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Capítulo 3 – Las propiedades de las cosas

I. Propiedades y accidentes
II. Interrogantes que plantean las propiedades
III. Acerca del «quid»: el problema de las categorías
IV. Acerca del «quia»: el problema de la verdad científica

I. Propiedades y accidentes [conocer como es]

El filósofo no busca conocer cómo podría conocer cualquier


animal, sino que busca saber, tener ciencia de las cosas.
[Cualquier animal conoce sin discernir lo esencial de lo
accidental.]
[El filósofo busca conocer lo esencial, saber lo esencial, tener
ciencia de lo esencial.]
[Primero pregunta quid sit tal o cual cosa.]
[Pero la respuesta no satisface al amante de la sabiduría, sino que]
su inagotable curiosidad le lleva a preguntarse quomodo sit.
Al preguntar ¿Qué son? Pedro, Juan y Santiago, respondió con
sabiduría que son propia o esencialmente hombres.
Al preguntar ¿Cómo son? Pedro, Juan y Santiago, no le interesa
tanto lo que se ve y se toca: que Pedro está sentado, Juan es
morocho y Santiago es alto.
[El sabio] no se pregunta por todo aquello que basta abrir los ojos
para responder.
Lo digno del sabio es preguntarse cómo son propiamente, es
decir, qué aspectos tiene Pedro, Juan y Santiago de tal manera que
no puedan no tenerlos.
La pregunta ¿Cómo es? nos lleva a distinguir cuáles aspectos
accidentales de las cosas le pertenecen propiamente.

Los accidentes propios o propiedades son:


(1) Los accidentes que se dan siempre y necesariamente en una
misma especie de sustancia;
(2) Los accidentes que se dan en la mayoría de los casos y [se
dan] de tal manera que si faltan juzgamos que falta algo que hace
a la perfección de tal especie de sustancia.
[De tal manera se dan o no se dan que su presencia o ausencia
hace a la sustancia más o menos perfecta en su especie.]
Ejemplos: Una vaca tiene siempre un sistema digestivo rumiante,
y si [un animal] tuviera otro tipo de sistema digestivo no sería
vaca. [Parece que tal sistema es parte de la esencia de la vaca.]
[Es propio del hombre hablar, de ahí que tiene boca; un hombre
que no tiene boca, no es un hombre perfecto.]
Si hubiéramos nacido en Alemania, podríamos llegar a pensar que
ser pálido y rubio es una propiedad de la persona humana [ser
pálido y rubio es accidente que parecería darse siempre y
necesariamente], pero luego de viajar un poco comprenderíamos
que es algo completamente accidental [ser pálido y rubio se da en
muchos casos, pero cuando no se da no juzgamos que la persona
sea imperfecta o que algo le falta.]
El que naciera con hocico en lugar de boca en un pueblo donde
son todos hocicudos, podría pensar que [ser hocicudo] es una
propiedad del hombre. [El accidente hocicudo parecería darse
siempre y necesariamente.] Pero luego de irse a atender en el
hospital de la ciudad cercana, comprendería que no sólo no es
propiedad, sino que es propio tener boca, porque al hombre le es
propio hablar. [El accidente hocicudo se da en muchos, pero
cuando no se da no juzgamos que la persona sea imperfecta o que
algo le falte.]

Los accidentes simpliciter son los que pueden darse o no darse en


una misma especie de sustancia, y de tal manera se dan o no se
dan que su presencia o ausencia no hace a la sustancia más o
menos perfecta en su especie.
[De tal manera que si faltan no juzgamos que falta algo que hace a
la perfección de tal especie de sustancia.]
Ejemplo: ser gordo o flaco no hace al hombre más o menos
hombre; salvo que se a tan flaco que le falle el estómago, o que
sean tan gordo que le falle el corazón.
Los accidentes simpliciter, pasan a ser propiedades si se
consideran ciertos límites.

[Los accidentes propios son los que se dan siempre y necesariamente en una misma
especie de sustancia, y se dan de tal manera que si faltan juzgamos que falta algo que
hace a la perfección de tal especie de sustancia.
Los accidentes propios son los que se dan siempre y necesariamente en una misma
especie de sustancia, y de tal manera se dan que su presencia o ausencia hace a la
sustancia más o menos perfecta en su especie.
Los accidentes simpliciter son los que pueden darse o no darse en una misma especie de
sustancia, y de tal manera se dan o no se dan que su presencia o ausencia no hace a la
sustancia más o menos perfecta en su especie.
Los accidentes simpliciter son los que pueden darse o no darse en una misma especie de
sustancia, y de tal manera se dan o no se dan que si faltan no juzgamos que falta algo
que hace a la perfección de tal especie de sustancia.]

II. Interrogantes que plantean las propiedades

[La adquisición de la ciencia se alcanza haciendo preguntas.]


Para ordenar de buena manera el progreso en la adquisición de la
ciencia hay que poner orden en las preguntas.
La admiración que nos causa la cosa que se nos ofrece a nuestra
experiencia sensible, nos lleva a preguntarnos en primero lugar
¿Qué es? y en segundo lugar ¿Cómo es?
A la primera pregunta respondemos con las quididades.
A la segunda pregunta respondemos con las propiedades.
[Ser respuesta a la pregunta quid est? es una propiedad de la
oración que da la quididad de la cosa.]
[Ser respuesta a la pregunta quomodo est? es una propiedad de la
oración que da las propiedades de la cosa.]

La curiosidad acerca de lo que la cosa es, quod quid est res,


queda satisfecha cuando hemos hallado todos los aspectos
esenciales de la cosa, tanto genéricos como específicos.
Ejemplo: Si nos preguntan qué son propiamente Pedro, Juan y
Santiago, quedamos satisfechos al responder que son hombres, es
decir, sustancias vivientes sensibles racionales.
[La respuesta] detalla lo esencial que:
(1) Los hombres tienen de común entre ellos: ser racionales;
(2) Los hombres tienen de común con los demás animales: ser
sensibles;
(3) Los hombres tienen de común con los animales y vegetales:
ser vivientes;
(4) Los hombres tienen de común con todas las cosas que
observamos: ser sustancias.
Si nos preguntan qué son esas cosas que ladran, no quedamos
demasiado satisfechos al responder que son perros, es decir,
sustancias vivientes sensibles mamíferos caninos, porque hay
muchas semejanzas esenciales genéricas con otros animales que
no hemos determinado, por ejemplo:
(1) ¿Ser animal doméstico es una semejanza esencial común con
el gato y el caballo?
(2) ¿Qué semejanza esencial tiene con el lobo y con otras especies
semejantes?
(3) ¿En qué los perros se distingue de los felinos?
Es evidente que hay semejanzas genéricas esenciales, pero es
difícil resolver el problema.

La admiración por las propiedades plantea muchas cuestiones.


Hay tres tipos de preguntas acerca de las propiedades:
(1) Cuando la experiencia sugiere que un aspecto accidental
acompaña siempre o casi siempre a una especia de sustancia, el
filósofo se pregunta quid sit tal accidente, para determinar lo
mejor posible la quididad del accidente del que se pregunta si es
propiedad.
Sólo secundum quid puede hablarse de quididad de un accidente,
porque depende esencialmente de la sustancia.

Ejemplo: El perro tiene la propiedad de ser amigo del hombre, y


los hombres también tienen como propio la inclinación a ser
amigos, pero la propiedad del perro se llama domesticabilidad y
la del hombre sociabilidad.
El filósofo al responder quid sint cada una de estas propiedades
tiene que señalar en qué se asemejan y distinguen para poder
conocerlas mejor.
(2) El filósofo busca determinar si verdaderamente tal accidente
pertenece como propiedad a tal especie de sustancia.
Al preguntar si tal sustancia es verdaderamente con tal propiedad,
el filósofo responde quia ita est.

(3) El filósofo busca responder por qué [causa] tal accidente


pertenece como propiedad a tal especie de sustancia.
En muchos casos es claro si la propiedad pertenece a la sustancia,
pero no es siempre claro por qué es así.
Es claro quia ita est pero no propter quid ita est.
La primera pregunta interroga por la naturaleza de las
propiedades [de los accidentes que parecen ser propiedades], la
segunda pregunta interroga por la existencia de las propiedades en
la sustancia [atesta que son propiedades] y la tercera pregunta
interroga por la causa de esta pertenencia.
Los escolásticos conservaban estas preguntas en su memoria por
medio de breves partículas: (1) Quid, (2) Quia y (3) Propter quid.
In II Post. Analit. lect. 1, n. 409: “Tunc dicimur quaerere «quia»: non ita quod hoc
quod dico «quia» sit nota vel signum interrogationis, sed quia ad hoc quaerimus ut
sciamus «quia ita est»”.
In II Post. Analit. lect. 1, n. 410: “Cum scimus quia ista est, quaerimus propter quid
ita sit. Puta, cum scimus quia sol est deficiens per eclipsim, et quod terra est mota in
terraemotu, quaerimus propter quid sol deficiat, aut propter quid terra moveatur”.

III. Acerca del «quid»: El problema de las Categorías

Es difícil hallar las semejanzas genéricas y específicas de las


sustancias.
Es mucho más difícil hallar las semejanzas genéricas y específicas
de los accidentes, que (1) son mucho más variados [que las
sustancias] y (2) dependen de las sustancias en que se dan [son].
El nombre «accidente» indica algo confuso [que no hace
distinción].
El nombre «sustancia» indica la primera semejanza esencial que
distinguimos en las cosas, por lo que es la primera quididad.
El nombre «accidente» no indica ninguna semejanza esencial
entre ellos, por eso no designa ninguna quididad.
El «accidente» es todo lo que no es «sustancia».

Problema: ¿Puede hallarse entre los accidentes semejanzas


generales?
¿Si los accidentes son considerados en abstracto a modo de
sustancias, puede distinguirse semejanzas esenciales, a manera de
quididades?
[¿Puede responderse la pregunta quid est con respecto a los
accidentes?]
Si vimos[visión] el rojo, azul y amarillo y los consideramos en
abstracto, decimos que son esencialmente colores;
Si oímos [audición] un Do, un Re y un Mi [y los consideramos en
abstracto], decimos que son [esencialmente] sonidos;
Si olfateamos [olfato] lo perfumado, y lo apestoso y lo
consideramos en abstracto, decimos que son olores;
Si gustamos [gusto] dulce, salado y amargo y lo consideramos en
abstracto, decimos que son sabores;
Si tocamos [tacto] lo áspero, y suave y lo consideramos en
abstracto, decimos que son [¿?];
Y del color, sonido, sabor, olores y [de los objetos del tacto]
decimos que son esencialmente cualidades.
Todas estas semejanzas genéricas [que distinguimos entre los
accidentes] no son simpliciter quididades, porque si queremos
responder quod quid sunt no sólo debemos decir quid est, sino
también id in quo est.
Ejemplo: Para responder quod quid est lo rojo, debemos decir
que es un color, y también si es color de un rostro o de un tomate;
Ejemplo: Para responder quod quid est lo Mi, debemos decir que
es un sonido, y también si es un sonido de un violón o de un
piano;
Es esencial al color y al sonido ser color y sonido de algo, de
alguna sustancia.

Determinar cuáles son las semejanzas esenciales más generales


entre los accidentes es un problema que despierta vivo interés al
filósofo.
Primero, el filósofo analiza los aspectos accidentales que alcanza
cada uno de los sentidos y pode decir que todos son cualidades.
Después, el filósofo entiende que hay muchos otros aspectos
accidentales que no se alcanzan inmediatamente por los sentidos,
pero que entiende como cualidades.
El hombre puede alcanzar diversas disposiciones morales.
[Sabemos esto porque algunos lo alcanzan pero no todos.]
Ejemplo: El hombre puede ser honesto o ladrón, casto o impuro,
etc.
Las buenas disposiciones morales son llamadas virtudes.
Las malas disposiciones morales son llamadas vicios.
Las virtudes y los vicios son llamados hábitos o disposiciones.
Los términos hábito o disposición nos indican que hay entre estos
accidentes semejanzas esenciales que permiten darle estos
nombres comunes.
Hay un nombre común entre los hábitos y las cualidades sensibles
de las cosas, porque a estos hábitos se los suele llamar cualidades
morales de los hombres.
El término «cualidad» parece indicar un aspecto esencial muy
genérico entre los accidentes.

Recién, el filósofo ve que hay cosas que ocupan más o menos


espacio, y habla del volumen que tienen;
Y ve que cosas que tienen un mismo volumen, pueden ocupar
más o menos terreno, y distingue la superficie del volumen;
Y algo semejante lo hace distinguir la longitud de la superficie y
del volumen.
De todos estos aspectos accidentales el filósofo dice que son
magnitudes o dimensiones.
Otro aspecto accidental semejante a la magnitud [o dimensión] es
la multitud de las cosas.
Ejemplo: el árbol puede tener 10 o 100 manzanas.
El filósofo halla que tanto a la magnitud como a la multitud se las
denomina «cantidad» en razón de la semejanza esencial entre
ellas.

Entonces, el filósofo se pregunta si hay entre la «cualidad» y la


«cantidad» consideradas en abstracto algún aspecto esencial
común que puede ser considerado a manera de quididad más
general.
Hay muchas palabras que pueden decirse de ambas: se dicen
«aspectos», «modos», «accidentes».
Pero si se considera bien, estas palabras no indican lo que son en
sí mismas la cualidad y la cantidad consideradas en abstracto.
Estas palabras indican lo que la cualidad y la cantidad son
respecto a la sustancia:
Los «aspectos» se distinguen como diversos ángulos bajo los
cuales se ve una misma sustancia;
Los «modos» se entienden respecto a la sustancia que modifican;
Los «accidentes» son lo que le acaece a la sustancia.
[La misma «sustancia» se entiende con respecto a los accidentes,
pues es lo que substat a ellos (¿?).]
Lo único que tienen en común la cualidad y la cantidad es ser en
la sustancia.
La cualidad y la cantidad no tienen ninguna semejanza esencial en
aquello que son (quod quid sunt), sino sólo [tienen semejanza
esencial] en aquello en lo que son (id in quo sunt).
Por lo tanto, el filósofo puede pensar que «cualidad» y «cantidad»
son dos de los aspectos esenciales maxime generales de los
accidentes, a la manera como lo es «sustancia» para las cosas.

[La distinción de las semejanzas máximamente generales de los


accidentes] nos permite comenzar a entender ordenadamente lo
que son muchas propiedades de las cosas.
Es fácil darse cuenta que no todos los accidentes son cualidad o
cantidad.
Ejemplo: ¿Qué es la sociabilidad del hombre?
Es evidente que no es una cantidad.
¿Es una cualidad? Parece que no.
Una cualidad es algo que disponga al hombre en sí mismo, como
el color o el vicio.
La sociabilidad es algo que dispone el hombre respecto a los
demás hombres.
¿Qué otras semejanzas máximamente generales pueden
distinguirse entre los aspectos accidentales de las cosas?
¿Se podría llegar a determinar un cierto número de géneros de
manera tal que pudiera decirse que cualquier accidente que se
considerara siempre estuviera incluido en alguno de estos
géneros?
Ese es el problema de las categorías o modos de ser de las cosas.

La tarea de distinguir estas semejanzas máximamente genéricas


[de los accidentes] es extremadamente difícil, pues exige una
sutileza de análisis extraordinaria.
Los filósofos se entregaron a este trabajo desde muy antiguo:
Los pitagóricos observaron que la diversidad de las cosas esconde
siempre oposiciones y por eso clasificaron toda diversidad en diez
pares fundamentales de contrarios.
Metafísica, L. I, cap. 5 (986 a 15-22): “Algunos de los pitagóricos dicen que hay diez
principios, que enumeran paralelamente: Finito e Infinito, Impar y Par, Uno y
Pluralidad, Derecho e Izquierdo, Masculino y Femenino, Quieto y En movimiento,
Recto y Curvo, Luz y Oscuridad, Bueno y Malo, Cuadrado y Oblongo”.

Aristóteles dio una respuesta [parece] definitiva a este problema


en su obra Categorías; allí clasifica los géneros máximos de las
cosas en diez categorías: sustancia, cantidad, cualidad, relación,
lugar, tiempo, situación, hábito, acción o pasión.

IV. Acerca del «Quia»: El problema de la verdad científica

La cuestión «Quia» pregunta si tal propiedad pertenece


verdaderamente a tal cosa.
Ejemplo: Si es verdad que el hombre es sociable;
Si es verdad que el perro es doméstico.
[Si la sociabilidad pertenece verdaderamente al hombre.]
[Si la domesticabilidad pertenece verdaderamente al perro.]
In II Post. Anal. lect. 1, n. 409: “…duplex quaestio formari potest, una quidem, an hoc
sit verum quod dicitur [...] tunc dicimur quaerere quia”.

La cuestión «Quia» no debe preguntar por la verdad de cualquier


afirmación, sino por la verdad de una proposición propiamente
científica.

Una cuestión que está planteada y se resuelve por las simples


evidencias sensibles de las cosas, sin penetrar en lo esencial, no es
una cuestión científica.
La tarea propia de la inteligencia es penetrar en lo esencial de las
cosas.
Ejemplo: No es una cuestión científica preguntarse «si hoy
llueve», para cuya solución bastaría salir fuera.
Preguntar «si los días como hoy llueve» es ya preguntarse por una
clase de días que tienen ciertas características comunes que les
son esenciales para ser considerados tales [días como hoy],
características comunes que deben ser descubiertas por la
inteligencia a partir de una suficiente experiencia sensible.
[La inteligencia descubre lo esencial a partir de una suficiente
experiencia sensible de las cosas.]
Esto es hallar Quid sint tales días, determinar su quididad.
La cuestión ¿Los días como hoy llueve? es sí digna del sabio,
porque pregunta si llover es una propiedad que siempre acompaña
a los días que tienen tal esencia o quididad [los días como hoy].
[Sólo cuestiones científicas son dignas del sabio.]
Para responder tal cuestión no basta salir a la calle.
Para responder una cuestión científica, hay que comprobar con
larga experiencia o demostrando de alguna manera que
necesariamente tiene que ser así.

Nota: La cuestión «Quia» pregunta por la propiedad.


¿La cuestión «Quia» no pregunta también por la quididad?
Parece que podríamos preguntarnos «si es verdad que el perro es
mamífero» y responder «quia ita est».
[La cuestión «si es verdad que el perro es mamífero» se pregunta
por un aspecto quiditativo del perro no por una propiedad.]
Esta no es una cuestión «Quia» en sentido estricto, porque para
preguntarnos ordenadamente acerca de la verdad de la atribución,
deberíamos conocer previamente Quid sint el sujeto y el
predicado.
La pregunta debería hacerse de otro modo: «Si existe un
mamífero denominado perro».
[La pregunta debería hacerse de otro modo: «Si hay un mamífero
denominado perro».]
[Es claro que la pregunta «si perro es un mamífero» es una
cuestión an sit incorrectamente formulada.]
Esta es una cuestión An sit, en que se pregunta por la existencia
misma de la cosa, y no una cuestión Quia, en que se pregunta por
la existencia de un aspecto o propiedad de la cosa.
La cuestión An sit es anterior a la cuestión Quid sit.
La cuestión Quia es posterior a la cuestión Quid sit.
Cuando la existencia es evidente no es necesario preguntar An sit,
basta comenzar con una definición nominal, luego se pasa a la
investigación de la quididad y entonces se pregunta por la
existencia de propiedades.
Ejemplo: Esto que vemos ladrando y moviendo la cola es
llamado «perro». Quid est? Es un animal mamífero canino.
(Cuestión Quia): ¿Es doméstico? ¿Si divide en razas? Faltará
solamente preguntarse Propter quid [causam] posee todas estas
propiedades para tener una ciencia completa del perro.

El problema de la verdad científica pide distinguir dos tipos de


verdades: verdades contingentes y verdades necesarias.
Verdades contingentes son aquellas que, aunque de hecho son así,
podrían haber sido de otro modo.
Ejemplo: «Hoy llueve» es (si de hecho llueve) una verdad
contingente, pues podría no llover.
Verdades necesarias son aquellas que no podrían ser de otro
modo.
Ejemplo: «Los días como hoy llueve» es una verdad necesaria,
pues siempre que un día es tal, llueve.
Las verdades necesarias son de diferentes tipos.
Hay las verdades relativas a las quididades y las relativas a las
propiedades (es lo que ya sabemos).
Ejemplo: El hombre es necesaria y esencialmente animal
racional.
El oso polar es necesaria pero accidentalmente blanco.

El hombre puede decir muchas cosas verdaderas, pero no todas


son verdades propias de la ciencia.
La verdad de una proposición científica puede establecerse de
muchas maneras ya sea por experiencia, ya por demostración, ya
por la autoridad de otros.
La verdad de una proposición científica puede establecerse en
muchos grados ya sea como probable, ya sea como cierta.
[La verdad de una proposición científica puede establecerse de
diversos modos y en diversos grados.]
Es oficio de la Lógica estudiar las condiciones esenciales de todas
estas cosas del pensamiento.
Es conveniente hacer una segunda reflexión lógica, ahora sobre lo
que implica la cuestión «quia».

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