reemplazado
por algo totalmente distinto en el momento en que me levanto y me encuentro
cara a cara con una Nevada extremadamente desnuda.
—Oh, Dios. —Me tapo los ojos y miro hacia otro lado—. Yo solo... vine aquí
para encontrar esto.
Levanto el cordero.
Él se ríe y, por el rabillo del ojo, le veo ponerse una toalla alrededor de la
cintura.
—Quizá la próxima vez debas intentar llamar a la puerta. ¿Y por qué
apartas la mirada? No es como si nunca hubieras visto esto antes.
Bajando la mano, dirijo lentamente mi mirada hacia él, trazando
visualmente lo que la virilidad y una carrera en la NBA han hecho al cuerpo de
este hombre. La otra noche estaba tan oscuro y todo sucedió tan rápido que no
tuve tiempo de apreciar la obra de arte en que se ha convertido su cuerpo, pero
ahora... ahora no puedo dejar de mirar.
El calor de la cereza calienta mis mejillas y mi corazón se agita.
—Actúas como si fuéramos extraños —dice, con las manos apoyadas en la
cincelada uve que apunta hacia abajo.
—Más o menos lo somos, ¿no? —pregunto—. No existimos en la vida del
otro durante diez años.
Nevada se acerca a mí, tan cerca que puedo sentir su radiante calor
corporal e inhalar el jabón picante que emana de su suave piel.
Sus ojos se dirigen a mi boca y, si no estuviera tan excitada por la visión
de su cuerpo de Adonis griego y la forma en que me está mirando ahora mismo,
podría tener más fuerza de voluntad para alejarme de este momento.
Pero en lugar de eso me pongo delante de él, con los pies clavados en el
suelo, y dejo que me bese tan fuerte que me duele, física y emocionalmente.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto, aunque espero que me diga que no lo
sabe.
197 Mi Nevada Kane, roto y confuso.
El cordero cae de mi mano y descansa a nuestros pies.
Lennon.
Su mano recorre el lado de mi brazo, dejando un camino de piel pinchada
y haciendo que se me corte la respiración.
—Tengo que irme —digo, saliendo de su espacio y bajando en picado para
coger el peluche.
—E
sta casa es demasiado grande, Nev. —Mi hermana se
queda sin aliento mientras entrega a Essie.
He pasado la mayor parte del día en la unidad de
rehabilitación con mamá, y hasta ahora está haciendo grandes progresos. Creen
que tiene bastantes posibilidades de recuperarse por completo, pero va a llevar
tiempo.
200 —¿Qué pasó con Yardley? —pregunta—. Creí que iba a venir a ayudar con
las niñas.
—Sí, bueno. No funcionó.
Eden suelta un suspiro por los labios.
—¿Cómo has podido estropear algo tan bueno? Era como una cocinera,
una niñera y un ama de llaves, todo en uno, y lo hacía todo por la bondad de su
corazón. Eres un idiota por dejarla ir. Cualquiera que sea el problema que hayas
tenido, mejor que haya valido la pena. —Me empuja, juntando sus manos
alrededor de su boca—. Niños, es hora de irse.
—Gracias por venir —digo—. Sé que fue con poca antelación.
—Sí, bueno, te quiero, Nev, pero esto no puede ser algo habitual. Apenas
puedo ocuparme de mis cuatro, y esta casa es demasiado grande para ocuparme
de seis pequeños —dice—. Tienes que contratar a alguien. Y buena suerte con
eso.
Se ríe y se dirige por el pasillo hacia la puerta principal. Un momento
después, está agachada, ayudando a su hija a atarse los zapatos.
—Sea lo que sea por lo que estés enfadado con ella... déjalo estar —dice—
. Siempre has sido un poco testarudo y eso siempre ha sido tu mayor defecto. Es
básicamente lo único malo de ti, pero casi anula mucho de lo bueno a veces.
—Gracias por el consejo. Lo tendré en cuenta.
Eden resopla.
—Hablo en serio, Nev. Haz las paces. Perdónala por el rencor que le
guardas esta vez, y puede que tengas una oportunidad de volver a ser feliz.
—Gracias, doctor Phil.
Se levanta, levantando a la más joven sobre su cadera.
—Búrlate de mí todo lo que quieras, pero hablo por experiencia. La vida es
mucho más fácil cuando no dejas que todo te afecte todo el tiempo.
—Sí, sí.
Sus pequeños salen arrastrando los pies por la puerta principal, una fila
de patitos de pelo oscuro, y ella los sigue.
Cierro la puerta principal y me dirijo a la sala de sol donde las niñas están
jugando, y las cojo en brazos antes de acomodarme en la mecedora.
201 —¿Dónde está Yardley? —pregunta Lennon, haciendo girar un mechón
oscuro alrededor de su dedo—. Creía que iba a venir hoy.
Dejo que las palabras de mi hermana me impregnen, por mucho que odie
equivocarme, y aprieto los labios contra la parte superior de la cabeza de Lennon,
arrastrando a mis pulmones el dulce y suave aroma de su champú.
—¿Por qué no intento llamarla? —pregunto, maniobrando lo suficiente
para sacar mi teléfono del bolsillo.
Un momento después, la línea suena.
No contesta.
No la culpo.
Un tipo cualquiera
Yardley
M
e llamó hace cuatro días.
Y, cuando no contesté, me envió un mensaje.
Echo de menos a las niñas. Echo de menos la dulce risa
de Lennon y los ojos dorados y brillantes y la sonrisa gomosa
de Essie. Echo de menos ver dibujos animados con ellas y arroparlas. Y echo de
menos cómo, por un pequeño momento de tiempo, me sentí como si estuviera
202 espiando detrás de una cortina un futuro que podría haber sido si solo...
Pero Nevada es un idiota.
Y es impulsivo y testarudo y no puedo seguir dando vueltas con él hasta
que finalmente descubra lo que quiere de mí.
Cierro la oficina y salgo a comer, caminando un par de manzanas hasta la
pequeña tienda de delicatesen de la plaza. Diez minutos después, estoy
disfrutando de un pavo con pan de centeno en mi propia mesa para dos junto a
la ventana cuando la sombra de una persona llena el espacio a mi lado.
—¿Te importa si me uno a ti?
Al levantar la vista, veo la cara familiar de Brindan Moffitt. Vestido con
unos vaqueros desteñidos y una camiseta con el logotipo de Harmeyer Electric
en la parte delantera, esboza una sonrisa blanca.
—Por favor —digo, señalando la silla vacía frente a mí.
—Hace tiempo que no te veo —dice, con los ojos clavados en mí—. ¿Cómo
te va?
—Bien. Todo va bien. Solo trabajo —digo—. ¿Y tú?
—Lo mismo. —Se mete una patata frita salada en la boca, y su fuerte
mandíbula se flexiona mientras mastica—. Esperaba encontrarme contigo en
The Leaderboard los últimos dos fines de semana. Supongo que no es tu
ambiente, ¿no?
Sonrío.
—Sí, la verdad es que no. No soy una chica de bar de pueblo.
—Me lo imaginé por las bebidas que tomaste toda la noche —dice con un
guiño—. Encajarías perfectamente en algún bar de cócteles de lujo en alguna
gran ciudad.
—Espero que eso sea algo bueno.
—Absolutamente —dice—. Tienes el tipo de clase y belleza que no tiene
nada que hacer en un lugar como The Leaderboard.
Me está halagando. Difícilmente me llamaría clase y belleza. Esa noche me
puse unos vaqueros, unos tacones y una blusa, con unos pendientes y una capa
de pintalabios rosa intenso para darle un toque de color. No es que entrara allí
con un bolso de Chanel y una estola de piel.
Recuerdo lo que dijo Nevada aquella noche, que Brendan solo quería follar,
203 y debo admitir que, incluso ahora, la adulación es un poco exagerada.
Brendan divaga un poco sobre el tiempo antes de empezar a hablar de
cómo participa en derbis de demolición en verano y de cómo debería ir a verlo
alguna vez. Se coloca el pelo arenoso detrás de una oreja, con la cara iluminada
mientras me presta toda su atención y deja su sándwich sin tocarlo.
Tal vez no tenga intenciones nefastas, pero sentado aquí con él... no siento
nada. Es como si fuéramos un par de conocidos almorzando, que es exactamente
lo que somos.
Un minuto después, mi sándwich está casi terminado y miro el reloj.
—¿Tienes prisa?", pregunta Brendan, con la boca fruncida.
—Lo siento. —Salgo de mi asiento—. Sí. Tengo que dejar salir a mi perro
antes de volver al trabajo.
—¿Qué clase de perro tienes? —me entretiene.
—Un Golden Retriever. —Me cuelgo el bolso al hombro y recojo los
envoltorios y la cesta de la charcutería y el vasito de papel con agua.
—Tengo un gran danés. Deberíamos salir a jugar alguna vez. —Se ríe
cuando dice eso, y creo que lo dice medio en broma, medio en serio.
—Sí, ¿tal vez? —Sonrío por cortesía antes de buscar la papelera más
cercana.
—¿Todavía tienes mi número? —pregunta.
—Sí, lo tengo.
—Perfecto. Llámame algún día, ¿de acuerdo? —pide.
Una ráfaga de culpa satura mi conciencia por un momento. No tengo
intención de llamar a Brendan Moffitt. No me sube la adrenalina cuando me lo
imagino. Mi corazón no se agita en su presencia. No me siento nerviosa a su
lado, como si quisiera gustarle.
Es un tipo cualquiera.
Me despido con la mano, salgo a la acera y vuelvo a la oficina a zancadas
para coger el coche y dirigirme a casa.
Cuando llego a la entrada de mi casa, cinco minutos más tarde, veo un
gran sobre dorado que sale de mi buzón. El cartero debe de haber llegado hoy
antes de lo habitual. Salgo del auto y cojo el correo antes de entrar.
Dex se acerca trotando, meneando la cola, y yo le agarro la correa, dejando
caer el correo sobre el mostrador, pero me quedo helada cuando veo que una de
204 las cartas es de Grandwoods.
—Aguanta, amigo. —Aparto la correa y abro el sobre.
Es una carta de aceptación. Empezaré las clases el mes que viene.
Tal vez sea la forma que tiene el universo de decirme que por fin ha llegado
el momento de seguir adelante, esta vez de verdad.
Coloco la carta en la nevera y uso un imán para sujetarla, sonriendo
mientras leo las palabras una y otra vez.
Dex se pasea junto a la puerta trasera, esperando que lo saque, pero
cuando vuelvo a coger su correa, mi teléfono empieza a sonar, y el identificador
de llamadas dice “Administración de Park Woods”.
Mi corazón se desploma.
Greta.
205
Lo dije
Nev
H
an pasado tres días desde que le envié un mensaje. Está claro que
me ignora, pero no puedo obligarla a hablar conmigo, así que
intento no darle demasiadas vueltas. Además, mi tiempo y mi
energía están siendo arrastrados en tres direcciones diferentes últimamente.
Cuando no estoy trabajando en el sótano, estoy con las niñas. Cuando no estoy
con las niñas, estoy con mamá.
L
a cardióloga de Greta es increíble.
Se tomó el tiempo de explicarle su insuficiencia cardíaca
congestiva, llegando incluso a hacer dibujos, rodeando aurículas
y ventrículos y cámaras.
Su nefrólogo, en cambio, es un gran idiota. Su médico habitual está en
Tahití o algo así hasta la semana que viene, así que este imbécil la sustituye.
208 Gracias a Dios, Greta ha estado entrando y saliendo de un sueño profundo
en los últimos días o le daría a este imbécil un pedazo de su mente.
Tomo asiento a su lado, meto mi mano entre las suyas y escucho los tonos
constantes del monitor cardíaco. Llevo aquí desde el día en que recibí una
llamada del administrador del Centro de Vida Independiente Park Woods
diciéndome que Greta acababa de ser trasladada al hospital con dificultad para
respirar, y solo salgo por la noche.
Una pila de libros y revistas descansa sobre una mesa en el rincón, y hojeo
los canales de televisión por millonésima vez. La televisión diurna no es lo mío,
pero sé que a Greta le encantan los programas de entrevistas, así que me gusta
tenerlos de fondo por si se despierta un rato.
Desde que conozco a esta mujer, la he visto ser derribada por una u otra
enfermedad para luego volver a recuperarse. Su corazón y sus riñones parecen
ser sus mayores problemas, pero creo que siguen aguantando porque Greta no
está preparada para dejarlo ir todavía.
No tengo ninguna duda de que saldrá adelante después de esto. Su cuerpo
solo necesita descansar por un tiempo. Las cosas volverán pronto a la
normalidad, lo sé.
A las cinco y media me despido de mi amiga en un susurro, dibujo una
cara sonriente con ojos de corazón en su pizarra junto con un breve mensaje y
salgo en silencio de su habitación del hospital para dirigirme a casa.
Estoy a mitad de camino cuando suena mi teléfono y el nombre de Nev se
ilumina en la pantalla.
—Ahora no. —Suspiro, coloco el teléfono en un portavasos vacío y dejo que
su llamada vaya al buzón de voz.
Cinco minutos más tarde estoy en la entrada de mi casa. Me duele el
cuerpo de estar sentada en sillas duras durante los últimos dos días, y lo único
que quiero es un baño caliente, un buen libro y una copa de vino. Me dirijo a la
casa y llevo a Dex a dar un pequeño paseo antes de ejecutar mis planes para la
noche, pero en el momento en que estoy encendiendo la vela de peonía y fresia
en la esquina de mi bañera, llaman con fuerza a la puerta.
Exhalando, me quito la bata. Voy a ignorarlo.
Quienquiera que sea puede esperar.
Sumergiendo la pierna izquierda en el agua burbujeante y húmeda, bajo
con cuidado hasta que el agua se ondula a mi alrededor y mi cuerpo queda
totalmente sumergido.
209
Cerrando los ojos, inspiro una bocanada de humedad por las fosas nasales
y dejo que el calor me caliente el pecho.
Y entonces suena el timbre.
Gimiendo, sigo ignorándolo.
Pero entonces llaman a la puerta.
Y llaman.
Y llaman.
Y llaman.
Maldiciendo en voz baja, salgo de la bañera, derramando el agua por todo
el suelo de baldosas, me cubro con un mullido albornoz gris y avanzo por el
pasillo hasta la puerta principal, dejando un camino de huellas húmedas a mi
paso.
Me pongo de puntillas y miro por la mirilla.
—Tienes que estar bromeando. —Agarrando mis solapas, abro la puerta y
miro a Nevada directamente a sus ojos de miel—. Más vale que esto sea
importante.
—Llevo toda la semana intentando localizarte.
Mis cejas se levantan.
—He estado ocupada.
—Te llamé antes.
—Sí, lo sé. —Me encojo de hombros.
—¿Recibiste mi buzón de voz? —pregunta.
—No he tenido tiempo de escucharlo.
Nevada se burla, como si no me creyera, pero eso es cosa suya. Yo digo la
verdad.
—¿Cómo has conseguido mi dirección? —Ladeo la cabeza.
—Es información pública —dice—. Página del asesor fiscal de Lambs
Grove.
—¿Quién vigila a las chicas?
—Hunter. ¿Puedo entrar ahora?
Me aparto y él entra en mi casa a grandes zancadas. Es casi surrealista,
210 que esté aquí... un pedazo de mi pasado plantado justo en medio de mi presente.
Durante años, no pensé ni en un millón de años que él pondría un pie aquí.
—¿Qué necesitas, Nev? —Cierro la puerta y pongo las manos en las
caderas. El tenue aroma de mi baño de burbujas de vainilla y madreselva sale
de mi piel cálida y húmeda.
—Sobre la otra noche —empieza, con los ojos clavados en los míos—.
Tengo algunos problemas que necesito resolver.
—Está claro.
—No creo que te des cuenta de lo mucho que me destruyó perderte —
continúa—. Era solo un niño que vivía en una caravana, jugando a la pelota. Y
entonces llegaste tú, y fuiste lo mejor que me había pasado. Me diste esperanza.
Y más amor del que podría haber imaginado. Pero cuando te perdí...
Su voz se disipa en la nada y hace una pausa.
—Lo siento —digo—. Ojalá las cosas hubieran sido diferentes.
—¿Tienes idea de lo que es amar y estar resentido con alguien al mismo
tiempo? ¿Entiendes lo que eso le hace a una persona? —pregunta.
Me muerdo el labio tembloroso, pensando en Griffin.
—Sí. Conozco la sensación.
—Cuando te miro —dice, con los dedos en las sienes—. Pienso... ahí está
la mujer que amo. Y luego, un segundo después, estoy reviviendo todo de nuevo,
y entonces no puedo ni mirarte.
Me dirijo a la sala de estar y me hundo en uno de los sillones, encorvada
hacia delante y apoyando los brazos en los muslos. Miro la gruesa alfombra bajo
mis pies.
—No sé qué decir, Nev —digo, con la voz fragmentada.
Él se queda callado.
—¿Qué quieres? —Levanto la vista hacia él. Sus anchos hombros suben y
bajan mientras me observa—. ¿Me quieres a mí? ¿O quieres seguir odiándome?
Porque no puedes tener las dos cosas. Solo... elige una. Porque me encantaría
seguir con mi vida si no me eliges a mí.
Nev suelta un fuerte suspiro entre los labios, pasándose la mano por el
pelo oscuro.
—Te quiero —dice, después de lo que parece una eternidad—. Eres lo que
quiero. Eres lo que siempre he querido.
211 Me levanto y me acerco a él, levantando la mano para acariciar su
cincelada mandíbula.
—Puedes tenerme —digo, con voz suave mientras me pierdo en su mirada
dorada—. Pero no puedes seguir haciéndome daño. Y. un día de estos, vas a
tener que dejar que te cuente todo. Aunque no quieras oírlo, aunque creas que
no importa.
Las manos de Nev se anclan a mi cintura, tirando de mi cuerpo contra el
suyo. Un momento después, sus labios carnosos se aprietan contra los míos y
su lengua se desliza entre la costura hasta bailar con la mía. Me inspira, sus
dedos desenredan el cinturón de mi bata mientras me besa con más fuerza, con
más hambre.
Cuando sus palmas se deslizan por mi carne desnuda, me levanta con sus
brazos y me señala el pasillo. Me lleva a mi habitación, cerrando la puerta de
una patada, y en cuanto me coloca en la cama, dejo que la bata se deslice por
mis hombros.
Sentada, con las piernas abiertas, cojo el cinturón de Nev y tiro de él hacia
mí, trabajando en la hebilla antes de dirigirme a la cremallera.
Nuestras miradas se cruzan y el corazón me late con tanta fuerza que
apenas puedo encontrar sentido a mis propios pensamientos.
Él sonríe. Yo sonrío.
Esta vez, todo me parece bien.
Bajo sus calzoncillos negros por sus musculosos muslos, salgo de la cama
y me arrodillo ante él y tomo su palpitante polla con la mano izquierda. Me llevo
la punta a los labios y sonrío cuando me agarra el pelo con el puño y suelta un
leve gemido de anticipación.
Mi lengua hace un remolino con su punta antes de arrastrar su longitud,
y cuando noto su impaciencia momentos después, la tomo en mi boca. Su puño
aprieta con más fuerza, tirando de mis mechones, y me guía, controlando
nuestro ritmo mientras bombea suavemente su circunferencia en mi boca.
Nevada se detiene después de unos minutos y se retira de mis labios.
—Túmbate en la cama.
Me arrastro hasta el centro, agarrando una almohada para ponerla debajo
de mi cabeza, y Nevada se deleita visualmente con cada centímetro desnudo de
mí. Se quita la camiseta y se sitúa entre mis muslos, arrastrando su áspera
212 palma por el interior de mi muslo antes de meter un dedo entre mis pliegues y
en mí. Le sigue otro dedo, y luego su lengua gira y rodea mi clítoris.
Mis manos trabajan mis pechos mientras intento no retorcerme
demasiado, pero mi cuerpo está en llamas y me encuentro entre el deseo de que
esto dure para siempre y el de que esté dentro de mí, como si fuera ayer.
Me muerdo el labio y me tiemblan las piernas. Ya estoy cerca.
Me acerco a él y le recorro el hombro con la punta del dedo hasta que me
mira, con mi excitación en los labios. La última vez que vi esta misma imagen
era un joven de dieciocho años, sin una arruga en la frente ni una línea de
expresión. Pero la edad adulta ha sido amable con él, bendiciéndole con hombros
anchos, abdominales ondulados y una arruga alrededor de los ojos que le hace
parecer más sabio que su edad.
Nevada se arrastra por encima de mí y me acaricia la entrada con la punta
de su polla mientras yo me acomodo debajo de él y mis manos suben y bajan
por su musculoso torso mientras le miro a los ojos.
—Te amo, Yardley —susurra, y sus labios rozan los míos antes de reclamar
mi boca. Me saboreo en su lengua mientras se sumerge en mi interior—. Nunca
he dejado de hacerlo.
Mi mente, mi cuerpo y mi alma brillan con esas pequeñas palabras...
Nunca he dejado de hacerlo.
Durante diez años fue el tipo de pregunta que me mantuvo despierta por
la noche. Daba vueltas en la cama algunas noches, mirando al techo y
preguntándome si alguna vez pensaba en mí, y si por alguna loca casualidad,
todavía me amaba como yo lo amaba.
Lo beso.
Lo beso con todo lo que tengo y todo lo que soy.
Cuando terminamos se tumba a mi lado en la cama, los dos en silencio y
perdidos en sus pensamientos. Acurrucada en sus brazos, esperamos a que
nuestros latidos se estabilicen. Me pesan los ojos y todo mi cuerpo se duerme
átomo a átomo.
Cierro los ojos solo un momento y, cuando los vuelvo a abrir, está oscuro.
La cama se mueve. Lo siguiente que sé es que escucho el sonido de la ropa
crujiendo y el tintineo de su cinturón.
No esperaba que se quedara, pero ni siquiera se ha ido y ya lo echo de
menos.
213 Cuando termina, vuelve a mi lado, se inclina sobre mí y presiona sus labios
contra la parte superior de mi frente.
—Te amo —susurra—. Te amo.
Lo dice dos veces, como si una vez no fuera suficiente, pero para mí un
millón de veces apenas haría mella en lo que siento por él.
En la oscuridad, sonrío y veo cómo se abre y se cierra la puerta. Cuando
se va, le robo la almohada y la aprieto con fuerza mientras el sueño me invade
de nuevo.
Algo me dice que la espera ha merecido la pena, que todo puede salir bien
para nosotros.
Pensaba que lo sabías
Nev
M
e excuso cuando entra el médico de mamá para un examen y me
dirijo a la cafetería del hospital para comer algo. La comida huele
como solían oler nuestros antiguos almuerzos escolares.
Empapada.
Quemada.
Insípida.
214
Sonriendo para mis adentros, pienso en el día en que conocí a Yardley.
Todo lo que vi fue ese cabello largo y oscuro y esos grandes ojos azules y
esa mano garabateando frenéticamente notas en un diario mientras se sentaba
sola junto a un almuerzo sin tocar. Era tan guapa con su pelo oscuro y sus ojos
azul marino, esos rasgos puntiagudos y angulosos y sus brillantes uñas rosas.
¿Y esas zapatillas de deporte naranja neón? La chica llevaba mi color favorito.
No podía pasar por delante y no presentarme.
Me pongo en la cola de la charcutería, tomo un sándwich de carne asada
y una botella de agua y me dirijo a la caja registradora antes de encontrar una
mesa vacía. Agarro mi teléfono y me meto en el sistema de seguridad de mi casa
para ver cómo está la niñera. Por una vez no está hablando por teléfono, gracias
a Dios. Y, cuando termino, le envío a Yardley un mensaje preguntándole si está
libre esta noche.
No tengo niñera, pero seguro que podemos improvisar una vez que las
niñas se vayan a la cama.
Me meto el teléfono en el bolsillo, termino de comer y me dirijo a la
habitación de mamá, pero cuando doblo la esquina al pasar por la planta de
cardiopulmonar veo una belleza de cabello chocolate que me resulta familiar de
pie en el puesto de enfermería, con los codos apoyados en el mostrador mientras
habla con una joven con bata rosa empolvada.
—Yardley —digo su nombre mientras me acerco a ella. Cuando me mira,
parece igual de sorprendida—. ¿Qué haces aquí?
—Una de mis amigas está aquí —dice—. Insuficiencia cardíaca congestiva
y una infección renal.
—Jesús. —Frunzo el ceño—. ¿Alguien que pueda conocer?
Ella sacude la cabeza lentamente, con los ojos puestos en los míos.
—No. No la conocerías.
—¿Quién es?
—Se llama Greta —dice Yardley—. Es la abuela del hombre con el que me
casé.
¿Casada?
Por un segundo no puedo respirar. Se me hace un nudo en el estómago.
Doy un paso atrás. Yardley hace una mueca.
—¿Estuvieron casados? —consigo preguntar.
215 —Creía que lo sabías.
Lo único que sabía era que había empezado a ver a otro mientras yo estaba
fuera, que me había engañado. No sabía que se fue y se casó con el bastardo.
Esto cambia las cosas.
Esto me hace dudar de todo lo que me ha dicho, pasado y presente, sobre
lo que siente por mí.
Estos hechos son una pequeña píldora, dolorosa si no imposible de tragar.
No solo rompió su promesa engañándome con su mejor amigo... sino que lo
amaba tanto que se casó con él.
El aguijón de la traición me consume de nuevo.
Necesito un segundo.
Necesito estar en cualquier sitio menos aquí, mirándola.
—Nevada —dice, y su mano busca mi brazo.
Me alejo, con las manos en alto. Las imágenes de la chica que amo
caminando por el pasillo con un hermoso vestido e intercambiando votos con un
capullo con cara de engreído llenan mi mente, y entonces me imagino las manos
de él sobre su cuerpo.
Me cuesta todo lo que tengo para no estrellar mi puño contra las puertas
de acero inoxidable del ascensor, pero respiro profundamente, recojo mi
compostura y me dirijo a la habitación de mamá.
216
No puede decir que no
Yardley
C
reía que sabía lo del matrimonio. Realmente lo creía.
Todos estos años había asumido que lo único que no sabía
era por qué.
Sin palabras y tratando de entender por qué reaccionó de
la manera en que lo hizo, regresé a la habitación de Greta, tomé la silla a su lado
y la observé dormir.
217 El médico dice que su estado no mejora. Las enfermeras dicen que
pregunta por mí cada vez que se despierta, pero se aseguran de hacerle saber
que estuve con ella todo el día. Si no se recupera esta vez, no sé qué voy a hacer.
Sus consejos son insuperables.
No estoy seguro de poder superar esto con Nev sin ella.
Apoyando la barbilla en mis manos, observo cómo sube y baja su pecho.
Parece tan tranquila, y me gustaría haberla conocido en sus días de juventud.
Imagino que era una auténtica fiera, al menos esa es la impresión que me dan
las historias que siempre me cuenta.
Pensando en la otra semana, cuando hablábamos de arrepentimientos,
contemplo lo que me dijo... sobre cómo, mirando hacia atrás, los momentos en
los que hablaba con franqueza acababan siendo sus más orgullosos.
Hablar claro es difícil.
Decirle a la gente cosas que no quieren oír es aún más difícil.
Todo este tiempo había respetado los deseos de Nev, nunca elaborando
cosas con Griffin, pero viendo la forma en que reaccionó hoy cuando se enteró
del matrimonio voy a tomar una decisión ejecutiva.
Voy a contárselo todo, quiera o no quiera oírlo.
Esta vez, no puede decir que no.
N
o puedo dejar de mirar a Griffin. Y no puedo procesar del todo la
noticia que ha compartido conmigo esta mañana. La imagen de él
quitándose lentamente el gorro de punto de los Sooner que lleva
218 cada día desde que lo conocí hace seis meses está grabada a fuego en mi mente.
Mi divertido e ingenioso mejor amigo tiene cáncer cerebral.
Y no solo eso, sino que se está extendiendo.
Su lisa cabeza está cubierta de cicatrices irregulares de cirugías
anteriores, y la quimioterapia hace que se le caiga el cabello a mechones, así que
lo lleva afeitado. Le dije que apenas me daba cuenta, y era cierto, mirando a
Griff, solo le veo por lo que es por dentro. Divertido, dulce, carismático.
Estamos sentados frente al otro en uno de los restaurantes más
románticos de la ciudad, y resulta que es el día de San Valentín, el decimonoveno
cumpleaños de Nevada.
Pero no estamos aquí porque estemos en una cita.
Estamos aquí porque Griffin dijo que tenía que pedirme algo, un favor.
Y, por primera vez desde que lo conozco, hablaba en serio. Dijo que era un
gran favor. Algo que no podía pedir por teléfono o mientras estábamos en mi
sótano viendo películas.
Este era el único restaurante decente de la ciudad con una mesa libre, así
que acabamos aquí, entre parejas que se besan con amor en los ojos, todos ellos
probablemente soñando despiertos con su futuro juntos, mientras Griffin se
sienta aquí sin saber siquiera si el mañana está prometido.
Nuestro camarero deja dos aguas y la mano de Griff tiembla cuando toma
su vaso. Es como si hubiera pasado de estar animado y exuberante a estar pálido
y débil en el transcurso de varias semanas y yo apenas lo hubiera notado.
Siempre estaba riendo y sonriendo, el mismo Griff molesto de siempre,
gastando bromas a mi costa y siendo el hermano molesto que nunca tuve
mientras simultáneamente fingía que no estaba locamente enamorado de mí, un
hecho que abordamos desde el principio y con el que no hemos tenido que lidiar
desde entonces.
—Me operan la semana que viene —dice—. Esta es un poco diferente. Un
poco más arriesgada.
El corazón se me acelera y jugueteo con el delicado collar de diamantes
que me regaló Nev, casi rompiendo la cadena de oro. Se me aprieta el estómago.
Va a decirme algo horrible, lo sé.
—Hay un cincuenta por ciento de posibilidades de que la operación sea un
éxito —dice—. Y hay un cincuenta por ciento de posibilidades de que haya
complicaciones.
219 —Complicaciones. ¿Qué tipo de complicaciones? —Me acerco más,
observando cómo la vela parpadeante pinta colores cálidos en su pálida tez.
—Existe la posibilidad de que acabe en coma —dice—, o en estado
vegetativo.
Respiro con fuerza, con la boca seca. Sentada frente a Griff, hay muchas
posibilidades de que dentro de poco ni siquiera esté aquí. No estará para que lo
llame. No me enviará mensajes de texto molestos a las seis de la mañana porque
sí. No se reirá de mis terribles chistes ni se burlará de mis zapatos solo para
meterse conmigo.
Es como si alguien me hubiera arrancado las entrañas.
Estoy hueca, destripada.
Y solo puedo imaginar cómo se siente Griffin.
—Mis padres han dejado claro que, si eso ocurre, no tienen intención de
desconectar —dice con un suspiro—. Son... un poco extremistas en sus
creencias. Su religión se opone literalmente a cualquier tipo de medicina o
tratamiento moderno. Cuando se enteraron de que había estado yendo a la
quimioterapia y a la radiación y a los escáneres, se volvieron locos.
—¿Así que creen que si estás enfermo y a punto de morir, debes morir? ¿Y
no tratar de conseguir ayuda? —pregunto.
Asiente con la cabeza.
—Básicamente.
—Eso es muy jodido, Griff.
—Sí, lo sé —dice—. Así que aquí es donde entras tú.
—Sí, dime qué puedo hacer para ayudarte —digo, acercándome a la mesa
y colocando mi palma sobre la parte superior de su mano—. Haré cualquier cosa.
Se queda callado un momento, tal vez juntando las palabras o armándose
de valor para preguntar lo que está a punto de preguntar. Griff siempre ha sido
muy independiente, nunca ha pedido nada a nadie. Imagino que esto es difícil
para él.
Un momento después, sus ojos se fijan en los míos.
—Necesito que te cases conmigo.
Volviendo a sentarme en la cabina, me pregunto si me acaba de pedir
literalmente que me case con él o si me lo he imaginado.
220 —¿Qué? —Me río a medias.
—Necesito que te cases conmigo —dice. Griff no sonríe ni se ríe. No hay
un brillo travieso en sus ojos—. Necesito tener a alguien que se asegure
legalmente de que las cosas suceden como yo quiero, en caso de que quede
incapacitado.
—¿Puede ser más específico?
—No quiero pasar el resto de mi vida como un vegetal —dice—. Si la
operación fracasa y estoy conectado a una máquina, quiero que seas tú la que
me desconecte.
Esto es pesado. Estoy hundido.
—Griff... —Me arden los ojos—. No sé si puedo.
—No tengo a nadie más —dice—. Eres mi mejor amigo. Eres la única en
quien confío, la única opción que tengo.
Mi mente se dirige a Nevada, tratando de imaginar la forma en que le
explicaría esto, tratando de adivinar si nos daría su bendición o no. El otoño
pasado, Griff me besó en la fiesta de bienvenida y me costó una eternidad
calmarlo. Cuando estaba en casa para las vacaciones de Navidad, lanzaba
puñales a Griff cada vez que podía, diciéndome que no confiaba en él.
Si le digo que necesito casarme con Griffin, no me va a creer.
Por otra parte, Nevada tiene un buen corazón. Tal vez si me da la
oportunidad de explicarme, lo entenderá.
—¿Qué? —pregunta Griff—. ¿Qué estás pensando ahora mismo? Dímelo.
—Solo estoy pensando en Nev...
Sonríe, con la cabeza ladeada mientras me mira con amor no
correspondido en los ojos como siempre hace.
—Por supuesto.
—Esto no se trata solo de ti y de mí —digo—. Esto también le afectará a
él.
—Y lo respeto —dice Griffin—. Si quieres que hable con él…
—No —le interrumpo. Mala idea. Muy mala—. Hablaré con él.
Mañana a primera hora...
...después de que haya tenido una noche para pensar realmente en esto.
221
—Te prometo, Yardley —dice Griffin—, que esto es estrictamente un
acuerdo de negocios. Incluso te he traído esto para demostrarlo.
Rebusca en el bolsillo de sus vaqueros y saca un anillo de oro con las
palabras “mejores amigos para siempre” grabadas en la banda.
Se lo quito, sonriendo, con los ojos llorosos. Es demasiado. Todo esto a la
vez es abrumador y no sé qué decir.
—Ya le he preguntado a mi abuela, Greta, si quiere ser nuestra testigo —
dice—. Podríamos faltar a la escuela un día de la semana que viene, correr hasta
el juzgado y hacerlo. Son noventa dólares por la licencia, cinco minutos frente a
un juez y nos vamos.
—Tendría que decírselo a mis padres.
—Por supuesto —dice—. Pero díselo después. Es más fácil pedir perdón
que permiso. Ese ha sido siempre mi lema.
—Como lo demuestra la vez que intentaste meterme la lengua en la
garganta. Dos veces.
Se ríe.
—De todos modos, si salgo adelante, te prometo que puedes divorciarte y
seguir con tu vida como si nunca hubiera pasado.
Deslizando el delicado brazalete de oro en mi dedo, trazo el grabado con la
yema del pulgar.
¿Cómo puedo decir que no?
Nev y yo tenemos toda la vida por delante. Estamos sanos. Podemos vivir.
Griffin no tiene ese lujo. Hay un cincuenta por ciento de posibilidades de que no
se despierte de su operación la próxima semana.
—Puedo repasar todo contigo mañana —dice—. Tengo una lista. Todo está
cubierto con detalle, hasta el color de mi lápida en caso de que muera.
—¿Podemos no hablar más de esto?
—¿Por qué? —La mitad de su boca se frunce, está incrédulo—. No hablar
de ello no va a hacer que desaparezca. Prefiero hablarlo ahora para que podamos
poner en marcha algún tipo de plan. La cirugía va a estar aquí antes de que nos
demos cuenta. Once días, en realidad.
Mi corazón se desploma.
Dentro de once días podría ver a mi mejor amigo entrar en el quirófano y,
222 para cuando terminen, puede que no vuelva a ver su sonrisa ni a oír su voz.
—¿Puedo darte una respuesta mañana? —pregunto cuando llega nuestra
comida. Ya no tengo hambre y apenas puedo saborear el pollo a la pimienta de
limón que me han puesto delante, pero necesito esta distracción.
—Por supuesto —dice Griff—. Solo quiero que lo hagas si te sientes cómoda
con ello. No te obligaré ni te haré sentir culpable. Tiene que ser tu decisión.
Simplemente soy un amigo... pidiendo un favor a otro.
Para cuando salimos, Griff parece agotado y cuando se levanta, casi pierde
el equilibrio. Lo rodeo con mi brazo y envuelvo el suyo en el mío, lo acompaño
hasta la puerta principal y lo conduzco a través del helado aparcamiento de
febrero hacia mi coche.
Todo esto está sucediendo muy rápido.
Y siento que es algo que tengo que hacer. Por él. Por mi mejor amigo.
Nevada lo entenderá. Tiene que hacerlo.
223
Tenemos que hablar
Nev
—¿C
uánto tiempo has estado esperando aquí? —le
pregunto al salir del hospital.
—Demasiado tiempo", dice, deslizando su
teléfono en el bolsillo mientras se apoya en la
puerta del lado del conductor de mi coche—. Tenemos que hablar, Nevada.
—Voy a necesitar que te muevas. —Hago un gesto con las manos y ella,
224 sorprendentemente, lo hace.
—Me casé con él, Nev —dice. El hielo inunda mis venas, seguido de un
furioso infierno—. Me casé con Griffin Gaines.
Abro la puerta de un tirón.
—Menos mal que eran “solo amigos”.
—Solo éramos amigos —dice, con las cejas fruncidas.
—La última vez que lo comprobé, los mejores amigos no suelen casarse
entre sí, especialmente cuando uno de ellos está supuestamente locamente
enamorado de otra persona —digo, escupiendo sus mentiras hacia ella.
Me subo al asiento del conductor de mi todoterreno, arranco el motor y
doy un portazo.
Me voy.
Solo.
Sin ella.
Deseos de niño y búsquedas en Google
Yardley
E
sto es una locura, y sé que lo es antes de que me ayude a entrar
en su coche en movimiento, pero lo estoy haciendo y ya no hay
quien me pare.
—¿Qué demonios estás haciendo? —Para el todoterreno.
—Hablando contigo.
Su expresión es oscura y se niega a mirarme.
225
Sentada en el borde del asiento del copiloto, con el cuerpo inclinado hacia
él, digo:
—Hace diez años, el día de San Valentín, Griffin me pidió que me casara
con él.
Nev se estremece.
—Pero no es lo que piensas... tenía cáncer, Nev. Se estaba muriendo. Y
necesitaba a alguien que pudiera cumplir legalmente sus últimos deseos porque
sus padres se negaban —digo—. No quería hacerte daño, Nev. Iba a explicártelo
todo al día siguiente. Al parecer, alguien llegó a ti antes que yo.
—Alguien los vio a los dos juntos, le vio dándote un anillo —dice Nevada,
con la voz baja—. Los vio abrazados. Os vio reír y llorar, celebrándolo.
Jesús, quienquiera que nos haya visto le ha pintado una imagen realmente
engañosa. No me extraña que me odiara todos estos años.
—Me dio un anillo de amistad —digo, poniendo los ojos en blanco—. Decía
“mejores amigos para siempre”. Ni siquiera creo que fuera de oro auténtico. Era
su forma de asegurarme que no era más que un amigo haciéndole un favor a
otro. —Me acerco a la consola y le pongo la mano en el antebrazo—. Y sí, nos
reímos y lloramos porque la situación era absurda y triste y sentíamos un poco
de todo. Cuando salimos, había hielo en el estacionamiento y él estaba un poco
débil, así que tuve que ayudarle a llegar al auto. Por eso nos abrazamos.
Nevada se queda congelado, mirando al frente. La radio suena suavemente
de fondo, alguna canción de los Rolling Stones, y no había notado que estaba
puesta hasta ahora.
—Sí, amaba a Griffin —digo—. Pero lo quería como amigo. Mi amor por él
era diferente de mi amor por ti. Ojalá me hubieras dejado explicártelo.
Sus fosas nasales se agitan al respirar, su cuerpo está rígido.
—Nosotros estábamos sanos, tú y yo —continúo—. Teníamos la opción de
pasar el resto de nuestras vidas juntos. El futuro de Griffin no estaba
garantizado, literalmente vivía su vida día a día, esperando lo mejor. Y ,por
mucho que odiara lo que te hizo, Nev... lo que nos hizo a nosotros... fue un honor
ser la persona que llevara a cabo sus últimos deseos. Y es un honor con el que
he lidiado desde el día en que murió.
Mis labios tiemblan. No he hablado de la muerte de Griff desde no recuerdo
cuándo, y el dolor de perder a mi mejor amigo me hunde de nuevo. Secándome
una lágrima con el dorso de la mano, aprieto los ojos con fuerza.
226 Todavía puedo imaginar su sonrisa bobalicona, todavía puedo oír su risa
molesta.
—Lo quería como amigo, Nev, pero odiaba que me pusiera en esa situación
—digo-. Así que cuando me preguntaste si sabía lo que era amar y estar resentido
con alguien... sí. Lo sé. Pero no fue su culpa. Yo era todo lo que tenía. No podía
decir que no.
Abriendo los ojos, otra lágrima se desliza por mi mejilla, solo que esta vez
Nev se acerca a los asientos delanteros y la limpia.
—No salió de ese quirófano —le digo, con las palabras entrecortadas—.
Murió en la mesa.
Nuestros ojos se encuentran, y su expresión es más suave que hace unos
momentos.
—Perdí a mi mejor amigo, a mi padre y a mi primer amor con un par de
años de diferencia —digo—. Me destruyó. Me convertí en esta cáscara de
persona, subsistiendo a base de deseos de niño y búsquedas en Google. Si me
quieres de nuevo, Nev, soy toda tuya. Pero no puedo perderte dos veces. No creo
que pueda sobrevivir a eso.
Cambio drástico
Nev
—C
reo que fue aquí mismo —digo, deteniéndome frente a
una casa blanca de estilo galleta en una nueva
subdivisión llamada Rainier Heights—, donde nos atrapó
ese sheriff. ¿Lo recuerdas?
Cuando soltó por primera vez la bomba de la verdad sobre Griff, me quedé
aturdido. No podía pensar, no podía concentrarme, no podía escuchar nada. A
227 pesar de que hemos estado conduciendo durante horas, todavía estoy un poco
agitado, inestable en mis pies.
Nada de esto parece real.
Cada pensamiento al que me aferré durante la última década ya no tiene
sentido.
Todas las razones que me di para rechazar a esta mujer... ya no son
válidas.
Es una sensación extraña, perder tu verdad, o lo que una vez creíste que
era tu verdad. Nunca he sido muy dado a lamentarme, pero no puedo evitar
preguntarme cómo sería la vida si la hubiera escuchado en su momento. Pero
entonces tenía diecinueve años. No sabía nada. Todo lo que sabía era cómo me
sentía... traicionado, herido, aturdido.
No quería escucharla.
En lo que a mí respecta, su razón no hacía ninguna diferencia. El daño ya
estaba hecho. No había vuelta atrás de una promesa rota.
Pero si la hubiera escuchado hace tantos años, no tendría a mis hijas, y
nunca podría arrepentirme de ellas.
—Claro que me acuerdo —dice Yardley, mirando la extensión de la nueva
construcción que ocupa el espacio que antes era el maizal de algún granjero
malhumorado—. Me acuerdo de todo.
Nos quedamos en silencio y contemplativos, y contemplamos todo un
barrio que se levanta donde antes no había más que tierra.
—¿Y ahora qué? —pregunta—. Para nosotros, quiero decir. ¿A dónde
vamos a partir de aquí?
Me vuelvo hacia ella, examinando su bonita cara, y le aprieto la mano.
—Pensé en llevarte a algunas citas. Volver a conocerte. Tú misma has
dicho que solo somos un par de desconocidos.
La sonrisa de Yardley ilumina su rostro.
—-Me gustaría.
Se inclina, me sostiene la cara con las manos y me besa, suave y
delicadamente.
—Por los viejos tiempos —dice cuando termina—. Me subiría a esta
consola y te haría algo mejor que eso si ese hombre que está cortando el césped
no nos estuviera mirando. Será mejor que te vayas antes de que se involucre la
228 vigilancia del barrio.
229
Épico
Yardley
Dos meses después
E
nterramos a Greta en un día húmedo de principios de junio, junto
a su querido nieto. Durante el último mes luchó como un demonio,
dándonos falsas esperanzas una o dos veces, pero al final llegó su
hora. No llevaba más de un par de días en casa cuando se acostó una noche... y
al día siguiente ya no estaba.
230 Una semana después del funeral recibí una carta por correo de un abogado
local. Resulta que Greta me dejó todo su patrimonio, cientos de miles en varias
cuentas de jubilación, principalmente. Rápidamente doné todo a la investigación
del cáncer cerebral infantil en nombre de Greta y Griffin.
—Yardley, ¿estás listo? —Lennon se balancea en el borde del cemento,
justo fuera de la piscina que Nevada había reformado hace unas semanas.
Me pongo en posición, con los brazos extendidos y listos para atrapar,
mientras ella salta al agua. Después de un gran chapoteo, se ríe y vuelve a los
escalones para volver a hacerlo.
La puerta corredera de cristal del patio se abre un momento después y
Nevada lleva al bebé en brazos. Antes había estado dentro dándole de comer,
pero ahora está vestida con un pequeño bañador de bebé y un gorro blanco que
se ata bajo su regordeta barbilla. Incluso le ha puesto una mancha de crema
solar blanca en su pequeña nariz.
Me río mientras toma un flotador de bebé con forma de jirafa y entra en la
piscina con Essie.
—Deberíamos hacer un viaje pronto —digo—. Los cuatro.
—¿Como unas vacaciones en familia? —pregunta. Cuando crecía, le
recuerdo diciendo que nunca había ido de vacaciones en familia, que su madre
nunca podía permitírselas. El concepto le resultaba extraño y poco atractivo,
estar atrapado en un auto durante horas y horas, aplastado contra tus
hermanos.
—¿Tal vez podríamos alquilar una autocaravana y atravesar el país? —Me
encojo de hombros.
—Suena aburrido.
Le doy un puñetazo en el hombro.
—A las chicas les encantaría. Y creo que a todos nos vendría bien un
cambio de aires.
Han sido un par de meses duros. Demonios, han sido diez años difíciles.
Pasando mi mano por debajo de su brazo, me pongo de puntillas y le beso
la boca. Saboreo el cloro e inhalo la crema solar mientras la luz del sol me
calienta la cabeza.
Todo lo que siempre he querido está aquí, en este momento, y la belleza y
el privilegio de ello no se me escapan.
231 —¿Crees que alguna vez harás una de esas épicas fiestas en la piscina
aquí? —pregunto, refiriéndome a un comentario que hizo hace tiempo—. ¿Ahora
que está hecho?
—Lo haremos —dice—. Vendrán todos nuestros amigos y familiares.
Tendremos un DJ en directo. Tarta. Champán ...
No es una fiesta épica que Nevada está describiendo.
Es nuestra recepción de boda.
—Una cosa a la vez, vada —le digo, aunque él sabe muy bien que si me
pidiera matrimonio, no podría decir que sí lo suficientemente rápido—. Todavía
no me he mudado contigo.
—¿Estabas esperando una invitación por escrito o algo así? —pregunta—
. Paloma, puedes mudarte cuando quieras. Diablos, prácticamente vives aquí,
de todos modos. Estás aquí todos los días.
—Simplemente no puedo alejarme —digo.
—Entonces hagamos un trato. Te mudas conmigo y, cuando llegue el
momento, haremos lo que deberíamos haber hecho hace mucho tiempo. —Sus
labios se curvan a los lados y podría besar sus hoyuelos ahora mismo—. Lo
haremos oficial. Tú y yo. Para siempre. ¿Trato?
—Trato.
A. M. O. R
Nevada
Dos años después
C
asarse por segunda vez probablemente significó algo diferente para
232 ambos. Hubo momentos agridulces que se mezclaron con los
alegres. Su madre, junto con Hunter, entregó a mi nueva novia, y
encendimos una vela por su padre, así como una vela por Griffin y otra por
Estella.
No estaríamos aquí, empezando este nuevo capítulo de nuestras vidas, si
no fuera por ellos dos.
Pero nos casamos en un perfecto y templado sábado de finales de mayo en
el patio trasero de la mansión Conrad. La recepción que siguió fue épica... tal y
como siempre había planeado. Incluso la sorprendí trayendo en avión a su banda
favorita desde Los Ángeles. También hice instalar una pista de baile bajo una
carpa llena de luces colgantes, y pasamos toda la noche de fiesta con nuestros
amigos y familiares más cercanos.
Y Bryony... se divirtió como nunca, haciendo gala de su encanto con
algunos de mis amigos solteros de la NBA que volaron para la ocasión, con uno
de los cuales todavía habla.
Creo que puede haber algo ahí...
Tumbados boca abajo sobre una manta de muselina cubierta de elefantes
están nuestros hijos de seis meses, Oliver y Vaughn. Junto con sus hermanas
mayores, las primeras letras de cada uno de sus nombres crean la palabra
“amor”.
A. M. O. R.
Oliver es la viva imagen de mí, y la verdad, pero de alguna manera se
parece más a Essie que a su propia gemela. Vaughn se parece al lado de los
Devereaux, sus rasgos puntiagudos y más finos y sus grandes ojos azules.
Yardley descansa a la sombra en la hierba con nuestros hijos, y yo me
quedo atrás, observando cómo juegan, se agarran el uno al otro y se ríen.
—Voy a recoger a Len al colegio —le digo después de un momento—. Essie
quiere venir con nosotros. He pensado en pasar por la tienda de costura de
camino a casa y comprar los trajes que tu madre ha hecho para las niñas-
La madre de Yardley abrió hace un año una boutique online de ropa para
niñas. El negocio se ha disparado últimamente, hasta el punto de que ha tenido
que contratar más ayuda. Incluso pudieron alquilar un espacio adicional al lado,
convirtiendo parte de él en una especie de sala de exposiciones.
—Oh, hola. No te he oído salir —dice.
Levantando la vista, protege sus ojos oceánicos, absorbiéndome como solo
233 ella lo hace, con una sonrisa que dice que todavía tiene que pellizcarse para
asegurarse de que esto es real, que hemos llegado hasta aquí y que tenemos el
resto de nuestras vidas para pasar juntos, si Dios quiere.
El sentimiento es mutuo.
—Quizá después de la cena podamos visitar a mamá —propongo, con las
manos apoyadas en las caderas. Ha estado bien desde su infarto, pero no se ha
recuperado del todo. Conseguí convencerla de que dejara su casa de ladrillos en
el campo por un rancho cercano, y le puse un asistente personal por si acaso.
Hasta ahora, todo va bien.
Me acurruco junto a los tres, haciéndoles cosquillas a los niños y poniendo
caras tontas, y luego me acerco a mi mujer, presionando mi boca contra la suya
y probando una pizca del té de melocotón que ha estado bebiendo toda la tarde.
Estos días estamos llenos de viajes compartidos, citas con el médico y
turnos para quedarnos despiertos con el gemelo de la semana que se niega a
dormir, pero nunca dejamos de robarnos una o dos horas para nosotros cuando
podemos.
A veces nos desplomamos en el sofá de la sala de estar, exhaustos. Otras
veces estamos encima del otro como perros en celo.
Cada día con ella es diferente, y no me gustaría que fuera de otra manera.
Ya no odio a Yardley Devereaux.
Y resulta que en realidad nunca lo hice.
234
Winter Renshaw
L
a autora superventas de Amazon y del Wall Street Journal Winter
Renshaw es una auténtica creyente de los sueños. Vive en algún
lugar del centro de Estados Unidos y rara vez se la ve sin su fiel
cuaderno Mead y su ordenador ultraportátil. Cuando no está escribiendo, vive el
sueño americano con su marido, sus tres hijos y el perro más perezoso de este
lado del Mississippi.
235
236