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La música ha sido un fenómeno cambiante.

A través de la historia ha sido un evento de


fundación de sociedad, de celebración, de religión, de control de la naturaleza, de
emancipación y de ocio. Son tantos los campos humanos a los que atraviesa la música
que parecería extraño no haber contemplado la música como un fenómeno
transdisciplinario (no es que no lo haya sido pero la reflexión sobre estas relaciones ha
tardado más tiempo en hacerse notar) A pesar de que en nuestro contexto actual
parece clara esta relación, siento que la pregunta que más peso tuvo en mi cabeza no
era la de Anthony Seeger: ¿Importa la musicología? Sino: ¿Por qué no existía? En la
lectura de Cámara de Landa se nos presenta el abanico, casi, inagotable de las
investigaciones en la musicología desde apreciaciones lingüísticas hasta técnicas
interpretativas, llegando casi a parecer más un glosario de investigación que un
artículo. Esto habla de la gran voluntad de cuestionarnos en la música.

La musicología no es una herramienta. Podría ser más un conjunto de saberes


entrelazados con la música como su punto en común. Sin ánimos de dispara muy alto,
podría decir que pensando en los textos de Boaventura de Sousa Santos, la música es
uno de los campos más prolíficos para la ecología de saberes. Pensemos primero en
que lado está la música en el pensamiento abismal, la música es un aspecto sin
abismo. Está en ambos lados, es comercial y es oculta. Da placer y explica
cosmovisiones. Pero se enfrenta con el gran regulador de las líneas abismales: la razón.

El reto de ser musicólogo no está en la música en sí, esta existirá sin investigadores. No
podremos explicarla ni anotarla, pero esta seguirá su propio camino. El reto es
presentar nuestros investigativos a un mismo nivel científico. Quizás esta barrera de
altura insospechada es la que ha impedido un comienzo temprano de la musicología,
pero esto nos lleva a otra paradoja: Sin método no habría musicología. Pienso que el
principal obstáculo del estudio objetivo de la música es el lenguaje. Nuestro pensar
tiene que recurrir a metáforas para acercarse a una explicación coherente; no hay
palabras específicas para explicar la estética en el arte, mucho menos para explicar los
detalles musicales. Incluso las metáforas que abordamos son subjetivas y tienen
repercusiones distintas en cada receptor. ¿Estamos abordando un campo inexplicable?
No, al contrario, siento que la consciencia de esté fin imposible es el que nos abre las
puertas a tantos cuestionamientos.

¿Qué ganaríamos en explicar cada fenómeno musical al detalle? Perderíamos el


ingenio y la creatividad del creador y del investigador. Entonces ¿por qué no hubo
antes musicología? Porque siempre ha existido. La música es un metalenguaje en la
función que explica nuestros aspectos propios de la vida y de la sociedad. Aspectos tan
grandes que requerirían de un lenguaje imposible para dar razón de ellos. Acá está el
verdadero potencial de la etnomusicología, no es un capricho investigativo de un
músico, es el cuestionamiento de la vida mediante un lenguaje encriptado.

Podría sonar paradójico el hecho de querer explicaciones con un idioma que no


podemos entender, incluso podría ser un acto estéril. Pero para eso sí sirve la
musicología, para eso sí es buena: para acércanos de a pocos a esas explicaciones sin
final. La investigación en la música ha sido un acto constante en nuestra historia, los
sistemas de prosa griegos, los rituales indígenas, la influencia en el soldado en campo
de guerra. Todos actos que nos definen y que la música construye.

¿Para qué es buena la musicología? Para derrumbar el pensamiento abismal. Para


dejar en claro que el lenguaje positivista descriptivo y la lógica no son los únicos
campos válidos de pensamiento. Que la integración entre cosmovisiones es el camino
por seguir si queremos abordar más aspectos de nuestro ser y nuestra comunicación.

Debemos igual ser consientes de nuestros logros y nuestras fallas. Acá recalco el
artículo de A. Seeger por presentar una visión crítica de las investigaciones. Mi visión,
utópica, de la música como herramienta para entender la vida presenta fallas en su
ejecución. El estudio de la música no significa un avance moral inmediato en la gente
que recibe esta información. Como lo recalca A. Seeger, vivimos en una época con un
fuerte sesgo racial y económico, y es la época que empalma con la constitución de
nuestro estudio ¿lo estamos haciendo bien? Yo creería que sí. Como lo propongo, nos
enfrentamos a un problema subjetivo con herramientas objetivas. No es una tarea fácil
y requerimos de un avance diario de nuestras investigaciones, es un trabajo
interminable, pero, siendo parte de la historia, nosotros tenemos el desafío de
continuar estudiando y demostrando el valor social de la música.

No estoy seguro si el rol de la musicología tendrá un futuro tan prospero como otras
carreras. Pero sí creo que los aportes que se han hecho y que se harán han tenido un
valor muy significativo. La enseñanza de cosmovisiones a través de la música y los
acercamientos a otras culturas compartiendo una acción común como la escucha son
formas de continuar borrando la línea abismal entre ambos mundos. La música ha sido
una herramienta que no se ha podido controlar ni entender del todo por el mundo
occidental, por eso su valor transgresivo en abordar el problema del abismo.

Es probable que el rol de la musicología pueda encontrar un punto muerto por el límite
del lenguaje o por la evolución o devolución de la consciencia social. Pero estoy seguro
de que todas investigaciones y aportes que se han logrado serán bases importantes
para la búsqueda de la compresión de la música. Al igual que la prosa griega, confío
que la próxima generación de personas que estudien la música usen nuestras bases y
sigan caminado a ese camino interminable de este lenguaje abstracto, quizás no con el
nombre de musicólogos, pero sí con ese ingenio tan humano como es la investigación-
creación. ¿Para qué es buena la musicología? Para seguir entendiéndonos.

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