Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Nono Cacciari Hemeroteca
Nono Cacciari Hemeroteca
Una
conversación
entre
LUIGI
NONO
y
MASSIMO
CACCIARI
Massimo
Cacciari:
La
Escucha,
el
Silencio,
lo
Posible…
Sin
pretender
considerar
de
modo
diacrónico
tus
diez
últimos
años
de
producción,
creo
que
éstas
pueden
ser
las
palabras
determinantes,
las
únicas
capaces
de
definir
la
constelación
problemática
en
la
que
está
en
juego
el
sentido
mismo
de
tu
búsqueda.
Los
temas
genera-‐les
en
que
se
inscribe
incluso
nuestra
colaboración
en
el
Prometeo
giran
alrededor
de
una
importante
relación:
música-‐
texto,
y
músi-‐ca-‐espacio.
Creo
que
tu
esfuerzo
se
orienta,
y
cada
vez
más,
hacia
una
suer-‐te
de
epoché
de
la
experiencia
musical,
y
concretamente
en
lo
que
se
refiere
a
la
audición.
Esta
epoché,
cuando
efectivamente
parece
per-‐tenecer
naturalmente
al
lenguaje
de
la
música
(la
dimensión
de
la
audición),
se
diría
que
supone
para
ti
un
medio,
un
elemento
que
nos
sugiere
un
urgente
retorno
a
lo
auditivo.
Con
ello,
puedo
pre-‐guntarte,
¿qué
ha
usurpado
la
audición
a
su
propia
esencia,
sobre
todo
en
lo
tocante
a
la
música?
¿Cómo
podemos
pensar
de
nuevo
lo
auditivo
—no
«saber»,
sino
pensar
lo
auditivo—
más
allá
de
una
tradición
que
ha
comportado
esta
usurpación?
Luigi
Nono:
Ya
vengo
señalando
desde
hace
tiempo
la
diferen-‐cia
entre
el
pensamiento
y
la
praxis
que
dice:
«escucha»,
y
el
pensa-‐miento
y
la
praxis
que
dice:
«cree».
Cacciari:
¿Insinúas
que,
lejos
de
continuar
evolucionando
hacia
un
auténtico
pensamiento
de
la
escucha,
el
lenguaje
musical
se
ha
adscrito,
por
así
decirlo,
a
una
especie
de
«fe»
en
lo
auditivo?
Nono:
¡Así
es!
Una
fe
religiosa,
o
tal
vez
laica,
o
naturalista
o
determinista
o
mecánica,
o,
en
el
peor
de
los
casos,
narrativa…
ale-‐jada
de
una
fenomenología
acústica.
Frente
a
ésta,
aparece
enmu-‐decida
la
verdadera
exigencia
de
la
escucha,
en
el
sentido
de
que
ja-‐más
es
posible
en
cuanto
no
finita,
no-‐llevada-‐a-‐fin.
La
escucha
de
este
«posible»
es
la
escucha
en
la
que
no
existe
diferencia
entre
la
parte
interna
y
la
externa.
Y
viceversa,
se
produce
esa
escucha
apa-‐rente,
en
la
cual
lo
interior
es
«escuchado»
como
reflexión,
o
quizá
como
aquello
íntimo
que
difiere
del
exterior.
Es
lo
mismo
que
su-‐cede
al
que
contempla
más
allá
de
estos
cristales
y
ve
árboles,
y
crea
árboles
y
el
movimiento
de
sus
ramajes,
pero
no
escucha.
Cacciari:
La
escucha
habría
sido
progresivamente
usurpada,
consumada,
a
partir
del
momento
en
el
cual
se
abandona
esa
di-‐mensión
de
encanto
respecto
al
sonido,
pero
seguimos
escuchando
imágenes,
según
una
visión
realista
o
naturalista,
acaso
según
un
discurso
ideológico…
Nono:
O
bien
literario…
Cacciari:
Al
contrario,
el
pensamiento
que
dice
«¡escucha!»
pare-‐cería
invitar
a
no
traducir
más
el
sonido
como
una
respuesta
a
la
pregunta:
«¿Qué
es
el
sonido?»,
a
no
hacerlo
más
—por
decirlo
a
lo
Rosenzweig—
desde
el
punto
de
vista
de
la
Wasist?-‐Frage,
de
la
ins-‐tancia
de
discernimiento
que
impulsa
todavía
a
la
crítica
y
la
inves-‐tigación
musicológica,
las
cuales
imprimen
una
especie
de
aliena-‐ción
esencial
del
sonido:
metaforizan
el
sonido
a
través
de
imágenes,
explicando
y
argumentando,
por
lo
tanto,
todo
aquel
sonido
¡que
en
realidad
no
lo
es!
«Para
mí
la
relación
entre
sonido
y
espacio
es
decisiva:
cómo
el
sonido
lee
el
espacio,
y
cómo
el
espacio
descubre,
desvela
el
sonido»
«Ahora
triunfa
la
geometría
unificada
de
las
salas
y
teatros,
con
esa
disposición,
fijada
ya,
del
frente
afrente»
Nono:
¡Desde
luego!
Y
si
tenemos
en
cuenta
que
se
trata
de
imá-‐genes
en
el
sentido
estricto,
de
imágenes-‐ideas,
entonces
es
más
fácil
hallar
cualquier
elemento
de
periodización
en
la
historia
de
la
mú-‐sica
para
separar
o
individualizar
la
génesis
de
este
proceso
de
pér-‐dida
de
la
dimensión
originaria
de
lo
auditivo.
Este
asunto
está
ya
muy
presente
en
el
siglo
XVIII,
con
Rameau,
con
la
clasificación
clá-‐sico-‐platónica
de
los
modos
griegos
según
los
estados
anímicos,
descritos
incluso
en
su
Teoría:
la
significación,
por
ejemplo,
de
la
tríada
mayor
o
menor
a
través
del
«Heroico»,
el
«Furioso»,
el
«Dé-‐bil»,
el
«Quejumbroso»,
etc.
hasta
la
burocratización
soviética:
la
tonalidad
mayor
y
positiva,
la
tonalidad
menor
y
negativa…
Es
el
maniqueísmo
de
la
ideología,
es
el
acontecer
del
teatro
de
ópera
italiano
o
«a
la
italiana»
el
que
produce
una
total
neutralización
del
espacio.
Todo
ello
me
confirma
lo
decisiva
que
es
para
mí
la
rela-‐ción
entre
sonido
y
espacio:
cómo
el
sonido
se
forma
con
otros
so-‐nidos
en
el
espacio;
cómo
aquéllos
se
recomponen
en
éste,
lo
que
significa,
cómo
el
sonido
lee
el
espacio,
y
cómo
el
espacio
descubre,
desvela
el
sonido.
Cacciari:
Ahí
está…
el
espacio.
Tal
vez
podamos
decirlo
con
Foucault:
el
surgimiento,
en
un
momento
histórico
determinado,
de
las
«heterotopías»
destinadas
a
la
audición
musical.
Junto
a
los
cementerios
y
manicomios,
junto
a
las
cárceles,
se
levantaron
los
teatros
y
las
salas
de
concierto.
Creo
que
se
trata
de
una
estrecha
analogía
respecto
de
lo
que
se
decía
sobre
la
unificación
de
los
so-‐nidos
a
través
de
la
Wasist?-‐Fragey
de
la
unificación
del
espacio
en
el
que
se
da
la
ejecución-‐audición
musical.
De
la
concentración
y
la
homogenización
del
espacio,
de
la
pérdida
de
la
multiespacialidad,
se
va
a
la
radical
reducción
de
la
multiplicidad
de
sonidos,
de
«sen-‐tidos»,
de
la
audición.
Nono:
La
unicidad
de
lo
auditivo
espacial-‐musical
es
la
conse-‐cuencia
de
la
idea
unidireccional,
unidimensional,
de
la
geome-‐tría.
Con
la
experiencia
musical
de
las
salas
y
teatros,
se
demuestra
que
en
la
espacialidad
propia
de
lugares
de
antaño
se
producen
in-‐númeras
geometrías,
que
se
entrecruzan,
se
trastornan
continua-‐mente.
Pienso
en
la
basílica
de
San
Marco,
o
en
Notre-‐Dame
de
París.
¡Su
infinita
diferencia
arquitectónica!
En
casi
todas
esas
construcciones,
los
coros,
la
cantoría
y
los
órganos
estaban
dis-‐puestos
a
media
altura:
la
música
era
escuchada
cuando
ascendía,
y
sólo
desde
abajo
se
oía
su
efecto.
Se
producía,
pues,
a
distintas
al-‐turas
«respondiendo»
a
otras
tantas
geometrías,
que
en
apariencia
distorsionaban
la
composición.
Y
sin
embargo,
la
misma
composi-‐ción
estaba
pensada,
construida
para
y
con
aquella
estructura
geo-‐métrica.
Consideremos
la
técnica
compositiva
de
Giovanni
Ga-‐brieli:
la
escritura
musical
pensada
para
cinco
coros
es
totalmente
distinta
a
la
creada
para
un
coro
a
cuatro
voces.
La
unidad
del
es-‐pacio
geometrizado
en
dichos
lugares
se
distorsionaba,
la
música
buscaba
siempre
espacios
nuevos;
son
los
espacios
que
tú
oyes;más
que
leerlos
los
escuchas,
aunque
no
suene
ninguna
música.
Michele
Bertaggia:
¿Estos
lugares
permitían,
creo
deducir,
que
el
oyente
mismo
interviniera
con
su
movimiento,
con
su
cambio
de
posición,
en
la
modificación
del
sonido,
creando
así
una
infini-‐ta
cantidad
de
posibilidades
auditivas?
El
oyente
era
partícipe
a
un
mismo
tiempo
de
la
ejecución
y
de
la
propia
composición.
Nono:
¡Así
es!
Ahora,
sin
embargo,
triunfa
la
geometría
unifi-‐cada
de
las
salas
y
teatros,
con
esa
disposición,
fijada
ya,
del
fren-‐te
afrente.
Cacciari:
El
sonido
resulta
así,
y
de
modo
definitivo,
visuali-‐zado.
Antes
que
la
audición,
lo
que
se
potencia
es
la
visión,
la
imagen.
Nono:
Éste
es
un
largo
proceso
que
culmina
con
la
proclama-‐ción
del
divismo
actual:
el
oyente
debe
ver
nítidamente
no
sólo
al
cantante,
¡sino
sobre
todo
al
director!
En
este
sentido
es
un
ejem-‐plo
el
caso
de
la
Filarmónica
de
Berlín
con
un
Scharoun
rasgando
los
espacios,
proponiendo
una
continua
alteridad.
Su
propuesta
y
potencialidad
fueron
desestimadas:
la
centralidad
estática
de
dicha
orquesta
y
de
Karajan
hicieron
que
tales
espacios
se
perdieran
e
inutilizaran
hasta
llevar
al
público
a
la
«celebración»
del
propio
Karajan,
único
centro,
con
unos
espectadores
a
menudo
dispuestos
a
espaldas
de
la
orquesta.
Cacciari:
Aunque
por
la
vía
de
la
investigación,
por
decirlo
de
algún
modo,
sociológico-‐
arquitectónica,
parece
que
se
confirma
el
proceso
de
traducción
del
sonido
en
imágenes.
El
espacio
se
diría
que
está
hoy
organizado
para
propiciar
una
única
percepción;
re-‐sulta
evidente,
como
acaece
en
toda
nuestra
civilización,
que
se
tra-‐ta
del
fin
de
una
aventura
que
proclama
el
predominio
del
«ver»
so-‐bre
el
«escuchar».
Es
una
civilización
denominada
del
ideîn,
del
sa-‐ber
como
ideîn.
Respecto
a
tal
dominio,
la
música
aparece,
cada
vez
más,
como
auténtico
problema
de
lo
auditivo,
resulta
skándalon,
perturbación
de
esta
civilización
del
theoreîn.
¿Te
parece
legíti-‐mo
situar
esta
cesura
entre
los
siglos
XVII
yXVIII?
Fue
cuando
se
produjo
una
clamorosa
«conversión»
al
redimensionamiento
del
espacio,
un
espacio
en
el
que
se
hace
música
en
el
horizonte
y
bajo
las
leyes
de
la
visualidad,
en
el
ideîn,
en
el
cual
se
resuelve
esencial-‐mente
la
Wasist?-‐Frage.
De
modo
que
el
espacio
físico
unívoca-‐mente
geometrizado
permite
eidéticamente
el
sonido,
el
espacio
musical
propiamente
determinado:
permite
el
asimiento,
el
Begriffdel
sonido
como
imagen.
Es
el
cumplimiento
de
una
lejana
obse-‐sión,
originaria
de
nuestra
civilización:
civilización
áptica,
como
diría
Kayser,
en
el
sentido
que
para
aprehender
es
necesario
obser-‐var
el
sujeto
en
su
tridimensionalidad.
Polemizando
radicalmente
contra
ese
Begriff,
Nietzsche
aparece,
entre
nosotros,
en
el
origen
de
tal
conciencia
crítica.
Bertaggia:
Y
sin
embargo,
no
podemos
dejar
de
reconocer
que
no
es
ajeno
a
tal
problema,
al
menos
en
su
Nacimiento
de
la
trage-‐dia:
incluso
ahí
se
evidencia
un
proceso
de
metaforización.
Cacciari:
Es
verdad,
pero
no
de
tipo
platónico;
acaso
de
un
neo-‐platonismo
un
tanto
singular.
La
de
Nietzsche
a
Wagner
no
es
una
crítica
a
tal
o
cual
«figura»
mítico-‐ideológica,
sino
la
crítica
de
la
fi-‐guratividad
misma,
el
decidido
ataque
a
las
continuas
«metaforiza-‐ciones»
wagnerianas
del
sonido.
Nono:
Aunque
el
Tristán
parece
huir
de
ello.
Bertaggia:
Con
todo,
y
a
parte
de
estas
cuestiones
espaciales,
en
la
música
contemporánea
ha
surgido
otra
directriz
problemática,
muy
significativa:
la
relación
entre
el
sonido
y
el
color.
Nono:
¡En
efecto!
Skriabin,
Schönberg
y
Kandinski
dieron
una
gran
importancia
a
esta
vertiente,
por
más
que,
en
el
fondo,
no
emplearan
y
concibieran
el
color
en
su
función
simbólica,
algo
que
a
veces
no
ha
sido
comprendido
en
su
totalidad.
Yo
mismo
me
es-‐fuerzo
por
escuchar
los
colores,
al
igual
que
escucho
las
piedras
o
los
cielos
de
Venecia:
y
lo
hago
como
percepción
de
las
relaciones
en-‐tre
ondulaciones
y
vibraciones
desvinculadas
de
todo
lazo
simbóli-‐co.
Cuando
trabajábamos
en
el
Prometeo,
Massimo
y
yo
nos
diver-‐tíamos
estudiando
las
teorías
de
Goethe,
jugábamos
a
encontrar
colores
lejos
de
la
idea
de
la
musicología
«simbolista»
de
Marius
Schneider:
para
Schneider
«las
piedras
cantan»
sólo
en
cuanto
con-‐tenedoras
de
signos,
en
cuanto
símbolos
del
sonido,
hasta
formar
parte
de
un
texto
musical
coherente.
«La
de
Nietzsche
a
Wagner
no
es
una
crítica
a
tal
o
cual
figura”
mítico-‐ideológica,
sino
la
crítica
de
la
figuratividad
misma»
«En
Prometeotratamos
de
escuchar
el
color
junto
al
sonido,
no
de
incorporarlo
al
mismo
como
soporte
simbólico»
Cacciari:
Es
cierto,
en
Prometeo
tratamos
de
escuchar
el
color
junto
al
sonido,
no
de
incorporarlo
al
mismo
como
soporte
simbó-‐lico.
¡Ciertamente
es
algo
difícil!
Me
parece
improbable
que
fuera
así
ya
en
Skriabin…
Tal
vez
lo
fue
en
algunos
intentos
del
BlaueReiter,
de
Kandinski,
del
Schönberg
más
cercano
a
Kandinski.
To-‐das
aquellas
elucubraciones
en
torno
al
color..,
una
cosa
es
el
ele-‐mento
simbólico
y
otra
lo
que
dice
Luigi:
hay
que
hacer
un
uso
so-‐noro
del
color.
Es
el
color
el
que,
liberado
de
su
propio
soporte
perspectivo-‐
geométrico,
permite
una
geometría
múltiple.
Cuando
Cézanne
o
Van
Gogh,
pero
sobre
todo
el
primero,
descubrieron
a
los
maestros
venecianos,
quienes
rompieron
la
perspectiva
median-‐te
el
empleo
de
finas
gradaciones
cromáticas,
¿no
obraron
en
este
sentido?
No
se
trata
de
romper
la
perspectiva
en
su
forma
más
canónica,
sino
de
negar
la
posibilidad
de
repetir
un
espacio
único
y
serializable,
todo
él
reproducible:
es
el
esfuerzo
llevado
a
cabo
des-‐de
los
impresionistas
hasta
el
trágico-‐heroico
Seurat,
que
llega
a
lo
maníaco,
y
cuyo
arte,
como
en
el
de
sus
correligionarios,
permite
la
repetición.
Saber
qué
hacer
en
cada
situación
más
allá
de
cada
chance
o
hasardes
la
meta
del
Seurat
que
quería
«comprehender»
a
los
venecianos,
para
los
cuales,
en
cambio,
el
color
fue
la
posibili-‐dad
de
una
multisonoridad
del
espacio,
o
acaso
una
imposibilidad
de
relaciones
jerárquicas,
de
orden
piramidal.
Nono:
También
yo
me
divertí
escuchando
y
«numerando»
las
distintas
sonoridades
de
La
ablución
de
Jesús,
del
Tintoretto.
Se
tra-‐ta
de
un
espacio
episódico,
constituido
de
islas…
Este
color
permi-‐te
el
exitus
de
cada
geometría
de
carácter
euclidiano.
Cacciari:
Es
un
espacio
no
tanto
geométrico
como,
por
decirlo
a
la
manera
de
Mondrian,
un
espacio
matemático-‐musical;
Schneider,
Kayser,
las
distintas
corrientes
«neopitagóricas»,
están,
sin
embar-‐go,
casi
siempre
limitadas
a
considerar
los
elementos
«geométricos»
del
pitagorismo,
según
el
lema:
«¡Dios
siempre
geometriza!»,
que
acaso
sea
únicamente
¡una
mala
e
intencionada
traducción
de
Pla-‐tón!
Y
viceversa,
es
tal
vez
con
la
revalorización
del
rythmós
mate-‐mático,
y
con
un
esfuerzo
de
la
imaginación
puramente
matemática,
con
lo
que
se
produce
—aunque
históricamente
en
el
decurso
del
XVIII—la
fractura
de
la
unicidad
de
la
geometría
euclidiana.
Nono:
Esto
es
lo
que
Webern
estudia,
la
naturaleza
en
sus
aspec-‐tos
microcósmicos:
la
forma,
el
movimiento
de
una
hoja…
¡Escu-‐char
las
relaciones,
los
ritmos
matemáticos!
Llega
de
nuevo
la
ur-‐gencia
de
una
profunda
numerología
del
sonido,
la
instancia
del
ars
combinatoria
en
la
que
los
grandes
tratadistas
del
Renacimiento
hablaron
incluso
del
contrapunto
de
oro,
de
plata
o
de
plomo:
la
capacidad
de
la
invención
dentro
de
la
mayor
complejidad,
com-‐plejidad
de
relaciones
numéricas.
Por
ejemplo,
en
Zarlino
o
en
Vi-‐centino
se
cumple
tal
unidad
o
correlación
entre
la
numerología
musical
y
una
percepción
acústica
del
fenómeno
musical,
exenta,
por
lo
demás,
de
todo
momento
sugestivo,
sentimental,
figurativo,
etc.
Vicentino
estaba
comprometido
en
la
defensa
de
una
idea
cro-‐mática
de
la
música,
a
su
vez,
ideario
opuesto
al
de
la
música
sacra
en
razón
de
que
entonces
se
pensaba
que
tales
artificios
desvirtua-‐ban
o
distraían
la
música
de
los
afectos,
la
música
de
lamento,
la
fúnebre
(pensemos
en
Gesualdo
da
Venosa).
Y
Vicentino,
en
L‘antica
musica
ridotta
alla
moderna
prattica
(1555),
demuestra
cómo
el
cromatismo
y
el
uso
los
cuartos
de
tono
pueden
servir
a
satisfacción
en
el
ejercicio
de
una
música
sacra,
alegre,
grave,
triste,
de
danza,
de
entretenimiento,
etc.
El
problema
se
desplaza,
pues,de
los
modos
en
general
a
las
combinaciones
y
relaciones
determinantes
que
se
instauran
entre
elementos
iguales,
no
tanto
por
la
in-‐terpretación
de
su
significado
como
por
su
complejidad
relacional.
Cacciari:
El
acento
está
totalmente
desplazado
hacia
los
sonidos-‐-‐signo,
antes
que
hacia
lo
que
eso
y
el
sonido
«significan».
Según
tú,
el
retorno
actual
de
la
música
del
Renacimiento
¿puede
interpre-‐tarse
como
la
recuperación
de
otra
tradición
respecto
a
la
sucesiva,
significante?
Nono:
No
soy
capaz
de
defender
una
idea
así
de
modo
general.
Es
verdad
que
para
algunos
supuso
el
intento
de
descubrir
o
pro-‐poner
otras
raíces
que
facilitaran
a
su
vez
nuevas
fuentes.
Era
la
consecuencia
de
una
búsqueda
de
otras
formas
de
escuchar,
una
búsqueda
todavía
empañada
por
los
errores
interpretativos,
desde
el
punto
de
vista
musicológico.
Gian
Francesco
Malipiero,
por
ejemplo,
tuvo
el
mérito
de
señalar
la
necesidad
de
escuchar
música
renacentista
y
de
estudiar
los
compendios
de
sus
tratadistas,
pero
no
propuso
una
nueva
forma
de
percepción;
la
suya
fue
una
insti-‐gación
hacia
la
apertura
de
«límites»
de
un
determinado
sistema
de
ordenación
de
los
sonidos,
el
de
la
música
tonal
o
cromática,
para
llegar,
finalmente,
o
de
nuevo,
a
la
música
modal.
Pero
no
dejaba
de
sugerir
un
orden,
según
la
operación
en
la
cual
un
orden
era
sus-‐tituido
por
otro,
pero
una
lectura
no
llegó
a
sustituir
a
otra,
ni
una
forma
de
escuchar
a
otra.
Otro
ejemplo:
los
ataques
de
Artusi
a
la
seconda
Pratica
de
Monteverdi.
La
polémica
no
se
originó
a
raíz
del
significado
del
texto;
era
porque
Monteverdi
empleó
por
primera
vez
intervalos
inaudi-‐ti,
cuya
naturaleza
disonante
rompía
una
audición
convencional.
Es
este
quebrantamiento
lo
que
fastidiaba
al
crítico
reaccionaba
ante
cualquier
cosa
que
interrumpiera
la
rutina
de
la
audición,
y
consideró
la
introducción
de
dichos
intervalos
como
un
error
res-‐pecto
a
la
práctica
musical
y
a
lo
que
el
propio
texto
de
Montever-‐di
quería
significar.
Era
todavía
muy
densa
la
sombra
del
Concilio
de
Trento,
férreo
el
canon
diferencial
entre
la
música
sacra
y
la
profana,
entre
los
elementos
compositivos
permitidos
o
no.
En
su
origen,
seguramente,
se
trataba
de
un
problema
de
percepción,
pero
inmediatamente
fue
reducido
a
unos
códigos
de
comprensión
vinculados
con
el
platonismo,
a
la
exigencia
«purista»
de
la
Iglesia
católica.
Cacciari:
Por
consiguiente,
una
suerte
de
audición
condiciona-‐da,
resuelta
en
el
«creer»,
reducida
a
la
audición
visualizada
de
me-‐táforas,
que
constituye
una
forma
de
búsqueda
limitada,
que
acorta
la
posibilidad
misma
de
la
percepción
y,
por
lo
tanto,
de
una
autén-‐tica
audición.
«Es
el
color
el
que,
liberado
de
su
propio
soporte
perspectivo-‐-‐geométrico,
permite
una
geometría
múltiple»
«Al
dar
un
sentido
a
la
audición
se
impide
que
exista
la
posibilidad
de
otras
direcciones»
Nono:
Eso
mismo.
Cacciari:
Al
dar
un
sentido
a
la
audición
se
impide
que
exista
la
posibilidad
de
otras
direcciones.
Nono:
Pensemos
en
el
caso
Wagner-‐Berlioz,
que
interpretaron
un
movimiento,
el
segundo
de
la
Séptima
de
Beethoven,
el
uno
como
una
marcha
fúnebre,
el
otro
como
una
danza:
es
la
conse-‐cuencia
de
una
lectura
visual.
¡Esto
es!
Se
trata
de
la
relación
color-‐sonido
de
la
que
hablábamos
antes,
o
al
menos,
de
esa
reflexión
que
incorpora
todas
la
relaciones
numéricas
que
se
anulan
en
favor
de
la
geometrización
en
tres
dimensiones.
El
esfuerzo
teorético
por
la
superación
de
la
tercera
dimensión
en
el
Tertium
Organum
de
Ouspensky,
todo
Malevic,
suponen
una
matemática
capaz
de
«ob-‐servar»
nuevos
espacios
y
dimensiones,
no
mera
formalización,
puro
convencionalismo.
Cacciari:
¡No
hilbertiano!
Más
bien
Brouwer
o
Weyl…
toda
ver-‐tiente
en
que
la
matemática
se
descubre
como
ars
combinatoria,
imaginatio,
capacidad
de
imaginar
nuevas
relaciones
sin
verlas,
rompiendo
la
mediación
del
ideîn,
sobrepasando
el
ente
visible
en
cuanto
visible,
o…
¡viéndolo
ausente!
Nono:
En
efecto
me
gusta
aseverar,
aunque
resulte
extraño:«¡Escuchar
lo
que
no
se
puede
oír!».
No
es
sólo
esta
reflexión
sobre
la
matemática
la
que
convulsiona
los
actuales
métodos
compositi-‐vos.
Hay
que
conocer
las
teorías
de
la
física,
aportar
todos
los
co-‐nocimientos
al
campo
de
la
composición,
al
igual
que
sucedía
en
los
siglos
XIV
y
XV,
cuando
los
músicos
estudiaban
astronomía,
matemática,
retórica,
aritmética,
física.
En
general,
la
creación
de
una
música
que
desee
alcanzar
una
posibilidad
de
«audición
infini-‐ta»,
usando
un
espacio
no
geometrizable,
choca
incluso
con
la
di-‐solución
del
tiempo
normal,
del
tiempo
de
la
narración
y
de
la
vi-‐sualización.
La
composición
vive
ahora
con
un
amasijo
de
tiempos
distorsionados,
trastocados,
procedentes
de
distintos
planos
acús-‐tico-‐espaciales,
de
diferentes
dinámicas,
de
diversas
velocidades
que
difunden
sonidos
de
vario
origen
en
un
espacio
polivalente.
Cacciari:
Todavía,
para
el
90%,
la
música
sigue
apresada
en
el
lugar
espacial,
sigue
reducida
a
sus
dimensiones,
a
ser
«proyectada».
El
espacio
del
texto
musical,
originariamente
dotado
de
múltiples
planos,
es
proyectado
aún
en
las
tres
dimensiones
fundamentales.
Nono:
Este
problema
es
determinante,
y
más
en
relación
con
el
uso
actual
de
la
técnica
de
grabación
y
reproducción,
que
no
respe-‐ta
a
menudo
la
esencia
de
la
música
contemporánea,
ni
siquiera
la
correcta
lectura,
la
correcta
audición,
de
la
música
de
los
Gabrieli
o
de
Tallis,
escrita
para
cinco,
o
para
ocho
coros.
A
pesar
del
efecto
estéreo,
impresa
en
una
cinta,
esta
música
se
diría
que
está
aplasta-‐da,
por
lo
que
sus
innúmeras
posibilidades
de
audición
desapare-‐cen.
Si
la
Deutsche
Grammophon
graba
en
sus
estudios
con
mesas
de
dieciséis
pistas,
cuáles
de
ellas
ofrecerán
una
mayor
presencia
de
la
música,
cuáles
la
alejarán…
Habitualmente
se
obra
de
un
modo
reduccionista:
hoy,
la
reproducción
técnica
significa
reducción,
aunque
se
utilicen
increíbles
recursos
técnicos.
Pero
llegados
a
este
punto,
debemos
defender
o
proponer
que
la
propia
técnica
tiene
que
pensarse
de
nuevo,
que
reinventarse.
Cacciari:
En
otro
orden
de
cosas,
hablemos
de
la
«originarie-‐dad».
Cuando
nos
referimos
a
este
término
no
aludimos
a
ningún
arché,
a
ningún
principio
mistérico,
oculto,
que
ocupa
una
dimen-‐sión
secreta,
iniciática…
¡nada
de
eso!
La
originariedad
pertenece
a
una
dimensión
de
silencio
del
que
surge
cada
palabra,
cada
sonido,
cada
sentido.
Bertaggia:
Es
el
mismo
surgir
natural.
Cacciari:
Y
una
civilización
fundada
en
el
ideîn
tal
vez
sea
inca-‐paz
de
escuchar
esta
dimensión.
Nos
hemos
vuelto
incapaces
de
escuchar
el
silencio,
incapaces
de
la
más
extraordinaria
potencia
auditiva,
¡el
umbral
en
el
que
escuchar
el
silencio!
Nono:
Esto
es
algo
estrechamente
ligado
al
modo
actual
de
en-‐tender
la
sociabilidad.
Porque
el
despertar
de
esa
facultad
de
escu-‐char
el
silencio
no
acontece
exclusivamente
en
la
soledad
de
la
na-‐turaleza,
en
el
sujeto
solitario,
sino,
precisamente,
en
medio
de
la
masa,
en
medio
de
las
sonoridades
más
fuertes…
¡incluso
en
el
ma-‐yor
estrépito
de
Strauss!
Ninguna
contraposición
maniquea,
pala-‐bra-‐silencio,
palabra-‐sonido,
sonido-‐silencio.
Palabras,
sonidos,
incluso
ruidos,
más
allá
del
límite
de
su
imaginario
desciframien-‐to,
consisten
en
oscilaciones,
vibraciones,
ondulaciones,
y
túlo
puedes
acallar
en
tu
silencio
interior,
tan
denso
y
caótico
es.
¡Pero
hay
que
saberlo
escuchar!
Bertaggia:
Se
trata,
pues,
no
del
silencio
mesurable
entre
los
rui-‐dos,
como
una
mera
sustracción,
plenitud
de
una
«teología
negati-‐va»,
sino
de
ese
silencio
que
nos
abre
a
las
más
diversas
formas
de
escuchar.
«Hoy
la
reproducción
técnica
significa
reducción,
aunque
se
utilicen
increíbles
recursos
técnicos.
La
propia
técnica
tiene
que
pensarse
de
nuevo»
«Nos
hemos
vuelto
incapaces
de
escuchar
el
silencio»
Cacciari:
De
escuchar,
es
verdad,
pero
no
únicamente.
Es
el
si-‐lencio
de
los
que
se
sienten
llamados
y
son
responsables
de
ello:
Mahler,
por
ejemplo.
Es
un
complejo
de
relaciones
establecidas
entre
un
escuchar
reeducado
en
el
silencio,
y
escrituras
que
viven
den-‐tro
de
esta
escucha,
que
son
esta
escucha.
Creo
que
me
hallo
en
lo
cierto
al
decir
que,
recogiendo
lo
dicho,
la
obra
de
Luigi
se
ha
con-‐vertido
en
el
espacio
de
esta
escucha.
Su
escritura
reclama
esta
suer-‐te
de
audición.
Una
escritura
musical
que
pide
tal
condición,
tal
relación
con
la
audición,
demanda,
sugiere,
la
posición
de
Dios
en
el
exilio:
de
ese
Dios
que
sólo
puede
salvarse
si
su
pueblo
se
salva…
Bertaggia:
Veamos
otra
cuestión.
Como
constatación
de
orden
más
general,
ante
la
imposibilidad
de
repetir
una
primera
y
origi-‐naria
experiencia
del
«natural»,
que
implica
asimilar
un
Ur-‐bild,
es
el
«natural»
mismo
el
que
se
define
como
resto,
quantité
négligea-‐ble,
mera
sustracción
de
las
figuras
del
moderno.
Nono:
Esto
es
grave
y
difícil
de
afrontar,
porque
es
la
posición
en
que
están
situados
la
mayor
parte
de
los
compositores
jóvenes:son
unos
místicos
de
la
«visualidad»,
de
una
renovada
ilustración
del
contenido,
de
la
ideología
precisamente
antitecnológica.
Cacciari:
Tú
no
olvidas
jamás
a
los
maestros
del
pasado,
pero
tampoco
desestimas
los
medios
técnicos
porque
te
abren
posibili-‐dades.
Podemos
hablar
de
composición
de
posibles.
Luego,
en
el
es-‐pacio
de
la
composición
se
establece
la
urgencia
de
inventar
otros
posibles,
lo
que
comporta
una
gran
responsabilidad
y
no
permite
la
pasividad,
la
indiferencia.
Esta
posición
te
acerca
al
ideario
de
Schönberg,
para
quien
los
grandes
maestros
ofrecían
infinitas
posi-‐bilidades
de
audición,
y
cada
una
de
ellas
podía
inspirar
un
punto
de
partida.
Nono:
Schönberg
y
Webern,
por
citar
sólo
dos
(piensa
en
Varèse
y
en
Bartók,
a
su
modo).
En
efecto,
en
ellos
la
serie
no
suponía
tanto
la
estructura
de
las
cuatro
formas
de
la
serie
como
las
relacio-‐nes
que
se
establecían
entre
ellas
mediante
tiempos
y
sonoridades,
sin
olvidar
el
espacio
en
que
se
producían.
Ahí
aparece
la
«lógica
de
lo
posible»
de
Musil.
Y
en
Webern
no
se
produce
la
reducción,
como
defienden
algunas
interpretaciones
academicistas,
al
frag-‐mento
o
al
aforismo:
¡Webern
es
continuamente
Posibilidad!
Cons-‐tante
apertura
de
constelaciones
de
Posibilidad.
Y
nos
asalta
la
pre-‐gunta
más
radical:
¿por
qué
a
un
sonido
debe
continuar
otro?
Hay
una
concepción
que
responde
a
la
base
de
la
definición
de
la
serie;
otra,
que
deduce
toda
la
estructura
tonal
a
partir
del
bajo
armóni-‐co…
He
aquí
la
crítica
rompedora
de
Schumann,
o
del
mismo
Beethoven,
que
hace
estallar
por
los
aires
la
continuidad
motívica,
rít-‐mica
y
armónica,
de
fraseo,
de
compás…
Cacciari:
O
bien
Mahler:
¡la
Sexta
de
Mahler!
Nono:
Hasta
el
Tristán.
El
tercer
acto
del
Tristán
es
una
conti-‐nua
fractura
en
la
que
las
voces
dejan
de
ser
voces,
y
el
texto
deja
de
ser
texto.
Todo
es
sonido,
pero
sonido
combinado
por
un
Wagnerque
busca
—¡también
él!—
otra
dimensión.
Más
allá
de
la
dimensión
escénica,
advertimos
a
un
Wagner
que
golpea
los
barrotes
deuna
jaula.
Le
vemos
escuchando
el
regreso
de
los
materiales:
regresan,
pero
no
regresan
como
vacía
autocita,
para
repetirse
(no
se
tra-‐ta
de
variaciones
continuas
o
del
Leitmotiv):
regresan
para
presentarotra
posibilidad.
Se
recrean…
¡No
es
el
retorno
del
que
habla
Adorno!
Como
el
acorde
inicial
de
si
bemol
menor
que
rompe
lo
anterior
para
dejarnos
largos
silencios.
Verdaderamente,
en
el
terceracto
del
Tristán
se
pueden
escuchar
silencios
infinitos,
Cacciari:
Y
no
se
trata
de
ese
silencio
«naturalista»,
de
un
silen-‐cio
meramente
opuesto
al
sonido,
porque
en
el
fondo
éste
es
un
so-‐nido
continuo
hecho
de
mínimas
variaciones,
¡esa
idea
que
tanto
gustaba
a
Nietzsche!
Es,
por
el
contrario,
el
silencio
que
habita
el
sonido.
Hasta
no
poder
entender,
llegados
al
límite,
si
se
trata
de
sonido
que
deviene
silencio,
o
de
un
silencio
del
que
nace
el
soni-‐do.
Advertimos
vibraciones,
oscilaciones
existentes
portadoras
de
nulla,
¿o
quizá
es
la
música
que
calla?
Nono:
En
el
«final»
del
Tristán
nos
planteamos
el
mismo
proble-‐ma,
porque,
en
realidad,
el
Tristán
no
termina,
jamás
concluye.
Es
cierto
que
los
protagonistas
mueren,
como
se
acaba
también
la
par-‐titura,
pero
con
esta
obra
se
entra
en
un
espacio
proyectado,
urdi-‐do
por
los
silencios,
los
sonidos
y,
sobre
todo,
por
los
sonidos
nue-‐vos,
«ultrasonidos».
A
propósito
de
esta
ópera,
hay
que
decir
que
Wagner
es
el
primero
en
componer
«ultrasonidos»,
sonidos
no
«na-‐turalistas»,
pero
que
todavía
perviven:
lo
inaudible
se
hace
audible
infinito.
Cacciari:
Bien
que
desde
un
plano
teórico
más
general,
este
re-‐corrido
me
parece
que
trastorna
la
concepción
tradicional
de
lo
Po-‐sible.
Estamos
privados,
tal
vez
incapacitados
para
asimilar
un
con-‐cepto
puro
de
lo
Posible.
Posible
es,
sencillamente,
lo
que
puede
ser
real,
pero
el
acento
cae
siempre
sobre
lo
real,
no
sobre
lo
posible.
Y
viceversa.
Las
investigaciones
de
Luigi
y
las
reflexiones
que
hemos
venido
haciendo
hasta
ahora
parecen
indicar
una
orientación
de
pensamiento
en
el
que
hay
un
esfuerzo
por
reconocer
que
lo
posible
se
ha
vuelto
necesario:Ese
Posible
que
nunca
cede,
que
no
es
una
ca-‐tegoría
de
oposición,
de
exclusión,
como
el
silencio
no
es
una
cate-‐goría
que
niegue
o
contradiga
el
sonido
o
la
palabra.
¡Es,
precisa-‐mente,
la
«lógica»
de
Musil!
«No
se
tratadel
silencio
«naturalista»,
sino
del
silencio
que
habita
el
sonido»
«Estamos
privados,tal
vez
incapacitadospara
asimilarun
concepto
purode
lo
Posible»
Bertaggia:
Esto
es
lo
verdaderamente
diabólico
de
la
música,
notanto
en
el
sentido
manniano
como
en
el
que
se
vislumbra
en
Phi-‐losophie
der
Offenbarung
de
Schelling:
Dios-‐Satán-‐
criatura.
Es
pre-‐cisamente
Satanás
quien
sostiene
el
principio
del
puro
Posible
que
todavía
reclama
la
imaginatio
de
la
criatura,
porque
sin
su
escucha
lo
Posible
no
puede
pronunciarse.
Con
la
escucha
de
la
criatura,
lo
necesario
se
introduce
en
el
horizonte
de
lo
Posible,
y
lo
Posible
se
presenta
duradero
en
las
formas
de
la
perfección,
de
la
pureza.
Cacciari:
¡Así
es!
¡Ningún
discurso
«pesimista»
en
torno
a
la
cria-‐tura!
¡Pero
tampoco
idolatría,
ya
que
este
Posible
promete
sólo
la
permanencia
de
lo
irrealizable.
Al
contrario,
todo
esto
tiene
el
calor
de
una
«defensa»
bruniana
de
la
criatura,
que
proyecta,
en
la
infini-‐dad
de
su
tarea,
sus
posibilidades.
Bertaggia:
Romper
la
lectura
geometrizante
del
pitagorismo
sig-‐nifica
infringir
el
límite
representativo
en
el
que
ambiguamente
los
mismos
pitagóricos
pensaban
que
estaba
la
perfección.
En
la
infini-‐dad
de
lo
Posible,
en
la
duración
de
lo
inacabable,
está
cada
pala-‐bra,
cada
sonido
como
mónada
perfecta.
Es
como
si
el
decurso
de
estas
reflexiones
se
entablara
entre
Bruno
y
Leibniz.
Cacciari:
Sí,
en
el
fondo
el
sonido
es
como
la
mónada
que
se
auto-‐refleja,
que
se
sabe.
Se
crea
una
consonancia
perfecta
entre
la
pureza
de
ese
sonido
y
la
pureza
de
lo
posible
en
que
vive.
Me
pa-‐rece
que
en
el
itinerario
cumplido
a
lo
largo
de
esta
conversación
se
ha
«jugado»
constantemente
con
los
términos
que
tradicionalmen-‐te
connotan
el
pensamiento
de
la
criatura:
posible,
riesgo,
decisión,
salto
entre
palabra
y
palabra,
entre
sonido
y
sonido;
pero
ese
itine-‐rario,
al
mismo
tiempo,
tiene
que
reconocer
el
deber/poder
escu-‐char
y
recrear
la
necesidad
radical
e
infinitamente
duradera
de
estos
«términos»
mismos.
Nono:
Sí.
Ésta
es
también
mi
«apuesta»
para
el
Prometeo.
Traducción
del
italiano
de
Ramón
Andrés
*
La
conversación
entre
Luigi
Nono
y
Massimo
Cacciari
fue
recogida
por
Michele
Bertaggia
en
Venecia,
e
incluida
en
Nono
(autori
van),en
la
edición
de
Enzo
Restagno,
EDT/Música,
Turín,
1987.
El
sujeto
del
presente
diálogo
es
la
composición
Prometeo,
tragedia
dell’ascolto,
una
revisión
de
Io,
frammento
dal
Prometeo
(1981).
Ambas
contienen
un
texto
de
Cacciari.
La
segunda
versión
fue
estrenada
en
Venecia,
el
25
de
septiembre
de
1984,
aunque
un
año
después
Nono
modificó
algunos
pasajes
y
procedió
a
su
nuevo
estreno
en
Milán.
De
Massimo
Cacciari
el
lector
interesado
puede
leer
en
Archipiélago
la
entrevista
que
se
publicó
en
el
n°
5(«¿Puede
un
hombre
asumir
la
tragedia
de
ser
hombre?»,
pp.
37-‐42)
y
el
artículo
«La
para-‐doja
del
extranjero»
(nº26-‐27,
pp.
16-‐20).
Entre
sus
libros
en
español
recordamos
la
reciente
publi-‐cación
de
Diálogo
sobre
la
solidaridad,Herder,
Barcelona,
1997;
así
como
Krisis,
Siglo
XXI,
Madrid,
1982;
y
Desde
Nietzsche.
Tiempo,
arte,
política,
Biblos,
Buenos
Aires,
1994.