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El yo y el objeto se descubren y reconocen simultáneamente a la erotización de ese

organismo, ahora cuerpo erógeno. Este complejo de procesos psíquicos, lo entiendo


basado en el trabajo de la identificación, comprendida ésta, como una actividad de
pensamiento inconsciente, de razonamiento del aparato, que permite ir estableciendo
puntos de coincidencias y diferencias (1914)

podría ser un buen ejemplo de ese “sistema psíquico separado de los estímulos del
mundo exterior”, que aparentemente puede prescindir del objeto, y que puede
satisfacer sus necesidades de nutrición, pero que sin embargo, esta situación no hace
más que describir otra ficción, dado que ahí también es necesario el aporte de un
factor externo, como por ejemplo el calor, para que este sistema funcione. Podemos
pensar entonces esta dimensión como la “ficción del narcisismo”. Tal como señala
Freud en 1921, el objeto ha devorado al yo a costa de la idealización. (1921)

el ideal y el yo se confunden luego de haber ejercido sobre el yo el mayor


sometimiento. Freud (1921c) sostiene que la coincidencia del yo con el ideal genera la
sensación de triunfo sin crítica, se siente libre y sin remordimiento ni reproche, ya que
el yo luego de haberle “ofrendado al superyó” (p. 113) el sacrificio de su renuncia
pulsional, espera ser entonces, amado por éste, como recompensa.

Podríamos pensar entonces que el abandono de la satisfacción con los objetos reales
constituye una regresión narcisista: en “El yo y el ello” Freud postula que el yo se trata
a sí mismo como si fuera el objeto y se ofrece al ello diciéndole: “mírame puedes
amarme a mí, soy tan parecido al objeto…

1921 – La ambivalencia de objeto.

(1914c): Introducción del narcisismo.

(1923b): El yo y el ello.

Lacan se refiere a la tensión de orden pulsional, narcisista y agresiva que el yo


mantiene con la imagen especular. La pulsión encuentra en el semejante la posibilidad
de  identificación con lo que la imagen  refleja de sí pero hay algo que resta  a la
especularidad y hace a una porción incomprensible que pone en juego

El  otro entra en escena en la estructura de los celos: cuando  el otro  es el que posee
el objeto de goce, deja de ser el  simple semejante en el que me reflejo y se hace 
presente en él un núcleo de maldad que tiene que ver con esa porción refractaria a la
identificación que habita tanto en él como en mí y me es inasimilable
Lo  intolerable en el semejante va a estar en relación a eso idéntico que nos habita
que es la falta. Y por eso el prójimo, al presentarme lo intolerable donde solo querría
ver reflejo, es lo más cercano para tomar entre los brazos, para abrazarlo o para
ahorcarlo. Lo imaginario se continúa en lo real y entonces el más íntimo lazo amoroso
contiene una cuota de hostilidad que incita al deseo de muerte.

La diferencia es que  para el hablante no hay realidad que no sea de discurso y la


entrada al  lazo social  implica la castración, pérdida primera de un goce que nunca
hubo.

Por eso todo lazo tiene por fin civilizar, ponerle coto al goce que lo funda. Pero la
estabilidad en el lazo es precaria porque está siempre amenazada por el salvajismo
inhumano que pretende dominar. La fraternidad se origina en el crimen y el empeño
que ponemos en ser todos hermanos es la prueba evidente de que no lo somos.

La identificación:

En Freud la identificación, sus procesos, devienen del Complejo de Edipo: primero el


sujeto se identifica total o parcialmente con la madre, y luego con el padre; el Edipo se
resuelve por la identificación con la persona del mismo sexo.

Freud la define como un proceso por el cual un sujeto asimila un aspecto, una
propiedad, un atributo de otro y se transforma , total o parcialmente, sobre el modelo
de éste.

El concepto de identificación es igualmente importante en la obra de Lacan, tanto es


así, que le dedica un seminario , el nº 9.

Lacan pone especial énfasis en el papel de la imagen, y define la identificación como


“la transformación que se produce en el sujeto cuando asume una
imagen”(recordemos lo que dijimos en nuestro artículo sobre El Estadio del Espejo).
Asumir una imagen es reconocerse en ella y apropiarse de la imagen como si fuera
uno mismo.

Desde el comienzo, Lacan distingue entre identificación imaginaria ( Estadio del


Espejo, constitución del Yo) y la simbólica. La del Estadio del Espejo, constituye la
identificación primaria.
En cambio, la identificación simbólica es la identificación con el padre en la fase final
del Complejo de Edipo, dando origen al Ideal del Yo (metas a alcanzar, algo así como
el ascelerador de la personalidad mientras que el Superyo es el freno).

Gracias a ésta identificación simbólica al padre (en ambos sexos) el sujeto trasciende
la agresividad inherente a la identificación de El Estadio del Espejo; de modo que, esta
identificación secundaria es una especie de normalizador libidinal.

Esta identificación, también tiene algo de imaginario, pero, a cambio, representa el


pasaje del niño al Orden Simbólico, el Orden de la Cultura, la entrada en la Cultura.

Para producir el Ideal del Yo, el sujeto se identifica con el “rasgo unario” o rasgo único,
que introyecta del mismo sexo o, al final del Edipo, del padre.

En Psicología de las masas y análisis del Yo, Freud habla de 3 tipos de identificación,
que Lacan retoma: con un rival, con un objeto de amor, o con el síntoma que padece
una persona (identificación histérica; es el caso, tan visto, de que las histéricas se
identifican con casi todas las personas que están enfermas, etc.).

la escuela kleiniana sostiene que el fin de análisis se produce cuando el paciente se


identifica con el analista, lo que consideramos, con Freud y Lacan, un error que
conduce a la enajenación del paciente en el deseo del analista.

Por el contrario, opina que las identificaciones deben ser cuestionadas (lo cual
produce angustia temporariamente. que el sujeto debe diferenciarse y que no debe
identificarse con su analista, ya que lo haría caer en una forma de alienación

El sujeto, es sujeto del inconsciente, entonces, está dividido de entrada: algo ha sido
perdido. El Yo, es como una especie de prótesis, viene a poner algo donde no hay,
donde no hay de entrada.
Este texto “El Estadio del Espejo...” nos sirve para situar al Yo como función
imaginaria. Decimos que es función (pensándolo desde la matemática) porque
depende de lo simbólico para su conformación, es decir, del Otro: su intervención es
necesaria.

Aquí ya tenemos ubicados dos registros, lo simbólico y lo imaginario. Respecto de lo


real, podemos decir que también está presente. ¿Cómo se presentifica? En esa
prematuración, en esa atomización que el chico siente, mas allá de que se vea como
algo unificado. Lo real está presente ahí, en los datos dispersos -como dice Lacan- de
su propioceptividad. Vemos así cómo se entrecruzan permanentemente los tres
registros.
El sujeto busca permanentemente a través del Yo, completarse, busca el
sentido, busca tapar lo que no hay. Nos pasamos la vida buscando cosas, y seguimos
buscando, porque nada puede satisfacer esta falta estructural.
La cuestión es que el Yo se resiste, se defiende y el sujeto, insiste. ¿De qué se
defiende el yo? Como ya hemos dicho, de esa hiancia, de esa no completud. El sujeto
insiste, en el sentido de que perfora, se hace saber, aparece. ¿Cómo aparece?
Aparece por donde no aparece el Yo: en las contradicciones, en los lapsus, en los
sueños etc. El Sujeto, está sujeto a aquello que lo determina y que conforma su
inconsciente.

Esto es importantísimo, poder ir situando las diferencias entre el yo y el sujeto, porque


de esta diferenciación, depende la clínica misma.

Las psicoterapias -no tienen nada de malo- trabajan desde y con el Yo.

El psicoanálisis –su práctica- apunta a que justamente, algo del sujeto pueda emerger
y, si bien el yo está presente a cada momento, lo que hacemos es producir un
corrimiento del yo puesto que no es a él a quien nos dirigimos.
 

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