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Libro: SIMBOLISMO DE LAS CASAS ASTROLOGÍA

PARA UN TIEMPO DESCORAZONADO


Autor: JOSEP M. MORENO
ARBOR Editorial – BARCELONA - 1987

Índice temático

PREFACIO
a) La Astrología en nuestra sociedad está cumpliendo el
papel de Cenicienta .................................................. 7

1
PRIMERA PARTE
Cap. Uno: INTRODUCCIÓN GENERAL .............. 15

a) La Astrología es un espejo simbólico de la vida 19


b) Toda cultura es siempre un experimento .......... 24
c) Es necesario un desplazamiento de perspectivas en
Astrología ................................................................. 25

Cap. Dos: LA ASTROLOGÍA ¿CIENCIA O ARTE? 27


Cap. Tres: EL SÍMBOLO ASTROLÓGICO

3.1 La caída, la rotura ............................................... 33


3.2 La visión esotérica .............................................. 34
3.3 Lo simbólico ....................................................... 40
3.4 La unidad ............................................................ 43
3.5 La imaginación ................................................... 46
3.6 El mito ................................................................ 51
3.7 El misterio .......................................................... 52

Cap. Cuatro: LOS SÍMBOLOS FUNDAMENTALES: EL CÍRCULO, LA


CRUZ Y LOS CUATRO ÁNGULOS

4.1 El círculo ............................................................ 55


4.2 La cruz ................................................................ 60
4.3 El Horizonte ....................................................... 61
4.4 El Meridiano ....................................................... 62
4.5 Los cuatro ángulos ............................................. 63
4.6 El Fondo del Cielo .............................................. 64
4.7 El Ascendente ..................................................... 64
4.8 El Medio Cielo ................................................... 65
4.9 El Descendente ................................................... 66
4.10 El Tema Natal: Mandala de la Individualidad . 66

SEGUNDA PARTE
Cap. Cinco: LAS CASAS ASTROLÓGICAS

5.1 Introducción .................................................... 69


5.2 Las asignaciones tradicionales ........................ 72
5.3 Los hemisferios ............................................... 74
5.4 Los cuadrantes ................................................. 76
5.5 Los ejes ............................................................ 77
5.6 La relación transitiva ....................................... 85
2
5.7 La agrupación cuadrangular ............................ 88
5.8 La agrupación triangular ................................. 94

Cap. Seis: LAS CASAS UNA A UNA

− El Ascendente ................................................ 97
− casa II ............................................................. 105
− casa III 113
− casa IV ............................................................ 123
− casa V ............................................................. 131
− casa VI ............................................................ 139
− casa VII .......................................................... 149
− casa VIII ......................................................... 157
− casa IX ............................................................ 169
− casa X ............................................................. 180
− casa XI ............................................................ 187
− casa XII .......................................................... 195

Apéndice:
EL DETERMINISMO ASTROLÓGICO:
DESTINO VS. LIBERTAD. LA POSIBILIDAD

ÉTICA ................................................................... 205


Bibliografía ............................................................ 217
Indice analítico ...................................................... 221

Prefacio
La Astrología en nuestra sociedad está cumpliendo el papel de Cenicienta.
Si imaginamos a nuestra cultura como una gran familia, nuestra disciplina
está condenada por sus envidiosas hermanas a ocupar un papel secundario,
infravalorado. Los amantes de Cenicienta padecemos y nos rebelamos al
contemplar cómo la ignorancia y, en algunos casos, la envidia, intentan
eliminar el valor más preciado. Por ello los astrólogos tenemos un
complejo de inferioridad. Muchos no se dan cuenta siquiera. Esto
constituye un problema aún peor que el hecho de tenerlo pues. Cuando un
complejo es inconsciente, la persona actúa creyendo que no tiene
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problemas, cuando, en realidad y secretamente está poseída por él, sus
actitudes, comportamiento y afectos están teñidos de su presencia.

Las hermanas envidiosas o ignorantes habitan fuera y dentro de la familia.


Fuera, tanto los aristócratas como los plebeyos la ignoran. La élite cultural
política y económica permanece refractaria a su influencia, a nivel popular
se consume un tipo de Astrología trivial y absurda (léase horóscopos de
periódicos, revistas, manuales de recetas astrológicas, programas de radio y
televisión, etc.) que unos pocos "colegas" con no demasiados escrúpulos o,
en el mejor de los casos, simplemente porque no alcanzan a más, se
dedican a transmitir. Así tales astrólogos actúan aunque no lo sepan como
las hermanas de Cenicienta que no quieren que el príncipe se fije en ella.
Muchos intentan compensar los efectos de dicho complejo. Surgen de ahí
unas posturas que podríamos resumir en dos tipos básicos: los "iluminados"
y los "científicos" (excluyo aquí una posible y tercera categoría de la que
no se libra ningún campo del saber y del actuar humano: los oportunistas y
los perezosos que, ni se molestan en averiguar lo que hacen, ni se
preocupan del sentido o la legitimidad de lo que dicen. Para ellos lo
importante es ganar dinero o satisfacer su tremenda necesidad de poder).

Los primeros, entienden que la Astrología es cosa de iniciados en los


arcanos de escuelas esotéricas. Iniciados porque pueden acceder a
misteriosas doctrinas reveladas por el gurú de turno o porque por algún
privilegio kármico o prestigio espiritual, poseen el don de la videncia y la
sagrada intuición. Ello les permite saber la verdad de la vida de los demás,
su nivel de evolución y sus deberes kármicos. Son los que niegan el
complejo reaccionando frente a él con actitudes de superioridad y falsa
seguridad. ¡Señor, qué tropa, como diría Romanones. Van a la Astrología
como quien va a Lourdes, esperando compensar sus deficiencias con la
vaguedad ausente de todo rigor de un lenguaje pseudo-esotérico, con una
filosofía en la que todo vale (y sobretodo lo mío) y cada cual puede
considerarse elegido de los dioses y su único representante en el planeta.

En segundo lugar están los "científicos", aquéllos que adoptan la actitud de


esforzarse por lograr la aceptación de los demás. Escogen éstos últimos la
vía de vestir a Cenicienta con un "disfraz" (la ciencia o la técnica), que sea
de su agrado, fascinados como están de las modas hoy imperantes. Se
olvidan que el vestido con el que la protagonista conquista al Príncipe es de
origen sobrenatural. Para muchos de este grupo, la Astrología ha de ser y es
un saber y una disciplina tan exacta como la que más, o si no, asumiendo la
relativa incertidumbre de la psicología clínica moderna, la convierten en su
sucedáneo. Tratan entonces de emular, en su práctica, el comportamiento
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de otras disciplinas más agraciadas en su valorización social. En estas lides
se encuentran los que creen que organizando congresos, colegios
profesionales, como Dios manda, es decir, imitando los modos y siguiendo
las pautas de los que existen en otros campos, creando facultades con
programas oficiales de estudios, con emisión de títulos legalizados, con
códigos deontológicos y con ortodoxias doctrinarias al modo del resto de
los saberes socialmente aceptados, vamos a conseguir superar o solventar
dicho complejo. Pues bien, creo que de este modo no se soluciona nada,
ambas posturas tienen en común algo: el hecho de ser inconscientes del
complejo hace que éste impere en el secreto fondo de sus prácticas y
actitudes. Con ello se invierten las cosas, pues la Astrología pasa a ser
inconscientemente el instrumento por el que se quieren compensar
deficiencias personales y gremiales.

Bien pensado, es bastante natural que tengamos este complejo y quizá no


sea tan malo tenerlo, es más, cabe la sospecha de que hasta que no cambien
las cosas el complejo sea nuestra mejor defensa y la garantía de nuestra
integridad. Claro está, siempre que su presencia no sea negada. Resulta
evidente que mientras no se produzcan las necesarias transformaciones de
la ideología o la mitología vigentes, no podremos prescindir, ni evitar
varias cosas, entre ellas:

− Recibir comentarios jocosos, cínicos o despectivos, cuando mencionamos


a qué nos dedicamos.
− Que la Astrología no entre en los planes de subvenciones económicas ni
apoyos políticos.
− Que el estatuto jurídico y social del astrólogo brille por su ausencia.
− Que la casi totalidad de clientes de la Astrología sean esos misteriosos
seres que culturalmente aún están considerados inferiores: las mujeres. Los
hombres, ya se sabe, están demasiado ocupados en los saberes socialmente
idealizados.

A nadie le place esto, pero la realidad es que precisamente éste es el papel


que en nuestra época hemos de desempeñar. La Astrología actualmente
está inserta en lo que podríamos denominar el "inconsciente colectivo" de
la época, en otra acepción más vulgar, la "zona marginal", el lugar de los
proscritos. Constituye así una heterodoxia inasimilable por las actuales
estructuras, pues corresponde a una visión de la vida y el cosmos que está
en las antípodas de la culturalmente vigente. Quizá la luz oculta de nuestro
complejo pueda ofrecer, a algunos, la aguda consciencia de estar habitando
en los márgenes de una sociedad, de estar cumpliendo así, la función propia
de. la marginación: enfrentar, criticar y socavar lo instituido para posibili-
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tar de este modo la tan necesaria transformación. La Astrología es un
saber oculto, esotérico y como tal no puede entrar fácilmente, ni creo que
haya de hacerlo, en los sistemas de saberes masificados y tecnificados que
inundan nuestro acervo cultural. Creo que nuestra situación, hasta que no se
produzca un cambio radical, tanto en el campo social como en el
individual, no podrá ser de otro modo. Por tanto y mientras tanto, diría que
estamos condenados a sufrir el susodicho complejo. Es tarea de cada
astrólogo hallar su propio modo de responder al reto que éste implica. El
complejo requiere respuestas, y una de ellas, para mí, es la de ofrecer
argumentos.

La Astrología puede ser muchas cosas, eso lo sabemos todos, desde un arte
mántico hasta una moda cultural, pasando por todos los grados de pseudo-
conocimientos psicológicos. Pero quizá la más genuina y valiosa es cuando
se revela como un saber esotérico. Mucha gente, en nuestro medio, utiliza
el vocablo esotérico sin tomarse la molestia de reflexionar seriamente sobre
lo que significa e implica. No se trata de atesorar montañas de información,
dominar infinidad de técnicas de las que uno se siente propietario, o
reclamar para sí el monopolio de la sabiduría. Al saber esotérico se le
defiende únicamente realizándolo en la propia vida. Y ahí está lo difícil,
pues ello implica plasmar uno de sus principales postulados: la unión de
conocimiento y vida. Y la vida o el destino, para cada individuo, es algo
único, un camino solitario en el que no sirven imitaciones ni verdades
válidas para todos. No se puede por ello encerrar a la Astrología en cotos
vedados u ortodoxias trasnochadas que descalifican a priori la diversidad
de enfoques y escuelas que se esfuerzan por dar forma propia a su
particular visión. El rechazo orgulloso y apriorístico es el camino trillado,
siempre se ha hecho así, más ello no quita que algunos veamos la fuerte
necesidad de esforzarnos para crear las condiciones en que se produzca
algo muy necesario: un debate auténtico. Es necesario un enfrentamiento
entre escuelas, autores y puntos de vista, pero siempre bajo un marco de
honestidad, que haga posible la crítica y la defensa sin que ello implique
caer en la paranoia, o sentirse perseguido o difamado por el oponente. El
debate es la única forma en la que los participantes revelan su auténtica
valía, por eso muchos le temen. Es debatiendo como podemos entre todos
llegar a discernir lo que realmente es válido de cada enfoque de lo que es
mera paja. Es en la tensión de enfrentar posturas diferentes donde puede
generarse un proceso de esclarecimiento por todos necesitado.
Esclarecimiento que no implica perder el respeto a los diferentes enfoques
ni creer que sólo algunos son los correctos. Todo enfoque que parta de un
trabajo serio tendrá buenos argumentos en los que apoyarse y a la
Astrología sólo se la puede defender con argumentos. Argumentos que sean
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fruto de un trabajo en el que no estén reñidos la exigencia de rigor y la
profundidad, con el maravilloso poder de la imaginación. Tarea harto
difícil, pero la única que puede satisfacer tanto la necesidad de crear y
acceder a nuevas formas expresivas y vitales, como la de lograr la base que
dé sustancia y consistencia a la obra realizada.

En este libro ofrezco los míos. No los míos en el sentido de que me


considere su autor, sino porque a ellos me adhiero, los hago míos, los
defiendo como míos aunque no me corresponda la paternidad de todos.
Con ello, expresa una particular actitud ante mi propio complejo de
inferioridad. Como se verá, los capítulos 2 y 3 (dedicados a realizar una
crítica de los valores vigentes y a ofrecer el marco bajo el que efectúo mi
trabajo) reflejan la existencia del complejo en la sobreabundancia de citas
de otros autores. Citas que, por un lado, siento que dan apoyo a mi
inseguridad (y la inseguridad se halla en el corazón de todo complejo),
pero, por otro, permiten al lector ver claramente que mi enfoque no es tal
sino que simplemente me adhiero a los postulados y afirmaciones de toda
una corriente de pensamiento o una visión del mundo sustentada por
muchos. También, es verdad, sigo otro criterio que encuentro a faltar en
mucho de lo que leo, sobre todo si la lectura es sobre temas esotéricos: he
intentado tener el mínimo grado de honestidad, buscando y señalando la
fuente de las ideas expresadas.

La obra de todo autor está sometida al interjuego de unas influencias que


determinan en mucho su ser. De las que a mí me afectan reconozco algunas
que, siguiendo el mismo criterio, voy a exponer. Para ello, justo es que
haga un breve recorrido por mi trayectoria en el campo astrológico.
Recorrido que ayude al lector a situar el libro en su contexto e historia. Mi
primer contacto con la Astrología fue a través de las enseñanzas de Marc
Edmund Jones, a las que accedí por boca de uno de sus discípulos
afincados en España: Arturo Millet. Sus enseñanzas, ya desde un principio,
produjeron en mí dos efectos muy dispares. Por un lado me fascinaba
descubrir que la Astrología era portadora de una visión que, después de
largos años de búsqueda y de decepciones en el campo de la psicología y
del psicoanálisis, me permitía enfocar mi atención sobre el individuo
concreto, como un producto único e irrepetible. Ello me abría la
posibilidad de utilizar una herramienta que no perdía el respeto hacia lo que
de estrictamente original cada persona supone. Dicho respeto no lo había
encontrado en ninguna escuela de psicología, donde los individuos son
números o variables independientes o meros conejillos de indias (pacientes)
que han perdido en gran parte su dignidad. Lo mismo había ocurrido en mi
inmersión en las distintas teorías sociológicas, políticas filosóficas que
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hasta entonces había conocido. Ahora bien, la pretensión de la escuela de
Jones de convertir la Astrología en una técnica racional sembraba en mí
hondas inquietudes. Veía claramente como dicho autor y sus seguidores
expresaban una filosofía muy peculiar de la existencia que negaban o no
reconocían en su práctica. Filosofía que a pesar de sus aspectos lúcidos,
que no eran pocos, revelaba también sus claras limitaciones y
parcialidades. Un punto de vista que niega la relatividad de sus
presupuestos se convierte en ideología. Sentía en la Astrología de Jones la
misma sensación que me producen la mayoría de intelectuales yankees: una
suprema ingenuidad respecto a los valores culturales de los que son
portadores. Dicha ingenuidad convierte su pensamiento en un medio
especialmente proclive a la transmisión de las ideologías socialmente
imperantes (falta que, más tarde, también observé en otros reconocidos
autores de la misma procedencia y tradición cultural: Darse Rudhyar,
Stephen Arroyo, por ejemplo). Evidentemente estas observaciones críticas
no pretenden desmerecer todos los aspectos valiosos de sus aportaciones, ni
pasar por alto el papel que han desempeñado en la construcción de una
Astrología nueva, acorde con la época.

Posteriormente, la lectura de las obras de Liz Greene me permitió el


reencuentro con algo que ya había conocido y abandonado: la psicología
volvía a mí, pero ahora a través de un heterodoxo, de un maldito para las
Universidades: C. G. Jung. Este autor abría nuevos horizontes tanto a mi
capacidad de comprensión como al enfoque de la práctica astrológica. Su
obra formula en un lenguaje asequible un conjunto de antiquísimas
enseñanzas que, por supuesto, casan a la perfección con el simbolismo
astrológico. Jung, heredero de la herencia gnóstica y platónica, tenía un
talante místico, pero también pretendía ser un científico y, para mí, ahí
anidaron sus límites más evidentes. Límites que me obligaban a un
esfuerzo de superación. Por último, el contacto con otro autor, Enrique
Eskenazi, me aportó una comprensión esencial. Su trabajo, que por
desgracia aún no es accesible a la mayoría ya que sólo se ha publicado una
pequeña parte, me permitió integrar en una visión coherente aquello que
Jung con su exceso de cientifismo me obstaculizaba:

1. El conocimiento esotérico y simbólico como la expresión de un


camino individual que tiende hacia la realización de un sentido. Un sentido
que parte de, y se dirige a la vivencia mística de la existencia.
2. La Astrología como expresión de dicha vivencia y como vehículo que
puede guiar en el camino. Camino que así considerado, resulta ser vía de
redención o liberación.

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Su enfoque respecto a lo simbólico resultó de tal coherencia, peso y
profundidad que logró que mi visión básica de la Astrología y sus
posibilidades sufrieran un proceso de síntesis y profundización muy
importantes. Ello se verá claramente a lo largo de este libro que, por lo
expuesto, mucho tiene que agradecerle.

Espero que con estas aclaraciones, el lector podrá apreciar mejor, tanto la
filiación del libro, como las deudas de gratitud de su autor para con los que
le han brindado su ayuda. Una ayuda que igual reconoce en las manos que
le abrieron puertas y le ensancharon el horizonte, como en aquellas otras
que, en momentos de crisis, su presencia y fuerza fueron un estímulo de
inapreciable valor para no cejar en la búsqueda. Hoy, de acuerdo con el
último autor, siento que la tarea a realizar, por cada astrólogo, es la de
esculpir con el propio cincel, o ahormar en -el crisol de las más íntima
subjetividad, una Astrología que contribuya a que nuestra profesión
recupere el brillo y la dignidad que le pertenecen. Brillo y dignidad "que en
sí ya posee pero que sólo podrán realizarse a través de la vida y obra de
todos los que a ella ofrecemos el fruto de nuestro esfuerzo, confianza y
comprensión.'

Mi primera intención al escribir este libro fue la de exponer un enfoque de


la Astrología en las tres estructuras básicas que constituyen nuestra
disciplina: las casas, los planetas y sus aspectos, y los signos. Pronto vi que
tal empresa me desbordaba, pues de ella resultaría una obra demasiado
extensa. Decidí, pues, escribir únicamente sobre las casas, dejando en
manos del destino la posibilidad de completar en el futuro una trilogía, en
la que las otras dos obras se centraran en los dos temas que dejo de lado.
Tal decisión me hizo la necesidad de dividir esta primera obra en dos
partes. En la primera he intentado perfilar una visión general de la
Astrología. La segunda está dedicada por entero al sistema de casas.

Capítulo 1

Introducción General

"Las casas, los países, como las constelaciones, son la pura imaginación de un orden que no existe. Todo
son puntos en movimiento. Cada luz, cada ser, cada ángulo están habitados por el infinito con su
disposición en dispersiones. Vemos una torre, una habitación, un sepulcro. Pero no vemos nada,
Bronwyn. No hay nada. Y todo conspira para fingir que existe, hasta mi corazón apoyado en mi cerebro."
J.E. Cirlot

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Cuando uno va al cine o asiste a una representación teatral, ocurre una cosa
muy peculiar: si la obra o la película es mínimamente buena, nos
sumergimos en ella y, pronto, nos olvidamos de nosotros. Nos convertimos
en el héroe o el villano, el amante o la amada. Bajo los efectos mágicos de
la identificación, desaparece la distancia entre el espectador y los actores.
Llega un punto en que sufrimos, reímos, sudamos o morimos al unísono
con los personajes fílmicos o teatrales.

La vida un poco es así. Nos hallamos inmersos en una representación, que a


su vez constituye eso que denominamos nuestro destino, y nos creemos lo
que nos ocurre. Nos sentimos identificados totalmente con el héroe (nuestro
ego) y nos relacionamos con el resto de personajes de la representación,
como si de fuerzas benignas o malignas se trataran. Claro, tarde o
temprano, llega el fin de la película. Con él aparece el amargo momento de
las verdades. Si se trata del cine nos toca regresar de un mundo utópico de
aventuras, tragedias y comedias a una gris cotidianidad. Si se trata de
nuestra vida, nos aguarda el momento en que hemos de darnos cuenta de lo
imaginarios que han sido nuestros problemas, y todas las ambiciones,
deseos, pasiones y desengaños que una vez padecimos. Resulta que no sólo
somos el héroe sino también el villano, el rey y el vasallo, el amante y la
amada, los actores y el espectador.

Todo ello se parece mucho al fenómeno cotidiano del despertar. No en


vano, en muchas tradiciones esotéricas y místicas, se equipara el normal
vivir al hecho de soñar un largo y enigmático sueño y la iluminación o la
liberación a un despertar. Creemos a pies juntillas la diferencia evidente
entre la vigilia y el dormir. Creemos, sin ponerlo en duda, que lo
importante de nuestra vida es la vigilia. Pensamos que los sueños no son
más que productos "subjetivos" y caóticos de nuestra mente. Creemos en
todo esto hasta que las cosas y los asuntos nos empiezan a ir mal. Entonces
es cuando, nos guste o no, la vida empieza a plantearnos serios
interrogantes: ¿Cuál es la parte de la vida en que has aceptado reconocerte?
Quizá te has limitado a tus actividades conscientes y has concedido escasa
o nula atención a esas otras actividades misteriosas en las que gobierna el
"otro", nuestro ser nocturno. Ese que borra toda frontera entre lo real y lo
irreal, entre sueño y vigilia. Ese que parece querer conectarnos a una
indefinible realidad, más vasta que nosotros mismos y de la cual
dependemos hasta el punto de no poder rechazar el diálogo con ella, sin
condenarnos a una vida disminuida. Ese ser o genio que habita las regiones
más inesperadas de uno mismo, y que, desde allí, va creando las imágenes
con que se teje la trama más secreta, la menos comunicable de la vida.
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La Astrología es un sistema simbólico muy poderoso. Tiene que ver con los
misterios fundamentales que constituyen al ser humano y, quizás, a la
Creación entera: la consciencia. Ser conscientes, entre otras cosas, significa
darnos cuenta de la sustancia fílmica, imaginativa y onírica que es nuestra
vida. De la película que permanentemente estamos contemplando, creando
y/o actuando. Este acto es liberador, acaba inmediatamente con los apegos
y las ilusiones que la situación creaba. Cada vez que nos ocurre se siente
como si todo fuera un extraño y estremecedor sueño. Ser conscientes
significa, a la vez, ser consciente de la propia individualidad, ser capaz de
ser un individuo único que ofrece sus propias respuestas a la vida, y que al
hacerlo así, puede encontrar un sentido a su existencia. Un ser humano
consciente es un ser que se ha desprendido de las ataduras de lo colectivo,
un ser que ha pasado por el tamiz de la conciencia toda la herencia cultural
y colectiva que ha recibido, y de ella ha elaborado su propia visión. El
camino de la vida es un camino hacia el descubrimiento del individuo
único que uno es. La individualidad es hoy, quizás, el valor más preciado,
pero también el más temido. Temido por los poderes e instituciones
(Estado, Familia, Escuela, etc.), que parecen haberse empeñado en alentar
un proceso masificado) y despersonalizados que tiende a ahogar cualquier
posibilidad de búsqueda creativa. Nunca el peligro ha sido mayor, nunca la
esperanza más grande. La carencia de sentido es una de las situaciones más
angustiosas que se pueden vivir, tanto a nivel individual como a nivel
colectivo. Hoy, la crisis moderna es de falta de sentido. El sentido siempre
nace como producto de una tensión esencial, la que vive el hombre en su
relación con lo Eterno y de un diálogo el que ha de establecer el hombre
con las dos potencias que le animan y sobrepasan: lo divino y lo diabólico.
La primera lección que se aprende al entrar en contacto con la Astrología es
que, al nacer, uno se constituye en el centro de un mundo respecto al cual,
giran, en vertiginosa vorágine, personas, sucesos, fenómenos y cosas que,
de algún misterioso modo, están íntimamente vinculados con uno. La
enfermedad de mi hermana, el fracaso o éxito de mi padre, el problema con
mi pareja, mis amigos o mi jefe están reflejados en mi Tema Natal. El
Tenia Natal es la expresión simbólica del nacimiento de una persona y, en
resumen, refleja la localización celeste de los planetas en una posición
determinada de la eclíptica. Así, supongamos que al nacer yo, Marte estaba
a tres grados de Capricornio. Imaginemos que treinta años después, tal día
de un mes, Plutón está transitando exactamente por el mismo lugar de la
eclíptica, es decir, por el grado tres de Capricornio. Ese día, en mi vida,
ocurre algo inusitado: me despiden del trabajo. Este hecho, que para los
astrólogos no constituye motivo de sorpresa alguna, evidencia que existe
alguna relación entre Marte, Plutón, el grado tres de Capricornio, y mi vida
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o mi destino.

Algunos astrólogos pretenden dar respuesta al enigma, planteando la


existencia de unas influencias planetarias que nos afectan aquí en la Tierra.
Así, tal día, Plutón me estaría enviando su influencia por el hecho de hacer
un aspecto a Marte, esto es, de ocupar el mismo lugar del Zodíaco en que
Marte estaba el día que nací. En cambio, para otros la cuestión no está en
postular la existencia de influencias, cosa que es prácticamente imposible
de demostrar, sino en hablar de una relación oculta, esotérica, entre los
planetas y nosotros. Lo que nos vincula con el cielo no es una relación de
causa-efecto, sino una invisible Sincronicidad, un lazo que reintegra nues-
tro devenir al celeste, haciéndoles participar a ambos de una esencia común
y única.

Como éste es el enfoque que, el que esto escribe, suscribe, luego me


extenderé con todo detalle. Ahora interesa retener lo esencial, pues respecto
a la evidencia de que existe una relación entre los astros y nosotros, sea
cual sea su naturaleza, ningún astrólogo puede dudarlo. Si damos por
sentado este hecho, surgen preguntas inquietantes, complicadas e
interesantes: ¿Dónde empieza y dónde acaba eso que normalmente
llamamos "yo"? ¿Es mi piel su límite orgánico y existencial? ¿Por qué se
refleja en mi Tema Natal lo que le ocurre a mi sobrino, a mi pareja o a mi
jefe? ¿Qué tendrán que ver con mi destino? Si son ciertas las aseveraciones
del astrólogo, algo muy fundamental en las concepciones básicas de la
vida, del Universo y de ese "yo" que creo que soy y que nos han
transmitido, está fallando.

Si un proceso que afecta e interesa a mi sobrino se refleja en mi Tema


Natal, o bien indica que su vida y la mía están de algún modo relacionadas,
o bien que la tradicional distinción entre mundo externo y mundo interno
no funciona. A sabiendas o inocentemente vivimos convencidos de que
existe un yo independientemente de los demás. Más allá de la relación
laboral que une a mi jefe conmigo puedo creer que mi vida no tiene nada
que ver con la suya y no es cierto. Estoy totalmente convencido de que la
enfermedad de mi hermana es "su" enfermedad y "su" problema y a mí no
me afecta en nada y con este convencimiento me engaño.

Vivimos en un mundo convencidos de que hay un bien y un mal, héroes y


villanos que, como en las películas, hemos de perseguir para adorar o
matar. Sentimos que los héroes y los príncipes azules nos ayudan y
complacen, en cambio, los adversarios nos persiguen y causan desgracias.
La Astrología nos va a mostrar que uno es, a la vez, el protagonista, el
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héroe, el villano, el espectador, y quizás el guionista, aunque no lo sepa.
Estas aseveraciones ponen sobre el tapete profundas cuestiones acerca de la
naturaleza de la realidad. Aunque por su esencia simbólica, la Astrología,
no pueda ofrecer respuestas científicas, sí que puede y debe actuar como un
instrumento crítico frente 'a cualquier concepción de la realidad que pierda
de vista ese misterio, quizá para siempre inexplicable, de la magia que nos
rodea. Este libro aborda estas cuestiones, no para resolverlas, sino para
testimoniar una experiencia, la mía y la de otra gente, a los que nos mueve
una misma inquietud y una misma desconfianza. Inquietud de vivir la vida
en pos de unas incógnitas que no prometen revelar su faz, pero sí, quizá,
dar mayor sabor y colorido a una existencia que, de otro modo, resultaría
monótonamente aburrida. Desconfianza respecto a una cultura y una época
que, como toda cultura y época, pretende convencernos de su eterna y
universal validez, con tanto más énfasis cuanta mayor es la inseguridad y
la duda que internamente padece.

No busquemos en estas páginas demasiada coherencia, ni un método


riguroso, ni mucho menos la explicación de una técnica astrológica nueva.
Lejos está de ser un manual de interpretación. Lo que escribo es
simplemente el fruto de mi vivencia, tanto profesional como personal. Al
decir mi vivencia significa que reconozco la parcialidad y transitoriedad
que tiene como producto que se conecta con aquellos ámbitos que escapan
a las posibilidades humanas de control. Voy a mezclar
indiscriminadamente ideas propias y ajenas, material poético y onírico,
intuiciones sin pretensión alguna de certeza empírica y visiones cuya
lucidez o desatino cada uno habrá de juzgar. Hacerlo así resulta más
arriesgado para el lector y para mí, pero no veo otro modo. En Astrología
nos sobran manuales con sus recetarios de cocina que desprenden siempre
los mismos olores y que saben monótonamente a lo mismo.

La Astrología es un espejo simbólico de la vida. La vida es contradictoria,


inconmensurable, demasiado grande para ser contenida en cualquier teoría,
por muy sofisticada que sea. El Tema Natal es un mapa del destino, ese
camino que, mal que nos pese, hemos de recorrer en solitario y que, o bien
creemos manejable y explicable por una serie de causas (psicológicas,
sociológicas, kármicas, etc.), o bien, lo sentimos como la explicitación
paulatina de unas fuerzas que operan en nuestra vida. Fuerzas que no
controlamos, y que nos comprometen, lo queramos o no, lo sepamos o no,
con eso que muchos han llamado el Misterio, otros lo Sagrado y otros lo
Eterno.

La Astrología reúne en sí la asombrosa paradoja de constituir quizás el más


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antiguo de los saberes y a la vez ser como una recién nacida. Tanto lo muy
antiguo como lo recién nacido están muy cerca de eso que muchos llaman
el Caos Original, o la Nada que, sin embargo, contiene Todo. Por tanto,
rindamos tributo a esta cercanía y no exijamos demasiadas certezas, leyes
absolutas y técnicas estandarizadas, pues traicionaríamos en demasía el
espíritu que ha de animar no sólo la Astrología sino también al que empieza
a regir la época que vivimos. La Medicina occidental, gran parte de la
Psicología y de la Astrología aún se están apoyando en una visión, filosofía
o modelo epistemológico ya periclitados. Los que pretendemos no caer en
dicho error no rehuyamos la angustia que puede crear el merodear o
sumergirnos en el mencionado Caos, pues de él ha de surgir cualquier
posibilidad de avance, cambio o redención posible.

En la antigüedad, el Universo tenía una forma y un centro; su movimiento


estaba regido por el tiempo sagrado y cíclico, en su espacio cada cosa y
persona tenía su lugar propio y en el mundo cada pregunta tenía su
respuesta, aunque casi todas las proveyeran las Sagradas Escrituras. La
Tierra parecía un hogar seguro, limitado, pero seguro, hasta que el mundo
se ensanchó: el espacio se hizo infinito, el tiempo se convirtió en sucesión
lineal, inacabable, los astros dejaron de ser la imagen de la armonía
cósmica. Pasamos a una época de soberano orgullo, donde la muerte de
Dios fascinó de tal manera a Occidente que quisimos sustituirle colocando
en su lugar a nosotros mismos y a nuestras creaciones: la Ciencia, la
Técnica, la Política, etc. Hoy, exhaustos por tanto endiosamiento, dolidos y
temerosos porque estamos a un paso del abismo, nos enfrentamos a una
realidad más desconocida, inquietante y misteriosa que nunca. "Crisis
sociales, políticas, artísticas –dice J.E. Cirlot (7) (*)– son la consecuencia
de otras más profundas, que se fraguan en el centro del hombre mismo y se
traducen en cambios de su sensibilidad y de su sentimiento del mundo..., o
sea, de la relación viva del ser humano con el inmenso cuerpo que le
circunda..., ya no se trata de teorías sino de transformaciones reales
operadas en el cuerpo de lo real".

Einstein nos ha dejado huérfanos de la seguridad que una concepción


simplista del espacio y del tiempo nos proporcionaba. Con alguna razón
Kandinsky afirmó: "A mi parecer, la escisión del átomo fue la escisión del
mundo entero: de repente se derrumbaron las paredes más fuertes. Todo se
volvió inestable, inseguro. No me hubiera sorprendido si una piedra se
hubiera disipado en el aire ante mis ojos. La ciencia parecía haber sido
aniquilada". Tenía razón Borges: el desconocimiento y el tiempo son
nuestro subsuelo. Nuestra época necesita aquel tipo de reflexión que,
asumiendo la incertidumbre y la indeterminación que vivimos, dé un
14
sentido a la existencia. No, desde luego, ese sentido último y total que en su
día proporcionó la religión monoteísta, sino, más bien, aquel que nos
permita presentir que el desatino y el absurdo de nuestra vida no quedan
simplemente ahí. Un sentido que acoja el esfuerzo humano y le confiera
una meta. Meta que, aunque no libere al hombre del misterio que
constituye su realidad, le permita enfocar la vida con una actitud de desafío
y sumisión a la vez. Una actitud de la que brote un actuar dirigido a la
realización de una tarea, al cumplimiento de una misión que dé fuerza y
propósito a la existencia.

La Astrología puede ser un instrumento inapreciable en tal cometido, no


porque actúe como guía infalible, sino porque puede erigirse en mediadora
del necesario diálogo con las fuerzas que conforman el propio camino.
Diálogo necesario pero ambiguo, a medio camino entre la revelación
prístina y el desamparo por tener que dar respuesta a unas voces débiles
que apenas se dejan oír. Para utilizar la Astrología en tal sentido es
necesario un cambio fundamental en el planteo que hoy siguen la mayoría
de sus practicantes. Un planteo demasiado contaminado de los males de la
época. Un uso que, si no es sometido a una crítica profunda, acabará con la
esperanza de un nuevo florecimiento de nuestra disciplina. Es posible y
necesaria una Astrología que rompa la tiranía moderna de la univocidad y
del literalismo. Tiranía en la que lo esencial es la interpretación mecánica y
reductiva de un símbolo. Así, Marte siempre es iniciativa y un objeto
alargado, en un sueño, siempre alude al falo. En la compulsiva necesidad
de reducir, Nietzsche se "explica" por su sífilis, Dostoievski por la epilepsia
y el Espíritu por una sexualidad frustrada. Al decir de Denis de Rougemond
(26): "Lo más bajo nos parece lo más verdadero. Es la superstición de la
época, la manía de «remitir» lo sublime a lo ínfimo." Por eso, nos recuerda
Bown (3): "el esquema medieval de un significado cuádruple en todas las
cosas –la cuadriga, el carro tirado por cuatro caballos– por mecánico que
sea en la práctica, es al menos un precepto para no detenerse en un solo
significado sólido y constante".

La univocidad elabora un tiempo lineal. El tiempo lineal condena a una


vida fragmentada entre un presente siempre efímero, un pasado inapelable
y un futuro siempre incierto. El tiempo así concebido impide toda idea de
ciclo. La Astrología no se puede pensar sin ella. Añade Brown (3): "La
gran era del mundo comienza nuevamente, los años dorados retornan. Las
cosas dan una vuelta completa; un giro es un retorno y un nuevo
comienzo..." En el tiempo cíclico es posible concebir un pasado
recuperable, un futuro que nos alimenta y una eternidad alcanzable.
Permite ver la vida como un proceso y no como algo fijo. Eso da paciencia
15
y ecuanimidad cara a asumir lo imprevisible de la vida y de nuestra
naturaleza, pues lo imprevisible deja de ser lo amenazador para devenir lo
que hemos de reconocer.

A los símbolos astrológicos se les ha de infundir vida mediante in-


terpretaciones personales. Su significado no es fijo sino que es siempre
nuevo y cambia permanentemente en una revelación continua, cuya
reformulación moderna halla su mejor eco en el principio de sincronicidad
de Jung. Esta teoría, en esencia, nos dice que Dios no creó el mundo en seis
días literales, sino que la creación es un proceso continuo que implica la
constante irrupción de lo atemporal en el tiempo, en un devenir que los
astros atestiguan, nos recuerdan y del que todos participamos. Un devenir
imprevisible por lo creativo, enigmático por lo inconmensurable, fruto de la
existencia de una realidad que se sitúa más allá de este mundo tan
ingenuamente a mano, que nuestra época, hasta ahora, ha habitado.
Realidad re-bautizada por Freud como lo inconsciente. Un inconsciente
cuya descripción, tras la labor amplificadora de Jung, se asemeja tanto al
Pleroma de los gnósticos y al mundo de las Ideas de Platón, que se ha de
vincular a la raíz misma del ser humano, su punto de inserción al vasto
proceso del Universo. Sólo por medio de él nos mantenemos conectados a
los ritmos cósmicos, y fieles a nuestro origen divino. "Lo inconsciente –
dice Jung (17,a)– no sólo es meramente natural y maligno, sino también la
fuente de los bienes más excelsos; no sólo es oscuro, sino también
luminoso; no sólo bestial, semihumano y demoníaco, sino también
sobrehumano, espiritual y «divino»."

Es nuestra responsabilidad buscar o desarrollar la función y el papel que la


Astrología puede y debe cumplir en este momento. Una Astrología que
nutriéndose de lo eterno sepa insertarse y hablar con un lenguaje válido
para la época presente. No podemos seguir practicando una Astrología que
ignore todo el acervo críctico que la consecuencia contemporánea ha
desarrollado. Crítica social, ética, política. Crítica de los supuestos y
valores que subyacen en nuestras prácticas culturales, sociales e
individuales. La Astrología hoy ha de ser crítica. Si descuidamos este
aspecto fundamental, ¿qué ofrecemos junto a ella, o a través de ella? ¿La
reedición de una moral caduca: aspectos buenos y malos, planetas
benéficos y maléficos? ¿Una sarta de consejos respecto a cómo actuar
bien? ¿Un consuelo para llenar un vacío o hacer olvidar una angustia
existencial, hablando de reencarnaciones, recompensas futuras, o promesas
de poderes sobrenaturales? ¿Un saber dogmático acerca de verdades
absolutas como si de una religión se tratara? ¿Una nueva ciencia que
herede la tradición racionalista que ya conocemos y cuyo legado no es, en
16
absoluto, apetecible?

Creo que hemos de buscar en la Astrología no una moral, una religión o


una ciencia, sino recuperar una sensibilidad que ponga en tela de juicio la
moderna arrogancia con que nuestra cultura ha construido un Universo
mecánico y brutal, se ha separado y ha destruido la Naturaleza en nombre
del progreso, la moral y la religión. Una sensibilidad que recupere el
inmenso mundo de imágenes, sueños, mitos y fantasías que nos habitan.
Una sensibilidad que reintegre en nuestra conciencia aquellos ritmos que
expresan el despertar de procesos subterráneos, voces que desde las órbitas
inmutables de los astros provocan el estremecimiento de inexplicables ecos
interiores.

La Astrología es un sistema simbólico. Los símbolos son la expresión en


imágenes de seres, fuerzas, o poderes, cuyo denominador común es que
escapan al ámbito de lo humano. Los símbolos actúan como una especie de
puente que posibilita la comunicación. A través de ellos podemos acceder a
un diálogo con la divinidad. Por ellos, los dioses revelan sus intenciones.
Intenciones que la mayoría de las veces chocan con las nuestras o con
nuestros esquemas racionales, morales y culturales.

Toda cultura es siempre un experimento en el que se ponen a prueba una


serie de supuestos filosóficos, éticos y estéticos. Por tanto, siempre implica
la aceptación de ciertas actitudes y prácticas y el repudio de otras. El
resultado siempre es la parcialidad. Ésta lleva al dogmatismo y a la
degeneración en muchas culturas, como la Historia bien ha probado, y/o a
la crisis transformativa cuando el propio dinamismo cultural puede
autocuestionarse y criticarse, esto es, reconocer y trascender sus propias
limitaciones.

La Astrología hunde sus raíces en un sustrato universal. Cualquier forma


cultural que maneje sus símbolos le da su propia sustancia, con lo que los
vivifica, pero a la vez también les reviste de todos sus errores, prejuicios,
unilateralidades, etc. Por ello, una de las funciones básicas de la Astrología
es la crítica. Una crítica que genere no sólo transformaciones en el
individuo, sino que abarque las formas y prácticas culturales y sociales de
su entorno. Toda forma de liberación comparte dos aspiraciones básicas:

− La transformación de la consciencia y del sentido de la propia


existencia.
− La liberación del individuo de las formas de condicionamiento
que le imponen una cultura y una sociedad determinadas.
17
El malestar de la gente emana de lo que podríamos denominar con la
palabra hindú-búdica "Maya", cuyo significado no es la mera ilusión, sino
la totalidad de la concepción del mundo sustentada por una cultura. Lo que
persigue la liberación no es destruir a maya, sino verla tal cual es y
descubrir lo que vela u oculta: lo Universal. El juego social no debe
tomarse arse en serio, es decir, las ideas sobre el mundo y sobre uno mismo
que siempre son convencionalismos sociales, no deben confundirse con la
auténtica realidad. Apenas el hombre deje de identificarse con la definición
de sí mismo que le han otorgado los otros, o que se autootorga a través de
los otros internalizados, deviene, a la vez, Universal y Único. Universal en
virtud de que su organismo y su destino son inseparables del cosmos.
Único en tanto que está solo ante la tarea de establecer una relación
individualizada, crítica y consciente con el mundo que le rodea. Esta
soledad es paradójica, puesto que le aparta de los convencionalismos
sociales, pero le permite superar los sentimientos de aislamiento y
alienación vinculados a la pobre y limitada imagen del propio ser e
identidad que la sociedad le ha conferido.

Es necesario un desplazamiento de perspectivas en la Astrología. No


hemos de acercarnos a ella desde las ideas y actitudes, juicios y prejuicios
que constituyen los supuestos de una cultura. Es necesario un gran esfuerzo
crítico, pues pasando por todas estas realidades culturales ha de llegarse a
trascenderlas, para así conectar con la dimensión universal del símbolo.
Hemos de ser capaces de enfrentarnos a cualquier cultura con la suficiente
capacidad discriminativa como para poder diferenciar lo humano de lo
divino, lo temporal de lo eterno, lo efímero de lo permanente, las normas y
costumbres de los principios morales pretendidamente superiores. Para ello
es necesario, tanto una sólida formación cultural, como, y ello nos lo re-
cuerda incesantemente Enrique Eskenazi, un cuestionamiento de los
valores que rigen la propia vida. Resultaría útil que nos aplicáramos el
consejo de Nietzsche a la Filosofía: convertir la Astrología en un arma de
"transmutación" de los valores, el No al servicio de una afirmación
superior.

En caso contrario, el astrólogo se convierte, lo sepa o no, la mayoría de las


veces en un transmisor inconsciente de ideologías, valores y presupuestos
de la sociedad. Comunica, tras un lenguaje pseudo-esotérico, pseudo-
místico, o pseudo-científico un discurso moralizante, estupidizante, que
reproduce en el cliente el mismo sometimiento e inconsciencia que él vive.
Buen ejemplo de ello es cierta Astrología que imbuida de teosofismo, y de
diferentes tradiciones espirituales mezcladas, mal comprendidas y extraídas
18
de sus contextos culturales, adquirió toda una dimensión moral y dogmática
como en los mejores tiempos de la Inquisición, aunque por suerte con
menos poder.

Como ya ha demostrado el psicoanálisis, la antropología, la historia de las


religiones, etc., es la vigencia de los símbolos de una cultura que
condiciona su destino y la capacidad vital de sus integrantes. Hoy, con la
pérdida de los símbolos que nutrían nuestra civilización se impone la tarea
de hallar los que han de sustituirles. La Astrología puede cumplir un papel
esencial en esta búsqueda, por algunas razones que este libro intentará
esclarecer, pero, ante todo, porque además de ser capaz de cumplir el papel
de toda mitología, salvaguarda unos valores difícilmente renunciables para
nuestra mentalidad moderna: los valores individuales. El Tema Natal,
expresión par excellence del individuo, permite un religamiento con lo
sagrado pero desde una perspectiva estrictamente personal. Como
dictamina el Oráculo de Gracián: "Todo está ya en su punto, y el ser
persona, en el mayor".

Capítulo 2
La Astrología: ¿Ciencia o Arte?

"De la pura inteligencia no brotó nunca nada inteligible, ni nada razonable de la razón pura." Hóderlin,
Hiperion

"La Ciencia es el arte de crear ilusiones que el loco cree o discute, pero que el sabio disfruta por su be-
lleza o su ingenuidad, sin ser ciego al hecho de que es un velo o cortina humana que encubre la oscuridad
abismal de lo incognoscible."
C.G. Jung

Cada civilización se caracteriza no solamente por unos usos, costumbres y

19
prácticas sociales, sino que edifica, a su alrededor, un mundo propio,
utilizando para ello, modos de conocimiento o tipos de consciencia que
permiten vislumbrar universos en nada parecidos al nuestro. Jung (17,d)
relata la interesante conversación que tuvo, en uno de sus viajes, con el jefe
de un pueblo indio:

"Era un cacique del pueblo Tao, un hombre inteligente de entre cuarenta y


cincuenta años. Se llamaba Ochawia Biano (Lago de Montaña). Pude
hablar con él de un modo como raramente he hablado con un europeo.
Evidentemente estaba preso en su mundo, como un europeo lo está en el
suyo, pero ¡en qué mundo!

"–Mira, –decía Ochawia Biano–, lo crueles que parecen los blancos. Sus
labios son finos, su nariz puntiaguda, a sus rostros les desfiguran y surcan
las arrugas, sus ojos tienen duro mirar, siempre buscan algo. ¿Qué buscan?
Los blancos quieren siempre algo, están inquietos y desasosegados. No
sabemos lo que quieren. No los comprendemos. Creemos que están locos.

"Le pregunté por qué creía que todos los blancos están locos. Me
respondió:
"–Dicen que piensan con la cabeza.
"–¡Pues claro! ¿Con qué piensas tú? –le pregunté.
"–Nosotros pensamos aquí, dijo señalando su corazón.
"Quedé sumido en largas reflexiones. Por vez primera en mi vida, me
pareció que alguien me había trazado un retrato auténtico del hombre
blanco... Este indio había acertado nuestro punto vulnerable y señalado
algo para lo que somos ciegos."

Una ceguera que se llama provincialismo, una ceguera producto de la


prepotencia de nuestra civilización, que se ha especializado en la
intolerancia y el desprecio de todo lo que es foráneo a su espíritu y
entendimiento. Hemos de zambullirnos en mares de humildad para poder
calibrar los tesoros que otras culturas contienen y que pueden ser parte
constituyente del bálsamo que tanto necesitamos. Ahora es el momento de
que también busquemos en la propia casa, pues en ella nos esperan, quizá
desde siempre, en los márgenes que dejan las ortodoxias, dogmatismos y
modas culturales, sorpresas no solamente agradables, sino también muy
necesarias en relación a los problemas que hoy nos agobian.

Este libro trata de una de ellas, la Astrología, quizá la más antigua, y quizá
la menos comprendida, sobre todo en la actualidad; en que una tradición
fuertemente cientificista pretende convertirla en una nueva ciencia, o en
20
una técnica racional y objetiva. Se intenta legitimar la Astrología
haciéndola aparecer como una ciencia.

Existe una Astrología, así como existe una imagen del Universo no
científica, que se inscribe en una tradición esotérica o simbólica. No tiene
nada que ver con la ciencia, en el sentido moderno del término, pues no
pretende explicar ni describir cómo es el mundo, cómo es la naturaleza
humana, o como es una persona concreta. Una Astrología en que los
planetas son comprendidos y vividos como dioses y no como factores de
personalidad, o rasgos de carácter, etc. Pienso ahora en la afirmación de
Fernando Pessoa (23): "Los dioses no han muerto: lo que ha muerto ha sido
nuestra visión de ellos. No se han ido: hemos dejado de verlos; o hemos
cerrado los ojos; o una niebla cualquiera se ha interpuesto entre ellos y
nosotros. Continúan existiendo, viven como han vivido, con la misma di-
vinidad y la misma 'calma."

Una Astrología que hablando el antiquísimo lenguaje del mito, no pretende


decirnos cómo somos, sino mostrar un camino, un modo de vivir, en el que
cada individuo ha de dar su propia, original y única respuesta a los
interrogantes más esenciales de la existencia: ¿qué sentido tiene mi vida?,
¿qué sentido tiene lo que me ocurre?, ¿qué respuesta dar a los problemas
fundamentales y eternos que se presentan en toda vida humana? Jung
afirma que el futuro de la psicología como arte curativo depende de su
capacidad de reconstruir la conexión ón perdida entre el hombre y el
cosmos. La Astrología es una de las herramientas más apropiadas para ello
aunque no la única. Por tanto, gran parte del futuro astrológico está, en mi
opinión, más comprometido en desarrollar esta capacidad que en hallar y
probar científica o estadísticamente las influencias, rayos, o vibraciones
que proceden de los planetas. Tampoco lo está en intentar seguir los pasos
de una psicología académica que aún sigue contemplando al hombre como
un conjunto de variables independientes, es decir, un objeto más, dentro de
un mundo donde desapareció la presencia, el espíritu, y con él, la vida
entera.

Las estadísticas pueden resultar útiles siempre que, realizadas con el


suficiente rigor, sirvan para comprobar o refutar aspectos de nuestra
disciplina que se prestan a la confusión y al oscurantismo, que dividen a los
astrólogos y que desprestigian a la profesión. Pero existe una dimensión de
la Astrología y de la vida, refractaria a cualquier estadística: el individuo.
Los métodos científicos aplicados a la Astrología, con la voluntad de
alcanzar la certeza que les carácteriza, pueden acrecentar la exactitud del
pensamiento astrológico, por tanto, tienen un papel importante en el
21
desarrollo e investigación de diversos aspectos de nuestra disciplina. Pero
ocurre que esta exactitud no puede suplantar la incertidumbre que todo
fenómeno cualitativo encierra, sobre todo cuando dicha exactitud pretende
arrojar fuera de sí todo aquello que no abarca. "Hay algo –afirma Kierke-
gaard– que no puede convertirse en sistema: la existencia."

"El método estadístico –nos dice Jung (17,e)– muestra los hechos a la luz
del promedio ideal, pero no nos da un cuadro de su realidad..., si bien
refleja un aspecto indiscutible de la realidad, puede falsificar la verdad de
un modo muy engañoso... (pues) lo distintivo de los hechos es su
individualidad... Podría decirse que la realidad consiste en nada, salvo
excepciones a la regla, y que, en consecuencia, la realidad absoluta tiene
predominantemente el carácter de lo irregular.

"La educación científica se basa principalmente en verdades estadísticas y


conocimiento abstrato y, por tanto, imparte un cuadró racional, pero irreal,
del mundo, en el que el individuo, como un fenómeno meramente
marginal, no representa papel alguno. Sin embargo, el individuo, como
dato irracional, es el vehículo verdadero y auténtico de la realidad, el
hombre concreto, en contraposición al hombre ideal o normal irreal, al que
se refieren las declaraciones científicas.

"No debemos subestimar el -efecto psicológico del cuadro estadístico del


mundo: desplazar al individuo en favor de unidades anónimas que se
amontonan en formaciones masivas..."

Estamos demasiado acostumbrados a considerar la ciencia y la técnica


como un prodigio y un milagro y no como una operación en la que
interviene, como elemento central, la visión cuantitativa del mundo. Con el
dogmatismo de algunos de sus defensores y con la actitud acrítica de los
que les escuchamos, se cierran, cada día más, los contactos con esos vastos
territorios de la realidad que se rehúsan a la medida y a la cantidad, con
todo aquello que es cualidad pura, irreductible a género y especie: la
sustancia misma de la vida.

El predominio casi absoluto de la tradición científica en nuestra sociedad


no sólo tiene repercusiones epistemológicas sino también sociales e
individuales. Socialmente nos movemos con tres supuestos que Feyebarend
resume así:

1. El racionalismo científico es preferible a las tradiciones alternativas.


2. No puede ser mejorado por medio de una comparación y/o
22
combinación con las tradiciones alternativas.
3. Se debe aceptar y hacer de él la base de la sociedad y la educación en
razón de sus ventajas.

Supuestos que evidentemente no han sido sometidos a una discusión crítica


ni han sido contrastados en la práctica social e individual."Las teorías,
prácticas y tradiciones no científicas pueden convertirse en poderosos
rivales de la ciencia y revelar las principales deficiencias de ésta si se les
da la posibilidad de entablar una competencia leal. Darles esta
oportunidad es tarea de las instituciones en una sociedad libre... (aquélla)
en la que todas las tradiciones tienen iguales derechos e igual acceso a los
centros de poder. Una tradición recibe tales derechos no por la importancia
que tiene para los foráneos, sino porque da sentido a las vidas de quienes
participan en ella."

Hay quien dice que la ciencia, en última instancia, no es más que un mito
(*), el de nuestra cultura, tan real para nosotros como lo fueron los espíritus
en otros lugares y, épocas. Hay quienes afirman, y entre ellos científicos
destacados, que el conocimiento científico resulta ser tan subjetivo como el
del brujo. Cada uno expresa sus imágenes acerca de procesos que no se
pueden ver para explicar los eventos que sí se pueden ver, como la bomba
atómica o un enfermo. No se trata de desdeñar a la ciencia, sino el afán de
algunos de convertirla en la única vía de conocimiento lo que puede acabar
paralizando o anquilosando otras posibilidades y modos que tal vez am-
pliaran nuestros, hoy en día, demasiado estrechos horizontes vitales. La
Astrología presenta un aspecto simbólico que no podrá agotarse en ninguna
regla estandarizada y tiene un cariz matemático, y por tanto absolutamente
"objetivo", que permite al incrédulo una demostración totalmente empírica
de su validez, es decir, de la verdad de su afirmación básica: la existencia
de una vinculación entre el Cielo y la Tierra, entre la vida de una persona y
la infinidad de estrellas que la contemplan.

"Una cultura –afirma María Zambrano (37,b)–, depende de la calidad de


sus dioses, de la configuración que lo divino haya tomado frente al
hombre...." Creímos que Dios, con la irrupción de la Ciencia, murió. Mas
no fue así, simplemente mudó sus vestiduras. Hoy adoramos en su lugar, y
divinizamos, a una falsa divinidad: la Razón. No podemos liberarnos de
una vinculación con lo Absoluto. Sea que absoluticemos una facultad
humana, un dios trivial o un ente universal. Es necesario, entonces, que
cada uno se pregunte por la propia vinculación que tiene, lo sepa o no, con
la Eternidad. De la calidad del vínculo depende en mucho su destino, y es
ahí donde la Astrología puede tener un papel muy especial. Un papel que le
23
vendrá más por su dimensión simbólica que por sus logros científicos, pues
como símbolo tiene una "efectividad –dice Enrique Eskenazi (12,a)–
independiente del grado de comprensión de las personas..., por su
inagotabilidad perdura como potencial significativo, que irrumpe en
diversas culturas y en distintos momentos. Y esta permanencia no consiste
en la mera supervivencia histórica, sino en su historicidad: sin una fecha de
origen, sin una circunstancia particular que explique su producción, parece
pertenecer a la categoría de la eternidad".

Capítulo 3
El símbolo astrológico

"El mundo es un objeto simbólico."


Zalustio

3.1 La caída, la rotura

Los primeros hombres, según cuentan tradiciones seculares, vivían en


perfecta armonía con la naturaleza y los dioses. No eran regidos por otros
hombres, sino directa y exclusivamente por el Espíritu. Así todo lo que les
rodeaba poseía un carácter sagrado. Cada lugar una significación mítica
que se reflejaba en todas sus actividades y se asociaba con un día del año y
un plan de los cuerpos celestes. En tal día, marcado por la ascensión de una
estrella familiar, las deidades locales se volvían activas y hablaban a la
gente en sus sueños y visiones.

Hoy, el Espíritu se ha ausentado de la Tierra. Ya no nos habla, o si lo hace,


apenas le escuchamos. No recordamos nuestros sueños, no les prestamos
atención ni cultivamos su lenguaje, el de la imaginación. Una cultura
obsesionada, desde Parménides, en la distinción neta entre lo que es y lo
que no es, vive en constante desarraigo de la dimensión más rica de la
existencia. Antes la vida estaba llena de espíritus, hechizos y posesiones.
Hoy lo está de neurosis, enfermedades psicosomáticas y adicciones de todo
tipo. Antes uno se sentía poseído por un dios o por un demonio. Hoy lo está
por un síntoma de cualquier tipo, o por el vacío y la angustia existencial.
Hemos creado un mundo obsesivamente material, científico y técnico. Su
pobreza espiritual es tal, que no podemos sino recordar con nostalgia y
admiración la digna protesta de Smohalla, uno de los últimos profetas
indios americanos, en contra de la intención de que su pueblo se volviera
cultivador:
24
"Mis jóvenes hombres nunca trabajarán. Los hombres que trabajan no
pueden soñar y la sabiduría viene a nosotros en los sueños. Me piden que
haré la tierra. ¿Tendré que coger un cuchillo y rasgar los pechos de mi
madre? Así, cuando muera, no podré entrar en su cuerpo para descansar.
Me piden que cave para coger piedras. ¿Deberé cavar bajo su piel para
coger sus huesos? Así, cuando muera, no podré entrar en su cuerpo para
renacer. Me piden que corte hierbas y haga forraje y lo venda y sea rico
como los hombres blancos. Pero, ¿cómo me atreveré a cortar el cabello de
mi madre?" (The Earth Sprit and its mysteries)

La sabiduría nos viene en sueños, afirma el profeta. Quizás en el mundo de


sueños e imágenes se halle la única puerta abierta que nos queda hacia la
sacralidad cósmica. Muchas culturas se han dado cuenta del valor de esa
otra realidad que se expresa de tal modo. Por ejemplo, el pensamiento
chino, situado en las antípodas del nuestro, ha desarrollado, a lo largo de
milenios, una percepción muy aguda de ella. Todos sus esfuerzos se
centran en captar, comprender y utilizarla sabiamente, tanto en la vida
comunal como en la personal. El I CHING es quizá la mejor expresión de
tal cometido. Occidente también ha dispuesto de tradiciones equivalentes:
la Gnosis, la Kábala, el Tarot, el Hermetismo, la Astrología. Constituyen
un conjunto de doctrinas esotéricas, cuya existencia subterránea no ha im-
pedido su supervivencia como un saber oculto y como una potencial fuente
de cuestionamiento y transformación de las estructuras culturales, sociales
e individuales vinculadas con el estado de alienación en el que vivimos.

3.2 La visión esotérica

La filosofía oriental y la tradición hermética nos dicen que la realidad está


constituida por dos niveles. El primero es el mundo de las cosas sensibles,
tangibles, regido por las leyes espacio-temporales. Es el nivel superficial,
de las apariencias, en el que todos vivimos, es el Maya hindú, la cueva de
Platón. Dicho nivel actúa-como un velo de otra realidad que se oculta, que
trasciende los límites del espacio y del tiempo. Es el ámbito de la Eternidad
o la Divinidad. Conectar ambas realidades es la más íntima y suprema
aspiración humana. Olvidar una de ellas, el mayor desvarío. Es la
condición de los que viven presos en las redes de Maya, la de estar
dormidos (o inconscientes como diría un psicoanalista). Su comprensión es
sólo la literal, por lo que no pueden percibir la otra realidad. Realidad sólo
accesible a través de la imaginación y del símbolo (*).
25
La intuición primordial de que el mundo visible, en el que habitualmente
nos movemos, es sólo un aspecto de la totalidad, se extiende por todas las
épocas como una sabiduría subyacente. El gran secreto, es decir, la causa
de nuestra limitación, reside en nuestra propia percepción. El gran error
consiste en buscar esta realidad más allá de nosotros mismos. Rimbaud
afirma "nuestra pálida razón nos oculta el infinito" y Blake escribe:
Si las puertas de la percepción quedaran depuradas,todo se habría de
mostrar al hombre tal cual es: infinito.

"El hombre natural es, hablando en términos de visión consciente, una


semilla imaginativa, del mismo modo que la semilla es un paquete de
materia sólida, también la mente natural es una concha herméticamente
cerrada por un cráneo lleno de ideas abstractas. Y así como la semilla está
circundada por un mundo oscuro que nosotros percibimos como un mundo
subterráneo, así como el Universo físico que rodea al hombre natural por
todos los lados y que es oscuro, en el sentido de que él no puede ver su
extensión, así es el mundo subterráneo de la mente, la guarida de Urthoma,
la caverna de la República de Platón. En la naturaleza la mayor parte de las
semillas mueren siendo semillas, y en la vida humana todos los hombres
naturales, todos los tímidos, todos los estúpidos y todos los malignos
permanecen en la caverna, que alumbra las estrellas del espíritu caído,
hibernando en la noche invernal del tiempo. Ellos sólo son embriones de
vida, semillas estériles, y mueren en el seno del mundo seminal. La
posibilidad de vida existente en ellos permanece en su forma embrionaria
de ideas abstractas, sombras y sueños. Algunos de esos sueños son visiones
confusas del mundo real de la consciencia despierta; otros son pesadillas
del espanto paralizador de que son presa todas las mentes con un estupor de
inercia. Aquí y allá una semilla deja salir un brote tímido hacia el mundo
real, y cuando procede así escapa de la oscuridad del entierro e ingresa en
la luz de la inmortalidad." Frye: Fearful Symmetry. Cit. en Brown (3).

La Astrología implica una visión esotérica de la realidad mucho más propia


a su naturaleza que la racional. Mucho más cercana a la poesía que a la
ciencia (**). Sus postulados son:

a) Todo está en todo:


Todo es un espejo de múltiples espejos. Cada cosa encierra el Todo y el
Todo hace referencia a cada cosa (***), o bien: "Todo vive, todo se agita,
todo se corresponde, todo se comunica, y relacionándose atraviesa sin
obstáculos la cadena infinita de las cosas creadas: es una red que cubre el
mundo y cuyos hilos se comunican con los planetas v las estrellas."
26
(Nerval, Aurelia)

El hombre se halla dentro de un océano de vida y consciencia. Una esencia


común se revela tras la aparente multiplicidad. El Universo es un ser
viviente dotado de alma. Una identidad esencial reúne a todos los seres
particulares, que no son más que emanaciones del Todo. La analogía
esencial que existe entre la naturaleza y el hombre permite admitir, sin
asombro, que cada destino está, como afirma la Astrología, ligado al curso
-de los astros. El hombre se encuentra en el centro de la Creación, y a la
inversa, el hombre encuentra la Creación en el centro de sí mismo. Conocer
es descender en sí mismo. El Arte poético de Claudel nos recuerda
bellamente que "en el fondo de nosotros hay una verdad oscuramente
adherida... ; es que el hombre lleva en sí mismo las raíces de todas las fuer-
zas que ponen en obra al mundo, y que él constituye su ejemplar
abreviado"

Una fantasía alocada pero sumamente valiosa de Alan Watts (33) reza así:
"Todo ser vivo cree que es humano, tanto si se trata de una planta, como de
un gusano, un virus, una bacteria, etc. Todos los seres, sea cual fuere su
sistema sensorial, creen que están en el centro. Es decir, miren donde
miren, tienen la sensación de que son el centro del mundo, del Universo...
Por eso, todos estamos en el mismo lugar, todos tenemos por encima cosas
mucho más altas que nosotros mismos, y por debajo cosas que son mucho
más bajas que nosotros. Hay cosas a la izquierda y a la derecha, delante y
detrás. Tú eres el centro, en todas partes, siempre." Queda lejos la visión
científica en la que el mundo paulatinamente se transforma en un ámbito
opaco, disecado por la razón. Todo pierde vida, y con ella, sentido. Por
ello, no es de extrañar que Yourcenar (36) escriba: "Cuando todos los
cálculos complicados resultan falsos, cuando los mismos filósofos ya no
tienen nada que decirnos, es natural volverse hacia el parloteo de los
pájaros, o hacia el lejano contrapeso de los astros." Damos de tal manera
por sentado la validez indiscutible de las creaciones de la razón moderna,
que nos resulta casi imposible imaginar una perspectiva en la que la Tierra
sigue siendo el centro de mi Universo y el Cielo un ente vivo cuyo orden
inmutable y pleno de sentido es solidario de mi pequeñez aquí.

b) Como es arriba es abajo:


Hay un Cielo arriba y una Tierra abajo. El Cielo es expresión de un
Cosmos, de un orden eterno. En la Tierra rige el Caos, estamos todos
inmersos en el ámbito de la Vida cuya característica principal es la
imprevisibilidad. No sabemos que va a ocurrir mañana. Ayer no
sospechábamos ni remotamente lo que ha ocurrido hoy. Es la vivencia
27
espantosa de estar atados a una fuerza sobrehumana, que parece no reparar
demasiado en nosotros. Son las fuerzas de la naturaleza, su fecundidad
terrible y su aparente ceguera, las que imponen al hombre la vivencia de su
pequeñez y un perpetuo anhelo de orden (****).

E. Eskenazi (12,b) sostiene que la tarea de la Astrología es revelar cómo


este aparente caos de nuestra existencia terrestre no es más que producto de
nuestra incapacidad de captar la trama de orden que le subyace. El
astrólogo, al levantar la mirada, busca en el espejo del Cielo una respuesta
a lo que aquí nos ocurre. Con ello, muestra la unidad que subyace detrás
del Cielo y de la Tierra. La Astrología es un vehículo que permite alcanzar
un tipo de conocimiento que se alimenta y busca tal unidad. Conocimiento
de la unidad que compromete no sólo a la razón discursiva sino a todas las
regiones del ser. Un saber que abre una ventana hacia lo desconocido.
Apertura por la cual se puede percibir el infinito y llegar a un nivel de com-
prensión cuyo vehículo es el amor y no la mente. Este amor no es amistad,
simpatía o deseo. Es más primitivo y más espiritual. Ya no es tú o yo, sino
muchos, incluyendo todo aquél cuyo corazón pueda tocar. No hay
distancia, sino presencia inmediata. Es un secreto eterno. No se puede
explicar.

Siempre ha habido gente que ha presentido y vivido esta unidad entre


conocimiento y vida, entre saber, ser y amar. La palabra filosofía, amor a la
sabiduría, lo constata. El sentido sólo se revela a quien lo ama, como nos
recuerda una bella historia kabalista contada por G. Scholem (30): "La Torá
deja salir una palabra de su cofre y ésta aparece por un momento y se
oculta enseguida. Y, en cualquier momento y lugar en que salga de su cofre
y se vuelva a esconder con toda rapidez, lo hace tan sólo para aquellos que
la conocen y están habituados a ella. La Torá, como una amada hermosa, se
oculta en un recóndito aposento de su palacio. Tiene un único amante, cuya
existencia todo el mundo ignora porque permanece escondido. Por amor a
ella merodea el amante continuamente ante la puerta de su morada y deja
vagar sus ojos buscándola en todas direcciones. Ella sabe que el amado está
constantemente alrededor de la puerta de su morada. ¿Qué hacer? Entreabre
ligeramente la puerta del escondido aposento donde se encuentra, desvela
por un instante su rostro al amado e inmediatamente se oculta otra vez.
Todos los que quizá pudieran estar junto al amado nada verían ni
percibirían. Unicamente él la ve, y su corazón y su alma van en pos de ella,
y sabe que por su amor, la amada se ha manifestado un instante, y ha ardido
en su amor."

Para conocer es necesario amar, para amar es necesario conocer. Pascal


28
afirmaba que para poder amar las cosas terrenales era preciso conocerlas
previamente, y para poder conocer las cosas divinas se debía ante todo
amarlas. Dejar penetrar el mundo dentro de sí, abrirse a la vida. De ahí
surge el axioma esotérico: conócete a ti mismo. La verdad no es un
conjunto de leyes y datos objetivos, ni se halla en los libros. Constituye,
más bien, una experiencia personal, por tanto incomunicable. Al decir de
María Zambrano (37,a): "La verdad llega, viene a nuestro encuentro como
el amor, como la muerte, y no nos damos cuenta de que estaba
asistiéndonos antes de ser percibida, de que fue ante todo sentida y aun
presentida."

Las palabras y los libros, tiene un valor: reside en el sentido que esconden.
Ahora bien, este sentido siempre implica un esfuerzo que no puede ser
alcanzado por las palabras. Por ello, siguiendo a Octavio Paz, vemos dos
silencios: uno antes la palabra, es un querer decir; otro después de la
palabra, es un saber que no se puede decir. Como los místicos, que tanto
han dicho para decirnos que las palabras no sirven para dar cuenta de una
experiencia que es inefable. Mistos significa silencio. Silencio que es la
desnudez de uno frente a su propia verdad, la única válida. "Religar la
conciencia con el inconsciente, hacer simbólica la conciencia, es religar las
palabras con el silencio; dejar entrar el silencio. Si la conciencia sólo son
palabras sin ningún silencio, el inconsciente permanece inconsciente" (3)
(N. Brown). Existen las palabras cargadas de intención que son el ruido de
la existencia y existe la palabra que necesita del silencio para germinar, de
la oscuridad en la que se engendra en lo escondido del ser, y de la soledad
para revelarse. Una Palabra que nos preexiste y nos constituye y que
fácilmente el ruido hace desaparecer. Mas no por ello se pierde. La Verdad,
invulnerable como es, se retira pero deja un germen intacto: la necesidad
de sentido. Un germen que al despuntar aparece como supremo mandato al
que toda la vida puede llegar a obedecer. Un germen que al crecer deviene
en auténtica pasión. Pasión por la Verdad, búsqueda de su paradero, del
recinto interior donde el ser se dispone a la comprensión.

3.3 Lo simbólico

El conocimiento simbólico permite acceder a un tipo de comprensión muy


distinta a la intelectual. No ofrece datos, ni información, ni nuevas teorías.
Esta comprensión, enseña Eskenazi, tiene que ver con la captación del
sentido de nuestra experiencia. Dicho sentido ayuda a comprender
vivencialmente nuestra participación y peculiar relación con un ámbito de
la existencia al que antes llamábamos lo divino, lo eterno, lo absoluto y, en
la actualidad, recibe el nombre de lo inconsciente (*****), ese santuario
29
moderno de nuestro diálogo sagrado con la realidad suprema. No es un
conocimiento

(*****) Utilizo el término inconsciente en un sentido amplio. Para Freud al principio, lo


inconsciente era un fenómeno secundario, formado por deseos libidinales incestuosos
reprimidos, que también podían ser conscientes. En cambio para Jung, el inconsciente posee
realidad inmanente, cuya esencia creadora e impersonal se acerca mucho a las definiciones
metafísicas de Cielo e Infierno, es decir, el lugar de lo sobrehumano. Veamos como lo define
Brown (3): "El inconsciente no es un armario lleno de secretos en la casita propia de la mente
individual; no es ni siquiera, en última instancia, una caverna llena de sueños y espectros en
que, como los prisioneros de Platón, la mayoría de nosotros pasa la mayor parte de sus vidas. El
inconsciente es más bien ese mar inmortal que nos trajo aquí; del cual tenemos atisbos en
momentos de «sentimiento oceánico»; un mar de energía o instinto; que abarca toda la Humani-
dad, sin distinción de raza, lengua o cultura; y que abarca todas las generaciones de Adán,
pasadas, presentes y futuras en una herencia filogenética; en un solo cuerpo místico o
simbólico." (S. Freud) (16,a)

objetivo, nunca podrá serió, nunca ha de serlo, por lo menos en el sentido


usual del término. Es un conocimiento que no nace de la experiencia de un
mundo exterior a mí, sino de un diálogo con el mundo a través de mí. Por
tanto la Astrología, por su carácter simbólico, es radicalmente subjetiva. El
conocimiento simbólico no se aprende, se descubre en uno mismo y en la
propia vida. Pues es allí donde se revela lo divino, es a través de uno que se
hace manifiesto un sentido. La eterna sabiduría nos rodea constantemente,
se trata pues de saber hacia dónde mirar. Por ello, la objetividad del conoci-
miento esotérico no nace del consenso social como la de la ciencia, sino de
la condición de apertura y el nivel de consciencia del sujeto. Si dos
personas participan de una misma revelación sentirán que su conocimiento
es coincidente, y por tanto, objetivo. Ahí radica la paradoja, esta aparente
contradicción entre la subjetividad radical del conocimiento esotérico y su
objetividad. No es una objetividad independiente del sujeto sino su más
plena e íntegra expresión.

El símbolo nace como expresión del ritmo fundamental de la naturaleza:


toda "polaridad", _la lucha de fuerzas antagónicas y complementarias, que
sé'_ existen la una con la otra, se resuelven en una síntesis que éste
propicia. Entre todas las parejas de tendencias que constituyen, la vida
permite establecer vastas analogías: al ritmo del día y de la noche
corresponden, en otros planos, las oposiciones de los sexos, la que se da
entre la conciencia y el inconsciente en psicoanálisis, entre el espíritu y la
materia. El símbolo es la tensión integradora que intenta restaurar la
Unidad primitiva. Para ello, establece un puente entre algo conocido y algo
que no conocemos. Implica una contradicción o tensión entre dos polos
mediante la cual, lo conocido, en contacto con lo desconocido, deja de ser
algo definido y explicado para convertirse en vehículo de un posible
30
sentido, y lo desconocido deja de ser algo perteneciente al ámbito del azar
o lo inexistente, para pasar a cumplir una función esencial en cualquier
realidad: lo que la constituye y la anima.

Con el mecanismo causa-efecto pretendemos explicar, no sólo la realidad


aparentemente objetiva y física de ahí afuera, sino también y ello es lo
grave, todo lo que en nuestra vida ocurre. Es la forma más diabólicamente
fácil de engañarnos y, sobre todo, de eludir la responsabilidad de nuestras
vidas. Si enfermo, la causa y su explicación están en un virus o una dieta
desequilibrada. En cualquier conflicto de relación siempre encontramos el
modo de hallar causas externas y ajenas a nosotros para atribuirles el papel
de agentes causales: el egoísmo o la frialdad de mi pareja, la maldad de los
comunistas o de los capitalistas, etc. Si no encuentro trabajo es por el paro,
y si no dejo un trabajo que ya no me vale es por lo mismo. Si tengo miedo
de salir a la calle, o si prohíbo a mi hija que salga de noche, es por la
violencia callejera, y así podríamos multiplicar los ejemplos hasta el
infinito. Hallamos la causa que curiosamente siempre nos justifica y nos
permite sobre todo no cuestionar la propia participación y responsabilidad
en todo ello. Incluso la Astrología se utiliza para el mismo fin. Si no
encuentro pareja es porque tengo a Saturno en la VII. Si estoy deprimido o
me enfermo es por tal tránsito o progresión, etc. Con este modo de
funcionar y de explicarnos lo que nos ocurre se pierde de vista lo esencial.
Lo único que hacemos es un continuo fabricar o buscar causas que en
realidad no explican nada. Y cuando no las hallamos recurrimos al azar. Es
por casualidad, decimos, y así, el misterio de la aparición del evento o de
la experiencia en nuestra vida queda como estaba: opaco. No se produce el
efecto de revelación deseado. En la revelación, lo que quiere manifestarse,
es un sentido que nunca puede hallarse apelando a causas ni al loco azar.

Todo lo que nos acontece está envuelto por el tejido de un mensaje que
proviene de más allá de lo meramente humano. Como si toda realidad del
tiempo y del espacio llevara siempre un velo que encubre un misterio. Bajo
este velo está oculta la auténtica verdad. El símbolo alza el velo para que la
esencia, al descubrirse, patentice lo Sagrado o lo Eterno como una
presencia permanente en nuestras vidas. Según dice Georges Gurvitch, (*)
los símbolos revelan velando y velan revelando. "La gloria de Dios es
ocultar una cosa, mas la gloria del rey es descubrirla; como si, conforme al
inocente juego de los niños, la Majestad Divina se deleitara en ocultar sus
obras a. fin de que se las descubra; y como si los reyes no pudieran
alcanzar mayor honor que ser los compañeros de juego de Dios"(**).

3.4 La Unidad
31
Dicen antiguas doctrinas que existe una Unidad originaria entre el mundo
divino y el terrenal. Constituye un pilar fundamental de la tradición
esotérica, de la mística, y de algunas cosmovisiones pertenecientes a otras
culturas. Bajo las miríadas de formas que revisten los seres y los objetos
existe una misma realidad esencial, a la vez una y múltiple, material y
espiritual. Por ella se explica la existencia y la actividad de los seres, su
vida y su muerte. Realidad misteriosa expandida por todas partes, por
esencia refractaria a la definición, a la que solamente podemos acercarnos
por medio de imágenes y afirmaciones paradojales. Recordemos la singular
descripción de Lao- Tse: "El Tao que puede expresarse en palabras no es el
eterno Tao... Quieto en la acción, no puede ser nombrado. Puede llamársele
la forma de lo informe, la imagen de lo que no tiene imagen, lo fugaz y lo
indeterminable..."

Nosotros hemos perdido el contacto con esta Unidad. Una consciencia


superficial, un modo de vivir la vida, o una particular evolución, no sólo
nos hacen olvidarla, sino que también nos convencen de la dualidad del
Universo: eternidad/tiempo, espíritu/materia, cuerpo/mente, bien/mal,
luz/oscuridad, yo/tú, etc. Ambos mundos están escindidos, como nos
recuerdan sin cesar nuestros mitos: la Caída; la expulsión del Paraíso, del
Edén; el exilio; etc. El mito de la unidad perdida es también el mito de la
unidad recobrada. El hombre vive exiliado; en recuerdo de esa Unidad y
por un permanente anhelo de recuperarla, convierte su vida en una
búsqueda. Los mitos y leyendas de todas las épocas y lugares así lo
cuentan: "Cada alma y cada espíritu –leemos en el Zohar hebreo– con ante-
rioridad a su entrada en este mundo, consiste en un ser masculino y uno
femenino unidos en un solo ser. Cuando descienden a esta Tierra, las dos
partes se separan y animan dos cuerpos diferentes." Una concepción similar
aparece en el Banquete de Platón (24). De acuerdo con él, la experiencia
última del amor sexual es la reunión o reintegración en la unidad, es el
entendimiento de que por encima de la ilusión de la dualidad está la
indentidad.

Todos sin excepción, quizá por un instante, hemos entrevisto la experiencia


de la separación y de la reunión. El día en que de verdad estuvimos
enamorados y supimos que ese instante era para siempre, el día en que una
experiencia dolorosa hizo que el tiempo abriera sus entrañas para que se
desvelara nuestra auténtica realidad: un yo que se desvanece, una palabra
que se anula. Solos o acompañados hemos vislumbrado la Unidad.

El prototipo de toda oposición es el sexo. "El conocimiento auténtico –dice


32
Brown (3)–, es conocimiento carnal, una cópula de sujeto y objeto que hace
uno sólo de dos." El prototipo de la división en dos sexos es la separación
de la tierra y el cielo, Madre Tierra y Padre Cielo, los progenitores
primordiales. Cada ser humano, desde entonces, nace del sexo y lleva en sí
una doble herencia. Por parte de la Madre heredamos el cuerpo y con él la
mortalidad. Por parte del Padre, el espíritu y el sentimiento de eternidad. El
acto sexual es sagrado, una eterna cita en la que se pueden reencontrar los
contrarios, en un éxtasis que permite vislumbrar, revivir y conocer la
Unidad. La diferencia fundamental que separaba los gnósticos de sus con-
temporáneos, es que, para ellos, su "tierra natal" no era la Tierra, sino el
Cielo del que habían conservado la memoria. "Yo estoy en el, mundo pero
no soy del mundo." Ésta es la fórmula gnóstica más sencilla. O bien:
"Salido de la luz y de los dioses, heme aquí, exiliado y separado de ellos.
Soy un dios, de dioses nacido, pero reducido ahora ora al sufrimiento."
Para ellos, el tiempo, la historia, el cuerpo, la Tierra y todos los poderes e
instituciones que ha creado el hombre, constituían el dominio del mal. A
esta palabra no hay que darle un sentido moral sino existencial. El mal es la
existencia en un mundo en el que reina un embotamiento del espíritu. La
mayoría de los gnósticos tradujeron este embotamiento –inherente a la
materia que nos compone– con una imagen simple y reveladora: el sueño.
Dormimos, nos pasamos la vida durmiendo. Sólo aquellos que lo saben
pueden romper el muro de la inercia, despertar el brillo que reside en
nosotros. Dormir significa vivir en el mundo de la dualidad, despertar
implica una tarea que como dice Eskenazi (11,b), compromete a cada
cultura y a cada vida humana, que siempre constituyen un intento renovado
de reunir los contrarios: "Toda ciencia, religión, mito y filosofía son
intentos conscientes o inconscientes de resolver el problema de lo eterno y
lo temporal".

El conocimiento simbólico puede curar la escisión, puede ayudarnos a


recordar esa vivencia de unidad, no como un postulado intelectual, sino
como una realidad cotidiana y personal. Afirma Eskenazi (12b): "El
símbolo... no es una abreviatura de la realidad como el concepto..., sino un
medio para instalarnos en esa realidad. Por tanto no sólo es portador de
conocimiento intelectual, sino que es portador de una experiencia de
instalación en una realidad indiscutible." En la prosa poética de O. Paz
(22,b) leemos: "Somos bien poca cosa y, no obstante, la totalidad nos mece,
somos un signo que alguien hace a alguien, somos el canal de transmisión:
por nosotros fluyen los lenguajes, y nuestro cuerpo los traduce a otros
lenguajes. Las puertas se abren de par en par: el hombre regresa. El
universo de símbolos es también un universo sensible. El bosque de las
significaciones es el lugar de la reconciliación."
33
"En su origen el símbolo es un objeto cortado en dos trozos, sea de
cerámica, madera o metal. Dos personas se quedan, cada una, con una
parte; dos huéspedes, el acreedor y el deudor, dos peregrinos, dos seres que
quieren separarse largo tiempo... Acercando las dos partes, reconocerán
más tarde sus lazos de hospitalidad, sus deudas, su amistad. Los símbolos
eran, entre los griegos de la antigüedad, signos de reconocimiento que
permitían a los padres encontrar a sus hijos abandonados. Por analogía, el
vocablo se extendió a cualquier signo de reunión o adhesión, a los
presagios y a las convenciones. El símbolo deslinda y aúna: entraña las dos
ideas de separación y de reunión, evoca una unidad que se ha dividido y
que puede reestablecerse."(9)

"Todo proyecto simbólico –señala Eskenazi (12,b)– es la pretensión de


demostrar que los planos desgarrantes y opuestos se pueden fundir en uno
solo, que sólo adquieren sentido cuando se encuentran... El puesto del
hombre es de intermediario entre el Cielo y la Tierra, la Eternidad y el
Tiempo. Somos duales... la gran tragedia es vivir entre dos mundos
simultáneamente. Nuestra función mediadora consiste no sólo en vivir
desgarrados, sino que este desgarramiento lleve a un resultado que sólo el
hombre puede lograr: hacer que los opuestos se reconcilien... aun cuando
esto sea siempre efímero." "El propósito del simbolismo –añade el autor–
es mostrar cómo, en cada momento del tiempo, en cada instante de nuestra
existencia y en cada experiencia en particular, hay una irrupción
permanente de lo Divino, o de lo Sagrado, o de lo Intemporal, que le da
significado a la experiencia." Con ello la acción humana se eleva en
dignidad. Nada de lo que una persona hace está privado de una profundidad
infinita, aunque ella no lo sepa, y desde cualquier circunstancia que vive
puede vincularse a lo que le trasciende, "allí donde tú te encuentras, allí
mismo se encuentran todos los mundos".

La Astrología, al enmarcar las circunstancias que vive una persona en el


marco celeste de sus símbolos, permite sacralizar su experiencia. Sacralizar
la experiencia significa añadirle una dimensión sagrada e impersonal o, en
otras palabras, permitir que dicha dimensión se manifieste. Nuestra historia
no es nuestra, nuestros conflictos personales ni son nuestros ni son
personales. Jung dice que detrás de un complejo personal siempre se
esconde un arquetipo universal. Es necesario una desidentificación respecto
a nuestros problemas pretendidamente personales. Sólo así podemos captar
su esencia impersonal, arquetípica. Nuestra vida, en este sentido, es un
campo de batalla, un escenario donde se representan conflictos y dramas
pertenecientes a la divinidad. Mi problema de pareja es el problema del
34
encuentro entre el Hombre y la Mujer, que escritos con mayúscula invitan a
reconocerlo como historias de la eternidad. Por eso los mitos son tan
importantes en el estudio y la práctica de la Astrología. Permiten un cambio
de nivel. Al igual que, mediante el rito, el tiempo profano deviene en
instante atemporal, sagrado; mediante el mito, mi problema trasciende esa
falsa consciencia de subjetividad y se convierte en la ocasión de establecer
un diálogo con lo que me puede y me trasciende.

3.5 La imaginación

Este diálogo requiere un lenguaje. El símbolo lo es; pero si en el plano


conceptual, la palabra queda encerrada en un universo cerrado y finito, en
su utilización simbólica, la palabra es como si hallara su libertad, pues
puede mostrar todos sus sentidos y alusiones como un fruto maduro. La
convierte en imagen y así deviene una forma peculiar de comunicación. Sin
dejar de ser lenguaje está más allá de él, pero éste recobra su fecundidad
que le ha sido mutilada por la reducción que le imponen con su uso
conceptual el habla cotidiana y la ciencia.

"El acto de hablar –escribe Brown (3)–, así como el simbolismo, apunta
más allá de sí, al silencio, al verbo en el seno del verbo, al lenguaje
sepultado en el lenguaje; el idioma universal..., de antes del Diluvio o la
Torre de Babel; perdido aunque a mano, perfecto para siempre; presente en
todas nuestras palabras, pero sin pronunciar. Oír una vez más el lenguaje
primordial es devolver a las palabras su plena significación. Como lo hacen
los sueños."

Es más fácil pensar racionalmente que imaginar, porque razonar como


razonamos usualmente es repetir, mientras que imaginar es crear. En un
mundo que es cambio, como dice el poeta, sólo se sienten a gusto los que
crean: los que repiten sienten vértigo ante el cambio. La imaginación que,
en Occidente y hasta hace poco, era la "loca de la casa", patrimonio de los
artistas, niños y enajenados, ha dejado de serlo. La especulación filosófica
y la investigación científica se ocuparon mucho en devaluarla, hasta el
punto que ésta contesta reivindicando sus derechos a través de la
proliferación de las psicosis, el recurso al alcoholismo y los
estupefacientes, a las sectas religiosas y políticas. Como afirma Durand
(10): "hoy, las bellas artes para una élite cultivada, y para las masas la
prensa, la televisión y el cine vehiculizan... esa irreprimible sed de
imágenes y sueños". Imágenes que proyectan al hombre, condicionado
históricamente, hacia un mundo más rico y pleno que el mundo cerrado de
su momento histórico.
35
En cambio, cada día son, más los que recuperan una antigua visión: el
Universo en su esencia es apetito de manifestación, deseo que se proyecta,
la imaginación no tiene otra misión que dar forma simbólica y sensible a un
flujo universal en perpetuo movimiento y cambio. Por ello, "el símbolo –
nos recuerda Eskenazi (12,b)– no pretende informar, sino transformar". Y
por ello, todo sistema simbólico alude a un conjunto de transformaciones
que el individuo, en el transcurso de su vida, ha de sufrir. "El hombre –dice
Octavio Paz (22,b)–, es trascendencia, un ir más allá de sí." El símbolo es
la expresión de ese continuo trascenderse, de ese permanente imaginarse.
El hombre está constituido por lo simbólico, es imagen porque se
transforma y al transformarse se trasciende.

El único poder transformador de la experiencia reside en la imaginación


como ya los alquimistas sostenían y, como hace poco, han redescubierto los
psicoanalistas. Jung (17,b) compara al proceso de individuación como un
vivencias de y en las imágenes. Imágenes que él llama arquetipos por su
universalidad y que cada ser humano ha de confrontar de acuerdo a su
peculiar y única constitución. "La experiencia del arquetipo –dice– es
frecuentemente guardada como el secreto personal más estrecho, porque se
siente golpear en el núcleo mismo de su ser... (Estas experiencias)
demandan ser ahormadas individualmente en y por la vida y trabajo de
cada hombre. Son imágenes surgidas de la vida, de los gozos y los
lamentos de nuestros antepasados más remotos; y para vivir buscan
retornar, no sólo en experiencias, sino en actos. Por su oposición con la
mente consciente no pueden ser traducidas directamente a nuestro mundo;
de aquí que haya que encontrar un modo de mediar entre las realidades
consciente e inconsciente."

La Astrología ha de inscribirse en este vasto territorio de la imaginación,


como un instrumento destinado a favorecer este trabajo. De lo contrario, se
convierte, seducida por la tentación racionalista, en una nueva técnica o
ciencia pseudo-psicológica que la degrada utilizándola como una tipología,
o en un instrumento mántico que satisface curiosidades morbosas.
Evidentemente podemos alardear de aciertos cuando definimos al cliente
y/o cuando realizamos pronósticos que se cumplen, pero de poco más. Y
sobre todo el trabajo astrológico no deja huella. De nada le sirve a la
persona que le definan su carácter, le expliquen sus problemas, le adivinen
su vida y le ofrezcan bien intencionados consejos respecto a como actuar
correctamente. Lo único que sirve es que la persona pueda comprender el
sentido de lo que le está ocurriendo en su vida. Y a esta comprensión no se
accede con teorías, etiquetas, adivinaciones, ni consejos.
36
Las fuerzas, motivos y conflictos que se agitan en el alma de una persona y
que mueven los hilos de su vida, siempre son un misterio a respetar, porque
en ellas está, confusamente mezclado lo que de mejor y de peor revela un
destino. Cuantas veces de un error surge el acierto, de un desvarío la
lucidez, y de una neurosis, como suele repetir Jung, la vocación del
individuo. El otro es y será siempre un extraño radical, cuyo fondo oscuro,
inasible e irreductible a cualquier intento de explicación, nos sitúa ante la
tarea de aprender a amarle más que a definirle.

"Hay una vía de comprensión –afirma Jung– que parte del respeto por el
misterio de otro ser humano. La comprensión es una fuerza oprimente y
terrible. A veces puede ser un verdadero asesinato del alma... el meollo del
individuo es un misterio de la vida que se «muere» cuando se le aprisiona.
Es por eso que los símbolos quieren -seguir siendo misteriosos... Yo creo
que la verdadera comprensión no comprende, pero vive y actúa... Debemos
bendecir nuestra ceguera ante los misterios de los otros, porque ella nos
resguarda de demoníacos actos de violencia. Deberíamos ser cómplices de
nuestros propios misterios, pero velar púdicamente nuestros ojos ante el
misterio del otro. En la medida que él es incapaz de comprenderse a sí
mismo, no necesita de la «comprensión» de los otros."

Por ello la Astrología no tiene que utilizarse para definir a las personas: tú
eres Libra y por tanto eres así, tienes esta cuadratura y or tanto tal conflicto.
Cada definición excluye .a su contraria, separa y encierra a lo definido, con
lo cual lo violenta. El símbolo por contra a busca la integración de los
contrarios. Por eso utiliza imágenes, pues éstas tienen en común el
preservar la pluralidad de significados de las palabras sin quebrantarlos.
Cada imagen contiene muchos significados contrarios o dispares, a los que
abarca sin suprimirlos. La imagen desafía el principio de la contradicción,
por eso es peligrosa, al enunciar la identidad de los contrarios atenta contra
los fundamentos de nuestro pensar.

Las palabras son una máscara que raramente expresan en forma correcta lo
que está detrás; más bien lo encubren. La inteligencia no es lo que importa,
sino la imaginación, nos recuerda Hesse, es con ella como se puede
comprender que el hombre retorna al Universo. La imaginación es fuente
de conocimiento y creatividad. Su abandono u olvido, en cambio, no sólo
empobrece la vida, sino que, como muy bien saben los psicoanalistas, nos
convierte en sus esclavos. Retorna en forma de fantasías que desde el
inconsciente, o desde el olvido, pueblan nuestra existencia de equívocos y
proyecciones. "E] hombre –nos relata Simone Weil (34)– debe realizar el
37
acto de encarnarse, pues está desencarnado por la imaginación. Lo que en
nosotros procede de Satán es la imaginación." La imaginación puede ser
tanto fuente de luz como un oscuro pozo de desatinos. Todo depende de
nuestra actitud hacia ella. Si no la consideramos, nos traiciona, nos posee, y
entonces, imaginamos que amamos, imaginamos que sabemos, nos
imaginamos e imaginamos a los demás, pero desconectados del mundo de
la realidad.

Nuestra vida se mueve en dos dimensiones: lo imaginario y lo. real. Lo


imaginario es el ámbito de la carencia, lo real es el lugar de una plenitud
vacía. El proceso terapéutico consiste, en gran medida, en descubrir esa
dimensión imaginaria inconsciente, que convierte nuestra vida de un
diálogo con los demás a un monólogo con uno mismo, a través de las
imágenes proyectadas en el otro. Por eso, añade Weil en lúcidas palabras:
"Para matar el yo es necesario exponerse desnudo y sin defensas a todos los
ataques de la vida, aceptar el vacío, el desequilibrio, no buscar jamás una
compensación a la desgracia; y sobre todo suspender el trabajo de la
imaginación que tiende perpetuamente a cerrar las hendiduras por donde
pasaría la Gracia."

Y la Gracia necesita del vacío. Lo que se encuentra en toda experiencia de


profundización que supere la falsa coherencia de la razón es, pura y
simplemente, el vacío. No es un vacío pobre y poblado de ausencias, sino
un vacío preñado de vida, un vacío que sólo reconoce una realidad, la del
flujo inmenso e imparable de la vida y del deseo que hacia ella quiere
conducirnos. Cuando se disuelven los artilugios que lo imaginario y la
razón imponen en nuestras vidas, surge la oscura realidad del deseo. Los
psicoanalistas conceden al deseo la condición última y motora de la
condición humana. Despojar al deseo de sus máscaras, como afirma
Eskenazi, consiste en confrontar su dimensión de flujo vital que, por
esencia, escapa de toda cosificación, fijación y concreción, cuyos efectos
siempre implican el estancamiento existencial. El deseo oculta una
profunda mistificación. La vida es puro deseo, pero cuando lo imaginario
se convierte en su alimento, cada deseo deviene en fuente de ansiedad,
origen del estado de "exasperación y fiebre" que caracteriza el actuar
humano. Por ello, todos estamos sometidos al mismo dilema: o
establecemos una relación "consciente con estas imágenes, o vivimos bajo
su poder compulsivo que impide que nos volvamos reales, sumiéndonos en
un mundo cuya mejor comparación sería la que establece Platón (24) en el
mito de la cueva: vivir en una gruta rodeados de sombras a las que
tomamos por la auténtica realidad.

38
La Astrología puede llegar a ser una herramienta de inmensa utilidad para
establecer y mantener ese diálogo. Sus símbolos son excelentes
mediadores, cuya utilización consciente puede posibilitar una
transformación. Las imágenes inconscientes pasan a ser, a través del
trabajo simbólico, interlocutores de la divinidad. Los dioses nos hablan
cuando imaginamos o, lo que es lo mismo, las imágenes constituyen el
lenguaje de los dioses.

La imagen materna que, sin yo saberlo, proyectaba a cualquier mujer que


se me acercara, deviene una posibilidad de relación con el trasfondo
materno presente en toda la vida y también en mi interior. Ya no me veo
confrontado con mi propia madre, sino con el arquetipo divino de lo
materno, no con un problema personal y único, sino con un problema
humano general e impersonal que han tenido que padecer y solucionar los
hombres desde siempre. La alquimia resultante es evidente. Detrás del
juego diabólico de proyecciones aparece un misterio. Aquella mujer a la
que inconscientemente trataba y obligaba a que me tratara como mi mamá,
deviene una desconocida. Desconocida en el mejor y más pleno sentido de
la palabra, un pozo sin fondo, que libre de mis expectativas y proyecciones
se me aparece como constante novedad. La relación con ella revela su
auténtico fundamento, como parte constituyente de mi historia, o del mito
de mi vida, si la consideramos como vehículo de mi participación con la
divinidad.

3.6 El mito

En el proceso terapéutico, el trabajo continuado con los sueños del paciente


permite descubrir la existencia de un mito o de varios mitos interactuantes
en el destino de la persona. Paulatinamente, tanto las imágenes
personificadas de los sueños como los personajes soñados de nuestra vida
exterior, revelan el papel mítico que están cumpliendo en nuestra vida. La
distancia entre la vida de vigilia y la del sueño desaparece: "Puesto que
sueño y vigilia no son dos partes de la vida –dice María Zambrano(37,a)–,
que ella, la vida, no tiene partes, sino lugares y rostros."

Aparece nuestro destino como un único proceso que, encarnándose ahora


en sueños y luego en las relaciones con los demás, transforma a los otros en
actores de unos roles míticos y portavoces de unos mensajes, cuya
comprensión constituye un verdadero poder transformador e integrador de
mi totalidad. Para Jung (17,d), "lo que se es según la intuición interna, y lo
que el hombre parece ser sub specie aeternitatis, se puede expresar sólo
mediante un mito. El mito es más individual y expresa la vida con mayor
39
exactitud que la ciencia". Cada uno ha de volverse consciente del mito que
vive en su vida, de la imagen que dinámicamente le impele hacia la
realización de su destino. Dicho mito no se piensa, ni se inventa, ni se ha de
trascender, sino que ha de ser experimentado. Como señala Wickess (35);
"se formula a sí mismo desde un impulso o una necesidad de comprender
lo que ha ocurrido en el oscuro misterio de su pasado y lo que puede ocurrir
en un desconocido e incognoscible futuro... Conocer al mito es conocer al
hombre. Es también conocer al dios adorado por él en secreto, el dios de su
deseo dominante, su más preciado valor y su mayor miedo, pues este dios
rige la vida que vive él mismo en su inconsciente, y extrañamente domina
las elecciones que la persona cree que realiza por medio de su voluntad
consciente". Se lee en Río natural de Emilio Prados: "Nació y creció sin
saber del dios que nació con él."

"La primera función de los mitos es la que he denominado función mística


–dice Campbell (5)–, despertar y mantener en el individuo un sentimiento
de respeto y gratitud respecto a la dimensión misteriosa del Universo, no
para que viva atemorizado por ella, sino para que reconozca que participa
de ella, pues el misterio del ser es también el misterio de su propio ser." En
cada conflicto que tenemos (léase cuadratura, tránsito, progresión, etc.) son
voces de lo Eterno que buscan manifestarse, voces que piden un
compromiso de nuestra parte. Existe una cisura, una contradicción, que se
puede manifestar por infinidad de canales o planos, y que quizá lo que
menos importa es que intentemos buscarle, sus causas y explicaciones y sí
que adoptemos una actitud que nos lleve a cambiar, a abrirnos a lo
desconocido de nosotros mismos y de la vida que nos rodea.

3.7 El misterio

Necesitamos de lo desconocido. El misterio es la única fuente capaz de


revitalizarnos y de insuflarnos la suficiente dosis de humildad como para
que podamos encarar las experiencias de la vida, entre ellas, las crisis, con
una mirada que nos haga reconocer su dimensión simbólica. "Ver el
símbolo –leemos en J. Chevalier y A. Gheerbrant (9)– supone entonces
estar dispuestos a morir, o quizá despertar de nuevo al olvido «esa otra
forma de memoria» como dice Borges. Olvido del mundo y de cuanto
sabemos, retorno al no saber, a la infancia, al silencio, al misterio que
literalmente significa quedarse mudo ante lo inefable..."

El hombre es un ser en busca de un sentido. La búsqueda del sentido


constituye el principal misterio de una vida. El hecho primordial humano es
estar siempre dirigido o apuntando hacia algo o alguien distinto de uno
40
mismo, hacia un sentido que cumplir. "Autotrascendencia" es el nombre
que Víctor Frankl (15) dio al hecho fundamental de que ser humano
significa hallarse referido a algo o a alguien distinto de uno mismo. Hoy,
sin embargo, tal búsqueda está socialmente desconsiderada. La gente se
queja de muchos modos de la carencia de sentido y del sentimiento de
futilidad y absurdo en el que vive. Muchos intentan fabricar un sentido
humano demasiado humano, que en el fondo no les sirve: enriquecerse,
adquirir poder, placer, la felicidad o la salvación personal, etc.

El sentido ha de ser descubierto, construido, como afirma Eskenazi (12,b)


no puede ser inventado. Si una persona vive bajo tal imperativo está
preparada a sufrir, ofrecer sacrificios e incluso, si ello es preciso, a ofrecer
su vida. Por contra, si la búsqueda no se emprende o se abandona, no sólo
es desdichada sino, y como una vez dijo Albert Einstein, difícilmente apta
para la vida. Escribe Brown (3): "A veces me parece que veo originarse las
civilizaciones en la revelación de algún misterio, de un secreto; y que se
expanden con la paulatina publicación de su secreto; y que terminan en el
agotamiento cuando ya no queda secreto alguno, cuando el misterio ha sido
divulgado, es decir, profanado. Y así llega el momento –creo que estamos
en uno de esos momentos– en que se hace necesario renovar la civilización
mediante el descubrimiento de nuevos misterios, mediante el poder, nada
democrático, pero soberano, de la imaginación, mediante ese poder nada
democrático que hace de los poetas los legisladores no reconocidos de la
Humanidad, ese poder que hace nuevas todas las cosas." En cualquier caso,
se trata, ante todo, de encontrar nuevamente los misterios. La Astrología lo
es, o lo puede ser si no nos empeñamos demasiado en convertirla en una
técnica más. El misterio por esencia, no se puede decir, ni escribir, ni
recibir de ningún gurú o maestro. Los misterios sólo se despliegan en
palabras si pueden permanecer ocultos. He aquí la poesía, he aquí el
símbolo. Los misterios se revelan a quien los busca y los ama. De ellos
nace el conocimiento esotérico. Su fuente es –como afirma Eskenazi– la
propia interioridad, por ello, sólo algunos, no todos, pueden verlos.
(**) "Para el poeta –afirma Azcuy (2)–, como para el ocultista, lo esencial consiste en obtener
un nivel de conciencia donde no rijan los opuestos y pueda experimentar- se el Universo
enlazado por las correspondencias. Esta aprehensión permite situarse en un punto interior de
perspectiva única, desde donde la gestión poética y la gestión ocultista parecen singularmente
idénticas... Como quería Novalis, todo lo visible se adhiere a lo invisible, todo lo que puede ser
oído a lo que no puede serlo, todo lo sensible a lo insensible; quizá, también, todo lo que es
posible pensar a lo que no puede ser pensado. "

(***) La afirmación Todo está en todo, es un flagrante atentado contra las leyes básicas de la
lógica que rige nuestros actos. Los axiomas fundamentales de nuestra lógica se reducen como
los axiomas de las matemáticas, a la identidad y a la contradicción. En la base de todos ellos se
encuentra la aceptación de un supuesto básico: todo algo tiene otra cosa contraria a él; por tanto
41
toda proposición tiene su antiproposición, toda tesis su antítesis. El objeto se opone al sujeto, el
mundo objetivo al subjetivo, el yo al tú, el bien al mal, es decir A se opone a no-A. Nuestro
lenguaje es incapaz, por tanto, de expresar la unidad de los contrarios, esto es, otra lógica frente
a la que el lenguaje conocido siempre suena a absurdo: A es tanto A como no-A, todo es, tanto
A como no-A, A es todo. Pero vemos como incluso estas proposiciones formulan muy
pobremente lo que quieren expresar. De ahí la desconfianza hacia el lenguaje de los maestros
zen cuando arrojan a sus discípulos al fango porque quieren que se den cuenta que es mejor que
las palabras.

Capítulo 4
Los símbolos fundamentales:
el círculo, la cruz y los cuatro ángulos

Extrae primero el alma con firme persistencia. Ya en sus manos las parte, las clasifica.
Mas el espíritu —que mantenía unidas dichas partes— por siempre habrá perdido.
Goethe, Fausto

4.1 El Círculo

El círculo del Tema Natal es un símbolo de la bóveda celeste, del ámbito


divino donde moran los Arquetipos. Por ello su redondez alude a la
presencia del Espíritu como principio inalterable, absoluto y eterno. La
cruz o el cuadrado, proyección hacia el espacio del punto de vista terrestre,
son símbolos de la Materia. El círculo refleja la medida en que todos
participamos de una esencia universal arquetípica, el Adam Kadmon o el
Hombre Celeste Kabalístico, el Anthropos. Todo hombre es en potencia un
nuevo Adán, pues un solo individuo puede imponer un cambio en la
evolución humana. Cada uno somos potencialmente los depositarios de un
poder inmenso, el poder creativo. Esto confiere un valor increíble a la
individualidad. El cuadrado, o la cruz, reflejan la concreción y manifesta-
ción de esta individualidad única e irrepetible.

El círculo y el cuadrado simbolizan los dos aspectos fundamentales de la


Creación: la unidad y su manifestación y concreción. La relación que existe
entre ambas figuras nos lleva al famoso e irresoluble problema matemático
de la cuadratura del círculo que es, ni más ni menos, el problema de
relacionar lo individual con lo universal, lo temporal con lo eterno, el
individuo particular con el arquetipo celeste del Hombre. El círculo es al
cuadrado lo que el Cielo a la Tierra o la Eternidad al Tiempo. Es el tema
42
esencial de la Astrología y de todo sistema simbólico: la coincidencia de
los opuestos. Existe una dialéctica entre los opuestos, una tensión que sólo
se resuelve bajo la mediación de imágenes de síntesis, en las que ambos
polos se expresan y son necesarios. No cabe el olvido de uno: un aspirar a
lo celeste en detrimento de lo terrestre, un querer habitar en la eternidad
trascendiendo esa suprema manifestación del tiempo que es el instante
presente. Todo es necesario, aunque también es cierto que no todo es igual.
Existe una cierta dependencia de un polo respecto al otro como expresa la
imagen del cuadrado inscrito en el círculo. La Tierra depende del Cielo, y
el tiempo de la eternidad, como todo lo manifestado de esa Unidad
primordial de la que surge y hacia la que se dirige.

El círculo es símbolo del eterno movimiento. El movimiento circular se


expresa en la noción de ciclo. El ciclo es la forma que adopta el destino
para manifestarse. Después del helado invierno se apresura el florecer de la
primavera a irrumpir en los corazones. Así en la noción de ciclo, el yo se
disuelve en un puro devenir inserto en un proceso cósmico: "no puedo
mover un dedo sin perturbar una estrella". El nacimiento, el crecimiento, la
evolución, la involución, el tiempo y la muerte giran contenidos en un todo
indiviso y circular alrededor de una unidad en la que un solo punto, el
centro, pone en juego, activa y vivifica todas las fuerzas presentes en el
destino de una persona, de una época y del Universo entero. Por eso se dice
que el círculo, al igual que lo divino, es "concentrado sobre sí mismo, sin
comienzo ni fin, consumado, perfecto, como la bóveda rodante de los
cielos, refugio de la eternidad y lugar de los perpetuos recomienzos".

La redondez del círculo recuerda lo suave, lo que nunca violenta al ser; el


círculo es la imagen de la manifestación de lo divino que se deja ver en un
movimiento que, lenta e incesantemente, se desliza por un declive casi
imperceptible hacia una infinita blandura. Redondo es lo tierno, lo frágil, lo
que no se resiste a fuerza alguna. El círculo es la eternidad girando sobre sí
misma, desplegándose en eso que llamamos vida. Vida que en su devenir,
aparece ante el hombre como el resonar de un eco. Pueden oírse voces
inextinguibles que, tanto en la alegría como en el dolor, siempre recuerdan
la blandura, esa blandura que nada puede detener y sin la que no hay dolor
o júbilo que dejen huella. Redonda es la forma del ser cuando se recoge en
sí mismo. Forma envolvente y protectora donde no existen ángulos ni
aristas, paradas ni tropiezos; sólo un movimiento, cuya circularidad sin fin
es prueba de que el espíritu no puede desaparecer, aunque en muchos se
preste a un triste olvido, a un lánguido sueño.

El círculo esconde un centro inmóvil, un solo punto que contiene en sí


43
todas las líneas, en el que todos los radios coexisten en una única unidad
inmutable y perfecta. Dicho centro tiene un papel providente, es el eje del
mundo, un motor permanente del que nace y hacia el que se dirige toda
experiencia de la vida. Eso que llamamos destino y que no es más que un ir
a tientas en pos de la conquista del tesoro más preciado: el que resulta de
acceder no a la posesión de joyas, títulos u honores, sino a un vacío. Un
vacío que subyace a la existencia del hombre y que es, sin embargo, la
fuente de todo anhelo divino. Es ahí donde uno encuentra su verdadera
identidad, ésa que rehuyendo cualquier definición aparece como la matriz
de toda creatividad. No es un ser, algo, sino un crear. No hay sujeto ni obje-
to, ni nada en especial. Se trata de una identidad que demasiado en-
simismada en la contemplación de esa nada que encierra la plenitud del
vivir, no repara en algo que no sea el moverse de esta totalidad inmensa
que rodea al ser.

El centro, nuestro centro, es esta parte del ser que atento a todo, no se deja
avasallar por nada, no hay traición posible, pues desde allí no existe nada lo
suficientemente importante como para perder de vista al Todo, y sin
embargo, cualquier cosa, desde la más pequeña hasta la mayor, por el
simple hecho de existir, desprende tal aroma de divinidad que requiere o
exige una entrega total; un sumergirse en cada experiencia y sorber hasta la
última gota de su sustancia, pues de ella mana el alimento sagrado, ése que
nunca puede perjudicar.

Nuestra vida es, lo sepamos o no, una constante búsqueda de ese centro.
Vamos detrás de un anhelo: poder instalarnos en esta región virtual, pues
no ocupa espacio ni consume tiempo. Es como si algo o alguien en
nosotros supiera que sólo desde allí es posible acceder al sentido de nuestra
existencia, como si solamente desde este lugar el destino se cumpliera en su
plenitud y nuestra misión se realizara a sabiendas.

El centro no es el paraíso, no es tampoco un jardín de paz y tranquilidad


aseguradas, ni por supuesto implica un reino de alegría permanente;
recuerda más bien un estado del ser en que existe una ausencia de intereses,
nada de lo que se vive es mejor o peor que nada. Asemeja mejor un
recipiente donde las contradicciones del vivir se experimentan en una
plenitud desgarradora, y por ello, fructifican. Con razón los místicos de
todos los tiempos y lugares han encontrado difícil hablar sobre su esencia
tremedamente paradójica: "una paz bélica, una vasija llena de conflicto
divino". Jung (*) en uno de sus arrebatos místicos se refería a ello así: "En
alguna parte, alguna vez, hubo una flor, una Piedra, un Cristal, una Reina y
un Rey, un Palacio, un Amado y una Amada, hace mucho, sobre el Mar, en
44
una Isla, hace cinco mil años. Es el Amor, es la Flor Mística del Alma, es el
Centro, es el Sí-Mismo."

Circular es la experiencia del vivir que dibuja trazos indefinidos hecho de


altibajos que se suceden, de presencias y ausencias, de memorias y olvidos
que borran todo vestigio de realidades pasajeras, para así favorecer el
conocimiento de una Realidad que trasciende lo efímero de nuestro
quehacer terrenal. Una ausencia que calla y permanece sorda a todo rumor
de la existencia, sólo por eso puede adivinar y presentir que nada empieza y
acaba en un instante dado. Todo es eterno en su fragilidad, incluso el más
oscuro de los abismos acaba sometiéndose al imperio de su ley.

Una ley que encauza el destino y que obliga a conocer por igual el infierno
y el paraíso, el bien y el mal, el espíritu y la carne en una sucesión de
experiencias que se disponen como radios de una rueda giratoria y cíclica.
En ella, los caminos siempre implican un ir y un regresar paradójicos,
"continuar significa ir lejos, ir lejos significa retornar" Cuando la vida se
estanca, cuando la fuente se seca, aparece la necesidad de un nuevo sentido
que fecunde la existencia. Acceder a un nuevo sentido depende, muchas
veces de la disposición de uno a dejar que la vida le haga pasar vergüenza,
como cuando era niño. Esto significa un poder volver atrás. Todo progreso
implica simultáneamente una vuelta al punto de partida (lo que constituye
un tema mítico por excelencia: el regreso del héroe al hogar) y un avanzar
hacia lo desconocido de uno mismo y de la época en la cual vive.

El círculo revela que en todo hombre existen las reservas necesarias para
realizar lo que su propio crecimiento requiere siempre que, como dice el
poeta, tenga la humildad de aceptar las formas extrañas bajo las cuales
éstas se manifiestan (por eso, en muchos mitos, el héroe aparece como un
tonto en función de su "yo" futuro). Las reservas generalmente nos
aguardan en el hogar, aquello que dejamos en el camino en nuestros
orígenes.

El círculo nos recuerda ese poder sobrehumano que mueve el torbellino de


nuestras vidas, siempre en torno a una búsqueda que no cesa de hacer que
el ser se contraiga y se expanda, suba a lo alto y caiga en lo bajo. Una
experiencia en que todas las cosas devienen, se elevan y regresan en un
vaivén inacabable en el que paulatinamente se da a conocer un sentido.
Sentido que emerge tras un mosaico de experiencias cuyos dibujos
constituyen la trama del destino. Dice Lao-Tse: "Moverse hacia el destino
es como la eternidad. Reconocer la eternidad es la iluminación, y no
reconocerla trae el desorden y el mal. El conocimiento de la eternidad hace
45
al hombre comprensivo, y la comprensión amplía su mente. La amplitud de
visión trae nobleza y la nobleza es como el cielo."

La tensión contradictoria a la que la figura del círculo alude es la que


experimentamos todos entre vivir en la periferia de las experiencias.
Periferia en la que rige una visión parcial, fragmentaria, y por ello, siempre
equivocada, y la posibilidad de dar un salto, de trascender la rueda giratoria
de la vida para instalarse en su centro, en ese punto del ser en que se está, a
la vez, más allá de la experiencia y en su mismo corazón.

Todo lo periférico de la vida ha de ser subordinado al centro. El


movimiento circular tiene también el significado de un "dar vueltas en
círculo en torno a sí mismo' (Jung). La vida como una circunvalación, en la
que se alternan la huida de sí mismo con la búsqueda de sí mismo, la clara
luz esperanzadora que emana del centro, con la desesperanza que se vive en
el laberinto de la periferia. Se malinterpreta el tiempo cíclico como una
repetición. "Lo que amenaza volver -dice F. Savater (29,b)- es lo que
mayor pavor nos inspira, la historia cuyo retorno convertiría nuestros
esfuerzos, más o menos baldíos hacia el «progreso», en los trabajos
pendientes que Sísifo remonta sin provecho ni reposo". Pero la repetición
se inscribe en un tiempo simbólico: lo que vuelve no es la repetición de lo
mismo, sino la posibilidad de la creación, no la reiteración del pasado, sino
la oportunidad de su redención. La repetición para Kierkegaard tiene un
sentido de restauración de las fuerzas gastadas, la posibilidad de
reconstrucción de un mundo, la posibilidad de abolición de lo irremediable.

4.2 La Cruz

Si el círculo nos recuerda nuestro origen divino, la cruz es la imagen que


mejor representa nuestra condición terrestre. Esa oscuridad esencial que
rodea siempre a la chispa divina que hay en nosotros y que también nos
constituye. La cruz con sus dos ejes es el símbolo de nuestra ambigüedad
radical, ese vivir que nos crucifica en sus contradicciones. Todos estamos
crucificados, no hay escape posible, crucificados en tanto estemos inmersos
en una materialidad que sólo se manifiesta bajo el velo de la dualidad. Es
nuestra conflictividad radical, ese desgarramiento de estar
permanentemente situados en una encrucijada de la que parten dos
dimensiones, y de ellas cuatro tensiones fundamentales, frente a las que no
caben las fáciles soluciones ni las decisiones apresuradas. Es tarea de una
vida, pues en cada dirección rige un poder de la vida, el cual siempre busca
nuestra adhesión, que arrastrarnos quiere hacia una sola dirección en de-
46
trimento y olvido de las demás.

Al igual que Cristo, cada uno ha de asumir su propia cruz. Cargarla a sus
espaldas y ponerse a andar. Muchos intentan dejarla de lado, e incluso
creen conseguirlo: "soy feliz -dicen-, la vida es para disfrutarla, sacar
provecho y nada más". Entonces la cruz se convierte en símbolo de la
fijeza, la detención y la solidificación. Lo estable que deviene estático y
duro. La dureza del cuadrado es lo opuesto a la blandura del círculo.
Nacemos blandos, pero enseguida nos cuadramos. Cuadrarse llaman los
militares a la acción de tensar el cuerpo y mostrar la dureza. Esa dureza que
cierra filas frente a las sacudidas del vivir. Priva de ser y, sin embargo,
parece que la necesitamos tanto, tanto la usamos, que convertimos la vida
en un largo laberinto en pos de la blandura perdida. Vivir es cargar la
propia cruz hasta que su peso ablanda la espalda, rebaja el orgullo y abre
canales al perdón.

4.3 El Horizonte

La tensión horizontal nos conduce a un encuentro permanente con nuestro


destino, con las experiencias que nos toca vivir, nos guste o no, y que se
debaten, en todo momento, entre la frescura de un comienzo y la
inevitabilidad de un acabamiento. La tensión vertical nos divide a todos
entre unos orígenes y una nieta, una herencia ancestral que proviene de las
profundidades de nuestro nacimiento y un cumplimiento que requiere un
auténtico sacrificio. Como afirmaba, ya hace tiempo, Hernian Hesse;
"todos tenemos en común nuestros orígenes, nuestras madres. Todos
procedemos del mismo abismo, pero cada uno tiende a su propia meta,
como un intento y una proyección desde las profundidades".

La vivencia más íntima e inmediata que nos despierta la existencia terrestre


es la del tiempo. Desde esta perspectiva, estamos inmersos en un flujo
temporal e incesante de experiencias, en el que, en realidad, cada momento
es único, cada instante vivido se nos presenta bajo un carácter de novedad e
irreversibilidad absolutas. Cada situación es una ocasión única y fatalmente
irrepetible. Nunca estamos ante dos situaciones exactamente iguales. Este
fluir de experiencias continuas es el que inauguramos en el momento
exacto de nuestro nacimiento.

Es la dimensión de horizontalidad, del yacer y del padecer (ser pasivos) que


presenta la vida, a todos, bajo la primordial exigencia de ser vivida,
asumida y aceptada. Es el amor fati nietzscheano, el no resistirse, o el sí
47
incondicional al destino de Jung, condición indispensable para devenir un
individuo y sin la cual, lo que se da es una permanente huida frente al reto
de vivir.

Para Heráclito la única realidad es la del fluir. Nada queda, nada


permanece, todo cambia constantemente. Desarrollar una consciencia de la
impermanencia es quizá la tarea básica a la que nos somete el eje
horizontal-En cada instante se repite el misterio y el símbolo del
nacimiento. Cada momento estrenamos la posibilidad de nacer, de
descubrir algo nuevo en nosotros. Como afirma Simone Weil (34): "Es
necesario renunciar al pasado y al futuro, pues el yo no es otra cosa que una
concreción de pasado y porvenir alrededor de un presente "siempre
fugitivo. La memoria y la esperanza suprimen los efectos saludables de la
desgracia abriendo un campo ilimitado a las elevaciones imaginarias (yo
era, yo seré), pero la fidelidad al instante presente en verdad reduce al
hombre a la nada, y así le abre las puertas de la eternidad."

4.4 El Meridiano

Inauguramos con este eje lo que los filósofos denominan "la dimensión de
la verticalidad", es decir, la perspectiva que ofrece altura y profundidad a la
experiencia. Alcanzar la posición erecta, vertical, no sólo le supone al niño
la conquista de la autonomía en el movimiento, sino una toma de distancia
respecto al flujo de experiencias que constituyen la horizontalidad de su
vida. Es la adquisición de la perspectiva necesaria para poder evaluar su
experiencia desde una posición a la vez elevada, desapegada y global
(arriba), y profunda e implicada (abajo), lo que constituye el factor
imprescindible para la consciencia. La asignación tradicional de este eje
como perteneciente al espíritu, la entendemos, siguiendo la concepción de
Eskenazi (12,b), como el eje de la comprensión.

Si la vida en su horizontalidad es un puro yacer, un tener que padecerla, y


un reto para nuestra capacidad de aceptación, en el eje vertical nace la
posibilidad de un nuevo poder. El que ofrece la capacidad de salirse de la
inmediatez del hecho para darle altura y profundidad. Sólo la comprensión
permite el cambio real, sólo ella puede conseguir que la vida se enriquezca
y deje ver su sacralidad inmanente. Consciencia y vida que nada pueden
separadas, cada una necesita de la otra para realizarse.

La realidad consiste en el difícil equilibrio existente en el centro, en la


encrucijada de los dos ejes. Tal dificultad se expresa claramente en la
48
tragedia de Fausto, el sabio cuya sabiduría le aparta de la vida hasta el
punto de que demasiado tarde se da cuenta del sacrificio. No se puede
pensar la vida sin vivirla, ni al revés. Y ello es una contradicción que
muchos no superan. Aquellos que se dedican a determinar el sentido de la
vida casi siempre desaparecen del reino de los vivos, llevan la vida de un
muerto. Por contra, los que se dedican a vivir carecen de capacidad para
darle significado a su existencia. La cuestión se presenta como una casi
imposibilidad de vivir y de hallar significado a la vez. O se vive a costa de
no saber, o bien se le da un significado a la existencia, pero entonces no
puede vivirse. La persona que trueca la vida por la lucidez comete un
crimen contra ella, por ello en su destino sufre una condena: el
desconsuelo. Muchas veces no se le permite un uso privado de su
comprensión; sólo puede divulgarla. La persona que en su vida rehúye la
necesidad de comprender y sólo aspira a vivir, se encadena también. Su
vida transcurre sin sentido, con muchas experiencias de las que no extrae
más que desatino y estupidez. Con ello, o se limita a vivir su estupidez o se
obliga a depender de los que se toman la molestia de comprender: se
convierten en seguidores de verdades ajenas y en críticos de otras, pero sin
poder nunca realmente acceder a la auténtica comprensión que siempre
lleva aparejada la soledad. De ahí el no tener más remedio que cargar con
la cruz.

4.5 Los Cuatro Ángulos

La proyección de la cruz genera los cuatro puntos cardinales, las cuatro


esquinas del mundo: Oriente o el Ascendente, el Zénit o el Medio Cielo,
Poniente o el Descendente y el Nadir o el Fondo del Cielo. Oriente (el
Asc.) es el lugar de la revelación de la luz, del nacimiento de la claridad,
ese rasgar el velo de la noche que implica la luz del alba, que inaugura un
nuevo día y con él una nueva esperanza, por ello el Asc. es el lugar de los
perpetuos comienzos y de la claridad que guía y orienta al ser. En el
Mediodía, aparece la vivencia del esplendor del poder, de la sensación de
haber escalado hacia cimas celestes en las que una llamada interior nos
recuerda la necesidad de la entrega de ese poder. Sin ella, el yo, ese oscuro
déspota, puede usurpar dicho poder para sus equívocos propósitos. Si se
logra, se produce la apertura necesaria para que un mandato divino
adquiera forma en la vida: la realización de la vocación o el cumplimiento
de la tarea.

En el Occidente ya no es la entrega del poder, sino que el mismo ego


depone toda pretensión de importancia, es el ocaso de la claridad que guía
al individuo para que así una nueva luz, una luz crepuscular, alumbre el
49
misterio de la presencia de ese otro, sin el cual no hay completitud posible.
En la Medianoche oímos esa voz de los abismos. Voz que a todos nos
alcanza y conmueve, y que si es escuchada, ineludiblemente provee de
hondura y alma a la experiencia.
Los cuatro ángulos de la cruz representan los cuatro poderes que devienen
exigencias que crucifican al hombre y constituyen los retos fundamentales
entre los que se mueve su destino. Los símbolos de éstas son: en el Fondo
del Cielo el deseo, en el Ascendente la claridad, en el Medio Cielo el poder,
y en el Descendente la responsabilidad. Dar cabida a uno de esos poderes
excluyendo a cualquiera de los otros siempre acaba destruyendo a una
persona.

4.6 Fondo del Cielo

El Fondo del Cielo alude a esa oscuridad esencial que rodea nuestros
orígenes y la cual siempre se nos aparece bajo la forma del deseo. Esa
fuerza del deseo que desde siempre conmovió de tal manera al ser que sólo
podemos recibirla unida al miedo, a una inseguridad que baña el hondo
pozo de nuestra vida. Una inseguridad tan radical que para muchos es
mejor olvidarla, vivir como si fuera posible la seguridad, como si no
existiera ese abismo. Se puede vivir así, muchos lo hacen, pero siempre
acaban pagando un gran precio: un miedo les atenaza desde lo oscuro de su
ser, de tal modo, que en su vida ya no alientan el deseo. Podrán vivir mil
aventuras que sus miedos acabarán traicionando. En el fondo ya nada le
conmueve. Serán personas vencidas. El Fondo del Cielo nos exige el
confrontar nuestros orígenes. Allí siempre topamos con el deseo y con el
miedo. Con ellos a cuestas es preciso adoptar una actitud ante la vida, que
desprovista de la necesidad compulsiva de agarrarse a mil y una se-
guridades ficticias, nos facilite el coraje necesario para relacionarnos con
nuestros deseos y nuestros miedos, sin trampas ni tapujos.

4.7 El Ascendente

Sólo así se puede acceder en la vida a un nuevo poder, el que ofrece el


Ascendente: la capacidad de orientarnos. Esa claridad del alba que se erige
en guía de nuestro destino. Cuando desaparece el huir de los propios
miedos y deseos, el hombre puede empezar a sentirse seguro de sí, pues
siente que su visión adquiere claridad y su vida orientación. Sabe lo que
quiere, conoce sus deseos y sabe cómo realizarlos, cómo afirmarse ante las
demandas de los otros y las exigencias de su propia vida. Las crisis en su
sentido más alto equivalen a desorientación. Uno está en crisis cuando no
50
sabe qué hacer, ha perdido su oriente, y por tanto, o no actúa o lo hace
equívocamente. El Ascendente sitúa a la persona, le orienta sobre qué hacer
en cada momento, cuál es su papel en una experiencia dada. Ahora bien, tal
claridad respecto a uno mismo, también plantea un reto. La conquistada
capacidad de orientación puede convertirse en un obstáculo: da excesiva
confianza. Es una claridad incompleta si uno se aferra a ella. Éste es el caso
de muchos, que después de vivir cierto tipo de experiencias, como por
ejemplo, un proceso terapéutico, la claridad que alcanzan respecto a sí
mismos, el conocimiento que adquieren de los motivos ocultos (Fondo del
Cielo), acaba aplastándoles, "el saber hincha" decía un apóstol. Jung por su
parte acuñó el concepto "inflación del ego" para aludir al estado en que
fácilmente uno se sumerge en tales condiciones.

4.8 El Medio Cielo

Si ello no ocurre surge entonces el símbolo del Medio Cielo como el dador
del auténtico poder. Un poder de concreción de las propias capacidades, un
poder terrenal que permite por fin llevar a cabo lo que uno se propone,
realizar las metas a las que uno aspira. Se trata de un poder actuar
verdaderamente, una capacidad casi mágica de conseguir lo que se desea.
Éste es el máximo logro, pero también puede llegar a ser el máximo
desastre, como muy bien advierte Castaneda en boca de su maestro: "El
poder puede devenir el más fuerte de los enemigos, transforma al que a él
se rinde en un hombre caprichoso, cruel, y muere sin saber realmente como
manejarlo. El poder es sólo una carga en su destino. Un hombre así no tiene
dominio de sí mismo." El poder posee al que lo posee. Es necesario darse
cuenta de que ni el-poder, ni la claridad, ni los deseos son de uno. Sólo así
se puede llegar a una posición que permita un cierto desapego. Desapego
necesario para enfrentar el reto que sobreviene a la hora del ocaso.

4.9 El Descendente

El Descendente es la imagen de esa hora de la vida en que uno ha cumplido


su misión para con el mundo. Corre entonces el peligro de un descuido, de
un ceder a la tentación del olvido, del descanso y no afrontar quizá la más
decisiva de todas las tareas: asumir la propia finitud, la desaparición de
toda importancia personal. Es el empequeñecimiento de la propia luz para
dejar que brillen las infinitas luces que también ocupan el Universo. Sólo
con el oscurecimiento del propio esplendor se consige la ecuanimidad, una
visión justa e imparcial de uno mismo en relación a los demás. Sólo así se
puede asumir la propia responsabilidad en el trato con el prójimo.

51
4.10 El Tema Natal: Mándala de la individualidad

El Tema Natal constituye, pues, un símbolo de integración. En él se hallan


representadas las imágenes primordiales (el círculo, el cuadrado, la cruz, el
centro) que conforman un arquetipo: el Mándala. El Mándala es símbolo
revelador de un orden y un sentido, símbolo que es el soporte y la meta de
eso que Jung denominó "el proceso de individuación". Aquel camino en la
vida por el que, en parte, por un proceso natural y, en parte, sólo gracias a
un máximo esfuerzo (no de voluntad sino de honestidad), uno deviene
plenamente uno mismo, un individuo único, original y a la vez universal.

La individuación es un proceso que tiende hacia una meta: la experiencia


del centro. Dicha experiencia proporciona, para Jung, "una íntima
imperturbabilidad, una calma y una plenitud de sentido de la vida, en cuyo
campo puede aceptarse a sí mismo y encontrar un punto medio entre las
contradicciones de su naturaleza interior. En lugar de ser un ente
fragmentario que ha de aferrarse a puntos de apoyo colectivos, deviene un
ser total e independiente, que no explota y absorbe infantilmente su
entorno, sino que lo enriquece mediante su presencia"

Es necesario para ello un largo proceso, un camino iniciático, en el decir de


los antiguos, en el que se revelan al hombre todos los horrores, la belleza, y
los misterios de la vida y de él mismo. Un proceso lleno de peligros, de
equívocos y de encuentros mágicos. Es una Iongissima vía", una línea
sinuosa que discurre entre antagonismos, un sendero cuya sinuosidad
laberíntica no carece de espantos.

Su expresión mítica más universal es la historia del héroe. Ese ser que en
los mitos, leyendas y sueños, representa aquella aspiración, que en todos
anida, a realizar plenamente la totalidad del ser y con ello cumplir con el
destino. Se requieren para tal empresa las cualidades típicamente heroicas:
un arrojo, un coraje y una entrega, sin las cuales nadie es capaz ni siquiera
de partir del hogar. Héroe es el que se aleja de su hogar, realiza su propio
viaje en pos de ideales y quimeras que, tarde o temprano, le harán despertar
y así descubrir la recompensa, el "tesoro de difícil acceso". En el viaje
conoció la "noche oscura del alma", las amarguras del fondo del infierno:
"donde había pensado encontrar al monstruo, se encontró con un dios;
donde había pensado odiar al otro, descubrió que se odiaba a sí mismo;
cuando sentía que llegaba, justo estaba alejándose; y donde se había sentido
solo, vio que estaba con el mundo." J. Campbell (5).(*)

Vivir la vida es un círculo completo, de la tumba del vientre al vientre de la


52
tumba, de una unidad arcaica e inconsciente a una unidad conquistada. Una
enigmática y ambigua incursión en un mundo de materia aparentemente
sólida que, sin embargo, y con el paso del tiempo, ese tiempo cuya
circularidad sigue siendo el secreto de los dioses, se va deshaciendo entre
nuestros dedos como la sustancia de un sueño. "Así –añade el mismo autor
(5)– resulta que la paz es una Transcribo, a continuación, una extensa cita
del viaje heroico, tal y como J. Campbell (5) lo relata: "El héroe mitológico
abandona su choza o castillo, es atraído, llevado, o avanza voluntariamente
hacia el umbral de la aventura. Allí encuentra la presencia de una sombra
que cuida el paso. El héroe puede o conciliar esa fuerza y entrar vivo en el
reino de la oscuridad; allí batalla con el hermano, batalla con el dragón
(ofertorio, encantamiento), o puede ser muerto por el oponente y descender
a la muerte (desmembramiento, crucifixión). Detrás del umbral, después, el
héroe avanza a través de un mundo de fuerzas poco familiares y, sin
embargo, extrañamente íntimas, algunas de las cuales le amenazan
peligrosamente (pruebas), otras le dan ayuda mágica (auxiliares). Cuando
llega al fin del periplo mitológico, pasa por una prueba suprema y recibe su
recompensa. El triunfo puede ser representado como la unión sexual del
héroe con la diosa madre del mundo (matrimonio sagrado); el reco-
nocimiento del padre-creador (concordia con el padre); su propia
divinización (apoteosis); o también, si las fuerzas le han permanecido
hostiles, el robo del don que ha venido a ganar (robo de su desposada, robo
del fuego); intrínsicamente, es la expansión de la conciencia y por ende del
ser (iluminación, transfiguración, libertad). El trabajo final es el del
regreso. Si las fuerzas han bendecido al héroe, ahora éste se mueve bajo su
protección (emisario); si no, huye y es perseguido (huida con transfor-
mación, huida con obstáculos). En el umbral del retorno, las fuerzas
transcendentales deben permanecer atrás; el héroe vuelve a emerger del
reino de la congoja (retorno, resurrección). El bien que trae restaura al
mundo (elixir)."

trampa; la guerra es una trampa; el cambio es una trampa; la permanencia


es una trampa. Cuando llegue nuestro día por la victoria de la muerte, la
muerte cerrará el círculo; nada podemos hacer, con excepción de ser
crucificados y resucitar; ser totalmente desmembrados y luego vueltos a
nacer."

(*) Hablar de mitología tocante a la ciencia ha de parecer a primera vista un contrasentido pues
nos han hecho creer que precisamente ella había de ser la encargada de quitar la vida sus mitos,
sustituyendo la fantasía y la leyenda por una estructura de relaciones basada en la realidad
objetiva. La ciencia des mitologiza nos dicen, por ello la revolución científica fue un cambio
distinto a los precedentes que se limitaban a re-mitologizar, es decir, sustituir un sistema mítico
por otro. «Si pedimos a un científico, dice Roszak, que nos explique por qué la ciencia progresa
en tanto que otros campos del pensamiento se estancan o retroceden, nos hablará
53
inmediatamente, a no dudarlo, de la «objetividad» de su método de conocer... ¿Estamos pues
empleando la palabra mitología ilegítimamente al aplicarla a la objetividad...? Creo que no.
Pues el mito es ese algo creado colectivamente que es como la cristalización de los valores
fundamentales de una cultura. Si la nuestra localiza sus más altos valores no en los símbolos
místicos, los rituales o las leyendas épicas de tierras y edades lejanas, sino en un modo concreto
de conocer, ¿por qué no habríamos de llamarle mito? El gran mito que controla nuestra cultura,
pues un mito tiene precisamente fuerza cuando lo aceptamos sin discutirlo.

(****) Para comprender dichos principios no basta la razón, es necesario ser capaz de
imaginarnos una época en que ésta no ocupaba el lugar en el que hoy está. Tendríamos que
remontarnos hasta aquel in illo tempore mítico en el que no se había inventado un mundo
objetivo. El hombre vivía rodeado de un Universo de presencias vivas. El mismo aliento vital
que anidaba en él constituía la esencia de todo cuanto le rodeaba. "La tierra era sagrada, no sólo
los animales, sino que las rocas, los árboles, las montañas, las fuentes y los pozos eran
receptáculos del Espíritu Universal, y por ello podían regalar sus dones fertilizantes,
terapéuticos y oraculares. El hombre no tenía ninguna pretensión de ser inteligente, sino que
estaba totalmente abierto a escuchar con una roca o a un roble tan sólo que manifestaran la
verdad. Estaba inmerso en un Universo y, por medio de una sutil trama de analogías y señales
mantenía un diálogo íntimo y permanente con todo lo que vive." (The Earth Sprit and its
mysteries)

Capítulo 5
Las casas astrológicas

"He apartado mis pies de la tierra; mis manos; de todas las manos, mis sentidos de todo objeto exterior; y
de mis sentidos mi alma... Ya no soy un hombre, no hay más que un movimiento. No hay más que un
origen. Sufro un nacimiento. He caducado. Cerrando los ojos nada me es externo; soy yo lo externo."
Claudel, Arte Poética

5.1 Introducción

La Astrología afirma que, simbólicamente, así como es el primer instante,


el nacimiento, es nuestra vida. El primer suceso, queda grabado como
54
marca indeleble, huella, cuño, o sello, para el resto de la vida. Si
entendemos nuestra vida como un conjunto de experiencias que se
despliegan a partir de la primera y primordial experiencia del nacimiento,
el Ascendente, su símbolo, constituirá el punto de partida de todo el
edificio simbólico, de ahí su importancia.

Las casas astrológicas son el despliegue de la cruz básica, formada por la


proyección de la perspectiva terrestre. Por tanto, siempre se refieren a las
condiciones presentes y tangibles de nuestra existencia. Las casas
constituyen un sistema simbólico, que alude a la experiencia humana en el
plano en que ésta se manifiesta como acontecer, como suceso. Como
división simbólica del espacio terrestre desde el punto de vista de la
percepción de una persona, las casas se refieren a "ámbitos" o espacios,
donde se vive un determinado tipo de experiencias. Constituyen los lugares
en que se han de producir los encuentros significativos de un destino. Un
lugar no es un espacio físico ahí fuera solamente. Es, más bien, una
cualidad de la experiencia, un modo de sentir, experimentar y reaccionar
frente a lo que la vida nos depara.

Podemos imaginarnos cada casa como una apertura a la vida. Una apertura
por la que entra el fluido vital de nuestro destino. Fluido cuya sustancia lo
constituyen el mundo, los otros, y las circunstancias que vivimos con ellos
y por ellos. Por estas aperturas se cuela lo exterior solamente para fundirse
o amalgamarse con el flujo incesante de imágenes que constituyen el
mundo interior. De tal fusión surge nuestro destino como la concretización
de un proceso en el que resulta indivisible nuestra vida exterior de nuestro
mundo interior. Así como es uno es el otro. Hay quien vive de cara a la
acción y al mundo aparentemente objetivo de afuera. Son los extravertidos,
diría Jung. En cambio, la persona introvertida rehuyendo el mundo de la
acción y de las luces exteriores se repliega sobre sí misma, y en íntima
introspección vive atenta a sus vivencias interiores, al Universo de ideas,
fantasías, imágenes e intuiciones que pueblan su geografía interior. Son dos
caminos, o dos modos de vivir, igualmente válidos o igualmente equívocos.
Todo depende de la medida en que uno se da cuenta de las ilusiones que
fácilmente se ocultan en sus recovecos. Tan objetivo es el mundo interior
como el exterior e, inversamente, tan irreal es uno como otro. El grado de
credibilidad que le damos se relaciona con la consciencia. Ser conscientes
significa, aquí, ver la cualidad onírica de la vida que, apareciendo, en su
devenir temporal, ahora como suceso exterior, ahora como vivencia
interior, sólo deviene real si uno es capaz de relacionar lo exterior con lo
interior y remitir ambos a aquello que está más allá de los dos: lo eterno.

55
Esotéricamente cada casa astrológica es la imagen de una búsqueda, un reto
y una necesidad. Búsqueda de la propia individualidad. El único tesoro que
podemos hallar, la mayoría de las veces oculto, tras las diferentes
circunstancias y avatares de nuestra existencia. Reto, el que nos plantea la
vida en cada situación: ser responsables de ella y ante ella. El simbolismo
de las casas nos ayuda para cumplir el sentido de las situaciones
determinadas que vivimos.

La propia vida no es nuestra como propiedad, no nos pertenece. Lo que sí


depende de nosotros es la decisión de plantearnos la vida como algo que
exige una respuesta. Ser responsables es ser capaces de dar respuestas.
Respuestas nuestras, propias, acertadas o equivocadas (eso, en realidad, no
importa); lo esencial es que sean producidas por uno mismo. Que sean la
expresión de un proyecto de vida, de una apuesta que hemos de hacer, de
un riesgo que hemos de correr.

Las experiencias exteriores son reflejo de necesidades interiores. Partimos


de la convicción esotérica de que sólo vivimos las experiencias necesarias
para nuestro crecimiento. Sean del tipo que sean. Por tanto atraemos los
acontecimientos como el imán a las limaduras. Cualquier situación que
vivo, por ajena o íntima que la considere, será siempre la expresión de una
necesidad que me habita, es decir, que la reconozco conscientemente como
tal, o que me es ajena o inconsciente, y por tanto, se me impone con la
fatalidad de lo vivido como extraño.

La distinción neta y tajante entre las circunstancias y nosotros debe


desaparecer. La antigua idea griega "carácter es destino" lleva a
presuponer una íntima conexión entre lo que le sucede a uno y su carácter.
Este concepto, en su sentido original, no tenía nada que ver con las
modernas descripciones de rasgos caracteriales, tendencias
temperamentales y perfiles psicológicos al uso. Se refería, como dice
Eskenazi, a nuestra especial manera de "habitar" el mundo. La "huella" que
dejamos al actuar. Es nuestro modo de comportarnos el que se vincula a un
destino. Las casas son un símbolo de la explicitación, la concreción de ese
destino, tal y como se vuelve, real, tangible en nuestra existencia. Un
destino que, de pura potencialidad, deviene paulatinamente vida vivida,
camino recorrido, acto eternizado a través del Tiempo. Por ello, y
siguiendo una concepción de Eskenazi (12,b), las casas constituyen el
"fijador" de la experiencia. Son la trama fija, en la que se plasma de un
mundo de infinitas posibilidades, aquéllas que van a constituir la sustancia
o el tejido de nuestro destino.

56
De hecho, el flujo de experiencias que inauguramos con el nacimiento
constituye un devenir en el que las situaciones, los fenómenos y los
acontecimientos, nunca son iguales. Cada uno de ellos es único en su
aparecer y desaparecer. Ello nos dejaría en el caos más absoluto si no
fueramos capaces de presentir o vislumbrar que, detrás del acontecimiento,
se adivina una dimensión que permite conferir a la experiencia un orden y
un significado. Atendiendo a dicho significado, todas las experiencias que
puede vivir el hombre pueden agruparse en un sistema de doce conjuntos
simbólicos que dan lugar a las casas.

5.2 Las asignaciones tradicionales

Las asignaciones tradicionales de las casas se deben entender y trabajar en


su sentido simbólico. Con ello quiero decir, que contrariamente a lo que
hacen muchos astrólogos de clasificar las experiencias de una persona en
función de unas reglas sociales, culturales o externas, hemos de
interrogarnos sobre qué significa una experiencia dada, para una persona.
De nada sirve anteponer un sentido convencional, social y estático que
traiciona la vivencia individual e íntima que ha de presidir la comprensión
del símbolo astrológico. Así, se oyen absurdos como: si una persona
convive con otra pero no o se casa es una relación de casa V, pero en el
momento de casarse pasa a ser de casa VII. Si una persona nos pregunta
cuestiones sobre su participación en un grupo de trabajo, enseguida se mira
su casa XI o X. Y la Astrología no ha de funcionar así. Para un individuo,
el participar en un grupo puede significar una cuestión de casa IV (bús-
queda de seguridad afectiva). Para otro, puede tener un sentido de casa V
(una oportunidad de expresarse y dramatizarse creativamente, donde los
demás adquieren el significado de mero público) y, por último, para otro,
puede significar un asunto de casa XI (participación y cooperación en un
grupo que comparte una misma visión). Lo mismo ocurre con las estériles
polémicas de casa X y casa IV como representantes del padre o de la
madre. Dichas casas son portadoras de un sentido que a veces encarna el
padre y otras la madre. Por mínimo que profundicemos en Va relación
humana hemos de ver que el vínculo que une a un padre con su hijo puede
revestir una enormidad de significados distintos. Una madre, por ejemplo, y
en función de su particular carácter y destino, puede representar un rol
simbólico materno o paterno a su casa X o a la IV. En las parejas nos en-
contramos con idéntica situación. Si se nos presenta una pareja legalizada,
necesariamente, buscamos su descripción en la casa VII. Cuántas veces el
psicoanálisis nos ha demostrado que la pareja no es más que la
reproducción inconsciente del vínculo que la persona estableció con sus
57
progenitores. Para el marido, su mujer puede encarnar perfectamente la
imagen de su madre, y relacionarse con su pareja exactamente igual que lo
hizo con la madre. Y viceversa respecto a la mujer. Y aun más, la cuestión
se complica cuando descubrimos que, a veces, el marido, por ejemplo, no
representa tanto al padre de la mujer, como a su propia madre. J3 ajo o un
juego de identificaciones inconscientes la relación entre las personas
adquiere unos significados muy distantes de los sociales.

¿Cómo podemos encajar los descubrimientos de la psicología profunda si


seguimos encarando el símbolo astrológico como una serie de definiciones
exteriores, convencionales y estáticas? Se trata, más bien, y siguiendo el
espíritu que anima a la Astrología, de considerar cada persona como un
individuo único, que ha establecido, consciente o inconscientemente,
significados a su experiencia de -acuerdo a su particular modo de vivir y a
su destino peculiar.

La mayoría de estas atribuciones pecan de un error fundamental: no tienen


en cuenta la naturaleza simbólica de la Astrología. Utilizándola desde una
perspectiva racional y analítica, descomponen el tema natal en partes
separadas, opuestas, sin considerar la naturaleza paradójica, integradora y
dual del símbolo. A la hora de interpretar, esto tiene muchas consecuencias.
Así, si una persona tiene muy cargada la casa VII, el astrólogo le
aconsejará que se relacione mucho, que viva en pareja, que se asocie, etc.
En cambio, si la preponderante es la I, la persona ha de descubrirse a ella
misma y ser independiente. Puede prescindir de la pareja y debería vivir
sola. De la misma manera con el resto de las casas, con una casa VI fuerte
el sujeto debe trabajar mucho, ser ordenado, y esforzarse en superarse a sí
mismo sirviendo a la comunidad a través de su trabajo. Pero si el énfasis
recae en la casa XII, mejor que la persona no trabaje, sino que se entregue a
una causa espiritual, en la que su actuación no reciba recompensa
económica alguna y, así, abrace una vida espiritual. Si una persona tiene los
planetas benéficos en la casa V y en la VII los maléficos, oí decir una vez a
un astrólogo que lo conveniente para la persona es que con la pareja no se
case ni conviva en un mismo piso, sino que mantengan la relación a nivel
de romance perpetuo. Sobran los comentarios.

Una casa astrológica se ha de interpretar siempre como parte de un eje, de


una cuadruplicidad y de una triplicidad. Se la ha de relacionar con la casa
que le antecede y la que le sigue, pues una casa no es más que un momento
en el que se viven unas experiencias que sólo adquieren sentido en su
integración en un proceso y en un contexto. Por ello, una casa es la
manifestación de un principio simbólico que se expresa bajo dos
58
perspectivas (hemisferio Norte y hemisferio Sur), como perteneciente a una
dimensión de la vida (elemento al que pertenece) y a un momento de su
manifestación. Por ejemplo, la casa I no se puede comprender sin la VII, y
si no se la relaciona con la V y la IX, con la XII y con la II. Y así
sucesivamente.

5.3 Los Hemisferios

La línea del horizonte divide el círculo del horóscopo en dos mitades. La


mitad superior es el hemisferio Sur, símbolo de un mundo objetivo.
Corresponde a la perspectiva celeste, la mitad diurna. Todo lo que resultaba
visible en el firmamento, en el instante del nacimiento. La otra mitad es el
hemisferio Norte, reflejo de la oscuridad de lo subjetivo. Corresponde a la
perspectiva oculta, terrestre, lo que se relaciona con procesos invisibles a la
luz del día. Es el reino de la noche. Lo invisible en uno es la propia
subjetividad, ese mundo de piel adentro tan vasto y real como el exterior y
que constituye la réplica exacta de la dimensión tan aparentemente objetiva
de mi vida afuera.

El meridiano vuelve a dividir al círculo en dos hemisferios. El hemisferio


Este que simboliza todos los procesos directamente relacionables con uno
mismo. Es el movimiento ascendente de la vida y de la experiencia
humana, por tanto, alude a todas aquellas experiencias del yo, que se
descubre a sí mismo en su actuar. El hemisferio Oeste simboliza el ocaso
del yo que da lugar al nacimiento del tú. El descubrimiento del otro como
parte constituyente y esencial del propio destino constituye la matriz de las
experiencias que aquí se presentan.

Hemisferio Norte

El hemisferio Norte tiene como punto de partida el Ascendente y como


punto central el Fondo del Cielo. Ambos puntos permiten comprender la
dinámica esencial de dicho hemisferio. En él se da un proceso que,
partiendo de la vivencia originaria del nacimiento, se despliega en una serie
de experiencias que atañen de un modo directo a la construcción de una
subjetividad. Un ámbito de vivencias que nutren y sustentan al ser en la
específica y peculiar tarea de construir un mundo personal, vivido como
interior, que constituye la materia prima con la que enfrentar el mundo
exterior. La protagonista de este hemisferio es la Luna, la cual refleja una
cualidad de intimidad y cercanía de lo subjetivo. Su culminación, en la VI,
se relaciona con la aceptación de los límites de dicha subjetividad:
59
Hemisferio Sur

Nace en el Descendente y alcanza su clímax en el Medio Cielo. Es la mitad


celeste del Tema Natal. Alude al ser inmerso en un proceso colectivo y
cósmico en el que acaba resultando abrumadora la propia pequeñez. Es el
mundo exterior como contraparte que equilibra la propia subjetividad. En
dicho hemisferio, tienen lugar todas las experiencias que ayudan al hombre
a. adquirir consciencia de su papel en relación a un Todo mayor.
Representa la construcción de lo Universal en uno. Universalidad que se
opone, complementa y da sentido a la individualidad creada desde la propia
subjetividad. Su regente es Saturno, el planeta más lejano de los
tradicionales, el último que se puede observar a simple vista, simboliza el
Umbral, el punto de contacto con el vasto Universo. Su culminación en la
casa XII se relaciona con la aceptación final de lo incognoscible.

Hemisferio Este

Parte del Medio Cielo y su centro es el Ascendente. En este hemisferio,


regido por Marte, tienen lugar los procesos y experiencias que se centran
alrededor de mí y mi actuación. Los resultados del propio actuar como
fruto directo de la inmersión del yo en un mundo que se presta, y demanda
un compromiso que sólo se revela en el acto. Son las consecuencias de
dicho actuar las que posibilitan un autodescubrimiento efectivo.
Autodescubrimiento que se desarrolla en un in crescendo propio de este
hemisferio.

Hemisferio Oeste

Aquí tienen lugar las experiencias, cuyo común denominador es que nos
implican en una dimensión de relación íntima (Fondo del Cielo) con los
demás, y que suponen una exigencia de trato igualitario o cooperación, sin
el cual tales experiencias no dejan huella. En este hemisferio se da una
vivencia de lo inevitable, pues lo que nos ocurre estando con los otros
nunca depende exclusivamente de uno. El otro aparece más bien en nuestra
vida siendo portador de un poder o de una fatalidad que nace o proviene de
la oscuridad de nuestros orígenes (Fondo del Cielo), y que exige, bajo el
álgida de Venus, un compromiso en la relación, una relación comprometida
sin la cual resulta imposible asumir la responsabilidad respecto al Otro de
nuestras vidas.

5.4 Los Cuadrantes


60
La agrupación por cuadrantes establece unas categorías que han dado
nombre y naturaleza a las casas, y que constituyen la expresión en el
simbolismo astrológico del movimiento dialéctico implícito en todo
proceso de manifestación: tesis, antítesis y síntesis. Cada cuadrante implica
la agrupación de una casa Angular, una casa Fija y una casa Cadente que
posteriormente constituirán una agrupación similar en la formación de los
triángulos.

Primer Cuadrante (1-2-3)

Se inicia con la aparición de la chispa inicial de la individualidad(I) que


adquiere terrenalidad y corporeidad en su relacionarse con un Universo que
le rodea(II) y que deviene consciente de sí a través del descubrimiento del
otro (el hermano), y de un entorno que lo constituye como sujeto
humano(3).

Segundo Cuadrante (IV-V-VI)

El proceso de construcción de la interioridad del ser continúa en una nueva


dimensión: hallar la fuente de sustento, aquélla en la que poder hundir las
propias raíces (IV). Proceso que se desarrolla en la medida que uno actúa y
se expresa creativamente (V), a la vez que transforma sus propias
creaciones en algo que siente útil a los demás (VI).

Tercer Cuadrante (7-8-9)

Aparece aquí una nueva dimensión. Una vez construido el mundo interior y
personal es hora de enfrentar lo otro, un mundo que demanda de mí
cumplir con una tarea que en principio ignoro y que empiezo a descubrir
con la aparición del otro como par (VII). Aquel que me exige una relación
comprometida y responsable. Enfrentar al otro como un igual conduce a
una muerte. Muerte cuya puerta de entrada queda abierta por la aparición
de la oscuridad que subyace tanto al individuo como a las relaciones que
establece (VIII). El yo ha de desaparecer para dejar paso a un ser nuevo.
Una individualidad que ahora renace más completa porque ha entrado en
contacto con lo desconocido de su ser, con el propio deseo. Deseo que, una
vez confrontado, se transmuta en comprensión de uno mismo y del
Universo que le rodea, que le constituye y da significado a su existencia
(IX).

Cuarto Cuadrante (X-XI-XII)


61
La comprensión de uno mismo es también la posibilidad de oír el propio
llamado interno: la vocación (X). Una llamada que requiere un actuar en el
mundo de tal modo que lo que satisface es cumplir con una tarea. Tarea que
se sitúa por encima de todos los pequeños asuntos personales. Desde esta
perspectiva, surge la posibilidad de relacionarse con los otros con el fin de
aunar esfuerzos, de colaborar en la prosecución de un proyecto colectivo
bajo un marco universal
(XI). Este proceso tiene una culminación cuando el individuo enfrenta unas
experiencias que le revelan su auténtica dimensión
(XII). Con ello, surge la posibilidad de una inserción real en un Todo, cuya
vastedad y misterio ya no pueden dejarse de lado. Se convierten más bien
en la más radical y única posibilidad de redención.
(XIII).

5.5 Los Ejes

I-VII. Eje cardinal masculino, de acción, impulso e inicios. Yo y tú son los


dos polos complementarios y opuestos de una relación. Bajo la ilusión de la
separatividad, existe un yo separado de un tú. Yo soy así y tú eres asá, yo
no soy el responsable eres tú, etc. Bajo la mirada simbólica, el tú es un
espejo, un reflejo del yo. Cuando uno vive, como suele ocurrir en dicha
ilusión, el tú aparece siempre como portador de aquello que complementa a
yo y que éste necesita asimilar. El tú forma parte entonces de la "sombra"
(en el sentido junguiano) de la persona. La sombra es una especie de Otro
que habita en mí, un fantasma que se alimenta de todo lo que rechazo y de-
testo en los demás. La sombra es lo que se proyecta en el otro y se
manifiesta siempre que uno combate o se opone a un tú, y viceversa
siempre que uno desea e idealiza al otro. Sean cualidades positivas o
negativas, su común denominador es que son las propias cualidades
inconscientes que aparecen reflejadas en los demás.

No se puede experimentar un "yo" sin experimentar a la vez un "tú". Son


dos polos opuestos de una relación. Se generan mutuamente. El yo tal y
como usualmente se entiende, como un órgano psicológico separado, no
existe. Es una convención social, como lo son las fronteras entre países. La
percepción de la reciprocidad y la interdependencia entre el yo y el tú
desplaza el énfasis hacia la relación. El eje Ase.-Desc. es el símbolo básico
de ella.

Planetas en estas casas siempre indicarán la urgencia de llevar a cabo unas


tareas y de realizar unos descubrimientos a través de la relación. La
62
confrontación con los diversos tus siempre estará mediada por estos dioses.
La inconsciencia, como antes apuntamos, dará siempre lugar a un juego de
proyecciones en las que el tú es el portador de sus rasgos sobrehumanos,
sean divinos o diabólicos.

La tensión del eje yo-tú se resuelve en un punto central desde el que se


vislumbra que ambos factores pueden constituir fuerzas de alejamiento o
acercamiento a la realidad de uno mismo, de la propia individualidad. La
necesidad de afirmar una identidad y la de establecer una relación con un tú
son inseparables. El olvido de una de las dos siempre lleva al
estancamiento. El cultivo o satisfacción de una en detrimento de la otra
coarta la posibilidad del equilibrio integrador.

II-VIII. Eje femenino de las casas fijas. Todo aquello que se contrapone y
concretiza al eje masculino cardinal. Como casas femeninas la experiencia
es de receptividad. Son situaciones que se presentan siempre con un cariz
de fatalidad. La fortuna y la pobreza (II), la neurosis y las crisis (VIII)
siempre nos suceden inevitablemente.

En este eje tiene lugar la función asimiladora y eliminadora, la cual


contribuye al afianzamiento y enriquecimiento de la individualidad. Esta
asimilación puede vivirse, bajo la ilusión de un yo separado, como toda la
sustancia que me apropio pasa a formar parte de mi propiedad; sea una
cuenta bancaria, un título, una relación, etc. Toda realidad material,
psicológica y espiritual, puede vivirse como una posesión o un patrimonio
del ego. De otro modo la II constituye un símbolo de los recursos que la
vida pone al alcance del individuo para que, por medio de ellos, se generen
ciertas realidades. El que sea uno mismo o los demás los que los utilicen y
disfruten es lo que menos debe importar.

En la VIII la vivencia de lo que elimino deviene la expresión de rechazo.


Toda realidad, material o no, que mi ego vive como amenazadora para su
afianzamiento y enriquecimiento, pasa a ser rechazada. Se convierte
entonces esta casa en la de los complejos o neurosis, que constituyen los
residuos vivientes de realidades que, equívocamente, uno quiso eliminar de
su vida. Esta amputación o eliminación forzada de aspectos de uno o de la
vida vuelven posteriormente exigiendo su derecho a vivir. El modo que
tienen de aparecer es por medio de las crisis, pues es el único camino que
les queda libre.

El eje II-VIII nos confronta con la dialéctica del deseo, tanto en su forma
anabólica, asimilación, como en la catabólica, eliminación. Por tanto, nos
63
pone en contacto con todo aquello que puede contribuir a integrar al
individuo en el flujo vital y a hacerle partícipe de su poder. Siempre que
este flujo no se intente cosificar (materialismo) o retener (avaricia, apegos).
Si esto ocurre, aparece la paranoia de la propiedad privada, con la
consiguiente reducción a objetos de todas las relaciones que el individuo
mantiene con su mundo. El deseo, que en su forma primaria es apetito,
deviene en voracidad. Una voracidad oral, fruto de un apetito insaciable,
que quiere poseer todo (11) y una voracidad de evacuación o de retención
(VIII) que necesita compulsivamente rechazar todo lo que no resulta grato.
La evacuación se refiere al imperioso impulso de cargar sobre otras
personas, agredirles y ensuciarles. Impulso que, en sus formas extremas,
puede alcanzar límites inhumanos, con bombas y fusiles simbolizando las
heces con que llevamos a cabo la matanza de pueblos y seres humanos. La
voracidad de retención implica esta negativa radical, de la gente que está
poseída por ella, a regalar y compartir el alimento, a permitir que los demás
participen y disfruten. Como cuando el niño retiene las heces que serían el
regalo para su madre. Como la de ciertas culturas (la nuestra) y ciertas
clases sociales que retienen para sí la inmensa mayoría de las riquezas y los
recursos sociales y materiales que todos podrían disfrutar.

En este eje, se concretiza la vivencia de la relación que se da en la 1-7 La


relación devienen una posesión del otro cosificado (11), y un campo de
batalla en el que se intenta eliminar proyectando en el otro todo lo
rechazado de uno mismo (VIII), o se inserta en un flujo de situaciones y
vivencias que siempre multiplican los recursos de sus componentes (II), a
la vez que se produce una liberación de los lastres –imágenes, complejos y
fantasmas– que les impedían un contacto con lo real.

La tensión del eje 2-8, es la que existe entre el deseo y el rechazo, la


asimilación y la expulsión, entre la necesidad de poseer aquello con lo que
nos identificamos y la necesidad de rechazar o expulsar aquello de lo que
renegamos. Esta tensión se puede resolver en el punto de una comprensión
de los apegos. Comprender que ambas son fuerzas que esclavizan. Me
esclaviza aquel objeto, persona o intangible, que deseo; en tanto que olvido
que la fuerza no reside en él sino en aquello que se le concede mediante el
hecho de desear. Me esclaviza asimismo el rechazo compulsivo de todo lo
que me horroriza, me violenta o me desagrada, porque siempre que-se
presenta en mi vida es una llamada del propio inconsciente, es decir, de los
lastres que uno arrastra consigo y que buscan expresión y transformación.3-
10. Eje de las casas cadentes en su expresión masculina. Como cadentes
tienen que ver con procesos de cambio de los esquemas mentales y de la
cosmovisión filosófico-religiosa de un individuo. Se ve aquí una
64
interacción constante entre el entorno (3) en el que se educa y vive, y la
visión que encarna en su vida (IX). El entorno cotidiano en el que una
persona está inmersa y sus ideas y actitudes básicas ante la vida, resultan
siempre inseparables. Las relaciones que se establecen con el mundo
forman la base comunicativa imprescindible para efectuar los aprendizajes
necesarios con el fin de adquirir una comprensión del universo. A través de
la enseñanza del lenguaje y de los restantes "utensilios" que una comunidad
maneja, la persona adquiere carta de membrecía, se inserta en un medio
ambiente (3) y construye una visión intuitiva y/o racional de sí mismo, de
la vida y del Universo (IX).

Planetas en este eje siempre comprometen al individuo a una búsqueda


consciente e inconsciente de los procesos transformativos a través de los
cuales el sistema de relaciones con los demás y la imagen del mundo
adquieren significados nuevos, más profundos y abarcadores. Que el
mundo y la realidad son una interpretación, es la vivencia básica que
subyace a las transformaciones de la consciencia que dicho eje simboliza.
La tensión en este eje es la que se produce entre un saber utilitario, práctico
e imparcial, y la de un saber amplio, filosófico, producto de la revelación
del vivir. Entre la visión de amplios y vastos horizontes y de elevadas miras
y aquella que ha de prestar atención a lo cotidiano, a las exigencias que un
entorno concreto pone sobre el ser humano. Entorno en el que se ha de
insertar y lograr una adaptación "inteligente". Por inteligencia aquí hemos
de entender aquella peculiar relación con el medio ambiente que preserva la
propia libertad y crecimiento. El entorno puede devenir un instrumento
para la utilización cotidiana de un mundo que responde directamente al
modo inteligente o no de adaptación conseguida. Tal adaptación depende
totalmente de nuestro talante filosófico. La visión filosófica a su vez
depende de la capacidad crítica desarrollada a partir del medio ambiente
que nos rodea.

El punto central de la oposición pide un reconocimiento de que no existe


filosofía, creencias o teorías que puedan desprenderse de unas prácticas
sociales y de su expresión práctica en una realidad cotidiana. A la vez, ver
lo cotidiano como surgimiento de una visión de la realidad preñada, como
todas, de lucidez y desatino, de revelación divina y de subjetivos, parciales
y efímeros puntos de vista.

Toda Verdad universal, celeste y eterna (IX) necesita de un lenguaje para


su difusión. Dicho lenguaje ha de estar inserto en, y partir de, un ambiente
concreto, temporal y geográficamente determinado (3). Un lenguaje que
llegue a la gente, la mueva y la convenza. Sin este requisito las verdades
65
más sublimes y exquisitas pierden poder y significado, no penetran en el
sentir de un pueblo o una época determinadas. Un lenguaje desconectado
de su conexión con lo Universal puede permanecer en una cultura y época
dadas. Son los discursos que corren de boca en boca, constituyendo modos
y modas. Son los tópicos de esos siglos. Generalmente marcan unos
límites, un cerco que poca gente trasciende. Resulta, en tales condiciones
necesario un viaje más allá de las fronteras (IX). Un gran viaje en busca de
la inspiración que trascienda el cerco y descubra nuevos continentes,
nuevas verdades y nuevas posibilidades de transmitirlas.

IV-X. Constituye el eje femenino de las casas cardinales. Implica


receptividad y acoplamiento a los requerimientos del mundo (X) y del
grupo familiar (IV). El individuo padece aquí las influencias modeladoras
de las primeras relaciones cuya base son los sentimientos. Influencias que
posteriormente tienen expresión simbólica en la vocación y las metas que
guiarán su vida. La relación que se establece entre las necesidades
emocionales del individuo y las del grupo familiar al que pertenece,
constituyen una estructura de sentimientos que serán el fundamento de la
seguridad o falta de ella con la que enfrentará el resto de situaciones en su
vida. Existe una estrecha correlación entre los condicionamientos
emocionales del pasado y la necesidad de logro y realización futura, tema
que ocupa extensamente la literatura psicoanalítica. Afirma Karl Kraus: 'La
meta es el origen", el héroe en los mitos triunfa precisamente porque es fiel
tanto a su vocación de triunfo como a su origen.

Planetas en este eje aluden a los dioses que impelen consciente o


inconscientemente a una integración del pasado y del futuro, de las
necesidades emocionales y de las ambiciones. Si no hay integración
consciente, el espíritu de entrega y servicio —la vocación— (X) siempre
resulta una racionalización y encubrimiento de las necesidades emocionales
insatisfechas y de las inseguridades afectivas negadas (IV).

La tensión del eje aquí expresada es la que se da entre vida pública y vida
privada, o entre la entrega a una causas impersonal y la satisfacción de mis
necesidades personales, íntimas o emocionales: La vida pública o
profesional como huida de la intimidad, o el refu- gio en una realidad
familiar que ofrece seguridad, para olvidar el cumplimiento con el mundo
de afuera y sus exigencias de esfuerzo y entrega a la tarea. Hay quien vive
y cree que las preocupaciones sobre la vida personal y sentimental (IV) no
tienen sentido frente a la entrega a un mundo con el que nos obliga un
mandato celeste (X). Hay quien ve en todo compromiso social el juego
oculto de intereses y maniobras de poder, de gente cuya vida afectiva está
66
frustrada.

V-XI. Eje masculino de las casas fijas. Implica la exteriorización del poder
creativo acumulado en el anterior eje fijo (II-VIII). Dicho poder tanto
puede surgir como autoexpresión creativa de la propia subjetividad (V),
como la elaboración de, o la adhesión a, una visión utópica, comunitaria y
universal (XI). Existe una íntima unidad entre la creatividad del individuo y
la del grupo al que de algún modo pertenece. Dicha pertenencia puede ser
consciente o inconsciente, concretizada o inconcreta, pero siempre afecta y
es afectada por ella. El grupo puede ser tan tangible como el formado por
todos los componentes de una escuela filosófica, partido político, o co-
rriente artística, o puede ser tan intangible como las ideas que flotan en una
sociedad o época determinada. Es el "espíritu de la época", que determina
tanto las necesidades creativas de los individuos y grupos, como los límites
y alcance de cualquier proceso creativo. La expresión creativa de este eje
está relacionada, a la vez, con el eje cardinal anterior. El grado de
seguridad emocional logrado y el tipo de metas y nivel de ambición (en el
sentido de entrega a una vocación y un servicio) condiciona por completo
la expresión de la fuerza creativa.

Planetas en este eje piden el descubrimiento de los poderes a través de los


cuales el individuo puede acceder a una especie de trascendencia del ego.
Dicha trascendencia es vital para lograr tanto la espontaneidad necesaria
para la creatividad subjetiva (amor a la obra que nace de uno), como al
olvido de uno mismo en favor de la entrega a la utopía social. El dilema
aquí es el que se da entre la Revolución y la Fiesta. Entre la inmediatez de
la alegría festiva y la promesa de felicidad y redención futura de la utopía.
Es la militancia revolucionaria, científica o social seria y trascendente
frente al goce y el disfrute del ocio festivo alegre, subjetivo y
despreocupado. Ya ha habido quien ha comprendido la necesidad de aunar,
de integrar ambas perspectivas. Quizá no sea posible la Revolución sin la
Fiesta y quizá toda auténtica fiesta es revolucionaria. Alude también este
eje a la oposición que surge en base a los dos vínculos que expresa: el
enamoramiento y la amistad. Las diferencias son muchas: en el
enamoramiento, al contrario que en la amistad, no existen grados. Si uno se
enamora es una vivencia total, respecto a los amigos es posible establecer
grados y formas. Al amante le revestimos siempre de nuestras proyecciones
subjetivistas, le divinizamos. El amigo no admite demasiadas
transfiguraciones divinas. Exige de nosotros una imparcialidad total. Parece
ser que resulta difícil aunar ambas vivencias. Se dice mucho que es
imposible ser amigo de las personas que has amado y, viceversa, las
personas que consideras tus amigos no pueden ser objeto de la pasión.
67
Dejan de ser tus amigos. Como si la amistad requiriera, en este sentido, una
cierta distancia. En cambio, no falta quien concibe a ambos como dos
distintas formas del amor. No elegimos como amigos a las personas que de
algún modo no queremos, aunque el amor del enamoramiento aparezca de
un modo repentino, y el de la amistad nazca gradualmente.

VI-XII. Constituye la polaridad femenina de las casas cadentes. El


principio simbólico subyacente es el padecimiento de procesos
transformativos. En el anterior eje cadente (111-1X), la polaridad
masculina implicaba la posibilidad de buscar activamente las experiencias
de cambio, por ejemplo, un viaje, un nuevo aprendizaje, etc. Ahora, en su
expresión femenina, el cambio acontece, se impone con el aire de fatalidad
propio de lo femenino. Sea una enfermedad, la necesidad de realizar un
trabajo obligatorio, cumplir un ho rario, el internamiento en una institución,
etc., la vivencia es de algo casi siempre no querido que se me impone. Por
ello, este eje está asociado tradicionalmente al sufrimiento. Siempre que
existe un ego que impone su ley, cualquier experiencia no planeada de
cambio, o cualquier situación que se le impone, implican una resistencia o
no aceptación. Con ello no se evita el sufrimiento pero sí que se incrementa
la angustia y la desesperación y la huida de uno mismo. Son las
transformaciones de la consciencia en su dimensión femenina, las que aquí
tienen lugar. La consciencia del cuerpo (VI) y la consciencia anímica
adquieren nuevas dimensiones y posibilidades. Surge una posible
comprensión de la relación entre el alma y el cuerpo como las dos
manifestaciones de un mismo principio.

La tensión de este eje se da en la dicotomía de vivir un trabajo rutinario,


obligatorio, que pide un esfuerzo cotidiano del yo y la disolución de este yo
en una actividad de entrega al Todo. Entre los esfuerzos de crear un orden
concreto social y personal, y el anhelo de experiencias que diluyen todo
orden en un inmenso océano en el que sólo es posible la no-acción, la pura
contemplación o la entrega desinteresada. Fruto de la tensión puede ser la
reconciliación que se ha de dar entre el esfuerzo siempre parcial e
imperfecto que un individuo o sociedad efectúa para construir un orden y la
comprensión de la inutilidad de todo esfuerzo que escape a un orden
mayor. Aquí se descubre que un mundo ordenado no es el orden del
mundo. Orden por demás que siempre es incontrolable e inexplicable. Al
reconciliarme con el mundo también me reconcilio conmigo mismo. Con
ello renuncio al yo, es decir, renuncio a toda acción que no esté
directamente inspirada en la afirmación de la vida.

5.6 La Relación transitiva


68
Resulta interesante también contemplar las relaciones entre las casas vistas
en su complementariedad. Es decir, existe una relación entre la I y la 11, la
II y la 111, y así sucesivamente hasta completar una especie de ciclo cuya
culminación estaría en la casa XII. Así la Astrología permite estructurar un
conjunto de experiencias cuyo despliegue simbólico implica la existencia
de doce fases de desarrollo o evolución.
En la 1 tenemos al individuo que nace y que busca la concretización de su
identidad en lo que posee (11). Cada uno en lo que posee puede encontrar
una confirmación de su propia identidad. Descubre, posteriormente, la
existencia y el papel de los demás, esto es, el mundo social y de la relación
en la 111 (siendo para la mayoría el hermano el que encarna este rol), y
busca satisfacer su necesidad de seguridad. Necesidad que para la mayoría
se satisface en la pertenencia a un grupo familiar o social, experiencia
básica de la IV.

Una vez adquirida la seguridad afectiva que constituye la base de todo


actuar, el individuo experimenta la necesidad de expresar, de exteriorizar
su propia identidad afuera (V). Para ello, busca el medio que lo propicie.
Medio que puede ser una persona o un objeto. Por eso, en la V, cumplen
igual función una relación afectiva que un hijo o una obra de arte. La
cuestión es expresarse y tener un receptor de dicha expresión. El receptor,
sea el que sea, es en realidad una prolongación de la propia identidad. Que
esta expresión llegue a ser considerada útil en el mundo es la vivencia de la
VI. Utilidad que siempre implica un baño de humildad y un ejercicio de
autocrítica que se impone en las crisis y que prepara al individuo para el
establecimiento de relaciones igualitarias en la VII.

El encuentro con el otro (VII) conduce a una confrontación con el otro


fantasmal que habita en mí (VIII) cuya asimilación es la condición
requerida para acceder a una perspectiva filosófica y ética autónoma y
madura (IX). Visión que encarnándose en la propia individualidad y vida
permite una comprensión más amplia del Universo y del papel de uno en
él. Esta es precisamente la demanda que uno halla en la X. La vocación es
la concretización de la propia comprensión que llega al individuo a través
de la necesidad de contribuir con su obra al Todo en el que está inserto. En
la X se pone a prueba la comprensión que uno ha desarrollado de sí mismo
y de la vida en aquellas tareas y compromisos que uno asume cara a la
construcción de algo valioso para el mundo.

La contribución que uno realiza le permite acceder a un tipo de relaciones,


en la casa XI, donde prima más el compartir unos ideales culturales que
69
cuestiones personales. Se experimenta la posibilidad de que la propia visión
coincida con, o ayude a la creación de un proyecto colectivo y universal: la
sociedad justa.

Para llegar al fin del recorrido donde uno experimenta la posibilidad, no de


trabajar en pos de una utopía cultural sino la de vivir unas experiencias de
entrega total, de renuncia a la propia vida e individualidad en favor de una
Individualidad mayor, llámesele el Todo, Dios, la Mente Cósmica, etc., en
la XII. En ella se disuelve y muere el ego para posibilitar el nacimiento del
Hijo de Dios en nosotros. La inmersión plena en, y la incorporación del
misterio que nos constituye.

La relación transitiva de las casas permite contemplarlas como estadios de


desarrollo o fases consecutivas de experiencias. Ello ofrece claves
importantes para la interpretación. Por ejemplo, es inútil insistir en una
persona que tiene sobrecargada la casa V, en sus significados creativos,
sino se esclarece el sentido simbólico de la necesidad de seguridad afectiva
de la casa IV. Y ello aunque no tenga ningún planeta en dicha casa. Es
imposible comprender el dinamismo de la casa V sino como una fase o un
momento inseparable de un proceso o de un todo sólo divisible a la hora de
pensar y anafi.zar, mas no a la hora de vivir y comprender.

Hemos de tener en cuenta ciertas regularidades que pueden ofrecer útiles


claves:
A las casas de fuego suceden las de tierra: a la formación de la propia
individualidad siempre le siguen experiencias que la concretan y la
asientan, o se oponen y ofrecen tenaz resistencia a las ideas de una persona
tiene de ella misma.

A las de tierra suceden las de aire: nuestra individualidad concretizada,


hecha acto, en las casas de tierra, devienen realidad social e interpersonal,
en la medida que es necesaria la intervención del otro para que conforme,
reconozca o se oponga a mi actuación.

−A las casas de aire suceden las de agua: al establecimiento de relaciones


siempre le suceden conflictos en el área emocional cuyos efectos pueden
ser de transformación de las actitudes emocionales que tiñen las relaciones,
o el surgimiento de complejos, resistencias y huidas frente a la exigencia de
entrega implícita en cada relación.

−A las casas de agua suceden las de fuego: la inmersión en los conflictos


emocionales es el requisito para que pueda resurgir un nuevo destello de
70
individualidad. La disolución que se experimenta en las casas de agua es un
proceso, en el mejor de los casos, necesario para la renovación de la vida.
En el peor, es la dispersión en el caos informe de la locura, neurosis y la
autodestrucción.

Otro modo de acrecentar la comprensión de las casas es considerar cada


dos casas como una sola realidad desdoblada en un aspecto masculino o
positivo y uno femenino o negativo. Ello da una agrupación de seis áreas
que engloban cada una, o bien, una casa de fuego y una de tierra, o bien,
una casa de aire y una de agua. Esta agrupación reúne en una unidad a los
elementos más opuestos. Resulta muy conveniente para poder imaginar la
tensión que se produce en el desarrollo de cualquier proceso.

Quedan así seis áreas: 1-2, 3-4, V-VI, VII-VIII, IX-X y XI-XII. Lo que
simboliza tal agrupación es la existencia de una dualidad necesaria en el
establecimiento de cualquier realidad inserta en un proceso de despliegue.
Así, la propia identidad (I) halla su obstáculo y complemento en un mundo
de cosas materiales (II). El descubrimiento del mundo circundante (111)
necesita del reconocimiento de aquella parte de este mundo con la que me
relaciono de un modo especial (IV). La autoexpresión creativa (V) se
concreta y materializa en mi capacidad de producir objetos y realizar
actividades útiles para el mundo en que habito (VI). La capacidad de
relación queda simbolizada tanto por el grado de compromiso que
establezco (VII) como por el grado de implicación emocional del que soy
capaz (VIII). El acceso a una comprensión real de la vida y de uno mismo
se refleja en la capacidad de hallar una tarea o unas metas que significan la
culminación de la propia individualidad puesta al servicio de las fuerzas
que guían el destino (X). Por último el proceso de despliegue halla su
realización en la conexión con un tipo de experiencias cuyo común
denominador es el desprendimiento total del yo. Ello se da en la visión de
la entrega a una causa transpersonal (XI) que encuentra su concreción en la
capacidad de aceptar y asumir, plenamente el misterio que constituye el ser
(XII). Aceptación que pone punto final al descubrimiento de la propia
individualidad ahora inserta y participando en un Todo universal.

5.7 La Agrupación Cuadrangular

La agrupación por tríadas establece unas categorías que han dado nombre y
naturaleza a las casas y que constituyen la expresión en el simbolismo
astrológico del movimiento dialéctico implícito en todo proceso de
manifestación: tesis, antítesis y síntesis.

71
Angulares (I-IV-VII-X)

Tradicionalmente consideradas las más importantes del Tema Natal.


Reflejan simbólicamente el momento de la constitución de un plano de la
realidad; la concreción de los elementos (fuego, tierra, aire y agua). Son los
momentos angulares de la existencia en tanto que en ellas se afirma o se
puede afirmar esa combinación única de destino que es el individuo
humano. Cada casa angular refleja la misma existencia desde ángulos
diferentes. Un yo (I) que se complementa y se conoce por medio de un tú
(VII), que se enraíza (IV) en la búsqueda de un apoyo terrestre, una
vivencia de intimidad con la tierra (IV) y que se proyecta en una dimensión
celeste en pos de una realización impersonal (X).

En la 1 se constituye el plano del ser, a través de la afirmación de una


individualidad. Para lograr dicha afirmación es necesario abrir brecha en el
camino. Frente a todo aquello que impide la consecución de la propia
voluntad de vivir solo la actitud de desafío, genera la suficiente conciencia
de sí mismo como para no permitir que el sentimiento de la propia
existencia se apague.

En la IV aparece la dimensión anímica a través de la creación de una


estructura emocional. Es el plano de la profundidad. La hondura de las
experiencias de la casa IV permite conectar con la hondura de la propia
alma. Esta es la auténtica raíz que sostiene el árbol. Una raíz que actúa en
el silencio y la oscuridad de la vida emocional y de la que depende que las
propias capacidades fructifiquen en el mundo.

La VII implica el establecimiento del plano social, plano que requiere la


afirmación de ser en un "ser con los demás". Ello implica la capacidad de
equilibrar el polo de la relación por medio de un justo reparto de los
deberes y las responsabilidades frente a esos otros que me acompañan y
con los que un reto de cooperación y de trato igualitario me une o me
enfrenta.

En la X es la afirmación de la dimensión del obrar en el plano terrestre a


través de eso que llamamos vocación y que no es más que el mandato que
recibimos de lo celeste o universal nos compele a escuchar y a obedecer.
En la X el ser se afirma en la conciencia del deber cumplido. Una
conciencia que implica tanto un sacrificio de lo personal de la vida como
un encuentro con lo más puramente personal de nosotros con el fin de
lograr una contribución al Todo que merezca la pena.

72
Sucedentes (II-V-VIII-XI)

Simbolizan el momento de la antítesis. Expresan los procesos que, a través


de una oposición, tanto devienen estímulos que acrecientan la fuerza de las
angulares, como obstáculos que la inhiben y bloquean. Las experiencias de
las casas sucedentes siempre sitúan a una persona frente a un algo material
o inmaterial que se opone al momento afirmativo o de asentamiento vivido
en las angulares. Este algo que generalmente se vive como externo a uno es
en realidad la manifestación de la propia fuerza de resistencia. Fuerza que
canalizada y confrontada favorece el cumplimiento del propio destino in-
crementando la sensación de poder. Poder actuar en función de las propias
necesidades, que es, en última instancia, lo que garantiza el cumplimiento
de las tareas a realizar.

La II representa todos los recursos que pueden favorecer o inhibir la


expresión de las ambiciones o de la llamada vocacional (X) y de la
individualidad en general (I), la fuerza que se opone suele aparecer cuando
uno siente que necesita algo que no está a su disposición permanente. Ese
algo es el alimento necesario para la vida. Ese algo es un alimento que
paradójicamente nunca puede ser poseído o asegurado.

La V implica la fuerza que potencia tanto la propia individualidad (1),


como la seguridad emocional adquirida en la (IV). En el acto de creación
uno se da cuenta de sí mismo. El hijo, el romance y la obra son las
ocasiones para que la persona desarrolle su propia capacidad creativa. Una
creatividad que no depende tanto del talento heredado como de la actitud
que se tiene ante el mundo. Actitud que intensifica o anula la necesidad de
ser uno mismo y de expresarse según la propia ley.

La VIII es la expresión de la fuerza emocional que resulta de experimentar


e integrar las propias dimensiones inconscientes de la individualidad. El
algo que aquí se opone es la expresión en el presente de los procesos que
tuvieron lugar en un pasado (IV) revivido en las relaciones íntimas que
aparecen en la casa VII. Son los síntomas neuróticos, los complejos, los
conflictos de relación, etc. que remiten a ese algo que, aquí, deviene un otro
que habita en mí.
La XI aparece como resultado de la integración en un Todo mayor que
resulta al seguir la propia vocación. Dicho todo afianza y potencia el
sentirse parte de un proyecto universal. La fuerza que se opone ahora es la
que proviene de un grupo, de un ente social al que puedo ver como un reto
frente a mi propia individualidad, o un refugio en donde hallar aquellos que
confirman mi existencia.
73
Cadentes (3-6-9-12)

Son las casas en las que se dan los procesos de cambio que permiten tanto
la conciencia de las tensiones como la búsqueda de su resolución: la
superación de las contradicciones. Casas de síntesis y de procesos
dialécticos en las que el hombre se ve sometido a vivencias de crisis que
estimulan la necesidad de transformarse y de permitir que se den los
cambios necesarios tanto en su vida personal como en la del universo que
ocupa.

En la 3 la primera transformación se produce tras la tensión que nace de la


relación con el hermano, el primer otro que más que un igual es vivido
como un mero obstáculo a eliminar o incorporar. Con el hermano y por el
hermano empieza a percibirse un mundo, un entorno frente al que uno se ha
de situar en mejor o peor relación. El entorno acompaña y a veces empaña
un proceso dialéctico de mutua transformación. En la 3 se viven formas de
experiencia que siempre tienden a una mutación del individuo y con él del
mundo que habita. Mutación que constituye el componente más genuino de
ese dinamismo colectivo que llamamos lo social.

En la VI el mismo proceso se vive en una dimensión terrenal. Aquí los


protagonistas son el cuerpo, ese cuerpo carnal que me constituye y ese otro
cuerpo social que constituye lo que los marxistas denominan el motor de la
sociedad: las relaciones de producción. La actividad productiva que nace
fruto del esfuerzo conjunto de un cuerpo social y que implica una
distribución de tareas y obligaciones que posibilitan su funcionamiento
ordenado y efectivo. Las experiencias transformadoras aquí aparecen como
enfermedades, del cuerpo individual o del cuerpo social, que son procesos
que tienden a resolver las tensiones existentes en forma de mutaciones en
pos del hallazgo de nuevas posibilidades de acción y de producción
riqueza.

La casa IX implica siempre todas aquellas experiencias que necesitan una


resolución de las tensiones por medio de una actividad que implique la
posibilidad de construir o recuperar una vivencia de unidad. Sea en forma
de fórmula filosófica, religiosa o metafísica, dicha unidad alcanzada
permite una labor integradora y transformadora de la experiencia. Con ella
se puede ampliar la comprensión que uno posee tanto del Universo que le
rodea-como de su papel en él. Una visión del mundo o una filosofía de la
existencia nunca puede ser un producto acabado. Es necesario un continuo
viajar por la vida para que ésta se vaya ahormando como esencia destilada
74
del modo de encarar y de asumir el propio destino.

En la casa XII la transformación es quizá la más radical y dolorosa de


todas. Aquí el individuo se ha de preparar para un cambio que afecta al
conjunto de su vida y de su destino. Aparecen un tipo de experiencias que
sitúan a la persona en tal estado que ya no se trata de decidir o escoger
cualquier opción sino que se vive la total impotencia para elegir. La tensión
a superar es la que se produce entre un yo y su propio destino, entre un yo y
el Universo entero, que requiere la colaboración de este yo para la
realización de unos procesos que siempre escapan a la capacidad de control
y comprensión humanas. Es la confrontación con lo incomprensible y con
la propia impotencia que siempre tienen un efecto fulgurante y doloroso: o
la aniquilación de ese yo o su sumisión a un Todo que le trasciende.

5.8 La Agrupación Triangular

En esta agrupación las casas forman un triángulo equilátero inscrito en el


círculo y constituido por la unión de una casa angular, una sucedente y una
cadente. Los triángulos así formados reciben el nombre de:

Triángulo de Fuego (I-V-IX)

Aquí se conforma una presencia, una individualidad que partiendo de la


afirmación del propio existir y vivir a su, manera (I), una persona se va
descubriendo a sí misma en el acto de exteriorizarse y expresarse (V).
Dicha autoexpresión facilita la adquisición de un saber acerca de uno
mismo y de la vida del cual se construye una cosmovisión y concepción del
mundo (IX). Concepción que se erige como guía para el descubrimiento del
propio papel de la persona en la vida y la comunidad. La vivencia del fuego
en estas casas alude a unas experiencias que ponen a prueba el propio
valor. Siempre piden un atrevimiento. Atreverse a ser uno mismo (I),
atreverse a expresar la propia y original sustancia (V) y atreverse a seguir la
propia verdad (IX).

Las casas de fuego remiten a unas experiencias que paulatinamente van


dejando un sedimento. Dicho sedimento es la revelación de la auténtica
individualidad. Esa flor que constituye el mayor regalo de la vida. También
pueden implicar un proceso de crecimiento y enquistamiento del ego, ese
tirano que acaba con toda posibilidad de redención.

Triángulo de Aire (3-7-11)


75
Esta agrupación complementa y se opone a la anterior. Representa por ello,
todas aquellas experiencias en que la aparición de los otros es la ocasión
para efectuar en la vida los necesarios descubrimientos acerca de uno
mismo en el ámbito de la relación. Ámbito crucial sin el que no existiría
posibilidad real de conocerse. Un conocerse que resulta del encuentro con
aquellos que se me oponen y que me complementan y por ello dan la
medida de mi talla y valor. En la VII se descubre la existencia del otro
como un igual. Igualdad que exige un respeto a su libertad y que nos sitúa
frente a un reto: la cooperación. Cooperación que una vez lograda puede
rendir sus frutos en la consecución de un proyecto global (XI). Surge
entonces un proceso de creatividad grupal que se constituye en el principal
agente dinamizador del cambio social y cultural (111). "Las estructuras de
la vida social humana extraen su calidad viviente –dice M. Buber (4)– de la
abundancia de la capacidad de entrar en relación que llena todas sus
partes."

Las casas de aire implican al ser en el descubrimiento y desarrollo de la


propia capacidad de compromiso. Un comprometerse en la relación, un
hacer frente a las exigencias de dar cabida en la propia vida a los demás,
sin la cual no resulta posible alcanzar la mínima posibilidad de sintetizar y
formular la auténtica verdad revelada en el triángulo de fuego.

Triángulo de Agua (IV-VIII-XII)

En este triángulo se confrontan las experiencias usualmente concebidas


como las más dolorosas y críticas de la existencia. Se trata del mundo
emocional el que aquí se construye. Un ámbito que partiendo de los
sentimientos, deseos y ansiedades conforma en núcleo vital de la
existencia. Vital porque es de estas experiencias que el ser descubre su
alma. El alma es lo que nos alimenta como la raíz al árbol. En estas casas
se trata, con todo, de las dimensiones más ambiguas y enigmáticas de la
existencia. Es ahí donde se dan los máximos equívocos y donde se halla, a
su vez, la fuente de la energía vital.

En la casa IV se dan aquellas experiencias que tuvieron lugar en la zona del


olvido de los orígenes y que forjaron para siempre la fortaleza o debilidad
emocional expresada más tarde en el grado de dependencias y apegos
emocionales o en la capacidad de asumir la propia soledad. En la VIII estas
historias resurgen en la confrontación de experiencias que nacen de la
relación implicada con otras personas. Aparecen entonces como síntomas,
como expresiones desfiguradas de aquellos conflictos emocionales en
76
forma de inhibiciones neuróticas, ansiedades o necesidades compulsivas de
control y manipulación de los demás. Un impedir que los otros sean ellos
mismos para evitar tener que enfrentarme a mí mismo. Un controlar a los
otros porque no puedo evitar el controlarme a mí mismo. Los conflictos y
síntomas neuróticas aparecen aquí como las fallas de una estructura
emocional. Íntimas fisuras por donde puede penetrar la muerte" como
proceso regenerador.

En la XII se han de confrontar las experiencias que obligan a integrar todas


aquellas realidades de las que uno ha querido evadirse. En ella se viven las
consecuencias finales de nuestro modo de vivir y relacionarnos con el
Universo. En las casas de agua el reto siempre es el de conseguir una
aceptación y un no resistirse. A través de las crisis típicas de estas casas, es
posible el acceso a un estado del ser en que se renuncia a los apegos
emocionales (IV), a la necesidad de defenderse y/o controlar a los demás
(VIII) y una aceptación de las exigencias del propio destino en su
dimensión más ignota e inexplicable (XII), derivada ésta de la inserción del
individuo en un Todo infinito que le rodea y le guía.

Triángulo de Tierra (10-2-6)

Representan la máxima exigencia de un obrar efectivo. De un obrar que


trasluce y concretiza la individualidad. Se trata aquí de cumplir con las
tareas y las obligaciones fácilmente vividas como aquello que nos limita y
que apunta al despliegue de nuestras capacidades. Suponen un asumir un
"principio de realidad" que significa un captar las limitaciones y
necesidades de vivir en una época y lugar determinados. Necesidades que
mi obrar puede colmar o transformar, y con ello cumplir con un reto básico
presente en toda vida: asumir la responsabilidad de una tarea a realizar.

La casa X es el símbolo de una "vocación", del cumplimiento con una tarea


a través de la cual conozco mis potencialidades y, a la vez, puedo contribuir
con algo efectivo a la vida en general. El cumplimiento de la tarea también
posibilita que la individualidad se concretice. Algo que en principio es pura
potencialidad o imaginación se encarna en una tarea que implica un
servicio. Servir es renunciar a la perspectiva personal para abrazar una
dimensión impersonal donde lo que menos cuenta es la expansión del yo.
En la casa X. se revela la paradoja de que el máximo despliegue de la
individualidad implica o exige su propio sacrificio.

En la II se rastrean los recursos con los que se cuenta para el obrar de la X.


Un obrar que contribuye a que la vida ponga a mi disposición lo necesario
77
para ello. Lo necesario que no siempre corresponde con las propias
expectativas, con los propios deseos. Los recursos de la casa II contribuyen
y se multiplican en función de la entrega lograda en la X. Ello implica que
la posesión de riquezas no necesariamente significa la posesión de recursos.
Cuantas veces la opulencia más que un recurso es un obstáculo, una cárcel
en la que el individuo sólo vive su impotencia.

La posesión de los recursos necesarios favorece que en la casa VI uno


realice los .esfuerzos necesarios, un trabajo efectivo que transforma la
realidad y con ello al mismo ser. Una obra en que el esfuerzo realizado
tanto redime a la materia como al que lo realiza. En la casa VI se viven las
experiencias que permiten una transformación de la capacidad de trabajar.
Un trabajo que tanto se aplica al mundo exterior como al interior. Un
trabajo cuya exigencia de utilidad con exigencia

Capítulo 6
Las casas una a una
El Ascendente
"Somos de la sustancia con que se hacen los sueños."
William Shakespeare, La Tempestad
"Existir es resistir, ser «frente a», enfrentarse." M. Zambrano, El hombre y lo divino

A pesar de lo que muchos manuales nos explican el Asc. no es un retrato de


la personalidad ni del temperamento, ni siquiera del carácter de la persona.
Intentar ver en el Ascendente un retrato de la identidad así entendida,
constituye una tarea inútil. Es confundir la existencia de un yo imaginario
78
con la realidad de uno. Cualquier definición que nos hacemos de nosotros
mismos es, en última instancia, imaginaria. El yo es una ilusión, una
institución social, un tejido de palabras e imágenes sin la menor realidad
sustancial.

La personalidad no es innata sino adquirida. Como una máscara, es una


cosa, un objeto, un fetiche. Toda personalidad es rígida y compulsiva. El
carácter es un mecanismo defensivo. Coraza caracteriológica es el nombre
que le dan los reichianos. Los muros están fortificados con "mecanismos de
defensa" y la armadura del carácter. "Ser —dice Simone Weil (34)— es ser
vulnerable. Los mecanismos de defensa, están para proteger de la vida.
Sólo la fragilidad es humana; un corazón roto, triturado (contrito)."

La persona desde que nace se ve permanentemente inmersa en un mundo


de relaciones en el que paulatinamente, a través de un proceso socializador,
va adquiriendo un sentido de su identidad que hunde sus raíces, no tanto la
sustancia de su individualidad, como en las expectativas, instrucciones y
actitudes que con más fuerza se le han presentado. Por tanto, toda identidad
que se pueda definir es falsa. "La materia onírica de la que está hecha la
personalidad no es privada sino social; un sueño colectivo", Brown (3). El
efecto de creer que existe un yo separado es devastador el aislamiento y la
separatividad. El yo deviene una especie de burbuja que cortocircuita todas
las conexiones naturales que el individuo tiene con el mundo. El
aislamiento es un medio corrosivo que actúa sobre uno lentamente, pero sin
tregua y en un sentido puramente destructivo. Cuando desaparece la falsa
identidad ocurre algo paradójico, uno cada vez es más uno mismo. Se
aparta de los convencionalismos, por lo que está más solo. Pero
precisamente por eso, su soledad ahuyenta el aislamiento. Está más solo
pero más cerca del mundo y de la vida. La burbuja se rompe y por los
resquicios irrumpe la comunión con la soledad de los demás.

Lévy-Bruhl (19) estudió la representación que de su propia individualidad


tiene el "primitivo" y halló que "posee un vivo sentimiento interno de su
existencia personal. Las sensaciones, los placeres y los dolores que
experimenta, así como los actos de los que se reconoce como autor
voluntario, los relaciona consigo mismo". Pero no se sigue de ello que se
aprehenda a sí mismo como un "sujeto" ni, sobre todo, que tenga
consciencia de esta aprehensión como oponiéndose a la representación de
los "objetos" que no son él mismo. Igualmente en los estudios que
investigan la génesis de la representación de sí mismo como sujeto en los
niños, nos muestran que ésta aparece bastante tarde. Sin embargo el niño,
mucho antes, es ya capaz de autoafirmarse y clamar enérgicamente
79
satisfacciones. El sentimiento que tiene de sí mismo se revela por
reacciones vivas, por exigencias imperiosas, pero él no se vive a sí mismo
como algo distinto de, y opuesto a, los otros. Hay un "sentir originario" que
vive la propia identidad íntimamente vinculada al Universo que le rodea.
No es un tú y un yo separados. Es una comunión permanente en la que el
binomio yo-tú o yo-ellos constituye las partes inseparables de una invisible
y mística Unidad. Freud nos dice: "inicialmente el yo todo lo abarca, luego
separa de sí al mundo exterior. El sentimiento del yo que percibimos en la
actualidad es, así, sólo un vestigio encogido de un sentimiento mucho más
amplio; un sentimiento que abarcaba el Universo y expresaba un vínculo
indisoluble del yo con el mundo externo".
El psicoanálisis demostró toda la patología en virtud del cual el sentido
normal de ser un yo separado del mundo exterior se construye. Por unos
mecanismos que técnicamente se denominan introyección y proyección,
todo lo que me gusta es absorbido por mí, es mío, por otra parte, el yo lanza
al mundo exterior todo cuanto en su interior provoca displacer. Como
afirma Brown (3) "la auténtica contribución del psicoanálisis es la
revelación de que el yo es un pedacito del mundo exterior que ha sido
tragado, introyectado; o mejor, un pedacito del mundo exterior que
insistimos en pretender que hemos tragado. El núcleo del propio yo de uno
es el otro incorporado... El yo se alimenta del «principio de realidad», el
cual es un falso límite trazado entre lo interior y lo exterior; sujeto y objeto;
real e imaginario; físico y mental. Nos da el mundo dividido o esquizoide
en que está atascado el psicoanálisis."

Ya lo han demostrado los antipsiquiatras, no es la esquizofrenia, sino la


normalidad, quien tiene la mente dividida; en la esquizofrenia los falsos
límites se están desintegrando,. A toda una corriente psicológica, los
psicólogos del yo, que en la época de crisis que vivimos pretenden salvar al
yo, habría que responderles como lo hizo Brown (3), la solución para el
problema de la identidad es: piérdete. Y ésta es una de las vivencias básicas
de la casa XII. Sin una constante presencia del sentimiento de estar
integrado en un proceso impersonal y participando en una totalidad
cósmica, la vivencia de la identidad es siempre ilusoria. Esta totalidad sólo
se deja conocer si se alcanza un fondo de misterio total y absoluto que
permea toda la realidad de nuestra vida. Lo único que nos podría definir es
el misterio que somos. Nuestra identidad, personalidad o individualidad
sólo puede vivir sumergida en él.

Quizá la única autoafirmación posible es la de negar cualquier definición


limitadora. Lo que el hombre en lo más hondo y más íntimo de sí mismo
quiere, es no ser cosa. Autoafirmarse es vivirse como un permanente
80
devenir y, por tanto, estar abierto a lo desconocido, a lo posible. Afirma
Savater (29,a): "ninguna identidad le basta al yo, porque ama más su
posibilidad que sus productos: toda, obra es insuficiente (y también todo
status público, todo nombre propio, todo título académico o profesional,
toda construcción cara a los otros o frente a uno mismo de una personalidad
dada de una vez por todas)". La identidad de uno es algo inasible, soplo,
respiro, una presencia pura que palpita.

Otra imagen que simbólicamente alude al Asc nace del fenómeno


astronómico del alba. María Zambrano (37) habla maravillosamente sobre
ella: "Los instantes que preceden a la salida del Sol declaran más la luz, con
su tenue claridad, que la aparición del astro rey que encuentra ya la
atmósfera preparada, la oscuridad deshecha... La claridad de la luz que
brilla en el firmamento, que se insinúa desde el Oriente, es más un pacto
con las tinieblas que una victoria humillante; parece haber salido no para
vencerlas, sino para alumbrarlas." El alba revela la luz que está naciendo.
Como símbolo por excelencia del nacimiento del individuo, el asc. alude al
primer contacto de la persona con el mundo: la revelación. Este primer
contacto queda "grabado celularmente", es decir, deviene el referente
primario, el mediador básico entre el mundo y él (es bien sabido, que
cuando un planeta se halla cercano al Ascendente el mismo parto se ve
supeditado a su naturaleza. Se nota su presencia. Que recuerde ahora, están
los casos de Saturno que preside los nacimientos lentos y dificultosos, con
síntomas depresivos pre o post-partum; Plutón que muchas veces envuelve
el cordón umbilical alrededor del cuello del niño provocando síntomas de
asfixia; un caso de Mercurio que acompañó el nacimiento de interrupciones
en el suministro de la luz y avería del teléfono, etc.).

Lo que refleja el Ase. es, ante todo, al hombre como ser activo. Según
Spinoza, el hombre es lo que hace y se hace en su actividad. Es un proceso
permanente, un devenir que se ahoga con las definiciones. Escribe Ortega y
Gasset: "El hombre no es una cosa, sino un drama, un acto... La vida es un
gerundio, no un participio, es un faciendum, no un factum. El hombre no
tiene naturaleza, tiene historia." O más exactamente aún, el hombre quiere
vivir una historia, quiere dramatizarla, como afirma Bachelard, para hacer
de ella un destino. La identidad es, pues, un plan siempre en vías de
ejecución. No hay producto acabado, ni meta alguna a la que llegar la
identidad no se construye, sino que se defiende afirmándola en contra de
los que la quieren eliminar.

El Asc. está relacionado, en última instancia, con todas las situaciones que
vive el individuo, porque en todas le confrontan, de un modo u otro, con su
81
querer. Es el voto ergo sum, agustiniano, como raíz esencial de todo ser.
"Quiero antes de ser –enseña Savater (29,a)–, porque el primer propósito, el
primer anhelo del querer es ser. Querer, es querer ser plenamente." La
vinculación simbólica entre el Asc. y el signo de Aries puede entenderse
entonces como que es necesario enfrentarse, es necesario batallar. La
identidad propia, el ¿quién soy yo?, constituye una conquista a realizar. En
dicha batalla se ha de lograr una disolución de las estructuras de un falso
yo, que toda nuestra crianza nos impuso como molde de la propia
experiencia. La disolución de la autoimagen formada por la presión
constante que los otros han ejercido sobre nuestra vida. El signo de Asc.
puede ser el medio par excellence a través del cual ejercitemos una
voluntad autoafirmadora. Cómo queremos ser nosotros mismos. Entrar en
posesión de una identidad, no en el congelado sentido esencialista, sino en
el libremente cambiante, incierto, pero altamente activo sentido de ser uno
quien es. Para ello, no hace falta saber quién es uno, sino ante todo saber
que uno es una voluntad de ser. Lo otro, construirse un saber acerca de al
mismo, en el fondo, acaba en esa enfermedad que se llama "doble
personalidad" o, en términos morales, inautenticidad. Es necesaria una
crítica rigurosa de sí mismo y de la verdadera índole de sus relaciones con
los demás (VII) para darse cuenta de la propia "máscara". Máscara cuya
función consiste en defendernos de la mirada ajena, y por un proceso
circular que ha sido descrito muchas veces, de la mirada propia. Al
ocultarnos de los demás, la máscara también nos oculta de nosotros
mismos.

El Ase. puede llegar a ser el símbolo que nutre el sentido de una


autoafirmación de la plena autonomía personal que es, siempre, un acto
decisivo de sana violencia, una contraviolencia frente a los que, conscientes
o no, pretenden disminuirla o aniquilarla. Se trata de aceptar el combate por
una forma de vivir. Uno puede combatir a través de la afirmación de sus
aspiraciones o sus intuiciones (Ase. en fuego), o de sus ideas y opiniones
(Ase. en aire), de sus sentimientos y deseos (Ase. en agua) y de sus
percepciones, sensaciones y realizaciones prácticas (Ase. en tierra).

El cuerpo también queda reflejado por el Ascendente. No tanto en su


dimensión de objeto físico, denso, sino como vehículo que expresa y por el
que se expresa la individualidad. El cuerpo expresa, mucho más de lo que
nos imaginamos. En el cuerpo están inscritas las huellas de nuestra vida. El
cuerpo guarda en sí todos los secretos de nuestra identidad o falta de ella.
El cuerpo no es un objeto sólido, por mucho que los sentidos quieran
convencernos de ello. Es más bien volátil, moldeable y sutilmente
expresivo. Crece, se expande, se acorta y empequeñece sin cesar. El cuerpo
82
envejece y rejuvenece de acuerdo al estado de nuestra individualidad. En la
pura forma del cuerpo se expresa nuestra verdadera identidad. Sólo aquel
que sabe leer su lenguaje se da cuenta de hasta qué punto el cuerpo habla.
Unas identidades rígidas que se apoyan en rostros envarados. Falsas
identidades que se expresan en cuerpos abandonados, enjaulados y
olvidados por cabezas incesantemente inquietas. Las piernas indolentes, el
pecho hundido, las espaldas rígidas como espadas y unas arrugas
avergonzadas que se esconden en los mil refugios de las
convencionalidades, los modos y las modas.

El olvido del cuerpo corresponde al olvido de sí mismo. Todo aquel que


funciona con una identidad prestada, se olvida de su corporalidad. Uno es
otra cosa, su cuerpo es un objeto que le acompaña, casi siempre a su pesar.
Hay quien sueña con el día en que podamos desprendernos del cuerpo. Ser
pura inmaterialidad, ser simple inexpresividad. Y no se trata tampoco de
esculpir en el cuerpo la propia ambición. No todos los cuerpos
aparentemente elásticos corresponden a una individualidad flexible.
Cuántos de los que se afanan por tener un cuerpo "saludable" y "fuerte" lo
único que hacen es convertirlo en el lugar de una mentira, de un
autoengaño. Claro está que ello sólo se oculta al propio interesado. El
cuerpo revela la identidad, pero no precisamente aquella que se adopta
conscientemente. Es el contrapunto, a través del cuerpo surge la verdadera
identidad, la que es inconsciente para la persona, pero a la vez la que
expresa mejor su verdad.

El cuerpo se metamorfosea. En nosotros está el convertirlo en el recipiente


de nuestra indolencia y falsedad o el transformarlo en un arma para el
combate más necesario: aquel que nos permitirá recuperar nuestra
verdadera identidad. Un cuerpo aceptado, querido, incluso vagamente
deseado –por una especie de narcisismo– puede devenir no sólo en el
instrumento expresivo par excellence sino como un medio inigualable para
insertarnos mejor en la trama del mundo, el mejor guía y compañero, fiel y
fuerte. El cuerpo puede así recuperar su gracia natural, una plenitud y
delicadeza que no necesariamente significa un cuerpo moldeado según las
pretensiones de lo social.

Durante siglos se ha creído, supuesto o postulado, que el hombre está


constituido por unas características fundamentales distintas de su cuerpo.
Existen unos principios, según esta creencia, que han recibido varios
nombres: "mente", "psique", "razón", "espíritu", etc., que forman un algo
separado de la materialidad manifiesta del cuerpo. El dualismo
cuerpo/mente, espíritu/materia, surge, y con él la esquizofrenia que ha
83
destrozado tantas y tantas vidas en Occidente. Filósofos, metafísicos,
religiosos y científicos se han esforzado en buscar un algo, más allá o más
acá del cuerpo humano, y han derrochado toneladas de tinta tratando de
proporcionar explicaciones detalladas de sus diferencias. El dualismo
siempre ha implicado que se valora más un polo en detrimento del otro. El
cuerpo pasa a ser una propiedad, algo que uno tiene. Bajo el materialismo
dominante deviene un conjunto de elementos y propiedades físico-químicas
cuya expresión aún hoy es patente en el enfoque de la medicina oficial; el
cuerpo es una máquina que enferma a pedazos y se repara a pedazos, aún se
habla de enfermedades psicológicas como distintas de las orgánicas, etc.

No se puede encontrar en el hombre nada que trascienda absolutamente su


cuerpo. El ser humano no es una realidad, o conjunto de realidades,
unificadas por cierto elemento o principio distinto de él mismo. El ser
humano no tiene un cuerpo, porque él es un cuerpo –su propio cuerpo-.
Dicho con la fórmula filosófica de J. Ferrater (13): "el hombre es un modo
de ser un cuerpo". Alma y cuerpo, espíritu y materia son dos
manifestaciones de la misma Unidad. Es hora de cerrar la fisura, de
reintegrar al cuerpo en su propio lugar, lo que significa reintegrar la propia
individualidad. Descubrir el propio cuerpo y descubrir la verdadera
individualidad es un proceso único, y lo único que nos permitirá acceder a
la capacidad de orientarnos en la vida. Oriente, la salida del Sol, simboliza
primariamente la posibilidad de iluminar nuestro camino: adónde vamos,
con quién y para qué. No son respuestas últimas las que aquí se dan, sino
aquellas que favorecen la propia autoafirmación, aquellas que permiten
saber qué quiero hacer, por qué quiero ser precisa y exactamente el que
soy.

Los planetas en esta casa y el signo de su cúspide denotan los poderes


nacientes en la vida de una persona. Como un sentido que se vive en un
perpetuo status nascendi. Sus voces, que van adquiriendo paulatinamente
en el despliegue de la existencia una preeminencia, ayudan a responder a la
pregunta ¿Quién soy yo?, esto es, constituyen una guía en el
descubrimiento de la auténtica identidad. En términos míticos, el signo del
ascendente, alude al genio o daimon más relevante en el destino de la
persona. En su despliegue, las relaciones que establezca con el mundo y los
demás guardarán estrecha analogía con los personajes míticos, asociados al
signo. El Ase. tiene que ver con el carácter, pero no en su acepción
moderna y vulgar como un conjunto de definiciones del yo, sino que el
carácter de un hombre es su demonio, su espíritu tutelar, en el sentido
griego, recibido en un sueño. Aquella fuerza que es una presencia
permanente en su vida y que impele y determina su destino. La Astrología
84
tradicional nos decía que el regente del Ase., es el Gobernador del Terna y
del destino del nativo. Tanto el regente del Ase., como los planetas situados
en la casa I, representan los dioses a cuyo servicio se entrega toda la vida
del individuo. En tal sentido, forman parte principal del mito de la persona.
Una persona con Asc. en Cáncer, nos hará pensar por un lado, en el mito de
la Gran Madre como un componente esencial del desarrollo de la
consciencia de sí. Tener que conformar la relación que uno establece
consciente e inconscientemente con esa imagen es una de las tareas básicas
de la vida de esa persona. De entrada, con la madre carnal, luego con las
sucesivas madres simbólicas o sustitutivas que aparecen en el camino.
Camino que si le conduce hacia su verdadera identidad le permitirá ir
descubriendo paulatinamente que él, como ya una vez dijo Hegel, no es lo
que es y es lo que no es.

Casa II
"Mientras yo sea esto o aquello, o tenga esto o aquello, no lo seré todo ni lo tendré todo.
Despréndete de ti mismo, de suerte que ya no seas ni tengas esto ni aquello."
Meister Eckhart

El principio simbólico de la Casa II se desparrama en todas aquellas cosas,


fenómenos y seres que constituyen las vestiduras de la Fuerza de la Vida.
Fuerza elemental, divina, que nos alimenta y que aspira a la creación de
riqueza, bienes y valores, y que se complace en ello. Sin más nieta que la
multiplicación de la materialidad en la que ésta se fija y condensa
efímeramente. Afrodita nos ofrece sus manjares para colmarnos o para
perdernos. Ser es comer (II) y ser comido (VIII). Nada hay que no sea
alimento. El mundo nos entra por la boca.

En la casa II se vive una primera y esencial dualidad: la que se da entre el


85
niño y su madre. Psicoanalíticamente hablando, en este estadio, la madre es
el único constituyente del universo vital del niño, ocupa todo el espacio. El
contacto con el mundo viene mediado por ella. Ahora bien, la madre, en
esta fase de la vida no es una persona, sino un me algo objeto: un pecho.
Un objeto que no es vivido como algo raramente físico, pues la totalidad de
los deseos y sentimientos infunden en éste cualidades que van mucho más
allá del alimento real que proporciona. Melanie Klein (18) ha tratado en
profundidad la relación primaria que se establece entre madre-hijo y cuya
base es la alimentación. "Bajo el dominio de los impulsos orales –afirma la
autora– el pecho es instintivamente percibido como la fuente de alimento y
por lo tanto, en un sentido más profundo, como el origen de la vida
misma." El niño escinde en su fantasía el pecho materno bajo una división
primaria: un pecho bueno y uno malo. Un pecho que alimenta, gratifica y
da seguridad y otro que priva, persigue y destroza. De la experiencia del
primer pecho se crea en el niño el sentimiento de gratitud que está muy
ligado a la posterior generosidad y a la futura capacidad de amar. Nace, a la
vez, una sensación de confianza en que hay algo más allá de él que le
alimentará cuando lo necesite y le dará todo lo que desea. El pecho bueno
que alimenta la relación amorosa con la madre, es el representante de la
Fuerza de la Vida. El establecer una relación adecuada con el pecho que da
la vida provee de un sentimiento de riqueza interna. Riqueza que está estre-
chamente ligada a la gratitud y a la generosidad y que capacita a la persona
a compartir sus bienes y valores con otros. Así se hace posible generar un
universo personal de enriquecimiento mutuo genera embargo, en aquellos
que no lograron acceder a este sentimiento de riqueza y recursos internos, o
bien la gratitud brilla por su ausencia, o a los arranques de generosidad les
sigue tal necesidad de ser apreciados y valorados que resulta fácil ver que
detrás se ocultan otras realidades. La vivencia del pecho malo generala
voracidad y la envidia. Surge la voracidad como compensación a la
horrible sensación de privación. Con frecuencia las madres sienten que sus
bebés quieren tragar su pecho entero. La voracidad es el deseo vehemente e
insaciable de chupar, vaciar y devorar, mientras que la envidia es el
sentimiento destructivo dirigido hacia aquél o aquello que posee o goza de
algo deseable, siendo el impulso envidioso el de quitárselo o dañarlo. Del
pecho que no alimenta deviene la base -de toda reacción paranoica y toda
necesidad de control del mundo posteriores La propiedad privada es una
forma de control paranoide del mundo (sea propiedad de objetos, bienes,
personas, ideas, etc.).

En realidad, la voracidad no siempre emana de privación alguna, real o


imaginaria, sino que a veces, un exceso de cuidados, o de alimentación,
tiene las mismas consecuencias. La sobreabundancia es tan miserable como
86
la escasez. La gente que padece esta clase de voracidad es como los niños
pequeños que enferman por efecto del atracón de las fiestas de cumpleaños.
Es una voracidad oral, insaciable que luego se expresa en necesidades
compulsivas de consumir en exceso, de poseer al otro, que siempre
constituye una forma encubierta de canibalismo. La voracidad se puede
dirigir hacia partes del cuerpo humano o hacia personas enteras, o a grupos
de personas e incluso a pueblos enteros.

Desde el punto de vista esotérico todo lo que nos rodea nos alimenta y
forma parte de la fuerza y los recursos puestos a nuestra disposición o
alcance para alimentar nuestro ser y, en última instancia, favorecer a la
vida. Éste es el principal reto de comprensión que esta casa nos plantea:
vivir el mundo particular que nos rodea como un universo de recursos
puestos a nuestro alcance para su utilización. El número dos aquí expresa
una dualidad esencial: yo y el mundo, el mundo como un apéndice,
instrumento o recurso del que obtengo mi alimento y lo ofrezco a los
demás. En este sentido tan válida es la vivencia de que todo lo que me
rodea me pertenece, todo es utilizable como recurso, como la contraria:
nada es mío, soy yo el que pertenezco a un mundo que exige de mí que lo
utilice para sus propios fines.

El dinero constituye, en nuestra cultura, el medio par excellence con el que


vivimos y malvivimos esta dimensión y reto de la vida. En nuestro mundo
todo se mide por el dinero. Se dice que el dinero es la sangre, el fluido vital
de la sociedad. Los bancos son su emblema. La usura bancaria es el caso
del delito más legal, cotidiano y socialmente valorizado de todos. Vivimos
en un mundo económico. "El dinero es la epistemología de nuestro
tiempo." (Sardello) (28). Cada cultura y cada época ha expresado de algún
modo cuáles eran sus valores más preciados. En la Grecia clásica, en
Egipto y en la Europa Medieval, los edificios más altos y los tesoros más
excelsos se hallaban en los templos. Hoy construimos bancos y cámaras
acorazadas. Para Norman Brown, el dinero es el alma del mundo. Las
ciencias económicas y políticas son las neurosis del dinero. Los freudianos
fueron los primeros en redescubrir que el dinero no es una cuestión
exclusivamente racional, lógica y social. Vieron en el dinero la expresión
simbólica de una dialéctica corporal: los excrementos.

Los primeros objetos que constituyen lo que más tarde será la economía del
gasto y del ahorro son los propios excrementos. La educación de los
esfínteres se relaciona íntimamente con la ulterior capacidad de
desprendimiento, generosidad o apego y avaricia, que constituyen las
actitudes básicas, no sólo ante el dinero, sino ante todo lo que queda
87
revestido por un valor reconocido o alucinado como propio. Un aprendizaje
prematuro del control de los esfínteres da un énfasis en la retención.
Estamos en una cultura de constipados crónicos, de retención de los
excrementos y de depósitos bancarios que simbolizan la retención de la
riqueza social y material. La locura del dinero es acumularlo. Acumulación
como signo de bienestar y abundancia. Hemos de aprender que el bienestar
y la abundancia son un aspecto cualitativo de un modo de vivir, nunca una
magnitud cuantitativa, nunca un objeto del que podamos hacer acopio El
dinero es el medio por el cual liberamos el deseo, lo concretizamos, damos
existencia a lo que antes era pura imaginación. Es un vehículo, un puro
instrumento por el que discurre un poder inmenso: el flujo del deseo, de la
vida. Hay quien cree que atesorar bienes equivale a poseer la vida, y ésta es
inasible. Nuestra civilización a falta de otras realidades, hace aparecer al
dinero como lo sólido y auténticamente real, el único ídolo que adora.

El dinero como símbolo es extremadamente ambivalente. Cuando actúa


como fluido circulante y fructificador es como el oro, de origen divino.
Como dictamina Sardello (28): "Hemos de ser capaces de imaginar el
dinero como el excremento divino", es decir, un fertilizador sublime; pero
si con ello, olvidamos que el dinero es el soporte material de un valor que
trasciende lo social y lo humano, caemos en la miseria, lo convertimos en
el dispensador y garante de nuestras propias y limitadas capacidades
humanas. Por muy ricos o pobres que seamos su poder nos esclaviza. La
fascinación que ejerce cree en nosotros trastoca en lo más esencial nuestra
actitud ante la dimensión divina de su poder. Entonces el dinero deja de ser
alimento. Es signo de status social, puerta abierta a privilegios inmerecidos,
instrumento de corrupción, dominio y control sobre los demás. Peleamos
por dinero como los lobos hambrientos y atemorizados pelean por la presa
de la que depende su subsistencia.

En la casa 11, o se alimenta y fructifica la vida o se alimenta e hipertrofia el


ego: yo soy lo que es mío. La necesidad de poseer, de apropiarse, es
síntoma de la pérdida de los límites entre el ego y el mundo. Cuando creo
que algo me pertenece incurro en una ilusión fundamental: separar ese algo
del resto de algos que constituyen este gran Todo Universal. Sea una cuenta
bancaria, un yate, una persona o un título, la identificación ilusoria entre yo
y lo que me rodea como algo que me pertenece es el principal medio de
sustentación del ego imaginario eg uno quiere poseer a los demás,
convertirlos en un bien más, en un objeto que se puede utilizar a placer,
elimina de ellos el único valor: su presencia y su libertad. Comete con ello
un acto de canibalismo muy arcaico. Incorpora al otro dentro de sí para
poseerlo, pero para ello lo ha de matar. El homicidio puede ser simbólico,
88
pero no por ello menos real y trágico. Los demás se convierten en seres
privados de libertad y por ello privados de su único valor como sujetos.
Poseer a los demás es equipararlos a la teta de la mamá. Los demás me
alimentan, por tanto, he de asegurar su disponibilidad a mis necesidades
alimenticias. Si el otro es libre corro un riesgo mortal: verme privado. Eso
despierta antiguas y terribles fantasías inconscientes destructivas y
autodestructivas, por tanto, casi siempre surge el control y la manipulación
del otro, el intento de poseerlo, como un medio ilusorio de impedir la
ansiedad y el miedo que nacen junto unto con tales fantasías.

La obsesión por la seguridad material siempre es un derivado de una


inseguridad que esconde una desconfianza radical hacia la Naturaleza, la
Diosa Madre, la proveedora de la vida. Es ella la única que tiene el poder
de alimentarme a todos los niveles. Creer que puedo salvaguardar mi
seguridad controlándome o controlando a otros, forma parte del desatino
humano más antiguo y enraizado en los usos y costumbres de la
consciencia patriarcal, masculina, que a todos nos domina y esclaviza. Lo
que es mío me pertenece como un regalo o préstamo de la Fuerza de la
Vida. Mi riqueza o mi pobreza no es lo que importa. Es el uso que hago de
ellas lo que cuenta. El poder material y mundano que se expresa a través
del dinero ha de circular a través mío como circula la sangre en el cuerpo y
la savia en el tronco del árbol: sin ningún control o resistencia por mi parte.
Confiar en que la Diosa Madre nos alimentará en la medida de nuestras
necesidades está relacionada con el sentimiento de la propia identidad
alcanzado en la casa I. Si ésta se confunde con el conglomerado de
máscaras, personajes y autodefiniciones, extraído todo ello de las fuerzas
colectivas de un entorno social, dicho sentimiento sufrirá de una especie de
hambre crónica, un apetito voraz que todas las riquezas o recursos del
mundo no saciarán. El sentimiento de identidad nacido y fortalecido en un
proceso de búsqueda de la verdadera humanidad en uno mismo, asegura la
tranquilidad y confianza necesaria para diluir la obsesión de acaparar poder
y alimento, transformándola en un sentido interno, en un instinto que guía
en el correcto uso de los propios recursos y que enseña, por amor a la
misma Diosa, que sólo se posee lo que no se posee.

Acumular dinero, la posesión de bienes materiales, siempre dispensa


sensación de poder. La riqueza material abre casi todas las puertas del
poder social. Lo que fácilmente olvidamos es lo que existe detrás o más
allá de dicho poder. Es una ilusión creer que disponemos de poder. Al
mínimo descuido es éste el que nos posee. La embriaguez de sentir como el
mundo material y los objetos se doblegan ante nuestra voluntad, acuden a
nuestros deseos, el poder de convertir a los demás en objetos que dependen
89
de nuestra voluntad resulta tan tentador que pocos son los que se le
resisten. El poder material se malgasta, se disipa o se enquista y deja de
cumplir su función fertilizadora.

También es frecuente la actitud despreciativa frente al aspecto mundano,


material, de tal poder. Las personas con inclinación espiritualista o idealista
siempre topan con ello. Con actitud puritana rechazan al vil metal, y con
ello, al pecho materno que en su fantasía les mal alimentó, y abrazan una
pobreza o austeridad que en el fondo les esclaviza tanto o más que a los
ricos. Viven en perpetua dependencia económica de los demás, muchas
veces escondida o disimulada, o abrazan un estilo de vida basado en la
renuncia sistemática al goce o placer del mundo material. El rico y el pobre
se encuentran al final del camino y contemplan con asombro su parecido.

Es necesario disponer de recursos, es necesario tratar de potenciarlos. A


veces tales recursos pasan necesariamente por lo económico, otras veces
no. Si no hay apegos ni rechazos a priorísticos, no es difícil llegar a
comprender y experimentar en la propia vida que algo o alguien pone a
nuestra disposición, en cada momento, los recursos requeridos para nuestro
obrar. Si tal obrar es el adecuado en relación a la situación vital en la que
una persona se encuentra, nunca le han de faltar los recursos necesarios.
Hay una cuestión mágica detrás. Sólo la confianza permite captarla.

En tal sentido, los recursos puestos a nuestra disposición tanto pueden venir
por lo económico, lo material, lo afectivo (una sonrisa, el apoyo de una
mano amiga), lo moral, etc. Siempre es la Diosa la que dispone de ellos,
siempre es un préstamo transitorio el que nos hace, siempre es de
agradecerle la fuerza que pone en nuestras manos. En realidad, tanto
podemos sentir que nuestra condición es la de ricos porque nos rodea
permanentemente la riqueza infinita de la Diosa, como comprender que no
hay tesoros materiales en el mundo que puedan paliar nuestra radical
pobreza.

Si insisto en perseguir algo que concibo como mío, como posesión personal
("mi" inteligencia, "mi" belleza, "mi" sabiduría, etc.) uno está en el fondo,
aunque no lo sepa, limitado, porque tiene objetivos limitados, porque se
define por lo limitado, porque vive ¡ve por y para lo limitado. Esto crea una
inseguridad y una inquietud que no solucionan todas las posesiones de la
tierra. Cuando se comprende y se siente que uno está unido, ya en esta vida,
al infinito, cambian radicalmente las actitudes hacia nuestros deseos. No es
que uno deje de desear, ni tampoco sirve la renuncia, pues ésta implica una
entrega, un aferrarse a la imagen del que renuncia. Lo que se puede lograr
90
es simplemente un aquietamiento del deseo, o una calma y confianza, pues
no hay deseo que pueda con el ser, porque se anula la distancia entre el ser
y el desear. Entonces ya no se cae tan fácilmente en la desesperación de ese
desear que sólo desea objetos, sino que se accede a la fuente del desear
mismo: La Fuerza de la Vida.

A veces, son necesarios momentos de apuro, de real apuro para conocer la


verdad sobre nuestras posesiones: no sirven para nada. Lo único que sirve
es la capacidad de poder seguir viviendo. La supervivencia lo es todo. La
fuerza vital es la única cosa que uno no puede permitirse perder. Y cabe la
sospecha de que las posesiones y la falsa seguridad que con ellas se
adquiere, lo único que logran, aparte de hacernos vivir en la ilusión, es la
de robarnos la fuerza vital. Una fuerza que depositamos en los objetos y
que al hacerlo así la perdemos. El poder entonces lo tiene el dinero. un
título, una persona, un status, etc. Surge el acumular y conservar objetos y
recursos como un sustitutivo del usar, porque se quiere vivir sin riesgos.
Rodeados de seguridades materiales. Nos aferramos a ellas. No nos damos
cuenta que el riesgo es ése: echar a perder la vida. La vida no quiere ser
conservada, quiere la capacidad de arriesgarse. Si uno no se arriesga,
arriesga aún más, pues cambia todo aquello que acumula por vida no
vivida.

Los planetas en esta casa constituyen los dioses de nuestro deseo. Sus
imágenes forman la sustancia de nuestra vinculación básica con el mundo.
Bajo ellos y a través de ellos conocemos la codicia, la avaricia, el desapego
y la generosidad. Son los responsables, tanto de nuestro mayor desatino,
pues nos encarcelan en un mundo material y físico que alucinamos como la
fuente que nos alimenta, como del descubrimiento más preciado: confiar en
los propios recursos que siempre coinciden con los de la vida en su
totalidad, pues todo recurso mana de una única fuente: la Madre Naturaleza
que nos cuida y nos cobija. Sólo con dicha confianza y con el desapego
frente a las inseguridades del yo se pueden conocer los extraños vericuetos
por los que la Fuerza de la Vida pretende llegar a nosotros. Generalmente
lo hace por los canales más insospechados. Canales que han de pasar por el
dominio sagrado de los planetas que la casa contiene. Las experiencias de
riqueza y de pobreza económica no son la finalidad, ni se pueden
considerar a priori como positivas o negativas. Cuántas veces de una
experiencia de pérdida de los bienes, de la ruina económica puede surgir la
comprensión de los auténticos recursos que uno dispone. Y viceversa,
cuántas veces el enriquecimiento de una persona, la abundancia de bienes
materiales la coloca en una situación de extrema debilidad y alienación. En
la casa 11 uno puede llenar su vida de objetos y posesiones: sus bienes más
91
preciados. Pero cuando una vida se llena ya no cabe más, se produce un
estancamiento, pues uno viaja con exceso de equipaje. En tales condiciones
no es de extrañar que se invoquen experiencias de despojo, de un vaciar la
vida para que en el lugar desocupado pueda ser llenado de nuevas
realidades, de bienes aún por conocer, de recursos aún por descubrir, sobre
todo del recurso principal: la capacidad de gozar ligada al sentimiento de
gratitud por los bienes recibidos, por los dones ya atesorados.

Casa III
"Busca a tu contrario, que anda siempre contigo." Machado
"Yo soy yo y mi circunstancia."
Ortega y Gasset

La casa 3 es, en términos evolutivos, el descubrimiento de la otredad. El


darse cuenta de que no existimos solos en el mundo. En una época en que
mamá y papá son una parte indiferenciada de mi ser, aparece el hermano y
con él la exigencia dolorosa de dar cabida en nuestra vida al otro. Un otro
al que tengo que conocer y que voy a necesitar para, a través de él,
conocerme a mí mismo. Sea por medio de la aceptación y la camaradería o
del rechazo y enemistad, el otro, su talla y altura, me va permanentemente a
definir. Se descubre que los demás son una pieza esencial del Universo.

92
La casa III nos enseña la primera dualidad vivencial y esencial. El
descubrimiento del otro es la caída de la omnipotencia. Ello puede ser una
experiencia sumamente edificante o destructiva. La sensación de sentirnos
solos en un mundo que está a nuestra disposición, da paso al choque de la
realidad social. De ahí puede resultar una herida narcisista en la que a partir
de ella, cualquier otro es un obstáculo a la expresión de mi voluntad, o
bien, la oposicionalidad básica que implica la relación puede convertirse en
un estímulo para el desarrollo de los poderes de adaptación.

El hermano constituye, generalmente, la primera relación que sostenemos


con un otro diferente a nosotros. Con él conocemos la diferencia. Y la
diferencia consiste en lo que admiramos y lo que rechazamos. A la
diferencia la revestimos siempre con un tejido teñido de tonalidades
afectivas. El tema mítico geminiano de los herma-nos hostiles encuentra en
esta casa expresión en la relación que cada uno ha tenido y tiene con sus
hermanos. Y no es necesario que haya tenido hermanos físicos. Es decir,
una persona sin hermanos puede vivir y encarnar en su vida el símbolo de
la casa 111. El hermano al que odiamos o queremos, admiramos o
vilipendiamos es el hermano en nosotros. Todos tenemos la imagen de un
hermano interior. Los psicoanalistas le llaman la Sombra. Todos aquellos
factores de nuestra personalidad que por diversas razones no asumimos
como nuestros, los reprimimos, olvidarnos y enterramos hasta que
reaparecen en nuestra vida proyectados en los demás.

La huida del hermano, su búsqueda permanente, la necesidad de rechazarlo


o idealizarlo constituye la sustancia de una historia que tuvimos con el
hermano, de sangre o no, y que, posteriormente, de-viene en una clave
básica del mito de nuestro destino, una realidad interior que, a lo largo de la
vida y en repetidas situaciones, diferentes personas encarnarán. Estas
personas podrán socialmente relacionarse con nosotros como amigos,
parejas, parientes, etc., pero simbólicamente representarán al hermano, al
gemelo en nosotros. Con ellos reproduciremos aquella historia que tuvimos
o que imaginamos tener con el hermano. Historia que, a caballo entre la
realidad y la imaginación, presenta una trama cuyos símbolos son los
planetas y el signo que rige esta casa. El grado de interés hacia la realidad
social humana, su aceptación y las actitudes hacia el medio en que uno se
desenvuelve depende de la cabida que en nuestra vida tengan los mensajes
que de su órbita nos llegan.

El hermano oscuro acecha en muchos recovecos impensados del camino.


Una de las figuras míticas que expresan su dinamismo es el arquetipo del
Tramposo. Esta imagen que Jung compara .a la figura alquímica de
93
Mercurio, por su naturaleza dual, su afición para las jugarretas y las
travesuras maliciosas, sus poderes para cambiar de formas y su conducta
impredecible, ha sido objeto de veneración y temor en muchas épocas y
culturas. Tiene mucho que ver con los pequeños accidentes
tradicionalmente asociados a la casa 3. Nos encontramos con dicho
arquetipo siempre que nos sentimos a merced de situaciones y molestos
"accidentes" que tienen por lo general la rara habilidad de perturbar
nuestros propósitos y voluntad. Dice Jung (17,b): "El hombre civilizado ha
olvidado al Tramposo. Sola-mente lo recuerda figurada y metafóricamente,
cuando, irritado por su propia ineptitud, empieza a hablar del destino que le
hace trampas o de que las cosas han sido embrujadas. Él nunca sospecha
que su propia, oscura y aparentemente inocua sombra excede sus más locos
sueños."

Los accidentes que interrumpen nuestra cotidianeidad, que obstaculizan o


perjudican la voluntad con intencionalidad misteriosa, constituyen el
lenguaje del hermano. Generalmente no hacemos demasiado caso, aparte
de la típica reacción de molestia, sobre la significación que tienen. Los
consideramos mero azar, mala suerte, pero aunque no lo sepamos, revelan
generalmente más de nosotros que el resto de asuntos "importantes" que
acaparan nuestra atención. Ya Freud en su excelente obra "Psicopatología
de la vida cotidiana" (16,b), daba cuenta de los mecanismos inconscientes
que subyacen a ellos. Él olvido de nombres, propósitos e intenciones, los
actos fallidos, las equivocaciones, las pérdidas de objetos, etc., constituyen
la sustancia que genera el hermano oscuro cada vez que quiere hacerse oír.

El hermano oscuro es como una especie de segunda personalidad, cuyos


rasgos varían según los individuos entre los más abominables vicios y
defectos hasta las más excelsas virtudes. Su característica más esencial es
que suele ser portadora tanto de lo rechazado como de lo aún no reconocido
o descubierto en uno. La casa 3 constituye el símbolo de un encuentro
inevitable en toda vida humana. El otro en mí, que aquí, aparece como el
hermano gemelo, la contraparte de mi ego, cuya morada es casi siempre la
oscuridad del inconsciente, y cuyos reflejos veo proyectados en mis
hermanos de sangre, raza o especie, es el objeto de tal encuentro. Con el
descubrimiento del otro a través del hermano, también se produce otro
descubrimiento, la existencia de un mundo poblado por los demás y por un
universo de objetos y fenómenos con los que se ha de establecer una
relación. La primera necesidad que instituye el descubrimiento de un
entorno; de un medio ambiente que rodea al hombre, es el de conocerlo.
Con saberse acompañado en un mundo en el que existen otros, aparece el
imperativo de establecer unas relaciones que han de supeditarse a unas
94
reglas que trasciendan la mera subjetividad o el capricho particular. Dicho
imperativo se concreta en una necesidad hasta entonces inexistente: la
comunicación. Es necesario proveerse de medios que permitan percibir el
en-torno que rodea al hombre y resulta necesario disponer de medios que
permitan una interacción con él. El vehículo que puede actuar como
mediador entre ese entorno y una persona es el lenguaje. Apenas el hombre
adquirió conciencia de sí, se separó del mundo estrictamente natural. El
lenguaje surge como un puente mediante el cual el hombre trata de salvar la
distancia que le separa de su realidad exterior. En su realidad última, el
lenguaje se nos escapa, pues esa realidad consiste en ser algo indivisible e
inseparable de lo humano. En la casa 3 se descubre la esencia discursiva,
literaria, del mundo. El lenguaje crea un universo que actúa como un doble
del mundo real, hasta el punto de que a veces acaba por sustituir a éste, de
tal modo que ya no podemos saber si existe un mundo fuera del lenguaje.
Muchos son los pensadores que creen que el lenguaje es la forma como el
hombre se abre a las cosas. Bertrand Rusell, Carnap, Wittgenstein, etc. Son
filósofos que consideran que el lenguaje hace posible la comprensión de las
cosas y, en definitiva, la existencia abierta del hombre. Sin el lenguaje, sin
las palabras, yo no tendría idea de nada.

El lenguaje generador de realidad es además el factor que instituye la


condición humana y le confiere su dimensión esencialmente., social. "Y la
palabra se despierta entre esta confianza radical que anida en el corazón del
hombre y sin la cual no hablaría nunca", nos dice María Zambrano,
evocando con ello a su vez la vivencia básica que posibilita toda relación
social, toda organización de las relaciones en un todo organizado y
viviente. El lenguaje e es, ante todo, medio de comunicación social.
Implica la existencia de un interlocutor y por tanto de un socio. El número
tres, propio de esta casa, es símbolo de un movimiento hacia la integración
de los opuestos. Número de síntesis que permite la reunificación de las
dualidades en una unidad mayor. La escisión que se ha producido en la
casa 2 entre yo y el mundo requiere una síntesis. En cada casa cadente se
produce un encuentro entre dos realidades y como resultado una mutación
de ambas.

En la casa 3, el pecho-mundo deviene en un entorno constituido por


personas y objetos con los que se ha de mantener una relación. Con ello dos
polos entran en contacto: el sujeto y el mundo social y físico que le rodea.
La calidad y el dinamismo de tal contacto inciden plenamente en ambos
instituyéndose así una relación dialéctica que transforma mutua y
sucesivamente a ambos componentes. En el ámbito de los seres humanos el
locus del encuentro es la relación comunicativa, el lenguaje articulado por
95
una serie de signos y significados comunes y convencionales. En el ámbito
de las cosas el locus es la relación de adaptación inteligente, una adaptación
qué genera un proceso de invención y utilización de medios que general-
mente actúan como una prolongación de los sentidos y las facultades
humanas y que permiten una captación más afinada de las características de
dicho entorno.

Generalmente tenemos la idea de que el medio ambiente es eso que está ahí
fuera, como algo dado, estático, con lo que establecemos unas relaciones de
adaptación utilitaria. Ahora bien, en realidad dicho entorno siempre es algo
creado, es una creación de los propios medios y sistemas con que tratamos
de captarlo. Ello nos sitúa frente a una realidad hasta hace poco
inimaginable. También es frecuente el error de considerar el lenguaje como
algo neutro, que aprendemos de pequeños y que nos sirve para conocer lo
que nos rodea y comunicar los resultados de nuestras investigaciones a los
demás. "El hombre, afirma Wilheim ven Humdboldt (*), vive con sus
objetos siempre bajo la mediación de un lenguaje. Sus sensaciones y su
actuación dependen de sus percepciones, y éstas a su vez del lenguaje
utilizado. El hombre resulta una presa de su propio lenguaje, pues cada
lenguaje traza un círculo del que no es posible escapar sino penetrando en
otro." O, también, asumiendo el reto de intentar conocer el desajuste de los
instrumentos que empleamos con objeto de corregirlos, tarea por demás
harto difícil, porque supone poder utilizar los instrumentos para
autocuestionar su propio funcionamiento.

En realidad, todos los medios que hemos empleado para conocer el entorno
han modificado no sólo a éste, sino también a nosotros mismos. Por
ejemplo, la invención de la escritura, luego del alfabeto fonético, después la
imprenta, y hoy la revolución informática y electrónica, han sido, no sólo
meros inventos, sino verdaderos procesos de creación de mundos distintos
y de seres humanos diferentes. La aparición de un nuevo "medio" de
relación, adaptación y conocimiento ha conllevado inseparablemente una
nueva forma de ver el mundo. Ya no sentimos del mismo modo, ni
continúan siendo los mismos nuestros ojos y nuestros oídos antes y después
de la invención del alfabeto fonético o del ordenador.

El hombre, al utilizar instrumentos específicos, como por ejemplo el


lenguaje, la escritura o la radio, lo que hace es ampliar uno u otro de sus
órganos sensoriales, en detrimento del resto. Ello lleva aparejado grandes
cambios a la hora de relacionarnos con el entorno y con los demás, a la
hora de hablar y de actuar. Antes de la invención de la escritura, la
civilización, sostiene McLuhan (20), era predominantemente auditiva, oral,
96
involucraba todos los sentidos en una especie de inmersión en el mundo. El
advenimiento de la escritura, y luego de la imprenta, fomentó la
preponderancia de un único sentido, el visual. Se produjo así la ruptura
entre el ojo y el oído y, con ello, la mente humana se transforma: el tiempo
y el espacio pasan a concebirse como lineales, el pensamiento abandona su
lado mágico para hacerse lógico, discursivo, el argumento predomina sobre
la metáfora. Curiosamente los psicólogos sostienen que el predominio de
un sentido sobre los demás es la condición necesaria para que se produzca
el fenómeno de la hipnosis. Por ello, una cultura como. la nuestra, que por
intereses ajenos a los estrictamente culturales cultiva un solo tipo de
sentido, cae en un despotismo ilustrado, pues somete a sus integrantes poco
críticos a una situación de manipulación por el estado hipnotice que genera.
Un alfabeto fonético constituido por signos huecos que se asocian a sonidos
sin sentido crea una fragmentación de la mente humana, además de un en-
torno igualmente fragmentado.

"Las relaciones humanas se modificaron sustancialmente –afirma O.


Paz.(22,b)– cuando el libro sustituyó a la voz viva, impuso al oyente una
sola lección y le retiró el derecho de replicar e interrogar." Antes del uso
del alfabeto cada palabra era en sí misma un mundo con resonancias
multidimensionales, constituía un mundo poético o una "deidad
momentánea", sentida por el hombre analfabeto como una revelación. "El
africano rural vive, –según cuenta Carothers (*)–, primordialmente en un
mundo de sonidos, en un mundo cargado de significado directo y personal
para el oyente, en tanto que el europeo vive, en mayor grado, en un mundo
visual que, en conjunto, le es indiferente."

Las casas cadentes implican una transformación de las formas de


experiencia. En la 3 se refleja un dinamismo que comporta; cada vez que se
establece un determinado tipo de relaciones, una modificación de ambos
participantes de la relación. Una relación que aquí es comunicativa y que,
por tanto, pone en relieve el papel creador y transformador del lenguaje. En
los esfuerzos del niño por aprender a desenvolverse en su medio, Piaget
elucidó la existencia de dos procesos básicos y complementarios:
asimilación del medio en los esquemas de pensamiento, y acción del sujeto
y acomodación de estos esquemas al mundo cuando éste no se deja
asimilar. Lo que quizá no tuvo demasiado en cuenta es que el entorno en
que una persona o una comunidad vive no es tanto una realidad dada como
un mundo inventado. Cada lenguaje implica una visión del mundo distinta,
y en última instancia, cabe la sospecha de que cada individuo habita un
mundo particular. Como si en un caleidoscopio, infinidad de formas
lingüísticas y perceptivas distintas giraran en torno a una realidad que
97
nunca aparece estática, como casi todos los lenguajes pretenden, y que por
tanto no es ni definible ni apresable en la rigidez de las normas
gramaticales. El hecho de poseer un mismo lenguaje y de observar cosas
parecidas, fácilmente induce a dar por supuesto algo que, en el fondo, es
una ilusión fundamental: creer que la realidad es algo inmutable, físico y
sólido, que está fuera de uno y que seguiría estando de todos modos y de
igual manera para todo el mundo.

Los pueblos analfabetos no pueden ver en tres dimensiones o en


perspectiva. Nosotros damos por supuesto que éste es el modo normal de
visión. Debido a ello se han producido tantos equívocos entre los
antropólogos y demás interesados en las culturas foráneas. Por ejemplo, se
encontraban con que muchos pueblos africanos no comprendían las
imágenes que observaban en una película que les era proyectada. Dichos
estudiosos daban por supuesto algo que no era cierto: que no se necesita
entrenamiento alguno para observar fotos o películas. El conocimiento del
alfabeto da la capacidad de enfocar la mirada un poco por delante de
cualquier imagen, de modo que se capta en su totalidad, en un golpe de
vista. La gente que no posee este medio de comunicación, habita un mundo
distinto, no posee el hábito de utilizar la perspectiva, el ojo no lo usan en
perspectiva sino táctilmente, exploran las imágenes y objetos
identificándose con el objeto, entran en él. Para los africanos el ojo está
considerado menos como un órgano receptor que como un instrumento de
la voluntad, siendo el oído el principal órgano receptor. La escritura
fonética separó el pensamiento de la acción, con lo que aparece una
escisión difícilmente superable entre el mundo mágico del oído y el mundo
neutro del ojo. Escisión que hoy vivimos en toda su desgarradora plenitud.
El músico vienés Carl Orff prohibía que los niños estudiasen música en su
escuela si ya habían aprendido a leer y a escribir. La tendencia visual
adquirida, decía, hace perder toda esperanza de desarrollo de las facultades
audiotactiles en música.

No sólo hablamos español, sino que los hábitos creados por nuestro
alfabeto persisten en nuestro modo de captar el mundo, en nuestra
sensibilidad y en la disposición que damos a nuestro espacio y nuestro
tiempo en la vida diaria. Los hábitos perceptivos y comunicativos nos
hacen habitar el mundo de determinada manera. Manera que tendemos a
absolutizar como la única verdadera y posible, con lo que nos condenamos
a una realidad que quizá no sea la mejor de las posibles. Cada forma
cultural no es más que una forma de combinar el uso de los sentidos. A
mayor desproporción en el uso de uno de ellos cabe la sospecha de que
mayor es el peligro de la unilateralidad y la pobreza existencial.
98
El lenguaje, como expresión de la necesidad de adaptarnos a un entorno y
relacionarnos con él, resulta indudablemente un instrumento poderosísimo.
Tan poderoso que casi indefectiblemente esclaviza a quien lo utiliza.
Hemos visto que todo lenguaje tiene una doble faz, permite contactar con la
realidad, pero, a la vez, nos en-gaña y despista de ella. Por ello, cualquier
uso del lenguaje puede desembocar en un inmenso abuso, como es
excelente botón de muestra la publicidad moderna, los medios de
comunicación de masas, los discursos políticos, etc. El lenguaje, la mayoría
de las veces, carece de referencias sólidas, la mayoría de los discursos son
formales, sin contenido. Por eso Sócrates era tan consciente del en-gaño
que puede encubrir el lenguaje, por eso propugnaba como único imperativo
"conócete a ti mismo", lo que aquí significa; cono-ce tus insuficiencias y
limitaciones.

Detrás de todo ello, se deja ver una convicción mística: el lenguaje es una
facultad humana y sobrehumana a la vez. Eso los antiguos lo sabían muy
bien: nombrar un objeto era poseerlo. Lo que se nombra adquiere
existencia. Lo que no se nombra no existe. Para decir que no había cielo ni
tierra, el poema babilónico de la Creación, Enema Elich está redactado de
la siguiente forma: "Cuando arriba, el Cielo, no era nombrado, y abajo, la
Tierra, no tenía nombre..." Nosotros ignoramos casi todo sobre los orígenes
de la palabra. Las palabras, en otras épocas y/o culturas eran mucho más
que meros sonidos que designan o se refieren a realidades, eran la realidad
misma. Las lenguas profanas como la nuestra, no dan ninguna idea de ello.
"Las palabras no caen en el vacío", dice el Zohar. En las lenguas sagradas
cada palabra encierra una fuerza oculta. Hay una magia verbal en que la
sonoridad de los nombres propios de personas y ciudades despiertan ecos y
analogías ocultas. El timbre alto o bajo de las vocales, las consonantes que
lo componen constituyen además su realidad esencial. El hombre no sólo es
designado por su nombre propio: él es ese nombre. Así Abram sabe que no
tendrá un hijo, hasta que Dios le dice: "Tu nombre no se enunciará más
Abram, tu nombre será Abraham ya que te hago padre de una multitud de
naciones."

Nombrar es el primer acto del mago y del poeta. El nombre confiere


existencia e individualidad. Cuando se arrebata el derecho a un nombre
propio se arrebata simbólicamente el derecho a la individualidad. Como
ocurre en nuestra sociedad patriarcal en la que el marido arrebata el nombre
a su mujer. Hay una magia en la palabra y la comunicación que se establece
entre los seres humanos. Una magia que reluce, por ejemplo, a través de un
libro, que circulando por el mundo, pasa de mano en mano y llega a la
99
persona que lo ne mismos. Por ejemplo, la invención de la escritura, luego
del alfabeto fonético, después la imprenta, y hoy la revolución informática
y electrónica, han sido, no sólo meros inventos, sino verdaderos procesos
de creación de mundos distintos y de seres humanos diferentes. La
aparición de un nuevo "medio" de relación, adaptación y conocimiento ha
conllevado inseparablemente una nueva forma de ver el mundo. Ya no
sentimos del mismo modo, ni continúan siendo los mismos nuestros ojos y
nuestros oídos antes y después de la invención del alfabeto fonético o del
ordenador.

El hombre, al utilizar instrumentos específicos, como por ejemplo el


lenguaje, la escritura o la radio, lo que hace es ampliar uno u otro de sus
órganos sensoriales, en detrimento del resto. Ello lleva aparejado grandes
cambios a la hora de relacionarnos con el entorno y con los demás, a la
hora de hablar y de actuar. Antes de la invención de la escritura, la
civilización, sostiene McLuhan (20), era predominantemente auditiva, oral,
involucraba todos los sentidos en una especie de inmersión en el mundo. El
advenimiento de la escritura, y luego de la imprenta, fomentó la
preponderancia de un único sentido, el visual. Se produjo así la ruptura
entre el ojo y el .oído y, con ello, la mente humana se transforma: el tiempo
y el espacio pasan a concebirse como lineales, el pensamiento abandona su
lado mágico para hacerse lógico, discursivo, el argumento predomina sobre
la metáfora. Curiosamente los psicólogos sostienen que el predominio de
un sentido sobre los demás es la condición necesaria para que se produzca
el fenómeno de la hipnosis. Por ello, una cultura como la nuestra, que por
intereses ajenos a los estrictamente culturales cultiva un solo tipo de
sentido, cae en un despotismo ilustrado, pues somete a sus integrantes poco
críticos a una situación de manipulación por el estado hipnotice que genera.
Un alfabeto fonético constituido por signos huecos que se asocian a sonidos
sin sentido crea una fragmentación de la mente humana, además de un en-
torno igualmente fragmentado.

"Las relaciones humanas se modificaron sustancialmente –afirma O. Paz.


(22,b)– cuando el libro sustituyó a la voz viva, impuso al oyente una sola
lección y le retiró el derecho de replicar e interrogar." Antes del uso del
alfabeto cada palabra era en sí misma un mundo con resonancias
multidimensionales, constituía un mundo poético o una "deidad
momentánea", sentida por el hombre analfabeto como una revelación. "El
africano rural vive, –según cuenta Carothers (*)–, primordialmente en un
mundo de sonidos, en un mundo cargado de significado directo y personal
para el oyente, en tanto que el europeo vive, en mayor grado, en un mundo
visual que, en conjunto, le es indiferente."
100
Las casas cadentes implican una transformación de las formas de
experiencia. En la 3 se refleja un dinamismo que comporta, cada vez que se
establece un determinado tipo de relaciones, una modificación de ambos
participantes de la relación. Una relación que aquí es comunicativa y que,
por tanto, pone en relieve el papel creador y transformador del lenguaje. En
los esfuerzos del niño por aprender a desenvolverse en su medio, Piaget
elucidó la existencia de dos procesos básicos y complementarios:
asimilación del medio en los esquemas de pensamiento, y acción del sujeto
y acomodación de estos esquemas al mundo cuando éste no se deja
asimilar. Lo que quizá no tuvo demasiado en cuenta es que el entorno en
que una persona o una comunidad vive no es tanto una realidad dada como
un mundo inventado. Cada lenguaje implica una visión del mundo distinta,
y en última instancia, cabe la sospecha de que cada individuo habita un
mundo particular. Como si en un caleidoscopio, infinidad de formas
lingüísticas y perceptivas distintas giraran en torno a una realidad que
nunca aparece estática, como casi todos los lenguajes pretenden, y que por
tanto no es ni definible ni apresable en la rigidez de las normas
gramaticales. El hecho de poseer un mismo lenguaje y de observar cosas
parecidas, fácilmente induce a dar por supuesto algo que, en el fondo, es
una ilusión fundamental: creer que la realidad es algo inmutable, físico y
sólido, que está fuera de uno y que seguiría estando de todos modos y de
igual manera para todo el mundo.

Los pueblos analfabetos no pueden ver en tres dimensiones o en


perspectiva. Nosotros damos por supuesto que éste es el modo normal de
visión. Debido a ello se han producido tantos equívocos entre los
antropólogos y demás interesados en las culturas foráneas. Por ejemplo, se
encontraban con que muchos pueblos africanos no necesita. Es la misma
magia por la que el hombre se crea a sí mismo creando el mundo que
percibe y en el que habita. Es una magia que tanto puede ser usada para
liberar al hombre de cualquier servidumbre que una cultura o una realidad
establecida pretenda imponerle, como puede convertirse en la más sólida y
sutil de las prisiones. Aquella que no se cuestiona, pues anida en la propia
percepción del mundo que nos rodea y nos constituye como humanos.

Los planetas en esta casa no sólo tienen que ver en la historia que tuvimos
o tenemos con el hermano. También constituyen las voces que pueden
ayudarnos a comprender el sentido y el papel que cumple el entorno
cultural en nuestra vida. Las relaciones que establece una persona con su
entorno pueden ser las de un monólogo o un diálogo. La primera lleva a
una actitud pasiva, uno vive sometido a las "influencias" que éste ejerce
101
sobre él, la segunda favorece un papel activo en que la inserción en el
medio social y cultural adquiere un relieve crítico y creativo, que permite
tanto que el individuo actúe como agente transformador, como que él
mismo desarrolle la capacidad adaptativa y de ajuste requerido por un
entorno en perpetuo estado de cambio y reajuste.

Una adaptación crítica al entorno equivale a un uso crítico del lenguaje y la


inteligencia. Una inteligencia corrosiva que haga admitir que toda verdad
es fragmentaria, o mejor, como decía Nietzche, que las verdades del
hombre son sus errores irrefutables, y que todo se puede contar de muchas
maneras.

Casa IV
"Toda vida es un secreto; llevará siempre adherida una placenta oscura y esbozará, aun en su forma más primaria, un interior."
María Zambrano

El cuatro es un número que ocupó extensamente a Jung. La cuaternidad


representa para él "el fundamento arquetípico de la psique humana". Los
discípulos de Pitágoras también hacían de la tétrada la clave de un
simbolismo constituyente de un marco que ordenaba al mundo. "Cuatro,
como la tierra, no crea –dice Eva Meyerovich (*)–, sino que_ contiene todo
lo que se crea a partir de él." El cuatro expresa pues, la noción de una
realidad matricial que parece contener al sujeto. Hoy le llamamos el
inconsciente, fundamento y marco del que nace y en el que se realiza la
totalidad de la experiencia humana.

102
En la casa IV descubrimos la foros et origo de toda experiencia. Es el ¿de
dónde vengo? La cuestión de los propios orígenes es quizás anterior a
cualquier otra. Incluso poder preguntarse ¿quién soy? en la casa I, implica
previamente un cuestionamiento del olvido que recubre y encubre nuestro
pasado. Y de ello trata el psicoanálisis: recordar y revivir un pasado que,
aunque olvidado, no está muerto, sigue presente, actuando y condicionando
la vida toda, el presente, el futuro, a través de la zona oscura de nuestro ser:
el inconsciente.

Es un pasado que fluye continuamente, desemboca en el presente y,


confundido con él, casi siempre nos engaña, pues nos hace creer en la
ilusión de los cambios. En realidad, consiste en la repetición rítmica de un
pasado impermeable a los cambios. Un pasado actuante que nunca va a
variar a no ser que uno emprenda el camino de regreso.

Sumergirnos en las experiencias de la casa IV es darse cuenta de que la


mayor parte de nuestro empleo consciente del lenguaje en la casa 3, no es
más que un facsímil pálido de extrañas lenguas que más profundamente
resuenan en nuestros sueños. Existe un lenguaje que nos viene del "campo
de la niñez", esa remota y olvidada región que una vez habitamos, que
desaparece mágicamente de nuestra conciencia, pero que perdura hasta el
fin de la vida alentando u obstaculizando cualquier logro y realización que
uno pueda tener en la vida.
La tradición ve en ella la tierra, el suelo sobre el que se construye el hogar
y enraizan las raíces. El hogar no es una casa, ni unas personas, ni un
sistema de parentesco dado. Es un símbolo del sostén, de la "atmósfera
emocional" que sustenta a un individuo. En la fase inicial de la vida el
hombre pasa por unas experiencias de índole afectiva que establecen los
fundamentos de un sentimiento esencial para la personalidad: la seguridad
básica que ha de tener respecto a sí mismo, a la vida en general y a su
destino en particular. Esa seguridad que permite construir un hogar mundo.
Una morada que coincida con el cosmos.

La casa IV refleja el trasfondo anímico del que una persona nutre al resto
de sus actividades vitales. Por ello se considera que expresa la raíz del
árbol, o los cimientos del edificio, dando a entender con ello, cómo una
persona podrá desarrollar su autoestima, su sentido de pertenencia y
enraizamiento afectivo. Hay una necesidad de agrupamiento humano que
se desarrolla por primera vez en el seno de una familia. Dicha necesidad, si
no es cuestionada, actúa inconscientemente como el principal obstáculo a
nuestra individualidad. "Hay numerosos tabúes en el sistema familiar –
afirma Cooper (8)–, de alcance mucho más amplio que el tabú del incesto y
103
el tabú contra la suciedad. Uno de ellos es la prohibición implícita de
experimentar la propia soledad en el mundo. Al parecer no hay muchos
padres dispuestos a dejar de estar con sus hijos el tiempo necesario para
que desarrollen la capacidad de estar solos.".

Uno de los modos más frecuentes de lograr un sentimiento de seguridad es


cuando uno se enraíza en un grupo. Muchas personas "echan sus raíces" en
el suelo de una iglesia, una patria, una secta o una colectividad, que
siempre ofrece una serie de seguridades básicas. Dichas instituciones se
convierten en pechos de los que mana un antiguo veneno: un exceso de
seguridad que deja de lado la duda y la soledad, en consecuencia, destruye
la vida. A través del grupo con el que uno se identifica, fácilmente se
experimenta un estar en el hogar, una sensación de familiaridad, y sobre
todo un sentir de que el propio poder se acrecienta. Disminuye la terrible
sensación de la soledad y el desamparo. Se olvida el desarraigo radical al
que el hombre en su devenir consciente se condenó. Como proclamaron las
Sagradas Escrituras: "Las zorras tiene agujeros, y los pájaros del aire tienen
nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde poner su cabeza."

La familia o sus sustitutos son entonces el principal soporte, la fuente de


seguridad básica. Pertenecer a una familia se convierte en el principal
medio para escapar a lo horrible de la soledad, del vacío que se ha de
experimentar al desprenderse del lazo maternal, que nutre, cobija y da
calor. Claro que tales lazos exigen un pago enorme: el de la individualidad.
Uno se siente a salvo, pero está dentro del rebaño. Uno está seguro, pero el
regazo de la madre impide todo crecimiento, es más, seduce al niño para
que duerma un largo sueño. Un largo sueño en que la persona no vive su
vida, no se experimenta por sí misma. Vive la vida de la madre
colectividad. Reproduce en su familia el juego secular que vivió en la
primera, la de la infancia. La vida así vivida es trivial, se desconecta de los
sentimientos más hondos y poderosos. Tal persona, desconectada de la
fuente, no tiene la energía suficiente ni para darse cuenta de su trivialidad,
de su vaciedad. Es una desconexión de las propias raíces que sólo enraízan
en el alma y ello se paga caro: o la sujeción al miedo e inseguridad, o la
necesidad de abandonar las seguridades e iniciar la búsqueda de otro tipo
de seguridades.

Hay que dejar el hogar alguna vez. Cada uno de nosotros somos miembros
de una familia, cada uno de nosotros puede y tiene que poner en duda sus
orígenes y su pertenecer a, y eso, a pesar de haber sido bien educado. "Es
necesario –nos dice David Cooper (8)–, re-visar nuestro pasado familiar,
recapitularlo todo para liberarnos de una manera más eficaz que una simple
104
ruptura o una separación geográfica, por violenta o tosca que sean una y
otra." Hay que abandonar el hogar para recobrar las propias raíces, el hogar
auténtico, la fuente interior. Ello supone la devastadora demolición de
nuestras estructuras de seguridad que han sido laboriosamente levantadas.

Las vicisitudes y experiencias propias de esta casa anidan básicamente en


la fase de la vida que los psicoanalistas tanto han estudia-do: los primeros
años de la infancia. Años que sumidos casi siempre en el olvido,
acompañan a modo de "herencia psíquica" a la persona, condicionando,
como un pasado olvidado pero vivo, todas las conductas emocionales de un
presente siempre limitado y vinculado al pasado en forma de "la
compulsión a la repetición", esto es, la re-petición automática e
inconsciente de las mismas actitudes frente a los otros.

Freud fue el primero en descubrir la relación siempre conflictiva que se da


entre padres e hijos en la primera infancia. Su complejo de Edipo es la
historia del conflicto primordial entre el deseo y el temor. Deseo de la
madre (o padre según el caso), y angustia frente al otro progenitor. La
seducción y la hostilidad consciente o inconsciente de los padres hacia los
hijos y viceversa, constituyen un núcleo de sentimientos conflictivos
enraizados en el inconsciente, cuya represión no sólo no soluciona nada
sino que aun empeora pues, tarde o temprano, uno ha de rendir cuentas ante
lo reprimido que incansablemente retorna con la pretensión de ser vivido.
Con los padres y hermanos conocimos los primeros objetos de nuestro
deseo. En ellos queda fijada una parte de nuestra energía instintiva.
Posteriormente, si uno no se vuelve consciente de dicha realidad, la
estructura afectiva, emocional e instintiva formada en la interacción con
ellos, constituye la fuente y el origen de nuestros conflictos emocionales.
La pareja, los amigos, etc., se nos aparecen como portado-res inconscientes
de los roles de papá, mamá, hermano/a. Reaccionamos con ellos del mismo
modo como lo hicimos con nuestra familia.

Adler analiza la otra posibilidad básica. El sentimiento de inferioridad del


niño y sus frustraciones emocionales hacen que éste reaccione
compensatoriamente estimulando un deseo de dominio las personas que le
rodean. Este deseo insaciable corre parejo con la fantasía primordial: ser el
más fuerte. Para lograrlo, no duda en recurrir tanto a posturas
exacerbadamente masculinas, identificándose con el agresor, o en posturas
femeninas de ser el agredido. Ya se sitúe en una posición o en otra, el niño
siempre se hace la impresión de que la vida le es hostil.

Hoy en día aún sabemos más, pues cargamos, no sólo con el lastre de los
105
equívocos que tuvimos con papá y mamá, sino también con el peso enorme
de un destino familiar: "Las investigaciones sobre la génesis de la
esquizofrenia en familias, -dice David Cooper (8)–, han mostrado con
claridad suficiente que la locura se hace inteligible cuando se entienden los
sistemas de comunicación-acción que trabajan en el seno de la familia
nuclear. Los más recientes desarrollos de estos estudios indican que es
importante tener en cuenta la tercera generación ascendente, es decir, los
padres de los padres del sujeto considerado loco, para profundizar
adecuadamente en esa inteligibilidad."

Jung aún va más lejos. Observó en sus pacientes que bajo determinadas
circunstancias emergía en ellos una serie de sueños y fantasías, cuyas
imágenes no encontraban explicación alguna ni remontando los datos de su
biografía personal, ni la de su familia. Con ello descubrió un nuevo
continente de imágenes, una tierra inexplorada en la que hunden sus raíces
nuestras vidas: el Inconsciente Colectivo. Si tales imágenes se han de
vincular con recuerdos, estos deberían ser de acontecimientos ocurridos en
un pasado remoto de la Humanidad. Acontecimientos que sobrepasan al
personaje concreto, más o menos minúsculo, que es el soñador. Se trata de
acontecimientos trascendentes, que se relacionan con una dimensión
atemporal, eterna, de la experiencia humana.

Un conocido dicho mítico de los judíos reza: "en el cuerpo de la madre, el


hombre conoce el mundo, con el nacimiento lo olvida". Como si en la vida
prenatal, en el seno de la madre se vivieran unas experiencias no sólo
propias del estado de vinculación natural con la madre, sino con una
realidad cósmica, que trascendiendo la relación biológica madre-hijo, éste
conectara a través del cordón umbilical con la totalidad de la especie y aún
más allá, con la fuente de alimento perenne: lo divino.

Por eso la casa IV, como afirma penetrantemente E. Eskenazi, siempre


permanece en la oscuridad. Es un símbolo de la zona de nuestra
individualidad y de las propias motivaciones que escapa a nuestra
conciencia. Como la raíz que, hundida bajo tierra, es invisible pero sostiene
y nutre al árbol entero. La casa IV es nuestro cordón umbilical.

Una persona puede vivir una vida superficial, desconectada de sus


sentimientos hondos y poderosos que como ríos subterráneos transcurren
por debajo de su percepción, pero entonces carece de alma, es decir, tanto
en su estar como en su expresión, se nota a faltar algo: hondura. La persona
no sufre pero no se alimenta. Puede aparentar tranquilidad, felicidad,
alegría, o lo que sea, pero cuando llega el momento y el contenido de la
106
casa IV, la corriente del río, subterráneo hasta entonces, emerge, puede ser
devastador, o salvador, nunca se sabe. Debajo de las apariencias de
tranquilidad, armonía o felicidad, aparecen inmensos mares de tristeza, o de
rabia secularmente acumulada, o de deseo contenido en diques que se
rompen. Esta experiencia, si no es asimilada, puede conmover o derrumbar
los cimientos de una vida. El ego siente la invasión de unas fuerzas que le
inundan, le ahogan, o, por contra, si se deja llevar, puede desembocar en un
nuevo hogar.

Un hogar que aparece cuando por fin cedemos al deseo de inclinarnos


sobre nuestro pasado, para reencontrar allí lo que una vez dejamos apartado
en el camino y que ahora resulta necesario. Se han de explorar y recorrer
los recuerdos del pasado. Se ha de seguir la oscura nostalgia de los
orígenes, confiándose a los senderos del sueño y de la memoria para
recuperar el anhelado hogar, la auténtica patria. Se ha de buscar un hogar y
descubrir que el hogar de uno es el lugar donde uno está, porque la
sensación de seguridad e intimidad se llevan a cuestas, vienen más por un
modo de estar en la vida, que por la pertenencia a un grupo y el
arraigambre a cualquier lugar.

Los planetas en la IV siempre nos hablan de los temas arquetípicos


dominantes vinculados al destino de una persona, con su vida emocional y
su seguridad o inseguridad afectiva. Son los dioses que dominaban la
atmósfera anímica y las relaciones que bajo su álgida se dieron y se dan
entre los miembros de la familia. La atmósfera emocional de una familia
está vinculada al mandato de los dioses que la presiden, sus relaciones y
conflictos, sus necesidades e instintos, vividos o no. Todo ello forma una
especie de caldo anímico o suelo invisible, pero que actúa directamente
sobre todos sus integrantes, y especialmente sobre el niño. Éste, que es
puro inconsciente, percibe, capta como un radar y se alimenta de aquél.
Llora un llanto semejante al de su madre, un llanto que casi siempre es el
llanto no llorado por la madre, es decir, se alimenta de los deseos, miedos y
conflictos escondidos en la "habitación de los trastos" de la familia. Hay
una continuidad de estados emocionales entre los miembros de la familia,
una especie de comunicación subterránea que se puede perpetuar
simbióticamente por tiempo indefinido, dejando, en muchos casos, a la
persona en una tierra de nadie emocional. Por ello, es necesaria una
revisión del pasado, un regreso para recuperar todo aquello que un falso
mundo de seguridades o inseguridades hizo que dejáramos. Cada vez que
se inicia o finaliza un ciclo en la vida, cada vez que se ha de dar un paso
adelante, se activa la casa IV. Por las inseguridades que despiertan al
menor cambio y porque allí, en esta casa (en nuestra alma), se ha de buscar
107
la fortaleza necesaria para levantarse y echar a andar.

La casa IV exige una inmersión periódica en sus aguas. Esas aguas del
inconsciente que son la matriz de toda creatividad. Podemos titubear antes
de zambullirnos, por miedo a no poder salir. Podemos tiritar de frío una vez
dentro y desear salir antes de tiempo. Podemos abandonarnos al estupor del
frío y desear entrar en el sueño eterno. Esos son los peligros, pero la
recompensa es de un inapreciable valor: los miedos y las inseguridades ya
no paralizan la vida, pues la inmersión en lo hondo tiene por virtud un
cambio fundamental: se descubren las oscuras dependencias afectivas.
Estas relaciones que tras cualquier disfraz convencional ocultaban
necesidades emocionales insatisfechas y dependencias afectivas. Se descu-
bre, también, a dónde tienen que apuntar las necesidades emocionales para
no continuar generando dependencias. Se descubre, en definitiva, lo
ilusorio de toda relación en tanto que es vivida pomo algo a lo que cogerse,
lo ilusorio de cualquier lugar y situación como techo en el que cobijarse de
las tormentas del vivir.

La tarea a realizar en esta casa implica un proceso emocional, por ello no es


controlable por la voluntad y el intelecto. Un proceso que apunta a liberar
la parte de energía instintiva y emocional que quedó fijada en el pasado.
Con ello se puede lograr una nueva inserción en el mundo de la relación
afectiva. Ello se traduce en un desarrollo del alma. Una comprensión del
alma que permite sentir y aceptar cuán imprevisible es la vida; cuán poco
influyen en ella nuestros temores e inseguridades, sobre todo en el sentido
que creemos. Dicha compresión no es intelectual, recuerda más bien lo que
el mito platónico ya nos advertía: "conocer es recordar". El héroe es el que
se recuerda a sí mismo, pues, como se ha dicho, no hay esperanza sino en
los recuerdos. Allí están las victorias, los fracasos y sus lecciones. Hasta
hay quien dice que toda virtud se debe a la buena memoria y todo vicio al
olvido. Como el cuento de los tres hermanos que van sucesivamente al
castillo para rescatar a la princesa, los dos primeros no se atreven a pisar el
camino de gemas y diamantes, mientras que el tercero, que no olvida a qué
va, las pisotea sin contemplaciones.

Por ello recordar es tan importante. De hecho, es una de las principales


tareas del psicoanálisis. Es un recordar que permite recuperar lo que
parecía definitivamente perdido –el pasado-, creando con ello un
basamento sólido para nuestro presente. Lo que nos sostiene es lo que nos
precede, pero integrado: nuestros orígenes.. "Pasado: lo real –nos dice S.
Weil (34)–, pero absolutamente fuera de nuestro alcance, no podemos dar
un paso hacia él, sólo orientarnos por una emanación suya que viene hacia
108
nosotros. Por eso es la imagen por excelencia de la realidad eterna,
sobrenatural. ¿Será ésta la causa de la alegría y la belleza que hay en el
recuerdo como tal?"

La casa IV es el "país de la infancia", sus planetas son los habitantes de este


país. Si no es visitado por nosotros, es decir, si no oímos sus voces, se
convierten en manantial constante de tendencias e impulsos infantiles. Si
son escuchados nos conducen a establecer contacto y experimentar la
inseguridad radical del ser. Sus lecciones permiten aprender que por mucho
que echemos raíces estables en suelos, nada ni nadie puede evitarnos el
desarraigo, pues esto es lo único capaz de sacudir los apegos, capaz de
generar la confianza en uno mismo.

La casa V
El número cinco es la expresión simbólica de una necesidad nueva. Es
signo de unión (dos –principio femenino– más tres principio masculino–),
número nupcial dicen los pitagóricos; implica una totalidad obtenida por un
centro que reúne e integra cuatro. Cuatro es la imagen de la estabilidad que,
en un nuevo estadio (el cinco), deviene en la necesidad de hallar un centro
el corazón-manantial que es pura creatividad. Al conseguir construir en la
propia vida un hogar seguro, un fundamento sólido, que como vimos no
pasa por lo que generalmente se cree, aparece el cinco como el inicio de
una tensión o urgencia que antes no se sospechaba: la creatividad, expresar
la propia sustancia individual. Si la individualidad es única, también lo ha
de ser su expresión. Por ello en esta casa aparece la creatividad como punto
de referencia e integración de la personalidad. En la creación se parte de la
conciencia de la separación y es una tentativa de reunir lo que fue separado.
109
Una vez recordado el pasado, una vez realizado el camino de inversión,
esto es, de ida hacia atrás, en busca de los propios orígenes,
una vez perdida la necesidad compulsiva de sentirse seguro y querido por
los papás y mamás que pululan por nuestra vida, podemos
recuperar la infancia. "Dejad que los niños se acerquen a mí", dijo

Jesús, sólo ellos pueden gozar de verdad, Sólo ellos pueden crear. Hay que
divertirse. Es preciso reencontrar las huellas de nuestra ilimitada capacidad
de pasión y goce que una vez tuvimos todos. Sólo los niños conocen la
Fiesta como una encarnación en el tiempo de lo atemporal, como una
irrupción de lo divino en la vida personal y colectiva. Las ceremonias,
festejos, ferias, etc., adquieren sentido sólo si despiertan la facultad de
maravillarse, de contemplar con el corazón. Este despertar es uno de los
retos de esta casa, un despertar que aquí es un recuperar algo que, como
adultos, todos añoramos. Son los niños los que no la han perdido. La fiesta
antigua estaba fundada en la experiencia de conectarse con una parte del
ser que al manifestarse hace a uno convertirse, de pronto, en el centro del
Universo. Y ello es porque lo divino ha descendido. En cambio, hoy, lo
único que se vive es un ocio envilecido. Es la fiesta de los grandes
imperios: el circo romano, las modernas "vacaciones" y el interés por los
espectáculos estúpidos.

La casa V no habla de los hijos biológicos necesariamente, sino de todos


aquellos sobre los que depositamos, proyectamos y vivimos vicaria o
íntimamente la propia necesidad de crear, jugar, apasionarse y, con ello,
salir de uno mismo, exteriorizar nuestra individualidad en el puro acto de
hacerse uno con el objeto de la pasión. La casa V trata, en definitiva, de lo
único en nosotros capaz de apasionarse y gozar: el Niño. Esta imagen o
factor que en el ser humano por mucho que envejezca nunca muere, o
mejor dicho, nunca debería morir. Las personas más maduras, en el pleno
sentido de la palabra, son al mismo tiempo infantiles en alto grado. Es
preciso que una persona "madure" para vivir la realidad del niño que
también es. Hay un miedo social a que nos convirtamos en niños. Por su
irresponsabilidad se diré, entonces se exige de la gente que viva una adultez
desconectada de la niñez, se nos inculca un sentido de la responsabilidad
que lo único que logra es castrar toda posibilidad creadora presente o
latente del niño en nosotros.

Se condena con ello a los adultos que se disocien de él y lo proyecten en


sus hijos biológicos. El resultado, la mayoría de las veces, es dramático: el
hijo deja de ser otra persona, para devenir en "mi niño", una prolongación
110
de la propia identidad. El niño se convierte, a su pesar, en el depositario
involuntario de las ilusiones y que de pequeñitos todos tuvimos y no
pudimos o no nos atrevimos a realizar. El niño que, como símbolo, siempre
alude a un futuro preñado de posibilidades creativas, proyectado en
nuestros hijos se intenta vivir en un proceso cargado de violencia, al que
comúnmente denominamos educación y que, en la práctica, casi siempre
implica una serie de tácticas que apuntan a controlar al otro, para así poder
recrear y revivir nuestras propias expectativas. Como afirma E. Eskenazi,
educar se convierte en la imposición forzada de las propias imágenes al
hijo, cuando podría ser el proceso por el cual se deja al otro ser él mismos.
Claro que, añade el autor, uno consigue educar así cuando uno se permite
ser, a la vez, él mismo.

En la casa V vemos, entonces, el tipo de hijos que deseamos tener. Deseo


que casi nunca coincide con la realidad. Los padres nunca tienen
exactamente los hijos que desean, porque se hacen una imagen a la cual
ellos tendrían que plegarse. Dicha imagen no es más que una proyección de
sí mismo. Los padres olvidan que el niño es un individuo completo, le
convierten en partes de su propia identidad. Ocurre algo parecido en el
enamoramiento, el otro no es más que un reflejo idealizado, el portador de
una imagen que no está, en absoluto, fundada en su realidad. La historia y
relación que establecemos con nuestros hijos y amantes está reflejada
simbólicamente en esta casa. Sus planetas ocupantes y/o el planeta que rige
su devenir serán los dioses que mediarán en la relación. El hijo deviene en-
tonces en el enviado de la vida que me hará confrontar lo que ignoro de mí.
Los problemas de la relación padres-hijos son, cara a los padres, aquellos
que eluden confrontar en ellos mismos, aquellos que no han podido
relacionar con su propia individualidad. Si uno se convierte en adulto o
padre "responsable", lo más probable es que el hijo encarne el papel mítico
del o de los planetas de esta casa. De ello casi siempre surge una relación
tensa y problemática, los padres entran en conflicto con los hijos, pero más
profundamente es con lo que ven reflejado de ellos mismos en sus hijos. El
resultado suele ser trágico, pues tarde o temprano el hijo se rebelará contra
sus padres. Rebelión completamente necesaria cara a descubrir su auténtica
individualidad. Para ello ha de destruir en sí todo lo que los padres le han
de alguna manera inculcado. Cuando eso no ocurre, casi siempre es
síntoma de algo peor. El niño no se rebela porque ha renunciado a ser él
mismo, con lo que se condena ha vivir una vida que no es la suya sino la de
sus padres. Un proceso similar ocurre con los amantes. El enamorado tarde
o temprano ha de pasar por una decepción. El otro empieza a revelarse
como un ser autónomo que tira al traste la imagen y las expectativas que de
él/ella nos habíamos formado. En la casa V todos hemos de confrontar un
111
tipo de experiencias que demandan que exterioricemos algo nuestro, algo
que habita en lo más profundo del ser. Algo que de nosotros salga hacia
afuera y se proyecte y condense en un objeto exterior. Sólo así podemos
conocer algo que nos constituye aunque no nos pertenezca. Lo encontramos
reflejado en una imagen, sea objeto, persona o actividad. Por eso el hijo, el
romance o el juego son tan importantes. A través de ellos exteriorizamos y
conocemos lo mejor que tenemos. Esta necesidad de exteriorización de
nuestra individualidad es vivida como la inclinación que a todos subyuga, a
dramatizar, a representar en el drama de la vida nuestro papel magnificado,
enseñar lo mejor que tenemos. Para ello es menester poder olvidarse de uno
mismo, olvido que brota por sí mismo cuando el niño en nosotros surge,
con su entusiasmo, su pasión, y un divino egoísmo, que le permite trascen-
der todo lo que no sea el objeto de su juego-pasión.

Todo acto creativo que tal nombre merezca ha de contar con él. Su
presencia resulta imprescindible para alcanzar este estado del ser que se
denomina: ensimismarse, olvidarse de uno mismo para reencontrarse a sí
mismo pero transfigurado, hecho arte, embellecido en el máximo esplendor
del que uno es capaz. Todo ello recuerda en mucho al narcisismo
trascendental de Unamuno (31), un ansia de inmortalidad y autoafirmación,
"un entender el yo no como algo pasivamente recibido, sino como trofeo
que debía conquistarse a sí mismo para luego asentarse al resto del
universo, como un sello indeleble o un pendón victorioso". La creación
siempre implica salir del espacio y del tiempo que se habita. Sólo el niño
tiene esa capacidad. Con ello no sólo se viven espacios y tiempos distintos,
sino que también se conoce una nueva dimensión, un espacio atemporal o
un tiempo sin historia del que emana una de las fuentes esenciales de la
fuerza creativa: la espontaneidad.

La casa V no muestra los potenciales creativos en el sentido de los propios


talentos o la capacidad de genio que sólo algunos heredan. Este "genio" ni
está en la casa V ni se halla reflejado en el Tema Natal. No se puede ver. Es
un secreto de la divinidad y del destino. La casa V se refiere a un tipo de
creatividad que es herencia universal. Todos podemos disponer de ella, a
todos nos es dado conocerla aunque no todos quieran. Ya Maslow (21) tuvo
que distinguir entre "la creatividad debida a un talento especial" de la
"creatividad de las personas que se autorealizan. "Ésta última –según sus
palabras–, deriva mucho más directamente de la personalidad misma y se
manifiesta ampliamente en los acontecimientos ordinarios de la vida..." Es
la creatividad que surge por sí sola en el abandonarse al propio niño que
sólo jugar quiere. ¡Es tan importante el juego! En él es cuando más cerca
estamos de lo divino. En el juego desaparece la necesidad del esfuerzo, de
112
violentar la naturaleza, se siente el puro placer y la alegría, la fatiga está
ausente. Surge la espontaneidad, única fuerza capaz de cambiar nuestra
percepción, como el niño de la fábula que se dio cuenta de que el rey estaba
desnudo. Se puede entonces captar lo fresco, lo frágil y lo único de los
fenómenos, las personas y las cosas. Se siente la liberación de todos los
clichés y los estereotipos. Se accede a una autoexpresión inocente y carente
de inhibiciones. Se consigue una "segunda ingenuidad" como la llamó
Santayana, término que. etimológicamente viene de la palabra latina
ingenius que significa "noble", "generoso" y propiamente "nacido libre".
De la ingenuidad surge el ingenio, la capacidad generativa.

Jugar, enamorarse, contemplar al hijo, pintar, escribir, todo ello presenta la


ocasión propicia para que en ella nos sumerjamos, para que de ella nos
inflamemos y así vislumbremos la identidad, la unidad que se da entre el
objeto de la creación y uno mismo. En realidad, todo acto creativo es un
acto de unificación de reintegración de aspectos antes separados opuestos,
formas que luchan entre sí, disonancias de todo tipo, hasta formar una
unidad. Lo mismo hace el gran teórico cuando reúne hechos sorprendentes
e inconsistentes de modo que podamos darnos cuenta de su mutua
interdependencia. Y lo mismo podemos decir del gran estadista, el gran
terapeuta, el filósofo, el progenitor, el inventor. Todos ellos son
integradores... En la medida que la creatividad es constructiva, sintetizante
en integrativa, en esta misma medida depende de la integración interior de
la persona." De dicha integración surge como en una totalidad inseparable
la capacidad de amar, de jugar, de reír, de improvisar y de crear.

Uno es su hijo, su obra, su amante, su juego. Ello puede dar lugar a las
manifestaciones más impersonales de contacto amoroso, el amabam amare
de S. Agustín, como a las formas más burdas de utilización egoísta del
mundo. Mi obra, mi hijo, mi amada, deviene el pretexto para sentirme un
dios, constituyen la audiencia imprescindible para que yo me escuche a mí
mismo. En un monólogo reiterado en el que sólo brilla el orgullo, la
pérdida de mis límites por el crecimiento de la auto importancia. Ya D.
Juan nos previene de ella. Constituye el peor enemigo, aquel que consume
la mayor cantidad de sustancia vital o de poder según sus propias palabras.

En la pasión del enamoramiento no existe el otro como un tú igual a mí.


Este otro es el mero soporte de una proyección de lo que de mí idealizo. La
felicidad que provoca es la de verse contemplado en la amante, es la de
amarse a uno mismo cuando ama. Es el amor al amor, cómo dice Denis de
Rougemond (26), Tristán e Isolda no se aman... Lo que aman es el amor, el
hecho mismo de amar. Es un amor egoísta por esencia, como el de Narciso.
113
Uno se enamora de uno mismo, de como se siente y qué experimenta
cuando se enamora. El otro queda reducido a un simple medio para
experimentar placer. El ansia de ser uno mismo, tanto puede ser egoísmo
fatal, como necesaria despreocupación por los demás, tan imprescindible
para poderse exteriorizar, para poder vivir tal como uno es y como quien
uno es.

El punto común de todas las situaciones de la casa V es que en ellas brota


la pasión. Esa pasión produce el "calentamiento" necesario para que surja la
espontaneidad y con ella el acto creador. Lo característico de esas
situaciones es que surge la sensación de sorpresa, aparece lo inesperado. Da
la impresión de que durante un lapso de tiempo se elimina lo cotidiano y
conocido, y con ello se conecta con una fuerza impulsora o transformadora.
Espontáneo es el entrar en las situaciones sin supuestos previos, ni
objetivos preconcebidos, con inocencia y sencillez. Sólo así desaparecen
los clichés y estereotipos inhibidores, como el niño que se siente seguro sin
temor al ridículo. La espontaneidad no es algo que se pueda dominar o
crear por un acto de voluntad. Más bien al revés, cualquier acto de voluntad
consciente la inhibe. Es necesario conseguir el estado de no interferencia
del yo, un olvido de sí mismo. Las razones, ideas y creencias del yo
perturban el proceso creativo. El yo debe desaparecer; en el fondo, es el
mismo problema que han de enfrentar los místicos.

El niño nace cuando el yo se va. Es él el que no se asusta delante de lo


misterioso, de lo sorprendente. El niño se deja ser, cuando la situación lo
requiere, es capaz de ser caótico, desordenado, anárquico, vago, indeciso,
inexacto, impreciso, altruista y egoísta la vez. Se desenvuelve en un estado
del ser en el que el deber no se desconecta del querer ni éste del placer.
Todo ello implica una cuestión esencial: un autoaceptarse a uno mismo,
que es lo que permite percibir con cierta originalidad y valentía la
naturaleza del mundo desde una perspectiva no usual. La espontaneidad es
así, el locus de la individualidad. En la medida que ésta disminuye la
espontaneidad desaparece y a la inversa, en la medida que ésta se
desarrolla, aquélla se expande y se manifiesta.

La creatividad que un individuo posee no es una posesión, no le pertenece.


No existe un poema mío, lo que existe es la poesía y uno es un recipiente
en el que descansa. El escritor escribe dando forma a los pensamientos de
muchos que no escriben. El creador, el poeta, el artista, corren el inmenso
peligró de perder de vista este hecho esencial. Con ello surge el más pesado
de los egoísmos. En la antigüedad no existía la noción de autor. Una obra
de arte era anónima porque pertenecía al Todo del que surgía.
114
En realidad, en el mismo acto de crear, cuando uno está dando luz a su obra
no hay ego. Cuando uno crea es puro, no se preocupa del yo, es cuando
uno no crea que se preocupa del yo. La creatividad es como un río, no tiene
ningún poseedor, del mismo modo que un río no se preocupa por donde
pasa. El río atraviesa fronteras, baja por las montañas, pasa de un país a
otro, de una cultura a otra. Hoy, discutimos mucho por los autores de las
cosas, pero el río sigue tranquilamente su curso. No le importa que le
llamen Pedro o Emilia, no le importa los comentarios de los críticos y el
éxito o la fama obtenidos. Lo único que le importa es correr. Y todos
somos los ser oidores de ese río. Lo único que importa es dejarnos mojar y
arrastrar por su corriente. Lo que de verdad importa es recuperar la ca-
pacidad de poder disfrutar bañándonos en él y jugar con el agua como
todos los niños saben hacer.

Es importante crear algo, porque de ello pueden surgir descubrimientos


esenciales sobre uno mismo. La exigencia de creatividad presupone un reto
muy fuerte, pero inescapable, a no ser que se quiera vivir la misma
necesidad de un modo sustitutivo: imponiendo a los demás (hijos, amantes,
etc.) la propia sustancia individual. Los descubrimientos posibles que se
pueden realizar, apuntan a un proceso esencial que se da debajo de la
superficie de las cosas. Un proceso que permite vincular la vida y la obra
en una unidad que, fácilmente, revela el mito que uno encarna o del que
uno participa. La obra revela la individualidad porque a través de ésta se
vislumbra un sentido. Un sentido que encaja en el individuo como un todo
viviente, es decir, como un trozo de naturaleza del que se desprenden ac-
ciones (sus hijos) que son una réplica casi exacta de la matriz de la que
surgieron. Existe una relación paradójica entre la vida y las obras. Consiste
en que son realidades complementarias sólo en un sentido: podemos
comprender la obra de un autor sin conocer para nada su vida, pero no
podemos comprender la vida de un autor sin conocer su obra.

Las obras que uno crea, como los hijos, son independientes de sus autores.
Por tener vida propia, su significado varía para cada persona y, en distintos
momentos, también para una misma persona. Gracias a ellos penetramos en
otro mundo de sentidos y vemos nuestra propia intimidad bajo otra luz:
salimos del encierro.
El acto creativo parte de un estado de separación y constituye siempre una
tentativa de reunir lo que fue separado. Por eso Octavio Paz (22,a) es capaz
de decir: "En el poema, el ser y el deseo de ser pactan por un instante,
como el fruto y los labios. Poesía, momentánea reconciliación: ayer, hoy,
mañana; aquí, allá; tú, yo, él, nosotros. Todo está presente: será presencia."
115
Casa 6
"Sólo el médico herido puede curar."
Proverbio místico

El número seis es el hexágono constituido por dos triángulos imbricados.


El triángulo superior representa el orden celeste, el inferior alude a lo
terrestre. En el seis ambos triángulos se encuentran simbolizando así la
hierogamia cielo-tierra, tanto el descenso a la tierra del orden celeste, como
la purificación y ascenso de lo natural hacia un orden sobrenatural. La
primera imagen corresponde míticamente a la encarnación de Dios, el
Redentor hecho hombre y nacido de una Virgen (Virgo Intacta). La
segunda imagen hace pensar en la figura del alquimista, aquél cuyo
esfuerzo y meta consiste en espiritualizar la materia.

116
El descenso del orden celeste que entra en contacto con la tierra tiene su
expresión más originaria en la noción del trabajo. El trabajo. es una
actividad humana, cuyo origen sagrado revelan los mitos y las religiones.
Cultivar el agro, trabajar los metales eran, para el hombre de las sociedades
arcaicas, modos de cambiar el ser de las sustancias. Las sustancias
participaban del carácter sagrado de la Madre Tierra. El hombre con su
intervención no sólo buscaba un beneficio personal, sino que "colaboraba"
en la obra de la Naturaleza. Como afirma M. Elíade (11), "hay algo común
entre el minero, el forjador y el alquimista: todos ellos reivindican una
experiencia mágico-religiosa particular en sus relaciones con la sustancia;
esta experiencia es su monopolio, y su secreto se transmite mediante los
ritos de iniciación de los oficios; todos ellos trabajan con una materia que
tienen a la vez por viva y sagrada, y sus labores van encaminadas a la
transformación de la Materia, su «perfeccionamiento», su transmutación»."
En tal contexto el trabajo está unido al acto ritual. Trabajar implica una
actividad mediadora entre el Cielo y la Tierra, por tanto el carácter sacro no
sólo recae sobre la actividad, sino también sobre los útiles que utiliza. El
arte de crear instrumentos y los instrumentos en sí son de esencia
sobrehumana. Todo trabajo tiene una meta simbólica: unir arriba y abajo.
Como aquel zapatero chino que alcanzó la iluminación realizando su labor
porque era consciente que cada vez que cosía dos suelas unía el Cielo con
la Tierra. Por eso, es preciso, no sólo trabajar, sino trabajar alcanzando la
máxima perfección. Aparecen, por tanto en esta casa la figura del Maestro
y la del aprendiz. Es necesario un largo aprendizaje, pues el maestro co-
noce la técnica: qué cosas utilizar y de qué manera, para que todo salga a la
perfección. La experiencia adquirida del maestro tiene como resultado un
proceso de refinamiento de los utensilios, su obrar ha alcanzado las
virtudes que el alquimista recomendaba para la Gran Obra: máximo
esfuerzo, máxima concentración y máximo amor.

Hay un saber hacer y hay una necesidad de adquirir la destreza necesaria.


El aprendiz es aquel que se pone en manos del maestro y se deja guiar por
él. No es tarea fácil como cuenta una bella historia:

"Érase una vez un joven aprendiz que había estado al servicio de su


maestro, el cual utilizaba unas técnicas muy sencillas. Consistían en
arrodillarse delante de una estatua con cuerpo de hombre y cara de mujer
durante dos años, después de los cuales el aprendiz se separó del maestro
creyendo que aquél ya no le podía enseñar nada. Así, convencido de ello
decidió poner en práctica las enseñanzas recibidas. Al poco tiempo de
instalarse ya tenía muchos discípulos que seguían sus nobles enseñanzas,
117
cosa que contribuyó a aumentar aún más la soberbia del aprendiz, por lo
que decidió escribir un libro que sería el relato en donde pondría de
manifiesto la gran equivocación en la que está el hombre sobre su vida.
Una noche cuando estaba ya acabando de escribir el libro, le vino a la
cabeza cuán grande sería después de que todo el mundo conociera el libro.
En el libro, entre otras cosas, explicaba cómo un hombre se podía deshacer
de su ego y llegar a la verdad última de las cosas, mas cuando estaba
totalmente enredado en la maraña de sus pensamientos, una voz le habló
desde la oscuridad de su estancia. Sólo acertó a oír: «No hay soberbia más
grande que un ser sin soberbia.» El aprendiz quedó sobrecogido y, en toda
la noche no pudo dormir, pues en su cabeza sólo giraba una idea y una
imagen, la de su antiguo maestro y el pensamiento de volver a verlo. Al día
siguiente despidió a todos sus discípulos, mandó quemar el manuscrito y se
fue a ver a su maestro. Cuando llegó ante él se postró a sus pies, el maestro
le mandó a orar y en una de sus oraciones se vio repitiendo sin cesar una
frase bíblica: «No deis de comer perlas a los cerdos.»

No resulta tan fácil como parece asumir el talante de aprendiz. Es un papel


que pone a prueba nuestra humildad. Por eso se dice que sólo los niños
(casa V) pueden aprender. El adulto no puede porque cree que ya sabe, y
con esa creencia se cierra a la posibilidad de nuevos aprendizajes. Un
hombre en disposición de aprender ha de conseguir una "entrega", una
"predisposición" a dejar que lo nuevo entre en el, a reconocer que su saber
es limitado, imperfecto e insuficiente.

En la casa VI aparecen, de nuevo, las experiencias que hacen "tocar tierra".


Con ello, y después de la autoexpresión lograda en la casa anterior, se
inaugura una nueva dimensión: la consciencia de los propios límites. El
trabajo y la enfermedad son dos vías para acceder a no sólo al
conocimiento de nuestros límites sino al deseo de superarlos. El resultado
de estas experiencias puede ser demoledor o altamente positivo para el
propio crecimiento. La exigencia en la casa VI es la de lograr la suficiente
visión crítica de uno mismo y del mundo en que vive para así acceder un
criterio realista que permita dirigir los esfuerzos. Si la crítica es autocrítica
uno descubre los propios fallos, insuficiencias y limitaciones. Sólo a partir
de ello es posible saber dónde se ha de aplicar el trabajo para que sea
efectivo. Si la crítica es hacia fuera surge la necesidad de organizar el
mundo para incrementar de este modo la eficacia del esfuerzo conjunto.
Surge la idea de trabajo como utilización de la materia. Una utilización con
vistas a un fin. Una utilización que fácilmente puede devenir en usura si se
pierde de vista cuál es la meta del esfuerzo. Si la meta no se cuestiona lo
suficiente como para que quede probado su valor, cosa que, por desgracia,
118
tan poco ocurre en una sociedad como la nuestra en la que el trabajo ha
perdido su sentido. Se trabaja porque sí, sin cuestionar cuál es su utilidad
en la vida del individuo o de la colectividad. Cuando al trabajo y a la
sustancia se les despoja de su valor sagrado aparece un sentido del trabajo
exclusivamente utilitarista. Trabajar se convierte en un ritual cotidiano, ru-
tina totalmente carente de significación, que se vive como una obligación.
Entonces el trabajo deviene en una actividad embrutecedora. Vivimos en
una sociedad cuyos valores respecto al trabajo no destacan precisamente
por su humanidad. La noción del trabajo se ha reducido, embrutecido
mejor, a una actividad hecha por máquinas pensantes con máquinas no
pensantes.

Las máquinas que el hombre inventa para tales fines constituyen los medios
por los que se opera una doble transformación. La del mundo en que
vivimos y la del hombre que las utiliza. Surge de nuevo en esta casa la
relación dialéctica que ya vimos en la anterior casa cadente. Una relación
que si antes se daba entre dos polos interdependientes: un mundo que
percibo y con el que me comunico, y yo, ahora la díada se establece entre
un mundo sobre el que actúo, sobre el que imprimo la huella de mi obrar, y
yo mismo. Con nuestro obrar transformamos no sólo al mundo, sino a
nosotros mismos también. Esto ya lo percibió uno de los pensadores que
más penetrantemente reflexionó sobre dicha actividad humana, "el trabajo
–dice C. Marx en un pasaje de El Capital– es ante todo un proceso entre el
hombre y la naturaleza, un proceso en el que el hombre, mediante su obrar,
realiza, regula y controla sus intercambios con la naturaleza. Desempeña,
respecto de ella, el papel de un poder natural. Pone en movimiento las
fuerzas naturales que pertenecen a su naturaleza corporal: brazos y piernas,
cabeza y manos, para apropiarse de las sustancias naturales en una forma
utilizable para su propia vida. Al actuar así, mediante sus movimientos
sobre la naturaleza exterior, transformándola, transforma al propio tiempo
su propia naturaleza".

Resulta imprescindible por ello, cuestionarle en qué sentido nuestro actual


delirio tecnológico nos está transformando, Difícil cuestión, pero a la vista
del desastre ecológico que nuestra industria produce, resulta fácil aventurar
que el cambio que sufrimos en nuestra propia carne y espíritu no es muy
halagüeño. Ya lo advirtió hace mucho un filósofo chino. He aquí la
historia:
"En sus viajes por las regiones al norte del río Han, Tzu-Gung vio a un
anciano labrando su huerta. Había excavado un cazo de riego. El hombre
bajaba al manantial, llenaba un recipiente con agua y lo vertía a brazo en el
cazo. Los esfuerzos eran enormes, los resultados parecían muy mediocres.
119
"Tzu-Gung le dijo:
"–Hay un medio por el que podrías llenar cien cazos en un solo día y
podrías hacer mucho más con poco esfuerzo, ¿quieres que te lo diga?
"Alzóse el hortelano, le miró y le dijo:
"–¿Qué medio puede ser ése?
"Tzu-Gung replico:
"–Toma una pértiga de madera, ligera de una punta, con un peso en la otra.
De ese modo podrás sacar agua tan deprisa que se derramara.
"El enojo asomó al rostro del anciano, que dijo:
"–He oído decir a mi maestro que cualquiera que emplee una máquina hará
todo su trabajo como una máquina. Al que hace su trabajo como una
máquina, el corazón se le vuelve como una máquina, y el que lleva en el
pecho un corazón como una máquina pierde su sencillez. El que ha perdido
su sencillez se sentirá inseguro en las luchas de su alma. La inseguridad en
las luchas del alma no se aviene con el sentido honesto. No es que no
conozca tales cosas; es que me avergüenza usarlas."

Grande es la sabiduría de este cuento. El trabajo con máquinas puede


transformar al hombre en una máquina. Las propias invenciones del
hombre creadas con el fin de cambiar el mundo a medida de sus
necesidades amenazan con convertir al hombre y a su mundo en un lugar
sin vida, como en nuestra sociedad tan bien deberíamos saber. La
inseguridad en las luchas del alma es quizás una de las descripciones más
lúcidas de la situación del hombre actual en nuestra cultura. Al decir de O.
Paz (22,b): "la técnica es una realidad tan poderosamente real –visible,
palpable, audible, ubicua– que la verdadera realidad ha dejado de ser
natural o sobrenatural: la industria es nuestro paisaje, nuestro cielo y
nuestro infierno... La técnica se hipertrofia en un mundo que carece de
imagen... Las construcciones de la técnica –fábricas, aeropuertos, plantas
de energía y otros grandiosos conjuntos– son absolutamente reales, pero no
son presencias, no representan: son signos de la acción y no imágenes del
mundo. Entre ellas y el paisaje natural que las contiene no hay diálogo ni
correspondencia".

El regente natural de la casa VI es Mercurio. Para la Alquimia, Mercurio es


la prima materia. Jung, que se interesó mucho en el estudio de Mercurio,
vio que éste representaba un símbolo del inconsciente y del cuerpo.
Cualquiera de nuestras enfermedades y de nuestras insuficiencias puede
constituir la prima materia o materia confusa, y convertirse en el oro
transmutado. Eliminación de las impurezas de los metales que nos recuerda
a la imagen de la pureza de la -Virgen asociada al signo que rige a la casa.
120
El esfuerzo al que alude la casa VI no debe entenderse en su acepción
típicamente masculina de esfuerzo voluntarioso que impone unas ideas o
actitudes, sino más bien un deseo de ponerse fuerte, lo suficiente como para
atrevernos a amar nuestro cuerpo y tratarlo con ternura. Es el esfuerzo que
hemos de hacer todos para contemplar nuestro cuerpo como un templo, o
como dice el poeta: como una hermosa virgen yerta. Nunca se opone ni
clama por nuestra falta de consideración, o nuestra ceguera a sus
necesidades. Calla hasta el punto que se quiebra. Permite pasivamente que
le tensionemos, le envenenemos. Responde, como la tierra, con un silencio
absoluto. Constituye el aspecto más denso que tenemos y, a la vez, es el
más imaginario. Todo cuerpo es una imagen, refleja el estado anímico,
mental y espiritual del sujeto.

La enfermedad no sólo es un cuerpo alterado y/o una mente desquiciada,


constituye, ante todo, una experiencia humana, universal y eterna, que,
tarde o temprano, cada uno ha de vivir en su vida. Cualquier enfermedad
nos confronta con la difícil experiencia de darnos cuenta de los propios
límites, de experimentar nuestra vulnerabilidad. Cuando irrumpe es el
momento en que más fácilmente se destrozan las ilusiones de potencia y
libertad. Uno se siente débil, disminuido, sensible, con sentimientos de
confusión, dependiente de los demás y privado, por una fuerza que no
controla (la propia enfermedad), de ejercer su voluntad. La enfermedad
esclaviza, aísla, interrumpe la vida cotidiana, somete al paciente a una
introversión forzada, a una recapitulación no querida.

Uno de sus heraldos casi inevitables es el dolor. Abismo terrorífico para los
más, fuente de conocimiento para los menos. Huimos del dolor como si
fuera la peor de las maldiciones. Nuestro espíritu, acobardado y
entumecido por las mil comodidades de una cultura que ensalza la triste
huida frente a todo lo que altera su insaciable sed de placer y comodidad,
no tolera su presencia. Nos recuerda demasiado a la muerte, quizá. Al
dolor, como al virus o al microbio, lo consideramos un agente inútil, creado
por una Naturaleza ciega, idiota o mecánica, a la que hemos de corregir o
eliminar cuando no cumple nuestras expectativas.

Sólo unos pocos pueden convertir la experiencia del dolor en algo valioso.
Recibir el dolor no como un enemigo a destrozar, ni como un tormento a
aguantar. Sólo unos pocos pueden aceptar el dolor, abrazarlo al igual que se
abraza al más perfecto de los placeres. El dolor, como toda experiencia
humana, encierra en su corazón un tesoro, algo de mucho valor que el que
lo sufre podría incorporar; un mensaje de la Eternidad que podría escuchar

121
si tan solo estuviera lo suficientemente receptivo, sin resistencia, si tan sólo
fuera lo suficientemente blando.

Cuando el dolor inunda las entrañas y se siente, intenso, vivo, lacerante, es


el momento de un derrumbe. El ángulo de visión, desde el que nuestra
mirada se posa en el mundo, sufre una transformación radical: gana en
pureza. Todo se ve distinto. Surgen recuerdos e imágenes teñidas de una
sustancia diferente. El dolor nos abre puertas de comprensión y humildad,
diluye puntos ciegos, inflexibilidades y durezas que antes atenazaban
nuestro corazón. El dolor del cuerpo le resucita, el dolor del alma ahonda el
sentimiento, el dolor del espíritu le enternece y abre los cielos de nuestro
interior. "La desgracia –dice Simone Weil (34)– obliga a reconocer como
real lo que no se creía posible." Paradójicamente la impotencia y debilidad
de la enfermedad puede conseguir que broten nuevas y desconocidas
fuerzas. De hecho, para muchos, sólo a través del dolor les es dado conocer
su soledad. El dolor, en última instancia, hay que sufrirlo en soledad; a
partir de esta posición solitaria puede darse un definitivo esclarecimiento:
el dolor de uno es el dolor del mundo, el dolor de uno es el vehículo que
reintegra al yo con lo que le es radicalmente ajeno.

En cambio, el dolor de la enfermedad es, para casi todos, señal inequívoca


de un desajuste pecaminoso. Sea que profesemos la doctrina Kármica,
psicoanalítica, cristiana, naturista o marxista, la enfermedad delata la mala
vida, las culpas a expiar, las retribuciones a pagar. Existe en muchos la
equívoca idea, generalmente revestida de sutiles razones, teorías o
creencias, de que lo correcto y lo justo es la salud. Estar sano equivale a
estar en la Ley, no sólo humana, sino cósmica. Enfermar es confesar al
mundo la propia maldad, ignorancia, error o estupidez.

A gran parte de la medicina y la psicología le falta una dimensión esencial:


una enfermedad no sólo es expresión de unas supuestas causas, sean físicas,
psíquicas, energéticas o espirituales. Es, sobre todo, la irrupción de un
misterio en la vida, único, irrepetible, indefinible. Misterio que, más allá de
nuestras teorías, valores y actitudes, siempre cambiantes y parciales,
constituye una puerta abierta a una redención posible, a una salvación
necesitada. La enfermedad es una indicación en el sendero, una señal que
correctamente interpretada puede dar una clave, una pista que oriente en el
enigma existencial que es nuestro destino.

El dolor es el punto de partida para el inicio de un viaje mítico. La


experiencia de la enfermedad sitúa a la persona en la necesidad vital de
hallar al curador. El curador es una imagen simbólica que permite integrar
122
diversas actividades humanas y profesiones bajo un común denominador:
el médico, el sacerdote, el psicoterapeuta, etc. La relación entre curador y
enfermo es tan fundamental como la de hombre-mujer, padre-hijo, cte. Es
arquetípica, en el sentido expuesto por Jung, es decir, expresa una forma
innata y potencial de la conducta humana. Por tanto, en todos nosotros
tanto habita el arquetipo del curador como el del enfermo. Cuando
enfermamos es necesario un encuentro entre ambos. Sólo el auténtico
médico lo posibilita, pues sabe que quien realmente cura es el poder de la
Divinidad actuando a través del arquetipo. El médico y su técnica lo encar-
nan pero nunca poseen el control de la fuerza curativa. Los griegos lo
sabían muy bien. Quirón es quien enseña la medicina a Asclepios
(Esculapio). La causa de las curaciones y hasta de las resurreciones que
opera procede de una sola fuente: la sangre de la Gorgona que le ha dado
Atenea. Al fin, Zeus acaba fulminando a Asclepios y lo transforma en
constelación, el serpentario (caduceo).

El símbolo del médico fulminado nos recuerda no sólo el carácter sagrado


de la vida, que pertenece exclusivamente a Dios, sino también la hybris, la
osadía suicida del que se atribuye la fuerza divina. Es la caricatura ridícula
del médico todopoderoso que se olvida que su paciente es una parte de él
mismo, que como lo trata a él también trata a su propia vida.

De ahí que el papel directivo asumido por algunos médicos y técnicas


terapéuticas, resulte en sí peligroso, como afirma Von Franz(32): "implica
una tentación a la soberbia del chamán acerca de la cual refieren mucho y
malo los mitos y arrebatan a los pacientes aquello que más precisan: su
responsabilidad".

El curador es la imagen que simboliza la fuerza curativa que anida en todo


ser humano. El enfermo debe encontrarse con el símbolo fuera de sí mismo
proyectado en el médico, pero también en su interior. Todo buen médico
consciente o intuitivamente lo sabe: Por ello, uno de los más geniales
médicos que han existido, Paracelso, ya afirmaba: "El médico es el medio
por el cual la naturaleza es puesta en obra. La medicina crece sin ser
rogada, brota desde la tierra aunque nosotros nada pidamos... este ejercicio
del arte yace en el corazón; si tu corazón es falso, el médico que hay en ti
también lo es." Según el mismo autor, las enfermedades se originan en el
plano de lo natural, pero su curación procede del ámbito de lo sobrenatural.
La recuperación de la salud está ligada a la comprensión del sentido de la
enfermedad y, a la vez, acceder a dicha comprensión conduce
necesariamente a una transformación. En palabras de Von Franz (32): "El
dios de los médicos, Esculapio, va acompañado en las antiguas obras de
123
arte, por el cabirio fálico Telesforos –el que transforma hacia la meta– ya
que no existe quizá curación de enfermedad sin que vaya acompañada por
una profunda transformación." Así puedo intentar curar un dolor de muelas
con antibióticos u con dietas, pero si no relaciono la afección conmigo y no
la integro en mi vida, si, en definitiva, me niego a plantearme qué sentido
tiene el que aquí y ahora, en tal y tal circunstancias de mi vida, aparezca la
enfermedad, podré eliminar los síntomas e incluso la aparente enfermedad,
pero no se produce el efecto de comprensión y de cambio necesario. En
cambio, si se establece un diálogo entre la enfermedad y yo, un simple
dolor de muelas puede ser una especie de catapulta que me lance a-parajes
por descubrir de mí y de la vida. En este sentido, deja de tener importancia
alguna la etiología de mi enfermedad (física, psíquica, kármica, etc.) ni su
gravedad. Deviene en una fuerza cargada de destino que exige de la vida
del que la padece unas tareas a realizar y una transformación. Y esto lo que
de antemano requiere es que uno sea capaz de asumir la responsabilidad de
ella.

Los planetas en está casa aluden a los dioses de nuestro esfuerzo y de


nuestra debilidad. Bajo su álgida hemos de descubrir los misterios de la
enfermedad y el sentido del esfuerzo humano. Las experiencias típicas de
esta casa serán la vía de acceso por la que lo divino (simbolizado por los
planetas y su regente) encarne en nuestro obrar cotidiano. A través de ellos
podemos contactar con nuestra capacidad-de ser aprendices, esto es, con la
capacidad de reconocer nuestra pequeñez, vulnerabilidad y por tanto de
conocer el poder de la humildad. Las experiencias mediatizadas por tales
planetas permiten o posibilitan que afloren nuestras debilidades que, tanto
sean corporales como espirituales, siempre nos sitúan frente a una crisis
transformadora. A través de ellas se integran en la propia vida y en el
actuar cotidiano las virtudes de la humildad, la autocrítica y el sentido del
esfuerzo superados.

124
Casa VII
"Todo crecimiento se delata en la búsqueda de un adversario potente."
F. Nietzsche, Ecce Homo
"Toda vida verdadera es encuentro."
"Cuando un hombre está con su mujer, el deseo de las colinas eternas les envuelve con su
soplo." M. Buber, Yo y Tú

La casa VII inaugura un nuevo ciclo de experiencias que tienen como


común denominador un progresivo empequeñecimiento del yo. De ahora
en adelante cada nueva fase de experiencias demanda un mayor sacrificio,
un paulatino desprendimiento del yo con el fin de favorecer su integración
en una realidad inmensa: el cosmos. Muchos no inician el recorrido
iniciático de este hemisferio. Se quedan abajo, viviendo dentro de su propio
125
caparazón. Las experiencias de todo el hemisferio Sur se viven entonces
como medios de acrecenta miento, fijación y enquistamiento del yo. Todo
se utiliza para la propia usura.

El número siete indica el sentido de un cambio después de un ciclo


consumado. El inicio del hemisferio Sur implica el acceso a una totalidad
simbolizada por el siete que reúne en sí el encuentro entre lo masculino, el
tres, y lo femenino, el cuatro. Resulta significativo que las parejas de
arcanos mayores en el Tarot sumen siete: La Pa-pisa (11) y el Sumo
Sacerdote (V), y la Emperatriz (111) y el Emperador (IV). En el siete hay
un sentido de totalidad o complementariedad que se alcanza cuando dos
elementos diferentes entran en relación, se encuentran.

Al igual que en la casa I vimos que no existe un yo como una esencia fija y
desprendida del mundo, la casa VII es la invitación a la búsqueda del tú
verdadero. El tú verdadero, de carne y hueso, no es el fantasma imaginario
que usualmente interponemos entre nosotros y los demás. Implica el
descubrimiento de la presencia. El tú cuando es presencia no tiene confines,
es un misterio, la relación que se establece es directa, sin prejuicios ni
defensas. Sólo ello posibilita el encuentro auténtico. "La relación y el
encuentro —dice M. Buber (4)— sólo se producen si hay presencia. La
desesperación, la angustia y el pesimismo aparecen en la medida que
desaparece la presencia en nuestras relaciones... (pues) los tús se vuelven
objetos entre objetos."

En la casa VII aparece por primera vez la posibilidad de un encuentro, o de


unos encuentros que constituirán la vía, por excelencia, por donde penetra
el destino en nuestra vida. La casa del Tú que constantemente está presente
en nuestras vidas, esa pareja que constituye, a la vez, mi complemento y
lo que se me opone. En cada casa se dala posibilidad de una integración de
la personalidad, de la individualidad. Cada casa alude a un tipo de
experiencias que, si son asimiladas, uno puede surgir más completo, más
individualizado e íntegro. Aquí la integración es un resultado de cómo
vivimos y enfocamos los encuentros con aquellos que son mis pares. Mis
pares son mis parejas y mis adversarios. Los iguales a mí. Aquéllos cuya
altura da la medida de mi propia talla, como muy acertadamente recuerda el
refranero español: "dime con quién andas y te diré quién eres". No nos
damos cuenta hasta qué punto sobre el Otro reposa nuestro mundo. De su
presencia e influjo nace el Universo tal y como lo concebimos. Es el Otro
el que, a la vez, me impide y me permite ser yo.

126
El Otro de la casa VII es mi par en tanto representa aquél o aquélla que
aparece en mi camino con una máxima exigencia: reconocer su radical
diferencia, su extrañeza y el misterio del que es portador. Esto implica un
cumplimiento difícil de realizar, pues preferimos cohabitar con lo conocido
más que con lo desconocido. Tergiversamos la extrañeza que el otro. es,
con nuestras propias fantasías. Hasta el punto de que casi siempre nos
encontramos no con otro real, sino con otro que es el portador de lo
imaginario en mí. Éste es el gran equívoco presente en toda relación, y a la
vez la gran posibilidad de lograr un conocimiento real de nosotros mismos.
El Otro es siempre, para uno, un ser que, a medio camino entre la realidad
y la fantasía, tiene como misión en nuestra vida, lo sepamos o no, favorecer
otro encuentro, esta vez interior. Un encuentro con aquellas zonas del ser
que sin un otro que las ejemplifica o las representa no podemos conocer.

El Otro atestigua en nuestra vida la extrema importancia que tiene el que


nos conozcamos. Pues sin conocimiento de uno mismo no hay lugar para el
Otro real en nuestra vida y, a la vez, sin el Otro presente no es posible el
conocerse. "El hombre —afirma M. Buber (4)— deviene uno mismo a
través de los tús". El otro es siempre la ocasión para que efectúe un
descubrimiento o para que se produzca un crecimiento, pues el otro es
portador de lo desconocido en mí. A esto los psicoanalistas lo llaman la
proyección. Todo aquello de lo que aún permanecemos inconscientes lo
proyectamos, lo vemos como realidades en los demás. Realidades en el
fondo imaginarias, pues es nuestra propia fantasía la que teje la sustancia
del encuentro.

Siempre encontramos a aquellos que justamente necesitamos. Podríamos


decir que el otro es un espejo de uno mismo. "Lo que semejante, conoce a
lo semejante", reza un aforismo esotérico. El Otro refleja de mí, tanto lo
que rechazo, como lo que valoro y admiro, constituye el espejo en el que es
difícil reconocerse, porque precisamente refleja lo más real de nosotros, un
espejo que nos devuelve nuestro auténtico rostro. Nuestra vida es un
continuo discurrir de encuentros. Cada encuentro que nos sale al paso, lleva
en sí una promesa, un pequeño tesoro. El tesoro es la posibilidad de hallar
algo que hemos de reintegrar en nosotros, algo que estaba desconectado del
ser, que se desparramaba en el exterior. Por ello, cada encuentro es
portador de un sentido. Un sentido al que accedemos sólo si convertimos
aquel encuentro en una experiencia auténtica. Esto significa la necesidad de
establecer un compromiso real e implicado. No en el sentido que las
normas religiosas daban de un compromiso eterno "hasta que la muerte os
separe% sino aquél que nace de una entrega y de un coraje. Entrega que da
el ser capacidad de asumir la propia soledad. Sin ello lo que hay es un
127
permanente depender, una serie de apegos que alejan la posibilidad de
encontrarse. Coraje que proviene de la confianza y que se puede conquistar
en la casa opuesta, la I, y tranquilidad en la propia capacidad de ser uno
mismo.

Cada relación que tenemos en la vida, antes que nada, antes que padre, hijo,
amigo, enemigo, jefe, etc., implica ante todo la presencia de un tú, es decir,
una dimensión de la relación, cuyo símbolo fundamental es la casa VII,
porque toda relación, sea la que sea su expresión, necesita el
reconocimiento del tú como un igual y un extraño a la vez. Esto significa
aceptar del otro su totalidad y su libertad, reconocer a otro como portador
de un destino que ha de cumplir y que como él mismo, constituye un
camino único e irrepetible. Por tanto, toda relación con otro tiene un
significado que varía para cada miembro y que sólo se vuelve inteligible en
el contexto del destino de cada persona.

Cada encuentro es el símbolo de un encuentro interior. La calidad de la


unión con un Tú refleja la integración de lo otro que hay en mí. El
matrimonio es un ritual externo y una institución social que sólo es
auténtica cuando es un símbolo de matrimonio interno. Cada uno lo realiza
a su manera. A veces a través de un encuentro, otras por medio de
diversidad de encuentros, a veces el otro- puede ser del sexo opuesto, otras
del mismo, pero en cada encuentro aparece la misma exigencia: buscar el
tesoro que encierra en sí. El tesoro es acceder a la comprensión e
integración del otro en mí. Por eso cada encuentro reviste una seriedad (no
una seriedad aburrida, sino la que nace de la conexión con lo divino que le
subyace) y pide un auténtico compromiso. De nada sirven los encuentros a
medias, aquellos que apelando a mil justificaciones eluden una entrega real,
un compromiso no sólo del yo consciente sino de la totalidad del individuo.
Una relación, verdadera compromete lo que en uno hay de esencial.

Cada encuentro es único, cada pareja habría de inventar su relación. Y


reinventarla cada vez que fuera necesario, una relación si no se transforma
pierde sentido, al igual que una vida. Tan importante como el tipo de
vínculo establecido es la peculiar mezcla de movilidad y solidez que se ha
de lograr en base a las necesarias transformaciones. Para ello, no sirven las
normas, pues, éstas y las instituciones, sólo sirven para encorsetar y fijar
algo que por esencia escapa a toda posibilidad de estandarización. Muchas
parejas llevan años juntos y nunca han sido pareja, es decir, un par de
iguales. Su relación se basa en una serie de pactos implícitos y explícitos,
conscientes e inconscientes, por los que cada miembro de la relación
cumple un rol imaginario que se adecúa, en más o en menos, a las
128
necesidades inconscientes del otro. Se crea entonces una relación o bien de
conflicto permanente, pues el otro no cumple con mis expectativas; o bien
de "folie a deux", esto es, una relación totalmente asimétrica, en que el
dominio y la manipulación por parte de un miembro se compensa por la
sumisión por parte del otro. No hay encuentro real en tales condiciones. Lo
que hay es un vivir, a través del otro, las propias necesidades inconscientes,
rehuir a través del otro los propios miedos e incertidumbres. El otro es en
mi vida el que compensa mis propias limitaciones, el otro se convierte
entonces en el portador involuntario de lo que colma mis carencias y mis
posibilidades. Entonces siempre se espera algo del otro, por lo cual éste y
uno mismo dejan de ser libres.

El reconocer al otro y la capacidad de entrar en relación siempre se


encuentra detrás de la dependencia o el apego afectivo, esto parece ser el
misterio fundamental de esta casa. A la vez, sin una vinculación íntima y
comprometida con el otro no es posible síntesis alguna de la personalidad,
pues el conocimiento del otro va paralelo al de sí mismo porque se da a
través de un diferenciar entre aquello que uno es realmente y lo que se ve
del otro. Lo que el tú revela de sí siempre necesita una especie de
sentimiento de delicadeza ante la distancia que éste siempre supone. La
delicadeza surge cuando uno ha vivido y vive en la consciencia de su
soledad. Soledad que no elimina ninguna presencia, soledad por la que el
tránsito en el camino de la vida puede convertirse, tanto en una huida de
ella hacia los brazos de aquellos que me permiten olvidarla, como la
búsqueda de aquellos cuya soledad reconoce y complementa a la mía.

Cada encuentro podría ser una revelación. En cada encuentro podríamos


vivir un encuentro con nosotros mismos. Cada una de las dor (IV). En el
siete hay un sentido de totalidad o complementariedad que se alcanza
cuando dos elementos diferentes entran en relación, se encuentran.

Al igual que en la casa I vimos que no existe un yo como una esencia fija y
desprendida del mundo, la casa VII es la invitación a la búsqueda del tú
verdadero. El tú verdadero, de carne y hueso, no es el fantasma imaginario
que usualmente interponemos entre nosotros y los demás. Implica el
descubrimiento de la presencia. El tú cuando es presencia no tiene confines,
es un misterio, la relación que se establece es directa, sin prejuicios ni
defensas. Sólo ello posibilita el encuentro auténtico. "La relación y el
encuentro –dice M. Buber (4)– sólo se producen si hay presencia. La
desesperación, la angustia y el pesimismo aparecen en la medida que
desaparece la presencia en nuestras relaciones... (pues) los tús se vuelven
objetos entre objetos."
129
En la casa VII aparece por primera vez la posibilidad de un encuentro, o de
unos encuentros que constituirán la vía, por excelencia, por donde penetra
el destino en nuestra vida. La casa del Tú que constantemente está presente
en nuestras vidas, esa pareja que constituye, a la vez, mi complemento y lo
que se me opone. En cada casa se da la posibilidad de una integración de la
personalidad, de la individualidad. Cada casa alude a un tipo de
experiencias que, si son asimiladas, uno puede surgir más completo, más
individualizado e íntegro. Aquí la integración es un resultado de cómo
vivimos y enfocamos los encuentros con aquellos que son mis pares. Mis
pares son mis parejas y mis adversarios. Los iguales a mí. Aquéllos cuya
altura da la medida de mi propia talla, como muy acertadamente recuerda el
refranero español: "dime con quién andas y te diré quién eres". No nos
damos cuenta hasta qué punto sobre el Otro reposa nuestro mundo. De su
presencia e influjo nace el Universo tal y como lo concebimos. Es el Otro
el que, a la vez, me impide y me permite ser yo.

El Otro de la casa VII es mi par en tanto representa aquél o aquélla que


aparece en mi camino con una máxima exigencia: reconocer su radical
diferencia, su extrañeza y el misterio del que es portador. Esto implica un
cumplimiento difícil de realizar, pues preferimos cohabitar con lo conocido
más que con lo desconocido. Tergiversamos la extrañeza que el otro es, con
nuestras propias fantasías Hasta el punto de que casi siempre nos
encontramos no con otro real, sino con otro que es el portador de lo
imaginario en mí. Éste e el gran equívoco presente en toda relación, y a la
vez la gran posibilidad de lograr un conocimiento real de nosotros mismos.
El Otro e: siempre, para uno, un ser que, a medio camino entre la realidad y
1, fantasía, tiene como misión en nuestra vida, lo sepamos o no, favorecer
otro encuentro, esta vez interior. Un encuentro con aquella: zonas del ser
que sin un otro que las ejemplifica o las representa nc podemos conocer.

El Otro atestigua en nuestra vida la extrema importancia que tiene el que


nos conozcamos. Pues sin conocimiento de uno mismo no hay lugar para el
Otro real en nuestra vida y, a la vez, sin el Otro presente no es posible el
conocerse. "El hombre –afirma M. Buber (4)– deviene uno mismo a través
de los tús". El otro es siempre la ocasión para que efectúe un
descubrimiento o para que se produzca un crecimiento, pues el otro es
portador de lo desconocido en mí. A esto los psicoanalistas lo llaman la
proyección. Todo aquello de lo que aún permanecemos inconscientes lo
proyectamos, lo vemos como realidades en los demás. Realidades en el
fondo imaginarias, pues es nuestra propia fantasía la que teje la sustancia
del encuentro.
130
Siempre encontramos a aquellos que justamente necesitamos. Podríamos
decir que el otro es un espejo de uno mismo. "Lo que semejante, conoce a
lo semejante", reza un aforismo esotérico. El Otro refleja de mí, tanto lo
que rechazo, como lo que valoro y admiro, constituye el espejo en el que es
difícil reconocerse, porque precisamente refleja lo más real de nosotros, un
espejo que nos devuelve nuestro auténtico rostro. Nuestra vida es un
continuo discurrir de encuentros. Cada encuentro que nos sale al paso, lleva
en sí una promesa, un pequeño tesoro. El tesoro es la posibilidad de hallar
algo que hemos de reintegrar en nosotros, algo que estaba desconectado del
ser, que se desparramaba en el exterior. Por ello, cada encuentro es
portador de un sentido. Un sentido al que accedemos sólo si convertimos
aquel encuentro en una experiencia auténtica. Esto significa la necesidad de
establecer un compromiso real e implicado. No en el sentido que las
normas religiosas daban de un com relaciones brindan al ser la oportunidad
de acceder a una manifestación de algo muy importante. En la elección de
nuestros pares (amigos, amantes, parejas, etc.) nos guían unas fuerzas que
no tienen nada que ver con las racionalizaciones que hacemos. Esas fuerzas
provienen del campo de nuestra totalidad, o de la divinidad si se prefiere.

Las únicas relaciones importantes, las únicas por las que vale la pena
soportar tensiones y problemas, son las que se dan entre personas iguales.
Para que eso suceda hay un requisito indispensable: que cada uno haya
asumido la responsabilidad de su vida. Sólo así es posible un compromiso
real entre pares. Aunque no es frecuente ver que la gente lo consiga.
Resulta tan cómodo y fácil tener alguien a quien echar la culpa. Uno es un
desgraciado, pero la culpa no es suya. Uno está fragmentado, pero se siente
libre de toda responsabilidad. ¿Qué ocurre si uno se hace responsable de la
propia vida? Algo terrible para muchos: que no se puede culpar a nadie de
la propia incompletitud o infelicidad, que no se puede seguir esperando de
los demás lo que nunca nadie podrá satisfacer.

Existen unas leyes que regulan la relación con el otro. Leyes que no
obedecen a las categorías morales usuales, sino que nacen de una especie
de necesidad universal. Por ello el signo de Libra rige esta casa. Con la
exigencia de equilibrio este símbolo recuerda que éste es la realidad
fundamental de toda relación. No el equilibrio entendido como una
ausencia de movimiento, sino el equilibrio como un factor dinámico que
favorece el crecimiento y el conflicto.

La primera ley podría ser la que más arriba ya he mencionado: la cualidad


especular de la relación. El otro es un espejo de uno mismo. La percepción
131
que del otro tenemos, rara vez es una percepción objetiva, realista. Siempre
enfocamos nuestra atención en aquellos aspectos del otro que de algún
modo resuenan en nosotros mismos. Por tanto, captamos del otro aquello
que nos es familiar, aunque seamos inconscientes de ello. Sólo un esfuerzo
que conduzca a una percepción realista del otro permite lograr que esta
cualidad especular no sea fuente de equívocos permanente.

La segunda ley alude a una función compensatoria. Basta que nos


reconozcamos en algo para que su contrapunto se nos aparezca en el
camino. Con ello se restablece el equilibrio en lo que respecta a nuestra
totalidad. Esto significa que si uno se siente, o piensa, de algún modo en
especial parece que se condene a hallar las virtudes o defectos opuestos en
aquellos que le rodean. Si cae en la trampa, esta situación le presenta la
excusa para que establezca unas relaciones basadas en el perpetuo
extrañamiento. El otro es aquel que se equivoca, que falla, que no entiende,
que tiene vicios, etc. Deja de vivir la dualidad como un conflicto interior
para representarla como una guerra con el tú, o con el mundo.

La tercera es la ley de la acción recíproca. Toda relación es recíproca, sus


miembros se construyen y moldean recíprocamente. Yo conformo al tú y
éste me conforma a mí, en un proceso de indivisible entrecruzamiento.
Como muy bien afirma Eskenazi (12,b), no es verdad eso de que existe un
yo y un tú separados que se encuentran y nace después una relación. Es al
contrario, la relación es lo que define a un yo y un tú. Primero se da la
relación y de ésta se desprende un yo y un tú. No existe –dice el autor– un
yo que odia o ama a un tú, o viceversa, sino que existe el odio y el amor
que se da en una relación, y esto es lo que conforma a sus integrantes. En el
comienzo es la relación y con ello se destaca algo muy esencial según el
mismo autor: "lo importante no es la existencia de un yo y un tú, sino el
tipo de relaciones que establecemos. "

Sólo hay relación si somos capaces de encontrarnos con un tú, para ello es
necesario que los fantasmas que proyectamos sobre los demás vuelvan a su
lugar de pertenencia, esto es, uno mismo. Esto no se consigue fácilmente,
son necesarias unas experiencias cuyo símbolo se halla en la próxima casa,
la VIII. Son experiencias que persiguen el establecimiento de un diálogo
con las propias profundidades. Mientras no se consigue este diálogo,
tampoco se puede lograr un diálogo real con los otros. Cada uno habla
consigo mismo al hablar con los otros, y ni aun así se escucha. A la vez, lo
que los otros nos dicen llega siempre tergiversado. No hablamos con los
otros porque no hablamos con nosotros mismos. Con ello nos condenamos
a una sordera y a una ceguera que nos impide acceder al otro "que –en
132
palabras de O. Paz (22,b)– siempre es toda la humanidad reunida en un solo
individuo".

Los planetas en esta casa aluden al tipo de experiencias que hemos de


confrontar al entrar en relación. Muchas veces conectamos con ellos a
través de sus enviados, es decir, las parejas, los socios y los adversarios con
los que nos relacionamos encarnan las características asociadas a los
planetas y al regente de la casa VI 1. Son los dioses, o los rasgos de lo
divino que tendemos a buscar en los demás y a no reconocer en la propia
individualidad. Si la dimensión de identificaciones y proyecciones
inconscientes sobre las que se funda toda relación no es puesta sobre el
tapete, la pareja (o el amigo, etc.) actuará en nuestra vida como el
representante de una exigencia de la vida que no asumimos como propia,
de una tarea que eludimos. En tales condiciones la relación siempre estará
llena de equívocos. El espacio entre uno y otro será un espacio lleno de fan-
tasmas, cuyas fantasías tendrán la sustancia del dios olvidado. El otro
nunca será otro, sino un espejo deformado de un rostro divino. de una parte
de nuestro ser no realizada, de una necesidad de crecimiento no asumida,
de un anhelo de completitud nunca alcanzada. Ocurre lo mismo con el
signo que está en la cúspide. Tendemos a reconocernos mucho más en los
rasgos vinculados al símbolo del Ascendente condenándonos, por ello, a
que el signo opuesto sean aquellas actitudes, rasgos de conducta o
personajes que nos resultan problemáticos. Aparecen como en una continua
persecución en las imágenes que de los demás nos formamos. No toda
relación es proyección. En una relación genuina el otro es reconocido tal
como se comporta con nosotros. En un encuentro real los planetas impelen
a tejer fantasías sobre el otro. Si tales fantasías devienen conscientes
aparecen como imágenes que son irreales, pero tan verdaderas como los
mitos y los sueños. Están relacionadas con la naturaleza del otro y expresan
muchas veces sus potenciales. Representan la vida potencial del otro en una
forma simbólico-mitológica. Aun sin expresar estas imágenes influyen en
la relación y en el otro, pudiendo ser de gran ayuda para despertar sus
propias potencias vitales.

133
Casa VIII
..Quien desea pero no actúa, engendra peste." "Sin el animal en nosotros somos ángeles
castrados.
William Blake

Al igual que un individuo, una relación interpersonal tiene un alma de la


que sus integrantes participan y a la que da sustancia su propia alma
individual. Dicha alma tiene caracteres divinos y demoníacos, se relaciona
tanto con las experiencias místicas de unión sexual como con las pasiones
más destructivas. Es el alma del grupo que anima los sentimientos (de
unión y distancia, atracción y rechazo, amor y odio) que fluyen entre los
individuos y es responsable de su destino emocional. Gran parte de la
inexorabilidad y de la fatalidad de nuestras vidas se halla en los encuentros

134
con la oscuridad de sus poderes. Poderes que destruyen y regeneran, que
duelen y rompen. Entre las líneas de cualquier biografía no es difícil
reconocer sus huellas: neurosis, suicidio, la ansiedad, las obsesiones
sexuales, crueldades de todo tipo, delirios secretos, soledades no queridas,
etc.

Toda relación, al igual que cada participante, presenta una doble faz: un
aspecto consciente y un aspecto inconsciente. Si la casa VII representa al
primero, la VIII es heraldo del otro. A veces el aspecto oscuro de la
relación se manifiesta desde un principio, son las relaciones que nacen ya
problemáticas. Pero en la mayoría de veces eso ocurre tras un tiempo de
aparente concordia. Aparece el conflicto y el atasco; los dragones y los
monstruos poco a poco van despertando. Sus manifestaciones al principio
pueden ser muy sutiles: el deseo sexual desaparece, la intensidad y pasión
se esfuman, el interés hacia el otro decae, uno ya le conoce, lo cotidiano y
repetitivo se vuelve prominente. A ello le sucede una cierta inquietud que
se puede disfrazar de muchas maneras y se puede negar de muchas otras.
Posterior e inevitablemente se produce lo temido: la irrupción de lo
diabólico, de lo negado, de lo temido.

En realidad, todo conflicto con el otro es un pretexto para esconderse de


uno mayor. Uno se esconde de sus propios diablos, como muy bien explica
el siguiente cuento: "Un monje tibetano, entregado a un largo y solitario,
meditativo retiro, comenzó a tener alucinaciones de una araña. Cada día la
araña aparecía más grande, hasta que por último su tamaño fue como el del
hombre y su apariencia amenazadora. En este punto el monje pidió consejo
a su gurú y recibió esta respuesta: «La próxima vez que se aparezca la
araña, dibuja una cruz en su vientre y luego, tras reflexionar, coge un
cuchillo y clávalo en medio de esa cruz.» Al día siguiente, el monje vio la
araña, dibujó la cruz y luego meditó. En el preciso instante en que se
disponía a clavar el cuchillo, miró hacia abajo y, con asombro, vio la marca
dibujada con tiza sobre su propio ombligo."

Las situaciones y experiencias de la casa VIII siempre revisten el aspecto


amenazador que desprende este cuento. Aquí la confrontación es con lo
abismal de la naturaleza humana. Esa oscuridad que escondida tras las
civilizadas relaciones interpersonales, amenaza a la menor oportunidad con
irrumpir y con ella lo que de ordinario uno no quiere enfrentar: todo lo
irresuelto de la propia vida sentimental y emocional, todo aquello que nos
pertenece, no tanto como seres culturales sino como partícipes de una
naturaleza que lo es todo menos civilizada. Es una oscuridad donde
perviven caóticamene desde arcaicos impulsos instintivos hasta la auténtica
135
fuente del poder vital: la energía serpentina de Kundalini. En términos
místicos en esa casa se producen las experiencias que suponen un "des-
censo a los infiernos". En realidad, nunca se sale intacto de tal descenso. Lo
primero que se abandona es la ingenuidad e idealismo que normalmente
rodea a la concepción de la relación humana como una promesa de
seguridad y de felicidad.

La casa VIII nos revela que cada relación con los otros guarda en su seno
una prueba, un tipo de experiencias que tanto pueden destruir a sus
miembros como ofrecerles la oportunidad de desarrollar su poder
emocional e instintivo. Desde tal perspectiva cada relación es un "campo de
batalla", en feliz frase de Liz Greene, es decir, cuando se vive una relación
auténticamente comprometida en la casa VII, tarde o temprano surge el
conflicto, y con él lo que de imaginario tiene el otro. Nuestros problemas
de relación, vengan por la vía del sexo, la soledad, el bloqueo afectivo, la
inseguridad, la necesidad compulsiva de control y de manipulación del
otro, etc., constituyen aquí la materia prima, la "masa confusa", el
ingrediente necesario para que en su momento estalle la tormenta. Cuando
lo hace aparece entonces el enfrentamiento con el otro, la crisis que,
acompañada con la aparición de síntomas neuróticos, depresivos, etc.,
inaugura el momento para iniciar un proceso. Un descenso a las propias
profundidades, sin el cual lo que se vive en esta casa es un perpetuo
infierno, o una permanente huida de las relaciones conflictivas con la
consiguiente condena a su repetición. Generalmente éste es el mecanismo
utilizado: huir de la real implicación; uno no se expone al mordisco de la
vida, una escapada del conflicto que asume tanto la forma de negación al
revestir la relación con una inmensa capa de mentira, hipocresía y
ficciones, o un convertir al otro en el demonio, el causante de todas las
desgracias y sinsabores de la relación. Uno es el que tiene la razón y el otro
es el que se equivoca o tergiversa las cosas. Nos convertimos en lobos con
piel de cordero.

En los conflictos de relación son las fuerzas del inconsciente las que se
desatan. Aparece nuestra naturaleza instintiva, lo queramos o no, con toda
su terrible y ambigua carga de lo oscuro en nosotros. Oscuridad portadora
de lo más equívoco de nuestros problemas irresueltos y también de lo más
poderoso en nosotros: el deseo instintivo. El deseo aquí se revela como la
fuerza del destino por antonomasia. Es el poder que nos obliga, con o sin
nuestra voluntad, a acercarnos a aquellos que luego se revelan como los
que van a completar la propia individualidad. El miedo al deseo es harto
comprensible. Dos mil años de una cultura y una religión divorciadas de
esta dimensión de la vida hacen que, o bien le huyamos, o bien le convir-
136
tamos en un pasatiempo más, en otra de las trivialidades en la que
queremos emborrachar nuestra memoria. El deseo, en cambio, e! una
fuerza sobrehumana, mágica, que habita en nosotros y de la que no nos
podemos desprender ni responsabilizar como si fuéramos nosotros los que
lo creáramos. Algo desea en nosotros y cabe la sospecha, como afirma
Eskenazi, que el deseo no sea esa fuerza ciega mecánica y compulsiva sino
que tenga un fin, un propósito, .que aun que desconocido por nosotros
siempre apunte a la posible integración de lo radicalmente ajeno a mí, pero
que también soy yo: el otro oscuro, el ánima y el ánimus junguiano.

El destino siempre entraña peligros insospechados y si la gente rehuye la


auténtica dimensión del deseo (que es siempre transgresora) es para evitar
el peligro del vivir. Resulta paradójico, pues e deseo quiere la vida y para
ello conduce a la muerte. Renunciar a deseo es condenarse a morir. Vivir
en el aquí y ahora del deseo es vivir cara a la muerte. Sólo ante la muerte
nuestra vida es realmente vida. El ahora del deseo nos reconcilia con
nuestra realidad: somos mortales. Seguir el deseo es problemático, porque
casi siempre implica la muerte de los propios montajes. El yo se inquieta y
se siente amenazado por el poder del deseo que es el poder de la muerte.
Muerte de un yo imaginario, muerte de una situación vital que ya no sirve,
muerte de una relación que ya cumplió su propósito. Muerte en definitiva
de lo que estorba para proseguir el caminó. Pero como a todos nos aterra
morir, nadie deja de buena gana el montaje construido, se necesita una
crisis. Crisis que es muerte y renacimiento; pero que se quiere evitar
renunciando al deseo. Claro que la renuncia no sirve, como tampoco las
justificaciones. Quien renuncia' al deseo, renuncia a la vida, o sea, comete
una especie de suicidio. Por eso son tan comunes los sueños y fantasías de
suicidio que acompañan a la renuncia del deseo. La condena es evidente,
vivir una vida en que la intensidad deja paso a una monotonía en la que
nada ocurre, y luego, más tarde o más temprano, a la irrupción de ese
mismo deseo pero disfrazado. Disfrazado de síntoma neurótico o psicótico,
de una moralidad rígida y compulsiva, o de una necesidad de poder,
dominio, y control de los demás y de uno mismo. La huida del deseo es la
condena a una permanente paranoia, esa desconfianza a los demás o a la
vida que esconde una única desconfianza: a uno mismo o al propio deseo
que ve proyectado en los demás. Entonces son los demás los que me
persiguen, o me desean, o me rechazan. Los otro; se convierten en
portadores de la oscuridad que niego en mí, por eso les temo y por eso he
de controlar. A mayor control, mayor rigidez a mayor rigidez, mayor
alejamiento de la vida, que siempre es blanda. Por ello, en todo mecanismo
defensivo anida la muerte. Una muerte a la que nos condenamos, nos

137
convertimos en muertos vivientes y otra muerte a la que invocamos: la que
habrá de sucedernos para así renacer a la vida.

La turbulencia del deseo es la turbulencia de lo caótico de la vid¿ que


atenta a todo orden y que quiere ser vivido. Todo deseo es caótico porque
siempre aparece en una extraña mezcla de atracción rechazo, de amor y
odio, de-ansia de placer y de necesidad de destrucción. Y eso es lo que
menos soporta una conciencia esclavizada por un sentido de orden que
excluye la ambigüedad terrible de la naturaleza. Una conciencia a la cual
le resulta casi imposible admitir que odia al que ama y que ama al que odia,
que desea lo que rechaza (eso que uno dice –"jamás haría tal cosa"), y que
rechaza aquello que precisamente desea. La casa VIII nos vincula con el
deseo en su manifiestación más natural y por ello siempre linda con el
sistema de tabúes, esas zonas de lo prohibido por una moral y una cultura
dada y que, precisamente por ello, se convierten en la tentación. Tentación
que secretamente fascina o que aterroriza tanto que uno reniega. Se dice
que el filósofo Kierkegaard contaba a su secretario "su gran deseo de
cometer un robo y vivir luego con la conciencia culpable, temiendo ser
descubierto". Este gusto imaginario del fruto prohibido, ese deseo de
sentirse portador de un pecado secreto, ¿no es acaso una de las formas que
puede tomar el deseo de morir?

El número ocho es un número de resurrección y de transfiguración. Es un


número bautismal, de ingreso en los misterios, afirma Eskenazi, por tanto,
se relaciona con un proceso de ingreso en una nueva realidad que implica
un renacimiento. Pero entonces es necesario morir. La casa VIII es un
símbolo de los procesos de iniciación en la vida, de aquellas experiencias
que conducen a la muerte, al sarcófago y a la tumba. La muerte como un
estado intermedio, al que ha de seguir una nueva vida. Son experiencias
que representan todo el proceso: la putrefacción o descomposición de una
estructura anteriormente vivida. Significa un proceso vivencial en el que se
ha de confrontar lo más radicalmente extraño a uno mismo. Su aparición
provoca una desorientación tal que para muchos lleva a la desintegración
irrecuperable de su ser. Para otros es aquella inmersión en las tinieblas del
Hades que configura un preludio: la muerte del hombre natural y el
nacimiento del "niño divino" o -expresado en el lenguaje de los místicos-
del "hombre interior"

"Los instintos del hombre –dice Jung (17,a)– no están armónicamente


acordados, sino que luchan violentamente entre sí... Esta lucha no tiene
carácter caótico, sino que tiende a establecer un orden superior." Las
neurosis, los conflictos emocionales, las pasiones amorosas que acaban
138
destrozando a sus víctimas, las luchas de poder y todas las tretas de
manipulación en las relaciones, son las manifestaciones del poder de unas
fuerzas que nos poseen. Como relata un cuento judío muy conocido: Era la
historia de un joven enamorado de una hermosa princesa que vivía en una
ciudad próxima. Él quería casarse con ella, pero la princesa le puso una
condición, que le arrancara el corazón a su madre y se lo llevara a ella. El
joven volvió a su casa y arrancó el corazón de su madre mientras ésta
dormía. Alegremente (aunque, en el fondo, sólo contento) atravesó los
campos en busca de la princesa, pero como iba corriendo, tropezó y cayó.
El corazón saltó de su bolsillo, y mientras estaba caído en el suelo, le
preguntó: "¿Te has hecho daño, hijo querido?" Por ser demasiado obediente
a la madre interna, proyectada en la figura de la princesa, quedó totalmente
esclavizado por aquélla, de CUYO omnipresente amor inmortal no podría
escapar nunca.

Los enfrentamientos con los otros reflejan simbólicamente enfrentamientos


de los seres que nos habitan. Unos los llaman complejos, otros arquetipos,
algunos dicen que son dioses, otros instintos. Quizás el único acuerdo es
que su sustancia trasciende lo meramente humano. Son seres colectivos,
impersonales, habitantes del alma del grupo, cuyos dramas se expresan
fatalmente en la vida de las personas. Aquellos que viven la vida
trivialmente no se dan cuenta de su existencia, a lo sumo experimentan
dificultades en las relaciones que siempre atribuyen a errores o maldades
ajenas, mas aquellos otros que no pueden permitirse tales escapatorias les
toca, quieran o no, enfrentar su existencia. Y nadie quiere hacerlo, a nadie
le gusta tener que reconocer que no es el dueño de su casa, que encierra en
síy existen en su vida unas fuerzas que le trascienden y que le empujan
hacia direcciones nunca imaginadas ni, por supuesto, queridas. Los
conflictos personales son conflictos de la humanidad, o de la divinidad
quizás. "Tú no eres débil, naciste con fantasmas en tus ojos os y tuviste el
valor de escudriñar tus propias tinieblas... y te asustaste." Eugenio O'Neill.

Para casi todos, el matrimonio es la muerte. La cotidianeidad mata una


relación basada en el control mutuo y la hipocresía. Una hipocresía que
viene de querer controlar el deseo, pretender que funcione una institución
que se apoya en la represión del instinto. Por ello la mayoría de las parejas
asisten con temor, resignación o inconsciencia a la pérdida del deseo. La
pasión, al poco tiempo de la institucionalización desaparece. Se instaura
entonces el aburrimiento o la falsedad. Nacen entonces las angustias y los
reproches. La pareja acaba indefectiblemente en el extrañamiento mutuo en
forma de separación, muerte en vida, fingimiento (la doble vida de las rela-
ciones clandestinas), o permanente conflicto.
139
La casa VIII tiene que ver con el renacimiento. Como si cada uno de
nosotros pudiéramos generar un nuevo ser, dar a luz a una criatura que, sin
embargo, somos nosotros mismos. Es la criatura que renace de las cenizas
de la antigua. Cada uno tiene la capacidad de matar y/o de morir, y eso no
es controlable por la razón y la voluntad. Es más bien resultado de un
proceso emocional. Un proceso que autónomamente tiene lugar en nosotros
cada vez que algo nuevo ha de nacer en nosotros y en nuestra vida. El
proceso que se desencadena puede vivirse de varios modos. En términos
místicos es la muerte y el descenso al infierno. Para los psicólogos es un
proceso terapéutico, un psicoanálisis. El renacer equivale a una regenera-
ción. Sólo el morir garantiza seguir vivo. Sólo el contacto con lo tenebroso
garantiza la posibilidad de darse cuenta del infierno inconsciente en el que
muchos viven.

Las experiencias de esta casa conforman el primer acto de una obra que se
desarrolla y culmina en las casas XI y XII. Son las casas cuyos regentes
naturales son los planetas transpersonales. Ello indica que a partir de la
VIII se abre un abismo. Un abismo que pocos se atreven a traspasar. Por un
lado, los que se sitúan más acá de ese abismo son los que ni sospechan su
existencia. Viven las experiencias de estas tres casas en la completa
ignorancia de su posible significado y repercusiones en la propia vida. Para
ellos, que son los normales, la casa VIII es la de los marginados sociales:
delincuentes, terroristas, pervertidos, etc. La casa XI es la de los rebeldes,
excéntricos y los exiliados que por su visión utópica no encajan en su país.
Y en la casa XII están los desterrados. Aquellos que la vida ha dejado no ya
fuera de un país o de un orden social, sino que su destierro es de la realidad
entera. Habitan otro mundo. Un mundo reducido a lo ínfimo de un sistema
carcelario o un mundo expandido o integrado en lo infinito por su vastedad.
Los dos extremos son posibles. En cada extremo sobra algo en común: el
yo.

En realidad, tanto el deseo como la muerte son dos aspectos de una misma
derrota del yo. Por eso es en el fondo tan temido el deseo. Siempre se
presenta como lo que amenaza la existencia de un orden establecido. Si es
individual este orden es el reflejado por las relaciones ya instituidas, si es
social se trata del orden que impera a través de una moral y de unas
instituciones que la concretan. La casa VIII refleja las experiencias que
llevan al individuo a cuestionar y contestar a dicho orden. Dichas
experiencias son atraídas por el deseo, aunque el sujeto sea inconsciente de
él. Por eso es necesario, como afirma Eskenazi, seguir al propio deseo,
aunque con ello tiemblen nuestros montajes. Sólo así se podrá revelar una
140
esfera de la existencia, negada pero vitalmente necesaria, pues es aquella
que permitirá cuestionar aquello que nos sustenta e inutilizarlo tanto como
apoyó. Allí en lo más profundo y en lo más hondo yace lo-podrido, lo
olvidado, lo que debe expulsarle pues está contaminando toda la vida,
aunque no se sepa. Allí nos esperan las tinieblas más opacas que rodean
todo lo negado a la luz del día, pero también allí se hallan los tesoros
ocultos. Sólo aquél que no reniega de su deseo puede hallar la redención, la
transformación de los fantasmas que nos habitan y que, desde el olvido y
las profundidades, nos llaman. Cuando tal llamada no se responde los
mismos fantasmas se yerguen y en su venganza roban a la vida toda
plenitud, y al ser la posibilidad de un renacer. Es necesario que cada uno
viva sus momentos transgresores sin los cuales no es posible el auténtico
cambio que siempre pide una muerte que acabe con el miedo paralizador.
Miedo que condena a un eterno huir. Miedo que alimenta al yo usurpador,
que al no morir le condena a un vivir fragmentado, a unas relaciones en las
que nunca se asumen compromisos reales. Son vidas mentirosas y furtivas
en las que la institucionalización de las relaciones sólo oculta la hipocresía
y la muerte que secretamente las subyace. Hemos separado el vivir del
morir, con lo que vivir es una tortura diaria, dolor, confusión y desvarío
permanente. No sabemos morir y, por tanto, no sabemos vivir. Quien no
tiene miedo a la muerte no tiene miedo a la vida, y entonces, la vida y la
muerte son iguales. La muerte resulta un proceso de regeneración, aunque
doloroso, pero rejuvenecedor. De la muerte nace el deseo libre de ataduras
y temores. Sólo entonces puede el deseo conducir a una unión sexual plena.

El sexo no sólo tiene una función procreativa ni, como algunos piensan
hoy, de mero placer, Existe una dimensión esotérica en la que el sexo
descubre su función alquímica: la unión de los contrarios. ¿Por qué resulta
tan problemática la relación sexual? Creemos que se trata de una cuestión
de aprendizaje, de autocontrol, de tamaños y medidas, de técnicas
amatorias, de multiplicidad de experiencias estimulantes y nuevas, y es un
inmenso error. El encuentro sexual es la experiencia que nos presenta la
máxima exigencia de entrega y la total ausencia de control. Lo único que
importa es la capacidad de no hacer, de dejarse hacer, de abandonarse, y
ello está en manos de lo que en nosotros es más vulnerable y menos
controlable: los sentimientos que habitan el alma. Claro, pocas veces sale
bien, y muchos nunca lo consiguen, pero cuando ocurre, los que en ello
participan viven una alteración radical del ser y de la conciencia. Es
mucho más que un orgasmo físico, es la muerte del yo cotidiano y la
aparición .de un ser nuevo, extraño, que permite experimentar el poder
místico de lo emocional: dos personas se viven como una en instantes que
rozan la eternidad, dos personas descubren la sabiduría de sus cuerpos y de
141
la vida y los misterios de la unión. Sólo a través de estas experiencias se
puede llegar a comprender la importancia de la relación humana. En qué
medida es el otro el que puede proporcionar el gozo y el placer de la
existencia, en qué medida una persona que no se entrega no puede ni podrá
nunca experimentar la satisfacción y el júbilo de sentirse vivo. Y ello no se
consigue con muchas relaciones ni con experiencias insólitas y rebuscadas:
está en uno mismo, se ha de descender a los propios abismos para
encontrarlo. Abismos siempre presentes en toda relación, por eso allí
donde hay o se espera una unión feliz aparece la infelicidad, allí donde bri-
lla la luminosidad de los ideales, aparece esa región de la oscuridad.

Los planetas en la casa VIII son los dioses que la habitan. Presiden desde
ella las sucesivas muertes y renacimientos que uno ha de experimentar en
su vida. Actúan como factores que los psicólogos de hoy fácilmente
llamarían complejos o síntomas neuróticos, pues siempre aparecen en
condiciones críticas. Representan aquellas fuerzas tan poderosas e
influyentes en la vida emocional, y en los avatares del deseo que fácilmente
se cae en la trampa de la negación y/o la proyección en los demás. Si están
disociadas de la conciencia actúan como fuerzas antagónicas y compulsivas
que socavan las relaciones e impiden cualquier abandono emocional. Es el
caso de la persona siempre tensa, para el que la relación siempre es un
mundo de control y manipulación. Para aquellos que han muerto o están en
trance de morir, dichos planetas representan las voces que les guiarán en el
submundo, el patrimonio o las cualidades divinas que empiezan a relucir
después del descenso a las propias tinieblas. El nacimiento del "hombre
interior" que aspira a un contacto con lo divino depende, en primer lugar,
del contacto del hombre con el reino subterráneo, con la mansión de los
muertos y, en segundo lugar, de haber salido de allí con la memoria intacta,
es decir, sin la fragmentación del ser propiciada por la ingenuidad. Este
descenso siempre implica la muerte de las perspectivas ingenuas sobre uno
mismo, la vida y los demás. En la casa VIII se ha de descubrir e integrar un
mundo de motivaciones, deseos y actitudes que usualmente están ocultos a
la mirada superficial. Los planetas tanto pueden constituir los poderes de
ocultación, es decir, las fuerzas y mecanismos que utilizamos para el
control, el engaño y la represión, como erigirse en las voces críticas que
desenmascaran la oscuridad abismal, y muchas veces animal, que surgen
con la relación humana y que pide ser reconocida, aceptada y asimilada. En
esta casa VIII se puede aprender algo esencial: la verdadera vida
sobreviene cuando se ha muerto a las apariencias externas de la vida, surge
entonces la auténtica dimensión de la relación humana: mi alma y la tuya
son una sola alma, estamos íntima e indisolublemente unidos a un alma
colectiva que nos da la vida y nos conduce a la muerte. Los planetas en esta
142
casa son los vehículos que colaboran en la tarea de darnos cuenta de su
existencia, de establecer una relación crítica y consciente con ella. Dicha
relación determinará no sólo la calidad de nuestra vida sino también la de la
propia muerte, pues como ya descubrió Freud al final de su existencia:
todos morimos asesinados. Uno muere de su propia muerte que no es tanto,
como ilusamente pensamos, un suceso ajeno a nosotros que nos acontece
azarosamente, sino que la muerte es la culminación de la propia vida. Los
poetas ya lo sabían y Yeats lo cantó hermosamente: "Asentado en su
orgullo, el hombre grande frente a los asesinos escarnece las amenazas de
cortar su vida; él conoce la muerte, la conoce hasta el tuétano. Es el hombre
mismo quien la ha creado y la mantiene".

Casa IX
"Puesto que no debemos separarnos del camino de.
la verdad ni siquiera por el espesor de un cabello."
Zohar, 11, 98b.

"Sólo conozco la verdad, cuando en mí se convierte en vida."


S. Kierkegaard

"Una filosofía no es más que la transmutación de un temperamento en interpretación del universo, la historia intelectual de una predisposición."
Fernando Pessoa

Esta afirmación de Pessoa resulta abrumadora. Si recordamos el viejo


mandato: conócete a ti mismo... y conocerás el universo, cabría sospechar
que detrás de la búsqueda de la Verdad que tanto han perseguido los
filósofos, metafísicos y científicos, siempre se halla una búsqueda de sí
mismo. El religioso, el filósofo y el científico intentan dar cuenta del
mundo que vivimos, a través de crear una forma que sea reflejo de la
143
Verdad y la Unidad del Universo.

En la casa IX se descubre que existir es ser verdadero. La vida se revela


como la permanente búsqueda de una Verdad que legitime y dé sentido y
sustancia al existir de un destino. El número nueve es, según Pierre Grison,
símbolo de la búsqueda fructuosa y alude al coronamiento de los esfuerzos.
Es el símbolo de la multiplicidad que retorna a la unidad y por tanto un
número de redención. "Todo número, sea cual fuera –dice Avicena (9)– no
es sino el número nueve casa ofrecieran la oportunidad de hallar algo que
supone una liberación de las tinieblas que se han experimentado. Esta
liberación aquí es alcanzada por la comprensión. Una comprensión que
advierte que tras el caos puede surgir un orden. Orden que dé coherencia y
significado al Universo que habitamos.

Sólo los resucitados, los nacidos dos veces (casa VIII) empiezan a
preguntarse realmente por el sentido de la existencia. Y digo realmente
porque comprenden que dar respuesta a esta pregunta no pasa por abrazar
una religión, una filosofía o una ciencia que ofrezca cobijo seguro a las
incertidumbres del vivir. Sólo ellos pueden acceder a tal coronamiento, a
que les sea concedida la gracia de una visión redentora. El significado de la
vida es el tema eterno de la meditación humana. Todos los sistemas
filosóficos, las doctrinas religiosas y las ciencias tratan de encontrar y dar
respuesta a ese problema. Muchos han sido y son los intentos y muchos los
fracasos. Cuando se pretende hallar una respuesta válida para todos es
preciso recurrir a respuestas formales, vacías de contenido: para unos, el
sentido de la vida está en el servicio, en la renuncia a uno mismo o al
mundo, en la redención, en el sacrificio de sí, etc.; para otros, hay que
buscarlo en el deleite de la vida, en la perfección de la cultura, en la
creación de un futuro mejor (más allá de ahora, o de la tumba), etc., y, por
último, hay quienes niegan la posibilidad siquiera de tratar de saber el
significado, pues o no existe o está fuera del alcance humano.

Quizá si en lugar de tanto especular miráramos más de cerca nuestra propia


experiencia, veríamos que el significado de la vida no es tan oscuro como
parece, está en el conocimiento. Pero no es el conocimiento intelectual. No
se trata del conocimiento que implica. el acceso a una información. No se
adquiere sino, que se descubre o se "recuerda" como afirmaba Platón. En la
casa IX se viven unas experiencias que apuntan a la consciencia de que la
vida entera, en todos sus hechos, sucesos y circunstancias, felices o no, nos
conduce al conocimiento de algo. Toda la experiencia de la vida es conoci-
miento, por eso Fechner podía a decir que "cuando un hombre muere, se
cierra uno de los ojos del universo". Darse cuenta de ello equivale a una
144
importante expansión y profundización de la relación del hombre consigo
mismo y con el mundo.

En esta casa se da un proceso opuesto al de la casa 3. Si en ésta la Unidad


se multiplicaba en infinidad de lenguajes, aquí la multiplicidad revela su
Unidad. Y la Unidad tiene un valor redentor, da sentido dirección a una
vida. Aparece como una verdad, mi verdad fruto de una peculiar visión. Mi
mirada se transforma en visión de una Verdad que hago mía y que defiendo
y patentizo en mi modo de vivir.

A despecho de Freud que veía en lo religioso una expresión del instinto


reprimido, desviado o sublimado, la necesidad de la verdad constituye el
móvil esencial. Junto a ella está el anhelo místico: experimentar la unidad.
Toda visión de la realidad, sea filosófica, metafísica, religiosa o científica
reproduce la misma necesidad: crear un vehículo que refleje la unidad
esencial. Intento condenado desde un inicio a un relativo fracaso, pero
seguir su ley asegura algo muy esencial en cada uno: el cumplimiento del
propio destino.

La necesidad de Verdad, la búsqueda de la Palabra que, a modo de semilla


celeste, fecunde nuestra estancia en la tierra. Es la palabra interior, que
según María Zambrano (37,a) "rara vez es pronunciada, la Palabra que un
ser humano guarda como de su misma sustancia:.. que no puede convertirse
en pasado y para la que no cuenta el futuro, la que se ha unido con el ser...
la Palabra que no se petrifica en el espanto, y a partir de la cual el hablar se
deshiela". Es la Palabra a la que todos los discursos aluden pero ninguno
contiene en sí. Esta Palabra no está contenida en ningún lenguaje porque
tiene que ver con la dimensión del sentido. Con ella tocamos una cuestión
de gran trascendencia: cualquier discurso si es un "discurso vivo" es
portador de un sentido. Un sentido que pretende aludir a la verdad, por
tanto sí la verdad es única, el sentido ha de vincularse a la Unidad de la que
nace. En la casa 3 asistíamos a la proliferación de lenguajes a los que les
movía una idéntica pretensión: ser instrumentos o vehículos para la
comunicación de lo real. Aquí vemos que lo que importa es el significado,
y éste no está contenido en el lenguaje, como lo demuestra que frente a un
mismo discurso gente distinta encuentre significados distintos. Entonces
surge la pregunta: ¿dónde podemos hallar el significado si no está
asegurado en el lenguaje? Muchas son las respuestas que se han
aventurado, no voy pues a ofrecer una nueva, voy más bien a situar la
cuestión en una dimensión que saliendo de la erudición filosófica, teológica
y científica ofrezca algunos vislumbres de claridad. En la casa III nos preo-
cupa captar el mundo, describirlo y ofrecer explicaciones de lo que
145
percibimos. Aquí el cometido es comprender lo que vemos. Comprensión
versus explicación, o sabiduría versus conocimiento adquirido, o
información versus significado. Si para comprender necesitamos acceder al
significado de la cuestión y éste no se halla en la cuestión en sí ni en el
discurso que la explica, ¿cuál es la tarea?, ¿cómo acceder al sentido? Para
S. Agustín, toda la filosofía comienza por una intuición del mundo, esto es,
de la verdad, que se revela directamente al espíritu, independientemente de
los sentidos. Es como si la verdad no se hubiera hallado nunca en el
exterior sino en la propia intimidad y a través de una intuición.

La civilización occidental no admite ningún saber más que el que reposa en


la reflexión y la especulación, pero por grande que sea la altura que este
saber alcance, nunca llega al conocimiento del ser. La tradición mística y
esotérica presenta la Imaginación como el principio de la fuente del Ser.
Hay un Logos que no es ya el "decir", no viene del lugar de las "ideas"
surge de la propia experiencia como una visión. Es esencialmente una
revelación. Lo divino se revela a la persona a través de un proceso
totalmente imprevisible, más allá de la captación intelectual. A veces se
reciben señales, avisos frente a los que no queda más que presentir una
presencia todopoderosa. A cada individuo estas señales le salen al paso de
un modo diferente, pero todas tienen el mismo efecto: amplían la captación
del Universo y con ello su propio ser sufre una transformación. Se
establece un contacto con lo sobrehumano que preludia una futura
comprensión, pero que de momento no es más que el agente de un
estremecimiento.

Para unos las señales vienen a través de experiencias directamente vividas,


para otros las mismas señales vienen mediadas por otros seres. Son
individuos que cumplen el papel de "consejeros espirituales". Todos en
nuestra vida entramos en contacto con ellos. La cosa no está en
encontrarnos con ellos, sino en reconocerlos. Hay quien cree que sólo
aquellos que lo han tomado por profesión (gurús, maestros, profesores,
psicoanalistas, astrólogos, etc.), pueden serlo, pero ello constituye una
ilusión. Al respecto, reza un cuento oriental:

"Nahab Mohamed Khan estaba caminando un día por Delhi, cuando llegó a
donde cierto número de personas estaban empeñadas en lo que parecía ser
un altercado. Se aproximó y preguntó a uno de los presentes:
"—¿Qué es lo que pasa aquí?
"El hombre dijo:
"Alteza sublime, uno de sus discípulos está objetando el comportamiento
de la gente de esta localidad.
146
"El discípulo añadió:
"—Estas personas han sido hostiles conmigo.
"Al oir esto la gente se opuso:
"—No es verdad; nosotros, por el contrario, estábamos honrándolo por su
causa.
"—¿Qué es lo que dijeron? —preguntó el Nahab.
"Dijeron:
"—Alabado seas, gran erudito.
"Y yo les estaba explicando que la ignorancia de los eruditos es
responsable de la confusión y desesperación del hombre.
"Mohamed Khan dijo:
"—Es su presunción la que es responsable, a menudo, de la miseria
humana. Y es tu presunción, al decir que no eres un erudito, la causa de
este tumulto. El no serlo supone el desarraigo de las pequeñeces, y eso es
un logro. Pocos eruditos tienen sabiduría, siendo solamente hombres
inalterables, repletos de pensamientos y de libros. Lo que no ves es que esta
gente está tratando de halagarte. Si algunas personas creen que el lodo es
oro, si es su lodo, respétalo. Tú no eres su maestro, ¿No te das cuenta de
que actuando de esa forma tan sensible y autosuficiente te comportas como
un erudito y, por tanto, te haces merecedor del nombre, aunque sólo, sea
como epíteto? Ponte en guardia, hijo mío. Demasiados resbalones en el
camino del logro supremo pueden hacer que te conviertas en un erudito."
Muchos se creen que por poseer mucha información poseen la verdad y,
por tanto, pueden ya enseñarla. No existen los maestros tal y como la
mayoría creemos. Es cierto que las revelaciones poderosas se han dado en
seres cuyo destino ha consistido en ser el punto de partida de grandes
religiones o de períodos históricos y culturales diferentes. Pero en su fondo,
dichas revelaciones, son iguales que la revelación muda que se opera en
todo lugar y en todo tiempo. Por tanto, el maestro puede aparecer
encarnado en quien uno menos espera y, sobre todo, el auténtico maestro, a
sabiendas o intuitivamente, lo único que hace es remitir a la persona a su
"maestro interior" en el decir de S. Agustín (*). Sólo éste es el que puede
revelar el sentido, el que tiene en sí el poder de la comprensión. Por eso es
necesario estar al acecho, se puede manifestar en cualquier momento, y en
cualquier lugar se puede establecer el contacto.

Estos contactos siempre tienen efectos esclarecedores, no en el sentido


usual de esclarecimiento racional, sino más bien en ese ámbito más
difuminado, pero sumamente real, de la intuición. Las señales siempre son
signos que aluden a la Unidad y a la Universalidad de la experiencia
humana. Detrás de todos los intentos científicos, filosóficos, éticos,
estéticos y religiosos anida un mismo anhelo: dar cuenta de una visión
147
unitaria que confiere sentido a todo lo manifestado. Dicha visión es una
imagen que surgiendo del ámbito de lo eterno, se funde con la sustancia del
individuo y le revela que existe en el mundo un papel, un algo por lo que
luchar, un anhelo que guíe al ser y que sea distinto a los móviles que
esclavizan a la mayoría –el miedo, la codicia, la ambición, el poder, la
vanidad, etc–. Es un sentido que no quiere ser interpretado sino actualizado
en la propia vida. Se revela una imagen del mundo a la que nos une un acto
de fe, pues no puede ser probada, pero sí que convence de un modo ab
soluto a quien es poseído por ella. "Incluso la visión atea es un acto de fe",
solía decir un gran poeta francés conocido por sus convicciones
antirreligiosas.

Detrás de estas intuiciones o revelaciones se da un proceso que a veces es


sutil y paulatino, y otras es inmediato y manifiesto: la conversión. La
conversión no significa solamente adherirse a una nueva religión o
filosofía. Es un fenómeno que trastoca a todo el ser y, en consecuencia,
toda la vida y el destino de la persona. Uno se siente tocado por una verdad,
uno es cogido por una visión de lo eterno que nunca deja indiferente. Esta
visión produce un cambio radical en el pensamiento, los sentimientos, las
palabras y las obras. Da a la vida una nueva orientación. La adhesión a esta
verdad o visión de la vida es un hecho vital y ofrece un nuevo alimento a la
existencia. La conversión reúne en sí la asombrosa paradoja de que no se
puede probar a nadie la verdad que uno ve pero en cambio dicha verdad va
rodeada para el que la contempla por un firme sistema de certidumbres.

Al decir que no se puede probar puede hacer pensar que la conversión es un


fenómeno exclusivamente religioso y no es cierto. La sospecha es que, sea
la conversión a una visión religiosa, filosófica, política, etc., el punto de
partida y el de llegada siempre es el mismo. El religioso mediante la
predicación, el filósofo mediante la razón, y el científico mediante la
experimentación, pretenden demostrar, cada uno a su manera, la verdad de
su visión. Quizá todos ellos tengan razón dentro de los límites de su propia
visión o revelación. Son visiones de lo eterno lo que está detrás de sus
sistemas, así, originariamente aparecen a través de una intuición válida.
Quizás en lo que muchos se equivocan es en pretender que su visión es la
válida para todos. Se quiere así acceder a una universalidad por una vía
equivocada, pues cada visión reúne la siguiente paradoja: por un lado es
universal, pero, por otro, sólo es válida para aquél que la ve. Lo universal
necesita de lo particular para manifestarse, por tanto es el individuo el que
da su sustancia a la visión. Y, con ello, se llega a una realidad espantosa
para muchos, pero indudablemente más consistente que la ingenua
pretensión de creer que se puede percibir un universo, objetivamente real,
148
fijo y único para todos. Toda visión lleva en sí necesariamente un
coeficiente de subjetividad que permite decir que nunca habrá un saber
único porque nunca habrá un individuo único, una mirada literalmente
idéntica a otra. La realidad es y seguirá siendo algo inquietante y
problemático, fiel reflejo de la esquiva y evanescente sustancia individual
que la quiere comprender.

Los viajes largos de la Astrología tradicional se han de entender en su


sentido metafórico. Los viajes de la casa IX no son largos por la distancia
recorrida ni por el tiempo empleado, sino por sus repercusiones
existenciales. Es la imagen del peregrino, de aquel que abandona todo
excepto su peregrinación, pues ésta le llevará a su patria original, donde la
espera su Verdad. Su austeridad y pobreza son los elementos que le
preparan para la iluminación y la revelación divinas, que son la recompensa
al término del viaje. La necesidad de emprender un viaje aparece en un
momento de la vida en que es imprescindible un cambio, una reorientación
de la cosmovisión. El mundo en que se habita ya no es válido, no se
encuentra sentido a lo que se hacía y se produce una muerte (casa VIII),
que si es plenamente vivida desemboca, tarde o temprano, en un renaci-
miento, una "puesta en marcha", un viajar a otros países para ampliar los
horizontes y descubrir nuevos mundos. El viaje puede traducirse en un
desplazamiento físico o no. Unas veces resulta necesario, otras no. Lo que
sí implica es una crisis de la conciencia. El viaje es la vivencia arquetípica
de la renovación de la vida y la adquisición de nuevas y más amplias
perspectivas de uno mismo. Se amplía el mundo y con él, uno mismo. O
viceversa, con la aparición de una visión más abarcadora de uno mismo se
ensancha el mundo en que se habita.

En la fantasía y en los sueños aparecen viajes exóticos, situados en las


antípodas, tierras de promisión. Cuando esto sucede es señal de que la casa
IX se ha activado. Se impone un viaje que implica una transformación de la
conciencia. Ello conlleva generalmente a un cambio de actitudes, del
enfoque básico. de la propia vida, del mundo y del papel de uno en éste. Es
la filosofía personal que sufre un proceso de mutación y con ella la
totalidad del ser. ¿Qué significa sino la necesidad de conocer países
extranjeros? No hay viaje exterior real si no va acompañado de un viaje
interior. Por ello, muchas veces, los grandes viajes que se emprenden son
infructuosos, constituyen en el fondo una huida frente al viaje interior
requerido. Muchos creen que porque han viajado mucho, han tenido
grandes experiencias, y conocido lugares exóticos, saben más; son gente de
mundo, se dice. Cuántas veces detrás de todo ello uno sólo encuentra
vanidad y un puro ocultamiento del ser que en la embriaguez del viaje se
149
ignora a sí mismo. Para tal persona cualquier país es el mismo país. Un país
hecho de la repetición incansable de lo mismo, aunque varíen los paisajes y
el color de la piel de sus habitantes. En caso contrario, cuando el viaje
responde a una llamada que surge de lo más profundo del ser, el viaje
puede ser el punto de partida de un proceso de cambio que implica al
cosmos entero, al universo en que aquella persona ha habitado.

El país extranjero simboliza lo nuevo por descubrir, el abandono de lo


viejo, de la estrechez de miras y de horizontes, la necesidad de ampliarse
con lo nuevo, extraño y desconocido, de hallar lo universal y de que se
refleje en el propio destino. Los viajes míticos de Eneas, de Ulises, de
Dante, son testimonio del viaje que todos hemos de emprender más de una
vez. Es el viaje en pos de una visión que ha de ser guía en los senderos de
la vida.

Los planetas en esta casa son los proveedores de la cosmovisión que guiará
al individuo. Cuando se activan lo hacen en forma de una intuición que
libera el sentido de toda o gran parte de la vida, y que, en su momento,
solicitará el cumplimiento de una tarea. Constituyen los poderes que
otorgan el visado de los viajes a los países por descubrir. Presiden todas las
transformaciones de la consciencia, además de su capacidad de
comprensión. Por ello, tiñen toda la visión que el individuo tiene de sí
mismo y del universo que le rodea. Dichos planetas son las voces que han
de ser oídas antes de poder acceder a las exigencias de la casa X. Estas
voces no sólo hablan a través de argumentos filosóficos y científicos o
intuiciones religiosas, sino también conforman en mucho el sentido de la
propia individualidad. Como uno se ve a sí mismo. El planeta actúa como
la puerta de entrada al sentido de lo divino de la existencia. Es a través de
él o ellos que lo divino accede e irrumpe en la vida. Aunque a veces el
disfraz que adopte no sea el de una religión. Es muchas veces una intuición
de correspondencia con el cosmos, de sentirse religado a un Todo mayor.
Se revela, otras, como aquella visión germinal que permitirá, en su
desarrollo, a la persona dar cuenta del mundo a sí mismo y a los demás.
Para muchos, estos planetas hablan en forma de voces que invitan al viaje.
Un viaje que, literal o no, ofrece siempre como promesa la ampliación de
las perspectivas vitales, la transformación del mundo y de la vida porque se
ha renovado y ensanchado la visión quedes sustenta. Los planetas o el
planeta que rige el signo en la cúspide actúan simbólicamente como los
proveedores de las visiones y la verdad que servirán de apoyo y guía al
continuo desplegarse de una individualidad que a la larga se confunde.

150
Casa X
"El que pretende vivir mucho tiempo tiene que servir. Pero quién pretende mandar, no vive mucho."
"El hombre, por pequeño que sea, es tan grande, que si se hace servidor de alguien que no sea Dios
comete un agravio contra su naturaleza"
Saint-Cyran, Maximes

"El más feliz de los hombres es el que puede hacer concordar estrictamente el fin de la vida con el co-
mienzo."
Goethe

Inauguramos con esta casa el último cuadrante. En él se encierran las


experiencias que conducen al acabamiento de una singular aventura: la del
sujeto que se completa a sí mismo tras un ciclo en el que lo personal y lo
impersonal, lo individual y lo universal se han de conjugar de una manera
única. Hasta ahora, hemos asistido a una especie de proceso de
completamiento del ser y a su modulación en función de un mundo de
151
relaciones. En esta casa se ha de ver el resultado de dicho proceso y cómo
dicho resultado conduce, en las casas siguientes, a una integración de esa
individualidad en un Todo universal donde su destino ha de hallar sentido y
plena confirmación.

Si en la casa 9 asistíamos al encuentro del hombre con lo divino, aquí se ha


de comprender que tal encuentro no se produce para que el hombre se
ocupe de Dios, sino para que lo divino halle su confirmación en el mundo.
El descubrimiento de la casa 10 es el de realizar que hay un sentido divino
en el mundo, por ello, aquí toda revelación adquiere la faz de un
requerimiento y una misión. Surge la plenitud de la vivencia terrestre
cuando el obrar va sustentado por lo divino. Es el caso del hombre que se
consagra al servicio de su pueblo, de la humanidad, o de la vida entera, que
se siente llamado a efectuar un sacrificio y una entrega: la de su propia vida
personal entendida aquí como la absorción de las energías y su gasto en
preocupaciones estrictamente personales, para incorporarse en una
dimensión universal y a la vez impersonal, donde el individuo vale en tanto
por su destino individual como por la cualidad de su contribución a lo
Universal, sea ello la Sociedad, la Cultura, la Humanidad la Vida.

El número diez es el de la Tetraktys pitagórica. Tiene el sentido de la


totalidad, del acabamiento, del retorno a la Unidad tras el desarrollo del
ciclo de los nueve primeros números. Era para los pitagóricos el más
sagrado de los números. Aquí se alcanza la plenitud del obrar terrestre.
Plenitud que conlleva la plena expresión del propio poder. Un poder que en
una casa de tierra siempre es un poder actuar, poder plasmar en el mundo,
poder construir efectivamente una forma concreta que complementa y
confiere peso a la individualidad. Se llega por este proceso a una especie de
culminación. Uno alcanza el reconocimiento y la autoridad porque trabaja
bien. Se es de los mejores en el campo en que uno se mueve. Toda una vida
de esfuerzos y trabajos permiten detentar un lugar en el mundo que implica
un reconocimiento y un prestigio entre los congéneres, cuya expresión es,
la mayoría de las veces, poder disfrutar de un cargo revestido de honores,
poder, autoridad y dignidad. El mal empieza cuando dicho poder o
autoridad se hace un bien en sí misma. Esto lo tergiversa todo, cambia la
actitud del que detenta el poder. De creador y servidor se convierte en
conservador y déspota, del pionero surge el "policía".

Cuenta una leyenda china: "Chuang Tse:


–"Señor, Ud. fue tres veces primer ministro y no estaba orgulloso de ello.
Ud. fue cesado tres veces y no mostraba ningún abatimiento, ¿cómo lo
hizo?
152
–"¿En qué aventajo yo a los demás hombres? Cuando el cargo me fue dado
juzgaba que no debía rehusarlo. Cuando me fue quitado, pensaba que no
debía conservarlo. Consideraba que tener o no ese cargo en nada cambiaba
lo que yo era y que no había ninguna razón para mostrarme abatido. Esto
era todo. ¿En qué sobresalía yo de los demás? Además yo no sabía si el
honor era para la dignidad del cargo o para mí mismo. Si el honor
pertenecía al cargo no era para mí, y si me pertenecía, no tenía nada que ver
con el cargo. Con esta incertidumbre y tomando todo en consideración, no
tenía ocasión para averiguar si los hombres me estimaban importante o ínfi-
mo."

¡Qué lejos están los políticos actuales y casi todos lo que detentan algún
tipo de poder de la sabiduría que desprende este cuento! Resulta muy difícil
para el que triunfa conservar la humildad necesaria, la modestia que no es
más que pura lucidez y apertura. Lo frecuente es que cuando alguien
alcanza notoriedad su semblante, y con él su vida, cierran las puertas y
ventanas al exterior. Sus ojos sólo miran a los que están más arriba o a ellos
mismos. Sus mentes sólo maquinan cómo aumentar el poder alcanzado. Se
desarrolla una profunda hambre de poder que difícilmente halla límites
humanos.

Con esta casa se alcanza una especie de cumbre. La cumbre de la existencia


cuando uno logra un lugar en el mundo. La ambición realizada, la fama
conseguida, el reconocimiento de los demás asegurado. La cumbre y la
gloria desprenden poder y un gran peligro: la folie de grandeur. Un
inmenso y terrible poder que la mayoría de las veces es más un pesado
destino que una liberación. Un poder que es, casi siempre, un pseudo-
poder, ficticio como una ilusión. Aunque sea un poder que permite dominar
a los demás. Es ese mismo poder el que esclaviza a su poseedor, le
convierte en su víctima.

Aunque los cegados por una ambición sin límites no lo sepan ver, aunque
no cesen, consumidos por su ambición, de perseguir el éxito, de escalar
hasta lo imposible para así sentirse superiores al resto. ¿Qué es lo que
persigue el que anhela el poder, el que necesita dominar a los demás?
¿Quizá sentirse superior? No sería muy difícil rastrear detrás de la mayoría
de las ambiciones personales una antigua voz, la voz de mamá o de papá
que amenazaban con el desprecio o seducían con su afecto al hijo luego
ambicioso. Toda una trama de presiones, chantajes y manipulaciones
ejercidas hacia el hijo que ha de cumplir las ambiciones frustradas de los
padres. Por ello no es de extrañar que un joven, diagnosticado como
psicótico, hiciera volar una bomba de relojería en un avión lleno de
153
pasajeros entre los que se encontraba su madre, que marchaba de
vacaciones. Poco antes le había enviado a su madre una postal el Día de la
Madre, que decía: "A quien ha sido sólo una madre para mí." Es posible
que esa bomba de relojería esté bajo el asiento de muchos, pues casi todos
hemos conocido al progenitor que ha deseado que su hijo/a sea su propia
ambición, que alcance cimas o que vuele hasta alturas a las que él nunca se
atrevió. En la ambición personal asistimos a una especie de acto de auto-
inmolación inconsciente. Aquel que persiguiendo el honor no hace más que
cumplir el deseo de otro. Ya no es lo divino lo que rige su conducta, sino
cualquier realidad que adquiere el papel de ídolo disfrazado: la nación, el
partido, la empresa, etc. Detrás, una oscura voz le exige que suba más y
más, una voz que, en forma de deseo vehemente de poder y prestigio, le
obliga a que conquiste la cima que otros han logrado, o que conozca el
éxtasis del triunfo sobre los demás, y que, en ello, deje el bien más
preciado, su individualidad.

En la ambición personal siempre se encuentran resentimientos y ánimos de


venganza que se dirigen hacia el mundo y hacia los demás. Para la
Astrología tradicional la casa 10 es la casa del destino. Destino que aquí se
ha de ligar con ese trasfondo oscuro (casa 4), ese lugar donde anidan todas
aquellas experiencias (traumas, carencias y plenitudes) que condicionaron
nuestra entrada en el mundo y los primeros pasos que nos atrevimos a dar.
Dichos condicionantes se revelan ahora no tanto en su valor causal, las
causas de los problemas de la vida, sino como las manifestaciones
necesarias tras las que subyace todo un proyecto vital. Los síntomas
adquieren valor de símbolos, como nos recuerda León Blay: "todo es
símbolo, hasta el dolor más desgarrador. Somos durmientes que gritan en el
sueño. No sabemos si tal cosa que nos aflige no es el principio secreto de
nuestra alegría ulterior". De una infancia llena de carencias y problemas
puede surgir un espíritu libre, puesto que éste no depende tanto de lo que
vive sino de lo que resuelve hacer con aquello que vive. Una niñez
pletórica y fácil puede dar lugar a una persona débil que o renuncia a su
poder y a su deber o los persigue como medios de gritar su odio al mundo.

"La neurosis puede ser entendida –afirma Jung – como el sufrimiento de un


alma que no ha encontrado su significado... Detrás de la perversión
neurótica, anida su vocación, su destino, el desarrollo de la personalidad, la
completa realización de la voluntad que ha nacido con el individuo... El
hombre sin amor fati es el neurótico." Nuestro sufrimiento como niños, por
haber vivido unas relaciones casi siempre distorsionadas, con la familia,
pueden verse no sólo como mera mala suerte, un mal karma, o la
justificación de nuestro incumplimiento, sino como aquel ingrediente
154
necesario para que cada uno, en su presente y su futuro tenga la ocasión de
desarrollar su más alto potencial vital.

La casa 10 es el símbolo de la fuente del poder mundano y terrestre. Un


poder que muchos renuncian a él (pues exige mucho del individuo),
proyectándolo o delegándolo en otros. Son los que renuncian a su
ambición, y al ejercicio del poder que les corresponde. Se conforman con
vivir una vida limitada únicamente a sus asuntos personales (casa 4). Para
ellos, cumplir con el deber significa "ser buenos ciudadanos", seguir al pie
de la letra las obligaciones y responsabilidades impuestas a toda persona
civilizada: ser fiel al jefe, respetar la ley y pagar los impuestos. Con ello,
sienten que cumplen con su obligación de contribuir a la construcción de la
comunidad. Viven con la idea y la satisfacción de que cumplen con sus
deberes, puesto que a otros toca decidir y legislar sobre la propia vida.
Sobre otros recaen los deberes mayores y las cargas más pesadas. Los
demás sólo hemos de procurar respetar la legalidad y buscar la vida fácil, la
propia felicidad.

De ahí surge el cuerpo político y con él la eterna miseria que le rodea. "El
poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente", reza un
conocido refrán sobre el mundo político. A la delegación de poder por parte
de unos le corresponde necesariamente la acumulación de poder por parte
de otros. Es decir, frente a la delegación de poder que los más efectúan
(delegación que, como vemos, es en el fondo una evasión, un eludir las
auténticas responsabilidades), aparecen los que se nutren, los que buscan
beneficiarse de tal delegación. Toda delegación de poder sólo crea avidez
en los que quieren acapararlo. Se crean multitud de sistemas políticos que
no son más que los diferentes disfraces que adopta una misma realidad: el
poder concentrado en unos pocos por delegación siempre es arbitrario y
dictatorial, siempre tiene mucho de indecente. Toda acumulación de poder
acaba en autoritarismo y violencia. La locura del poder sin freno está a la
vista de todo el mundo. Nadie escapa a dicha locura, en cualquier época
histórica y en cualquier rincón de la geografía universal se expresa del
mismo modo.

El poder plantea una paradoja: la exigencia de no renunciar a él, a la penosa


y pesada carga que supone asumirlo, pues siempre va acompañado de
responsabilidades y, a la vez, requiere una renuncia a su disfrute, esto es,
resulta imprescindible un sacrificio, una renuncia al ego, bajo cuyo
mandato todo poder deviene un instrumento de tortura.

El poder es algo de que se dispone en función de una necesidad del Todo,


155
por ello es un instrumento impersonal, que requiere que el que lo usa
adopte una actitud también impersonal. Su ejercicio sólo tiene sentido si se
utiliza en el cumplimiento de la tarea relacionada con la demanda de ese
Todo. Dicha demanda viene a cada uno en forma de una voz. Una voz que
uno la oye dentro pero que no es de uno, por eso se dice que la profesión no
se escoge libremente o por casualidad. Uno es escogido o cogido por ella.
Existe una noción más antigua que la de profesión que cumple con mayor
rigor la exigencia simbólica de la casa 10: la "llamada" o "vocación". Una
vocación siempre ligada a un sentido de misión. Algo que uno tiene que
hacer en el mundo en el que está y que sólo puede ser realizado si se logra
una entrega del ser. En ella queda prefigurada la dimensión transpersonal
del propio destino. Destino que aquí se revela inseparable de los destinos
colectivos del mundo y de la época en que se vive.

Muchas veces existe un divorcio entre la profesión de la persona y su


vocación. Muchas veces uno se siente obligado por esa voz a abandonar su
profesión, el éxito y/o la seguridad para seguir a esa "llamada". Muchas
veces esa llamada es una voz apenas audible, casi irreconocible, pero sigue
siendo muy poderosa. Muchas veces la gente traiciona los dictados de esa
voz y no sigue su mandato: "deja todo y sígueme". En nombre de la
seguridad, del deber, o de la comodidad, uno renuncia a ella, quedándose
donde estaba o abrazando cualquier realidad que le convence de su obrar.
El resultado, tarde o temprano, llega: su vida pierde sentido. Podrá haber
acumulado poder, riqueza, prestigio, etc., pero una íntima amargura le co-
rroe por el incumplimiento. Podrá sentir que ha cumplido con muchas
obligaciones, pero ha fallado en la más importante. Y al contrario, en la
medida que uno ha seguido su vocación, puede sentir que lo que menos
importa es el grado de reconocimiento social alcanzado. A veces, su
cumplimiento puede llevar, más que el éxito, al extrañamiento social.
Otras, más que honor se puede cosechar desprecio ajeno. Más todo ello
pierde importancia si uno siente la íntima convicción del deber cumplido.
Del cumplimiento logrado en esta casa depende, en gran medida, la
respuesta que se dará en las dos últimas casas. Casas que son cruciales pues
en ellas esperan experiencias que tanto pueden significar la promesa de una
redención como la inmersión en mundos de enajenación y desintegración
de la individualidad.

Los planetas en esta casa son los dioses que determinan el campo de
cumplimiento del deber. Un deber que casi siempre lleva adherido el
espíritu del sacrificio y del servicio. Por ello muchas veces se vive como
una carga, como un tener que hacer, que exige el sacrificio de algo querido.
Sus voces se dejan oír como la llamada a seguir un sendero o un destino
156
que, en nuestra sociedad, adquiere casi siempre la forma de una profesión.
Son los poderes de nuestra ambición. Ambición que si es requisada por el
yo deviene en ambición personal, y con ella los desastres arriba
mencionados. Un planeta en esta casa es un factor que actúa como una
fuerza que no sólo habla a través de la voz, sino que es fuente de
intranquilidad e inquietud hasta que la persona no empieza a escuchar sus
requerimientos. Actúan, en feliz expresión de Eskenazi, como un "tribunal
interior" que juzga sin posibilidad de error, soborno o engaño el exacto
cumplimiento del deber, el grado de entrega y realización de la tarea a
cumplir. Si sus voces no son escuchadas no sólo se condena uno a un
permanente desasosiego, sino que esas, mismas voces regresan a nuestra
vida encarnadas en personas y situaciones que van a disponer de un terrible
poder sobre la propia vida. Son aquellos que se convierten en usurpadores
del auténtico poder. Aquel que nace de la aceptación del propio destino.
Aceptación que, tarde o temprano, conduce a una entrega. Se entrega lo
más preciado, la propia vida o la sensación de libertad que a todos nos
posee. Dicho sacrificio no es vano, tiene recompensa, aunque muchas veces
no sea la esperada. Es el ingreso a una nueva dimensión de la existencia a
la que permite acceder. Una dimensión que, en las dos próximas casas,
despliega su brillo y alcanza su significación: la realización de lo universal
en el propio destino, la fusión de la vida y la individualidad en el Todo del
cual surgió y al cual siempre se anhela regresar.

Casa XI
"Nosotros percibimos los hechos reales e imaginamos los posibles (y los futuros); en el Señor no cabe esa distinción, que pertenece
al desconocimiento y al tiempo. Su eternidad registra de una vez no solamente todos los instantes de este repleto mundo, sino los
que tendrían su lugar si el más evanescente de ellos cambiara (y los imposibles también). Su eternidad, combinatoria y puntual, es
mucho más copiosa que el Universo."
J.L. Borges

Es quimera pensar en una sociedad que reconcilie al poema y al acto, que sea palabra viva y palabra vivida, creación de la
comunidad y comunidad creadora?"
Octavio Paz

Una visión del mundo representada por una filosofía y/o una religión (9) se
hace, con el obrar, realidad social e institucional concreta con su
correspondiente distribución del poder material y social (10). Esta
estructuración siempre es parcial y de algún modo injusta. En la casa 11
nace la posibilidad de que la estructura social revele su inteligibilidad, esto
157
es, de percibir una realidad que revela su cualidad de lenguaje. Con ello
aparece la posibilidad de criticar el orden establecido porque se le compara
con un orden aún no establecido: la utopía. Ante un estado de cosas injusto
el hombre se rebela. Esta rebelión se vuelve crítica del orden existente y
proyecto de un orden. En cambio, en el grupo creativo se establecen
vínculos profundos, y lazos de solidaridad. Francesco Alberoni cita una
afirmación de C.S. Lewis: "quizá pueda afirmarse, sin temor a exagerar,
que incluso el comunismo, el tractarismo, el movimiento contra la
esclavitud, la Reforma, el Renacimiento, tuvieron origen del mismo modo
(como amigos que se encuentran)". A ello el autor añade: "pero no es el
grupo de amigos que crea el movimiento. Es el movimiento que crea la
amistad. Quien pertenece a un movimiento se siente compañero, hermano,
camarada de todos los demás. Los compañeros –o hermanos o camaradas–
tienden a la fusión y se consagran por entero al servicio del grupo y a su
misión".

La amistad que refleja esta casa no es la de aquellos con los que tengo lazos
personales, sino más bien amigo es todo aquel que se sienta partícipe de tal
proyecto. Su fundamento es, pues, la solidaridad colectiva, no el interés
personal. Dicha solidaridad no implica por ello, que la amistad no tenga
grados. Por un lado, son mis amigos todos aquellos que están en mi bando,
pero dicha amistad, si exclusivamente fuera esto, tendería a borrar las
diferencias individuales. En realidad, tampoco pueden llamarse amigos los
que se relacionan en base a una solidaridad colectiva. La amistad necesita
de ella, pero implica una realidad distinta, pues toda amistad no sólo
reconoce las diferencias individuales, sino que se habría de constituir un
factor que las favoreciera. Sólo pueden ser auténticos amigos dos personas
que se han individualizado en alto grado, pues de lo contrario, no pueden
cumplir las exigencias que una amistad requiere (podrán ser cómplices,
compañeros de juerga, partidarios, pero no amigos).

La amistad se nutre de la vivencia de lo impersonal y/o de lo transpersonal,


por ello implica:
- Una ausencia de dependencias afectivas. "Al ver al amigo –dice Alberoni
(1) hay que olvidar la necesidad. La amistad se asemeja a la humildad, sólo
puede existir olvidándose de sí." Es necesario un desapego para que la
amistad pueda mantenerse. Ello no quiere decir que entre amigos no sea
posible la ayuda. Todo lo contrario, amigo es aquel que mejor puede
ayudar, pero siempre por propia voluntad y sin dar explicaciones. Con el
amigo contamos precisamente porque lo sentimos disponible no porque le
esclavicemos con las propias exigencias.

158
Una reciprocidad y una libertad mutuas. La amistad surge a partir de la
experiencia del encuentro. En un campo de solidaridad entre personas que
comparten un mismo ideal surgen aquéllos entre los que, tras una serie de
encuentros reveladores, aparece el fenómeno de la amistad como un lazo
que rompe las dimensiones espacio-temporales habituales. Es común en el
encuentro entre amigos que se han separado durante mucho tiempo la
sensación casi instantánea de continuidad. No es necesario, sostiene
Alberoni, hacer preguntas sobre el lapso de tiempo entre los encuentros,
"...incluso cuando después de mucho tiempo encontramos de nuevo al
amigo es como si lo hubiéramos dejado un momento antes. Seguimos
hablando sin preguntas... no existe el intervalo... la amistad participa de un
sentimiento de eternidad".

La amistad se fundamenta en la solidaridad, pero no se agota en ella, pues


necesita de la relación interpersonal e individualizada. Ya en la antigüedad
se discutía si la amistad sólo podía ser entre dos personas o si podía
también ser comunitaria. Evidentemente la amistad no es una relación
exclusivista, siempre admite una multiplicación de sus integrantes. De ahí
surgen las instituciones que se fundan en base a su existencia. Los clubs
sociales, colegios profesionales, los partidos políticos, etc., son, en la
actualidad, una pobre y desvirtuada expresión de lo que deberían ser tales
agrupaciones. Son instituciones que parten y fomentan, una solidaridad
entre sus miembros, pero con fines egoístas. Es el caso de las escuelas
especiales y movimientos que sirven para crear élites (Opus Dei, por
ejemplo). También funcionan así muchos grupos étnicos, partidos políticos,
etc. Aparece en ellas una solidaridad, pues sus miembros se ayudan, se
eligen para ocupar cargos, confían unos en los otros, etc., pero es una
solidaridad que traiciona el espíritu de la humanidad y coharta toda su
creatividad. Si la casa 5 revela la creatividad del individuo, en la XI habría
de aparecer la del grupo. Un grupo que no necesariamente tiene que estar
reunido en un club o asociación. Puede estar constituido por individuos que
desde el silencio y la soledad de su trabajo individual están trabajando en
pos del mismo ideal. Se descubre que la creatividad de uno y los proyectos
que uno se hace, en realidad, constituyen siempre una empresa común.

En la casa XI se experimenta el poder de lo social. Un poder que poco tiene


que ver con el que dispensan las agrupaciones corporativistas que, como ya
hemos visto, defienden intereses particulares y contrapuestos y que, en gran
medida están constituidas con el fin de luchar entre sí (sindicatos, partidos
políticos, colegios profesionales, organizaciones gremiales, etc.) y que
siempre se mueven dentro de un campo social estable, al cual, en última
instancia, todas defienden. Dichos grupos, en el fondo, constituyen reflejos
159
distorsionados del poder del yo. Un yo supraindividual, colectivo, que nace
y se desarrolla cumpliendo en el plano social idéntica función que el yo pe-
queño cumple a escala individual. El grupo se convierte en el instrumento
por excelencia para defender los intereses y los privilegios de aquellos que
comparten un conjunto de aspiraciones e ideas y que se aglutinan en vistas
a su defensa.

En realidad, el poder social siempre nace y acaba siendo un poder


marginal, un poder de y para los marginados, que aquí constituyen esa
fuerza que unida en un grupo actúa como un dinamizador increíble (Mayo
francés, movimiento hippie, etc.) y que actúa espontáneamente casi
siempre en contra de las ortodoxias instituidas (por eso las ortodoxias son
enemigas de la amistad, pues, "toda auténtica amistad –afirma Lewis (1)–
es una especie de rebelión—. Los amigos son más refractarios a cualquier
autoridad, no se dejan someter. En ese grupo no existen jerarquías, todos
son potencialmente líderes, cualquiera puede tomar una iniciativa,
cualquiera puede marcar la dirección de la acción colectiva. Es un proceso
muy creativo el que se genera. Se toman decisiones imprevisibles,
creativas, es la utopía la que rige los individuos y les inspira. Son los
momentos en que la perspectiva utópica parece ser posible, parece nacer
como realidad.

La fuerza creativa del grupo siempre rompe con lo establecido, pues


persigue la instauración de un orden más abarcador, más acorde con las
necesidades de cambio de la sociedad. Un orden que se funda en un
proyecto que es universal. El negro no reivindica su negrura, sino su
humanidad, lucha porque su color de piel se reconozca como parte
constitutiva de la humanidad. Y ésta es una categoría universal. Por ello su
acción se funde en un proyecto universal: la liberación de los hombres. Este
proyecto se convierte en el lazo de unión ente el individuo y el mundo en
que vive.

Ser uno mismo al estar con todos. La casa XI busca y posibilita la


reaparición de la comunión, experiencia sagrada que no puede emerger sino
del fondo de una experiencia colectiva, como Martín Buber (4) lúcidamente
afirma: "La comunidad de amor debe nacer precisamente del hecho de que
los hombres se agrupan por la efusión de un sentimiento libre y resuelven
vivir juntos. Pero, a decir verdad, no es así. La verdadera comunidad no
nace de que las gentes tengan sentimientos los unos hacia los otros (aunque
no puede haberla sin ellos); nace de estas dos cosas; de que todos estén en
relación mutua con un centro viviente y de que estén unidos los unos a los
otros por los lazos de una viviente reciprocidad."
160
Los planetas en la casa XI aparecen en la imagen del grupo que cada uno,
consciente o inconscientemente, busca. Depende del caso que se les haga
pueden convertir a la persona en un rebelde o un revolucionario. Rebelde es
el que se enfrenta a los excesos de poder porque inconscientemente
persigue su adquisición. Revolucionario es aquel que trabaja en pos de la
implantación de un orden justo y universal. En el primer caso el grupo es
un medio para conseguir los propósitos perseguidos, en el segundo, el
grupo es un fin en sí mismo, puesto que no hay barreras entre el grupo y el
resto de la humanidad. Los planetas pueden guiar en el camino hacia el
descubrimiento de esa chispa de fraternidad que anida en todo corazón hu-
mano. Redescubrir en la relación con los demás esta bella y antigua
vivencia panteísta de que todo hombre encierra en sí a la entera humanidad
y de que todos los hombres son un solo hombre.

Casa XII
"Poner en suspenso la existencia y hacer caso omiso de la suerte del alma. Es una especie de detención y
fijación en que el ser olvidándose de todo lo aprendido se pregunta directamente por las cosas."
María Zambrano

"De la separación y la ausencia del mundo nace la presencia y el sentimiento de Dios."


Saint-Cyran. Maximes

"El silencio eterno de estos espacios infinitos me causa horror."


Pascal

Las casas de agua apuntan siempre a establecer una relación directa (más
allá de las palabras), vivencial y profunda con el destino.

161
En la 4 el destino aparece en forma de las influencias que un ambiente
familiar ejercita sobre nuestra vida emocional. En la 8 el destino nos
aparece disfrazado de síntomas y conflictos de relación. En la 12 la
confrontación es con el destino de toda una vida, o de toda una fase vital
que ésta concluyendo. La Astrología tradicional habla de ella como la casa
de las pruebas, el cautiverio, los exilios, las enfermedades crónicas, el
karma, etc. Sus lecciones son terribles.

Las casas de agua implican una confrontación con las honduras de


sentimientos, deseos y temores que habitan en el alma, este ámbito en el
que no existe el tiempo, ni el espacio, ni el olvido, hogar de las fuerzas que
han movido nuestra vida desde la oscuridad de lo desconocido en nosotros
y en los que han formado parte significativa de nuestro destino, o de
nuestro mito. Casas de ensueño, magia, infierno y paraíso. En ellas
conocemos lo más horrible y en ellas hallamos la fuente de la vida. La 12,
cadente y última del ciclo, implica la disolución total de todo lo formado
con anterioridad es decir, del ego.

Es una experiencia de acabamiento y de preparación a un nuevo ciclo.


Implica la restauración del caos original. Toda nuestra vida se disuelve, se
enferma o se enfrenta a una experiencia destructiva y caótica que le lleva
de algún modo a sentir o presentir no sólo lo limitado de la libertad del yo
sino el papel traidor que secretamente juega en nuestra vida. Eso sólo se
puede descubrir por las experiencias en las que el alma está implicada. No
sirven las palabras. Se ha de vivir. Por eso es tan importante el pasado. Un
pasado que aquí adquiere el frío rostro de un verdugo implacable, pues nos
alcanza por medio de aquellas experiencias que ponen de relieve su aspecto
de fatalidad inamovible. Un pasado que no se puede alterar y cuyas
consecuencias ahora toca asumir.

Vivimos y actuamos generalmente inconscientes de las repercusiones y las


consecuencias de nuestro comportamiento. Vivimos casi siempre
rehuyendo las confrontaciones con lo que no nos gusta, huyendo de
nuestros miedos, ignorando nuestros vicios, virtudes y defectos. Una
historia que mucho gustaba a Kafka dice así: "Es el relato de un hombre
que pide ser admitido a la ley. El guardián de la primera puerta le dice que
adentro hay muchas otras y que no hay sala que no esté custodiada por un
guardián cada vez más fuerte que el anterior. El hombre se sienta a esperar.
Pasan los días y los años y el hombre muere. En la agonía pregunta: ¿Será
posible que en los años que espero, nadie haya querido entrar sino yo? El
guardián le responde: «Nadie ha querido entrar porque sólo a ti estaba
destinada esta puerta. Ahora voy a cerrarla»."
162
Así es nuestra vida. La puerta es un símbolo de la invitación que se nos
hace a vivir nuestro destino. A no huir de lo que nos toca vivir, por mucho
que sea el dolor y el susto que cause. Mas la mayoría preferimos no entrar,
y creemos que es posible el olvido, que es posible enterrar para siempre
todo lo que dejamos de lado. Y esto es una gran ilusión. Tarde o temprano
se ha de liquidar cuentas. Es como una ley inexorable. Llega el momento
en que lo no confrontado, lo aparentemente olvidado, lo huido y lo negado
vuelve. El problema es que vuelve disfrazado por eso casi nunca lo
reconocemos: aparece como enfermedad como accidente, como tragedia
inesperada, como pérdida de lo querido (sean personas, privilegios o
libertades), como disminución de la capacidad de acción, como
confinamiento involuntario, etc.) cuando lo hace es casi siempre de un
modo crítico y doloroso.

Entonces uno no se reconoce en ello, no lo relaciona consigo mismo, le ve


como mala suerte, maldición, o un karma de otras vidas, pero no como algo
que refleja íntimamente su verdadero rostro. Las desgracias inevitables
llevan en sí un sabor a retaliación, a castigo, pero en el sentido moralista de
haber actuado mal, sino que inevitablemente los errores del vivir necesitan
de su contrapunto cara a ayudarnos a darnos cuenta, aunque sea por la vía
más desgarradora, de nuestra realidad, que nunca es la que creemos o
imaginamos. Por eso, cada vez que se acaba un cielo vital, cada vez que
viene, la hora de un cambio real se activa la casa 12. Es el momento dé
afrontar lo que la vida trae, porque sólo aceptándolo se puede integrar lo
necesario para el nuevo inicio. La experiencia final de un ciclo. Cuántas
veces la última página de un relato, da la adecuada dimensión a todo el
proceso y ofrece además la clave de su redención.

Las experiencias de la casa 12 son para algunos, terribles, suponen la


pérdida de la libertad, o situaciones en que desaparecen muchas cosas que
hasta el momento parecían ser pilares de la existencia, aunque no vean que
otras, apenas perceptibles, se convierten en su punto de apoyo. Implican
situaciones dolorosas frente a las que –como afirma Eskenazi– nada se
puede hacer, ni explicar, ni intentar. No queda más remedio que ponerse en
manos del destino. Dice un refrán que no hay nada de malo en llegar a
viejo siempre que uno no llegue a esa edad lamentando demasiadas cosas.
La casa 12 expresa las consecuencias de nuestro temor ante la vida, de
nuestra angustia ante su poderío y su amplitud. Allí conocemos el dolor que
se siente por todo el dolor que se evitó, por las limitaciones y las
amputaciones de un destino que ahora vemos como expresión de nuestro
verdadero carácter.
163
La casa 12 nos habla de estados del alma que constituyen cárceles. Las
cárceles institucionales, así como los lugares de internamiento, no son más
que el reflejo de unas experiencias de cautiverio que se pueden vivir de
muchas otras maneras. Cuántas situaciones y episodios de la vida son, en el
fondo, cárceles; constituyen experiencias de encarcelamiento porque uno se
siente privado de su libertad. Cuántas veces una persona se fabrica su
propia cárcel que, aunque incómoda, siempre es más segura que la terrible
sensación de enfrentarse a lo desconocido de la vida y de uno mismo. Se
viven situaciones que no son más que un refugio frente al dolor, uno se
pone fuera de circulación, se sumerge en una vivencia que convierte la vida
en una auténtica prisión.

La vida adquiere formas confusas, contornos borrosos. Todo da igual, las


cosas y las personas indiferentes parecen entonces niveles de desesperación
de los cuales pocos se recuperan, unos se sienten abrumados por el deseo
de seguir existiendo, otros optan por el delito, las drogas, la inmersión en la
locura o la demencia senil, etc. De este proceso pocos salen bien parados,
su desarrollo implica un avanzar lento hacia la desintegración de la
individualidad y de la vida. Pero para algunos, es el único camino que les
queda para efectuar un descubrimiento esencial. Todas las ilusiones,
incluso las de la salvación personal, fabricadas por el hombre o por el
diablo, asisten a su derrota, dejando paso al desocultamiento del auténtico
rostro del Todo: su vacío. Es la casa de la niebla que entra y cubre todo con
su velo impalpable hasta que se logra contemplar, en vez del mundo y de
las cosas lo único que contemplar, en vez del mundo y de subsiste, ese
vacío que siempre invita a un dejarse ir hastas ser capaces de comprender
que no se trata de buscar nada sino de encontrar. Es un sentimiento de
vacío y de ignorancia que coloca al ser en disposición de fundirse con el
Todo que le envuelve. Sentirse suspendido y flotante, a merced de un
océano inmenso, de una totalidad desconocida que nos mueve y nos mece.
Eso es la memoria, esa maga que suprime el tiempo y la fragmentación y
que, por ello, restablece la unidad del individuo. La pérdida de la
consciencia separada que es la que nos hace vivir la vida como sumergidos
en un sueño inasible.

Para los antiguos la memoria no era una facultad humana sino una
divinidad. La Memoria de los griegos, Mnemosine, madre de las musas, era
el único poder capaz de originar un estado de abstracción del mundo y
también de ahondamiento, una especie de estado de videncia. La diosa
tenía encomendada la función poética y el don profético (actividades ambas
que para el griego requieren la intervención de lo sobrenatural). Era, a la
164
vez, el contrapeso necesario que equilibraba el poder devastador del
Tiempo, ese oscuro rostro que convierte a los personajes que poblaron y
adornaron una vida en muñecos de sí mismos. Si el olvido viene con el
tiempo, la inmortalidad con la memoria. A veces es necesario recordar, y
para recordar uno ha de recluirse, convertirse en prisionero y así afrontar el
horror del tiempo perdido, los años desperdiciados en la vanidad de la vida
social y en unas ilusiones que cautivaron nuestro ser. Pero no es nada fácil
renunciar a la falsa promesa de libertad del yo. Por eso muchos prefieren
vivir en la cárcel que ellos mismos han elegido. La casa 12 es ese territorio
de la existencia que, o bien conduce a la renuncia de todo interés personal
(único modo de dialogar con el destino), o bien condena a una inmovilidad,
una espera cautiva donde uno sólo puede preguntarse ¿por qué? o ¿hasta
cuándo?

En la casa 12surgen un tipo de experiencias cuyo denominador común es


que dejan en suspenso la vida. El alma queda como flotando entre las
brumas y el dolor de un sentimiento: la soledad. Esa soledad que nos
espera, quizá desde el nacimiento, y que al enfrentar, nos obliga a
sumergirnos en su acompañante eterno: el silencio. Silencio frente al que
no existen respuestas más que en un acto. Un acto de fe en una realidad
inefable, un acto por el cual la modestia humana renunciando a penetrar el
enigma, se resigna a vivir en un mundo sin pretender explicarlo, ni
conquistarlo, ni falsearlo. Son experiencias que ofrecen una forma de
suprema humildad, aquella que conserva viva la incertidumbre radical de la
condición humana, que se asombra sin cesar de nuestro misterio, que da
por supuesta la sumisión del individuo a un Destino incognoscible y que
atribuye al hombre la misión de percibir todos los signos que ese destino
nos revela de su existencia.

En esta casa nos encontramos con una vivencia de la enfermedad distinta a


la de la casa opuesta. Aquí se trata de aquellas enfermedades y situaciones
frente a las que uno nada puede hacer, a lo sumo, y si cabe, esperar un
milagro o la llegada de una fe que dé sentido a lo inexplicable y aliento
para seguir viviendo. ¿Cuántas enfermedades no son en definitiva más que
heraldos de una muerte inevitable? ¿Cuántas otras no son sino
consecuencia de muchas muertes eludidas en la vida? Las enfermedades
crónicas y degenerativas, aquellas que paulatinamente van acercándonos a
la Dama Innominada. Si se vivieran con consciencia, si una medicina,
totalmente inconsciente de la secreta y última unidad entre la muerte y la
vida, no se empeñara ciega y compulsivamente en negar, en rechazar. Una
enfermedad crónica o degenerativa puede muy bien ser la última oportuni-
dad que se le presenta a una persona para que despierte. Muchos médicos
165
no lo ven, consciente o inconscientemente, actúan en contra de ese posible
darse cuenta redentor. Atiborran a la gente de pastillas, drogas, engaños y
postergamientos de lo inevitable, impidiendo así al paciente que viva con
plenitud y consciencia su enfermedad. Quizá sea mucho mayor el
sufrimiento, pero quizás a través de éste se revele un posible sentido, se
acceda a la necesitada redención.

Si el médico en vez de contemplar la muerte como el peor enemigo de


profesión, la convirtiera en su aliada. Si se diera cuenta que el temor a la
muerte y el temor a la vida son una y la misma cosa, como muy bien
expresa la siguiente historia:
"Había una vez un hombre que tenía doce hijos, y cuando el decimotercero
vino ya no supo a quién acudir para que fuera su padrino. Así que decidió
que a la primera persona que encontrara al salir a la calle le pediría que
fuera el padrino.

"Salió y al primero que vio fue a Dios, pero no se decidió a pedírselo


porque pensó que Dios sólo ayuda a los ricos y no a los pobres. Después
vio al Diablo, y tampoco le dijo nada, porque éste siempre hacía el mal.
Finalmente, el padre aceptó al tercer personaje que halló, la Muerte, porque
ésta siempre se mostraba amable hacia todos.

"Cuando el niño creció, un día la Muerte apareció y se lo llevó al monte


para darle un regalo. Le enseñó una planta y le dijo: «Haré de ti un famoso
doctor. Cuando veas a una persona enferma, si ves que yo estoy en la
cabecera de la cama le das esta planta y sanará. Pero si me ves que estoy a
sus pies, ningún remedio o médico del mundo puede salvar al paciente.»

"El joven rápidamente se convirtió en un famoso doctor. Un día el rey


enfermó y cuando el médico vio a la Muerte al pie de la cama, rápidamente
cambió la dirección de ésta. El rey sanó debido a la trampa del médico,
pero la Muerte le advirtió que no lo repitiera nunca más. Tiempo después,
enfermó la hija del rey y éste prometió que el que la salvara sería su esposo
y el futuro rey de la nación.

"Cuando el médico vio a la Muerte al pie de la cama, creyó que podría


engañarle de nuevo y repitió la acción, sanando a la hija. Pero la Muerte se
enfadó tanto, que cogió al médico y le llevó a una gruta muy profunda. Allí
había unas velas encendidas que representaban las vidas de la gente en la
Tierra. Entonces el médico vio que su propia vela estaba a punto de
apagarse y le rogó a la Muerte que la sustituyera por otra más larga. La
Muerte, simulando que accedía a sus deseos, se acercó a la vela, pero en
166
vez de cambiarla, sopló sobre ella. El médico cayó sin vida al instante."

Esta historia simboliza algunas de las actividades prevalecientes entre los


profesionales de la curación. El rey enfermo podría representar, al igual que
en los sueños, los principios profesionales colectivos. Así, son unos
principios que están enfermos. Por ejemplo, un principio podría ser que
cualquier enfermo debe ser curado. Y de hecho es lo que hacen la mayoría
de médicos, no observan de qué lado está la muerte. En la historia, la
Muerte permite que el rey viva, pero mata al médico cuando hace lo mismo
con la hija. La hija, lo femenino, alude a los sentimientos, y en este caso, a
ciertos sentimientos que están enfermos. Podríamos pensar en la auto-
importancia del médico que cree que él o su técnica son los que curan.
También podríamos pensar en un querer ayudar obsesivo o ciego, que
generalmente consigue que lo que reciba la ayuda sean las actitudes
enfermas de la persona, de las cuales la enfermedad es su expresión, y que
son precisamente las que deberían morir. De hecho, en los sueños de gente
enferma muchas veces surgen imágenes que corroboran el sentido de la
historia. Sueños en los que aparece un médico que tanto puede ser un
sanador mágico como un ridículo racionalista. A veces aparece como
charlatán y como seductor del paciente. Y también en otras ocasiones,
aparece como profesionalmente impotente, pero de una gran calidad
humana que sabe captar y escuchar al paciente. En otros sueños el mismo
médico es el responsable de la propagación o de la intensificación de la
enfermedad.

Cada enfermedad es una alusión o un susurro de una muerte anunciada y, a


veces, necesaria. Y no sólo en el caso de las enfermedades, sino también en
las otras situaciones de la casa 12: internamiento forzoso en instituciones,
marginación, etc.; el conflicto aparente que es el del individuo contra la
sociedad, no es más que una expresión de otro más profundo, del individuo
contra el destino o contra su propia y necesaria muerte.

Los planetas en esta casa tanto pueden actuar como aquellos dioses que se
empeñan en destruir una vida si el yo se empeña en ignorarlos, como las
voces que constantemente recuerdan que todo se confabula y conspira al
amparo de una eternidad incomprensible en su grandeza, inasible en su
levedad. La desintegración de las certezas es la única tarea que proponen.
En cambio, cada vez son menos los que se atreven a dudar. Aunque la duda
no siempre desnuda al ser de sus adornos innecesarios. Se requiere,
además, un profundo desamparo, un sentirse expuesto a lo horrible de la
existencia, para así conocer la única vía de redención que la divinidad nos
ha dejado: la rendición a lo que existe, el abandono, llegar al supremo
167
deseo, que es la ausencia de deseos del yo. La felicidad aquí quiere decir
que ya nada me importa de mí, el máximo de mi yo es mi no yo. Los
planetas en esta casa nos exigen que seamos parte de una entidad mucho
más compleja que nosotros: el Universo. Para ello, es necesario saber
desconectarse de las corrientes de la vida y conectar con esas regiones del
ser que habita más allá, en esa soledad que posibilita la tarea de descubrir
un sentido incluso en el sufrimiento más inteso, incluso en la muerte,
incluso en el derrumbe de todos los sentidos que hasta entonces fueron
soporte de la existencia. Soledad, que una vez aceptada, y los planetas son
las voces que a ello nos ayudan, es comunión con la entera Creación. Si no
son escuchadas, la soledad es la de una existencia gris que busca sin
encontrar la oportunidad de acercarse a Aquello que nunca rehúye una
presencia. Soledad de lo infinito que vive en la desnudez del hombre frente
a sí mismo. Esa desnudez que no requiere grandes dotes ni afanes espe-
ciales para olvidarse de lo mediocre, de la triste sustancia que alimenta los
sueños de una vida que se desplaza plana y monótona, sin relieves ni
encuentros sin vicios ni apetitos indecentes.

Un planeta en la 12 no es débil, es precisamente todo lo contra rio, el poder


inmenso de lo débil que habita en el alma. Pero no en todas fructifica. Sólo
el alma que aumenta hasta el tamaño del mundo, sólo el alma que incorpora
las penas de los que no contemplan el celeste imperio, puede entender sus
mensajes. Los planetas son las puertas por las que nuestra pequeña alma
encuentra tras su umbral al alma de las almas, el Anima Mundi, ese fondo
en permanente zozobra de la vida, que siempre está agitado. Como un
inmenso océano cuyo vaivén nos ha de mecer. Como si viviéramos a pique
de un naufragio. Sólo así conseguimos la necesaria embriaguez. Una divina
borrachera, una lujuria de los sentidos que despierte nuestro espíritu, que
resucite los cuerpos, que dé alas a nuestra tímida imaginación.

A modo de epílogo (del que la casa 12 es símbolo) y punto final al


recorrido rociado en la casa 1, transcribo una extensa cita de Simone Weil
(34), que expresa, mucho mejor de lo que yo lo podría hacer, el núcleo
central, el corazón del que parten los radios que han constituido todas las
casas: "El héroe lleva una armadura, el santo está desnudo. La armadura
que preserva de los golpes impide el contacto directo con lo real, y sobre
todo el acceso a la tercera dimensión, la del amor sobrenatural. De allí la
necesidad de estar desnudo: nada puede penetrar en nosotros si la armadura
nos protege a la vez de las heridas y de las profundidades que liberan. Todo
pecado atenta contra la tercera dimensión, es una tentativa de llevar al
plano de lo irreal, de lo indoloro, un sentimiento que podría penetrar en las
profundidades. Es una ley rigurosa: se disminuye el sufrimiento propio en
168
la medida en que se agota la comunión íntima y directa con lo real. Al
límite, la vida se desarrolla totalmente en la superficie: ya no se sufre
porque se sueña, porque la vida reducida a dos dimensiones se vuelve plana
como un sueño. Ocurre lo mismo con los consuelos, las ilusiones, las
fanfarronadas y todas las reacciones compensadoras, con las cuales
tratamos de llenar los vacíos que la mordedura de lo real cava en nosotros...
Pero precisamente la Gracia tiene necesidad de ese vacío para entrar en
nosotros."

Apéndice
El Determinismo Astrológico:
Destino Vs. Libertad
La Posibilidad Ética
"Todo atestigua que la vida humana ha sentido siempre estar ante algo; bajo algo, más bien."
María Zambrano
"Somos propiedad de los dioses."
Teognis de Mégara

Cualquier obra de Astrología ha de expresar la posición del autor respecto a


la cuestión fundamental, no sólo de nuestra disciplina, sino también, de la
169
casi totalidad de la reflexión humana: la libertad humana y su compañero
inseparable, el destino. Creo oportuno empezar con una asombrosa historia,
la que Don Juan cuenta a Castaneda a propósito de la libertad:

"Atravesábamos un día un barranco de paredes muy escarpadas cuando un


enorme pedrusco se desprendió de su sostén rocoso y cayó con fuerza
formidable al fondo del cañón, a 20 ó 30 metros de nosotros. El tamaño de
la piedra hizo que su caída resultara impresionante. Don Juan dijo que la
fuerza que rige nuestros destinos está fuera de nosotros, y nada tiene que
ver con nuestros actos ni con nuestra voluntad. En ocasiones, esa fuerza
nos lleva a detenernos en el camino para inclinarnos a atar los cordones
sueltos de los zapatos, como yo acababa de hacer, y ganar así un momento
precioso. De seguir adelante, era indudable que la roca nos hubiera
aplastado. No obstante, otro día, en otro desfiladero, era probable que la
misma fuerza decisiva exterior nos obligara a anudarnos los cordones en e
preciso lugar sobre el cual descendiera un canto rodado de iguales
dimensiones. En ese caso, nos hubiese hecho perder un momento precioso:
de continuar andando, nos habríamos salvado. Don Juan concluyó que dada
nuestra total falta de control sobre las fuerza, que decidían mi destino, el
único acto de libertad posible consistía en atarme los cordones
impecablemente."

Es un enfoque muy peculiar el que D. Juan plantea respecto a la libertad y


el destino. Hoy, para la mayoría, el destino parece set aquello que atenta
contra nuestra libertad. La noción de destino ha representado para el
pensamiento humano una cuestión muy ardua de enfrentar. Y ello, debido a
que detrás del concepto late una de las preguntas esenciales de la existencia
humana: ¿Somos libres o estamos determinados? ¿Está nuestra vida escrita
ya de antemano, como parece afirmar D. Juan, en algún libro cósmico y
sagrado, en los astros, o por contra, la existencia de cada persona es
producto de su libre albedrío? (*). Resulta evidente que vivimos situaciones
que escapan por completo a nuestro control y elección, por ejemplo, la
muerte, una enfermedad, un accidente. Por otro lado, es muy fuerte .la
sensación que tenemos de que, en muchas ocasiones, tomamos decisiones y
que éstas determinan considerablemente el futuro acontecer. Para la razón
esto constituye una antinomia. Si estamos determinados no existe libre
albedrío, pero si somos libres y nuestras elecciones cuentan, el
determinismo es una ilusión.

Con el nacimiento de la modernidad, la idea del destino fue desterrada,


pues atentaba contra una de las convicciones que con mayor fuerza surgía:
la libertad humana y el poder del hombre de cambiar el curso natural de las
170
cosas y los fenómenos. De hecho, y como muy bien afirma Liz Greene (**)
no nos hemos librado de ella, pues de un modo disfrazado ha permanecido
muy cerca de nosotros. Los conceptos de herencia, ley natural, complejo,
neurosis, etc., son formas encubiertas que traslucen el determinismo
inmanente al

(*) Esta contradicción en el campo de las ciencias naturales y sociales, se ha expresado en la


polémica de la herencia/ambiente. ¿Nacemos con unos patrones genéticos que determinan
nuestras posibilidades de experiencia, o venimos al mundo como una tabula rasa, en la que se
inscriben las influencias que modelan nuestra conducta? Greene. L. The Astrology of fate.
George Allen & Unwin. 1984. Boston. USA.

concepto de destino. Resulta un hecho sumamente curioso que junto con el


humanismo naciente y sus ansias de libertad total para el hombre, la
religión y la ciencia siguen teniendo la misma base: la intuición
determinista. La noción de ley es fundamental en la ciencia. La ley siempre
implica una necesidad tan inmanente como la que la religión reconoce
cuando proclama que la vida, la acción todo cuanto somos y representamos,
no tiene origen y explicación en nosotros mismos, sino que está en manos
de un poder o poderes desconocidos. El pensamiento científico de nuestra
época ha contribuido a formar una creencia en la fatalidad, más tenaz y más
angustiadora que todo lo que se había conocido antes. No es la fuerza de la
ciega fatalidad, ni el curso circular de los astros lo que rige despia-
dadamente la suerte del hombre. Antes eran los dioses, pero hoy es la ley
científica la que ata al hombre a una fatalidad aún peor, pues la de ahora no
contempla la posibilidad de redención.

Para nuestra mentalidad, el hecho de pensar que existe algo así como el
destino atenta contra la moral imperante. Una moral de triunfo sobre la
naturaleza, de dominio del hombre sobre el caos de vida. Una moral fruto
de una cultura de orientación casi exclusivamente patriarcal, que se ha
destacado tanto en sus hechos como en sus mitos, por su rechazo hacia lo
femenino. Simbólicamente la muerte y el destino pertenecen al ámbito de
lo femenino. De la madre heredamos un cuerpo y con él un destino. Del
padre, unas ansias de inmortalidad que si no son equilibradas conducen,
como lo han hecho en nuestra civilización, a declarar una "guerra a la
muerte" y, con ella, un rechazo de todo lo que la recuerda, como la noción
de destino. En parte, el olvido al que se ha sometido a la Astrología
responde a esta situación, pues una de las controversias mayores que ha
levantado la Astrología ha sido y sigue siendo su determinismo. Si el hecho
de nacer en un lugar y momento determinados es un factor decisivo en
nuestra vida, el determinismo es casi absoluto creemos. Nadie escoge el
171
momento del nacimiento (***) y si éste, como pretende la Astrología, es el
hecho básico de nuestra vida, la falta de libertad es evidente (****).

Al término escoger le doy un sentido de elección consciente. Parece ser


que, desde otra perspectiva, las investigaciones recientes demuestran la
intervención del feto en la decisión del momento del nacimiento.

En la Astrología contamos con un hecho elemental que sienta las bases de


un determinismo, a cierto nivel, absoluto. Los tránsitos y las progresiones,
como cada día comprueba el astrólogo en su consulta, son expresión de un
mecanismo mediante el que, para cualquier individuo, el momento exacto
de su nacimiento determina unas fechas que, a lo largo de toda su vida,
independientemente de su grado de consciencia, de su voluntad y de su
decisión, implicarán el momento oportuno para que se den ciertas
circunstancias, para que se produzcan determinados encuentros. Que el
contenido exacto de estas circunstancias o de los encuentros, no se pueda
predecir, es decir, el qué va a ocurrir, no significa que no exista el
determinismo del momento. Ocurra lo que ocurra y reaccione el individuo
como reaccione, incluso sea consciente o no de ello, la persona, en el
momento de vencimiento de un tránsito, contacta con unas experiencias
cuyo sentido se relaciona con los símbolos astrológicos activos durante el
tránsito o la progresión.

La contradicción entre libertad y destino parece irresoluble, siempre que se


considera a la libertad como la posibilidad o el derecho que uno tiene de
hacer lo que le plazca, cuando se siente que es uno el que elige los
derroteros de su vida y que su decisión siempre responde al dictado de su
voluntad. Pero no para todo el mundo la libertad está en un hacer lo que
quiero. Por ejemplo, para Schopenhauer, el problema de la libertad no
consiste en si puedo hacerlo que quiero, sino en si soy libre de querer lo
que quiero. Su originalidad, nos dice Savater (29,a) fue sospechar que
pudiéramos estar condicionados, desde dentro, por la voluntad misma: ésta
fue la vía que luego prosiguió Freud y el psicoanálisis.

El descubrimiento del inconsciente puso en evidencia la existencia de unas


fuerzas que, operando desde la oscuridad, determinan fatalmente el destino
de una persona. Llámensele complejos, instintos, arquetipos o dioses, el
resultado, desde cierto punto de vista; es el mismo. Jung habla de que los
complejos adquieren autonomía, llegando a comportarse como
personalidades escindidas. Entonces vemos al sujeto actuando bajo el lema:
mi mano derecha no sabe lo que hace mi mano izquierda; con los amigos
soy liberal y progresista, y con la pareja un déspota, etc. En los casos más
172
graves esta disociación da lugar a las crisis psicóticas. Es una cuestión de
Jekyll y Hyde en sus grados más extremos, y es un problema común a
todos los "normales" cuya normalidad se basa en una moral del disimulo
como es la nuestra.

(****) Otro hecho a mi juicio, de gran peso surge del mundo de los sueños. Hay personas que en su
infancia han tenido uno o varios sueños, cuyas imágenes simbólicamente encerraban todo un proyecto
vital. «El primer sueño recordado —afirma Von Franz (Jung) (32)— por una persona representa, con
frecuencia, en forma simbólica, la esencia de una vida entera o de un primer sector de la misma; refleja,
por así decir, un trozo del destino interior en cuyo seno nació dicha persona.

Entendemos y nos han hecho creer, que la moral y la virtud consisten en la


sujeción a unas normas colectivas que marcan el ámbito de lo correcto e
incorrecto, del bien y del mal. Normas que siempre se nos han presentado
bajo un imperativo de validez universal y que, luego, siempre reluce su
relativismo, tanto en lo referente a su ámbito, que es el de un grupo, clase
social o cultura, como a su validez temporal, debido a los cambios
históricos a los que está sometida. Así entendido, el deber, lo que uno debe
hacer, está regulado, dirigido exteriormente por unos preceptos que,
digámoslo así, nos vienen impuestos. Su incumplimiento acarrea problemas
de tipo social y legal. Su fuerza reside tanto en sus elementos coercitivos
como en el propio miedo de todos a perder el aprecio de los demás. La tre-
menda necesidad de sentirse aceptado y querido puede ser nuestra mayor
prisión cuando los demás se rigen, e imponen, por una moral que no surge
del fondo del corazón. Cuando de ahí surge, siempre lo hace
individualmente. Es una moral que nace y muere en el instante, y vive para
un ser humano concreto. Es una moral que puede contradecir todos los
principios morales establecidos. Tiene la fragilidad de la falta de apoyo del
rebaño, pero la invulnerabilidad de todo lo que surge de lo individual.
La otra es una moral de imposición, y frente a ella sólo cabe el acatamiento
y la sumisión o la rebelión. Tanto lo uno como lo otro generan individuos
en conflicto con la norma. El deber casi nunca coincide con el querer, están
en permanente lucha. Si el deber se impone tenemos al individuo normal,
que cumple, pero que está enfermo. Al someterse ha olvidado su querer. En
el otro caso, está el sujeto que antepone su querer exasperado, frente a todo
tipo de obli-gación. Es el delincuente que, marginado de la sociedad o
participando de ella, se rebela y se le condena. Frente a esta moral colecti-
va, fundada en el establecimiento dogmático de categorías rígidas y
universales sobre lo que es el bien y el mal, antepone Nietzsche su ocaso de
los ídolos, el fin de una moral erigida a base de prejuicios e intereses de
grupo. Por ello, su moral no es una moral, sino más bien la destrucción de
toda idea moral. No se trata de extirpar errores del pasado, nos dice, sino de
trastocar el sistema por el cual una verdad pasaba a ser considerada como

173
tal; de afectar la base misma de nuestro pensamiento, de nuestra moral,
que ha sido construida sobre el resentimiento hacia la vida, sobre su
rechazo (*****).

Hoy es necesaria una nueva moral que no esté obsesionada en separar los
cabritos de las ovejas, lo inmoral de lo moral, como ha venido haciendo la
que a todos nos han enseñado. Una moral que funcione como un antídoto
contra un peligro que nos acecha y respecto al cual ya Ortega y Gasset
prevenía: la desmoralización. Octavio Paz nos lo recuerda cuando habla de
la "indiferencia pasiva" de la sociedad moderna, "un hedonismo que no es
una sabiduría, sino una dimisión". Indiferencia que se ha de combatir con la
actitud opuesta, que es la de valorar la realidad. Valorar es reconocer dife-
rencias, es decir, no aceptar cualquier cosa como buena, pero siempre
conscientes de dos cosas:

− Cualquier diferencia se apoya en un suelo de supuestos precarios e


inestables.
− Poder, deber y querer son tres verbos que se han de unir en cualquier
planteo ético. Casi todas las morales enfatizan uno de ellos en detrimento
de los otros, sin ver la necesidad de que se impliquen mutuamente. El
resultado siempre es una moral esquizofrénica e hipócrita.

***** Porqué –se pregunta Nietzsche– la verdad, el placer, la realidad valen más que la mentira, el dolor
o la apariencia? ¿De dónde viene la idea de un «mundo-verdad» o de un «mundo-razón» como
contrapunto de este mundo? ¿Por qué pedir que todo sea de otra manera? La división entre lo bueno y lo
malo, ¡o que es y lo que debería ser es necia y arrogante: presupone que se conoce cuál es el fin, el plan o
el destino del mundo. Pensamos maníqueamente la realidad –el bien y el mal, lo racional y lo irracional,
lo que es y lo que debería ser–, porque representándonos así las cosas encontramos una cómoda
seguridad. Seguridad que impide hacernos cargo de una realidad que no es ni buena ni mala, sino
ambivalente y confusa, en la que nada realmente importa, o al menos no podemos saberlo, pero que a la
hora de vivir, decidir y elegir resulta ineludible.

Una moral no hipócrita tiene que ver con el sentido de la responsabilidad,


que busca más establecer una actitud frente a la propia conducta y sus
consecuencias, que comportarse bien o correctamente de acuerdo a
determinados preceptos. Responsabilizarse de la propia vida y del propio
comportamiento no ha de significar una compulsión a actuar bien, sino a
asumir la responsabilidad por lo actuado. Por contra, ser irresponsable
significa dejar en manos de algún agente exterior el control de la propia
vida. Justificar nuestra existencia o nuestros actos por la influencia de la
sociedad, el destino, los astros, mi pareja, los pobres, los ricos, etc. Esto,
además de no justificar nada, sólo consigue sumirnos en la inconsciencia.
Los psicoanalistas sostienen que precisamente la inconsciencia es la que
174
posibilita la autonomía y el poder de los complejos. Todos poseemos, dice
Jung, una doble personalidad, que será tanto más neurótica cuanto más
pronunciada. Las personas se vuelven neuróticas porque actúan de dos o
más formas distintas, se contradicen siempre a sí mismas y más lo ignoran
cuanto más inconscientes son. Piensan que son sólo un individuo, cuando
en realidad son varios. Ello nos lleva a considerar que el problema del
destino está de algún modo ligado a la cuestión de la consciencia y ésta
siempre implica una dimensión moral. A mayor inconsciencia mayor
fatalidad ciega. En tal caso, toda la libertad de que uno dispone no es más
que un conjunto de elecciones, decisiones y motivos que sólo actúan como
justificaciones y explicaciones que nos damos a nosotros mismos y que
damos a los demás, que encubren otras motivaciones cuya naturaleza y
designios ignoramos. Entonces el comportamiento moral siempre encubre a
su opuesto: una actitud inmoral o amoral. Es el caso de la madre que sólo
quiere el bien de su hijo, y en su actuación se trasluce, aunque ella no lo
vea, una oscura voluntad de poder y dominio. Es el caso de una cultura, la
nuestra, que bajo el pretexto de evangelizar y civilizar el mundo, lo ha
expoliado económicamente y conquistado militar y culturalmente.

Para Jung la neurosis no es una cuestión de represión de los instintos, sino


que, en su raíz, el problema neurótico siempre implica un aspecto ético. El
neurótico lo es, porque elude un conflicto., Con ello no consigue evitar el
sufrimiento sino que aun lo agrava. Uno sufre, está deprimido o
desorientado y además no sabe por qué. El conflicto es, en el fondo, ético,
porque el individuo frente a una situación dolorosa, que exige cierta
decisión, no la quiere afrontar. Se reprime, se desconecta de uno de los
aspectos de la situación conflictiva, con lo que evita la necesidad de tomar
una decisión y el sufrimiento o desgarro que implica un sacrificio. Pero
claro está, tal solución no sólo no elimina el conflicto sino que, en cierta
medida, lo agrava, puesto que lo reprimido vuelve posteriormente en forma
de historia que se repite o en forma de síntoma neurótico. Es la compulsión
a la repetición freudiana. Por eso dice Jung que la neurosis es un sucedáneo
del auténtico sufrimiento. "Cuanto más se sabe –dice– tanto más aumenta
la carga moral, ya que los contenidos inconscientes se transforman en
tareas y deberes individuales en cuanto comienzan a hacerse conscientes."
Al final, la libertad quizá consista en hacer alegremente lo que se tiene que
hacer, suele repetir Jung. Así queda resuelta la aparente contradicción.
Libertad, destino y descubrimiento de sí mismo, constituyen un único y
mismo proceso en el que el individuo, a la par, desarrolla su dimensión
ética y desde ella se vincula con el Todo al que pertenece.

Ya lo dijo Heráclito: "el bien y el mal son una misma cosa". Desde
175
Sócrates a Epicuro, la moral giraba en torno a dos preceptos délficos:
"conócete a ti mismo" y "de nada, demasiado". Los griegos fueron los
primeros que vieron que el Destino exige, para cumplirse, la acción de la
libertad. Sus mitos nos han legado una concepción de pecado muy distinta
a la cristiana. Los dioses del Olimpo no parecen ocuparse por los actos
moralmente buenos o malos que tanto preocupan a la conciencia judeo-
cristiana. Incluso ellos mismos se comportan, a menudo, de tal modo, que
fácilmente se les podría calificar de inmorales o amorales. A ellos parece
no interesarles la moral humana, nuestros conceptos del bien y del mal,
siempre cambiantes y ambiguos, no sirven para dar respuesta a sus
designios.

Al decir de Jung (17,g): "Zeus no moralizaba, sino que gobernaba de un


modo instintivo. Del hombre, Zeus no quería otra cosa que los sacrificios
que se le debían; y, con el hombre, no quería tener nada que ver..., permitía,
desde cierta distancia, que la economía del mundo caminase por las vías
consagradas, y sólo castigaba lo que se salía del orden." Sólo existe un
pecado, el pecado par excellence, que el ser humano pueda cometer. Este
pecado es la hybris, la desmesura, el pecado de querer usurpar el poder de
los dioses. No es un pecado moral, es la transgresión de los límites
humanos, el sentirse dioses o el enfrentarse a ellos, es lo que provoca para
los griegos el castigo divino., el destino trágico. La cólera de Aquiles, el
orgullo de Agamenón, la envidia de Ayax, son manifestaciones de la hybris
y de su poder destructor. La mesura es cumplir con el propio destino, que a
su vez, significa estar dentro de un engranaje cósmico.

La inconsciencia favorece la irresponsabilidad, un actuar bajo el impulso


del capricho o de la necesidad inconsciente que siempre justificamos en
nombre de la propia libertad. Dicha actuación nos aleja de la "tarea a
cumplir". El error implica una deserción del propio camino, actuar en
contra de uno mismo y del cosmos entero. Pero, ¿quién no ha errado alguna
vez? El error revela así su carácter dual: es motivo de hybris e inicio de la
posibilidad de consciencia y redención. El error guarda en sí un inmenso
poder educativo, por tanto, es necesario, pero debido a él, el hombre ha de
habérselas con los dioses, debe expiar la culpa. Como afirma Octavio Paz
(22,a): "La salud individual está en relación directa con la cósmica, y la
enfermedad o la locura del héroe contagian al Universo entero y ponen en
peligro a cielo y tierra... La mesura es el espacio real que cada quién ocupa
conforme a su naturaleza. Ir más allá de sí es transgredir tanto los límites de
nuestro ser como los de los otros hombres y entes. Cada vez que rompemos
la mesura herimos al cosmos entero." Lo que distingue a los héroes griegos
de los otros es que no se conforman con ser simples herramientas en las
176
manos de los dioses. Su destino está entrelazado siempre con el de los
dioses y con la salud misma del cosmos. Lo que caracteriza el espíritu
griego, y es desconocido de los pueblos anteriores, es la clara consciencia
de una legalidad inmanente de las cosas. Existe una legalidad universal,
una ética que, para Homero, no surge de la convención del puro deber, sino
de las leyes del ser.

El cosmos entero está regido por la justicia, y el hombre, como parte activa
de ese cosmos, participa, es contradictoriamente responsable.
Contradicción que se halla en la raíz de lo heroico y, más tarde, en la
conciencia de lo trágico: el hombre es un instrumento en las manos de un
dios pero también se enfrenta a él, por lo que peca. Pero esta afirmación es
trágica, porque el hombre es inocente, su culpa no es suya realmente. Pero
siendo así, paga y expía, porque siendo inocente es culpable: al librar a
Tebas de la Esfinge, Edipo se pierde; al matar a su madre, Orestes
restablece el orden cósmico.

En palabras de Octavio Paz: (22,a): "Si el hombre no fuese culpable, el


Destino no le destrozaría; pero esa culpa no disminuye sino engrandece a
Prometen, Antígona y Edipo. Por ellos y en ellos el Ser se cumple y no
regresa el caos. La consciencia del Destino es lo único que pude librarnos
de su peso atroz y darnos un vislumbre de la armonía universal. Libertad y
Destino son términos opuestos y complementarios. Su misterio pertenece a
la naturaleza misma de las cosas... el hombre es destino, fatalidad,
naturaleza, historia, azar, apetito o como quiera llamársele a esa condición
que lo lleva más allá de sí. En esta contradicción reside el misterio de su
ser, su carácter polémico." Si para O. Paz, la libertad es la dimensión hu-
mana del Destino; para la Astrología el Destino es la expresión del acto de
creación divino. El dominio de la Astrología coincide con el dominio de lo
sagrado, lo divino no revelado aún. El destino constituye una revelación.
La eternidad nos habla a través de lo inconsciente. Por ello, devenir
consciente es darse cuenta de la manifestación de lo divino en nuestra
vida, que siempre aparece como fuerza de destino.

La neurosis oculta la vocación del individuo, afirma Jung, con ello quiere
dar a entender, que tras la resolución del conflicto neurótico no espera la
libertad tal y como la entendemos vulgarmente, como una libertad del
capricho, de hacer, en cada momento, lo que nos venga en gana. A mayor
libertad mayor determinismo, a menor libertad menor consciencia de él.
Paradójicamente el individuo más consciente es, en cierto sentido, el menos
libre, porque sabe que cada momento 'Presenta una cierta exigencia, una
especie de obligación, y que la vida implica un cumplimiento. Libre del
177
conflicto neurótico una persona deviene consciente de su vocación, de la,
"llamada" que constituye su destino. A medida que uno crece, dice un pro-
verbio, adquiere poder y sabiduría, se le estrecha el camino, hasta que al
fin, no elige, y hace pura y simplemente lo que "tiene que hacer".

El hombre no es libre de cambiar las condiciones en que se despliega su


destino. No es libre para decidir y cambiar lo que le ha de pasar, pero es
libre de asumir una actitud frente a su destino. Freud (*) dijo en cierta
ocasión: "Expongamos a cierta cantidad de personas diversas al hambre.
Con el aumento de la imperiosa necesidad de comer se borrarán todas las
diferencias individuales y, en su lugar, surgirá la expresión informe de la
necesidad insatisfecha". "No es cierto –le replicó Victor Frankl, autor que
conoció la experiencia de los campos de concentración– las personas se
hacían más diversas entre sí. La bestia aparecía sin máscara y lo mismo
sucedía con el santo. El hambre era idéntica para todos, mas las personas
diferentes". Quizá nadie pueda elegir o cambiar la fatalidad de pasar
hambre en un momento determinado, lo que sí es propio de cada uno es el
modo en que reacciona frente a lo que le pasa. Lo que nos convierte en
individuos únicos no es lo que nos pasa, como afirma Eskenazi (12,b), "en
realidad el registro de las experiencias que vivimos es finito, todos
conocemos lo que es un gran amor, la gran soledad, la enfermedad, etc. Eso
no es lo que importa, lo que verdaderamente importa es qué es lo que cada
uno hace con lo que le pasa". Reza una anécdota: "Durante la 1 Guerra
Mundial, un médico militar judío estaba sentado junto a un aristócrata
coronel, cuando empezó un bombardeo. Dijo el coronel: «Está Vd.
asustado, ¿no es verdad? He aquí la prueba de que la raza aria es superior a
la semita». «Desde luego que estoy asustado –respondió el médico– ¿pero
quién es superior? Si Vd., querido coronel, estuviera tan asustado como yo
lo estoy, habría salido corriendo hace rato»."

Por último, transcribo una frase de M. Buber (4) que mucho me


impresionó: "Destino y libertad se hallan solemnemente prometidos el uno
al otro. Sólo el hombre que hace de la Libertad algo real para él encuentra
al Destino... A ese hombre el Destino se le aparece como una réplica de su
libertad. El Destino no es su límite sino el cumplimiento; Libertad y
Destino enlazados dan un sentido a la vida. A la luz de este sentido, el
Destino, ante la mirada antes tan severa, se suaviza hasta el punto de
parecerse a la. Gracia misma."

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INDICE ANALITICO

aire: 87, 89, 93, 102


agua: 87, 89, 94, 102, 195
alma: 48, 84, 89, 94, 128, 157, 183, 195, 203
Alquimia (alquimistas): 47, 51, 139
amistad: 38, 84, 189 amor: 38, 43
anima/us: 160
arquetipo: 46, 48, 55, 66, 146, 162, 208
Ascendente: 63, 69, 97
cadente: 76
cerntro: 56, 59, 62, 66, 131, 193
ciclo: 22, 56, 197
Cielo: 44, 56, 139
círculo: 55, 59, 67
complejo: 7, 47, 79, 87, 91, 126, 162, 166, 206, 209 conciencia: 16, 62, 70,
81
conversión: 174
creatividad: 49, 57, 83, 88, 90, 129, 131, 191 cruz, (cuadrado): 55, 60
cuadrantes: 76
cuerpo: 84, 89, 102, 144
daimon: (demonio): 104
descendente: 63, 66, 149
deseo: 50, 52, 64, 77, 79, 108, 111, 126, 159
destino: 10, 17, 19, 25, 26, 37, 48, 51, 57, 58, 61, 64, 67, 70, 71, 88, 92,
104, 114, 177, 182, 195, 205
dioses: 24, 28, 31, 33, 44, 51, 104, 162, 208, 212
181
divino, lo: 17, 25, 35, 40, 46, 56
ejes: 77
enamoramiento: 84, 133
enfermedad: 84, 91, 141, 197
entorno: 80, 115
Espíritu, 33, 55, 58, 62, 103
esoterismo (esotérico): 9, 13, 16, 18, 28, 34, 36, 38, 40, 43, 54
espontaneidad: 134
eterno, lo (eternidad): 17, 20, 25, 31, 35, 40, 42, 44, 45, 52, 56, 170
fijo: 76
Fondo del Cielo: 64, 123 fraternidad: 189
fuego:. 87, 89, 93, 102
Gnosis (gnósticos): 34, 44
hemisferios: 74
hermano: 76, 85, 91, 113 héroe: 59, 67, 82, 130 hijos: 86
Horizonte: 61, 74
Hybris: 213
identidad: 57, 78, 85, 97, 99, 110
imaginación (imagen): 23, 33, 46, 47, 53, 70, 80, 151, 172 incosnciente: 22,
35, 39, 48, 52, 80, 90, 129, 144, 159 Inconsciente Colectivo: 9, 123, 127,
189
Individualidad (Individuación): 17, 30, 48, 55, 61, 66, 70, 76, 78, 79, 86,
92, 125, 132, 139, 159, 182
Kábala: 34
lenguaje: 81, 116 Luna: 75
Marte: 75
Materia: 55, 103, 139 Maya: 24, 34
medicina: 146, 205
Medio Cielo: 63, 65, 179 Memoria: 198
Mercurio: 114
meridiano: 62, 74
misterio: 19, 42, 49, 53, 86, 99, 146, 199 místico: 16, 39, 43, 52, 58
nacimiento: 61, 69, 75, 100
Nadir: 63, 123
neurosis: 48, 79, 87, 91, 94, 159, 183, 206
Otro, el: 48, 64, 74, 76, 86, 93, 109, 113, 150, 160
palabra: 39, 46, 49, 171
poder: 63, 110, 180
psicoanálisis: 26, 41, 48, 73, 99, 123, 163, 208
recursos: 95, 106
revelación: 42, 63, 100, 172, 188 rito: 46
Saturno: 75
182
sentido: 38, 53, 58, 138, 151, 171
sexual: 43, 165
símbolo (simbólico): 13, 24, 28, 40, 45, 47, 49, 53, 66, 73 sincronicidad:
18, 22
Sombra, la: 77, 114
sucedentes: 90
Tema Natal: 17, 19, 26, 55, 66, 73 tierra: 44, 56, 87, 89, 95, 102, 139
trabajo: 95, 139
Tramposo, arquetipo del: 114
Unidad: 38, 41, 43, 45, 55, 103, 171 utopía: 83, 187
vacío, el: 50, 57, 198, 203
Venus: 76
Verdad, la: 39, 169
vocación: 48, 63, 77, 82, 86, 89, 95, 183
Zohar: 43, 121

183

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