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El Yo y El Objeto Se Descubren y Reconocen Simultáneamente A La Erotización de Ese Organismo
El Yo y El Objeto Se Descubren y Reconocen Simultáneamente A La Erotización de Ese Organismo
podría ser un buen ejemplo de ese “sistema psíquico separado de los estímulos del
mundo exterior”, que aparentemente puede prescindir del objeto, y que puede
satisfacer sus necesidades de nutrición, pero que sin embargo, esta situación no hace
más que describir otra ficción, dado que ahí también es necesario el aporte de un
factor externo, como por ejemplo el calor, para que este sistema funcione. Podemos
pensar entonces esta dimensión como la “ficción del narcisismo”. Tal como señala
Freud en 1921, el objeto ha devorado al yo a costa de la idealización. (1921)
Podríamos pensar entonces que el abandono de la satisfacción con los objetos reales
constituye una regresión narcisista: en “El yo y el ello” Freud postula que el yo se trata
a sí mismo como si fuera el objeto y se ofrece al ello diciéndole: “mírame puedes
amarme a mí, soy tan parecido al objeto…
(1923b): El yo y el ello.
El otro entra en escena en la estructura de los celos: cuando el otro es el que posee
el objeto de goce, deja de ser el simple semejante en el que me reflejo y se hace
presente en él un núcleo de maldad que tiene que ver con esa porción refractaria a la
identificación que habita tanto en él como en mí y me es inasimilable
Lo intolerable en el semejante va a estar en relación a eso idéntico que nos habita
que es la falta. Y por eso el prójimo, al presentarme lo intolerable donde solo querría
ver reflejo, es lo más cercano para tomar entre los brazos, para abrazarlo o para
ahorcarlo. Lo imaginario se continúa en lo real y entonces el más íntimo lazo amoroso
contiene una cuota de hostilidad que incita al deseo de muerte.
Por eso todo lazo tiene por fin civilizar, ponerle coto al goce que lo funda. Pero la
estabilidad en el lazo es precaria porque está siempre amenazada por el salvajismo
inhumano que pretende dominar. La fraternidad se origina en el crimen y el empeño
que ponemos en ser todos hermanos es la prueba evidente de que no lo somos.
La identificación:
Freud la define como un proceso por el cual un sujeto asimila un aspecto, una
propiedad, un atributo de otro y se transforma , total o parcialmente, sobre el modelo
de éste.
Gracias a ésta identificación simbólica al padre (en ambos sexos) el sujeto trasciende
la agresividad inherente a la identificación de El Estadio del Espejo; de modo que, esta
identificación secundaria es una especie de normalizador libidinal.
Para producir el Ideal del Yo, el sujeto se identifica con el “rasgo unario” o rasgo único,
que introyecta del mismo sexo o, al final del Edipo, del padre.
En Psicología de las masas y análisis del Yo, Freud habla de 3 tipos de identificación,
que Lacan retoma: con un rival, con un objeto de amor, o con el síntoma que padece
una persona (identificación histérica; es el caso, tan visto, de que las histéricas se
identifican con casi todas las personas que están enfermas, etc.).
Por el contrario, opina que las identificaciones deben ser cuestionadas (lo cual
produce angustia temporariamente. que el sujeto debe diferenciarse y que no debe
identificarse con su analista, ya que lo haría caer en una forma de alienación
El sujeto, es sujeto del inconsciente, entonces, está dividido de entrada: algo ha sido
perdido. El Yo, es como una especie de prótesis, viene a poner algo donde no hay,
donde no hay de entrada.
Este texto “El Estadio del Espejo...” nos sirve para situar al Yo como función
imaginaria. Decimos que es función (pensándolo desde la matemática) porque
depende de lo simbólico para su conformación, es decir, del Otro: su intervención es
necesaria.
Las psicoterapias -no tienen nada de malo- trabajan desde y con el Yo.
El psicoanálisis –su práctica- apunta a que justamente, algo del sujeto pueda emerger
y, si bien el yo está presente a cada momento, lo que hacemos es producir un
corrimiento del yo puesto que no es a él a quien nos dirigimos.