El pasado 2 de mayo, el presidente de Colombia, Iván Duque, le pidió al
Congreso retirar una reforma tributaria que claramente había prendido la
mecha de la indignación en Colombia, habiendo enviado, desde el 28 de abril, a miles de colombianos a las calles en un paro nacional que se ha mantenido constante desde entonces. El proyecto, que pretendía recaudar más de 23 billones de pesos colombianos (aproximadamente 6,000 millones de dólares), afectaba sobre todo a las capas medias y populares, mientras que mantenía los privilegios de los que más tenían por medio de generosas exenciones.
La reforma tributaria parecía hecha desde una burbuja, en total desconexión
con la realidad que viven las poblaciones más necesitadas, demostrando así su clara falta de empatía. A la arrogancia del poder y a la falta de empatía habría que sumarle la incapacidad de pasar la página del presidente Duque y aceptar que el país de hoy no se puede entender mediante el dogma uribista que considera que la protesta social es el brazo armado de la subversión. En lugar de leer al país que sale a protestar, Duque decidió volver a las viejas formas que por años han estigmatizado la protesta social e intentó minimizar las marchas agrandando los hechos vandálicos que desafortunadamente se produjeron. Su ministro de Defensa, Diego Molano, dijo en conferencia de prensa que las disidencias de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) de “Gentil Duarte” estaban detrás de las protestas en Cali, como si este país fuera el mismo de hace 10 años. O la intervención de las fuerzas de maduro para desligitimar este gobierno
Para el sábado 1 de mayo, Duque había ordenado militarizar el país, decisión
que fue criticada hasta por los alcaldes de varias de las ciudades más importantes. La orden la dio Duque luego de que el expresidente y su mentor, Álvaro Uribe, lanzara un tuit que fue retirado por Twitter porque incitaba a la violencia y en el que invitaba a “apoyar el derecho de los policías y militares de utilizar sus armas en defensa propia contra la acción criminal del terrorismo vandálico”. Bajo esas mismas premisas, en Colombia, miembros de las fuerzas armadas han incurrido en lo que hoy llamamos falsos positivos pero que en realidad fueron ejecuciones extrajudiciales. Así el presidente Duque intente minimizar la protesta social, la realidad es que la gente en Colombia salió a marchar no solo para retirar la reforma tributaria, a esto súmele reforma a la salud, el mal manejo de los recursos públicos con la compra de carros blindados, con la compra de armas de baja letalidad para el smad, con el manejo tan tibio que se le hace a la pandemia, con la precariedad de los médicos en sus puestos de trabajo, en las disparadas cifras de pobreza reveladas recientemente (la pobreza monetaria ascendió a 42.5% y hay 21 millones de personas en esa condición), en el desempleo que se vino encima (15.9%), en el asesinato sistemático de más de 900 líderes sociales desde 2016, en los más de 27,000 desplazados internos en el primer trimestre de este año Y ante esta desazón, el gobierno ha respondido sin conductos, tratando de disipar la ira social a la brava, con una violencia que ha dejado muertos y el temor de la ciudadanía a un feroz autoritarismo. El listado que devela la inoperancia de Iván Duque continúa: la decisión que tomó de hacer una transmisión diaria de un programa de televisión sobre la pandemia, su lucha fracasada de objetar la ley que regulaba a la Jurisdicción Especial para la Paz, su “Conversación Nacional” que usó para frenar el desprestigio que le vino con el paro nacional de 2019 y que nunca concluyó (un mecanismo que pretende volver a usar ahora). Aunque todo esto era esperable: Colombia eligió a un gobernante sin experiencia, sin margen de maniobra, que ha tratado de hacer malabares con sus políticas, como quedó demostrado en su intransigente manejo de la reforma tributaria.
Tan evidente es todo esto, que no solamente la ciudadanía y quienes lo
apoyaron en su elección —unos politiqueros de vieja data en Colombia— le están dando la espalda, sino que su propio partido ha manifestado una inconformidad que muy probablemente irá creciendo con el tiempo. La respuesta estatal a las marchas son el índice perfecto para medir a Duque: un gobierno débil que usa a su fuerza armada para reprimir el malestar social. Cuando los y las manifestantes ya estaban en la calle, empezó lo que en las redes sociales se ha denunciado como “Alerta roja”. La brutalidad con la que la Policía ha tratado a quienes protestan, que corrió varios días al tiempo con un silencio de las autoridades, no solo es muy preocupante sino que es un acto criminal. Y preocupa que, ante la violencia registrada, el presidente le haya hecho caso a su mentor Uribe, quien por Twitter le pidió militarizar las ciudades o que la Consejera Presidencial para los Derechos Humanos salga y diga, en medio de todo esto, que los derechos básicamente hay que ganárselos.