Está en la página 1de 3

Capítulo 1

Ser terapeuta
Saber escuchar
Ser terapeuta es saber escuchar
Saber escuchar es, contrario a lo que podría creerse, una
actividad extremadamente compleja y, definitivamente,
no es una posición pasiva.
Quien escucha se compromete profundamente con
la persona a quien escucha. Se compromete, por ejemplo,
a asumir un marco de referencia que no es el suyo
y que tampoco conoce: tendrá que irlo descubriendo y
construyendo. Esa es la condición para conseguir cualquier
nivel de comprensión de la persona que tiene al
frente.
No solo se escucha el discurso verbal: se escuchan los
silencios, las risas y el llanto, las miradas, las posiciones
corporales. Se escucha al otro como un todo.
Escuchar no es simplemente permanecer en silencio
frente a alguien que habla.
Se escucha cuando se ponen en relación ciertos contenidos
actuales con otros anteriores.
Se escucha cuando se establece relación entre lo que
se observa en el aquí y en el ahora con ciertas cosas que
se saben. De esa manera se podrá evitar hacerle psicoterapia
a un tumor cerebral, o confundir una psicosis
tóxica con un episodio esquizofrénico, o atribuir ciertos
síntomas a un resfriado en vez de al consumo crónico
de cocaína.
Un terapeuta se compromete a tratar de entender.
Pero este no es un ejercicio intelectual sino un esfuerzo
para ayudar al interlocutor a que entienda, interprete y
decida sobre lo que le ocurre. Y, especialmente, a que
examine sus emociones y la relación que tienen con sus
conductas y pensamientos.
Un terapeuta se compromete a acompañar a su consultante
en un camino que nunca está sembrado de
pétalos de rosa, ni de pétalos de ninguna otra clase; no
obstante, a veces se encuentran en ese camino, no solo
flores, sino inmensas riquezas.
Si alguien no sabe escuchar y no es capaz de comprometerse,
es mejor que busque otro oficio.
Aquel terapeuta que cree que su responsabilidad se
limita al tiempo compartido entre las cuatro paredes del
consultorio, tiene montado un negocio, pero no es un
verdadero terapeuta.
Ser terapeuta es un oficio, como ser carpintero, pianista
o cirujano. Solo que en un nivel diferente de la experiencia.
Como cualquier oficio, ser terapeuta es algo que se
aprende, pero que también exige habilidades y competencias
personales que algunos humanos tienen y otros
no. No todo el mundo puede ser cirujano o carpintero
o pianista. O mejor: no todo el mundo puede ser buen
cirujano, buen carpintero o buen pianista. Es verdad
que cualquiera puede clavar una puntilla, lo que no lo
hace un buen carpintero; cualquiera puede tomar clases
de piano e interpretar una canción popular, lo que
no lo convierte en pianista; y cualquiera, como Jack el
Destripador, puede actuar como “cirujano gástrico aficionado”
y abrirle el vientre a alguien de una puñalada,
pero eso no lo convierte en un auténtico cirujano. Por
supuesto, los mediocres siempre encuentran un espacio
libre, porque ese espacio es bastante amplio.
Se aprende a manejar la escucha. Se aprende a manejar
la voz. Se aprende cómo decir ciertas cosas. Se aprende
a discernir cuándo es pertinente preguntar, afirmar,
parafrasear o permanecer en silencio.
Saber escuchar implica disponer de una tela de araña
en la que se incluyen hilos de conocimientos, hilos de
interpretaciones, hilos de asociaciones, hilos de exploraciones,
hilos de comprensión e hilos de autoanálisis.
Un terapeuta sabe, y debe saber, muchas cosas: sabe
cómo puede evolucionar un determinado trastorno y
conoce qué debe hacer para encauzar esa evolución en
una dirección determinada. Sabe cuáles son los riesgos
de cada una de sus intervenciones.
Sabe que, para romper la cronicidad de un problema,
puede ser necesario producir una crisis; pero sabe
también que no puede ‘soltar al dragón’ sin asumir ciertas
consecuencias. Y las asume. Y toma las precauciones
necesarias para no perder el control de la situación. O decide
que es mejor no soltar al dragón.
Un terapeuta sabe que todo lo que haga es el resultado
de una interpretación, correcta o equivocada, pero
siempre, una interpretación.
Cuando es correcta puede, incluso, producir un resultado
desastroso si se presenta en el momento inadecuado
o de manera inapropiada. Por el contrario, una
interpretación falsa puede producir un resultado positivo
si quien la recibe considera que es una luz que le
permite entender algo que antes no entendía.
Un terapeuta sabe que hay muchas formas de interpretación:
desde la respuesta en eco, que no posee ni
un elemento más de contenido que el enunciado por el
consultante, hasta la más osada de las inferencias, que
no posee ni un solo elemento en común con lo enunciado
por el consultante.
Un terapeuta sabe que su trabajo es una exploración
en busca de sentido. Eso es lo que yo llamo “espeleología
psicológica”, es decir, la exploración de las cavernas
oscuras y profundas de lo humano.
Ser terapeuta implica inventar cuerdas de descenso,
ganchos de apoyo, linternas que permitan entender. Algunos
de esos instrumentos ya existen, son conocidos
y se enseñan en los procesos de supervisión; pero otros
son propios y solo pueden ser descubiertos o inventados,
nadie los puede enseñar.
Un terapeuta no solo explora –o ayuda a explorar–,
al “otro”, sino que también es capaz de explorarse en
todo momento. Es decir, es capaz de “mirar hacia adentro”.
Esto le permitirá saber, cuando hace una pregunta,
si realmente necesita la información o si solo siente curiosidad;
si lo que hace es una respuesta a los intereses
de su consultante o a los intereses propios. O si es un
disparo en el vacío.
Un terapeuta es capaz de preguntarse si eso que está
a punto de hacer o de decir, lo haría o lo diría si supiera
que las cámaras de un noticiero de televisión lo están
grabando. O si no lo haría ni lo diría en esas condiciones.
Y procedería a preguntarse qué es lo que le ocurre con
esa persona, a la que parecía dispuesto a hacerle daño o,
en cualquier caso, a atropellar en mayor o menor grado.
Un terapeuta es capaz de preguntarse qué es lo que
está sintiendo por la persona que tiene al frente (interés,
afecto, aburrimiento, atracción sexual, rechazo) y está dispuesto
a compartir eso con otros colegas. Solo así podrá
evitar perder el control sobre lo que está sintiendo, porque
nunca hay que perder el sentido de las dimensiones:
un terapeuta es simplemente un ser humano que siente
las mismas cosas que todos los otros humanos; la única
diferencia es que ha aprendido a canalizarlos de una forma
particular, o por lo menos, mientras está en terapia.

También podría gustarte