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Estudiar la Escritura y hacer teología

Por R. Carlton Wynne — 4 agosto, 2021

Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Cómo hacer
teología

Se ha dicho que todos somos teólogos. Pero ¿puede todo cristiano ser un buen teólogo? La
respuesta bíblica es un sí rotundo.

Construir una teología sólida a partir de la Escritura no solo es posible, sino que es el llamado y
el privilegio de todo cristiano, porque el Dios a quien queremos conocer nos ha hablado primero
de Sí mismo. Además de revelarse a través de la creación (Sal 19:1-6; Rom 1:20), Dios habló
«en muchas ocasiones y de muchas maneras… por los profetas, en estos últimos días nos ha
hablado por su Hijo» (Heb 1:1-2). Esta autorrevelación de Dios está registrada para nosotros en
la Sagrada Escritura. Con la Biblia en la mano, sabemos que las palabras de Dios a través de
Isaías se aplican hoy: «Acercaos a mí, escuchad esto: Desde el principio no he hablado en
secreto, desde el momento en que sucedió, allí estaba yo. Y ahora me ha enviado el Señor
DIOS, y su Espíritu» (Is 48:16). Como creador del lenguaje y primer hablante (Gn 1:3), Dios es
esencialmente capaz de darse a conocer a quienes ha hecho a Su imagen (vv. 26-27). Nada
puede frustrar Sus propósitos comunicativos.

Considerada correctamente, la palabra teología (que une el griego logos, «palabra», con theos,
«Dios») nos recuerda que si «hacemos teología» es porque la teología —literalmente, una
palabra o un conocimiento relativo a Dios— nos ha sido entregada por Dios primero. Entonces,
incluso al considerar cómo construir una teología a partir de la Escritura, debemos creer en lo
que Dios dice en la Biblia, porque toda verdadera teología se hace ante el rostro de Dios
(coram Deo), en quien «vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17:28).

UNA TEOLOGÍA DE LA ESCRITURA


Por lo tanto, hacer teología a partir de la Escritura comienza con el reconocimiento de que la
Biblia es el fundamento dado por Dios y la única fuente infalible para la verdadera teología.
Toda la Escritura es «inspirada por Dios» (2 Tim 3:16) y sigue siendo «la única norma para
enseñarnos cómo podemos glorificarle y gozar de él» (Catecismo Menor de Westminster,
pregunta 2). La Biblia es el discurso personal de Dios a Sus hijos. Además, la Palabra escrita
de Dios deriva del Verbo encarnado, Jesucristo, quien la dio. El apóstol Pedro enseña que los
escritores humanos de la Biblia «por el Espíritu Santo hablaron de parte de Dios» (2 Pe 1:21).
En otra parte, Pedro nos dice que este Espíritu que anima y respira era nada menos que «el
Espíritu de Cristo dentro de ellos» (1 Pe 1:11). En ese sentido, la Escritura es la carta de
Jesucristo a Su Iglesia (ver Ap 2-3; 22:16). Y así como Él, ahora resucitado de entre los
muertos, da vida a Su pueblo (Juan 5:21), Su Palabra sigue siendo «viva y eficaz, y más
cortante que cualquier espada de dos filos» (Heb 4:12). Toda la Escritura, cada jota y cada tilde
(como dice la RVR60), es la Palabra inerrante de Dios y, como Él, «permanece para siempre»
(Is 40:8; 1 Pe 1:25).

Lamentablemente, un sinnúmero de autodenominados teólogos reemplazan la afirmación de


que «la Biblia es la Palabra de Dios» con una verborrea que suena similar, pero que en
realidad no lo es: «La Biblia es un registro de las experiencias de revelación de los hombres»,
dicen, «pero la Biblia no es, en sí misma, la revelación de Dios». O más sutilmente: «La Biblia
señala a Jesucristo como la revelación de Dios, pero la Biblia no es, en sí misma, la revelación
de Dios», lo que incluso a veces se comprime como «la Biblia da testimonio de la Palabra de
Dios». Trágicamente, quienes sostienen tales formulaciones se desvían de la Escritura como
fuente del verdadero conocimiento de Dios y no ofrecen a la Iglesia más que opiniones
cambiantes y frases altisonantes. Contra todos ellos, el salmista canta al Señor: «Tengo más
discernimiento que todos mis maestros, porque tus testimonios son mi meditación» (Sal
119:99).

HACIENDO TEOLOGÍA A PARTIR DE LA ESCRITURA


Dicho lo anterior, ¿cómo deben los cristianos construir su teología a partir de la Escritura? La
respuesta se encuentra en lo que los estudiantes de la Biblia, con paciencia y oración, han
hecho de forma natural durante siglos, es decir, no solo prestando una cuidadosa atención al
significado de los pasajes particulares en sus contextos inmediatos, sino también trazando
conexiones orgánicas con otros pasajes a través de toda la Escritura. En otras palabras, hacer
teología a partir de la Escritura significa entrelazar los diversos hilos de la verdad centrada en
Cristo que la Biblia despliega orgánicamente para nosotros. Dado que toda la Escritura procede
de Dios, que es la verdad misma (Dt 32:4; Jn 3:33), la Escritura nunca se contradice. Además,
la unidad de la Escritura exige que veamos toda la Biblia como el contexto último de cualquier
versículo individual. Por lo tanto, hacer teología a partir de la Escritura se centra en la pregunta:
¿qué dice toda la Biblia sobre Dios, el hombre, el pecado, Cristo, la Iglesia, el cielo o cualquier
otro tema relevante para la Palabra de Dios? La infinita profundidad de la Escritura nos lleva no
solo a explorar lo que la Escritura dice explícitamente, sino también a rastrear las muchas
verdades que pueden deducirse de la Escritura «por buena y necesaria consecuencia»
(Confesión de Fe de Westminster 1.6), como la doctrina de la Trinidad. Al estudiar la Biblia de
este modo, nos adentramos más en la revelación de la multiforme sabiduría de Dios (ver Ef
3:10).

Al igual que la oración que debería alimentarla, un estudio sistemático de las Escrituras
requiere paciencia y perseverancia forjadas por el Espíritu. Cuando nos encontramos con
«cosas difíciles de entender» (2 Pe 3:16), podemos y debemos buscar ayuda en maestros
piadosos, comentarios bíblicos y la riqueza de las reflexiones pasadas de la Iglesia sobre la
Biblia. Al fin y al cabo, también son regalos de Cristo para nosotros (Ef 4:11-14). Pero aunque
estos recursos nos ayudan a leer las Escrituras, nuestra autoridad final debe ser el Espíritu que
habla en las Escrituras que Él inspiró. Por lo tanto, al construir una teología a partir de la Biblia,
hacemos bien al recordar el principio clave de interpretación defendido por los reformadores
protestantes (llamado analogía de la Escritura) y expresado elocuentemente en la Confesión de
Fe de Westminster: «La regla infalible de la interpretación de la Escritura es la Escritura misma.
Por tanto, cuando hay duda acerca del total y verdadero sentido de algún texto (el cual no es
múltiple sino único), debe investigarse y entenderse mediante otras partes que hablen más
claramente» (CFW 1.9). Así como se excava en busca de un tesoro escondido, que se sabe
que está ahí, los que estudian fielmente la Palabra obtienen una comprensión cada vez más
rica del único Dios verdadero y del Salvador que ha enviado (Jn 17:3), al tiempo que el Señor
Jesús los transforma para que se parezcan más a Él (2 Co 3:18).

De acuerdo a la amorosa manera de Dios, lo que Él requiere de nosotros se complace en


producirlo en nosotros (Flp 2:12-13). Así, Dios mismo viene en nuestra ayuda al estudiar la
Escritura. Jesús prometió a Sus apóstoles que el «Espíritu de verdad» los guiaría a toda verdad
(Jn 16:13). Qué maravilla que el mismo Espíritu que inspiró la Escritura habite en los cristianos
y potencie nuestro estudio del Antiguo y del Nuevo Testamento «para que conozcamos lo que
Dios nos ha dado gratuitamente» (1 Co 2:12). Por la gracia divina, el investigador serio de la
Escritura, que se interesa por la guía del Espíritu, aprovechando al máximo todas las formas en
que Dios bendice a Su Iglesia —incluyendo el escuchar semanalmente la Palabra predicada, la
comunión cristiana y la oración— llegará a entender Su Palabra y dará mucho fruto (Mt 13:23;
Mr 4:20).

TRAYENDO NUESTRA TEOLOGÍA A LA ESCRITURA


Siempre existe el peligro de que, sin saberlo, leamos en la Escritura nuestros propios prejuicios
no bíblicos. A veces hacemos eiségesis, leyendo cosas «en» (eis en griego) el texto que no
están ahí, en lugar de exégesis, leyendo la verdad «fuera de» (ex en griego) el texto. Pero así
como Dios ha vencido nuestro pecado por medio de Cristo (Rom 5:15-17), Su Palabra es capaz
de exponer y corregir los supuestos erróneos que traemos a ella. En la práctica, por tanto, no
debemos pretender que las diversas suposiciones no influyan en nuestra lectura de la
Escritura. Por el contrario, debemos esforzarnos por formar nuestras suposiciones a partir de
una cuidadosa lectura de lo que dice la Escritura. De hecho, esforzarnos por aportar un marco
teológico estudiado y bíblicamente fundamentado a un texto nos permite reconocer mejor
cuando un pasaje de la Escritura no «encaja» con nuestras presuposiciones, y eso nos
impulsará a alinear mejor nuestro pensamiento con la Escritura. El resultado es una especie de
«espiral hermenéutico», un examen y evaluación continuos de la perspectiva teológica que
hemos desarrollado a partir de nuestra lectura de la Escritura, de manera que nuestra
perspectiva teológica mejore continuamente.

Por ejemplo, un nuevo creyente puede haber aprendido que Jesús murió para acabar con el
pecado (1 Jn 3:5). Este conocimiento, por muy limitado que sea, se convierte en una red a
través de la cual lee sobre los sacrificios judíos descritos en el Antiguo Testamento. De
repente, al leer Hebreos 10:4 («Porque es imposible que la sangre de toros y de machos
cabríos quite los pecados»), se desarrolla una nueva visión teológica: los sacrificios en Israel
anticipaban la venida de Cristo, quien es el único sacrificio efectivo por el pecado (Heb 7:27;
9:26). El conocimiento de las Escrituras por parte del cristiano aumenta, y pronto, la declaración
de Juan el Bautista en Juan 1:29 («¡He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del
mundo!») resplandece en la página con un nuevo brillo.

EL FRUTO DE LA TEOLOGÍA DESDE LA ESCRITURA


Si la verdadera teología trata del glorioso Dios que nos dio la Biblia, entonces hacer teología es
un objetivo adecuado de toda lectura bíblica. Pero la revelación de Dios ha llegado a nosotros
con un propósito aún más elevado, a saber, que podamos conocer a Dios personalmente en
Cristo y adorarle en el vínculo de la comunión. Afortunadamente, Dios ha unido estos dos
objetivos por designio soberano. Cuando leemos la Biblia por la teología que se presenta en
ella, nuestro estudio alimentará la verdadera adoración. Y lo que Dios ha unido, que ningún
hombre lo separe.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.


R. Carlton Wynne
R. Carlton Wynne
El Dr. R. Carlton Wynne es profesor asistente de teología sistemática y apologética en el
Westminster Theological Seminary en Filadelfia.

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