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El siguiente material no pertenece a ninguna editorial, y al estar realizado por
aficionados y amantes de la literatura puede contener errores. Esperamos que
disfrute la lectura.

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Índice
Sinopsis Capítulo 20
Capítulo 1 Capítulo 21
Capítulo 2 Capítulo 22
Capítulo 3 Capítulo 23
Capítulo 4 Capítulo 24
Capítulo 5 Capítulo 25
Capítulo 6 Capítulo 26
Capítulo 7 Capítulo 27
Capítulo 8 Capítulo 28
Capítulo 9 Capítulo 29
4 Capítulo 10 Capítulo 30
Capítulo 11 Capítulo 31
Capítulo 12 Capítulo 32
Capítulo 13 Capítulo 33
Capítulo 14 Capítulo 34
Capítulo 15 Capítulo 35
Capítulo 16 Sobre la Autora
Capítulo 17 Próximo Libro
Capítulo 18 ¡Visítanos!
Capítulo 19
Sinopsis
Seis meses en el calabozo de un enemigo podría haber roto un hombre más
débil, pero el antiguo caballero templario, Kenrick de Clairmont ha salido de
prisión con una determinación inquebrantable, y se consume con una única misión
de enormes proporciones: encontrar el Cáliz del Dragón, un tesoro místico que se
dice otorga un poder ilimitado a su portador.
Es una persecución peligrosa, que Kenrick enfrenta contra enemigos expertos
en mortales artes oscuras. Pero ningún obstáculo resulta ser más traicionero ―ni
más seductoramente letal― que la belleza ardiente llamada Haven.
Atrapados en la batalla por el Cáliz, Haven sobrevive una noche de terror que
la deja herida y cerca de la muerte. Su memoria es abrasada por la fiebre, Haven
despierta para encontrarse a los cuidados del prohibido, apuesto Kenrick, que
ofrece su protección a cambio de su alianza. Un fideicomiso tenue se forma entre
los dos, que pronto se enciende en una pasión feroz que tampoco puede negar.
3 Pero los recuerdos de Haven de su pasado comienzan a emerger lentamente, y se
pondrá en peligro el frágil vínculo entre ella y Kenrick, y los enreda en una lucha
por sus propias vidas…
Capítulo 1
Cornwall, Inglaterra
Mayo, 1275

Entró despacio en el lugar, sus pasos vacilantes ahora que había violado el
umbral. Después de una ausencia tan larga de la casa de su padre, no estaba del
todo seguro de que sería bienvenido. Dudaba que fuera escuchado. Pero aceptado
o no, su corazón estaba pesado, y no conocía ningún otro lugar para poner sus
cargas. La culpa aquí, sin embargo, era totalmente suya, y dedujo que la llevaría
por el resto de sus días.
Finas espuelas de plata montaban los talones de sus botas, sonando
4 suavemente sobre el suelo de piedra lisa a medida que avanzaba, su música
metálica la única alteración del sonido en la vacía cámara. Sin calentar, oscura,
salvo por el tenue resplandor nublado en medio de un gran ventanal de arco, el
espacio abovedado sostenía la calma frescura de una tumba. Montaje, pensó, sus
ojos aun ardiendo por la visión que le dio la bienvenida a su llegada.
Por un momento, cuando alcanzó el final del camino, el caballero sólo podía
estar parado allí, con los miembros como plomo debido a los días de viaje, con la
garganta inflamada y seca como la amarga tiza de ceniza.
La cabeza dorada se inclinó, cerró los ojos y cayó de rodillas en el suelo.
―Pater noster, qui es en caelis…
La oración salió de sus labios de memoria, familiar como su propio nombre.
Kenrick de Clairmont había dicho esta oración mil veces, o más, innumerables
repeticiones, cien veces por día durante siete días interrumpidamente, como se
requiere cada vez que uno de sus hermanos templarios caía. Aunque ya no
estuviera en la Orden, quería creer que, cuando rompió su promesa, algún trozo de
su fe aún podría haber permanecido. La oración que recitaba ahora era para un
amigo y la familia de ese hombre, para Randwulf de Greycliff, la esposa y su
pequeño hijo que una vez vivieron en este lugar.
Cada respiración de Kenrick dibujo al hablar una columna empalagosa de
humo y cenizas. El hollín ennegrecía el suelo de la capilla donde se arrodilló, como
lo estaban las paredes de la pequeña torre de vigilancia. El lugar estaba en ruinas,
todo muerto y frío algunas semanas antes de que él llegara.
Rand y su querida familia… muertos.
Kenrick no necesitaba cuestionarse el por qué, o quién. La aniquilación
llevaba el sello de Silas de Mortaine, el hombre que lo había mantenido como
rehén en una mazmorra en Rouen durante casi medio año, y seguramente lo habría
matado sin tardanza si no hubiera sido por su audaz rescate hace unos meses.
Kenrick encontró difícil de mantener su alivio ante ese pensamiento ahora.
Mientras se recuperaba de su tortura, Rand y sus seres queridos encontraron un
final horroroso.
Todo por culpa de él.
Todo por culpa de un pacto secreto que había compartido con su amigo y
hermano de armas, una promesa sellada hace más de un año en esta humilde casa
solariega de Cornualles cerca de Land´s End.
Sangre de Dios.
Si hubiera sabido lo que le costaría a Rand, nunca habría buscado su ayuda.
―... sed libera nos a malo...
5
Demasiado tarde, pensó, amargado por la pena y el remordimiento. El mal de
de Mortaine era ineludible. Su asimiento era de gran alcance. Él era una fuerza
amenazadora, un hombre rico que se dedicó a la magia negra y controlaba un
pequeño ejército de bestias mercenarias que le ayudaban en sus objetivos
malévolos. Quería el Cáliz del Dragón, un tesoro legendario de orígenes místicos.
Kenrick había tropezado con los cuentos del Cáliz en su trabajo para la Orden. En
verdad, había pensado que era un simple mito, hasta que sostuvo parte del
legendario tesoro en sus manos y fue testigo de la sorprendente amplitud de sus
poderes.
El Cáliz del Dragón era real, y la carnicería aquí perpetrada era simplemente
una manifestación más de la intención de Silas de Mortaine de reclamar el Cáliz
como suyo. Para Kenrick de Clairmont, que todavía llevaba las cicatrices de su
encarcelamiento, la parodia que rodea la fortaleza de Rand era una prueba más de
por qué no podía permitir que Mortaine fuera el ganador.
No a cualquier precio.
―Amén ―gruñó, y luego se puso de pie en la nave carbonizada de la capilla.
Por un momento, dejó que su mirada se asentara sobre los escombros del
lugar, en el modesto crucifijo de oro que colgaba sobre el altar, ileso. Se tragó la
maldición irónica que se alzaba a su lengua, pero a duras penas.
Ni siquiera Dios podía impedir que de Mortaine visitara con su ira a esta
gente noble.
Una blasfemia leve por pensar algo así, sobre todo en un lugar de oración.
Tanto peor porque esto vino de un hombre que una vez juró servir a Dios, primero
como monje de noviciado, entonces, más tarde, como Caballero del Templo de
Salomón.
“Santo” era lo que Rand y sus amigos a menudo llamaban a Kenrick en su
juventud, un nombre dado en broma por su nobleza rígida y maneras eruditas.
Pero esos días quedaran lejos en el pasado. No perdería más tiempo
pensando en viejos recuerdos que ahora permitía a su pena. Ya habría tiempo para
ambos, una vez su negocio aquí fuera concluido.
Tan ansioso como había estado para llegar más temprano ese día, ahora
anhelaba estar lejos. Su cuero cabelludo le picaba bajo su cabello recortado, un
recordatorio persistente de su cautiverio, cuando su cabeza y su barba habían
estado infestados con piojos. Se había cortado todo desde la raíz en la primera
oportunidad, prefiriendo estar bien afeitado diariamente, su cabello rubio oscuro
mantenido más corto de lo que era elegante, rizándose justo por encima del cuello

6 de su túnica marrón y gambesón1. Se rascó la nuca, maldiciendo el amargo


recordatorio.
Pensándolo bien, reflexionó, girando bruscamente, quizás el exasperante
hormigueo de su cuero cabelludo tenía más que ver con la repentina sensación de
que no estaba solo en la abandonada torre. Parecía una alteración leve en la
quietud del aire, como si alguien, o algo, respirara en medio de la muerte que
impregnaba el lugar. Fuera, en el patio, uno de los habitantes del pueblo que había
sido testigo de la carnicería esperaba con la montura de Kenrick. La forma
corpulenta del anciano no se había movido de donde estaba.
Aun así, Kenrick sintió unos ojos en él, mirándolo a escondidas. Esperando…
―¿Quién está ahí? ―llamó, la queda orden resonó sordamente por las
paredes abovedadas.
Nadie respondió.
Su aguda mirada azul revisó en cada esquina en sombras, evaluando
rápidamente su entorno. Nada se movía. Sus ojos no encontraban nada, sólo la

1 Gambesón: El gambesón era una especie de jubón acolchado que se traía debajo de la coraza para
llevarla cómodamente. Cubría el cuerpo, los brazos y parte de las piernas y se llevaba debajo de la
malla de hierro para proteger el cuerpo de las infecciones que pudieran crear las rozaduras con las
piezas metálicas.
piedra fría y el silencio del vacío. La capilla, como la torre de guarda adyacente,
estaba vacía. Estaba solo aquí, después de todo.
Que hubiera pocos alrededor para encontrarlo cuando llegó, ni un campesino
o un vecino dispuesto a presentarse y hablar con él acerca de lo que podrían haber
sido testigo, le habría parecido inquietante de no haber sido Cornualles. La gente
era diferente en este remoto final del reino. Mantenían sus propios asuntos, y no
tenían la costumbre de recibir a los extraños.
Se había requerido una tarifa considerable para convencer al hombre que
estaba afuera de proporcionar su versión de lo ocurrido en la fortaleza la quincena
pasada. La cabeza de Kenrick aún resonaba con los terribles detalles: una banda de
asaltantes que atacaron la pequeña mansión en la noche, los gritos de las mujeres y
los niños, columnas de fuego y humo cuando la torre del homenaje fue incendiada,
sus habitantes encerrados adentro…
Juró en voz alta, maldiciéndose a sí mismo y al Dios indiferente que había
permitido que esto sucediera. La rabia revolvió sus tripas mientras dejaba la capilla
e iba al patio exterior.
El viejo aldeano lo miró mientras se acercaba, y sacudió la cabeza con

7 expresión sombría.
―Como le dije, milord. Fue una cosa horrible. Difícil pensar en alguien que
pudiera querer hacer daño a Sir Randwulf y su familia, amables como eran. Era
muy poco lo que alguien pudiera hacer al respecto, sin embargo. Quienquiera que
atacó este lugar llegó y se fue como fantasmas en la oscuridad de la noche. No creo
que las pobres almas tuvieron alguna oportunidad.
Kenrick no dijo nada mientras andaba a zancadas más lejos del aldeano,
golpeado de nuevo por la aniquilación. Se detuvo sólo un momento, incapaz de
impedir a sus ojos apartarse de la quemada hierba de la primavera y el patio
donde una embarrada carreta de juguete de un niño estaba volcada y rota.
Un recuerdo revoloteó por su mente. El hijo de Rand riendo mientras tiraba
de la carreta de madera pintada detrás de él, lo más rápido que sus piernitas de
cinco años de edad le permitían. Elspeth estaba allí, también, la bonita esposa de
Rand, saludando a los tres hombres, Rand, Kenrick y Tod risueño, cuando la
pasaran en los jardines iluminados por el sol hacia la torre del homenaje. Había
sido lo último que había visto de Rand y su familia. Había ido allí para conseguir
la ayuda de su amigo, en cambio le había entregado su sentencia de muerte.
―Quédese aquí ―ordenó Kenrick al anciano, deseando no saber nada más
de lo que Rand y su familia sufrieron―. Quiero estar solo por un tiempo.
―Como desee, milord.
La soledad le vendría bien en su próxima tarea, admitió Kenrick cuando sacó
la daga de la funda de su cinturón. Por encima de él, ahora el cielo nublado se
había vuelto una masa de nubes oscuras, en aumento. No pasaría mucho tiempo
antes de que el fresco rociar de la lluvia le empañara la cara y las manos desnudas
mientras empeorara el aguacero. No necesitaba mejor excusa para ser rápido en su
trabajo y lo que hiciera con este lugar. Caminando a paso rápido, Kenrick salió al
patio y se dirigió a un lado de la capilla.
Una pequeña parcela de cementerio acurrucada a la sombra del muro oeste.
Las tumbas de los antepasados de Rand ―ladrones, sinvergüenzas y putas,
Greycliff admitiría con una temeraria sonrisa― yacían debajo de una fila
escalonada de una docena de lápidas de granito. Tres parches rectangulares de
tierra marrón levantada indicaban las más recientes adiciones a la trama. Si los
vecinos de Rand evitaban el lugar ahora, por lo menos alguien se había
preocupado de ver que la familia asesinada fuera correctamente puesta a
descansar. Pensando en ese evento sombrío, sabiendo quién yacía enterrado bajo
los montones húmedos, Kenrick tragó una feroz ola de pesar.
Entró en el cementerio con reverente cuidado, pisando suavemente, su
mirada buscando un pilar bajo de piedra cincelada cerca de la parte trasera del
8 lugar, donde las tumbas más antiguas estaban situadas. Había dado sólo unos
pasos cuando su espuela tintineó con algo metálico debajo de la bota. Un colgante
de collar, se percató, inclinándose para recogerlo del suelo cubierto de musgo. Era
de Elspeth, nunca la había visto sin él colgando de alrededor de su delicado cuello.
La cadena estaba rota ahora, el colgante sucio por estar a la inclemencia del
tiempo.
Ella estaría desesperada por la pérdida, incluso en la muerte, ya que había
sido un regalo de su esposo. Kenrick palmeó la sencilla pieza, cerrando su mano
alrededor del frío metal. Perteneció a la esposa de Rand, parecía que lo menos que
podía hacer era reparar la aplastada cadena de oro y regresarle el collar.
Mientras sacaba el cordón de su bolsa tahalí2, oyó un crujido de movimiento
en algún lugar cerca. O tal vez escuchó un crujido de movimiento en algún lugar
cercano. O tal vez sólo había sido la lluvia, que repiqueteaba abajo un poco más
duro que antes, golpeando suavemente en las cimas redondeadas de las lápidas.
Deslizó el colgante en la bolsa y se levantó, girando para asegurarse de que el viejo
no lo había seguido.
No había nadie allí. Sólo quietud, como lo había estado en la capilla.

2 Tahalí: se llama a la correa, correaje o banda de cuero, cruzada al pecho y utilizada para sujetar y
llevar armas blancas, normalmente la espada.
Sentía la daga que sostenía fría y pesada en su mano, la espada envainada al
cinto una medida adicional de seguridad que estaba completamente preparado
para usar si era necesario. En su furia por lo que le había ocurrido a sus amigos,
Kenrick casi deseaba encontrarse con Silas de Mortaine en esta parcela de tierra
arrasada.
Sus manos le picaban para entregarse a la impía venganza… pero primero, la
tarea en cuestión.
Kenrick fue hacia la lápida de granito manchada de liquen en el otro extremo
del cementerio y se agachó ante ella. Con la punta de su daga, encontró la grieta
escondida en el diseño cincelado. Deformado, no más grande que la palma de un
niño, el compartimiento secreto estaba disfrazado por las volutas y las letras
martilladas hace años en el granito. Rand y él no fueron los primeros en hacer uso
de ello. Una de las primeras novias en Greycliff había empleado el marcador para
recibir comunicados y regalos de un amante real.
Ahora la piedra retenía un secreto de una clase mucho más peligrosa.
Kenrick clavó la punta afilada de la hoja en la costura del compartimiento,
trabajando el borde delgado de acero alrededor hasta que la pieza empezó a

9 aflojar. El granito raspó, mientras cedía paso, centímetro a centímetro. Con la


última esquina aflojada, Kenrick recibió la cuña de piedra en su palma y contempló
el pequeño compartimiento que fue revelado.
―Sangre de Dios ―exhaló el juramento, dejando caer su daga y resistiendo
por poco las ganas de dar un puñetazo en la losa de granito frente a él.
No estaba allí.
El llano escondite tallado en la lápida, que guardaría un cuadro de pergamino
doblado cuando él lo selló hace un año, estaba vacío.
Clavó la mirada en ese espacio vacío, mil preguntas, un millar de
posibilidades funestas, removiéndose en su cabeza. ¿Quién había encontrado el
sello? ¿Cómo sabían dónde buscar? ¿Hace cuánto tiempo tenían el sello? ¿Sabrían
cómo usarlo, qué hacer con él?
Y quizás más importante, ahora que parecía que lo había perdido, ¿cómo
podría finalizar su misión sin él?
Tal como estaba, no tendría mucho tiempo. Había tardado varios años en
comprender precisamente lo que había destapado, entender la importancia de
protegerlo de aquellos que querían utilizarlo para su propio beneficio. Días y
noches incontables había pasado trabajando con sus diarios y libros, seleccionando
todos los hechos de ficción de tesoros enterrados en décadas de registros
polvorientos y certificaciones de la Orden.
―Cristo en la cruz, ¿cómo puede ser esto?
La clave final para su descubrimiento ―envuelto en un fajo de pergamino―
ahora probablemente residía en manos de sus enemigos.
No había llegado tan lejos, sobrevivido a todo lo que tenía, sólo para fracasar
aquí y ahora. Tampoco iba a permitir que Rand y su familia hubieran muerto en
vano. Después de colocar la lámina desalojada de granito cincelado en su lugar en
la lápida, Kenrick se puso en pie.
Por el rabillo del ojo, captó un destello inconfundible de movimiento. Alzó la
cabeza, su mirada cortando bruscamente por encima del hombro.
Demonios, estaba siendo observado.
Un toque fugaz de color se movió cerca de la pared de la capilla, demasiado
tarde para escapar completamente de su atención en esta ocasión. Kenrick cogió
una vislumbre momentánea de pálida piel blanca y amplios y cautelosos ojos
verdes. Un mero parpadeo fue todo el tiempo que ella se detuvo, tiempo suficiente
para Kenrick para registrar la delicadeza de la cara en forma de corazón de la
mujer, que fue capturada en una expresión de sobresalto cuando ella le devolvió la
mirada en ese instante congelado. Una melena de desatado cabello castaño rojizo
10 enmarcaba su rostro asombroso, los ricos enredos rojizos brillaban como el fuego
en el gris persistente de la mañana. Estaba ataviada sencillamente, una plebeya por
su modesto atuendo de capa y túnica, pero apenas simple de la cara o forma.
Tan tenso como estaba, su sangre aún hirviente por la pérdida de sus amigos
y del artículo preciado que buscaba, Kenrick no era inmune a la belleza de esta
intrusa inesperada. De hecho, tuvo la tentación de mirarla detenidamente,
habiendo encontrado tal belleza incongruente entre las ruinas humeantes. Su
observadora no parecía tener en mente permitirle la oportunidad. Sus ojos se
enfocaron en la daga que aún aferraba en su puño, y entonces se lanzó, rápida
como un duendecillo, corriendo detrás de la pared delantera de la capilla.
―Deténgase ―le ordenó, sabiendo que no le haría caso y ya saltando en su
persecución.
Corrió alrededor de la esquina de la pequeña iglesia, sus espuelas mascando
la tierra blanda, su armamento tintineando con cada caída de sus pesadas botas. Su
presa era mucho más ligera de pies, simplemente estuvo allí un momento y al
siguiente desapareció. En la capilla, tuvo que suponer, había pocos lugares para
esconderse, y no había ni rastro de ella en el patio o en el campo suavemente
ondulado más allá de la torre del homenaje.
―¿Dónde se fue ella?
―¿Eh? ―El viejo aldeano lo miró sobresaltado cuando Kenrick irrumpió en
el patio, mirando fijamente por encima de la cabeza de su caballo de pastoreo―.
¿Ella, milord?
―La mujer, ¿dónde está?
El anciano miró de un lado al otro, y luego se encogió de hombros dando la
vuelta.
―No he visto a nadie en absoluto, milord.
―Debe haber visto algo. Ella me estaba espiando en el cementerio y tomó por
ese camino no hace ni un momento. ¿Debe haber oído sus pasos, por lo menos?
―Nay3, señor. Tampoco nadie vino por aquí en quince días, salvo nosotros
dos. No vi nada, se lo aseguro.
Kenrick maldijo entre dientes. No estaba imaginando cosas, sin duda. Una
mujer había estado allí. Vigiándolo. Con pasos cautelosos, se acercó a la puerta
abierta de la capilla, el único lugar donde ella podría haber ido.
―Muéstrese. No tiene nada que temer ―dijo, dando un paso hacia la cámara
abovedada―. Venga ahora. Sólo deseo hablar con usted.

11 El cambio más elemental de sonido vino de un gabinete tumbado a su


derecha. La puerta de la pieza colgaba oblicuamente sobre sus goznes. Demasiado
pequeño para ocultar más que a un niño, sin embargo, podría ser el único lugar
para ocultarse en toda la capilla. Desde la brecha oscura del espacio superior,
Kenrick vio el destello de unos cautelosos ojos mirándolo mientras se acercaba.
―¿Quién es usted? ―le preguntó, llegando ahí. No deseaba asustar a la
chiquilla, pero quería respuestas. Las necesitaba―. ¿Qué sabe de este lugar?
Cuando no llegó ninguna respuesta, acercó la bota y comenzó a mover a un
lado la puerta rota del armario para descubrir a su ocupante acobardado. Hubo un
gemido, y luego un gruñido animal cuando se inclinó para mirar adentro.
―Jesu Criste.
No era su observadora furtiva, después de todo.
Un pequeño zorro rojo lo miraba airadamente con el pelo erizado y
mostrando los dientes, atrapado entre la parte trasera de la carcasa del gabinete y
el hombre con la daga en mano, que le bloqueaba su posible escape. En el instante
en que Kenrick se retiró, la pequeña bestia salió corriendo y huyó de la capilla a la
seguridad de los páramos circundantes. Kenrick se volteó y la vio alejarse, dejando
escapar su ansiedad en un suspiro largo y pesado.

3 Nay: no.
¿Dónde se había ido ella?
Quienquiera que fuera la mujer, había logrado desaparecer.
En el aire, se sintió tentado a pensar, mientras exploraba su entorno y no vio
ningún rastro de la bella intrusa.
―Apuesto a que no se necesita mucho tiempo para que los animales vengan
a husmear cuando no hay nadie aquí para espantarlos ―dijo el viejo aldeano.
Chasqueó la lengua mientras deambulaba donde Kenrick estaba parado―. No hay
nada de valor en este lugar para cualquiera ahora, hombre o bestia. Ellos lo
quemaran todo, salvo la piedra de la torre del homenaje y la capilla. Dolor es todo
lo que habita aquí.
Tal vez, pensó Kenrick, incapaz de argumentar que la destrucción del lugar
había sido tan cuidadosa como había sido brutal. Pero había algo más al acecho
aquí, también. Algo más allá de la muerte y las cenizas, y mucho más difícil de
alcanzar que un errante carroñero del bosque que espera arrancar su próxima
comida de entre las ruinas. Ese algo en particular tenía un derroche de largo y
exquisito cabello rojo, y el rostro más bello que Kenrick jamás había contemplado.
Y tan cierto como la había visto, a cualquier parte donde hubiera huido,
12 estaba seguro que no estaba muy lejos.
Capítulo 2
Al caer la noche, lo peor de la lluvia había pasado. El aire exterior era
húmedo y salobre, trayendo frialdad a la piedra vacía de la torre cuando Kenrick
ascendió a los aposentos privados escaleras arriba. Ahora estaba solo. El viejo
aldeano se había marchado horas antes, perfectamente dispuesto a dejar a Kenrick
para continuar con su lectura de la mansión sin él.
La llama de la antorcha de Kenrick se tambaleó en la corriente de aire que lo
siguió por la escalera en espiral, arrojando largas sombras misteriosas contra las
paredes curvas. Si estuviera inclinado hacia la creencia en tales cosas, podría haber
tenido la tentación de pensar que el lugar estaba embrujado, tan vívidos eran sus
recuerdos de las vidas que una vez habían habitado este modesto homenaje. Llegó
a lo alto de las escaleras e hizo una pausa, asaltado de nuevo con vistas y sonidos
recordados de Rand y su joven familia cuando vivían allí.
13
La risa se hizo eco en sus oídos. Sonrisas brillantes y miradas cariñosas
compartidas entre madre e hijo, marido y mujer, llenaron su visión mientras se
dirigía a las cámaras familiares vacías en el segundo piso.
Una pequeña mesa había sido volcada cerca de la entrada al solar; Kenrick la
enderezó con reverente cuidado, tratando de no hacer ningún sonido para no
perturbar la quietud sagrada del lugar. La silla favorita de Elspeth estaba cerca de
la ventana cerrada, al lado de un marco y soporte que sostenía su costura,
cuidadosamente separada como si su creador fuera a volver dentro de poco. La luz
de las antorchas se derramó sobre el diseño mientras Kenrick se acercaba,
iluminando el diseño pastoral mitad realizado mitad carbonizado. La pieza nunca
sería terminada ahora.
Se dio la vuelta, y sus ojos fueron atraídos a la gran cama que dominaba el
otro lado de la cámara. Vacía, deshecha, en pie, como probablemente se encontraba
en esos momentos negros de pánico cuando la torre del homenaje fue superada
por los asaltantes. Rand debía haber saltado de su sueño en un instante para
encontrar a los intrusos. Los restos de hollín de sus botas estaban cerca de la
chimenea, pero su espada y daga desaparecieron al igual que sus vainas, que ponía
encima de la cama carbonizada como arrojadas allí a toda prisa y olvidadas.
Elspeth probablemente había tenido sólo unos pocos minutos para vestirse y
buscar a su pequeño Tod antes de que el lugar se llenase de humo y de sangre y
muerte.
Cuán aterrorizados todos ellos debían de haber estado.
Si Dios lo quiso, no habían sufrido durante mucho tiempo.
Kenrick de repente se sintió como un intruso, de pie en la sala donde sus
amigos habrían estado ―de hecho, en este mismo momento― durmiendo
pacíficamente cada uno en brazos del otro.
El olor a humo antiguo era empalagoso, pesado en la habitación. Se volvió
hacia la ventana cerrada y tiró del pestillo para permitir un esbozo de limpieza. La
brisa de la noche planeó, crujiente y fresca.
Kenrick se inclinó contra el viento, despejando su cabeza mientras respiraba
el aire fresco, sacudido por el mar. El impulso de lanzar su ira en la tranquila
oscuridad era demasiado fuerte, incluso para su propio y rígido sentido del
control. Dolor y rabia arrancó de su garganta como un latigazo. Rugió una
maldición violenta, el sonido amargo zumbando en sus oídos cuando envió su
grito de furia descontrolada a la noche.

14

Abajo, cerca de la orilla del bosque, un par de ojos verdes, oscurecidos por la
fatiga y pesados con un sueño reticente, se abrieron de golpe. El rugido dolido que
sonó en la oscuridad la sacudió despierta donde se había derrumbado un rato
antes.
¿Cuánto tiempo había dormido?
Fácilmente horas, pues la noche era más negra ahora, y mortalmente quieta,
salvo por el aullido de angustia que aún resonaba en la copa de los árboles por
encima de su cabeza.
Las ramas y las agujas de coníferas pincharon su mejilla donde había
descansado en el suelo. El sabor de tierra arcillosa mezclada con el pesado olor de
las hierbas picantes se aferraba a su piel y ropa. El olor maloliente ofendió sus
fosas nasales, pero era todo lo que podía hacer, levantar la cabeza una fracción del
suelo frío y húmedo y mirar alrededor con ojos legañosos a su entorno.
Se había derrumbado justo dentro de la cubierta de la arboleda, sí, recordó
esto ahora.
Había estado corriendo. Sus pies habían estado demasiado pesados para
moverse más lejos, toda su fuerza, débil como estaba, gastada. Los detalles fueron
esparcidos en su mente; imprecisos, difícil de alcanzar.
Había estado huyendo de alguien. El rostro del caballero no era más que un
destello de recuerdo: de cabellos dorados, sus rasgos eran audaces, sus ojos azules
atormentados, sospechosos. Esos ojos penetrantes se habían apoderado de ella
como un asimiento físico. Su escondite había sido descubierto, estuvo a punto de
capturarla enfrente de la torre del homenaje que estaba abandonada.
No abandonada… diezmada, susurró una memoria que estaba luchando por
salir a la superficie. Con el pensamiento vinieron más imágenes de violencia.
Humo y sangre.
Gritos.
Un niño llorando en brazos de su madre.
Con un gemido, cerró los ojos y empujó las visiones lejos. Había poco sentido
en ellas de todos modos, nada sino un amasijo de confusión al acecho en un rincón
alejado de su mente. La conciencia de sí misma se había convertido en algo
resbaladizo. Días deslizados en noche, y noche en día; apenas podía discernir lo
15 uno de lo otro. Se estaba haciendo más y más difícil para ella aferrarse a la vigilia,
casi imposible de mantener el enfoque incluso cuando sus ojos estaban abiertos.
Dolor.
Eso era lo único que sabía con certeza. Estaba en constante dolor ahora, una
propagación del fuego que se comía a su cuerpo, y que poco a poco minaba su
voluntad y sus sentidos.
Había frío en el aire donde yacía, sin embargo, su cuerpo quemaba, como si
estuviese en llamas. El calor la quemaba por dentro, pero ningún sudor se levantó
para enfriar su frente. Y estaba tan sedienta. Su boca se sentía tan seca como arena,
la lengua gruesa con la necesidad de agua.
Parpadeo lejos la fuerza arrulladora de otra caída en la oscuridad, obligó a
sus brazos a levantarla del suelo. Sus extremidades temblaron, estremeciéndose
débilmente mientras izaba su ligero peso y se arrastraba hasta quedar sentada en el
suelo. El esfuerzo la dejó sin aliento, sus sienes golpeando con el ritmo lento de su
pulso.
Por encima de su cabeza, las hojas tiernas de primavera de árboles de roble y
fresno brillaban a la luz de las estrellas. Apenas desplegadas de su letargo del
invierno, temblaban en la brisa de la tarde. Las gotas de lluvia de un chaparrón
reciente se aferraban a sus pliegues ahuecados. Haciendo acopio de lo que sentía
que podría ser lo último de su fuerza, lentamente se puso de pie y alcanzó las
gotitas preciosas. Bebió a sorbos de las hojas como una bestia ordinaria del bosque,
bebiendo con avidez, pero no fue suficiente.
No lo suficiente para saciar la sed que se desencadenó en ella.
Tenía que encontrar más agua. Tenía que apagar el fuego que la consumía.
Exhalando por sus labios resecos, giró la cabeza y miró a través de la extensión del
terreno a la noche oscura que la rodeaba. Algo llamó su atención, haciéndola
quedarse muy quieta donde estaba, observando, escuchando.
El viento aullaba, pero por encima del roce crudo de las ramas y el
desplazamiento susurrante de las hierbas altas del prado había otro sonido.
Agua.
Grandes olas impetuosas que, se precipitaban no muy lejos de donde estaba.
Débilmente, dio unos pasos, ladeando la cabeza hacia el rugido de
bienvenida de la marea. La brisa de la noche era fría fuera de la cubierta del
bosque. Aseguró el borde de su manto y lo envió ondulando detrás de ella como
una vela.
Por encima de ella, zarcillos delgados de nubes se escabullían en el cielo
16 oscurecido, carbón-gris sobre negro. Al igual que los dedos de humo,
alcanzándola… cerrándose alrededor de su garganta. Ahogándola.
Materializándose desde el borde oscuro de su memoria, una mano
castigadora la agarró en un apretón de muerte. Luchó por respirar, los dedos
agarrados como una prensa implacable sujetándose al cuello.
Muriendo… se estaba muriendo…
―No ―susurró, agarrándose las sienes y luchando contra la locura que
parecía tirar de ella desde todas las direcciones.
Se recordó luchando, esforzándose desesperadamente por librarse de unas
fuertes, castigadoras manos. Lo había logrado ―de alguna manera― pero sólo
por un momento. Sólo hasta que un destello de metales bailó ante sus ojos, un
parpadeo de luz en medio del humo. Entonces fuego estalló en su pecho.
Devastación caliente, brillante como un rayo. No podía ver, no podía pensar. La
oscuridad había descendido rápidamente, más gruesa que cualquier nube
turbulenta de ceniza y hollín.
Tenía la intención de matarla, pero ella se había escapado. Apenas.
Tropezó en el prado ahora, sus manos se lanzaron hacía afuera arrastrándose
a través de los juncos de primavera que le llegaban casi a la cintura. El aire era
fresco, sacudiéndola, pero en su mente, jadeó como si estuviera sumida en un mar
de cenizas. En sus recuerdos el humo era espeso en sus ojos. Estaba allí de nuevo,
en la torre del homenaje en la colina.
La muerte estaba con ella ahora como lo había estado esa noche. Esto la
persiguió con cada movimiento, cada torpe paso que daba, persiguiéndola con la
misma fuerza del viento de la noche. En poco tiempo, lo sabía, sería atrapada. No
temía su eventual final, pero tampoco iba a ceder fácilmente. Decidida a luchar
hasta el final, instó a sus piernas para llevarla rápidamente, su oído afinado a la
canción calmante del mar.
Agua, pensó, la palabra como un bálsamo en su lengua. El agua enfriaría el
fuego que consumía su cuerpo y lentamente devoraba su ingenio. Sólo tenía que
llegar a la costa y estarían a salvo.
Al oír el rugido de las olas, corrió más rápido. Estaba cada vez más cerca. Los
altos juncos de la pradera dieron paso gradualmente a la maleza, hierba cubierta
de rocas y musgo. Pronto sería arena bajo sus pies, y luego la vuelta suave de las
olas. Debía estar casi allí.
Afectada por la prisa y el delirio que se apoderó de sus sentidos, tropezó con
una de las piedras irregulares del terreno. Cayó con fuerza en el suelo. Su

17 respiración se fue de sus pulmones en un silbido cuando golpeó la tierra con


fuerza, y una punzada de intenso dolor sacudido su hombro izquierdo. Algo
caliente y pegajoso rezumaba por la manga y en el corpiño.
Sangre, se dio cuenta en un estado de asombro embotado.
Su fin estaba ahora más cerca que nunca. El conocimiento la aturdió mientras
estaba allí, escuchando a su corazón trabajar en su pecho. ¿Así que esto era la
muerte?, reflexionó sobre la idea, resignándose a la oscuridad que le robó todo
pensamiento ulterior.
Capítulo 3
Un movimiento rápido en la distancia iluminada por las estrellas captó la
atención de Kenrick. Levantó la cabeza y espió hacia la noche más allá de la
ventana del homenaje del castillo, estudiando la trayectoria errática de alguien que
caminaba muy cerca de la cornisa de los acantilados.
Nay, se corrigió, no caminando, sino corriendo. Deambulando imprudentemente
a lo largo de la caída traicionera que daba al castillo Greycliff su nombre. La figura
llevaba una capa de color claro, que eclipsaba la figura de su propietario. El
dobladillo ancho fue enganchado por el viento violento que soplaba desde el mar,
sus bordes volando como si fueran unas pálidas alas de lana hecha jirones. Kenrick
había visto esa prenda desigual unas pocas horas antes; envolviendo la pequeña
figura de la mujer en los terrenos del cementerio.

18 ―¿Qué diablos está haciendo ahí fuera? ―murmuró, la confusión


enlazándose con un absoluto sentido de premonición.
Ella estaba corriendo peligrosamente cerca del acantilado; casi como si
tuviera la intención de correr hacia el agua que se estrellaba muy por debajo.
¿Estaba loca?
Evidentemente, pues iba a lanzarse sobre el borde mientras la observaba.
Demente o desanimada, no podía estar seguro, pero no podía soportar mantenerse
al margen y no hacer nada. El honor le obligaba a intervenir y no permitir que la
muerte visitara este lugar tan pronto después de que hubiera arrebatado a sus
amigos.
Kenrick se apartó de la ventana, inseguro con respecto a qué hacer a pesar de
que sus pies ya lo estaban moviendo hacia la puerta. Nunca llegaría a ella a
tiempo. Corría como si fuera presa de un delirio ciego; un paso incorrecto cerca del
acantilado significaría una horrible muerte rápida.
Apenas hubo considerado la posibilidad sombría, y la mujer de repente dio
un bandazo y se desmoronó en un montón en el suelo. Perdió el equilibrio y cayó,
boca abajo e inerte, pero a pocos pasos precarios de la cornisa.
―¡Por la sangre de Dios! ―juró, girando sobre los talones de sus botas y
dirigiéndose hacia las escaleras de la torre en una carrera mortal.
Sus espuelas se clavaron en la piedra lisa de los escalones en espiral mientras
descendía de a tres a la vez, con la urgencia latiendo en sus sienes. Cruzó los
tablones de madera sucios de hollín, marcados, a nivel del suelo, provocando que
las llamas de las antorchas ondularan en sus candelabros al pasar. La puerta
reforzada de hierro del castillo crujió fuertemente cuando la abrió y saltó el corto
tramo de escaleras hasta el patio exterior. El húmedo aire marino esparcía una
niebla delgada en la brisa de la noche.
Kenrick se enjuagó el brillo irritante que asaltó sus ojos, con su mirada
entrenada fija en el bulto deforme tumbado sin vida al otro lado del campo. No se
había movido en absoluto desde que la había visto desde la ventana de la torre.
Kenrick echó a correr. Corriendo por la herbosa y extensa distancia del
terreno, llegó dónde la mujer en cuestión en segundos. Yacía tumbada boca abajo
en el suelo cubierto de rocas cerca del borde del acantilado, inmóvil como una
tumba. Mucho más abajo, el mar rugía, lanzando grandes penachos de color blanco
cuando las olas se estrellaban contra las rocas dentadas en la base del acantilado.
La mujer había estado a menos de un pelo del desastre cuando se desplomó.
No es que ella se hubiera salvado de la muerte al escapar de una certera caída
en la marea.
19 Esperando encontrarla fría, Kenrick tocó el brazo de la joven y se sorprendió
al sentir calidez contra la punta de sus dedos. Estaba ardiendo. El calor irradiaba a
través de las múltiples capas de su ropa tejida. Su cabello húmedo colgaba sobre su
cara, unas largas hebras rojizas llenas de ramas y suciedad. Levantó un mechón
empapado para exponer la pálida y ahuecada pendiente de su mejilla. El aroma de
fuertes hierbas se aferraba a ella al igual que la primera vez que la había visto ese
mismo día más temprano.
Picante, casi podrido, el olor flotaba desde ella en una ráfaga de niebla salina.
Kenrick apartó la mano de su frente en llamas y volvió la cabeza hacia una
corriente de aire fresco.
Quienquiera que fuese, la mujer estaba muy sucia y harapienta; y a menos
que se equivocara, estaba sujeta al puño letal de una intensa fiebre altísima.
Con cautela, la agarró del hombro y la hizo rodar sobre su espalda. El
juramento que siseó fue oscuro y sombrío cuando comprendió la razón.
La chiquilla llevaba un collar de moretones alrededor de su cuello y una
herida sangrante profunda en su hombro. Apestaba a infección y a la cataplasma
de hierbas inútiles que sobresalía bajo el corpiño de su vestido. Había perdido
mucha sangre, más en las últimas horas, porque la lesión estaba mojada y
extendiéndose incluso mientras Kenrick la observaba. Ciertamente se estaba
muriendo, pero cuando se inclinó más cerca captó el sonido superficial pero
constante de su respiración.
Había poco que hacer por ella, salvo hacerla sentir cómoda en sus últimas
horas. Observó su rostro pálido y sucio, y sus ropas raídas. Lucía como si hubiera
estado viviendo en la naturaleza durante semanas. No por primera vez, se
preguntó qué sucedería con esta mujer para que estuviera merodeando por el
castillo Greycliff como un fantasma.
Tal vez había conocido a Rand y Elspeth. Tal vez, al estar sin sentido debido a
la fiebre, había vagado hacia allí por casualidad; al igual que había estado
tambaleándose asombrosamente cerca del acantilado esta noche.
No tendría respuestas en absoluto si la mujer perecía por su herida.
Difícilmente era un sanador entrenado para curarla, pero incluso sus primitivas
habilidades de batalla serían mejor que ninguna en absoluto. Con mucho cuidado,
Kenrick la cargó en sus brazos. Débil e inerte, empapada hasta los huesos, era una
cosa frágil que sostenía con tanta cautela como lo haría con un pájaro con un ala
rota. Para su consternación, la chiquilla ligera como una pluma en sus brazos olía
como una enfermiza cerda abandonada. Estableciéndola contra su pecho a pesar
de su mugre y hedor, la cargó lejos de la cornisa del acantilado y a través del
20 amplio campo hasta el castillo.
La llevó a la sala, donde anteriormente había encendido un fuego en el
brasero. El cálido resplandor iluminaba la extensa cámara, que Kenrick había
requisado como establo para su caballo ya que las dependencias estaban
carbonizadas más allá de su uso. Ahora también serviría como enfermería.
Recuperando una manta enrollada de su silla de montar, Kenrick arrojó el grueso
muestrario de lana sobre el suelo cerca del fuego y lo extendió con el pie. Movió
con cuidado a la mujer abajo, posicionándola sobre su espalda y amortiguando su
cabeza con sus guantes de cuero.
La herida que se había visto tan nefasta en el exterior oscuro no mejoró con el
beneficio de la luz del fuego. La sangre empapaba la parte delantera de su corpiño
y gran parte del manto que la cubría. La herida no era nueva, pero lucía
desgarrada, probablemente debido a la caída que había tenido en los momentos
previos a cuando Kenrick llegó a ella.
Desató la cinta que sujetaba su capa junto a su cuello, luego hizo a un lado el
manto en ruinas. Más sangre empañó el corpiño de su sencillo vestido. Con un
gruñido de disgusto, Kenrick sacó una daga de su tahalí y deslizó la hoja bajo la
tela áspera. La rasgó con un rápido movimiento de su muñeca, dejándola desnuda
para poder ver mejor con lo que estaba tratando.
Lo que vio no era bueno.
Hierbas antiguas y un cataplasma supurante se derramaban hacia fuera por
debajo de un paño atado en su hombro, esa era la fuente de gran parte del mal olor
de la mujer. La causa de su fiebre era igualmente evidente, ya que la que había sido
una piel suave e inmaculada llevaba las marcas moradas del avance de la infección.
La supuración se había extendido por debajo de la venda hasta el centro de su
pecho y bajando por su brazo. Kenrick maldijo mientras se mecía sobre sus talones
y miraba hacia la flácida cara de ella.
No había movimiento en ella, ni siquiera el más vago aleteo de sus párpados
cerrados, su franja de pestañas de color marrón oscuro descansaba ligeramente
contra el ángulo redondeado de su mejilla.
Debería llevarla al pueblo, ver si tenía parientes allí, buscar la atención que
necesitaba entre las personas que podrían conocerla mejor y cuidarla. Pero no era
probable que hubiera tiempo para eso. Al ser cerca de la medianoche, y el pueblo
ubicarse a algunos kilómetros hacia el interior, no podía esperar encontrar ayuda
para ella a una hora tan tardía. Que Dios la ayudara, él era todo lo que tenía en
estos momentos.
Necesitaría una luz más fuerte con la que trabajar. Se levantó y tomó una vela

21 de sebo de la mesa en el estrado al frente de la sala, y luego la trajo y la encendió


con el brasero. Kenrick se colocó al lado de la mujer y se inclinó sobre ella para
quitar el vendaje pútrido. La limpió lo mejor que pudo, quitando la sangre y las
hierbas secas que se aferraban a su lesión. Con cuidado, sondeó la unión del corte
inflamado, evaluando el daño, probando la piel alrededor de éste mientras ella
estaba inconsciente para sentir dolor alguno.
Por su aspecto, era una herida de cuchillo. La punción no había sido
terriblemente profunda, pero a menudo tan sólo se requería un rasguño de acero
contaminado para matar a un hombre en el campo de batalla. Esta mujer, menuda
y ágil, no tenía ninguna posibilidad de capear la infección, si ésta empeoraba. A
medida que continuaba inspeccionando la herida, algo afilado raspó la punta de su
dedo. Algo metálico y dentado.
Frunció el ceño, recorriendo con la yema del pulgar ese punto de nuevo para
asegurarse de lo que sentía. Ella se movió ligeramente, gimiendo una palabra
incoherente cuando le sondeó la zona en la que esa pequeñez puntiaguda de acero
se incrustaba en su piel delicada.
Tendría que trabajar con rapidez, mientras el delirio de la fiebre la mantenía
profundamente sujeta en su agarre. El odre de Kenrick estaba al alcance de su
brazo junto al fuego. Enganchó su correa de cuero fino, tiró el odre en su regazo y
lo destapó. El vino limpió su daga, derramándose en una pequeña piscina en el
suelo mientras vertía una cantidad suficiente sobre la hoja.
―Perdóneme ―le dijo a su encargo inconsciente mientras se preparaba para
extraer el fragmento extraviado de metal desde su herida.
Usando su daga, quitó con cautela lo que parecía ser la punta de una espada,
rota donde presumiblemente había conectado con el hueso de su hombro.
Atrapó la esquirla triangular de metal en su mano; y en ese mismo instante
oyó la inhalación repentina, jadeante, de la mujer al inspirar aliento. Sus ojos se
abrieron de golpe, sorprendentemente verdes, casi ardiendo con intensidad. Su
mano voló hacia él, aferrándose a la manga de su túnica.
―¡No es demasiado tarde! ―siseó ella, con voz urgente, fijando su mirada en
la suya, pero ciega y salvaje por la fiebre. Su brazo esbelto temblaba de fatiga, sin
embargo, su agarre sobre él era sorprendentemente fuerte. Implacable―. Debes…
debes…
Kenrick la miró, perplejo. Un frío nudo de temor se formó en sus entrañas
cuando sus palabras se desvanecieron.
―Está a salvo ahora ―le dijo. Aquellos ojos verdes de fuego lo mantuvieron
cautivo, brillantes como piedras preciosas desde su cara demacrada, manchada y
desaliñada―. No hay peligro aquí. Tranquila.
22 ―No es demasiado tarde ―exclamó, aunque con menos vehemencia ahora.
Sus párpados caían pesadamente, sus ojos comenzaron a ponerse en blanco otra
vez―. Puedes… ―El agarre que tenía sobre su manga se aflojó, poco a poco, hasta
que su brazo cayó de nuevo a su lado. Habló de nuevo, justo por encima de un
susurro―. Puedes… salvarlos…
―¿Qué está diciendo? ―exigió―. ¿No es demasiado tarde para salvar a
quién?
Notó que ella no oyó nada. Tan rápido como había revivido, se había ido de
nuevo, barrida en la resaca de su continuo letargo febril. Esperó, vigilándola de
cerca a medida que sus rasgos se relajaban y su respiración volvía a un ritmo
constante, superficial.
―Jesucristo ―juró Kenrick, con su sangre acelerada mientras se recuperaba
del extraño estallido. Su palma le pinchaba por la pequeña cuña de acero que
sostenía en su puño apretado. Estiró sus dedos y giró la punta del puñal sobre su
palma. Estaba ensangrentada y caliente por el calor de su cuerpo, un triángulo de
metal oscuro que parecía latir en su mano.
Y había algo más peculiar en la esquirla extraviada de acero. A toda prisa,
Kenrick sostuvo el objeto extraño cerca de la llama de una vela. La luz se reflejaba
en la hoja de la cuchilla en su palma. Le echó un vistazo, su mirada siguiendo una
serie de remolinos y símbolos grabados en el pequeño trozo de metal.
Había visto esto una vez antes, en Francia, hacía unos meses, no mucho
tiempo después de que hubiera sido prisionero en la guarida de Silas de Mortaine.
Detrás de él, en el suelo, la mujer dio un gemido suave con dificultad. ¿Había
sido atacada por uno de los infernales subordinados de Mortaine?
No es demasiado tarde.
Puedes salvarlos.
Sangre de Dios, ¿pero ella hablaba de Rand y su familia?
¿Podría haber estado presente en la torre del castillo la noche del asalto; ser la
única testigo de lo que ocurrió? ¿Sus divagaciones incoherentes significarían que
había esperanza en medio de la carnicería que visitó el castillo Greycliff?
Kenrick tenía que saber. La fiebre de su herida es probable que no la soltara
durante algunas largas hora; quizás días. No podía demorarse por más tiempo en
Cornwall ahora que de Mortaine podría tener otra clave para encontrar el Cáliz del
Dragón. Tenía que darse prisa en llegar a Clairmont y tratar de empezar a
reconstruir la información que había perdido.
Lo que le llevaba de vuelta a la mujer…

23 Si ella supiera algo sobre el ataque a la casa de Rand, o el secreto que faltaba
de la lápida en el cementerio, Kenrick necesitaría saberlo. Quienquiera que fuese, si
había visto o escuchado algo que pudiera ser útil para todos, entonces a pesar de
sus dudas, no podía permitirse el lujo de dejarla atrás.
Capítulo 4
Ella se despertó luchando.
En el instante que la consciencia volvió, sus ojos volaron bien abiertos,
clavándose fieramente. Cada músculo de su cuerpo estaba tenso con el estrés.
Debajo de la manta que cubría su cuerpo, sus miembros se sacudían con una
repentina explosión de rabia. Se retorció violentamente, su espalda se arqueó fuera
del cojín de la suave cama que estaba debajo de ella.
―Tranquila. Todo está bien ―la avisó la suave voz de una mujer, las gentiles
palabras llegaron directamente desde el lado de la cama con cortinas―. Quédese
tranquila. Está a salvo.
¿A salvo?
Nay… eso difícilmente, le avisaron sus sentidos. Posiblemente no podía estar a
24 salvo cuando cada músculo en su cuerpo dolía, cuando su cabeza estaba nadando
con una repentina confusión de luz y sonido y olor. Acostada en una cámara que
no reconocía, sintiéndose drenada de toda la fuerza e inteligencia, podía hacer
poco excepto intentar sacudirse la desorientación e intentar tomar sentido de
dónde estaba.
La habitación era pequeña pero espléndida. Los tapices representaban
escenas de serenos bosques y campos agradables prestando color a la piedra gris
oscura de las paredes de la cámara. Espesos pelajes adornaban los pies de la cama.
La luz del sol se vertía a través de la estrecha abertura de una ventana adjunta, su
dorada brillantes abrasaba sus ojos.
Cerca del borde de la gran cama, la mujer que la había cuidado estaba
empapando un paño sobre un cuenco de agua especiado con aceite de lavanda y
clavo. El líquido herbal goteaba suavemente en el cuenco, su perfume llevado por
la brisa de la tarde que se filtraba a través de la habitación en la alta torre.
―Me alegro verle despierta al fin. ―Cabello rubio, con ojos azules cariñosos,
la joven mujer se inclinó sobre el colchón y levantó la mano hacia ella―. Esto
podría estar un poco frío al principio ―le comunicó, luego cuidadosamente
depositó la compresa sobre las cejas y las mejillas de su paciente. Su toque era
gentil, el suave tejido húmedo y reconfortante contra su piel―. Ahí… ¿eso no se
siente mejor?
Se sentía genial, pero forzó a sus pensamientos a alejarse del consuelo físico,
incapaz de disipar la muy problemática idea de que a pesar de la atención que le
estaban dando, estaba en peligro aquí. La urgencia de huir del lugar era fuerte,
como si una trampa estuviera puesta y lista para saltar a su alrededor.
Quizá ya lo hizo.
―¿Dónde estoy? ―Su voz era poco más que un desnudo graznido de sonido,
oxidado con el desuso.
―Está en Devonshire, en el castillo Clairmont.
Un tenue parpadeo de comprensión chisporroteó, luego se atenuó justo tan
rápido, que no se registró en ninguna parte en su atontada mente.
―¿Dónde…?
―No intente moverse ―le avisó su gentil cuidadora cuando se movió,
queriendo levantarse para enfrentar ese extraño lugar en el cual se encontraba―.
Aún está demasiado débil de su fiebre y la herida…
―Débil, quizá, pero está despierta. Eso es lo suficientemente bueno para mí.
La cortante interrupción emanó de una profunda voz masculina al otro lado
25 de la cámara. Un hombre se había parado allí, fuera de su línea de visión en el
umbral de la habitación. Estuvo de pie en la puerta solo durante un momento,
luego entró con pasos grandes por sus largas piernas, el sólido golpe de los tacones
de las botas resonaban en la repentina tranquilidad del lugar. Él lentamente entró a
la vista cerca de la cama, anchos hombros, cabello dorado, sus ojos azul
estrechados con el receloso destello de la sospecha. Le parecía vagamente familiar,
la intensidad de esa afilada mirada un recuerdo bailando justo más allá del
alcance.
―Kenrick ―dijo la dama mientras ponía el paño en el cuenco de agua―.
Perdone a mi hermano; y te pido bajes la voz. Estás es una sala de cuidados, no
una prisión.
Él gruñó, sobrio, considerado. Escéptico.
―Ibas a llamarme cuando ella despertara, Ana.
―Sí, y lo habría hecho ―replicó ella, evidentemente sin moverse por la
formidable presencia de su distinguido pariente―. Ha pasado solo un momento
desde que despertó. No debería ser desafiada. Lo que ella necesita ahora es paz.
La mirada penetrante nunca vaciló.
―Y yo necesito respuestas.
Él caminó hacia los pies de la cama acortinada y se quedó de pie entre los dos
postes elevados en su base. Con los brazos cruzados sobre su pecho, su amplia
constitución llenaba el espacio, justo como su arrogancia ―y su enfado fríamente
contenido― parecía llenar toda la habitación.
Él la miró, estudiándola, creando en ella un conocimiento profundo hasta el
hueso de que el peligro que sentía en sus fervientes sueños eran todos más reales
ahora que estaba despierta y enfrentándolo.
Enfrentándole.
La urgencia de escapar era tan fuerte como espontánea, empeorando más
ahora que estaba sometida al penetrante escrutinio de la mirada azul de este
hombre.
Desconcertada y ansiosa giró su enfoque reflexivamente. Parecía tan natural
como una respuesta, una instintiva perfección de sus sentidos, invocando su fuerza
que estaba segura poseía. La llamó en silencio, buscando con su mente alguna
prueba sobre quién era ella, dónde estaba… algo que pudiera arrojar luz en este
loco despertar.
Para su consternación, encontró muy poco que entender.
26 Todo parecía bailar justo más allá de su alcance… incluso los recuerdos, los
cuales se abrían oscuros y turbios en los bordes de su razonamiento. De lo único
que se sentía segura era que a pesar de las promesas de su cuidadora, no estaba en
ninguna parte cerca de estar a salvo, su actual vulnerabilidad era como una
amarga poción en la parte de atrás de su garganta sedienta.
Luchó contra la lentitud de su cuerpo, intentando en vano dar órdenes a sus
miembros. Era inútil. El cubrecama le pesaba como plomo en lugar de la cálida
lana con adornos de piel que la arropaba en la cama.
El cuello oprimido, una mordaz tensión se filtraba en cada tendón cuando
luchó para levantar su cabeza. Su hombro dolía con el esfuerzo, un latido
penetrante que llamaba la atención con repentina precaución. Y sorpresa.
―Estoy herida.
―Sí ―estuvo de acuerdo la joven mujer a su lado―, pero su color es mucho
mejor hoy. Su fiebre ha bajado, Haven, y ahora está bien para sanar.
―¿Haven?
―Ese es su nombre, ¿verdad? ―Podría haber sido una pregunta inocente,
pero el hombre a los pies de la cama lo hizo parecer una acusación―. ¿Es usted la
mujer llamada Haven?
―Haven ―repitió ella, lentamente comprobando el nombre en su lengua y
encontrándolo más familiar que cualquier otra cosa que sabía en ese momento. Lo
miró, intentando absorber todo lo que estaba oyendo. No estaba segura qué hacer
con él o sus circunstancias actuales. Asintió una vez, recelosa con esta loca
desorientación. Se sentía como si estuviera a la deriva en una débil niebla, áreas
aleatorias de su mundo oscurecido por la niebla: otros proporcionando delgada y
breve claridad―. Sí ―dijo, segura de esa única cosa al menos―. Sí, ese es mi
nombre. Soy Haven.
Él dio un cortante asentimiento, evidentemente satisfecho con su respuesta.
―Pregunté en la aldea el día que dejamos Cornwall. La gente de allí me dijo
quién era, que tenía alguna habilidad con las hierbas. Me dijeron que a menudo
visitaba a lady Greycliff con sus pociones.
En el ojos de su mente, Haven atrapó el repentino destello de una breve
imagen: la cara de una mujer, bonita pero dolorida, y pálida contra el marrón
castaño de su cabello. Ella estaba sentada en el borde de una gran cama, apretando
sus sienes en sus manos, escasamente capaz de hablar por el martilleo de su
cabeza. Haven recordaba darla una bolsa de hierbas, decirle cómo prepararlas para
tratar sus frecuentes episodios de enfermedad. A la vez, el nombre de la
27 angustiada dama llegó a ella.
―Elspeth ―susurró.
―Eso es correcto. ―La mirada de su interrogador buscó la suya, sondeando
por más datos―. Estaba familiarizada con ella, entonces.
Haven asintió, un pesado esfuerzo para su cabeza que se sentía pesada en la
almohada.
―La conocía, sí. Ella era amable conmigo.
―¿Sabe qué le ocurrió a Elspeth y a su familia? ¿Conoció a su marido, Rand?
¿Estaba allí esa noche…?
―Kenrick ―dijo su hermana, interrumpiéndole cuando parecía intentar
presionar más―. Guarda tus preguntas un tiempo, te lo suplico. ¿No puedes ver
que Haven está cansada? Es la primera vez que ha estado lúcida en cuatro días
desde que llegó aquí.
―Cuatro días he estado esperando por respuestas.
―No deberías pensar que otro hará mucha diferencia.
―Sabes cuál es el interés aquí, Ariana.
―Sí. Por supuesto. Lo hago. Sabes que lo hago. Pero importunar a esta pobre
chica no traerá a tus amigos de vuelta. Ni te llevará más cerca de… ―Se
interrumpió de repente, obligándose a no decir más. Miró a Haven―. Por favor no
deje que mi hermano le moleste. ¿Confío en que el dolor en su hombre ha
disminuido?
―Sí ―murmuró ella, sus pensamientos aún perdidos en la idea de que había
estado sin sentido, y completamente a la merced de esos extraños, durante tanto
tiempo. Cuatro días. El prolongado periodo de tiempo no era tan inesperado. Había
pasado para en ella en un gran borrón, y no podía recordar nada. Frunció el ceño,
confusa por todo lo que estaba oyendo y viendo, aún incapaz de comprender
completamente―. ¿Y usted… me ha estado atendiendo todo el tiempo?
―He hecho lo que he podido, pero me temo que tengo mucho que aprender
sobre las artes curativas.
―Me salvó.
Lady Ariana la dio una sonrisa cálida cuando apretó su mano.
―Yo no. Ese crédito debe ir a Kenrick. Si alguien salvó su vida, fue él.
Imposible, pensó Haven, mirando con recelosa incredulidad a su rostro
impasible. Sus helados ojos azules la observaban intensamente, midiéndola de
alguna manera, estaba segura. Desde sus fuertes cejas, arrugadas ligeramente por
28 lo que debían ser años de escrutinio practicado, a la nariz perfectamente alineada y
la firme boca que parecían tan habituada a juzgar todo lo que veía, Kenrick de
Clairmont era una visión de rígido control.
Estoico, en silencio mientras la miraba, parecía difícil imaginar que podría
haberla salvado de la muerte. Haven no veía misericordia en esa apuesta y
desconfiada cara; solo fría lógica.
―Había sido apuñalada ―le dijo él gravemente―. Por como se veía, había
pasado más de una semana cuando le encontré errando por Greycliff en estado de
delirio. La punta de la daga de su atacante se había roto dentro de su herida.
Estaba envenenando su sangre. Si el golpe en sí mismo no le mató, la infección de
ese trozo de acero intenso lo haría.
Ella oyó sus palabras, y supo que lo que le decía debía ser cierto. Los dolores
de su cuerpo le decían mucho más. El recuerdo del abrasador dolor en la oscuridad
de su mente, como la vaga idea de caer en el acantilado una noche oscura, de olas
rugiendo muy cerca de donde estaba tumbada antes de que la inconsciencia se la
tragara. Casi podía sentir la fuerza de sus brazos cogiéndola, levantándola,
sujetándola cuando ella no tenía la fuerza de mantenerse.
―Recuerdo muy poco… la mayoría está borroso… fuera de mi alcance.
―Estaba en malas condiciones ―dijo lady Ariana―. Quizá es la misericordia
de Dios lo que hace que no recuerde mucho de lo que padeció.
―Quizá ―murmuró Kenrick. Él sujetaba algo en su mano, se dio cuenta
Haven, observando cuando desenroscó su puño para revelar un pequeño triángulo
de metal labrado―. Dígame, ¿reconoce esto?
―¿Qué es? ―preguntó Ariana, claramente sorprendida por esa revelación.
Una nota de cautela aumentó en su voz―. Kenrick, ¿qué tienes?
―Un momento, Ana. Primero tendré la respuesta de Haven ―replicó él, su
voz tan fría como su mirada.
Él fue alrededor del otro lado de la cama y le tendió su mano abierta. El trozo
roto de acero se situaba en la cuna de su larga palma, una cuña de oscuro metal no
más grande que la uña de su pulgar. Pero escaso como era, el trozo brillaba con
peculiar atracción. La luz jugó en el intrincado labrado que lo adornaba, bailando
como una llama con cada sutil movimiento de su mano.
Haven lo miró fijamente durante un largo momento, insegura y todavía…
Otra imagen la asaltó en ese momento, espontáneas imágenes de oscuridad y
violencia. De fuego y humo y brutal acero fulminante. Gritos devastadores y olor a
29 metálico de la sangre derramada. Contuvo el aliento, rápidamente apartando la
mirada del destello hechizante de la punta de la daga en la mano de Kenrick.
―Estaba allí cuando Greycliff fue atacado ―dijo él, no era una pregunta sino
una afirmación del hecho―. Dígame lo que vio Haven. Usted es la única testigo
viva al ataque de Elspeth y su familia. Debo saber lo que ocurrió esa noche, todo.
Quién estaba allí, qué hicieron, todo lo que pueda recordar, debe decírmelo.
En silencio, ella miró por la ventana desde la cama. Oyó el impaciente siseo
de la respiración de Kenrick, pero no podía prestarle atención.
―¿Quién la apuñaló con esta cuchilla, Haven?
Las imágenes continuaron volando hacia ella, inconexas, poco claras.
―Yo no… ―Sacudió su cabeza, cerrando sus ojos contra el ataque violento
del recuerdo―. No estoy segura de lo que vi. Nada está claro.
―Por la sangre de Cristo, ¡debe pensar!
―Kenrick ―dijo su hermana, levantándose para interrumpirle cuando él
parecía decidido a presionar más―. Es suficiente, por favor. Déjala descansar un
rato.
―Mis amigos están muertos, Ariana. No me tomo esto a la ligera. Tal como
es, esta mujer es la única persona que puede decirme lo que podría haber ocurrido
la noche del asalto en su casa. Necesito esas respuestas. ―Él fijó a Haven en una
penetrante mirada―. Las tendré.
―Pero le he dicho todo lo que sé ―protestó ella, la frustración levantándose
en su pecho―. No puedo recordar lo que ocurrió. Sabe todo lo que sé, lo juro.
―Ciertamente. ―Él maldijo en voz baja cuando caminó alrededor de la cama
hacia la puerta de la cámara―. Confío en que su memoria mejorará junto con su
hombro ―le dijo, deteniéndose con su mano en el pestillo―. Hasta entonces, se
quedará bajo mi vigilancia mientras se recupera.
Lady Ariana giró una mirada simpática hacia ella. En lugar de consolarla,
trajo una punzada de alarma. La memoria de Haven podría estar incompleta, pero
conocía una amenaza cuando la oía.
―¿Bajo su vigilancia? ―le retó, el enfado resplandeciendo ahora.
―Aye ―replicó él fácilmente―. Aquí en Clairmont.
Él lo dijo como si la cuestión no requiriera más explicación. Como si no
permitiera ninguna pregunta, ni ninguna otra elección excepto soportar su propia
voluntad.
Semejante nervio dominante, ¡semejante arrogancia!
30
Haven se movió para levantarse del colchón, pero fue derribada por una
sacudida de dolor debilitante. Eso la robó la respiración, tranquilizándola
instantáneamente, pero incluso eso no enfriaba la furia que estaba floreciendo
caliente en su vientre. Lady Ariana acomodó su espalda, la suave preocupación en
sus gentiles ojos.
Desde dónde estaba de pie al otro lado de la habitación, Kenrick no dijo nada.
Solamente la observó con esa juiciosa mirada perturbadora que parecía volverla
del revés. El orgullo irritaba dentro de ella, incendiándose por la comprensión de
que estaba bien y realmente a su merced, al menos por ahora. Cuando tuviera un
gramo de fuerza, juró que la haría fluir hacia él como una tormenta. Esa mirada
enloquecedora suya decía que él detectaba mucho, y no le preocupaba en absoluto.
Para su consternación, su voz, cuando finalmente la encontró de nuevo, era
débil con el lento reflujo de su dolor.
―Bien, entonces. ¿Quiere mantenerme aquí como su invitada, milord, o su
prisionera?
―Eso, milady, será decisión suya.
Él se alejó sin otra palabra, dejando la cámara y a Haven hirviendo a fuego
lento, dejándola impotente por su persistente fatiga.
Espera, no por mucho, pensó ella, más segura que nunca de que su
supervivencia dependía de su fuga de este lugar.

31
Capítulo 5
―¿La mujer confirmó tus sospechas sobre el ataque en Greycliff?
Kenrick levantó la vista del periódico que yacía abierto en su escritorio. Su
hermano por matrimonio, Braedon le Chasseur, se reclinó en una silla situada
cerca de la chimenea cavernosa del solar, sus ojo grises como el mar ensombrecidos
por cejas oscuras y la caída del cabello negro demasiado largo.
Frunciendo el ceño, medio absorbido en sus pensamientos y el trabajo
esparcido delante de él, Kenrick negó con la cabeza.
―No. Sostiene que recuerda poco de aquella noche.
―La fiebre puede robar la memoria de una persona. Lo he visto pasar más de
una vez.

32 Kenrick gruñó, sabiendo que había sentido en la declaración y aun así sin
querer aceptarlo.
―Está escondiendo algo. Puedo verlo en sus ojos. Jura que está siendo
sincera conmigo… pero no lo sé.
―Tal vez sea el miedo lo que no le deja hablar. ―Braedon le dirigió una
mirada sabia―. Miedo hacia ti, hermano mío.
―¿Yo? ―Kenrick frunció el ceño―. No le he dado a la mujer ninguna razón
para temerme. Está viva, ¿no? Está a salvo y cómoda. Cualquier miedo que
albergue hacia mí está fuera de lugar, nay, es infundado y absurdo.
―Hmm.
La reflexiva respuesta contenía desacuerdo pero el marido de Ariana no hizo
más que eso. Kenrick le vio volver su atención a un pequeño objeto acurrucado en
su palma. Inspeccionó el fragmento metálico, inclinándolo en esta y aquella forma
para permitir que la luz del fuego rozara su pulida superficie.
―Que ella estuvo presente durante la incursión en Greycliff es obvio
―continuó Kenrick―. Creo que la punta de acero labrado que sostienes en tu
mano es suficiente evidencia de eso.
―Sí. ―El guerrero de cabello oscuro se mostró de acuerdo, sombrío mientras
continuaba examinando el objeto―. Esta punta de puñal solo pudo haber venido
de un sitio.
―Aye ―dijo Kenrick―. Anavrin.
Aunque recuerdos del sitio le habían consumido durante años, no había
dicho ni una palabra en alto durante meses.
Anavrin.
Era el reino del Cáliz de Dragón, un mundo mítico que se decía que coexistía
con el suyo propio, gobernado por inmortales benévolos y custodiado por
guerreros magos sin almas que podían cambiar su forma física a voluntad. La
leyenda decía que algunos de esos cambiaformas habían sido enviados al mundo
mortal para ayudar a recuperar el tesoro del Cáliz, después de que fuera robado de
Anavrin hace unos cientos de años por un caballero sin escrúpulos que había
conspirado para entrar más allá de las puertas de protección de Anavrin.
La mayoría lo llamaría ficción de fantasía, un mero cuento de hadas. Pero
Kenrick no. Ni Braedon ni Ariana. Habían visto demasiado de ello ―sentido
demasiado del poder y el dolor― para mantener una feliz ignorancia sobre los
33 tesoros y los que lo buscaban.
Rand y su familia habían visto demasiado también. Y Haven, cuyo tierno
cuerpo había soportado el golpe casi mortal de la espada de un cambiaformas.
―Ella estaba ahí ―afirmó Kenrick―. Fue casi matada por uno de ellos;
estrangulada, apuñalada, dada por muerta, y aun así no puede recordar nada de
eso.
Braedon dejó la punta de acero labrado en una mesa junto a él.
―Naturalmente, no le crees.
La frase llevaba una ironía que hizo que Kenrick hiciera una pausa.
―¿Tú lo harías? Sabiendo todo lo que sabes, Cristo, habiéndolo vivido, más
de cerca que la mayoría, ¿confiarías en cualquier que pueda saber algo de Silas de
Mortaine y esa copa maldita que busca?
Un silencio medido fue toda la respuesta que conseguiría de Braedon le
Chasseur, el hombre una vez conocido por su peligrosa reputación como el
Cazador. Con los ojos tormentosos perdidos en contemplación, apartó la vista de
Kenrick, hacia el brillo naranja del fuego en el hogar. Mientras se volvía, la luz
jugaba sobre la larga y plateada cicatriz que recorría un sendero irregular por el
lado izquierdo de su rostro. Era una vieja herida, recibida antes de que Kenrick o
Ariana conocieran al hombre que algún día llamarían familia.
Braedon tenía otra cicatrices también, las más salvajes ganadas hace unos
pocos meses, en las entrañas de una antigua abadía en Francia. La noche en que él,
Kenrick y Ariana experimentaron el verdadero y mítico poder del Cáliz del
Dragón. Ninguno de ellos había emergido ileso de aquel viaje. Ni estaban ansiosos
por enfrentar tal prueba de nuevo.
Kenrick sabía que no tenía que recordarle al marido de su hermana del
peligro que cortejaban si Silas de Mortaine y su liga de hechiceros subalternos
sabían de su escape y volvían su mirada a Clairmont.
De Mortaine era un hombre rico con enormes conexiones personales,
particularmente entre los templarios, donde Kenrick se había encontrado por
primera vez con el noble. Poderoso por derecho propio, de Mortaine era casi
imparable ahora que tenía una de las cuatro piezas del Cáliz. Solo quedaban dos.
El trabajo de Kenrick les había dado pistas de sus localizaciones, pero el tesoro
nunca se había sentido tan lejos de su alcance.
―¿Qué pasa con el sello? ―preguntó Braedon, refiriéndose al objeto que
Kenrick había buscado, pero no encontrado en el lugar escondido del cementerio
de Greycliff―. ¿Serás capaz de proceder sin él?

34 ―No lo sé. Aún no he averiguado cómo usar el sello, no sé a dónde


pertenece, o qué hará. Pero sé que es una llave para encontrar las piezas del Cáliz,
y ahora lo he perdido. ―Puso su mano en puño y dejó que cayera con fuerza sobre
la superficie de la mesa―. Me ha llevado años reunir mis hallazgos. De Mortaine
ya posee una enorme porción de mi trabajo, pero si posee el sello también…
Kenrick interrumpió con una maldición en voz baja.
―Tal vez Randwulf de Greycliff lo destruyó antes de que pudiera ser
tomado.
―¿Optimismo para ti, le Chasseur? ―Kenrick se rió antes eso, un sonido sin
humor en el pesado manto del solar―. Ninguno de nosotros puede reclamar
suscribirse a esa marca de fe. No, Rand no habría destruido el sello más de lo que
se lo habría entregado a los villanos que allanaron su fortaleza. Nada habría sacado
su ubicación de sus labios.
―¿Ni siquiera la tortura de su esposa e hijo? ―Había una sobriedad en las
palabras de Braedon que causó una espiral de hielo en las entrañas de Kenrick―.
No creas que no se rebajarían a eso. Nada es sagrado para estos bastardos. Lo
sabes.
Un murmullo de posibilidad enferma se elevó como la bilis en la garganta de
Kenrick. Randwulf de Greycliff era un hombre fuerte, un caballero leal con un
sentido inquebrantable del honor. Entendía la gravedad de lo que Kenrick le había
confiado, y esa confianza no habría sido infringida. ¿Pero a qué coste personal?
―Maldita sea. ¿Qué les hice?
El remordimiento de Kenrick fue roto por el chasquido del pestillo de la
puerta del solar. No hubo golpes en la puerta, ni retrasos para pedir permiso antes
de que el panel se abriera. Ariana entró a la habitación con las manos en las
caderas, una mirada de censura en sus ojos.
―¿Interrumpo? ―Lo dijo como una pregunta, pero estaba claro por la terca
inclinación de su barbilla que retaba a cualquier de ellos a que le dijera que no era
bienvenida―. Por favor, continúen con su conversación, mis señores.
Braedon se aclaró la garganta.
―Acabamos de concluir ―le dijo Kenrick mientras ella caminaba más
adentro del solar, mirando a los dos con detenimiento. Él cerró su diario antes de
que su mirada pudiera fijarse por completo en las notas garabateadas que había
estado escribiendo. La sutil ocultación de su trabajo no se escapó de su astuta
atención, pero parecía tener otros asuntos urgentes que atender.
―¿Te importa decirme qué acaba de pasar ahí?
35 ―Apenas le he hecho a la dama unas preguntas.
―Interrogado, diría yo. Le has dejado en buen estado, Kenrick. No es como
tú el ser tan áspero e indiferente.
―Bastante ha pasado estas últimas semanas, como bien sabes. Hay
respuestas que deben ser encontradas y poco tiempo para encontrarlas. No he
interrogado a la mujer para ser cruel. ―Estiró la mano para alcanzar un jarro de
vino en la mesa y dio un lento trago―. En todo caso, creo que es prudente que
mantengamos una estrecha vigilancia sobre esta mujer “Haven”. Sabe más de lo
que me cuenta, estoy seguro. Hay algo mal con ella, algo en lo que no confío del
todo.
―¿Has considerado por un momento que Haven puede que no confíe en ti?
¿Qué bien podría tenerte miedo?
Kenrick frunció el ceño, mirando con sorna en la dirección de Braedon.
―Claramente ustedes dos se complementan bien. ―Ante la sonrisa en
respuesta de Braedon, volvió a mirar a su hermana, sosteniendo la mirada azul que
ella fijó en él―. ¿He hecho algo para que la mujer se acobarde?
Ariana dio un suspiro exasperado.
―Quién sabe el alcance de lo que puede haber sufrido. Luego despertarse en
un sitio desconocido, herida, débil, encontrándose entre gente a la que no conoce,
uno de ellos frunciendo el ceño y refunfuñando como si ella fuera una criminal
merecedora de tales acciones. Por amor de Dios, Kenrick, está aquí como si fuera tu
prisionera, o has dicho eso cuando te has enfrentado a ella hace poco.
Dejó que la arruga en su ceja se profundizara ante el ataque de su hermana.
Uno preciso, admitió con un poco de reticencia.
―No puedo permitirme ningún riesgo, Ariana. Nosotros no podemos
permitírnoslo.
―Kenrick tiene razón, amor mío. ―Braedon se levantó de la silla en la que se
sentaba, y caminó al lado de su esposa. Puso sus brazos alrededor de ella,
suavemente envolviéndola en un abrazo suave―. Hasta que tengamos más
hechos, debemos ser cautelosos con nuestra confianza.
―¿Qué estás diciendo? ―Miró del rostro de Braedon a Kenrick, la
preocupación grabada en las comisuras de su boca―. ¿Qué está pasando aquí?
Durante días, desde que trajiste a Haven aquí, ambos han estado discutiendo cosas
en voz baja y detrás de puertas cerradas. Casi cada vez que entro a una habitación

36 donde estén, la conversación se detiene o hacen un cambio abrupto a un tema


mundano que sé que no les interesa a ninguno de ustedes.
―No hemos querido preocuparte, Ana…
―Bueno, diría que es demasiado tarde para eso.
―Ya has pasado por mucho, mi amor ―empezó Braedon, pero fue cortado
por el pequeño bufido desdeñoso de Ariana.
Negó con la cabeza, creando pequeñas tormentas de movimiento en su largo
y rubio cabello.
―¿Marido, crees que soy algo delicado que se rompe con el más mínimo
soplo de angustia?
Braedon arqueó una ceja oscura.
―Para nada.
―Cuéntenme lo que está pasando. Si hay problemas aquí, quiero saberlo.
Todo. ―Clavó una mirada severa sobre cada uno de ellos, una mirada suave con
censura que hizo que ambos hombres miraran sus botas―. Querido Señor. Tiene
que ver con Silas de Mortaine, ¿no es así? La muerte de sus amigos… el
allanamiento a su fortaleza, de Mortaine es responsable, ¿no?
―Sí. ―Kenrick asintió, el remordimiento yaciendo helado en sus entrañas―.
Aunque si le culpo a él, también debo culparme a mí. Nunca debí haber metido a
Rand en mis descubrimientos del tesoro del Cáliz.
―Oh, Kenrick. ¿Qué le contaste sobre eso?
―No fue tanto lo que le conté sobre el tesoro, sino lo que le di. Antes de que
me fuera a Francia el año pasado, le confié a Rand la custodia de una llave. A
simple vista, no parecía ser demasiado, un trozo de metal envuelto en pergamino,
pero puede que sea todo lo que previene que de Mortaine obtenga otra de las
piedras del Cáliz.
―O la mismísima cosa que le guíe hasta él ―añadió Braedon gravemente.
―¿Y crees que por eso fue atacado Greycliff?
―Estamos seguros de ellos, amor.
―Madre María ―susurró―. Pobres Rand y su familia. Pobre Haven, por ser
forzada a atestiguar el horror de tal cosa. Mi corazón se rompe por todos ellos.
Braedon alisó su mano por encima de su coronilla de seda de una manera
reconfortante, pero la mirada que compartió con Kenrick traicionó su inquietud. Su
preocupación por la magia negra contra la que había luchado una vez antes ―esa
37 que le había hecho cicatrices y casi robado la mujer a la que amaba― estaba claro
en sus ojos tormentosos. El peligro podría muy bien venir, una vez más, visitando
esta vez las mismísimas puertas de Clairmont.
Kenrick conocía el mismo temor. Lo había llevado como una túnica desde el
día que Braedon y Ariana le rescataron del aprisionamiento y la tortura a manos de
Silas de Mortaine.
―El sello no estaba en su lugar oculto en manos de Rand. La mujer que se
está recuperando arriba es seguramente la única persona que puede saber qué le
pasó. Es nuestra única testigo de ataque de esa noche. Cualquier respuesta que
podamos tener vendrá solo de ella.
―Por lo que la mantendrás aquí bajo sospecha hasta que se someta
―respondió Ariana―. ¿Incluso contra su voluntad?
―Debemos.
―Ah, sí. Lo entiendo. ―Su expresión era educada, pero el desafío en sus ojos
se había apagado un poco―. Me pregunto sin embargo… ¿cómo difiere esto de las
cadenas que de Mortaine puso en ti, mi querido hermano? ¿Una prisión está más
justificada que la otra?
La pregunta colgó del aire del solar, sin responder, porque no era una simple
cuestión que pudiera ser vista como blanco o negro. ¿No?
Kenrick sintió que un músculo se apretaba en su mandíbula. No tenía que
justificar sus acciones en esto. Ariana era bondadosa, siempre compasiva. Esto era
la guerra. Sin declarar, pero igual de sangrienta y seria. Y ahora su hermana lo veía
como no mejor que el más atroz de los villanos, Silas de Mortaine.
Cuando el silencio se alargó, tenso e inflexible, Braedon fue el primero en
romperlo.
―Ven, esposa. A nuestros propios aposentos, si quieres. Llego tarde a los
entrenamientos con los hombres y disfrutaré de tu compañía mientras leo mi
correo.
―Aye ―respondió ella―. Por supuesto.
Con una última mirada en la dirección de su hermano ―una mirada que
quedó pensativamente sin reconocer― Ariana aceptó el brazo de su marido y le
acompañó al pasillo de fuera. No fue hasta después de que se fueran y la puerta se
cerrara firmemente detrás de ellos que Kenrick liberó el negro juramente que
estaba en la punta de su lengua.

38
Capítulo 6
Una bañera de agua tibia estaba colocada cerca de la chimenea de la cámara
de Haven. Recientemente salida de la fragante agua con esencia a lavanda, ahora
vestida y sentada en un cojín en el alféizar de la ventana de la cámara, suspiró
mientras pasaba un cepillo a través de su cabello mojado. Se deleitaba con la
sensación de limpieza, en el suave deslice de los dientes finos de hueso mientras
cepillaba sus largos mechones, juntando la gruesa madeja sobre su hombro bueno
para dejarlo secar en el fresco aire de la mañana de la ventana abierta. El cepillo era
un regalo de lady Ariana, como lo era el simple vestido de color baya que
acariciaba su piel en lujo de seda.
Habían pasado dos días desde que había despertado en este lugar,
confundida y débil, pero su fuerza estaba regresando ya. Estaba alerta y fuera de lo
peor del dolor. Había recuperado su apetito, y podía moverse sin asistencia,
39 cuidadosamente, sus miembros aún estaban inestables, la fuerza en su brazo
izquierdo aún dañado por la herida sanando. Cada día, ciertamente cada hora,
traía más recuperación, más fuerza física y enfoque.
Lo mismo no podía ser dicho sobre su memoria de la noche que fue atacada,
sin embargo, un hecho que la afligía mucho. Mientras que el recuerdo completo se
mantuviera fuera de su alcance, era claro que, también lo estaría su libertad.
Su prisión eran las cuatro paredes tapizadas de esta cámara, su benevolente
carcelera, la amable lady Ariana. En este preciso momento, Ariana estaba
buscando un par de medias y zapatillas para ella, pues le preocupaba que caminar
descalza en el piso con corrientes de aire pudiera causar a Haven un resfrío. En
verdad, su gentileza descongeló algo frío en el pecho de Haven. Aún aprehensiva y
cautelosa, no quería que le gustara ninguno de ellos, y una voz precavida le
advirtió que aunque fueran amables con ella o no, sería sabio mantener su
distancia.
Afortunadamente, Haven había visto poco del desagradable hermano de la
dama desde ese primer día. Incluso ahora el pensamiento de él y sus maneras
arrogantes la afligían. Era primariamente ira que encendía su determinación por
sanar tan rápido posible. Ningún hombre ―sin importar sus razones― la retendría
contra su voluntad. Recuperaría su fuerza y luego pondría el castillo Clairmont
muy detrás de ella.
Miró afuera con anhelo sobre el paisaje que se desplegaba en la base del
antiguo bosque de Clairmont. En la base de la colina, un campo abierto,
floreciendo en tonos de amarillo pálido y violeta, se extendía como una manta
hacia el pequeño arco de árboles de manzanas floreciendo. Aún más lejos, un
denso matorral de bosque se formaba, oscuro y puntiagudo con nuevas hojas de
primavera. Haven miró más cerca y observo un ciervo pastoreando en el pasto
mojado de la pradera.
Se acomodó contra el alféizar y por largos minutos se contentó con ver al
ciervo, hasta que una interrupción en algún lugar fuera del alcance del oído llamó
la atención al ciervo. Levantó su cabeza, olfateando con cierta alarma, luego se
echó a correr fuera de vista.
Si solo pudiera hacer lo mismo, pensó Haven con nostalgia.
Pronto lo haría. Tan pronto como fuera capaz, haría su propio escape. Huiría
a través de ese campo floreciendo y se refugiaría en los bosques, al igual que el
ciervo había hecho. Tomó un respiro del aire fresco de la mañana y casi pudo
saborear la libertad.
Un golpe en la puerta de la cámara detrás de ella trajo sus pensamientos de

40 vuelta dentro de las paredes de su cómoda prisión.


―Entre ―dijo, escuchando el ahora familiar chasquido de una llave girando
la cerradura de hierro. No se molestó en dar la vuelta cuando el panel se abrió,
reticente a llevar su mirada lejos de la belleza sin fin que estaba tan cerca y sin
embargo más allá de su alcance―. ¿Hasta dónde se extienden las fronteras de
Clairmont?
Había esperado escuchar la agradable voz de lady Ariana a través de la
habitación donde había entrado, probablemente volviendo con las medias y
zapatillas. En su lugar, un hombre respondió la pregunta de Haven, el oscuro y
familiar sonido de él demasiado cerca para su paz mental.
―Más lejos de lo que el ojo puede ver desde esta cámara.
Era él, Kenrick, el señor dorado de este lugar.
Su salvador convertido en carcelero.
La columna vertebral de Haven se puso rígida y casi dejo caer el cepillo en su
prisa por bajar de la ventana. Girando, puso sus pies descalzos en el suelo y se
deslizó fuera del alféizar para ponerse con su espalda presionada contra la pared
de piedra.
―No quise asustarle.
―No lo hizo ―le respondió, enderezándose tanto como podía y diciéndose
que era sorpresa, no miedo, lo que envió a su sangre a correr al mirarlo. Él la
atrapó por sorpresa, entrando sin aviso, y entrometiéndose aún más al dar grandes
zancadas hasta la ventana donde ella estaba. Él miró fuera por un breve momento,
luego la miró fijamente.
―Está temblando, Haven.
¿Lo estaba? El conocimiento la sacudió hasta la médula.
―Es una mañana helada ―dijo a modo de excusa al alejarse de su indeseada
presencia.
En verdad, no había frío en el aire en absoluto. Si su cuerpo se estremeció
cuando estaba junto a Kenrick de Clairmont, dudaba poder culpar al clima.
Tampoco se dignó a dar crédito hacia el reconocimiento de él como hombre, a
pesar de que no podía apartar su vista de la amplia línea de sus hombros, y la
educada expresión de su llamativo rostro. Había un poder contenido en cada
movimiento, una gran inteligencia en su culta voz.
―Sabe, antes de traerla aquí, había investigado sobre usted en la aldea de
Cornwall.
41 ―Eso me dijo cuando desperté al encontrarme en su resguardo, milord.
―La gente ahí dijo que vivía sola. Que no tiene esposo o familia. Dijeron que
había llegado a Cornwall no más de un año antes, y había ejercido sus habilidades
con hierbas para ganarse la vida. ―Se detuvo, como probándola con su silencio―.
Una o dos personas podrían haberla llamado una bruja.
―Una bruja, ¿lo soy? ―Se mofo ante eso, encontrando más diversión que
insulto en la cruda suposición―. Las personas de ese pueblo son simples hombres
con mentes simples. Lo es usted también, ¿milord?
Nay, no lo era. Ella supo al instante que las palabras dejaron su boca que este
caballero con suave, culta voz no era un peculiar bloque de musculo y bien
parecida apariencia. Su mirada azul era demasiado astuta, incluso cuando
casualmente examinaba su forma. Era inteligente, y era sabio. Una combinación
peligrosa cuando se combina con la fuerza de su cuerpo de guerrero, el cual
imaginaba podría sostenerla fácilmente en completa restricción más que cualquier
lazo fuertemente atado.
―¿Cree que maldije a sus amigos de alguna manera? ¿Es por eso que me ha
hecho prisionera aquí, para exprimir una confesión de mi lengua bífida de bruja?
―Una sonrisa irónica jugó en la esquina de su boca.
―No tengo intención de tal cosa, Haven. Tampoco pretendo mantenerla
prisionera en mi resguardo. Pero sí quiero… nay, necesito que me diga todo lo que
sabe del ataque en Greycliff.
Ella se alejó de su mirada inquisitiva.
―Hemos pasado por esto ya. No puedo decirle cosas que no recuerdo.
Su voz era suave, incluso mientras se preparó para la dura ira masculina e
intimidación.
―Rand y Elspeth eran mis amigos, Haven. Lo que pasó con ellos, lo que le
sucedió a usted también, fue un acto cobarde de brutalidad. Quiero asegurarme de
que el hombre que hizo esto, y todos los ligados a él, nunca tengan la oportunidad
de dañar a nadie otra vez. Él es malvado, Haven. Es importante que sea detenido,
de cualquier manera posible.
―No veo cómo puedo ayudar en eso. Es como le dije, el ataque es un borrón
en mi mente. Los detalles son… ―Se encogió de hombros, pero por dentro fue
asaltada con violentos destellos de memoria.
Sonidos colisionaron con imágenes, todo ello precipitándose como un
ensueño a través de su mente. Sintió manos cerrarse alrededor de su garganta.
42 Sacudió su cabeza, disipando la visión antes de que pudiera echar raíces.
―Lo siento, pero los detalles de esa noche están perdidos para mí.
No podía decir si él le creyó. La miró fijamente, sin decir nada, entonces,
finalmente dijo:
―No demandaré su cooperación en esto, Haven. Sé lo que es ser un preso de
la verdad, porque pasé medio año en la prisión de un loco. Ideó muchas formas
creativas de coaccionar la información fuera de mí, a veces, pensé que podría
eventualmente tener éxito. Cuando la tortura estaba en lo peor, pude haberle dicho
una mentira para hacerlo detenerse. No voy hacerle eso. No quiero mentiras de
usted, Haven. No puedo costearlas.
Había una seriedad en su voz que la tomó por sorpresa. Si hubiera entrado
furioso y gritando o con puños preparados, habría estado más preparada. Habría
estado aún más convencida de que la voz que le advirtió sobre el peligro, estaba en
lo correcto. Encontró que no sabía muy bien qué hacer con él.
―Estaba en Greycliff la noche que mis amigos fueron asesinados. La
puñalada en su hombro, los moretones que aún permanecen en su cuello de donde
su atacante le estranguló, ¿se da cuenta de lo cerca que estuvo de morir usted
misma?
―Sí ―murmuró ella―. Y estoy agradecida con usted por ayudarme como lo
hizo.
―Entonces ayúdeme a detener a estas bestias. Hay un trabajo malvado aquí
que usted no desea entender. Ayúdeme a impedirlo. ¿Lo hará, Haven?
―Ya le he dicho todo lo que sé.
―Aún no me ha dicho lo que estaba haciendo allí esa noche. ¿Qué la llevo al
torreón?
―Lady Greycliff había enviado por mí.
Una rebanada de memoria se abrió en su mente. Haven vio el día claramente
al principio, estaba trabajando en su casa preparando hierbas, mezclando salvia
seca y poleo y costurando la mezcla en un pequeño paquete de preparación―.
Había ido a verla a menudo días antes. Ella… no estaba bien, y había solicitado un
herbario de mí.
Él asintió en entendimiento.
―Elspeth a menudo sufría dolores de cabeza. Había poco para ayudarla
cuando estaban en su peor momento.

43 ―Sí ―estuvo de acuerdo Haven. No vio ninguna razón para mencionar que
era melancolía, más que dolor de cabeza, que aquejaba a la frágil dama en lo que
serían sus últimas horas―. Entregué lo que quería, y la encontré en un buen
estado, su esposo estaba lejos, ausente por siete noches en asuntos del patrimonio
de una de sus propiedades cerca de Penzance. La propia dama iba a unirse a él
pero estaba demasiado enferma para hacer el viaje. Llegué al castillo y le di mi
herbario, luego me senté con ella un rato, fácilmente horas, hasta que vi que había
mejorado.
―¿Entonces el allanamiento del castillo ocurrió mientras estaba ahí con ella?
Ella se encogió de hombros, insegura de los detalles.
―No. Eso es, no lo creo. Recuerdo que estaba oscuro. ¿Tal vez volví a verla?
No recuerdo el momento exacto. Las cosas se vuelven… borrosas.
―¿Qué hay del mismo Greycliff? Rand debió haber estado allí, también.
¿Había regresado de su viaje, mientras usted estaba allí?
―No lo sé.
Era la verdad; Haven no podía recordar hechos específicos de esa fatal noche.
Una vez cayó la oscuridad, una vez las llamas y cenizas habían comenzado a
cerrarse en torno a ella, podía dar sentido a poco. Conocía sólo la violencia de los
eventos de la noche, y el entendimiento de que una familia entera se había perdido
en medio de la carnicería.
Solo al pensar en eso, podía casi sentir el agarre de dedos castigando su
garganta, ahogándola mientras el humo quemaba sus ojos y quemaba sus
pulmones.
En el ojo de su mente, vio el corte blanco de una mueca, el cruel
descubrimiento de dientes en una mueca feroz mientras su agresor apretaba el
aliento de ella.
―Necesito su ayuda, Haven. Necesito que me diga lo que sea que pueda
sobre el hombre, o la bestia, que la atacó en el castillo de Greycliff. Cualquier cosa
que pueda recordar: cómo se veía, lo que pudo haber dicho, si tomó algo con él del
lugar… es importante que tenga esas respuestas.
―Lo siento ―susurró, obligándose a encontrar la franca mirada azul de
Kenrick―. No hay nada más que pueda decir. Le he dicho todo lo que recuerdo
justo ahora.
Por un largo rato, él no dijo nada. Simplemente la estudió demasiado cerca,
su intensidad encendiéndola. Luego arqueó una ceja rubio oscuro.
44 ―Muy bien, entonces.
Él le concedió dejar su interrogatorio, pero era difícil confundir el brillo
persistente de sospecha en sus ojos. No le creyó, pero fiel a su palabra, no la
obligaría a someterse. No acreditaba que le permitiera un indulto antes de regresar
con más preguntas. Por ahora, tomaría lo que pudiera obtener.
―Deme su mano, milady.
Haven frunció el ceño hacia él en interrogación.
―¿Por qué?
―Su mano ―repitió, impaciencia brillando en su voz de otra manera
tranquila.
Cuando ella no hizo movimiento para complacerle, él extendió la mano y la
sujeto de la muñeca. Sus dedos eran cálidos y firmes contra su piel, su toque a la
vez restrictivo sin embargo imponente. Con un giro sutil, su palma estaba abierta
para él. Puso algo en el centro, luego cerró sus dedos alrededor de un pedazo
delgado de hierro frío.
Era una llave.
La misma llave de su prisión, se dio cuenta.
―¿Qué quiere decir con esto?
―Le doy elección ―dijo él, su mano todavía sosteniendo la suya. Pareció
darse cuenta en el mismo momento que ella, pues retiró su toque y dio un paso
lejos de ella―. Le estoy permitiendo la libertad de decidir dónde ir desde aquí,
Haven. No tiene nada que temer de mí o de mi familia. No le mantendré
prisionera; siéntase libre de hacer de Clairmont su hogar mientras su cuerpo
continúa sanando.
―Pero este no es mi hogar ―señalo, determinada a no encariñarse con el
hombre o su gesto de aparente consideración.
―Es bienvenida aquí tanto como lo necesite. Será alimentada y atendida, y
ayudara a mi hermana donde le necesite sobre el castillo. Cuando esté
completamente sanada, veré que sea provista de un escolta montado de vuelta a
Cornwall. A cambio, tiene mi protección y la protección de los guardias de
Clairmont.
―¿Cree que requiero protección?
Él miro los moretones que rodeaban su garganta, y abajo, a la venda que
envolvía su hombro.
―Alguien trató de matarla, milady. No piense por un momento que está a
45 salvo fuera de estas paredes.
―¿Y dentro de ellas? ―le enfrentó con un simple susurro, sintiendo un tipo
diferente de peligro entre más tiempo fuera retenida en la penetrante mirada de
Kenrick de Clairmont.
―Tiene mi voto, Haven. Ningún daño llegara a usted aquí. Pero necesito su
ayuda también. Confié en mí cuando le digo que la vida de muchos, muy
probablemente toda la vida en sí, está en juego. Lo que usted sabe sobre el ataque
en Greycliff, lo que pudo haber visto, podría ser inmensamente útil para mí. Tal
vez vendrá a mí con respuestas cuando esté lista.
Ella no dijo nada, observando cómo lentamente, deliberadamente, él se retiró
de la cámara. Cerró la puerta detrás de él, pero ninguna llave giró en la cerradura.
Ella quería la libertad, y ahora parecía que la tenía.
Haven estiró su puño y miró la llave de metal negro descansando en su
palma. Aunque no confiaba plenamente en el regalo, Kenrick de Clairmont
acababa de darle sus alas para volar de este cautiverio involuntario. Así que con su
ayuda, no perdería tiempo en usarla.
Capítulo 7
Durante el siguiente par de días, Haven se enfocó en su recuperación. La
fiebre la había dejado débil, debilitando su respiración y drenando sus miembros
de la mayoría de su fuerza. Combatiendo los efectos de su herida, descansaba a
menudo y usaba sus horas despiertas para recuperar su estabilidad. La libertad
que la había sido otorgada por Kenrick era una bendición añadida, para permitirla
la oportunidad de caminar por el castillo y aumentar la necesitada fuerza en sus
piernas.
Ariana la acompañaba la mayoría del tiempo, un fácil compañerismo que
Haven genuinamente estaba disfrutando. Esta mañana, con el sol un orbe brillante
brillando desde el claro cielo azul, Ariana había decidido que un poco de aire
fresco estaba bajo control.

46 Guió a Haven fuera de la torre para ir por un camino a una entrada lateral
usada primariamente por los sirvientes de las cocinas. Un guardia estaba de pie en
su puesto en la puerta, armado con una espada de apariencia mortal en su cadera.
Él se hizo a un lado cuando Ariana y Haven salieron al patio, descendiendo su
cabeza en deferente conocimiento de la real dama rubia quien le saludó
amablemente por su nombre.
―Buenos días, Thomas. ¿Cómo le va a tu hija hoy?
―Milady ―replicó él, saliendo de su reverencia―. Está sanando bien. La
caída agitó su orgullo más que cualquier cosa.
―Me alegra oír eso. ―La sonrisa de Ariana era simpática y afectuosa cuando
se giró para ofrecer a Haven una explicación―. Algunos de los asistentes del
castillo estuvieron tomando turnos montando a un pony en el patio ayer por la
mañana cuando la pequeña Gwen, hija de ocho años de sir Thomas, decidió que
quería participar. Evidentemente lo hizo a pesar de las burlas de los chicos sobre
que era demasiado pequeña y débil para montar incluso a una cabra, mucho
menos a un pony. Tenía que hacerles comerse sus palabras en cuestión de
segundos después de todo. Desafortunadamente, la vieja cabra barbuda que montó
en el granero un momento después no hizo el favor de ayudar para probar su
punto.
―Oh, querida ―remarcó Haven, imaginando lo que probablemente había
sucedido.
―A pesar de la brevedad de su triunfo, no espero que Gwen sea motivo de
burlas para los chicos en cualquier momento cercano. Sabes, Thomas, sospecho
que ella deliberadamente eligió a la más formal de las cabras en un principio.
―Es testaruda, esa chica ―estuvo de acuerdo él con aflicción paternal―. Ha
pasado tiempo desde que era un mero bebé.
―Sí, ha pasado―dijo Ariana, riendo con él cuando él se permitió una risa
orgullosa―. Dile a Gwen que iré a visitarla esta tarde. Le llevaré un dulce de la
cocina.
Sir Thomas dio un amable asentimiento, sonriendo.
―Estará muy contenta de verla, milady. Gracias.
Ariana guió a Haven lejos de la guarida y avanzó, a lo largo del camino
guiando hacia el edificio exterior de la cocina en la parte de atrás del castillo.
―El pobre Thomas tiene sus manos llenas ―remarcó hacia Haven cuando
paseaban sin prisas pasando la achaparrada casa de las cocinas.

47 ―¿Y eso? ―preguntó Haven.


―La madre de la pequeña Gwen dejó este mundo por la fiebre puerperal una
noche hace dos años, dejando a su marido para criar a la niña por su cuenta. Es un
buen hombre, y hace su mejor esfuerzo, pero Gwen necesita una madre. ―Ariana
miró a Haven con una mirada sabia en sus ojos―. Y justo tan desesperadamente,
sir Thomas necesita una esposa.
―¿Por qué no toma una, entonces?
―Está intentando hacerlo, creo, pero la estúpida chica no sabe qué hace él.
―Ariana divulgó en una voz queda―. Trabaja en las cocinas, una sirvienta
tranquila llamada Enid. Sir Thomas negoció duro para su puesto en la puerta
postigo, y aunque nunca lo admitiría, supe que todo fue para poder estar cerca
cuando la joven tímida Enid hiciera sus tres rondas diarias de la cocina a la
guarida.
Justo entonces, delante de ellas en el camino, una mujer delgada llegó a la
esquina de la guarida y comenzó a caminar remilgadamente hacia las cocinas.
Mantuvo su cabeza baja, los lados estirados de su capa de pelo blanco no escondía
su cara. Ariana sacó su mano para inmovilizar a Haven en el camino, su mirada
significativa cuando la chica se acercó.
―Venga, Enid. Buenos días ―llamó ella brevemente.
La sirvienta levantó la mirada una vez, pareciendo sorprendida al ser notada,
y se dirigieran directamente a ella. Se congeló y se inclinó en una rápida
reverencia.
―¡Oh! Buena mañana, milady. Y… señorita.
―Esta es Haven ―dijo Ariana, haciendo las presentaciones cuando la
sirvienta sumisamente se acercó―. Se queda con nosotros por un tiempo como
nuestra invitada, recuperándose de una herida que se hizo hace algunos días.
Enid asintió y delicadamente ofreció sus saludos.
―Milady.
―Me alegra encontrarte, Enid ―interrumpió Ariana, su tono ligero y
casualmente bienintencionado―. Acabamos de pasar al leal caballero vigilante en
la puerta postigo, y no pude evitar notar que el pobre hombre no ha sido aliviado
de su puesto durante algunas horas.
Las mejillas de la sirvienta se pusieron rosas con un repentino sonrojo tímido.
―¿Sir Thomas, milady?
―Sí ―dijo Ariana, sonriendo ahora―. Es cierto, Sir Thomas. Con el sol tan
48 caliente de hoy, debe estar sediento por un refrigerio. ¿Te importaría traerle una
taza de cerveza?
―Aye, por supuesto. ―Pareció mortificada por la proposición, pero
inmediatamente comenzó a estirar sus faldas y a dar golpecitos en su cabello lacio
cubierto―. Aye. Se la traeré, milady.
Cuando la chica se apuró a alejarse, Haven arqueó sus cejas hacia la
intervención astuta de Ariana.
―Es malvada.
―Lo soy ―estuvo de acuerdo inmediatamente ella, riendo cuando enganchó
su brazo a través del de Haven y comenzó a pasear con ella una vez más a lo largo
del camino―. Pero tengo una idea sobre esos dos, y no presumiría de inmiscuirme
donde no estoy segura que será útil. Además, solo quiero que todos estén
felizmente emparejados como yo lo estoy con mi marido.
No era la primera mención de su matrimonio que lady Ariana había hecho en
el tiempo que ella y Haven habían estado conociéndose una a la otra. El mero
pensamiento de su marido parecía aligerar los gestos de Ariana con un brillo
interno y luminiscente. Su devoción era simple para que todos la vieran.
―¿Cuánto tiempo ha estado casada? ―preguntó Haven, curiosa por saber
más sobre el hombre quien tenía tan cautivo el corazón de su nueva amiga.
―Solo escasos par de meses, aunque parece que hemos estado juntos
siempre. Braedon y yo nos casamos en Clairmont después de traer a Kenrick de
vuelta de Francia este pasado febrero. Él se había metido en algunos… problemas
allí.
Haven pensó otra vez en lo que Kenrick la había dicho la última vez que le
había visto, cuando había venido a ella y la informó que no la mantendría contra
su voluntad. Había admitido, para su sorpresa, que sabía cómo era probablemente
estar encerrado.
―¿El problema que encontró en Francia ―dijo Haven―, fue dónde estuvo
secuestrado?
Ariana giró, casi jadeando.
―¿Sabe eso?
―Su hermano me dijo que una vez había sido prisionero de la tortura de un
hombre loco. Dijo que pasó medio año allí.
―Sí ―replicó Ariana. El recuerdo puso una nota de arrepentimiento
diferente a su feliz mirada―. Él padeció mucho a manos de Silas de Mortaine.
Aunque fue golpeado y torturado, las cicatrices de mi hermano son nacidas en el
49 interior. Dudo que sepa alguna vez todo, ya que Kenrick mantiene sus
sentimientos cerrados. No es de los que se abren a otros, o admiten sus emociones.
Siempre ha sido así con él, desde el tiempo que era un niño.
En alguna manera inexplicable, Haven sintió que comprendía lo que era
ocultar los sentimientos a otros. Parecía peligroso para ella de alguna manera,
prohibida, en una manera que no tenía palabras ―o recuerdos― para explicar.
Estaba menos ansiosa por admitir que podría haber tenido algo en común con
Kenrick de Clairmont. Ni esperaba que él requiriera un poco de simpatía o amable
consideración, menos de todos de ella. Si él escudaba alguna parte de sí mismo de
otros, Haven adivinaba que probablemente era su propia intención, ya que la
parecía que el lejano y cauto caballero hacía poco sin un propósito calculado
detrás.
―Braedon me ayudó a rescatar a mi hermano de sus captores ―estaba
diciendo Ariana cuando se acercaron a un banco en el camino que guiaba
alrededor del lateral de la gran fortaleza, hacia la parte delantera del patio
interior―. Resultó que estaba bastante fuera de mí, pensando que podía negociar
sola por la liberación de Kenrick. No tenía ni idea de en qué me había involucrado,
solo que mi querido hermano, mi verdadero héroe en todo el mundo, estaba en
siendo dañado y que tenía que salvarle.
―Fue valiente por su parte intentarlo.
Ariana desechó el elogio con un vago movimiento de su mano.
―No puedo reclamar semejante cosa, solamente que estaba desesperada por
ver a Kenrick libre. El coraje de Braedon es lo que realmente le salvó… y a mí
también. Para rescatar a mi hermano, Braedon tuvo que enfrentarse a Silas de
Mortaine, y Draec le Nantres, un hombre quien había sido amigo de Braedon hasta
que la ambición y su lealtad a de Mortaine le persuadieron para traicionar ese
vínculo.
―¿Qué ocurrió?
―Antes de que le conociera, Braedon hacía su vida como un rastreador
contratado. Era llamado el Cazador, ya que era lo que hacía: recuperar proscritos o
amantes perdidos por un precio. Era bien pagado, pero no siempre era la más
noble de las profesiones ―confió Ariana―. A través de su trabajo, se cruzó con
más de unos pocos hombres peligrosos, a ambos lados del arreglo. Uno de esos
pocos traidores acabó siendo Silas de Mortaine.
Se pararon en el camino, y Ariana descendió su voz, reacia a hablar del
villano en algo más que un susurro.
―De Mortaine contrató a Braedon para localizar y arrestar a un ladrón quien
50 había robado algo de gran valor para él. Braedon completó la tarea, inconsciente de
que era una trampa. Silas de Mortaine intentó matarle desde el principio, un hecho
bien conocido por uno de los propios hombres de Braedon, Draec le Nantres.
Terminó en una carnicería despiadada. Braedon sobrevivió, apenas, pero perdió a
la mayoría de sus amigos ese día. Nunca volvió a la vida que una vez conoció.
―La expresión de Ariana era grave cuando sostuvo la mirada sin parpadear de
Haven―. Esos mismos hombres después tomaron a Kenrick prisionero. Y también
son responsables del asalto del que solo vos sobrevivisteis en Greycliff.
―Lealtad ―respiró Haven, un escalofrío de negro temor se arrastró por su
columna cuando su propio nebuloso recuerdo se mezcló con el horror que Ariana
acababa de describir.
―Lo siento, Haven. Espero no haberle molestado al contarle todo esto.
―Nay. No me ha molestado―replicó ella―. Esas son las cosas que necesito
saber si quiero recordar lo que he perdido por mi fiebre.
―Estamos aquí para ayudarle en cualquier manera que podamos. ―Ariana
dejó su mano encima de la de Haven en una muestra gentil de amistad―. Pero
nosotros también necesitamos su ayuda.
Haven asintió, aceptando el amable gesto con una sonrisa. Quería hacer más
preguntas, a pesar de su miedo a las respuestas, pero un sonido de la muralla
exterior llamó la atención de Ariana. Hubo un sonido de acero chocando, luego las
risas mezcladas de las voces de los hombres llegando de una multitud
aparentemente reunida.
―¿Qué está pasando? ―musitó Ariana, frunciendo el ceño en curiosa
especulación. Otro choque metálico sonó, seguido por un jadeo colectivo de interés
y asombro―. Vamos, Haven. Suena como si Braedon estuviera entrenando a los
guardias esta mañana. Vayamos y echemos una mirada. Le presentaré a mi señor
marido.
Guió a Haven alrededor del lateral de la torre de guardia, hacia el interior de
la muralla exterior dónde un gran grupo de caballeros se había reunido.
Rápidamente se hizo aparente que el entrenamiento involucraba solo a dos
hombres, la pareja peleando en el centro de la reunión. Sobre las cabezas y
hombros más de dos grupos de guardias observando, Haven captó el ocasional
destello de acero besado por el sol y la amistosa provocación del par de oponentes
cuando sus espadas golpearon y rechinaron en una parodia de batalla en el patio.
―Esto es un evento inusual ―remarcó Ariana con una mirada de sorpresa―.
Esa es la voz de mi hermano la que oigo.
Haven ya había concluido igual, su oído inmediatamente discernió el

51 profundo y ondulado timbre de Kenrick del resto de los gritos y murmullos de los
otros hombres. Caminó con Ariana hacia el centro del patio, caminando a través
del círculo de hombres en armadura quienes se separaron ligeramente para
permitir a las damas una mejor mirada.
La mirada de Haven se enraizó una vez más a la vista del dorado señor de
Clairmont, peleando ante la multitud de caballeros reunidos y la gente del castillo.
Como su oponente, llevaba solo pantalón y botas, su túnica evidentemente había
sido quitada antes y ahora sujetada para él por uno de los escuderos que asistían.
Con el pecho desnudo, su piel bronceada brillaba bajo los brillantes rayos del sol
de mediodía, Kenrick era una fascinante visión de perfecta forma masculina y
disciplinada fuerza atlética.
Haven miró en silencio asombrada por la actuación de los músculos bien
pulidos que sobresalían y se estiraban cuando él levantaba su espada sobre su
cabeza, luego la balanceaba en un arco practicado hacia su oponente. El golpe fue
encontrado con igual agilidad del hombre que peleaba con Kenrick, un alto
guerrero de cabello oscuro quien en sí mismo parecía construido en acero e
infalible habilidad mortal.
Las espadas chocaron y se entrelazaron, chirriando fuerza contra fuerza,
ningún hombre ansioso por dar cuartel, incluso en un combate simulado. El
caballero oscuro sonrió a través de los mechones de cabello negro que caía en su
cara cuando presionó contra el golpe de Kenrick.
―Pensaba que dijiste que estabas fuera de práctica, hermano.
La respuesta de risa de Kenrick no tenía ni un rastro de fatiga.
―Lo estoy ―replicó, pero entonces movió su muñeca y arremetió con su
espada, poniendo al otro hombre inmediatamente en defensa de otro empujón bien
situado.
El caballero de cabello negro bloqueó el golpe y fue alrededor otra vez,
implacable. Esta vez Kenrick desvió la espada que se acercaba, sacando un
sorprendido jadeo de un trío de jóvenes sirvientas que se habían unido a la
multitud de espectadores. Las chicas se rieron detrás de sus manos hacia las otras,
tres pares de ojos fijados en la escaramuza en interés desvergonzado.
Haven de repente no se sintió mejor que las chicas aduladoras, para cuando
Kenrick terminó y la vio de pie allí con Ariana, se acaloró con el violento ataque de
un repentino sonrojo febril. Rápidamente descendió la mirada, fingiendo interés en
el camino de escaso césped a sus pies.
―¿Debemos llamarlo empate? ―le oyó decir a su oponente.
―Muy bien. Si deseas empate, hermano, entonces dilo.
―Nay, mis testarudos señores. Yo diré empate ―interrumpió Ariana desde
52 dónde estaba de pie al lado de Haven.
Su orden fue suavizada por la mirada burlona en sus ojos, y en la irónica
inclinación de su boca. Haven levantó la mirada a la vez para ver a los dos
hombres descender sus espadas, ambos sonriendo como chicos y sudando como
empleados de granja. Uno de los escuderos corrió con una toalla para cada
hombre, obedientemente esperando que se limpiaran y luego tomaran sus túnicas
de otro de los jóvenes escuderos.
―Haven ―dijo Ariana cuando el caballero oscuro caminó hacia delante,
acomodándose su simple camiseta―, me gustaría que conociera a mi marido,
Braedon.
Cuando él se acercó y la túnica se situó sobre su cabeza y hombros, Haven
captó un brillo sin obstáculos en su cara. Dio un paso instintivo hacia atrás,
golpeada por la presencia de una terrible cicatriz que cortaba una línea escarpada a
lo largo de su mejilla izquierda.
―Lady Haven ―murmuró él en saludo, su profunda voz rugiendo como un
trueno.
―M…... milord.
Haven cubrió su ruda reacción con una rápida inclinación de su cabeza,
esperando que ni él ni Ariana hubieran notado su sorpresa.
Pero había algo más que solo la cicatriz que dejó su pulso dando tumbos, se
dio cuenta cuanto más permanecía de pie ante él. Había algo letal en él. Algo que
levantaba sus instintos en alerta, avisando de un peligro que no podía
completamente comprender.
Ariana parecía no conocer tanta cautela alrededor del hombre quién era su
marido. Le abrazó cariñosamente, acariciando su brillante cabello negro y
poniéndose de puntilla para situar un beso en su severa boca.
Haven dejó a un lado su agitado sentimiento y sonrió cuando Ariana relató
su mañana a su marido. Le estaba diciendo sus planes para visitar a la hija
pequeña de sir Thomas cuando Kenrick caminó hacia delante, todavía limpiando
su corto cabello dorado con la larga toalla.
―Buenos días, milady ―la saludó él con un asentimiento.
―Milord.
―Me alegra verla levantada y por aquí. ¿Cómo se cura su hombro?
Ella descendió la mirada, afectada, solo por estar cerca de él.
―Está curando bastante bien.

53 ―Estamos intentando restaurar la fuerza de Haven ―ofreció Ariana,


sujetándose al brazo de su marido cuando su mirada se paseó pensativamente
entre Haven y su estoico pariente. Una leonada ceja comenzó a arquearse en una
manera que Haven había observado no hacía mucho, cuando Ariana había
chocado con Enid en el camino del jardín y llevó a cabo su malvado plan―.
Actualmente, Kenrick, me pregunto si puedes caminar por mí y terminar el paseo
con Haven. Mi cabeza está comenzando a palpitar por este calor, y he prometido ir
a ver a una de las hijas de los caballeros que han estado enfermos.
―Oh ―comenzó Haven, nada ansiosa por ponerse en semejante compañía
cercana con el señor taciturno―. Estoy segura que no será necesario...
―Tonterías ―dijo Ariana, sonriendo―. Kenrick, no estarás terriblemente
ocupado, ¿verdad?
Él le disparó una mirada que decía que podía nombrar cien cosas que pronto
haría, pero su voz no traicionó nada de su reticencia.
―Sería un placer caminar con lady Haven durante un rato.
―Excelente ―replicó Ariana―. Quizás puedas mostrar a Haven los jardines.
Han comenzado a florecer muy agradablemente desde la pasada semana.
―¿Los jardines? ―se hizo eco Kenrick.
―Aye. Una adorable idea, ¿no crees? ―Una chispa de provocación iluminó la
mirada de Ariana―. Confío en que sepas dónde están, ¿justo al otro lado de la
guarida?
―Me las arreglaré ―dijo él, estudiando la brillante expresión de su hermana
empezando a fruncir la frente. Para Haven dijo―: ¿Me pregunto si mi hermana
cree que podría llevarle a la mazmorra en su lugar?
Ariana sacudió su cabeza hacia él en exasperación. Con un suspiro, puso su
mano en su ancho hombre y se levantó para besarle.
―Sé bueno ―le susurró cerca de su oído, y entones se alejó.
Haven solo podía observar en desconcertada maravilla a Ariana y su marido
que decían su adiós y se alejaban agarrados de la mano, dejándola en la dudosa
compañía de Kenrick de Clairmont.

54
Capítulo 8
Kenrick no había en absoluto estado de ánimo para tomar un tiempo libre,
pasear por los jardines, con o sin su linda huésped a su lado. Su trabajo esperaba
en su solar, junto con un sinnúmero de otras tareas más críticas que este juego no
deseado de acoger al huésped que de repente se había impuesto sobre él por su
bienintencionada hermana.
Ya era bastante desacostumbrado olvidarse de estudiar para entrenarse en el
patio, pero se había despertado esa mañana con una picazón para usar sus
músculos. Cuando Braedon había sugerido un rápido entrenamiento, Kenrick
aceptó con impaciencia.
Raro o no, no esperaba que su aparición en el patio de Clairmont congregara
un público tan ávido, y menos Haven. Su presencia entre el anillo de espectadores
55 lo había sacudido de una manera muy peculiar, la belleza de su rostro y el peso
casi físico de su clara mirada esmeralda observándolo a través de la multitud lo
atrapó por sorpresa.
El verla había puesto una tirantez inesperada en su pecho, y en puntos
decididamente inferiores.
Kenrick se aclaró la garganta.
―Por aquí ―le dijo, haciendo un gesto para que caminase a su lado.
Aunque su tono transmitía únicamente el borde más desnudo de
impaciencia, Haven vaciló en moverse.
―Realmente, no es necesario que se moleste en caminar conmigo ahora.
Estoy segura que debe tener toda una serie de cosas esperando por su atención.
―Nada que no permanecerá a mi regreso ―dijo, incierto de no disfrutar de
su permiso ofrecido cuando había sido la excusa que buscaba un momento antes.
Se demoró, tal vez porque parecía desinteresada de su compañía. Contrario a él―.
Es que no tiene deseo de caminar conmigo, milady?
Ella consideró su pregunta durante más tiempo de lo que hubiera imaginado,
sus pequeños dientes blancos se hundieron en el labio inferior mientras miraba
hacia él. Le sonrió y luego, lentamente, y más cortés que acogedora.
―No me atrevería a desearle aquí o lejos, milord Kenrick. Quise decir
solamente que la elección es suya.
―Muy bien. Entonces caminemos, lady Haven.
Ella le dio una pequeña inclinación de cabeza, y luego empezó su paseo en
silencio reflexivo.
Era difícil imaginar que la niña desamparada maloliente, medio vencida que
rescató en el promontorio rocoso de Greycliff fuese la misma dama que caminaba
con tanta gracia a su lado, su columna vertebral erguida y orgullosa, su porte
majestuoso mostrando sólo el más mínimo indicio de esfuerzo. Vestida con una
túnica de seda que acentuaba cada curva, sus cabellos de fuego peinados en una
trenza suelta y llevando el aroma de jabón de flores y exuberantes especias, Haven
se veía tan bien como cualquier noble dama. La pálida, salvaje e indefensa se había
ido, como si nunca hubiera existido. En su lugar estaba una mujer de excesivos
intereses, y no poco misterio.
Intentó mantenerse a una distancia prudente, como cualquier extraño,
Kenrick encontró que había una parte más fuerte de él que quería conocerla mejor,
para examinarla como lo haría con cualquier rompecabezas.

56 Haven le afectaba, simplemente por estar, como lo hacía ahora, caminando en


silencio a su lado mientras la conducía más allá del bullicio del patio.
―Confío en que le estén brindando todo lo que necesite ―dijo, haciendo
sonar su pregunta rígida y formal, casi severa.
―Sí ―respondió ella―. Lo estoy.
―La herida está siendo cuidada?
Haven asintió, deslizando una mirada cautelosa que parecía decir que estaba
menos cómoda con su intento de cortesía por ella de lo que podría estar con su
desconfianza brusca de los días anteriores.
―¿Y está siendo bien alimentada?
Se detuvo con su interrogatorio, inclinando la cabeza para mirarlo. Un
pequeño ceño plegó su frente.
―Sí. Regularmente me dan más comida y bebida de lo que puedo consumir.
―Muy bien. Su salud es importante para mí, Haven. Quiero que vea que
estoy tomando buen cuidado de usted.
―Debido a que necesita algo de mí ―conjeturó, con una nota del desafío
chispeando en sus ojos.
No confirmó ni negó sus motivos, ya que él vio poco punto en ello. No es que
Haven esperara su respuesta. Cruzó los brazos por delante y le enfrentó de lleno
donde se encontraban en el centro del patio lleno de sol. Mientras hablaba, su voz
se levantó con la chispa de su ira.
―Pues bien, milord, permítame asegurarle que no quiero nada. Me baño y
alimento con regularidad. Mi cámara nunca está sin fuego en la rejilla y juncos
frescos en el suelo. Lady Ariana me ha dado este fino vestido y zapatillas…
Porque, todo prisionero debe conocer este trato bien.
Kenrick frunció el ceño, notando las miradas curiosas, furtivas, arrojadas en
su camino por alguna de la gente todavía dando vueltas por el patio. Ninguno de
los sujetos de Clairmont se atrevería a tal audacia, desde su regreso del cautiverio,
Kenrick fue mirado con una medida de precaución, y no un poco de miedo.
Era una situación que se adaptaba a él muy bien cuando sus días y noches
trascurrían en soledad y el secreto estudio del tesoro que consumía cada una de
sus horas de vigilia.
Casi todo el mundo en la fortaleza pensaba que estaba endemoniado y mejor
evitarlo, un hecho que no había sido del todo ideado.

57 Hubiera sido fácil explotar su loca reputación en ese momento, mientras


estaba parado siendo confrontado públicamente por el descaro ardiente de su
carga femenina lesionada. Podía sentir los ojos en él, los oídos entrenados para oír
a su lord triste desatar una ira impía sobre el idiota desgraciado que se atreviese a
provocarlo.
Por un instante de tentación, consideró hacer precisamente eso. Pero la ira no
era su camino, y para su sorpresa se encontró con que el desafío de Haven le
intrigaba más que cualquier otra cosa.
Dejó que los sirvientes pensasen que era sólo otra faceta impredecible de su
naturaleza, el hecho de permitirle a esta mujer criticarlo debido a un menosprecio
que ella imaginó. No tenía motivos para estar enfadada con él, y no veía la
necesidad de aguijonearla innecesariamente.
Kenrick bajó la voz a un nivel privado, sosteniendo su mirada impertinente.
―No es una prisionera, Haven. Ya le dije que no lo era hace un par de días,
cuando me deshice de la barra en la puerta. No ha sido confinada a su cámara,
¿verdad?
―No ―respondió con aire de superioridad―. Mi jaula es un poco más
grande que eso. Aunque no mucho mejor.
Se acercó a ella, hasta que su alta sombra borró el sol de sus brillantes ojos
verdes.
―¿Es eso realmente lo piensa?
Ella no le dio respuesta inmediata, sosteniendo su razón en silencio
obstinado.
―Me doy cuenta de que podría haberle tratado con alguna dureza al
principio, Haven. Pero usted puede confiar en mí cuando le digo que no era mi
intención.
Sus bonitos labios se fruncieron en un momento de altiva consideración.
―Creo que es una cosa más prudente confiar en los hechos que en las
palabras, milord.
Kenrick sonrió, sorprendido.
―Como yo, milady ―respondió, en pleno acuerdo y divertido a pesar de su
propia defensa.
Él echó un vistazo por encima de su cabeza color castaño rojizo brillante, su
mirada buscando en el patio a uno de los jóvenes escuderos que le servían.
58 Encontró a uno de los muchachos armados con un cubo de agua sucia de los
establos. Kenrick captó la mirada del muchacho, con una orden de su mirada y le
hizo un gesto de llamado. Dejando caer su cubo inmediatamente, el escudero se
lanzó a recibir sus órdenes.
―¿Aye, milord?
―Habla con el jefe de establos: Voy a necesitar una montura y escolta
disponible en todo momento, preparado para montar a Cornwall por instrucciones
mías. Una vez que milady esté curada y en condiciones de viajar, que vuelva a
dondequiera que desee ir. ¿Entendido?
El escudero asintió con la cabeza peluda.
―Aye, milord. Iré a decirle lo que ha dicho.
―Confío en que termine con algunas de sus dudas ―dijo Kenrick, mirando
hacia atrás a Haven una vez que el niño se había ido―. Es tan libre como
cualquiera de los que estamos aquí. No sé qué más puedo hacer para convencerle
de que hablo en serio, milady.
Ella lo miró fijamente en muda contemplación, a continuación, en voz baja
dijo:
―Gracias.
―Los jardines están por este camino. ¿A menos que prefiera recorrer mis
mazmorras?
Ella sonrió ante su broma, una concesión claramente dispuesta de su relación
de otro modo fría para él. Extendió su brazo como un cortesano galante, y ella dio
un paso adelante para unirse a él. Cruzaron el resto del patio interior a un ritmo
suave, una especie de tregua cautelosa estirándose tenuemente entre ellos.
Kenrick vio el ajetreado grupo de pajes y escuderos mientras realizaban sus
tareas, los caballeros reanudaron su entrenamiento, y los criados asistían los
negocios de su día de ida y vuelta desde la torre del homenaje. Kenrick
inspeccionó toda esta cotidianidad con un ojo agudamente observador, pero su
interés, de hecho, todos sus sentidos, se centraban en la inusual belleza a su lado.
Había algo elemental, etéreo, sobre ella. Le habían dicho los aldeanos en
Cornwall que era una doncella común, una simple curandera, pero Kenrick no
podía ver nada habitual en ella en absoluto.
El fuego saltaba en su cabello rojizo y elegante y en sus ojos penetrantes como
gemas brillantes. Delicada y aún fuerte, se sostenía con el porte de una reina, una
reina guerrera, pensó, observando su espalda rígida y los finos tendones flexionados

59 debajo de la piel blanca de las manos mientras jugueteaban con un hilo suelto de
su túnica prestada. Su mirada era distante, con una expresión un poco triste, como
si estuviera perdida en algún lugar muy dentro de sí misma.
Kenrick sintió una punzada de compasión por ella, entendiendo lo doloroso
que debía ser despertar como un extraño en la propia piel de uno, incierto dónde
estaba, o a dónde podría pertenecer.
Pero no era su lugar consolarla. Tampoco era una carga que deseara.
Sin embargo, se encontró con la esperanza de que pudiese encontrar un poco
de paz en Clairmont. Más, incluso, que la paz debía llevar consigo la recuperación
total de su memoria de la noche del ataque a Greycliff.
Estaba dándole vueltas a esa eventualidad cuando doblaron el rincón más
alejado de la torre del homenaje y se encontraron con los magníficos jardines de
Ariana. Haven tomó aire con una suave exclamación de asombro.
―Es encantador ―susurró, dejando a Kenrick para aventurarse en el corazón
del pedazo glorioso del Edén.
El jardín se extendía a lo largo de un lado completo de la torre del homenaje,
sus colores resplandecientes, fragancias mezcladas tentando incluso a Kenrick para
tomar una respiración más profunda con el fin de gozar de la dulzura de las
muchas flores y hierbas en ciernes. Tenía que admitir que era una vista agradable,
aunque esta zona nunca le había dado motivos para muchos pensamientos. En
verdad, no podía recordar la última vez que había estado fuera para disfrutar el
trabajo duro de su hermana en los cientos de flores, árboles y hierbas que florecían
bajo su cuidadosa mano.
Haven estaba en el centro del santuario rodeada de vegetación y extendió sus
brazos, inclinando la cabeza hacia atrás para que el sol cayera de lleno sobre ella.
Pareció olvidar que él estaba allí, disfrutando de un pequeño giro de pura alegría
desinhibida. Salió de él casi tan rápido como si el impulso la hubiese superado,
disparándole una mirada tímida a través de la distancia que los separaba.
La sangre de Kenrick latía con fuerza sólo con mirarla en medio de tanta
belleza fértil. Dio un paso hacia el jardín, su mirada arraigada en ella, su mente
regresando con entusiasmo a una imagen del cuerpo desnudo de Haven, una
forma que había entrevisto inocentemente cuando atendió su herida en Greycliff.
No había nada inocente en su imaginación ahora, sin embargo.
Al darse cuenta de esto, se obligó alejarlos, dejando no menos de una docena
de pasos entre él y cualquier pensamiento tentador en lo que a Haven concernía.
Evidentemente, ya era demasiado tarde para enmascarar su interés.
Haven todavía se encontraba de pie en el centro del jardín. Lo miró con la
60 conciencia repentina de un conejo al ver los ojos del lobo en la espesura. Sus
pechos subían con las respiraciones superficiales que daba. Casi podía ver el pulso
latir en su garganta mientras esperaba que él hiciera su movimiento.
Tendría que haberse excusado, apartado y dejarla allí. Por el amor de Dios,
que quería hacerlo, pero había algo más poderoso trabajando aquí. Algo que lo
atraía hacia ella cuando todos los pedacitos de lógica, cada trozo de honor, le
advertían de mantener la cabeza.
Kenrick dio un paso mesurado hacia ella, andando con paso majestuoso
profundizando en el santuario del jardín.
―Creo que he tenido suficiente sol por un día ―murmuró Haven―. Por
favor, perdóneme.
Ella casi se abalanzó para lanzarse más allá de él.
Kenrick extendió la mano y la calmó con el más elemental toque de sus dedos
en su muñeca. Ella se paralizó, a la mitad de un paso más allá de él y menos de un
palmo separando sus cuerpos en el camino estrecho del jardín. Él todavía estaba
sosteniendo su muñeca en su mano, el calor de su piel recorriéndolo como una
cosa viva.
―Fe ―susurró, cerrando los ojos cuando llevo su otra mano entre ellos―.
No…
Pero Kenrick ya estaba tocando su mejilla, acariciando con el dorso de sus
dedos a lo largo de la línea de seda de su mandíbula.
Quería besarla.
Sabía poco más que su nombre, no sabía si pertenecía a otro hombre o no,
pero las ganas de llevarla a sus brazos casi aniquilan esas preocupaciones en
pedazos.
La quería.
Sangre de Dios, cómo la quería…
Pasos menudos se acercaron entonces, deteniéndose abruptamente en algún
lugar detrás de él, seguido por el grito sin palabras de una criada. Haven sacó la
mano de su agarre a la vez.
―Oh, perdón. Le pido perdón, milord… milady. Excúsenme, pero no les vi
allí…
Kenrick se volvió para encontrar a una sirvienta asustadiza y boquiabierta a
su espalda, una floja y marchita gorra blanca sobre su cabeza, una cesta vacía de
verduras enganchada sobre su delgado brazo. Lo miró como si se encontrase con el
diablo en persona y temiendo por su propia vida. Kenrick se dio cuenta de que era
61 probable que estuviera frunciéndole el ceño a la chica, aunque era más su propia
ira dirigida hacia su interior que por cualquier fallo de ella en encontrarlos por
casualidad inadvertidamente.
―No tengo ningún deseo de molestarles. ―La doncella se apartó, casi
tropezando, temiendo lo que se avecina en su mirada con los ojos abiertos―. Pido
perdón, milord. Me voy a ir ahora.
Ella no esperó a su licencia. Nerviosa y temblando, se dio la vuelta y salió
corriendo al lugar de donde vino.
―Sangre de Dios ―gruñó Kenrick disgustado consigo mismo por el
incumplimiento impropio de su control―. Mis disculpas, lady Haven. No tenía
derecho, ni era mi intención, ser tan audaz aquí.
A través de un rubor feroz que coloreó rosa brillante sus mejillas, ella agitó la
mano en un gesto ligeramente desdeñoso.
―Está bien ―murmuró, pero Kenrick no pudo evitar darse cuenta de que dio
un par de pasos distanciándose de él, retirándose fuera del alcance de su mano―.
Creo que sería mejor… deseo volver al castillo ahora.
―Por supuesto, la llevaré…
―No. Por favor, sólo… no. Discúlpeme.
Su negación no se hizo esperar. Es comprensible. Salió delante de él en un
apurado movimiento, acelerando lejos sin otra palabra.

62
Capítulo 9
Al día siguiente, Haven seguía temblorosa de su encuentro con Kenrick. No
podía creer que él se atreviese a tales libertades con ella. Peor aún, no podía dar
crédito a su propia reacción ante él.
Su toque la había dejado temblando, aunque no de indignación como sería su
derecho. La caricia inesperada de Kenrick la había inquietado de tal manera que no
se atrevía a considerar detenidamente. No cuando su piel aún ardía al recordarla,
sus pensamientos aún daban vueltas por la ternura que le había mostrado. Había
peligro en el tacto de seda. Así como había un peligro implícito en el hombre
mismo.
No quería pensar en él en absoluto, y se alegró de no haberlo visto desde su
paseo del día anterior. Ansiosamente esperaba poder permanecer fuera de su vista
63 esta mañana también, porque no tenía el menor deseo de recordar su descarado
intercambio por la simple vista de él en el pasillo o alrededor de la torre del
homenaje mientras tomaba su paseo matutino.
Así las cosas, iba a tomar ese paseo sola. De acuerdo con la criada que llegó a
curar la herida del hombro de Haven, lady Ariana estaba indispuesta en sus
habitaciones y no podía unirse a ella. Haven aceptó las noticias de la criada con
una punzada de decepción y una nota de verdadera preocupación por su nueva
amiga.
―¿Hay algo mal, Mary? ¿Dijo por qué no podía venir?
La criada, una mujer joven con una cara llena de pecas y comportamiento
tímido, dio una sacudida de la cabeza.
―No, milady. Ella regresó su desayuno esta mañana y pidió que la dejaran
sola para dormir un rato.
―Es cerca del mediodía ―dijo Haven―. Espero que se encuentre bien. Tal
vez iré a verla más tarde.
La sirvienta asintió amablemente mientras quitaba los vendajes antiguos de la
herida de Haven y los puso a un lado. Con un paño caliente, húmedo, limpió la
zona, luego se sentó para permitir que se secara.
―Están sanando muy bien, lady Haven ―comentó―. Otra noche y apuesto a
que va a estar como nueva.
Haven bajó la mirada hacia su hombro, donde la fea herida en realidad había
comenzado a mejorar. Estaba progresando rápidamente, ya había bajado gran
parte de su inflamación. No podía mirar la profunda herida sin pensar lo cerca que
había estado de morir. Podría haber tenido sólo unos días, tal vez sólo escasas
horas, antes de que Kenrick de Clairmont la encontrara esa noche en Cornwall.
Le había salvado la vida, y debería estar agradecida. En verdad, lo estaba,
pero no podía evitar preguntarse si su salvador, igual de letal, no tendría también
la marca de problemas. Qué él estaba involucrado en algo sospechoso era lo
suficientemente claro para cualquier persona con ojos y orejas en la cabeza.
Incluso sus sirvientes y la gente del castillo susurraba por los hábitos
peculiares de su lord y formas secretas. Él se escondía en la torre del homenaje y
los jardines como un fantasma, siempre absorto en sus pensamientos, observando.
No había tomado más que escuchar unos pocos rumores de que nunca comía o
dormía, que estudiaba las artes oscuras, y la condenación esperaba a cualquiera
que se atreviera a invadir su dominio sagrado.

64 Haven dudaba que Kenrick quisiera el alma de cualquier persona, pero se


preguntaba qué hizo al señor enigmático tan melancólico y distante. Por lo que
podía ver en su corto tiempo de observación de idas y venidas de la torre del
homenaje, sólo Ariana y Braedon tenían cualquier pedacito de confianza, e incluso
ellos parecían mantenerse a la segura distancia de un brazo extendido.
¿Alguien realmente conocía al hombre?
No parecía probable que hubiera ido para ayudarla a ella con su propia
soledad cuando él apareció dando grandes pasos. Kenrick de Clairmont era
inalcanzable, sin duda ilegible y Haven no dudaba que había muchos secretos que
acechan detrás de su fría mirada azul. Eran esos secretos que lo hacían aún más
peligroso en su mente.
Aunque podía recordar muy poco de la vida que vivió antes de venir a
Clairmont, sabía que permanecer aquí ahora era ponerse en un riesgo muy
peligroso. Más allá de la presencia inquietante del hombre mismo, había algo
mortal en este lugar. Haven podía sentirlo tirando de ella con tanta fuerza como la
que le enseñó a huir a la primera oportunidad.
Pero escapar tomaría fuerza física que actualmente no tenía.
―Allí, está listo ahora ―dijo la criada mientras fijaba la última unión del
nuevo vendaje de Haven. Mary le ayudó a ponerse en pie, y luego la ayudó con su
vestido. Con un susurro de lujosa seda, la prestada túnica azul cayó sobre el
cuerpo de Haven como una nube, las largas faldas flotando hasta los pies calzados
con zapatillas.
―¿Quiere que le muestre el gran salón? Es casi la hora de la comida del
mediodía.
―No. Gracias, María ―respondió Haven―. Creo que voy a dar un pequeño
paseo primero y estirar las piernas.
―Como desee. ―La doncella sonrió, luego recogió los suministros sucios y
salió de la cámara.
Deseosa de continuar con su recuperación, Haven no tardó mucho tiempo en
ir detrás de la chica, aventurándose fuera de la cámara y en el pasillo.
La gente se había acostumbrado a sus caminatas frecuentes cerca de la torre
del homenaje, y, sin duda informados por su señor que tenía su permiso para
hacerlo, nadie le molestaba cuando hacía sus rondas.
Como se estaba convirtiendo en su hábito, Haven primero caminó a lo largo
de la segunda planta de la torre del homenaje. La mayoría de los lugares habitables
estaban situados en este nivel de la torre, un paseo de varios cientos de pasos, que
Haven tomaba a una velocidad lenta para no exigirse demasiado. Se sentía menos
65 débil cada día, estímulo que necesitaba mientras planeaba para el tiempo en que
sería lo suficientemente fuerte como para dejar Clairmont como Kenrick le había
prometido.
Y esperaba que lo hiciera, pensó Haven mientras pasaba por última vez por el
pasillo. Tan pronto como pudiera, aceptaría la oferta de Kenrick de una montura y
escolta, y regresaría a donde pertenecía.
Donde quiera que sea, admitió, subiendo una punzada de consternación por la
pérdida de su pasado. De hecho, la pérdida de sí misma.
Se sentía sólo medio viva, mientras caminaba por los pasillos de este extraño
castillo, despertando a un mundo extraño y una existencia que parecía de algún
modo extraña, incompleta.
Negros e inquietantes como los recuerdos del ataque de Greycliff parecían
ser, Haven sabía que necesitaría hacer frente a ellos un día. No por el bien de
Kenrick de Clairmont y su causa secreta. Ni siquiera por el bien de la familia que
había muerto esa noche en Cornwall, personas que Haven oscuramente recordaba
con un sentido de cariño y arrepentimiento mezclado. Tenía que recordar los
detalles de aquella noche sobre todo para ella, porque se sentía segura de que la
clave de su propia conservación yacía en algún lugar de las profundidades
sombrías de su mente dormida.
La idea de seguirlo evadiendo le puso una pesadez en su andar fácil. Echaba
de menos la libertad de la naturaleza, pero sabía que no se le permitiría salir del
castillo para pasear por los jardines sola. Las libertades otorgadas de Kenrick no
eran del todo sin límite.
Tal vez no había otra solución. Con la mayoría de la gente preparándose para
reunirse para la comida del mediodía, Haven buscó el hueco de la escalera que
llevaba a lo alto en la torre del homenaje. Preguntándose si sería posible que se
abriera en el techo, comenzó a subir las empinadas y estrechas escaleras en espiral.
Mientras rodeaba el camino hacia la parte superior de la torre del homenaje,
pasando otro piso del espacio vital, sus piernas comenzaron a cansarse. Hizo una
pausa para permitirse un momento de descanso antes de caminar penosamente el
resto de la subida.
Mientras se apoyaba contra la pared curva para recuperar el aliento, sintió
una pesadez extraña flotando en el aire a su alrededor. No podía echarle la culpa a
la oscuridad o los estrechos confines de las escaleras, junto a ella había una ventana
que permitía filtrar la brisa y refrescar la fría humedad de la escalera. Pero la
sensación persistía, como un silencio que venía antes de una tormenta. Parecía
llegar a donde estaba ella, la punzada de diminutos dedos deslizándose por sus
66 brazos y el cuello, y en su cuero cabelludo. La sensación atrajo su mirada hacia
arriba, hacia las sombras que estaban más lejos a lo largo de la subida. Curiosa
ahora, reunió sus fuerzas y siguió por las escaleras.
Al llegar a la planta superior de las cámaras, estaba consternada de no ver
ningún medio obvio hacia el exterior. Su camino llegó a un abrupto final ante una
puerta oscura, con hierro en bandas que estaba cerrada con no menos de dos
cerraduras pesadas. El espacio no deseado era todas sombras y tinieblas salvo la
luz delgada que cortaba a través de otra ventana en forma de una ranura delgada.
Y ahora que había terminado su ascensión, se dio cuenta que el peculiar
sentimiento que experimentaba antes todavía estaba con ella. En todo caso, pareció
intensificarse cuanto más tiempo se quedaba allí, contemplando la imponente
puerta en lo alto de las escaleras.
Este era su dominio.
Haven lo sabía, su mirada desviándose de las cerraduras sólidas que
proclamaban la cámara en la alta torre como nada menos que los cuartos privados
de un hombre difícil de alcanzar con más de un secreto que ocultar. Secretos tan
sustanciales que sintió la necesidad de almacenarlos dentro de paredes de granito
tan gruesas como altas, encerrados, y alojados a casi tres metros de la tierra.
El atractivo del descubrimiento era muy fuerte, imposible, dada la barrera
que estaba delante de ella. No obstante, Haven no pudo evitarlo. Su piel todavía
hormigueaba con la extraña sensación, extendió la mano hacia la puerta.
Sus dedos ni siquiera habían rozado la superficie de la madera oscura
engrasada antes de sentir la creciente oleada de hormigueos en la longitud de su
brazo. Cuanto más cerca, más intenso era el sentimiento… hasta que de repente la
picadura de un fuego invisible saltó al encuentro de sus dedos.
―¿Qué está haciendo aquí?
Haven se sobresaltó ante el sonido de la voz profunda y se dio la vuelta con
un nudo en el estómago. Sabía qué encontraría esperando en la boca de la escalera,
porque no era poco lo que se escapaba de la mirada perspicaz de Clairmont.
―Sólo estaba dando un paseo. Pensé en visitar el techo de la torre.
―Las escaleras no conducen allí.
―No ―dijo ella, frotándose el cosquilleo extraño de calor que aún se sujetaba
a su mano―. Puedo ver que no conducen allí después de todo.
Kenrick miró sus rostro y después las cerraduras sin alterar de la puerta.
Luego se dirigió hacia ella con frialdad que parecía en desacuerdo con la sospecha
67 que estaba en su mirada.
―Esta parte de la torre es sólo mía. Está invadiendo mi privacidad, milady.
―Lo siento. No era mi intención.
Él gruñó poco convencido y avanzó un par de pasos, mirándola como si fuera
un extraño… o un enemigo. Su mirada se estrechó con intensidad peligrosa. No
había rastro de la ternura que le había mostrado en el jardín el día anterior, sólo un
escrutinio sin pestañear y desconfianza llano.
Mientras se acercaba, Haven se apartó de la puerta, girando poco a poco a su
alrededor mientras él se colocaba entre ella y la cámara.
―¿Q-qué tiene ahí? ―tartamudeó, preguntándose qué era lo que guardaba
con tanto cuidado mortal.
―Nada de su incumbencia.
Él extendió la mano y tomó una de las grandes cerraduras en su palma.
Cuando agarró el nudo de hierro, sin ni siquiera inmutarse, la mirada de Haven se
amplió. Ella seguía mirando, ahora con el ceño fruncido en confusión, mientras él
tiraba de la cerradura para poner a prueba la cerradura.
El calor peculiar que había saltado hacia sus dedos no hace ni un minuto no
pareció afectarle en lo más mínimo. La cerradura se dejó caer contra la puerta con
un golpe metálico. La fe, pensó, observando todos sus movimientos. Quizás él
poseía poder como los sirvientes parecían creer. Haven apartó la mirada de él para
mirar hacia abajo a sus propias manos. Aunque no había ninguna indicación de
que el calor la había tocado cuando se acercó a la puerta, todavía podía sentir el
calor persistente. La piel de gallina seguía bajo sus largas mangas, donde su piel se
sentía viva.
―Dígame, Haven, cómo es que la encuentro en la única área que todos en
este torreón saben evitar. Más puntualmente, dígame por qué su expresión
culpable dice que sabía a dónde se dirigía.
―Eso no es cierto.
―¿Qué, milady? No le advirtieron mantenerse lejos de esta parte de la torre,
o la mancha rosa de sus mejillas en este momento ¿no es el sello de una conciencia
culpable?
―Ambos ―protestó―. ¡Ninguno de los dos!
Él se burló, arqueando una ceja leonada con escepticismo.
―Sabía que no permite a nadie dentro de sus aposentos privados, pero no
sabía dónde estaban.
68 ―¿Y el rubor que todavía se muestra alto en sus mejillas? ¿Qué es, sino el
reconocimiento hacia el exterior de la maldad?
La fe a preservar, pero nunca le admitiría que cualquier calor que residía en
su rostro era causado por la cercanía inquietante de su cuerpo. Él no podía saber
que le resultaba difícil respirar cuando estaba mirando a los cambiantes charcos de
sus ojos azules, que pasaban tan fácilmente de la placidez a la turbulencia. Nunca
escucharía lo que pensaba, lo desgarradoramente hermoso, más allá de guapo,
porque eso parecía una palabra débil para describir a un hombre como Kenrick de
Clairmont. En cambio, se mantuvo a sí misma tan rígida como una lanza,
obligándose a no mover ni una pestaña cuando se trasladó cada vez más cerca, a la
espera de su respuesta.
―Si no es culpa, milady, puede decirme, ¿qué podría ser?
Él extendió la mano, y por un instante sin aliento, ella pensó que podría tener
la intención de repetir su comportamiento descarado del día anterior. Sus dedos se
cernieron muy cerca de su cara, llamando a un calor profundo para llenar sus
mejillas mientras se anticipaba a la seducción sin invitación de su toque. Le
sostuvo la mirada durante mucho tiempo, a continuación, sus largos dedos se
cerraron lentamente en su palma como negando su voluntad. Con un juramento
exhalado, bajó la mano al costado.
―No deje que la encuentro aquí de nuevo, Haven. ¿Soy claro?
Ella no hizo ningún esfuerzo por frenar su tono mordaz.
―Perfectamente, milord.
―Hay algo más ―dijo cuándo se volvió para apartarse de él. Haven vaciló,
girando con cautela―. Lo que ocurrió entre nosotros en el jardín de ayer…
―Fue nada ―dijo, mirando hacia abajo, incapaz de sostenerle la mirada.
―Nada ―se hizo eco, el bajo tono de su voz sonando escéptico, casi
ofendido―. Debe saber que no tengo la costumbre de acariciar a mis invitados,
lady Haven. No tenía derecho a ser tan audaz, y mucho menos hacerlo ante una de
las chismosas criadas de la fortaleza.
―Enid ―susurró Haven, recordando la mirada aturdida en el rostro de la
criada de la cocina cuando los había interrumpido, sin saberlo, entre las hierbas y
flores―. El nombre de la doncella es Enid.
Kenrick frunció el ceño, claramente no siéndole familiar.
―Sir Thomas, el guardia en la puerta del postigo, desea cortejarla, pero es
demasiado ansioso para preguntar y ella es demasiado mansa para darse cuenta de
69 su interés por ella.
―¿Es así?
Haven asintió.
―La niña que Ariana fue a visitar ayer es la hija de sir Thomas, Gwen. Tuvo
un accidente en el patio ayer y su hermana quería saber de ella y llevarle un dulce
de la cocina.
Él juntó las manos a la espalda y se balanceó sobre los talones, dándole una
mirada de intriga y sorpresa.
―Me avergüenza, Haven. Lleva aquí no más que un puñado de días y ya
sabe más de mi fortaleza que yo.
―Sé que la gente de Clairmont parece incómodo en compañía de su señor.
Ellos le temen, creo.
―¿Lo hacen? ―Kenrick la estudió, sin confirmar o negar su observación―.
¿Y usted, milady? ¿Me teme también?
―No ―le respondió, luchando por ignorar el problemita de inquietud, del
calor, que corría a través de ella a medida que avanzaba los pocos pasos que había
entre ellos.
Quería intimidarla, se dio cuenta. Desde su masculinidad a su fuerte mirada
azul, trabajó para hacerla temblar al igual que el resto de la gente en la torre del
homenaje hacía en su presencia. Pero vio a través de él en ese instante. Sosteniendo
su mirada penetrante, Haven vislumbró la soledad dentro de él; un hombre que
luchó tan duro para empujar a todo el mundo.
En verdad, ella sabía del mismo vacío dentro de sí.
―Creo que ha hecho su punto aquí, milord ―le dijo, negándose a dejarse
intimidar―. Ahora, con su permiso, el almuerzo se sirve y he pedido a una de las
criadas que me guardara algo en las cocinas.
―Eso es ridículo ―dijo, como si olfateara su pequeña mentira―. Por
supuesto, puede que no sea un anfitrión de lo más acogedor, pero no voy a dejar
que un huésped mío coma en la cocina con los sabuesos. Puede cenar en el estrado
como cualquier huésped debe de hacerlo, al lado de señor de Clairmont.

70
Kenrick tendió su brazo en un galante movimiento, haciendo un gesto a
Haven de caminar delante de él en la escalera. Ella obedeció en cuidadoso silencio,
aunque pudo ver que la idea de soportar una comida a su lado en el gran salón era
lo menos que quería hacer. En verdad a él tampoco le hacía gracia exactamente la
idea. Después de su manoseo a ella en los jardines, y casi volver a repetir el error
en el pasillo, se preguntó si podía confiar en sí mismo en absoluto cuando se
trataba de la belleza cautivadora a su cargo. Había sido más brusco con ella de lo
que tenía la intención, el deseo y la sospecha chocando como espadas gemelas
cuando la encontró sola en la parte superior de la torre en la escalera.
No confiaba plenamente ella, Dios sabía, no había muchos a los que les diera
su confianza, pero eso no le impedía desearla. Soportar una comida entera con su
presencia tentadora junto a él en el estrado sería una prueba infernal de su
voluntad. Era demasiado tarde para rescindir su desafío, mientras empezaba una
marcha altanera delante de él en la escalera. Kenrick vaciló, un paso detrás de ella,
preguntándose de nuevo por la presencia de Haven en la torre, de su accidental
llegada a la puerta que había sellado de miradas indiscretas y tocar con los dedos
la prueba tangible de la existencia del Cáliz del Dragón. ¿Era posible que supiera lo
que mantenía dentro de esa cámara?
Imposible, pensó, frunciendo el ceño mientras consideraba las muchas
ramificaciones de tal conocimiento. Además de él, sólo Ariana y Braedon sabían la
verdad. Y así debía seguir siendo, por el bien de todos.
Pero era difícil desestimar la expresión ansiosa de Haven cuando la había
encontrado allí, como si sintiera el poder de con lo que casi se había tropezado.
Sospecha brilló cuando Kenrick considera a la belleza pelirroja que había
venido tan inesperadamente a su cargo. Se dijo que era la oscura curiosidad, y no
poca desconfianza, que lo tenía mirándola con tal gran interés mientras la seguía
por la escalera de caracol a la gran sala bulliciosa.

71
Capítulo 10
Aunque su pasado se mantenía como una piscina confusa en su mente,
Haven estaba segura que nunca había experimentado un momento tan destacado
como su entrada al gran salón de Clairmont del brazo del enigmático lord de la
torre. La gran sala de banquetes estaba arreglada para la comida del mediodía, con
mesas cubiertas de tela y bancos de madera situados en filas para llenar el suelo de
la sala.
Muchos de los residentes de Clairmont; sirvientes, caballeros y gente común,
ya se habían sentado. Todos excepto unos pocos volvieron sus miradas de sorpresa
e intriga hacia la extraña pareja mientras caminaban con inquietud hacia el
vestíbulo.
Preguntas murmuradas pasaron de oreja a oreja a su paso: ¿De dónde ha salido
72 ella? ¿Quién es? ¿Qué intención tiene él para con ella?
Todas las cosas que Haven se preguntaba a sí misma a medida que Kenrick la
guiaba en silencio meditabundo por el largo camino que pasaba a través de la
reunión. En la cabecera de la nave estaba la plataforma elevada de la tarima y la
mesa alta.
Ariana ocupaba una de las cuatro grandes sillas en la mesa de la tarima. A su
izquierda se sentaba su marido. El guerrero corpulento les espió directamente, su
mirada de color gris claro debajo de sus cejas negras como las alas de un cuervo
observándola con una intensidad precavida similar a la que Kenrick poseía.
El paso de Haven vaciló sólo un poco, y el mismo temblor de cautela que
había sentido al ver por primera vez a Braedon le Chasseur en la muralla exterior
de Clairmont el otro día la asaltó de nuevo. Cuanto más cerca la llevaba Kenrick de
la tarima, menos podía descartar que había algo en el rostro de Braedon; su mera
presencia, que disparaba una advertencia sutil en el fondo de su mente. No un
recuerdo, sino una familiaridad que, no obstante, la aguijoneaba.
Ariana parecía recuperada de la dolencia que la mantuvo en cama hasta tarde
esa mañana. Ella sonrió mientras sostenía la mano del guerrero oscuro encima de
la mesa, sus dedos blancos y delgados entrelazados entre los grandes y bronceados
de él, de una manera decididamente cariñosa. El par se elevó como uno cuando
Kenrick y Haven llegaron a la tarima.
Ariana abrazó a su hermano con un cálido beso en la mejilla.
―Esta es una agradable sorpresa. No puedo recordar la última vez que
cenaste con nosotros aquí en la sala. ―Cuando el estoico lord simplemente gruñó
en reconocimiento, Ariana se volvió hacia Haven y le cogió la mano en un agarre
rápido y amistoso―. Está luciendo mejor y más saludable cada día. Es bueno ver
que su recuperación avanza tan bien.
―Gracias ―murmuró Haven―. Estoy ansiosa por estar sana de nuevo.
Muy ansiosa, enmendó silenciosamente, los pensamientos de su liberación
prometida nunca se acercaron más a su mente que cuando sus sentidos aún
vibraban por su encuentro con Kenrick en la torre.
―Me dijeron que no se sentía bien hoy ―le dijo a Ariana con preocupación
amistosa―. ¿Le sucede algo?
Al lado de su señora esposa, Braedon se tensó.
―No me dijiste que estabas enferma, amor. ¿Qué es?
―Oh, no es nada ―respondió la dama con un gesto fácil de su mano―. Le
dije a Mary que no hiciera un escándalo. Un poco de reposo en cama era todo lo
que necesitaba. Estoy bien, de verdad.
73
El caballero oscuro se llevó los dedos de ella hasta los labios, colocando un
tierno beso en el dorso de su mano delicada.
―¿Estás segura de que eso fue todo?
―Aye, esposo. Estoy bien, te lo prometo. Nunca he estado mejor.
Haven observó el intercambio amoroso de miradas que transcurrió entre la
pareja, sintiéndose un poco incómoda de estar compartiendo ese momento en la
presencia inquietante de Kenrick. No sabía cómo iba a sobrevivir a la duración de
la comida cuando simplemente estar a su lado añadía una oleada de ansiedad a su
pulso.
―Artículos para dos lugares más, por favor ―solicitó Ariana a un siervo que
asistía quien había venido a verter el vino en la tarima―. Por aquí, Haven. Puede
sentarse a mi lado.
Haven sonrió y permitió que Ariana la condujera a una de las sillas vacías en
la tarima. Para su consternación, Kenrick asumió el otro, lo que significaba que
tendría que inclinarse sobre ella para hablar ya sea con Ariana o su marido. Tal vez
él permanecería con sus modales distantes y no diría nada durante la comida, pensó
Haven con esperanza fugaz.
Él se encontraba ya demasiado cerca de ella, su gran cuerpo atlético
envolviendo la silla con respaldo rígido, sus brazos musculosos invadiendo su
espacio en la mesa. Su muslo descansaba tan cerca del suyo propio, que podía
sentir como manaba el calor desde su cuerpo a través de las muchas capas de tela
que vestía. Ella tenía derecho a sentirse ofendida, o al menos indignada, después
de tener que soportar su orden indecorosa de tener que cenar a su lado como su
invitada.
Su invitada, por cierto.
Independientemente de lo que dijera o simulara, Kenrick la mantendría allí el
tiempo que quisiera, bajo cualquier pretexto que quisiera. La mantendría bajo su
cuidadosa vigilancia por el tiempo que le llevara decidir si la información que
había perdido su memoria con la fiebre era o no necesaria.
Haven reflexionó sobre esa idea mientras Kenrick y el marido de Ariana
discutían un robo que había ocurrido en una aldea cercana. Algunos artefactos de
una capilla habían sido robados; detalles que Haven prácticamente desconectó, su
mente repentinamente deslizándose de nuevo hacia la noche de la redada en
Greycliff. No se permitió a sí misma aventurarse demasiado lejos en la oscuridad
de esos eventos, porque había un velo de dolor y terror que colgaba entre su mente
74 consciente y los recuerdos que yacían carbonizados y olvidados por el trauma
punzante que había soportado.
El borde de ese velo estaba levantándose, momento a momento, a cada hora,
desde que se había despertado de su sueño febril. No quería saber lo que se
escondía detrás de él. No estaba segura de poder soportar el terror de la verdad.
―¿Haven…?
La voz de Ariana la sacó bruscamente de la niebla oscura.
―Lo siento, ¿estaba hablándome?
―Sí ―dijo, sonriendo a pesar del indicio de preocupación en su mirada
azul―. Le pregunté si quería probar un poco de sopa de pescado de Cook. Es uno
de sus mejores platos.
Haven asintió, y distraídamente aceptó el plato de sopa aromática.
―Gracias. Estaba… pensando.
―Está angustiada ―observó Ariana, estudiándola ligeramente mientras
bajaba la voz a un tono privado―. Estaba pensando en el ataque, ¿verdad?
―Sí.
―¿Ha sido capaz de recordar algo más? ¿Cualquier cosa?
―Nay. Sólo lo que ya le he dicho. ―Dejó escapar un pequeño suspiro y
sacudió la cabeza―. Creo que no quiero recordar gran parte de ello. Creo que no
voy a ser capaz de olvidar de nuevo, una vez que los recuerdos vuelvan por
completo.
La boca de Ariana se afinó con gravedad, y cubrió la mano de Haven con la
suya. Cuando habló no había sorpresa en su voz, sólo un grave entendimiento.
―Hay fuerzas oscuras trabajando, Haven. Muy oscuras. No puede saber lo
afortunada que es de haber sobrevivido para estar aquí en absoluto.
―¿Por qué iban a atacar Greycliff? ¿Qué es lo que querían?
―Eso es lo que esperaba pudiera responder por mí ―intervino Kenrick―.
Ellos estaban buscando algo en posesión de Rand. Necesito saber si lo encontraron.
Ella negó con la cabeza.
―No sé lo que querían los atacantes. ¿Por qué es tan importante para usted?
Él se recostó, con una mirada intimidatoria en las líneas tensas de su rostro.
Su silencio desconfiado sólo hizo que Haven se volviera más impaciente.
―No me decís nada, pero espera; nay, demanda… ¿mi cooperación?
75 Un aire de calmada tensión se extendió a través de la tarima, una quietud
deliberada que desató la ira de Haven. Miró desde la expresión estoica de Kenrick,
al rostro oscuro de Braedon en el otro extremo de la mesa, y a continuación, a la
más suave, pero contenida mirada de Ariana a su lado. Incluso ella, que había sido
la única amiga de Haven desde que se había despertado en este lugar extraño, no
diría nada más.
―Piden mi confianza cuando ninguno de ustedes me va a dar la suya.
Ariana fue la primero en mirar hacia abajo por la culpabilidad bajo la
acusación de Haven.
―Kenrick ―dijo ella en voz baja―, Haven tiene razón. Ha vivido una parte
de esto, al igual que nosotros. Está involucrada, ya sea si lo desea o no, hermano. Y
si no lo dices, yo lo haré. Hubo un tiempo, no hace mucho, que yo fui la que estuvo
mantenida en la oscuridad durante esta búsqueda tuya.
―Y el conocimiento casi te mató ―respondió él, sin enmascarar por completo
la devoción que sentía por su único pariente.
―El conocimiento del Cáliz del Dragón no fue lo que casi reclamó mi vida.
Fueron aquellos que lo buscan; los mismos hombres peligrosos que mataron a tus
amigos y podrían haberlo hecho con Haven si no la hubieras encontrado para
traerla aquí. Ella tiene derecho a saber.
Como un hilo de seda enhebrado en una espina, la mente de Haven quedó
prendada de tres palabras que Ariana dijo.
―¿Cáliz del Dragón?
―Un mito ―dijo Kenrick, dirigiendo una mirada mordaz sobre su hermana.
―¿De qué trata? ―preguntó Haven.
Durante un largo rato, nadie dijo una palabra. Entonces, Kenrick apartó la
mirada de Ariana y su sombrío marido para posarla en cambio en Haven.
―Hay una antigua leyenda que habla de una tierra encantada de gran y
poderosa magia. Este reino místico, Anavrin, debe su existencia a una copa
especial conocida como el Cáliz del Dragón, que concede a su portador muchos
regalos: riqueza sin límites, felicidad completa, y una vida sin fin. Estos regalos y
más, pertenecían a Anavrin y su gente, hasta que un hombre mortal se robó el cáliz
lejos de ellos.
Haven escuchó embelesada, sintiendo que algunas puertas chirriaban
abriéndose en todos los rincones de su mente.
―Creo que he oído hablar de este tesoro. Es… familiar de alguna manera.

76 ―Quizás Rand podría haberle dicho algo al respecto ―sugirió Ariana,


mirando de Haven a Kenrick de forma interrogativa.
―Tal vez ―dijo él, pero había poca aceptación en su tono seco―. Sólo Haven
puede responder eso con certeza.
―No lo sé ―afirmó con certeza absoluta―. No tendría ningún motivo para
ocultarlo si lo supiera.
Kenrick gruñó cuando comenzó a comer su sopa.
―¿Cómo es que sabe tanto acerca de esta leyenda?
―He estado estudiándola durante casi diez años.
―¿Para qué?
―Para ver si había algo de verdad en la historia.
―¿Y la hay?
Él la miró fijamente durante un tiempo prolongado, luego sacudió la cabeza.
―No. No hay ninguna verdad en ello en absoluto. El Cáliz del Dragón no
existe.
Al lado de Haven, Ariana se había puesto más quieta. Ella volcó toda su
atención en su comida, que terminó a toda prisa. Demasiado pronto, ella y su
marido dieron sus excusas para retirarse, una salida que dejó a Haven a solas con
su anfitrión inhóspito.
Incluso los sirvientes parecían compadecerse de ella por su lugar al lado de
su misterioso lord. Iban y venían desde la tarima con una gran eficiencia, lanzando
miradas furtivas a la mujer que había entrado en sus dominios, con ningún pasado;
apenas un nombre, y que era mantenida en la torre como un testigo involuntario
de alguna fechoría horrible.
Sus miradas curiosas decían que ellos también pensaban que era menos una
invitada que una prisionera, aunque ninguno se atrevería a simpatizar y mucho
menos rebajarse a ayudarla. No si eso significaba agitar la ira del hombre que ellos
creían estaba medio loco o medio perdido en las artes oscuras.
Y ahora había un cuento de hadas que hablaba de tesoros encantados y reinos
hechos de niebla y magia.
―Si cree lo que dice sobre este Cáliz del Dragón, sobre que no hay verdad en
la fábula, entonces, ¿qué tiene eso que ver con lo que pasó con sus amigos en
Greycliff? ¿Qué tiene que ver con usted y su hermana, y el conocimiento que dice
que casi la mató?

77 ―Algunos hombres harán cualquier cosa en pos de un sueño.


―¿Es eso lo que es el tesoro… un sueño?
Él negó con la cabeza.
―Es una pesadilla. Una muy mortal que espero poner a descansar.
―Y por eso estudia esta leyenda cada hora de cada del día, y la mantiene
encerrada tras los cerrojos dobles de la cámara en la parte superior de las escaleras
de la torre.
Había pensado en decirlo sólo como una observación, un comentario casual
sobre sus hábitos y el objetivo que lo guiaba con claridad, pero la mirada en los
ojos de Kenrick fue peligrosa y tenía una advertencia.
―Hay una razón por la que la gente de aquí sabe mantenerse alejada de esa
cámara. Haría bien en hacer lo mismo.
―¿Tiene la intención de amenazarme ahora, milord?
―Llámelo como quiera. Estoy hablando en serio, Haven. No me contradiga
en esto.
―Oh, no se me ocurriría. ―Se levantó bruscamente y se alejó de su silla―. Si
me disculpa.
Kenrick hizo un gesto a uno de los criados para que fuera a la tarima.
―Lady Haven ha terminado con su sopa. Por favor muéstrele el camino a su
cámara.
―Eso no será necesario ―respondió ella, su ira dirigida a la fría mirada azul
del lord arrogante de Clairmont―. Puedo encontrar mi camino por mi cuenta. Y no
necesita preocuparse; no voy a aventurarme fuera de mis límites.

78
Capítulo 11
―¿No está hambrienta, Haven? Apenas comió nada ayer y ahora apenas ha
tenido suficiente para romper el ayuno esta mañana.
Con desinterés leve, Haven miró el trozo de queso amarillo y el trozo de pan
que estaba puesto en la mesa junto a la cama.
―Debería comer un poco de ello ―insistió Ariana, la preocupación grabada
en su fina ceja―. Necesita recuperar su fuerza.
―Dígame, ¿para qué? Su hermano me ha informado que me mantendrá aquí
tanto tiempo como lo desee, esté en forma o no. Mi puerta de la cámara puede
estar abierta, pero no puedo dar un paso dentro o fuera y no sentirlo mirándome,
siempre juzgándome de esa manera enloquecedora suya.
Ariana se instaló a su lado, sentándose en el borde de la cama.
79
―¡Qué ha pasado, Haven? Está claro que usted y Kenrick discutieron antes
de la cena de ayer. ¿Qué es? ¿Qué pasó entre ustedes?
Al principio, pensó en negar que Kenrick la hubiera trastornado. ¿Por qué
admitir tal debilidad? ¿Por qué reconocer que él ejercía alguna influencia sobre
ella? Pero todavía estaba enojada de su conversación en el pasillo, y no podía negar
que su encuentro con él en la torre la había dejado confundida y enfadada durante
toda la comida de la víspera pasada.
Trató de no considerar qué había pasado entre ellos, ni darle crédito a su
renuente respuesta a su toque… a su misma presencia.
Estaría mortificada de confesar que la afectaba de esa manera, incluso a
Ariana. De mal a peor, Kenrick podría de alguna manera enterarse de la admisión
y burlarse de su reacción ante él.
―No fue nada ―dijo al fin, con la esperanza de despedir el tema―. Había
estado caminando por los pasillos de la torre, simplemente estirando mis
miembros. Estaba haciendo nada más que vagar cuando me descubrí en el piso de
arriba.
Lady Ariana dejó escapar un pequeño suspiro.
―Kenrick no permite a nadie allí. La cámara es sólo suya.
―Así se apresuró a informarme. Dejó muy claro que estaba invadiendo allí, y
que estaba advertida de salir inmediatamente.
―Ah, ya veo. Lo siento, Haven. Temo que Kenrick puede ser un poco…
―¿Bruto? ―ofreció―. ¿Hosco? ¿Autoritario?
―Intenso ―dijo Ariana con una sonrisa comprensiva―. Debe entender, que
es un hombre muy privado, muy involucrado en su trabajo. Temo que no sea muy
hábil a la hora de estar con otras personas, cada vez más, en los últimos tiempos. Si
él ha dicho algo, o hecho algo, para causarle incomodidad o malestar, estoy segura
que no fue su intención.
Haven quería mantener su indignación, pero le resultó difícil cuando esto
significaba verter su furia sobre Ariana. En cambio, se encogió de hombros,
aceptando de mala gana las excusas ofrecidas.
―Me perdonara que lo diga, pero su hermano es un hombre tosco,
exasperantemente melancólico.
―A veces. ―Una sonrisa jugueteó en las comisuras de los labios de la
dama―. Apuesto que lo mismo se puede decir de todos los hombres de vez en
cuando, ¿no es eso posible?
80 ―Absolutamente. ―Estuvo de acuerdo Haven, compartiendo la broma, a
pesar de sí misma.
―Kenrick no siempre fue así, del modo en que es ahora. Hace años, cuando
estábamos creciendo, era muy atento y amable. Había una sensibilidad en él, una
compasión alimentada por su deseo de aprender y comprender. Cuando mi madre
estaba enferma y casi al final de su vida, hizo que mi padre prometiera permitir a
Kenrick perseguir sus intereses académicos.
―¿Su padre no quería que lo hiciera así?
Ariana negó con la cabeza.
―Kenrick era el heredero de Clairmont, como sabe, y sus deberes respecto a
la propiedad no podían ser esquivados. Mi padre honró los deseos de mi madre
una vez que ella se había ido, pero hizo un acuerdo separado con Kenrick. Podía ir
a la iglesia y aprender, pero tenía que volver a Clairmont cuando llegara el
momento de que fuera el lord. Kenrick tenía la esperanza de un día ser sacerdote.
―¿Sacerdote? ―Haven casi se atragantó al oír una noción tan poco
probable―. Ese es un llamado que requiere humildad, ¿no? ¿Y una disposición
afable? De lo que he visto, él no tiene ninguna de esas cualidades.
―Las tuvo, una vez. Hace mucho tiempo. Tal vez le sorprendería saber que
fue llamado a menudo el “Santo” por aquellos que lo conocieron. Randwulf de
Greycliff acuñó el nombre cuando los dos eran muchachos. Rand lo fomentó aquí
en Clairmont. Él es, era el mejor amigo de Kenrick.
Con la mención de Greycliff, Haven se quedó en silencio. No podía pensar en
el lugar o su gente sin también recordar la matanza de la noche en que la fortaleza
fue destruida. Las visiones que habían sido confinadas en las horas oscuras entre el
anochecer y el amanecer, ya habían empezado a perseguirla durante el día
también. Llegaban sin anunciarse, y cada vez con mayor claridad, aunque las
visiones duraran sólo unos momentos y se fueran tan rápido como habían llegado.
Esta vez, sintió el calor del fuego demasiado cerca de su piel. Se estaba
ahogando, luchando por respirar, sintiendo dolores en todas partes a la vez…
desesperada por escapar. Estaba corriendo, se dio cuenta, al ver el infierno en
llamas a su espalda. La noche era oscura como la boca del lobo salvo por el naranja
cegador de llamas que saltaban hacia el cielo desde la torre de Greycliff y sus
edificios circundantes.
Se tambaleaba, mareada. Incapaz de mantener el equilibrio. Lanzó un vistazo
por encima del hombro, su visión nublada, la respiración jadeante por el
agotamiento. Tres figuras sombreadas estaban de repente en sus talones. Uno de
los hombres cayó con un aullido, derribado por el largo acero pulido que
81 sobresalía de su centro. Un rugido bestial, cruel, sacudió la noche. Ella sería la
siguiente en caer. Lo sabía con la certeza aturdiendo.
¡Fe, pero ella no quería morir!
―¿Haven?
El suave llamado rompió la avalancha de recuerdos, llevándola rápidamente
de vuelta al presente. Cuando levantó la vista, se encontró con el ceño fruncido de
Ariana.
―¿Qué fue, Haven? Se ha puesto tan pálida.
―No fue nada. Estoy… estoy bien.
Ariana le tomó la mano y la apretó entre las suyas. Era un gesto cariñoso,
pero Haven se sentía poco acostumbrada a este tipo de demonstraciones. El
contacto la inquietó, y se apartó.
―Estoy bien.
―No, no lo está. ¿Qué le pasó en Greycliff? Sé que está comenzando a
recordar. Puedo ver el horror en sus ojos.
¿Podría ser verdad? ¿La podía leer tan fácilmente? Haven se levantó de su silla y
cruzó la habitación de un paso hacia la ventana.
―No recuerdo todo. Lo que sí hago no tiene mucho sentido.
―Pero volverá ―respondió Ariana.
Su observación intuitiva dio a Haven una pausa. Aunque su memoria era
todavía difícil de alcanzar, presentándose sólo fugazmente, confundiéndose con
fragmentos de la verdad, lentamente estaba regresando.
Una parte de ella quería empujarla nuevamente a los rincones oscuros de su
mente, pero lo que veía era cada vez más preocupante y violento. Pero había otra
parte de ella, la parte que acudía a su propio instinto de conservación, que la
impulsaba a abrazar la verdad completa. Darle la bienvenida a toda prisa, ya que
con ella vendría una cierta comprensión.
Y un cierto poder que actualmente se le escapaba.
―Me doy cuenta que mi hermano ha hecho poco para ganar su aprecio desde
que está aquí, pero debe saber que si alguien puede entender lo que ha pasado, lo
que podría haber testificado en el ataque a Greycliff, es él. Kenrick la protegerá si
lo deja, Haven.
―No necesito protección.
―¿No la necesita? ¿Está tan segura de que quienquiera que le atacó no estará
listo para una nueva oportunidad? ¿Tiene alguna idea de lo que estas personas son
82 capaces? ―Cuando Haven no dijo nada, Ariana exhaló un pequeño suspiro―.
Bueno, Kenrick lo sabe de primera mano. Yo también. Y lo mismo ocurre con mi
marido, Braedon. Pasamos por eso, aunque a duras penas.
―¿Qué pasó?
―Sobrevivimos. Eso es todo que se puede esperar cuando se trata del villano
del que hablo. Su maldad, parece no conocer límites.
―Y, ¿ahora creen que estoy en riesgo por este mismo peligro?
―Me temo que puede estarlo, sí. ―Lady Ariana alisó la palma de la mano
sobre su abdomen ajustado y algo ensombreció su brillante mirada de otra
manera―. Me temo que el mal que encontramos hace tantos meses en Francia
puede visitarnos aquí, en Clairmont. A menos que tomemos medidas para
frustrarlo. Y usted puedes ayudar, Haven. Cualquier cosa que pudiera haber visto
u oído esa noche, cualquier cosa en absoluto, debe hacer a Kenrick consciente.
Haven volvió la mirada hacia la ventana abierta y la colina que llegaba más
allá. No sabía qué hacer con lady Ariana o su ferviente súplica. Parecía una
petición bastante razonable y sin embargo sentía una renuencia a obedecer.
No sabía qué hacer con Kenrick de Clairmont tampoco, máxime ahora que
había hablado con su hermana, una mujer amable, inteligente, que claramente lo
amaba. Haven no apreció la sensación de obligación que experimentó cuando
pensaba en cómo Kenrick había preservado su vida al atender su herida y traerla a
su casa.
Ella no le debía nada.
Seguramente no le debía nada a ninguna de estas personas. Habían
demostrado su bondad en su necesidad, y por eso estaba agradecida. Aun así,
apenas significaba que tenía que involucrarse en sus problemas.
Haven se sobresaltó cuando una mano suave vino a descansar en su hombro.
―Voy a dejarla en paz ―dijo Ariana―. Tal vez mañana, si quiere, puede
acompañarme afuera en el jardín. Cook hará capones en salsa de crema, y me
ofrecí a recoger algunas hierbas frescas.
Haven le dio una pequeña inclinación de cabeza.
―Me gustaría estar al aire libre.
―Bueno. ―La sonrisa de Ariana era radiante―. Mañana será, entonces.

83
Capítulo 12
Dormir resultó más difícil de alcanzar para Haven esa noche. Cada vez que
sus ojos se cerraron, era asaltada por el molestar de imágenes, recuerdos creciendo
más fuerte, rozando cada vez más cerca de la superficie de su mente consciente.
Desplegándose como un sueño oscuro, la noche del ataque repitiéndose tras sus
párpados pesados. Se retorcía en la cama, tratando de excluir la visión, pero
parecía que su lucha sólo la metía en un foco más claro.
Vio el humo y las llamas, la prisa sombreada de asaltantes que manaban de
todos lados. Oyó un grito, y una maldición llena de furia. Olía acero desenvainado,
y, poco después, el hedor a cobre de la sangre derramada.
¡No es demasiado tarde!
Las palabras resonaron en sus oídos, ásperas y dominantes. Familiarizadas
84 con ella de alguna manera.
¡Dinos dónde encontrarlo!
En su sueño inquieto, Haven se movió de un lado a otro, el tejido blando de
la colcha sobre sus piernas era como cuerdas. Luchó contra sus ataduras de igual
forma que luchó contra la embestida del sueño que no era un sueño, pero sí
recuerdos. Quemaba brillante ahora… tan brillante como las llamas que se
elevaban a devorar el castillo Greycliff y los que habían habitado allí.
¡Cuéntanos!
Fe, pero no quería estar allí… no quería ver nada más…
¡No es demasiado tarde para salvarlos!
Era el sonido de su propia voz que finalmente la despertó. Confundida,
Haven se sacudió erguida en la cama. Se sentó allí jadeante, temblorosa, la frente
mojada con la transpiración. ¿Por todo lo que era sagrado, se estaba volviendo
loca?
¿Qué significaba, esta pesadilla sujetándola… esas palabras chillonas,
gritando palabras que todavía resonaban en sus oídos como truenos?
Había más, lo sabía. Más que venía de detrás de las esquinas veladas pero
que se separaban de su memoria. No creía que pudiese soportar ningún sueño más
esta noche.
No más recuerdos.
El aire en la cámara era sofocante. Las cuatro paredes estaban demasiado
apretadas. Haven echó a un lado las sábanas enredadas y deslizó sus pies en el
suelo. Uno de los mantos prestados de Ariana estaba colgado de un gancho fijado
a la pared del fondo. Haven se lo puso sobre los hombros y cerró la cinta con un
nudo atado a toda prisa.
La puerta de su cámara estaba cerrada, pero ningún bloqueo le impediría
abrirla. Sacó el pestillo y salió al pasillo tranquilo. Todos en la guardia estaban en
la cama a estas horas. Haven caminó rápidamente pero con cuidado y sin sonido,
caminó por el pasillo curvo hacia la escalera trasera de la fortaleza. Necesitaba
espacio. Necesitaba respirar, y limpiar la cabeza de los terribles pensamientos que
plagaron sus sueños.
Descalza, subía las estrechas escaleras a la parte superior de las almenas de la
torre. El panel de madera que contenía el viento se empujó contra ella con una gran

85 cantidad de fuerza mientras salía del portal de piedra y se deslizaba fuera. La cerró
con tanta suavidad como pudo, poco dispuesta a revelarse a sí misma a cualquiera
de la docena de guardias que patrullaban las almenas en cualquier hora dada.
Su corazón aún latía de su sueño interrumpido, la respiración seguía saliendo
rápido entre sus labios. Apoyó la espalda contra la puerta del portal y se obligó a
calmarse. Era más fácil ahora que el viento de la noche la rodeaba. El frío
tonificante de una brisa de la tarde a finales de primavera azotaba su cabello y tiró
del dobladillo suelto de su camisa y su capa. Dejó que el aire la abofeteara,
saboreando la frialdad crujiente que pellizcó sus mejillas cuando puso su cara de
lleno al viento.
Los recuerdos ya no resonaban en su cabeza. Redujeron la velocidad,
silenciados, se desvanecieron a la oscuridad con cada respiración profunda que
tenía en sus pulmones. Pero a medida que las visiones de pesadilla se deslizaban
de nuevo a lo más recóndito de su memoria, algo nuevo empezó a tomar forma en
su interior.
Comenzó poco a poco, un susurro seductor que obligó a sus pies a moverse.
Se apartó de la pared protectora de la torre detrás de ella. La brisa se hizo más
fuerte cuanto más se acercaba al perímetro del techo. Tres pasos más y estaría allí,
sus pies desnudos se detuvieron en la base de la pared hasta la cintura.
Más allá de la escarpada cornisa era nada más que el espacio de aire y vacío.
Libertad, dijo el susurro en su cabeza.
Haven miró a su alrededor, observando los nudos de centinelas apostados en
el parapeto y a lo largo de la pared de cortina de Clairmont. Ninguno de ellos se
fijó en ella.
Escapa, llegó la sublime orden de su subconsciente. Deja este lugar esta noche…
este mismo momento. Sería tan fácil.
¿Fácil?, pensó, dudando de su propia locura para permitir una idea tan
extraña. Porque, tendrían que brotarle alas y volar de aquí como un ave para
escapar de esta azotea intacta.
¡Imposible! ¿Qué locura era esta?
Y, sin embargo, podía imaginarlo sin esfuerzo… subir a la estrecha cornisa de
la pared, de pie allí con sólo aire para abrazarla, agarrando sus dedos de los pies
sobre la piedra fría.
Saltando en el viento… y volando como si sus brazos extendidos fuesen las
alas fuertes de un águila.
Con la idea vino un hormigueo peculiar en los dedos de Haven. Sintió la
floración de calor, sintió una fuerza misteriosa comenzar a surgir de algún lugar
86 profundo dentro de ella. Parpadeó y su visión fue repentina y sorprendentemente
aguda… libre por la oscuridad opaca del paisaje de medianoche que la rodeaba.
Los movimientos saltaron a la vista de todas las direcciones: centinelas
cambiando y arrastrándose en sus puestos; hierbas altas susurrando en la
oscuridad, una pradera distante; las pequeñas criaturas de la noche que se
alimentan en el jardín de abajo, mientras que un búho posado en los bosques
periféricos, observaba en silencio a su presa.
Cerca de la barbacana del muro cortina, los guardias estaban hablando, en
voz baja y apagada, pero cada vez más clara. Uno se quejó de un dolor persistente
en el hombro; otro estaba ocupado jactándose con sus compañeros aburridos de
sus conquistas dentro y fuera del campo de batalla.
Incluso desde esta considerable distancia, podía oler el néctar de las flores de
Ariana que florecían en el jardín debajo de la torre, los perfumes dulces atados con
la riqueza arcillosa del suelo marrón fértil. Podía oler el metal aceitado de las
espadas de los centinelas y cota de malla, el aliento de un puñado de hombres que
llevaba demasiado el sabor de la cerveza.
En ese momento, todos los sentidos de Haven parecían más agudo, más
afilados.
Y el impulso de saltar… para llegar a la libertad… comenzó a llenar cada
fibra de su ser.
―Oh, fe ―se quedó sin aliento―. ¿Qué me está pasando?
Se sacudió de impulso peligroso y se apartó de la pared.
―¿Qué hay de malo en mí?
La puerta de la torre se apretó contra su espalda. Moviendo los dedos, buscó
el picaporte de frío hierro y abrió la puerta. El viento se arremolinaba como para
impedir su salida, pero la desesperación le dio fuerzas. Tiró el entreabierto panel
de la almena y se deslizó en el interior, sin prestar atención al hecho que se cerró
de golpe detrás de ella.
No tenía ni idea de lo que casi se apoderó de ella ahí. Sólo sabía que algo
oscuro se acercaba, y no estaba del todo segura que estaría dispuesta a enfrentarlo
cuando lo hiciese.
Si se aliase con Kenrick de Clairmont podría ayudarla, tal vez ya era hora de
que dejara de luchar contra él.

87

Un fuego se desvaneció en la gran chimenea de energía solar de Kenrick en la


torre. El calor estaba casi apagado, nada más que brasas pequeñas mantenían las
llamas vivas. Se apagó el frío más no la mente. Inclinado sobre su escritorio, la
pluma de ganso balanceándose locamente, anotó sus pensamientos, en uno de sus
muchos diarios. Los registros que había hecho en nombre de los templarios le
habían llevado a visitar varios lugares, dos de los cuales finalmente rindieron
piezas del Cáliz del Dragón. Un tercer sitio, con una capilla situada en los bosques
de Escocia, había estado en su mente durante mucho tiempo, a pesar de que aún
tenía que aventurarse más al norte para investigar. Pero era la cuestión de la
posible cuarta que le molestaba ahora. Se sentía tan cerca de ver el patrón, sin
embargo, se le escapaba.
Pasó a través de más de sus informes escritos, luego volvió a su escritura. A
mitad de la página, se le ocurrió una idea. Su mano se detuvo, y luego la pluma
cayó en el libro con un ruido sordo.
―Sí, por supuesto ―murmuró, abandonando el diario por un texto que se
había doblado en las páginas de otro tomo pesado. Retiró la hoja de pergamino y la
acercó a la luz de una vela en el centro del gran espacio de trabajo. La escritura era
mejor que la de un niño de un año de edad, y se estaba decolorando. Kenrick leyó
el latín cifrado con un ojo perspicaz, sin obstáculo por la complejidad de la lengua
empleada ya que era una de sus propias creaciones―. ¿Cómo no lo vi antes? La
ubicación estaba toda mal.
Regresó a su escritura, totalmente inmerso en su trabajo. No tenía ni idea de
la hora, ni le importaba cuando su mente estaba corriendo con los pensamientos.
Muy a menudo, más noches de las que no, se perdía el sueño en beneficio de un
mayor tiempo dedicado a su estudio sobre el Cáliz del Dragón. Tiempo que
requería un alto precio, ahora que estaba casi seguro que Silas de Mortaine y sus
cohortes husmeaban en Inglaterra.
Había vencido al bastardo en su juego una vez; estaba decidido a hacerlo de
nuevo. Permanentemente, si tenía algo que decir al respecto.
Con un juramento en voz baja, Kenrick rascó su pluma a lo largo de la
página, concentrado en su trabajo. Era apenas consciente de su entorno… hasta
que el golpe descuidado de la puerta en las almenas de la torre reverberó abajo por
el hueco de la escalera a las cámaras del lord. Luego fue a tono completo. Con el
ceño fruncido, sospechando de quién podía estar despierto y rondando a esta hora
88 tardía, sigilosamente cruzó la habitación y abrió la puerta corrediza que daba al
pasillo.
Haven estaba allí, su mano levantada como si quisiera llamar.
―Oh.
Fue un grito de sobresalto, pero se recuperó de inmediato, dándole una
mirada fresca. Podía oler el aire fresco de la noche en su piel y en el cabello.
Llevaba una de las capas de Ariana más su camisola, la lana de color azul oscuro
que contrastaba ricamente contra las olas de fuego de su cabello.
―Vi la luz por debajo de la puerta y yo… bueno, no quise interrumpirlo.
―No lo hizo. ―Detrás de él en su cámara, una vela se consumía con un
sonido graso―. Ya es tarde para que esté aún despierta y caminando por los
pasillos.
―Sí, lo sé. Yo… ―Se encogió de hombros―. No podía dormir.
―Ni yo, aunque eso no es poco inusual. ―Su frente se arrugó mientras
tomaba la vista de su cabello desordenado por el viento y besado sus mejillas―.
Ha estado en las almenas.
Su barbilla subió en una mueca, evidentemente, asumiendo su curiosidad en
la censura del lugar.
―¿Es aquella otra área de su torre de homenaje que me está prohibida? No lo
sabía. Por favor, discúlpeme.

―Haven, espere. No quise decir… ―Se interrumpió y se pasó una mano por
el cabello en señal de frustración―. ¿Crees que podríamos manejar alguna vez una
conversación simple sin molestarnos?
Ella echó un vistazo a su observación burlona, pero la sonrisa en sus labios
era débil, atormentada de alguna manera.
―¿Hay algún problema? Parece molesta.
―No, no es nada ni debería haberlo molestado…
Él extendió la mano y la agarró por el brazo.
―¿Qué es? Usted, evidentemente, vino a mi puerta por una razón. Dígame
de qué se trata.
Ella se encogió de hombros, pero la angustia irrumpió en sus ojos.
―Puede que tenga… me acordé de algo acerca de esa noche. No tengo ni idea
si es importante o nay.
89 ―¿Por qué no deja que yo decida eso? Entre, Haven.
Mantuvo la puerta abierta con el antebrazo y le hizo un gesto al interior.
Entró con cautela, sus ojos barriendo la cámara. Se establecieron en su escritorio
revuelto y con la colección de textos que yacían en diversas etapas de lectura
encima de la amplia superficie del espacio de trabajo. Kenrick caminó alrededor de
ella para cerrar discretamente los diarios que había estado estudiando en los
momentos previos a su llegada.
―Dígame qué es lo que recuerda ―dijo mientras apilaba los gruesos
volúmenes y los ponía a un lado.
Ella estaba claramente perturbada por lo que recordaba, su habitual actitud
feroz se sofocó un poco mientras lo contemplaba desde el otro lado de la cámara.
Tragó saliva y empezó a relatar los acontecimientos de esa noche fatal. La mayor
parte era familiar para Kenrick, detalles que había recogido de su observación del
castillo Greycliff y sus conversaciones con la gente de la aldea.
Haven le dijo lo que había ido a la torre ese día con hierbas para Elspeth. El
ataque se produjo en medio de la noche, y mientras no podía decir por qué se
había demorado allí durante tanto tiempo para estar presente en el ataque, Haven
se acordaba de nuevos detalles del infierno que se desató con Rand y su familia.
―Todo sucedió muy rápido. Los fuegos llegaron primero, las caballerizas y
dependencias, entonces, en medio del caos, los asaltantes entraron en la torre del
homenaje. Hubo gritos y derramamiento de sangre… muchas muertes negociadas
en un abrir y cerrar de ojos.
―¿Ha visto a alguno de ellos? ―preguntó Kenrick, reacio a presionar, pero
necesitaba saber―. ¿Era uno de ellos… su líder, quién sabe si… un alto hombre
con el cabello rubio? Podría haber enviado a su lugarteniente para hacer el trabajo
en cambio. ¿Un mercenario con rasgos oscuros y una cresta con la insignia de
dragón?
Haven negó con la cabeza.
―No podría decirlo. Era difícil ver algo… el humo, estaba en todas partes.
Fue tan difícil de respirar.
Ella cerró los ojos y podía decir que estaba reviviendo el momento de nuevo,
allí mismo, delante de él. El horror dibujó una profunda tensión en su rostro,
arrugando la frente y revistiendo las comisuras de su boca de blancura tensa.
Exhaló un profundo suspiro y lo miró a los ojos una vez más.
―Algo fue dicho por uno de ellos. Algo… confuso.
90 ―Adelante.
―Ellos estaban buscando algo. Querían saber dónde encontrarlo.
Cada músculo relajado de Kenrick, se puso tenso.
―¿Sabe qué era lo que querían?
―No.
―¿Sabe si encontraron lo que buscaban?
―No ―dijo, agitación impregnaba su voz―. Todo lo que sé es que estaban
buscando algo, y gritaban para que él les dijera dónde encontrarlo. Dijeron que no
era demasiado tarde. Que aún podía salvarlos si se daba por vencido.
―¿Salvar a quién? ―preguntó Kenrick, el estómago anudado en pavor.
Haven dirigió una mirada sombría sobre él, con la boca temblorosa.
―Su familia.
El juramento que Kenrick soltó fue bajo y con los dientes apretados.
―Los bastardos desalmados. ¿Qué les dijo? ¿Acaso Rand les dio lo que
querían?
Ella negó con la cabeza. Su voz era muy tranquila.
―No lo sé.
Kenrick absorbió la noticia con una mezcla de pena y esperanza. Sabía que
Greycliff era un hombre fuerte, con fuertes ideales. Su palabra era su vínculo, y
este había dado su promesa de mantener el sello en secreto, para mantenerlo a
salvo. Pero la idea de que podría haber puesto en peligro a su propia familia puso
un remordimiento enfermo y roedor en la boca del estómago de Kenrick.
Le había pedido demasiado a su amigo. Demasiado.
―¿Hay algo más que recuerde de aquella noche? ―preguntó a Haven,
dejando de lado la emoción para poder atender mejor los hechos como se los
presentaba―. ¿Me ha dicho todo ahora?
―Sí, eso es todo lo que sé ―respondió ella.
Caminó hacia donde se encontraba él, haciendo una pausa para alcanzar su
brazo. Su mirada se desvió por encima de su mesa de trabajo, más allá de la pila
ordenada de diarios a un elemento que se encontraba cerca de la orilla, medio
escondido debajo de unos pergaminos. La fina cadena de oro del colgante brillaba
débilmente bajo la escasa luz del solar.
―Ese collar ―dijo Haven, frunciendo el ceño mientras se movía para
recuperarlo desde el escritorio―. Recuerdo que… esto era de Elspeth.
91 ―Sí.
―Nunca la vi sin él.
―Tampoco yo ―respondió con sobriedad, viendo como Haven manejaba con
cuidado la cadena rota y el corazón simple de filigrana de oro que se deslizó a lo
largo de su longitud―. Lo encontré tirado en el cementerio de Greycliff, el mismo
día que la encontré allí.
Ella lo miró brevemente, luego volvió su atención al frágil regalo que Rand
había dado a su esposa, como muestra de su amor.
―Uno de los eslabones está roto.
―Sí. Esto debe haberse roto en la lucha, o después… ―Kenrick dejó que su
sombría especulación se apagara, no quería pensar en lo que sus amigos habían
sufrido―. He limpiado, y he tratado de reparar la cadena, pero es muy delicada.
Mis manos son torpes, más adecuadas para la espada o la pluma.
―¿Puedo intentarlo? ―Se volvió con aspecto esperanzado a él―. Me
gustaría, si no se opone.
―Por supuesto. Haga lo que pueda. Hay un pequeño martillo allí mismo, si
lo necesita.
Haven se inclinó sobre su escritorio, su cara tensa por la concentración.
Mientras examinaba el vínculo roto, Kenrick le trajo una nueva vela y la encendió
con el fuego.
―Puede ayudar si calienta el metal, para que sea más flexible.
Ella aceptó su consejo y su ayuda con un asentimiento, su enfoque totalmente
concentrado en su trabajo. Kenrick contuvo la sonrisa mientras la miraba, porque
podía apreciar ese tipo de enfoque.
Podía apreciar mucho más acerca de ella también, mirando sus elegantes
dedos manipular la pequeña cadena. Sus ojos se mantuvieron fijos en su trabajo,
sin parpadear y agudos. Sus labios se fruncieron ligeramente al unir el extremo
cortado de la cadena de nuevo en el vínculo roto, después llevó el cierre a la vela.
Calentó la sección de la cadena en la llama vacilante, y luego la retiró.
Al llegar al pequeño mazo, un mechón de cabello se deslizó de detrás de la
oreja. Ella lo apartó de nuevo, pero el mechón de fuego era terco. Volvió a caer a
un lado de su cara.
Antes de que pudiera detenerse, Kenrick estaba acercándose. Atrapó el
zarcillo elástico de seda fundido en sus dedos y suavemente lo llevó lejos. Oyó su
92 respiración contenida, vio sus manos ágiles temblar sobre el colgante.
―Así puede ver mejor ―dijo, poniéndolo de nuevo a donde pertenecía y lo
sostuvo allí, probablemente, con demasiado placer.
―Gracias ―susurró, reanudando su restauración de la cadena, y trabajando a
toda prisa, pensó―. ¿Qué va a hacer con esto una vez reparado?
―Voy a regresar a Greycliff, a donde lo encontré. Ahí es donde pertenece,
con Elspeth.
―Ella debe haber significado mucho para usted, para tomar tal cuidado.
Kenrick consideró el comentario casual con un pequeño toque de ironía que
arrolló su corazón.
―Ella lo hizo. Era la esposa de mi mejor amigo.
Y hubo un tiempo, hace mucho tiempo…
Cerró el pensamiento antes de que pudiera afianzarse, negándose a detenerse
en lamentaciones o cosas que nunca fueron.
El corazón de Elspeth había pertenecido a Rand, y siempre lo tendría. No les
envidiaba nada… ahora o después… por el amor que compartieron.
Su enamoramiento con la frágil Elspeth había sido su propio oscuro secreto,
un verano lleno de agonía mientras observaba a Rand encantando a la bonita
doncella para convertirse en su novia.
Kenrick había sido un joven de catorce años sobrio, ya absorto en su
búsqueda de aprendizaje y estudio. Había sido un simple muchacho, reservado y
muy incómodo, sobre todo cuando se comparaba con su amigo, el bufón libertino
Randwulf de Greycliff.
Nunca había respirado ni una palabra de lo que sentía por Elspeth… no a un
alma. Ese mismo año, se fue a sus estudios en la iglesia, y, no mucho después, los
templarios. Al final resultó que, ninguna vocación lo había satisfecho. Cuanto más
aprendía, más se daba cuenta de la codicia y la corrupción. Su fe se había
derrumbado junto con sus votos.
Y aunque no era inmune a la seducción de una cara y forma bonita, o los
placeres que se tenían en la compañía de un suave y dispuesto cuerpo femenino,
no se había permitido que ninguno le cautivara más allá de una pasión temporal.
Fue cuidadoso y distante, y siempre en control.
Hasta hace poco tiempo.
93 Kenrick la observó, estudiándola en silencio, todavía con el mechón de
cabello entre los dedos y no confiaba en sí mismo para hablar o moverse.
Haven no dijo nada, tampoco. Con un par de toques del pequeño mazo, se
restauró el enlace del colgante roto. Poco a poco se enderezó y lo miró a los ojos. El
mechón volvió de nuevo hacia abajo a lo largo de la mejilla cuando Kenrick a
regañadientes lo soltó.
―Ahí está ―dijo ella, tendiéndole la mano, la cadena colgaba de sus dedos―.
Lo he arreglado.
Tomó el colgante de ella y lo dejó sobre el escritorio.
―Gracias.
Un sonrojo se deslizó en sus mejillas mientras pensaba en lo mucho que
quería tocarla. Quería besarla, aunque no tenía derecho a desear tal cosa.
Cuando ella parpadeó hacia él, un escalofrío la recorrió de la nada,
haciéndola estremecerse como si hubiera sido tocada por el frío que no sentía. Se
frotó vigorosamente sus brazos, frunciendo el ceño con evidente angustia.
―Kenrick ―susurró bruscamente―. ¿Puedo decirte algo? Esta noche, cuando
estaba en las almenas, yo… no estoy segura de cómo describirlo, salvo que sentí
como si algo me estuviera pasando. Pienso… fe, pero me temo que me pueda estar
volviendo loca.
Durante un largo momento, Kenrick no dijo nada. Ella nunca se había
dirigido tan informalmente a él, como un confidente. Íntimo. Y lo hizo ahora, le
confesó sus temores y lo miró para tranquilizarse, y se agitó algo profundamente
protector en él.
Algo demasiado posesivo.
A pesar del impulso de actuar sobre sus sentimientos… para tocar la
opalescencia satinada de su mejilla, aunque sólo sea para consolarla… se las
arregló para mantenerse en sus casillas.
-―Has pasado por mucho, Haven. Estar confundido es natural. Pero he visto
la locura, y puedo asegurarte que no sufres tal cosa. Ojalá que no tengas que
recordar lo que sucedió en Greycliff… nadie debe estar expuesto a tal cosa. Pero
sobreviviste. Estás sanando, y pronto estarás bien.
Ella asintió en silencio, y luego preguntó:
―¿Estamos en un peligro terrible si estos hombres que buscas ponen sus ojos
en Clairmont?
No le mentiría. No cuando ella ya había dado testimonio por sí misma de la
ira de Mortaine.
94 ―Va a ser malo, sí. Pero si somos inteligentes, y si no perdemos un tiempo
precioso, puedo ser capaz de detenerlos.
―¿Cómo? ¿Qué quieren?
Por un momento… un instante fugaz… consideró decirle todo. Pero el
conocimiento podría ponerla en peligro mayor, y también había una parte cínica
que le advirtió de no divulgar los impresionantes secretos de lo que había
encontrado en su trabajo con los templarios. Pocos sabían sobre el Cáliz del
Dragón y su poder. Los que lo hicieron estaban muertos o listos para reclamarlo…
sea cual sea el precio.
Ya era bastante malo que en su trabajo hubiera participado Ariana y Braedon
y, trágicamente, Rand y su familia.
No iba poner a nadie en peligro sobre la copa maldita y el atractivo de su
oscuridad, la magia maravillosa.
―Lo que quieren es algo que nunca conseguirán mientras yo esté vivo para
detenerlos ―dijo a Haven, sosteniendo su mirada esmeralda hechizante―.
Mientras estés bajo mi techo, no necesitas temerles o a sus malos caminos. Estás
protegida conmigo, Haven. Te doy mi palabra.
Ella no dijo nada, se limitó a mirarlo como si esperara la consolara con su
toque. Para su asombro, ella fue la primera en avanzar, llegando a colocar su
palma ligeramente contra su mejilla.
―Gracias ―le dijo en voz baja.
Kenrick la miró, incapaz de hablar, siempre y cuando su toque se demorase.
Se mantuvo inmóvil, rígido, sin atreverse a respirar mientras cada músculo de su
cuerpo se tensaba con el dulce calor de sus dedos descansando tan tentativamente
en su piel.
―Debería dejarte trabajar.
Alivio peleó con la pena mientras lentamente retiraba la mano.
―Buenas noches ―susurró ella, pero Kenrick permaneció en silencio.
La vio apartarse de él y cruzar el umbral hacia el pasillo exterior.
Su trabajo esperaba… trabajo urgente… pero aún permaneció paralizado en
el umbral de su cámara, su mirada siguiendo la forma ágil de Haven cuando
caminó suavemente lejos y en las sombras oscuras del largo pasillo de la torre.
Cuando miró hacia el puño cerrado de su mano, se encontró con que había
95 roto la pluma de escritura en dos.
Capítulo 13
Aunque su descanso esa noche había sido irregular, Haven se levantó a una
mañana llena de sol y de la suave brisa de mayo. Ariana la llamó un poco antes del
mediodía y cumplió su promesa de llevarla al jardín del castillo para pasar un día
de labores femeninas en el terreno.
Para deleite de Haven, había traído una cesta de comida y vino aguado de las
cocinas para que pudieran tomar una comida al aire libre. Mientras comían
pescado ahumado y pan caliente, las dos mujeres disfrutaron de la comida en
medio de las flores y los canteros de hierbas, ambas estaban contentas por estar
lejos de los confines del castillo.
Haven saboreó el espacio abierto del jardín. Entre el romero y la dulce
asperilla de los bosques había una sensación de paz. Sus inquietantes recuerdos y
96 la extraña sensación que la había sobrecogido en el techo la noche anterior, fueron
desterradas por el aire fragante que emanaba de las flores de primavera y la
explosión de color que la rodeaba por todos lados.
Sentada en un banco en el césped ubicado a través del pequeño sendero
donde estaba Ariana, Haven metió la mano en la cesta que compartían y sacó una
ramita de menta de entre los manojos de especias saladas reunidas para la cena de
esa noche. Mordisqueó un poco las hojas refrescantes y observó a Ariana mientras
recortaba una mata de laurel de un arbusto cercano.
Con su memoria regresando solamente en destellos y fragmentos dispersos,
Haven no sabía a dónde pertenecía realmente. No era de Cornwall, se sentía casi
segura de eso. Y probablemente tampoco era de aquí. Pero era tentador imaginarse
a sí misma viviendo sus días en un lugar como Clairmont. No acababa de encajar
en el lugar… al igual que en sus vestidos prestados y zapatillas demasiado
cómodas… pero había una calma aquí que estaba empezando a disfrutar.
Clairmont tenía su propia marca de encanto, un pensamiento claramente
compartido por Ariana, que brillaba serena y vital en medio de las flores que la
rodeaban en el pequeño jardín. Ella era una mujer en paz con su lugar en el mundo
y Haven envidiaba ese sentimiento.
―Parece estar callada hoy ―comentó Ariana después de un rato―. ¿Hay
algo que le perturba?
―Nay. ―Haven sacudió vagamente su cabeza―. Sólo estoy pensando.
―Espero que sepa que puede hablar conmigo, Haven. Somos amigas, ¿no es
así?
Su sonrisa de bienvenida causó una punzada de emoción en el corazón de
Haven. Recordaba poco de su pasado, pero tenía la aguda sensación de que eran
pocos los que se contaban entre sus amigos. Eso parecía ser casi una noción ajena
para ella, algo a lo que se había rehusado deliberadamente. No veía ninguna razón
para hacer eso ahora. De hecho, se alegraba por la compañía. Le alegraba pensar
que al menos tenía una aliada en este extraño ―si bien agradable― paisaje.
―Sólo estaba pensando en lo bien que se siente estar al aire libre. Me gustan
mucho estos jardines.
Ariana sonrió.
―Si quiere saberlo, son mi orgullo. He plantado todos estos canteros por mí
misma.
―Son encantadores.
97
―Puede cortar algunas flores para su cámara si le place.
―¿No le importa?
―Por supuesto que no ―respondió ella, inclinándose para darle un cálido
apretón ―. Hay violetas en la esquina y lirios de los valles por allí, a la sombra bajo
la enramada…
Ariana se detuvo a media frase, su expresión se encendió mientras el sonido
de los cascos de los caballos golpeaba en el patio adoquinado.
―Deben ser Braedon y Kenrick. ¡Han regresado!
Los dos hombres habían partido de viaje antes del amanecer por asuntos que
no divulgaron a Haven. Ahora Ariana se puso de pie y se sacudió las manchas de
suciedad y dispersó las plantas que había recogido en su regazo. Un rubor
encantador inundó sus mejillas, su sonrisa se ensanchó y se tornó deslumbrante, su
alegría evidente llegó hasta sus brillantes ojos azules. Se acomodó la trenza de su
cabello rubio miel por encima del hombro y luego enganchó en su brazo la canasta
con las hierbas recogidas meticulosamente.
―¿Estoy bien?
Haven asintió. Ariana parecía tan fresca y prometedora como el mismo
amanecer. No es que su señor esposo exigiría tal perfección. Por todo lo que Haven
había visto de la dama y su amado guerrero de cabello negro, podía recibirlo
vestida con harapos y cenizas y él no le hubiera sonreído con otra cosa menos que
con orgullo marital.
Ariana dio un par de pasos jubilosos y luego se volvió bruscamente para
mirar a Haven.
―Bueno, ¿viene?
Casi parecía que iba negarse, a pesar de cuánto quería ir. La idea de ver a
Kenrick de nuevo después de su visita a su cámara la noche anterior trajo un aleteo
peculiar a su estómago. Mientras caminaba junto a Ariana, Haven se encontró
alisándose los pliegues de su propia falda, la cual, observó con cierta
consternación, tenía manchas de suciedad y manchas residuales de las bayas que
había recogido. A sus dedos no les había ido mejor, tenían manchas púrpura en
más lugares de los que debían. Su cabello rechazó obedecer a la trenza formal que
Ariana había intentado hacerle esa mañana. Los mechones cobrizos sueltos
volaban en la brisa como serpentinas a pesar de los esfuerzos de Haven por
domesticarlos acomodándolos detrás de las orejas.
Con cierto grado de resignación, Haven dejó de quejarse consigo misma.

98 Empujó la barbilla, dejando que su cabello se soltara como quisiera, agarró el


mango de su canasta y trató de no preocuparse por su apariencia, que nunca se
correspondería con la gracia dorada y la calidez de Ariana. No había ninguna
razón para tratar de hacerlo.
Después de todo, razonó para sí, no tenía a nadie a quien impresionar.
Haven se aferró a ese pensamiento cuando doblaron la muralla este de la
torre principal y entraron en el patio del recinto interior. Intentó no parecer
afectada, pero era difícil no mirar fijamente a Kenrick de Clairmont cuando se paró
al lado de su corcel blanco vestido con su reluciente cota de malla y una túnica de
seda azul profundo. El esplendor que emanaba de él mientras se quitaba el yelmo
y la capucha le robó el aliento. Si pensaba que era encantadoramente guapo
cuando estaba inclinado sobre su escritorio, pensativo y con el ceño fruncido
mientras garabateaba sus escritos secretos, este nuevo lado suyo ―este guerrero
dorado― era completamente devastador.
Él era magnífico. Tanto es así que Haven casi gimió de deseo sólo por
mirarlo.
Afortunadamente se libró de la indignidad, cuando en ese mismo momento,
Ariana dio un pequeño grito de emoción y se lanzó a los brazos de su esposo que
la esperaban. Braedon la levantó del suelo como si no pesara más que el aire y la
hizo girar rápidamente en círculos a su alrededor en el patio del castillo. Ellos
murmuraron palabras privadas entre sí, luego unieron sus labios en un beso
amoroso que parecía no tener fin.
Haven apartó la mirada de la escena cariñosa y al mismo tiempo, su mirada
fue atrapada por la de Kenrick que la observaba atentamente.
―Buenos días, milady.
―Milord ―respondió ella con un asentimiento cortés a modo de saludo.
Él la observó de pies a cabeza, una mirada lenta y calculadora que dejó
mariposas aleteando en torno a su pecho.
―Veo que hoy ha estado en el jardín.
Ella se obligó a no bajar su mirada a la falda manchada de bayas, a la espera
de atrapar esa mirada que la diseccionaba, mientras la despedazaba defecto por
defecto. En cambio, cuando sus ojos se encontraron de nuevo, en los de aquél sólo
había una nota de curiosidad. Tal vez algo más, a pesar de que jamás estaba segura
de cómo leer su expresión estoica.
―Al parecer esta noche habrá capones en salsa de crema para la cena ―le
dijo ella―. Lady Ariana y yo estábamos recogiendo romero e hinojos para la
receta.
99
Él se adelantó y extendió la mano hacia su canasta.
Apoyó un dedo fuerte y elegante en el borde del recipiente, se inclinó
ligeramente para inspeccionar su contenido.
―¿Y bayas maduras?
―Para un flan.
Mientras él se acercaba para arrancar uno de los frutos brillantes de la
canasta, la mente de Haven la hizo regresar al encuentro en su cámara la noche
anterior, cuando esa misma mano había acariciado su mejilla y jugueteó con un
mechón de su cabello suelto. Lo había deseado tanto entonces, y, la fe la preserve,
ahora también lo hacía.
―¿Cómo les fue en el viaje? ―preguntó Ariana, soltándose del abrazo de su
marido para interrogar a ambos hombres.
Haven pensó que vio una nota de aprobación silenciosa entre Kenrick y su
cuñado oscuro, pero desapareció rápidamente, sustituida por un aire de mando
masculino.
―Nos fue como se esperaba ―dijo Braedon.
―Han vuelto antes de lo previsto.
―Aye ―estuvo de acuerdo Kenrick―. Pero sólo por la noche. Partiremos de
nuevo mañana.
―¿Tan pronto? ―Ariana ciñó con sus brazos la cintura de Braedon un poco
más fuertemente―. ¿Encontraron algo mientras estaban afuera… alguna noticia
que pudiera ser de utilidad?
―Ha habido algunos avances ―dijo Braedon, pasando sus dedos con ternura
por la mejilla de Ariana―. Nada de que preocuparse.
Ella le lanzó una mirada maliciosa.
―Sabes lo que siento por los secretos, milord.
―Sí, y te lo contaré todo, milady. ―Miró sutilmente en dirección a Haven
antes de encontrar la mirada expectante de su esposa―. Podemos hablar en la
torre después de que atienda mi cabalgadura. Tal vez tengas la amabilidad de
hacer que me traigan un baño. Dios sabe que podría darme un baño después de
montar toda la mañana.
―Muy bien. ―Suspiró. Ariana soltó a su marido con una cierta aparente
reticencia―. Te veré en nuestra cámara en cuanto Haven y yo recojamos una cesta
de huevos para las cocinas. No me hagas esperar demasiado, milord.
100 La cicatriz en la mejilla izquierda de Braedon se tensó cuando le respondió
con una sonrisa.
―No se me ocurriría, milady.

Cuando las damas se fueron, Braedon cruzó los brazos sobre su pecho y dejó
escapar un lento suspiro apreciativo.
―Es una cosa rara, eso es seguro.
―¿Qué cosa? ―preguntó Kenrick, incapaz de apartar la mirada del balanceo
inexperto de las caderas de Haven mientras caminaba.
―Encontrar tanta belleza, fuego e ingenio en una sola mujer.
Braedon lo miró de soslayo en forma cómplice.
―Esa clase de fortuna generalmente está reservada para hombres más
meritorios que cualquiera de nosotros.
―Así es. ―Se encogió de hombros―. Apuesto a eso, ahora que lo dices.
A pesar de su informalidad, Kenrick se detuvo a considerar la verdad en la
observación de Braedon. Haven era en verdad una mujer inusual. Bella, por
supuesto, como cualquier hombre lo admitiría fácilmente, pero su atractivo iba
mucho más allá de eso.
Muy a su pesar.
Enérgica, inteligente, era tan intrigante como ningún rompecabezas que
Kenrick había conocido. Quería descubrir cada uno de sus misterios, resolver los
muchos enigmas que hacían que esa dama fuera la criatura escurridiza y seductora
que era.
Haven era el fuego y la belleza y el ingenio… todo lo que Braedon había
dicho y algo más. Ella desafiaba la descripción, a criterio de Kenrick, y eso sólo lo
hacía querer saber más.
―La dama es una feria de atracciones, una joya con muchas facetas ―admitió
finalmente, expresando sus pensamientos en voz alta―. Sobrepasa la mera belleza,
si me preguntas.
Braedon respondió con un gruñido mientras se dirigía a su trabajo.
Sin embargo, la atención de Kenrick, se había vuelto con entusiasmo hacia
101 otro lugar, hacia la zorra de fuego quien iluminaba el patio gris con un estallido de
luz de ámbar puro.
―¿Alguna vez has visto un rostro y una figura tan encantadora como esa? ¿O
un cabello tan brillante como madejas de llamas sedosas? Y sus ojos… por Dios,
esos extraños ojos esmeralda de tonos tan vivaces con mil reflejos dorados y
plateados y con colores que juro que nunca he visto antes…
El repentino estallido de risa de Braedon rompió la visión en la que Kenrick
había estado perdido hasta ese momento. Miró con el ceño fruncido al marido de
su hermana, que ahora se sentó en cuclillas para mirarlo por debajo de su flequillo
oscuro. El hombre estaba claramente muy divertido.
―¡Por la Cruz! ―Rió Braedon―. Ten cuidado, mi hermano afligido. O me
harás creer que has cambiado tus fórmulas por las letras dolientes de los
trovadores.
―Cree lo que quieras. Y te agradezco por la mierda. ―Kenrick le dio la
espalda, disgustado al pensar que había hecho el ridículo, incluso con el hombre al
que consideraba un amigo cercano y familiar―. Además, tú iniciaste el tema. Me
limitaba a profundizar en las cosas que tú mismo has dicho.
―Me parece bien ―dijo Braedon, dándole cordialmente una palmada en el
hombro―. Pero yo estaba hablando de mi señora esposa. Por favor, dime, ¿de cuál
dama puede que hayas estado hablando?
El bastardo engreído no esperó la respuesta de Kenrick, que probablemente
habría estado acompañada por el cepillo de madera que tenía en la mano. Todavía
riéndose, Braedon arrojó sus fardos y regresó tranquilamente a los establos, con su
montura.

Con su canasta bajo el brazo, Haven siguió a Ariana desde los establos hasta
la zona del patio donde se encontraban los corrales para el ganado. Una vaca
lechera marrón mugió cuando pasaron su lote cuadrado de pastoreo. Los lechones
resoplaron y hocicaron por el corral, persiguiendo a su madre cuando la gran cerda
se despertó de una siesta y se arrastró hasta la esquina más alejada de la cerca, su
siestecita de la tarde evidentemente había sido perturbada por las dos mujeres que
102 paseaban por allí.
Ariana se tapó la cara con el borde de la manga larga, tapándose
discretamente la nariz, aunque los olores terrosos de los animales y sus corrales
eran casi ofensivos. Haven notó el ritmo apresurado de Ariana y la mirada
ligeramente mareada que se extendió por su semblante.
―¿Lo sabe? ―preguntó Haven.
Ariana la miró con curiosidad.
―Acerca de la criatura. Puede que no le gusten los secretos, pero está
guardando uno. Su marido no sabe que será padre, ¿verdad?
―¿Qué…? ―Ella dejó de caminar y parpadeó con incredulidad―. Pero yo
sólo tengo quince días de atraso. ¿Cómo puedes saberlo?
Haven miró el estómago plano de la dama, sabiendo que era demasiado
pronto para ver las señales allí. Su estómago nervioso podría haber sido nada más
que una dolencia pasajera, o los delicados sentidos de una mujer nacida de sangre
noble, pero la verdad estaba en los ojos de Ariana. Y en la mirada tierna que se
apoderaba de ella cuando pensaba que nadie la estaba mirando. En la forma
amorosa en la que dejaba ir a su mano hacia abajo y acariciaba el niño que crecía en
su vientre todavía plano.
―He tratado a más de una mujer embarazada con mis hierbas. Los signos
están ahí, si sabes dónde buscarlos. ¿Por qué le ocultas la noticia? Es bastante claro
para todos que él siente afecto por ti.
―¿Afecto? ―Ariana se echó a reír con un sonido musical de diversión―. Sí,
¡y espero que mucho!
Siguió caminando, su modo de andar era ligero ahora que habían dejado
atrás a los animales más grandes y atravesaban una zona de césped abierto.
―-Por qué no se lo dices, entonces? ―la presionó Haven, aún más curiosa―.
¿Temes que él no se sienta el mismo afecto por su hijo?
―No ―replicó Ariana―. No, eso nunca. Braedon es un hombre muy
cariñoso. La familia es importante para él. Es sólo… bueno, hay mucho en él que
no puedo explicar. Es duro consigo mismo, creyendo que tiene muchos defectos.
Le preocupa que algunos de ellos puedan pasar a sus hijos.
―¿Y a ti qué te parece?
―Creo que sus hijos van a ser muy especiales y me siento honrada de ser la
mujer para llevarlos y criarlos. Y amarlos tanto como adoro a su padre.
Le sonrió a Haven y podría haber dicho más si no fuera por la denuncia
103 repentina de un gallo que había estado picoteando en alguna arenilla mientras se
acercaban. El gallo se pavoneó batiendo sus alas y de pronto se lanzó debajo de
una carretilla cuando ellas se acercaron.
Y más lejos, a través del camino, llegó la conmoción que se elevaba de un
montón de aves de corral. La cacofonía se tornó más frenética cuando las mujeres
se acercaron al pequeño edificio bajo que albergaba a las gallinas.
El aleteo nervioso y el cacareo de decenas de aves continuaron mientras
Ariana desenganchaba el pestillo y abría la puerta.
Haven estaba justo detrás de ella.
―Algo las tiene ciertamente molestas ―comentó Ariana por sobre su hombro
mientras se agachaba por debajo del alero bajo de la puerta del gallinero―. Ten
cuidado cuando entres, Haven. Hay un declive justo en la parte interior de la
puerta. No me gustaría que pierdas el equilibrio y te lastimes.
Haven pensó que parecía que debían tener más cuidado de las gallinas que
de la tierra gastada del piso de su jaula. Claramente agitadas, la mayor parte de las
aves ya habían salido de sus nidos cuando Ariana y Haven entraron. Las plumas y
el polvo se agitaban mientras el grupo de aves corría de aquí para allá en el interior
de la jaula estrecha, cacareando fuertemente. Unas alas que aleteaban y unos ojos
pequeños y brillantes se movían alarmados, y el estruendo de cacareos y gritos se
amplificaba hasta llegar a un estado de pánico salvaje.
―¿Qué está pasando aquí? ―reflexionó Ariana en voz alta―. Difícilmente se
ponen tan nerviosas si uno de los gatos logra colarse en el gallinero.
Ahuyentó a una gran gallina moteada para que saliera de su camino, luego se
volvió hacia Haven para que entrara. El gallinero tenía el techo bajo y estaba poco
iluminado. La escasa luz que se filtraba a través de los listones de madera del techo
estaba nadando con motas de polvo provenientes del continuo batir del suelo de
tierra mientras los pies con garras arañaban y se escabullían en una danza ansiosa
de malestar. El caos en el interior ahora estaba empeorando, el ruido creciente
ascendía hasta alturas casi ensordecedoras.
―¡Dios mío, qué estado de ánimo raro tienen! ―exclamó Ariana―. Dame tu
cesta, Haven. Recogeré lo que necesitamos.
Haven se acercó para darle el pequeño recipiente y mientras lo hacía, una de
las pocas aves que quedaba en su nido se lanzó repentinamente al aire, chillando.
Sus pesadas e ingráciles alas se movían con pánico al volar hacia las mujeres.
Haven vio venir el ave y empujó rápidamente a Ariana hacia un costado. Las
104 garras afiladas de la gallina quedaron atrapadas en el cabello de Haven y arañaron
su mejilla. Se cubrió el rostro y los ojos con su brazo, porque el ave estaba en una
furia ciega, picoteando y atacando donde podía.
―¡Cuidado! ―gritó Ariana a su espalda―. ¡Haven, ven. Vamos a salir de
aquí ahora mismo!
La advertencia de Ariana llegó, pero una fracción de tiempo demasiado tarde.
Antes que Haven se diera cuenta de lo que estaba haciendo, sacó la daga delgada
de la funda del cinto de Ariana. Agarrando el pájaro salvaje por la pata mientras se
acercaba de nuevo a su rostro, Haven volteó el puñal en su mano y mató a la
gallina en un instante, clavando la daga en el pecho regordete de la criatura. Dejó
caer el cadáver inmóvil y retrocedió hacia la puerta donde Ariana la esperaba. Las
restantes gallinas continuaron su cháchara y aleteo, pero un estado de cautela se
había apoderado del grupo ante la masacre de una de ellas. La puerta del gallinero
se abrió detrás de las mujeres, derramando luz desde el patio en los estrechos
confines del recinto.
―¿Qué diablos está pasando aquí?
La voz de Kenrick de Clairmont resonó por encima del estruendo de los
pájaros nerviosos y los hizo dispersarse por los rincones de la jaula. Su aguda
mirada azul se enfocó en la cara afligida de su hermana y luego se posó en Haven.
―¡Jesús! su cara está arañada y ensangrentada… y el brazo. ¿Qué acaba de
suceder?
―L-las gallinas ―tartamudeó Ariana―. Algo las molestó y trataron de
atacarnos. Pobre Haven, se llevó la peor parte. Si ella no me hubiera apartado del
camino, sin duda que ambas estaríamos aquí de pie, golpeadas y sangrando.
―¿Está bien?
Ante la pregunta en voz baja de Kenrick, Haven levantó la vista y lo miró a
los ojos. Asintió con la cabeza, incómoda por su mirada suave.
―No fue mi intención matar al animal. Reaccioné… por instinto, supongo.
Antes de que tuviera la oportunidad de saber lo que estaba haciendo.
Él exhaló un juramento.
―El ave no significa nada. Gracias a los santos que tiene este tipo de
instintos, milady. Sé que algunos templarios envidiarían la precisión y rapidez de
su ingenio en batalla.
¿Le estaba tomando el pelo? Haven estaba segura de que lo hacía, pero no sabía
qué hacer con él. Aunque él lo aligeró con su broma, su expresión era
completamente seria y preocupada.
105
Con el ceño fruncido, miró los verdugones en su brazo.
―Necesitas recibir cuidados en estos. Y en la cara. ―Le tocó la mejilla con la
yema del pulgar, un gesto inesperado de ternura que la tomó por sorpresa. Su
dedo se apartó de su cara manchada con una mancha brillante de color rojo por los
cortes de las afiladas garras del ave―. ¿Está segura de que está bien?
―Sí ―respondió, incapaz de hablar en algo más que un susurro mientras el
calor de su toque aún permanecía en su piel.
La fe la preserve, pero la presencia del hombre la tornaba casi incapaz de
pensar y mucho menos de hablar. Era una sensación decididamente incómoda, el
estar tan consciente, tan afectada físicamente. Avanzó alejándose un poco lejos de
él, apartando su mirada de la intensidad potente de sus ojos azules.
―Lo siento mucho, Haven ―dijo Ariana, tomándola de la mano―.
Realmente no sé lo que pudo haber causado esto, pero me siento simplemente
terrible porque fuiste lastimada.
―Al igual que yo ―añadió Kenrick―. Tendré que pensar en una manera de
resarcirla.
―Eso no será necesario ―dijo Haven―. Son sólo unos rasguños. Estoy bien.
Ariana arqueó una ceja burlona en dirección de su hermano, pero en cambio
le dijo a Haven.
―Ahora ven conmigo y después veremos los cortes.
Con un guiño de asentimiento, Haven permitió que la llevara lejos de la zona
de los anímales y de regreso hacia la torre principal. Todavía podía sentir la
mirada de Kenrick en ella mientras se marchaba, el poder de su mirada calentaba
cada uno de sus pasos a través del amplio patio. Debería haber hecho caso omiso
de la sensación, pero no pudo evitar que su cabeza girara ligeramente, lo suficiente
como para echar una mirada furtiva por encima del hombro hacia donde él se
encontraba.
―Él ha estado observándote durante días, ya lo sabes.
Haven se dio vuelta rápidamente y lanzó una mirada incómoda a Ariana.
―Aye, él me vigila como un halcón adiestrado sobre su presa.
―Nay ―respondió la dama y una cálida sonrisa jugueteó en sus labios―. Él
te mira como un hombre mira a una mujer. Su interés es evidente, aunque de
alguna manera dudo que lo admita.
―Estoy segura de que yo no lo sabría.
106
―Bueno, yo lo haría. Lo he visto con la suficiente frecuencia como para
reconocerlo.
Algo de la calidez en Haven comenzó a enfriarse cuando pensó en cuántas
otras damas el guapo hermano de Ariana había encantado con su fuerte y dorado
atractivo y su arrogante confianza. Para su disgusto, no pudo evitar preguntar.
―¿Cuán a menudo has visto eso en él?
―¿En Kenrick? ―Ariana prorrumpió en una carcajada divertida―. Oh,
nunca.
Haven la miró con el ceño fruncido, confundida.
―Nunca he visto una mirada tal en mi hermano, pero la he visto en
abundancia en mi señor marido. ―Acarició su vientre y le dio un guiño de reojo
mientras guiaba a Haven hacia la sombra fresca del castillo―. Después de todo
―dijo, su voz bajó hasta ser un susurro privado―, ¿cómo imaginas que me
encuentro en este estado feliz?
Capítulo 14
Aunque el viaje de ese día le había dado una nueva dirección para explorar
en relación al tesoro del Cáliz, Kenrick encontró sus pensamientos ocupados con
otras cosas. Se había quedado a solas en los establos en cuanto Braedon se enteró
del incidente en el gallinero, nada podría haber retenido al guerrero que partió
hacia las cámaras del castillo para asegurarse de primera mano que Ariana no
había resultado herida.
En cuanto Kenrick se despojó de la armadura y la ropa de montar, su propio
camino por el interior de la torre principal terminó en la puerta de Haven. Llamó
con golpes ligeros, la puerta se abrió y fue recibido por el rostro redondo y tosco de
una sirvienta.
―He venido a ver a lady Haven. ¿Está adentro?
107 ―Aye, milord. Está aquí.
La criada bajó la barbilla y se hizo a un lado para que él entrara. Detrás de
ella, a varios pasos de distancia, sentada en una silla junto a la chimenea, estaba
Haven. Un recipiente con agua y hierbas que humeaba encima de una mesa de pie
ubicada junto a ella, llevaba el aroma de la lavanda y la salvia a través de la
cámara.
―¿Interrumpo? ―le preguntó.
Ella sacudió casi imperceptiblemente la cabeza.
―María me estaba ayudando a limpiar mis rasguños. Estábamos a punto de
terminar.
Kenrick penetró más en la habitación y se dirigió a la criada.
―Permítame, si quiere.
―¿Milord? ―exclamó María mirándolo atónita como si acabara de anunciar
que pretendía ocuparse del bordado.
―Deseo enmendarme por los malos modales de mis animales domésticos
―dijo mientras tomaba el paño húmedo de los dedos flojos de la chica. Vio una
ligera sonrisa en Haven y ofreció una disculpa más―. Tal vez también me gustaría
compensar algunos de mis malos modales.
―Gracias, María ―dijo Haven y la chica salió en forma precipitada,
completamente confundida.
―Confío en que no esté demasiado sacudida por lo sucedió hoy allá afuera.
Ella se encogió de hombros restándole importancia.
―Estoy bien. Son sólo unos rasguños, nada más.
―Bien. ―Él se dirigió al cuenco y sumergió el trozo de tela en el agua
caliente―. Puede tener su revancha esta noche en la cena. Le he dicho a la cocinera
que añada una gallina hosca a sus afamados capones envueltos.
Haven se rió, un sonido raro que calentó a Kenrick como el fuego mismo. Se
acercó a ella mientras escurría el paño. Para su pesar, el humor de ella se
desvaneció un poco mientras él se agachaba a su lado, con una rodilla en el suelo.
Ella le dio una mirada que estaba entre la humillación y el desdén.
―Esto no es necesario, de verdad.
―Por el contrario ―le dijo él con severidad fingida―. Esto es completamente
necesario.
Sin ninguna protesta, él se acercó cuidadosamente y tomó su mano entre las
108 suyas.
Su piel se sentía cálida y suave como una pluma contra la rugosidad de sus
dedos bronceados. Giró su palma y la apoyó en el dorso de su propia mano
mientras le limpiaba con cuidado los furiosos arañazos rojos que atravesaban la
parte interna de su antebrazo.
―Sus siervos pensarán que está loco cuando María les cuente que su noble
lord está aquí, limpiando mis pocas heridas.-
Kenrick limpió una mancha delgada de sangre seca y le sonrió.
―Los siervos ya piensan que estoy loco. ¿No los ha oído cuchichear acerca de
mis hábitos extraños? ¿De mis extraños horarios? ¿De que desaparezco en mi
despacho durante días… incluso noches… para garabatear en mis diarios y libros
contables? ―Se encogió de hombros, bajando su mirada hacia la elegante mano de
marfil cómodamente apoyada en la suya―. Esto… ah, milady, esto es fácilmente la
cosa menos loca que me han visto hacer alguna vez.
―Así que, ¿es cierto, milord? ―preguntó después de un largo rato―. ¿Está
embrujado?
Kenrick extendió el trozo de lino a través de su delicada muñeca, casi incapaz
de resistir el posar sus labios contra el aleteo del pulso que allí latía. Sus heridas
estaban limpias, pero sin embargo, todavía retenía su mano, renuente a liberarla.
Levantó la vista y se encontró con su mirada esmeralda incierta.
―¿Estoy embrujado? ―dijo, tan bajo que podría haber sido un gruñido―.
Aye, milady. Últimamente cada vez más.
Extendió sus dedos y los entrelazó con los de ella, cogiéndola con más
firmeza. Ella no trató de apartarse. No, lo retenía tanto como él a ella, sus manos
estaban unidas y trabadas, el pulgar de ella acariciaba distraídamente el suyo.
―Ya sea que te encuentre ante mi vista o fuera de ella, Haven, me afectas
profundamente.
Él la atrajo hacia sí, dejándola casi en el borde de la silla.
―Kenrick. ―Ella bajó la mirada hasta sus manos unidas y sacudió
ligeramente la cabeza―. No debemos. Esto sería…
Él se irguió de rodillas ante ella. Con una mínima flexión de su brazo la trajo
hasta el borde de la silla. Con sólo el más leve tirón, levantó la mano de ella y posó
la boca contra la suave piel de sus nudillos. Los labios de Haven se separaron
exhalando un atisbo de suspiro.
―¿Qué sería esto? ―murmuró él contra sus dedos aterciopelados. El cielo,
109 pensó él, permitiendo que su lengua probara la cavidad sensual entre el pulgar y el
índice.
―Oh, fe ―susurró ella―. Esto podría ser un error… si nosotros… si
nosotros…
Fue una protesta débil, ya que el labio de ella ahora estaba atrapado entre sus
dientes, sus ojos se tornaron tan oscuros, como la pradera en el crepúsculo. Tiró de
ella con facilidad llevándola entre sus brazos y la hizo callar con un beso.
En vez de la timidez virginal, la vacilación renuente que había esperado,
encontró fuego caliente y fundido. Llenó sus manos con la delicadeza de su rostro
y su cuello, extendiendo sus dedos a través de la pesada mata de su cabello. El
perfume ligero del agua de hierbas se mezclaba con el aroma cálido y femenino de
su piel.
Kenrick respiró, dándose un festín con la embriaguez de su atractivo, como
un borracho que ha pasado demasiado tiempo sin vino. Fue una comparación
acertada, por largo tiempo se había negado a sí mismo tal indulgencia. Demasiado
tiempo, si un simple beso podía dejarlo tan perdido.
Pero no era tan simple como eso. No podía culpar a esta sensación de
privación o a una necesidad física básica.
Haven era intoxicante.
Sólo necesitaba verla para sentirse intrigado. Su extraña belleza, su agudo
ingenio y fieras maneras… todo ello conspiró para hechizarlo. Ella lo desafiaba en
muchos niveles, su franqueza poco común era tan atractiva como sus secretos y la
oscuridad de su pasado. Era un misterio y una contradicción, y lo estaba
seduciendo con su sola presencia bajo su techo.
Incluso ahora, lo agitaba hasta la médula.
Este simple beso… nada que un joven imberbe no podría robarle a una
doncella de granja… había causado una explosión en sus venas. Su sangre latía por
el deseo, golpeándolo hasta casi dejarle un tatuaje audible en las sienes que
reverberaba hacia abajo por su cuerpo. Al igual que la descarga de un rayo, la
fiebre se disparó a través de sus huesos, abrasándolo tan ciertamente como el
mismo fuego.
Ella deslizó su mano alrededor de su cuello, otorgándole un mayor acceso
mientras él la arrastraba más cerca, abriendo los muslos de ella mientras se hundía
más en su abrazo. Su excitación aumentó fuertemente en su pantalón, esforzándose
por llegar a ella.
Él rompió el beso para recorrer con la boca lo largo de la línea delgada de su

110 mandíbula, y descendió en el hueco tibio de su garganta. Haven dejó caer la cabeza
hacia atrás, gimiendo suavemente mientras él mordisqueaba la piel tierna. Ella
temblaba entre sus brazos.
―Algo me está sucediendo ―jadeó ella, en un susurro sin aliento que sonaba
entrecortado junto a su oreja―. Algo está pasando…
Sangre de Dios, pero él también lo sentía.
El placer, como una cosa física y viviente, fluía entre ellos. El calor de su
cuerpo se derramaba por todas las partes que tocaba… las yemas de los dedos, la
boca, la piel que ardía en deseos de deshacerse de la barrera de la ropa. Sus manos
patinaban sobre su espalda en senderos de fuego palpitante. Su piel, donde la
saboreaba, le quemaba la lengua como la fiebre. Los vellos de los brazos se
erizaron como si tuviera carne de gallina.
Esto no era mero deseo, sino algo más profundo. Algo incomprensible. La
sensación lo lamió por dentro y por fuera, creciendo hasta que apenas podía
soportarlo.
Y con la sensación llegó la necesidad. Necesidad pura, desenfrenada. Kenrick
se sacudió por su fiereza. Sentía que una necesidad animal surgía en él, una
impresionante necesidad de poseerla… allí mismo, en el suelo de su habitación si
ella se lo permitiera.
Por un instante sin sentido, pensó que ella lo haría.
Ella gemía y se retorcía entre sus brazos, pero luego se dio cuenta de que lo
estaba alejando.
―N-no, por favor. ―Escapó de su abrazo con una mirada de preocupación
en su rostro―. No.
―¿Qué sucede?
Ella miró hacia abajo, desviando la mirada cuando él trató de acercarse a ella.
Cruzó los brazos protectoramente sobre sus pechos y se estremeció más que
encogerse de hombros.
―Mi hombro ―dijo en voz baja, como si la excusa sonara débil, incluso a sus
propios oídos―. Me duele.
Él se sentó sobre los talones, algo de su fiebre se enfrió al saber que pudo
haber estado causándole dolor.
―Lo siento ―dijo, en busca de alguna medida de lógica aunque su sangre
todavía zumbaba de deseo―. ¿Hay algo que… puedo ofrecerte algo para el dolor?
―No. ―No lo miraba―. Creo… creo que deberías irte ahora.
Tenía las mejillas encendidas de color rosa, los labios teñidos de oscuro como
111 las bayas por el apasionado beso que habían compartido. Había una expresión
torturada en sus ojos, eso era evidente para él, aunque ahora ella parecía decidida a
no mirarlo. Y no podía dejar de notar la manera en que se frotaba las palmas de las
manos sobre sus antebrazos como para limpiar su toque de su piel.
¿Entonces, lo encontraba tan desagradable? ¿Pudo haber interpretado tan
groseramente su reacción a su abrazo, a su beso?
Kenrick se levantó sin decir una palabra.
Tal vez era bueno que hubiera ocurrido el incidente.
Era mejor conocer ahora los sentimientos de ella que más tarde. No había
planeado una seducción cuando llegó a su puerta… Dios sabía que no necesitaba
distraerse de su trabajo… pero no era tan tonto como para creer él no habría
aprovechado la oportunidad. Todavía la deseaba, un hecho que le irritaba tanto
como lo desconcertaba.
Cruzó la habitación, obligándose a recuperar la razón y la calma.
Sí, era mejor poner a Haven fuera de su mente ahora… antes de que tuviera
la oportunidad de minar más su cuestionable auto-control.
―Mis disculpas ―dijo mientras levantaba el pestillo de la puerta y salía al
pasillo―. Esto no va a suceder de nuevo.
Cerró la puerta detrás de él, y se juró a sí mismo que esas palabras no eran
nada menos que la fría y estricta verdad.

Haven se sentó en el suelo junto a la chimenea durante un buen rato después


de que Kenrick había cerrado la puerta y se fue. No podía moverse, no confiaba en
sus piernas para sostenerla.
―Oh, fe ―susurró en la cámara vacía―. ¿Qué significa esto?
Continuaba abrazándose ligeramente, sus palmas se movían rápidamente
hacia arriba y hacia abajo por sus brazos, tratando de disipar la extraña sensación
que la había sobrecogido. Sus miembros se sentían como si estuvieran siendo
pinchados ligeramente por decenas de alfileres y agujas. Su cabeza le daba vueltas,
los oídos le zumbaban con el cosquilleo extraño de un sonido, como si un millar de
abejas pulularan dentro de su mente. De hecho, todo su cuerpo parecía vivo y
112 acelerado con el extraño resplandor de la sensación.
Le había sorprendido la rapidez con que la sensación había descendido sobre
ella. Una vez que comenzó, no había podido pensar… casi no podía respirar.
Incluso ahora, a solas en la cámara, no podía comprender lo profundamente que
había sido sacudida por el beso con Kenrick.
Había querido sentir su boca sobre la de ella, a pesar de su vacilación. Había
querido sus brazos alrededor de ella, había querido su toque suave.
A decir verdad, todavía lo quería a él.
Pero este sentimiento primordial que la sostenía en sus garras iba más allá de
cualquier cosa que conocía… superando toda noción de un simple deseo humano.
Este sentimiento era peligroso.
Era de gran alcance y conllevaba un encanto insondable.
Se miró los brazos, hasta donde los escasos y finos vellos dorados se habían
levantado cuando su cuerpo había comenzado a estremecerse por el toque de
Kenrick. Esa escasa telaraña de fibras seguía erizada. Su piel parecía luminosa y
pálida bajo los arañazos dejados por las garras afiladas de la gallina, las delicadas
líneas de sus venas lucían más nítidamente definidas a través de sus muñecas
opalescentes.
Y había algo más, se dio cuenta.
Algo que antes había encontrado curioso y ahora se hacía aún más
inquietante.
Desató los cordones de su vestido y deslizó la prenda por encima del hombro.
El vendaje que le cubría la herida se hizo visible mientras el corpiño se sumergía
bajo el pecho. Haven miró el lino blanco y prístino, contemplando lo que podría
encontrar.
Tenía que saberlo.
Se acercó y levantó uno de los bordes de la venda.
La tela salió con facilidad, ni siquiera sintió el más leve tirón en la piel que
estaba curándose por debajo del vendaje que la misma Haven se había colocado
esa mañana. María había querido ayudarla, pero Haven le había dicho que se
retirara y prefirió hacerlo por su cuenta ya que se sentía más fuerte.
En verdad no había querido que la joven viera lo que había debajo de la
venda. Ella no lo habría entendido. Haven misma no estaba muy segura de qué
hacer con eso. Ahora tenía que saberlo.
Con dedos temblorosos retiró el pañuelo de lino sin teñir.
Lo quitó de la herida tan limpio como había estado esa mañana, como mucho
113 esperaba una mancha leve.
No había ninguna mancha… porque la herida que había sido atroz y casi letal
hace sólo unos pocos días, estaba casi curada.
Capítulo 15
La mañana llegó muy lentamente al día siguiente y Kenrick saludó el
amanecer con un malhumor extraño. Había descansado poco la noche anterior. Ese
sólo hecho habría sido poco notable, salvo que su incapacidad para dormir se
debió menos a su obsesión con el rompecabezas del Cáliz del Dragón que a un
misterio de otro tipo.
El del hechizo que cierta bruja pelirroja estaba tejiendo sobre él.
Ella había ocupado sus pensamientos desde la primera vez que la había visto,
pero tras el beso de ayer… después del abrazo que lo había chamuscado tan
ciertamente como una llama viva… Haven persistía en todos sus sentidos. Lo
atraía como ninguna otra cosa, a pesar de su intención de mantener la distancia.
Un hombre tendría que estar muerto para resistírsele.
114 O muerto, o ser un santo.
Un Santo ciertamente, pensó con ironía, burlándose de su viejo apodo. Eso le
parecía más que nunca una broma.
Sus sentimientos hacia Haven eran cualquier cosa menos santos y el
juramento que le había hecho el día anterior puede haber sonado noble en el
momento, pero ahora sentía que era tan débil como el vapor, y tardaría poco en
ceder y doblar por el corredor que llevaba a la puerta cerrada de su cámara. En vez
de eso, profirió un insulto, tomó las escaleras dando zancadas largas y decididas
mientras salía de la fortaleza y se dirigió hacia el patio interior.
Estaba complacido de que la tarea de ese día lo llevaría lejos de Clairmont
durante varias horas, a pesar de que la tarea sería desagradable. Cuando Braedon y
él habían estado afuera el día anterior, se habían enterado de la presencia de una
banda de jinetes en un pueblo de Devon. El grupo de forajidos había arrasado una
iglesia y saquearon una abadía cercana.
Era una destrucción que no tenía sentido, a menos que uno supiera lo que
buscaban estos bandidos.
Y Kenrick lo sabía demasiado bien.
Por las descripciones que él y Braedon habían recibido, los mercenarios no
podían ser otros que los despiadados esbirros de Silas de Mortaine.
Un séquito de veinte caballeros de Clairmont estaba reunido en el amplio
espacio del patio interior. Una precaución por si las cosas se ponían feas al ir hacia
Devon. Los caballos de los hombres estaban ensillados y esperando, como lo
estaban el corcel blanco de Kenrick y el negro de Braedon. Los caballeros
saludaron la llegada de su lord con rostros serios y con un brillo alerta en sus ojos,
porque sabían que había una buena posibilidad de que hoy cabalgaran hacia una
batalla.
Si Dios lo quería, tendrían esa batalla.
Kenrick rogó para que eso se cumpliera y la enfrentaran, porque hasta que las
cuatro piezas del Cáliz del Dragón estuvieran en sus manos… una hazaña que
quizás nunca podría lograr… la única manera de que Clairmont y sus seres
queridos estuvieran a salvo, era a través de su espada.
Montó justo cuando Braedon salía de la fortaleza.
Ariana estaba con él, y Kenrick podía ver por las sombras persistentes debajo
de sus ojos y las arrugas que surcaban sus labios que ella también era consciente
del objetivo de ese día. Se detuvo junto a la puerta y abrazó a su marido durante
un largo rato, luego asintió en silencio mientras él apoyaba su frente contra la de

115 ella y le susurraba palabras privadas. Se besaron y se separaron. Mientras Braedon


descendía los cortos escalones hacia el patio del castillo, Ariana levantó la mano
para saludar a su hermano con expresión sombría.
―Buena suerte ―dijo articulando las palabras con los labios.
Kenrick inclinó la barbilla en respuesta, luego se puso el yelmo y tomó las
riendas de manos de un escudero. Kenrick miró a Braedon mientras el guerrero
oscuro montaba en su corcel y dio la señal de partida a la comitiva. La veintena de
soldados avanzaron en fila detrás de los dos hombres que cabalgaban uno junto al
otro por debajo de la puerta de reja de la muralla defensiva exterior.
A medida que el ruido de los cascos de los caballos resonaba en el arco
sombreado, Braedon se acercó a Kenrick y le dijo en tono coloquial:
―El incidente de ayer en el gallinero debió ocasionarle un buen susto a tu
huésped.
―¿Haven? ―dijo Kenrick encogiéndose de hombros―. No parecía
excesivamente conmocionada. Todo lo que sufrió fueron unos rasguños, nada más.
―Hmm ―gruñó Braedon―. Me lo preguntaba porque hoy parecía decidida
a esconderse en su habitación. Quizá algo más le ha perturbado.
―¿Quién podría saberlo cuando se trata de esa mujer? ―se burló Kenrick, sin
ganas de mirar el caballero que sonreía a su lado. ―La luz del sol caía a plomo
sobre ellos, mientras dejaban la puerta y llevaban a sus caballos por el camino que
conduce al castillo de Clairmont―. Por lo que he visto, no hay ninguna lógica en
absoluto en ella.
―Tal vez no has mirado lo suficientemente cerca. Las mujeres tienen su
propia lógica, eso te lo concedo. ¡Y qué razonamiento dulce para el hombre que se
esfuerza en entender a su dama!
―No tengo tiempo para entender a Haven. Aquí hay asuntos más urgentes
en juego. Ella no es más que una pieza del rompecabezas que tengo que resolver…
el ataque a Greycliff, y nada más.
―Es una táctica inteligente para adoptar. Sin duda es lógica. ―Braedon
asintió irónicamente―. Pero trata de decirle eso a tu corazón. O en su caso, díselo
al de ella.
Kenrick dejó escapar una carcajada.
―No tenía ni idea de que mi hermana se había casado con alguien tan
romántico. Te aseguro que el corazón de la dama Haven no se preocupa por el mío
más de lo yo apostaría que me preocupa el suyo.
―¿En verdad? ―Había un tono de diversión en la voz de Braedon―. ¿Es por
116 eso que ella mira nuestra partida desde la ventana de la torre?
Kenrick se volvió rápidamente en dirección a él con una mirada interrogante,
en busca de signos de broma. No había burla en ellos, pero había un destello de
suficiencia en los ojos oscuros del caballero y en la sonrisa que contraía la cicatriz
facial en una línea plateada contra la oscuridad en su mejilla izquierda.
―Mira por ti mismo si no me crees. Me atrevería a decir que ella ha estado
rondando por la ventana de su cámara desde el momento en que entraste en el
patio esta mañana.
Con el ceño fruncido, Kenrick giró para mirar detrás de él en dirección a la
torre empinada que se alzaba detrás de los muros protectores de Clairmont. Allí,
en lo alto de la torre de la fortaleza, la ventana de la cámara de Haven que daba
hacia el patio de abajo estaba abierta. Hubo una ráfaga de movimiento dentro de la
habitación a oscuras, una imagen fugaz, pálida y borrosa mientras un brazo
delgado cerraba rápidamente una de las persianas.
Kenrick se volvió hacia la cinta del polvoriento camino que se extendía por
delante.
―Ella me desprecia.
―Eso es más ilógico para tu mente, ¿es así?
―Nay. Eso se debe a una razón. Apuesto a que me gané su desprecio y algo
más después de la última noche.
―¿Ah, sí? ¿Qué hiciste, intimidaste a la pobre chica con más interrogatorios?
―Peor aún. La besé.
Braedon soltó una carcajada que atrajo las miradas de varios de los
caballeros que los acompañaban.
―¿La besaste?
―Hice más que eso, si quieres saberlo.
―Por la sangre de Dios ―dijo Braedon, inclinándose más de cerca para
nadie oyera―. No la forzaste….
―¡Cristo! ―respondió Kenrick horrorizado―. No estoy privado desde hace
tanto tiempo… o soy un depravado, para recurrir a eso. O eso es lo que me gusta
pensar. Cuando se trata de esta dama, con demasiada frecuencia no sé de lo que
soy capaz. Ella provoca cosas en mi cabeza.
―Es desesperante ―suministró Braedon.
―Sí.
117 ―Frustrante.
―Eso también.
Braedon ahora parecía estar disfrutando de una sonrisa un tanto privada, su
mirada estaba perdida más allá del horizonte como si estuviera extraviado en sus
propios pensamientos.
―Es fácilmente la mujer más molesta que hayas tenido la desgracia de
conocer, ¿no?
Kenrick asintió con la cabeza totalmente de acuerdo.
―Sí y sí. Por lo menos, me entiendes.
De nuevo la sonrisa enigmática, sólo que esta vez estaba dirigida a Kenrick.
Braedon se acercó y le dio una palmada en el hombro.
―Oh, te entiendo, hermano. Sin duda más de lo que puedas saberlo.
―Ella se está convirtiendo en un problema para mí…
―A decir verdad, las mujeres son una complicación.
―Sí, bueno, y ésta no ofrece ninguna solución fácil.
―Pensé que disfrutabas de un desafío.
―Me parece que tengo un montón de desafíos sin tener que añadir la
distracción de Haven. ―Guió a su caballo para que rodeara un bache profundo del
camino―. Si te encontraras en mi situación, ¿qué harías?
―¿Quieres decir si estuviera obligado a estar en lugares cerrados con una
mujer que me tienta hasta enloquecerme cuando no estoy buscando maneras de
llevarla a mi cama?
―Precisamente.
Braedon lo miró de reojo, y su boca se estiró en una sonrisa lobuna.
―Por eso es que me casé con ella.
Era difícil compartir la broma de su amigo cuando la solución de los
problemas de Kenrick estaba tan lejos de su alcance.
Casarse con ella. La felicidad conyugal era para las personas como Braedon y
Ariana.
Para Rand y Elspeth.
No para él.
Él no era del tipo de hombre que sueña con días sencillos alrededor de la
118 chimenea en su hogar. No tenía habilidades para entablar relaciones con la gente y
sostener conversaciones agradables. Tampoco tenía la paciencia para sumergirse
en las trivialidades de la vida cotidiana. Su mente anhelaba mayores retos,
misiones más grandes.
Independientemente de lo feliz que veía a su hermana y a su marido… o
incluso de la alegría que había observado entre Rand y Elspeth, Kenrick no podía
imaginar la misma luz brillando un día sobre él.
¿Y en cuanto al amor…?
Bueno, dejen la noción para los bardos y los poetas, para él, el amor era
simplemente el mito más grande de todos: intangible, inconmensurable,
insustancial. Una ilusión que no tenía intención de captar sólo por la fe.
Él era un hombre impulsado por pruebas y evidencias… principios que no le
habían servido de mucho en sus aspiraciones hacia la iglesia y su servicio como
Caballero del Templo.
La fe es un concepto que encontraba difícil de aceptar… como el amor.
Si algo no puede ser cuantificado o pesado o medido, ¿cómo podía existir?
El Cáliz del Dragón era real; la búsqueda del tesoro era todo lo que ahora
realmente podía abrazar. Había dedicado años a encontrarlo, y esa búsqueda
seguiría hasta que la copa estuviera a salvo entre sus manos, o hasta que exhalara
su último suspiro. No podía permitir que los pensamientos lujuriosos… o el
amor… lo distrajeran de su rumbo.
―Debería dejar que se vaya.
No se había dado cuenta de que había dicho las palabras en voz alta hasta
que levantó la vista y vio que Braedon lo miraba.
―Ella no ha recuperado totalmente sus recuerdos sobre el ataque en
Greycliff. ¿No necesitas la información que pueda tener atrapada en lo más
recóndito de sus recuerdos?
―Me las arreglaré sin eso.
―Cuando te la llevaste a Clairmont, eras inflexible sobre el hecho de que
necesitabas lo secretos que ella podría guardar.
―Y ahora te digo voy a estar mejor sin ella bajo mis pies. Se ha convertido en
una distracción no deseada.
―Apuesto a que no es no tan deseada.
―Razón de más para que se vaya de una vez.
―Ah, por supuesto. ―El tono de Braedon sugería una irónica diversión―. ¿Y
119 supongo que esto tiene un sentido lógico para ti?
Kenrick lo miró por encima del hombro, muy consciente de que estaba
arrinconándose a sí mismo con toda esta charla de mujeres y sentimientos.
―Me alegro de mantenerte entretenido, hermano, pero el viaje a Devon
pasará mucho más rápido si dejamos nuestra charla, y en vez de eso, miramos el
camino.
La sonrisa de Braedon se ensanchó.
―No veo ningún problema en eso. Puedo montar y hablar al mismo tiempo.
¿Tú no puedes?
Pero Kenrick ya estaba dándole a su montura un golpe de espuelas, dejando
que la partida de caballeros se adelantara por su cuenta.
La última cosa que necesitaba en la salida de hoy era distraerse con
pensamientos sobre Haven y lo que debía o no hacer con ella. Acostarse con ella,
casarse con ella… tampoco era una solución que estaba dispuesto a contemplar, a
pesar de que ambas idean lo tentaban un poco. Pero Kenrick cerró su mente y se
concentró en la tarea que tenía entre manos.
Esa tarea se tornó más absorbente mientras pasaban las horas del viaje y la
partida a caballo llegaba al tranquilo pueblo de Devon.
La ciudad era un pequeño burgo de granjeros ubicado en el medio de un
valle poco profundo, no tenía una fortaleza para protegerla. Un puñado de chozas
y cabañas se alineaban en el camino a ambos lados, eran edificios bajos hechos de
madera oscura, adobe y barro.
Los humildes pobladores salieron de sus casas y de los campos para saludar a
la comitiva, sus expresiones preocupadas se mezclaban con otras esperanzadas y
vacilantes mientras la partida de caballeros armados avanzaba entre ellos.
Kenrick los saludaba con un asentimiento de cabeza mientras pasaba
cabalgando, un saludo sobrio para hacerles saber que no había nada que temer de
esta banda de desconocidos ataviada para la guerra. Se dirigió con su séquito a
medio galope hacia la parte central de la población en la que se encontraban la
capilla y la abadía.
Nada parecía estar fuera de lugar hasta que Kenrick y su compañía se
acercaron a la pequeña iglesia de piedra y las habitaciones de los monjes. La gruesa
puerta de roble de la capilla estaba completamente cerrada, pero tenía unas
profundas ranuras causadas por la hoja de un hacha de batalla. Su pestillo de
hierro había sido destrozado y arrancado de sus goznes, su escasa seguridad había
sido violada por los invasores que habían pisoteado tan descuidadamente este
120 suelo sagrado.
Fueron recibidos por un sacerdote de mediana edad, cuyo rostro amable y
manos pálidas mostraban signos de la lucha recientemente soportada. Otros
hombres de la aldea tenían similares raspaduras defensivas y cortes, y todos
parecían listos para luchar de nuevo por si fuese necesario.
―Buenos días ―dijo Kenrick cuando el hombre santo y dos de las personas
del pueblo se acercaron. Él realizó rápidamente las presentaciones y luego se lanzó
directamente al asunto en cuestión―. ¿Qué me puede decir acerca de los hombres
que hicieron esto?
El sacerdote sacudió la cabeza en forma sombría.
―Había varios de ellos… cinco, si conté correctamente. Estaba demasiado
oscuro para lograr ver su aspecto y no se quedaron mucho tiempo.
―¿Alguien fue herido?
―Nay, mi señor. No parecían empeñados en asesinar, gracias a la
Providencia.
―Ellos eran demonios, si me pregunta ―interrumpió uno de los hombres del
pueblo―. ¿Quién más podría viajar en plena noche y saquear un lugar de culto?
―¿Qué se llevaron?
―Somos una parroquia pobre, milord ―dijo el sacerdote―. Hay pocas cosas
de valor para tener en nuestra pequeña capilla, salvo una cruz de oro que estaba
emplazada en nuestro altar. Lamentablemente ahora ha desaparecido.
Kenrick estudió al hombre santo y el lamentable estado del lugar.
―Me gustaría mirar por los alrededores.
―Como usted desee, milord. ―El sacerdote hizo un gesto hacia los terrenos
de la iglesia y encabezó la marcha―. Si gusta, le mostraré el sitio donde estaba la
cruz en la capilla.
Kenrick se quitó los guantes y desmontó. Se detuvo y giró para impartir
órdenes en voz baja a un puñado de sus hombres.
―Continúen cabalgando y busquen en el área circundante. Avísenme si
encuentran algo.
Media docena de caballeros se agruparon y se desplegaron para cumplir con
su mandato.
Braedon saltó de su caballo, su expresión de entendimiento era sombría
mientras se acercaba a Kenrick.

121 ―Esto tiene que ser el trabajo de le Nantres.


―No puedo pensar en nadie más, excepto el mismo Mortaine.
Los labios de Braedon se curvaron en una mueca casi animal.
―Silas prefiere no ensuciarse las manos con pequeñas incursiones y robos.
Sin embargo, Draec no tiene tantos reparos. Nada está por debajo de su alcance.
Él lo sabía mejor que la mayoría, pensó Kenrick al ver el destello de animosidad
en los ojos de su cuñado. Braedon una vez había estado asociado con Draec le
Nantres, a pesar de que eso fue hace muchos años. Draec había sido un amigo
íntimo del guerrero antes conocido como “El Cazador” hasta que la codicia por el
Cáliz del Dragón había fomentado la traición que al final había derramado mucha
sangre y ocasionado muchas muertes. Braedon apenas había escapado a la
masacre; la mayor parte de los caballeros que lo acompañaban no fueron tan
afortunados.
Fue de nuevo le Nantres, apenas hace tres meses en Francia, quien en su
incesante búsqueda del tesoro del Cáliz, causó que Ariana terminara yaciendo
herida y moribunda en los brazos de Braedon. Ellos habían necesitado un milagro
para salvarla, y entonces, por lo que sólo podría ser explicado por la magia del
propio Cáliz, habían recibido uno. Kenrick era demasiado práctico para pensar que
podrían ser tan afortunados de nuevo.
―Por aquí, señores ―los llamó el sacerdote desde las puertas de su iglesia
cubiertas con cicatrices.
Kenrick y Braedon lo siguieron, dejando al resto de los hombres en el exterior
montando guardia.
La capilla estaba silenciosa y oscura, iluminada solamente por las llamas de
una docena de velas que ardían en un modesto candelabro de hierro en la nave. El
mantel del altar estaba quemado en un extremo, pero había sido cuidadosamente
alisado y se había reemplazado la parte quemada. El sacerdote hizo una
genuflexión y luego se dirigió serenamente hacia el frente de la capilla.
―Estaba aquí, ¿ven? ―Señaló el centro vacío en el altar, su cabeza tonsurada
se sacudía ligeramente con remordimiento―. No soy un hombre que se deje llevar
por las cosas materiales, pero esta cruz fue un regalo especial para nuestra humilde
parroquia, lo que hace que su pérdida sea la más preocupante. La cruz nos fue
regalada por el abad del Monte San Michel hace unos años.
Un nudo frío comenzó a formarse en las entrañas de Kenrick ante la mención
de la abadía en la isla de la costa sur de Inglaterra.
―Esa fue la única cosa que los bandidos robaron. ¿Pueden ustedes imaginar
122 una cosa así?
Sí, él podía.
El Monte de San Michel había sido el lugar donde Silas de Mortaine obtuvo la
primera parte del Cáliz del Dragón, Avosaar, la Piedra de la Prosperidad.
No parecía ser una coincidencia que ahora sus secuaces hubieran robado un
artefacto relacionado con ese lugar sagrado. No era la primera vez, y Kenrick se
maldijo por su prolongado encarcelamiento que le costó gran parte de su trabajo
sobre la tradición del Cáliz. Y el hecho de haber perdido sus hallazgos a manos de
Mortaine y su alma secuaz, Draec le Nantres… hacía que sus pensamientos
hirvieran en su interior como un veneno.
Con el ceño fruncido por la locura de sus errores del pasado, Kenrick dirigió
una mirada en dirección a Braedon. Habló en voz baja, haciendo una pausa para
alejarse del altar y estar fuera del rango de audición del clérigo.
―Estas incursiones tenían un propósito y este robo no fue en absoluto al azar.
―No ―estuvo de acuerdo Braedon―. ¿Cuánto tiempo crees que les tomará
encontrar el camino que los llevará a más partes del tesoro?
―Cuando ellos buscan de este modo… saqueando cada abadía y capilla en el
reino… sólo pueden contar con la suerte para guiarlos.
―Tarde o temprano, hasta un tonto acertará. Estos no son tontos.
―Pero ellos están desesperados y la desesperación hace que un hombre se
descuide. Su descuido nos dará tiempo para interceptarlos antes de que
encuentren otra de las piedras.
―¿Cuánto tiempo?
―Una semana o dos. ―Kenrick siseó un juramento entre los dientes
apretados―. Probablemente eso no sea suficiente.
―Esa es una ligadura delgada en la que atar una esperanza.
―Ciertamente es delgada, pero es todo lo que tenemos en este momento, mi
amigo.
―¿Y si tal como sospechas, tienen la clave que escondiste en Greycliff?
¿Cuánto tiempo más?
Su estado de ánimo se tornaba cada vez más sombrío, por el momento,
Kenrick no tenía una respuesta para esta pregunta inevitable. Pero no tuvo la
oportunidad de pensar en ello porque desde el exterior de la puerta abierta de la
capilla llegó el sonido del traqueteo constante de los cascos de un caballo. Uno de
sus caballeros entró trotando al interior de los confines oscuros de la iglesia con la
urgencia escrita en la línea tensa de su boca.
123 ―¿Qué has encontrado?
―Un campamento, mi señor. Parece haber sido utilizado recientemente.
Kenrick avanzó a lo largo del pasillo de la capilla con cada uno de sus
músculos preparados para la confrontación.
―¿Dónde está?
―No muy lejos del pueblo, en un bosque al oeste.
―Muéstramelo.
Con Braedon cerca, Kenrick siguió a su hombre hasta los caballos que
esperaban afuera. El grupo montó y partió al galope en dirección a una línea de
pinos y robles a corta distancia de la plaza del pueblo.
Tal y como el joven caballero había dicho, parecía que el campamento había
sido recientemente abandonado. Y con cierta prisa, pensó Kenrick mientras
desmontaba de un salto para inspeccionarlo. Aunque parecía poco probable, tal
vez sus ocupantes habían huido en medio de una lucha. La tierra pisoteada tenía
las cicatrices de los cascos de los caballos, las hendiduras profundas de las bestias
de crianza y la refriega caótica del espoleo de las botas.
Braedon también desmontó y se agachó en cuclillas cerca de los restos
todavía humeantes de la pequeña fogata. Cogió un palo y lo clavó en las brasas
humeantes.
―Ellos acaban de irse. A lo sumo hace una hora.
Kenrick se pasó una mano por el cabello, casi sin poder reprimir un
juramento airado.
Estuvieron tan cerca.
El hecho de que se le habían escapado por apenas un instante raspaba contra
la lógica que le aseguraba que no podían haber llegado a tiempo.
―Hay sangre aquí ―comentó como al pasar, su mirada siguió un rastro de
gotas oscuras que manchaban la arena pisoteada del perímetro del campamento―.
Al menos uno de ellos está herido. Y por las huellas que dejaron, parece que la
partida se dividió y cabalgaron en direcciones separadas.
Kenrick giró la cabeza para escudriñar las áreas periféricas más allá del claro
del pequeño bosque en busca de nuevas señales de la partida de los bandidos.
Pudieron haber tomado cualquiera de los caminos que atravesaban los bosques de
coníferas imponentes, aunque ninguno habría sido un escape fácil.
124 ―Podríamos dividirnos y tratar de alcanzarlos. ―Braedon se puso de pie y se
encontró con la mirada de Kenrick―. Las heridas los retrasarán y todavía tenemos
unas cuantas buenas horas de luz. Incluso sin la ayuda de mis viejas habilidades
puedo encontrar un rastro si está fresco.
Kenrick no lo dudó. Braedon le Chasseur… una vez conocido como “El
Cazador” por su asombrosa habilidad para rastrear y recuperar cualquier cosa o
cualquier persona que había desaparecido… no alardeaba cuando se trataba de su
don. A pesar de que había perdido sus habilidades los pasados últimos meses,
todavía era un formidable guerrero.
Pero por mucho que Kenrick disfrutara de la idea de capturar a cualquiera de
los secuaces de Mortaine, sentía que sus esfuerzos estarían mejor invertidos en
otros lugares. El descubrimiento en la iglesia del pueblo le había dado otra idea.
Una que quizás podría ubicarlo unos pasos más cerca de reclamar una de las dos
restantes piedras del Cáliz.
―¿Le digo a los hombres que se preparen para montar? ―preguntó Braedon,
irrumpiendo en la concentración profunda de Kenrick.
―Sí. Montemos pero en dirección a Clairmont, no emprendamos una
persecución en la que bien podrían nuestros enemigos estar esperándonos.
Braedon le dirigió una mirada burlona, sus cejas oscuras se unieron al fruncir
el ceño. Él era un hombre de acción; sin duda sus manos le escocían ante la posible
confrontación después de estar todo un día buscando a los hombres de Mortaine.
Las de Kenrick también lo hacían, pero era paciente, calculaba el valor de una
escaramuza satisfactoria en comparación con el beneficio del tiempo que podría
utilizar para obtener una pista más firme sobre el Cáliz del Dragón.
Muy probablemente Braedon reconoció la dirección de sus pensamientos.
Aunque era rápido para reaccionar, el guerrero era razonable cuando tenía que
serlo y confiaba en el juicio de Kenrick. Eso estuvo muy claro cuando le respondió
con un guiño de aprobación.
―Volvemos a Clairmont ―dijo, luego se volvió y gritó la orden al resto de
los caballeros que aguardaban de pie esperando órdenes.
Con Kenrick en su corcel blanco a la cabeza, el séquito se dispuso a alejarse
del claro.

125
Mientras la partida montaba y regresaba a la carretera, un par de ojos
penetrantes observaban cautelosamente en silencio desde las profundidades de la
cubierta del bosque. La gran figura combinaba bien con la oscuridad que la
rodeaba, ayudada por el traje gris y un rostro entrecano por el crecimiento de la
barba.
Aguardaba silencioso como una tumba y tan inmóvil como piedra.
Observaba con una mano enroscada alrededor de la empuñadura fría de su
espada. El arma había sido desenvainada sin un sonido, la mantenía baja pero lista
para golpear con un propósito rápido y letal.
Cada respiración que tomaba era medida y sin prisas.
Todo en él revelaba la calma de la razón y la paciencia serena de la misma
muerte.
Todo, excepto sus ojos, que ardían como las brasas de un fuego con mucha
leña… ardiendo silenciosamente a la espera de la oportunidad para encenderse y
consumir todo a su paso.
Capítulo 16
Kenrick ignoró los primeros golpes ligeros en la puerta de su habitación. Se
había enclaustrado en los cuarteles de su torre al regresar a Clairmont, sabiendo
con un renovado sentido de la claridad, la cantidad de trabajo que tenía por hacer
y el poco tiempo que tenía para hacerlo. Los hombres de de Mortaine se estaban
acercando. Estaban desesperados, si la desolación que había visto ese día era una
indicación de ello.
Toda su búsqueda eventualmente los llevaría a Clairmont.
Parte de lo que buscaban estaba aquí, en la fortaleza de Kenrick, y no le
tomaría mucho tiempo a Draec le Nantres darse cuenta de eso una vez que se
enterara que Kenrick, Ariana y Braedon habían escapado de Francia sanos y salvos
hacía unos meses.
126 Ignorando los golpes ocasionales que sonaban en su puerta, Kenrick continuó
transcribiendo sus habituales conjuntos de figuras y diagramas. Por lo general, su
silencio era indicación suficiente para los sirvientes de que no deseaba ser
molestado. Esta noche, el paje o la fregona que esperaba en el pasillo estaba poco
dispuesto a darse por aludido.
Más fuerte y persistente, sonó otro golpe en el espeso panel de madera de
roble.
―No quiero ser molestado ―gruñó al fin con impaciencia, mordiendo cada
sílaba al pronunciarlas.
Para su disgusto y sorpresa, el pestillo de la puerta que no estaba cerrada
empezó a moverse. Irritado, Kenrick levantó la vista de su trabajo en el escritorio,
mientras la puerta se abría, gimiendo sobre sus goznes.
―No viniste a la sala esta noche. Pensé que tendrías hambre.
Cualquier impaciencia que sintió por la intrusión se perdió en el momento en
que vio que era Haven quien estaba de pie en la puerta de su cámara. Sostenía una
bandeja de comida y un decantador de vino delgado. Los aromas de carne asada y
crema de verduras flotaban en el ambiente.
―¿Qué es eso?
―La cena, si es que la deseas.
―La cena ―reflexionó, dejando su pluma―. Este es un regalo inesperado.
Después de la forma en que quedaron las cosas entre nosotros ayer, no creía que te
importara si me muero aquí de hambre.
―Si no la quieres… ―comenzó a salir al pasillo.
―Nay, no te vayas. ―Kenrick se levantó de su escritorio y lo rodeó
colocándose al frente―. Aprecio tu consideración, Haven. Y parece que después de
todo, tengo apetito.
Le señaló el lugar donde podía dejar la bandeja y esperó mientras ella
obedecía, luego se inclinó sobre la gran mesa e inspeccionó con aire casual lo que
ella le había traído.
La bandeja contenía una variedad tentadora de alimentos de la cena: un
pedazo grande de carne de res bañada con salsa, judías verdes y cebollas gruesas
con una rica salsa de crema, un trozo de queso, media hogaza de pan y una jarra
de vino caliente y especiado. Kenrick removió la gran cantidad de comida con el
cuchillo que Haven había traído. Metió el cuchillo delgado en un pedazo de carne
y lo llevó hasta su nariz. Olía como debía ser, rico en hierbas y cocido a fuego lento
en jugos. No notaba nada más allá de la habitual salsa elegante del cocinero.

127 Todo en la fuente le parecía aceptable. Nada parecía estar fuera de lugar.
Kenrick tomó la vasija de vino y vertió un poco en una copa vacía posada en
el borde de su escritorio. El vino se arremolinó en la parte inferior de la jarra, rojo,
fragante de hierbas especiadas y ninguna otra cosa más.
―Confío en que todo cuente con tu aprobación. ―Él se dio cuenta
tardíamente de que Haven lo observaba con una mirada burlona, como si se
sintiera un poco insultada―. Traigo una ofrenda de paz pero la examinas como si
pensaras que podría envenenarte.
Kenrick se encogió vagamente de hombros mientras dejaba la copa de vino
de nuevo sobre la mesa.
―La desafortunada fuerza de la costumbre.
―¿Ah, sí? ―le preguntó arqueando una ceja de color ámbar oscuro―. ¿Y en
quién confías menos con tu estómago, milord… en el cocinero, o en mí?
Él miró su sonrisa burlona y le dedicó una sonrisa irónica.
―Digamos que un hombre aprende a ser cuidadoso cuando se pasa la mitad
del año en la prisión de un enemigo. La única cosa menos agradable que las palizas
diarias era la comida rancia que me vi obligado a ingerir. Podría haber ingerido
alegremente una dosis de veneno en los cuencos de gachas llenos de gusanos que
de Mortaine me suministraba.
Su tono era ligero, pero en verdad, realmente no quería pensar en sus meses
de cautiverio en el extranjero. Desde luego, no quería discutir con Haven la tortura
interminable y el aislamiento que había tenido que soportar.
―Lo siento ―dijo ella en voz baja, ofreciendo simpatía que él no quería o
necesitaba.
Kenrick se encogió de hombros.
―Sobreviví.
Volvió su atención con impaciencia a la bandeja de comida.
La comida que ella le trajo era una dolorosa tentación para su estómago
vacío, por lo que comenzó a comer.
―Te agradezco por la cena ―le dijo mientras devoraba un trozo suculento de
carne vacuna―. Voy a llevar la bandeja de regreso a la cocina cuando pase por allí.
Era un despido abrupto, uno al que se sentía un poco reacio mientras Haven
permanecía de pie delante bajo la brillante luz que provenía del fuego en la
chimenea de la cámara. Su rostro bonito y el cabello castaño rojizo brillante estaban
cubiertos con cálidos tonos dorados, sus ojos verdes brillaban como piedras
preciosas. El sencillo vestido que llevaba parecía deslizarse sobre su figura,
128 sugiriendo las suaves curvas de los hombros y sus pechos, y acariciando el suave
afloramiento de sus caderas.
Ella era una imagen sumamente atractiva.
Era demasiado, los pensamientos sobre ella nunca se alejaban del alcance de
su mente. Verla ahora, a solas con él en sus habitaciones privadas después de un
largo día en el camino, aceleraba esos pensamientos rápidamente y sobre todo lo
distraían de sus cálculos.
Desde donde ella estaba parada, no estaban a más de un brazo de distancia.
Menos, si él tomara la mano delgada que en ese momento estaba recorriendo un
nudo de la madera en el borde de su escritorio, y hubiera tirado de ella hacia él.
Más allá de ella, a la derecha, a unos cinco pasos largos, había un banco tapizado
situado cerca de la chimenea. Más allá de eso, había exactamente otros nueve pasos
hasta el umbral de la habitación contigua, donde estaba su gran cama.
Había menos de una veintena de pasos entre Haven parada ansiosamente
cerca de la puerta y Haven yaciendo debajo de él en una nube de pieles de marta y
colchas suaves.
Unos momentos después, él podría tenerla sin lazos y desvestida,
gloriosamente desnuda.
¡Maldición y maldición!
Maldiciendo esa proclividad importuna para ver patrones y soluciones con
cada mirada, con un gruñido de frustración, Kenrick cogió la copa de vino y se la
bebió de un solo trago.
―Debe ser difícil para ti.
Haven lo estaba mirando fijamente en forma interrogante, y por un momento
se preguntó si las malvadas cavilaciones de su mente se habían trasuntado en su
rostro.
―Veo que todavía te preocupa… tu encarcelamiento. Y pensar que estuviste
allí medio año. Debe haber sido insoportable.
―Eso no fue lo que yo, ah… ―Se aclaró la garganta―. Aye, bueno. Al
principio fue peor, después de un tiempo, un día se fundía en otro.
―Pero soportar todo ese tiempo, sin tener nunca la certeza de qué día podría
ser el último…
―¿No es eso lo que significa nacer y vivir… perdurar en nuestra existencia
sin saber cuándo podría llegar el final? ―Él se permitió bromear y sonreír
cínicamente cuando ella lo miró con el ceño fruncido―. De todos modos, me di
cuenta desde el principio que mi captor no quería verme muerto tanto como quería
129 verme aflojar mi lengua. Y debilitar mi mente.
―¿Por qué haría eso?
―Porque yo tenía la información que necesitaba.
Su mirada se deslizó a la variedad de papeles, mapas y escritos que cubrían
su escritorio.
―¿Se la diste?
―Logró obtener parte de lo que buscaba… demasiado, lamentablemente…
pero no todo.
―Y lo que sea que temes que se perdió en Greycliff ―dijo Haven―, ahora le
ayudara a llegar al Cáliz del Dragón.
Kenrick encontró la mirada demasiado astuta que ella le retribuyó,
cuidándose de mantener un aire indiferente y casual.
―Te lo dije, el Cáliz del Dragón es un mito.
―Sí, eso es lo que me dijiste. ―Sin parpadear, se acercó a él―. Gran parte de
mi memoria se quemó aquella noche, pero ¿crees que la fiebre me robó también
todo el buen sentido?
Ante su respuesta silenciosa, ella dejó escapar un suspiro fuerte y sacudió la
cabeza.
―Los hombres que mataron a tus amigos fueron allí por una razón. Me has
preguntado qué es lo que estaban buscando, pero creo que ya lo sabes. ¿Por qué
fueron asesinados Rand, Elspeth y sus hijos, Kenrick? Dime qué es lo que les costó
sus vidas esa noche.
―Yo lo hice ―respondió, expresando su pesar en voz alta por primera vez.
La carga que nunca le había parecido tan pesada―. Están muertos por mi culpa.
―¿Qué pasó?
Kenrick sintió que su boca se retorcía en una mueca irónica.
―Antes de que fuera capturado por Silas de Mortaine, serví como Caballero
del Templo de Salomón Mis deberes con la orden involucraban el reportar sobre
varios sitios sagrados… y comunicar sobre supuestos milagros y otros sucesos
inexplicables en Inglaterra y en el extranjero. Estos informes, supe más tarde,
habían sido encargados por uno de los más influyentes y peligrosos mecenas de la
Orden.
―¿Silas de Mortaine? ―adivinó Haven.
Kenrick asintió.
―Él estaba pagando generosamente por mi trabajo y una vez que escuché la
130 primera mención sobre el Cáliz del Dragón… una copa encantada y maldita
partida en cuatro pedazos esparcidos por el reino… me di cuenta que mis
hallazgos eran informes menos inofensivos que unos mapas detallados que
podrían ayudar a Mortaine a reclamar el tesoro.
―¿Qué hiciste?
―Tenía mis reparos respecto de mis superiores y de Mortaine y no divulgué
mucho de mi trabajo. Ellos sabían que él era un hombre despiadado, con un poder
sin obstáculos, pero estaban disfrutando demasiado de sus contribuciones como
para alejarlo. Me ordenaron que le presentara mis hallazgos o sería expulsado de la
Orden. No era la primera vez que mis ojos se habían abierto ante la codicia y la
duplicidad de mis camaradas. Pero juré que sería la última.
―Así que dejaste a los templarios.
―Sí, me fui esa misma noche, con la totalidad de mi trabajo, así que regresé a
casa a Clairmont… hace poco más de un año y emprendí mi propia búsqueda del
Cáliz.
―¿Qué hay de Rand?
―Poco después de mi regreso a Inglaterra, no mucho antes de que fuera
capturado y encarcelado por de Mortaine, confié a Rand una pieza crucial de mis
hallazgos. Era un sello de metal: Dos anillos entrelazados con una pequeña cruz en
el centro. Aunque no sé cómo podrían usarse, estoy seguro de que es una clave
para encontrar otra de las piezas del Cáliz.
―¿Otra? ―Haven frunció el ceño ligeramente, mirándolo expectante y en
silencio.
―Aye ―dijo él―. Silas ya ha recuperado una de los cuatro.
Era una triste verdad, y una que esperaba le ayudara a cubrir su descuidado
desliz.
Había sólo dos partes del Cáliz del Dragón que aún no se habían encontrado.
La otra residía en este mismo torreón desde el rescate de Kenrick hacía dos meses
atrás. La copa de oro que lleva la Piedra de Luz, o Calasaar por su nombre Anavrin,
actualmente custodiada bajo la estrecha vigilancia de Kenrick.
Era demasiado tarde para hacer que pareciera un esfuerzo subconsciente y
Kenrick se acercó y comenzó a organizar su trabajo, arrastrando los diagramas y
las notas cifradas hasta formar una pila ordenada. Les dio vuelta, colocándolos
boca abajo sobre la mesa.
La expresión de Haven era suave y comprensiva.
―No voy a traicionar tu confianza, Kenrick. No tienes que ocultarme tu
131 trabajo.
―Simplemente elimino la tentación. Has escuchado demasiado. Confía en mí
cuando te digo que es mejor que no sepas nada más de lo que está contenido aquí.
Demasiadas vidas se han perdido. Y sin duda muchas más se desperdiciarán antes
de que esto termine.
Ella absorbió la noticia con una mirada circunspecta.
―No tenía idea de que los dibujos y las palabras podían ser tan peligrosos.
―Lo suficientemente peligrosos para derrotar a reyes ―respondió Kenrick―.
Tal vez a reinos enteros.
―¿Es eso lo que busca Silas de Mortaine, reclamar el trono de un rey?
―Quiere el poder. Riqueza. Inmortalidad. Todo lo que promete el Cáliz del
Dragón. Y está siendo ayudado por fuerzas que están casi más allá de la
comprensión ―expresó Kenrick con un tono más serio.
―¿Qué estás diciendo?
―Los hombres que le sirven… animales cuyo origen sólo puede ser la marca
más oscura de la magia… no tienen respeto por la vida humana. Tampoco él.
La mirada de Haven había adquirido una cualidad encantada mientras él
hablaba. De alguna manera, ella parecía desvanecerse, la luz de las velas titilaba en
unas pupilas ciegas que iban creciendo contra la tonalidad esmeralda pálida de sus
ojos. Ella parecía estar un poco inestable.
Kenrick se acercó a ella, sosteniéndola de un brazo en un apretón suave pero
firme.
―¿Qué sucede?
Ella parpadeó como si quisiera despejar un pensamiento que la había tomado
desprevenida.
―No lo sé. Algo que dijiste me resultaba familiar…
―Estás recordando cosas, ¿no es verdad?
Una expresión incómoda se deslizó por su rostro.
―N-no estoy segura. Algunas cosas parecen tan cerca de la superficie…
detalles fugaces, palabras, rostros… sin embargo otras cosas bailan justo fuera de
mi alcance. No puedes saber lo frustrante que es no saber nada más que tu nombre
y unos escasos detalles de un pasado que parece tan incompleto, tan desconocido.
―Dale tiempo, Haven. Todo regresará de nuevo, estoy seguro.
Ella asintió, bajando la mirada hacia sus manos, que habían empezado a
132 juguetear con la larga cola del cinturón trenzado que rodeaba sus caderas.
―En verdad, es en parte por eso que estoy aquí esta noche. Quería hablarte.
―¿Ah, sí?
―Me dijiste que una vez que cuando yo estuviera más fuerte, me dejarías ir.
―Ante su gruñido, ella se apresuró a decir―: Mi hombro se está recuperando bien
y mi memoria, como has dicho, seguramente se restaurará con el tiempo. Me dijiste
que cuando estuviera mejor, me proporcionarías un caballo y escolta para que
pudiera regresar….
―Eso está fuera de discusión.
―… volver a donde pertenezco ―terminó ella, dejando caer el extremo del
cinturón y mirándolo ahora con el ceño fruncido―. ¿Cómo puede ser algo fuera de
discusión? ¿Me hiciste o no esa promesa?
―La hice.
―¿Y ahora vas a romperla?
―Ha habido avances en los últimos tiempos. Los atacantes de Greycliff están
en movimiento. Han dejado un rastro de muerte y destrucción detrás de ellos y
ahora se están acercando a Clairmont.
Ella comenzó a caminar, la preocupación estaba grabada en su frente.
―Razón de más para que me vaya. Si estoy en peligro en algún lugar, sin
duda es aquí. No quiero quedarme esperando a que me encuentren. Puede que no
sobreviva por segunda vez.
―Nada te hará daño aquí.
―¿Cómo puedes estar seguro de lo que has dicho? Tú mismo dijiste que esos
hombres son peligrosos. Que no se detendrán ante nada para conseguir lo que
están buscando.
―Aye.
―Entonces, ¿cómo puedes saber que estoy a salvo aquí?
Kenrick se acercó a ella, deteniéndola en medio de otro paso más agitado. Le
cogió la barbilla terca y le dio vuelta suavemente a su cara en dirección a la suya.
―Estás a salvo porque yo te protegeré. Con mi brazo de la espada y mi vida,
Haven. Nadie te hará mal, sin antes pasar a través de mí. Y no voy a permitir que
eso suceda. ¿Entiendes?
Ella cerró los ojos, las pestañas de color marrón oscuro sombreaban sus
mejillas sonrojadas.

133 ―Eres el único que no entiende. Tu protección es otro tipo de amenaza para
mí.
―Me ofrezco voluntariamente, sin que pagues un precio, ahora o más tarde.
―Lo sé. ―Cuando levantó los párpados, atreviéndose lentamente a encontrar
su mirada, sus ojos verdes ardían con un fuego verde―. Y eso es precisamente por
lo que eres una amenaza para mí, Kenrick. Me temo que eres una amenaza para mi
corazón.
Kenrick exhaló un juramento que era tanto de desconcierto como una
blasfemia. Con gran esfuerzo, a pesar de que quería atraerla contra sí, sostuvo a
Haven lejos y buscó sus ojos en busca de respuestas.
―¿Qué me has hecho, milady? Te veo y estoy hechizado. Te toco y quiero
poseerte. Sangre de Dios, pero cuando te beso me siento… por primera vez desde
hace mucho tiempo, me siento…
―Vivo ―susurró ella, como conociendo sus propios pensamientos. Él
sostuvo su cara entre las palmas de las manos, aturdido por la intensidad de la
emoción que brillaba hacia él a través de sus ojos.
―Sí. Vivo. ―La tocó tiernamente, pasó sus dedos por sobre la suavidad de
seda de la mejilla y la frente, recorriendo el elegante arco de sus cejas―. Entonces
―murmuró, con las emociones agitándose en su interior―. ¿Qué vamos a hacer,
milady?
Ella apretó su mejilla contra su pecho.
―No lo sé. Por favor, comprende que no puedo quedarme aquí. No por más
tiempo.
―¿A dónde, entonces? ¿A Cornwall? ¿Qué es lo que te espera allí?
―¡No sé… no lo sé! ―Se lanzó contra él, como si quisiera apartarlo de su
corazón mientras lo empujaba con sus brazos―. Pero no pertenezco a este lugar.
Esto es todo lo que sé. Lo siento.
―No. Lo que sientes es miedo. No hay nada aquí que pueda lastimarte.
Ella sacudió la cabeza y trató de alejarse de él yendo hacia la puerta.
―Lo siento. Tengo que irme.
Él la dejó avanzar y antes de que llegara a levantar el pestillo, dio tres
grandes zancadas y estuvo parado directamente detrás de ella. Apretó la palma de
la mano contra la madera áspera de la puerta, cerrándola, sin encontrar mucha
resistencia.
134 Ella no lo miró de frente. Se quedó inmóvil donde estaba, su columna
vertebral estaba rígida delante de él, su respiración era rápida y superficial.
Kenrick puso su mano libre entre ellos y recorrió la onda en espiral de un mechón
de su cabello. La acarició suavemente, sólo deseando calmarla.
Nay, en verdad quería hacer algo más que calmarla. Mucho más.
Aspiró el aroma de ella, su voz fue baja y áspera mientras le hablaba muy
cerca de su oído.
―Deseas irte y te he prometido que puedes hacerlo. Ahora encuentro que no
tengo deseos de dejarte ir.
―Kenrick ―susurró ella, en poco más que un suspiro―. Por favor…
Él pasó su mano a lo largo de la delicada línea de su hombro y la bajó por su
brazo delgado. La mano de ella todavía estaba en el picaporte. Envolvió sus dedos
alrededor de los suyos y la persuadió para que los aflojara.
―Te mantendré aquí para saber que estás a salvo… que podré protegerte…
pero eso es sólo una verdad a medias. Te mantendré aquí porque es lo que deseo.
Te deseo, Haven.
―No ―dijo ella en apenas un susurro.
Él habló por sobre su débil protesta, con la intención de librarse de la carga de
la sensación que lo había estado embargando durante días. Desde que Haven había
entrado tan inesperadamente su vida.
―Me intrigas más que cualquier mujer lo ha hecho antes… más que
cualquier otra cosa que he conocido. Me has hechizado con una marca de magia,
milady. ―Una risa burlona silbó entre dientes―. Me gusta pensar que soy un
hombre con algo de razón, pero toda mi lógica se desparrama cuando se trata de ti.
Odio esta debilidad que has puesto en mí, pero está ahí, y que me aspen si puedo
negarla.
Ella dejó caer la barbilla, presionando su frente contra la puerta gruesa de
roble que impedía su salida. El suspiro que se escapó de sus labios podría haber
sonado a derrota si luego no se hubiera dado vuelta lentamente. Su mirada
esmeralda detrás de sus párpados pesados estaba iluminada con un fuego que
agitaba su núcleo.
―No puedo dejar que te vayas, Haven. ―Inclinó su cabeza hacia la de ella,
con los ojos fijos en la chispa verde que lo persuadía a acercarse más mientras la
boca de ella temblaba una protesta silenciosa. Kenrick la acarició con sus dedos a lo
largo de sus mejillas, su lenta caricia se posó en la sedosa suavidad de sus labios
135 entreabiertos―. Quiero que te quedes, milady. Dios, cómo es que… te deseo.
―Kenrick.
Su nombre no fue más que un susurro raído soplado contra sus labios
mientras bajaba la cabeza y presionaba su boca contra la de ella. Con apenas un
mínimo de contacto, la besó con ternura, tomándole todo el control que poseía
para evitar reclamarla con la urgencia que su cuerpo le exigía.
Los labios de Haven eran como un néctar dulce y placentero bajo los suyos.
El calor se enroscó profundamente en sus entrañas.
La sangre latía en sus venas, primitiva y sin restricciones.
Él, el santo, el sabio, el estoico, estaba casi perdido… con la muestra
preliminar de un simple beso.
―¿Sabes cuánto te deseo? ―murmuró con la respiración jadeante y la
excitación lamiéndolo con llamas vivas―. ¿Sabes lo que me haces? Sangre de Dios,
milady, debes sentirlo.
El jadeo de ella en respuesta y el temblor repentino de sus extremidades, le
dijeron todo. La beso de nuevo en forma juguetona, probándola, pasando la punta
de su lengua a lo largo de la comisura de sus labios. Persuasivo, los separó, y ella le
permitió ir más allá de sus labios, con un gemido que casi lo derritió donde se
encontraba.
El tejido suave de su túnica raspaba sus palmas mientras deslizaba sus manos
a lo largo de su agraciada columna vertebral. Ella se estremeció en sus brazos, un
temblor profundo que resonó en la tempestad de pasión que se erigía dentro de su
propio cuerpo. Sus dedos rozaron los cordones entrecruzados que sujetaban el
corpiño.
Jugó con uno de los pequeños nudos, aflojándolo fácilmente, y al mismo
tiempo le prodigaba besos que arrastraba por sus labios y la oreja hasta la columna
caliente de su delicado cuello. El aroma de Haven llenó sus fosas nasales, los
perfumes entremezclados del jabón de lavanda y de la sensual mujer probaron ser
una mezcla intoxicante. Aspiró al probar la suavidad de su piel satinada,
deleitándose en los maullidos de placer bajos que aleteaban tan cálidamente contra
su oreja con cada uno de los suspiros y quejidos de ella.
El segundo cordón anudado se deslizó libremente un momento después.
Quedaban dos más, pero el corpiño ceñido ya había cedido un poco en sus manos.
Los brazos de Haven se envolvieron alrededor de su cuello. Se arqueó contra él, y
Kenrick tiró de la red de cordones unidos hasta que se aflojó aún más.
136 Era tan increíblemente suave, tan apasionadamente viva, esta dama
enigmática que ardía como fuego entre sus brazos. Kenrick le acarició el cabello,
maravillándose de los mechones bruñidos que se sentían más suaves que la seda
en sus manos. Posesivo, enroscó los dedos alrededor de una onda castaño rojiza
brillante y tirando, atrajo a Haven más profundamente en su abrazo. Ella abrió los
ojos para mirarlo a la luz del fuego, su mirada estaba oscurecida por el deseo bajo
la sombra de la espesa franja de pestañas.
La presión oscilante de sus senos presionados contra su pecho aumentaba con
cada respiración ligera que ella tomaba y resultó ser una tentación demasiado
dulce para resistirla. Kenrick llevó la mano a la parte delantera de su cuerpo grácil
y llenó su mano con la plenitud descarada de su seno, moldeando su mano
alrededor de la curva de un pecho perfecto, luego el otro. Sus pezones
sobresalieron duros como perlas bajo la tela de su blusa, unos pequeños brotes
exquisitos que anhelaba degustar.
Con dedos temblorosos, Kenrick continuó palpando su camino descendente
por la jaula frágil de sus costillas y a lo largo de la curva hechicera de sus caderas.
Reunió los suaves pliegues de su falda en sus manos, levantándolos sutilmente,
mientras todo el tiempo la besaba. Por fin encontró el dobladillo de la generosa
falda de seda, y luego el suave calor de las piernas desnudas por debajo.
Haven contuvo el aliento mientras él pasaba lentamente sus dedos a lo largo
de su muslo.
―¿Qué…? Oh, fe… ―jadeó entrecortadamente, un músculo se le contrajo y
saltó mientras él jugueteaba sobre la piel suave de su cadera desnuda―. Kenrick…
¿qué estás haciendo?
―Tocarte ―murmuró contra el pulso que se agitaba en su garganta―.
Tocarte, mi bella dama, como he querido hacerlo desde hace demasiado tiempo.
Ella no consintió ni protestó. Su cabeza cayó hacia atrás contra la puerta de la
cámara, un suspiro irregular se escapaba de sus labios mientras él dejaba que sus
sentidos se maravillaran de la zorra de fuego que respondía tan seductoramente,
con tanta pasión, a cada uno de sus toques y caricias.
Su piel se sentía como la vida, como seda fundida bajo sus dedos. Trazó un
camino sensual a lo largo de la línea de su cuerpo, asombrado por el hecho de que
tocarla tan íntimamente se sintiera tan indescriptiblemente bien. Pasó las manos
por su calidez y de alguna manera, tuvo la sensación de que era ella quien lo
acariciaba, causándole placer en cada fibra de su ser.
―Dulce bruja ―susurró, inclinando la cabeza para aspirar en la suave curva
137 de su cuello―, ¿qué es este hechizo que tejes sobre mí?
―Tú eres el que teje los hechizos ―dijo ella, su voz era ronca y quedó
atrapada en su garganta mientras él sondeaba con la lengua el hueco de su
garganta.
Kenrick movió su mano para agarrar el arco de su pelvis, atrayéndola hacia
él. Sus cuerpos se apretaron juntos sensualmente, la suavidad de ella se fundió con
su rigidez. Exploró la exquisitez de su piel desnuda y sus dedos bailoteaban cada
vez más cerca de la paja de cielo anidada entre sus muslos.
Haven se retorcía, arqueando la espalda muy ligeramente, como para guiar
sus dedos inquisitivos al lugar donde tan fervientemente querían estar. Los rizos
sedosos rozaron sus dedos mientras ella se movía, su dulce aroma húmedo
impactó en alguna parte primordial de él que sólo conocía la lujuria y quería y
codiciaba ser saciada.
La llamada era feroz.
Potente.
Luchó contra eso, sabiendo que someterse al hambre que le instaba a
obedecer a la inexperta llamada de ella seguramente lo mataría. Ella gimió cuando
él retiró sus dedos alejándolos de la tentación de su feminidad, retirándose a un
lugar más seguro.
¡Por las heridas de Dios!, pero ella no podía saber lo cerca que había estado
de tomarla. Su excitación se tensaba dura entre ellos, gruesa, palpitante y
necesitada. Y eso sólo empeoró cuando Haven entrelazó sus brazos fuertemente
alrededor de sus hombros, haciendo que su beso se encontrara con el hambre
creciente de ella.
Él se entregó débilmente a su abrazo ingenuo, con una mano la sostenía por
la tierna parte baja de su espalda, la otra estaba cerrada en un puño sobre los
pliegues de la falda, la dejo allí deliberadamente, como si estuviera atado por una
correa y no pudiera ser de confianza. En verdad, en este momento, no confiaba en
sí mismo en absoluto. Su necesidad era demasiado fuerte, su voluntad estaba
demasiado cerca de quebrarse.
Cuando la lengua cálida y húmeda de Haven, presionó contra sus labios,
deslizándose a lo largo de sus comisuras tal como él se lo había hecho a ella hacía
un momento, debería haberla rechazado. Debería haberla apartado de él.
Ciertamente debería haber hecho eso, pero en cambio, la dejó entrar.
Yendo de mal en peor, la agarró firmemente entre sus brazos y apretó la
columna vertebral contra la sólida barrera de la puerta de la cámara, sujetándola

138 allí con la longitud de su cuerpo. Agarró sus manos, que ahora estaban
completamente contra su pecho y las arrastró por encima de su cabeza,
reteniéndola rápidamente.
La besó con fuerza, sin ocultar nada de su necesidad por ella que era
demasiado salvaje para ser contenida. A pesar de que nunca podría cansarse de su
dulce boca, arrastró sus labios por su cuello, y aún más abajo, a la pendiente
sensual de sus pechos. Con su mano libre, cogió un montículo glorioso que sacó de
la blusa que lo confinaba, y se dio un festín con el pezón rosado y la pálida
hinchazón que lo rodeaba.
―Creo que voy a morir si no te tengo, Haven ―admitió con voz áspera entre
dientes mientras rozaba el capullo suculento―. Dios mío, cómo te necesito ahora.
Ella lanzó un grito suave, su cuerpo tenso y caliente se apretó contra él.
―¿Sabes lo que quiero de ti? Dime que lo entiendes. ―Él dejó escapar un
profundo suspiro―. Por amor de Dios, milady… dime que no eres todavía una
doncella, o peor, la esposa de otro hombre.
El gemido de respuesta llevaba una inconfundible nota de angustia.
―Dime ―dijo Kenrick, deteniéndose sólo un momento, esforzándose por oír
su respuesta sobre el ritmo pesado de su pulso febril―. Haven…
―Yo… ―Se detuvo sacudiendo la cabeza, y un nuevo tipo de tensión
comenzó a filtrarse en las deliciosas curvas que presionaban tan celestialmente en
su contra.
Ella se dio cuenta que no podía decirle nada de eso.
No podía decir si era virgen o esposa porque no podía recordarlo.
―Ah, Cristo ―Apartó sus dos manos de ella a la vez, y se pasó los dedos por
su cabello mientras se daba la vuelta alejándose. Cerró las manos en el borde de su
escritorio―. Jesucristo. ¿Qué estoy haciendo?
A pesar de que le deseaba tanto, no podía permitirse ir más lejos. Ella no era
suya para tomarla… de ninguna manera. Y no tenía tan poco honor para seducir
voluntariamente a una mujer sin la certeza de que ella no le había dado ya su
corazón a otro hombre. Si amaba a otro, alguien que aún no recordaba, Kenrick no
quería abrirse a esa clase de tormento.
Era mejor detenerse ahora, antes de perderse más en la dulzura del cuerpo de
Haven.
―Kenrick ―dijo ella en voz baja detrás de él―. Por favor. Está bien… no…
no quiero que te detengas.
139 ―No. ―Su carcajada fue una burla para sí mismo, ribeteada con la dureza de
su lujuria frenética que aún persistía―. No voy a hacer esto. A ninguno de
nosotros.
Oyó sus pasos tentativos que se acercaban. Su mano se posó en su hombro.
―¿Kenrick?
Se encogió de hombros alejándose de su toque, pero demasiado inflamado
para soportar su ternura.
―Tienes que irte ahora, milady. ―Se permitió sólo un breve vistazo por
encima del hombro, fue fugaz, pero fue suficiente para ver la confusión… el fuego
expuesto… en sus ojos―. Por favor, Haven. Sólo… déjame. Ahora.
Él apartó su mirada de ella, su apretón era tan fuerte sobre el escritorio que
pensó que el roble se aplastaría bajo sus puños. A no más de dos pasos por detrás
de él, Haven dejó escapar un suspiro entrecortado. Él pensó que ella quizás había
dicho algo más, pero entonces, gracias a Dios, oyó el siseo suave de las faldas,
seguido por el clic del pestillo de la puerta. El panel se abrió y se cerró suavemente
tras sus talones.
Una brisa fría flotaba por la ventana abierta de la habitación de Haven. Como
una brizna de aire frío, el aire de la noche se deslizó sobre la superficie de su cama
desaliñada y a lo largo de su pierna desnuda. La cinta de frescura corrió por su
piel, pero hizo poco para calmar el calor que aún persistía desde su encuentro
apasionado con Kenrick.
Aunque había pasado mucho tiempo desde la medianoche, hora desde la que
había estado en la cama, el sueño la eludía. Estaba todo menos tranquila, después
de haber pasado el tiempo dando vueltas y caminando, alternativamente, ya que
había huido de las habitaciones de Kenrick hacia el santuario de la suya. Ahora
estaba acostada encima de las pieles y las colchas revueltas, desnuda a pesar del
frío en el aire, tratando de llevar su cuerpo a la calma.
Su cabeza zumbaba, sus extremidades se estremecían y el corazón le latía con
la intensidad de una tormenta que se avecina.
Pero eso no era lo peor de todo.
140
En su esencia, profundamente en el interior de la parte de ella que era
emoción cruda y sensación femenina pura, se quemaba. Besar a Kenrick, tocarlo…
la fe la preserve, deseándolo tan desesperadamente… la habían dejado inundada
de un placer tan claro y brillante que eso la consumiría.
Como un fuego brillante y atrayente, su pasión por él casi la abrumaba. No
había querido detener la locura que se agitó dentro de ella, no esta vez. A pesar de
que sabía, de alguna manera sabía con claridad, que lo que iba a pasar entre ellos
estaba mal… prohibido… lo deseaba. Incluso ahora.
Kenrick había despertado en ella algo salvaje y elemental.
Le había dado a probar el sabor de la pasión y luego la había rechazado. Casi
la había alejado físicamente de un empujón, un pensamiento que le escocía ya que
sabía con total certeza que le hubiera permitido todo en esos momentos gloriosos
de éxtasis. Se habría quedado allí con él en su habitación, respirando en él,
ahogándose en sus caricias… como una esclava complaciente.
Se habría acostado con él, pero él no la quería.
Es sabio tomar esto como una bendición, pensó sombríamente.
Luchando contra la aceleración continua de su cuerpo y el zumbido de sus
sentidos que no había disminuido, Haven arrojó a un costado uno de los
almohadones de plumas suaves y se sentó en medio de sus colchas y mantas
enredadas.
La brisa del exterior se había tornado más fuerte y revolvió el borde de las
cortinas que habían sido acomodadas detrás de la cama. Haven le dio la
bienvenida al frío, llenando sus pulmones con las profundas y purificantes
corrientes de aire fresco de la noche. Más, pensó, contenta de sentir que algunos de
los tumultos en su interior comenzaban a disminuir.
Su camisa yacía enrollada en el borde de la cama, brillando blanca y rígida en
el espacio sin luz de su cámara. Recogió la ropa interior y la deslizó por sobre su
cabeza y luego giró hasta poner los pies en el suelo. Los crujidos se agolpaban
suavemente bajo sus pies mientras caminaba un par de pasos hasta la ventana
embutida en la pared adyacente.
La franja más mínima de la luna se asomó por detrás de las nubes negras. Ya
más tranquila, Haven volvió sus pensamientos al deslizamiento fresco del viento y
la tranquilidad infinita más allá del alféizar de piedra. Cerró los ojos, inclinando su
rostro para captar la ráfaga de aire fresco, mientras la invadía.
La tranquilidad descendió como un velo, apartando su confusión anterior.

141 Sin embargo, algo ondulaba debajo de la superficie de su intuición.


Algo preocupante y agudo.
Peligroso.
Haven abrió de golpe los ojos conteniendo la respiración.
Aunque no podía ver nada que justificara el repentino tintineo de sus
sentidos, tampoco podía descartar la sensación que la había asaltado con tan poco
aviso. Estiró sus pensamientos hacia el exterior, en busca de la fuente de su alarma.
No oyó nada, ni vio nada, pero luego… algo.
Al igual que una mano helada que venía a descansar en la parte posterior de
su cuello, una racha de desconfianza se disparó a través de ella. Fuera lo que fuese,
eso la perfumaba. Eso la estaba cazando, estaba segura de ello.
Haven retrocedió instintivamente.
¡Nay!, pensó reprendiéndose interiormente por la cobardía que le hizo
retroceder. Si había razones para ser cautelosos… si había algo que temer dentro o
fuera de la fortaleza del castillo… tenía que saberlo.
Reforzando su resolución, Haven se arrastró de nuevo hacia la negra abertura
de la ventana alta de la torre. Se mantuvo firme y atenta, observando hacia fuera el
paisaje de la noche y la franja espesa del bosque que corría por el perímetro del
muro occidental de Clairmont.
No había nada allí.
Su sentimiento de aprensión estaba pasando, ahora todo se había ido. Sin
embargo, estaba segura de que en algún lugar de la oscuridad de allá abajo… más
cerca de lo que estaba dispuesta a pensar… se cernía la malevolencia.

142
Capítulo 17
Kenrick levantó su espada y la llevó abajo con mano dura a su objetivo.
La hoja conecto en un castigado sonido que resonó en la quietud de la niebla
de madrugada que envolvía la bahía trasera del castillo. Fue un golpe mortal,
golpeando profundamente en el torso de su oponente inmóvil. El maniquí de
entrenamiento arrojó una lluvia de astillas de madera ante otro impacto salvaje; su
cabeza con casco se tambaleó en el pico que la mantenía en su lugar.
Kenrick miró la debilidad con sombría satisfacción, sin ofrecer cuartel. Con
un gruñido de furia contenida, dio el golpe final, la fuerza del impacto envío el
casco maltratado en una caída rodando por el suelo del patio inclinado.
El caballero de guardia en la puerta posterior fue el único testigo cercano a
esta hora temprana. Él asintió con la cabeza a modo de saludo a Kenrick, a
143 continuación, brevemente dejó su puesto para ayudar. Mientras el caballero corrió
para recuperar el casco errante desde el suelo, Kenrick quitó la malla y se limpió
una capa de sudor de su frente.
Llevaba una armadura ligera para el improvisado ejercicio de esta mañana, la
cortina de eslabones de la cadena daban a sus brazos un grado de mayor
resistencia mientras trabajaba. La quemadura de los músculos tensos era un
consuelo para él. De hecho se sentía bien, este dolor era una bienvenida distracción
de un dolor de otro tipo que no había sido atendido desde su abortada seducción
de Haven en su cámara ayer por la noche.
―Apuesto a que este hombre ha visto días mejores ―dijo el caballero
mientras volvía a colocar la cabeza del maniquí de entrenamiento de nuevo en la
pica―. Usted tiene una habilidad admirable con la espada, milord.
―Gracias ―contestó Kenrick, reacio a aceptar elogios cuando sabía que cada
uno de los hombres a su servicio había jurado dar su vida en protección de la
suya―. Eres sir Thomas, ¿no es así?
El caballero se detuvo y le ofreció un gesto de deferencia.
―Aye, milord. Lo soy.
―Tienes una hija pequeña… Gwen, ¿verdad? ―preguntó Kenrick,
recordando lo que Haven le había dicho hace unos días.
―Aye, milord. Ella es mi primogénita. ―La expresión silenciosa de sir
Thomas un motivo de preocupación y no una pequeña preocupación. Como si el
martillo de la ira de un lord enojado estuviera a punto de caer en él y su familia―.
Si la niña ha sido una molestia para usted de alguna manera…
―No, no en absoluto ―dijo Kenrick, rechazando la noción con un
movimiento de cabeza―. Nada de eso. Entiendo que ha habido un incidente
recientemente, que había sido herida. Sólo quería preguntarte por su salud.
―Oh. ―Alivio se vertió en los cansados ojos de sir Thomas―. Aye, así es. Mi
agradecimiento por su preocupación, milord. La pequeña Gwennie está bien
ahora.
―Bien ―respondió Kenrick―. Me alegro de oír eso. Déjame saber si hay algo
que tú o tu familia requiera, Thomas. Has sido durante mucho tiempo un caballero
leal, a mi padre, a mi hermana, y a mí, y estoy agradecido por tu servicio.
El caballero sonrió como si acabara de ser llamado de nuevo, y por una mano
real.
―Aye, milord ―dijo con orgullo, a continuación, se despidió para retomar su
puesto.
144 Kenrick continuó su práctica por un tiempo, hasta que las tonalidades
rosadas del alba se convirtieron en la clara luz de un día resucitado.
Sirvientes se apresuraron a su lado para montar el gran salón para el
desayuno, llevando cestas de pan fresco y carnes frías en la guarda de la cocina
cercana. Kenrick observó con un sentido de curiosidad satisfecha como sir Thomas
intentó una agradable conversación con la dama sonrojada, Enid, en sus múltiples
viajes dentro y fuera de la puerta del postigo.
En uno de esos viajes fuera, un brazo musculoso sostuvo la puerta abierta
para ella desde el interior, la palma de la gran mano identificable a la vez por la
tracería plateada de las cicatrices que cubría la callosa piel del guerrero.
Braedon salió en los talones de Enid, acercándose a Kenrick con una sonrisa
irónica.
―He sido enviado por altas órdenes esta mañana. Mi señora esposa desea
saber si el lord de Clairmont tomara su desayuno en la mesa del equipo de batalla
o en el patio inclinado.
―Ninguno de los dos. Perdí la noción de la hora. No demoren la comida por
mi culpa.
―Ariana se sentirá decepcionada. Lo mismo ocurrirá con otra cierta dama, lo
apuesto.
Kenrick miró sardónicamente a Braedon y enfundó su arma.
―¿Haven me espera en el salón también?
―Tan hermosa como nunca la he visto, aunque sus ojos parecen un poco
preocupados. Parece que no durmió bien anoche… ni tampoco tú, ahora que te
estoy mirando.
―El sueño es bastante raro para mí. Anoche no fue la excepción.
Su incapacidad para relajarse no era ningún secreto en la torre, pero no veía
la necesidad de divulgar los detalles de la indiscreción que compartió con Heaven
en sus aposentos. Ni siquiera con Braedon, que era lo más parecido que tenía a un
amigo.
Heaven era la causa principal de su actual estado de inquietud, pero sus
nuevas ideas sobre el Cáliz del Dragón estaban en un muy cercano segundo lugar.
―Creo que puede haber encontrado una pista más ―dijo a Braedon en tono
confidencial―. Hay una entrada en uno de mis más antiguos diarios sobre un
lugar sagrado donde inexplicablemente han ocurrido curaciones. Este lugar,
Glastonbury Tor, se encuentra a lo largo del mismo conjunto de líneas que conecta
el Monte de San Miguel y el Monte San Michel. Mis cálculos habían estado fuera
145 sólo un poco, pero estoy seguro de que estoy en el camino correcto ahora. Estoy
seguro que voy a encontrar una clave para otra de las piedras del Cáliz en
Glastonbury. Me refiero a salir pronto.
Braedon escuchaba en silencio reflexivo.
―Este lugar, ¿Glastonbury Tor? He oído hablar de él. Está situado no muy
lejos de Cornwall, ¿no es así?
―Así es.
El caballero oscuro no tenía necesidad de decir las palabras a Kenrick para
saber lo que estaba pensando. Cornwall, el lugar donde Heaven había pasado el
último año, donde su pasado podría todavía esperar su regreso, podría tener
respuestas para Kenrick de otro especie.
―Ella me está afectando profundamente ―admitió―. Su memoria del ataque
a Greycliff está sólo parcialmente restaurada, y el resto de su pasado sigue siendo
difícil de alcanzar. No voy a encontrar verdadera paz con ella hasta que sepa que
su corazón puede ser mío en su totalidad. Si voy a perderla por su pasado en
cualquier momento, prefiero hacerlo ahora.
Antes de que signifique aún más para mí, pensó, negándose a expresar la
debilidad en voz alta.
Braedon asintió lentamente.
―Si hay respuestas en Cornwall, o en Glastonbury Tor, entonces ruego que
las encuentres.
Colocó una mano fraternal en el hombro de Kenrick, la mirada en sus ojos
grises sombríos con comprensión.
Más allá de ellos, en la puerta posterior de la torre, una conmoción se elevaba
desde el interior del castillo. El ruido sordo recortado de botas de centinelas
resonaba en las paredes de piedra del corredor de la entrada de la torre un
momento antes de que la puerta se abriera.
―¿Dónde encuentro a lord Clairmont? ―preguntó la voz de un guardia a sir
Thomas en su puesto.
Preocupación superó la investigación, inmediatamente poniendo los instintos
de Kenrick en estado de alerta.
―Estoy aquí ―respondió, ya acercándose a encontrarse con el caballero que
ahora veía estaba acompañado por uno de los aldeanos.
―Milord.
El caballero inclinó la cabeza en señal de saludo, mientras el aldeano,
deslizaba su gorro de su cabeza canosa en una deferencia innecesaria, como
146 muestra de respeto.
―¿Qué es? ―preguntó Kenrick, impaciente con las formalidades cuando
estaba claro que algo andaba mal esta mañana. No le gustaba la sensación de esto
ni un poco.
―Ha habido un incidente en el pueblo, milord. Los aldeanos han detenido a
un hombre…
―Es un cazador furtivo, milord ―interrumpió el aldeano como si la emoción
le hubiera impedido contener su lengua un momento más. Hinchando el pecho
mientras hablaba, su rostro rubicundo y sus ojos brillando de orgullo―. Mi hijo
Ralph lo agarro con una horquilla cuando el bastardo intentó escapar con uno de
los nuevos corderos.
―¿Él está muerto?
―Nay, milord. Vive, pero esta herido. Mi muchacho lo dio bien en el vientre,
lo hizo.
―¿Dónde está ese cazador furtivo ahora?
―Abajo en la granja de la aldea, milord. Ralph y algunos de los otros
muchachos lo están deteniendo para usted. Está enojado por ser atrapado.
―Cazador furtivo, mi culo ―resopló Braedon por lo bajo a Kenrick―. ¡Hay
traición aquí! Huele a la influencia de Mortaine.
Kenrick asintió.
―Mis pensamientos exactamente. ¿Iremos a cuestionar a este intruso y ver si
se confirman nuestras sospechas?
―Guía el camino ―dijo Braedon, con la mano apoyada en la empuñadura de
su espada.

El comedor estaba casi lleno de gente de Clairmont mientras Haven y Ariana


se dirigían hacia el estrado. Ariana saludó a los que pasaban, sus amables sonrisas
y alegre actitud no muy diferente de una vela dando luz y calor en una húmeda y
lúgubre habitación.
La mano izquierda de Ariana descansaba ligeramente sobre su abdomen, una
147 amorosa cuna para el bebé que dormía allí. En su dedo, su anillo de bodas de oro
brillaba en el parpadeo de las antorchas y la pálida iluminación del sol de la
mañana que se inclina hacia abajo desde las altas ventanas del salón.
―¿Te has sentido indispuesta cuando despiertas? ―preguntó Heaven
mientras continuaban yendo a ellos a través de la multitud del castillo.
―Nay ―contestó, sonriendo―. Me estoy sintiendo mejor cada día. El bebé es
fuerte, y creo que ya es hora de que Braedon sepa que va a ser padre. De hecho,
tengo la intención de decirle esta noche.
―Va a estar más que satisfecho, estoy segura ―le aseguro Heaven.
Ariana sonrió.
―Espero que sí.
Heaven caminaba al lado de la dama, realmente emocionada por su alegría.
Pero no era muy capaz de hacer caso omiso de la sombra de ansiedad que
perseguía sus pasos ante la perspectiva de ver a Kenrick esa mañana.
Dónde Ariana y Braedon estaban sumergidos en la bendición de su unión,
con feliz noticia del bebé por venir, Kenrick y Heaven podían clamar sólo
confusión y obstáculos entre ellos.
Y deseo, pensó con un toque de dolor en su corazón.
Lo anhelaba con una fiereza que apenas podía comprender.
Y había algo más en el sentimiento.
Algo que iba más allá del dolor físico que evocaba en ella con una simple
mirada… con un simple toque de sus manos sensuales. Por mucho que quisiera
negarlo, no podía desestimar el despertar que Kenrick agitaba en su alma.
Una agitación prohibida que temía reconocer, la abrazaba por sí sola.
Era peligroso este sentimiento que sentía por él, de eso estaba segura.
― ¿… su amada, qué dices?
Por delante de ella unos pasos, Heaven alcanzó un murmullo bajo de voces
chismosas. Dos sirvientas susurraban ida y vuelta, riéndose mientras se mezclaban
junto con la muchedumbre reuniéndose para el desayuno.
―Lo juro ―susurró la segunda sirvienta detrás de su mano. Era Mary,
Heaven se dio cuenta una vez que escuchó su voz aguda y vio las pecas que
salpicaban sus mejillas―. Los he visto a solas más de una vez. ¿Por qué, anoche
ella fue a la cámara del señor…?
Ariana se aclaró la garganta como una advertencia detrás de las risitas de las
148 chicas.
―A tu mesa, Mary. Eso es suficiente.
―Aye, milady. ―La doncella se quedó sin aliento, con la cara roja mientras
se volvía y las veía allí de pie. Su compañera y ella se escabulleron para encontrar
sus asientos sin decir nada más.
―Lo siento ―dijo Ariana a Haven―. Voy a hablar con ella más tarde.
Antes de que Heaven pudiera confesar que nada de lo que Mary dijo era
falso, una interrupción le llamó la atención al final de la sala de banquetes. Un
caballero había llegado de su puesto con noticias que tenía a los otros guardias
hablando entre sí en voces cautas.
―¿Qué es? ―preguntó Ariana a un criado que pasaba que acababa de
regresar de su mesa―. ¿Qué está pasando?
―Un cazador furtivo, milady. Ha sido capturado en la villa. Los hombres
dicen que llegó hace un momento.
Ariana dejó escapar un suspiro atribulado.
―¿Y mi marido? ¿Dónde está lord Braedon?
―Tengo entendido que él y milord Kenrick han ido abajo para ver sobre el
asunto, milady.
Mientras las noticias del intruso se dispersaban, Heaven resistía una
punzada de temor.
―Oh, no. Algo está mal aquí. Ariana, ayer por la noche… estaba en mi
cámara cuando sentí la sensación más extraña. Era malo, y me pareció que me
miraba desde fuera del castillo.
La mirada azul de Ariana adquirió un brillo de preocupación.
―¿Que es lo que estás diciendo?
―No estoy segura, pero Kenrick y Braedon… están en peligro, lo sé. ¡Tengo
que advertirles!

El granero estaba en medio de una estructura de madera sin pretensiones en


la aldea de Clairmont. Más allá de su maltratada puerta de madera, acurrucado
bajo las vigas del techo bajo iluminados sólo con pocos rayos de luz de la mañana
149 desde el exterior, fácilmente una docena de aldeanos estaban apiñados para
observar la inusual llegada de la mañana. El diverso grupo de hombres hablaban
entre sí, bajo murmullos y apuestas especulativas sobre cuánto el cazador furtivo
viviría con la herida intestinal que poco a poco sangraba a muerte en uno de los
establos.
Kenrick caminó a través del nudo de aldeanos, seguido de cerca por Braedon
y el viejo aldeano cuyo hijo era responsable de la detención del aspirante a ladrón.
―Ese es mi muchacho ―cantó, apuntando con un dedo nudoso hacia un
joven que montaba guardia fuera del establo, el tridente todavía en la mano. Su
rostro rubicundo adquirió mayor color mientras Kenrick se acercaba, sus dedos un
poco más blancos donde agarraba más fuerte el mango largo del tridente―. El
bastardo no ha muerto aún, ¿no es así, Ralphie?
Un aspecto bastante enfermo se veía en la cara del joven aldeano mientras
negaba con la cabeza en respuesta a su padre. La expresión de remordimiento y
conmoción profundizando con el sonido de los gemidos de dolor que venían desde
dentro del establo.
Era evidente que el muchacho nunca había hecho sangrar a otro hombre
antes, y mucho menos infligir una herida mortal. Un visible estremecimiento
recorrió lo largo de sus extremidades desgarbadas. Si tenía que soportar su puesto
un minuto más, el pobre muchacho probablemente se orinaría o perdería su
estómago en el acto.
Kenrick asintió con la cabeza en grave entendimiento mientras llegaba a su
lado. Dentro del establo, desplomado contra la pared de madera y agarrando la
sección sangrando, estaba un hombre moreno con el cabello negro lanudo y una
espesa barba. Estaba jadeando como un animal, sus dientes al descubierto en una
mueca de agonía. Un estrecho ojo rodó en dirección de Kenrick, brillando con
dolor y, si no se confundía, algo más oscuro.
Algo maligno, si el picor de la nuca de Kenrick, y el gruñido bajo de
advertencia de Braedon eran una indicación.
El hijo del aldeano nerviosamente se apresuró a explicar lo que había
sucedido.
―Él se coló aquí antes de la madrugada, milord. Al principio pensé que un
lobo entró para tomar uno de los corderos, por todo el gruñido y balado que oí
aquí. Cogí este tridente pensando en llevarlo fuera. No vi hasta después de que le
pegué que no era un lobo, sino un hombre. Que Dios me perdone, está muriendo,
creo.

150 ―Hiciste lo correcto ―le dijo al joven ansioso―. Sólo hiciste lo que debías,
Ralph.
―Aye, milord. ―El joven se quedó allí mirando, como si no se pudiera
mover.
―Deja el tridente y lleva el resto de estos mirones fuera ―le ordenó Kenrick
con calma. Una mirada al caballero que los había acompañado hasta el pueblo trajo
al soldado a su lado―. Monta guardia en la puerta. Nadie entra. ¿Entiendes?
El caballero asintió y ayudó a mover a los curiosos aldeanos y les escolto
fuera del granero.
Kenrick se situó a la cabeza del establo abierto, escuchando a la pequeña
multitud dispersarse, su mirada puesta en el hombre sangrando quien se agazapó
en las sombras. Braedon flanqueaba el brazo izquierdo de Kenrick, con una
expresión rígida, espasmos en su mano lista que la mantenía por encima de su
arma enfundada. Cuando la gente se había ido, y después que la puerta del establo
crujió al cerrarse, Kenrick habló.
―Supongo que era sólo cuestión de tiempo antes que de Mortaine enviara a
sus perros para olfatear alrededor de mi fortaleza. ¿Cuáles eran tus órdenes?
El hombre no dijo nada. Mantuvo la cabeza gacha, el pecho agitado, jadeando
por el esfuerzo para respirar.
―¿Quién te manda, de Mortaine o Draec le Nantres?
No hubo respuesta, salvo la fuerza áspera de sus pulmones.
―Lo admito, me sorprende que enviarían sólo uno de ustedes, un zoquete a
esto, si un mozalbete puede acabarte con una herramienta de campo.
Una maldición pasó entre los dientes apretados, pero el mercenario no dijo
más.
―No tienes pensado hablar, ¿verdad?
La espada de Braedon salió de su vaina con un lento silbido letal sonando.
―Me imagino que podría aflojarle la lengua.
El hombre lanzó una mirada estrecha sobre la espada ahora apuntada a un
pelo de su nariz.
―Adelante, córtame. No tengo miedo de la muerte, y ya estoy muriendo.
Kenrick sólo elevó brevemente su frente.
―Sí, lo estas.
―Sí ―estuvo de acuerdo el mercenario moreno―, y antes que temprano. Así
151 que, ¿por qué debería decirte algo? A menos que detuvieras este río de sangre, no
tengo nada que ganar al ayudarte.
―No puedo detener la hemorragia, no.
El hombre resopló con aire de suficiencia.
―Puedo hacerla más lenta, sin embargo ―añadió Kenrick―. Podría tenerte
vendado y sostenido bajo mi guardia por los próximos días, más que eso, tal vez
un par de semanas. El tiempo suficiente para correr la voz a de Mortaine que le has
traicionado aliándote con nosotros en la búsqueda del Cáliz.
―No tengo idea de lo que estás hablando.
―¿No? ¿Esperas que creamos que no eres más que un vagabundo, cazador
furtivo de corderos de mi pueblo y venados de mi bosque?
―No me importa lo que pienses.
―Tal vez te gustaría ver lo que realmente estabas buscando aquí ―arrastró
Kenrick las palabras, un borde amenazante en su voz.
Braedon le dio una mirada de reojo, tácita precaución para Kenrick de cuidar
lo que divulgara. Muriendo o no, este "cazador furtivo" llevaba el sello de control
de Mortaine. Peor aún, la mayor parte del semblante siniestro denotaba una aún
mayor amenaza.
Uno de otro mundo, nacido de la misma magia oscura que fue forjado el
propio Cáliz del dragón.
Pero Kenrick sabía exactamente lo que ofrecía, y para quién.
―La muerte que te espera aquí en este granero es una fácil, eso es cierto. Pero
a menos que me digas lo que de Mortaine está haciendo, tengo en mente mostrarte
otro final. Uno que va a ser todo excepto fácil, te lo prometo. ―Kenrick estrechó su
mirada en los embotados ojos del guerrero Anavrin―. Habla ―dijo―, o verás lo
que es conocer tu muerte en medio del fuego y el dolor como nada parecido a lo
que hayas conocido.
La gran cabeza se movió ante la amenaza emitida con frialdad.
Entendimiento amaneció en el aspecto hendido del mercenario fijado en Kenrick.
―Calasaar ―susurró, su rizada lengua pálida alrededor de la palabra en
obvia reverencia. La gruesa barba de color negro dividida para mostrar una
sonrisa de dientes amarillentos afilados―. Por lo tanto, está aquí después de todo.
La conjetura de le Nantres estaba en lo cierto.
―¿Dónde está Draec ahora? ―exigió Kenrick.
―Más cerca de lo que pudieras saber. ―La frase del hombre disipada en una
152 tos profunda, respiración sibilante. Escupió sangre sobre la paja ya manchada de
rojo.
―Dinos ―gruñó Braedon, apretando su espada a un pelo de la garganta del
malhechor―. ¿Dónde está el bastardo?
El hombre los maldijo en voz baja, con la cadena de juramentos negros
tragados por una súbita conmoción fuera del establo.
El guardia de la entrada emitió una orden, pero una voz femenina se elevó
por encima de ella.
―No voy a ser rechazada. ¡Me tienes que dejar entrar allí!
Querido Dios.
Haven.
―Mantenla afuera ―grito Kenrick, esperando que el centinela obedeciera―.
No permitas que entre aquí.
Los sonidos de lucha ―de la determinación de la obstinada mujer― sonaron
al otro lado de la puerta del granero destartalado.
―¡No entiendes! Por favor, debo advertirle. Él podría estar en peligro…
En una confusión de crujir de bisagras y apresurado forcejeo, la puerta se
abrió de golpe y Heaven se precipitó en la oscuridad de la pequeña construcción.
Ella se quedó sin aliento, con la cara enrojecida. Debió de haber corrido desde el
castillo hasta el pueblo. Tenía los ojos salvajes mientras buscaba en la penumbra
del espacio estrecho encontrando a Kenrick.
La elección del juramento de Braedon fue repetido por el propio Kenrick.
―Por la sangre de Dios ―le gritó a su guardia desconcertado―. ¡Sácala de
aquí!
Pero ya era demasiado tarde. Heaven ya estaba corriendo a su lado.
Y por el rabillo del ojo, Kenrick vio que el herido comenzaba a lanzarse de un
salto en el establo. Saltó hacia atrás, gruñendo como la bestia que realmente era,
una ráfaga en la oscuridad en plena ebullición y unas garras se hundieron en la
mayor parte del hombro de Kenrick.

153
Capítulo 18
Brotó un grito de la garganta de Haven. El grito de conmoción, de horror
hasta los huesos, rasgó la quietud mohosa del granero mientras veía a Kenrick bajo
ataque por sorpresa desde atrás. El hombre saltó sobre él, porque había estado
segura de que era un hombre en el momento en que sus ojos se acostumbraron a la
penumbra del pequeño granero, ahora llevaba la forma y maneras de una bestia.
Cambiaformas.
La palabra era un siseo de memoria que patinó a través de su mente como
una lanza afilada.
Negro como la noche, erizado con una capa tan gruesa como cualquier lobo,
la criatura parecía poseer una inmensa fuerza de otro mundo. Se aferró a Kenrick
con garras afiladas, su repentino peso retorciéndose en su espalda poniéndolo de
154 rodillas. Salvajes mandíbulas destellaban brillantes y frenéticas mientras el lobo
intentaba rasgar a través de la malla la carne del hombro y cuello de Kenrick.
La bestia queriendo matarlo.
Cambiaformas.
Heaven se sacudió recuperándose, todo su enfoque ―todo su corazón―
arraigado en Kenrick. Se impulsó, corriendo los tres pasos que la separaban del
lugar donde se debatían, pero la voz severa de Braedon la detuvo antes de que
pudiera llegar a él.
―¡Atrás!
La espada de Braedon ya se balanceaba en un castigador arco. La larga hoja
de acero se hundió en un lado de la criatura lobuna. Aulló, retrocediendo por el
dolor.
Kenrick se retorció debajo del voluminoso cuerpo negro y lo tiró al suelo. Su
propia espada cantó un chillido metálico mientras sacaba el arma y la enterraba.
Todo había sucedido tan rápido.
Heaven miró a Kenrick, el alivio se derrama sobre ella al ver que estaba vivo.
Se puso de pie frente a ella, desgarrado y ensangrentado por la lucha, con el rostro
duro, tan implacable como su espada, la cual tenía agarrada en la mano y el goteo
de la sangre de la criatura que había muerto en esos momentos frenéticos. A sus
pies, estaba la bestia.
Ahora no era una bestia, sino hombre.
Oscuros ojos moribundos le devolvieron la mirada en un rostro flojo por la
llegada del fin. Una laica mano estirada en dirección a ella, los dedos duros por
tratar de alcanzarla como si le implorara mientras sus ojos embotados le mandaban
un tácito desprecio.
En ese momento, la mirada la compelió a recordar ―por lo que se ondulaba
en su mente como una marea de regreso― Heaven no podía moverse.
Lo conocía.
Fe… había visto a este hombre antes.
Su respiración lo hizo temblar en un lento y roto silbido. Y en el momento
antes de que la vida se fuera de su brillante mirada, la espesa barba negra se
dividió en una lasciva sonrisa sangrienta.
Este hombre ―esta criatura vil― la había reconocido, también.
Él había estado en Greycliff esa noche, estaba segura de ello.
155 Había estado cerca de ella en la oscuridad llena de humo de la torre, mientras
se incendiaba. Heaven pudo oír su voz gruñendo cerca de su oído, un grito alto
como ninguno, ni siquiera de un niño pequeño.
Palabras horribles.
Una orden infernal.
―Heaven. ―La voz de Kenrick pasó más allá de la conciencia que la había
superado. Dio un paso hacia donde se encontraba―. Haven, está todo bien. Esto
ha terminado.
Ella sacudió la cabeza, una negación inconsciente de lo que sentía en su
misma médula.
―No ―murmuró, sabiendo a ciencia cierta que esto no había terminado.
El peligro que había sentido la noche anterior sólo se había intensificado.
Estaba rozándose contra ella, retorciéndose alrededor de sus piernas como un gato.
Lo vio en la mirada ciega del hombre que la miraba fijamente, incluso ahora, su
muerta pero escalofriante sonrisa poniendo hielo en su nuca.
―Tengo que salir de aquí ―jadeó.
―Heaven.
―No. ―Kenrick le tendió la mano, pero ella se alejó de él, dando algunos
pasos descuidados en retirada―. Tengo que… salir de este lugar. No puedo… oh,
Dios, no puedo respirar.
Girando sobre sus talones, se tambaleó hacia delante, hacia la puerta abierta
del granero. Apartó la mano del centinela cuando trató de cogerla, detenerla por
orden de su lord. Con un grito mudo, Heaven se enderezó y salió corriendo hacia
la cegadora luz solar del exterior.
Kenrick la llamó, pero ella no se atrevía a detenerse o dar marcha atrás. Salió
del establo y empezó a correr.
Huyendo de la inquietante verdad de lo que había sido testigo en el granero,
y de la inundación repentina de recuerdos que se elevó para estrangularla cuando
pensaba en el horror que había ocurrido en el castillo de Greycliff hace algunas
semanas.

156
Kenrick vio la mirada de angustia en los ojos de Heaven instantes antes de
que huyera del granero. Aunque pocas personas en su sano juicio acreditarían lo
que había ocurrido ―la increíble transformación que había tenido mientras el
cambiaformas Anavrin saltó a su ataque― Kenrick estaba seguro que, de alguna
manera, Heaven lo entendía. Había tenido un destello de reconocimiento detrás de
su asombro, una reflexiva sacudida de conciencia que le dijo que esta no había sido
la primera vez que había sido testigo de los hechos oscuros de los secuaces de Silas
de Mortaine.
Heaven podría haber reconocido el mal trabajando, pero no podía esperar
hacerle frente al impresionante horror, ciertamente no sola.
Y si alguno de los secuaces de Mortaine aún acechaba sobre los terrenos
Clairmont, la última cosa que quería Kenrick era pensar en Heaven encontrándose
inesperadamente, sin saberlo, con ellos en su actual estado de pánico.
―Ve tras ella ―dijo Braedon, confirmando la mirada de Kenrick con grave
gesto de la cabeza. Su boca se torció cuando miró en la dirección del cambiaformas
caído―. Me arreglaré con este despojos sin ti.
Sin más palabra o demora, Kenrick se lanzó por la puerta abierta del granero.
Una ayudante de campo se quedó fuera del camino cerca del patio cercado.
Observó la feroz expresión de Kenrick, luego hizo un gesto hacia el camino que
conducía a la inclinación del castillo.
―Se dirigió por ahí, milord.
Pero Kenrick ya había captado su forma al huir por el camino. Corrió a su
montura y saltó a horcajadas sobre él. Un pinchazo de sus talones envió al corcel
blanco en un galope por el camino polvoriento. Debería alcanzarla rápidamente,
salvo que de repente Heaven se salió de la ruta hacia la cresta de bosque que
bordeaba un lado de la propiedad de Clairmont.
―¡Haven, espera! ―le gritó, pero ella no le prestó atención.
Con un juramento, Kenrick espoleó a su caballo a un ritmo más rápido,
jalando de las riendas cuando llegó al lugar donde Heaven había desaparecido. Sus
pies tocaron la tierra blanda con un ruido sordo mientras saltaba para seguirla a
pie. Una sección de la antigua valla de piedra había sido tirada en este lugar.
Kenrick saltó por encima de los escombros de piedra y estiró las piernas en una
carrera de velocidad mientras perseguía a Haven.
La espesura del bosque era densa con un nuevo crecimiento de la primavera.
157 Hiedra pesada se retorcía en el suelo, las hojas verdes claras triturándose bajo sus
pies. La cobertura del suelo con el tejido apretado resultó una bendición, ayudando
a Kenrick a encontrar rápidamente el camino de Haven a través de las zarzas y
más lejos en el bosque. Ella había corrido rápidamente sin rumbo, Kenrick la siguió
con cuidadosa experiencia.
Y la encontró muy pronto.
Vio una mancha brillante de azul entre la verde extensión de bosque.
Apoyaba su espalda contra una piedra con un parche de musgo, los hombros de
Heaven temblaban, su pecho subiendo y bajando con las respiraciones rápidas que
tomaban sus pulmones. Ella escucho que se acercaba y de inmediato saltó en
alerta. Su cabeza giró hacia él, los mechones de su cabello volando sobre ella como
un fuego de otoño.
―Está bien ―le dijo a ella―. No necesitas correr de mí. Todo está bien.
Se apartó de la roca, una mirada cautelosa intermitente en la naturaleza
salvaje de sus ojos. Dio un paso vacilante, y por un momento Kenrick esperaba que
comenzara a correr de nuevo. Pero no lo hizo.
―Kenrick ―gritó, y se lanzó hacia él.
Él la cogió en sus brazos y la abrazó, su corazón acelerado, apretando fuerte
como un puño al sentir su apego a él con tal necesidad. Con innegable confianza.
Kenrick levantó su cara y presionó su boca en la de ella. Era un beso casto,
uno de consuelo y comprensión. De seguridad de que estaba a salvo con él.
―¿Estás bien?
Ella no parecía capaz de hablar. Salió un estrangulado sonido atrapado en su
garganta, pero le dio una pequeña inclinación de cabeza.
―Jesucristo ―juró contra su frente caliente―. Nunca vuelvas a huir de mí así
de nuevo.
Ella se hundió más en su abrazo. Nunca había sentido esta vulnerabilidad en
ella, esta confianza total de que la protegería, y que estaría dispuesta a aceptar esa
protección. Se dio cuenta de repente de que ella estaba temblando. Su fiera dama,
que parecía no temer a nada menos que la muerte en sí, estaba temblando con un
temblor que parecía arraigado en su esencia misma.
―¿Por qué has venido aquí? ―le preguntó, su propia voz temblorosa
mientras la abrazaba―. ¿Por qué correr el riesgo a tal cosa?
―Tenía que advertirte.
―¿Advertirme de qué?

158 Se aferró a él un poco más fuerte, con los brazos envueltos alrededor de la
cintura, como si nunca quisiera dejarlo ir.
―Ayer por la noche, después de regresar a mi cámara… me pareció ver algo
fuera de la torre. Yo… sentí algo. Algo frío y peligroso que parecía llegar a mí a
través de la oscuridad. Era él, Kenrick. No lo supe la noche anterior, pero cuando
lo vi allá, después de que te atacara…
―Has recordado algo.
Kenrick no le preguntó, porque no había necesidad. Había leído su expresión
en el granero, del mismo modo que ahora podía leer la fuente de su angustia en
cada temblor de sus extremidades.
―Algo ha regresado de nuevo a ti, ¿verdad?
―Sí ―el susurro era más que un rastro de sonido que se sentía más que
escucharse.
―No hay necesidad de temer a los recuerdos, Haven. No puede hacerte
daño.
Giró su cara lejos de él, apretando sus ojos cerrados como si el recuerdo de
aquella noche de fuego le abrasara sólo de pensar en ella.
―Tú no sabes… no puedes saber…
―Dime. Tienes que decirme lo que recuerdas.
Cuando por fin volvió a hablar, su voz era tranquila, pero constante, con
certeza.
―Él estaba allí, Kenrick Ese hombre… era uno de los asaltantes que atacaron
Greycliff.
―¿Es el que te atacó?
Negó lentamente con la cabeza, luego se encogió de hombros débilmente con
confusión.
―No sé. No lo creo… pero esa cara… la he visto antes. Allá, en el granero,
mientras moría, me veía como si me hubiera visto antes también. Alargó la mano
hacia mí. Dios, juro que miró a través de mí.
Kenrick la acercó, apoyando su mejilla contra su delicada oreja.
―No pienses en él más. No puede hacerte daño ahora.
―Él estaba en Greycliff, estoy segura de ello. Fue uno de los hombres que
mataron a tus amigos.
A pesar de que no había tenido la confirmación de Haven para convencerlo
159 de ese hecho, la sangre de Kenrick hervía de nuevo cuando pensó en Rand y su
familia siendo masacrados por bestias como la muerta en el granero.
―Voy a ver hasta el último de su especie muerto al final de mi espada
―prometió.
―Su especie ―murmuró, una nota de angustia capturada en su garganta―.
Kenrick, hay un nombre para su especie.
―Cambiaformas ―dijo él―. Sé lo que es… lo que era. Ese tipo allá es uno de
los varios de estos hombres bajo el mando de Silas de Mortaine. Los he visto
cambiar de hombre a bestia, incluso reflejar la forma de otro hombre.
El abrazo de Haven en él se aflojo, luego, lentamente se separó. Sacó sus
brazos para tomar unos pocos pasos hacia atrás, sosteniéndose a sí misma, como
para protegerse de un frío profundo.
―Dios, Kenrick, pero hablas de esto con tanta calma y aceptación. ¿Tienes
idea del poder de Mortaine si él controla esta clase de magia? ¿Cómo esperas
luchar contra enemigos como estos?
―Con el acero y la voluntad. Al igual que cualquier otra batalla.
―Esta no es una simple batalla. Ya lo sabes. ―Giró para mirarlo, su cara
bonita empañada con arañazos obtenidos en su huida, su boca sensual blanca y
apretada fuertemente por la ansiedad―. Kenrick. No creo que esta sea una batalla
que puedas ganar.
Su duda le molesto.
―Lo haré, o voy a morir en el intento.
Una mirada de tristeza pasó por sus facciones.
―Mi querido, lord tonto. ¿No lo ves? ―Cogió su labio entre sus dientes, pero
parecía incapaz de reprimir el pequeño tirón en su voz―. Eso es en verdad lo que
yo más temo.
Kenrick la miró a través del pequeño espacio de la frialdad en el bosque
sombreado que los separaba. Nunca la había visto más vulnerable, ni más
abiertamente preocupada por él. Su cuerpo temblando, pero a pesar del pequeño
temblor de incertidumbre que se apoderó de ella, Heaven tenía el porte majestuoso
de una reina del bosque.
Se había dicho a sí mismo ―y a ella― que no iba a tocarla de nuevo, pero esa
promesa se desvaneció como una hoja de otoño a la deriva en el viento.
Tres pasos lo llevaron al lugar donde ella se encontraba.

160 Con dedos reverentes, levantó su barbilla y miró suavemente a sus ojos. No
había necesidad de palabras. Kenrick agacho la cabeza y rozó sus labios sobre los
de ella, besándola con tierno cuidado y un afecto que era más profundo de lo que
pensaba posible. Poco a poco, se separaron, sólo para unirse de nuevo, bocas
reuniéndose con dulce abandono y una necesidad sincera que no era capaz ―o no
querían― negar.
―No quiero dejarte ir ―murmuró Heaven contra sus labios.
―Tampoco yo ―admitió, su voz gruesa y ronca, poco más que un gruñido―.
Pero no podemos quedarnos aquí. Estarás más segura detrás de las paredes de
Clairmont. Además de eso, soy incapaz de sostenerte mientras estoy manchado
con sangre de esa criatura.
Con gran renuencia, él se apartó. Sus manos permanecieron unidas, los dedos
entrelazados, aferrándose fuertemente.
―Ven conmigo, Haven. No es seguro aquí. Déjame llevarte de nuevo a la
torre ahora.
La invitación ardía con significado, pero no pudo ocultar su deseo por ella.
Sintiendo el peligro que había estado tan cerca de ellos por la mañana sólo le hizo
anhelar más la comodidad de los brazos de su dama.
La calidez de sus dulces curvas entrelazadas en su contra, piel sobre piel.
Sabía lo que él le pedía, esos ojos verdes rápidos oscureciéndose con la
comprensión. Lo miró en silencio, y luego se movió hacia él con una aceptación
acogedora que casi le deshizo donde se encontraba.

161
Capítulo 19
Montaron con el peso de un silencio cómplice de regreso al castillo de
Clairmont. Sentada de lado detrás de él, Heaven se aferraba de la firme cintura de
Kenrick, su mejilla presionada contra la sólida calidez de su espalda. Había
comodidad en su cercanía, una indescriptible sensación de pertenencia.
De confianza.
A pesar de todo lo que había visto por la mañana, se sentía segura con él.
A pesar de la sombría fuerza de la memoria que había rodado en los bordes
de su mente como una marea creciente de oscuridad, se sintió segura de que
ningún mal caería sobre ella. Nada malo podía tocarla mientras tuviera a Kenrick
aferrado a ella, sus fuertes dedos acariciando la sensible piel de su muñeca
mientras él guiaba el caballo hasta la cerca y refugio del patio interior de
162 Clairmont.
Tiró de las riendas, luego desmontó y la ayudó a bajar. El escudero tomó las
riendas del caballo y se dirigió a la cuadra, mientras que otros dos se apresuraron a
ayudar a Kenrick a remover la túnica de cota de malla.
―Dile a los sirvientes que envíen un baño a mis habitaciones ―instruyo a
uno de los jóvenes que lo asistían.
―¿Está todo bien, milord? ―preguntó el muchacho. Estaba mirando las
manchas de sangre en la túnica y la cota de malla de Kenrick, la sangre que
contaba la historia de una muerte, hace un rato. Entonces su mirada se deslizó a
Haven y los arañazos que empañaban su mejilla y frente por su abandonada
huida―. ¿Qué pasó, milord? Ruego que sus lesiones no sean graves.
―La sangre pertenece a otro hombre ―le aseguró Kenrick, envolviendo su
brazo protectoramente alrededor de los hombros de Haven―. Envía por el baño, y
una jarra de vino también. Vamos, muchacho, y que sea rápido.
Con un movimiento de cabeza el obediente escudero trotó fuera para llevar a
cabo la orden.
Heaven sabía que era indecoroso aferrarse a Kenrick como lo hacía, pero
después de lo que había visto, necesitaba su apoyo. Su fuerza era tranquilizadora
en formas que no podía explicar, y la mera presencia de él, su solo toque,
desterraba todo oscuro pensamiento de la manera que ningún bálsamo jamás
podría.
Se encerró a sí misma en sus brazos mientras cruzaban desde el patio de los
establos a la torre. A pesar de la intimidad de la imagen que demostraban a la
gente, nadie murmuró una sola palabra desfavorable. Pares de ojos miraron con
curiosidad, mirando con especulación burlona a su lord y la mujer bajo su brazo,
pero no más de un susurro seguido a su ascenso por las escaleras cortas a la torre.
Hacia el santuario del solar privado de Kenrick.
Aunque él no lo había dicho, Heaven sabía dónde la conduciría una vez que
estuvieron detrás de la puerta cerrada de su cámara.
Lo supo en el instante antes de que la besara en el bosque. Lo supo cuando le
pidió que regresara con él al castillo. Y lo sabía ahora, mientras paseaban por la
puerta de entrada de la majestuosa fortaleza de Clairmont.
Casi inconscientemente, Heaven se detuvo, irguiéndose fuera de la calidez de
Kenrick. La duda apareciendo en los bordes de su mente, campanas de advertencia
repicaron una alarma tenue. No habría ningún regreso una vez que diera el primer
paso que condujera a su dormitorio.
163 ―Kenrick…
Tenía la intención de negarse, pero las palabras no salían. Solamente los
pensamientos oscuros se filtraron en su mente, arañándola con renovada fuerza
ahora que se separó de él y estaba de pie en la fresca sombra del corredor.
―Voy a mantenerte a salvo ―dijo en voz baja―. Mi brazo de la espada y mi
vida. Ese es mi voto, Heaven.
―Sí.
Ella cerró los ojos, escuchando la sinceridad de su promesa. Creyéndola.
Saboreando la dulzura de lo que había encontrado en los brazos de este guerrero
con el alma de un poeta.
Cuando levantó los párpados, vio a Kenrick esperando con paciencia ante
ella. Extendió su mano hacia ella, sus fuertes dedos cortando a través de un nimbo
de luz solar que caía de una alta ventana del arco al final del pasillo.
Kenrick de Clairmont, el ilegible, lord inalcanzable, la deseaba.
La necesitaba, tal vez tanto como ella lo necesitaba, si la intensidad de su
mirada le decía la verdad. Sus ojos azules la cautivaron en una mirada que era a la
vez fuerte y vulnerable. Él no dijo nada, simplemente acercándose a ella en una
súplica muda.
Heaven deslizó sus dedos a través de él y subió con él por la escalera de
caracol.
El solar en la parte superior de la torre estaba cerrado como siempre, las
habitaciones privadas de Kenrick y los secretos que protegían dentro excluidos de
todos. Se detuvo allí y sacó una llave de su cinturón ricamente ornamentado para
liberar el pestillo de hierro, que se abrió en su palma. Abrió la gruesa puerta de
roble y llevó a Heaven dentro, el fácil agarre en su mano con una tranquilidad
constante mientras la llevaba a la gran cámara.
El resplandor pálido de la mañana iluminaba el solar entre las tablillas de las
persianas medio cerradas. Una suave brisa flotaba, moviendo las páginas de los
diarios y libros que descansaban en el amplio escritorio. Heaven vio como una hoja
suelta de pergamino se levantó con la brisa delgada y patinó hasta el borde,
deslizándose hasta el suelo. Sabiendo que Kenrick siempre era protector de su
trabajo, sensible a que nadie observara lo que estudiaba, Heaven esperó a que
Kenrick la soltara y atendiera el escritorio y su pila ordenada de documentos.
Pero presto poca atención al pergamino… o cualquier otra cosa. Su enfoque
parecía infaliblemente fijo en ella mientras la guiaba hacia el centro del santuario
que tan pocos eran autorizados a penetrar.
164 Y siempre y cuando él la tocara, sosteniéndola en la intensidad de su mirada,
Heaven prestó atención a poco más también.
Con el borde de su dedo pulgar, tiernamente limpió el arañazo en la mejilla.
Su mano se deslizó a su cara, acariciando la sensible piel cerca de su oreja. Poco a
poco, sus dedos se desviaron hacia su boca. No hacía falta persuasión para que
permitir el contacto con un ligero roce de sus labios; ninguna persuasión en
absoluto para ella para mover su cabeza atrás y aceptar su gentil beso.
Los labios de Kenrick encontraron los de ella con moderación caliente, la
suave caricia de su boca retorciendo un suspiro de placer de alguna parte
profundamente dentro de ella.
Él se separó muy pronto, una mirada de angustia en sus ojos.
―Milady, esto va a cambiar todo entre nosotros. Necesito saber que lo
entiendes.
―Sí ―susurró ella, totalmente dispuesta a darle lo que sea que quisiera de
ella―. Sé lo que te estoy dando, Kenrick.
―¿Lo sabes? ―Buscó su mirada con una intensidad que robó su aliento, sus
manos grandes y cálidas enmarcaba su rostro―. Voy a tenerte, Haven, y no
permitiré que nadie se interponga entre nosotros. Ahora o más tarde. El
pensamiento de que podría haber alguien en tu pasado, cualquiera que pudiera
legítimamente reclamarte una vez que tu memoria este restaurada…
―No. ―Sacudió la cabeza, negándose a aceptar incluso la posibilidad―. No
hay nadie más. Lo sé con cada partícula de mi ser. No hay nadie… excepto tú,
Kenrick.
Él le acarició la frente mientras susurraba sus garantías, sus ojos se
oscurecieron hasta tormentoso índigo, ardiendo con tal deseo que dejó sus piernas
débiles.
Tiernamente, inclinó la cabeza y la besó una vez más.
Donde sus anteriores encuentros habían sido salvajes con una pasión apenas
controlable, ahora, cuando la aceptación de lo que fuera a pasar entre ellos ardía
tan segura en sus miradas, procedieron con cuidado medido ―con una lenta y
acogedora ternura― que quemó todo por su paciencia.
Durante un largo rato, se abrazaron, sus besos jugando, profundizando en la
dulzura sin prisas mientras la brisa bailaba por el suelo y el sol estiraba los dedos
para abrazar el calor a su alrededor.
Heaven se perdió en el placer del beso de Kenrick, el poder del hombre quien
165 la sostenía como si fuera a romperse en sus fuertes brazos si no tenía cuidado. A
pesar del calor en su mirada, y la necesidad que vibraba a través de él y dentro de
ella, Kenrick era tierno y paciente.
La quería; no podía haber ninguna duda sobre eso. Pero el ritmo sería de ella,
y Heaven no se le ocurría un hechizo más fuerte que él la sedujera en ese
momento.
Su cabeza le daba vueltas, su cuerpo bastante contento con las sensaciones
potentes que agitaban en ella con sólo un interminable beso. Sus dedos estaban
firmes contra su nuca, curvándose fuerte y caliente en su piel mientras la acercaba
más a él. Mareada por el deseo, Heaven apenas oyó el golpe en la puerta de la
cámara.
―Ese será el baño ―murmuró Kenrick a través de sus labios, la renuencia
superando cada palabra mientras rompía el beso y ponía un pequeño espacio entre
ellos. Su mirada estaba entrecerrada, perezosamente confiada y azul profundo
mientras se apartaba de ella, entonces pidió a los criados entrar.
En muy poco tiempo, la bañera redonda de madera se estableció y agua
hirviendo se vertió para llenarla. Un decantador de vino caliente y dos vasos se
colocaron en un pedestal a un lado. El grupo de sirvientes completó su tarea en
silencio, con rápida eficiencia, pero incluso esos momentos libres del abrazo de
Kenrick parecieron eternos.
Ya el frío de su ausencia se fue filtrando en su núcleo, la oscuridad de los
recuerdos que luchaban por la superficie se alzaban como un amplio abismo
dividido ante ella, perturbando el suelo bajo sus pies. Se dio la vuelta, luchando
contra el repentino torrente de pensamientos desagradables ―de recuerdos
perturbadores― que subían para atacarla en los momentos que estaba fuera de los
brazos de Kenrick.
Detrás de ella oyó el roce suave de los pies en retirada, a continuación, el
ruido sordo tranquilo y el chasquido de metal de los sirvientes haciendo su salida
y la puerta de la cámara cerrada en sus talones.
La mano de Kenrick rozó la parte posterior de su cuello mientras apartaba su
cabello suelto a un lado, dejando al descubierto su piel a su toque… a su beso.
―Estás temblando, Haven.
―¿Lo estoy?
―Aye, milady. Como una hoja antes de una tormenta. ¿No deseas estar aquí
conmigo? Por el amor de Dios, que te quiero, te necesito, pero nunca te podría
causar miedo o angustia.
―No. ―Le dio una débil negación de cabeza―. Nunca. Es sólo que…
166 ―Dime. ―Su boca buscó el delicado hueco detrás de su oreja, su baja voz
deslizándose y llevándose la oscuridad de sus pensamientos a las sombras.
―Los recuerdos ―susurró, apenas capaz de hablar por las chispas de vértigo
del placer que se encendían con cada golpe de los dedos de Kenrick, cada
pulsación de seducción de sus labios mientras le dejaba un rastro de calor a lo
largo de su cuello y en la curva de su hombro―. Mis recuerdos son oscuros. Me
captan a veces. Puedo sentir sus garras hundiéndose en mí, arrastrándome…
―Estás a salvo ―murmuró Kenrick―. No hay nada que pueda dañarte aquí.
―No hay seguridad a donde los recuerdos me llevarían. Puedo sentir mucho.
Y hoy, el hombre en el granero, sólo… no quiero volver a vivir esa noche nunca
más. Me duele pensar en ello.
―Lo sé, cariño. Lo sé. ―Con las manos suaves en los hombros de ella,
Kenrick lentamente le dio la vuelta para mirarlo―. Nadie debería de presenciar el
infierno que conociste en Greycliff. Lo haría mejor para ti si pudiera.
Heaven se acurrucó en el calor de sus brazos, presionando la mejilla contra su
pecho.
―Lo haces mejor. Solo sentir tus brazos alrededor de mí destierra los
horrores… y el dolor.
―Entonces déjame abrazarte, milady. ―Tomando su mano en la suya, la
guió hacia la bañera esperando cerca de la chimenea―. Sólo hay nosotros ahora.
Vamos a lavar todos los rastros de esa noche y esta mañana. Deja que te abrace.
Ella caminó los pasos escasos con él, sus dedos atrapados sin apretar. La llevó
cerca de la tina caliente del baño, se quitó la túnica sucia y la arrojó a un lado. Con
el torso desnudo y glorioso, comenzó a desvestirla lentamente. Heaven se quedó
allí, su esclava dispuesta, mientras le desataba los cordones de su vestido. Los
cordones de seda susurraron fuera de su ordenada fila de ojales, a continuación,
suavemente cayó en una pequeña pila a sus pies.
Kenrick inclinó la cabeza y la besó mientras sus dedos hábiles buscaban la
blusa suelta que ahora se hundía en un revelador enamoramiento entre sus pechos.
Su mano se deslizó dentro, buscando y encontrando los brotes adoloridos de sus
pezones. Los pequeños picos se apretaron a su toque, anhelando más sus caricias.
Ella quería más… mucho más.
No hubo un freno a su pequeño gemido de consternación mientras él los
dejaba, moviendo sus manos lejos del dolor de necesidad de sus pechos para
deslizar su corpiño aflojado sobre sus hombros.

167 El vestido hizo un lento descenso a lo largo de su cuerpo, dejándola delante


de él en nada más que la fina cubierta del fondo.
―Aún tiemblas ―murmuró, su mirada de párpados pesados arrastrándose
hacia arriba para encontrarse con los de ella.
―De placer ―dijo―. Y de anticipación.
Su sonrisa era un giro perverso de sus labios que le robó el aliento. Qué
guapo era, su lord de oro. Tan guapo y tan oscuramente hábil como el hechicero
más erudito.
―¿Qué es lo que anhelas de mí? ―preguntó, diablura reluciente en el añil
callado de sus ojos―. ¿Mi tacto, tal vez?
Ella no podía hablar, ya que en ese momento le ahuecó el pecho en su palma,
alisando la yema del pulgar sobre la tensa corona de su pezón, que se elevó como
una piedra debajo de su fondo.
―Tal vez anhelas mi beso.
El dulce tormento de su toque se agravó más con el calor de su boca sobre la
de ella. Jugó con sus labios con una sensual unión que enviaba temblores de
sensación a la misma base de su ser. Demasiado pronto, rompió el beso para traer
su boca a lo largo de su mandíbula, luego por la columna de su garganta. Tomaba
muestras de piel con lo que parecía un hambre apenas contenida, sus dientes
mordían aquí y allá mientras hacía un ardiente, húmedo sendero en la base de su
cuello.
Dejó caer la cabeza hacia atrás y le dejó saquear a voluntad, sólo vagamente
consciente del toque de frialdad cuando el aire golpeó su carne desnuda cuando
Kenrick desató el lazo de su fondo y soltó la fina ropa interior de su cuerpo.
Con una nota de ternura atenuando su mirada cuando vio el vendaje
envuelto alrededor de su hombro.
―Te he lastimado…
―No ―contestó ella, movida por su cuidado suave, que era innecesario. La
herida no le dolía más. Se había curado todo en el corto tiempo desde que había
estado en Clairmont, la nueva piel oculta por el vendaje prístino que la cubría.
Kenrick no le dio tiempo para pensar en lo raro de la curación de su lesión. Se
inclinó ante ella, saboreando su camino al centro de su pecho.
Con manos cuidadosas y boca inquisitiva, le lamió ambos pechos por turno.
Sacudidas de deseo arquearon través de ella mientras él se amamantaba de sus
pezones, jugando con los brotes tiernos hasta que ella escasamente podía soportar
el placer. Besó el estrecho espacio entre ellos, haciendo una pausa para degustar el
168 oleaje boyante y la piel sensible debajo de ella.
Luego desvió su beso aún más bajo.
Heaven contuvo el aliento al sentir su boca a lo largo de su vientre. Su lengua
entró en la hendidura de su ombligo, la sensación tan puramente sensual ―tan
inesperada― la sacudió en reacción. La sujetó con las manos suaves extendidas en
sus caderas.
―Confía en mí, dulzura. Te deseo mucho, pero me comprometo que tomaré
las cosas con calma entre nosotros.
La respuesta de Heaven fue un suspiro profundo y gutural.
―Oh mi querido, noble lord ―jadeó, su cuerpo tembloroso por cada
caricia―. Su moderación experta será mi perdición.
Pero parecía poco dispuesto a dar cuartel. Cada golpe de seducción de su
boca, labios y lengua la hacían anhelar más. Como si sintiera esto de ella, procedió
con paciencia exasperante, como si quisiera probar cada centímetro de ella en su
propio tiempo.
Como un tormento exquisito.
Hizo una pausa en la lenta desintegración de sus sentidos, y dibujó detrás de
ella ligeramente. Cuando su boca había dejado su exploración, ahora su mirada
empezó a beber de ella. Heaven sintió el calor de esa mirada como mil dedos en
llama. Cosquillas, juegos, sus ojos trazaron un camino hambriento de fuego índigo
de su propia anhelada mirada, a sus labios entreabiertos que todavía
hormigueaban por sus besos, a las coronas sonrosadas de sus pechos, y… a la
suavidad de su vientre, y la mata de rizos de color ámbar oscuro situado entre sus
muslos.
Su mirada era tan abiertamente lujuriosa, que le quemó, pero si ella se
quemaba, era con felicidad desenfrenada. Y una necesidad desesperada por más de
todo lo que él le daría.
―Eres hermosa, Haven. Tan increíblemente suave. Cada pedacito de ti tan
tentador.
Kenrick estaba de rodillas ante ella.
Dios la preservara, pero estaba en un punto tan cercano al núcleo de su
feminidad que su áspera respiración rápida susurrando agitaba el parche de
suaves filamentos. Se inclinó hacia adelante, y la sorprendió con la presión
repentina de sus labios contra ella.
Heaven se arqueó tensa en el contacto, dividida entre moverse hacia atrás o
169 hacia el contacto inesperado. Pero las manos de Kenrick eran firmes en sus caderas,
manteniéndola en su lugar mientras su lengua se deslizó a lo largo de la grieta de
su feminidad. Gritó, incapaz de soportar la dulce tortura de su beso íntimo. Su
lengua estaba resbaladiza y caliente, separándola como una flor. Su cuerpo gimió
por él, tensándose como la cuerda de un arco con cada movimiento de la lengua de
su hechicero. Encontró el punto de su deseo y le tomaba con movimientos
vertiginosos, trabajando en un hechizo de oscura seducción en la parte de ella que
no conocía la vergüenza.
Pero tomó sólo una prueba, lo suficiente como para arrancarle un angustioso
gemido de sus labios, y luego se había ido.
―Eres más dulce que cualquier miel ―susurró, su voz gruesa mientras
deslizaba sus manos a lo largo de su muslo―. Más suave que la seda más fina.
Le dio un beso en la piel suave, y gentilmente levantó sus pies calzados con
zapatillas en su regazo. Su zapato salió mientras sus labios jugaban en la ligera
flexión de su rodilla. Como si fuera de cristal, colocó cuidadosamente su pie
desnudo en el tapete tejido de juncos. Luego hizo lo mismo con la otra pierna, con
maestría quitando lo último de su ropa y dejándola ante él completamente
desnuda y temblando por las sensaciones.
―Su baño espera, milady.
Su mirada se estrechó ligeramente mientras ella negaba con la cabeza.
―Nuestro baño ―le corrigió Heaven.
Sus dedos jugueteaban en la cintura de su pantalón enrollado. Los lazos de
cordón colgaban desde el nudo que sujetaba su ropa restante. Ella no pudo evitar
que su mirada vagara al aumento pronunciado de su vestimenta holgada. Su
excitación alta y orgullosa, la punta roma delineada por la ropa levantada como
una tienda de campaña.
Heaven tragó saliva, su garganta reseca por el deseo. Kenrick se puso delante
de ella como algún señor de leyenda, un imponente ídolo de oro de musculatura y
fuerza, y seductor esplendor. Parecía más guerrero que poeta ahora, una visión
profana de pura masculinidad que llamaba a algo profundo y primordial dentro
de ella.
Su mirada lasciva no abandonaba esa parte de él que era una combinación de
acero y seda. Tomó la punta de uno de los cordones y tiró hasta que se soltó. Sus
dedos lo rozaron ―sólo el más leve de los contacto―, pero su excitación saltó
dentro de sus confines de tela. Heaven sonrió, sabiendo que la impaciencia que
llevaba era tan visible en su tensa expresión. Había sido la de ella hace un
momento, el pulso resonante del deseo todavía vibrando a través de ella como el
latido de diminutos tambores. Sabía la exquisita angustia de añoranza, y quería
170 tratarlo con tanta seguridad como lo había hecho con ella.
Se inclinó y colocó un beso abierto sobre el pecho desnudo de Kenrick,
succionando el disco plano de su pezón entre sus dientes. Su lengua rodeó el brote
masculino, dibujándolo con fuerza. Luego se retiró, negándole crecer en su boca,
su aliento raspando fuera de él en una maldición.
Volvió a los cordones atados de su pantalón, permitiendo que sus dedos
pasaran a través del plano duro de su abdomen antes de que buscara el otro cordel
para el nudo. Kenrick se sacudió bajo sus dedos desnudos, con la piel dorada
deseosa y caliente debajo de las yemas de los dedos. Hizo un sonido ahogado en el
fondo de su garganta, un sonido impaciente que dio a Heaven una medida de
satisfacción suprema. Cuando se agachó para ayudarla a desnudarlo, Heaven puso
su mano sobre la suya, deteniendo sus dedos impacientes.
―Tenemos que tomar esto lentamente ―le dijo, recordándole su propia
promesa que casi la llevó a la locura―. Sin prisa, ¿no fue lo que acordamos?
Su risa en respuesta era profunda con diversión.
―Eres demasiado lista, dulce bruja.
Heaven se limitó a sonreír, y luego regresó a cumplir su tentadora misión. Un
segundo nudo fue liberado con deliberación medida. Los otros cayeron de igual
manera, poco a poco, uno tras otro, hasta que sólo una hebra delgada se mantuvo.
Kenrick la observaba con interés latente, una sonrisa curva puramente masculina
en la comisura de su boca.
Manteniendo el fuego índigo de su mirada, tiró del cordón final que lo
ocultaba de su vista.
Kenrick juro por lo bajo que era más reverencia que maldición mientras
Heaven deslizaba sus palmas entre la ropa floja y la aterciopelada firmeza de sus
caderas. Bajó el pantalón, poniéndose de rodillas delante de él mientras alisaba con
las manos lo largo de sus musculosas piernas desde el muslo hasta su tensionado
tobillo. Sus pies estaban desnudos; se había quitado las botas, sin duda, mientras
ella estaba ocupada perdiéndose en la maravilla seducción de su toque.
Heaven lo despojó cuidadosamente de su ropa, a continuación, se echó hacia
atrás para contemplar el esplendor desnudo de su guerrero dorado.
Era magnífico.
Dios, pero había sido bastante fácil antes ver por qué las sirvientas del castillo
susurraban con tonos rosados en sus mejillas, todas coqueteando con el lord feudal
tanto como permanecieran cautelosas de su actitud estoica, reservada.
Ahora, mirándolo aquí, Heaven sabía el peso de ese deseo femenino en ciento
171 por uno. Kenrick era una visión de perfección masculina, desde su corona de oro
de cabello muy corto, a sus anchos hombros, el pecho bronceado, y musculosa
cintura.
Y había más perfección cuanto más se atrevió a mirar.
Aunque no había previsto nada menos, al ver esa parte de Kenrick que era
descarada, e impresionante masculina, le robó el aliento. No podía dejar de mirar
fijamente la belleza rígida de él… ni podía resistir la repentina tentación
abrumadora de tocarlo.
Su carne saltó al primer roce de sus dedos. Heaven le acarició suavemente,
completamente intrigada con la increíble suavidad que envainaba tanta fuerza
acerada. Su sexo era grueso y grande en su palma, su circunferencia pesada
llenando su mano de las puntas de sus dedos hasta pasada su muñeca. Una gota
de humedad en su corona contundente, un calor suave que humedeció sus dedos
mientras se atrevió a acariciarlo.
Al gruñido de Kenrick, Heaven arrastró su mirada por la longitud de su
cuerpo de oro. Él la miraba con una intensidad que hizo temblar su estómago. Su
boca sensual se mantenía tensa, sus finas fosas nasales dilatadas con cada aliento
que raspaba en sus pulmones.
Y sus ojos, misericordia, pero la mirada en sus ojos era tan salvaje, tan
caliente y cruda, Heaven no sabía si su audacia le agradó o le enfureció.
―Si quieres que me detenga… ―dijo, su voz se apagaba mientras deslizaba
sus dedos a lo largo de la parte inferior de su eje, de la gruesa base de su sexo a la
cabeza reluciente―. No sé muy bien cómo… tocarte.
―Aye, sabes, milady. Estás a un suspiro de distancia de quitarme las fuerzas
donde estoy.
Sus manos jugaban sobre sus hombros desnudos, y a lo largo de la curva de
sus pechos. Heaven se deleitaba con su toque, en la anhelada forma en que le
acariciaba la piel. Sus dedos eran cálidos y fuertes mientras acariciaba su nuca,
luego se sumergían en la masa de cabello que caía en cascada por su espalda
desnuda. Levantó los pesados rizos, apretando y levantando a través de sus dedos
y dejando que cayeran en ondas a su alrededor.
―Ven aquí ahora ―le ordenó en un áspero susurro.
Heaven obedeció a la suave presión de sus manos por debajo de sus brazos,
lo que le permitió ayudarla a ponerse de pie. Él acarició su rostro, frunciendo
ligeramente el ceño mientras su dedo trazaba la inflamación que tenía en la
172 pendiente de su mejilla. Con una mirada tierna, se inclinó para recuperar un paño
pequeño doblado al borde de la bañera. Se inclinó para sumergirlo en el agua
humeante, lo escurrió y luego cuidadosamente limpio su pequeña lesión.
Ella no tenía ningún dolor en absoluto, pero sus tiernos cuidados la
suavizaron. Cada golpe de su toque, cada mirada cariñosa, su entrega cada vez
más lejos de los acontecimientos dolorosos de esa mañana. Con Kenrick sólo había
luz, calor y paz. Había confianza también, algo que no llegaba fácilmente a ella… o
a él.
Heaven aceptó su atención ahora, y la promesa sensual de lo que estaba por
venir. Llevó las manos a acariciar su espalda mientras la limpiaba, sus dedos
trazando los músculos que se retorcían y flexionaban mientras se movía. Sus
cuerpos rozaban juntos, sus pechos contra su pecho, sus muslos alisándose juntos
con la fricción agradable de cada toque.
No se dio cuenta que bajaba la tela hasta que él estaba tomando su barbilla a
su encuentro mientras se inclinaba para reclamar su boca en un beso apasionado.
Los sentidos de Haven se arremolinaban salvajemente bajo el calor de sus
labios en los de ella. Su mano desviándose por su cuerpo, hacia abajo y más abajo,
hasta que sintió sus dedos vadear a través de los rizos entre sus piernas. Una punta
de un dedo se deslizó en la hendidura húmeda, partiéndola en su descarado toque.
Gimió cuando jugó con sus pliegues húmedos, difundiendo fuego sensual a través
de cada fibra de su ser. Sintió que sus extremidades empezaron a temblar debajo
de ella, como la mantequilla se funde en el sol.
―Dulce bruja ―murmuró a lo largo del borde de su boca―. Mi hermosa y
misteriosa dama… creo que el baño tendrá que esperar.
Heaven abrió los ojos para encontrarse con su mirada. Su corazón estaba
acelerado. En el interior, se sentía fundida y brillante con una necesidad que no
podía definir. Kenrick la besó de nuevo, esta vez con una fiereza que casi la
abrumó. Su lengua se deslizó pasando sus labios, más allá de sus dientes,
empujando con una necesidad animal que hacía eco dentro de sí misma.
―Sí ―jadeó cuando su aliento era una vez más suyo―. Oh, Kenrick… sí.
Él no dudó un instante.
Levantándola en sus fuertes brazos, se dio la vuelta del vapor retorciéndose
de la bañera y la llevó al otro lado del solar a la cámara contigua. Heaven se apoyó
en su pecho firme, ahogándose en el delicioso aroma de su piel desnuda. Parte
especias y hombre cálido, parte almizcle y rico vino, era un bálsamo embriagador a
la fiebre altísima en su sangre.
En el poco tiempo que se tardó en llegar a la gran cama de su antecámara
173 privada, Heaven estaba casi pérdida por él. La dejó en el grueso colchón, felpa
cosquilleando su trasero mientras se hundía profundamente en los cobertores que
se distribuían en la cama.
Ahora que estaba allí, ahora que estaba mirando a su fuerte cuerpo desnudo
mientras la miraba sobre la cama, Heaven tuvo un estremecimiento de duda.
Prohibido, su conciencia advirtió.
Prohibido tocar a los de su tipo.
Prohibido cuidar de él.
Su expresión callada mientras la miraba fijamente, desde hambre de
necesidad a la preocupación intuitiva.
―¿Qué es, amor?
―Yo no… ―Dio un apretón débil de su cabeza en la almohada―. No sé…
Se agachó para alisar el cabello de su frente.
―Si no quieres dormir conmigo ―dijo, el sonido grueso de su voz
traicionando la profundidad de su necesidad―, no te voy a forzar. Debes saber
eso.
―Sí, lo sé. No hay otro lugar en el que quisiera estar que aquí… contigo.
Su sonrisa en respuesta la deslumbró. Su boca se curvó con afecto y no poca
satisfacción cuando extendió la mano para tomarla en la suya. Puso la palma de su
mano contra el centro de su pecho, donde su corazón latía rápido con fuerza. Ella
sintió su vida pulsando vibrante allí, vio su honestidad ―su alma, profundo
honor― brillando en el azul oscuro de la piedra preciosa de su mirada.
―Tu hechizo es profundo, dulce bruja. Soy tuyo para que órdenes. ―Levantó
la mano a su boca y luego beso cada punta de los dedos con cuidado reverente―.
Si quieres que me detenga… en cualquier momento… solo necesitas decirlo.
Heaven cerró los ojos en la dulzura de su declaración. Sabía que decía la
verdad; sin importar su propia necesidad, se detendría si ella quería.
Pero alejarlo era la última cosa que quería cuando buscó en su corazón alguna
razón de su inquietud. Kenrick era todo lo sólido y bueno en su vida ahora. De
hecho, ya su toque mandaba lejos la oscuridad de la duda que había estado
aferrándose a ella.
Prohibido…
La advertencia era poco más que un susurro y se desvanecía. Heaven no
sabía de dónde venía, ni por qué debería de desconfiar de sus sentimientos por
174 Kenrick.
Abrió los ojos para encontrarlo de pie junto a la cama inmóvil, esperando
estoicamente su decisión. Todavía sostenía su mano. Heaven lentamente se hizo
para atrás, juntando los dedos alrededor de los de él y guiándolo hacia ella. Se
sentó junto a ella en el colchón, hermoso en su desnudez, su sexo alto y con ganas
entre sus muslos.
―¿Estás segura? ―le preguntó.
Heaven asintió una vez, se encontró con su mirada sondeándola, luego
asintió de nuevo.
Su suspiro exhalado tenía un peso de sensación que dijo en gran parte su
deseo por ella. Besó el corazón de su palma, un lento beso sensual que envió
llamas en espiral a su esencia. Con su mirada fija en la de ella, Kenrick guió su
mano hasta la punta roma de su virilidad y envolvió sus dedos alrededor de él.
Heaven se deleitó en su exploración de esta fascinante parte de él que
respondió tan deliciosamente a su contacto. Mientras le acariciaba y jugaba con él,
Kenrick comenzó igualmente una exploración de ella. Apoyándose sobre ella, con
una mano en puño a su lado para soportar su peso, la otra mano hizo un táctil
estudio de cada centímetro de su piel expuesta.
―Te sientes como terciopelo bajo mi mano ―le dijo, adorando a sus pechos y
brazos, luego su vientre y la suave piel de sus caderas―. Te sientes como llamas de
terciopelo, caliente y suave y embrujando suficiente para consumir la mente de un
hombre. ―Le dio una sonrisa maliciosa―. Y el cuerpo de un hombre.
Heaven no pudo responder, incluso si hubiera tenido el ingenio suficiente
como para ofrecer una respuesta inteligente. Su mente estaba atrapada en una
conflagración celestial, su cuerpo también, con el tacto de Kenrick aventurándose a
lugares mucho más sensibles.
Lugares más sagrados.
Se mordió el labio, pero no pudo contener su suave maullido de placer
cuando los dedos de Kenrick ahuecaron su montículo. Él jugaba con ella allí,
haciéndola retorcerse y anhelar por más.
―Tan mojada ―murmuró, tocando en los pétalos de su feminidad con
maestría malvada―. Tan dulce.
Se giró, y lentamente descendió sobre ella con un profundo, beso carnal.
La columna vertebral de Haven se arqueó en el impresionante calor de su
boca cerrándose sobre su sexo. Le acarició cerca, respirándola. Dios la preservara,
175 mientras lamía en ella, chupándola con la punta de su lengua diabólica.
Algo extraño comenzó a sucederle mientras Kenrick se daba un festín con ella
tan apasionadamente. Sintió un gran peso, en espiral y capturado por vínculos
invisibles. No podía moverse, casi no podía respirar por la rigidez repentina de su
cuerpo. Todo pensamiento, todo sentimiento, centrado en la terrible presión, el
calor sensual del beso de Kenrick.
El placer la atravesó como un rayo: luz pura y penetrante, enraizándola
debajo de él en la cama. Su beso se profundizó, y se oyó gritar en asombro
impotente. Calor brilló a lo largo de sus miembros, su locura en escalada cuando
sintió la penetración contundente del dedo de Kenrick deslizándose en su interior.
―Kenrick ―susurró―. Oh, Dios…
No pudo decir más, porque él comenzó un ritmo de empujar y retirar que la
dejó incapaz de otra cosa que la indulgencia embelesada de este hechizo que se
tejió sobre ella. Subió a una cresta de asombroso placer tan intenso que la hizo
querer llorar. Se elevó más alto, y más alto aún, hasta que se sintió segura de que
no podría soportar más. Pero la seducción magistral de Kenrick no dio retroceso.
Gritó, rompiéndose en pedazos bajo sus caricias, una espiral en una tempestad
total de alegría sin palabras. Cayó en una nube, consciente de nada más que el
maravilloso demoledor momento.
―Cristo, eres dulce ―gruñó Kenrick, posicionándose encima de ella mientras
continuaba su descenso celestial―. Te necesito, Heaven… ahora.
Ella sintió su dureza presionando en la boca de su vientre. Aún estaba
conmocionada por el placer, su cuerpo lleno con pasión, sus piernas sueltas y listas
para recibirlo. La cabeza roma de su sexo clavándose fácilmente en su umbral, una
presencia exigente que ansiaba como nada que hubiera conocido antes. Empujó
levemente, dejando claro lo que se proponía hacer.
―Sí. ―Suspiró, inclinando su pelvis para recibirlo mejor.
Heaven gimió cuando se agachó para besarla. Sus bocas se encontraron con
hambre al unirse, y con un empuje firme de sus caderas, se enterró completamente
en ella. Una exquisita plenitud la calentó mientras sus cuerpos se ajustaban para su
apareamiento, Kenrick moviéndose sólo ligeramente, y ella acostada debajo de él
en un estado de aturdimiento feliz, temblores de placer todavía pasando a través
de ella.
―Tenemos un ajuste perfecto ―dijo, inclinando la cabeza hacia abajo para
besar la punta de su nariz mientras se mecía en su interior en un ritmo
controlado―. ¿Te complazco, milady?

176 Ella le dedicó una sonrisa perezosa.


―Aye, milord. Estoy muy complacida.
―Bien.
Él sonrió, una mirada amplia y satisfecha de orgullo masculino. Flexionó sus
caderas de nuevo, su mirada en la de ella, viendo como la reclamaba. Cada vez se
profundizaba más, cada embestida con más poder, hasta que el calor entre ellos
aumentó en algo primitivo y salvaje. Kenrick se levantó, doblando las rodillas de
ella para tomarla más completamente. Él era animal, y Heaven se deleitaba en su
pérdida de control, en el poder que parecía ejercer sobre él mientras la montaba a
la cresta de su propia liberación. Dio un grito grueso y su cuerpo se apretó, los
músculos de su pecho tensos, los tendones en su cuello congestionados mientras
echaba la cabeza hacia atrás y rugía su placer.
Puso las manos debajo de ella y la levantó del colchón, retirándose al tiempo
que el calor de su semilla se derramaba esparciéndose sobre sus muslos. La esencia
de almizcle de su pasión era un embriagador perfume, su sudada piel dorada
brillando como las estrellas. Heaven no pudo resistirse a probarlo. Inclinó la cabeza
y besó el hueco de su hombro, trazando su lengua a lo largo de la dulzura salada
del calor de él.
―Por el amor de Dios, mujer ―dijo jadeando mientras los estremecimientos
lentamente disminuían―. Me vas a arruinar, te lo juro. Nunca quiero irme de este
cuarto.
Heaven se acurrucó contra él, deseando fervientemente que pudieran
permanecer allí sin fin. Pero desde un rincón en sombras de su mente, una voz
insidiosa advirtió que al igual que el placer que había tenido era sólo una muestra
―este idilio que estaba viviendo en Clairmont― no era posible que durara.

177
Capítulo 20
Durante varios días gloriosos el idilio continuó, y Haven se encontró cada vez
más inmersa en la vida en Clairmont, más una parte de la torre del homenaje y de
su gente. Y cada hora se mostraba más encantada y deslumbrada por su
enigmático, lord de oro.
Mientras el trabajo de Kenrick durante el día, lo mantenía ocupado y
lamentablemente fuera de su compañía, por la noche había mostrado una apertura
sensual que no tenía límites. La pasión que agitaba en ella era profunda y
duradera, un regalo que casi compensaba las largas horas que los mantenían
separados mientras él se secuestraba a sí mismo detrás de la puerta cerrada de sus
cámaras privadas de la torre.
En este día particular, una mañana soleada que amaneció brillante y sin
178 nubes, Kenrick había invitado a Haven a un paseo en los jardines de Ariana. Ella
fue con mucho gusto, incapaz de suprimir su amplia sonrisa mientras la
acompañaba al patio. Caminaban con las manos enlazadas en el parche cerrado de
flores y vegetación situado justo debajo de la imponente torre del homenaje.
―Tengo una sorpresa para ti ―dijo Kenrick mientras caminaban en el centro
del jardín―. Cierra los ojos.
Ella le lanzó una interrogante, mirada curiosa.
―Ciérralos.
Ella obedeció, mordiéndose el labio mientras la guiaba de la mano a un punto
en algún lugar profundo en el corazón del santuario natural. Su nariz registró el
perfume de las flores florecientes y frescas, fértiles aceites. Había algo más
también, los débiles aromas del pan horneado y miel caliente.
―Muy bien ―susurró Kenrick junto a su oído―. Puedes ver ahora.
Haven abrió los ojos y dejó escapar un suspiro de asombro.
―¡Oh, Kenrick! Es hermoso.
Una pequeña manta, espolvoreada con pétalos de rosa, había sido extendida
en el suelo, rodeada por los macizos de flores y enredaderas de hiedra. En el centro
había una tentadora colección de pan, queso y dulces, todo bien ordenado en una
pequeña cesta. Era un espectáculo encantador, que tentó a su estómago y sus ojos.
―¿Te gusta?
Ella se volvió a mirarlo, radiante de alegría.
―Sí. Me gusta muchísimo.
―Ven.
La llevó adelante con él sobre la manta, y luego se sentó cerca de la canasta.
Haven se unió a él, doblando sus piernas debajo de ella mientras absorbía la gloria
que la rodeaba. Nada le gustaba más que ver a Kenrick tan cerca al lado de ella,
una sonrisa curvando su boca sensual.
No pudo resistirse a sus labios; se inclinó y le dio un tierno beso.
―Gracias. Esto es una maravilla.
―Estoy muy contento que lo apruebe, milady. ―Metió la mano en la canasta
por una de las tartas de miel―. Prueba esto.
Le dio de comer el dulce azucarado entre sus dedos, mirándola comer y
sonriendo cuando no pudo contener su gemido de placer. Compartieron gran
parte del desayuno en agradable silencio, recostados en los brazos del otro,
contentos de estar juntos en la tranquilidad del jardín.
179 Con su estómago feliz, su corazón se apretó con alegría, Haven llegó hasta el
rostro de Kenrick.
―Esto es una bendición ―dijo, acurrucándose en sus brazos sobre la manta y
mirando cuando un halcón voló por encima―. No creo que haya conocido esta
cantidad de felicidad.
Kenrick atrapó sus dedos en la palma de su mano y los llevó a sus labios para
un beso casto.
―Ni yo, milady. A decir verdad, no lo creía posible.
Haven le sonrió.
―Tal vez estamos soñando. Esta podría al ser una imaginación fantasiosa…
nuestro picnic entre flores, la belleza del cielo sobre nosotros… el calor de tus
brazos a mi alrededor. Todo parece demasiado rico para ser realidad.
―Has sido como un sueño en mi cama, dulce bruja. ―Él le dedicó una
sonrisa perezosa, pero la chispa de interés masculino en sus ojos era cualquier cosa
menos indolente―. Cualquiera que sea el hechizo que has echado, milady, lo has
echado bien.
Se inclinó para besar sus labios entreabiertos, pero el sonido de pasos que se
acercaban acortó el encuentro suave de sus bocas.
―Ejem ―murmuró uno de los jóvenes escuderos de la fortaleza. Dejó caer su
cabeza en una reverencia de disculpa, sus mejillas suaves se cubrieron de rojo
sobre su intrusión intempestiva―. Con su perdón, milord. Lady Haven.
Kenrick se aclaró la garganta mientras apresuradamente Haven se
desprendió de su regazo.
―¿Qué es, Alfred?
―Su montura está ensillada y le espera en los establos, milord.
¿Él se iba de nuevo? La alegría de Haven se disipó una fracción ante esta
noticia.
―Gracias, Alfred ―respondió Kenrick, su mirada inclinada hacia Haven
cuando se echó hacia atrás en la manta con un poco de mal humor―. Voy a estar
ahí en poco tiempo.
El joven asintió amablemente, pero sus mejillas se cubrieron de color. Sus ojos
bajos fueron furtivamente a su lord y luego a la mujer a la que la mayor parte de la
torre del homenaje consideraba la amante de Kenrick. No muy lejos de la verdad,
admitió con pesar.
Cuando Alfred se había ido, Kenrick se acercó a Haven sobre la manta.
180
―Incluso mis siervos están bajo tu encanto, belleza. Pobre Alfred, apenas
podía mantener los ojos lejos de ti a pesar de mi presencia ―bromeó, acercando a
su nariz un extremo del rizo de su cabello que se había soltado, pero ella se negó a
dejarle ganar una sonrisa tan fácilmente.
―Son tímidos a mi alrededor porque lo saben.
Kenrick arqueó una ceja con pereza.
―¿Qué es lo que saben?
―Que su lord ha tomado una chica común en su cama.
―No he hecho nada de eso.
Haven le frunció el ceño interrogante.
―Tú eres la chica menos común que he conocido. Y a quién elijo llevar a mi
cama no es el negocio de la gente de Clairmont.
―Eres demasiado inteligente para creer eso, pienso. ―Haven dejó escapar el
aliento, sólo la mitad del camino mostrando exasperación―. Soy sólo otro de los
intereses extraños de su lord. Soy de lo que hablan últimamente, a pesar de que
tienen el cuidado de hacerlo en voz baja y protegidos detrás de las manos.
―Ah. ―Kenrick pareció considerar el asunto en profundidad―. Y esto te
hace sentir incómoda.
―Un poco, sí ―admitió.
―Entonces montaré una asamblea en el salón de la torre del homenaje
mañana y hablaré con ellos al respecto.
―¡Nay! ―dijo, y luego se echó a reír cuando vio la burla brillando en sus
ojos―. ¿Buscas mortificarme aún más llamando la atención hacia nuestra…
indiscreción?
―En absoluto ―respondió, y de pronto su expresión era toda seriedad y algo
tierno que subyace a la inclinación seria de su boca―. Lo último que quiero es
ponerla incómoda, milady.
―Y le doy las gracias por eso, milord.
Acarició con el pulgar a lo largo de la línea de su frente, y luego por la
pendiente de su mejilla.
―Yo diría que los chismes llegarían a su fin, si dejaras de ser mi amante.
Haven se quedó inmóvil, pensando a la vez lo vacía que se sentiría sin el tacto
181 de Kenrick, sin la calidez de su abrazo o la sensualidad agitando su cuerpo junto
al suyo. Podría sufrir mil chismes susurrados, pero ahora que Kenrick le había
mostrado el fuego de la pasión, se preguntó cómo aguantaría una sola noche lejos
de él. Pero lo había enfrentado con un problema, y fiel a su forma, Kenrick quería
resolverlo.
―En verdad… ―dijo al fin, con los dedos haciendo una pausa en su suave
jugar sobre la cara y la garganta―, en verdad, he estado dando al asunto un poco
de pensamiento. Tenía la esperanza de que pudiera hablar contigo a mi regreso,
pero ahora es probablemente un momento tan bueno como cualquiera.
―Como desees ―murmuró Haven, temerosa de lo que iba a venir.
―Ha sido cada vez más evidente que no puedo dejar que las cosas entre
nosotros sigan como lo han hecho. Tan agradables como pueda ser.
Agradable.
La palabra raspó sobre ella como un trozo de cristal. ¿Podría ser que lo que
había pensado que era nada menos que estar en el paraíso, para él, no era más que
una diversión agradable? ¿Podría haber sido tan tonta para pensar que ella
significaba algo para él, que podría haber llegado hasta su corazón y su alma?
La profunda voz de Kenrick, pensativa llevaba una nota de finalidad.
―Las decisiones deben hacerse, Haven. Apuesto a que cuanto antes, mejor.
―Por supuesto ―respondió Haven, o quién sabe si simplemente pensó las
palabras. Le estaba resultando difícil pasar más allá del nudo que se elevaba en su
garganta, por lo que no podía confiar en que pudiera tener el mando de su voz.
Parpadeó hacia él, a la espera de su juicio. Temiéndolo.
―Tengo asuntos importantes que atender aquí, cuestiones de vida o muerte.
No puedo darme el lujo de distraerme con los pequeños susurros de mi gente.
Tampoco los caprichos de una amante. ¿Entiendes?
Haven asintió, pero a duras penas. Quería alejarse de su abrazo y correr hasta
que sus piernas la hubieran llevado más lejos. Pero no tenía ganas de alejarse de él,
ni siquiera cuando estaba sentado allí, diciéndole que ya no la quería.
―Tengo negocios en la ciudad, pero en pocos días tengo la intención de
viajar a Cornwall y el pueblo donde vivías antes del ataque a Greycliff. Me refiero
a buscar respuestas sobre tu pasado, y dónde realmente perteneces. No puedo
seguir así, a la espera de que tu memoria vuelva.
―Ya veo. ―Cerró los ojos para absorber el peso de sus palabras, y sintió sus
dedos debajo de la barbilla. Levantó la cara hacia arriba, persuadiéndola para
mirarlo.
182 ―Necesito saber que entiendes, Haven. No puedo mantenerte como mi
amante por más tiempo… te quiero como mi esposa.
Haven estaba conteniendo la respiración, sin darse cuenta de ello hasta que
salió de ella en el instante siguiente.
―¿Tu esposa?
―Si te complace.
Sí le complacía, inmensamente. Pero no podía dejar de observar que Kenrick
hablaba sólo de aspectos prácticos y lógicas soluciones, no había nada de lo que
sentía por ella. Nada de amor.
―No sé qué decir.
―Habitualmente, una mujer o bien dice sí o nay.
―Por supuesto ―dijo ella, medio riéndose de su propia conmoción.
―¿Por supuesto que quieres, o, por supuesto que no lo harás?
Ella encontró su mirada intensa y ahogó otra risita de emoción.
―Sí, Kenrick. Estaré feliz de ser tu esposa. ―Su sonrisa la calentó por
completo, aunque no más que su beso. Durante un largo rato, se abrazaron en el
pacífico Edén del jardín. El corazón de Haven seguía disparado cuando Kenrick
finalmente la condujo de nuevo al castillo para que pudiera prepararse para el
viaje que lo llevaría lejos de Clairmont para varias horas.
Ariana y Braedon salían juntos del solar al mismo tiempo que Kenrick y
Haven entraban de la mano.
―Buenos días ―dijo la hermana de Kenrick, su mirada brillante iluminada
sobre la pareja con gran interés―. Ustedes dos están levantados y alrededor
temprano esta mañana.
―Acabamos de tomar el desayuno en el jardín ―contestó Haven sin duda
emitiendo su alegría―. Kenrick me sorprendió con un día de campo… y algo más.
Ariana giró su mirada con los ojos abiertos sobre su hermano, pero antes de
que pudiera preguntar, Kenrick anunció sus planes.
―Le pregunté a Haven si permanecería aquí en Clairmont… como mi novia.
―¡Oh, Haven! ―Ariana envolvió sus brazos alrededor de ella en un apretado
abrazo―. ¡Eso es maravilloso!
Braedon tendió la mano a Kenrick, entonces ofreció sus felicitaciones a Haven
también.

183 ―Esto merece celebrarse.


―Sí, sí ―estuvo de acuerdo Ariana―. Sucede que tenemos dos cosas que
celebrar: su feliz noticia, y la nuestra. Braedon y yo daremos la bienvenida a la
llegada de un bebé a finales de este año.
―Felicitaciones ―respondió Haven emocionada por su amiga y el caballero
oscuro que brillaba orgulloso al contemplar a su bella esposa.
―Mis mejores deseos también ―añadió Kenrick con marcada aprobación.
―Nada me complace más que verlos felices a ustedes dos ―dijo Ariana―.
Tendremos una gran fiesta esta noche para celebrar la ocasión. Ven conmigo,
Haven. Es mucho lo que vamos a tener que hacer.
Haven se encontró fácilmente arrastrada por el entusiasmo de Ariana.
Antes de que se fuera de la mano de su futura cuñada, Kenrick la atrapó en
un abrazo rápido.
―Te veré a mi regreso más tarde hoy.
―Sí, milord ―susurró ella, fundiéndose con maravilla extática pura cuando
él la besó―. Te veré pronto.
Capítulo 21
La mañana transcurrió con la suficiente rapidez en la ausencia de Kenrick, así
Ariana pudo presentarle a Haven una lista de cosas que debían hacerse en
preparación para la fiesta de la noche, incluyendo una excursión a un mercado de
la aldea cercana.
Con Braedon y un guardia de Clairmont supervisando su excursión, Haven y
Ariana caminaron desde el puesto de un proveedor a otro, buscando los utensilios
y discutiendo sobre la espléndida comida que Ariana estaba planeando para esa
noche. Por sus descripciones embelesadas, iba a ser una fiesta tan grande como
jamás había visto ningún Clairmont.
―Tenemos mucho que celebrar, después de todo ―dijo, enganchando su
brazo con el de Haven mientras la conducía hacia una mesa colmada de finas telas
184 y encajes.
El mercado era un agitado hervidero de clientes y curiosos, toda la zona
zumbaba de charlas, regateos y buenos vítores en general.
―Permanezcan cerca ―aconsejó Braedon en esa forma inquietante suya―.
Hay demasiada gente aquí esta mañana. Demasiadas oportunidades para los
problemas.
―Mi esposo se preocupa demasiado ―dijo Ariana, dirigiéndole una mirada
burlona―. Especialmente ahora que sabe que llevo a nuestro hijo. De repente estoy
hecha de cristal, ¿no es así, marido?
―No sabía que el cristal era tan terco ―se quejó, pero no pudo ocultar su
suave consideración. Tamborileó sus dedos de forma juguetona sobre su
coronilla―. Nay, esta bonita cabeza no es de cristal en absoluto, sino de acero
duro, impenetrable.
Ariana se quedó sin aliento fingiendo ofenderse.
―Por ese comentario, bribón, vendrás conmigo y me ayudarás a elegir una
gansa para la sopa de esta noche. O tal vez deberíamos atar un ganso desagradable
en su lugar. ¿Nos disculpas, Haven?
Haven asintió, animada por el cariño compartido tan claramente entre Ariana
y su marido. Sólo podía esperar que ella y Kenrick pudieran compartir ese mismo
vínculo en su matrimonio.
Matrimonio.
La palabra había significado poco para ella hasta que Kenrick la había dicho
esa mañana. ¡Él quería que fuera su prometida! Para toda la oscuridad e
incertidumbre de su pasado, su futuro, al menos, parecía brillar con promesas.
La esperanza floreció dentro de ella, tan colorida como las sedas que se
extendían ante ella en la mesa del vendedor. Aturdida con pensamientos de su
vida futura, Haven recogió una larga tela sedosa de color rojo tenue y la sostuvo
delante para observar la forma en que captaba la luz. El sol ardía en lo alto del
cielo del mediodía, a través de la muestra de tela intensa, que brillaba como el
fuego de una piedra preciosa, deslumbrando su visión.
―Ese es un hermoso trozo de lanilla ―dijo una voz baja que estaba teñida de
una extraña sensación de familiaridad.
Haven bajó los brazos, sintiendo un nudo de frío atroz en el estómago.
Un hombre estaba de pie junto a ella en el puesto del vendedor, con su
185 cabello largo y negro como el azabache brillante, y una sonrisa fría y mortal en su
profanamente hermoso rostro. Llevaba una capa oscura que no ocultaba por
completo el dragón que gruñía en actitud rampante en el pecho de su túnica. Él era
una figura amenazante, claramente agraciada con la arrogancia propia del diablo.
Aunque no lo reconocía; oró porque no lo hiciera, Haven percibió de
inmediato que era peligroso. Él permanecía más atrás con intención evidente, de
pie en la sombra del toldo con ningún deseo de llamar la atención sobre sí mismo.
Por reflejo, Haven lanzó una mirada ansiosa por encima del hombro para ver
quién podría espiarlos.
―Lady Ariana tiene toda la atención de su marido en otro puesto ―le
informó el astuto extraño―. Tu guardia está fuera del alcance del oído. No hará
caso a menos que le des una causa para que venga aquí, Haven.
Por fe.
Él sabía su nombre.
―Había oído que podrías haber encontrado una forma de entrar a la propia
ciudadela de Clairmont, pero escasamente podía creerlo hasta que te vi con mis
propios ojos.
―¿Quién eres tú? ―susurró, necesitando saber qué quería incluso mientras
esperaba la respuesta, aterrorizada―. ¿Cómo es que me conoces?
Ese ceño de halcón se frunció, sus ojos verdes de dragón se estrecharon.
―¿Bromeas?
―Dime ―dijo―. ¿Debería conocerte?
Él echó la cabeza hacia atrás y soltó una baja risa llena de incredulidad.
―Eso es gracioso, de hecho, cuando hemos aceptado las órdenes del mismo
hombre durante casi un año. ¿Cuál es tu juego aquí, zorra?
―Yo diría que eres tú el que juega, bribón.
Haven dejó que la tela rubí cayera de nuevo sobre la mesa e hizo el intento de
alejarse.
Para su inquietud, cuando fue a alertar al guardia de Clairmont, el guerrero
de cabello oscuro siseó una advertencia.
―No tan rápido, milady. Tú y yo necesitamos tener una charla. A menos que
quieras que la noticia de que no fuiste muerta en la incursión de Greycliff como se
supone, llegue a nuestro empleador mutuo, Silas de Mortaine.
Ante la mención del nombre del villano, Haven se congeló.
¿Su empleador? ¿El mismo hombre que inspiraba tanto desprecio y
186 desconfianza en Clairmont estaba de alguna manera ligado a ella?
Nay. Se negaba a aceptar lo que estaba oyendo. Necesitaba respuestas que
tuvieran sentido para ella, y sintió un creciente temor de que este hombre fuera
quien pudiera dárselas.
―¿Qué sabes sobre esa noche?
Él la miró largo y tendido, y luego sopló un juramento irónico.
―¿Qué sé de eso? Evidentemente más de lo que recuerdas. ¿Está todo
perdido para ti?
Ella le dio una pequeña inclinación de cabeza.
―Por favor. Tienes que contármelo todo.

Alguien; o algo; le seguía.


Kenrick había sentido el peso de unos ojos vigilantes en su espalda casi desde
que salió por las rejas de Clairmont. Su observador era sigiloso, se mantenía fuera
de la vista y lo suficientemente atrás como para no delatar su posición. No
obstante, estaba allí.
Kenrick había tomado un camino forestal ese día en vez del principal, con la
intención de hacer más corto su recorrido a expensas de un paseo lento. También
se había cansado de la danza del gato y el ratón que jugaban él y el canalla que lo
acechaba demasiado obstinadamente para ser cuidadoso.
Cuando se presentó la oportunidad, Kenrick se salió del sendero arbolado y
lanzó su montura en la espesa vegetación primaveral del bosque. Cabalgó con
prisa, usando la cubierta de la vegetación y su conocimiento de estos bosques para
ayudarse mientras hacía un círculo en su avance y surgía a una corta distancia por
detrás de su perseguidor.
El jinete era un hombre grande, sin duda, un caballero por la forma en que se
sentaba en la silla y de ninguna forma uno común y corriente a pesar de su
humilde ropa. Su montura era un palafrén de buena familia que corcoveó un poco
cuando tiró de sus riendas y la bestia se detuvo en seco en el sendero.
Kenrick se quedó atrás, ahora el observado era el observador, y esperó a que
el renegado con el cabello marrón terroso y los hombros corpulentos pasara la

187 pierna por encima del arzón y desmontara sin hacer ruido.
Kenrick, también, dejó su silla de montar con pasos silenciosos que no
aplastaron siquiera la más pequeña de las agujas de pino, a medida que se
deslizaba en un camino sigiloso hacia el desconocido. Sacó una pequeña hoja de su
vaina tahalí y se movió con rapidez, con cuidado, a través de los distintos tipos de
helechos. En un instante, estuvo de pie detrás de él a una distancia del largo de un
brazo.
―Date la vuelta bribón, y muéstrate.
La columna vertebral del hombre se puso rígida, luego se enderezó, su
peluda cabeza girando sólo una fracción para registrar la amenaza a su espalda.
―Lentamente ―le aconsejó Kenrick, presionando la daga de forma no
demasiado suave a través del cabello castaño despeinado y opaco, hasta que
estuvo apoyado contra la base del cráneo del malhechor―. Tu juego ha terminado,
te he permitido seguir mis pasos lo suficiente. Enfréntame como un hombre, o te
atravesaré justo donde estás parado.
Los anchos hombros no dieron ninguna señal de resistencia o intención de
luchar. Por el contrario, se desplomaron levemente, luego se elevaron con un
resignado encogimiento de hombros.
―Debería haber encontrado una mejor manera de acercarme a ti, Santo. Pero
hay demasiado en juego. Tenía que estar seguro.
Al oír su viejo apodo; escuchar la voz que hablaba, un barítono resonante que
él conocía demasiado bien; Kenrick frunció el ceño.
―Date la vuelta ―exigió, sin confiar en sus oídos. El hombre hizo lo
indicado, girando con cuidado bajo la tensa amenaza de la daga hasta que estuvo
directamente frente a Kenrick.
―Sangre de Dios; Rand.
―Te vi fuera del pueblo en Devon ―dijo su amigo―. Tú y algunos hombres
habían armado un campamento reciente en el bosque.
―¿Tú estabas allí? ―preguntó Kenrick, sorprendido de pensarlo.
―Por debajo de la cubierta de la espesura, observé como se iban tú y tu
grupo.
―No dijiste nada. ¿Por qué? ¿No confiaste en mí?
―Tenía que estar seguro. Ya ves, yo también había estado rastreando a los
cambiaformas. Fui yo quien derramó un poco de su sangre ese día. Aunque no fue
suficiente.
Con su barba oscura, sombrío, descuidado debido a haber estado a la carrera
188 por una semana, Randwulf de Greycliff le devolvió la mirada fija a Kenrick con
endurecidos ojos color avellana. Líneas de tensión enmarcaban su boca
notoriamente, una boca que tantas veces se había curvado por la risa o durante la
narración de una broma subida de tono. Su rostro estaba delgado y triste ahora, sin
vida, el horror de lo que debía haber sufrido en esos muchos días estaba
estampado en la desolación de su expresión.
―Buen Cristo ―juró Kenrick, envainó la daga en un estado de asombro―. Te
creí muerto. Después de lo que vi en Greycliff hace dos semanas…
Rand hizo una mueca casi imperceptible. Cuando volvió a hablar, su voz
tenía un borde afilado, oscurecido con una furia latente.
―Mataron a mi familia, Santo. Elspeth, mi amada, se ha ido, Jesús, incluso el
pequeño Tod. Malditos secuaces del diablo; mataron a mi esposa e hijo delante de
mis propios ojos.
―Lo sé. ―El estómago de Kenrick se retorció de forma enfermiza―. Lo
siento, Rand; más de lo que nunca sabrás. Yo te provoqué esto. Soy totalmente
culpable por haberte involucrado en mi búsqueda. Si hubiera sabido lo que le
costaría…
Rand negó con la cabeza, desestimando sus palabras.
―Fue mi elección ayudarte, Santo. Mi elección seguiría siendo la misma. La
culpa de lo que ocurrió en Greycliff descansa sobre un hombre: Silas de Mortaine.
Fue su banda de bestias cambiaformas que saqueó mi casa y mató a mi familia. Yo
vivo, sólo para ver hasta el último de ellos muertos por la punta de mi espada, y
para enviar a de Mortaine a las profundidades del infierno que le generó.
Era un sentimiento que Kenrick entendía bien, y compartía.
―De Mortaine se vuelve más audaz cada día. Sus cambiaformas han
encontrado su forma de entrar incluso en Clairmont. Justamente la otra mañana,
uno de ellos fue asesinado en un granero en nuestra aldea, mientras cazaba
animales de granja furtivamente.
―Cambiaformas ―escupió Rand―. Ellos y todos sus parientes malvados son
buenos para nada más que la tumba. Espectros sin alma, todos ellos, porque esa es
la forma en que descendieron sobre Greycliff la noche del ataque, ayudados por
uno de los suyos que se adentró en mi hogar a través de mentiras y engaños.
Nunca lo vimos venir, Santo. Nunca nos dieron ninguna oportunidad; seis de ellos,
al menos, adentrándose en medio de la oscuridad de la noche, armados con acero y
fuego y magia demoníaca. Bajaron como lobos sobre mis pocos guardias,
arrancando sus gargantas, moviéndose a través de la torre como una peste
189 consumiendo todo a su paso. Maté a unos cuantos, pero no a todos. Estaban detrás
del sello que me confiaste ―dijo Rand con gravedad.
―Lo sé. Temí eso cuando vi el escondite vacío y tres tumbas recientes en el
patio de Greycliff.
―Traté de esconderlo de ellos, pero para salvar a Elspeth y Tod…
―No digas más, Rand. Sólo hiciste lo que tenías que hacer.
―No importó en absoluto. Los mataron de todos modos. ―Rand maldijo--.
Después de que la incursión hubo terminado, cuando los cambiaformas se fueron y
yo me desperté en las ruinas humeantes de mi casa, enterré a mi familia. Mi esposa
e hijo en dos de las tumbas, un guardia muerto en una tercera para fingir mi propia
muerte, y luego me fui de Greycliff. No puedo volver allí, Santo. No hasta que
termine esto. Tal vez ni siquiera entonces.
―Siempre habrá un lugar para ti en Clairmont. Mi casa es tuya, Rand.
La emoción irrumpió a través de la mirada avellana de Rand mientras daba
un asentimiento sombrío de su barbilla.
―Quiero venganza por lo que se ha hecho. He venido porque soy el que
necesita de tu ayuda ahora. ¿Me la darás, Kenrick?
―Lo que sea.
La boca de su viejo amigo se curvó en el fantasma de una sonrisa, pero fue
con una mirada sombría que aceptó la mano que le ofreció Kenrick. Los dos
hombres se abrazaron brevemente, Rand tan rígido y frío como la espada que iba
en una funda en su cadera.
―Estos son tiempos traicioneros ―dijo Kenrick cuando se separaron―. Se
puede confiar en muy pocos cuando se trata del Cáliz del Dragón.
―Aye ―estuvo de acuerdo Rand―. Ojalá esa lección no hubiera venido con
un precio tan alto para mis seres queridos. Sabía que la muchacha que había
venido a Elspeth con sus hierbas de bruja era peculiar, pero nunca pensé; Jesús, ni
siquiera en mis sueños más oscuros creí que resultaría ser tan mortal.
Unos dedos fríos como el hielo repentinamente viajaron por el cuello de
Kenrick.
―¿Una sanadora, has dicho?
―Sanadora ―se buró Rand―. No. Una perra cambiaformas que fingió
amistad y nos traicionó con los otros de su especie; que se pudra. Nunca conocí
mayor satisfacción que cuando volví su daga en su propio pecho sin corazón y la
atravesé.
190

Haven seguía de pie en el puesto del vendedor de seda, entumecida por la


conmoción, cuando Ariana se aproximó. Braedon estaba con ella, con una gansa
fresca envuelta y escondida debajo de su fuerte brazo.
―¿Te has decidido por alguno de ellos? ―preguntó Ariana con alegría
brillante mientras se paraba junto a ella en la mesa de telas bonitas. Recogió la
muestra de color carmesí con sus ojos llenos de admiración―. Esta sería una
guirnalda preciosa para la tarima. ¿No lo crees así, Haven?
Ella no pudo responder, simplemente reconoció con un asentimiento vago de
su cabeza.
El caballero dragón había desaparecido tiempo atrás, después de haberle
entregado sus revelaciones inquietantes; y una imposible, mucho menos
impensable proposición. La mente de Haven se tambaleaba por el encuentro, su
memoria ahora despiadadamente clara e ininterrumpida. La oscuridad de sus
recuerdos había sido atacada con la luz más cruda debido a todo lo que había
escuchado.
Recordaba todo; todo lo que Draec le Nantres le había dicho.
La mano de Ariana se posó sobre la de ella con preocupación, el contacto
suave sacándola bruscamente de sus reflexiones oscuras.
―¿Haven? ¿Qué sucede; estás bien?
―Oh. Sí, estoy bien. El sol está un poco cálido, es todo. Creo que me gustaría
volver al castillo, si es que podemos hacerlo.
―Por supuesto ―accedió Ariana.
―Le diré a los guardias para que apronten nuestros bultos ―dijo Braedon,
frunciendo el ceño, sus ojos moviéndose desde el pálido rostro de Haven hasta su
esposa―. Hemos permanecido demasiado tiempo ya. No me gusta mucho el
ambiente de este lugar.
Cuando se volvió para convocar a uno de los caballeros que los acompañaron
al mercado, Ariana se acercó más a Haven y envolvió su brazo alrededor de sus
hombros.

191 ―¿Estás segura de que es sólo debido al sol que te has enfermado?
Haven miró a la sincera y preocupada mirada azul de la hermana de Kenrick;
una mujer que retrocedería aterrorizada si supiera realmente quién era; y perpetró
un engaño más.
―Nada está mal en absoluto. No tienes por qué preocuparte.
Capítulo 22
Nada fue igual para Haven cuando regresó del mercado con Ariana y
Braedon. Miró a Clairmont, y sus amables y voluntarios anfitriones con nuevos
ojos.
Ojos de cambiaformas.
Cuánto quería negar lo que Draec le Nantres le había dicho; su papel en el
ataque de Greycliff, su abjuración de lealtad al malvado Silas de Mortaine, su
deber a su clan y reino para velar por el regreso del Cáliz del Dragón… sin
importar el costo de vidas mortales de los forasteros.
Sus enemigos.
Quería negarlo todo, más que todo el conocimiento del raro y poderoso don
que las separaba de esta gente. Lo había estado sintiendo moviéndose dentro de
192 ella por días, el cosquilleo del cambio brillante que recorría la superficie de su piel.
Su glamour.
Había estado dormido hasta ahora, debilitado por su fiebre y el calor ardiente
de su memoria, pero ya no más. Sintió su fuerza recorriéndola, vivo y esperando
su momento. Había habido una vez no hace mucho, recordó, que su glamour le
había dado mucho orgullo. Caminando entre los forasteros, personas simples que
no poseían esa magia, ciertamente, ni siquiera la habilidad para comprenderla,
mucho menos para reconocer su superioridad, la había hecho sentir imparable. La
había hecho sentir inmortal de muchas formas, aunque ese era un don que negaba
su raza.
Mientras que los cambiaformas disfrutaban del poder no regulado de su
magia en el Exterior, en Anavrin el glamour cambiante de los magos fue detenido,
secuestrado por un corto tiempo por la clase gobernante de los Inmortales, quienes
no poseían habilidades de conjuración. Era una guerra antigua, una que regresaría
si el Cáliz del Dragón permanecía perdido para el reino místico que lo requería
para sobrevivir.
Este era el legado de Haven, y ahora, su maldición.
Mientras recorría el piso de su cámara, contempló el terrible giro que su vida
había tomado en tan poco tiempo. Esa mañana había estado llena de una alegría
que no había conocido. Ahora sentía las frágiles piezas de su mundo cayendo
alrededor de sus pies.
Una parte egoísta quería pretender que nunca había visto a Draec le Nantres
ese día. Quería negar todo lo que había escuchado, incluyendo la osada propuesta
que le había hecho, para aliarse con él en vez de Silas de Mortaine.
Le Nantres era un hombre con sus propias ambiciones secretas. Tenía el sello
que los cambiaformas ladrones le habían robado a Greycliff; necesitaba a Haven
para ayudarle a determinar cómo, y cuándo, usarlo.
Una vez había sido espía para Silas de Mortaine, cuando había sido enviada a
ser amiga de Rand y su familia. Ahora Draec quería que le reportara a él en
cambio, llevando lo que pudiera encontrar de los hallazgos de Kenrick sobre las
ubicaciones de las piedras del Cáliz restantes.
La oferta de Draec era clara: ayudarlo y él se encargaría de que Haven
regresara a Anavrin a salvo. Al enojarlo, ella sabría que pondría en riesgo todo lo
que quería.
Al permitirse que le importaran los forasteros en Clairmont, ciertamente, al
dejarse encariñar con la familia de Greycliff cuando había sido enviada a espiar de
193 forma encubierta a los amigos de Kenrick, Haven había cometido el mayor crimen
contra su clan. Su corazón estaba abierto al enemigo y por lo tanto había sido
marcada como traidora por su propia clase.
Ahora era Sombra, un estado existencial que era raro entre cambiaformas
guerreros enviados desde Anavrin para buscar el Cáliz del Dragón. Volverse
Sombra era convertirse en traidor.
Su vida estaba acabada si la encontraban, su fidelidad a la misión de su clan
ahora estaba comprometida por su amor por Kenrick. Los otros cambiaformas
sentirían su cambio al verla. La cazarían con la misma ferocidad que cazaban las
piezas errantes del Cáliz del Dragón.
Haven había escuchado de otras personas de su clan que habían sido
debilitados por emociones mortales. Se rumoraba que pocos se escondían en algún
lugar en el Continente; el resto habían sido cazados sin piedad y ejecutados.
Con los cambiaformas acercándose a Clairmont todo el tiempo; sabía que no
pasaría mucho tiempo antes de que vinieran por ella. La matarían. Y luego
asesinarían a quienes amaba. Fe, pero no se podía dar el lujo de pensar mucho en
eso. No podía permitirse otro horror como el que se había desatado en el castillo de
Greycliff.
Aliarse con Ie Nantres no era más noble, mucho menos traidor, que una
alianza con el mismísimo Silas de Mortaine pero su otra alternativa presentaba
demasiados riesgos, demasiado dolor. Sobre todo los dirigidos hacia Kenrick.
Tan difícil como sería, su corazón le indicó la urgencia de ir hacia él de una
vez y decirle todo. Se lo debía, incluso así la odiara por ello.
De acuerdo con sus sirvientes, Kenrick había regresado a Clairmont con un
huésped hacia un rato, pero se había retirado a su solar inmediatamente después
de su llegada. Con el festín todavía a unas cuantas horas de distancia, Haven no
sabía cómo soportaría el tiempo sola con sus pensamientos. Con certeza, no podría
soportar todo la cena con un peso tan grande entre ellos.
Si solamente pudiera verlo, si solo pudiera tener un momento para
determinar cómo sería su reacción a su terrible verdad que quemaba como ácido
en su estómago. Tenía que hacer algo, recorrer el confinamiento de su cámara iba a
volverla loca.
Con decisión y un temor que amenazaba con consumirla, Haven salió de la
habitación de la torre y se dirigió al solar del lord en el nivel principal del castillo.
Se sorprendió al encontrar la puerta entreabierta, nadie dentro de la cámara
194 en absoluto. Kenrick había estado ahí pero hacía un rato, un fuego quemaba en la
gran chimenea y en una mesa situada entre un par de sillas abullonadas, dos jarras
de metal vacías junto a un decantador de vino vacío.
Algo más estaba allí, también. El brillo de un acero plano y martillado
reflejando la luz del fuego atrajo su atención mientras entraba cuidadosamente en
la cámara.
Era una espada, se dio cuenta cuando tomó un paso en dirección a ella. La
daga instrumental la atrajo con su asombrosa familiaridad, con su baile
hipnotizador de luz en la empuñadora de dragón y la hoja grabada con un acero
exquisito y raro de Anavrin.
Era la daga de un cambiaformas, esta estaba intacta y perfecta, donde la que
la había derribado en Greycliff, su misma arma, empuñada hacia ella por un
hombre que tenía toda la razón para desear su muerte, se había roto cuando había
entrado en su hombro. Se preguntó cómo Kenrick había encontrado la pieza.
Más preocupaciones para ella, se preguntó cómo la daga había sido discutida
entre Kenrick y quien fuera que se había sentado con él en el solar.
Haven recogió el arma y la sostuvo en su palma. En el instante que la fría hoja
tocó su piel, experimentó una sensación de poder repentino que la recorrió. Sus
dedos volvieron a la vida con el beso de miles de agujas. La sensación se esparció,
subiendo todo su brazo y hacia su hombro, luego por su columna.
Como el mismo fuego, la fuerza de su magia la envolvió, calentándola. El aire
a su alrededor se cargó con una intensidad temblorosa y tamborileante. Este
encuentro con su pasado, con su verdadero hogar, removió algo dentro de ella,
mostrándole lo que era y siempre sería.
Su glamour ondeó en la superficie de su consciencia y un susurro seductor
que la instaba liberarlo.
―No. No lo haré.
Haven dejó caer de nuevo la daga de cambiaformas en la mesa con un
estrépito. Se dio la vuelta, solo para encontrar a Kenrick parado detrás de ella en la
puerta abierta del solar.
―Ten cuidado, milady. Esta es una daga de cambiaformas y su magia no
conoce límites.
Puso sus brazos detrás de ella, calmando las pulsaciones de su glamour
creciente y rezando que la picazón de su piel se calmara. Inquieta por la agitación
de su verdadera naturaleza, su incomodidad sólo empeoró cuando miró la figura
estoica de Kenrick.
―Una daga como la que fue usada en ti la noche del ataque en Greycliff
195 ―dijo, entrando al solar y cerrando la puerta―. La noche que fuiste atacada por el
cambiaformas por órdenes de Silas de Mortaine.
Haven tragó por su garganta repentinamente seca.
―¿Cómo es que tienes esta daga?
Ahora estaba cerca de la mesa y se estiró para tomar el arma de donde Haven
la había dejado caer. Encogiéndose de hombros, movió su boca de forma casual.
―No puedo estar seguro de forma precisa de dónde llegó. Braedon y yo
matamos un buen número de bestias en Francia hace unos meses. Podría haber
pertenecido a alguno de ellos.
Su desdeño por la raza, por su raza, era evidente en la oscuridad de su tono.
El odio que vio en él puso un nudo de miedo en su corazón.
―¿Te fue bien en tu viaje hoy? ―preguntó, haciendo una conversación
nerviosa mientras el peso de lo que había venido a decir la presionaba como una
barra de hierro―. Mary me dice que trajiste un huésped contigo.
―Me encontré con un viejo amigo. ―Levantó su barbilla pero su mirada se
estrechó, midiendo la situación. La daga todavía estaba agarrada perezosamente
en su mano―. Tuvimos mucho de qué hablar, resultó.
Ella intentó poner una sonrisa animada.
―¿Tu amigo se nos unirá al festín?
―Sí.
―Bueno, Ariana ha hecho un gran evento ―dijo Haven con una calma que
no sentía―. Ha preparado un menú impresionante y planea adornar el pasillo con
sedas y guirnaldas de primavera. Hace demasiado por mí, creo.
El gruñido de reconocimiento de Kenrick contenía un extraño tono
depredador.
―Mi hermana tiene un corazón caritativo. Confía muy fácilmente, y busca lo
bueno en las personas, a veces, a pesar de su detrimento.
―Es una buena amiga conmigo ―dijo Haven, consciente de la frialdad en sus
fijos ojos azules mientras alzaba la mirada de la luz danzando en la daga para
encontrar su mirada―. Nunca haría algo para herirla.
―Me alegra escucharlo, Haven. No hay nada que no haría para proteger a mi
hermana, de hecho todas las personas que viven bajo mi cuidado y confían en mí
como su lord.
Pareció perdido en sus pensamientos por un largo momento y Haven luchó
para encontrar palabras para llenar el vacío.
196
―Kenrick… hay algo…
―La confianza es algo muy frágil ―murmuró, el suave gruñido de su voz
silenciándola a mitad de la frase. Sólo pudo observar en un silencio precavido
mientras él levantaba la hoja de dragón y trazaba, sin tocarla, a lo largo de su
manga larga―. Es ganada, algunas veces, no se da por completo.
Él no la miró, simplemente miró la daga labrada mientras la movía contra su
hombro e inició un camino lento hacia la línea del cuello del vestido.
Fe, ¿él ya sospechaba su secreto?, se preguntó, sintiendo una nueva capa de
miedo formándose en su corazón.
―La confianza es el regalo más vinculante que un hombre tiene para dar…
―el borde de la hoja se deslizó por debajo de uno de los lazos que enlazaba el
corsé―… y puede perderse con un descuidado y ligero desliz de la mano.
Haven dejó escapar una respiración contenida, mirando al lazo de seda era
cortado y caía.
La mirada de Kenrick era dura pero acalorada cuando la miró de nuevo. No
podía descifrarlo pero podía sentir la crudeza de sus emociones. Una batalla vivía
en su expresión, algo entre furia y hambre. Lo que él sentía en ese momento, era
animal e inmediato y envió un escalofrío de anticipación nerviosa por la columna
de Haven.
―¿Confías en mí, milady?
Ella asintió, apenas capaz de hablar mientras la daga cortaba sutilmente el
resto de sus cordones.
Algunos hilos cautelosos de cordura le avisaron que él era peligroso en ese
momento. No podía desechar la idea de que la estaba amenazando con su juego
sensual tanto como la estaba provocando. Su mirada era demasiado salvaje para
ser inofensiva. Era un hombre tan adepto en el combate como en el estudio o la
seducción, y no era con un pequeño grado de cautela que se recordó eso.
Ahora tenía su glamour, a decir verdad, sabía que sería una buena
contrincante para cualquier hombre si usaba su magia, pero no la usaría en contra
de Kenrick, sin importar cuáles fueran sus intenciones. Su poder sobre ella era
extrañamente emocionante, incluso a pesar del miedo.
―¿Confías en mí? ―preguntó de nuevo, enmarcando su rostro con sus
manos, acariciando sus mejillas con la yema de su pulgar.
―S-sí ―susurró―. Confío en ti.
197 ―¿Me deseas, linda bruja?
―Oh, sí ―jadeó, sus manos subiendo a su espalda cuando él se inclinó para
besar la sensible piel debajo de su oreja―. Sí. Te deseo. Kenrick, debes saber que
siempre te desearé.
―Nay, milady ―murmuró contra su barbilla―. No puedo estar seguro de tal
cosa. Muéstrame que puedo confiar en cualquier cosa que me digas.
Su orden la animó y lo besó con toda la pasión que sentía por él. Sus bocas se
fundieron en una unión febril que ninguno parecía capaz de controlar. Había furia
en el beso de Kenrick y una necesidad por dominación como nunca antes había
conocido en él. Deseó por completo su sumisión y Haven se rindió a su deseo con
animada rendición.
Él guió su mano hacia la fuerte longitud de su cuerpo, poniéndola donde la
quería.
―Muéstrame cuánto me deseas.
Con dedos temblorosos, ella deslizó sus manos por debajo de su túnica. Su
piel estaba tan caliente al tacto, como terciopelo sobre hierro sólido, su latido
latiendo fuertemente en su palma. Acarició la piel sedosa de su pecho y bajó por la
firmeza surcada de su abdomen.
Él contuvo el aliento cuando sus dedos encontraron la pretina enrollada de su
pantalón. El mismo aliento salió fuertemente con una blasfemia mientras los lazos
se desataban y su sexo salió libre y pesadamente hacia sus manos. Haven lo
acarició con una reverencia muda, maravillándose como siempre con la sensación
asombrosa de su cuerpo y el poder de lo que su placer le hacía.
Él gimió, y fue ella quien se derritió. Él tembló y sintió sus propias piernas
fallar. Había tanto que necesitaba ser dicho entre ellos, tanto que necesitaba
reparación, pero Haven se perdió rápidamente en el sensual hechizo del cuerpo de
Kenrick. Tocarlo no era suficiente. Recordando cuán salvaje la había hecho con sus
propios besos descarados, Haven lentamente se arrodilló ante él en el suelo y lo
tomó en su boca.
Su gemido de placer fue una dulce recompensa que sólo la hizo sentir más
aventurera. Succionó la suave cabeza de su masculinidad, provocándolo con su
lengua. El sabor la hizo enloquecer con deseo y ansias de explorar cada centímetro
suave de su sexo con su boca. Se deleitó en él sin inhibición, dejando que sus
manos la guiaran, sus agudos gemidos de pasión y sus inhalaciones profundas y
febriles mostrándole cómo complacerlo más.
Disfrutó las reacciones de su cuerpo, queriendo más de él. Necesitando todo
198 lo que él le diera. Pero justo cuando pareció que él se perdería en ella, la tomó de
los brazos y la puso de pie. Estaba jadeando fuertemente, su mandíbula tensa, sus
ojos de un azul tan profundo que parecían casi negros.
―Sangre de Dios, eres una bruja despiadada.
Ella lo buscó pero él empujó sus manos, negándola con una mirada feroz de
hambre. La volteó frente a él, luego la inclinó sobre el espaldar de la silla. Sus
faldas subieron hasta sus caderas con un sonido de tela, exponiéndola ante él en la
manera más íntima. La puso ansiosa pero no luchó contra él. Estaba necesitado del
deseo y ella estaba muy dispuesta a rendirse ante él de cualquier forma que
quisiera.
Sus dedos encontrar la resbalosa humedad entre sus piernas. Abrió los
pétalos mojados, provocándola con la sensación de penetración, su rígido miembro
deslizándose por su apertura. Haven gritó, incapaz de contener su deseo.
―Dime qué quieres ―dijo, atormentándola con la sensual caricia de su carne
pesada y caliente en las puertas de su útero.
―A ti ―jadeó―. Te quiero a ti, Kenrick. Por favor…
―No debería desearte como te deseo ―murmuró, su voz sonando fuerte con
emociones aceleradas―. Por amor de Dios, no debería necesitarte como te necesito.
Con una maldición, entró en ella, tan profundamente como podía tomarlo.
Haven se arqueó mientras su sexo se acomodaba completamente dentro de ella,
llenándola en una estocada interminable. Al momento estaba jadeando, sin aliento
con la arremetida del clímax. Cada flexión de la cadera de Kenrick la llevaba más
al borde, la intensidad de su necesidad, su acalorada petición por venirse,
mareándola con sensaciones. Gritó su nombre mientras el placer la satisfacía,
radiando sobre ella en olas de pura luz y asombro.
Él rápidamente la siguió al borde del tembloroso clímax, bombeando con
fuerza, sus manos agarrando su pelvis en un frenesí violento. En el último
momento, cuando ella debería haber hecho todo para sostenerlo ahí, se salió de ella
con un grito áspero, negándole el calor de su semen.
Cuando el frío aire de la cámara abanicó su trasero desnudo, se dio cuenta
que él se había alejado de ella por completo. Se movió de su posición boca abajo
sobre la silla para encontrarlo subiéndose el pantalón. La miró rápidamente, con
frialdad, pensó, luego concentró su atención en terminar de vestirse.
Haven bajó su falda arrugada en un estado de incertidumbre. Un repentino
vacío la oprimió, empeorado por la mirada impersonal en los ojos de Kenrick
mientras servía lo que quedaba del vino y lo bebía de un solo trago.
199 ―Kenrick ―empezó a decir, más preocupada ahora que cuando había
llegado―. Esta no ha sido mi intención…
―Tampoco mía, te lo aseguro ―estuvo de acuerdo, su voz desprovista de
sentimientos.
Sus nervios se movieron con la alarma de verlo pasar de pasión feroz a fría
lejanía. Puso la copa vacía en la mesa, luego casualmente caminó hacia su
escritorio en el solar y se sentó detrás de este. La gran pieza de pesada madera
tallada estaba entre ellos como una compuerta elevadiza en el jardín del castillo.
―Había esperado que pudiéramos hablar…
Al desvanecerse su voz, él levantó su cabeza, frunciendo el ceño.
―Tengo muchos asuntos que requieren mi atención, Haven. Hablaremos
después de la cena esta noche.
Se quedó ahí de pie por un momento, asombrada de que la estuviera echando
tan fríamente. Distante como siempre, estoicamente desprendido, era una vez más
el lord inalcanzable. El mismo hombre prohibido con el que se había encontrado al
despertarse en un lugar desconocido.
―Kenrick…
―Esta noche, Haven ―dijo de nuevo, luego tomó una pluma de ganso y
comenzó a escribir en un cuadrado de pergamino como si ella ya se hubiera ido de
la habitación.

200
Capítulo 23
―Oh, mi. Sabía que este traje te quedaría bien ―le dijo Ariana a Haven.
Moviéndose hacia atrás para darle espacio para que ondeara las faldas de la túnica
verde irisdecente. Con una sonrisa bailando en sus ojos y una mano suave en el
codo de Haven, se volteó hacia el alto vidrio―. Esto entalla perfecto. Hermoso más
allá de las palabras.
Haven miró el reflejo extraño y vio una imagen de una fantasía mareante
frente a ella.
―¿Supongo que lo apruebas? ―preguntó Ariana, posándose cerca del
hombro de Haven y encontrando su mirada en el suave cristal.
―Sí, por supuesto que lo apruebo. Es hermoso.
―Entonces es tuyo.
201
―¿Mío? ―Haven se volteó a mirarla, asombrada por su generosidad. Ariana
continuó mostrándole―. Yo… no sé qué decir. Esto es… un regalo extraordinario.
Ya me has dado tanto. No creo que deba aceptarlo…
―Tonterías. ―La hermana de Kenrick le dirigió una mirada severa con más
humor que fuego. Sus delicadas manos se posaron en su pequeño vientre―. Será
cerca de un año antes de que sea capaz de volver a usar el vestido, así que no tiene
sentido dejar que las polillas lo tengan mientras tanto.
―Ariana ―dijo Haven, negando con su cabeza―. Eres muy generosa al
ofrecerlo, tan considerada, pero yo…
―No más protestas, insisto. El vestido es mi regalo para ti, Haven. ―Estiró
su mano y apretó la suya―. Acéptalo como mi amiga… mi próxima cuñada.
Incapaz de dejar de admirar el impresionante vestido con sus bordado
dorado y sus faldas elegantes y sueltas, giró una vez más mirando al espejo. Ni
siquiera la magia de Anavrin podría conjurar el sentimiento de euforia que sintió
usando una pieza tan exquisita.
Mientras se movió y posó, se permitió un momento de vértigo infantil,
Ariana trajo un cepillo y comenzó a pasarlo por el enredo indomable del cabello de
Haven.
―¿Lo recogemos esta noche? ―preguntó, levantando la masa de olas
castañas en una improvisada corona en la cima de la cabeza de Haven.
Podría haber sido una buena idea si no fuera por el collar de moretones que
todavía rodeaban su garganta. Se habían desvanecido durante su estadía en
Clairmont, pero incluso en la suave luz de la cámara de las mujeres, las marcas
eran inconfundibles. Un poco de la emoción de Haven se evaporó al verlos. Era
casi tan fácil olvidar que estaban allí, negar de dónde habían venido… y el por qué.
Muy gentilmente, Ariana dejó caer los brillantes bucles alrededor de sus
hombros. Puso un mechón de tal modo que se curvara frente a su cuello,
escondiendo de forma artística una de las contusiones más oscuras.
―El vestido se verá lindo sin importar cómo lo uses. Y tengo un colgante que
se verá increíble en contraste con tu piel.
Sonriendo por la amabilidad que Ariana le había brindado, ahora y el resto
de su estadía en el castillo Clairmont, Haven alzó su mano y agarró los delgados
dedos con un profundo afecto. Aunque había venido al torreo de forma inocente,
todo había cambiado drásticamente. El conocimiento para Haven parecía una
carga que apenas podía soportar. El pensar que podría perder a su querida amiga

202 y a Kenrick también, puso un sombrío dolor en su alma. Nunca había conocido
una aceptación tan cálida. Cuánto lamentó que su pasado estuviera regresando
para arrebatarle todo.
―Gracias, Ariana. Por todo.
―Con gusto. ―Puso el cepillo en la mesa―-. Iré por el collar.
―Ariana ―preguntó Haven cuando se volteó para cruzar la habitación e ir a
la puerta. Insegura de repente, alisó la larga falda de seda, sus manos de repente
sudorosas y tembladoras―. ¿Tú… tú crees que a él le gustará?
―-¿Gustarle? ―Rió Ariana―-. Opacas al sol y las estrellas juntas en ese
vestido, Haven. Créeme, una vez que te vea, mi hermano tendrá problemas para
mirar cualquier otra cosa.
―Quiero verme bien para él ―admitió, tímida a pesar del calor, la emoción
que le llegaba hasta los huesos, que sentía al pensar en Kenrick a pesar del
inquietante encuentro que compartieron en su cámara esta tarde―. Espero que le
agrade el color.
―Lo adorará ―le aseguró Ariana―. Tanto como adora a la mujer en él.
¿Era cierto?, se preguntó Haven cuando la hermana de Kenrick se retiró de la
cámara para ir por el collar prometido. ¿La adoraba?
¿Podría Kenrick posiblemente sentir algún cariño del que sentía ella por él?
Hace unos cuantos días, habría esperado eso, pero ahora no podía estar
segura de cuánto en verdad la apreciaba. No se atrevió a presumir que tal milagro
podía ser cierto en verdad. Particularmente después de su extraño
comportamiento esta tarde. Su frialdad después de un encuentro tan candente hizo
que Haven temiera haber malinterpretado su cariño hacia ella.
Pero escuchar a Ariana declararlo tan seguramente causó un revoloteo de
esperanza en el corazón de Haven. Ya no la asustaba el suave temblor de su alma,
la sensación apresurada del sentimiento que florecía dentro de ella cada vez que
pensaba en su hermoso amante.
Kenrick.
Su amado, admitió, aunque sólo para sí y para Ariana, a quien había llegado a
contarle muchos de sus secretos en confianza.
Excepto el más dañino.
El peso de lo que Draec le Nantres le había dicho era insoportable. Su
duplicidad involuntaria la presionaba más cada hora que pasaba, haciéndola
enojar con el tormento de cargar un secreto tan negro. Si Kenrick hubiera parecido
un poco comprensivo cuando se habían encontrado en su cámara hoy, le habría
203 dicho. Lo habría hecho, pero el destino la detuvo, había tenido mucho miedo de su
rechazo.
Si sólo pudiera regresar al día en el que conoció a Kenrick. Al momento en el
que la encontró cerca del castillo Greycliff y la rescató de la fiebre que había
arrebatado su memoria, y la muerte que debería haberla reclamado. Si sólo nunca
lo hubiera conocido, nunca hubiera sabido lo que le esperaba en Clairmont.
La amabilidad.
La amistad.
El amor.
Todavía había tiempo para terminar su juego. Había terminado en su mente,
estaba segura, pero podía arreglar esto antes de que esto se la tragara por
completo. Y lo haría, prometió al reflejo asustado y con los ojos demasiado abiertos
que le devolvía la mirada en el espejo. Se lo debía a Kenrick. A Ariana e incluso a
Braedon, quien había estado dispuesto a acoger a la nueva amiga de su esposa a
pesar de sus propias dudas. Les debía la verdad a todos en Clairmont, no había un
alma en la heredad que no la hubiera tocado de alguna forma, así fuera pequeña.
Y por ella, todos estaban en un gran riesgo.
Aún más, ahora que ella, la cambiaformas nacida, había admitido a esos
forasteros en su corazón.
―Aquí está ―anunció Ariana alegremente cuando regresó a la cámara, con el
collar en su mano.
El collar brilló con las tonalidades de las joyas verde esmeralda, topacio
dorado y cristal deslumbrante. Cada piedra estaba cortada en forma de lágrima de
tamaños graduales, la más pequeña casi de la anchura y altura de su uña del
pulgar.
―Esto perteneció a mi madre y varias mujeres antes de nuestra línea. De
acuerdo al conocimiento familiar, fue usado una vez en la corte de Londres y casi
perdido la misma noche, cuando la reina Eleanor envidiosamente se fijó en su
belleza.
Haven no podía alabar lo suficiente la preciosa reliquia familiar que fue
puesta alrededor de su cuello por Ariana con dedos ligeros y de repente quedó
suspendido entre los pechos de Haven.
―Perfecto ―anunció Ariana, moviéndose hacia atrás para admirar el toque
final. En el espejo, su expresión de agrado cambió a una de preocupación―.
¿Haven? ¿Qué sucede?
―-Nada ―respondió. Pareciéndole difícil formar palabras cuando su lengua
204 de repente parecía gruesa. Humedad parecía brotar de la nada anegando sus ojos,
desdibujando todo en la habitación.
El espontáneo abrazo de Ariana hizo poco para ayudar al asunto. La visión
de Haven se inundó. Se limpió las huellas húmedas que corrían por sus mejillas.
―No sé… no sé qué me está pasando ―murmuró, incapaz de detener el
flujo.
―Calma ahora ―susurró Ariana, su voz sonando extrañamente
constreñida―. No debes llorar. Si sigues con esto, ¡también me harás llorar!
Ella soltó una leve risa, y de repente ambas estaba lloriqueando y
limpiándose las lágrimas.
―Suficiente de esta insensatez. ¡Suficiente! ―ordenó Ariana, a pesar de que
parecía igualmente apurada para recomponerse―. Nos reuniremos para cenar en
poco tiempo y simplemente no se verá bien tu increíble entrada con ojos rojos e
hinchados.
Estiró su mano y tomó la de Haven, dirigiéndola hacia el armario.
―Ven y ayúdame a decidir qué debería usar. Estoy planeando una seducción
para mi esposo esta noche, y necesito algo completamente irresistible.
Haven le regresó la sonrisa pícara, más que contenta de poner sus
pensamientos inquietantes a un lado por un rato y seguirle la corriente.
―¡Demonios!
Kenrick enfureció por su descuido, viendo una mancha de tinta negra
esparcida por la página de su diario abierto. La manga de su túnica había inclinado
el pequeño bote de tinta antes de que pudiera detener el error.
Secó la piscina mientras corría por la página, pero fue inútil. Las dos últimas
horas de su trabajo habían sido desperdiciadas. Los cálculos y dibujos que había
estado intentando transcribir en su diario ahora era ilegibles por los bordes
crecientes de la marca negra que empapó el pergamino como sangre derramada.
Con un rugido que era más profundo que cualquier irritación al conjunto de
imágenes arruinadas, Kenrick recogió el diario y lo tiró contra la pared adyacente
de la cámara. El libro con lomo de cuero se deshizo con el impacto, las páginas
revolotearon mientras caía como peso muerto en el suelo.
205 ―Concéntrate ―se castigó a sí mismo, saltando de la silla y pasando sus
dedos por su cráneo en miserable frustración.
Había estado pensando en ella.
Haven había dejado su cámara solar hace varias horas, rechazada por su
deliberado temperamento frío y la gruesa puerta de cedro que lo aislaba del resto
de la torre, sin embargo su presencia se quedó.
Después de lo que había aprendido de Rand, Kenrick no quería pensar más
en Haven. No quería verla. Dios sabía, no quería desearla tanto como lo había
hecho cuando la encontró en esta misma habitación más temprano ese día.
La había forzado como una bestia, saciando su pasión y rabia en su cuerpo,
pero todavía ardía por ella. En su mente, ella era su enemigo. Era una espía
cambiaformas y una mentirosa fría. Si lo que Rand le había dicho era cierto,
entonces el corazón de Haven era tan negro y malvado como la mismísima muerte.
Apenas podía creer que estuviera aliada con Silas de Mortaine. Conociéndola como
lo hacía, parecía imposible reconciliar una verdad tan inhumana.
Haven había parecido tan genuina y amigable. Se había vuelto parte de
Clairmont en el poco tiempo que había estado allí recuperándose de su herida y la
pérdida de memoria que le impidió saber quién, y qué, era en verdad. Kenrick
apenas podía negar que también se había vuelto parte de su vida.
¿Todo había sido un cruel error del destino o meramente parte de un juego de
los cambiaformas ideado para ayudarla en su plan?
Su mente trabajó fuertemente para rechazar la idea… o tal vez era su corazón
el que luchaba al aceptar que hubiera sido tan ciego.
Si todo lo que escuchó era cierto, Haven sería de la peor clase de traidor, un
hecho que quería probar esta noche en el festín.
Kenrick no había dejado que Ariana y Braedon supieran de la llegada de
Rand a Clairmont, o la información condenatoria que su amigo le había dicho. Los
sirvientes sólo sabían que habría un invitado para la cena esa noche; Rand le había
dado una cámara privada en el castillo donde estaba bañándose y descansando
después de las semanas que pasó huyendo. Si Greycliff veía a Haven antes de lo
preparado, sabía que su viejo amigo no se detendría ante nada para acabar con ella
al instante.
Aunque Kenrick entendía, de hecho, compartía un poco de esa rabia asesina,
necesitaba manejar las cosas a su modo, en sus propios términos.
Deslizó su mirada por el solar, a una esquina donde un gran tapiz colgaba,
suspendido por anillos de madera pulida. Diez pasos lo llevaron ante la longitud
206 de seda colorida. Estiró la mano y agarró un puñado de tela en su puño. Un rápido
movimiento de muñeca tiró la tela al suelo en una pila arrugada a sus pies.
Una estrecha franja oscura se escondía detrás del tapiz, la escalera que había
tapado subiendo hasta la cima de la torre… a la cámara encerrada y prohibida que
contenía un secreto de otro mundo, poder mortal.
―Bajo mis propios términos ―gruñó Kenrick entre dientes.
Entrando en la negrura, tomó el largo tramo de escalones escondidos de tres.
Capítulo 24
Haven apenas podía contener su ansiedad cuando el edicto salió para
anunciar la cena de la noche. Más bien había esperado que Kenrick viniera a
buscarla personalmente, porque a pesar de su frialdad esa tarde y la preocupación
de que siguiera atacándola sobre lo que iba a confesarle esa noche, anhelaba verlo.
Pero supo por Ariana, que había obtenido de uno de los criados, que estaba
ocupado con asuntos urgentes en su solar y había pedido no ser molestado hasta la
comida.
―Es mejor de esta manera, en realidad ―le dijo Ariana, al dejar la cámara de
Haven y bajar por la escalera de caracol de los cuartos de la familia―. Ahora
cuando mi hermano te vea será ante una habitación llena de decenas de personas.
Eso lo volverá loco para sentarse cerca de ti en la mesa y no podrá tocarte por
algunas largas horas. Espero que esta comida sea una de las más difíciles que
207 jamás haya tenido que pasar.
Haven permitió una risa nerviosa mientras se acercaban al final de las
escaleras.
―No sé cómo adquiriste tanta sabiduría ―dijo, sonriendo con complicidad a
su compañera en este esfuerzo para hechizar a sus señores desprevenidos―. Pero
realmente espero que tengas razón.
Ariana le guiñó un ojo.
―No temas, querida amiga. Vas a hacer a mi hermano la envidia de todos los
hombres en el salón esta víspera.
―No todos ―respondió Haven, recogiendo con la vista a Ariana bellamente
vestida con una exquisita tela transparente añil.
El vestido de tenue seda trazaba sus curvas como si estuviera cosido a su
cuerpo. Faldas largas, casi puras, tan fino era su vestimenta, cayendo en un fluido
movimiento en el suelo alrededor de sus delicadas zapatillas de cuero y un poco
detrás de ella. Ribetes en el dobladillo de la falda elegante y en las largas mangas
en campana de la sobretúnica azul cielo con una trenza bordada de raso crema,
cosido con cuentas de piedras preciosas y perlas. Con cada grácil paso de Ariana
por el pasillo hacia el gran salón, los adornos de lujo del vestido brillaban
alegremente, capturando la luz de la antorcha de la torre del homenaje.
Todo sobre el vestido era un estudio de la perfección en Ariana, incluyendo el
escote atrevido del corpiño, cortado para exponer la cantidad justa de escote, rosa
enrojecida con el mismo brillo que irradiaba el rostro sereno de Ariana.
―Lord Braedon estará encantado, sin duda ―dijo Haven, ansiosa por ver el
efecto de Ariana sobre el meditabundo guerrero que era su marido.
―Te garantizo que hay veces en que una mujer debe recurrir a cada pedacito
de la magia que posee, ¿no te parece?
Haven devolvió la sonrisa a su amiga, aunque por dentro la broma se perdió
en ella. Su mente estaba ya en el final de la noche, cuando debería enfrentarse a lo
inevitable.
Tenía que hablarle a Kenrick esta noche. No podía haber más retraso, no más
desear por el momento oportuno, cuando éste podría nunca llegar.
Lo amaba.
Él mandaba en su corazón, y necesitaba saber eso. Él tenía que saberlo todo.
Le diría todo esta noche, después que la cena se terminara y tuvieran un tiempo a
solas.
Pondría al descubierto todos sus secretos, y rezaría para que él encontrara un
208 poco de aceptación, un poco de piedad, en su corazón.
―Aquí estamos ―dijo Ariana cuando llegaron a la puerta de entrada de la
sala de banquete―. ¿Estás lista para hacer tu entrada, lady Haven?
En verdad, no estaba del todo segura, pero los ojos de Ariana brillaban con
confianza, inculcando una medida de la misma en Haven. Con la anticipación que
chispeaba a través de ella como diminutas corrientes, se armó de valor y se paró en
el arco abierto de la puerta de doble altura.
Ante ella en la sala, las personas se arremolinaban como abejas en la colmena,
revoloteando de aquí para allá, reuniéndose para tomar sus asientos en las largas
mesas de caballete extendidas por el suelo. La mirada de Haven atravesó la
multitud, tratando de encontrar el estrado entre la agitada multitud.
Por fin se produjo una ruptura en la presión de cuerpos. Un camino
despejado en su línea de visión, y lo siguió con ojos ansiosos, conteniendo la
respiración mientras su mirada recorría la habitación y arriba, hasta la plataforma
elevada de la mesa principal.
Kenrick estaba allí de pie. Estaba flanqueado por un pequeño grupo de
hombres, con Braedon y algunos de los caballeros de Clairmont entre ellos. Pero
Haven sólo tenía ojos para el apuesto y dorado lord, que gobernaba su corazón. Él
la vio en el mismo momento en que ella lo hizo. Su intensa mirada azul la alcanzó
desde la distancia que los separaba.
El corazón de Haven dio un pequeño salto cuando sus miradas se
encontraron.
Algo ilegible brilló en su silenciosa mirada, un destello momentáneo de
sorpresa, quién sabe si de deseo, quería creer, cuando sus ojos astutos tuvieron una
evaluación obvia de su atuendo. Se quedó allí, esperando ansiosamente su sonrisa.
Por un acogedor levantar de su mano, o algún rubor sutil de sus rasgos… todo
menos el rostro estoico que la encontró a través de esa sala llena de gente.
No llegó.
Él sólo la miró, inmóvil y silencioso, sus ojos fríos, constante y penetrantes…
Triste con una cierta expectativa moderada.
Haven frunció el ceño, confundida.
Pero entonces él se movió un poco, y la fría comprensión comenzó a penetrar.
Aquel pequeño paso que dio, un movimiento deliberado, muy sutil, llamó su
atención a un hombre alto, de anchos hombros que estaba detrás de Kenrick en el
estrado. Vio una masa de espeso cabello castaño coronando una cara dura,
209 parecida al de un halcón sólo parcialmente revelada debida a la distancia. La cara
era un espectro sombreado de otro que había conocido, más flaco, menos jovial de
lo que estaba destinado a ser.
Aun así, no podía haber ninguna duda de ello.
Parpadeó, reconocimiento instantáneo a pesar de la lógica que le dijo que sólo
podía ser un truco de la luz. Sus labios se separaron en un juramento silencioso de
asombro.
Y todo el tiempo Kenrick la miró, esos ojos cristalinos cortando a través de
ella como fragmentos individuales de vidrio de gran nitidez.
―Oh, no.
Haven jadeó las palabras, entendiendo ahora de qué se trataba. Afligida con
miedo, rápidamente se alejó de la puerta de entrada. Dando un puñado de pasos
en el pasillo, tropezando en su prisa.
Doblada, la espalda pegada a la fría piedra de la pared, se agarró el estómago,
que se retorcía con una sacudida punzante de alarma.
―No, no, no…
Ariana estaba a su lado inmediatamente.
―¿Haven? ¿Qué pasa?
―No puede ser. ―Como una piedra lanzada en un lago sin fondo, su
corazón se desplomó, hundiéndose en un negro, gélido vacío que no conocía el
final―. No… no así. Ahora no.
Se apartó de la pared del pasillo, cada instinto instándola a correr. Si sus pies
no se hubieran sentidos de plomo, su corazón no tan apretado en su pecho, podría
haber hecho justamente eso. Así las cosas, sólo logró otros dos pasos antes de que
Ariana la agarrara por la muñeca.
―Haven, ¿estás enferma? Por amor de Dios, dime qué pasa.
―Déjame ir. Por favor.
La hermana de Kenrick se mantuvo firme, la preocupación frunciendo su
frente.
―No hasta que me digas de qué se trata esto. Déjame ayudarte y…
―¡Por favor! ―soltó Haven entre dientes, urgente, mientras arrancaba su
mano del agarre bien intencionado de Ariana―. Por favor, sólo déjame estar. Yo
no… no me siento bien ―improvisó, sin convicción agarrándose a la primera
excusa que pudo encontrar―. Necesito estar sola por un tiempo.
No esperó la respuesta de Ariana. Ahogada en el pánico, el miedo y amarga
210 incredulidad, escapó por las escaleras de la torre.
Capítulo 25
Estaba determinado ahora.
Él había querido su respuesta, y, por Dios, la tenía. La mirada afligida de
culpa de Haven en el momento que espió a Rand en la tarima lo había dicho todo.
Ella le había traicionado. Quizás todo este tiempo, jugó con él como un bufón.
Pretendiendo ser de memoria débil, mintiéndole sobre lo que ocurrió en la guarida
de Rand hacía semanas. Usándole para obtener información sobre sus encuentros
con el Cáliz del Dragón.
Una maldita cambiaformas, engañándole cada vez que le besaba, burlándose
de él con cada suave suspiro y gimiendo de placer cuando había respirado al lado
de su oreja cuando hacían el amor.
Y él, engañado al final, había estado rezando para que ella probara que estaba
211 equivocado.
Cuando la vio en ese vestido de tono esmeralda, una confección apropiada
para una diosa, había tomado cada gramo de su control para no mirar
boquiabierto, con admiración mortal. Nunca se había visto tan sorprendente.
Nunca se había visto más traidora, así que la había mirada a través de la
distancia en el gran salón, adornada con ropas sedosas, más cegadoras que las
joyas que parpadeaban en el divino valle entre sus pechos. Kenrick había sentido
una profunda y creciente esperanza ardiente en alguna parte protectora de su
alma.
Esperanza que sentía por esta mujer ―esta tentadora bruja quien podía
seducirle con una mirada― estaba forjando algo más fuerte que la niebla y la luz
de la luna.
En ese destellante instante de tiempo, había entretenido un escenario deseoso
dónde Haven estaba satisfecha de ver a Greycliff vivo. Kenrick había imaginado la
cálida sonrisa que ella le dirigía suavemente derretida con asombro cuando espió
al hombre cuya familia la había tomado en su casa como curandera y amiga de
Elspeth. Protegiéndola y alimentándola, confiando en ella como uno de los suyos.
En muchas manera ella había sido aceptada aquí en Clairmont.
Kenrick había esperado suspicacia quizás, sorpresa seguramente, cuando ella
vio a Rand, sano y salvo después de la explicación de su horrible muerte a manos
enemigas.
Incredulidad consiguió él, y sorpresa también. Si era un truco de su mente o
algo más, podía declarar que vio una nota de alivio ―confundido, aún sincero y
real― floreciendo en sus ojos cuando vio que Rand estaba vivo. Fuera la emoción
que fuera la que jugaba allí, había sido rápidamente controlada por una mirada de
inconfundible terror unas vez volvió a ver a Kenrick y encontró su mirada
estudiosa y conocedora.
De pie allí en la tarima después de su repentina retirada, Kenrick exhaló un
oscuro juramento. Era el momento de terminar con todo este asunto. Con
murmuradas excusas, dejó la alta mesa y acechó a través de la multitud reunida
del castillo. Ariana le encontró a medio camino a través del piso.
―Kenrick, estoy preocupada por Haven. Algo está terriblemente mal con
ella.
―Aye, lo está ―gruñó, su mandíbula apretada tan tensamente, que era una
maravilla que los huesos no se destrozaran bajo la presión de su rabia.

212 ―Nunca la he visto en semejante estado. Alguien debería cuidar de ella.


―¿A dónde ha ido? ―preguntó, difícilmente parando para la respuesta.
―A la torre. ―Cuando él alargó el paso, Ariana corrió detrás de él―. Espera
Kenrick, quiero ir contigo.
Él lanzó una mirada sobre su hombro, su mirada imponente la detuvo en sus
pasos.
―Quédate, Ana. Ve con tu marido. Dile que nadie suba las escaleras hasta
que yo vuelva. ¿Lo comprendes?
La preocupación floreció con la repentina cautela en los ojos azules de su
hermana pequeña.
―Estás molesto con ella, ¿por qué? ¿Qué está pasando? ―Miró hacia la
tarima y soltó una afilada respiración―. Mi Señor. ¿Es que…? ¿Rand… está vivo?
―Como pedí, Ana. Dile a Braedon que no diga nada a Greycliff o a nadie más
sobre lo que pasa aquí. Este tema es mío para manejarlo.
―Kenrick, no lo comprendo. ¿Cómo puede Rand estar aquí cuando Haven
dijo…?
―Nada de lo que ella haya dicho, a alguno de nosotros, significa algo.
Ariana le miró, sus labios separados en un expresión de duda.
―¿Qué quieres hacerle?
―Lo que debería haber hecho en el momento que comencé a sospechar de
sus mentiras.

Haven tropezó con el último de los delicados lazos del vestido, sus dedos
temblando, casi inútiles en su estado de completa angustia. Con la respiración
atrapada, aflojó la sujeción final y mudó las bellas ropas como una serpiente
saliendo de su piel. Era todo lo que podía hacer, incapaz de aguantar el peso de la
seda y el terciopelo y los abalorios como una piedra de cien kilos.
En su camisola blanca, sus pies descalzos de las suaves zapatillas que Ariana
le había dado, Haven corrió hacia el cofre al final de la cama y abrió la tapadera. Su
viejo vestido parduzco y el manto de lana estaban doblados en el interior, lavados
y remendados en algún momento de su estancia en Clairmont. Los sacó,
213 cuidadosamente dejándolos al lado de los brotes de lavanda que había
confeccionado una de las soleadas mañanas que había pasado conversando con
Ariana en el jardín del castillo. Las flores eran tan delicadas, casi secas de toda vida
después de una quincena cortadas de su enredadera.
Cuán frágil era este mundo mortal.
Cuán fácilmente los preciosos regalos pueden perderse.
Las lágrimas amenazaron con ese pensamiento, pero Haven las mantuvo. No
podía culpar a nadie excepto a ella misma por lo que estaba ocurriendo ahora. Lo
admitió todo. Lo que estaba perdiendo esta noche podría no ser medido, ni, temía,
podía ser vuelto a ganar.
Y tanto como lamentara su propia triste circunstancia, sentía un dolor diez
veces mayor de su parte en esto de lo que debía haberle causado a Randwulf de
Greycliff. Él había perdido a su esposa e hijo, su familia más querida. La parte de
ella que aún era cambiaformas, la guerrera que había silenciado todo este tiempo
por lo abrasador de su memoria, susurraba que la pérdida de Rand era
casualidades de la batalla liberada a su alrededor por el Cáliz del Dragón.
Qué justificación tan débil.
No podía entender a la persona ―no, a la criatura sin sentimientos― quién
podía dividir la vida y la muerte en semejantes pulcros compartimentos. Para
asegurarse, ella ya no conocía a la mujer que fue una vez. Nunca sería ella otra vez,
ahora que Kenrick y su raza le habían mostrado lo que era la verdadera vida.
El verdadero amor, con un corazón.
Cerró la tapadera de la mesilla al lado de la cama y se puso de pie.
Vistiéndose apresuradamente, tiró su viejo atuendo sobre su cabeza y alisó las
ásperas faldas, a tiempo para oír pasos deteniéndose fuera de la puerta cerrada de
la cámara. No se había molestado en cerrarla. Fuera la ira que fuera la que
enfrentaría ahora, la enfrentaría con valor… y con total honestidad, sin importar el
coste.
El pestillo de hierro sonó liberado de su cuna y el pesado panel se balanceó
hacia delante.
Kenrick entró sin una palabra.
Oyó sus decididos pasos llegando a detenerse en el espacio detrás de ella.
Haven, quién había temido tan poco en su vida, ahora temblaba con temor.
No por el pensamiento de enfrentar su furia, la cual sería fiera,
comprensiblemente, sino por el vacío que sabía sería suyo en unos pocos y
precioso momentos.
214 ―Puedo explicarlo ―murmuró, invocando toda su fuerza para girarse y
enfrentar al hombre que amaba. El hombre que había engañado inconscientemente
con su presencia en su guarida―. Hasta esta tarde, no sabía lo que había hecho.
Pero mis recuerdos están de vuelta ahora… todos.
―Un milagro, seguro ―se burló él.
―Kenrick, te habría dicho todo… tenía planeado hacerlo, esta tarde…
Él la interrumpió con una afilada orden.
―Ese collar pertenece a mi familia. Quítatelo.
Ella obedeció de inmediato, soltando la cadena de oro y sintiendo el frío peso
de las gemas deslizándose entre sus pechos, dónde su corazón latía
desesperadamente.
―Ariana me dejó llevarlo ―dijo débilmente, sujetando el collar hacia él en su
palma.
Sin reconocerla, de hecho, sin mirarla siquiera, Kenrick tomó el collar. Lo tiró
a la cama detrás de ella con un brusco golpe de su muñeca.
―Difícilmente puedo creer que Randwulf de Greycliff está de pie ahí abajo,
vivo, en tu salón…
―Sin duda. Fue una sorpresa para mí también, cuando se acercó a mí hoy y
me habló del infierno que vivió.
―No había pensado… tenía fe, pero no me había permitido tener esperanza,
que alguien sobreviviera. Estoy aliviada de que él esté bien.
―Aliviada ―replicó Kenrick, su tono amargamente plano―. La mirada en tu
cara parecía no hablar de alivio. Culpa, creía. Y miedo por haber sido descubierta.
La mirada de Haven se levantó con el escozor de las lágrimas, picando
calientes.
―Temía que pensaras lo peor de mí. Que es por la razón que me retrasé para
contarte hoy todo lo que ocurrió a Greycliff la noche que fueron atacados. Temía
que no me aceptaras una vez supieras toda la verdad. Temo todo lo demás, ahora
que estoy de pie aquí ante ti.
―Mejor engañar, ¿es tu manera de pensar?
―No. No tenía deseos de engañarte, o a alguien más. Fuiste el único que me
trajo aquí. Solo quería que me dejaran sola.
―Habrías muerto por tus heridas.

215 ―Podría haber preferido eso ―susurró ella, una puñalada de dolor se
retorció en su corazón―. ¿Qué pasa con Rand? ¿Sabe que estoy aquí?
―Nay ―respondió Kenrick―. Él no sabe nada aún. Quería ver por mí mismo
si mis sospechas eran correctas, antes de decirle que estaba hospedando a la
traidora de su familia.
―Yo no les traicioné, Kenrick. No intencionadamente.
Él soltó una risotada sin humor.
―La intención difícilmente importa cuando una gentil dama y su joven hijo
están muertos en frías tumbas.
―Podría haber cambiado posiciones con ellos. Lo habría hecho, incluso
entonces. Elspeth se convirtió en mi amiga en Greycliff. Cuidé de ella y su familia.
No quería verles heridos. Podrías encontrar eso difícil de creer ahora, pero es
cierto. Tan queridos como eran para mí, no es nada comparado con lo que siento
por ti. Te quiero, Kenrick.
Su expresión dudó no más que su mirada: rígida, inflexible. A pesar de sus
ropas, las cuales raspaban contra su piel cuando temblaba, Haven se sentía
desnuda, completamente vulnerable, allí de pie delante de él. Su oportunidad para
explicarse había pasado; nada más que dijera ahora le convencería que decía la
verdad.
Mirándole, sabiendo cómo valoraba el hecho y la verdad ―cómo odiaba el
engaño― comprendía su enfado. Ni siquiera su magia podía escudarla del hielo de
la desconfianza de Kenrick.
―Di algo. Por favor.
Un interminable silencio se extendió entre ellos.
Su corazón dolía. Haven esperó por algo de él, alguna indicación de lo que
estaba sintiendo. Pero no podía leerle. Él no la permitiría eso. Su dura lógica le
sellaba como una puerta cerrada contra ella.
Impenetrable.
―Kenrick… no hagas esto. Por favor ―dijo, levantando la mano para agarrar
su brazo―. No me calles con tu silencio.
―¿Qué quiere que haga, milady?
Hizo un ruido de frustración, de alguna manera entre un sollozo y una
maldición.
―¡Grítame tu rabia! Demanda recompensa por mis acciones. ―Tomó su
mano, y la llevó hacia su cara. Esta sobrevoló allí, sin moverse―. Golpéame si lo
216 deseas, ¡eso lo puedo soportar!
Sus fuertes dedos, rígidos y radiando calor dónde se sostenían cerca de su
mejilla, lentamente se cerraron en su palma. Se negaba a tocarla ahora, incluso con
ira.
―No. No voy a gritar, ni a levantarte mi mano, Haven. Eso requeriría pasión.
Algo que no tengo para ti. Ya no.
Un grito se rompió desde su garganta, rabioso contra la tranquilidad de la
cámara.
―¿Puedes sacarme de tu corazón tan fácilmente?
―Ya lo he hecho. ―Él levantó la mirada, encontrando la suya por primera
vez desde que había entrado en la habitación―. Te habría desterrado antes, antes
de que hicieras tu hechicería de cambiaformas en alguien más en esta guarida.
¿Porque eso es lo que eres, verdad? Eres una cambiaformas.
La humillación hizo su mandíbula pesada, pero se forzó a mantener la cabeza
en alto, no para flaquear bajo la mirada acusadora de Kenrick.
―Soy nacida Anavrin, sí. Fui enviada al Exterior con otros de mi clan para
buscar el Cáliz del Dragón y ver que fuera devuelto a nuestro reino.
―Cambiaformas ―acusó él, su tono frío como cualquier acero―. Uno de los
seguidores de Mortaine. Has hecho un inteligente trabajo de espía, me has
engañado. ¿Cuánto tiempo habrías esperado antes de que invocaras a tu raza para
atacar Clairmont como hicieron en Greycliff? ¿O vienen cuando hablamos?
―No he invocado a nadie, ni lo hice cuando el asalto ocurrió en la casa de
Rand y Elspeth.
―¿Me vas a hacer creer que era coincidencia que estuvieras allí?
―Nay, no fue una coincidencia. Fui enviada a su casa para reunir
información sobre el Cáliz del Dragón. Silas de Mortaine sabía de tus visitas a
Greycliff, y sospechaba que le habías dado a Rand una porción de tu trabajo. Se
suponía que debía buscar respuestas e informarles, pero no encontré nada. Rand
guardaba su secreto muy bien, nunca hablaba de sus reuniones ni traicionó tu
confianza de ninguna manera.
―Sí ―dijo Kenrick―. Es un verdadero amigo.
Haven se avergonzó por la implicación, luego continuó.
―Sabía que cuanto más me retrasara en Greycliff, probablemente más
refuerzos serían enviados para investigar. Antes de poder avisar a Elspeth y a
Rand del peligro en el que estaban, de Mortaine ordenó el ataque a la fortaleza. No
tenía ni idea de que pasaría. ―Tomó una fortalecedora respiración, recordando el
217 horror de esa noche―. Los cambiaformas cayeron como una tormenta. Nadie que
estuviera de pie tenía una oportunidad contra ellos.
―¿Y tú qué, Haven? ―La voz de Kenrick era rígida, llana―. ¿Qué hiciste
durante toda esa matanza, unirte a tu clan?
―¡No! ―jadeó ella―. ¡No, intenté ayudar a Elspeth y a Rand a escapar del
asalto, lo juro!
Su mirada era dura con sospecha.
―No me crees.
―No más que Rand, espero. ―Él gesticuló hacia su cuello, dónde las débiles
marcas de dedos castigadores aún permanecían―. Esos moratones dijiste que los
sufriste en el ataque. Rand me dijo que había sido traicionado a de Mortaine.
Explicó cómo giró la propia espada del traidor hacia su pecho, cómo te había
arrancado la vida, que no había perdido su agarre sobre ti entre el humo y el fuego
del asalto.
Haven asintió lentamente.
―Su rabia estaba descontrolada; me habría matado, estoy segura. No le
habría luchado. Pero uno de mi clan le asesinó no mucho después, y entonces
estuvo sin la oportunidad de salvar a su familia.
―¿Qué estás diciendo?
―El humo era espeso, tan espeso a nuestro alrededor que me escondió como
un abrigo. Cambié en su agarre y huí hacia la noche.
―Jesucristo ―juró Kenrick, recorriendo sus dedos a través de las ondas
doradas de su cabello.
―Te habría contado todo esta noche, lo juro, con o sin la sorpresa de la
presencia de Rand.
Él la miró, su mandíbula tensa.
―Muéstramelo.
―¿Qué?
―Quiero ver cómo eres realmente, en tu forma cambiada. Muéstramelo.
Ahora.
―No ―dijo ella, repudiando la idea―. No lo haré… ¡no puedo! No quiero
ser lo que era.
―Demasiado tarde para eso, ¿no crees?
Ella sacudió su cabeza en mudo rechazo.
218
―Ya no soy esa persona. Esa parte de mí está muerta ahora. Lo ha estado,
tanto si recuerdo mis orígenes como si no, casi desde el día que te conocí. Desde el
momento en que me enamo…
―No lo digas otra vez, Haven. No me cuentes más de tus mentiras.
―Es la verdad, tanto si eliges creerlo como si no. Te quiero.
―Nay. ―Se tambaleó sobre ella y la agarró por la cintura antes de que ella
supiera qué iba hacer―. ¿Hablas de amor? Hay algo que un cambiaformas
realmente ama.
Él giró, y caminó a través de la amplia cámara, su brazo atrapado en un
agarre constante. Sus largos pasos les llevaron a un pasillo y al descansillo que
guiaba a sus cámaras privadas en la torre. No la liberó hasta que estuvieron de pie
en medio de la habitación.
Asimiló el espacio con ojo receloso. Su escritorio estaba inusualmente
desordenado, un diario extendido en la superficie y completamente roto en el
suelo. En el lado opuesto de la habitación, un largo tapiz había sido rasgado de sus
ganchos y dejado dónde había caído, exponiendo unas estrechas y oscuras
escaleras de caracol.
―Kenrick ―jadeó, sintiendo miedo real cuando su cuerpo corrió con los
repentinos temblores caprichosos de su glamour levantándose en alarma.
Diminutas agujas de sensación picaban en las puntas de sus dedos y corrió a lo
largo de la longitud de sus miembros―. ¿Qué es esto?
―La verdad, Haven. Finalmente.
Él se giró hacia su escritorio, sus manos buscando una pequeña caja de
madera que estaba situada allí, su tamaño y forma no más grande que la de
zurcidos de una dama.
―Si es amor esto que sientes ―dijo Kenrick cuando levantó el cofre de su
lugar―, entonces lo veremos ahora.
―¿Cuál es el significado de esto? ¿Qué hay en ese cofre?
―Esperaba que supieras lo que contiene. ―Se giró para enfrentarse una vez
más a ella, sus ojos duros con juicio―. La única cosa que has querido para tu jefe,
de Mortaine.
Haven no se atrevió a moverse, su mirada clavada en la suya a pesar del
dolor que le causaba ver semejante odio reflejado de vuelta hacia ella.
Especialmente de él.
219
―Kenrick, por favor… ¿qué hay ahí dentro?
Él estaba de pie muy cerca de ella, no más de la anchura de la pequeña caja
entre ellos. Esta cercanía, Haven sintió la corriente de miles de rayos rasgando
desde el interior de los confines del cofre. Fuera lo que fuera lo que contenía estaba
vivo con poder, tanto poder como magia que había conocido. Pulsaba a través de
sus miembros y subió por su columna, poniendo de punta el fino pelo de su nuca.
Por todo lo que era, cada gota de sangre Anavrin que corría en sus venas,
sabía ahora lo que el cofre contenía.
No había error.
Calasaar.
La Piedra de Luz, una de las cuatro copas del Cáliz del Dragón.
Sujetando el pequeño cofre ante él como un premio, sus astutos ojos azules
empalándola, Kenrick alcanzó la parte delantera y levantó el pestillo de latón.
―Esto es lo que querías, Haven ―la dijo gravemente―. Ábrelo.
No levantaría la tapa, Kenrick lo sabía. No podía permitirse acercarse al
tesoro que fue forjado en la forja encantada de su reino. Él lo sabía, y se hizo el
valiente. Sus dedos agarraron la tapa con bisagras de la tapadera del cofre,
lentamente abrió la caja.
Haven instantáneamente dio varios pasos atrás, pero estaba restringida de
volar por el sólido peso del escritorio detrás de ella. Miró a la enorme boca del
cofre como paralizada. Sin moverse ahora, se quedó congelada, a salvo del visible
temblor que viajaba a lo largo de sus delgados brazos hacia las puntas de sus
elegantes dedos. Kenrick difícilmente podía decir si respiraba.
―Calasaar ―susurró ella finalmente―. Estuvo aquí todo el tiempo.
La luz emanó del corazón de la copa dorada, un cuarto del tesoro más
increíble en todo Christendom. Cada una de las cuatro piezas del Cáliz del Dragón
estaba atravesada por una serpiente alada, enrollada en el tallo y apretando en sus
talones una piedra sin precio de inmenso poder. Para esta copa, la piedra estaba
brillando por sí misma, el blanco más puro, brillando limpio con un corazón vivo
que solo hacía unos pocos meses había traído de vuelta a la hermana de Kenrick

220 del abismo de la muerte más oscura.


Pero aunque curaba a unos, también podía dañar a otros.
Especialmente a Haven.
Aunque los cambiaformas Anavrin estaban encargados del retorno del Cáliz
del Dragón, para ellos tocar cualquier parte era llamar a una muerte infernal.
Kenrick había oído el horrible cuento de cómo Silas de Mortaine una vez castigó a
un cambiaformas forzándola a sujetar una de las cuatro copas sagradas. Ella murió
en una bola de llamas, pagando un alto precio por atreverse a desafiar a su
malvado jefe.
―¿Y ahora qué, Kenrick? ―preguntó Haven tranquilamente. Había miedo en
sus ojos cuando lo miró por fin. En sus profundidades verdes, vio una marcada
pena que él intentó difícilmente no reconocer―. ¿Me ordenarás tocar esta copa
mientras estoy de pie ante ti?
―¿Crees que quiero tu muerte?
―¿No lo haces?
Él no podía responder. Las emociones se enfrentaban dentro de él.
Sentimientos contradictorios de rabia y alivio, dolor y pasión, competían por el
dominio en su corazón. No sabía qué sentir, o qué quería de Haven en ese
momento.
―Aquí ―dijo ella de repente, embistiendo hacia la caja que él sujetaba―. Te
lo pondré fácil. Fácil para ambos…
―¡No!
Cuando su mano salió disparada, Kenrick la agarró por la cintura. A un
simple latido de situar sus dedos contra la copa Calasaar ―una fracción antes de
que ella hubiera susurrado su propia muerte por magia mortal― la detuvo. El fino
hueso en su muñeca estaba tenso con la presión.
Ella luchó contra su agarre, sorprendentemente fuerte, y flexible como un
sauce cambiante. Inmovilizada, ella casi se liberó.
Con una mano libre, hizo otro intento hacia la copa.
Con una maldición, Kenrick dejó caer su caja mágica para tomar a Haven con
ambas manos. Ella estaba sorprendida, estremeciéndose cuando la caja de madera
y la copa que contenía cayeron de sus manos y golpearon suavemente en el suelo,
su caída libre amortiguada por la espesa alfombra debajo de sus pies. Él pateó el
recipiente sin precio fuera de su alcance, oyéndolo girar hacia las tablas de madera
a cierta distancia.
―¿Por qué? ―gritó―. ¿Por qué me detuviste?
221 ―Porque tanto como odio lo que eres… ―Se interrumpió, su voz un ronco
susurro muy cerca de su cara―. Por la sangre de Dios, desearía negar tu existencia,
no ansiar tu muerte. Pero quiero que te vayas.
―Kenrick…
―Vete. Vete ahora, antes de que cambie de opinión en lo que estoy haciendo
al dejarte ir.
―Kenrick, por favor. Déjame explicarme…
La apartó de él.
―¡Vete!
Un crudo sollozo desgarró su garganta. Ella levantó sus brazos hacia él,
suplicante, llorando en silencio. Su cabello era un halo de fuego de otoño, su piel
luminiscente ―casi brillando― impregnada de la luz de las antorchas en la
esquina exterior de la cámara de la torre.
Pero había algo más que solo un rayo de luz rodeándola, se dio cuenta. En ese
momento, su cara golpeada con angustia, sus dedos buscándole, estaba envuelta
en un brillo, en un globo retorcido de brillante poder.
―Jesús ―susurró él, asombrado por el cambio sobre ella.
Él dijo su nombre, pero no creía que ella pudiera oírle. Sus gestos se estaban
transformando, velados por el brillo de la magia que había sido desatada. Su
melena de largo cabello extendido sobre ella, rojo dorado, acortándose en una
brillante piel. Sus ojos se ladearon en las esquinas, extendiéndose, las pupilas se
alargaron cuando su cara tomó una forma más salvaje. Ella arqueó su cuello y dio
un agudo aullido cuando el cambio barrió sobre ella, más rápido ahora,
convirtiéndose en algo fiero, algo fiero y salvaje.
La luz se hizo más verde, casi cegándole.
Kenrick escudó su cara con su brazo, atravesado por esta imposible realidad.
Miró con los ojos entrecerrados, buscando a la mujer que había estado de pie ante
él, envuelta en la brillante maravilla de su glamour.
Se había ido.
Haven ya no estaba allí, pero en su lugar había un maravilloso y pequeño
zorro de apariencia asustada.
Justo como el que le había evitado en Greycliff la primera vez que había
puesto sus ojos en Haven.
―Dios amado. Fuiste tú ese día en Greycliff. Y cuando las gallinas te atacaron
222 a ti y a Ariana aquí en Clairmont, provocadas por una alarma no vista… fue por ti.
La zorra dio un corto y chillón gimoteo, dudando solo un latido antes de
atreverse a salir de la cámara de la torre.
Capítulo 26
Kenrick corrió al pasillo, todavía incapaz de negar lo que acababa de ver.
Corriendo por delante de él, el zorro no era más que una racha de pálida piel rojiza
y patas tan rápidas que parecía volar.
Hizo un giro brusco en la escalera, su velocidad demasiada para que Kenrick
lo acompañara. Oyó el grito de sorpresa de una criada en la escalera, luego la bulla
de la cerámica. Tomando varios pasos a la vez, pasó a la criada que ahora estaba
agachada para recoger los fragmentos de un jarro de agua roto.
―¡Ten cuidado, milord! ¡ Hay una bestia asquerosa suelta en la fortaleza!
Kenrick siguió adelante sin hacer caso a la advertencia.
Cuando dio el último paso, casi se estrelló contra Ariana, que acababa de salir
del gran salón. Sus ojos estaban muy abiertos, su mano en el pecho para recuperar
223 la compostura.
―¡Por Dios! ―jadeó―. ¡Un pequeño zorro acaba de cruzar por aquí, en un
espanto salvaje! ¿Cómo crees que llegó aquí?
Kenrick no pudo responder de inmediato. Sus emociones se enfrentaban
como una tormenta dentro de él, pero las mantuvo en una cuerda apretada,
enfrentando la mirada preocupada de su hermana con una de resolución única.
―¿Qué pasó contigo y Haven? ―le preguntó, buscándolo con la mirada―. Vi
su expresión cuando huyó de la sala esta noche. ¿Qué ha sucedido, Kenrick ?
―Se ha ido ―respondió lacónicamente―. Se ha ido, y no volverá.
―Kenrick. ―Ariana frunció el ceño―. ¿Qué le hiciste?
Él se burló del tono de protección en la voz de su hermana.
―Ella nos ha traicionado, Ana. A todos nosotros. Por su propia admisión a
mí, estaba asociada con Silas de Mortaine.
―¡No! ―Ariana sacudió la cabeza como si físicamente pudiera negar la
posibilidad―. No, eso es imposible ¿Cómo podría ser cierto…?
―¿Cómo? ―La interrumpió Kenrick con una cápsula de risa sin sentido del
humor risa―. Lo vi con mis propios ojos hace unos minutos, cuando la mujer
delante de mí se transformó en una pequeña bestia ladina.
―¿Qué me estás diciendo?
―El zorro que viste hace un momento, huyendo de la torre del homenaje no
era un simple animal. Haven ―dijo, el nombre cayendo con molestia de su
lengua―. Ella es una cambiaformas, Ana.
―Dulce María ―jadeó Ariana―. Kenrick, lo siento nunca vi eso en ella.
Nunca me lo hubiera imaginado…
―Nadie fue más engañado por su traición que yo.
―Parece demasiado frío, difícil de creer que ella pudiera hacer una cosa así.
No quiero creerlo, como sé que tú también debes sentirte así…
Ariana se acercó para confortarlo, pero Kenrick se alejó. No quería su
compasión en ese momento. Dios sabía que despreciaba la lástima.
―¿Dónde está Rand? ―preguntó con severidad.
―Espera en la sala con Braedon. Todo el mundo se pregunta dónde fuiste.
Ellos querrán saber…
―No ―espetó Kenrick―. Este es mi error a rectificar. Lo haré a mi manera.
Con una seca indicación a uno de los centinelas que estaba cerca, Kenrick
224 pidió prepararan a dos caballos para un viaje de varios días.
―¿Va a ir tras ella, entonces?
―¿Ir tras ella? ―Maldijo en voz baja―. No, Ana. Para mí, ya no existe más.
Me refiero a ir tras la única cosa que importa, el Cáliz del Dragón. Rand y yo
saldremos para Glastonbury en una hora.

Su desgarrado corazón parecía querer salir de su pecho mientras corría. Las


hierbas del prado estaban húmedas y frescas contra su vientre, golpeando duro en
su rostro mientras corría a través de ellas, sin atreverse a descansar hasta que las
luces del castillo Clairmont fueran simples pinchazos sobre la distante colina.
Sólo entonces hizo una pausa.
Sólo entonces le permitió a su glamour desvanecerse y retroceder.
Se puso en cuclillas y se paró en medio de un manto de brezo iluminado por
la luna, totalmente cambiada, una mujer otra vez. Jadeando por el esfuerzo y una
congoja profunda pesando sobre su corazón como pedazos de hierro, Haven no
pareció notar la diferencia de como estaba en el momento antes de que su traición
fuera descubierta, ataviada con su vestido y zapatillas de cuero
Pero en su corazón sabía que nunca podría ser la misma que había sido antes.
Demasiado había ocurrido.
Había permitido una infracción que no podía reivindicar.
Haven giró, mirando por última vez a todo lo que dejaba atrás. Clairmont era
apenas una silueta de piedra gris oscura con el brillante dorado derramándose de
las antorchas que recubrían las ventanas y los muros perimetrales.
Kenrick estaba al otro lado de esas paredes, lleno de odio hacia ella. Ariana y
Braedon estarían así, una vez que se les dijera de su engaño. No había ninguna
esperanza de imaginar que podría tener una casa allí, entre los forasteros. Era
demasiado diferente de ellos, demasiado corrompida por la mancha de su pasado
y la magia que aún fluía por sus venas de cambiaformas.
Las lágrimas llenaron sus ojos, enturbiando las luces. Apartó la vista de la
corta felicidad que había conocido en casa de Kenrick, en la cama de Kenrick, y se
centró en lo que le esperaba ahora.
Triste como estaba, su futuro se basaba en las decisiones que hiciera a partir
225 de ahora.
Estaba comprometida, pero no sería tan fácilmente derrotada.
Draec le Nantres le había dado una pizca de esperanza en su propuesta ese
día fuera de Clairmont. Él le había dado lo que era, tal vez, su única opción.
Con el corazón pesado y una voluntad ardiente, Haven se embarcó en el
camino que la llevaría a la zona del mercado, donde le Nantres había dicho que
estaría esperando por la palabra de ella.
Capítulo 27
El tiempo había sido amable los casi dos días que habían llevado a Kenrick y
a Rand hacer el viaje desde Clairmont hasta las praderas de pastoreo de Somerset,
casa de Glastonbury Tor. Ahora que habían llegado, pararon para que sus
monturas descansaran justo a la vista de la extraña colina con su pequeña iglesia
posada encima de ella como una corona, los cielos de la tarde amenazaban con
lluvia.
―Se acerca tormenta ―dijo Kenrick cuando miró el montón de nubes con
cansado desdén. La empinada escalinata sería ardua sin añadir el problema del
resbaladizo barro y la ropa mojada―. Parece que tendremos que quedarnos esta
noche en la ciudad. No tiene sentido empujar de los caballos o de nosotros mismos
ahora que estamos aquí.

226 ―Preferiría seguir, Santo.


Rand le clavó una mirada determinada. Alrededor de su cuello llevaba el
colgante de Elspeth, reparado y devuelto a él por Kenrick a la llegada de Rand a
Clairmont. Ausentemente, los callosos dedos del guerrero jugueteaban con la
delicada filigrana del corazón que descansaba en la base de su garganta. Rand la
tocaba constantemente, y su mirada era oscura con propósito.
―Cuanto antes termines aquí, antes podremos comenzar a buscar la
siguiente pieza del tesoro… y antes podré tener mi venganza sobre Silas de
Mortaine.
Kenrick había sabido que su amigo estaba amargado con la rabia por las
muertes de Elspeth y su hijo, pero los días en el camino con él había mostrado el
lado más oscuro de Rand. Su corazón estaba frío, negro con el dolor y mortal
determinación. Era un hombre consumido por el odio, todo centrado en de
Mortaine y esos quienes le ayudan en su búsqueda del Cáliz del Dragón.
Rand hablaba de poco más excepto sus planes de venganza. Estaba decidido
en su propósito, incluso más de lo que Kenrick había estado en su propia búsqueda
del tesoro del Cáliz. Rand había absorbido ansiosamente todo lo que Kenrick le
había dicho de sus reuniones y sus teorías sobre las localizaciones de las restantes
piezas. Había jurado que montaría al lado de Kenrick cada paso del camino
―fuera a dónde fuera que les guiara― si eso significaba que un día tendría el
placer de matar a Silas de Mortaine.
―Hemos llegado muy lejos ―señalo Rand, sus ojos castaños duros como el
pedernal en la luz nublada―. No conseguiré dormir en la ciudad cuando sé que el
tesoro podría estar justo en la cima de esa colina.
Kenrick miró hacia el alto montículo de tierra en la distancia. Incluso desde
aquí, podía ver el laberinto de anillos que rodeaba la basa hacia la cima, siete
niveles de un laberinto de barro esculpido por hombres hacía mucho tiempo
muertos.
Se decía que un antiguo rey y su ejército dormían en el gran montículo,
esperando su resurgimiento. También se decía que Joseph de Arimatea había
llevado la Copa de Cristo a este punto hacía años, y la enterró en alguna parte en la
cima. Si las sospechas de Kenrick eran correctas, no era el Santo Grial lo que
esperaba en Glastonbury Tor, sino otra copa sagrada, una que sería una
combinación para la copa enjoyada y dorada que llevaba en una de las alforjas.
No le había hablado a Rand sobre Calasaar, a pesar de la amistad que
compartían, Kenrick sentía que este nuevo Rand ―este hombre herido quien solo

227 era una pequeña parte del temerario aventurero que una vez conoció― podría
dejar que su deseo de venganza enturbiara su juramento.
Kenrick sabía bien cuán fácil era dejar que las emociones rigieran uno de los
mejores sentidos. Su tiempo con Haven había sido prueba suficiente para eso. Su
debilidad con ella había puesto su misión, y quizás puesto a sus amados parientes
y a su guarida, en un gran peligro.
Incluso ahora, Haven podría estar trabajando para realinearse con de
Mortaine. Ella sabía sobre el sello que estaba perdido en Greycliff, y después de su
dolorosa confrontación en Clairmont, ahora sabía de Calasaar también. Kenrick no
estaba por arriesgar ningún error más, ni observaría como Rand enviaba su sentido
al enfado que supuraba en él.
Y así mantuvo la copa Calasaar en secreto en su alforja, mantenida cerca hasta
el momento en que pudiera necesitarla.
―¿Qué dices, Santo? Serías el último hombre en dejar un poco de agua para
probar un punto. Sabes que esa maldita copa está ahí arriba, solo esperando a que
la tomes.
Kenrick absorbió las palabras de Rand con tanta resignación como orgullo.
Era cierto; nada podía disuadirle una vez agarraba un problema y quería
resolverlo. Su instinto le decía que una de las piedras del Cáliz estaba, de hecho,
esperando en alguna parte de la cima, tan cerca que casi podía sentir la vibración
de su poder pasando a través de Calasaar a él.
Estaba tan cerca, estaba seguro de eso.
Rand dio una risa deliberada y le dio un golpe en el hombro.
―Me reuniré contigo en la cima, amigo mío.
Con un empujón de sus talones, Greycliff envió a su montura al galope a
través del prado llano que estaba envuelto con niebla de la lluvia que se acercaba.
Kenrick le siguió pero a una buena distancia antes de que él, también,
espoleara a su caballo para avanzar, hacia el final de la hora de montura que estaba
entre él y la cresta de esa misteriosa proyección de tierra.

La posada estaba repleta con marineros y comerciantes y otros tipos


228 desagradables. Paró para escanear las muchas caras demacradas, buscando un
destello de reconocimiento, de expectación, en algún par de los marcados ojos que
se giraron hacia él cuando entró en el lugar de reunión del litoral. Nadie parecía
inclinado a mirar durante mucho tiempo al guerrero quien entró solo, un aire de
desprecio en cada uno de sus movimientos.
Estaba vestido tan fino como cualquier lord rico, su abrigo negro se
arremolinaba en su estela, rozando las puntas de sus brillantes botas de cuero y
bailando alrededor de la longitud de acero pulido que sobresalía en una funda
incrustada en joyas en su cadera. El caballero cruzó la pequeña sala pública en
silencio tormentoso. Su mirada era dura como el pedernal cuando se acercó al
posadero para hablar, como había sido instruido.
―Le Nantres ―anunció mismo en un gruñido, la impaciencia superando su
tono cortante mientras dejaba un montón de monedas para pagar.
El hombre detrás de la barra dio un discreto asentimiento.
―Seguro, señor. Por aquí, si lo desea.
Draec siguió a su corpulento guía desde la sala pública rebosante y subió un
corto tramo de escaleras hacia la parte de atrás del establecimiento. No compartió
nada de la prisa del servicial posadero, tomándose su tiempo cuando caminaba a
lo largo del estrecho pasillo a una distancia indolente detrás del hombre. No
apreciaba inclinarse a las órdenes de otros, incluso cuando esas órdenes habían
venido de una chiquilla tan atractiva como la que le había convocado esta noche.
―Es esta ―dijo el posadero, parando cuando gesticuló a la puerta de una
habitación privada.
Cuando Draec se acercó, el hombre sumisamente retrocedió, dejándole solo
en el umbral. Una vez el posadero se fue de la vista, Draec giró su atención de
vuelta a la puerta. Estaba ligeramente entreabierta. La moza era audaz; claramente,
había esperado que él no negara su solicitud de reunión. Le había hecho pagar el
alojamiento. Tenía que admirarla por su cara, si no algo más.
La luz se derramó desde el espacio abierto cerca del pestillo, el crujido de
bienvenida y el brillo del fuego de una chimenea emanaron del interior. Draec
extendió su mano contra el frío panel, y lo empujó para abrirlo.
La bella cambiaformas estaba de pie ni a media docena de pasos de distancia
de él, su fiera melena y su delgada figura abrigadas en un largo manto de brillante
terciopelo dorado. La tela captaba la luz de las zigzagueantes llamas en la
chimenea, haciendo que Haven destellara como fuego viviente por sí misma.
Una mesa había sido establecida con comida caliente y una jarra de vino
229 descorchado. Dos vasos tenían muestras del burdeos, sus cuencos brillaban rojo
rubí. Al otro lado de la cámara había una gran cama, sus cuatro postes adornados
con cortinas de gasa que habían sido separadas y atadas a los lados enfrentando la
puerta. Aunque la mitad estaba en sombras, podía ver que la colcha estaba retirada
como si invitara a una cita decadente.
Draec sintió su sangre acelerarse con el pensamiento.
No había imaginado que la inalcanzable dama, esta mortal espía
cambiaformas, podía ser una tentadora dispuesta. Pero había notado algo peculiar
en ella cuando la había visto ese día cerca de Clairmont, y aunque no había sido
capaz de poner su dedo encima de qué era esa peculiaridad, no había estado lejos
de su mente desde entonces.
Había algo en sus ojos, había decidido, pensando cómo su embrujadora
mirada verde había parecido más suave que antes. Más suave que cualquier
mirada de cambiaformas indiferente y sin emociones.
Pero esa suavidad se había ido ahora, determinó Draec, estudiando su rostro.
―Algo te ha ocurrido ―meditó en alto―. Clairmont te descubrió, ¿verdad?
―No vine aquí para hablar sobre él ―replicó ella, su voz tan fría y firme
como una cuchilla―. Tú y yo tenemos mejores cosas que discutir, ¿no estás de
acuerdo?
Ella desató la cinta en su garganta, y dejó que el manto cayera. La lujosa tela
se deslizó por sus curvas como la mano de un amante, despacio y apreciativo,
hasta que se acumuló a sus pies. Todo lo que llevaba era un simple vestido de seda
ligera, el cual flotaba sobre su forma como un velo. El vestido era una tentación
efectiva, una envoltura de artista ―o el conjuro de un hechicero― que daba a
entender seductoramente la perfección femenina que ocultaba.
Era la imagen de la seducción, y lo sabía bien.
Draec no sintió ninguna pena cuando bebió de la belleza sobrenatural ante él.
Nunca era de los que se negaban a un regalo dado libremente, particularmente
cuando venía abrazado en un paquete tan delicioso ―y tan personalmente
beneficioso― como este. Sonrió su propia malvada sonrisa, anticipando el placer
―y la inminente satisfacción de su misión― a la que venía.
―¿Me atrevo a esperar, adorable zorra, que esta reunión significa que has
dado a mi proposición algún pensamiento?
Su mirada brillante como una joya no dudó ni una fracción.
―Sí ―dijo, impávida mientras él se acercaba―. He decidido aceptar tu
oferta.
230
Capítulo 28
Una pequeña capilla sin torre estaba situada en la cima de Glastonbury Tor.
Dedicada a San Miguel por haber matado a un dragón en ese mismo lugar, la
modesta iglesia estaba compuesta de una nave cuadrada y un estrecho presbiterio.
Para el pequeño grupo de monjes que residía en la gran abadía en la base de la
colina alta, la visita de los peregrinos no era un suceso inusual. De hecho, durante
años, unos hermanos de mente lucrativa habían alentado a los curiosos con
informes acerca de que las tumbas descubiertas pertenecían al rey Arturo y sobre
un manantial del cual fluía agua procedente del mismo Santo Grial.
Aunque se rumoraba sobre luces extrañas y eventos inexplicables que se
producían en la cima de la colina, eran los terrenos de la abadía que estaban abajo
los que suscitaban el mayor interés de los viajeros que buscaban curas milagrosas y
de los buscadores de tesoros que buscaban otras cosas materiales. Debido a la
231 lluvia de primavera que había mojado el campo, había pocos observadores
presentes para advertir la presencia de los dos hombres que habían hecho una
cabalgata cautelosa por la extensa ladera inclinada de la colina en forma oblonga.
Tampoco nadie se había preguntado acerca de la razón por la cual durante un
par de horas habían estado examinando con cuidado cada sitio y rincón oculto en
busca de señales que los llevaran a una de las piedras del Cáliz.
La iglesia era una estructura pequeña, su cámara central, la nave, no tenía
más de un par de pasos hacia cualquier dirección. Más allá del umbral del arco
estaba el presbiterio del sacerdote. Fue en este espacio más estrecho donde Kenrick
vio por primera vez un símbolo familiar. La luz se desvanecía rápidamente en el
exterior y a causa de la lluvia y del crepúsculo que se aproximaba, la capilla estaba
en penumbras. Mientras Rand fue a buscar antorchas para encenderlas, Kenrick se
agachó para recoger un pedernal de uno de sus morrales.
Cuando se agazapó en el suelo de baldosas esmaltadas, sus ojos captaron un
diseño sutil debajo del polvo bajo sus pies. Arrastró la basura con la mano y
profirió quedamente un juramento. Quitó más de los granos finos, revelándose una
baldosa directamente debajo del arco que separaba la nave del presbiterio.
―¡Las antorchas, Rand! ―gritó―. ¡Tráelas rápido!
Las pesadas pisadas de la botas de Rand resonaron en el otro sector de la
iglesia. Sostenía dos pequeñas antorchas y un candelabro de hierro del altar.
―¿Qué encontraste.
―Aquí ―dijo Kenrick, señalando las baldosas―. No puedes verlos desde ese
ángulo. Vas a tener que agacharte.
Rand se agachó junto a Kenrick y siguió las huellas del diseño. En el piso
entre las dos habitaciones había una serie de símbolos con volutas: círculos que se
interconectaban, cruces que se extendían entre las intersecciones. Apenas
discernibles, los símbolos habían sido grabados bajo el esmalte gris vidriado sobre
la losa gris de piedra, eran casi invisibles a menos que uno se arrodillara delante
del arco.
―¿Qué significa? ¿Cómo nos llevará esto a la piedra?
―No estoy seguro… pero la respuesta está aquí. ―Tomó una de las
antorchas y golpeó el pedernal para encenderla―. Toma esto ―le dijo a Rand―.
Busca más de estos diseños en el suelo de la nave. Voy seguir buscando aquí.
Encendió la segunda antorcha mientras Rand se daba vuelta para revisar la
otra cámara. No transcurrieron ni unos pocos segundos antes de que un juramento
232 exhalado resonara en la nave adyacente.
―Santo. Querrás echarle un vistazo a esto.
Kenrick se puso en pie y corrió hacia el sitio de dónde provenía la voz de su
amigo.
Rand estaba en el centro de la nave, su antorcha estaba extendida delante de
él. No estaba mirando el suelo sino a las paredes que ahora estaban iluminadas por
la llama vacilante de la antorcha. Lo que parecía piedra lisa era algo totalmente
distinto. Kenrick se ubicó junto a su amigo y miró la pared que contenía el arco que
daba a la antecámara del presbiterio. No pudo evitar quedarse boquiabierto de
asombro ante lo que vio.
―Santa madre de Dios.
Rand sostenía uno de los diagramas de Kenrick frente a él. Los símbolos eran
casi idénticos.
―Yo diría que hemos encontrado algo, mi amigo.
―Aye, lo hicimos ―estuvo de acuerdo, sin estar seguro siquiera de respirar
ahora que estaba mirando la evidencia tangible de su éxito inminente.
O su fracaso más espectacular.
Sabía que el símbolo de la cruz y las esferas eran una clave que lo llevaría a
una pieza del Cáliz del Dragón, y ahora aquí estaba, el patrón se repetía de manera
vertiginosa en el grueso muro de piedra a no más de un brazo de distancia.
El problema era que había esperado que los símbolos le marcaran la
ubicación del tesoro. Lo único que veía aquí era el espacio vacío de la nave y el
presbiterio en penumbras al otro lado del arco.
Habían llegado a un callejón sin salida.

Sentada en el borde de la cama, Haven sostenía su vaso lleno de vino y


miraba como Draec le Nantres probaba la comida de la bandeja que le había
servido. Reclinado junto a la chimenea como un príncipe perezoso, estaba
tomando su segunda ración de clarete y todo el tiempo mantenía su mirada
ardiente y sensual fija sobre el cuerpo de ella, mientras escuchaba sus planes para
233 su alianza encubierta.
Todas mentiras, por supuesto.
Su descaro era puramente una ilusión. No muy diferente del vestido diáfano
y de la capa de terciopelo, ambos elaborados con la magia Anavrin y con la
intención de ocultar el vestido gris que llevaba desde su huida de Clairmont. Le
había pintado a Draec le Nantres un cuadro con una invitación para una alianza
voluntaria y hasta ahora, él estaba comiendo el cebo. Pero todavía había una
oportunidad de que su plan pudiera fracasar.
Necesitaba ganar tiempo con él, para tener la oportunidad de que las hierbas
fueran absorbidas y llevaran su propia magia por sus extremidades musculosas y
su mente peligrosa.
Para su buena suerte, le Nantres era un hombre de gran apetito. Para su
disgusto, el apetito no se limitaba a simplemente comida y vino. La deseaba y
había estado dejando ese punto bien claro mientras pasaban las horas en la cámara
privada de la posada.
―Me estás haciendo sentir como un glotón, milady. ¿No te gustaría venir
cerca del fuego y unirte a mí en esta comida? Está bastante deliciosa.
Haven le dio una sonrisa tímida, casi calculada.
―Estoy contenta de ver que te guste. Además, como ya te he dicho, tomé mi
cena antes de que llegaras.
El ruido que él hizo en la parte posterior de su garganta era una especie de
gruñido enfurruñado, pero lleno de una confianza masculina que le hizo
preguntarse si alguna mujer se había negado alguna vez a las canalladas que él
quería.
―Por lo menos pruébala. Luego podemos discutir aspectos más agradables
de nuestra alianza.
Ella levantó una ceja, pero no se movió de su asiento al otro lado la cámara.
―¿Nay? ―preguntó con diversión ociosa―. Muy bien, terca descarada.
Llevaré la decadencia hasta ti.
Con unos elegantes dedos fuertes, sacó una baya glaseada de su salsa espesa
de miel horneada, luego se levantó de su sitio en el suelo para acercarse a ella. Su
mirada era oscura, con una potente sensualidad que parecía acostumbrada a la
persecución… y la conquista. Pero había una mínima vacilación en sus zancadas
impecables.
Él no pareció darse cuenta, pensó ella, mucho mejor.
234 Llegó a la cama y se sentó a su lado, puso una de sus manos detrás de ella,
mientras que la otra sostenía la baya oscura y dulce delante de sus labios. Le
dedicó una sonrisa perversamente atractiva y deslumbrante cuando estaba a no
más que un suspiro de distancia de ella en el colchón.
―Abre la boca belleza y prueba la delicia pecaminosa a la que te estabas
negando.
Con sus ojos en los suyos, Haven obedeció la orden deliberadamente sensual.
El sabor picante del poleo era evidente para su paladar entrenado, su sabor sutil se
filtraba a través de la espesa salsa de miel. No dejó traslucir ninguno de sus
pensamientos mientras masticaba la baya bajo su escrutinio.
―¿Hmm? ―gruñó él, evidentemente complacido por su obediencia. Su voz
era tan oscura y cálida como la seda―. Sabes, yo también podría estar muy
complacido viéndote disfrutar esta noche.
La acarició con los dedos a lo largo de su brazo y Haven se alejó
deslizándose.
―Todavía hay algunas cosas que debemos dejar en claro ―dijo―. Cosas que
debo saber antes de que me sienta cómoda para… proceder con nuestro acuerdo.
Él se echó hacia atrás, elevando su barbilla contundente en consideración.
―¿Qué más necesitas saber? Nos hemos puesto de acuerdo para ayudarnos el
uno al otro… tú me ayudas en la búsqueda de las otras piedras del Cáliz, y veré
que regreses a Anavrin, sana y salva, una vez que reclame el Cáliz del Dragón para
mí.
―Sí ―dijo Haven―, ese es nuestro acuerdo. Pero me pides que deposite una
gran cantidad de confianza en ti. ¿Cómo puedo estar segura de que vas mantener
las promesas que me hiciste?
Su boca se frunció en forma pensativa.
―Me lastimas, milady. Me doy cuenta de que algunos cuestionarían mis
métodos y me llaman un sinvergüenza, pero tengo algo de honor. Soy un hombre
justo… en tanto consiga lo que requerí en la negociación.
―¿Y qué es exactamente lo que requieres en nuestro trato?
―Tú me ayudas a encontrar las piedras del Cáliz restantes… y me ayudarás a
obtener el poder de Silas de Mortaine… y yo veré que regreses a tu patria. ―Se rió
entre dientes, y cuando habló hubo un leve balbuceo en sus palabras―. Hasta ese
momento, naddda nos impide que disfrutemos de la compañía del otro… aaallí?
Él frunció el ceño de repente, sin duda alertado por la ligera pesadez de su
235 lengua demoníaca. Tendría que distraerlo para que no descubriera su intención
antes de tiempo.
―Hay algo que me gustaría saber ―le dijo dándose vuelta para quedar frente
a él en el borde de la cama―. ¿Por qué correr el riesgo de ir contra Silas de
Mortaine para obtener el Cáliz? Es un hombre formidable con una gran cantidad
de poder, tanto aquí como en Anavrin. Ya cuenta con una de las piedras del Cáliz
sagrado, y tiene a una buena cantidad de mi clan a sus órdenes. Desafiarlo a él es la
muerte. Tú debes saber eso.
―¿Qué importa cuáles son mis razones?
―Si tengo que aliarme contigo, tendrías que decírmelo.
―¡Dices que desafiar a Mortaine es la muerte! ―La expresión de le Nantres
se había vuelto muy sombría y perturbada por los demonios invisibles que se
retorcían en las oscuras profundidades verdes de su mirada―. La muerte para mí,
es permitir que el Cáliz del Dragón se deslice entre mis dedos. ¿Qué hombre no
estaría tentado por el señuelo de inmenso poder… de la vida eterna?
―Hay algunos.
―¿Clairmont? ―se burló Draec―. ¿Puedes estar tan segura? Él ha llegado
más cerca que cualquiera descifrando el enigma del Cáliz. ¿Qué le impulsa a ello si
no es la promesa de sus múltiples dones?
―Supongo que piensa que está haciendo lo que es correcto, lo que es justo,
evitando que de Mortaine… o cualquier otra persona… utilice el Cáliz para sus
propios designios. Tal vez también le gusta el desafío que encuentra en una
búsqueda tan intrigante.
―Ah ―ronroneó Draec―. La emoción de la caza. Pocos hombres pueden
resistirse a eso. Me pregunto, encantadora Haven, ¿cuánto tiempo tuvo que
perseguirte Clairmont antes de que te atrapara?
Haven se movió ligeramente en el sitio donde estaba sentada, sintiendo la
mirada de Draec estrechándose sobre ella, observándola en forma calculadora. La
inmovilizaba con sus penetrantes ojos verdes, pero ya sus pupilas habían
comenzado a dar vueltas bajo el hechizo adormecedor de sus hierbas. Sin embargo,
era un hombre grande, un guerrero experimentado cuya cuerpo afilado podría
resistir tal embate. Sólo esperaba que sucumbiera antes de que se agotara su
paciencia masculina.
―Si permití el ser perseguida y capturada, fue porque me sirvió para
acercarme a mi enemigo y sus secretos. Ustedes aquí en el Exterior a menudo no
tienen en cuenta que la seda a veces es más fuerte que el acero. ―Haven le brindó
a le Nantres una sonrisa tan amplia que sus labios se sentían demasiado tirantes―.
236 De todos modos, como tú dices, ¿qué importa cuáles son sus razones para buscar el
Cáliz del Dragón? Cada hombre tendrá sus propias razones para querer el poder
que eso conlleva. Kenrick de Clairmont no es diferente al resto de su raza.
Le Nantres le dio una mirada perezosa que desmentía su aguda percepción.
―Si no te conociera mejor, cambiaformas, pensaría que detecto una nota de
amargura en tu voz. Pensé que tu especie era inmune a tales emociones mortales.
Haven alzó el mentón y habló en un tono brusco y elevado.
―Desprecio es lo que siento por los días que estuve retenida un poco mejor
que una prisionera en su fortaleza.
―Una prisionera ataviada con vestidos bonitos y joyas brillantes. ―Draec
arrastró las palabras aludiendo claramente al modo en que ella lucía cuando se
encontraron de manera inesperada fuera de los muros de Clairmont.
―Ellos no sabían quién era yo.
―¿Y ahora lo saben?
―Sí, lo saben.
―Estoy sorprendido de que Clairmont y mi viejo amigo Braedon no te
mataran en el acto. Lo harán una vez que se enteren que te has aliado conmigo.
―Razón de más para que nos pongamos a trabajar en nuestra alianza sin
demora ―respondió Haven―. Yo no pertenezco aquí, al Exterior. No voy a estar
segura hasta que esté de regreso en Anavrin.
―Y así será, milady. Una vez que el Cáliz del Dragón sea mío. ―Draec llevó
su vaso de vino hasta sus los labios y lo vació de un trago. Dejó el vaso vacío en el
suelo junto a la cama un poco torpemente, y luego se reclinó en el colchón,
apoyándose en un codo―. Dime qué más sabes sobre Kenrick de Clairmont y su
búsqueda de este tesoro.
―Te puedo decir que cree que sabe dónde está oculta otra de las piedras.
―¿Dónde? ―preguntó Draec, sin molestarse en ocultar su interés
impaciente―. ¿Te dio la ubicación?
―No. Pero vi sus escritos y pude llegar a la conclusión de lo que él había
estado adivinando.
―Dímelo. Maldita sea, ¡el nombre del lugar!
―En el confín de esta tierra ―cedió ella después de un momento, rezando
para que se tragara su mentira tan fácilmente como se tragó el vino con las hierbas.
Si lo hacía y ella fallaba en su plan de esta noche, por lo menos estaría enviando a
237 las huestes de le Nantres lejos del verdadero destino de Kenrick―. Hay una
pequeña iglesia en el promontorio de los acantilados. Clairmont tiene la intención
de buscar allí una de las piedras del Cáliz.
―¿Eso es verdad?
―Lo juro por mi vida ―prometió Haven, dispuesta a aceptar las
consecuencias―. Pero incluso si tiene razón en sus deducciones, no podrá
encontrar la piedra porque le falta una pieza decisiva del rompecabezas. Algo que
tú dices tener.
―Eso es correcto. ―La risa de Draec era profunda y con un humor
apreciativo. Inclinó la cabeza en una demostración cortesana de respeto―. Tengo
el sello, y ahora sé a qué corresponde. ¿Lo ves, Haven? Es por esto que hacemos un
equipo ideal.
Ella compartió su sonrisa, pero la de ella escondía una sensación de cálculo
cauteloso.
―Muéstrame la llave.
―¿Qué te hace pensar que la traje conmigo?
Ahora era el turno de Haven para reír.
―Nunca se la habrías encomendado a otra persona, ni te arriesgarías a
dejarla fuera de tu vista, donde cualquiera podría robártela de nuevo. Deja que la
vea.
―Tal vez más tarde ―dijo él, y luego se tendió en la cama. Ella empezó a
levantarse, pero él estiró su brazo y la agarró por la muñeca. Su tirón era juguetón,
pero firme―. Ven conmigo, Haven. Me has estado tentando profundamente toda
la noche con ese vestido embrujado tuyo. La paciencia nunca fue una de mis
virtudes.
Ella no tenía la intención de que las cosas avanzaran tan rápidamente, pero
dejó que la llevara junto a él en la cama. Mientras ella se estiraba para quedar
frente a él, con la mano libre aflojó su faja de seda trenzada. La larga extensión
acordonada se deslizó por debajo de sus caderas y la metió tras su espalda en el
colchón, sosteniendo la mirada del dragón verde de le Nantres todo el tiempo.
―¿No es mejor así ―le preguntó cuando ella se había ubicado delante de él.
―Sí, esto es… agradable.
Su risa fue astuta y un poco alarmante.
―No soy un tonto, ¿sabes? Y tú no eres una mentirosa experta, milady. ―El
238 rostro de Haven debió haber traslucido una sacudida ansiosa por el repentino
agarre tenso de Draec sobre su muñeca―. ¿A qué juego estás jugando?
―Yo no…
Él le sujetó el brazo y lo llevó hacia arriba, llevándola contra sí y reteniéndola
contra la cama con su largo cuerpo duro.
―Lo haces, Haven. Y no me gusta… ¡uhhh!
Un estremecimiento se abrió camino a través de su cuerpo y descendió por
los músculos abultados de su brazo. Mantuvo los ojos fuertemente cerrados y
cuando se abrieron, parecía incapaz de concentrarse.
―Maldición… ¿qué es esto?
Le soltó la muñeca como si no tuviera otra opción, frotándose los ojos y
agarrando sus sienes con ambas manos. Gimió y su cara se retorció en una mueca.
―Es mejor que te acuestes ―le dijo Haven, poniéndose rápidamente fuera de
su alcance.
Él cayó de espaldas sobre la cama, con la frente brillante por la transpiración.
―Me zumban los oídos… boca está… completamente seca. ―Se lamió los
labios resecos―. Cristo, necesito una copa.
―Nay ―dijo Haven, haciendo que volviera a acostarse cuando intentó
levantarse del colchón―. Creo que has tenido suficiente vino. Ahora acuéstate y
relájate.
Ya no necesitaba la ilusión de su atuendo seductor y Haven la soltó. Se puso
de pie delante de él con la túnica sencilla y las zapatillas que había tomado del
castillo de Clairmont.
―¿Qué has hecho…? ―dijo le Nantres con voz ronca. Sacudió su cabeza,
frunció el ceño y luego la miró parpadeando cuando súbitamente lo comprendió―.
Bruja ―gruñó con los dientes al descubierto―. Tú… me has drogado.
Haven no dijo nada, simplemente trabajó a toda prisa para atarlo mientras él
luchaba contra los efectos de las hierbas. Se bajó de la cama con su cinturón de faja,
luego fue corriendo del lado derecho. Él le opuso poca resistencia mientras tomaba
su mano y la ataba al poste alto de la cama. Con la larga cola de cuerda trenzada de
seda, ató su otra muñeca del mismo modo al otro poste.
Draec tiró de los grilletes improvisados y empujó la cama pesada, pero las
cuerdas se mantuvieron firmes.
―Déjame levantar… ¡maldición! De… jame levantar.
239 Satisfecha con su trabajo, Haven hizo una pausa para mirar su cuerpo en
posición supina que empequeñecía el gran colchón. El dragón gruñendo en el
emblema de su túnica parecía estar brillando en dirección a ella, con los ojos
ardiendo con una furia equivalente a la del guerrero que llevaba el símbolo bestial
en el pecho. Le Nantres gruñó con indignación, pero poco podía hacer mientras la
poción embriagantes que ella le dio de comer se internaba rápidamente a través de
su sistema.
―Creo que sería mejor que descanses un rato, sir Draec.
―No… ¡maldita sea! ―Luchó un poco más, en un acto de rabia inútil que
agotaba fuerza preciosa.
―Las hierbas que puse en tu comida y el vino no te matarán, pero te harán
dormir, y tu cabeza estará terriblemente dolorida cuando llegue la mañana.
―No puedo dormir… la bestia… me tragará… ―Golpeó la cabeza contra la
almohada, luchando contra demonios invisibles con un temor que parecía muy
real―. No puedo ver… no puedo… respirar.
―Las hierbas ya se han apoderado de ti ―le dijo, oyendo el balbuceo sin
sentido mientras él se retorcía en la cama―. Ahora descansa. Sólo haces que la
hierba trabaje más rápido cuando luchas contra ella.
Él hizo un intento a medias para levantarse del colchón, pero parecía no tener
fuerza. Volvió a caer en el colchón exhalando fuertemente el aliento por la
frustración.
―¡Muchachita estúpida! Estás dejando que gane de Mortaine ―dijo, la ira
ardía en sus ojos verdes y filosos mientras luchaba por hablar a través de los
efectos de las hierbas―. No tienes ni idea… él destruirá… necesito… debo tener el
Cáliz…
Las hierbas ahora lo arrastraban rápidamente; sus ojos aturdidos giraban
lentamente, cerrándose más y más por la caída de sus pestañas espesas y oscuras.
Los tendones de los brazos se relajaron, cayendo mientras eran reclamados por el
tirón de sueño. Un último epíteto surgió perdido en medio de una corriente de
aliento mientras su respiración se profundizó hasta tornarse un ronquido bajo.
Fe, lo había hecho. El señor dragón estaba sometido.
―Duerme bien, le Nantres.
Ahora tenía que encontrar el sello.
Haven palpó rápidamente el cuerpo por entre la vestimenta, vació las bolsas
del cinturón de la espada y luego pasó la mano por debajo de su túnica, rezando
240 para que sus instintos fueran correctos y él mantuviera el sello cerca en todo
momento. Sus dedos rozaron un cordón fino de cuero enrollado al cuello. Siguió la
línea del cordón hasta donde se había deslizado cuando él forcejeó.
Haven sonrió cuando su mano se cerró alrededor del metal frío.
Le dio un fuerte tirón y el objeto se soltó de su correa. Llevó el sello a la luz
de las velas, su mirada recorrió el patrón que Kenrick le había descrito todas esas
noches pasadas. Círculos dobles superpuestos, con una pequeña cruz flotando en
el corazón de la intersección.
Sintiendo que la esperanza se elevaba de las cenizas de sus errores del
pasado, Haven cogió el sello de metal en su mano y corrió hacia la puerta.
Capítulo 29
Sacar a Haven de su mente había sido difícil durante sus horas de vigilia,
pero Kenrick descubrió que no podía impedir que entrara en sus sueños. Soñaba
con su sonrisa, su mirada reflexiva, su bello rostro y cuerpo de sirena que
enmascaraba su corazón de bruja.
Durante el día, se mantuvo firme en su rabia por su traición, encerrado en su
propia estupidez.
Había demostrado ser un tonto absoluto.
Él, el hombre de la razón, el estudiante de la lógica y los patrones, había sido
superado por bonitas mentiras y falsos abrazos. Debía despreciarla, y en verdad,
una parte de él lo hacía. El que probablemente estuviera asociada con sus
enemigos en este mismo momento era suficiente para alimentar su ira diez veces.
241 Ella era su enemigo, se recordó con dureza en las ocasiones en que sentía su
corazón suavizarse hacia la mujer que le había parecido tan perdida cuando la
encontró, tan vulnerable y necesitada de su protección.
Durante el día forzó a su corazón a endurecerse y cerrarse, pero por la noche,
cuando cerraba los ojos y la veía allí con él ―ardiente, sensual Haven, como lo
había sido antes de saber la verdad― hacía todo lo que podía para evitar ir con
ella. Todo lo que podía para no acercarla y saborear su beso engañoso una vez
más. Debería haber aprendido, porque al final siempre era lo mismo.
Incluso en sus sueños ella le demostraba que era tonto, riendo en voz baja
mientras se desvanecía en la niebla y se escabullía entre sus dedos.
Esta noche, con Rand de servicio en la capilla y Kenrick teniendo que
acampar afuera, Haven vino a él en medio de su dolor. La sintió acariciar
suavemente su mejilla, atrayéndolo hacia el sueño. Su mente adormecida la vio tan
claramente como siempre, de rodillas junto a él en la hierba suave, su melena de
cabello castaño fluyendo y sus hombros gráciles dibujándose a la luz de la luna
plateada.
Habría pensado que era un ángel si no fuera por sus lágrimas.
Ella no dijo nada mientras miraba hacia él, sus ojos se llenaron y brillaron con
humedad. Una gruesa lágrima se derramó, rodando por la delicada curva de su
cara. Él podría haber quitado la gota errante, pero se obligó a no ayudarla, no
tocarla, para no perderse tan pronto de haber llegado ella.
Su tristeza le confundía. Se movió en él, registrándosele en algún lugar muy
profundo, pero ella no le dio oportunidad de interrogarla.
Poco a poco, en silencio, se inclinó y rozó su boca con un beso tierno.
Habían pasado pocos días desde que se habían separado en Clairmont, un
par de noches desde el último momento que pasaron juntos, pero para Kenrick,
sentir sus labios tan cálidos contra los suyos, parecía que había pasado toda una
vida lejos del beso de Haven.
Su hambre aumentó, deseo pasando a través de él como una chispa
encendiendo campos resecos. Pero no dejó que eso lo superara. No se atrevió a
precipitarse al sueño que parecía tan real, tan correcto. Mantuvo sus manos a los
costados, rígido en su control, mientras la visión de medianoche de Haven se
echaba hacia atrás para mirarlo en silencio reflexivo. Él contuvo el aliento mientras
la miraba y se dio cuenta que ella no llevaba nada más que el terciopelo oscuro de
la noche alrededor de ellos.
Las puntas de sus pechos se asomaban por debajo del velo de fuego de su
242 cabello, que se desplomaba sobre ella en ondas largas y cobrizas. Su piel estaba
pálida, etérea, luminiscente. Sus dedos eran sólo un poco inestables cuando se
acercó para alejar la capa que lo cubría en su camastro improvisado en el suelo.
Se inclinó hacia él y luego deslizó sus palmas aplanadas bajo su túnica y por
su pecho desnudo. Su toque era del peso de una pluma, pero le inflamó como una
marca a fuego. Acarició cada centímetro de su piel, como si lo memorizara por el
tacto, sus uñas arañando a través de los discos de sus pezones, sus palmas
curvándose alrededor de la mayor parte de sus hombros y bajando a lo largo de
sus bíceps.
Ya estaba poniéndose duro, su rígida virilidad forzándose contra sus calzas.
Cuando se inclinó para besar su boca de nuevo, Kenrick no pudo contener su
gemido de necesidad animal. Pero no tiró de ella hacia él como su deseo quería que
lo hiciera. Dejó que el sueño sensual procediera a su propio ritmo, por temor a que
no duraría, y rezando porque nunca se detuviera.
A través del deslumbramiento lujurioso de su beso, sintió los dedos de Haven
desviarse hacia abajo por su vientre, detrás de los músculos que cubrían su
abdomen, y más abajo todavía. Su palma se alisó sobre la parte superior de su
pantalón, en la cresta empujando que era su excitación. Lo acarició con maldad,
conociendo el ritmo de su cuerpo, agitando su deseo hacia el punto de ruptura.
Kenrick arqueó las caderas para encontrarse con su caricia sensual, dispuesto
a llevar el sueño más lejos. Necesitaba el toque de Haven.
La deseaba, incluso ahora, a pesar de su traición. Sintió los lazos de su
pantalón, y entonces los de sus calzas, soltarse bajo sus dedos.
―Cristo… sí… ―se oyó silbar cuando su cálida mano se enroscó alrededor
de su eje sin restricciones―. No te detengas.
Ella no dijo nada, pero seguía acariciando su carne febril. Que Dios le
ayudara, pero no se detuvo, ni siquiera cuando estaba a punto de reventar,
estremeciéndose bajo su mano y a un pelo de derramar su semilla en su palma.
Nunca había conocido tal necesidad cruda. Ninguna mujer le había dominado
como Haven, en sus sueños o despierto. Y a él no le importaba que esto fuera de su
pasado ahora. Sólo sabía que la necesitaba, que tenía que tenerla.
―Por favor ―le rogó a la bruja iluminada por la luna que ya se posicionaba a
horcajadas sobre él en la oscuridad. Sus muslos desnudos montaron sus caderas, a
unos pocos centímetros crueles que le separaban del paraíso de su calor y de la
liberación que sólo su cuerpo podía darle―. Haven ―susurró―, dulce bruja…
tómame dentro de ti. Déjame sentir tu calor a mi alrededor.

243 Su sonrisa era melancólica, dulcemente triste. Con su mirada llorosa trabada
en la suya, lentamente se sentó, revistiendo toda la longitud de su sexo dentro de
ella. Por el amor de Dios, para un sueño, era abrasadoramente caliente y húmeda
mientras se contraía alrededor de él, persuadiéndolo a un ritmo placentero
mientras lo montaba en la oscuridad silenciosa del claro. Kenrick la observó
moverse encima de él, cada empuje de sus caderas, cada retiro sutil, apretando la
correa de su control.
La correa que lo sujetaba era delgada y se volvía más fina. Ella lo sabía, la
bruja astuta. Sabía lo cerca que estaba del punto de perder su control, y se
deleitaba con su impío tormento. Sintió su clímax construirse, levantarse,
agrupándose en su núcleo.
Haven le sostuvo la mirada y lo llevó más profundo. El guante apretado de
su cuerpo se tensó con fuerza alrededor de él, contrayéndose, acelerando su
liberación y exigiendo la propia. Él no podía retenerse más.
Con un gemido estrangulado de placer, se dejó ir, entregando todo el control
a la visión de la medianoche de su dama de fuego.
Temblando con la fuerza de su liberación, tenía que tocarla, abrazarla,
conocer la suavidad de su piel presionándose contra la suya. En desafío a las reglas
del sueño, Kenrick se acercó a ella.
Sus manos se posaron en sus caderas cálidas y flexibles bajo sus dedos.
Apretó con más fuerza, esperando que se disipara en vapor como lo había hecho
todas las noches que había venido a él en sus sueños. Pero no se desvaneció. No lo
dejó burlonamente con una risa baja y en medio de la niebla.
―Haven ―dijo, incrédulo mientras se levantaba del suelo y la cogía en sus
brazos mientras ella estaba todavía a horcajadas sobre él―. Pensé que te estaba
soñando aquí.
Ella hizo un sonido desesperado en la parte posterior de su garganta y trató
de alejarse, pero él la sujetó con firmeza. No debería complacerlo el sostenerla otra
vez, pero lo hacía. Demasiado, pensó, pues aunque cuando el aguijón de su engaño
era aún tan reciente, las ramificaciones de este engaño estaban aún
indeterminadas.
Pero ella estaba verdaderamente allí con él, no era un sueño, a pesar de que
se encontraba bajo los cielos oscuros en sus brazos. Y las lágrimas que brillaban
como luz de las estrellas en sus mejillas no eran una ilusión, tampoco. Ellas,
también, eran reales.
Ella se las limpió con dedos impacientes, luchando por debajo de él.

244 ―Tengo que irme. No debería haber venido aquí, no así.


Kenrick rodó a un lado para dejarla arriba, viendo como se apresuró a
vestirse. Ella lo miró, su mirada mansa, de disculpa.
―Esto fue un error…
―Si lo fue, es uno más de los muchos que ambos hemos cometido ―
respondió Kenrick, sin sentir remordimiento por lo que acababan de compartir.
―No, esto es diferente. Cada momento que me retrase aquí te pone en mayor
riesgo.
Él se rió de eso, encontrando irónico que estuviera preocupada por su
bienestar después de todo lo que sabía de ella ahora.
―Es cierto ―dijo ella en voz baja―. No espero que lo entiendas.
Cuando se dio la vuelta como si lo fuera a dejar allí sin decir una palabra más,
Kenrick se puso de pie con una maldición. Agarró su pantalón y lo pasó a lo largo
de sus caderas, cogiéndola por el brazo antes de que pudiera dar un paso más.
―¿Qué no podría entender? ¿Que no importa lo que hayamos compartido,
juraste servicio hasta la muerte a Silas de Mortaine? ¿O que sigues jugando
conmigo, incluso ahora?
Su mirada no fue lo suficientemente rápida para ocultar la nota de
arrepentimiento en sus ojos.
―Tienes todo el derecho a odiarme, lo sé. Pero debes saber también esto: no
estoy aquí porque quiera engañarte en modo alguno, nunca fue mi intención, y no
vine aquí para hacer el amor contigo.
―¿Por qué, entonces? ―preguntó, cauteloso por ver lo que parecía verdadera
emoción en su mirada inteligente.
―Por favor… Kenrick, soy un peligro para ti. Ahora más que nunca.
―Ahora al menos sé lo que eres. Eso es un beneficio que me negaste todo el
tiempo que estuviste en mi camino… y en mi cama.
Ella tiró de su agarre con un pequeño grito.
―Déjame ir.
―¿Cuál es tu prisa, dulce bruja? ¿Tu clan espera la palabra de su espía de
dónde estoy?
―No es para nada así…
Él se burló.
245 ―¿Qué te hace pensar que voy a creerte que no estás preparándote para
dirigir a de Mortaine y sus secuaces a este mismo lugar para que me terminen de
una vez por todas? Tal vez ya estén aquí, tendiendo su trampa mientras me
seduces una vez más.
―¿Puedes realmente pensar tan poco de mí? ―Lo miró con los ojos llenos de
lágrimas sinceras―. Daría cualquier cosa por recuperar lo que teníamos entre
nosotros. Nunca te traicionaría con nadie, por ninguna razón… porque te amo,
Kenrick, te amo con todo mi corazón.
¿Qué frío sería su corazón para decir una mentira tan profunda con tanta convicción
evidente? Kenrick dejó hundirse su reclamo por un largo rato, sin decir nada, sin
aceptarla o refutarla. La última cosa que necesitaba era involucrarse con Haven de
nuevo, no cuando estaba tan cerca de encontrar otra de las piedras del Cáliz.
Y sin embargo…
Cuán difícil era mirarla ahora, cuando su cuerpo aún estaba caliente por su
amante, su olor todavía se aferraba a su piel como el más exquisito perfume. Cuán
difícil era ver la angustia en sus rasgos suaves, la tristeza en sus ojos, mientras el
tiempo se estiraba y él se quedaba rígido en silencio, incapaz de decidir cómo se
sentía en ese momento.
―No puedo volver con mi clan ahora ―dijo ella en voz baja―. He cambiado
gracias a ti, sombreada por el amor que siento por ti. No hay vuelta atrás. He
traicionado un pacto de mi especie, y la traición es lo que te pone en peligro
cuando estás conmigo. Vine aquí esta noche para despedirme de la única manera
que conocía. Pero lo más importante, he venido aquí para devolverte algo que te
pertenecía.
Él frunció el ceño, sin saber a qué se refería hasta que su ojo se desvió por
encima de sus cosas y captó el brillo tenue de la luz de la luna en el metal. Se
agachó y cogió la bolsa que había estado utilizando como una almohada mientras
dormía. Asomándose por la solapa había un objeto que pensó que nunca volvería a
ver. Lo cogió y lo sostuvo bajo la pálida luz de la luna.
―El sello ―dijo, asombrado al sentirlo tan real en su mano como Haven
misma lo había sido hace no mucho tiempo, presionada contra su piel desnuda.
―Le Nantres lo tenía.
―Jesu… ¿cómo te las arreglaste para quitárselo?
―Aye, moza. ¿Cómo te las arreglaste?
Kenrick miró sobre su hombro para encontrar a Rand de pie allí, a unos pocos
246 metros de distancia de ellos, su espada amenazadoramente agarrada en su mano,
una mirada asesina cociéndose a fuego lento en sus ojos.
Capítulo 30
La última vez que Haven había visto tan letal mirada en los ojos de Randwulf
de Greycliff, había quedado atrapada en el extremo receptor de una daga, con la
garganta casi cerrada por el agarre castigador de sus manos mientras trataba de
exprimir su vida.
Que estuviera de pie frente a él de nuevo, frente a su furia atronadora, hizo
que su estómago se revolviera con miedo y una dolorosa aceptación de que
merecía todo el odio negro que volcaría en ella ahora.
―Tú ―gruñó―. Te creí muerta. Por la sangre de Cristo, esperaba que
estuvieras muerta y enterrada como mi amada esposa y su hijo, asesinados a causa
de ti.
―Lo que les hice a ti y a tu familia es imperdonable ―admitió―. Tienes todo
247 el derecho a desear mi muerte.
―¿Desear? ―Su carcajada fue breve y llena de odio. Dio un paso
amenazador hacia adelante, levantando su espada―. Nay, cambia eso. Voy a hacer
más que desearlo ahora.
Haven se obligó a permanecer donde estaba, preparada para la ira de
Greycliff. Pero para su sorpresa y evidente confusión de Rand, Kenrick se puso
delante de ella. La protegió con su cuerpo, colocándola detrás de él en una postura
protectora.
―Hazte a un lado, Santo. No puedes saber a quién, o más bien a qué, estás
intentando defender. Esta bestia con alma negra trajo muertes a mi familia. Se
deslizó en mi casa como veneno, haciéndose amiga de Elspeth con pociones de
bruja y hechizos vinculantes. Es una cambiaformas, tan vil y traicionera como
pueden ser.
―Sé quién es ―respondió Kenrick con sobriedad―. Y sé lo que ha hecho.
―¿Lo… sabes? Si eso es cierto, entonces, ¿cómo puedes ponerte de su lado?
Por la sangre de Dios, Santo. ¿Cómo es que puedes protegerla?
La voz de Kenrick era severa, inflexible.
―Baja tu arma, Rand.
―Voy a tener una retribución por la vida de mi familia, ni siquiera tú puedes
interponerse en el camino a que esta puta cambiaformas pague.
―Baja… -―comenzó Kenrick, tratando de alcanzar su propia arma.
Haven lo detuvo con una orden en voz baja.
―Kenrick, no. No tienes que defenderme de esto, milord. Nada puede. Tu
amigo tiene razón; soy responsable de su pérdida.
Rand la miró como si estuviera esperando que ejerciera su magia
cambiaformas. Haven dio unos pasos hacia él, rechazando con una sacudida de la
cabeza el consejo de Kenrick de mantenerse lejos mientras Rand siguiera
sosteniendo su arma en alto, su pecho agitado por la rabia.
―Lo siento por lo que pasó a Elspeth y Tod. También me preocupaba por
ellos.
―¡Mentiras! ―se burló.
―Sé que no me vas a creer, pero es verdad que me importaban, y eso es lo
que trajo a mi clan a Greycliff esa noche. Ya ves, ellos me estaban cazando con la
misma determinación con la que cazaban el Cáliz secreto que ocultabas para
Kenrick. Me enviaron para espiar y recuperar el sello, pero no informé como fui
248 instruida. De Mortaine comenzó a sospechar, y envió a una a serie de
cambiaformas a encontrarme. Mis vínculos a mi clan fueron cortados por
completo. Nunca podré volver a ellos.
Rand resopló con rechazo.
―¿Por qué debería confiar? ¿Porque puedes poner una lágrima en tus ojos y
declarar sentir afecto por algo que no sea tu maldito Cáliz del Dragón? No tomaría
siquiera magia hacer eso, sólo una lengua mentirosa y una falta de conciencia
mortal.
―Lo que te he dicho es la verdad. Ojalá pudiera traerlos de vuelta a ti.
Cambiaría mi vida por las suyas, si fuera posible.
―Ahórrate tu sentimiento vacío ―se burló―. Dime, ¿puedes sentir la
pérdida, cambiaformas? ¿Puedes sentir remordimiento?
La mirada de Haven se deslizó hacia Kenrick por un instante antes de volver
a encontrarse con la dura mirada de Rand.
―Sí. Conozco la pérdida. Y conozco el remordimiento como un pozo de
oscuridad del que nunca puedes salir. ―Asintió, reflexiva en su silencio―.
Conozco el lamento… tan profundamente que he llegado a conocer el amor en
estos preciosos días pasados.
―¿Y tú, Santo? ―Rand lo miró ahora―. Pareces conocerla mejor que yo. ¿Le
crees?
La expresión estoica de Kenrick era ilegible, pero inclinó la barbilla de
acuerdo.
―Ha traído el sello desde le Nantres. No importa lo que haya dicho a
ninguno de los dos aquí esta noche, ha entregado el don que necesitábamos. No
tenía necesidad de traerlo, y lo hizo con gran riesgo personal.
La voz de Rand era dura con escepticismo.
―¿Cómo puedes estar seguro de que esto no es una trampa?
―No es una trampa ―intervino Haven―. Estoy aquí para ayudarte. Mi
palabra es mi honor. Apostaría mi vida en ello.
―Aye, y lo haces ―aceptó Rand, negándose a dejarse llevar tan fácilmente
cuando su corazón dolía claramente por todo lo que no volvería a tener―. Tu vida
está en juego, milady. Si esto es un truco de los cambiaformas, y nos encontramos
encerrados por de Mortaine y el resto de su calaña Hellborn, puedes estar segura
de una cosa. Serás la primera en morir, por mi mano.
―Estoy hablando en serio ―prometió ella, su mirada volviendo hacia
249 Kenrick―. Les doy mi juramento.
Él pareció aceptar su palabra, su expresión solemne, pero careciendo de algo
de su borde fresco anterior. Había una nota de perdón en sus ojos, y, esperaba, una
pequeña medida de confianza. Nunca podría recuperar a ese precioso don en
particular, pero esto era un comienzo.
Kenrick envainó la espada.
―El tiempo se está perdiendo. El tesoro del Cáliz es lo que importa ahora.
¿Qué dices, Rand?
Durante mucho tiempo, Greycliff no se movió. Luego, lentamente, sus ojos
color avellana se dilataron con furia apenas controlada, relajando su postura ante
ellos.
―Hemos llegado demasiado lejos. Haremos esto, pero Santo, ella viene con
nosotros. Sean cuales sean tus sentimientos, no confío en ella como para dejarla
fuera de mi vista por un momento.
―No ―dijo Kenrick, inclinando una mirada preocupada hacia Haven―.
Puede que sea peligroso para ella allí. Si una de las piedras del Cáliz está en esa
capilla…
―Está bien ―interrumpió ella, sabiendo que él trataba de protegerla del
poder mortal del Cáliz del Dragón, todavía más reacio a ir entre los dos amigos
que ella―. Iré con ustedes a la capilla. Quiero estar contigo.
Un músculo palpitó en la mandíbula de Kenrick mientras sostenía su mirada.
Una cadena de negaciones jugó en el azul oscuro de sus ojos, pero no expresó
ninguna de ellas en voz alta.
Con una inclinación de cabeza, simplemente dijo:
―Entonces, vamos.
―Recuerda mi promesa, cambiaformas ―advirtió Rand en un susurro
mientras caminaba junto a él―. Traiciónanos, y estás muerta.

Los tres entraron en la capilla, Kenrick manteniendo a Haven cerca de él a


pesar de la aceptación a regañadientes de Rand de ella. No se preocupó que su
250 amigo fuera a arremeter contra ella a sangre fría, pero conocía a Greycliff lo
suficientemente bien como para creer que la amenaza que emitía se transformaría
en hecho al instante en que oliera problemas.
Kenrick no podía absolver completamente a Haven engañándolo en el tiempo
que estuvo en Clairmont, pero se echó gran parte de la culpa a sí mismo, ya que
fue quien la llevó allí, el que le permitió vivir. Incluso si luchaba por acreditar la
profundidad de sus sentimientos hacia él, le había creído cuando dijo que se
preocupaba por la familia de Rand. Lo había visto en ella cuando su memoria
había estado volviendo en Clairmont, antes de que ella supiera sus verdaderos
orígenes. Ella cuidó de Ariana, y a pesar de sus raíces Anavrin, se había convertido
en parte de la estructura de Clairmont.
Kenrick no podía culpar a Haven por su legado cambiante de nacimiento,
pero veía que no había lugar para sí mismo en el mundo en que ella habitaba.
Tampoco para ella en el suyo.
Sus palabras volvieron a él mientras encendían antorchas y entraban en la
capilla vacía. En el resplandor de su acto de amor, había profesado amarlo.
Entonces le había confesado a Rand que conocía el sabor de la pérdida y el pesar.
Que había regresado con el sello después de la forma en que Kenrick había dejado
las cosas con ella en Clairmont ―después de la forma en que él la había llevado
fuera en su propia explosión de rabia ciega―, y eso parecía suficiente evidencia de
que era una aliada y no un enemigo del que sospechar.
Aun así, su razón le advertía que ella era todavía una cambiaformas. Tal vez
controlada más por su sangre Anavrin que por cualquier lazo que decía sentir por
él o cualquier otra cosa. Oró por poder confiar en ella, porque si ella lo probaba
equivocado esta vez, dudaba que cualquiera de ellos viviera para bajar esta colina
al final de la noche.
―Por aquí ―dijo, llevándolos al espacio cuadrado de la nave.
Sus antorchas proyectaban sombras en todas las direcciones, llenando la
pequeña cámara con un brillo de color naranja brillante. Kenrick se acercó a la
pared que contenía el arco entre la nave y el presbiterio, elevando su luz delante de
él. La llama jugó sobre los intrincados grabados, iluminando el diseño de tracería
que él y Rand habían descubierto a su llegada.
―El diseño del sello coincide a la perfección ―dijo Haven.
―Dos círculos, intersección sobre una cruz.
―Pero, ¿dónde encaja el sello? ―preguntó Rand―. Debe haber casi un
centenar de símbolos como ese. ¿Qué nos mostrará la piedra del Cáliz?
251 ―Trataremos con todas ellas ―dijo Kenrick.
Le entregó la antorcha a Rand y se acercó a la losa de piedra tallada. Parecía
ser una cosa bastante simple, hasta que puso el sello contra uno de los símbolos y
se dio cuenta de que era un ajuste apretado, pero no del todo. Lo intentó otra vez y
encontró nuevamente frustración. Casi parecía como si los diseños se redujeran en
la más mínima fracción de instante en que ponía el sello contra ellos, impidiéndole
encontrar el símbolo de la llave.
―Vamos a estar con esto toda la noche ―comentó Rand cuando había
tratado con una docena o más sin éxito.
Kenrick se inclinaba a estar de acuerdo. Dio un paso atrás y se pasó una mano
por el cabello.
―Todos parecen ser de un ajuste perfecto, pero ninguno lo es.
―Déjame intentarlo. ―Haven le tendió la mano―. Por favor. Quiero probar.
Kenrick colocó el sello en su palma vuelta hacia arriba y vio como ella se
acercaba con cautela la red vertiginosa de diseños.
―¿Qué estamos buscando, Santo?
Kenrick negó con la cabeza.
―No estoy seguro. Tal vez un cuarto oculto, una alcoba que podría albergar
la piedra del Cáliz… no puedo estar seguro, pero sé que está aquí.
Haven estudió los símbolos en silencio, con la cabeza girando de un lado del
diseño al otro. Era reflexiva, deliberada, como si usara su Anavrin para guiarse al
lugar correcto para poner el sello. Por fin se había decidido.
―Creo que veo el único lugar que se ajusta ―dijo, mirando hacia atrás a
Kenrick por encima de su hombro.
Ante su movimiento de cabeza, se dio la vuelta y se acercó a colocar el sello
donde había indicado. Hubo un suspiro de sonido más bajo cuando las piezas
cayeron en su lugar. Entonces un ruido sordo creció desde algún lugar en lo
profundo del propio lugar.
―¡Haven, retírate!
Kenrick se abalanzó sobre ella, cogiéndola por debajo de los brazos y
arrastrándola lejos de la pared ni un momento demasiado pronto.
Desde fuera de la superficie de los azulejos ―de hecho, desde abajo, de
arriba, y de todos lados― llamas estallaron dentro de la nave.
El fuego se expandió como un muro en el centro de la cámara, bloqueando su
252 camino. La pared de los símbolos, y la llave que Haven había recuperado de le
Nantres, nunca estuvieron más lejos de su alcance.
Haven luchaba por salir del agarre de Kenrick.
―Fe ―se quedó sin aliento―. ¡Es increíble!
―Aye ―gruñó Rand―. Porque parece como si el infierno acabara de abrir
sus puertas ante nuestros ojos. Gracias a ti.
Haven le lanzó una mirada de confusión.
―Mira más allá de las llamas. ¿Lo ves?
Kenrick siguió su mirada, pero no vio nada salvo la conflagración cegadora
que rugía desde el mismo lugar en el que habían estado de pie hacia un momento.
Les sellaba con más eficacia que cualquier cantidad de torres de granito o acero.
―No hay nada que ver, Haven. Nada más que fuego.
―¡Nay! ―insistió―. La copa está ahí, una parte del tesoro del Cáliz, al otro
lado de las llamas. Está sobre un pedestal de mármol brillante. ¿Cómo pueden no
ver el brillo de la copa de oro y la profundidad de la piedra roja que brilla más
brillante que un rubí en su núcleo?
―Está mintiendo ―dijo Rand―. Te dije que iba a tratar de engañarnos con
su brujería. ¿Ahora me crees?
Kenrick sostuvo a su amigo a raya con una mano levantada.
―Déjala hablar.
―La copa está ahí. Yo la veo tan claro como los veo a ustedes dos.
―¿Y las llamas?
Ella asintió.
―La copa está al otro lado de las llamas.
―Demonios ―maldijo Rand―. Para llegar hasta allí… ¡tan cerca sólo para
fallar!
―Todavía no hemos fallado. ―Kenrick contemplaba la barrera alzada de
fuego que crepitaba y caminó unos pasos lejos―. Si el tesoro es visible al otro lado,
fuera del alcance del fuego, entonces no hemos perdido.
―¿Qué te propones hacer?
Kenrick desenganchó la solapa de su taleguilla del hombro y deslizó su mano
dentro de la bolsa de cuero. Sus dedos se cerraron en torno al metal caliente, en su
palma pulsando una espiral de dragón en una copa de oro puro. Retiró el tesoro
inestimable en un silencio medido.
253 ―Por el Rood, Santo. ¿Es eso lo que creo que es?
Haven dio un paso cauteloso lejos de él, poniendo una distancia saludable
entre ella y la copa Calasaar.
―Es una parte del Cáliz del Dragón, la Piedra de Luz ―dijo Kenrick.
La copa reflejaba las llamas como chispas de pura iluminación, los rayos
reflejándose en prismas de luz danzante. Rand observaba con asombro evidente.
Haven miró a Kenrick con miedo marcado.
―No te preocupes ―dijo―. Sé el peligro que supone para ti. No lo dejaré
cerca de ti.
Rand lo miró con fascinación.
―No me dijiste que tenías esto. Por la sangre de Dios, mi amigo. Si existe otra
copa como ésta, no es de extrañar que de Mortaine la persiga como un demonio. La
pieza es exquisita… fácilmente digna de la fortuna de un rey.
―Ellas cuatro forman el Cáliz del dragón. No hay riqueza tan grande como
poseer el poder del Cáliz en su conjunto.
La maldición de Rand fue tranquila y reverente.
―¿Qué vas a hacer con esta pieza ahora?
Kenrick consideró a Calasaar con ojo juicioso.
―Esta copa salvó la vida de mi hermana hace unos meses. No pretendo
conocer todo el poder del Cáliz del Dragón, pero sé que es inmenso. Tal vez sea lo
suficientemente fuerte.
Volvió la vista hacia la pared de fuego, no lo suficientemente rápido para
escapar de la vista de Haven. Con los ojos amplios y el rostro enfermo de
entendimiento, ella dio medio paso hacia él.
―Kenrick… no. No puedes hacerlo. No puedes referirte a cruzar.
Él encontró su mirada preocupada con una de determinación.
―¿La otra copa está allí? Tú la ves claramente.
Por un momento ella no respondió. Podía ver beligerantes emociones en sus
ojos, en su expresión que pasó de la preocupación a la duda a palidecer de miedo.
―Kenrick… el riesgo es demasiado grande. No podemos estar seguros de
nada. Menos de que puedas hacer lo que estás contemplando.
―Tengo que intentarlo.
Rand miró entre los dos, con el ceño fruncido.
254 ―Sé que no estás pensando en atravesar ese velo infernal de llamas, mi
amigo. Irás para arriba como una ceniza.
―No lo creo.
Rand maldijo viciosamente mientras tiraba uno de sus guantes de cuero de su
tahalí. Lo sostuvo delante de él, y luego arrojó el guante hacia el fuego. Se incineró
en un instante, disolviéndose en nada más que humo y cenizas.
―¿Has perdido la cabeza? Tiene que haber otra manera de pasar este
obstáculo.
―No hay otra manera. E incluso si la hubiera, no tenemos el tiempo para
encontrarla ―dijo Kenrick, cada instinto le decía que esta era la respuesta a pesar
de las protestas de su mente lógica de que invitaba a una muerte segura.
No podía permitir que su duda eclipsara su fe. Confiaba en la palabra de
Haven. Y confiaba en su propio corazón con que esta era la única solución.
Miró a Haven, su bello rostro volviéndose blanco como la nieve, con los
labios entreabiertos en negación silenciosa. La memorizó en ese momento, la bruja
dulce que le había robado el corazón, entonces agarró a Calasaar un poco más
fuerte y se giró para dar un salto hacia las llamas.
Capítulo 31
Era una locura que la poseyó en el momento que Kenrick tomó la copa
Calasaar y se preparaba para hacer su salto a través de las llamas. La locura, tal
vez… y un amor tan fuerte, Haven necesitó menos de una pausa de un latido del
corazón para saber lo que tenía que hacer. No podía permitir que hiciera el viaje
incierto solo.
Cuando él dio el primer paso, Haven le agarró la mano y se mantuvo firme.
Aferrándose a Kenrick como a la vida misma, giró la cara sobre su hombro y lo
siguió a través de la alta pared, girando fuego.
Detrás de sus párpados cerrados, un brillo de color naranja perforó de llenó
su visión como una marca cegadora. El calor la envolvió de pies a cabeza mientras
pasaban a través del fuego. Las llamas la lamían desde todos los lados, robándole
255 el aliento, quemando sus pensamientos.
Haven conocía la sacudida repentina de pánico, inciertamente la fuente de
fuego la quemó con mayor intensidad… ya fuera del abismo que saltaban, o el
poder del Cáliz del Dragón… se aferró con fuerza a la otra mano de Kenrick.
Cualquiera de ellos podría destruirla fácilmente… deberían destruirla… pero
ya era demasiado tarde para irse. Los dedos de Kenrick estaban fuertemente
envueltos sobre los suyos, dando consuelo donde el miedo y el fuego podrían
haberla tragado entera.
Él no la soltó, ni siquiera cuando sus pies, por último, con seguridad, tocaron
tierra en el otro lado del infierno en alza.
Mientras se negaba a dejarla ir, Kenrick dejó la copa Calasaar, colocando el
tesoro de valor incalculable sobre las baldosas a sus pies. Luego se volvió hacia
Haven y la agarró por los brazos, las manos le temblaban fuertemente.
―¡Cristo, mujer! ¿Qué diablos estabas pensando?
No le dio tiempo de responder, tiró de ella contra él en un abrazo feroz. La
abrazó con fuerza, su corazón latía fuertemente contra ella mientras que la pared
de fuego crepitaba y se retorcía detrás de él. Soltó un juramento, y luego le agarró
la cara con las palmas de sus manos y la besó con una desesperación que nunca
antes había sentido en él.
―No podía dejar que lo hicieras solo ―murmuró contra su boca, sus manos
aferrándose a él como la vida misma―. No podía soportar el pensamiento…
Él la interrumpió con un gruñido que sonó más aliviado que enojado.
―¿Te das cuenta el riesgo que acabas de tomar? Tonta, tonta…
La besó de nuevo, esta vez más profundamente, y Haven sabía que no había
nada que no arriesgase donde este hombre estuviese preocupado. Lo amaba, y eso
hizo que todo lo demás palideciese a la insignificancia.
―¡Santo! ―La voz de Rand llegó a través de las llamas que aún les separaban
de donde él se encontraba en el otro lado de la antesala de la capilla―. Santo, ¿me
oyes? Háblame, amigo, no puedo verte.
―Estamos aquí ―respondió Kenrick, su mirada sosteniendo a Haven como
una caricia―. Cruzamos con seguridad.
―Y la piedra de Cáliz… ¿está como ella decía?
―Aye ―confirmó Kenrick―. Está aquí. Así como Haven dijo que sería.
La soltó por fin y pasó a su lado a donde estaba el pedestal que había
descrito. Haven lo oyó exhalar un suspiro incierto mientras levantaba su mano
256 para recuperar la segunda pieza del Cáliz del Dragón. Sus dedos se flexionaron y
luego se cerraron alrededor del tallo de oro labrado.
Su juramento reverente era a la vez asombrado y triunfante cuando giró
sobre sus talones con el antiguo tesoro apretado en su puño.
―Lo hicimos, amor. Lo hicimos.
Haven no se atrevió a acercarse demasiado a la copa, ya que el calor de su
poder prohibido podría chamuscarla sólo con mirarlo. Pero aun así lo hizo. Su
curiosidad la llevó hacia el tesoro que era a la vez hermoso y mortal para los de su
especie.
Su ojo fue captado por la talla intrincada que formaba la pequeña base del
dragón y el pedestal de la copa, y la piedra de color rojo sangre brillante agarrado
dentro de las afiladas garras de la bestia. Sangre y fuego entrelazados en el núcleo
fundido del raro tesoro. La vida y la muerte, superando a uno.
―Vorimasaar ―se oyó susurrar.
Kenrick asintió.
―Piedra de la Fe ―dijo, sonriendo mientras le ofrecía la traducción de la
palabra Anavrin. Su mirada creció reflexiva mientras admiraba la copa de oro en
su mano―. Fue en la hora más oscura de su día más oscuro que Braedon y Ariana
encontraron a su compañera, Calasaar, hace tantos meses en Francia.
Haven levantó una ceja ante la ironía.
―La Piedra de la Luz, se recuperó en medio de la oscuridad más sombría.
―Y ahora Vorimasaar es nuestra, ganada a través de la prueba de fuego
―comentó Kenrick―. Tal vez las llamas que se interponían entre nosotros y la
ubicación de este Cáliz no eran más que ilusión… la prueba final para el que
buscaba la Piedra de la Fe.
―Tal vez ―estuvo de acuerdo Haven.
Tal vez fue esa misma fe que la protegió del poder letal del Cáliz del Dragón
cuando ella y Kenrick saltaron en esas llamas juntos. Incluso aunque él hubiera
estado sosteniendo Calasaar lejos de ella en su otra mano, había sido más allá de
peligroso para ella el ponerse así de cerca de ella… para unirse al artefacto
prohibido tocando a Kenrick mientras la copa estaba en sus manos.
Si la tradición Anavrin fuera cierta, debería haberla matado.
En cambio estaba allí de pie a su lado, entera y sana, salvo el dolor de saber
que su tiempo juntos se acercaba rápidamente a su fin.
Era una Sombra ahora, ya no el Buscador confiado en una misión para
ayudar a recuperar el Cáliz del Dragón. Había roto las leyes de su sangre, y había
257 un alto precio a pagar. Por su honor… por su último aliento, si es necesario…
Kenrick y las otras personas que había llegado a amar nunca llegarían a compartir
este costo.
Haven no sabía dónde iba a ir, pero una cosa era cierta.
No podía permanecer con Kenrick una vez que saliera de Glastonbury Tor.

Haven había estado muy tranquila. Mantuvo una distancia segura de las
piedras del Cáliz, un recelo comprensible cuando ambos sabían bien el peligro que
el tesoro representa para cualquier persona con sangre cambiaformas corriendo en
sus venas.
Kenrick no conocía tal temor, y era difícil de contener su orgullo cuando
sostenía tan grande premio en sus manos. En una mano, Vorimasaar ardía con el
fuego oscuro de rubíes. En la otra, sostenía la fortaleza al rojo vivo de Calasaar y su
helada joya.
Kenrick podía sentir la atracción mientras las mantenía separadas. Zumbaban
con una intensidad que fue aumentando a cada segundo, atrayéndolas hacia
adentro como un torno, apretando. El espacio entre ellos vibraba con ondas de
energía visible.
―¿Que está sucediendo?
―No estoy seguro. Quieren unirse. No puedo… mantenerlas… separadas.
―Ten cuidado ―le pidió Haven, la preocupación atando su voz―. Kenrick,
por favor…
―¡Atrás!
Tan pronto como la advertencia salió de sus labios tenían las dos piezas del
Cáliz uniéndose en sus manos. Luz estalló ante sus ojos, disparando en todas
direcciones. La fuerza lo golpeó como un puñetazo en el estómago, haciéndole caer
hacia atrás, casi a sus pies.
Detrás de él, a cierta distancia, Haven gritó conmocionada:
―¡Kenrick!
―Por la Cruz ―jadeó, maravillado del deslumbrante espectáculo de luz que
258 jugaba ante él. Se tambaleó un par de pasos, su mirada paralizada en las dos copas
que ahora se habían fusionado como una y girando como el juguete de un niño en
el piso de la antesala de la capilla.
Calasaar y Vorimasaar, dos partes de un todo mayor.
Kenrick se inclinó para recuperar el tesoro, pero la mano de Haven en su
hombro le hizo detenerse.
―Kenrick ―dijo, su propia mirada fija al frente de ella, enraizada en algo
más que en la mitad acoplada del Cáliz del Dragón.
Siguió su mirada y el poco aliento que mantuvo en sus pulmones se filtró
fuera de él en un juramento en voz baja.
La fusión de las dos copas en una de mayor potencia no era el único milagro
que tuvo lugar en ese momento.
En la pared del fondo de la antecámara de la capilla, donde sólo la piedra
había estado antes, se había formado una ventana de vidrio transparente. No, no
una ventana, se dio cuenta de repente Kenrick. Era una puerta abierta… un portal
con vistas a un lugar que debería existir sólo en sueños.
―Oh, fe. ―Haven se quedó sin aliento, la incredulidad florecía en sus ojos.
―Cristo ―juró Kenrick―. ¿Es posible? ¿Puede ser esto lo que parece?
―Sí ―respondió en voz baja―. Kenrick… has encontrado uno de los dos
portales hacia el reino de Anavrin.

259
Capítulo 32
―Amor de Dios ―murmuró Kenrick, fascinado por la visión del paraíso que
estaba resplandeciente en el otro lado del portal.
Árboles verdes con hojas y flores de todos los colores repartidas en un paisaje
rico en la tierra de color marrón oscuro, hierbas ondulantes y lagos cristalinos. A lo
lejos, muchos alcanzaron su punto máximo en la fortaleza de un castillo blanco
inmaculado que se elevaba, brillando en la luz del sol como si estuviera decorado
con estrellas arrancadas de los cielos mismos. Cielos azules interminables estirados
por encima de todo, como si quisiera decir que el mismo Dios había bendecido a
este lugar por encima de todos los demás.
Era como si contemplase el Edén renacido, y casi le robó el aliento saber que
existía tal lugar.
260 ―¿Qué clase de castigo fue haber dejado un lugar como este? ―se preguntó
en voz alta, y luego se volvió a encontrar a Haven con la espalda en el portal―.
¿No vas a mirar a tu lugar de nacimiento, milady?
―Nay.
Al oír la nota de dolor en su voz, se dirigió a ella. La rodeó para estar delante
de ella, acariciando sus delgados hombros en un abrazo de luz.
―¿Por qué no miras, Haven? ¿Qué te impide ver el esplendor de tu patria?
―Es que… no puedo.
―¿Qué es lo que temes? ¿Que no serás capaz de mirar a otro lado cuando le
robes su primera vista?
Ella no dijo nada, pero no podía ocultar la angustia de sus ojos. La conocía
demasiado bien ahora. Él entendía su corazón… la verdad de Dios, a veces se
sentía como si sus corazones compartieran el mismo ritmo, la misma alegría y el
dolor.
―Haven, gira y mira lo que te espera.
Con reticencia evidente, miró al arco abierto detrás de ellos, a la luz blanca
pura vertiéndose como un faro de bienvenida. Como si no pudiera resistir el poder
de ese tranquilo resplandor, Haven levantó lentamente la mano, alcanzándola. La
luz se estiró hacia ella, entrelazándose sobre su brazo como una delicada
enredadera de iridiscencia brillante.
Kenrick por sí mismo sintió el tirón de atracción de Anavrin, la promesa de
un santuario tan puro y eterno, que sólo podría cumplirse en un lugar de nieblas y
mito. Sólo una mujer extraordinaria como la que estaba de pie delante de él podría
haber sido fruto de tal magia, tal maravilla milagrosa.
Anavrin era donde pertenecía.
Podía verlo ahora, más que nunca. Su libertad… su propia vida… esperando
en el otro lado de ese arco. No desearía egoístamente que se quedara con él, fuera
de la paz y la seguridad de su verdadero hogar.
―¡Kenrick! ―El grito de Rand vino sobre las llamas que todavía dividían a la
capilla―. Trae el tesoro, mi amigo. El tiempo se está desperdiciando. Tendré listos
los caballos, tenemos que alejarnos.
―Tiene razón ―dijo Kenrick, apenas resistiendo la tentación de tocar la
delicada concha de su oreja mientras ella estaba de pie en la luz cerca del umbral
de Anavrin―. No podemos retrasar lo que debe hacerse.
Ella no lo miró. Su voz era muy pequeña y lejana de alguna manera.
261 ―¿Vas a seguir la última de las piedras del Cáliz con Rand?
―Sí. Serasaar no puede estar lejos de mi alcance, sobre todo ahora que tengo
sus dos compañeras que me ayudaran a guiarme a ella.
―En primer lugar, tendrás que salir de Tor.
―Aye. Y no voy a hacer eso hasta que sepa que estás segura donde
perteneces. No podemos estar seguros de cuánto tiempo este portal permanecerá
abierto. Tienes que ir, milady. Ahora.
Su orden era severa, más severa de lo que hubiera creído capaz de ser en ese
momento. Pero a pesar de la firmeza de su tono de voz, la mano de Haven
comenzó a caer de nuevo a su lado. Se volvió hacia él, con los ojos brillando con
lágrimas no derramadas. La luz del portal de Anavrin bailó como llamas en su
mirada acuosa, empapándose con la incandescencia, la belleza de otro mundo le
robó el aliento.
Un parpadeo lento apagó el resplandor persistente, como la intención de
negar que fuera un lugar para ella.
―No puedo ―dijo ella, una negación simple que rompió su voz―. Anavrin
ya no es mi casa. Incluso si pudiera volver a mi antigua vida allí, no puedo. No te
dejaré. No cuando puedo sentir el peligro acercándose a este lugar como una
prensa.
―No estoy pidiendo eso, Haven te le estoy diciendo. ¡Maldición…! No hay
otra opción.
Ella parecía inmune a la razón en ese momento, el desafío superando su voz y
la elevación de la barbilla.
―Los de mi clan se están moviendo a este lugar. Puedo sentirlo en este
momento, están acercándose…
―Entonces voy a tratar con ellos cuando vengan. Esta es mi lucha, milady.
Déjamela. Necesito saber que estás fuera de peligro.
Desde el otro lado de la capilla, los pasos pesados de Rand hicieron eco,
seguido de una acre maldición.
―Jinetes en la mira, Santo. Cuento cuatro, armados hasta los dientes desde
donde lo veo. ¡Trae la condenada copa y vámonos mientras podamos!
―Es demasiado tarde ―dijo Haven en voz baja―. Ellos saben que estamos
aquí. No podemos correr, porque seguramente nos van a encontrar.
Estaba poniéndose en la ecuación, un hecho que no le cayó nada bien.
―No hay nosotros, Haven. No lo puede haber. Estás marcada… tú misma lo
262 has dicho, te matarán si te quedas aquí en el Exterior.
Su pequeña mano se acercó a enmarcar su mandíbula.
―Y tú y Rand morirán si me voy.
Frunció el ceño hacia ella, furioso que lo desafiaría cuando su propia vida
pendía de un hilo. Pero su mirada era tan grave, por lo que con valentía aceptó lo
que estaba diciendo, apenas podía contener su ira.
―El Cáliz del Dragón es más importante que cualquiera de nosotros Kenrick,
la supervivencia de Anavrin depende de su regreso. Quizás la supervivencia de tu
mundo… el mundo Exterior… depende de él, también.
Kenrick silbó una maldición entre dientes.
―Demasiados han pagado el precio de esa maldita copa. No hay certeza de
que ninguno de nosotros vaya a alejarse de esta colina hoy.
―No ―dijo―, no hay esa certeza. Pero juntos, al menos, tenemos una
posibilidad.
Por un momento, un momento loco, Kenrick consideró posibles estrategias
para que los tres combatieran a los cuatro cambiaformas que montaban al ataque.
Uno por uno, descartaba cada plan. Todos eran demasiado arriesgados, poniendo
el Cáliz… y a Haven… en demasiado peligro.
No estaba seguro de que hubiera una manera de salir esta vez.
Y por encima del hombro de Haven, vio que la luz del portal Anavrin
empezaba a oscurecerse. Se estaba cerrando, y ella permaneció firmemente
arraigada ante él, sus ojos destellando con determinación feroz. Demasiado pronto,
la luz se apagó por completo, sellando la puerta a su tierra natal.
A medida que el portal se cerraba, la pared de llamas a sus espaldas se
encogió, extinguida por una magia invisible. Sólo bocanadas delgadas de humo y
piedra cubiertas de cenizas permanecieron.
―Juntos ―dijo Haven, apenas un susurro―. Confía en mí. Es nuestra única
oportunidad.
Antes de que pudiera discutir más, antes de darse cuenta de lo que estaba a
punto de hacer, Haven se levantó de puntillas y lo besó. Fue un fugaz contacto que
quería saborear, pero tan pronto como la presión dulce de sus labios había llegado,
se había ido.
Y ella también.
Moviéndose tan rápido que apenas podía creerlo, Haven se retiró de sus
brazos y se apartó, caminando como una reina guerrera a través de las brasas del
263 suelo de la capilla. Desfiló hacía Rand y siguió, en dirección a la puerta de entrada
y la venida del séquito de hombres de su clan Anavrin.
Agarró fuertemente de sus manos ―ante el infinitamente desconcertado
Kenrick e incredulidad furiosa― su espada.
Capítulo 33
La respuesta llegó a Haven en un destello de instinto, todos sus sentidos de
cambiaformas formándose en un único y arriesgado pensamiento. En su actual
estado de peligro, una rara suspensión entre la magia con la que había nacido, y lo
que, por el amor de un forastero, desde que se había convertido en Sombra, no
podía estar segura de que su plan funcionara.
Pero era su única esperanza.
Sintió la malévola intención de los jinetes que subían la colina. Su oído
recogía el repiqueteo metálico de las armaduras de los caballos y de la cota de
malla. Sus fosas nasales se llenaron del olor de la matanza por venir. Habría mucha
sangre derramada hoy. No sólo la suya, mientras el traidor cazaba a su clan, sino la
de Kenrick y de Rand también.
264 La ira bullía en su interior ante el pensamiento. Su furia se agitó como una
tempestad, mezclándose con el poder de su glamour despertando. Lo llamó,
convocando a todo lo que tenía mientras acechaba el corredor alumbrado por
antorchas de la capilla.
Era una cambiaformas de nacimiento, descendía de una larga línea de reyes
Anavrin y hechiceros.
Más que eso, era una mujer con un corazón lleno de determinación, y eso la
hacía peligrosa.
Haven agarró la espada de Kenrick con manos firmes delante de ella,
mientras perfeccionaba sus sentidos en la transformación.
Juntó las imágenes en su mente, comprimiéndolas, esculpiéndolas como
arcilla, hasta que tuvo una visión clara del glamour que buscaba. Su piel se
estremeció con la llegada del cambio. Sintió que su cuerpo brillaba hacia la ilusión,
el reflejo de otra forma humana.
Era una de las cosas más difíciles de lograr para un cambiaformas, tal vez
imposible ahora que era Sombra. Haven empujó a un lado sus dudas y se
concentró en la cara y la forma en que se convertiría. La imagen comenzó a
deslizarse sobre ella, moldeándola como un velo.
Tomó todas sus fuerzas mantener la ilusión en su lugar mientras se acercaba
a la puerta de la capilla y escuchó el golpe al abrirse cuando los cambiaformas que
la cazaban irrumpían en la pequeña estructura.
Detrás de ella de repente, escuchó una vivida maldición y el fuerte repiqueteo
de botas en el piso de losa del corredor.
Kenrick.
La había seguido, con Rand directamente detrás de él.
Antes de que cualquiera de los hombres pudiera pronunciar una palabra de
sorpresa ante lo que vieron, Haven se giró hacia Kenrick con su propia espada,
deteniéndolo con la mortal punta de la hoja en su garganta.
―No te muevas ―le advirtió en una voz baja que no se parecía en nada a la
suya, y miró que su mortal mente lógica se debatía con lo que estaba viendo―.
Querrás hacer como te digo. Confía en mí.
Su aguda mirada se iluminó con reconocimiento cuando le echó un vistazo a
la longitud de acero equilibrado bajo su barbilla. La reconoció como su propia
espada, y cuando su amigo tomó un casi imperceptible avance hacia su defensa,
Kenrick lo mantuvo a raya con una mirada diagonal de rechazo. Rand volvió a la
265 penumbra del pasillo, ocultándose de la vista.
―Excelente trabajo, damas ―dijo Haven, girando la cabeza para fijar una
mirada cáustica sobre los cuatro guardias cambiaformas que se movían hacia ella
en el pasillo―. Un poco más lentos en llegar y Clairmont aquí habría tomado el
tesoro del Cáliz y a tus cambiaformas favoritos.
―Le Nantres ―dijo el más grandes de los cuatro, sus ojos oscuros fijos en la
ilusión que Haven luchaba por mantener―. ¿Viniste aquí solo?
―Tenía a dos de tu clase conmigo, para todo el bien que me hicieron.
―¿Qué pasó?
La imagen de Draec le Nantres se encogió de hombros despreocupadamente.
―Se hicieron descuidados. Asombroso lo que el mero toque de una piedra
del Cáliz puede hacer a un cambiaformas. Encontrarás sus cenizas dentro.
Uno de los cuatro cambiaformas se acercó levantó la nariz al aire inmóvil de
la capilla e inhaló profundamente. Las sensibles fosas nasales se ensancharon y se
movieron nerviosamente.
―Hay algo más en este lugar también. Sombra ―dijo, advirtiendo a los
demás―. Puedo olerla.
Una sensación de temor serpenteó hasta el cuero cabelludo de Haven.
¿Cuánto tiempo podría aspirar a mantener esta artimaña? Su temor hacía difícil
mantener su glamour. Sintió que su piel zumbaba con el primer reflujo de la
transformación, la vacilación más leve del poder que se retiraba. Era todo lo que
podía hacer para capacitar sus sentidos de vuelta a su ilusión.
Y su silencio puso una nota de duda en la estrecha mirada del cambiaformas
más grande.
―Aye, puedo oler a la pequeña zorra traidora también, y todavía respira.
¿Dónde está?
Haven separó sus labios para hablar, pero fue la voz de Kenrick que llegó
primero a sus oídos.
―Le Nantres la apuñaló ―dijo, refunfuñando las palabras con mucho
veneno y fulminando con la mirada a la ilusión de Haven con un odio que casi se
lo creyó ella misma―. El bastardo la redujo sin piedad y la dejó por muerta allí
atrás.
El líder cambiaformas todavía parecía escéptico, pero la mano que ahora se
apoyaba en su espada se relajó un poco.
266 ―Muéstreme. Mis hombres vigilaran a tu prisionero.
Volvió su cabeza para hacerle señas a los otros tres, y Haven sabía que podría
ser su única posibilidad de golpear.
Se giró alejándose de Kenrick y, con un grito de desesperación y furia,
balanceó la larga hoja de acero en el costado del líder cambiaformas. Había muerto
antes de caer al piso, la sangre y la vida vaciándose en la loza a sus pies.
La espada de Kenrick era un peso de plomo en sus manos, la acción de
manejarla requiriendo demasiado de su preciada fuerza. Haven sintió que su
asimiento precario se soltaba tanto en el arma como en la ilusión contra la cual
había luchado con tanta fuerza por edificar.
Como un guijarro arrojado a una piscina tranquila, su glamour onduló
retirándose en una ola, perdiendo la imagen de Draec le Nantres y revelando su
verdadera forma.
―¡Infierno sangriento! ―bramó uno de los tres cambiaformas restantes, sus
ojos negros y salvajes con la fiebre de la caza―. ¡Es ella!
Un caos de gritos, acero y furia mortal estalló completamente a su alrededor.
En un parpadeo, Kenrick se había apoderado de su arma de las manos temblorosas
de Haven y la quitó del camino de la carnicería que causaría. Rand se unió a la
refriega, rugiendo una maldición horripilante mientras blandía su propia espada y
saltó a la luchar al lado de Kenrick.
Haven no se atrevió a proteger sus ojos, independientemente de la escena
infernal desarrollándose ante ella. Temía por Kenrick y Rand, sabiendo cuán
brutales lucharían los cambiaformas, armados con armas, la magia y la rabia de la
caza negra que los había llevado a la capilla en la colina. Buscó el refugio en una
esquina oscurecida de la pared, a considerable distancia, pero lo suficientemente
cerca que podría dar un paso de vuelta para poder ser de utilidad.
Los tres cambiaformas lucharon fuertemente, pero no tenían ninguna
posibilidad contra los experimentados hombres que lucharon como dos mitades de
un todo mortal.
El primero cayó con un aullido del dolor animal, atravesado por la severa
espada de Kenrick.
El segundo se había transformado en una bestia gruñendo, su lobuna
mandíbula chasqueando y babeando mientras se lanzaba a la garganta de Rand. La
espada del caballero era un rayo intermitente de acero ensangrentado,
sumergiéndose en el gran cuerpo del cambiaformas. También, estuvo muerto

267 bastante pronto, atravesado como un cerdo en un asador, mientras Kenrick mataba
al tercer cambiaformas y lo lanzó al suelo como cualquier despojo.
Tan rápidamente como había comenzado la batalla, terminó.
Haven corrió hacia Kenrick, incapaz de contener sus lágrimas cuando la
capturo entre sus brazos. Lloró con apenas una medida de control, alivio, miedo y
alegría golpeándole todas a la vez. Sintió drenarse todo, incapaz de hacer nada
más que aferrarse a él mientras la levantaba en sus brazos y suavemente la llevó
fuera de la capilla a la luz exterior.
―Silencio, amor ―susurró ferozmente contra su frente mientras ella
arrastraba una respiración sollozando―. Estoy aquí. Todo está bien ahora.
―¿Estas lastimado? ―pregunto, arreglándosela para hablar por fin―. ¿Ellos
te lastimaron?
―Nay milady. Gracias en gran parte a ti. Eso fue un buen truco el que
lograste, reflejando a Draec le Nantres. No voy a preguntar cómo lo hiciste, pero te
agradeceré que nunca me muestres otra vez la cara de ese canalla. O a cualquier
otro hombre, para el caso.
Estaba bromeando, comprendió débilmente. Siempre su protector, estaba
tratando de animarla cuando su corazón aún latía como si fuera un tambor contra
ella, sus músculos aún tensos por la batalla mortal que acababa de luchar.
―No estoy segura si podría hacerlo. Me siento tan cansada… estoy tan débil,
Kenrick.
―Puede descansar ahora, Haven. ―La llevó a donde sus monturas
esperaban, pastando a la sombra de la pequeña capilla en la colina―. ¿Estarás bien
durante un momento aquí fuera?
Ella levantó la cabeza medio alarmada.
―¿A dónde vas?
―A recuperar el tesoro por el que vinimos ―dijo suavemente, acariciando su
mejilla―, y para ayudar a Rand con el lío que tenemos hecho allí.
―Oh. Por supuesto ―dijo, asintiendo.
Su ingenio fue volviendo lentamente, si no su fuerza. Su conciencia emitió
una advertencia mientras miraba en la ferviente mirada azul de Kenrick. Su prueba
no había terminado, a pesar de su victoria de hoy. Podían haber vencido a los
cambiaformas que habían venido por ella esta vez, pero no serían los últimos.
Habría más y más, tantos como hubiera cambiaformas trabajando con Silas de
Mortaine. Y mientras ella fuera Sombra por su amor por este hombre.
Kenrick se arrodilló a su lado en la hierba suave de la colina.
268
―¿Estás segura de que estás bien? Te ves tan pálida y helada.
Haven rechazó su preocupación con una sonrisa y se forzó a enderezarse
firmemente mientras se sentaba. Esto también fue un truco de su glamour, puesto
que estaba tan débil como budín, apenas capaz de permanecer derecha en el suelo.
―Estoy bien, de verdad. La ilusión fue difícil. Me ha cansado un poco, eso es
todo.
Él le estaba frunciendo el ceño, no pareciendo demasiado convencido.
―Sera un momento. Espérame aquí.
Ella asintió, luego miró con una mezcla de tristeza y alivio mientras se alejaba
y desaparecía en la capilla.
Capítulo 34
Había esperado encontrar a Rand quitando a los cambiaformas muertos de
donde habían caído, ya que sería imprudente dejar tales pruebas para que
cualquiera los encontrara una vez que se fueran de la colina. Pero mientras Kenrick
entraba al pasaje oscurecido del corazón de la pequeña capilla, los cuerpos
permanecían donde habían caído, y su amigo no estaba a la vista.
Estaba a punto de llamarlo cuando Rand salió repentinamente de la
antecámara de la capilla. En sus manos, acunaba la copa de oro del Cáliz.
Abruptamente notó a Kenrick delante de él, y su cabeza se levantó bruscamente.
―La dejaste allá atrás ―dijo con una nota de acusación en su voz―. Calasaar
era notable por su cuenta, pero junto con esta segunda copa…
―Vorimasaar ―dijo Kenrick, sus ojos manteniéndose estables en su viejo
269 amigo―. La que encontramos hoy se llama Vorimasaar, la Piedra de la Fe.
―¿Las dos copas se fusionaron en ésta?
Kenrick asintió.
―Se atrajeron la una a la otra con una fuerza que ningún hombre podría
contenerlas. El poder del Cáliz del Dragón aumentará con la recuperación de cada
piedra.
―Increíble ―reflexionó Rand―. Malditamente increíble.
Sostuvo la copa delante de él, girándola hacia adelante y atrás y viendo como
las piedras atrapaban la escasa luz de las antorchas enganchadas en las paredes.
Los prismas rojo y blanco se reflejaron de vuelta en su rostro, iluminando una
expresión que fue más amarga que encandilada. Cuando habló, su voz era sombría
con un propósito.
―Si presionamos a los caballos, montando toda la noche, deberíamos llegar a
la costa occidental a la salida del sol. Será más rápido navegar que viajar por tierra,
por tanto alquilaremos un barco una vez que lleguemos allí. La llevaremos para
Escocia antes de que le Nantres o de Mortaine se den cuenta que hemos estado
aquí hoy. ―Hizo una pausa en su admiración cuidadosa de la copa fusionada que
era tanto Calasaar como Vorimasaar, y volvió su mirada evaluativa en Kenrick―.
¿Qué dices, Santo?
―Es un buen plan ―concordó Kenrick―. Salvo por una cosa.
―¿Qué será eso?
―Haven.
Un ceño oscureció la frente de Rand.
―¿Qué pasa con ella?
―Está demasiado débil para esa prueba hoy… en gran parte por lo que ha
pasado esta tarde. Se muestra valiente, pero eso es todo lo que es. Nunca hará el
viaje.
Rand gruñó.
―No sabía que ella era parte de esto. ―Su mirada era dura, implacable―. Es
una cambiaformas, mi amigo. Has visto la traición de lo de su tipo, al igual que yo.
Nada va a cambiar lo que ella es. Por el amor de Cristo, es antinatural lo que es…
es inhumana.
Kenrick eludía internamente la afirmación de que Haven fuera menos real,
menos humana, que él mismo.
―Es de carne y sangre, al igual que tú y yo. Se siente bastante natural en mis
270 brazos. Su corazón late igual que cualquier otro.
―Te ha embrujado para pensar así. Deja que se vaya mientras puedas, Santo.
Te ha atado a ella con la magia de los cambiaformas.
―Sí ―admitió Kenrick―. Tal vez.
Rand lo miraba incrédulo.
―¡No creo lo que estoy escuchando ahora! Tampoco puedo darle crédito a lo
que parece que he visto pasar entre los dos. Por las heridas de Dios, Santo… dime
que no la amas.
La rápida denegación que intento convocar no pudo llegar a su lengua. Sus
sentimientos por Haven eran profundos, mucho más profundos de lo que quería
reconocer. Para Rand o para sí mismo.
¿Pero amor?
No había lógica allí en lo absoluto ante la idea de que pudiera estar
enamorado de Haven. Tenían pasión, pero podría no haber un futuro para ellos.
Ella era una cambiaformas, prohibida para estar con él y por su propia cuenta una
fugitiva de su clan. Tenía que pensar en Clairmont y la recuperación del Cáliz del
Dragón. La cosa menos prudente que podría hacer era entregarle su corazón a
Haven.
Y aun así…
―Tú y yo estamos de pie aquí ahora debido a ella ―dijo a su viejo amigo, ni
confirmando o refutando el impresionante logro―. Si no fuera por la ayuda de
Haven, seríamos nosotras los ensangrentados tirados ahí fuera, no esos guardias
cambiaformas. Debemos nuestras vidas hoy a Haven.
―Hoy, sí, te concederé que resultó más que útil. Pero es un obstáculo para tu
búsqueda del Cáliz y lo sabes ―respondió Rand―. Te hará más lento, más
descuidado. Nunca lograras acercarte al Cáliz del Dragón, siempre y cuando te
debatas entre protegerla a ella y ver a través de esta cosa.
Él estaba en lo cierto, por supuesto. No había argumento allí para la lógica en
la afirmación de Rand. Pero para Kenrick la alternativa apenas parecía justa, y
mucho menos aceptables, particularmente después de todo lo que él y Haven
habían compartido.
―¿Qué quieres que haga, que la deje aquí?
El hecho de que Rand no contestara inmediatamente fue suficiente respuesta.
―Has pasado mucho en tu vida por buscar estos premios. Debes hacer lo que
es correcto. Falta una de las piezas del Cáliz del Dragón… quizás a no más de una
271 quincena de viaje de tu alcance, por tu propia conjetura. Tú quieres el Cáliz; yo
quiero la cabeza de Mortaine. Ambos podemos ganar, Santo.
―¿Estás seguro de que esto es sobre hacer lo que es correcto? ―Ante la dura
mirada de Rand, Kenrick dejo escapar una fuerte exhalación―. La única forma de
que Silas de Mortaine nunca consiga el Cáliz del Dragón es destruirlo. Eso es todo
lo que lo detendrá… y a las bestias que viajan bajo su mando. Si nos llevamos esa
copa de esta colina, entonces la llevaremos tan lejos mar abierto como podamos y
la dejaremos caer en lo más profundo. Donde nadie nunca la encontrará.
Rand giro la copa entre sus dedos.
―Preferiría ver a Mortaine ahogarse con ella mientras se la empujo por su
garganta.
Escuchando la furia en la voz de su viejo amigo, Kenrick entendió la
profundidad del impulso despiadado de Rand.
―¿Tener tu venganza significa mucho para ti?
―Es todo lo que me queda. Es todo lo que me dejó de Mortaine. ―Rand
levantó su sombría mirada hacia él, su fuerte mandíbula con firme
determinación―. Me voy a llevar esta copa, y me dirigiré hacia el norte para
encontrar la pieza final. Y cuando lo haga, la usaré para guiar al bastardo hacia mí,
y tendré mi venganza.
Kenrick asintió, incapaz de ocultar su resignación.
―Has pensado en esto por un tiempo.
―Lo hice ―admitió sombríamente―. Cada minuto despierto de cada
interminable día, no he pensado en nada más. Mi decisión está tomada Santo.
Todo lo que dejo es tuyo.

Los brazos de Haven se sentían pesados, su cuerpo completamente drenado.


Era todo lo que podía hacer para mantener el agarre en las riendas de la montura
robada del cambiaformas y mantenerse en la silla del caballo galopando por el
terreno pantanoso en la base del laberintico montículo de Tor.
Su corazón le dolía por la forma en que había abandonado a Kenrick. Sin
siquiera una palabra de despedida, pero sabía que si se quedaba merodeando por
más tiempo, no habría tenido la voluntad para irse en absoluto.
272 Y tenía que irse.
Su propia seguridad significaba poco, pero ahora que se había convertido en
Sombra, no habría ningún santuario para ella, o para esos por los que se
preocupaba. Encontrarla… destruirla… sería el objetivo de cada Buscador del Cáliz
que merodeara las ciudades y los durmientes témpanos de hielo en asociación con
Silas de Mortaine.
Ahora su amor significaba muerte.
Lo que pasó en Greycliff fue terrible; lo que visitaría a Clairmont como pago
por sus transgresiones contra las leyes de su clase seguramente superaría la
pesadilla más horrorosa.
Ese pensamiento insoportable la alentó, Haven presionó sus talones en su
montura y giró al caballo alejándolo del camino de Glastonbury Tor.
No sabía exactamente dónde iría, ni cuánto tiempo podría montar cuando
cada trozo de fuerza parecía desaparecer de ella. La ilusión que había efectuado en
la capilla había sacado todo de ella. Nunca se había sentido tan débil e indefensa,
tan carente de poder.
Apenas podía mantenerse erguida. No creía que pudiera llegar más lejos.
La constante marcha de su montura era todo lo que sabía, el único sonido que
escuchaba. Su cabeza, colgaba de sus hombros. Se desvanecía rápidamente ahora,
demasiado agotada para seguir. Sus hombros comenzaron a caer, su espina
despacio se aflojaba, demasiado débil para sostenerla.
―Kenrick ―susurró, su último pensamiento consciente aferrado en el
hombre al que amaba más que a la vida misma―. Fe, permite que este a salvo.
Y luego se deslizó lentamente en la oscuridad… cayendo.
Cayendo…

En medio de un golpeteo constante de lluvia que presagiaba una tormenta,


Randwulf de Greycliff presionó sus talones en su montura y se alejó apresurado de
la capilla en Glastonbury Tor. No redujo la marcha, tampoco miró hacia atrás ni
una vez. Su curso estaba establecido.
273 Y así el de Kenrick.
La montura debajo de él resoplaba en la bruma del aire de la primavera
mientras Kenrick se giraba en la dirección contraria de la de su amigo. Miró el
rastro fresco que cortaba un torpe sendero bajando por el otro lado de la colina.
Haven se había ido, huyó en uno de los caballos bajando por ese camino
empinado no mucho tiempo antes. Ella tenía la intención de abandonarlo, y la
pérdida lo golpeó más fuerte que cualquier golpe físico.
Kenrick sabía lo que tenía que hacer… incluso antes de que Rand lo
presionara a decidir. Justo ahora lo comprendía, el sentimiento más profundo que
cualquier cosa que hubiera conocido alguna vez en su vida.
La amaba.
Amaba a Haven más que a nada en este mundo, y antes de que pasara otro
momento, necesitaba que ella supiera eso.
Con un gruñido de pura determinación masculina, Kenrick envió a su
montura a un enérgico galope bajando por la colina.
Capítulo 35
Se despertó luchando.
La conciencia despertando de inmediato, sus ojos abriéndose de golpe. Cada
musculo en su cuerpo se tensó con el esfuerzo. Bajo la manta que cubría su cuerpo,
sus extremidades se resistían con el repentino estallido de furia. Se retorció
violentamente, su espalda arqueándose del suave cojín debajo de ella.
―Tranquila Haven. Quédate quieta, amor. Estás a salvo.
Giró la cabeza y miro directamente a la intensa mirada azul que conocía como
a su propio corazón.
―Kenrick.
Su nombre fue poco más que un suspiro en sus labios resecos. Nunca pensó
274 ver su apuesto rostro, o escuchar el relajante murmullo de su voz otra vez. Era él,
real y verdadero, contemplándola con tal afecto.
―Te he extrañado, dulce bruja. Todos en Clairmont han estado esperando tu
regreso a nosotros.
La euforia se disparó en su interior, luego rápidamente se estrelló como un
pájaro con las alas rotas.
―Kenrick… ―Se irguió en la cama, sus ojos enloquecidos de miedo―. ¡Qué
has hecho! No debiste traerme aquí. Traté de decirte, es muy peligroso…
―¿A dónde crees que debí llevarte? ―dijo, sacudiendo la cabeza despacio
mientras alisaba un mechón húmedo pegado a su mejilla―. Cuando te encontré en
el camino debajo de Glastonbury Tor, apenas podías levantar los párpados.
Necesitabas atención.
―Debiste dejarme allí ―dijo, dándole un empujón, cuando todo lo que
deseaba era más de su toque, más del confort que el verlo le daba―. Deberías
dejarme ir. ¿No lo ves? Soy una Sombra ahora. Los otros me cazaran a donde sea
que vaya.
―¿Por tu afecto por mí?
Ella cerró los ojos por un momento.
―Por mi amor por ti, sí.
―Entonces sólo parece correcto que esté de pie a tu lado,
independientemente de lo que puede venir. ―Cuando ella alejó su cabeza de él,
temerosa de esa eventualidad, Kenrick gentilmente la presionó de vuelta con los
dedos en su barbilla―. Mi brazo y mi vida, milady. Ambos están comprometidos a
tus servicios.
―Pero no lo entiendes…
No la dejó terminar, silenciándola con un tierno beso.
―Mi brazo y mi vida. Y ahora mi corazón, si bien lo tendrás.
Al principio Haven no dijo nada, temerosa de las tonterías que podrían salir
de su boca. Casi no se atrevía a creer. Casi no se atrevía a tener esperanza.
Mirándolo fijamente con salvaje anticipación, no pudo contener la pregunta
por más tiempo.
―¿Tu… corazón?
Él dio un pausado asentimiento.
―Te amo, dulce bruja. He estado esperando a que despiertes para así poder
decirte cuánto.
275 La respiración de Haven vaciló, un pequeño sollozo atascándose en su
garganta.
―¿Me amas?
―Con todo mi corazón y alma. Fui demasiado cabeza dura para darle
crédito, hasta que creí perderte en la colina.
Al principio, no podía creer que estaba escuchando bien. Pero él estaba
mirándola con tanta ternura, tanta emoción profunda, que Haven supo que sus
oídos no la estaban engañando.
El peso de lo que él estaba diciendo, la comprensión de lo que realmente
significaba, a la luz de lo que había sucedido en la capilla de Glastonbury, se
estableció sobre ella como una suave manta cálida.
―Oh, Kenrick. Eras tú ―dijo ella, el asombro casi privándola de la voz. Sintió
las lágrimas en sus ojos, cálidas lágrimas de alegría que rodaron por sus mejillas en
dos senderos de humedad―. Eras tú. La pared de piedra no nos quemó, Calasaar
no me consumió como lo haría con uno de mi clase, por ti.
Una nota de escepticismo osciló en su expresión.
―Me das demasiado crédito, mi amada. ¿Qué hice, después de todo, salvo
poner mi fe en ese maldito Cáliz?
―Pusiste tu fe en mí, milord. ―Levanto sus manos a sus labios y presionó un
beso en sus fuertes dedos, los cuales se sentían tan bien alrededor de los suyos.
Ahora que lo estaba tocando nuevamente, no quería dejarlo ir nunca―. ¿No lo ves?
En aquel preciso instante en la capilla de la colina, finalmente confiaste en mí.
Creíste en mí.
―Ah, amor. No he sido justo contigo. No quería creer… tener esperanza de
que lo que compartíamos fuera verdadero. Estaba aterrado de creer en mis propios
sentimientos, y así excluirte de mi propio corazón por mucho tiempo. ¿Me
perdonaras?
―¿Perdonarte? ―Se rió suavemente a través de las lágrimas―. Kenrick de
Clairmont, mi magnifico lord… mi eterno amor. Tú me has salvado. Otra vez.
Siempre.
―Dulce Haven. ―La atrapó en sus brazos y la sostuvo en un cariñoso
abrazo―. Tú me has salvado también. Nunca dudes de eso. Juntos podemos
enfrentar cualquier cosa… incluyendo a esos de tu clan que estén lo
suficientemente locos para poner un pie en mis dominios.
Cálida por sus palabras, sabiendo que las quería decir en serio, Haven se echó

276 hacia atrás para mirarlo.


―No creo que sea necesario. Nadie me buscará aquí. No ahora.
―Pero si eres Sombra, creí…
Ella sacudió la cabeza lentamente.
―Amar a un forastero me hace una Sombra. Eso es bastante raro. Nunca he
sabido del ciclo de avance más allá de ese nivel. Que yo sepa, nunca le ha pasado a
ningún cambiaformas en todos estos milenios.
―Si no eres una Sombra, ¿entonces qué?
Había pensado que la alegría en su interior no conocía límites, pero entender
el extraordinario regalo que Kenrick le había dado, opacaba todo el júbilo anterior.
Su felicidad se había disparado hasta las alturas mientras miraba al hombre quien
se había convertido en todo para ella.
―Si uno de mi especie se enamora de uno de los tuyos y es amor verdadero,
con un completo y libre corazón, entonces la Sombra se convierte en Protegido.
―¿Protegido, es un protector de alguna forma?
Haven sonrió.
―Sí. No hay magia cambiaforma que pueda tocarnos ahora. Estamos
verdaderamente a salvo, como todos los que nos importan en este castillo. Me
amas. Esa es la verdadera magia que ocurrió en Glastonbury Tor.
―No permitiré que nada se interponga entre nosotros Haven. Nunca más.
―Mi amor ―susurró, besándolo y sosteniéndolo cerca.
―Te debo algo más Haven, si lo deseas. Algo que ya te prometí, como lo
recuerdo, aunque hecho con una lamentable falta de delicadeza.
Perpleja, pero estremecida por una emoción que apenas podía contener,
Haven vio que Kenrick lentamente cayó en una de sus rodillas al lado de la cama.
Tomó su mano entre las suyas y besó cada uno de sus dedos.
―Mi verdadero amor. Mi único amor… hermosa, cautivadora Haven de
Anavrin. Eres mi corazón y mi alma, la fuente de toda mi fe y alegría. Podrías, te
ruego dulce señora, concederme el honor de convertirte en mi novia.
―Sí. ―Suspiró, bajándose de la cama para envolver sus brazos alrededor de
él―. Oh, Kenrick. ¡Sí. Sí!
Ella estaba llorando mientras él la besaba, el sabor salado de sus lágrimas
mezclándose con la embriagadora dulzura de su boca. Su corazón se sentía lleno a
277 reventar, cada partícula de su cuerpo surgiendo a la vida con la magia de la
ardiente pasión que compartían.
―Bueno, esto es sin duda un espectáculo feliz.
Rompieron su abrazo sólo un poco para mirar hacia la puerta abierta de la
cámara, donde Ariana y Braedon estaban parados ahora. La otra pareja estaba
sonriendo, la sonrisa de Ariana contenta del romance, y la de Braedon era la
sonrisa irónica de un hombre complacido de ver que no era el único en estar
amarrado y locamente enamorado de una mujer especial.
―Tal vez ahora podamos tener todo el relato de lo sucedido en Glastonbury
Tor ―dijo Ariana, con el deleite brillando en sus ojos mientras Braedon la apretaba
más cerca.
―Aye ―concordó el caballero oscuro con una mirada sesgada hacia
Kenrick―. Este no ha dicho ni una palabra, de hecho no abandonó tu lado ni un
momento, en estos dos últimos días.
―Haven es todo lo que me importaba.
―¿Más que tu búsqueda del Cáliz del Dragón?
Kenrick respondió a su hermano por matrimonio sin apartar los ojos de
Haven.
―Más que nada.
Braedon gruñó pero no había veneno en ello.
―¿Te fijas a lo que hemos tenido que hacer frente, lady Haven? Todo lo que
se ha dignado a decirnos son los hechos más elementales: Vorimasaar fue
encontrado, todos ustedes apenas lograron escapar con vida, y en este momento,
Randwulf de Greycliff está navegando a Escocia en la búsqueda de la última de las
piedras del Cáliz.
―Si Dios quiere, él la encontrará rápidamente y destruirá la maldita copa
antes de que Silas de Mortaine lo alcance ―comentó Kenrick―. Ese era nuestro
plan acordado cuando nos despedimos en la colina.
Haven podía ver la preocupación que sentía por su amigo. Y la duda. Rand
estaba tan enojado, su corazón tan lleno de odio a causa de la querida familia que
había perdido. La culpabilidad de Haven por su parte en aquella tragedia
probablemente nunca se desvaneciera, a pesar de que Kenrick al menos la había
absuelto del papel involuntario que había jugado.
―Que Dios esté con Rand ―dijo Ariana quedamente, una oración que se
hizo eco por toda la habitación.
278 Cuando pasó el momento, Ariana se adelantó y se inclinó para agarrar a
Haven en un abrazo cariñoso.
―Estamos contentos de que hayas regresado, Haven, y que estés bien. Puedo
confiar en que tendremos tiempo para hablar de nuevo y ponernos al día sobre lo
que ha pasado.
―Sí ―dijo Haven, sintiéndose indigna de la amabilidad que estaba
disfrutando―. Yo… Ariana, lo siento mucho por engañarte. A todos ustedes. Lo
siento por todo.
Ariana desestimó su preocupación con una mirada gentil.
―He echado de menos a mi amiga, y estoy más que complacida de saber que
pronto voy a tener una hermana. ―Besó su mejilla, luego atravesó la habitación
para reunirse con su marido―. Hablaremos cuando estés lista. Si mi hermano te lo
permite, eso es.
―En un día o tres… tal vez ―dijo, dándole a Haven una sonrisa que la
calentó desde la cabeza hasta los pies―. Mi prometida y yo tenemos un futuro que
empezar y no tengo planes para retrasarlo otro segundo.
Fiel a su palabra, Kenrick apenas esperó a que Ariana y Braedon dijeran sus
adioses antes de que tomara a Haven en sus brazos y apretara sus labios con los de
ella.
Fue mágico, su efecto en ella, un encantamiento al cual se rindió
gustosamente, sin motivo.
En sus brazos, por fin y para siempre, la vida antigua de Haven cayó como
una cáscara vacía que ya no necesitaba. Sabía que sólo necesitaba el amor de este
hombre, y la pasión que saltaba a la vida como el fuego entre ellos.
Y mientras se deslizaba a su lado en la gran cama, sabía que su futuro, y las
generaciones fuertes que crearían juntos, ya habían comenzado.

279
Fin
Sobre la Autora

280 LARA ADRIAN es una autora a nivel internacional de best-seller con casi 4
millones de libros impresos y digitales en todo el mundo y traducciones
autorizadas en más de 20 países. Sus libros han sido nombrados entre los de
Amazon Top Ten Romances del Año, y también han sido nominados por los
lectores en múltiples ocasiones como finalistas para el Premio Goodreads Choice a
la Mejor Pareja del Año.
Escribiendo como TINA ST. JOHN, sus romances históricos han ganado
numerosos premios, entre ellos el National Readers Choice; Romantic Times
Magazine Reviewer’s Choice; Booksellers Best; y muchos otros. Fue nombrada dos
veces finalista en el Romance Writers of America’s RITA Awards por el Mejor
Romance Histórico y Mejor Romance Paranormal (Heart of the Hunter).
Con un linaje que se remonta a los Mayflower y la corte del rey Enrique VIII,
la autora vive con su esposo en Nueva Inglaterra, donde está trabajando en su
próxima novela. Visita el sitio web de Lara y regístrate por nuevos anuncios de
publicación en http://bit.ly/LaraAdrianNews
Próximo Libro

281 El corazón más oscuro…


Todo lo que Randwulf de Greycliff amaba fue arrancado de sus manos una
noche de fuego y terror. Su esposa y su hijo murieron, su mansión fue destruida, y
Rand ahora vive por una sola cosa: vengarse del hombre que ordenó el ataque.
Armado con parte del legendario Cáliz del Dragón —el objeto que su enemigo más
desea— Rand se embarca en un viaje mortal para atrapar a su enemigo. Él vengará
a su familia… y nadie se interpondrá en su camino.

La esperanza más brillante…


En la orilla de las selvas del norte de Inglaterra, una gentil doncella descubre
a un hombre tumbado en la playa, náufrago y en necesidad de atención. Pero
ayudarle está prohibido. Serena tiene el don de saber: con un simple toque, puede
ver todos los secretos en el corazón del hombre. Es un regalo que la ha mantenido
apartada del mundo exterior, desconfiando de aquellos que utilizarían sus poderes
para su propio beneficio. Pero el corazón herido de Rand la llama, y su naturaleza
apasionada la lleva a atreverse a rendirse a una seducción peligrosa que podría
destruirlos a ambos…
¡¡¡Visítanos!!!

282

http://lasilladellector1.forovenezuela.net

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