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Estudiar La Escritura y Hacer Teología
Estudiar La Escritura y Hacer Teología
Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Cómo hacer
teología
Se ha dicho que todos somos teólogos. Pero ¿puede todo cristiano ser un buen teólogo? La
respuesta bíblica es un sí rotundo.
Construir una teología sólida a partir de la Escritura no solo es posible, sino que es el llamado y
el privilegio de todo cristiano, porque el Dios a quien queremos conocer nos ha hablado primero
de Sí mismo. Además de revelarse a través de la creación (Sal 19:1-6; Rom 1:20), Dios habló
«en muchas ocasiones y de muchas maneras… por los profetas, en estos últimos días nos ha
hablado por su Hijo» (Heb 1:1-2). Esta autorrevelación de Dios está registrada para nosotros en
la Sagrada Escritura. Con la Biblia en la mano, sabemos que las palabras de Dios a través de
Isaías se aplican hoy: «Acercaos a mí, escuchad esto: Desde el principio no he hablado en
secreto, desde el momento en que sucedió, allí estaba yo. Y ahora me ha enviado el Señor
DIOS, y su Espíritu» (Is 48:16). Como creador del lenguaje y primer hablante (Gn 1:3), Dios es
esencialmente capaz de darse a conocer a quienes ha hecho a Su imagen (vv. 26-27). Nada
puede frustrar Sus propósitos comunicativos.
Considerada correctamente, la palabra teología (que une el griego logos, «palabra», con theos,
«Dios») nos recuerda que si «hacemos teología» es porque la teología —literalmente, una
palabra o un conocimiento relativo a Dios— nos ha sido entregada por Dios primero. Entonces,
incluso al considerar cómo construir una teología a partir de la Escritura, debemos creer en lo
que Dios dice en la Biblia, porque toda verdadera teología se hace ante el rostro de Dios
(coram Deo), en quien «vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17:28).
Al igual que la oración que debería alimentarla, un estudio sistemático de las Escrituras
requiere paciencia y perseverancia forjadas por el Espíritu. Cuando nos encontramos con
«cosas difíciles de entender» (2 Pe 3:16), podemos y debemos buscar ayuda en maestros
piadosos, comentarios bíblicos y la riqueza de las reflexiones pasadas de la Iglesia sobre la
Biblia. Al fin y al cabo, también son regalos de Cristo para nosotros (Ef 4:11-14). Pero aunque
estos recursos nos ayudan a leer las Escrituras, nuestra autoridad final debe ser el Espíritu que
habla en las Escrituras que Él inspiró. Por lo tanto, al construir una teología a partir de la Biblia,
hacemos bien al recordar el principio clave de interpretación defendido por los reformadores
protestantes (llamado analogía de la Escritura) y expresado elocuentemente en la Confesión de
Fe de Westminster: «La regla infalible de la interpretación de la Escritura es la Escritura misma.
Por tanto, cuando hay duda acerca del total y verdadero sentido de algún texto (el cual no es
múltiple sino único), debe investigarse y entenderse mediante otras partes que hablen más
claramente» (CFW 1.9). Así como se excava en busca de un tesoro escondido, que se sabe
que está ahí, los que estudian fielmente la Palabra obtienen una comprensión cada vez más
rica del único Dios verdadero y del Salvador que ha enviado (Jn 17:3), al tiempo que el Señor
Jesús los transforma para que se parezcan más a Él (2 Co 3:18).
Por ejemplo, un nuevo creyente puede haber aprendido que Jesús murió para acabar con el
pecado (1 Jn 3:5). Este conocimiento, por muy limitado que sea, se convierte en una red a
través de la cual lee sobre los sacrificios judíos descritos en el Antiguo Testamento. De
repente, al leer Hebreos 10:4 («Porque es imposible que la sangre de toros y de machos
cabríos quite los pecados»), se desarrolla una nueva visión teológica: los sacrificios en Israel
anticipaban la venida de Cristo, quien es el único sacrificio efectivo por el pecado (Heb 7:27;
9:26). El conocimiento de las Escrituras por parte del cristiano aumenta, y pronto, la declaración
de Juan el Bautista en Juan 1:29 («¡He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del
mundo!») resplandece en la página con un nuevo brillo.