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Índice temático
PREFACIO
a) La Astrología en nuestra sociedad está cumpliendo el
papel de Cenicienta .................................................. 7
1
PRIMERA PARTE
Cap. Uno: INTRODUCCIÓN GENERAL .............. 15
SEGUNDA PARTE
Cap. Cinco: LAS CASAS ASTROLÓGICAS
− El Ascendente ................................................ 97
− casa II ............................................................. 105
− casa III 113
− casa IV ............................................................ 123
− casa V ............................................................. 131
− casa VI ............................................................ 139
− casa VII .......................................................... 149
− casa VIII ......................................................... 157
− casa IX ............................................................ 169
− casa X ............................................................. 180
− casa XI ............................................................ 187
− casa XII .......................................................... 195
−
Apéndice:
EL DETERMINISMO ASTROLÓGICO:
DESTINO VS. LIBERTAD. LA POSIBILIDAD
Prefacio
La Astrología en nuestra sociedad está cumpliendo el papel de Cenicienta.
Si imaginamos a nuestra cultura como una gran familia, nuestra disciplina
está condenada por sus envidiosas hermanas a ocupar un papel secundario,
infravalorado. Los amantes de Cenicienta padecemos y nos rebelamos al
contemplar cómo la ignorancia y, en algunos casos, la envidia, intentan
eliminar el valor más preciado. Por ello los astrólogos tenemos un
complejo de inferioridad. Muchos no se dan cuenta siquiera. Esto
constituye un problema aún peor que el hecho de tenerlo pues. Cuando un
complejo es inconsciente, la persona actúa creyendo que no tiene
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problemas, cuando, en realidad y secretamente está poseída por él, sus
actitudes, comportamiento y afectos están teñidos de su presencia.
La Astrología puede ser muchas cosas, eso lo sabemos todos, desde un arte
mántico hasta una moda cultural, pasando por todos los grados de pseudo-
conocimientos psicológicos. Pero quizá la más genuina y valiosa es cuando
se revela como un saber esotérico. Mucha gente, en nuestro medio, utiliza
el vocablo esotérico sin tomarse la molestia de reflexionar seriamente sobre
lo que significa e implica. No se trata de atesorar montañas de información,
dominar infinidad de técnicas de las que uno se siente propietario, o
reclamar para sí el monopolio de la sabiduría. Al saber esotérico se le
defiende únicamente realizándolo en la propia vida. Y ahí está lo difícil,
pues ello implica plasmar uno de sus principales postulados: la unión de
conocimiento y vida. Y la vida o el destino, para cada individuo, es algo
único, un camino solitario en el que no sirven imitaciones ni verdades
válidas para todos. No se puede por ello encerrar a la Astrología en cotos
vedados u ortodoxias trasnochadas que descalifican a priori la diversidad
de enfoques y escuelas que se esfuerzan por dar forma propia a su
particular visión. El rechazo orgulloso y apriorístico es el camino trillado,
siempre se ha hecho así, más ello no quita que algunos veamos la fuerte
necesidad de esforzarnos para crear las condiciones en que se produzca
algo muy necesario: un debate auténtico. Es necesario un enfrentamiento
entre escuelas, autores y puntos de vista, pero siempre bajo un marco de
honestidad, que haga posible la crítica y la defensa sin que ello implique
caer en la paranoia, o sentirse perseguido o difamado por el oponente. El
debate es la única forma en la que los participantes revelan su auténtica
valía, por eso muchos le temen. Es debatiendo como podemos entre todos
llegar a discernir lo que realmente es válido de cada enfoque de lo que es
mera paja. Es en la tensión de enfrentar posturas diferentes donde puede
generarse un proceso de esclarecimiento por todos necesitado.
Esclarecimiento que no implica perder el respeto a los diferentes enfoques
ni creer que sólo algunos son los correctos. Todo enfoque que parta de un
trabajo serio tendrá buenos argumentos en los que apoyarse y a la
Astrología sólo se la puede defender con argumentos. Argumentos que sean
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fruto de un trabajo en el que no estén reñidos la exigencia de rigor y la
profundidad, con el maravilloso poder de la imaginación. Tarea harto
difícil, pero la única que puede satisfacer tanto la necesidad de crear y
acceder a nuevas formas expresivas y vitales, como la de lograr la base que
dé sustancia y consistencia a la obra realizada.
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Su enfoque respecto a lo simbólico resultó de tal coherencia, peso y
profundidad que logró que mi visión básica de la Astrología y sus
posibilidades sufrieran un proceso de síntesis y profundización muy
importantes. Ello se verá claramente a lo largo de este libro que, por lo
expuesto, mucho tiene que agradecerle.
Espero que con estas aclaraciones, el lector podrá apreciar mejor, tanto la
filiación del libro, como las deudas de gratitud de su autor para con los que
le han brindado su ayuda. Una ayuda que igual reconoce en las manos que
le abrieron puertas y le ensancharon el horizonte, como en aquellas otras
que, en momentos de crisis, su presencia y fuerza fueron un estímulo de
inapreciable valor para no cejar en la búsqueda. Hoy, de acuerdo con el
último autor, siento que la tarea a realizar, por cada astrólogo, es la de
esculpir con el propio cincel, o ahormar en -el crisol de las más íntima
subjetividad, una Astrología que contribuya a que nuestra profesión
recupere el brillo y la dignidad que le pertenecen. Brillo y dignidad "que en
sí ya posee pero que sólo podrán realizarse a través de la vida y obra de
todos los que a ella ofrecemos el fruto de nuestro esfuerzo, confianza y
comprensión.'
Capítulo 1
Introducción General
"Las casas, los países, como las constelaciones, son la pura imaginación de un orden que no existe. Todo
son puntos en movimiento. Cada luz, cada ser, cada ángulo están habitados por el infinito con su
disposición en dispersiones. Vemos una torre, una habitación, un sepulcro. Pero no vemos nada,
Bronwyn. No hay nada. Y todo conspira para fingir que existe, hasta mi corazón apoyado en mi cerebro."
J.E. Cirlot
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Cuando uno va al cine o asiste a una representación teatral, ocurre una cosa
muy peculiar: si la obra o la película es mínimamente buena, nos
sumergimos en ella y, pronto, nos olvidamos de nosotros. Nos convertimos
en el héroe o el villano, el amante o la amada. Bajo los efectos mágicos de
la identificación, desaparece la distancia entre el espectador y los actores.
Llega un punto en que sufrimos, reímos, sudamos o morimos al unísono
con los personajes fílmicos o teatrales.
Capítulo 2
La Astrología: ¿Ciencia o Arte?
"De la pura inteligencia no brotó nunca nada inteligible, ni nada razonable de la razón pura." Hóderlin,
Hiperion
"La Ciencia es el arte de crear ilusiones que el loco cree o discute, pero que el sabio disfruta por su be-
lleza o su ingenuidad, sin ser ciego al hecho de que es un velo o cortina humana que encubre la oscuridad
abismal de lo incognoscible."
C.G. Jung
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prácticas sociales, sino que edifica, a su alrededor, un mundo propio,
utilizando para ello, modos de conocimiento o tipos de consciencia que
permiten vislumbrar universos en nada parecidos al nuestro. Jung (17,d)
relata la interesante conversación que tuvo, en uno de sus viajes, con el jefe
de un pueblo indio:
"–Mira, –decía Ochawia Biano–, lo crueles que parecen los blancos. Sus
labios son finos, su nariz puntiaguda, a sus rostros les desfiguran y surcan
las arrugas, sus ojos tienen duro mirar, siempre buscan algo. ¿Qué buscan?
Los blancos quieren siempre algo, están inquietos y desasosegados. No
sabemos lo que quieren. No los comprendemos. Creemos que están locos.
"Le pregunté por qué creía que todos los blancos están locos. Me
respondió:
"–Dicen que piensan con la cabeza.
"–¡Pues claro! ¿Con qué piensas tú? –le pregunté.
"–Nosotros pensamos aquí, dijo señalando su corazón.
"Quedé sumido en largas reflexiones. Por vez primera en mi vida, me
pareció que alguien me había trazado un retrato auténtico del hombre
blanco... Este indio había acertado nuestro punto vulnerable y señalado
algo para lo que somos ciegos."
Este libro trata de una de ellas, la Astrología, quizá la más antigua, y quizá
la menos comprendida, sobre todo en la actualidad; en que una tradición
fuertemente cientificista pretende convertirla en una nueva ciencia, o en
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una técnica racional y objetiva. Se intenta legitimar la Astrología
haciéndola aparecer como una ciencia.
Existe una Astrología, así como existe una imagen del Universo no
científica, que se inscribe en una tradición esotérica o simbólica. No tiene
nada que ver con la ciencia, en el sentido moderno del término, pues no
pretende explicar ni describir cómo es el mundo, cómo es la naturaleza
humana, o como es una persona concreta. Una Astrología en que los
planetas son comprendidos y vividos como dioses y no como factores de
personalidad, o rasgos de carácter, etc. Pienso ahora en la afirmación de
Fernando Pessoa (23): "Los dioses no han muerto: lo que ha muerto ha sido
nuestra visión de ellos. No se han ido: hemos dejado de verlos; o hemos
cerrado los ojos; o una niebla cualquiera se ha interpuesto entre ellos y
nosotros. Continúan existiendo, viven como han vivido, con la misma di-
vinidad y la misma 'calma."
"El método estadístico –nos dice Jung (17,e)– muestra los hechos a la luz
del promedio ideal, pero no nos da un cuadro de su realidad..., si bien
refleja un aspecto indiscutible de la realidad, puede falsificar la verdad de
un modo muy engañoso... (pues) lo distintivo de los hechos es su
individualidad... Podría decirse que la realidad consiste en nada, salvo
excepciones a la regla, y que, en consecuencia, la realidad absoluta tiene
predominantemente el carácter de lo irregular.
Hay quien dice que la ciencia, en última instancia, no es más que un mito
(*), el de nuestra cultura, tan real para nosotros como lo fueron los espíritus
en otros lugares y, épocas. Hay quienes afirman, y entre ellos científicos
destacados, que el conocimiento científico resulta ser tan subjetivo como el
del brujo. Cada uno expresa sus imágenes acerca de procesos que no se
pueden ver para explicar los eventos que sí se pueden ver, como la bomba
atómica o un enfermo. No se trata de desdeñar a la ciencia, sino el afán de
algunos de convertirla en la única vía de conocimiento lo que puede acabar
paralizando o anquilosando otras posibilidades y modos que tal vez am-
pliaran nuestros, hoy en día, demasiado estrechos horizontes vitales. La
Astrología presenta un aspecto simbólico que no podrá agotarse en ninguna
regla estandarizada y tiene un cariz matemático, y por tanto absolutamente
"objetivo", que permite al incrédulo una demostración totalmente empírica
de su validez, es decir, de la verdad de su afirmación básica: la existencia
de una vinculación entre el Cielo y la Tierra, entre la vida de una persona y
la infinidad de estrellas que la contemplan.
Capítulo 3
El símbolo astrológico
Una fantasía alocada pero sumamente valiosa de Alan Watts (33) reza así:
"Todo ser vivo cree que es humano, tanto si se trata de una planta, como de
un gusano, un virus, una bacteria, etc. Todos los seres, sea cual fuere su
sistema sensorial, creen que están en el centro. Es decir, miren donde
miren, tienen la sensación de que son el centro del mundo, del Universo...
Por eso, todos estamos en el mismo lugar, todos tenemos por encima cosas
mucho más altas que nosotros mismos, y por debajo cosas que son mucho
más bajas que nosotros. Hay cosas a la izquierda y a la derecha, delante y
detrás. Tú eres el centro, en todas partes, siempre." Queda lejos la visión
científica en la que el mundo paulatinamente se transforma en un ámbito
opaco, disecado por la razón. Todo pierde vida, y con ella, sentido. Por
ello, no es de extrañar que Yourcenar (36) escriba: "Cuando todos los
cálculos complicados resultan falsos, cuando los mismos filósofos ya no
tienen nada que decirnos, es natural volverse hacia el parloteo de los
pájaros, o hacia el lejano contrapeso de los astros." Damos de tal manera
por sentado la validez indiscutible de las creaciones de la razón moderna,
que nos resulta casi imposible imaginar una perspectiva en la que la Tierra
sigue siendo el centro de mi Universo y el Cielo un ente vivo cuyo orden
inmutable y pleno de sentido es solidario de mi pequeñez aquí.
Las palabras y los libros, tiene un valor: reside en el sentido que esconden.
Ahora bien, este sentido siempre implica un esfuerzo que no puede ser
alcanzado por las palabras. Por ello, siguiendo a Octavio Paz, vemos dos
silencios: uno antes la palabra, es un querer decir; otro después de la
palabra, es un saber que no se puede decir. Como los místicos, que tanto
han dicho para decirnos que las palabras no sirven para dar cuenta de una
experiencia que es inefable. Mistos significa silencio. Silencio que es la
desnudez de uno frente a su propia verdad, la única válida. "Religar la
conciencia con el inconsciente, hacer simbólica la conciencia, es religar las
palabras con el silencio; dejar entrar el silencio. Si la conciencia sólo son
palabras sin ningún silencio, el inconsciente permanece inconsciente" (3)
(N. Brown). Existen las palabras cargadas de intención que son el ruido de
la existencia y existe la palabra que necesita del silencio para germinar, de
la oscuridad en la que se engendra en lo escondido del ser, y de la soledad
para revelarse. Una Palabra que nos preexiste y nos constituye y que
fácilmente el ruido hace desaparecer. Mas no por ello se pierde. La Verdad,
invulnerable como es, se retira pero deja un germen intacto: la necesidad
de sentido. Un germen que al despuntar aparece como supremo mandato al
que toda la vida puede llegar a obedecer. Un germen que al crecer deviene
en auténtica pasión. Pasión por la Verdad, búsqueda de su paradero, del
recinto interior donde el ser se dispone a la comprensión.
3.3 Lo simbólico
Todo lo que nos acontece está envuelto por el tejido de un mensaje que
proviene de más allá de lo meramente humano. Como si toda realidad del
tiempo y del espacio llevara siempre un velo que encubre un misterio. Bajo
este velo está oculta la auténtica verdad. El símbolo alza el velo para que la
esencia, al descubrirse, patentice lo Sagrado o lo Eterno como una
presencia permanente en nuestras vidas. Según dice Georges Gurvitch, (*)
los símbolos revelan velando y velan revelando. "La gloria de Dios es
ocultar una cosa, mas la gloria del rey es descubrirla; como si, conforme al
inocente juego de los niños, la Majestad Divina se deleitara en ocultar sus
obras a. fin de que se las descubra; y como si los reyes no pudieran
alcanzar mayor honor que ser los compañeros de juego de Dios"(**).
3.4 La Unidad
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Dicen antiguas doctrinas que existe una Unidad originaria entre el mundo
divino y el terrenal. Constituye un pilar fundamental de la tradición
esotérica, de la mística, y de algunas cosmovisiones pertenecientes a otras
culturas. Bajo las miríadas de formas que revisten los seres y los objetos
existe una misma realidad esencial, a la vez una y múltiple, material y
espiritual. Por ella se explica la existencia y la actividad de los seres, su
vida y su muerte. Realidad misteriosa expandida por todas partes, por
esencia refractaria a la definición, a la que solamente podemos acercarnos
por medio de imágenes y afirmaciones paradojales. Recordemos la singular
descripción de Lao- Tse: "El Tao que puede expresarse en palabras no es el
eterno Tao... Quieto en la acción, no puede ser nombrado. Puede llamársele
la forma de lo informe, la imagen de lo que no tiene imagen, lo fugaz y lo
indeterminable..."
3.5 La imaginación
"El acto de hablar –escribe Brown (3)–, así como el simbolismo, apunta
más allá de sí, al silencio, al verbo en el seno del verbo, al lenguaje
sepultado en el lenguaje; el idioma universal..., de antes del Diluvio o la
Torre de Babel; perdido aunque a mano, perfecto para siempre; presente en
todas nuestras palabras, pero sin pronunciar. Oír una vez más el lenguaje
primordial es devolver a las palabras su plena significación. Como lo hacen
los sueños."
"Hay una vía de comprensión –afirma Jung– que parte del respeto por el
misterio de otro ser humano. La comprensión es una fuerza oprimente y
terrible. A veces puede ser un verdadero asesinato del alma... el meollo del
individuo es un misterio de la vida que se «muere» cuando se le aprisiona.
Es por eso que los símbolos quieren -seguir siendo misteriosos... Yo creo
que la verdadera comprensión no comprende, pero vive y actúa... Debemos
bendecir nuestra ceguera ante los misterios de los otros, porque ella nos
resguarda de demoníacos actos de violencia. Deberíamos ser cómplices de
nuestros propios misterios, pero velar púdicamente nuestros ojos ante el
misterio del otro. En la medida que él es incapaz de comprenderse a sí
mismo, no necesita de la «comprensión» de los otros."
Por ello la Astrología no tiene que utilizarse para definir a las personas: tú
eres Libra y por tanto eres así, tienes esta cuadratura y or tanto tal conflicto.
Cada definición excluye .a su contraria, separa y encierra a lo definido, con
lo cual lo violenta. El símbolo por contra a busca la integración de los
contrarios. Por eso utiliza imágenes, pues éstas tienen en común el
preservar la pluralidad de significados de las palabras sin quebrantarlos.
Cada imagen contiene muchos significados contrarios o dispares, a los que
abarca sin suprimirlos. La imagen desafía el principio de la contradicción,
por eso es peligrosa, al enunciar la identidad de los contrarios atenta contra
los fundamentos de nuestro pensar.
Las palabras son una máscara que raramente expresan en forma correcta lo
que está detrás; más bien lo encubren. La inteligencia no es lo que importa,
sino la imaginación, nos recuerda Hesse, es con ella como se puede
comprender que el hombre retorna al Universo. La imaginación es fuente
de conocimiento y creatividad. Su abandono u olvido, en cambio, no sólo
empobrece la vida, sino que, como muy bien saben los psicoanalistas, nos
convierte en sus esclavos. Retorna en forma de fantasías que desde el
inconsciente, o desde el olvido, pueblan nuestra existencia de equívocos y
proyecciones. "E] hombre –nos relata Simone Weil (34)– debe realizar el
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acto de encarnarse, pues está desencarnado por la imaginación. Lo que en
nosotros procede de Satán es la imaginación." La imaginación puede ser
tanto fuente de luz como un oscuro pozo de desatinos. Todo depende de
nuestra actitud hacia ella. Si no la consideramos, nos traiciona, nos posee, y
entonces, imaginamos que amamos, imaginamos que sabemos, nos
imaginamos e imaginamos a los demás, pero desconectados del mundo de
la realidad.
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La Astrología puede llegar a ser una herramienta de inmensa utilidad para
establecer y mantener ese diálogo. Sus símbolos son excelentes
mediadores, cuya utilización consciente puede posibilitar una
transformación. Las imágenes inconscientes pasan a ser, a través del
trabajo simbólico, interlocutores de la divinidad. Los dioses nos hablan
cuando imaginamos o, lo que es lo mismo, las imágenes constituyen el
lenguaje de los dioses.
3.6 El mito
3.7 El misterio
(***) La afirmación Todo está en todo, es un flagrante atentado contra las leyes básicas de la
lógica que rige nuestros actos. Los axiomas fundamentales de nuestra lógica se reducen como
los axiomas de las matemáticas, a la identidad y a la contradicción. En la base de todos ellos se
encuentra la aceptación de un supuesto básico: todo algo tiene otra cosa contraria a él; por tanto
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toda proposición tiene su antiproposición, toda tesis su antítesis. El objeto se opone al sujeto, el
mundo objetivo al subjetivo, el yo al tú, el bien al mal, es decir A se opone a no-A. Nuestro
lenguaje es incapaz, por tanto, de expresar la unidad de los contrarios, esto es, otra lógica frente
a la que el lenguaje conocido siempre suena a absurdo: A es tanto A como no-A, todo es, tanto
A como no-A, A es todo. Pero vemos como incluso estas proposiciones formulan muy
pobremente lo que quieren expresar. De ahí la desconfianza hacia el lenguaje de los maestros
zen cuando arrojan a sus discípulos al fango porque quieren que se den cuenta que es mejor que
las palabras.
Capítulo 4
Los símbolos fundamentales:
el círculo, la cruz y los cuatro ángulos
Extrae primero el alma con firme persistencia. Ya en sus manos las parte, las clasifica.
Mas el espíritu —que mantenía unidas dichas partes— por siempre habrá perdido.
Goethe, Fausto
4.1 El Círculo
El centro, nuestro centro, es esta parte del ser que atento a todo, no se deja
avasallar por nada, no hay traición posible, pues desde allí no existe nada lo
suficientemente importante como para perder de vista al Todo, y sin
embargo, cualquier cosa, desde la más pequeña hasta la mayor, por el
simple hecho de existir, desprende tal aroma de divinidad que requiere o
exige una entrega total; un sumergirse en cada experiencia y sorber hasta la
última gota de su sustancia, pues de ella mana el alimento sagrado, ése que
nunca puede perjudicar.
Nuestra vida es, lo sepamos o no, una constante búsqueda de ese centro.
Vamos detrás de un anhelo: poder instalarnos en esta región virtual, pues
no ocupa espacio ni consume tiempo. Es como si algo o alguien en
nosotros supiera que sólo desde allí es posible acceder al sentido de nuestra
existencia, como si solamente desde este lugar el destino se cumpliera en su
plenitud y nuestra misión se realizara a sabiendas.
Una ley que encauza el destino y que obliga a conocer por igual el infierno
y el paraíso, el bien y el mal, el espíritu y la carne en una sucesión de
experiencias que se disponen como radios de una rueda giratoria y cíclica.
En ella, los caminos siempre implican un ir y un regresar paradójicos,
"continuar significa ir lejos, ir lejos significa retornar" Cuando la vida se
estanca, cuando la fuente se seca, aparece la necesidad de un nuevo sentido
que fecunde la existencia. Acceder a un nuevo sentido depende, muchas
veces de la disposición de uno a dejar que la vida le haga pasar vergüenza,
como cuando era niño. Esto significa un poder volver atrás. Todo progreso
implica simultáneamente una vuelta al punto de partida (lo que constituye
un tema mítico por excelencia: el regreso del héroe al hogar) y un avanzar
hacia lo desconocido de uno mismo y de la época en la cual vive.
El círculo revela que en todo hombre existen las reservas necesarias para
realizar lo que su propio crecimiento requiere siempre que, como dice el
poeta, tenga la humildad de aceptar las formas extrañas bajo las cuales
éstas se manifiestan (por eso, en muchos mitos, el héroe aparece como un
tonto en función de su "yo" futuro). Las reservas generalmente nos
aguardan en el hogar, aquello que dejamos en el camino en nuestros
orígenes.
4.2 La Cruz
Al igual que Cristo, cada uno ha de asumir su propia cruz. Cargarla a sus
espaldas y ponerse a andar. Muchos intentan dejarla de lado, e incluso
creen conseguirlo: "soy feliz -dicen-, la vida es para disfrutarla, sacar
provecho y nada más". Entonces la cruz se convierte en símbolo de la
fijeza, la detención y la solidificación. Lo estable que deviene estático y
duro. La dureza del cuadrado es lo opuesto a la blandura del círculo.
Nacemos blandos, pero enseguida nos cuadramos. Cuadrarse llaman los
militares a la acción de tensar el cuerpo y mostrar la dureza. Esa dureza que
cierra filas frente a las sacudidas del vivir. Priva de ser y, sin embargo,
parece que la necesitamos tanto, tanto la usamos, que convertimos la vida
en un largo laberinto en pos de la blandura perdida. Vivir es cargar la
propia cruz hasta que su peso ablanda la espalda, rebaja el orgullo y abre
canales al perdón.
4.3 El Horizonte
4.4 El Meridiano
Inauguramos con este eje lo que los filósofos denominan "la dimensión de
la verticalidad", es decir, la perspectiva que ofrece altura y profundidad a la
experiencia. Alcanzar la posición erecta, vertical, no sólo le supone al niño
la conquista de la autonomía en el movimiento, sino una toma de distancia
respecto al flujo de experiencias que constituyen la horizontalidad de su
vida. Es la adquisición de la perspectiva necesaria para poder evaluar su
experiencia desde una posición a la vez elevada, desapegada y global
(arriba), y profunda e implicada (abajo), lo que constituye el factor
imprescindible para la consciencia. La asignación tradicional de este eje
como perteneciente al espíritu, la entendemos, siguiendo la concepción de
Eskenazi (12,b), como el eje de la comprensión.
El Fondo del Cielo alude a esa oscuridad esencial que rodea nuestros
orígenes y la cual siempre se nos aparece bajo la forma del deseo. Esa
fuerza del deseo que desde siempre conmovió de tal manera al ser que sólo
podemos recibirla unida al miedo, a una inseguridad que baña el hondo
pozo de nuestra vida. Una inseguridad tan radical que para muchos es
mejor olvidarla, vivir como si fuera posible la seguridad, como si no
existiera ese abismo. Se puede vivir así, muchos lo hacen, pero siempre
acaban pagando un gran precio: un miedo les atenaza desde lo oscuro de su
ser, de tal modo, que en su vida ya no alientan el deseo. Podrán vivir mil
aventuras que sus miedos acabarán traicionando. En el fondo ya nada le
conmueve. Serán personas vencidas. El Fondo del Cielo nos exige el
confrontar nuestros orígenes. Allí siempre topamos con el deseo y con el
miedo. Con ellos a cuestas es preciso adoptar una actitud ante la vida, que
desprovista de la necesidad compulsiva de agarrarse a mil y una se-
guridades ficticias, nos facilite el coraje necesario para relacionarnos con
nuestros deseos y nuestros miedos, sin trampas ni tapujos.
4.7 El Ascendente
Si ello no ocurre surge entonces el símbolo del Medio Cielo como el dador
del auténtico poder. Un poder de concreción de las propias capacidades, un
poder terrenal que permite por fin llevar a cabo lo que uno se propone,
realizar las metas a las que uno aspira. Se trata de un poder actuar
verdaderamente, una capacidad casi mágica de conseguir lo que se desea.
Éste es el máximo logro, pero también puede llegar a ser el máximo
desastre, como muy bien advierte Castaneda en boca de su maestro: "El
poder puede devenir el más fuerte de los enemigos, transforma al que a él
se rinde en un hombre caprichoso, cruel, y muere sin saber realmente como
manejarlo. El poder es sólo una carga en su destino. Un hombre así no tiene
dominio de sí mismo." El poder posee al que lo posee. Es necesario darse
cuenta de que ni el-poder, ni la claridad, ni los deseos son de uno. Sólo así
se puede llegar a una posición que permita un cierto desapego. Desapego
necesario para enfrentar el reto que sobreviene a la hora del ocaso.
4.9 El Descendente
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4.10 El Tema Natal: Mándala de la individualidad
Su expresión mítica más universal es la historia del héroe. Ese ser que en
los mitos, leyendas y sueños, representa aquella aspiración, que en todos
anida, a realizar plenamente la totalidad del ser y con ello cumplir con el
destino. Se requieren para tal empresa las cualidades típicamente heroicas:
un arrojo, un coraje y una entrega, sin las cuales nadie es capaz ni siquiera
de partir del hogar. Héroe es el que se aleja de su hogar, realiza su propio
viaje en pos de ideales y quimeras que, tarde o temprano, le harán despertar
y así descubrir la recompensa, el "tesoro de difícil acceso". En el viaje
conoció la "noche oscura del alma", las amarguras del fondo del infierno:
"donde había pensado encontrar al monstruo, se encontró con un dios;
donde había pensado odiar al otro, descubrió que se odiaba a sí mismo;
cuando sentía que llegaba, justo estaba alejándose; y donde se había sentido
solo, vio que estaba con el mundo." J. Campbell (5).(*)
(*) Hablar de mitología tocante a la ciencia ha de parecer a primera vista un contrasentido pues
nos han hecho creer que precisamente ella había de ser la encargada de quitar la vida sus mitos,
sustituyendo la fantasía y la leyenda por una estructura de relaciones basada en la realidad
objetiva. La ciencia des mitologiza nos dicen, por ello la revolución científica fue un cambio
distinto a los precedentes que se limitaban a re-mitologizar, es decir, sustituir un sistema mítico
por otro. «Si pedimos a un científico, dice Roszak, que nos explique por qué la ciencia progresa
en tanto que otros campos del pensamiento se estancan o retroceden, nos hablará
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inmediatamente, a no dudarlo, de la «objetividad» de su método de conocer... ¿Estamos pues
empleando la palabra mitología ilegítimamente al aplicarla a la objetividad...? Creo que no.
Pues el mito es ese algo creado colectivamente que es como la cristalización de los valores
fundamentales de una cultura. Si la nuestra localiza sus más altos valores no en los símbolos
místicos, los rituales o las leyendas épicas de tierras y edades lejanas, sino en un modo concreto
de conocer, ¿por qué no habríamos de llamarle mito? El gran mito que controla nuestra cultura,
pues un mito tiene precisamente fuerza cuando lo aceptamos sin discutirlo.
(****) Para comprender dichos principios no basta la razón, es necesario ser capaz de
imaginarnos una época en que ésta no ocupaba el lugar en el que hoy está. Tendríamos que
remontarnos hasta aquel in illo tempore mítico en el que no se había inventado un mundo
objetivo. El hombre vivía rodeado de un Universo de presencias vivas. El mismo aliento vital
que anidaba en él constituía la esencia de todo cuanto le rodeaba. "La tierra era sagrada, no sólo
los animales, sino que las rocas, los árboles, las montañas, las fuentes y los pozos eran
receptáculos del Espíritu Universal, y por ello podían regalar sus dones fertilizantes,
terapéuticos y oraculares. El hombre no tenía ninguna pretensión de ser inteligente, sino que
estaba totalmente abierto a escuchar con una roca o a un roble tan sólo que manifestaran la
verdad. Estaba inmerso en un Universo y, por medio de una sutil trama de analogías y señales
mantenía un diálogo íntimo y permanente con todo lo que vive." (The Earth Sprit and its
mysteries)
Capítulo 5
Las casas astrológicas
"He apartado mis pies de la tierra; mis manos; de todas las manos, mis sentidos de todo objeto exterior; y
de mis sentidos mi alma... Ya no soy un hombre, no hay más que un movimiento. No hay más que un
origen. Sufro un nacimiento. He caducado. Cerrando los ojos nada me es externo; soy yo lo externo."
Claudel, Arte Poética
5.1 Introducción
Podemos imaginarnos cada casa como una apertura a la vida. Una apertura
por la que entra el fluido vital de nuestro destino. Fluido cuya sustancia lo
constituyen el mundo, los otros, y las circunstancias que vivimos con ellos
y por ellos. Por estas aperturas se cuela lo exterior solamente para fundirse
o amalgamarse con el flujo incesante de imágenes que constituyen el
mundo interior. De tal fusión surge nuestro destino como la concretización
de un proceso en el que resulta indivisible nuestra vida exterior de nuestro
mundo interior. Así como es uno es el otro. Hay quien vive de cara a la
acción y al mundo aparentemente objetivo de afuera. Son los extravertidos,
diría Jung. En cambio, la persona introvertida rehuyendo el mundo de la
acción y de las luces exteriores se repliega sobre sí misma, y en íntima
introspección vive atenta a sus vivencias interiores, al Universo de ideas,
fantasías, imágenes e intuiciones que pueblan su geografía interior. Son dos
caminos, o dos modos de vivir, igualmente válidos o igualmente equívocos.
Todo depende de la medida en que uno se da cuenta de las ilusiones que
fácilmente se ocultan en sus recovecos. Tan objetivo es el mundo interior
como el exterior e, inversamente, tan irreal es uno como otro. El grado de
credibilidad que le damos se relaciona con la consciencia. Ser conscientes
significa, aquí, ver la cualidad onírica de la vida que, apareciendo, en su
devenir temporal, ahora como suceso exterior, ahora como vivencia
interior, sólo deviene real si uno es capaz de relacionar lo exterior con lo
interior y remitir ambos a aquello que está más allá de los dos: lo eterno.
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Esotéricamente cada casa astrológica es la imagen de una búsqueda, un reto
y una necesidad. Búsqueda de la propia individualidad. El único tesoro que
podemos hallar, la mayoría de las veces oculto, tras las diferentes
circunstancias y avatares de nuestra existencia. Reto, el que nos plantea la
vida en cada situación: ser responsables de ella y ante ella. El simbolismo
de las casas nos ayuda para cumplir el sentido de las situaciones
determinadas que vivimos.
56
De hecho, el flujo de experiencias que inauguramos con el nacimiento
constituye un devenir en el que las situaciones, los fenómenos y los
acontecimientos, nunca son iguales. Cada uno de ellos es único en su
aparecer y desaparecer. Ello nos dejaría en el caos más absoluto si no
fueramos capaces de presentir o vislumbrar que, detrás del acontecimiento,
se adivina una dimensión que permite conferir a la experiencia un orden y
un significado. Atendiendo a dicho significado, todas las experiencias que
puede vivir el hombre pueden agruparse en un sistema de doce conjuntos
simbólicos que dan lugar a las casas.
Hemisferio Norte
Hemisferio Este
Hemisferio Oeste
Aquí tienen lugar las experiencias, cuyo común denominador es que nos
implican en una dimensión de relación íntima (Fondo del Cielo) con los
demás, y que suponen una exigencia de trato igualitario o cooperación, sin
el cual tales experiencias no dejan huella. En este hemisferio se da una
vivencia de lo inevitable, pues lo que nos ocurre estando con los otros
nunca depende exclusivamente de uno. El otro aparece más bien en nuestra
vida siendo portador de un poder o de una fatalidad que nace o proviene de
la oscuridad de nuestros orígenes (Fondo del Cielo), y que exige, bajo el
álgida de Venus, un compromiso en la relación, una relación comprometida
sin la cual resulta imposible asumir la responsabilidad respecto al Otro de
nuestras vidas.
Aparece aquí una nueva dimensión. Una vez construido el mundo interior y
personal es hora de enfrentar lo otro, un mundo que demanda de mí
cumplir con una tarea que en principio ignoro y que empiezo a descubrir
con la aparición del otro como par (VII). Aquel que me exige una relación
comprometida y responsable. Enfrentar al otro como un igual conduce a
una muerte. Muerte cuya puerta de entrada queda abierta por la aparición
de la oscuridad que subyace tanto al individuo como a las relaciones que
establece (VIII). El yo ha de desaparecer para dejar paso a un ser nuevo.
Una individualidad que ahora renace más completa porque ha entrado en
contacto con lo desconocido de su ser, con el propio deseo. Deseo que, una
vez confrontado, se transmuta en comprensión de uno mismo y del
Universo que le rodea, que le constituye y da significado a su existencia
(IX).
II-VIII. Eje femenino de las casas fijas. Todo aquello que se contrapone y
concretiza al eje masculino cardinal. Como casas femeninas la experiencia
es de receptividad. Son situaciones que se presentan siempre con un cariz
de fatalidad. La fortuna y la pobreza (II), la neurosis y las crisis (VIII)
siempre nos suceden inevitablemente.
El eje II-VIII nos confronta con la dialéctica del deseo, tanto en su forma
anabólica, asimilación, como en la catabólica, eliminación. Por tanto, nos
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pone en contacto con todo aquello que puede contribuir a integrar al
individuo en el flujo vital y a hacerle partícipe de su poder. Siempre que
este flujo no se intente cosificar (materialismo) o retener (avaricia, apegos).
Si esto ocurre, aparece la paranoia de la propiedad privada, con la
consiguiente reducción a objetos de todas las relaciones que el individuo
mantiene con su mundo. El deseo, que en su forma primaria es apetito,
deviene en voracidad. Una voracidad oral, fruto de un apetito insaciable,
que quiere poseer todo (11) y una voracidad de evacuación o de retención
(VIII) que necesita compulsivamente rechazar todo lo que no resulta grato.
La evacuación se refiere al imperioso impulso de cargar sobre otras
personas, agredirles y ensuciarles. Impulso que, en sus formas extremas,
puede alcanzar límites inhumanos, con bombas y fusiles simbolizando las
heces con que llevamos a cabo la matanza de pueblos y seres humanos. La
voracidad de retención implica esta negativa radical, de la gente que está
poseída por ella, a regalar y compartir el alimento, a permitir que los demás
participen y disfruten. Como cuando el niño retiene las heces que serían el
regalo para su madre. Como la de ciertas culturas (la nuestra) y ciertas
clases sociales que retienen para sí la inmensa mayoría de las riquezas y los
recursos sociales y materiales que todos podrían disfrutar.
La tensión del eje aquí expresada es la que se da entre vida pública y vida
privada, o entre la entrega a una causas impersonal y la satisfacción de mis
necesidades personales, íntimas o emocionales: La vida pública o
profesional como huida de la intimidad, o el refu- gio en una realidad
familiar que ofrece seguridad, para olvidar el cumplimiento con el mundo
de afuera y sus exigencias de esfuerzo y entrega a la tarea. Hay quien vive
y cree que las preocupaciones sobre la vida personal y sentimental (IV) no
tienen sentido frente a la entrega a un mundo con el que nos obliga un
mandato celeste (X). Hay quien ve en todo compromiso social el juego
oculto de intereses y maniobras de poder, de gente cuya vida afectiva está
66
frustrada.
V-XI. Eje masculino de las casas fijas. Implica la exteriorización del poder
creativo acumulado en el anterior eje fijo (II-VIII). Dicho poder tanto
puede surgir como autoexpresión creativa de la propia subjetividad (V),
como la elaboración de, o la adhesión a, una visión utópica, comunitaria y
universal (XI). Existe una íntima unidad entre la creatividad del individuo y
la del grupo al que de algún modo pertenece. Dicha pertenencia puede ser
consciente o inconsciente, concretizada o inconcreta, pero siempre afecta y
es afectada por ella. El grupo puede ser tan tangible como el formado por
todos los componentes de una escuela filosófica, partido político, o co-
rriente artística, o puede ser tan intangible como las ideas que flotan en una
sociedad o época determinada. Es el "espíritu de la época", que determina
tanto las necesidades creativas de los individuos y grupos, como los límites
y alcance de cualquier proceso creativo. La expresión creativa de este eje
está relacionada, a la vez, con el eje cardinal anterior. El grado de
seguridad emocional logrado y el tipo de metas y nivel de ambición (en el
sentido de entrega a una vocación y un servicio) condiciona por completo
la expresión de la fuerza creativa.
Quedan así seis áreas: 1-2, 3-4, V-VI, VII-VIII, IX-X y XI-XII. Lo que
simboliza tal agrupación es la existencia de una dualidad necesaria en el
establecimiento de cualquier realidad inserta en un proceso de despliegue.
Así, la propia identidad (I) halla su obstáculo y complemento en un mundo
de cosas materiales (II). El descubrimiento del mundo circundante (111)
necesita del reconocimiento de aquella parte de este mundo con la que me
relaciono de un modo especial (IV). La autoexpresión creativa (V) se
concreta y materializa en mi capacidad de producir objetos y realizar
actividades útiles para el mundo en que habito (VI). La capacidad de
relación queda simbolizada tanto por el grado de compromiso que
establezco (VII) como por el grado de implicación emocional del que soy
capaz (VIII). El acceso a una comprensión real de la vida y de uno mismo
se refleja en la capacidad de hallar una tarea o unas metas que significan la
culminación de la propia individualidad puesta al servicio de las fuerzas
que guían el destino (X). Por último el proceso de despliegue halla su
realización en la conexión con un tipo de experiencias cuyo común
denominador es el desprendimiento total del yo. Ello se da en la visión de
la entrega a una causa transpersonal (XI) que encuentra su concreción en la
capacidad de aceptar y asumir, plenamente el misterio que constituye el ser
(XII). Aceptación que pone punto final al descubrimiento de la propia
individualidad ahora inserta y participando en un Todo universal.
La agrupación por tríadas establece unas categorías que han dado nombre y
naturaleza a las casas y que constituyen la expresión en el simbolismo
astrológico del movimiento dialéctico implícito en todo proceso de
manifestación: tesis, antítesis y síntesis.
71
Angulares (I-IV-VII-X)
72
Sucedentes (II-V-VIII-XI)
Son las casas en las que se dan los procesos de cambio que permiten tanto
la conciencia de las tensiones como la búsqueda de su resolución: la
superación de las contradicciones. Casas de síntesis y de procesos
dialécticos en las que el hombre se ve sometido a vivencias de crisis que
estimulan la necesidad de transformarse y de permitir que se den los
cambios necesarios tanto en su vida personal como en la del universo que
ocupa.
Capítulo 6
Las casas una a una
El Ascendente
"Somos de la sustancia con que se hacen los sueños."
William Shakespeare, La Tempestad
"Existir es resistir, ser «frente a», enfrentarse." M. Zambrano, El hombre y lo divino
Lo que refleja el Ase. es, ante todo, al hombre como ser activo. Según
Spinoza, el hombre es lo que hace y se hace en su actividad. Es un proceso
permanente, un devenir que se ahoga con las definiciones. Escribe Ortega y
Gasset: "El hombre no es una cosa, sino un drama, un acto... La vida es un
gerundio, no un participio, es un faciendum, no un factum. El hombre no
tiene naturaleza, tiene historia." O más exactamente aún, el hombre quiere
vivir una historia, quiere dramatizarla, como afirma Bachelard, para hacer
de ella un destino. La identidad es, pues, un plan siempre en vías de
ejecución. No hay producto acabado, ni meta alguna a la que llegar la
identidad no se construye, sino que se defiende afirmándola en contra de
los que la quieren eliminar.
El Asc. está relacionado, en última instancia, con todas las situaciones que
vive el individuo, porque en todas le confrontan, de un modo u otro, con su
81
querer. Es el voto ergo sum, agustiniano, como raíz esencial de todo ser.
"Quiero antes de ser –enseña Savater (29,a)–, porque el primer propósito, el
primer anhelo del querer es ser. Querer, es querer ser plenamente." La
vinculación simbólica entre el Asc. y el signo de Aries puede entenderse
entonces como que es necesario enfrentarse, es necesario batallar. La
identidad propia, el ¿quién soy yo?, constituye una conquista a realizar. En
dicha batalla se ha de lograr una disolución de las estructuras de un falso
yo, que toda nuestra crianza nos impuso como molde de la propia
experiencia. La disolución de la autoimagen formada por la presión
constante que los otros han ejercido sobre nuestra vida. El signo de Asc.
puede ser el medio par excellence a través del cual ejercitemos una
voluntad autoafirmadora. Cómo queremos ser nosotros mismos. Entrar en
posesión de una identidad, no en el congelado sentido esencialista, sino en
el libremente cambiante, incierto, pero altamente activo sentido de ser uno
quien es. Para ello, no hace falta saber quién es uno, sino ante todo saber
que uno es una voluntad de ser. Lo otro, construirse un saber acerca de al
mismo, en el fondo, acaba en esa enfermedad que se llama "doble
personalidad" o, en términos morales, inautenticidad. Es necesaria una
crítica rigurosa de sí mismo y de la verdadera índole de sus relaciones con
los demás (VII) para darse cuenta de la propia "máscara". Máscara cuya
función consiste en defendernos de la mirada ajena, y por un proceso
circular que ha sido descrito muchas veces, de la mirada propia. Al
ocultarnos de los demás, la máscara también nos oculta de nosotros
mismos.
Casa II
"Mientras yo sea esto o aquello, o tenga esto o aquello, no lo seré todo ni lo tendré todo.
Despréndete de ti mismo, de suerte que ya no seas ni tengas esto ni aquello."
Meister Eckhart
Desde el punto de vista esotérico todo lo que nos rodea nos alimenta y
forma parte de la fuerza y los recursos puestos a nuestra disposición o
alcance para alimentar nuestro ser y, en última instancia, favorecer a la
vida. Éste es el principal reto de comprensión que esta casa nos plantea:
vivir el mundo particular que nos rodea como un universo de recursos
puestos a nuestro alcance para su utilización. El número dos aquí expresa
una dualidad esencial: yo y el mundo, el mundo como un apéndice,
instrumento o recurso del que obtengo mi alimento y lo ofrezco a los
demás. En este sentido tan válida es la vivencia de que todo lo que me
rodea me pertenece, todo es utilizable como recurso, como la contraria:
nada es mío, soy yo el que pertenezco a un mundo que exige de mí que lo
utilice para sus propios fines.
Los primeros objetos que constituyen lo que más tarde será la economía del
gasto y del ahorro son los propios excrementos. La educación de los
esfínteres se relaciona íntimamente con la ulterior capacidad de
desprendimiento, generosidad o apego y avaricia, que constituyen las
actitudes básicas, no sólo ante el dinero, sino ante todo lo que queda
87
revestido por un valor reconocido o alucinado como propio. Un aprendizaje
prematuro del control de los esfínteres da un énfasis en la retención.
Estamos en una cultura de constipados crónicos, de retención de los
excrementos y de depósitos bancarios que simbolizan la retención de la
riqueza social y material. La locura del dinero es acumularlo. Acumulación
como signo de bienestar y abundancia. Hemos de aprender que el bienestar
y la abundancia son un aspecto cualitativo de un modo de vivir, nunca una
magnitud cuantitativa, nunca un objeto del que podamos hacer acopio El
dinero es el medio por el cual liberamos el deseo, lo concretizamos, damos
existencia a lo que antes era pura imaginación. Es un vehículo, un puro
instrumento por el que discurre un poder inmenso: el flujo del deseo, de la
vida. Hay quien cree que atesorar bienes equivale a poseer la vida, y ésta es
inasible. Nuestra civilización a falta de otras realidades, hace aparecer al
dinero como lo sólido y auténticamente real, el único ídolo que adora.
En tal sentido, los recursos puestos a nuestra disposición tanto pueden venir
por lo económico, lo material, lo afectivo (una sonrisa, el apoyo de una
mano amiga), lo moral, etc. Siempre es la Diosa la que dispone de ellos,
siempre es un préstamo transitorio el que nos hace, siempre es de
agradecerle la fuerza que pone en nuestras manos. En realidad, tanto
podemos sentir que nuestra condición es la de ricos porque nos rodea
permanentemente la riqueza infinita de la Diosa, como comprender que no
hay tesoros materiales en el mundo que puedan paliar nuestra radical
pobreza.
Si insisto en perseguir algo que concibo como mío, como posesión personal
("mi" inteligencia, "mi" belleza, "mi" sabiduría, etc.) uno está en el fondo,
aunque no lo sepa, limitado, porque tiene objetivos limitados, porque se
define por lo limitado, porque vive ¡ve por y para lo limitado. Esto crea una
inseguridad y una inquietud que no solucionan todas las posesiones de la
tierra. Cuando se comprende y se siente que uno está unido, ya en esta vida,
al infinito, cambian radicalmente las actitudes hacia nuestros deseos. No es
que uno deje de desear, ni tampoco sirve la renuncia, pues ésta implica una
entrega, un aferrarse a la imagen del que renuncia. Lo que se puede lograr
90
es simplemente un aquietamiento del deseo, o una calma y confianza, pues
no hay deseo que pueda con el ser, porque se anula la distancia entre el ser
y el desear. Entonces ya no se cae tan fácilmente en la desesperación de ese
desear que sólo desea objetos, sino que se accede a la fuente del desear
mismo: La Fuerza de la Vida.
Los planetas en esta casa constituyen los dioses de nuestro deseo. Sus
imágenes forman la sustancia de nuestra vinculación básica con el mundo.
Bajo ellos y a través de ellos conocemos la codicia, la avaricia, el desapego
y la generosidad. Son los responsables, tanto de nuestro mayor desatino,
pues nos encarcelan en un mundo material y físico que alucinamos como la
fuente que nos alimenta, como del descubrimiento más preciado: confiar en
los propios recursos que siempre coinciden con los de la vida en su
totalidad, pues todo recurso mana de una única fuente: la Madre Naturaleza
que nos cuida y nos cobija. Sólo con dicha confianza y con el desapego
frente a las inseguridades del yo se pueden conocer los extraños vericuetos
por los que la Fuerza de la Vida pretende llegar a nosotros. Generalmente
lo hace por los canales más insospechados. Canales que han de pasar por el
dominio sagrado de los planetas que la casa contiene. Las experiencias de
riqueza y de pobreza económica no son la finalidad, ni se pueden
considerar a priori como positivas o negativas. Cuántas veces de una
experiencia de pérdida de los bienes, de la ruina económica puede surgir la
comprensión de los auténticos recursos que uno dispone. Y viceversa,
cuántas veces el enriquecimiento de una persona, la abundancia de bienes
materiales la coloca en una situación de extrema debilidad y alienación. En
la casa 11 uno puede llenar su vida de objetos y posesiones: sus bienes más
91
preciados. Pero cuando una vida se llena ya no cabe más, se produce un
estancamiento, pues uno viaja con exceso de equipaje. En tales condiciones
no es de extrañar que se invoquen experiencias de despojo, de un vaciar la
vida para que en el lugar desocupado pueda ser llenado de nuevas
realidades, de bienes aún por conocer, de recursos aún por descubrir, sobre
todo del recurso principal: la capacidad de gozar ligada al sentimiento de
gratitud por los bienes recibidos, por los dones ya atesorados.
Casa III
"Busca a tu contrario, que anda siempre contigo." Machado
"Yo soy yo y mi circunstancia."
Ortega y Gasset
92
La casa III nos enseña la primera dualidad vivencial y esencial. El
descubrimiento del otro es la caída de la omnipotencia. Ello puede ser una
experiencia sumamente edificante o destructiva. La sensación de sentirnos
solos en un mundo que está a nuestra disposición, da paso al choque de la
realidad social. De ahí puede resultar una herida narcisista en la que a partir
de ella, cualquier otro es un obstáculo a la expresión de mi voluntad, o
bien, la oposicionalidad básica que implica la relación puede convertirse en
un estímulo para el desarrollo de los poderes de adaptación.
Generalmente tenemos la idea de que el medio ambiente es eso que está ahí
fuera, como algo dado, estático, con lo que establecemos unas relaciones de
adaptación utilitaria. Ahora bien, en realidad dicho entorno siempre es algo
creado, es una creación de los propios medios y sistemas con que tratamos
de captarlo. Ello nos sitúa frente a una realidad hasta hace poco
inimaginable. También es frecuente el error de considerar el lenguaje como
algo neutro, que aprendemos de pequeños y que nos sirve para conocer lo
que nos rodea y comunicar los resultados de nuestras investigaciones a los
demás. "El hombre, afirma Wilheim ven Humdboldt (*), vive con sus
objetos siempre bajo la mediación de un lenguaje. Sus sensaciones y su
actuación dependen de sus percepciones, y éstas a su vez del lenguaje
utilizado. El hombre resulta una presa de su propio lenguaje, pues cada
lenguaje traza un círculo del que no es posible escapar sino penetrando en
otro." O, también, asumiendo el reto de intentar conocer el desajuste de los
instrumentos que empleamos con objeto de corregirlos, tarea por demás
harto difícil, porque supone poder utilizar los instrumentos para
autocuestionar su propio funcionamiento.
En realidad, todos los medios que hemos empleado para conocer el entorno
han modificado no sólo a éste, sino también a nosotros mismos. Por
ejemplo, la invención de la escritura, luego del alfabeto fonético, después la
imprenta, y hoy la revolución informática y electrónica, han sido, no sólo
meros inventos, sino verdaderos procesos de creación de mundos distintos
y de seres humanos diferentes. La aparición de un nuevo "medio" de
relación, adaptación y conocimiento ha conllevado inseparablemente una
nueva forma de ver el mundo. Ya no sentimos del mismo modo, ni
continúan siendo los mismos nuestros ojos y nuestros oídos antes y después
de la invención del alfabeto fonético o del ordenador.
No sólo hablamos español, sino que los hábitos creados por nuestro
alfabeto persisten en nuestro modo de captar el mundo, en nuestra
sensibilidad y en la disposición que damos a nuestro espacio y nuestro
tiempo en la vida diaria. Los hábitos perceptivos y comunicativos nos
hacen habitar el mundo de determinada manera. Manera que tendemos a
absolutizar como la única verdadera y posible, con lo que nos condenamos
a una realidad que quizá no sea la mejor de las posibles. Cada forma
cultural no es más que una forma de combinar el uso de los sentidos. A
mayor desproporción en el uso de uno de ellos cabe la sospecha de que
mayor es el peligro de la unilateralidad y la pobreza existencial.
98
El lenguaje, como expresión de la necesidad de adaptarnos a un entorno y
relacionarnos con él, resulta indudablemente un instrumento poderosísimo.
Tan poderoso que casi indefectiblemente esclaviza a quien lo utiliza.
Hemos visto que todo lenguaje tiene una doble faz, permite contactar con la
realidad, pero, a la vez, nos en-gaña y despista de ella. Por ello, cualquier
uso del lenguaje puede desembocar en un inmenso abuso, como es
excelente botón de muestra la publicidad moderna, los medios de
comunicación de masas, los discursos políticos, etc. El lenguaje, la mayoría
de las veces, carece de referencias sólidas, la mayoría de los discursos son
formales, sin contenido. Por eso Sócrates era tan consciente del en-gaño
que puede encubrir el lenguaje, por eso propugnaba como único imperativo
"conócete a ti mismo", lo que aquí significa; cono-ce tus insuficiencias y
limitaciones.
Detrás de todo ello, se deja ver una convicción mística: el lenguaje es una
facultad humana y sobrehumana a la vez. Eso los antiguos lo sabían muy
bien: nombrar un objeto era poseerlo. Lo que se nombra adquiere
existencia. Lo que no se nombra no existe. Para decir que no había cielo ni
tierra, el poema babilónico de la Creación, Enema Elich está redactado de
la siguiente forma: "Cuando arriba, el Cielo, no era nombrado, y abajo, la
Tierra, no tenía nombre..." Nosotros ignoramos casi todo sobre los orígenes
de la palabra. Las palabras, en otras épocas y/o culturas eran mucho más
que meros sonidos que designan o se refieren a realidades, eran la realidad
misma. Las lenguas profanas como la nuestra, no dan ninguna idea de ello.
"Las palabras no caen en el vacío", dice el Zohar. En las lenguas sagradas
cada palabra encierra una fuerza oculta. Hay una magia verbal en que la
sonoridad de los nombres propios de personas y ciudades despiertan ecos y
analogías ocultas. El timbre alto o bajo de las vocales, las consonantes que
lo componen constituyen además su realidad esencial. El hombre no sólo es
designado por su nombre propio: él es ese nombre. Así Abram sabe que no
tendrá un hijo, hasta que Dios le dice: "Tu nombre no se enunciará más
Abram, tu nombre será Abraham ya que te hago padre de una multitud de
naciones."
Los planetas en esta casa no sólo tienen que ver en la historia que tuvimos
o tenemos con el hermano. También constituyen las voces que pueden
ayudarnos a comprender el sentido y el papel que cumple el entorno
cultural en nuestra vida. Las relaciones que establece una persona con su
entorno pueden ser las de un monólogo o un diálogo. La primera lleva a
una actitud pasiva, uno vive sometido a las "influencias" que éste ejerce
101
sobre él, la segunda favorece un papel activo en que la inserción en el
medio social y cultural adquiere un relieve crítico y creativo, que permite
tanto que el individuo actúe como agente transformador, como que él
mismo desarrolle la capacidad adaptativa y de ajuste requerido por un
entorno en perpetuo estado de cambio y reajuste.
Casa IV
"Toda vida es un secreto; llevará siempre adherida una placenta oscura y esbozará, aun en su forma más primaria, un interior."
María Zambrano
102
En la casa IV descubrimos la foros et origo de toda experiencia. Es el ¿de
dónde vengo? La cuestión de los propios orígenes es quizás anterior a
cualquier otra. Incluso poder preguntarse ¿quién soy? en la casa I, implica
previamente un cuestionamiento del olvido que recubre y encubre nuestro
pasado. Y de ello trata el psicoanálisis: recordar y revivir un pasado que,
aunque olvidado, no está muerto, sigue presente, actuando y condicionando
la vida toda, el presente, el futuro, a través de la zona oscura de nuestro ser:
el inconsciente.
La casa IV refleja el trasfondo anímico del que una persona nutre al resto
de sus actividades vitales. Por ello se considera que expresa la raíz del
árbol, o los cimientos del edificio, dando a entender con ello, cómo una
persona podrá desarrollar su autoestima, su sentido de pertenencia y
enraizamiento afectivo. Hay una necesidad de agrupamiento humano que
se desarrolla por primera vez en el seno de una familia. Dicha necesidad, si
no es cuestionada, actúa inconscientemente como el principal obstáculo a
nuestra individualidad. "Hay numerosos tabúes en el sistema familiar –
afirma Cooper (8)–, de alcance mucho más amplio que el tabú del incesto y
103
el tabú contra la suciedad. Uno de ellos es la prohibición implícita de
experimentar la propia soledad en el mundo. Al parecer no hay muchos
padres dispuestos a dejar de estar con sus hijos el tiempo necesario para
que desarrollen la capacidad de estar solos.".
Hay que dejar el hogar alguna vez. Cada uno de nosotros somos miembros
de una familia, cada uno de nosotros puede y tiene que poner en duda sus
orígenes y su pertenecer a, y eso, a pesar de haber sido bien educado. "Es
necesario –nos dice David Cooper (8)–, re-visar nuestro pasado familiar,
recapitularlo todo para liberarnos de una manera más eficaz que una simple
104
ruptura o una separación geográfica, por violenta o tosca que sean una y
otra." Hay que abandonar el hogar para recobrar las propias raíces, el hogar
auténtico, la fuente interior. Ello supone la devastadora demolición de
nuestras estructuras de seguridad que han sido laboriosamente levantadas.
Hoy en día aún sabemos más, pues cargamos, no sólo con el lastre de los
105
equívocos que tuvimos con papá y mamá, sino también con el peso enorme
de un destino familiar: "Las investigaciones sobre la génesis de la
esquizofrenia en familias, -dice David Cooper (8)–, han mostrado con
claridad suficiente que la locura se hace inteligible cuando se entienden los
sistemas de comunicación-acción que trabajan en el seno de la familia
nuclear. Los más recientes desarrollos de estos estudios indican que es
importante tener en cuenta la tercera generación ascendente, es decir, los
padres de los padres del sujeto considerado loco, para profundizar
adecuadamente en esa inteligibilidad."
Jung aún va más lejos. Observó en sus pacientes que bajo determinadas
circunstancias emergía en ellos una serie de sueños y fantasías, cuyas
imágenes no encontraban explicación alguna ni remontando los datos de su
biografía personal, ni la de su familia. Con ello descubrió un nuevo
continente de imágenes, una tierra inexplorada en la que hunden sus raíces
nuestras vidas: el Inconsciente Colectivo. Si tales imágenes se han de
vincular con recuerdos, estos deberían ser de acontecimientos ocurridos en
un pasado remoto de la Humanidad. Acontecimientos que sobrepasan al
personaje concreto, más o menos minúsculo, que es el soñador. Se trata de
acontecimientos trascendentes, que se relacionan con una dimensión
atemporal, eterna, de la experiencia humana.
La casa IV exige una inmersión periódica en sus aguas. Esas aguas del
inconsciente que son la matriz de toda creatividad. Podemos titubear antes
de zambullirnos, por miedo a no poder salir. Podemos tiritar de frío una vez
dentro y desear salir antes de tiempo. Podemos abandonarnos al estupor del
frío y desear entrar en el sueño eterno. Esos son los peligros, pero la
recompensa es de un inapreciable valor: los miedos y las inseguridades ya
no paralizan la vida, pues la inmersión en lo hondo tiene por virtud un
cambio fundamental: se descubren las oscuras dependencias afectivas.
Estas relaciones que tras cualquier disfraz convencional ocultaban
necesidades emocionales insatisfechas y dependencias afectivas. Se descu-
bre, también, a dónde tienen que apuntar las necesidades emocionales para
no continuar generando dependencias. Se descubre, en definitiva, lo
ilusorio de toda relación en tanto que es vivida pomo algo a lo que cogerse,
lo ilusorio de cualquier lugar y situación como techo en el que cobijarse de
las tormentas del vivir.
La casa V
El número cinco es la expresión simbólica de una necesidad nueva. Es
signo de unión (dos –principio femenino– más tres principio masculino–),
número nupcial dicen los pitagóricos; implica una totalidad obtenida por un
centro que reúne e integra cuatro. Cuatro es la imagen de la estabilidad que,
en un nuevo estadio (el cinco), deviene en la necesidad de hallar un centro
el corazón-manantial que es pura creatividad. Al conseguir construir en la
propia vida un hogar seguro, un fundamento sólido, que como vimos no
pasa por lo que generalmente se cree, aparece el cinco como el inicio de
una tensión o urgencia que antes no se sospechaba: la creatividad, expresar
la propia sustancia individual. Si la individualidad es única, también lo ha
de ser su expresión. Por ello en esta casa aparece la creatividad como punto
de referencia e integración de la personalidad. En la creación se parte de la
conciencia de la separación y es una tentativa de reunir lo que fue separado.
109
Una vez recordado el pasado, una vez realizado el camino de inversión,
esto es, de ida hacia atrás, en busca de los propios orígenes,
una vez perdida la necesidad compulsiva de sentirse seguro y querido por
los papás y mamás que pululan por nuestra vida, podemos
recuperar la infancia. "Dejad que los niños se acerquen a mí", dijo
Jesús, sólo ellos pueden gozar de verdad, Sólo ellos pueden crear. Hay que
divertirse. Es preciso reencontrar las huellas de nuestra ilimitada capacidad
de pasión y goce que una vez tuvimos todos. Sólo los niños conocen la
Fiesta como una encarnación en el tiempo de lo atemporal, como una
irrupción de lo divino en la vida personal y colectiva. Las ceremonias,
festejos, ferias, etc., adquieren sentido sólo si despiertan la facultad de
maravillarse, de contemplar con el corazón. Este despertar es uno de los
retos de esta casa, un despertar que aquí es un recuperar algo que, como
adultos, todos añoramos. Son los niños los que no la han perdido. La fiesta
antigua estaba fundada en la experiencia de conectarse con una parte del
ser que al manifestarse hace a uno convertirse, de pronto, en el centro del
Universo. Y ello es porque lo divino ha descendido. En cambio, hoy, lo
único que se vive es un ocio envilecido. Es la fiesta de los grandes
imperios: el circo romano, las modernas "vacaciones" y el interés por los
espectáculos estúpidos.
Todo acto creativo que tal nombre merezca ha de contar con él. Su
presencia resulta imprescindible para alcanzar este estado del ser que se
denomina: ensimismarse, olvidarse de uno mismo para reencontrarse a sí
mismo pero transfigurado, hecho arte, embellecido en el máximo esplendor
del que uno es capaz. Todo ello recuerda en mucho al narcisismo
trascendental de Unamuno (31), un ansia de inmortalidad y autoafirmación,
"un entender el yo no como algo pasivamente recibido, sino como trofeo
que debía conquistarse a sí mismo para luego asentarse al resto del
universo, como un sello indeleble o un pendón victorioso". La creación
siempre implica salir del espacio y del tiempo que se habita. Sólo el niño
tiene esa capacidad. Con ello no sólo se viven espacios y tiempos distintos,
sino que también se conoce una nueva dimensión, un espacio atemporal o
un tiempo sin historia del que emana una de las fuentes esenciales de la
fuerza creativa: la espontaneidad.
Uno es su hijo, su obra, su amante, su juego. Ello puede dar lugar a las
manifestaciones más impersonales de contacto amoroso, el amabam amare
de S. Agustín, como a las formas más burdas de utilización egoísta del
mundo. Mi obra, mi hijo, mi amada, deviene el pretexto para sentirme un
dios, constituyen la audiencia imprescindible para que yo me escuche a mí
mismo. En un monólogo reiterado en el que sólo brilla el orgullo, la
pérdida de mis límites por el crecimiento de la auto importancia. Ya D.
Juan nos previene de ella. Constituye el peor enemigo, aquel que consume
la mayor cantidad de sustancia vital o de poder según sus propias palabras.
Las obras que uno crea, como los hijos, son independientes de sus autores.
Por tener vida propia, su significado varía para cada persona y, en distintos
momentos, también para una misma persona. Gracias a ellos penetramos en
otro mundo de sentidos y vemos nuestra propia intimidad bajo otra luz:
salimos del encierro.
El acto creativo parte de un estado de separación y constituye siempre una
tentativa de reunir lo que fue separado. Por eso Octavio Paz (22,a) es capaz
de decir: "En el poema, el ser y el deseo de ser pactan por un instante,
como el fruto y los labios. Poesía, momentánea reconciliación: ayer, hoy,
mañana; aquí, allá; tú, yo, él, nosotros. Todo está presente: será presencia."
115
Casa 6
"Sólo el médico herido puede curar."
Proverbio místico
116
El descenso del orden celeste que entra en contacto con la tierra tiene su
expresión más originaria en la noción del trabajo. El trabajo. es una
actividad humana, cuyo origen sagrado revelan los mitos y las religiones.
Cultivar el agro, trabajar los metales eran, para el hombre de las sociedades
arcaicas, modos de cambiar el ser de las sustancias. Las sustancias
participaban del carácter sagrado de la Madre Tierra. El hombre con su
intervención no sólo buscaba un beneficio personal, sino que "colaboraba"
en la obra de la Naturaleza. Como afirma M. Elíade (11), "hay algo común
entre el minero, el forjador y el alquimista: todos ellos reivindican una
experiencia mágico-religiosa particular en sus relaciones con la sustancia;
esta experiencia es su monopolio, y su secreto se transmite mediante los
ritos de iniciación de los oficios; todos ellos trabajan con una materia que
tienen a la vez por viva y sagrada, y sus labores van encaminadas a la
transformación de la Materia, su «perfeccionamiento», su transmutación»."
En tal contexto el trabajo está unido al acto ritual. Trabajar implica una
actividad mediadora entre el Cielo y la Tierra, por tanto el carácter sacro no
sólo recae sobre la actividad, sino también sobre los útiles que utiliza. El
arte de crear instrumentos y los instrumentos en sí son de esencia
sobrehumana. Todo trabajo tiene una meta simbólica: unir arriba y abajo.
Como aquel zapatero chino que alcanzó la iluminación realizando su labor
porque era consciente que cada vez que cosía dos suelas unía el Cielo con
la Tierra. Por eso, es preciso, no sólo trabajar, sino trabajar alcanzando la
máxima perfección. Aparecen, por tanto en esta casa la figura del Maestro
y la del aprendiz. Es necesario un largo aprendizaje, pues el maestro co-
noce la técnica: qué cosas utilizar y de qué manera, para que todo salga a la
perfección. La experiencia adquirida del maestro tiene como resultado un
proceso de refinamiento de los utensilios, su obrar ha alcanzado las
virtudes que el alquimista recomendaba para la Gran Obra: máximo
esfuerzo, máxima concentración y máximo amor.
Las máquinas que el hombre inventa para tales fines constituyen los medios
por los que se opera una doble transformación. La del mundo en que
vivimos y la del hombre que las utiliza. Surge de nuevo en esta casa la
relación dialéctica que ya vimos en la anterior casa cadente. Una relación
que si antes se daba entre dos polos interdependientes: un mundo que
percibo y con el que me comunico, y yo, ahora la díada se establece entre
un mundo sobre el que actúo, sobre el que imprimo la huella de mi obrar, y
yo mismo. Con nuestro obrar transformamos no sólo al mundo, sino a
nosotros mismos también. Esto ya lo percibió uno de los pensadores que
más penetrantemente reflexionó sobre dicha actividad humana, "el trabajo
–dice C. Marx en un pasaje de El Capital– es ante todo un proceso entre el
hombre y la naturaleza, un proceso en el que el hombre, mediante su obrar,
realiza, regula y controla sus intercambios con la naturaleza. Desempeña,
respecto de ella, el papel de un poder natural. Pone en movimiento las
fuerzas naturales que pertenecen a su naturaleza corporal: brazos y piernas,
cabeza y manos, para apropiarse de las sustancias naturales en una forma
utilizable para su propia vida. Al actuar así, mediante sus movimientos
sobre la naturaleza exterior, transformándola, transforma al propio tiempo
su propia naturaleza".
Uno de sus heraldos casi inevitables es el dolor. Abismo terrorífico para los
más, fuente de conocimiento para los menos. Huimos del dolor como si
fuera la peor de las maldiciones. Nuestro espíritu, acobardado y
entumecido por las mil comodidades de una cultura que ensalza la triste
huida frente a todo lo que altera su insaciable sed de placer y comodidad,
no tolera su presencia. Nos recuerda demasiado a la muerte, quizá. Al
dolor, como al virus o al microbio, lo consideramos un agente inútil, creado
por una Naturaleza ciega, idiota o mecánica, a la que hemos de corregir o
eliminar cuando no cumple nuestras expectativas.
Sólo unos pocos pueden convertir la experiencia del dolor en algo valioso.
Recibir el dolor no como un enemigo a destrozar, ni como un tormento a
aguantar. Sólo unos pocos pueden aceptar el dolor, abrazarlo al igual que se
abraza al más perfecto de los placeres. El dolor, como toda experiencia
humana, encierra en su corazón un tesoro, algo de mucho valor que el que
lo sufre podría incorporar; un mensaje de la Eternidad que podría escuchar
121
si tan solo estuviera lo suficientemente receptivo, sin resistencia, si tan sólo
fuera lo suficientemente blando.
124
Casa VII
"Todo crecimiento se delata en la búsqueda de un adversario potente."
F. Nietzsche, Ecce Homo
"Toda vida verdadera es encuentro."
"Cuando un hombre está con su mujer, el deseo de las colinas eternas les envuelve con su
soplo." M. Buber, Yo y Tú
Al igual que en la casa I vimos que no existe un yo como una esencia fija y
desprendida del mundo, la casa VII es la invitación a la búsqueda del tú
verdadero. El tú verdadero, de carne y hueso, no es el fantasma imaginario
que usualmente interponemos entre nosotros y los demás. Implica el
descubrimiento de la presencia. El tú cuando es presencia no tiene confines,
es un misterio, la relación que se establece es directa, sin prejuicios ni
defensas. Sólo ello posibilita el encuentro auténtico. "La relación y el
encuentro —dice M. Buber (4)— sólo se producen si hay presencia. La
desesperación, la angustia y el pesimismo aparecen en la medida que
desaparece la presencia en nuestras relaciones... (pues) los tús se vuelven
objetos entre objetos."
126
El Otro de la casa VII es mi par en tanto representa aquél o aquélla que
aparece en mi camino con una máxima exigencia: reconocer su radical
diferencia, su extrañeza y el misterio del que es portador. Esto implica un
cumplimiento difícil de realizar, pues preferimos cohabitar con lo conocido
más que con lo desconocido. Tergiversamos la extrañeza que el otro. es,
con nuestras propias fantasías. Hasta el punto de que casi siempre nos
encontramos no con otro real, sino con otro que es el portador de lo
imaginario en mí. Éste es el gran equívoco presente en toda relación, y a la
vez la gran posibilidad de lograr un conocimiento real de nosotros mismos.
El Otro es siempre, para uno, un ser que, a medio camino entre la realidad
y la fantasía, tiene como misión en nuestra vida, lo sepamos o no, favorecer
otro encuentro, esta vez interior. Un encuentro con aquellas zonas del ser
que sin un otro que las ejemplifica o las representa no podemos conocer.
Cada relación que tenemos en la vida, antes que nada, antes que padre, hijo,
amigo, enemigo, jefe, etc., implica ante todo la presencia de un tú, es decir,
una dimensión de la relación, cuyo símbolo fundamental es la casa VII,
porque toda relación, sea la que sea su expresión, necesita el
reconocimiento del tú como un igual y un extraño a la vez. Esto significa
aceptar del otro su totalidad y su libertad, reconocer a otro como portador
de un destino que ha de cumplir y que como él mismo, constituye un
camino único e irrepetible. Por tanto, toda relación con otro tiene un
significado que varía para cada miembro y que sólo se vuelve inteligible en
el contexto del destino de cada persona.
Al igual que en la casa I vimos que no existe un yo como una esencia fija y
desprendida del mundo, la casa VII es la invitación a la búsqueda del tú
verdadero. El tú verdadero, de carne y hueso, no es el fantasma imaginario
que usualmente interponemos entre nosotros y los demás. Implica el
descubrimiento de la presencia. El tú cuando es presencia no tiene confines,
es un misterio, la relación que se establece es directa, sin prejuicios ni
defensas. Sólo ello posibilita el encuentro auténtico. "La relación y el
encuentro –dice M. Buber (4)– sólo se producen si hay presencia. La
desesperación, la angustia y el pesimismo aparecen en la medida que
desaparece la presencia en nuestras relaciones... (pues) los tús se vuelven
objetos entre objetos."
129
En la casa VII aparece por primera vez la posibilidad de un encuentro, o de
unos encuentros que constituirán la vía, por excelencia, por donde penetra
el destino en nuestra vida. La casa del Tú que constantemente está presente
en nuestras vidas, esa pareja que constituye, a la vez, mi complemento y lo
que se me opone. En cada casa se da la posibilidad de una integración de la
personalidad, de la individualidad. Cada casa alude a un tipo de
experiencias que, si son asimiladas, uno puede surgir más completo, más
individualizado e íntegro. Aquí la integración es un resultado de cómo
vivimos y enfocamos los encuentros con aquellos que son mis pares. Mis
pares son mis parejas y mis adversarios. Los iguales a mí. Aquéllos cuya
altura da la medida de mi propia talla, como muy acertadamente recuerda el
refranero español: "dime con quién andas y te diré quién eres". No nos
damos cuenta hasta qué punto sobre el Otro reposa nuestro mundo. De su
presencia e influjo nace el Universo tal y como lo concebimos. Es el Otro
el que, a la vez, me impide y me permite ser yo.
Las únicas relaciones importantes, las únicas por las que vale la pena
soportar tensiones y problemas, son las que se dan entre personas iguales.
Para que eso suceda hay un requisito indispensable: que cada uno haya
asumido la responsabilidad de su vida. Sólo así es posible un compromiso
real entre pares. Aunque no es frecuente ver que la gente lo consiga.
Resulta tan cómodo y fácil tener alguien a quien echar la culpa. Uno es un
desgraciado, pero la culpa no es suya. Uno está fragmentado, pero se siente
libre de toda responsabilidad. ¿Qué ocurre si uno se hace responsable de la
propia vida? Algo terrible para muchos: que no se puede culpar a nadie de
la propia incompletitud o infelicidad, que no se puede seguir esperando de
los demás lo que nunca nadie podrá satisfacer.
Existen unas leyes que regulan la relación con el otro. Leyes que no
obedecen a las categorías morales usuales, sino que nacen de una especie
de necesidad universal. Por ello el signo de Libra rige esta casa. Con la
exigencia de equilibrio este símbolo recuerda que éste es la realidad
fundamental de toda relación. No el equilibrio entendido como una
ausencia de movimiento, sino el equilibrio como un factor dinámico que
favorece el crecimiento y el conflicto.
Sólo hay relación si somos capaces de encontrarnos con un tú, para ello es
necesario que los fantasmas que proyectamos sobre los demás vuelvan a su
lugar de pertenencia, esto es, uno mismo. Esto no se consigue fácilmente,
son necesarias unas experiencias cuyo símbolo se halla en la próxima casa,
la VIII. Son experiencias que persiguen el establecimiento de un diálogo
con las propias profundidades. Mientras no se consigue este diálogo,
tampoco se puede lograr un diálogo real con los otros. Cada uno habla
consigo mismo al hablar con los otros, y ni aun así se escucha. A la vez, lo
que los otros nos dicen llega siempre tergiversado. No hablamos con los
otros porque no hablamos con nosotros mismos. Con ello nos condenamos
a una sordera y a una ceguera que nos impide acceder al otro "que –en
132
palabras de O. Paz (22,b)– siempre es toda la humanidad reunida en un solo
individuo".
133
Casa VIII
..Quien desea pero no actúa, engendra peste." "Sin el animal en nosotros somos ángeles
castrados.
William Blake
134
con la oscuridad de sus poderes. Poderes que destruyen y regeneran, que
duelen y rompen. Entre las líneas de cualquier biografía no es difícil
reconocer sus huellas: neurosis, suicidio, la ansiedad, las obsesiones
sexuales, crueldades de todo tipo, delirios secretos, soledades no queridas,
etc.
Toda relación, al igual que cada participante, presenta una doble faz: un
aspecto consciente y un aspecto inconsciente. Si la casa VII representa al
primero, la VIII es heraldo del otro. A veces el aspecto oscuro de la
relación se manifiesta desde un principio, son las relaciones que nacen ya
problemáticas. Pero en la mayoría de veces eso ocurre tras un tiempo de
aparente concordia. Aparece el conflicto y el atasco; los dragones y los
monstruos poco a poco van despertando. Sus manifestaciones al principio
pueden ser muy sutiles: el deseo sexual desaparece, la intensidad y pasión
se esfuman, el interés hacia el otro decae, uno ya le conoce, lo cotidiano y
repetitivo se vuelve prominente. A ello le sucede una cierta inquietud que
se puede disfrazar de muchas maneras y se puede negar de muchas otras.
Posterior e inevitablemente se produce lo temido: la irrupción de lo
diabólico, de lo negado, de lo temido.
La casa VIII nos revela que cada relación con los otros guarda en su seno
una prueba, un tipo de experiencias que tanto pueden destruir a sus
miembros como ofrecerles la oportunidad de desarrollar su poder
emocional e instintivo. Desde tal perspectiva cada relación es un "campo de
batalla", en feliz frase de Liz Greene, es decir, cuando se vive una relación
auténticamente comprometida en la casa VII, tarde o temprano surge el
conflicto, y con él lo que de imaginario tiene el otro. Nuestros problemas
de relación, vengan por la vía del sexo, la soledad, el bloqueo afectivo, la
inseguridad, la necesidad compulsiva de control y de manipulación del
otro, etc., constituyen aquí la materia prima, la "masa confusa", el
ingrediente necesario para que en su momento estalle la tormenta. Cuando
lo hace aparece entonces el enfrentamiento con el otro, la crisis que,
acompañada con la aparición de síntomas neuróticos, depresivos, etc.,
inaugura el momento para iniciar un proceso. Un descenso a las propias
profundidades, sin el cual lo que se vive en esta casa es un perpetuo
infierno, o una permanente huida de las relaciones conflictivas con la
consiguiente condena a su repetición. Generalmente éste es el mecanismo
utilizado: huir de la real implicación; uno no se expone al mordisco de la
vida, una escapada del conflicto que asume tanto la forma de negación al
revestir la relación con una inmensa capa de mentira, hipocresía y
ficciones, o un convertir al otro en el demonio, el causante de todas las
desgracias y sinsabores de la relación. Uno es el que tiene la razón y el otro
es el que se equivoca o tergiversa las cosas. Nos convertimos en lobos con
piel de cordero.
En los conflictos de relación son las fuerzas del inconsciente las que se
desatan. Aparece nuestra naturaleza instintiva, lo queramos o no, con toda
su terrible y ambigua carga de lo oscuro en nosotros. Oscuridad portadora
de lo más equívoco de nuestros problemas irresueltos y también de lo más
poderoso en nosotros: el deseo instintivo. El deseo aquí se revela como la
fuerza del destino por antonomasia. Es el poder que nos obliga, con o sin
nuestra voluntad, a acercarnos a aquellos que luego se revelan como los
que van a completar la propia individualidad. El miedo al deseo es harto
comprensible. Dos mil años de una cultura y una religión divorciadas de
esta dimensión de la vida hacen que, o bien le huyamos, o bien le convir-
136
tamos en un pasatiempo más, en otra de las trivialidades en la que
queremos emborrachar nuestra memoria. El deseo, en cambio, e! una
fuerza sobrehumana, mágica, que habita en nosotros y de la que no nos
podemos desprender ni responsabilizar como si fuéramos nosotros los que
lo creáramos. Algo desea en nosotros y cabe la sospecha, como afirma
Eskenazi, que el deseo no sea esa fuerza ciega mecánica y compulsiva sino
que tenga un fin, un propósito, .que aun que desconocido por nosotros
siempre apunte a la posible integración de lo radicalmente ajeno a mí, pero
que también soy yo: el otro oscuro, el ánima y el ánimus junguiano.
137
convertimos en muertos vivientes y otra muerte a la que invocamos: la que
habrá de sucedernos para así renacer a la vida.
Las experiencias de esta casa conforman el primer acto de una obra que se
desarrolla y culmina en las casas XI y XII. Son las casas cuyos regentes
naturales son los planetas transpersonales. Ello indica que a partir de la
VIII se abre un abismo. Un abismo que pocos se atreven a traspasar. Por un
lado, los que se sitúan más acá de ese abismo son los que ni sospechan su
existencia. Viven las experiencias de estas tres casas en la completa
ignorancia de su posible significado y repercusiones en la propia vida. Para
ellos, que son los normales, la casa VIII es la de los marginados sociales:
delincuentes, terroristas, pervertidos, etc. La casa XI es la de los rebeldes,
excéntricos y los exiliados que por su visión utópica no encajan en su país.
Y en la casa XII están los desterrados. Aquellos que la vida ha dejado no ya
fuera de un país o de un orden social, sino que su destierro es de la realidad
entera. Habitan otro mundo. Un mundo reducido a lo ínfimo de un sistema
carcelario o un mundo expandido o integrado en lo infinito por su vastedad.
Los dos extremos son posibles. En cada extremo sobra algo en común: el
yo.
En realidad, tanto el deseo como la muerte son dos aspectos de una misma
derrota del yo. Por eso es en el fondo tan temido el deseo. Siempre se
presenta como lo que amenaza la existencia de un orden establecido. Si es
individual este orden es el reflejado por las relaciones ya instituidas, si es
social se trata del orden que impera a través de una moral y de unas
instituciones que la concretan. La casa VIII refleja las experiencias que
llevan al individuo a cuestionar y contestar a dicho orden. Dichas
experiencias son atraídas por el deseo, aunque el sujeto sea inconsciente de
él. Por eso es necesario, como afirma Eskenazi, seguir al propio deseo,
aunque con ello tiemblen nuestros montajes. Sólo así se podrá revelar una
140
esfera de la existencia, negada pero vitalmente necesaria, pues es aquella
que permitirá cuestionar aquello que nos sustenta e inutilizarlo tanto como
apoyó. Allí en lo más profundo y en lo más hondo yace lo-podrido, lo
olvidado, lo que debe expulsarle pues está contaminando toda la vida,
aunque no se sepa. Allí nos esperan las tinieblas más opacas que rodean
todo lo negado a la luz del día, pero también allí se hallan los tesoros
ocultos. Sólo aquél que no reniega de su deseo puede hallar la redención, la
transformación de los fantasmas que nos habitan y que, desde el olvido y
las profundidades, nos llaman. Cuando tal llamada no se responde los
mismos fantasmas se yerguen y en su venganza roban a la vida toda
plenitud, y al ser la posibilidad de un renacer. Es necesario que cada uno
viva sus momentos transgresores sin los cuales no es posible el auténtico
cambio que siempre pide una muerte que acabe con el miedo paralizador.
Miedo que condena a un eterno huir. Miedo que alimenta al yo usurpador,
que al no morir le condena a un vivir fragmentado, a unas relaciones en las
que nunca se asumen compromisos reales. Son vidas mentirosas y furtivas
en las que la institucionalización de las relaciones sólo oculta la hipocresía
y la muerte que secretamente las subyace. Hemos separado el vivir del
morir, con lo que vivir es una tortura diaria, dolor, confusión y desvarío
permanente. No sabemos morir y, por tanto, no sabemos vivir. Quien no
tiene miedo a la muerte no tiene miedo a la vida, y entonces, la vida y la
muerte son iguales. La muerte resulta un proceso de regeneración, aunque
doloroso, pero rejuvenecedor. De la muerte nace el deseo libre de ataduras
y temores. Sólo entonces puede el deseo conducir a una unión sexual plena.
El sexo no sólo tiene una función procreativa ni, como algunos piensan
hoy, de mero placer, Existe una dimensión esotérica en la que el sexo
descubre su función alquímica: la unión de los contrarios. ¿Por qué resulta
tan problemática la relación sexual? Creemos que se trata de una cuestión
de aprendizaje, de autocontrol, de tamaños y medidas, de técnicas
amatorias, de multiplicidad de experiencias estimulantes y nuevas, y es un
inmenso error. El encuentro sexual es la experiencia que nos presenta la
máxima exigencia de entrega y la total ausencia de control. Lo único que
importa es la capacidad de no hacer, de dejarse hacer, de abandonarse, y
ello está en manos de lo que en nosotros es más vulnerable y menos
controlable: los sentimientos que habitan el alma. Claro, pocas veces sale
bien, y muchos nunca lo consiguen, pero cuando ocurre, los que en ello
participan viven una alteración radical del ser y de la conciencia. Es
mucho más que un orgasmo físico, es la muerte del yo cotidiano y la
aparición .de un ser nuevo, extraño, que permite experimentar el poder
místico de lo emocional: dos personas se viven como una en instantes que
rozan la eternidad, dos personas descubren la sabiduría de sus cuerpos y de
141
la vida y los misterios de la unión. Sólo a través de estas experiencias se
puede llegar a comprender la importancia de la relación humana. En qué
medida es el otro el que puede proporcionar el gozo y el placer de la
existencia, en qué medida una persona que no se entrega no puede ni podrá
nunca experimentar la satisfacción y el júbilo de sentirse vivo. Y ello no se
consigue con muchas relaciones ni con experiencias insólitas y rebuscadas:
está en uno mismo, se ha de descender a los propios abismos para
encontrarlo. Abismos siempre presentes en toda relación, por eso allí
donde hay o se espera una unión feliz aparece la infelicidad, allí donde bri-
lla la luminosidad de los ideales, aparece esa región de la oscuridad.
Los planetas en la casa VIII son los dioses que la habitan. Presiden desde
ella las sucesivas muertes y renacimientos que uno ha de experimentar en
su vida. Actúan como factores que los psicólogos de hoy fácilmente
llamarían complejos o síntomas neuróticos, pues siempre aparecen en
condiciones críticas. Representan aquellas fuerzas tan poderosas e
influyentes en la vida emocional, y en los avatares del deseo que fácilmente
se cae en la trampa de la negación y/o la proyección en los demás. Si están
disociadas de la conciencia actúan como fuerzas antagónicas y compulsivas
que socavan las relaciones e impiden cualquier abandono emocional. Es el
caso de la persona siempre tensa, para el que la relación siempre es un
mundo de control y manipulación. Para aquellos que han muerto o están en
trance de morir, dichos planetas representan las voces que les guiarán en el
submundo, el patrimonio o las cualidades divinas que empiezan a relucir
después del descenso a las propias tinieblas. El nacimiento del "hombre
interior" que aspira a un contacto con lo divino depende, en primer lugar,
del contacto del hombre con el reino subterráneo, con la mansión de los
muertos y, en segundo lugar, de haber salido de allí con la memoria intacta,
es decir, sin la fragmentación del ser propiciada por la ingenuidad. Este
descenso siempre implica la muerte de las perspectivas ingenuas sobre uno
mismo, la vida y los demás. En la casa VIII se ha de descubrir e integrar un
mundo de motivaciones, deseos y actitudes que usualmente están ocultos a
la mirada superficial. Los planetas tanto pueden constituir los poderes de
ocultación, es decir, las fuerzas y mecanismos que utilizamos para el
control, el engaño y la represión, como erigirse en las voces críticas que
desenmascaran la oscuridad abismal, y muchas veces animal, que surgen
con la relación humana y que pide ser reconocida, aceptada y asimilada. En
esta casa VIII se puede aprender algo esencial: la verdadera vida
sobreviene cuando se ha muerto a las apariencias externas de la vida, surge
entonces la auténtica dimensión de la relación humana: mi alma y la tuya
son una sola alma, estamos íntima e indisolublemente unidos a un alma
colectiva que nos da la vida y nos conduce a la muerte. Los planetas en esta
142
casa son los vehículos que colaboran en la tarea de darnos cuenta de su
existencia, de establecer una relación crítica y consciente con ella. Dicha
relación determinará no sólo la calidad de nuestra vida sino también la de la
propia muerte, pues como ya descubrió Freud al final de su existencia:
todos morimos asesinados. Uno muere de su propia muerte que no es tanto,
como ilusamente pensamos, un suceso ajeno a nosotros que nos acontece
azarosamente, sino que la muerte es la culminación de la propia vida. Los
poetas ya lo sabían y Yeats lo cantó hermosamente: "Asentado en su
orgullo, el hombre grande frente a los asesinos escarnece las amenazas de
cortar su vida; él conoce la muerte, la conoce hasta el tuétano. Es el hombre
mismo quien la ha creado y la mantiene".
Casa IX
"Puesto que no debemos separarnos del camino de.
la verdad ni siquiera por el espesor de un cabello."
Zohar, 11, 98b.
"Una filosofía no es más que la transmutación de un temperamento en interpretación del universo, la historia intelectual de una predisposición."
Fernando Pessoa
Sólo los resucitados, los nacidos dos veces (casa VIII) empiezan a
preguntarse realmente por el sentido de la existencia. Y digo realmente
porque comprenden que dar respuesta a esta pregunta no pasa por abrazar
una religión, una filosofía o una ciencia que ofrezca cobijo seguro a las
incertidumbres del vivir. Sólo ellos pueden acceder a tal coronamiento, a
que les sea concedida la gracia de una visión redentora. El significado de la
vida es el tema eterno de la meditación humana. Todos los sistemas
filosóficos, las doctrinas religiosas y las ciencias tratan de encontrar y dar
respuesta a ese problema. Muchos han sido y son los intentos y muchos los
fracasos. Cuando se pretende hallar una respuesta válida para todos es
preciso recurrir a respuestas formales, vacías de contenido: para unos, el
sentido de la vida está en el servicio, en la renuncia a uno mismo o al
mundo, en la redención, en el sacrificio de sí, etc.; para otros, hay que
buscarlo en el deleite de la vida, en la perfección de la cultura, en la
creación de un futuro mejor (más allá de ahora, o de la tumba), etc., y, por
último, hay quienes niegan la posibilidad siquiera de tratar de saber el
significado, pues o no existe o está fuera del alcance humano.
"Nahab Mohamed Khan estaba caminando un día por Delhi, cuando llegó a
donde cierto número de personas estaban empeñadas en lo que parecía ser
un altercado. Se aproximó y preguntó a uno de los presentes:
"—¿Qué es lo que pasa aquí?
"El hombre dijo:
"Alteza sublime, uno de sus discípulos está objetando el comportamiento
de la gente de esta localidad.
146
"El discípulo añadió:
"—Estas personas han sido hostiles conmigo.
"Al oir esto la gente se opuso:
"—No es verdad; nosotros, por el contrario, estábamos honrándolo por su
causa.
"—¿Qué es lo que dijeron? —preguntó el Nahab.
"Dijeron:
"—Alabado seas, gran erudito.
"Y yo les estaba explicando que la ignorancia de los eruditos es
responsable de la confusión y desesperación del hombre.
"Mohamed Khan dijo:
"—Es su presunción la que es responsable, a menudo, de la miseria
humana. Y es tu presunción, al decir que no eres un erudito, la causa de
este tumulto. El no serlo supone el desarraigo de las pequeñeces, y eso es
un logro. Pocos eruditos tienen sabiduría, siendo solamente hombres
inalterables, repletos de pensamientos y de libros. Lo que no ves es que esta
gente está tratando de halagarte. Si algunas personas creen que el lodo es
oro, si es su lodo, respétalo. Tú no eres su maestro, ¿No te das cuenta de
que actuando de esa forma tan sensible y autosuficiente te comportas como
un erudito y, por tanto, te haces merecedor del nombre, aunque sólo, sea
como epíteto? Ponte en guardia, hijo mío. Demasiados resbalones en el
camino del logro supremo pueden hacer que te conviertas en un erudito."
Muchos se creen que por poseer mucha información poseen la verdad y,
por tanto, pueden ya enseñarla. No existen los maestros tal y como la
mayoría creemos. Es cierto que las revelaciones poderosas se han dado en
seres cuyo destino ha consistido en ser el punto de partida de grandes
religiones o de períodos históricos y culturales diferentes. Pero en su fondo,
dichas revelaciones, son iguales que la revelación muda que se opera en
todo lugar y en todo tiempo. Por tanto, el maestro puede aparecer
encarnado en quien uno menos espera y, sobre todo, el auténtico maestro, a
sabiendas o intuitivamente, lo único que hace es remitir a la persona a su
"maestro interior" en el decir de S. Agustín (*). Sólo éste es el que puede
revelar el sentido, el que tiene en sí el poder de la comprensión. Por eso es
necesario estar al acecho, se puede manifestar en cualquier momento, y en
cualquier lugar se puede establecer el contacto.
Los planetas en esta casa son los proveedores de la cosmovisión que guiará
al individuo. Cuando se activan lo hacen en forma de una intuición que
libera el sentido de toda o gran parte de la vida, y que, en su momento,
solicitará el cumplimiento de una tarea. Constituyen los poderes que
otorgan el visado de los viajes a los países por descubrir. Presiden todas las
transformaciones de la consciencia, además de su capacidad de
comprensión. Por ello, tiñen toda la visión que el individuo tiene de sí
mismo y del universo que le rodea. Dichos planetas son las voces que han
de ser oídas antes de poder acceder a las exigencias de la casa X. Estas
voces no sólo hablan a través de argumentos filosóficos y científicos o
intuiciones religiosas, sino también conforman en mucho el sentido de la
propia individualidad. Como uno se ve a sí mismo. El planeta actúa como
la puerta de entrada al sentido de lo divino de la existencia. Es a través de
él o ellos que lo divino accede e irrumpe en la vida. Aunque a veces el
disfraz que adopte no sea el de una religión. Es muchas veces una intuición
de correspondencia con el cosmos, de sentirse religado a un Todo mayor.
Se revela, otras, como aquella visión germinal que permitirá, en su
desarrollo, a la persona dar cuenta del mundo a sí mismo y a los demás.
Para muchos, estos planetas hablan en forma de voces que invitan al viaje.
Un viaje que, literal o no, ofrece siempre como promesa la ampliación de
las perspectivas vitales, la transformación del mundo y de la vida porque se
ha renovado y ensanchado la visión quedes sustenta. Los planetas o el
planeta que rige el signo en la cúspide actúan simbólicamente como los
proveedores de las visiones y la verdad que servirán de apoyo y guía al
continuo desplegarse de una individualidad que a la larga se confunde.
150
Casa X
"El que pretende vivir mucho tiempo tiene que servir. Pero quién pretende mandar, no vive mucho."
"El hombre, por pequeño que sea, es tan grande, que si se hace servidor de alguien que no sea Dios
comete un agravio contra su naturaleza"
Saint-Cyran, Maximes
"El más feliz de los hombres es el que puede hacer concordar estrictamente el fin de la vida con el co-
mienzo."
Goethe
¡Qué lejos están los políticos actuales y casi todos lo que detentan algún
tipo de poder de la sabiduría que desprende este cuento! Resulta muy difícil
para el que triunfa conservar la humildad necesaria, la modestia que no es
más que pura lucidez y apertura. Lo frecuente es que cuando alguien
alcanza notoriedad su semblante, y con él su vida, cierran las puertas y
ventanas al exterior. Sus ojos sólo miran a los que están más arriba o a ellos
mismos. Sus mentes sólo maquinan cómo aumentar el poder alcanzado. Se
desarrolla una profunda hambre de poder que difícilmente halla límites
humanos.
Aunque los cegados por una ambición sin límites no lo sepan ver, aunque
no cesen, consumidos por su ambición, de perseguir el éxito, de escalar
hasta lo imposible para así sentirse superiores al resto. ¿Qué es lo que
persigue el que anhela el poder, el que necesita dominar a los demás?
¿Quizá sentirse superior? No sería muy difícil rastrear detrás de la mayoría
de las ambiciones personales una antigua voz, la voz de mamá o de papá
que amenazaban con el desprecio o seducían con su afecto al hijo luego
ambicioso. Toda una trama de presiones, chantajes y manipulaciones
ejercidas hacia el hijo que ha de cumplir las ambiciones frustradas de los
padres. Por ello no es de extrañar que un joven, diagnosticado como
psicótico, hiciera volar una bomba de relojería en un avión lleno de
153
pasajeros entre los que se encontraba su madre, que marchaba de
vacaciones. Poco antes le había enviado a su madre una postal el Día de la
Madre, que decía: "A quien ha sido sólo una madre para mí." Es posible
que esa bomba de relojería esté bajo el asiento de muchos, pues casi todos
hemos conocido al progenitor que ha deseado que su hijo/a sea su propia
ambición, que alcance cimas o que vuele hasta alturas a las que él nunca se
atrevió. En la ambición personal asistimos a una especie de acto de auto-
inmolación inconsciente. Aquel que persiguiendo el honor no hace más que
cumplir el deseo de otro. Ya no es lo divino lo que rige su conducta, sino
cualquier realidad que adquiere el papel de ídolo disfrazado: la nación, el
partido, la empresa, etc. Detrás, una oscura voz le exige que suba más y
más, una voz que, en forma de deseo vehemente de poder y prestigio, le
obliga a que conquiste la cima que otros han logrado, o que conozca el
éxtasis del triunfo sobre los demás, y que, en ello, deje el bien más
preciado, su individualidad.
De ahí surge el cuerpo político y con él la eterna miseria que le rodea. "El
poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente", reza un
conocido refrán sobre el mundo político. A la delegación de poder por parte
de unos le corresponde necesariamente la acumulación de poder por parte
de otros. Es decir, frente a la delegación de poder que los más efectúan
(delegación que, como vemos, es en el fondo una evasión, un eludir las
auténticas responsabilidades), aparecen los que se nutren, los que buscan
beneficiarse de tal delegación. Toda delegación de poder sólo crea avidez
en los que quieren acapararlo. Se crean multitud de sistemas políticos que
no son más que los diferentes disfraces que adopta una misma realidad: el
poder concentrado en unos pocos por delegación siempre es arbitrario y
dictatorial, siempre tiene mucho de indecente. Toda acumulación de poder
acaba en autoritarismo y violencia. La locura del poder sin freno está a la
vista de todo el mundo. Nadie escapa a dicha locura, en cualquier época
histórica y en cualquier rincón de la geografía universal se expresa del
mismo modo.
Los planetas en esta casa son los dioses que determinan el campo de
cumplimiento del deber. Un deber que casi siempre lleva adherido el
espíritu del sacrificio y del servicio. Por ello muchas veces se vive como
una carga, como un tener que hacer, que exige el sacrificio de algo querido.
Sus voces se dejan oír como la llamada a seguir un sendero o un destino
156
que, en nuestra sociedad, adquiere casi siempre la forma de una profesión.
Son los poderes de nuestra ambición. Ambición que si es requisada por el
yo deviene en ambición personal, y con ella los desastres arriba
mencionados. Un planeta en esta casa es un factor que actúa como una
fuerza que no sólo habla a través de la voz, sino que es fuente de
intranquilidad e inquietud hasta que la persona no empieza a escuchar sus
requerimientos. Actúan, en feliz expresión de Eskenazi, como un "tribunal
interior" que juzga sin posibilidad de error, soborno o engaño el exacto
cumplimiento del deber, el grado de entrega y realización de la tarea a
cumplir. Si sus voces no son escuchadas no sólo se condena uno a un
permanente desasosiego, sino que esas, mismas voces regresan a nuestra
vida encarnadas en personas y situaciones que van a disponer de un terrible
poder sobre la propia vida. Son aquellos que se convierten en usurpadores
del auténtico poder. Aquel que nace de la aceptación del propio destino.
Aceptación que, tarde o temprano, conduce a una entrega. Se entrega lo
más preciado, la propia vida o la sensación de libertad que a todos nos
posee. Dicho sacrificio no es vano, tiene recompensa, aunque muchas veces
no sea la esperada. Es el ingreso a una nueva dimensión de la existencia a
la que permite acceder. Una dimensión que, en las dos próximas casas,
despliega su brillo y alcanza su significación: la realización de lo universal
en el propio destino, la fusión de la vida y la individualidad en el Todo del
cual surgió y al cual siempre se anhela regresar.
Casa XI
"Nosotros percibimos los hechos reales e imaginamos los posibles (y los futuros); en el Señor no cabe esa distinción, que pertenece
al desconocimiento y al tiempo. Su eternidad registra de una vez no solamente todos los instantes de este repleto mundo, sino los
que tendrían su lugar si el más evanescente de ellos cambiara (y los imposibles también). Su eternidad, combinatoria y puntual, es
mucho más copiosa que el Universo."
J.L. Borges
Es quimera pensar en una sociedad que reconcilie al poema y al acto, que sea palabra viva y palabra vivida, creación de la
comunidad y comunidad creadora?"
Octavio Paz
Una visión del mundo representada por una filosofía y/o una religión (9) se
hace, con el obrar, realidad social e institucional concreta con su
correspondiente distribución del poder material y social (10). Esta
estructuración siempre es parcial y de algún modo injusta. En la casa 11
nace la posibilidad de que la estructura social revele su inteligibilidad, esto
157
es, de percibir una realidad que revela su cualidad de lenguaje. Con ello
aparece la posibilidad de criticar el orden establecido porque se le compara
con un orden aún no establecido: la utopía. Ante un estado de cosas injusto
el hombre se rebela. Esta rebelión se vuelve crítica del orden existente y
proyecto de un orden. En cambio, en el grupo creativo se establecen
vínculos profundos, y lazos de solidaridad. Francesco Alberoni cita una
afirmación de C.S. Lewis: "quizá pueda afirmarse, sin temor a exagerar,
que incluso el comunismo, el tractarismo, el movimiento contra la
esclavitud, la Reforma, el Renacimiento, tuvieron origen del mismo modo
(como amigos que se encuentran)". A ello el autor añade: "pero no es el
grupo de amigos que crea el movimiento. Es el movimiento que crea la
amistad. Quien pertenece a un movimiento se siente compañero, hermano,
camarada de todos los demás. Los compañeros –o hermanos o camaradas–
tienden a la fusión y se consagran por entero al servicio del grupo y a su
misión".
La amistad que refleja esta casa no es la de aquellos con los que tengo lazos
personales, sino más bien amigo es todo aquel que se sienta partícipe de tal
proyecto. Su fundamento es, pues, la solidaridad colectiva, no el interés
personal. Dicha solidaridad no implica por ello, que la amistad no tenga
grados. Por un lado, son mis amigos todos aquellos que están en mi bando,
pero dicha amistad, si exclusivamente fuera esto, tendería a borrar las
diferencias individuales. En realidad, tampoco pueden llamarse amigos los
que se relacionan en base a una solidaridad colectiva. La amistad necesita
de ella, pero implica una realidad distinta, pues toda amistad no sólo
reconoce las diferencias individuales, sino que se habría de constituir un
factor que las favoreciera. Sólo pueden ser auténticos amigos dos personas
que se han individualizado en alto grado, pues de lo contrario, no pueden
cumplir las exigencias que una amistad requiere (podrán ser cómplices,
compañeros de juerga, partidarios, pero no amigos).
158
Una reciprocidad y una libertad mutuas. La amistad surge a partir de la
experiencia del encuentro. En un campo de solidaridad entre personas que
comparten un mismo ideal surgen aquéllos entre los que, tras una serie de
encuentros reveladores, aparece el fenómeno de la amistad como un lazo
que rompe las dimensiones espacio-temporales habituales. Es común en el
encuentro entre amigos que se han separado durante mucho tiempo la
sensación casi instantánea de continuidad. No es necesario, sostiene
Alberoni, hacer preguntas sobre el lapso de tiempo entre los encuentros,
"...incluso cuando después de mucho tiempo encontramos de nuevo al
amigo es como si lo hubiéramos dejado un momento antes. Seguimos
hablando sin preguntas... no existe el intervalo... la amistad participa de un
sentimiento de eternidad".
Casa XII
"Poner en suspenso la existencia y hacer caso omiso de la suerte del alma. Es una especie de detención y
fijación en que el ser olvidándose de todo lo aprendido se pregunta directamente por las cosas."
María Zambrano
Las casas de agua apuntan siempre a establecer una relación directa (más
allá de las palabras), vivencial y profunda con el destino.
161
En la 4 el destino aparece en forma de las influencias que un ambiente
familiar ejercita sobre nuestra vida emocional. En la 8 el destino nos
aparece disfrazado de síntomas y conflictos de relación. En la 12 la
confrontación es con el destino de toda una vida, o de toda una fase vital
que ésta concluyendo. La Astrología tradicional habla de ella como la casa
de las pruebas, el cautiverio, los exilios, las enfermedades crónicas, el
karma, etc. Sus lecciones son terribles.
Para los antiguos la memoria no era una facultad humana sino una
divinidad. La Memoria de los griegos, Mnemosine, madre de las musas, era
el único poder capaz de originar un estado de abstracción del mundo y
también de ahondamiento, una especie de estado de videncia. La diosa
tenía encomendada la función poética y el don profético (actividades ambas
que para el griego requieren la intervención de lo sobrenatural). Era, a la
164
vez, el contrapeso necesario que equilibraba el poder devastador del
Tiempo, ese oscuro rostro que convierte a los personajes que poblaron y
adornaron una vida en muñecos de sí mismos. Si el olvido viene con el
tiempo, la inmortalidad con la memoria. A veces es necesario recordar, y
para recordar uno ha de recluirse, convertirse en prisionero y así afrontar el
horror del tiempo perdido, los años desperdiciados en la vanidad de la vida
social y en unas ilusiones que cautivaron nuestro ser. Pero no es nada fácil
renunciar a la falsa promesa de libertad del yo. Por eso muchos prefieren
vivir en la cárcel que ellos mismos han elegido. La casa 12 es ese territorio
de la existencia que, o bien conduce a la renuncia de todo interés personal
(único modo de dialogar con el destino), o bien condena a una inmovilidad,
una espera cautiva donde uno sólo puede preguntarse ¿por qué? o ¿hasta
cuándo?
Los planetas en esta casa tanto pueden actuar como aquellos dioses que se
empeñan en destruir una vida si el yo se empeña en ignorarlos, como las
voces que constantemente recuerdan que todo se confabula y conspira al
amparo de una eternidad incomprensible en su grandeza, inasible en su
levedad. La desintegración de las certezas es la única tarea que proponen.
En cambio, cada vez son menos los que se atreven a dudar. Aunque la duda
no siempre desnuda al ser de sus adornos innecesarios. Se requiere,
además, un profundo desamparo, un sentirse expuesto a lo horrible de la
existencia, para así conocer la única vía de redención que la divinidad nos
ha dejado: la rendición a lo que existe, el abandono, llegar al supremo
167
deseo, que es la ausencia de deseos del yo. La felicidad aquí quiere decir
que ya nada me importa de mí, el máximo de mi yo es mi no yo. Los
planetas en esta casa nos exigen que seamos parte de una entidad mucho
más compleja que nosotros: el Universo. Para ello, es necesario saber
desconectarse de las corrientes de la vida y conectar con esas regiones del
ser que habita más allá, en esa soledad que posibilita la tarea de descubrir
un sentido incluso en el sufrimiento más inteso, incluso en la muerte,
incluso en el derrumbe de todos los sentidos que hasta entonces fueron
soporte de la existencia. Soledad, que una vez aceptada, y los planetas son
las voces que a ello nos ayudan, es comunión con la entera Creación. Si no
son escuchadas, la soledad es la de una existencia gris que busca sin
encontrar la oportunidad de acercarse a Aquello que nunca rehúye una
presencia. Soledad de lo infinito que vive en la desnudez del hombre frente
a sí mismo. Esa desnudez que no requiere grandes dotes ni afanes espe-
ciales para olvidarse de lo mediocre, de la triste sustancia que alimenta los
sueños de una vida que se desplaza plana y monótona, sin relieves ni
encuentros sin vicios ni apetitos indecentes.
Apéndice
El Determinismo Astrológico:
Destino Vs. Libertad
La Posibilidad Ética
"Todo atestigua que la vida humana ha sentido siempre estar ante algo; bajo algo, más bien."
María Zambrano
"Somos propiedad de los dioses."
Teognis de Mégara
Para nuestra mentalidad, el hecho de pensar que existe algo así como el
destino atenta contra la moral imperante. Una moral de triunfo sobre la
naturaleza, de dominio del hombre sobre el caos de vida. Una moral fruto
de una cultura de orientación casi exclusivamente patriarcal, que se ha
destacado tanto en sus hechos como en sus mitos, por su rechazo hacia lo
femenino. Simbólicamente la muerte y el destino pertenecen al ámbito de
lo femenino. De la madre heredamos un cuerpo y con él un destino. Del
padre, unas ansias de inmortalidad que si no son equilibradas conducen,
como lo han hecho en nuestra civilización, a declarar una "guerra a la
muerte" y, con ella, un rechazo de todo lo que la recuerda, como la noción
de destino. En parte, el olvido al que se ha sometido a la Astrología
responde a esta situación, pues una de las controversias mayores que ha
levantado la Astrología ha sido y sigue siendo su determinismo. Si el hecho
de nacer en un lugar y momento determinados es un factor decisivo en
nuestra vida, el determinismo es casi absoluto creemos. Nadie escoge el
171
momento del nacimiento (***) y si éste, como pretende la Astrología, es el
hecho básico de nuestra vida, la falta de libertad es evidente (****).
(****) Otro hecho a mi juicio, de gran peso surge del mundo de los sueños. Hay personas que en su
infancia han tenido uno o varios sueños, cuyas imágenes simbólicamente encerraban todo un proyecto
vital. «El primer sueño recordado —afirma Von Franz (Jung) (32)— por una persona representa, con
frecuencia, en forma simbólica, la esencia de una vida entera o de un primer sector de la misma; refleja,
por así decir, un trozo del destino interior en cuyo seno nació dicha persona.
173
tal; de afectar la base misma de nuestro pensamiento, de nuestra moral,
que ha sido construida sobre el resentimiento hacia la vida, sobre su
rechazo (*****).
Hoy es necesaria una nueva moral que no esté obsesionada en separar los
cabritos de las ovejas, lo inmoral de lo moral, como ha venido haciendo la
que a todos nos han enseñado. Una moral que funcione como un antídoto
contra un peligro que nos acecha y respecto al cual ya Ortega y Gasset
prevenía: la desmoralización. Octavio Paz nos lo recuerda cuando habla de
la "indiferencia pasiva" de la sociedad moderna, "un hedonismo que no es
una sabiduría, sino una dimisión". Indiferencia que se ha de combatir con la
actitud opuesta, que es la de valorar la realidad. Valorar es reconocer dife-
rencias, es decir, no aceptar cualquier cosa como buena, pero siempre
conscientes de dos cosas:
***** Porqué –se pregunta Nietzsche– la verdad, el placer, la realidad valen más que la mentira, el dolor
o la apariencia? ¿De dónde viene la idea de un «mundo-verdad» o de un «mundo-razón» como
contrapunto de este mundo? ¿Por qué pedir que todo sea de otra manera? La división entre lo bueno y lo
malo, ¡o que es y lo que debería ser es necia y arrogante: presupone que se conoce cuál es el fin, el plan o
el destino del mundo. Pensamos maníqueamente la realidad –el bien y el mal, lo racional y lo irracional,
lo que es y lo que debería ser–, porque representándonos así las cosas encontramos una cómoda
seguridad. Seguridad que impide hacernos cargo de una realidad que no es ni buena ni mala, sino
ambivalente y confusa, en la que nada realmente importa, o al menos no podemos saberlo, pero que a la
hora de vivir, decidir y elegir resulta ineludible.
Ya lo dijo Heráclito: "el bien y el mal son una misma cosa". Desde
175
Sócrates a Epicuro, la moral giraba en torno a dos preceptos délficos:
"conócete a ti mismo" y "de nada, demasiado". Los griegos fueron los
primeros que vieron que el Destino exige, para cumplirse, la acción de la
libertad. Sus mitos nos han legado una concepción de pecado muy distinta
a la cristiana. Los dioses del Olimpo no parecen ocuparse por los actos
moralmente buenos o malos que tanto preocupan a la conciencia judeo-
cristiana. Incluso ellos mismos se comportan, a menudo, de tal modo, que
fácilmente se les podría calificar de inmorales o amorales. A ellos parece
no interesarles la moral humana, nuestros conceptos del bien y del mal,
siempre cambiantes y ambiguos, no sirven para dar respuesta a sus
designios.
El cosmos entero está regido por la justicia, y el hombre, como parte activa
de ese cosmos, participa, es contradictoriamente responsable.
Contradicción que se halla en la raíz de lo heroico y, más tarde, en la
conciencia de lo trágico: el hombre es un instrumento en las manos de un
dios pero también se enfrenta a él, por lo que peca. Pero esta afirmación es
trágica, porque el hombre es inocente, su culpa no es suya realmente. Pero
siendo así, paga y expía, porque siendo inocente es culpable: al librar a
Tebas de la Esfinge, Edipo se pierde; al matar a su madre, Orestes
restablece el orden cósmico.
La neurosis oculta la vocación del individuo, afirma Jung, con ello quiere
dar a entender, que tras la resolución del conflicto neurótico no espera la
libertad tal y como la entendemos vulgarmente, como una libertad del
capricho, de hacer, en cada momento, lo que nos venga en gana. A mayor
libertad mayor determinismo, a menor libertad menor consciencia de él.
Paradójicamente el individuo más consciente es, en cierto sentido, el menos
libre, porque sabe que cada momento 'Presenta una cierta exigencia, una
especie de obligación, y que la vida implica un cumplimiento. Libre del
177
conflicto neurótico una persona deviene consciente de su vocación, de la,
"llamada" que constituye su destino. A medida que uno crece, dice un pro-
verbio, adquiere poder y sabiduría, se le estrecha el camino, hasta que al
fin, no elige, y hace pura y simplemente lo que "tiene que hacer".
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INDICE ANALITICO
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