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RESUMEN
Autor:
Doris Gregoria Jeri Santallana
Asesor:
Enrique Jordán Laos Jaramillo
Lima – Perú
2021
I. PRECISIONES TERMINOLOGICAS
En tal sentido, nos parece correcto hablar de formas políticas de Estado, no tanto porque
las formas jurídicas sean una clasificación insuficiente u obsoleta, sino porque no reflejan
la realidad, sino tan sólo un aspecto de ella. En consecuencia, un adecuado manejo del
aparato normativo nos obliga necesariamente a conocer la distribución normativa que
tiene cada Estado, pero nuestro conocimiento sería incompleto si dejáramos de lado las
formas políticas de Estado, que nos permiten ver con más claridad su funcionamiento.
Por lo mismo que lo político es mudable y cambiante, es que las formas políticas han sido
varias y muy diversas en el decurso histórico, pero en términos amplios, se acostumbra
ubicar a los Estados modernos Estado autoritario, del cual son ejemplo sobresaliente las
dictaduras que surgieron en la Europa de entreguerras, y que han tenido larga duración
Estado marxista o de derivación marxista, modelo que, como se sabe, ha empezado a ser
objeto de revisión desde el inicio de la perestroika. Vinculado con el concepto de formas
de Estado, la literatura jurídica francesa, como ya hemos señalado, prefiere hablar de
regímenes políticos, concepto bajo el cual se engloba todo un modelo dentro de sus
grandes coordenadas políticas, jurídicas, económicas e históricas, útiles para ver el
manejo y el desarrollo del aparato jurídico.
Estos esquemas han cambiado muy poco, y más bien se han dado numerosos afinamientos
en torno a las formas de Gobierno, generalmente vinculadas a la forma de elección o a la
forma como se accede al poder. Sin embargo, esta formulación clásica, que atiende tan
sólo al titular, ha sido cuestionada modernamente, pues ahora se insiste de manera
especial en cómo se organiza y ejerce el poder en el interior del Estado y la forma como
los órganos estatales orientan la política y coordinan entre ellos. La primera sería una
forma de Gobierno en sentido estricto; la segunda lo sería en sentido amplio. Muchos
autores prefieren hablar para el último supuesto de sistemas de Gobierno.
Ahora bien: entre las formas de Gobierno en sentido amplio o moderno se acostumbra
considerar actualmente a las siguientes: presidencial, parlamentaria y de asamblea.
En tal sentido, preferimos el concepto de sistemas de Gobierno, pues nos parece más
conveniente y, terminológicamente, más preciso que el de formas de Gobierno en sentido
amplio. Debemos, finalmente, mencionar que, en su sentido coloquial, muchos utilizan
los términos modelo, régimen o sistema sin vinculación con las formas de Estado o formas
de Gobierno, y en un sentido no técnico, que se emplea indistintamente para calificar a
cualquiera de ellas, lo que se aprecia fácilmente por el contexto dentro del cual se
emplean.
RESUMEN
Autor:
Doris Gregoria Jeri Santallana
Asesor:
Enrique Jordán Laos Jaramillo
Lima – Perú
2021
1. ESTADO Y SISTEMA POLÍTICO
La conceptualización del Estado como sistema político emerge en el marco de la
Teoría General de Sistemas, que surge del contexto del estudio biológico
desarrollado por Ludwig von Bertalanffy a mediados del siglo XX y que propone
su aplicación analítica en otras disciplinas, incluyendo las ciencias sociales. La
teoría marxista y la funcionalista.
Para la primera, la formación social se integra con dos elementos que no tienen el
mismo nivel para la determinación respecto al desarrollo del sistema. Las
instituciones políticas, es decir el Estado pertenece al ámbito de la superestructura.
El factor determinante «en última instancia» es la base económica.
Este enfoque define cuatro funciones que deben ser realizadas por un sistema y
que se convierten en requisitos imprescindibles para atribuir efectivamente la
conceptualización de sistema social a un ente determinado:
La adaptación, que se configura por la relación del sistema con el medio exterior,
dentro del cual se encuentra y con el que, a su vez, interactúa. (Adaptation)
La persecución de objetivos, que consiste en la movilización de las energías del
sistema hacia las metas que se han propuesto. (Goal atteinment)
La de integración, que se define por las acciones que permiten mantener la
coherencia del sistema. (Integration)
Lo que denomina «latencia», que es la capacidad de motivación del sistema para
alcanzar los objetivos señalados. (Patern-maintenance)
2. DEFINICIONES DE SISTEMA POLÍTICO
Así, tomando Estado-Nación como muestra de estudio, en la concepción de
Easton se configura como un sistema complejo, dentro del cual los elementos que
lo integran, considerados como grupos o como individuos, interactúan de manera
muy intensa en función de ciertas pautas de comportamiento. De esta forma, para
Easton, lo que define a un sistema político es su función de distribuir valores que
la sociedad considera útiles como el dinero, la educación, el poder, etc. Dichas
interacciones operan mediante lujos entre entradas y salidas a través de un cambio
dinámico que se retroalimenta. Las entradas son las demandas, recursos y apoyos
que el sistema recibe de los actores de la sociedad.
Su modelo principal estaba orientado por una visión organicista de la política,
como si ésta fuera un ser vivo.
Éste concentra distintos elementos entre los que define:
Comunidad política: Grupo de personas vinculadas por una división
política del trabajo.
Régimen político: Conjunto de condicionamientos que tienen las
interacciones políticas, que se compone por:
– Valores: principios orientadores de la acción, objetivos a alcanzar.
Normas: elementos que explicitan qué procedimientos son aceptables en
la transformación y distribución de las demandas.
– Estructuras de autoridad: modelos formales e informales con los que el
poder es organizado y distribuido.
Autoridad: Característica común que poseen aquellos que ocupan roles
activos en la política que llevan a cabo la gestión política de un sistema:
poder legitimado.
RESUMEN
Autor:
Doris Gregoria Jeri Santallana
Asesor:
Enrique Jordán Laos Jaramillo
Lima – Perú
2021
1. CONCEPTO Y FUNCIONES
Podemos definir a los grupos de presión como aquellos grupos de intereses organizados
que no desean de forma directa el control del poder político sino sólo influir o presionar
a los centros de toma de decisiones, ya sea en el ámbito del Legislativo o del Ejecutivo y
de las diferentes organizaciones y administraciones públicas. Por tanto, se diferencian
claramente de los partidos políticos, porque éstos buscan directamente el poder político.
En cuanto a sus diversas estrategias y sus relaciones con el resto de actores e instituciones
al interior de un sistema político determinado, éstas varían de forma importante en
función de las estructuras políticas y las coyunturas históricas de cada uno de ellos. Éstas
son producidas por actividades, que no son independientes, sino que se articulan y
conjugan en torno a las decisiones. Los grupos responderían a esta suma de actividades,
cuya lucha determina qué decisiones se han de tomar. De este modo, y en especial para
estos autores, toda actividad política se reduce a una lucha entre grupos. En su aplicación
práctica, los grupos de presión aparecen en la política norteamericana en la década de los
años veinte. Jacqueline B. De Celis afirma que el término se usó por vez primera en una
campaña de prensa con el fin de remarcar la influencia oculta de ciertos poderes -o grupos
económicos- en el proceso gubernamental.
A favor de la expresión de grupos de presión, nos encontramos con textos como los de
Eckstein y Key -La política de los grupos de presión-, Stewart -Los grupos de presión
británicos-, Turner -La política en Estados Unidos-, Blaisdell -La democracia americana
bajo presión-, Mackenzie -Los grupos de presión-, Meynard -Los grupos de presión en
Francia-, Von Beyme -Los grupos de presión en las democracias- y un largo etcétera.
Por su parte, Finer -El Imperio Anónimo- utiliza por primera vez en 1955 el término lobby
para referirse a estos grupos. La expresión, tomada del corredor de los edificios
parlamentarios, indicaba que algunos grupos o individuos desarrollaban una actividad de
intermediarios, poniendo en conocimiento de los legisladores, o de los que participaban
o adoptaban las decisiones, los intereses y deseos de los grupos de presión. Por lo tanto,
en este contexto, la tarea específica de ejercer el lobby es una transmisión de mensajes de
los grupos de presión al centro de decisiones por medio de representantes especializados.
Década de los años sesenta será el cuarto momento asociativo, destacando el incremento
del activismo social, entre los grupos que se originaron en este período. Quizás nosotros
deberíamos añadir que en el caso europeo, y específicamente en el caso español, la
pluralidad de intereses y la expansión del asociacionismo también tienen que ver a partir
de la década de los años setenta del siglo XX con el proceso de transición política a la
democracia y lo que supone de desbordamiento de los canales partidistas
institucionalizados, especialmente en un contexto de fuerte crítica a los partidos políticos
tradicionales y a la «vieja» democracia representativa.
Su principal exponente es Robert Dahl -Who Governs? -, que partiendo del análisis de
una comunidad típica de los Estados Unidos, New Haven, concluye que las desigualdades
en los recursos políticos son un hecho, pero éstas presentan una tendencia no acumulativa,
es decir, que la forma en que los recursos políticos están distribuidos fortalece el
pluralismo, la poliarquía. El poder está disperso entre varios grupos de la sociedad, con
fuerza diferente, representando intereses diversos, y el proceso de intercambio de esos
intereses se realiza a través de los organismos gubernamentales. Las políticas públicas en
una democracia están condicionadas por los procesos de negociación de estos grupos, que
representan intereses diversos. La resolución de los conflictos, a través de la negociación
y el intercambio en mercados libres gobernados por un contrato social que hace
vinculantes las promesas, sería el ideal del modelo pluralista.
En los últimos años, y vinculado con el interés por el estudio de la elaboración, ejecución
y evaluación de las políticas públicas, se ha producido también una evolución en los
estudios sobre los grupos de presión. Así, del énfasis tradicional en las características de
las organizaciones de intereses se ha pasado a un análisis de las redes de políticas
públicas, donde las políticas emergen de la interacción de actores públicos y privados,
que actúan bajo unas determinadas estructuras, a medio camino entre las estructuras de
mercado y las estructuras jerárquicas, en ámbitos sectoriales o plurisectoriales y en
niveles locales, regionales, nacionales o internacionales. Se trataría, por tanto, de perfilar
cómo es la estructura/red de intermediación/juego de intereses en una sociedad con
respecto a la puesta en marcha de determinadas políticas.
FACULTAD DE DERECHO Y HUMANIDADES
RESUMEN
Autor:
Doris Gregoria Jeri Santallana
Asesor:
Enrique Jordán Laos Jaramillo
Lima – Perú
2021
I. LA OPINIÓN PÚBLICA Y LOS PODERES DE HECHO
Aun en las sociedades más desarrolladas, hemos de reconocer que la preparación del
público para ser sujeto autónomo de opinión resulta deficiente en muchos casos, y no sólo
por el grado de cultura que posea, sino también por su falta de interés. Consideran
tendenciosos, servidores de interés clasistas, etc. En última instancia, hay que considerar
que el sujeto politizado posee una inclinación a cribar toda información que le venga del
exterior a la luz de sus propios principios o «prejuicios», con lo que su opinión ante la
cuestión planteada por el medio informativo será-producto de un proceso-de
reelaboración por dicho sujeto. Lo que subyace en el fondo de la pretensión de elevar los
medios de comunicación de masa a cuarto poder, es poner de relieve la posible
usurpación, dentro de la idea de que democracia es el gobierno basado en la voluntad
popular. Voluntad popular por quienes controlan dichos medios.
Este pensamiento democrático ofrece la tentación de asimilar esa especie de plebiscito
cotidiano al que tiende la idea de «voluntad general» precisamente con la opinión
pública cotidiana, siempre que ésta pueda ser conocida con facilidad por los órganos
del Estado, es decir, por los mandatarios del pueblo soberano, en expresión
rousseauniana.
III. PARTIDOS POLÍTICOS Y GRUPOS DE PRESIÓN EN LA FORMACIÓN DE LA
OPINIÓN PÚBLICA
Las anteriores afirmaciones son generales para cualquier tipo de régimen político actual,
aunque se vean contradichas por algunos autores que, estudian' do regímenes concretos,
conceden a la opinión pública de esos países una importancia extraordinaria. Así, por
ejemplo, Jiménez de Parga, estudiando el sistema británico, afirma, siguiendo a Jennings,
«que en Inglaterra manda la opinión pública» . En mi opinión, tanto esta apreciación
referida a la política inglesa como a otro régimen político actual, es superficial, porque
un análisis más profundo de la formación de la opinión pública nos lleva, en todo caso, a
unas conclusiones diferentes. Podríamos distinguir entre opinión pública espontánea y
opinión pública elaborada. Una ciudad, una explosión de gas debida tal vez a negligencia
de personas u organismos públicos, un secuestro político, hacen reaccionar al público
creando en él una opinión sobre política económica, sobre política municipal o sobre
política criminal. La opinión aquí es difusa y se propaga directamente o con ayuda de los
medios de información. Esto último tendrá lugar cuando el Estado o el Ayuntamiento se
defiendan de una opinión espontánea adversa, o cuando los partidos políticos en la
oposición intenten aprovechar ese estado de opinión, manipulándolo de forma
conveniente para que la opinión se transforme en opinión desfavorable al partido en el
poder, al alcalde, etc. Aquí se habrá intentado transformar una opinión espontánea en otra
que hemos de calificar de elaborada.
Pero puede ocurrir que sean el Estado, los partidos o los grupos de presión quienes utilicen
los medios de comunicación para crear una opinión pública sobre una cuestión respecto
a la que antes no existía. Los partidos políticos actuales constituyen, hoy día, el principal
catalizador de la opinión pública. El partido se presenta siempre atento a esa opinión
popular, pero no es un simple mediador o «vocero» entre la opinión espontánea y los
órganos del Estado. El partido político es cierto que procura presentarse como atento y
acomodado a la opinión pública, pero la polariza hacia sus propios fines, tanto la
espontánea como la creada por él mismo.
IV. ESTADO Y OPINIÓN PÚBLICA
Por otra parte, como subraya Mac Iver, la opinión pública opera diferentemente, con
eficacia distinta, según la estructura política del Estado , y aunque él se refiere
exclusivamente a los tipos de democracia, conviene ampliar la visión a los diversos
regímenes políticos para hacer una . En este tipo de regímenes la opinión pública está,
por consiguiente, dirigida y controlada desde el aparato oficial. Por supuesto que en ellos
podrá existir una opinión pública espontánea adversa al partido en el poder, pero no tendrá
posibilidades de expresión en los medios de comunicación, e incluso en la comunicación
directa estará restringida por la interferencia que en la vida privada: realiza el aparato
policial del Estado. Por consiguiente, las limitaciones a la libre expresión de la opinión
pública y, más aún, a la libertad para incidir en ella por parte de los medios de
comunicación de masas, sólo aparecerán como salvaguardia de los objetivos y ejercicio
del poder político. Dicha intervención ofrece en estos regímenes dos formas simultáneas:
el control por los órganos estatales de ciertos medios de comunicación (televisión,
emisoras, prensa) y no de todos estos medios, ya que normalmente el Estado reconoce a
los particulares el derecho a poseerlos también, lo que les diferencia de los regímenes
totalitarios en que los medios de comunicación son monopolio exclusivo del Estado, por
lo que puede hablarse de prensa oficial y prensa no oficial, y el control de la prensa y de
los medios de comunicación no oficiales por la censura oficial.
Admitir, sin más, que la opinión pública legitima los sistemas políticos, la autoridad
política de los detentadores concretos del poder y el ejercicio mismo del poder por parte
de éstos, es tanto como pretender abarcar con el concepto de opinión pública nada menos
que toda la teoría de la justifica' ción' del poder y del Estado. Por supuesto, que dentro del
contenido de la opinión pública, es decir, de la opinión política del público en general,
juegan las doctrinas políticas como ideas que la gente «tiene» o como creencias en que la
gente «está», pero, el verdadero consentimiento popular legitimador del sistema o de la
autoridad políticas, al margen de las formas consolidadas de expresión formal del mismo,
necesita de un concepto diferente al de opinión pública, pues éste no es más que eso,
«opinión», y toda opinión, por el hecho de serlo, se ofrece al contraste con otras. Cuando
nos referimos al consentimiento popular sobre los fundamentos de la comunidad política
misma y su organización fundamental, el término más adecuado tal vez sea el de
consensus, como propone Sánchez Agesta, siguiendo a Lasswell, pero sin añadirle el
sustantivo de «opinión». La idea de consensus tiene una acuñación doctrinal, por ejemplo
en Gabriel Tarde, que la denomina «tradición», distinguiéndola de opinión y moda, y que
llega a nuestros días con autores como Key, que distingue entre consensus y «pautas de
conflicto» o como Sauvy, que lo hace entre «posiciones permanentes» y «corrientes de
opinión».
Este último es el marco donde se desenvuelve la opinión pública política, que, a su vez,
trata de legitimar o restar legitimación a los detentadores concretos del poder. Por
consiguiente, la opinión pública legitima la autoridad política pero, dentro de la esfera
que en cada momento la sociedad estima como opinable. Hoy día las «tradiciones» en la
terminología de Tarde, «corrientes profundas» como las denominó Marcello Caetano,
comprendiendo en ellas «creencias, hábitos y tradiciones, sentimientos y hasta prejuicios
en los que se cimenta la vida social», que son las que pueden considerarse consensus de
forma más inequívoca, las que, repito, se encuentran fuera de opinión si bien se entrelazan
también con opiniones sujetas a debate, son cada vez más inestables y descienden con
frecuencia a la situación de ideas opinables que se encuentran en tela de juicio.