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poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas.

Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
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vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
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esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
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pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

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«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

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otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
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No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
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citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
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hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
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Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
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pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
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A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
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Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
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No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
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poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
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vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

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A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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característico ritmo al

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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
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vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
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Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
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hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
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hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
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vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
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A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
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pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
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realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
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A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
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hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
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vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

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otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
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Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
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establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
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hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
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A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
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pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
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A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
Cuando fui al jardín de infancia, que fue mucho más tarde (yo tenía seis años), tenían un poderoso
objeto en aquellos tiempos que era el «tejido». Tenían una especie de papel de color: un papel
cuadrado con rendijas de un centímetro situadas en paralelo. Y teníamos tiras de papel de un
centímetro. Uno era la trama y la otra la urdimbre. Se suponía que teníamos que tejer y producir
dibujos que fueran regulares e interesantes. Y aparentemente esto es muy difícil para

un niño. Se comentaba en especial mi trabajo; la maestra estaba muy emocionada y sorprendida.


Yo producía patrones complejos, correctamente, sin ninguna dificultad, mientras que ello era tan
difícil para la mayoría de los niños que esto ya no se hace en el jardín de infancia. Entrevista con
Charles Weiner, 4 de marzo de 1966, Biblioteca y Archivos de Niels Bohr en el Centro para la
Historia de la Física

Mi padre me solía llevar al Museo de Historia Natural: este era un lugar magnífico.
Contemplábamos los huesos de dinosaurio y cosas como estas… ¡era estupendo!
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
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poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
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vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

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A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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característico ritmo al

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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
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vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
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Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
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hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
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hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
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vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
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A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
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pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
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realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
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A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
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hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
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vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

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otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
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Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
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establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
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hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
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A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
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pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
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A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
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Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
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realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
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No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
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A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
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pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
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parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
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poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
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vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

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otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
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No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
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hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
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Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
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Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

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«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

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otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
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No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
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citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
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hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
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Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
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pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
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A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
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Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
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No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
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poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
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vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

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A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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característico ritmo al

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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
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vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
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Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
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hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
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hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
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vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
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A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
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pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
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realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
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A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
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hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
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vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

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otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
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Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
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establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
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hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
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A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
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pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
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A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
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Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
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realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
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No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
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A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
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pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
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parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
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poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
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vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

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otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
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No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
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hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
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Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
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Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

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«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

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otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
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No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
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citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
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hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
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Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
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pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
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A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
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Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
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No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
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poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
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vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

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A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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característico ritmo al

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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
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vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
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Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
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hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
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hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
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vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
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A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
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pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
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realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
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A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
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hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
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vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

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otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
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Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
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establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
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hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
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A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
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pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
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A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
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Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
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realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
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No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
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A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
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pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
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parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
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poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
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vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

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otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
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No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
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hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
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Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
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Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

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«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

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otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
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No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
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citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
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hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
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Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
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pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
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A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
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Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
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No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
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poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
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vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

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A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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característico ritmo al

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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
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vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
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Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
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hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
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hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
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vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
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A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
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pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
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realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
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A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
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hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
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vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

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otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
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Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
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establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
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hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
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A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
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pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
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A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
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Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
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realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
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No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
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A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
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pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
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parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
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poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
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vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

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otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
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No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
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hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
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Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
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Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

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«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

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otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
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No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
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citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
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hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
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Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
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pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
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A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
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Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
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No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
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poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
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vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

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A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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característico ritmo al

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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
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vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
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Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
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hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
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hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
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Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

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no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

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Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
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Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
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hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
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vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
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A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
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en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
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de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
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pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en
poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas. Una de mis
citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte
en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción,
mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba
de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que
esta cita concreta sea mucho más conmovedora. Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas
recuerdo tanto su actitud frente a la

vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas
pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:

Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que
otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.

A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no
recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela,

etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de
no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico,
amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy
parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:

Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante
grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo
haces lo bastante bien (y lo harás, si

realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer .

Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término
«cocinar» en su discurso del premio Nobel:

No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema
relativista.

Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su
característico ritmo al

hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de
hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar
hasta aquí», para describir un camino con rodeos. Sé que estaba fascinado con Las Vegas.
Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el
fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales. [3] El ritmo
establece realmente la escena:

Ejemplo. Estoy en Las Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un
hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos,
tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las
cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento Este tipo se me acerca y dice: «Se lo
demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en

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