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PILAR MÁYNEZ
Arthur, J.O. Anderson et al., Indian Women of Early Mexico, edited by Susan
Schroeder, Sthephanie Wood and Robert Haskett, United State of
America, University of Oklahoma Press, 1997, 486 p.
y gobierno? Las respuestas a estas y otras preguntas más las podemos encontrar
en este interesante volumen titulado Indian Women of Early Mexico.
Los catorce ensayos que aquí se concentran ponen de relieve las diferentes
funciones de la mujer indígena desde los inicios del siglo XVI hasta principios
del XIX en distintas latitudes del territorio mexicano. Estos trabajos son el
resultado de minuciosas investigaciones en registros locales de diversa índole y
en obras coloniales ampliamente reconocidas. Las pormenorizadas indagacio-
nes en los distintos archivos realizados por la mayor parte de los estudiosos
permiten, como se puede constatar en este libro, ir más allá de las someras
descripciones que sobre este tema se hallan expuestas en las crónicas
novohispanas. Representan otra opción para acceder al mundo de la mujer
indígena en un periodo nuevo de reajuste.
Fue sin duda la mujer, en primera instancia, la portadora de la vida. La
importancia de su rol procreador queda ampliamente de manifiesto al
equiparársele con las funciones del recio guerrero que moría en la lucha o
capturaba a un contrario. Es la mujer el “corazón de la casa”, la protectora
de los hijos. Vírgen, limpia y pura de corazón debe ser, según los principios
mexicas, antes de casarse; respetada, trabajadora y resuelta, al ser mujer madu-
ra. En este sentido, encontramos también en los ensayos referencias que nos
remontan a la cosmovisión y estructuras de la sociedad indígena precortesiana.
Escuchamos así la voz de los huehuetlahtolli que reproducen el pensamiento
ancestral mesoamericano, pero también textos de contenido ya netamente
cristiano, en donde quedan de manifiesto los atributos de la mujer virtuosa.
Durante la colonia fueron frecuentes los matrimonios entre hombres espa-
ñoles y mujeres indígenas procedentes, por lo general, de la nobleza. Las alian-
zas a través de esta institución convinieron en gran medida a los primeros,
pues constituyeron una atractiva forma de que los nuevos colonizadores se
hicieran acreedores a grandes extensiones de tierras, mediante las dotes confe-
ridas por los padres de sus esposas. Esto se puede ejemplificar con el matrimo-
nio de doña Ana, hija del rey Nezahualpilli, la cual contrajo nupcias con el
conquistador Juan de Cuéllar, quien obtuvo así posesiones territoriales en
Acolhuacan. Particularmente significativa resulta la referencia de una posible
exclusión de las mujeres indígenas casadas con españoles, por parte de las
esposas españolas en el ámbito social. Quizá las primeras conformaron su
propio círculo ajeno al de las europeas.
Fueron las mujeres participantes activas en los procesos legales ya
como litigantes ya como testigos de testamentos. Estos documentos,
según lo comprueban algunos autores de este volumen, constituyen un
material iluminador sobre la vida privada del mundo indígena que
pone, incluso, al descubierto las relaciones de parentesco.
El estado civil influyó muchas veces de manera determinante en el
status de la mujer india en el México colonial. Privilegiadas fueron en
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este sentido las viudas que representan, según un estudio, el mayor número de
terratenientes independientes de las comunidades indígenas.
Las mujeres lograron trascender el ámbito doméstico; traspasa-
ron, así, los campos en los que tradicionalmente han sido ubicadas.
Tuvieron algunas de ellas injerencia directa en funciones políticas y
fueron en ciertos casos parte fundamental en las decisiones de gobier-
no. La viuda de un alcalde de Achichipico, por ejemplo, promovió
la remoción de un gobernador corrupto, y hubo, quienes como doña
Josefa María Francisca de Tepoztlán, hicieron de la lucha política su
quehacer cotidiano.
No sólo en la región central del México novohispano encontramos
a la mujer como testigo o litigante en procesos legales, como propieta-
rias de importantes bienes, o como activistas. Gracias a los registros
preservados en el Archivo del poder judicial de Oaxaca, se puede co-
nocer su participación en las cortes durante un extenso periodo. Por
otra parte, se sabe que las cacicas mixtecas ocuparon posiciones privile-
giadas, e incluso las aumentaron después de la conquista. Dueñas de las
mejores tierras de riego, de depósitos minerales, así como de animales
de carga, las cacicas de Huajuapan-Acatlán, por ejemplo, continuaron
ocupando posiciones de importancia hasta la mitad del siglo XIX.
Las mujeres, asimismo, actuaron al lado de los hombres en rebelio-
nes y motines de resistencia. Específicamente las mayas participaron
en la revuelta tzeltal ayudando a construir barricadas y trincheras a fin
de dificultar el acceso a los españoles, y se tiene noticia de que durante
el último periodo de pacificación en esa zona del sureste se distinguió
una capitana que encabezó el bando rebelde.
Lugar prominente en la historia de México ocupó, sin duda, una de
las indígenas que regalaron los nativos a Hernán Cortés. Bella e inteli-
gente, políglota y estratega, la Malinche o Marina fue un personaje crucial
en el momento del contacto entre los hombres del viejo y nuevo mundo.
Ejerció un poder determinante en las acciones militares llevadas a cabo
por los españoles y prefiguró la realidad mestiza del nuevo mexicano.
Quien desee conocer los diferentes papeles que desempeñó la mujer
indígena en distintos lugares de México, desde el área central hasta las
zonas fronterizas durante ese extenso periodo colonial debe consultar
este iluminador volumen. Fueron las mujeres indígenas agentes de la
continuidad cultural pero también promotoras del cambio. Fue la mu-
jer quien preservó las tradiciones y resguardó las costumbres, quien
mantuvo la cohesión familiar durante las ausencias del esposo. A veces
totalmente ajena al mundo español, defendiendo el orden de su comu-
nidad, a veces en un intenso intercambio con la sociedad mestiza y
católica que empezaba a emerger.
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PILAR MÁYNEZ