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arrogante, pero esa misma arrogancia transmitía un enorme sentimiento de confianza, no solo
a ella, sino que tambien a todos los presentes, todos estaban seguros de que podrían ganar,
todos estaban seguros de que la justicia triunfaría sobre el mal. Así era Leona, la muchacha de
apariencia estrafalaria y prematura, examinaba con sus manos revestidas por unos guantes de
cuero negro, la boca de un cadáver
Abraham junto con Thomas Astor, al igual que unos novatos, únicamente se limitaban
a mirar desde lejos, en un rincón de la habitación.
Algunos días atrás, Abraham Eichhorst salía del hospital fingiendo estar recuperado
de su amnesia. El plan de Leona, perpetrado por Wilson – su mayordomo – era infalible. Lo
único que debía hacer el anglosajón, era fingir que sus recuerdos comenzaban a volver de
forma gradual, y así hacerle creer a Vladimir que esto era gracias a la ayuda de Wilson. Por otra
parte, el pago de los gastos del hospital no fue problema para Ashord, y por muy peculiar que
resultó ser para Abraham, la orden de la policía para que no saliera del hospital, fue revocada
gracias a las influencias de la aún misteriosa Leona
Una vez el auto se detuvo, el anglosajón puso un pie fuera y decenas de hojas que
cubrían el suelo crujieron, haciendo un eco que recalcaba la soledad que habitaba durmiente
en el lugar.
El día estaba encapado por un espeso manto grisáceo, que por varias semanas había
estado acechando los cielos de Demert. Una suave brisa recorría los campos y pasaba a través
de los arboles, desprendiendo con delicadeza varias hojas que terminarían en el suelo. El rostro
del anglosajón estaba entumido, sus labio resecos por el frio y la brisa del lugar. A lo lejos, el
sonido de las hojas girando en torbellinos turbulentos rompía con el monótono silencio a su
alrededor. Abraham se apoyó en el capó del Ford, lo cual resultó ser satisfactorio para sus
desnudas manos entumidas por el frio. El paisaje frente a él era abrumador, parecía ser una
casa, pero era demasiado grande para ser llamada así. Columnas con aires grecorromanos
encasillaban la entrada del lugar; amplia era la cantidad de ventanas que, como ojos sin
parpados, reflejaban el interior de la morada y todas estas eran adornadas por gruesos marcos
color blanco de madera talladas a mano; el color de la casa era de un gris tan insípido y
desteñido, que combinaba a la perfección con el tétrico y triste paisaje al alrededor
Wilson abrió la puerta y entró sin previo aviso, y el anglosajón lo siguió para no
quedarse atrás. El interior de la casa era particularmente oscuro, probablemente por todos los
pinos y arboles sin hojas que custodian sus alrededores. Esta estaba llena de meticulosos
adornos, cuadros y demás. Delgadas estelas polvorientas quedaban al descubierto gracia a los
desabridos rayos del sol, que con debilidad perpetraban por algunas de las ventanas sin
cortinas. Wilson siguió avanzando y con Abraham como su sombra; a cada paso que daban, una
tabla del suelo crujía haciendo un incomodo eco que resonaba por toda la casa, exagerando
aun más la incómoda sensación de silencio y soledad que dormitaba por doquier
Ashford llegó con Abraham a una sala de estar excelentemente bien decorada, con
dos sofás oscuros estilo luís XVI al medio del lugar, uno mirando al otro. Las paredes eran
tapizadas por una que otra pintura de arte contemporánea; justo en el fondo de la sala, yacía
un bello piano color negro, aquel instrumento parecía estar nuevo. En uno de los sofás de la
habitación se encontraba una mujer, una niña a simple vista. Para la sorpresa de Abraham, la
señorita vestía una camisa blanca muy despegada del cuerpo y unos pantalones doblados hasta
las rodillas. La muchacha se encontraba con los dos pies descalzos recostada en el sillón, y en
sus manos poseía un libro muy grueso que parecía robar su atención de forma plena. Nada
salía de lo normal en la joven, nada menos su cabello, cosa que fue lo que más le llamó la
atención a Abraham. La muchacha, portaba una larga cabellera hasta la cintura, pero al igual
que Wilson, esta era teñida por el mismísimo e inmaculado color del invierno, un blanco tan
puro que se asemeja al de los montes siberianos
- Con permiso, señorita Leona – dice Wilson - le he traído conmigo al señor
Eichhorst, tal como me lo ordenó
- ¿Tuviste algún problema con la policía? – pregunta sin dejar de leer
- No. Gracias a los documentos que usted me facilitó no tuvo ningún inconveniente
a la hora de retirar al señor Eichhorst del hospital
- Eso pensé. Wilson, ¿Podrías preparar un poco de té para nuestro invitado?
Después de todo, no hay que dejar de lado las viejas costumbres natales
- Oye tú – dice ella por fin rompiendo con el incomodo manto de silencio que los
cubría - Le pedí a Wilson que me trajera al ex inspector Abraham Eichhorst, no
una estatua de él – le dice sin mirarlo
- Perdón – responde con desconfianza – es solo… que…
- ¿Estás confundido? Será mejor que te sientes de una vez. Además descuida, la
pared no se caerá si te despegas de ella
Abraham se sentó en el sofá que aún estaba disponible, quedando así justo al frente
de la muchacha. Cuando la vio, ahora mucho de cerca que antes, se percató de algo que le
llamó mucho la atención, incluso más que su cabello; Abraham comenzó a recordar la foto que
le había mostrado Wilson, y se percató de que la muchacha que salía en ella, sin lugar a dudas,
era Leona. Ahora que el anglosajón la veía más de cerca, un extraño sentimiento comenzaba a
nacer de él, al igual que cuando escuchó el nombre de la muchacha por primera vez, era algo
inexplicable, era un sentimiento indescriptible y confuso, que nacía desde el interior de su
corazón
- ¿Acaso tienes algún tipo fetiche con la gente que lee? – pregunta sin mirarlo.
- No, eso…
- Porque si es así… a Wilson tambien le gusta leer
- Eres… Leona ¿Cierto?
- No en realidad, ese no es mi verdadero nombre. Solo es un alías, un seudónimo
por así decirlo. Constantemente me involucro con gente peligrosa y no me
conviene que se enteren de mi identidad…
- ¿Por qué?
- Digamos que… tambien hay cosas del pasado que prefería mantener en secreto.
- ¿Ni si quiera me puedes decir cómo te llamas?
- Nunca intentes conocer a alguien sin antes conocerte primero
- Mientras esperamos el té… ¿Me podrías contar algo?
- Supongo que te refieres a tu pasado. Puedo hacer eso.
Los ojos azules de Abraham expresaban una seriedad absoluta, y ni si quiera se despejaban de
la imagen de la joven; no obstante, ella no dejaba de lado su lectura, pareciendo ignorar por
completo todo el mundo a su alrededor, pero de igual manera conversaba con Eichhorst
- Nos conocimos hace 2 años, en Londres. En ese entonces aún trabajabas como
inspector de la policía, antes de tu supuesta muerte, claro está. La policía te
encargó que me buscases. A decir verdad, debió de ser una misión difícil, no soy
fácil de encontrar.
- ¿Para qué buscarte?
- Un caso, supuestamente imposible de resolver, había un asesino en serie que
estaba agitando a todo Londres
- ¿Cómo el de Demert?
- Jaja, no me hagas reír. El sujeto del cual hablamos mató a 150 personas ¿Crees
que eso se compara con alguien que ha matado solamente a 26? Ni en lo más
mínimo. Aquel sujeto era un monstruo comparado con el pequeño gatito, fan del
espectáculo y la teatralidad que está comenzando a cazar. Ni si quiera tiene un
código moral o una marca que lo identifique. Eso es patético
- ¿Cómo era el otro asesino?
- No mataba niños; además tenía un modus operandi específico. Por supuesto que
no estoy justificando su comportamiento, ya que ninguna de los dos es mejor que
el otro, los dos son enemigos de la justicia y, por tanto, mis enemigos también.
- ¿Qué pasó después con el asesino?
- Lo atrapamos y fue condenado a muerte. Ese fue el último caso que alcanzaste a
resolver, posteriormente pasado algunos días, nadie supo de ti, fue como si te
evaporases de la nada, por eso todos creyeron que habías muerto
Por alguna razón, Leona al terminar de hablar, cerró su libro y lo dejó en el suelo. La joven se
acurruco en el sillón; sus ojos eran de un verde particularmente intenso y claro; con su mirada
perdida reflejaba una profunda tristeza. Sus ojos solo contemplaban el suelo, el techo o las
paredes; muy rara vez miraba a los ojos de una persona, a ella le incomodaba realizar tal
acción, según decía: “Los ojos de una persona dicen demasiado y algunas veces dicen muy
poco. Eso no solo es inquietante, sino que tambien es molesto”
- ¿Qué hay de ahora? –pregunta Abraham - ¿Para qué me buscaste si dices ser tan
buena como lo eres?
- Un capricho mío solamente, digamos que sentí algo de nostalgia por tu pérdida.
Así que cuando supe que estabas en el hospital, no dudé en ir a sacarte, así puedo
revivir viejos momentos
- Eso es un poco… egoísta de tu parte
- Claro, es porque soy egoísta y caprichosa
Los pasos de Wilson comenzaron aparecer ante los oídos de Abraham, el rítmico
sonar de las tablas anunciaba así la presencia del mayordomo. Wilson puso una bandeja con
una tetera, algunas tazas, azúcar y demás, sobre una pequeña mesita de vidrio en frente de
Abraham y Leona; posteriormente el mayordomo se retiró. Eichhorst preparó una taza de té
con normalidad, mientras observaba con extrañeza como la muchacha al preparar el suyo, le
colocaba 7 terrones de azúcar
- Supongo que ahora debo de explicarte la situación actual – dice ella con
sosteniendo su taza de té con elegancia – En verdad mi deseo es que me ayudes,
como en los viejos tiempos. Te pagaré un sueldo semanal de quinientos mil
reales, vivirás en esta casa, dormirás y comerás en esta casa. No saldrás sin mi
consentimiento y cada vez que lo quieras hacer te acompañaré.
- Eso es un poco… obsesivo de tu parte. ¿Acaso soy un muñeco?
- No. Pero si quieres que la persona que te causó esa amnesia te encuentre y te
mate, es problema tuyo. Además, no conoces las calles de Demert, así que sería
fácil perderte.
Abraham oía con atención las autoritarias palabras de la muchacha con cabellera blanca,
mientras daba un pequeño sorbo a su té. Eichhorst comenzó a darse cuenta, de que
contradecir a Leona era una tarea sumamente difícil, quizás imposible; no solo por la terquedad
de la joven, sino que tambien por la enorme confianza con la cual hablaba, aquella seguridad
en sus palabras solo transmitía una viva imagen de sabiduría y razón incuestionable
Abraham tenía algo de desconfianza ante tal idea, era por así decirlo: “demasiado bueno, para
ser verdad”. No obstante, el anglosajón no tenía otro lugar a donde ir; el doctor Lubchenko
quizás era una buena opción, pero aquello era demasiado vergonzoso para él, ya el ruso
asumió que Eichhorst recuperó parte de sus recuerdos, por tal razón no podía traicionar la
confianza de su único amigo.
Finalmente, Leona bebió con finura su té azucarado, mientras oía como Abraham
aceptaba su propuesta