Está en la página 1de 23

FACULTAD DE DERECHO Y HUMANIDADES

ESCUELA ACADÉMICO PROFESIONAL DERECHO

RESUMEN

“FORMA DE GOBIERNO EN LA CONSTITUCIÓN”

Autor:
Doris Gregoria Jeri Santallana

Asesor:
Enrique Jordán Laos Jaramillo

Lima – Perú
2021
I. PRECISIONES TERMINOLOGICAS

En tal sentido, nos parece correcto hablar de formas políticas de Estado, no tanto porque
las formas jurídicas sean una clasificación insuficiente u obsoleta, sino porque no reflejan
la realidad, sino tan sólo un aspecto de ella. En consecuencia, un adecuado manejo del
aparato normativo nos obliga necesariamente a conocer la distribución normativa que
tiene cada Estado, pero nuestro conocimiento sería incompleto si dejáramos de lado las
formas políticas de Estado, que nos permiten ver con más claridad su funcionamiento.
Por lo mismo que lo político es mudable y cambiante, es que las formas políticas han sido
varias y muy diversas en el decurso histórico, pero en términos amplios, se acostumbra
ubicar a los Estados modernos Estado autoritario, del cual son ejemplo sobresaliente las
dictaduras que surgieron en la Europa de entreguerras, y que han tenido larga duración
Estado marxista o de derivación marxista, modelo que, como se sabe, ha empezado a ser
objeto de revisión desde el inicio de la perestroika. Vinculado con el concepto de formas
de Estado, la literatura jurídica francesa, como ya hemos señalado, prefiere hablar de
regímenes políticos, concepto bajo el cual se engloba todo un modelo dentro de sus
grandes coordenadas políticas, jurídicas, económicas e históricas, útiles para ver el
manejo y el desarrollo del aparato jurídico.

Estos esquemas han cambiado muy poco, y más bien se han dado numerosos afinamientos
en torno a las formas de Gobierno, generalmente vinculadas a la forma de elección o a la
forma como se accede al poder. Sin embargo, esta formulación clásica, que atiende tan
sólo al titular, ha sido cuestionada modernamente, pues ahora se insiste de manera
especial en cómo se organiza y ejerce el poder en el interior del Estado y la forma como
los órganos estatales orientan la política y coordinan entre ellos. La primera sería una
forma de Gobierno en sentido estricto; la segunda lo sería en sentido amplio. Muchos
autores prefieren hablar para el último supuesto de sistemas de Gobierno.

Ahora bien: entre las formas de Gobierno en sentido amplio o moderno se acostumbra
considerar actualmente a las siguientes: presidencial, parlamentaria y de asamblea.

En tal sentido, preferimos el concepto de sistemas de Gobierno, pues nos parece más
conveniente y, terminológicamente, más preciso que el de formas de Gobierno en sentido
amplio. Debemos, finalmente, mencionar que, en su sentido coloquial, muchos utilizan
los términos modelo, régimen o sistema sin vinculación con las formas de Estado o formas
de Gobierno, y en un sentido no técnico, que se emplea indistintamente para calificar a
cualquiera de ellas, lo que se aprecia fácilmente por el contexto dentro del cual se
emplean.

II. PRESIDENCIALISMO Y PARLAMENTARISMO

El sistema o forma parlamentaria de Gobierno nace en Europa, y consiste en trasladar


al Parlamento o sede legislativa el eje y el poder decisorio y central en la marcha del
Estado.

Opera un control político que implica la necesidad no sólo de la llamada «investidura


parlamentaria», sino, además, de la permanencia en el cargo cuando se goza de la
confianza del Parlamento, y como contrapartida de ello, la disolución de la Cámara
política, con la inmediata convocatoria a elecciones para que sea el pueblo, en última
instancia, quien dirima eventuales conflictos. El Ejecutivo no debe su elección al
Congreso, sino al pueblo. Pero sí puede decirse que, en grandes términos, la forma de
Gobierno presidencial se caracteriza por dar al presidente un poder de decisión
autónomo, mientras que en la forma parlamentaria la gravedad del sistema reposa en
el Parlamento existencia paralela de un Gobierno responsabilidad parlamentaria del
Gobierno y del primer ministro. Es decir, en ambos casos, aparte de la elección
popular del presidente, queda consagrado un Ejecutivo dualista, con un Gobierno que
responde ante el Parlamento.

III. EL CASO DE AMERICA LATINA


Si bien es cierto que lo que ha existido en América Latina es la forma presidencial
de Gobierno, aun cuando con incrustaciones parlamentarias, no podemos soslayar
algunas experiencias que, aunque excepcionales, son interesantes. América
Latina, desde que sus países alcanzaron su independencia en los inicios del siglo
xix, ha sido la forma de Gobierno presidencial, no sólo en los textos, sino en la
realidad. Incluso se ha hablado de un desborde del modelo o forma de Gobierno
presidencial, que ha llevado a algunos, desde hace décadas, a hablar de un modelo
o forma presidencialista propia de Latinoamérica, o mejor aún, de la existencia de
un presidencialismo y no sólo de una forma presidencial, en el cual el ismo
representa una exageración e hipertrofia del modelo. La literatura constitucional,
tanto latinoamericana como europea y norteamericana, es pródiga en señalar que
ése ha sido el derrotero político de nuestra América desde el s.XIX.
Siegfried, escribió un importante libro en la década de los treinta, en donde, al
constatar la realización política de nuestros pueblos, decía que, «en realidad, el
presidencialismo era una planta nativa de nuestro suelo, y que aquí la ley era la
simple expresión de lo que quería el presidente». Numerosos investigadores de
nuestro proceso político-jurídico y observadores atentos son coincidentes en
afirmar que, por encima de matices y excepciones, lo que impera en nuestros
pueblos es, en realidad, la forma presidencial de Gobierno en su estructura más
descarnada, aun cuando atemperada sobre todo en los últimos años por otros
factores de la política reciente. En ese sentido, es muy significativo que el Primer
Congreso Iberoamericano de Derecho Constitucional, celebrado en México la
última semana de agosto de 1975, dedicara una de sus secciones al Poder
Ejecutivo en la América Latina y sus conclusiones fueran unánimes en el sentido
del predominio de este poder en nuestro continente. A lo anterior debe agregarse
algo más, y es que este predominio no sólo ha sido objeto de constatación y
comprobación, sino incluso un sector del pensamiento político se ha dedicado a
justificarlo y exhibirlo como necesario para nuestros pueblos, aun en sus versiones
más audaces.
Pérez Vicios políticos de América, París, « El buen tirano es el ideal para los
pueblos del. » Estos hechos han llegado, como era de esperar, a la literatura, que
ha encontrado en la figura del hombre fuerte latinoamericano un filón para una
extensa obra narrativa, que tiene su punto de partida en la novela de R. Frente a
esta realidad y a este pasado, en los últimos tiempos, sobre todo en los países del
llamado Cono Sur, se ha despertado la inquietud de introducir el modelo
parlamentario, sea en su totalidad o en parte, como modo de frenar los excesos
presidenciales, lo que está en plena discusión, motivo por el cual no es posible
apuntar, por el momento, mayores precisiones.
IV. EL CASO DEL PERU
Al igual que el resto de la América Latina, el Perú siguió el modelo presidencial
creado por los Estados Unidos. Pero al modelo norteamericano se le adicionaron
diversos elementos de control que fueron tomados del modelo parlamentario. Una
tradición autoritaria y personalista que venía desde atrás, así como la necesidad
de un poder democrático, pero ágil y eficiente, hicieron aceptable el modelo
norteamericano. Pero al mismo tiempo que se consagró el modelo presidencial, y
como consecuencia de los excesos del período virreinal, los legisladores trataron
de introducir controles a la voluntad del presidente.
Ya en pleno siglo xx, y como consecuencia de este continuo limitar los excesivos
poderes del presidente, se sancionó la Carta de 1933, que consagró, prácticamente
sobre el papel, un Gobierno tendencialmente parlamentario, pues perfeccionó y
amplió considerablemente los poderes del Parlamento sobre el Ejecutivo. Esto es,
con ligeras excepciones y por breves períodos, el poder estuvo siempre, en lo
fundamental, en manos del presidente de la República. Comentando ese texto de
1933, Boris Mirkine-Guetzevicht saludaba, en un texto breve, publicado en 1934,
el acercamiento del Perú al modelo parlamentario, que si bien era cierto en la
teoría, iba a resultar desmentido por los hechos. En efecto, si bien el Perú aceptó
desde un principio el modelo presidencial de Gobierno, fue introduciendo
diversos elementos de control al presidente, que venían de la tradición
parlamentaria, todo lo cual empezó a mediados del siglo xix y culminó, como ya
se indicó, con la Carta de 1933. « Hasta ahora, la balanza se ha inclinado del lado
del presidente, y la observación de nuestra historia, de nuestra psicología y
costumbres políticas conducen a la creencia de que, en el próximo porvenir, las
mayorías de los Congresos carecerán de aquella popularidad, cohesión y
disciplina, de aquella inflexible y agresiva voluntad de poder que serían necesarias
para colocar al presidente bajo su tutela, imponerle Gabinetes parlamentarios y
gobernar por medio de ellos. La institución del presidente, con facultades propias
y extensas de gobernante efectivo, está sustentada en el Perú y en la América toda
por una fortísima tradición y por hábitos populares incoercibles. » .
Perú de un modelo presidencial, el que además se ponderaba como necesario para
el país. Constitución consagra un presidencialismo weimariano, pues mantiene la
elección popular del presidente y la responsabilidad política del Gabinete ante las
Cámaras. Recuerda que el parlamentarismo introducido en 1933 se explica como
fruto o reacción contra la dictadura de Leguía.
V. LA VIGENTE CONSTITUCIÓN DE 1979
Asamblea Constituyente, que terminó sancionando la vigente Constitución de
Fernández Segado sostiene que no obstante existir el modelo que él denomina
híbrido, la normativa, la tradición, así como la praxis política dan preeminencia al
modelo presidencial. Sin embargo, en algunos juristas extranjeros se ha filtrado la
idea de la existencia en el Perú de un modelo parlamentario o cercano a éste o
semipresencial motivados, en parte, por una lectura incompleta o sesgada del texto
constitucional. Partiendo de la categoría reformulada por Duverger, Nogueria,
viendo la cooperación existente entre ambos poderes 'del Estado, y sobre todo la
presencia de un Consejo de Ministros con su presidente, arriba a la conclusión de
que existe en el Perú un régimen semipresencial. Perú existe un Ejecutivo dualista,
en el cual el premier tendría poderes propios e independencia frente al presidente
de la República. En fin, y sin entrar por ahora a analizar la validez de esa categoría,
hay que tener presente que ella ha sido elaborada por Duverger para explicar cómo
los regímenes parlamentarios europeos se acercan al presidencialismo, y no al
revés, como es el caso del Perú, en donde, por el contrario, existe un régimen
presidencial que se ha acercado al parlamentarismo no por la excelencia de este
modelo, sino por limitar los poderes del presidente. Adicionalmente, tampoco
existe en el Perú una estructura dualista en el Ejecutivo, como lo es el caso de
Francia, y el Gabinete se limita a ser un mero colaborador del presidente, ya que,
de conformidad con el art. La categoría de Duverger resulta, pues, inadecuada
para analizar nuestra estructura gubernamental, ya que, además, no se dan aquí
los tres elementos que él considera como definidores de dicho nuevo modelo.
Cabe, con todo, destacar que el inicial análisis de Nogueira, interesante, pero
equívoco, ha sido posteriormente matizado por él mismo, quien ha llegado a
afirmar que, en rigor, el modelo peruano no puede ser asimilado libremente al
modelo semipresencial que elaboró Duverger presidencialismo parlamentario y
de modelo semipresencial. Perú es mixta y, en consecuencia, puede ser calificada
como semipresencial. Así, Enrique Bernales sostiene que, en el Perú, el sistema
de Gobierno es presidencial, pero con rasgos autoritarios. En realidad, es difícil
decir que el modelo, sistema o forma de Gobierno en el Perú sea mixto, pues ello
supondría un mixtum, o sea, una nueva realidad o modelo, un tertium, que, en
rigor, no existe. Tal mixtura tampoco puede encontrarse en la categoría
divergieran de régimen semipresencial, pues sus supuestos básicos no se dan en
el Perú.
Atendiendo a la normativa constitucional, a nuestro desarrollo histórico y, sobre
todo, a la praxis política, cabe afirmar que el nuestro es un modelo presidencial
disminuido, atenuado o frenado, toda vez que las grandes decisiones las tiene, en
última instancia, el presidente de la República, atemperado por controles políticos
y, en cierto sentido, por la opinión pública y los partidos políticos.
VI. LAS ELECCIONES DE LA REALIDAD

La de 1920, si bien fue democrática y avanzada en su momento, fue manipulada


impunemente por el presidente Leguía (1919-1930), quien hizo escarnio de este
texto que él mismo promovió; esto es, si bien equilibrada y avanzada para su
época, el régimen dictatorial que impuso Leguía dejó de lado las más hermosas
conquistas de la Carta de 1920, que pasó a ser, sin más, un documento utópico,
sin aplicación ni contacto alguno con la realidad. Sobre ella vale la pena transcribir
íntegramente el juicio que a la altura de 1939 emitió M. Vicente Villarán: «En
realidad, la Constitución de 1933 contiene, sobre el papel, todos los resortes
legales que permitirían a nuestros congresos establecer el régimen parlamentario
si tuvieran el grado necesario de poder político efectivo de que han carecido hasta
ahora. Sin embargo, al lado de la literatura constitucional, y en oposición a ella,
prevalece en la vida real con inexorable perseverancia el Gobierno presidencial,
hondamente arraigado en las costumbres, y cuyo vigor parece acentuarse como
reacción contra las fórmulas escritas que intentan sustituirlo». De este modo, con
una Constitución que establecía la colaboración de poderes (y no la separación
radical de ellos), el Ejecutivo gobernaba con la complacencia de las Cámaras,
compuesta por adictos y allegados, limitándose el Congreso a ser un eco o caja de
resonancia del Ejecutivo. El presidente y su partido, Acción Popular, obtuvieron
el 39,05 por 100 de los votos, y similar representación alcanzaron en las Cámaras;
por otro lado, los partidos perdedores, la Unión Nacional Odriísta y el Partido
Aprista Peruano, obtuvieron, cada uno, en cifras redondas, el 25 y el 34 por 100,
respectivamente. Lo que pasó con la Carta de 1979 apunta en dos direcciones: por
un lado limitó algunos de los poderes de las Cámaras (por ejemplo, la iniciativa
para gastos, que fueron causa frecuente del déficit en épocas pasadas), y por otro,
reforzó la autoridad del presidente. Bajo la vigente Constitución de 1979 se han
dado las siguientes experiencias: Fernando Belaunde Terry, en su segunda
Administración (1980-1985); Alan García Pérez (1985-1900) y Alberto Fujimori
(1900-1995). Al pasar a la segunda vuelta (junio de 1990), ganó Fujimori con el
56,58 por 100; se dio así la paradoja de que el presidente Fujimori, con un 56,58
por 100 en la segunda vuelta, tiene una minoría en las Cámaras que ronda el 20
por 100 (pues el sistema permite la pérdida de los restos y la votación diferenciada
para los candidatos de ambas Cámaras).
FACULTAD DE DERECHO Y HUMANIDADES

ESCUELA ACADÉMICO PROFESIONAL DERECHO

RESUMEN

“SISTEMA POLÍTICO Y FORMAS DE GOBIERNO”

Autor:
Doris Gregoria Jeri Santallana

Asesor:
Enrique Jordán Laos Jaramillo

Lima – Perú
2021
1. ESTADO Y SISTEMA POLÍTICO
La conceptualización del Estado como sistema político emerge en el marco de la
Teoría General de Sistemas, que surge del contexto del estudio biológico
desarrollado por Ludwig von Bertalanffy a mediados del siglo XX y que propone
su aplicación analítica en otras disciplinas, incluyendo las ciencias sociales. La
teoría marxista y la funcionalista.
Para la primera, la formación social se integra con dos elementos que no tienen el
mismo nivel para la determinación respecto al desarrollo del sistema. Las
instituciones políticas, es decir el Estado pertenece al ámbito de la superestructura.
El factor determinante «en última instancia» es la base económica.
Este enfoque define cuatro funciones que deben ser realizadas por un sistema y
que se convierten en requisitos imprescindibles para atribuir efectivamente la
conceptualización de sistema social a un ente determinado:
 La adaptación, que se configura por la relación del sistema con el medio exterior,
dentro del cual se encuentra y con el que, a su vez, interactúa. (Adaptation)
 La persecución de objetivos, que consiste en la movilización de las energías del
sistema hacia las metas que se han propuesto. (Goal atteinment)
 La de integración, que se define por las acciones que permiten mantener la
coherencia del sistema. (Integration)
 Lo que denomina «latencia», que es la capacidad de motivación del sistema para
alcanzar los objetivos señalados. (Patern-maintenance)
2. DEFINICIONES DE SISTEMA POLÍTICO
Así, tomando Estado-Nación como muestra de estudio, en la concepción de
Easton se configura como un sistema complejo, dentro del cual los elementos que
lo integran, considerados como grupos o como individuos, interactúan de manera
muy intensa en función de ciertas pautas de comportamiento. De esta forma, para
Easton, lo que define a un sistema político es su función de distribuir valores que
la sociedad considera útiles como el dinero, la educación, el poder, etc. Dichas
interacciones operan mediante lujos entre entradas y salidas a través de un cambio
dinámico que se retroalimenta. Las entradas son las demandas, recursos y apoyos
que el sistema recibe de los actores de la sociedad.
Su modelo principal estaba orientado por una visión organicista de la política,
como si ésta fuera un ser vivo.
Éste concentra distintos elementos entre los que define:
 Comunidad política: Grupo de personas vinculadas por una división
política del trabajo.
 Régimen político: Conjunto de condicionamientos que tienen las
interacciones políticas, que se compone por:
– Valores: principios orientadores de la acción, objetivos a alcanzar.
Normas: elementos que explicitan qué procedimientos son aceptables en
la transformación y distribución de las demandas.
– Estructuras de autoridad: modelos formales e informales con los que el
poder es organizado y distribuido.
 Autoridad: Característica común que poseen aquellos que ocupan roles
activos en la política que llevan a cabo la gestión política de un sistema:
poder legitimado.

Deutsch con su modelo de sistema cibernético y Robert Dahl con sus


aportaciones a la teoría pluralista. Se considera a Harold Laswell el pionero
del enfoque de políticas públicas. El proceso de políticas públicas en términos
muy sintéticos, inicia con la integración de la agenda a partir de las demandas
sociales, las cuales son trasmitidas al aparato gubernamental a través de los
actores políticos de los diferentes partidos políticos y del propio aparato
administrativo. Si el ciudadano está conforme con las políticas, deposita su
confianza en los gobernantes para que continúen en la titularidad del gobierno
y si no, decide cambiarlo dándose de esta manera la alternancia política,
característica fundamental de la democracia moderna.

3. DEFINICIÓN DE ESTADO DESDE LA PERSPECTIVA JURÍDIA


En el ámbito disciplinario de la Ciencia Política, el Estado constituye el objeto de
estudio privilegiado de ésta. Junto con el poder, desde los tiempos antiguos la
reflexión sobre la organización política de la sociedad se ha centrado en alguno o
en ambos conceptos poder y Estado. Para una mejor delimitación del concepto
conviene destacar que por Estado nos referimos a la comunidad política, es decir
a aquella organización que tiene que ver con intereses colectivos, a diferencia de
otras organizaciones sociales que existen desde las primeras comunidades
primitivas como la familia.
En estricto sentido, el concepto de sistema político es un concepto relativamente
contemporáneo que trata de explicar desde una perspectiva distinta a la jurídica y
a la sociológica el fenómeno político para dar mayor comprensión al proceso de
gobierno. Un sistema político es la expresión organizativa de un conjunto de
interacciones estables a través de las cuales se ejerce la política en un contexto
limitado por la población. Este sistema viene formado por agentes, instituciones,
organizaciones, comportamientos, creencias, normas, actitudes, ideales, valores y
sus respectivas interacciones, que mantienen o modifican el orden del que resulta
una determinada distribución de utilidades, conllevando a distintos procesos de
decisión de los actores, que modifican la utilización del poder por parte de lo
político a in de obtener el objetivo deseado. En este capítulo abordaremos
primeramente las nociones relativas al Estado y a las formas de gobierno y más
adelante abordaremos el concepto de sistema político.
Importantes debates se han suscitado por parte de los estudiosos de la filosofía
política para definir el concepto de Estado y su naturaleza, pues en ocasiones se
le analiza como una comunidad política que ha alcanzado su desarrollo gracias a
la evolución que ha tenido la sociedad; a veces se le considera como sinónimo de
sociedad; otras, como el espacio en que se desarrollan las finalidades políticas y
jurídicas del grupo social, o bien, se le equipara con el concepto de poder o con el
de nación; sin embargo, es importante destacar que el concepto de Estado
corresponde al campo disciplinario de la teoría política, aunque se encuentra
estrechamente vinculado con el derecho, que es incluso el que le da vida, siendo
por lo tanto una realidad histórico-política. Cierto es que las costumbres crean el
derecho y las dos, costumbre y derecho, son producto de la actividad humana,
como lo señala Serra Rojas (1985; p. 53) al afirmar, refiriéndose a Groppali que
el derecho no surge sino en la sociedad, porque sólo los hombres, por sus
facultades mentales más desarrolladas, han sido capaces de experimentar que,
reprimiendo determinados actos y eliminando a sus autores, se veriica en el grupo
social una disminución de repetición de dichos actos, y porque solamente en la
sociedad humana a un lado y junto al derecho, se desarrollan otros fenómenos de
orden económico, familiar, político, religioso, que en las agrupaciones animales
no se encuentra nunca.
4. ESTADO,ÓRGANOS,FINES,FUNCIONES Y COMETIDOS
Los elementos constitutivos de éste son la población, asentada en un territorio y
provista de un poder público que se caracteriza por ser soberano y que tiene a su
cargo el cumplimiento de los fines sociales de mantenimiento de la paz y el orden
público, el bienestar, el progreso y el desarrollo integral de los miembros de esa
comunidad política (Serra, p. 205). Acosta Romero (P. 60), en su texto sobre
derecho administrativo, define al Estado como «una organización política
soberana, de una sociedad humana establecida en un territorio determinado, con
independencia y autodeterminación, con órganos de gobierno y de administración
que persiguen determinados fines mediante actividades concretas».
5. FORMAS DE ESTADO Y FORMAS DE GOBIERNO
Por una parte, haciendo referencia a la manera en que se relacionan los elementos
fundamentales del Estado (territorio, población y gobierno), se puede arribar a la
clasificación de las formas de Estado, y por la otra, haciendo referencia a la forma
en que se posicionan y relacionan los órganos de gobierno (Ejecutivo, Legislativo
y Judicial) se determinan las formas de gobierno (Acosta, p. 74). En conclusión,
podemos afirmar que las formas de gobierno consideran los modos de formación
de los órganos esenciales del Estado, sus poderes y sus relaciones, mientras que
las formas de Estado están determinadas por la estructura de éstos y se refieren a
las relaciones que se establecen entre población, territorio y soberanía, según se
integren en un orden estatal único o estén descentralizadas en los diferentes
ámbitos de competencia de conformidad con el pacto constitucional.
6. FORMAS DE GOBIERNO
A lo largo de la historia de la humanidad, los hombres han diseñado diversas
instituciones que de acuerdo con sus creencias, costumbres y hábitos de
obediencia, les han permitido gobernarse manteniendo la estabilidad y el orden
social para la consecución de los fines colectivos de paz, progreso y justicia, lo
que ha significado el crear formas de organización política y con ello han venido
surgiendo diferentes regímenes políticos y formas de gobierno.
En el curso de la historia hemos conocido variadas formas de gobierno, según el
grado y número de participación de los gobernados, en la tradición clásica de la
ciencia política podemos distinguir tres tipologías de formas de gobierno: la
clasificación de Aristóteles, la de Maquiavelo y la de Montesquieu. La primera
clasificación nos la ofrece el filósofo estagirita Aristóteles, en su obra Política
expone la teoría general de las constituciones, y recorre en su análisis los
conceptos de la ciudad (polis), del ciudadano y de la virtud política, y deduce de
eso las seis formas posibles de gobierno, buenas o malas: — con la autoridad de
uno solo— la monarquía o la tiranía; —con la de varios— la aristocracia o la
oligarquía; —con la de todos— democracia o la demagogia. Hay dos cosas que
caracterizan las formas de gobierno según Aristóteles: la persona o personas sobre
las que recae el gobierno, y el objetivo que dicho gobierno persigue.
La siguiente clasificación corresponde al tratadista florentino Maquiavelo, que en
su obra el Príncipe disminuye su tipología a dos formas de gobierno, en función
de que se trate del gobierno de uno solo o de una asamblea o cuerpo colegiado.
7. SISTEMA PRESIDENCIAL,SISTEMA PARLAMENTARIO Y SISTEMAS
MIXTOS
Un tercer criterio que nos señala este autor se refiere a la dirección efectiva del
gobierno que tiene a su cargo el presidente. Los sistemas parlamentarios en
cambio, de acuerdo con el mismo autor, deben su nombre a la soberanía del
parlamento sobre el gobierno. En estos sistemas el poder Ejecutivo se comparte,
es decir que el gobierno requiere del apoyo del parlamento para la integración del
gabinete, para apoyar las políticas públicas, para evitar la destitución de los
miembros del gobierno, etc. El Presidente es independiente del Parlamento, pero
no puede gobernar solo, sino que su voluntad es canalizada y procesada a través
del gobierno que encabeza el primer ministro.
8. SISTEMA AUTORITARIOS Y SISTEMAS TOTALITARIOS
De conformidad con la concepción de Linz (1975), los regímenes autoritarios son
sistemas políticos con un pluralismo político limitado y no responsable; sin una
ideología elaborada y propulsiva (sino con las mentalidades características); sin
una movilización política intensa o vasta (excepto en algunos momentos de su
desarrollo), y en los que un jefe (o tal vez un pequeño grupo) ejerce el poder dentro
de límites que formalmente están mal definidos pero que de hecho son fácilmente
previsibles. Sin embargo, también pueden observarse en la historia casos de
sistemas políticas autoritarios sustentados en contextos de capitalismo
subdesarrollado como es el caso de las dictaduras latinoamericanas del último
cuarto del siglo XX (Chile, Argentina, Uruguay, Paraguay, entre otros).
FACULTAD DE DERECHO Y HUMANIDADES

ESCUELA ACADÉMICO PROFESIONAL DE DERECHO

RESUMEN

“LOS GRUPOS DE PRESIÓN”

Autor:
Doris Gregoria Jeri Santallana

Asesor:
Enrique Jordán Laos Jaramillo

Lima – Perú
2021
1. CONCEPTO Y FUNCIONES

Podemos definir a los grupos de presión como aquellos grupos de intereses organizados
que no desean de forma directa el control del poder político sino sólo influir o presionar
a los centros de toma de decisiones, ya sea en el ámbito del Legislativo o del Ejecutivo y
de las diferentes organizaciones y administraciones públicas. Por tanto, se diferencian
claramente de los partidos políticos, porque éstos buscan directamente el poder político.
En cuanto a sus diversas estrategias y sus relaciones con el resto de actores e instituciones
al interior de un sistema político determinado, éstas varían de forma importante en
función de las estructuras políticas y las coyunturas históricas de cada uno de ellos. Éstas
son producidas por actividades, que no son independientes, sino que se articulan y
conjugan en torno a las decisiones. Los grupos responderían a esta suma de actividades,
cuya lucha determina qué decisiones se han de tomar. De este modo, y en especial para
estos autores, toda actividad política se reduce a una lucha entre grupos. En su aplicación
práctica, los grupos de presión aparecen en la política norteamericana en la década de los
años veinte. Jacqueline B. De Celis afirma que el término se usó por vez primera en una
campaña de prensa con el fin de remarcar la influencia oculta de ciertos poderes -o grupos
económicos- en el proceso gubernamental.

A favor de la expresión de grupos de presión, nos encontramos con textos como los de
Eckstein y Key -La política de los grupos de presión-, Stewart -Los grupos de presión
británicos-, Turner -La política en Estados Unidos-, Blaisdell -La democracia americana
bajo presión-, Mackenzie -Los grupos de presión-, Meynard -Los grupos de presión en
Francia-, Von Beyme -Los grupos de presión en las democracias- y un largo etcétera.

Por su parte, Finer -El Imperio Anónimo- utiliza por primera vez en 1955 el término lobby
para referirse a estos grupos. La expresión, tomada del corredor de los edificios
parlamentarios, indicaba que algunos grupos o individuos desarrollaban una actividad de
intermediarios, poniendo en conocimiento de los legisladores, o de los que participaban
o adoptaban las decisiones, los intereses y deseos de los grupos de presión. Por lo tanto,
en este contexto, la tarea específica de ejercer el lobby es una transmisión de mensajes de
los grupos de presión al centro de decisiones por medio de representantes especializados.

Siguiendo a Truman podemos también sugerir que «la formación de asociaciones en la


historia se ha producido en sucesivas olas». Primera se situaría entre 1830 y 1860 cuando
aparecen las primeras asociaciones nacionales de la historia norteamericana. La década
de 1880 la industrialización provocará el nacimiento de un gran número de asociaciones,
especialmente económicas, en defensa de los intereses de trabajadores y empresarios.
1900 y 1920 surgen grandes organizaciones como la Cámara de Comercio o las
asociaciones de granjeros.

Década de los años sesenta será el cuarto momento asociativo, destacando el incremento
del activismo social, entre los grupos que se originaron en este período. Quizás nosotros
deberíamos añadir que en el caso europeo, y específicamente en el caso español, la
pluralidad de intereses y la expansión del asociacionismo también tienen que ver a partir
de la década de los años setenta del siglo XX con el proceso de transición política a la
democracia y lo que supone de desbordamiento de los canales partidistas
institucionalizados, especialmente en un contexto de fuerte crítica a los partidos políticos
tradicionales y a la «vieja» democracia representativa.

1.2 TIPOS DE GRUPOS DE PRESIÓN Y ESTRATEGIAS

Existen numerosas clasificaciones de los diferentes grupos de presión. La más extensa es


la de Gurvitch que establecía más de 63 divisiones distintas de los grupos de presión. En
una clasificación más útil, Von Beyme partía de la contraposición entre grupos de «interés
económico especializado» y «grupos de interés público», entendiendo que quienes se
incorporan a un grupo de interés económico buscan ante todo su propio beneficio,
mientras que quienes entran en los otros grupos están motivados primordialmente por
defender los intereses de los demás. A partir de esta contraposición el mismo Von Beyme
organizaciones de empresarios o inversores grupos profesionales y corporativos de clase
media grupos de promoción y asociaciones cívicas, de iniciativa privada asociaciones
políticas.

Cualquiera de estas clasificaciones cabe entenderla en la lógica de la ambigüedad


conceptual en torno a los grupos de presión, dado que según cómo hayamos procedido a
su definición, las tipologías pueden desbordarse. La concepción del grupo de presión
condiciona de forma importante la percepción de la actividad de los grupos y de sus
modos de actuación.

2. DEBATES Y PERSPECTIVAS TEÓRICAS

Como ya se ha mencionado, el interés científico por analizar el papel desempeñado por


los grupos de presión en el sistema político y en las diferentes instituciones del Estado
nace a comienzos del siglo XX en Estados Unidos, y no es casualidad por tanto que el
modelo desarrollado parta de la importancia que una sociedad civil fuerte, cohesionada
en torno a múltiples organizaciones y asociaciones civiles, tiene para la consolidación de
la democracia representativa. Por ello, el reconocimiento de la importancia de los grupos
de presión en la actividad política de los distintos sistemas políticos varía también de
forma importante, en función del enfoque teórico que seleccionemos para estudiar su
actividad. Desde un enfoque marxista, existen unos intereses centrales que responden a
aquéllos de la clase dirigente que tiene el control del poder económico, mientras que los
otros grupos sólo tienen éxito marginalmente cuando sus demandas pueden acomodarse
sin dañar los intereses fundamentales de los anteriores. Pero es sin duda la escuela del
pluralismo político la que más relevancia ha tenido para el estudio de los grupos de
presión.

Su principal exponente es Robert Dahl -Who Governs? -, que partiendo del análisis de
una comunidad típica de los Estados Unidos, New Haven, concluye que las desigualdades
en los recursos políticos son un hecho, pero éstas presentan una tendencia no acumulativa,
es decir, que la forma en que los recursos políticos están distribuidos fortalece el
pluralismo, la poliarquía. El poder está disperso entre varios grupos de la sociedad, con
fuerza diferente, representando intereses diversos, y el proceso de intercambio de esos
intereses se realiza a través de los organismos gubernamentales. Las políticas públicas en
una democracia están condicionadas por los procesos de negociación de estos grupos, que
representan intereses diversos. La resolución de los conflictos, a través de la negociación
y el intercambio en mercados libres gobernados por un contrato social que hace
vinculantes las promesas, sería el ideal del modelo pluralista.

En esta sociedad, los intereses opuestos se encuentran en equilibrio, y la fortaleza de la


propia sociedad hace que ningún interés importante se encuentre fuera de estos
mecanismos de intercambio. Presuponer que existe una racionalidad en la participación
de estos grupos constituye sin duda una de las aportaciones básicas de Olson -La lógica
de la acción colectiva. Sin embargo, este análisis desenfoca un aspecto clave de la
participación, reiteradamente olvidado y pospuesto en las diferentes teorías de los grupos
de presión, que es la función «expresiva» e «identitaria» que pueden desarrollar estos
grupos. Por su parte, el análisis corporatista2 centra su interés en la incorporación de
ciertos intereses claves al proceso de decisiones del gobierno.
Los grupos de interés, junto a los partidos políticos, se van a convertir en los verdaderos
articuladores del sistema político. Los grupos de presión se semi-institucionalizan al
establecerse entre ellos una relación jerarquizada y de dependencia que viene dada por la
posición que cada uno ocupa en sus relaciones con el Estado. Serán especialmente los
grupos de representación de los intereses de los trabajadores los que más dificultades
tendrán para engancharse a la nueva situación. La importancia de la formulación
corporatista ha hecho que algunos autores hayan llegado a hablar de gobiernos tripartitos,
o en otros casos, y especialmente en contextos de transición a la democracia, para
expresar la necesidad de incorporación de estos intereses, se haya extendido el uso de
términos como «concertación económico-social» o el «diálogo social».

En los últimos años, y vinculado con el interés por el estudio de la elaboración, ejecución
y evaluación de las políticas públicas, se ha producido también una evolución en los
estudios sobre los grupos de presión. Así, del énfasis tradicional en las características de
las organizaciones de intereses se ha pasado a un análisis de las redes de políticas
públicas, donde las políticas emergen de la interacción de actores públicos y privados,
que actúan bajo unas determinadas estructuras, a medio camino entre las estructuras de
mercado y las estructuras jerárquicas, en ámbitos sectoriales o plurisectoriales y en
niveles locales, regionales, nacionales o internacionales. Se trataría, por tanto, de perfilar
cómo es la estructura/red de intermediación/juego de intereses en una sociedad con
respecto a la puesta en marcha de determinadas políticas.
FACULTAD DE DERECHO Y HUMANIDADES

ESCUELA ACADÉMICO PROFESIONAL DE DERECHO

RESUMEN

“LA OPINIÓN PÚBLICA Y EL PODER POLITICO”

Autor:
Doris Gregoria Jeri Santallana

Asesor:
Enrique Jordán Laos Jaramillo

Lima – Perú
2021
I. LA OPINIÓN PÚBLICA Y LOS PODERES DE HECHO

Se encuentra muy generalizada en tratados y programas la idea de estudiar la opinión


pública dentro de los poderes políticos de hecho, • juntó con los partidos políticos y
grupos de presión. Sin pretender dar aquí una definición de la opinión pública, que es un
concepto sobre el que en otro tiempo se dieron múltiples definiciones, es necesario, en
razón del propósito que anima este estudio, hacer cuestión primeramente del
encuadramiento que como poder político se da al tema. Considera Sánchez Agesta que el
público aquí ha de considerarse como porción activa del pueblo que se preocupa de las
cuestiones políticas, que se presenta como poder social no organizado en torno a intereses
comunes, que nacen con la información hecha pública.

La otra postura es la que tiende a considerar a los medios de información de la opinión


pública como poder político efectivo. Sin embargo, la segunda proposición se acerca más
a considerar al público dependiente precisamente en su opinión de los medios de
información, es decir, en cierto modo parece oponerse a la primera. Por supuesto, no
identifica opinión pública con medios de información, pero esta postura, en contraste con
la anterior, nos lleva a otra problemática diferente, relacionada con la verdadera influencia
que sobre el público ejercen los medios de comunicación de masas.

II. UN CUARTO PODER DUDOSO

Aun en las sociedades más desarrolladas, hemos de reconocer que la preparación del
público para ser sujeto autónomo de opinión resulta deficiente en muchos casos, y no sólo
por el grado de cultura que posea, sino también por su falta de interés. Consideran
tendenciosos, servidores de interés clasistas, etc. En última instancia, hay que considerar
que el sujeto politizado posee una inclinación a cribar toda información que le venga del
exterior a la luz de sus propios principios o «prejuicios», con lo que su opinión ante la
cuestión planteada por el medio informativo será-producto de un proceso-de
reelaboración por dicho sujeto. Lo que subyace en el fondo de la pretensión de elevar los
medios de comunicación de masa a cuarto poder, es poner de relieve la posible
usurpación, dentro de la idea de que democracia es el gobierno basado en la voluntad
popular. Voluntad popular por quienes controlan dichos medios.
Este pensamiento democrático ofrece la tentación de asimilar esa especie de plebiscito
cotidiano al que tiende la idea de «voluntad general» precisamente con la opinión
pública cotidiana, siempre que ésta pueda ser conocida con facilidad por los órganos
del Estado, es decir, por los mandatarios del pueblo soberano, en expresión
rousseauniana.
III. PARTIDOS POLÍTICOS Y GRUPOS DE PRESIÓN EN LA FORMACIÓN DE LA
OPINIÓN PÚBLICA

Las anteriores afirmaciones son generales para cualquier tipo de régimen político actual,
aunque se vean contradichas por algunos autores que, estudian' do regímenes concretos,
conceden a la opinión pública de esos países una importancia extraordinaria. Así, por
ejemplo, Jiménez de Parga, estudiando el sistema británico, afirma, siguiendo a Jennings,
«que en Inglaterra manda la opinión pública» . En mi opinión, tanto esta apreciación
referida a la política inglesa como a otro régimen político actual, es superficial, porque
un análisis más profundo de la formación de la opinión pública nos lleva, en todo caso, a
unas conclusiones diferentes. Podríamos distinguir entre opinión pública espontánea y
opinión pública elaborada. Una ciudad, una explosión de gas debida tal vez a negligencia
de personas u organismos públicos, un secuestro político, hacen reaccionar al público
creando en él una opinión sobre política económica, sobre política municipal o sobre
política criminal. La opinión aquí es difusa y se propaga directamente o con ayuda de los
medios de información. Esto último tendrá lugar cuando el Estado o el Ayuntamiento se
defiendan de una opinión espontánea adversa, o cuando los partidos políticos en la
oposición intenten aprovechar ese estado de opinión, manipulándolo de forma
conveniente para que la opinión se transforme en opinión desfavorable al partido en el
poder, al alcalde, etc. Aquí se habrá intentado transformar una opinión espontánea en otra
que hemos de calificar de elaborada.

Pero puede ocurrir que sean el Estado, los partidos o los grupos de presión quienes utilicen
los medios de comunicación para crear una opinión pública sobre una cuestión respecto
a la que antes no existía. Los partidos políticos actuales constituyen, hoy día, el principal
catalizador de la opinión pública. El partido se presenta siempre atento a esa opinión
popular, pero no es un simple mediador o «vocero» entre la opinión espontánea y los
órganos del Estado. El partido político es cierto que procura presentarse como atento y
acomodado a la opinión pública, pero la polariza hacia sus propios fines, tanto la
espontánea como la creada por él mismo.
IV. ESTADO Y OPINIÓN PÚBLICA

Por otra parte, como subraya Mac Iver, la opinión pública opera diferentemente, con
eficacia distinta, según la estructura política del Estado , y aunque él se refiere
exclusivamente a los tipos de democracia, conviene ampliar la visión a los diversos
regímenes políticos para hacer una . En este tipo de regímenes la opinión pública está,
por consiguiente, dirigida y controlada desde el aparato oficial. Por supuesto que en ellos
podrá existir una opinión pública espontánea adversa al partido en el poder, pero no tendrá
posibilidades de expresión en los medios de comunicación, e incluso en la comunicación
directa estará restringida por la interferencia que en la vida privada: realiza el aparato
policial del Estado. Por consiguiente, las limitaciones a la libre expresión de la opinión
pública y, más aún, a la libertad para incidir en ella por parte de los medios de
comunicación de masas, sólo aparecerán como salvaguardia de los objetivos y ejercicio
del poder político. Dicha intervención ofrece en estos regímenes dos formas simultáneas:
el control por los órganos estatales de ciertos medios de comunicación (televisión,
emisoras, prensa) y no de todos estos medios, ya que normalmente el Estado reconoce a
los particulares el derecho a poseerlos también, lo que les diferencia de los regímenes
totalitarios en que los medios de comunicación son monopolio exclusivo del Estado, por
lo que puede hablarse de prensa oficial y prensa no oficial, y el control de la prensa y de
los medios de comunicación no oficiales por la censura oficial.

V. OPINIÓN PÚBLICA, <CONSENSUS> Y LEGITIMIDAD

Admitir, sin más, que la opinión pública legitima los sistemas políticos, la autoridad
política de los detentadores concretos del poder y el ejercicio mismo del poder por parte
de éstos, es tanto como pretender abarcar con el concepto de opinión pública nada menos
que toda la teoría de la justifica' ción' del poder y del Estado. Por supuesto, que dentro del
contenido de la opinión pública, es decir, de la opinión política del público en general,
juegan las doctrinas políticas como ideas que la gente «tiene» o como creencias en que la
gente «está», pero, el verdadero consentimiento popular legitimador del sistema o de la
autoridad políticas, al margen de las formas consolidadas de expresión formal del mismo,
necesita de un concepto diferente al de opinión pública, pues éste no es más que eso,
«opinión», y toda opinión, por el hecho de serlo, se ofrece al contraste con otras. Cuando
nos referimos al consentimiento popular sobre los fundamentos de la comunidad política
misma y su organización fundamental, el término más adecuado tal vez sea el de
consensus, como propone Sánchez Agesta, siguiendo a Lasswell, pero sin añadirle el
sustantivo de «opinión». La idea de consensus tiene una acuñación doctrinal, por ejemplo
en Gabriel Tarde, que la denomina «tradición», distinguiéndola de opinión y moda, y que
llega a nuestros días con autores como Key, que distingue entre consensus y «pautas de
conflicto» o como Sauvy, que lo hace entre «posiciones permanentes» y «corrientes de
opinión».

Este último es el marco donde se desenvuelve la opinión pública política, que, a su vez,
trata de legitimar o restar legitimación a los detentadores concretos del poder. Por
consiguiente, la opinión pública legitima la autoridad política pero, dentro de la esfera
que en cada momento la sociedad estima como opinable. Hoy día las «tradiciones» en la
terminología de Tarde, «corrientes profundas» como las denominó Marcello Caetano,
comprendiendo en ellas «creencias, hábitos y tradiciones, sentimientos y hasta prejuicios
en los que se cimenta la vida social», que son las que pueden considerarse consensus de
forma más inequívoca, las que, repito, se encuentran fuera de opinión si bien se entrelazan
también con opiniones sujetas a debate, son cada vez más inestables y descienden con
frecuencia a la situación de ideas opinables que se encuentran en tela de juicio.

También podría gustarte