Está en la página 1de 4

¿Cuál es nuestra teología?

Por Sinclair B. Ferguson — 12 agosto, 2021

Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: El ahora cuenta
para siempre

Son varias e importantes las convicciones que impulsan a la revista Tabletalk, las cuales
también han impulsado la historia completa del ministerio de Ligonier. Una de estas
convicciones fue expresada hace unos quinientos años por Martín Lutero (¿quién más podría
ser?).

Todos somos teólogos; todo cristiano debe serlo. Todos deben ser teólogos para poder ser
cristianos.

Pero ¿cuál es esa teología? Y, en particular, ¿cuál es nuestra teología?

TEOLOGÍA
Teología es hablar de Dios (en el mejor y más elevado sentido); es decir, pensar y hablar sobre
Dios de forma coherente y lógica. Y para el creyente cristiano, esto significa una teología
enraizada en la revelación que Dios ha dado y que la expresa. Por tanto, hay un sentido
correcto en el que estamos llamados a tener una «teología de todo», porque de una forma u
otra todo el cosmos —el desarrollo de la historia, los descubrimientos que hacemos— todo es
parte del desarrollo de la autorrevelación de Dios en la creación, la providencia, la redención y
la consumación. Como señaló Abraham Kuyper, nada en el cosmos es ateo en sentido
absoluto. O para citar una autoridad superior: «Por que de Él, por Él y para Él son todas las
cosas» (Rom 11:36). Por eso, omnes sumus theologi —todos somos teólogos— ya seamos
físicos nucleares, astronautas, amantes de la literatura, jardineros, recolectores de basura o
incluso «teólogos». Este es el privilegio, el reto, el romance de nuestras vidas, en cualquier
vocación imaginable. En última instancia, tomando prestadas las palabras de Pablo, solo una
cosa hacemos (Flp 3:13). ¿Pablo hacía solo una cosa? Claro que no. Pero sí, hacía solo una
cosa, pero en mil actividades diferentes. Lo mismo ocurre con nosotros. En todas las cosas
somos teólogos porque sabemos que toda la vida es para conocer a Dios.

Pero ¿cómo funciona la teología? Tal vez nos ayude una ilustración. Hay un programa en la
televisión de la BBC que me gusta mucho. Se llama The Repair Shop [El taller de
reparaciones], y —en medio de tantas cosas en la televisión que son deprimentes o inmorales,
o ambas cosas— es un programa que te hace sentir bien. Personas comunes y corrientes traen
sus reliquias dañadas, deterioradas, deformadas y algunas casi destruidas para que las
reparen. A menudo nos cuentan historias profundamente conmovedoras o por qué el artículo
(que puede tener poco valor en sí mismo) es tan importante para ellos por su conexión con un
ser querido. Entonces vemos las habilidades extraordinarias de los artesanos y artesanas —
expertos en carpintería y metalurgia, mecánica y mobiliario, instrumentos musicales y
mecanismos, objetos blandos y duros— trabajando lo que parece ser magia. Mientras que la
gente como yo remienda y espera lo mejor, ellos primero deconstruyen y solo entonces
reconstruyen y devuelven la gloria perdida a las reliquias. Luego, el maravilloso desenlace:
somos testigos (y compartimos) la abrumadora gratitud de los distintos propietarios, sus elogios
y, a menudo, su alegría hasta las lágrimas al descubrir el objeto restaurado en todo su
esplendor, normalmente debajo de una manta muy ordinaria (lo que sugiere una mayor
restauración).

La teología es el taller de reparación del evangelio. Sus diversos «loci» o temas (Dios, la
creación, la caída, la providencia, la redención, la glorificación) son, por así decirlo, otros tantos
departamentos de expertos que primero deconstruyen nuestros daños personales y luego nos
reconstruyen hasta hacer realidad la visión original en nuestra creación. De este modo, lo que
nuestros antepasados llamaban la teología de la peregrinación, en la que vemos por un espejo,
se convierte en la teología de la visión en la que veremos cara a cara. Habiendo sido creados a
imagen de Dios para glorificarle y disfrutar de Él para siempre, seremos por fin semejantes a Él.

¿Cuál es entonces el contenido de nuestra teología?

NUESTRA TEOLOGÍA
Se dice que Tomás de Aquino dijo que la teología viene de Dios, nos enseña sobre Dios y nos
lleva a Dios. Y puesto que la vida eterna consiste en conocer a Dios y a Jesucristo, a quien Él
ha enviado (y esto solo lo hacemos por medio del Espíritu; Jn 17:3; ver 14:23, 25), nuestra
teología comienza (y termina) con Dios. Nos dice quién es Él: un Dios que es tres personas, la
siempre bendita Trinidad, en la eterna comunión de Su ser tripersonal como Padre, Hijo y
Espíritu Santo. Esta teología nos lleva a conocer Su maravilloso carácter unificado y simple,
que en nuestra limitada capacidad logramos captar aspecto por aspecto en lo que llamamos
Sus atributos. De hecho, estas son solo algunas formas de describir Su perfección, Su
divinidad, Su infinita y gloriosa deidad.

Así pues, nuestra teología es una teología del Dios trino que es suficiente para sí mismo y en sí
mismo y quien en todas Sus automanifestaciones es amor santo. No es de extrañar, pues, que
nuestra teología esté impulsada por las visiones gemelas del profeta de la santidad y del
apóstol del amor, en Isaías 6 y Apocalipsis 4-5. Es un hecho sorprendente que en estas dos
visiones parece estar resumida toda nuestra teología.

Ellas reflejan la divinidad de Dios, «el que era, el que es y el que ha de venir» (Ap 4:8), y la
historia de la creación (v. 11): que todas las cosas en el cielo y en la tierra fueron hechas por el
Dios trino, «Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible e invisible»
(el Credo Niceno), por medio de Su Palabra, el Hijo Eterno, y por el ministerio ordenador,
llenador y completador del Espíritu que se movía sobre las aguas originarias.
Estas visiones nos proporcionan un espejo en el que vemos que nuestro destino creado yace
detrás de nosotros casi irreconocible. Fuimos creados por Dios para Su gloria y para disfrutar
de Él; en una palabra, para la comunión con Él y la alabanza a Él. Pero ahora nos
encontramos, como Isaías, abrumados por el descubrimiento de quién es Dios —el Santo— y
nos damos cuenta de que somos como un antiguo castillo escocés que se ha convertido en
una reliquia arruinada, destruida por los asaltos de Satanás. Estamos abandonados, incapaces
de restaurarnos a nosotros mismos, deshechos e impuros. Ninguno de nosotros es capaz de
abrir un libro que contenga un plan para nuestra salvación y restauración (Ap 5:4).

Pero no es así como nuestra teología termina. Dios quiere Su imagen de vuelta. Es cierto que
debemos descubrir que estamos arruinados antes de poder ver nuestra necesidad de
restauración. Pero entonces nuestra teología según Isaías y Juan nos dice que no se trata de
un Dios diferente, sino de un mismo Dios tres veces santo cuyo mensajero trae la restauración
a través de un carbón encendido de un altar de sacrificio que primero incinera y luego restaura.
Y esta teología bíblica nos dice que en su visión Isaías vio la gloria del Señor Jesús (Jn 12:41).
Entonces, como nuestra teología sostiene que la revelación es progresiva y acumulativa,
entendemos que la persona a la que apunta la visión de Isaías no es otra que el León de Judá,
el Cordero de Dios inmolado que quita el pecado del mundo (Ap 5:6-10). Y a medida que
profundizamos para «aprender a Cristo» (Ef 4:20), contemplamos Su única persona divina en
Sus dos naturalezas unidas en esa única persona, en Sus dos estados de humillación y
exaltación y en Sus tres oficios como Profeta, Sacerdote y Rey: un solo Señor Jesucristo.

En este contexto, descubrimos que algo nos sucede: por el Espíritu seráfico, nuestras vidas
entran en contacto vivo con Cristo en Su sacrificio expiatorio. Somos perdonados y justificados
de la culpa del pecado. Y en ese mismo momento se inaugura la quema del pecado en
nosotros. No puede ser de otra manera, ya que como Calvino señaló regularmente, pensar que
podemos tener a Cristo para la justificación sin tenerlo para la santificación es despedazarlo, ya
que nos ha sido dado para ambas cosas. El Espíritu nos une a un solo Cristo que es a la vez
«justificación y santificación» para nosotros (1 Co 1:30). Por lo tanto, el pecador que es
justificado comparte también y simultáneamente Su muerte al dominio del pecado y Su
resurrección a novedad de vida para Dios (Rom 6:2-4). Tener cualquier otra teología es
entender mal cómo la gracia reina «por medio de la justicia para vida eterna, mediante
Jesucristo nuestro Señor» (5:21).

No es de extrañar que la visión trascendente de Isaías termine en una obediencia


incondicional: «Heme aquí; envíame a mí» (por muy duro que sea el camino; Is 6:8-13). Y no
es de extrañar que la visión de Isaías se haga eco en la experiencia de Juan del canto celestial:
«Santo, Santo, Santo, es el Señor Dios, el Todopoderoso, el que era, el que es y el que ha de
venir» (Ap 4:8); y culmina en una adoración sin fin: «Al que está sentado en el trono, y al
Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el dominio por los siglos de los siglos» (5:13). No
es casualidad que las conferencias nacionales de Ligonier tradicionalmente terminen con el
canto del «Aleluya» de Handel.
Sí, esta es nuestra teología. Ha sido el latido del corazón de Ligonier desde los primeros días
de «La confraternidad de enseñanza de R.C. Sproul», expresado ahora por cincuenta años en
una multitud de formas. Aquí todos formamos parte de esa confraternidad de enseñanza. Y
esta teología, nuestra teología, se convierte en el taller de reparación divino, que nos lleva
desde la ruina hasta la restauración final, pasando por la redención. ¡Soli Deo gloria!

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.


Sinclair B. Ferguson
Sinclair B. Ferguson
El Dr. Sinclair B. Ferguson es maestro de la Confraternidad de Enseñanza de Ligonier
Ministries y profesor canciller de Teología Sistemática en el Reformed Theological Seminary.
Anteriormente, se desempeñó como ministro principal de la First Presbyterian Church en
Columbia, S.C., y ha escrito más de dos docenas de libros, incluyendo El Espíritu Santo y Solo
en Cristo

También podría gustarte