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Producción Editorial

(Apuntes para una guía de Estudio)

Lic. Enrique Carreño

La Circulación de la Información, un hecho Comunicacional.

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Abordar la circulación de la información como un hecho comunicacional requeriría mucho más espacio
para tratar el tema, sobre todo si tomamos en cuenta que por cada uno de los momentos que transcurre
esa información tienen lugar nuevos subsistemas comunicativos, de igual significación e importancia que
el macrosistema que abordaremos en esta oportunidad.
Hablo de proceso pues solo así es posible comprender como se mueve la información en un mundo tan
complejo como el de hoy donde debe atravesar, generalmente, múltiples barreras tales como la distancia,
los idiomas y las diversas disciplinas del conocimiento entre otras; lo que trae como consecuencia que la
comunicación entre los productores de la información y los usuarios de la misma no se efectúe, por lo
regular, hasta hoy, mediante canales directos; aunque la tendencia hacia el futuro va camino de reducir
cualquier posible barrera.
Para que la información llegue del creador al usuario deberá recorrer un camino más o menos largo en el
que intervienen un grupo de personas, en ocasiones, bastante numeroso. Y será ese camino, así como las
características que identifican, a grandes rasgos, a algunas de esas personas dentro de un esquema
comunicacional, el centro de nuestro interés en esta oportunidad.
En primer lugar nos ocuparemos del creador de la información o la fuente de la información; elemento
clave a nuestro modo de ver en la circulación de la información ya que origina, otorga sentido y
continuidad al proceso.
El creador de la información, muchas veces llamado intelectual, autor, escritor, especialista o científico,
participa de un proceso que se me ocurre denominar enigmático pues, a pesar de los variados intentos por
conseguir alguna explicación racional del acto creativo, no existe ninguna que le otorgue sentido exacto a
esa confluencia de espíritu y materia, inspiración y oficio, inteligencia y alquimia, sentimiento y
voluntad.
De lo que sí todos tenemos seguridad es del resultado, de ese producto al que todos, de manera
pragmática, globalizante hemos dado en llamar mensaje, esto es, produce la información debidamente
estructurada en un lenguaje, con un código (vocabulario), que es del dominio común de quien emite el
mensaje y de quien lo recibe.
Casi siempre el creador de la información está tan ocupado en sus labores creativas o de investigación
que tiene poco tiempo para perfeccionar su mensaje; por otra parte, el hecho de que sea creador no
significa que sabe todo y si lo supiera todo, tampoco está facultado para elegir las formas más
convenientes en la producción de su mensaje, incluso, el grado de comprometimiento con la información
le impide detectar dónde están los puntos débiles de su labor creativa. ¿Qué padre reconoce ante los
demás los defectos de su hijo? Algo similar ocurre entre el creador y su obra. La cercanía a la luz ciega al
vidente.
A propósito del creador de la información y sus limitaciones en el acabado del mensaje Umberto Eco
señala: “el autor, que en cuestión de escribir y corregir se guía por los lineamientos ‘conceptuales’ del
texto, es la persona menos indicada para descubrir los propios errores.”
Por todas estas razones y otras objeto de discusión con más tiempo, es que existe el transmisor llamado
comúnmente editor o productor material de la información.
El editor ante todo debe ser un acucioso lector, un excelente investigador y conocer la lengua con la que
trabaja. Su alta sensibilidad ha de permitirle un frío acercamiento al autor y a la obra, de manera tal que
pueda convertirse en la persona que con seguridad sospeche tanto de una coma (,) como de un nombre, de
un punto y aparte como de una fecha citada allí por el autor.
La edición es un arte y aquí vuelvo a citar a Eco: “es la capacidad de controlar y volver a controlar un
texto de modo de evitar que contenga, o contenga dentro de los límites soportables, errores de contenido,
de transcripción gráfica o de traducción, allí donde ni siquiera el autor había reparado...” y yo le añadiría,
es un punto de importancia vital en la regulación de los gustos e intereses del usuario y los creadores.
El buen editor tiene en su poder el pulso de la sociedad, debe estar al tanto de aquello que el usuario de la
información quiere, busca o necesita, incluso, de la forma en que lo espera para de esta manera trabajar
con los autores, orientarlos, sugerirles temas y ayudarles a determinar las formas más idóneas de acuerdo
con los avances tecnológicos de la industria editorial dadas sus cualidades, también de intermediario entre
la creación y la producción de la información.
El vertiginoso avance de la ciencia, los notables progresos de la técnica y el desarrollo creciente de la
informática dejaron en el olvido aquellos gremios decimonónicos de estructura familiar donde cualquier

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información era procesada cuidadosamente palabra por palabra, pasaje por pasaje entre un grupo amplio
de colaboradores.
Hoy en día el editor de la información es la parte visible de un Iceber, pues su labor se sustenta en el
enlace de una larga cadena de funciones de otros muchos individuos que, de manera simplificada e ideal
pudiéramos plantearla así: Transcripción – Corrección – Redacción – Diseño– Impresión.
En esta fase, la información va de una función a la otra tantas veces como así lo amerite. Se trata de
elaborar lo mejor posible un producto especialísimo ya que además de su valor de cambio y su valor de
uso posee otro agregado que lo diferencia del resto de las mercancías: el valor intelectual.
Hasta aquí hemos caracterizado la parte del proceso relacionado con la fuente de la información o
creador; con el transmisor (codificador, editor) y con el canal o soporte de la información al que podemos
identificar como el documento editado en sus variadas formas de materiales bibliográficos (libro, folleto,
revista, diario, etc.) y materiales no bibliográficos (cintas magnéticas, filmes, fotografías, disketes, discos
compactos, páginas web, etc.). La información se genera y adquiere forma definitiva en uno o más
soportes para que pueda fluir hasta su receptor.
Es en este momento donde los caminos se multiplican y la información puede llegar a los receptores de
diferente naturaleza por vías diversas. Un camino conduce a los grandes, medianos o pequeños
distribuidores y el comercio, y el otro camino hacia las unidades de documentación, aunque muchas
veces, si no en la mayoría de los casos, la recepción transcurre por ambas instancias, es decir, primero la
información va a los distribuidores y después a las unidades de documentación.
Lo mismo sucede con otras unidades receptoras de la información como librerías, cinematecas,
videotecas y hasta nuestras casas. Es evidente que en este punto el componente comercial adquiere
particular relevancia y se produce un incremento notable de los costos a tal punto que en ocasiones hacen
inaccesible la información. Entre más largo es el camino recorrido por la información en esta etapa,
mayores son los costos y su consecuente reflejo en los precios.
Quizá en todo el contexto de la recepción, las unidades de información y documentación (archivos,
bibliotecas, centros de información y/o documentación) constituyan uno de los elementos más
interesantes del ciclo de la información ya que si bien pueden ser considerados como receptores dentro
del esquema general también son reiniciadores de un nuevo proceso.
Una vez que las unidades de documentación se convierten en receptores de la información establecen
nuevos canales de comunicación con los usuarios, partiendo del criterio de que los documentos
constituyen medios multicanales de la comunicación.
Nos referimos a los documentos elaborados a partir de aquellos que reciben, los llamados por algunos
especialistas “documentos secundarios” tales como: Bibliografías, resúmenes, catálogos, índices, avisos
de diseminación selectiva, cuyos receptores serán las diferentes áreas que conforman la unidad: Procesos
técnicos, servicio de información, referencia u otras zonas como: Archivos, Bibliotecas, Centros de
Análisis de Información, etc. Entonces podemos identificar dentro de la amplia circulación de la
información un segmento de comunicación más estrecho que tiene lugar en la propia unidad de
información.
Como ya es posible intuir, al final de este proceso está el destino: el ávido, impaciente o necesitado
lector, espectador, usuario o cliente según sea de lucrativo el término que le provea la información.
Variadas son las tipologías que caracterizan a los usuarios según su grado de interés y preferencias,
vocación, nivel educacional, sexo, expectativas, estrato socioeconómico, desarrollo del individuo entre
otros aspectos.
Si hace algunos minutos referíamos la singular importancia del creador intelectual como fuente de la
información, no podemos pasar por alto la del usuario como finalidad última, destino del hacedor
−pensar o decir que alguien escribe, filma, compone para sí mismo es una falacia−; qué sentido tendrían
entonces los miles de millones de títulos que ha producido el hombre a través de la historia sino fuera el
propio hombre. Comprender que hacia lector hay que encaminar todos los esfuerzos para completar el
hecho comunicacional que significa la circulación de la información constituye el sentido primordial de
todo el proceso.
Una vez llegado a esta parte de la circulación de la información pudiera pensarse que el hecho
comunicacional se completó; sin embargo, todos sabemos que no es así porque existen otros factores
cuya incidencia repercute de manera significativa en el proceso. Ellos son el ruido y la retroalimentación
o feedback.

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En el caso del ruido, susceptible de introducirse en cualquiera de las etapas, hay que estar muy alertas, de
esta forma es posible evitar la mayor cantidad de redundancias y su consecuente esfuerzo que, en el caso
de la información puede significar grandes pérdidas no solo de orden intelectual sino también de
significado material.
Si entendemos por ruido aquellas interferencias que se producen entre la emisión de la información
(entiéndase fuente) y la asimilación por parte del usuario (entiéndase destino) habrá que estar atento
desde el mismo instante de la creación o el propio trabajo editorial. Allí los ruidos pueden ser muy
variados. Por citar algunos ejemplos encontramos aquellos de carácter semántico, cuando el repertorio de
términos empleados por la fuente (autor) no coincide con el repertorio de términos conocido por el
destino (usuario) o cuando el mensaje está mal organizado o su estructura no es coherente. Entonces no
quedará más remedio que recurrir a un número superior de signos o formas de expresión de los que
realmente se necesitan o, en el peor de los casos, repetir el mensaje.
Otro ruido de repercusión importante se produce en las unidades de información, nos referimos al ruido
cronológico o al proceso de obsolescencia (envejecimiento) de la información desde su creación hasta
que llega al usuario interesado. En este caso se trata de un ruido que incluso pude ser hasta peligroso,
sobre todo cuando de él dependen las vidas de seres humanos, las tomas de decisiones de una empresa o
el conocimiento sobre determinada disciplina.
De ahí que en el diseño de los sistemas de información se deba realizar todo el esfuerzo posible para
lograr que esta pueda llegar a manos de los interesados en el menor tiempo, antes que su contenido haya
perdido vigencia y los efectos del ruido cronológico sean irreparables.
La retroalimentación, feedback o resultado del efecto que produce el mensaje en el destino, sirve a la
fuente para conocer el propio efecto así como la reacción de ese usuario ante el mensaje recibido; es,
pues, un nuevo mensaje y determina que la fuente original se convierta en destino y el destino original se
convierta en fuente. El nuevo mensaje, es decir, el contenido de la retroalimentación puede implicar,
entonces, la utilización de medios de comunicación distintos a los utilizados por el mensaje original.
La retroalimentación es un factor fundamental en el proceso de la comunicación y por ende de la
circulación de la información ya que sólo así la fuente podrá conocer si el mensaje ha surtido el efecto
deseado en el destino.
Para cualquier creador, sea este individual o colectivo, corporativo o empresarial, es verdaderamente
importante conocer cual ha sido la receptividad que ha tenido la información producida por él (ellos), si
ha sido útil, oportuna, eficaz para el logro de cualquier objetivo o simplemente divertida.
En este sentido el mensaje de retorno adopta formas muy variadas que van desde el intercambio directo
[(persona/fuente) – (persona/destino)] quizás la forma menos usual en el caso de las producciones de
carácter masivo; el intercambio a través de diversos medios con espacios para la crítica u opinión como la
prensa escrita, radial, televisiva o sencillamente a través de Internet.
Para las unidades que generan información este elemento adquiere gran relevancia de ahí que sea casi
obligado la creación de mecanismos retroalimentadores. Para ello se emplea desde el intercambio directo
con el usuario hasta las encuestas y los registros de préstamos entre otros muchos recursos.
Como hemos podido apreciar la circulación de la información obedece a una dinámica comunicacional
compleja que todos debemos conocer para interactuar con ella pero será el futuro Técnico en Información
y Documentación quien esté llamado a desarrollar un papel protagónico en cualquiera de estas etapas.

Factores fundamentales para el desarrollo de cualquier empresa editorial. Características.

1. EL AUTOR

Es el responsable del original y quien expone ideas y conceptos propios o ajenos a trasmitirse al mundo a
través del documento. Ordena las palabras, concibe ilustraciones, diagramas, cuadros, etc. Puede ser un
individuo, un grupo de personas, una institución, un gobierno o un cuerpo internacional. Es el único
propietario del derecho de la publicación y de su voluntad depende compartir lo que ha escrito con sus
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semejantes. Si él desea hacer copartícipe a los demás de su obra, merece que la sociedad lo recompense
por lo que él le ha dado. Esto es reconocido por la “Ley de derecho de autor” en casi todas las naciones.
Comparte con el editor la responsabilidad de poner el original en condiciones para ser enviado al
impresor, así como la corrección de pruebas para verificar que el original ha sido fielmente reproducido,
es un eficaz auxiliar del editor en la promoción; incluso desde el momento en que esboza el plan de la
obra y durante su redacción.
El fin principal del autor al escribir, es el deseo de comunicación; piensa ante todo en la integridad y la
eficiencia con que el editor presenta su mensaje.
Sin autor, el editor, el impresor y el librero nada tendrían que hacer y, de no tratar adecuadamente sus
obras, ningún autor estaría dispuesto a entregarle sus documentos en un futuro. Del mismo modo, el autor
debe tener presente que por muy fabulosas que sean sus páginas nadie -a no ser familiares y amigos-
habrá de leerlas a menos que recurra a la industria editorial para ofrecérselas al mundo.

2. EL IMPRESOR

Es el fabricante. Él es quien recibe el original que le entrega el editor, compone, imprime, y encuaderna
los ejemplares de la obra y envía el material manufacturado al editor. Por lo general no interviene para
nada en la decisión de lo que ha de imprimirse; simplemente efectúa el trabajo que el editor le
encomienda y lo cobra. No corre riesgos en ningún proyecto editorial. Su riesgo se produce al inicio y es
de tipo comercial pues no sabe cuanto material tendrá para procesar. Desempeña un importante papel en
la presentación de las publicaciones; así como en el desarrollo de la industria editorial.
La calidad de impresión, el empleo de un papel adecuado, la cuidadosa corrección de las galeras, planas,
el cumplimiento de las entregas en tiempo y forma, son factores que inciden en forma indiscutible en el
éxito de cualquier publicación.
El verdadero impresor no es el que junta las páginas de un libro, es el que hace contribuciones a la labor
del editor dentro del dominio de la diagramación y presentación de la publicación -aspectos como la
selección de caracteres tipográficos, diagramación de las páginas, colores de las tintas, selección de papel,
tipo de encuadernación, etc. El buen impresor intenta capacitar al editor en la adecuada preparación del
original y las correcciones de pruebas, así como las relaciones con el autor en lo relativo a su manuscrito
mientras duran las tareas de impresión de la publicación.

3. EL LIBRERO

(El término va desde el analfabeto con una estantería de alambre en su negocio hasta el vendedor
ambulante)
Es quien recibe la publicación directa e indirectamente del editor. Las compra con un descuento y la
vende a los clientes en su tienda, tarantín o negocio a un precio mayor. Por lo general es el último
eslabón de la cadena que se inicia con el autor, antes del comprador.
El disponer en forma constante de libros para la venta constituye una de las claves fundamentales para la
expansión del mercado librero, es cuestión que interesa tanto al miembro de la industria del libro de
mentalidad comercial como al hombre de estado culturalmente preocupado por la divulgación de los
conocimientos entre sus ciudadanos.
El librero es el más sólido apoyo económico del editor y la fuente más importante de sus ganancias
futuras.
El comercio desarrollado por el librero tradicional puede llegar a ser una verdadera institución
educacional, cuyo valor, desde el punto de vista cultural, sólo cede en importancia al de una escuela o
una biblioteca. Sólo una buena librería puede ofrecer una variedad lo suficientemente amplia de
publicaciones como para fomentar el interés de lectores y satisfacer todas las preferencias; lo que sin
dudas importa un gasto significativo.
El dinero contado con la caja registradora de los libreros minoristas del país es el que en última instancia
decide el destino de la industria editorial en cualquier país.

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4. EL EDITOR

Además de sus tareas específicas, actúa como director general de toda la actividad de la edición de
impresos. Ocupa una posición central dentro del conjunto global y, en una u otra forma, se halla en
relación con todos los demás participantes del proceso.
Es quien recibe del autor el original o encarga su gestión, proporciona el capital, sea de sus propios
recursos o el de otros, contrata los servicios de dibujantes, ilustradores, correctores, redactores,
diseñadores, diagramadores y otros especialistas del trabajo editorial; encarga y supervisa el trabajo del
impresor y, finalmente, dirige la distribución de impresos producidos hacia los mercados potenciales. Es
quien activa el mecanismo que pone en movimiento toda la maquinaria del proceso de la producción de
materiales.
Debido a la posición central que ocupa, el editor tiene una amplitud de horizonte difícilmente asequible al
resto de los elementos del sistema, y tiene, por consiguiente, una mayor responsabilidad por su visión,
imaginación, planificación a largo plazo y gran espíritu de empresa.
Donde haya un conjunto de editores dotados de esas capacidades habrá un país con una mejor educación,
con una creciente alfabetización y un elevado desarrollo cultural.
La actividad del editor abarca tres funciones fundamentales:
La Redacción: Búsqueda, selección y preparación de originales (corrección, redacción, edición y diseño).
La Producción: Es todo lo relacionado con la elección y trato con el impresor, así como la propuesta de
materiales y técnicas a utilizar.
Promoción y venta: Actividad destinada a garantizar el conocimiento y consumo del producto final.

Producción Editorial en la Antigüedad


Desde épocas muy remotas han existido medios para multiplicar la palabra escrita y difundir las obras.
La lectura pública era uno de los modos preferidos de publicación en la antigüedad, e incluso, después de
la invención de la imprenta, ha quedado y queda como uno de los medios más cómodos para probar una
obra entre un público reducido.
Ya desde la antigüedad existieron igualmente especialistas de la difusión. Al principio eran los
narradores ambulantes quienes se dedicaban -y se dedica aún en muchos países- a la divulgación oral de
obras tradicionales (Ej: La Ilíada, La Odisea, etc), aunque a veces originales. Esto constituye sin dudas
una forma de publicación a pesar de sus limitaciones.
Pero no será hasta la aparición del libro, manuscrito que se pueda hablar de una incipiente “producción
editorial”.
Este acontecimiento tendrá lugar a partir del siglo V en Atenas (Grecia) y durante la época clásica en
Roma (Italia), ciudades donde afloraron los llamados Talleres de escribas (Scriptoria) que los patronos
empleaban en copiar manuscritos.

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Los escribas eran contratados por un empresario (bibliopola), quien empleaba por lo general esclavos
especializados (Litterati Servi) que percibían un salario por líneas copiadas, de acuerdo con un patrón
establecido (de 36 a 38 letras). Estos primeros hacedores de libros trabajaron primero sobre pergamino
que posteriormente, cosido en forma de cuadernos (codex) conformaban verdaderos volúmenes. En un
inicio estos volúmenes carecían de encuadernación y eran escritos a partir de dos clases de tintas:
1. Vegetal: Hollín o carbón vegetal mezclado con agua y goma (negro).
2. Mineral: A base de sulfato de hierro y ácido tánico (Rojo) o minio, (óxido de plomo) almagre y el
cinabrio (esto es después en la edad media).
El instrumento predilecto para la escritura entonces eran las plumas de aves, en especial la de ganso,
aunque también fueron muy utilizadas las de águilas y las de cuervos. Las letras que utilizaban eran las
llamadas Romana cuadrata y la cursiva uncialis.
Una vez concluido el engorroso trabajo los volúmenes eran puestos a la venta en una parte del taller o
en otros establecimientos que eran verdaderas librerías.
Entre Atenas y las colonias griegas existía todo un comercio de libros. En Roma, por ejemplo existía
una excelente organización librera.
Los libreros recibían el material de cada edición que anunciaban con listas y carteles, a las puertas de
sus establecimientos, o procedían a remitirlos a sus corresponsales en todas las grandes ciudades del
Imperio.
Ya en esta época se ralizaban auténticos lanzamientos de libros con copias perfectamente verificadas.
Esta actividad era todo un evento, en tanto se trataba de la presentación de nuevas obras por medio de
lecturas públicas realizadas por sus autores.
Toda esta actividad de comercio del libro generó la existencia de coleccionistas o bibliófilos que
ofrecían en su biblioteca privada el signo de su riqueza a la par de su curiosidad intelectual así como la
proliferación paulatina de las bibliotecas públicas Romanas a imitación de la griega de Alejandría.
Como se puede apreciar hasta aquí, esta estructura permite afirmar la existencia de un verdadero
negocio editorial en el antiguo mundo occidental.
Todo esto no niega que anteriormente se hayan hecho reproducciones de textos (el rollo de papiro más
antiguo conservado, pertenece al año 2.600 a.c.) la diferencia está no solo en las escasas reproducciones
precedentes sino en que ello no respondía a un proceso concientemente organizado, con pretensiones
culturales y/o lucrativas; he ahí la sustancial diferencia.
Ya antes del floreciente imperio Romano una de las organizaciones que por su naturaleza se dedicaban
a las reproducciones eran precisamente las Bibliotecas. Tanto en Grecia como en Roma. Ellas encargaban
este trabajo a los scribas, quienes por un estipendio hacían nuevas copias sobre papiro que eran revisadas
por un corrector que, a veces incluso redactaba al margen observaciones críticas (escolios).
El concepto de edición proviene entonces, como es facilmente deducible de la cultura greco-romana a
partir de los primeros siglos de la época cristiana y fueron los romanos quienes curiosamente designaron
esta producción editorial con el verbo de raíz latina edere cuya significación es: echar al mundo, parir.
Los libros manuscritos constituyeron un eslabón esencial en la cadena de la comunicación escrita,
copiados laboriosamente a mano, primero por los esclavos cultos y los amanuenses durante la antiguedad
para pasar más tarde a manos de los monjes de los monasterios de Europa a lo largo de la Edad Media.

La Edición en la Edad Media

Después del hundimiento del Imperio Romano se produce la sustitución de una cultura pagana,
politeísta, por una nueva concepción religioso-cultural, monoteísta incompatible con la anterior. Esta
nueva concepción se sustentaba sobre la fase del cristianismo por una parte y el judaísmo por la otra,
religiones apoyadas en libros: Los que componen la Biblia (Antiguo y Nuevo Testamento para el
cristianismo y Antiguo Testamento para el Judaísmo).
Esta nueva cultura implicó la negación absoluta de la cultura pagana, de ahí que la Iglesia arremetiera
violentamente contra toda la literatura clásica, griega y romana que sin lugar a dudas significaba una
herejía contra los cánones y la moral establecidos.
Si a esto sumamos las destrucciones provocadas en importantes focos culturales de la antigüedad por
los turcos, otomanes y musulmanes en acciones bélicas y vandálicas, obtenemos como resultado la triste
y penosa realidad de una cultura clásica devastada.

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¿Quién salvaguardaría la continuidad histórica y cultural a través de esta oscura etapa de la
humanidad? ¿Quién evitó la absoluta desaparición de las literaturas griega y romana clásica pero profana?
Aunque resulte paradógico fue la Iglesia, a través de la prolífica actividad de los escribas cristianos
quienes en una frenética carrera contra el tiempo, transcribieron y rescataron de una inexorable
destrucción las obras de los autores paganos ¡Qué labor tan noble y que coincidencia! ¡Qué tanta
literatura profana se salvara para toda la humanidad por aquellos siervos de Dios!
Es en los monasterios donde se puede encontrar entonces la continuidad de la producción editorial;
cientos de instituciones monacales disgregadas por toda Europa son fundamentalmente bibliotecas en las
que infatigables copistas reproducen manuscritos para intercambios que enriquecen los propios fondos.
La reproducción de libros y otros manuscritos en los conventos medievales se realizaba en un salón
dispuesto para estos menesteres el cual llevaba el nombre de Scriptorium, palabra proveniente del latín:
Scribere, scriptum, escribir.
Cada escribiente trabajaba en su propio pupitre, que sostenía en posición casi vertical la hoja sobre la
cual trabajaba. En una mesita al lado, el escriba guardaba los materiales de trabajo y, si trabajaba solo, el
texto que debía ser copiado.
El Scriptorium estaba a cargo de un superior del monasterio, llamado armarius, quien a menudo servía
también de bibliotecario para la comunidad monacal y cuya función consistía en distribuir el pergamino,
las plumas, cortaplumas, tinta, punzones y reglas. Este superior dirigía el trabajo, que se realizaba en
jornadas de seis horas aproximadamente. A veces, varios monjes escribían al dictado un mismo texto.
Antes de comenzar a escribir el monje costaba primero el pergamino con ayuda de un cuchillo y una
regla (operación conocida por quadratio); después satinaba la superficie y rayaba las hojas, para lo cual
previamente indicaba en el borde la distancia entre las líneas haciendo pequeños agujeros con un compás.
El rayado se hacía con un punzón, con tinta roja o -más tarde- con un lápiz de grafito.
Cuando por fin comenzaba propiamente a escribir sobre el pergamino, el escriba o caligrafo tomaba
asiento, ante un pupitre inclinado en el que se encontraban dos tinteros de cuerno con tinta negra y roja,
y equipado con su pluma y su raspador se disponía a la tarea. La tinta roja se utilizaba para trazar una
raya vertical a lo largo de las iniciales; es lo que se conocía por Rubricar (de Rubrum, Rojo).
El título del libro o de la obra se colocaba al comienzo y se iniciaba el texto con las palabras: Hic
incipit (aquí comienza) para después informar de que materia se trataba. Al finalizar el manuscrito, el
escriba terminaba con varias líneas (suscripción o colofón) en las que se encontraba: Título de la obra,
donde y cuando, así como para quien o que institución se hacía, el nombre del escriba, etc.
En algunos manuscritos se hallaron reflexiones finales de los copistas que revelan el alto esfuerzo y la
fe con que se empeñaban en el desarrollo de su labor. Un ejemplo feaciente lo encontramos en este
colofón que transcribe un copista de nombre Rosarivo: “Tan dulce es el puerto al navegante como la
última línea al copista; tú, lector, ruega por el pobre Raoul, servidor de Dios, que ha transcrito totalmente
este libro. Aquí termina esta Gloria a Cristo. Amén”.
Durante la Edad Media, muchas abadías y conventos tenían sus propios talleres de encuadernación y
los monjes realizaban todas las operaciones concernientes a este oficio.
Se distinguen 3 clases de encuadernaciones:
1. Encuadernación de Orfebrería: Tapas de madera cubiertas de esmaltes con piedras preciosas y placas
de oro, plata y marfil, con manecillas o cierres generalmente de un metal precioso. Eran obras para ser
usadas en solemnidades de la Iglesia.
2. Encuadernación Corriente: Se aplicaba a los libros de uso corriente. Tapas de madera revestidas de
pergamino u otra piel resistente. Podía estar ornamentado o no. Llevaban cantoneras o esquineros
metálicos que le protegían del roce. Si eran adornados se empleaban para ello decoraciones de carácter
geométrico con escenas bíblicas.
3. Encuadernación Monástica: Se hacía con pergamino ordinario, fuerte y simple y carecía de adornos.
La carestía de materiales durante la Edad Media dió origen a dos costumbres perniciosas practicadas
por los copistas en la trascripción de libros manuscritos: El palimpsestos y las abreviaturas.
El Palimpsestos: [Palin (nuevamente) y Psestos (raspado) en griego] se refiere a la técnica de borrar el
texto de manuscritos anteriores para escribir nuevamente sobre ellos. Para ello, se utilizaron muchos
manuscritos de autores clásicos para reproducir obras posteriores.
Gracias a la fotografía infrarroja, así como a las lámparas de cristal de cuarzo, productora de rayos
ultravioletas se torna (n) visible(s) las escritura (s) original (es). Este proceso se llama arastasiografía
(Resurrección de la escritura).
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Las Abreviaturas: Se empleaban con el propósito de condensar el texto para ahorrar espacio y abreviar
el tiempo de la transcripción. Más de 5.000 abreviaturas y contracciones de palabras latinas se utilizaron
en los manuscritos entre los siglos VII y XVI. Esto explica la dificultad de descifrar muchos de ellos.
Otro oficio propio de la labor editorial, todavía existente en nuestra época y que cobró particular
importancia desde la Edad Media es el del corrector, entonces corrector de manuscritos.
El corrector medieval agregaba al final del manuscrito revisado una leyenda acompañada de su firma
como constancia de haber corregido el texto: “Legi, enmendavi, contuli, relegi “(Leí, corregí, comparé,
releí).
Singular importancia adquiere durante la Edad Media el oficio de la iluminación de manuscritos, más
o menos equivalente a lo que hoy día podemos llamar ilustraciones. Este arte consistía en la práctica de
embellecer los manuscritos con figuras, letras y otras ilustraciones en colores a menudo con oro y plata.
La ornamentación, en bordes y letras iniciales, llamadas “miniatura”, palabra que viene del latín
miniare o iluminare, son verbos que se refieren al uso del color rojo del minio (en latín minium).
El empleo de la iluminación en los manuscritos está estrechamente vinculado a la historia del arte y la
cultura. De ahí que haya un grupo de acontecimientos históricos y artísticos que permitan la
caracterización de esta actividad.
ANTIGUEDAD: Los primeros ejemplos de iluminaciones conocidas datan de esta época,
específicamente del siglo IV a.c. Ej: Libro de los Muertos. Rollo de papiro de 15 a 30 mts. de largo
ilustrado con dibujos y escenas coloreados. De origen egipcio ofrecía fórmulas, himnos y oraciones para
acompañar el alma rumbo a la muerte.
PERIODO BIZANTINO: (El Emperador Constantino hizo de Bizancio (Constantinopla), hoy
Estambur en Turquía, la capital del Imperio Romano de Oriente).
Las iluminaciones de esta época (330 de c.-1.453, un milenio), responder al llamado “arte bizantino”
que respondía a tres influencias culturales: El Oriente, Grecia y Roma. La iluminación de estilo Bizantino
se extendió ampliamente hasta llegar a Rusia donde, hacia el S. XI se estableció una escuela de
miniaturistas. Ej: Los motivos eran en su mayoría religiosos.
OCCIDENTE CRISTIANO: También hacia el occidente (Alemania, Italia, Inglaterra, Francia, Roma,
España, Suecia, etc) se producen bellos ejemplos de iluminación Ej: Manuscritos del poeta latino
Virgilio.
- Codex. Romanos. S. V ó VI de nuestra era.
- Calendario de la vida de los santos.
ILUMINACIÓN IRLANDESA: Esta considerada como uno de los fenómenos más curiosos e
importantes de la historia del arte medieval por su nivel de perfección estética que jamás volvería a
repetirse. Proveniente de los monasterios irlandeses el ejemplo más célebre es El Libro de Kells
(“manuscrito más hermoso del mundo”) 700 de c. Aproximadamente. También gozan de reconocimiento
Los Evangelios Lindisfarne.
ILUMINACIÓN GÓTICA: Responde al estilo del arte gótico y establece una estrecha relación con el
texto correspondiente. Su foco de producción más sobresaliente está ubicado en Francia. Ej: Les Trés
Reches heures, devocionario del siglo. XIV ó cutoee XV.
INFLUENCIA DE LAS CRUZADAS: Como consecuencia de las expediciones militares organizadas
durante los siglo XI al XIII por el occidente cristiano, con el objeto de conquistar las tierras santas de
manos de los infieles, la iluminación occidental recibe todo el influjo de la iluminación persa y turca
realizada con verdadera maestría, cuya expresión abarcaba tanto la caligrafía como las miniaturas.
Después de este período las iluminaciones mezclan elementos decorativos tanto del occidente como
del mundo árabe.
APARICIÓN DE LOS LIBROS PROFANOS: La aparción del libro profano, de temas no religiosos
hacia fines del S. XIII, favoreció la iniciativa de carácter artístico en tanto proporcionaba a los
miniaturistas nuevas posibilidades y estímulos; en tal sentido las líneas se hicieron más delicadas,
ondulantes y las figuras más graciosas.
Es en este período en el que los iluminadores pasaron a ser integrantes del equipo dedicado a la
producción de libros.
Visto desde la actualidad el libro manuscrito, constituyó el eslabón más importante y necesario en la
evolución del libro y la producción editorial; así como una notable contribución al arte plástico y
tipográfico; aún después del surgimiento de la imprenta hacia mediados del siglo XV (1.456), ya entrado
uno de los períodos históricos y culturales más significativos de la humanidad: El Renacimiento.
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Producción Editorial en el Renacimiento

En cuanto a la Producción Editorial se refiere el Renacimiento trajo un acontecimiento que transformó


a la humanidad, que significó un salto hacia el progreso: el “surgimiento de la imprenta de tipos
móviles”.
Si bien en el período precedente el producto editorial era un fruto aislado del monaguismo, ahora
predomina otra exigencia: la presencia de un público cada vez más libre e independiente del dogma
religioso absolutista y avasallante, desde una perspectiva disidente, con una filosofía nada escolástica y
una ética exaltadora de los valores de la economía dineraria como un signo que expresa la necesidad de
armonizar la rectitud de la conducta y la rentabilidad del negocio, es lo que dicta la pauta de los nuevos
tiempos. Un mundo de artesanos, industriales y mercaderes, cepa del nuevo sistema socioeconómico en
gestación (el capitalismo), exige una literatura de solaz, de diversión, de seguridad arraigada en “este
mundo”; una literatura móvil, posible de ser transportada a su domicilio, sin ataduras ni cadenas a los
grandes atriles medievales de los monasterios.
Es entonces que nace la imprenta de tipos móviles exactamente cuando y donde debía nacer, en la
Alemania del S. XV, donde hierve la polémica de la reforma religiosa y donde existe una creciente masa
de laicos anhelantes del saber.
Fue, Johann Gutenberg el hombre que, en un esfuerzo de síntesis histórico e industrial -ya mucho
tiempo antes se habían hecho ensayos similares- logra hacia 1.456 en la ciudad de Maguncia, su imprenta
de tipos móviles.
¿En que consistían los tipos móviles de Gutenberg? Eran unos pequeños bloques de plomo que se
fundían en otros de cobre o latón llamados matrices, con los que se obtenían perfiles de letras en relieve
que, embadurnadas de tinta, quedaban reproducidas en el papel una vez que se les aplicaba con la presión
de una gran prensa de madera de roble.
Con ella logra imprimir su famosa Biblia de 42 líneas en dos volúmenes que alcanzan una sumatoria
de 1.200 páginas.
En lo adelante el fabuloso invento recorre Europa, primero pasará Italia (1.464) del humanismo
renacentista, después, hacia 1.470, pasa a Francia, los Países Bajos (1.468), Inglaterra (1.477), España
(1.490).
Es hasta finales del siglo XV, que se producen los primeros libros por medios mecánicos que hoy
conocemos con el nombre de incunables, del latín Cunábula (“pañales”) que indica su condición
originaria. Estos libros si bien carecen de la riqueza artesanal de los manuscritos de la Edad Media,
conservan la tradición medieval de, en la mayor parte de los casos, la falta de la portada, la explicación
de lo que trata y su fecha al final de la obra, en el colofón; los capitulares, las iluminaciones en su
mayoría hechas a mano, etc. Pero sobre todas las cosas estas ediciones en tiradas de 100 a 200 ejemplares
responden a una necesidad social e histórica del momento en que surgieron.
Otro aspecto que marcó un vigoroso avance hacia el dominio del arte de imprimir y un adelanto muy
significativo que se produjo casi simultáneamente al desarrollo de los tipos móviles fue la xilografía [del
griego: Xylo (madera) y graphein (escribir)], grabado hecho manualmente sobre la madera con la ayuda
de punzones, gubias y otros instrumentos.
¿Cómo evolucionó la producción editorial hacia los siglos posteriores con este importante salto a la
industria?

Evolución del arte de Imprimir (Siglos XVI al XVIII)

El período que va entre los siglos XVI al XVIII puede considerarse homogéneo en cuanto al arte de
imprimir. Por una parte el libro adquiere seguridad y prestancia y alcanza un primer período de difusión
con tiradas que van de 1.000 ejemplares en el siglo XVI a 2.000 y 3.000 en los siglos XVII y XVIII
respectivamente.
Como es lógico suponer esto implica ya una primera industrialización del negocio editorial que ligado
a la fabricación del papel, que la imprenta demanda, trae como consecuencia el surgimiento de todo un
montaje comercial.

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Paulatinamente, a través de este período el resultado editorial llamado libro es ya un producto, en cuyo
precio intervienen factores económicos: Calidad de la materia prima (intelectual); valor de los costos y su
incidencia en el número de ejemplares (a mayor número menos costo), operación de distribución
comercial y venta.
La complejidad que adquiere el proceso editorial trae como resultado que los impresores, en un
principio editores, distribuidores y vendedores, abandonen la pluralidad de funciones para dar origen a
otros oficios. Así aparece, hacia la segunda mitad del siglo XVI el librero, para designar al vendedor de
libros y a mediados del siglo XVIII el editor, cuya consolidación tendrá lugar a principios del siglo XIX
con la legislación napoleónica la cual establece su responsabilidad, equivalente al gerente de los
periódicos franceses.
Durante estos tres siglos el libro se consolida como mercancía que empieza a multiplicarse. Junto al
impresor nómada, aparece el vendedor ambulante y surgen los primeros grandes mercados europeos:
Francfort, París, Ausburgo, Leipzig con sus ferias y la publicación de catálogos de novedades cuya fama
perdura hasta nuestros días.
En este período sobresalen muchos hombres por sus méritos y aportes en el ámbito editorial y
artístico:
1. Fust y _Schöfer: Editores de Biblias o libros de piedad, ilustradas con xilografías de Pf/sister, Ulrrich
Boner, Zainer, Koberger o Alberto Durero, en Alemania.
2. Subiaco, Swynhein y Pannartz Giambatista Bodoni; y Aldo Mamunzio, este último
famoso por su gramática griega y la edición de clásicos latinos e italianos, las obras de Aristóteles. Todos
en Italia.
3.Geoffroy Tory, Rober Estienne, Claude Garamond y Jean Grolier desarrollaron tipos de imprenta
dibujados por ellos en Francia; al igual que Firmin Didot, creador de dibujos tipográficos, aún vigentes
en la actualidad.
4. Cristóbal Platin y su discípulo en España, su yerno Balthazar Moretus, así como el obrador holandés
Elzevir, desarrollaron ediciones que marcan pautas para la posteridad en los países bajos.
5. Vitzlant Lorenzo Palmar Spindeler, Arnao Guillén de Brocar, Miguel de Eguía, Eduardo Paradell,
Joaquín Ibarra, Jerónimo Antonio Gíl, Juan Comberger, Antonio de Espinoza y Pedro Ocharte, destacan
dentro de la labor editorial en España durante el período.
Durante estos siglos cabe señalar como la producción editorial comienza un avance progresivo hacia
las ediciones de lujo. Las encuadernaciones se vuelven cada vez más ricas por medio del gofrado
(adornos en relieve a partir del uso de hierros calientes), los bordados ingleses y la imitación de encajes
en la Francia del Siglo XVIII.
Lo mismo sucede con las ilustraciones interiores ya que al grabado en madera le sucede el aguafuerte,
que consiste en dibujar con un buril sobre una plancha de cobre barnizada y atacar las incisiones con
ácido nítrico. Al ser entintado pueden obtenerse reproducciones sobre papel, con trazos mucho más finos
y matizados que los del grabado en madera.
Asociados a este procedimiento aparecen los nombres de muchos artistas representativos de la época,
primero como productores directos y posteriormente, en la medida que se fue especializando y
diversificando la labor de ilustración como creadores de esbozos (inventio) que otro artista dibuja
(delineavit) y otro traslada a la plancha de metal (sculpsito).
Artistas de la talla de Holbein, Durero, Rubens, etal, aparecen ligados a este procedimiento. Esta
suerte los estilos plásticos tales como el renacimiento, Barroco, Rococo y Neoclásico van apareciendo
puntualmente a través de las ilustraciones en las diferentes ediciones.
Durante los Siglos XVI, XVII y XVIII la sociedad era claramente elitista y a pesar de que el libro
impreso era comparablemente más barato que el manuscrito, no estaba al alcance de las clases inferiores
que, por otra parte eran analfabetas; esa será una realidad que irá cambiando con los comienzos de una
nueva etapa para la producción editorial que comenzará con el siglo XIX.

Producción Editorial en el siglo XIX

La creciente aparición de una población mercantil o artesana a principios del XIX posibilita un mayor
acceso al libro. Y para estas clases aparece una literatura apropiada, fácilmente comprensible: el

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romanticismo. Lord Byron vende en un día 10.000 ejemplares de El Corsario; Walter Scott amasa una
fortuna con sus novelas. Muchos escritores, anteriormente agradecidos del mecenazgo, vivirán ahora de
sus derechos de autor.
Para muchos escritores surgirán nuevas posibilidades con ese nuevo elemento que adquiere una
importancia fabulosa: el periodismo, oficio que le ofrecerá al escritor una tremenda importancia en la
vida política y social.
Las máquinas de imprimir comenzarán a sustituir los viejos tórculos que funcionaban a mano, hoja a
hoja, desde tiempos de Gutemberg. Una vez más, el invento sigue la exigencia, y así aparecen la prensa
mecánica, la de rodillos y de pedal y, finalmente, la mecánica de vapor. Es la única manera de responder
al creciente número de lectores. Para que se tenga una idea de esto, vale la pena citar el ejemplo del
diario parisino La Presse que, a partir de la Revolución Francesa, en un solo año, aumenta los
suscriptores de 70.000 a 200.000.
Otra innovación importante de la época se produce en las técnicas de la reproducción de grabados.
Este aspecto se enriquece no solo debido a la utilización de planchas de acero, sino por el surgimiento de
la litografía (lithos, piedra y graphein, escribir: vocablos griegos), creación del alemán Aloys Senefelder;
que posteriormente derivará en la cromolitografía o el uso de piedras independientes para la impresión de
imágenes a color. Este será el primer método de reproducción que dependería de procesos químicos.
Con la litografía se inicia una nueva etapa para la ilustración y el diseño en la producción editorial ya
que a pesar de sus limitaciones (había que hacer los dibujos invertidos), este sistema reproducía con
fidelidad las suaves líneas de los dibujos a lápiz de los artistas.
La exigencia del mercado trajo como consecuencia que se mecanizara la fabricación del papel para
cubrir la alta demanda de impresos.
A nivel tipográfico se presenta también otro momento revolucionario hacia 1880 con la creación de la
linotipia o máquina de componer a través de la cual un operario pulsa un teclado de letras (que
automáticamente se agrupan para constituir las líneas) las cuales se imprimen juntas sobre una barra de
metal (plomo) en estado de fusión. Este sistema asegura mayor rapidez en la confección de los impresos
y la satisfacción de la creciente demanda del mercado.
A nivel de impresión este avance se ve apoyado por el tránsito de la máquina de imprimir plana a la
rotativa (1880), la cual tiene una prensa cilíndrica que graba sobre una tira de papel “continuo”, de
especial utilidad para los periódicos. Es entonces que la ilustración pasa a hacerse por el procedimiento
que se denomina fotograbado, cuya invención tiene lugar en el año 1814 por el químico francés J.N.
Niepce, procedimiento que consiste en la obtención de una imagen sobre un metal recubierto con una
capa sensible y mordido después por ácido.
Todos estos perfeccionamientos técnicos hacen que el resultado de la producción editorial se haya
convertido en un amplio repertorio de bellezas que sintetizan todos los estilos precedentes.
De tal manera, la sala de lectura, el folletín y la biblioteca de préstamos hacen que el libro se difunda
hacia los más diversos sectores sociales y a la educación.

La Producción Editorial en el siglo XX


Este siglo se caracteriza por el perfeccionamiento de maquinarias y equipos, así como por la
diversificación y especialización de las funciones de todas aquellas personas que intervienen en la cadena
productiva editorial, para lograr un resultado cada vez más eficiente y de mayor alcance social.
La producción editorial en el siglo XX, como cualquiera de las esferas de la vida ha ido incorporando
para su mejoramiento productivo y perfeccionamiento material todos los adelantos cientítico-técnicos,
desde la luz eléctrica y los diferentes sistemas de comunicaciones, hasta los últimos avances físico-
químicos. Pero de todos ellos, hay uno que ha producido cambios significativos y revela caminos nunca
antes imaginados: la computación.
El siglo XX significa el paso de la artesanía a la industria. En tal sentido aparecen bien delineadas
cinco funciones que caracterizan la producción editorial en el siglo.
1.- La función creadora: el autor.
2.- La función de lanzamiento o editorial: el editor
3.- La función difusora: la distribución
4.- La función vendedora: la librería
5.- La función valoradora: la crítica.
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1.- La función creadora: el autor
Esta apunta directamente a la consolidación de la figura del autor como realizador de la obra y a su
reconocimiento desde el punto de vista legal en la figura del derecho de autor, como derecho de
propiedad sobre el material producido, aspecto que reconocen las legislaciones de las diferentes naciones;
a pesar de que no existen parámetros exactos para definir la noción de autor.

2.- La función de lanzamiento o editorial: el editor.


En este siglo ocurre la transformación definitiva de esta responsabilidad: de artesano se convierte en
empresario con misión de dirección y coordinación de las tareas correspondientes a la producción en su
conjunto, incluso muchas veces asume la iniciativa cultural, es el promotor de una idea que anteriormente
no se hubiera pensado.
Para este período histórico el editor proyecta su labor no hacia una élite como en siglos anteriores,
sino hacia la multitud, incluso hacia los más humildes.
Surgen así publicaciones sencillas de bajo costo como los pamphlets (panfletos), asociados a las lucha
de clases; la literatura de quiosco, las colecciones de importancia cultural en rústica:
-Penguin Books (Inglaterra)
-Le livre moderne illustré (Francia)
-Tauchnitz (Alemania)
-Austral (España)
El libro de bolsillo inaugura una nueva era, aspecto que expresa la coordinación entre la función
editora y el contorno socioeconómico en que se mueve. En tal sentido podemos afirmar que la función
editorial de escoger, producir y distribuir amplifica a dimensiones masivas.

3.-La función difusora: la distribución.


Esta actividad adquiere particular complejidad en el siglo XX, en primer lugar por las características
de la mercancía. Cualquier publicidad que pudiera apoyarla es muy costosa, ya que está reducida a un
solo producto. Cada título necesitaría su propia publicidad, en tanto es diferente al otro.
Los gastos de distribución son muy elevados pues los mayoristas cobran un alto porcentaje por esa
actividad (40% al 50%).
Un porciento de la edición (10% aproximadamente) es destinado a la crítica y en su mayoría se pierde,
aspecto que es compensado si, en el caso de merecer la atención del crítico apareciera algún anuncio o
promoción gratuita.
Otros aspectos que caracterizan esta función en el siglo XX son:
-Las lecturas públicas
-Recepciones en honor del autor y la crítica
-Premios literarios (oficiales o privados)
-Las ferias locales, nacionales e internacionales.
El factor distribución acrecienta durante esta época el valor de su función en la producción editorial,
tanto más cuanto la enorme gama de títulos producidos exige un aparato receptor y difusor que haga
llegar el producto a los puntos de venta situados tanto en el país como fuera de el.

4.-La función venderora: la librería


Ya en el siglo XX no hay lugar para confundir, como en épocas anteriores la misión del vendedor de
libros; incluso, la proliferación de niveles en esta actividad, desde el que vende preciosos ejemplares
atesorados, literatura popular a bajos precios, hasta los vendedores al aire libre demuestran la magnitud y
especialización del oficio.
Esta función de la librería ofrece una gama de matices muy heterogéneos. Es posible encontrar desde
establecimientos altamente especializados con sistemas automatizados, hasta negocios cuya función
primaria no es la venta del producto editorial sino que, es un complemento de ingreso secundario.
Eso explica porqué, a la par de encontrarnos personal altamente especializado en el oficio (pocos),
existe otro que, desdice mucho del honor que, por tradición, le corresponde al vendedor de libros.

5.-La función valorada: la crítica.

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Esta función debe, ya desde antes del siglo XX, mucho a la labor periodística. Hoy es casi imposible
concebir que cualquier periódico o revista no dedique una de sus páginas a informar sobre las últimas
novedades editoriales.
La difusión de las ediciones es el resultado de la labor de la crítica no sólo en medios impresos, sino
también en el cine, la radio y la televisión, lo cual sin dudas es de un valor inestimable por la magnitud
del público que abarcan, así como por sus efectos.
Esta labor no puede disociarse de la realidad social de su tiempo y debe hacer llegar a una amplia
masa de receptores anónimos el espíritu creador del momento. Ello ha venido exigiendo a la crítica, en la
medida que ha transcurrido el siglo, la preservación de su autonomía y su libertad, así como la búsqueda
de un lenguaje más accesible e inteligible a las masas.

Ha correspondido a la crítica, especialmente la periodística, establecer la realidad viviente de la


producción editorial en relación con la actualidad, como el evento radical y operante de la misma. Ha
correspondido también a la función valoradora, a la crítica, contribuir no solo al paso del texto a la
pantalla sino también de manera inversa, es decir, el paso de la pantalla al texto.
Otro rasgo determinante de la actividad editorial en este siglo son los altos niveles de producción y la
variedad de materiales y soportes, publicidad, publicaciones de corta vida o de cáracter efímero, otras
cuya parte más importante no es el texto, los libros y folletos.
Esta diversidad ha traído como consecuencia que los estudiosos del tema no hayan encontrado una
clasificación más eficaz para la producción editorial -al menos en el caso de los libros- que no sea su
clasificación por grandes bloques lingüísticos para de este modo emprender valoraciones de carácter
cualitativo y cuantitativo.
Y como si fuera poca la complejidad del panorama a nivel mundial para este siglo se añade y a hacia
la década de 1990, la consolidación de una zona de la producción editorial que venía fraguándose desde
algunos años antes: las publicaciones virtuales (C.D.,págs.web.) que, apoyadas en el trascendente avance
que han experimentado las comunicaciones, la electrónica y la computación, renuevan todos los
conceptos sobre la información: sistemas de almacenamiento, circulación de la información, servicios,
manejo de documentos, recuperación, etc, etc.
El libro imagen, el libro sonido son los antecedentes de una producción editorial multimedios que
combina con acierto las diferentes posibilidades comunicativas que conocemos hasta nuestros días. El
futuro es prometedor, las posibilidades ilimitadas, las limitaciones serán en todo caso las propias de las
capacidades humanas.
No obstante, al avance tecnológico, los cimientos que sustentan la producción editorial, sea cual sea la
tecnología o el soporte final, sigue y seguirán siendo los mismos: escoger, producir y distribuir;
actividades donde el único ente rector seguirá siendo de por vida el ser humano y su genialidad en su afán
por superarse a sí mismo.

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