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El hombre es un ser racional y social que desde el inicio de los tiempos ha buscado
satisfacer sus necesidades; dichas necesidades han sido y siguen siendo las
mismas en todos los periodos históricos (Max-Neef et al 1989). Sin embargo, el
hombre ha encontrado diversas formas de satisfacción en su búsqueda y para ello
le ha sido imprescindible la vida en comunidad. Precisamente es la pluralidad la que
ha permitido esa construcción social en la cual las personas además de
subsistencia, protección y afecto han sentado las bases de la sociedad a través de
distintas formas de organización, prácticas sociales, estructuras políticas y normas
que responden a necesidades de desarrollo (Max-Neef et al 1989). En ese mismo
orden de ideas, el desarrollo visto desde un punto de vista multidimensional se
moldea de acuerdo a los contextos sociales y colectivos de los que se ha rodeado,
por ende deberían ser las personas y los acontecimientos las que definan de
acuerdo a sus intereses hacia donde van los procesos de modernización, lo que los
convierte en protagonistas y a su vez impulsadores de un gran número de
posibilidades de innovación y avance no solo a nivel económico sino también a nivel
humano, educativo, político, cultural y ambiental (González, 2007).
Por otro lado, el desarrollo entendido como un concepto amplio que abarca
significados y connotaciones variadas tiene también unos elementos que lo integran
para servir como instrumento al ser humano. Uno de ellos, son los actores sociales
que participan en la transformación del territorio. Dichos actores están inmersos en
un escenario educativo que se nutre bidireccionalmente, por lo que es indispensable
que haya un trabajo conjunto entre las personas que se benefician de todas las
ventajas que trae consigo el desarrollo así como de las personas que son
capacitadas y sirven de apoyo en la gestión, formulación y direccionamiento de los
proyectos planteados (Freire, 2004). En condiciones ideales dicho diálogo
permanente entre unos y otros, constituye un factor clave para la búsqueda de
soluciones o para el mejoramiento de un campo de intervención determinado. Sin
embargo, la disposición al diálogo es otro factor limitante que condiciona a los
actores involucrados en todas las etapas del desarrollo ya que puede conducir a la
falta de cooperación y al abandono sistemático al que se han visto expuestos
muchas comunidades que conforman el territorio. Un ejemplo de esto, es la brecha
que sigue existiendo entre la ruralidad y lo urbano; si bien en la actualidad hay un
número creciente de programas de desarrollo enfocados a la extensión rural que
buscan promover el desarrollo económico y social de este sector, la gran mayoría
de estos se quedan a medias ya que subestiman los conocimientos que los
campesinos tienen para ofrecer y ponen en duda la idoneidad que estos tienen para
cumplir un rol dentro de la sociedad como agentes de cambio. Esta situación ha
llevado a que histórica y culturalmente haya rechazo y desconfianza generalizada
por parte de dichas personas a estructuras impuestas que pretenden transmitir
conocimientos a través de políticas de imposición e invasión cultural (Freire, 2004).
Como lo menciona (Freire, 2004) en el texto, “No son las técnicas sino la
conjugación de hombres e instrumentos lo que transforma una sociedad”, aunque
paradójicamente se le da mayor valor a los bienes materiales, pasando de ser
medios para satisfacer las necesidades humanas a convertirse en fines netamente
lucrativos.
En conclusión, el desarrollo visto desde cualquier ámbito trae consigo varios retos,
que implican la contextualización de las problemáticas, la dialoguicidad entre los
diferentes agentes comprometidos y la capacidad de incidencia a otras dimensiones
sociales por medio de cambios o mejoras en las políticas públicas.
Referencias