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sobre la fe católica
Jueves, 2 de septiembre de 2021
Luisa Piccareta
De Enciclopedia Católica
Contenido
1 CAPÍTULO I
1.1 EL PROBLEMA
2 CAPÍTULO II
3 La Experiencia Mística
4 Características de la experiencia mística
5 Fenómenos místicos extraordinarios: las
revelaciones privadas
6 Discernimiento de las revelaciones privadas
6.1 Vida y Escritos de Luisa Piccarreta
7 Los escritos del Reino de la Divina Voluntad
8 CAPÍTULO III
CAPÍTULO I
EL PROBLEMA
Los escritos de Luisa Piccarreta giran en torno al Reino de Dios en la tierra, a todo lo que alude el
autor antes mencionado. El problema radica en determinar qué visión de Reino tuvo la sierva de
Dios, cómo se manifiesta, de qué manera se hará realidad; en definitiva se trata de precisar
cuáles son sus cualidades y demás características.
OBJETIVO GENERAL. Analizar la noción de Reino de Dios que surge a partir de los escritos de la
Divina Voluntad de Luisa Piccarreta.
OBJETIVOS ESPECÍFICOS.
• Determinar los elementos fundamentales de las revelaciones
privadas dentro del marco de las experiencias místicas.
• Presentar la vida de Luisa Piccarreta y
los elementos esenciales de sus escritos.
• Vislumbrar la centralidad del Reino de Dios en las
Sagradas Escrituras.
• Determinar las características del Reino de Dios como Reino de su
Voluntad.
JUSTIFICACIÓN.
Isaías ofrece un panorama de cómo podrá ser el Reino de Dios establecido en la tierra:
Porque he
aquí que yo voy a crear nuevos cielos y nueva tierra, y de las cosas o tribulaciones primeras no
se hará más memoria, ni recuerdo alguno; sino que os alegraréis y regocijaréis eternamente en
aquellas cosas que voy a crear; pues he aquí que yo formaré a Jerusalén, ciudad de júbilo, y a su
pueblo, pueblo de alegría. Y colocaré yo mis delicias en Jerusalén, y hallaré mi gozo en mi
pueblo; nunca jamás se oirá en él la voz de llanto, ni de lamento. (Isaías 65, 17ss).
También el Apocalipsis nos ofrece una visión de lo que podría ser el Reino Divino, de sus
prerrogativas excelsas:
Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la
primera tierra desaparecieron; y ya no había mar. Ahora, pues, yo, Juan, vi la ciudad santa, la
nueva Jerusalén, descender del cielo por la mano de Dios, compuesta, como una novia
engalanada para su esposo. Y oí una voz que venía del trono, y decía: ved aquí el Tabernáculo de
Dios entre los hombres, y el Señor morará con ellos. Y ellos serán su pueblo, y el mismo Dios
habitando en medio de ellos será su Dios. Y Dios enjugará de sus ojos todas las lágrimas; y no
habrá ya muerte, ni llanto, ni alarido, ni habrá más dolor, porque las cosas de antes son pasadas.
Y dijo el que estaba sentado en el trono: He aquí que renuevo todas las cosas. (Apocalipsis 21,1-5)
Hay la esperanza cierta de que, cuando acontezca el Reino, no se conocerá el hambre ni las
calamidades; el hombre será alimentado por la mano del Señor. La maldad y todas las carencias
humanas serán desterradas. La tierra parecerá surgir como de una segunda creación, nueva en
sentimientos, los cuales serán de paz y concordia entre los pueblos, y de paz entre cielo y tierra,
porque Dios hará que se extienda sobre todos su Espíritu. Será el Reino del Espíritu, el Reino de
Dios, aquél que se pide constantemente en el Padre Nuestro, pero en el cual pocas veces se
reflexiona.
Para hablar de reino hay que decir que a nivel humano existen diversos sistemas de gobierno:
republicano, democrático, monárquico, dictatorial, etc. El sistema monárquico es el que implica
un reino, como los casos de España e Inglaterra. Pero por razones de conveniencia, en esta
investigación se considerará todo sistema de dominio (humano o divino) como reino.
Los reinos humanos, por muy eficientes que sean, nunca estarán exentos de situaciones
problemáticas: egoísmo, ambición, pobreza, inseguridad, corrupción, tiranía, etc. Siempre
existirán porque el ser humano está sujeto a fallar, a cometer errores, por muy buena intención
que se pueda tener. Pero en el caso del Reino de Dios, un ser categorizado como perfecto, justo,
santo, que siempre quiere el bien para sus criaturas: ¿Podrá decirse lo mismo? ¿Será otra
realidad? ¿Cómo será? Una tentativa de responder a estos interrogantes permite sugerir que en
el Reino de Dios desaparecen las desigualdades, ya no habrán rey y súbditos sino hijos del Rey;
puede decirse que la única ley en este Reino será: ya no hay tuyo y mío, todo es nuestro, como
cuando fue creado el hombre.
Por otra parte es significativo notar que cuando Jesús transmitió el Padre Nuestro no utilizó el
verbo presente sino el futuro subjuntivo: “Venga tu Reino” (Mateo 6,10). De manera que no se
estableció el reino en ese momento histórico concreto. El Reino Divino es una realidad
escatológica que se dará cuando Dios así lo disponga, pero en los escritos de Luisa se abre una
puerta a la esperanza en la certeza de que ciertamente vendrá. Es opinión del autor que el Reino
de Dios debiera ser preocupación de todos los cristianos, sin distingo de denominación.
La noción del Reino de Dios se limitará a los escritos de la Divina Voluntad de Luisa Piccarreta.
Ciertamente se tendrá un punto que enfocará el Reino de Dios en las Sagradas Escrituras, pero
éste servirá de marco referencial para indicar que es un tema central en todo lo que tiene que
ver con el estudio de Dios. De manera que podría también tratarse el Reino de Dios en los Santos
Padres, la Tradición y el Magisterio, pero basta solamente con una breve reseña del mismo en el
ámbito de las Sagradas Escrituras para percibir su importancia y así entrar de lleno al enfoque
de los escritos de la Divina Voluntad.
CAPÍTULO II
MARCO TEÓRICO REFERENCIAL.
El marco teórico referencial se refiere al análisis de todo aquello que conformará el trabajo final.
En ese sentido se colocan los antecedentes que tengan algo que ver de alguna manera con la
investigación, las bases teóricas que encuadran el trabajo investigativo y las definiciones de
aquellos términos claves que se utilizarán.
ANTECEDENTES.
Se localizaron dos tesis que guardan relación, de alguna manera, con el tema de esta
investigación. La primera de ellas es obra de Ayala M. (1993) y se titula “Jesucristo maestro de
sacerdotes: reflexiones sobre el capítulo diecisiete de San Juan”. El autor hace un estudio sobre la
oración sacerdotal de Jesús en el contexto de la última cena.
En primer término se tiene la exégesis del versículo “Santifícalos en tu verdad” (Juan 17, 17).
Tiene relación con esta investigación por cuanto en ella, a semejanza de la de Ayala, se recoge
también que la palabra divina –que es la verdad plena- es la encargada de santificar al hombre.
En respuesta, este ha de aceptar a Dios como a su único Señor y centro de su vida.
En segundo término se presenta la exégesis del versículo “Para que todos sean uno como
nosotros somos uno” (Jn 17, 22). La relación queda establecida porque esta investigación tiene
como horizonte la unión perfecta con Jesús y, al mismo tiempo, la unidad con los hermanos. En
esto se asemeja a lo propuesto por Ayala.
Asimismo, la tesis de Marius L. (2001) tiene por título “La autotrascendencia del hombre y su
respuesta en el hombre nuevo Jesucristo”. El autor afirma que el hombre no posee
estructuralmente la capacidad de respuesta al misterio que él mismo es. Para esto ha venido Dios
a irrumpir en la historia, para que por Jesucristo el mismo hombre encuentre todas las
respuestas, todo el sentido, toda la plenitud de su vida. Es opinión del autor que esta plenitud se
hará tangible y real (y he aquí la vinculación que tiene con esta investigación) cuando se haga
realidad total el Reino de Dios, en otras palabras, cuando se concrete el Reino de su Voluntad en
la tierra.
La Experiencia Mística
El origen gramatical de la palabra “mística” se encuentra en el griego mysticos, que traduce lo
referente a los misterios; “ta mística” significa “las ceremonias de los misterios”; mystes significa
“el iniciado en los misterios”; como adverbio, místicos significa “secretamente”; y mysterion
viene a ser “la ceremonia secreta”. En el Antiguo Testamento el griego mysterion es la traducción
del hebreo raz que significa “el secreto”. El Nuevo Testamento igualmente utiliza el griego
mysterion como traducción del arameo raza para significar, según Herrera J. (1995), “el
contenido inteligible, el mismo objeto de la ciencia nueva que se comunica, el pan que se brinda
a la inteligencia” (p.13). Por ejemplo, en Mt 13,11ss los “mysteria del Reino de los Cielos” vienen a
significar la ciencia de esa nueva humanidad que se está formando, la dinámica de su desarrollo,
las condiciones de su expansión y crecimiento de cara a la vida íntima de Dios.
El hombre puede tener, y tiene de hecho, experiencia de las cosas, de las personas y de Dios. La
experiencia mística sigue la dinámica de las relaciones y contactos vitales del hombre con Dios,
alcanzando niveles superiores que la iniciativa divina determina en cada místico según su
Querer.
Son muchos los fantasmas y las caricaturas que se han fabricado alrededor de la palabra y la
experiencia mística; se habla sobre la mística de forma imprecisa, ambigua y equívoca; por este
motivo mística ha llegado a significar cualquier cosa vinculada casi siempre con lo irracional,
obscuro, afectivo y prelógico, y asociada con manifestaciones psicosomáticas extrañas, cercanas
a la neurosis y a la psicosis, en palabras de Ortega y Gasset (1971):
El extático es más o menos, un frenético. Le falta mesura y claridad mental. Da a la relación con
Dios un carácter orgiástico que repugna a la grave serenidad del verdadero sacerdote…Pero
dudo mucho que el enriquecimiento de nuestras ideas sobre lo divino venga por los caminos
subterráneos de la mística y no por las vías luminosas del pensamiento discursivo. Teología y no
éxtasis… (pp. 64-65)
La institución religiosa ha mirado siempre con recelo a los individuos pretendidamente místicos
ante el temor de los alumbrados, visionarios y enfermos de la mente; tal ha sido, por ejemplo, la
postura de la dirigencia judía ante Jesús de Nazareth (Mt. 26,57-66); también la de la Orden del
Carmen frente a la obra reformadora de Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, en época de
iluminados y visionarios.
Por otra parte Velasco J. (1978) sostiene que la mística es una actitud de entrega, de amor a la
realidad trascendente. Esta actitud hace que lo predominante no sea la búsqueda de la visión y
la perfección; el místico no se busca a sí mismo, ni sus intereses personales; en la actitud mística
el hombre realiza de la forma más plena su capacidad de autotrascenderse entregándose al
Misterio.
Revelación divina en general es la manifestación sobrenatural hecha por Dios de una verdad
oculta. Cuando esta manifestación es para el bien de la Iglesia entera, es revelación pública;
cuando tiene por fin el provecho particular de los que la reciben y de aquellos que las acepten, se
llama revelación privada. Estas revelaciones no constituyen parte del objeto de la fe católica, que
únicamente versa acerca del depósito que se contiene en la Escritura y la Tradición, y que fue
confiado a la interpretación del Magisterio. Nadie obliga a los fieles a creer en ellas; al
aprobarlas, la Iglesia no impone la obligación de creerlas, sino solamente permite que puedan
publicarse para enseñanza y edificación de los fieles: el asentimiento que se les debe dar no es,
pues, un acto de fe católica, sino de fe humana fundada en que las revelaciones son probables y
piadosamente creíbles.
Cabe preguntarse: ¿Cómo hace Dios las revelaciones? De tres maneras: por medio de visiones, de
locuciones sobrenaturales y de toques divinos. Las visiones son percepciones sobrenaturales de
un objeto naturalmente invisible para el hombre. No son revelaciones sino cuando manifiestan
alguna verdad oculta. Son de tres especies: sensibles, imaginativas o puramente intelectivas.
Las visiones sensibles, que también se llaman apariciones, son aquellas en las que los sentidos
perciben una realidad objetiva naturalmente invisible para el hombre. No es necesario que el
objeto que se percibe sea un cuerpo humano en carne y hueso; basta con que sea una forma
sensible o luminosa.
Las visiones imaginarias son aquellas que son producidas en la imaginación por Dios o por los
ángeles en el estado de vigilia o durante el sueño. Las visiones intelectivas son aquellas en las
que el espíritu percibe una verdad espiritual sin formas sensibles.
Una palabra de Jesús me ha dado tanta inmensidad de luz, que ha hecho que mi alma quede
como absorbida por esa luz de la verdad, tanto de llegar hasta hacerla como si fuera suya…Con
este modo de hablar, Jesús le manifiesta al alma más fácilmente sus verdades, porque habiendo
él usado un lenguaje apropiado a la inteligencia del alma, ella no tiene necesidad de ir en busca
de palabras para comunicarla a otros, ya que puede servirse muy bien de las mismas palabras
que Jesús usó (vol. 1, p. 25)
Los toques divinos son sensaciones espirituales impresas en la voluntad por una especie de
contacto divino, y que van acompañadas de viva luz en el entendimiento.
Es merced del Señor, que trae grandísima confusión consigo y humildad. Cuando fuese el
demonio, todo sería al contrario. Y como es cosa que notablemente se entiende ser dada de
Dios…, en ninguna manera puede pensar quien lo tiene que es bien suyo, sino dado de la mano
de Dios…Estos efectos con que anda el alma, podrá advertir cualquiera de vosotras a quien el
Señor llevare por este camino, para entender que no es engaño ni tampoco antojo; porque, como
he dicho, no tengo que es posible durar tanto siendo demonio, haciendo un notable provecho al
alma, y trayéndola con tanta paz interior, que no es de su costumbre, ni puede aunque quiere,
cosa tan mala, hacer tanto bien. (p. 205).
A la edad de dieciséis años aproximadamente aceptó su estado de víctima, fue la primera vez
que perdió los sentidos. Después de haber aceptado este estado de víctima vino un período de
gracias sensibles, junto con toda clase de sufrimientos, incluida la participación de los
sufrimientos de Jesús. La segunda vez que Piccarreta perdió los sentidos se encontraba en la
hacienda con su familia y vio de nuevo a Jesús penante. Más tarde, al volver en sí, por motivo del
intenso dolor no lograba abrir la boca ni tomar alimentos. Esto le sucedió las primeras veces por
períodos de 3 ó 4 días y luego en modo continuo y definitivo, devolviendo siempre intacto el
alimento que consumía. A pesar de esto debía alimentarse en virtud de la obediencia impuesta
por su confesor, viviendo así en un ayuno total hasta su muerte, 60 años después. Solamente se
alimentaba de la Eucaristía diaria.
El arzobispo de entonces, Giuseppe Bianchi Dottula, cuando tuvo noticia de lo que sucedía en
Corato, después de escuchar el parecer de algunos sacerdotes, quiso tomar bajo su autoridad y
responsabilidad este caso y, después de madura reflexión, creyó conveniente nombrar como
confesor particular de Luisa al P. Michele de Benedictis.
Durante la epidemia del cólera, que en
1887 se estaba llevando tantas vidas en Corato, Jesús le pidió que aceptara por unos días el
estado de sufrimiento para que cesara esta enfermedad; ella aceptó con el permiso del confesor,
y después de tres días de sufrimientos desapareció el cólera que desde hacía meses azotaba
terriblemente la región.
Un año más tarde Jesús le pidió que se ofreciera a sufrir, pero ya no a intervalos como en el
pasado, sino continuamente. Piccarreta entonces pidió al confesor que le concediera la
obediencia para hacerlo y a partir de ese momento ella permaneció en cama definitivamente
hasta su muerte. Un caso insólito, pues a pesar de haber permanecido más de 60 años en cama
nunca sufrió una llaga de decúbito.
En 1898 el nuevo arzobispo Tommaso De Stefano nombró como nuevo confesor a Don Gennaro
Di Gennaro. Este ordenó categóricamente a la sierva de Dios que pusiera por escrito todo lo que
la gracia de Dios obraba en ella. De nada valieron todas las razones que expuso la sierva de Dios
para sustraerse a la obediencia de su confesor, ni siquiera su escasísima preparación literaria
(había asistido dos años a la escuela) la pudo eximir de la obediencia. Así comenzó, el 28 de
febrero de 1899, la redacción de su diario, que ocupa treinta y seis gruesos volúmenes. El último
capítulo quedó concluido el 28 de diciembre de 1939, día en que recibió la orden de no escribir
más.
La jerarquía eclesiástica, al percatarse de los inexplicables fenómenos que ocurrían con Luisa,
dispuso que siempre se celebrara la misa en la habitación de la sierva de Dios, privilegio que
venía emanado directamente de los Sumos Pontífices de turno. Finalmente el 4 de marzo de 1947
Piccarreta murió después de una breve pero intensa pulmonía. Cuando ella murió permaneció
sentada en su cama como lo estuvo durante toda su vida, y por más que se trató no se le pudo
enderezar; sin embargo, mientras que no se le podía enderezar, su cuerpo no sufrió la rigidez
cadavérica que a todo cuerpo humano le pasa después de muerto, de manera que se le podían
mover los brazos, las piernas, etc. Tuvo que reunirse una junta médica a propósito para
certificar que verdaderamente había muerto.
Los escritos de la Divina Voluntad no son doctrina particular sobre tesoros de vida espiritual
como lo pudieran ser, por ejemplo, los del camino de la pequeñez en el abandono confiado a
Dios de santa Teresita de Lisieux; los del Sagrado Corazón de Jesús de santa Margarita; los de la
Misericordia de Dios de santa Faustina, etc. como fruto de revelaciones o experiencias místicas,
examinadas y confirmadas por la Iglesia, que caracterizan su propia vida espiritual. Ni tampoco
son “mensajes” de tipo carismático, como los que pudieran transitar por nuestra época actual,
sean auténticos o no, o todavía no reconocidos. Y mucho menos son escritos que tengan como
finalidad el promover una devoción determinada.
Posiblemente a Piccarreta haya de considerarla como un alma mística que ha dejado testimonio
propio a estilo de otros tantos autores, bien sean clásicos o modernos, como lo pueden ser santa
Teresa de Ávila, san Juan de la Cruz, o más recientes como santa Teresita de Lisieux o santa
Faustina Kowalska, porque también describe en los escritos un itinerario de vida espiritual, sus
experiencias íntimas, su testimonio de vida crucificada por amor, su vida transcurrida en
oración y en silencio, oculta de casi todos y sujeta a obediencia.
Por otra parte, se debe estar consciente que toda Revelación acabó en Nuestro Señor Jesucristo. Y
el gran místico san Juan de la Cruz (citado por Ratzinger y otros, 1993) para explicar este carácter
definitivo de la Revelación dice:
Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo
habló junto y de una vez en esta sola Palabra…; porque lo que hablaba antes en partes a los
profetas ya ha hablado todo en Él, dándonos al Todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora
quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino
que haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer cosa otra alguna o
novedad. (p. 184)
El hecho de que la única revelación de Dios dirigida a todos los pueblos haya concluido con
Cristo y en el testimonio sobre Él recogido en los libros del Nuevo Testamento, vincula a la Iglesia
con el acontecimiento único de la historia salvífica y de la palabra de la Biblia, que garantiza e
interpreta este acontecimiento, pero no significa que la Iglesia sólo pueda mirar al pasado ahora
y esté así condenada a una estéril repetición. Ratzinger y otros (ob. cit.) señalan a este respecto:
“Sin embargo, aunque la Revelación esté acabada, no está completamente explicitada;
corresponde a la fe cristiana comprender gradualmente todo su contenido en el transcurso de
los siglos” (p. 28). Estos dos aspectos, el vínculo con el carácter único del acontecimiento y el
progreso en su comprensión, están muy bien ilustrados en los discursos de despedida del Señor,
cuando antes de partir les dice a los discípulos:
Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga él, el Espíritu de
la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta…Él me dará gloria,
porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros (Jn. 16, 12-14).
Dicho lo anterior, ya se pueden situar en su lugar los escritos de Piccarreta, puesto que las
revelaciones particulares han de ser el desarrollo explícito de una verdad que constaba expuesta
de antemano en las Escrituras. Se sabe que el reino ha de venir y establecerse. Se pide
constantemente el Fiat de su Voluntad para que sea como lo es en el cielo también aquí en la
tierra. Se pide y se invoca incesantemente en la oración que Jesús enseñó con la finalidad de que
se haga realidad.
San Bernardo Abad (1987), ya en el siglo XII, hablaba del anuncio del
advenimiento del Reino de Dios:
Sabemos de tres venidas del Señor. Además de la primera y de la última, hay una venida
intermedia. Aquellas son visibles, pero ésta no. En la primera el Señor se manifestó en la tierra y
vivió entre los hombres, cuando –como él mismo dice- lo vieron y lo odiaron. En la última
contemplarán todos la salvación que Dios nos envía y mirarán a quien traspasaron. La venida
intermedia es oculta, sólo la verán los elegidos, en sí mismos… En la primera el Señor vino
revestido de la debilidad de la carne, en esta venida intermedia vendrá espiritualmente,
manifestando la fuerza de su gracia; en la última lo hará con gloria y majestad. (p. 234).
Estos escritos vienen a hablar, por lo tanto, de la comprensión de esta venida intermedia y de su
total cumplimiento, como corona de la Redención. Jesús, que no vino a abolir la ley ni los
profetas, sino a dar perfecto cumplimiento a todo, dará cabal ejecución a todas sus promesas
hechas en el tiempo histórico del hombre: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no
pasarán” (Lucas 21,33).
Los escritos de la Divina Voluntad fueron puestos en el índice de los libros prohibidos por el
Santo Oficio (hoy Congregación para la Doctrina de la Fe) en el año 1938, no obstante de llevar el
“nihil obstat” del hoy san Aníbal María Di Francia y el “Imprimatur” del Arzobispo de Trani
Giuseppe M. Leo. Pero recientemente, después de casi setenta años, Roma pudo comprobar que
en nada se oponen a la fe y a la moral católica. Por lo que se puede intuir que la razón por la que
fueron requisados y retenidos para impedir que vieran la luz pública fue la simple consideración
de no ser conveniente ni oportuno el tiempo. Estos escritos fueron rehabilitados por el entonces
Cardenal Ratzinger(1994), hoy Benedicto XVI, con el voto personal y decisivo de Juan Pablo II
(1994).
Con respecto a la estructura de los escritos, hay que empezar diciendo que fueron redactados en
forma de diario y en tono más bien coloquial. Las fechas de la redacción de los mismos van
desde el 28 de febrero de 1899 al 28 de diciembre de 1939 cuando la autora recibe la obediencia
de no escribir más, hasta constituir 36 volúmenes de muy diversos y variados gruesos. En su
conjunto, no obstante formar un todo armónico e indivisible, se aprecian dos grandes partes que
se corresponden exactamente a las dos etapas que en su vida tienen lugar: la de su oficio de
víctima y la de su oficio de hacer llegar a la Iglesia el conocimiento del don de la Divina
Voluntad. Coincidiendo con su etapa de víctima, vocación singular de la sierva de Dios, son los
diez primeros diarios los cuales, versando sobre las virtudes cristianas, vienen a constituir un
tratado ascético-místico como otros que ya existen. Junto a este contenido ascético-místico de los
primeros diez volúmenes que versan sobre la práctica del negarse a sí mismo, tomar la cruz y
seguir a Jesús (que en esto consiste la entrega a Dios de la voluntad humana), él va volcando ya
verdades simples sobre el don de la Divina Voluntad y su historia en relación al hombre. Los
otros volúmenes, por consiguiente, se refieren más al aspecto doctrinal del don en sí, y en ellos
se vierten verdades más amplias y explicadas sobre la Divina Voluntad y la santidad del vivir en
ella.
Antiguo Testamento
Galot (1978) manifiesta que, en el Antiguo Testamento, Israel estaba
considerado como el Reino de Dios por excelencia. Yahvé se presentaba como el soberano que,
pese a tener una potencia universal, reinaba sobre su pueblo escogido. El universalismo
trascendente de Yahvé le permitía elegir a Israel, garantizándole un destino privilegiado: “Ahora,
si oís mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad entre todos los pueblos, porque
mía es toda la tierra” (Éxodo 19,5). Esta soberanía es esencialmente de orden religioso y no se
limita a poner en las manos de Dios toda la responsabilidad del bienestar político y social de la
nación: “Vosotros seréis para mí un Reino de sacerdotes y una nación santa” (Ex. 19,6). No
obstante, la soberanía divina sobre el Reino comportaba promesas de prosperidad terrena: la
alianza religiosa estaba unida al destino político de Israel. La idea original del Reino era que
Dios, en su calidad de rey supremo, podía asegurar la felicidad de la nación colmándola de los
bienes de este mundo. Había una coincidencia entre el ideal religioso y las esperanzas políticas.
La evolución histórica ha permitido que se disociara cada vez más el reino religioso del reino
político. El período monárquico demostró que, en su mayoría, los reyes estaban bien lejos de
servir a Yahvé como debían. Ante tantas culpas, Dios deja de solidarizarse con ellos. El fin de la
realeza en el año 587 a.C. se interpretó como la sanción merecida por los desvíos de los reyes.
Esta experiencia desalentadora ha servido para comprender que no hay reino terreno que pueda
responder a las aspiraciones religiosas y ha trasladado las esperanzas hacia un Reino en el cual
sólo Dios sea el rey. Y dicho Reino se situó en un nivel celestial, trascendente, con
representaciones escatológicas. Por ello, en el Apocalipsis de Daniel el Reino de Dios sucede a la
caída sucesiva de todos los reinos humanos y su característica principal es el advenimiento de
un personaje semejante a un hijo de Hombre (Daniel 7,13-14). Como bien interpreta el Papa
Benedicto XVI (2007):
A partir del siglo VI, dadas las catástrofes de la historia de Israel, la realeza de Dios se convierte
en expresión de la esperanza en el futuro. En el libro de Daniel –estamos en el siglo II antes de
Cristo- se habla del ser soberano de Dios en el presente, pero sobre todo nos anuncia una
esperanza para el futuro, para la cual resulta ahora importante la figura del ‘hijo del hombre’,
que es quien debe establecer la soberanía. (p.84)
Sin embargo, no fueron abolidas todas las dimensiones políticas, en el sentido de que el futuro
Reino escatológico había de pertenecer al pueblo de los santos del Altísimo (que no es otro que
Israel mismo). Ciertamente, será en razón de su santidad como el pueblo elegido recibirá ese
Reino que le permitirá dominar definitivamente sobre los demás pueblos.
Esta óptica política en la expectativa del Reino de Dios revestía una forma más concreta e
inmediata en la mentalidad popular, donde la esperanza mesiánica se fundía con la esperanza
en la restauración del reino independiente de Israel. Es la mentalidad que se puede ver en los
discípulos de Jesús, que se disputaban entre sí el primer puesto en este reino e incluso,
momentos antes de su ascensión a los cielos, seguían preguntándole si era entonces cuando iba a
restablecer el reino de Israel (Hechos 1,6).
Más violenta era la reivindicación del reino político en el seno de ciertos grupos revolucionarios
que esperaban reconquistar la independencia con la fuerza y ponían el celo religioso al servicio
de los objetivos nacionalistas. Los sentimientos religiosos tenían como finalidad la instauración
de un reino terreno y todos los medios, sin excluir la violencia y la rebelión, se volvían útiles
para lograrlo. Desde ese punto de vista se puede decir que el Dios del Reino se había puesto al
servicio de Israel y de sus ambiciones nacionalistas.
Pero no era esta la orientación dominante. Muchos judíos daban absoluta preeminencia al
comportamiento religioso y a la fidelidad a la ley, sabiendo que el reino no podía establecerse
más que en conformidad con la alianza, en el respeto de la voluntad divina interpretada como la
ley mosaica, en resumidas cuentas como el cumplimiento del decálogo. El verdadero reino no
podía ser otro que el Reino de Dios, y era de Dios de quien había que esperar que viniese. Pero,
incluso en la proyección más trascendente de determinadas expectativas apocalípticas, este
Reino de Dios no estaba totalmente desvinculado de aspiraciones políticas: el Reino de Dios
seguía identificándose con el reino de Israel.
En el Nuevo Testamento
El Papa Benedicto XVI (ob. cit.) afirma rotundamente que el contenido central del Evangelio en
su totalidad es que el Reino de Dios está cerca. Este, que es un don de lo alto, supone en los
hombres una respuesta basada en la fe y en la conversión. El Papa argumenta que, a partir de la
estadística, se puede confirmar esta aseveración: la expresión “Reino de Dios” aparece en el
Nuevo Testamento 122 veces; de ellas, 99 se encuentran en los tres Evangelios sinópticos y de
esas 99 se consiguen 90 veces en la boca de Jesús. En el Evangelio de Juan y en los demás escritos
del Nuevo Testamento el término tiene solamente un papel marginal. Para profundizar en la
materia, se analizará a continuación más detalladamente los escritos del Nuevo Testamento en
referencia al Reino de Dios.
La predicación habitual de Jesús aparece sintetizada en esta frase: “El tiempo se ha cumplido, el
Reino de Dios se ha acercado; convertíos y creed en la Buena Nueva” (Marcos 1, 14-15). Los
verbos con que comienzan estas frases pueden ser agrupados de dos en dos. Los dos primeros (el
tiempo se ha cumplido; el Reino de Dios se ha acercado) están en griego en perfecto de
indicativo, un tiempo que se utiliza para hablar de un suceso que tuvo lugar en el pasado, pero
cuyos efectos todavía perduran. El uso del perfecto indicativo tiene un interés particular que hay
que ver con detalle. En ese sentido, Quesnel (1995) señala que:
En otras palabras, se ha
producido algo decisivo en el orden temporal (el autor no dice qué), pero sus efectos no han
terminado aún. Marcos es el único de los sinópticos que mencionan, al comienzo de la
predicación de Jesús, este cumplimiento de un plazo (p.25)
En cuanto al segundo perfecto del indicativo, el Reino de Dios se ha acercado, cabe preguntarse:
¿Qué significa esta cercanía? Puede verse en ella una indicación cronológica que completaría la
frase anterior (el tiempo se ha cumplido): el cumplimiento del tiempo iría acompañado de una
manifestación esplendorosa del Reino de Dios, que habría de seguir esperando para el futuro. En
ese sentido, los exegetas hablan de escatología consecuente.
También puede verse allí la siguiente propuesta: al haberse acercado, el Reino de Dios sería
entonces como un espacio fácil de conseguir o una realidad al alcance de la mano; bastaría con
ponerse en camino para llegar a él, sin que hubiera que esperar nada nuevo para el futuro. Esta
concepción del Reino corresponde a lo que se conoce como escatología realizada. Pero el texto no
permite escoger entre estas dos concepciones distintas. Con todo, hay que recordar que la
predicación inaugural de Jesús implica los dos imperativos que están en presente: convertíos,
creed. Estos imperativos muestran que las afirmaciones anteriores, que describen la obra de
Dios, no corresponden a nada en particular si el oyente no se pone en marcha para dar respuesta
a la llamada que se le ha hecho. En palabras de Quesnel (ob. cit.):
Ha habido un ya: lo que Dios ha realizado en el orden temporal (y quizás espacial). Pero hay un
todavía no, porque Dios no produce nada si el hombre no se implica en ello. Existe una tensión
entre lo que Dios hace y lo que hace el hombre; en la chispa que puede saltar entre esos dos
polos es donde se manifiesta el Reino de Dios (p.26)
Hay que puntualizar que aunque Mateo emplea cuatro veces la expresión “Reino de Dios” (Mt.
12,28; 19,24; 21,31.43), en todas las demás ocasiones habla del “Reino de los cielos”. En cambio los
demás autores del Nuevo Testamento utilizan sistemáticamente “Reino de Dios”. Debe advertirse
que las dos expresiones significan lo mismo. Mateo es un judío que se dirige principalmente al
pueblo hebreo. Para respetar escrupulosamente el segundo mandamiento “No tomarás en falso
el nombre de Yahvé, tu Dios” (Ex. 20,7; Deuteronomio 5,11) los judíos se habían prohibido a sí
mismos pronunciar el tetragrama divino (Yahvé).
Gnilka (1993) afirma que Jesús habló y explicó el Reino de Dios a través de parábolas. Por lo
tanto, si se pretende saber qué era lo que Jesús mismo entendía por Reino o soberanía de Dios, es
del todo necesario recurrir a sus parábolas. Pero ¿Qué es una parábola? Aquí no se trata de
referirse a una definición genérica válida para toda la literatura universal, ni siquiera la que se
refiere a la literatura de la época de Jesús, sino muy puntualmente a las parábolas tal como las
empleó Jesús y como han sido estudiadas por los especialistas al respecto. En ese sentido, Baena
(s.f.) señala que parábola:
Gnilka (ob. cit.) apunta que Jesús nunca explica lo que es el Reino de Dios (de ahí que lo anuncie
veladamente por medio de las parábolas):
En ninguna parte del evangelio hallamos una
explicación de lo que es el reino de Dios. Jesús renunció a definirlo o explicarlo teóricamente.
Podemos afirmar que él daba por supuesto que sus oyentes sabían lo que quería decir (aunque
solo en parte) con lo del Reino de Dios. (p.178).
En la parábola del grano de mostaza (Mc. 4,30-32), considerada como fundamental porque señala
ya un criterio de escala de valores del pensar de Jesús, el Reino de Dios es como un “grano”.
Ahora bien, el grano y la semilla es entendida en la explicación alegorizante de la parábola como
“Palabra de Dios” (Mc 4,14). Existen serias razones para presumir que Jesús, cuando hablaba de
semilla como imagen para describir el Reino de Dios, lo entendía como “Palabra de Dios”. Pero es
preciso comprender qué entendían por “Palabra de Dios” Jesús y sus oyentes.
Por eso, entonces, es obvio concluir: el Reino de Dios anunciado por Jesús, como idéntico a
Palabra de Dios, es la soberanía de Dios en la criatura, soberanía que depende sólo de la acogida
o actitud abierta ante esa oferta gratuita. Del estudio de las parábolas se desprende que
justamente éste era el discurso preferido de Jesús para hablar de Dios Creador, su Padre, y que la
imagen que él tiene de Dios no es un concepto abstracto sobre Dios, sino el acontecer mismo de
Dios que él siente en su experiencia inmediata y lo transmite como lo siente, esto es, como
acontecer actuante de Dios Creador en él, traduciéndolo al lenguaje parabólico. Al respecto
Gnilka (ob. cit.) dice:
El mensaje acerca del amor de Dios, que transforma el ser, ese mensaje que
las parábolas nos ofrecen, no podrá plenamente entenderse, hacerse eficaz y convencer sino en
el contexto de la vida de Jesús, donde él realizó ese amor. Si aconteció alguna vez el Reino de
Dios, entonces él fue quien lo hizo acontecer (p. 121).
Con respecto a las dos importantes parábolas sobre el Reino (la del grano de mostaza y la de las
tres medidas de harina) Kasper (1976) nos proporciona otra interpretación interesante:
Con el
Reino de Dios ocurre como con un grano de mostaza, la más pequeña e insignificante de todas
las semillas, que acaba convirtiéndose en un gran árbol (Cf. Mc. 4,30ss) o como con un poco de
levadura, que basta para hacer fermentar tres medidas de harina (cf. Mt. 13,33). Lo mayor de
todo está oculto y actuando en lo más pequeño. De la misma manera llega el reino de Dios en lo
oculto y hasta mediante el fracaso (p. 91)
Por eso, cuando se pregunta por el sentido de una parábola de Jesús, no es suficiente averiguar
qué significa la parábola a partir de un análisis literario sobre la misma, sino que lo más
conducente será preguntar qué quiso el mismo Jesús al expresarse con esa parábola, o en otras
palabras, qué características del acontecer de Dios en él está mostrando Jesús. Todo esto significa
que las parábolas de Jesús no se pueden separar del acontecer de Dios en él tal y como lo
experimenta en su inmediatez con Dios. Por eso, como expresa Baena (ob. cit) “la humanidad de
Jesús es la parábola de Dios aconteciendo en este mundo histórico” (p. 3).
Según Dodd (1974) el contexto en que Jesús hace su anuncio está dominado por la espera
escatológica del Reino de Dios en el tardío judaísmo. Pero la concepción de Reino de Dios no era
ni uniforme ni unívoca, se diversificaba según diferentes corrientes dentro del mismo judaísmo.
Quizá se podría pensar si Jesús, al anunciar un Reino de Dios, debió haber acogido alguna de
esas concepciones que de él se tenían; sin embargo, la diferenciación de las concepciones del
Reino de Dios obedecían, sin duda, a las distintas concepciones de Dios como Creador o a las
distintas maneras de entender la salvación que se esperaba.
De aquí se desprende que la manera como Jesús concibe el Reino de Dios era original, esto por
dos razones: La primera, porque el concepto que Jesús tiene de Dios su Padre depende de su
singular inmediatez con él y de ninguna otra fuente ni tradición; la segunda, y supuesta la
anterior, porque la soberanía de Dios –Reino de Dios- que Jesús anuncia no puede ser otra que la
que él mismo experimenta. En consecuencia, la misión que Jesús tiene de anunciar el Reino de
Dios, tiene su origen imperativo en la experiencia de Dios su Padre y su contenido está también
determinado por esa misma experiencia; de allí, entonces, que el anuncio del Reino de Dios de
Jesús sea precisamente la revelación de Dios mismo en una existencia humana, terrena y
responsable de Dios Creador con todos los seres humanos.
Volviendo al asunto de las parábolas, lo que Jesús pretendía con ellas no era ofrecer ni una idea,
ni una doctrina conceptual sobre Dios, sino mover o disponer de alguna manera a sus oyentes a
tomar conciencia frente a esa realidad del Dios vivo que también acontece en ellos y espera que
sea acogida voluntariamente por ellos en una decisión de la voluntad y que por lo tanto tenga
consecuencias reales en sus propias conductas. Tomar una decisión frente al lenguaje hablado
de Jesús en sus parábolas es decidirse frente a la Voluntad de Dios, que se deja sentir en el plano
de la experiencia todavía no objetivada. De aquí se sigue que Jesús promovía el Reino de Dios en
términos de obediencia o fidelidad a la Voluntad de Dios. O, para decirlo en palabras de Baena
(ob. cit.) “Dios se deja pensar sólo en el plano existencial práctico de la obediencia incondicional
a la Voluntad de Dios” (p. 7).
Es comúnmente aceptado por los exegetas que históricamente Jesús se comprometió, sobre todo
al salir a su vida pública, con un movimiento o anuncio de conversión (Mt 4,17; Mc 1,14). Sin
duda, Jesús tiene una clara convicción de que el hombre no se endereza, o no vence su pecado o
no se sitúa dentro del marco de la Voluntad de Dios, si no es por soberanía de Dios en él o
acogiéndose obedientemente a esa Voluntad Divina. Si el anuncio del Reino de Dios de Jesús
tiende clara y definitivamente a combatir el pecado o a eliminarlo o a liberarlo de su dominio,
ello a su vez implica que Jesús posee una concepción muy clara de lo que es el pecado, no como
concepto abstracto, sino como acontecer humano en contravía del acontecer del Dios tres veces
santo y con connotaciones bien diferentes a la concepción y tratamiento del mismo que
aparecen a todo lo largo del Antiguo Testamento y en el judaísmo tardío contemporáneo de
Jesús.
En tal sentido son altamente significativos los textos de Mc. 7,14-23 y Mt. 15,10-20 para entender
la idea que Jesús tenía del pecado como acontecer ligado a la interioridad del hombre. Para lo
que aquí es pertinente, el texto se impone por sí mismo:
Nada hay fuera del hombre que,
entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al
hombre…Y decía, lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro
del corazón de los hombres salen las intenciones malas, fornicaciones, robos, asesinatos,
adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas
estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre (Mc. 7,14 ss)
Del texto se desprende que los hechos pecaminosos son la resultante o los síntomas de una
torcedura profunda que sucede al interior del hombre, y es allí donde está ubicado el pecado
fundamental. Cuando se tiene, de una parte, lo que Jesús anuncia como Reino de Dios, y por otra
parte, lo que él mismo entiende como pecado de fondo, entonces es fácil comprender cuál es el
tratamiento preciso que le quiere dar al pecado de fondo, para eliminarlo. Es basado en la
soberanía de Dios o de acogida mansa a esa gratuidad como sería posible contrarrestar y
erradicar ese pecado base o torcedura profunda del corazón del hombre. Esto supone que Jesús
entiende que el pecado es una situación de codicia múltiple, que no es dominable sino con una
soberanía más fuerte, la del Creador, ejerciéndola en cuanto tal en su criatura. Jesús no sugiere
procedimientos para reprimir cada uno de los hechos pecaminosos, sino que busca eliminar su
causa atacando directamente la torcedura interior, por soberanía de Dios creador, procurando
así el enderezamiento radical del hombre. Según Baena (ob. cit.) “Un hombre que se acoge
incondicionalmente a la soberanía de Dios y se deja dominar por ella ya no peca más” (p.12).
Así se comprende entonces la importancia práctica que tienen las parábolas de Jesús, en función
del acontecer real de la soberanía de Dios en sus oyentes, pero particularmente en sus discípulos
más cercanos. La convicción de Jesús es, sin duda, que la sucesiva e iterativa toma de conciencia
del acontecer de Dios en el hombre –y esto fundamentalmente es la oración- dispone a la
apertura dócil, a la mansa acogida y a la obediencia de la fe frente a ese mismo acontecer
gratuito que va tomando cada vez una mayor posesión de su criatura, desplazando así, por su
base, el dominio del pecado como tendencia profunda. De esa manera, las parábolas de Jesús
disponen al oyente a comprometerse en una ética humana y comunitaria coherente con ese
mismo obrar divino.
Por otra parte, una de las manifestaciones del Reino de Dios era la praxis de misericordia de
Jesús, que se evidencia sanando y liberando de la acción del Maligno. Son muy ilustrativas en ese
sentido las palabras de Gnilka (ob. cit.):
El Reinado de Dios puede entenderse literalmente como
el centro de la actividad de Jesús. Porque todo lo demás se ordena en torno a ese punto central. Y
no sólo su mensaje, sino también su actividad como sanador y taumaturgo y su imperativo ético.
(p. 109).
Es necesario precisar, en tal sentido, cuál era la relación que las actividades misericordiosas de
Jesús (como curar enfermos y expulsar demonios) tenían con el anuncio del Reino de Dios. Si se
tiene en cuenta la mentalidad popular judía de la época de Jesús, se vería que no es fácil
encontrar una distinción clara entre enfermedad y posesión demoníaca; en efecto, muchas
enfermedades, sobre todo las más extrañas y de no comprensible etiología, o eran vistas como
una situación de pecado o implicaban la posesión de uno o varios demonios. De allí, entonces,
que tampoco existiera diferencia mayor entre curar una enfermedad y un exorcismo; además se
entendería que la finalidad buscada por Jesús con su anuncio al curar enfermos y expulsar
demonios era luchar contra el poder del mal en todas sus formas, implantando el acontecer de
Dios en las personas. Siguiendo este argumento, Dufour (1986) sostiene que cuando Jesús realiza
hechos prodigiosos:
Es la misericordia de Dios en persona, la soberanía de Dios aconteciendo. Y en cuanto
misericordia es el amor típico de Dios que se inclina generosa y humildemente sobre el débil,
toca su miseria en su propia carne y lo levanta (p.293).
En suma, la praxis de misericordia de Jesús, como acontecer de Dios mismo era la presencia
misma del Reino de Dios en la historia terrena. Este acontecimiento divino es inmanente, sus
manifestaciones ya estaban dándose en el aquí y ahora de Jesús, pero al mismo tiempo es
trascendente, traspasa el tiempo de Jesús y se sitúa en un tiempo escatológico en donde la
influencia, el dominio de Dios sobre la humanidad sea más profundo. En tal sentido, Galot (ob.
cit.) expresa una tensión entre la inmanencia y la trascendencia del Reino de Dios:
De
trascendencia, porque el Reino se desprende de todo encuadramiento político y de toda finalidad
política, para concebirlo, entenderlo y realizarlo únicamente a nivel de las relaciones religiosas
entre Dios y la humanidad, en la línea de una influencia total de Dios sobre la vida humana más
profunda. De inmanencia, porque, lejos de alimentar sueños apocalípticos respecto al futuro,
establece el Reino en las condiciones presentes de la vida terrena. Los dos rostros de
trascendencia e inmanencia, que dan al Reino de Dios una nueva fisonomía, proceden del mismo
Cristo, que es el centro del Reino y de alguna manera se identifica con él. Como Hijo del Padre,
eleva el Reino al nivel divino, y como hombre lo establece entre los hombres en medio del
mundo al que ha venido (p.15).
Para culminar este punto se observa que es notable la tensión entre las expresiones sobre el
presente y el futuro en las palabras de Jesús en lo que se refiere al Reino de Dios. Existen dos
clases de estas expresiones: palabras que enfocan el amanecer del Reino en el aquí y hoy, y otras
en las que se aguarda y pide la llegada del Reino de Dios. En cuanto a estas últimas, se tiene la
segunda petición del Padre Nuestro que dice: “Venga tu Reino” (Mt.6,20; Lc. 11,2).
En definitiva, todos los actos de Jesús y de María (tanto internos como externos) además de
tomar vida de la Divina Voluntad, tenían como finalidad última el Reino de ésta sobre la tierra. Si
bien aparentemente con la vida pública de Jesús aconteció la Redención del género humano lo
que estaba de fondo era el Reino del Divino Querer sobre la tierra. Hasta los actos más
insignificantes de Jesucristo eran llamada al Reino del Fiat en medio de las criaturas.
El decreto de Dios se enfatiza en los tres “llamados” escritos por Luisa, que son como la síntesis
de sus escritos: el “llamado” escrito por ella como prefacio a sus volúmenes; el “llamado del Rey
Divino”, que promulga el Reino de su Voluntad; y el “llamado materno de la Reina del Cielo”, en
su libro “La Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad”.
En el Reino de la Divina Voluntad ocurrirá el gran milagro que preservará a los seres humanos
de todos los males, de todas las miserias y sinsabores, es por consiguiente mucho más que los
milagros que se han conocido. Es más, Él encerrará todos los bienes, todos los milagros, los
portentos más estrepitosos, más bien los sobrepasará a todos juntos, y si milagro significa dar la
vista a un ciego, enderezar a un cojo, sanar un enfermo, resucitar un muerto y tantas otras cosas
portentosas, el Reino de su Voluntad tendrá el alimento preservativo, y cualquiera que entrará
en él, no habrá ningún peligro de que pueda permanecer ciego, cojo y enfermo, la muerte en el
alma no tendrá más poder, y si lo tendrá sobre el cuerpo, no será muerte sino paso, y faltando el
alimento de la culpa y la voluntad humana degradada que produce la corrupción en los cuerpos,
y estando el alimento preservativo de su Voluntad, tampoco los cuerpos estarán sujetos a
descomponerse y a corromperse tan horriblemente, sino que quedarán compuestos en sus
sepulcros esperando el día de la resurrección de todos. Esta es la gran diferencia del Reino de la
Redención y del Reino del Fiat Supremo, en el primero fue milagro para los desventurados,
mientras que el segundo será milagro preservativo, porque su Voluntad posee la milagrosa
potencia que quien se hace dominar por ella no estará sujeto a ningún mal, por lo tanto no
tendrá necesidad de hacer milagros, porque los conservará siempre sanos.
Por otra parte, la autora (s.f.) señala que no existirán ni la pobreza, ni las necesidades, todos los
que entrarán en él abundarán de todos los dones del Creador, el cual es fuente de toda la
riqueza:
Así que desterrada será la pobreza, la infelicidad, las necesidades, los males de los hijos
de mi Voluntad; no sería decoroso para Ella, que es tan riquísima y feliz tener hijos que
carecieran de alguna cosa y no gozaran toda la opulencia de sus bienes que surgen
continuamente…Así si los hijos de mi Querer no abundaran de todo, se podrá decir que mi
Voluntad es pobre y no tiene potencia de volver felices a los hijos de su Reino, lo que no será
jamás. (vol. 20, p. 78-79)
Cabe destacar que ya este Reino existía cuando fue creada la máquina del Universo, e incluido el
hombre. Dios al crear al hombre le infundió con su aliento su Voluntad en el fondo de su ser, ésta
le daba todas las partículas de la Divinidad que el hombre podía contener como criatura, en
tanta cantidad de hacerlo una imagen suya, pero el hombre rompió la unión con la Divina
Voluntad. Con su caída en el pecado, el Reino Divino fue suspendido para el ser humano. Al
encarnarse y llevar a cabo la obra de la salvación, Jesús allanó todos los caminos e hizo todo para
que fuera quitada esta suspensión, dando primero lugar a la Redención y en su tiempo oportuno
dar espacio al Reino de su Voluntad. Es por eso que, al querer Dios disponer al hombre para que
reciba su Divina Voluntad, será necesario que vuelva de nuevo a infundirle su aliento, a fin de
que éste ponga en fuga los obstáculos y haga de nuevo obrantes las partículas de la Divinidad
que le dio al crearlo. Es interesante lo que Piccarreta (s.f.) recibe y que pone por escrito en
relación con esto:
Volveremos a infundirle nuestro aliento con más fuerte y creciente amor, le infundiremos el
aliento en el fondo del alma, pondremos nuestro aliento más fuertemente en el centro de su
voluntad rebelde, pero tan fuerte de sacudirle los males a los cuales está unido; sus pasiones
quedarán aterradas y aterrorizadas ante la potencia de nuestro aliento; se sentirán quemar por
nuestro fuego divino, y la voluntad humana sentirá la vida palpitante de su Creador…Con
nuestro aliento la restauraremos, la sanaremos, la restableceremos… (vol. 17, p. 50)
Los seres humanos no tienen méritos para conocer su Voluntad a fin de que reine. Este
conocimiento viene por pura gratuidad del Señor (s.f.):
Ahora, la obra más grande de hacer conocer mi Voluntad a fin de que reine en medio de las
criaturas, será una obra nuestra toda gratuita; y aquí está el engaño, que creen que habrá mérito
y la parte de las criaturas, ¡ah! Sí, estará, como las gotitas de los hebreos cuando vine a
redimirlos, pero la criatura es siempre criatura, por eso nuestra parte será toda gratuita, que
abundándola de luz, de gracia, de amor, la arrollaremos en modo que sentirá una fuerza jamás
sentida, amor jamás probado, sentirá más viva nuestra Vida palpitante en su alma, tanto, que le
será dulce el hacer dominar nuestra Voluntad…Así el viento fuerte de la luz de mi Fiat pondrá en
fuga los males, las pasiones, que como cenizas esconden la Vida Divina en ellas… (vol. 32, p. 5).
En tal sentido es interesante la comparación que Jesús le hace con respecto a la resurrección de
Lázaro. Este estuvo en estado de descomposición antes que Jesús lo resucitara. De igual manera
el hombre, así se encuentre en el estado último de descomposición moral, será regenerado por la
potencia de la Divina Voluntad y así resurgirá sano y mejor que antes.
El Reino de Dios sobre la tierra será también el Reino de Jesús en la Eucaristía, pues es sólo en su
Voluntad reinante y obrante en los seres humanos que se podrá acoger en plenitud su Vida que
otorga en el Santísimo Sacramento. Será entonces que se podrá acoger, ver, sentir y vivir su
presencia real en el Sacramento del Amor, y así se podrá tener la capacidad para darle
verdadera correspondencia a su infinito amor. Es lo que Jesús le señala a Luisa (s.f.) cuando le
comunica que:
Aquí en este Tabernáculo ruego continuamente, ¿pero sabes tú cuál es mi
primera petición? Que mi Voluntad sea conocida, que su imperio que me tiene escondido impere
sobre todas las criaturas y reine y domine en ellas, porque entonces mi vida sacramental tendrá
su fruto completo. (vol. 25, p. 5).
También la Virgen será Reina y Madre en este Reino, ella ruega constantemente por su
advenimiento (s.f.): “Ella impetra con pleno derecho este santo Reino, el cual indudablemente le
será concedido, y por eso, será también llamado: el Reino de la Reina celestial” (vol. 33, p. 58)
Para empezar a hablar del tema hay que decir en primer lugar que en Dios existe Voluntad. Esto
se demuestra citando algunos pasajes de la Sagrada Escritura. La Voluntad Divina se manifiesta
ya en el primer día de la creación, pues Dios ordena la existencia del cielo y de la tierra y todo
fue creado (Génesis 1-2). Yahvé decide y ordena, manda a Abraham a que abandone el país y éste
obedece. La ley de Moisés es considerada como la lista de deseos de Dios. Los profetas tienen la
misión de indicar a los hombres la Voluntad Divina y hacerla respetar. Los salmos cantan la
Voluntad del Creador: “Nuestro Dios puede hacer cuanto quiere” (Salmo 115,3), “Hace cuanto
quiere en los cielos y en la tierra” (Sal 135,6).
Es significativo en la Sagrada Escritura el hecho de que Dios hace lo que le agrada y la idea de su
Voluntad aparece vinculada estrechamente a la de poder (Ester 23,9). En el Nuevo Testamento se
reafirma que es preciso hacer la Voluntad de Dios, realizar su beneplácito (Mt. 7,21). La oración
enseñada por Jesús indica que hay que decirle al Padre “hágase tu Voluntad” (Mt. 6,10; 26,42).
Los apóstoles manifiestan profundo respeto a la Voluntad Divina (Hebreos 13,21; Romanos 12,2;
1 Pedro 4,2). En fin, la Sagrada Escritura expresa constantemente la existencia de la Voluntad de
Dios. Cabe resaltar que el Antiguo Testamento acentúa el aspecto creador de su Voluntad
mientras que el Nuevo Testamento destaca la dimensión redentora llevada a cabo por Jesús.
Aleixandre D. (s.f.) señala, con respecto al término original que ha sido traducido por voluntad
en la Biblia, que el concepto que se tiene de voluntad como facultad distinta de la inteligencia y
de la sensibilidad no coincide con el término del Antiguo Testamento que la Biblia griega tradujo
por “thelema” y la Vulgata latina por “voluntas”. Según ella, el término hebreo rason designa el
sentimiento subjetivo de complacencia, aspiración, deseo, amor, alegría (es la misma raíz que se
utiliza para decir que alguien está enamorado: Cf. Gén. 34,19). Vendría a significar, entonces, el
gran amor que Dios siente por su elegido (Cf. Is. 62,3-5). En el Nuevo Testamento, la “Voluntad”
del Padre (es decir, su amor, su complacencia, su felicidad) reposa en Jesús (Mt. 3,17; 17,5; Mc.
1,11; Lc. 3,32). En tal sentido es interesante lo que plantea:
Por eso, las palabras de Jesús que
expresan los momentos más densos de su vida y que coinciden con su obediencia más
incondicional van precedidos siempre de una invocación confiada al Padre que revela, no al
acatamiento de un siervo que se somete sino la comunión, la afinidad, la adhesión profunda de
un hijo que se fía. (p.8).
El Reino de Dios es el Reino de la Divina Voluntad sobre la tierra, es el perfecto cumplimiento del
“Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” ( Mt. 6,10); un Reino de comunión plena con el
Padre, no de siervos que se someten a una Voluntad extraña. Por tanto, para hablar del tema hay
que empezar analizando en detalle lo que se refiere a la Divina Voluntad en las obras de la
Sierva de Dios.
La Divina Voluntad –la que Jesús llama en el Evangelio “la Voluntad del Padre”- es la realidad
más íntima, vital, esencial de Dios. Al respecto de eso Jesús le dice (s.f.): “Ah, todo está en mi
Voluntad. Si el alma la toma, toma toda la sustancia de mi ser y contiene todo en sí” (vol. 11,. p.
75) Para decirlo de un modo más intuitivo: su Voluntad es el sustantivo (el término que expresa
la sustancia), mientras que a su vez todos los atributos divinos (Omnipotencia, Omnividencia,
Sabiduría, Amor, Inmutabilidad, Inmensidad, Eternidad, Bondad, Justicia, Misericordia,
Santidad, etc.) son sus adjetivos, giran en torno a la sustancia.
La Voluntad o el Querer de Dios es la fuente y la causa suprema de todo lo que Dios es, de la vida
inefable de la Santísima Trinidad y de sus obras –internas y externas- de amor eterno, de su
felicidad y bienaventuranza infinitas. En efecto, cuando Piccarreta le pide que solamente quiere
de él su santo Querer, Jesús le manifiesta lo siguiente (s.f.):
Tú en una palabra has aferrado todo, pidiéndome lo más grande que hay en el cielo y en la
tierra, y Yo, en este santo Querer deseo y quiero mayormente conformarte, y para hacer que te
sea más dulce y gustoso mi Querer, ponte en el círculo de mi Voluntad y observa en Ella sus
diversas virtudes y cualidades, deteniéndote ahora en la santidad de mi Querer, ahora en la
bondad, ahora en la humildad, ahora en la pacífica morada que produce mi Querer, y en estas
paradas que hagas adquirirás siempre más nuevas e inauditas noticias de mi santo Querer (vol.
4, p. 295)
La Divina Voluntad por lo tanto es algo que está más allá, por encima de todo lo que ella misma
hace, de las cosas que Dios quiere o no quiere o que permite. Otra palabra característica en los
escritos (hasta en latín) es “Fiat”. No sólo es como decir “de acuerdo, sí”, sino que expresa la
participación de ella al Querer de Dios y a su obra. Esta palabra resume todo lo que Luisa ha
dicho y ha vivido, igualmente expresa todo lo que Dios hace, es más, la Vida misma de Dios, su
acto eterno y absoluto, es expresión de su Querer infinitamente santo. Cuando Jesús le habla del
“tercer Fiat” o del “Fiat Santificante” le está manifestando el cumplimiento del Padre Nuestro.
Para que el Reino de Dios tenga su advenimiento es preciso que la criatura “viva” en la Voluntad
de Dios. Pero para lograrlo, se requiere que la “haga”: es como si se dijera “hacer una casa” y
“vivir en la casa”. Jesús le explica a la autora (s.f.) que para que él haga su morada en una
persona lo principal es el desprendimiento de todo:
Yo soy el único que merece ser amado; mira,
si tú no quitas este pequeño mundo que te rodea, esto es, pensamientos de criaturas,
imaginaciones, Yo no puedo entrar libremente en tu corazón, este murmullo en tu mente es
impedimento para dejarte oír más clara mi voz, para derramar mis gracias y para hacerte
enamorar verdaderamente de Mí. Prométeme ser toda mía y Yo mismo pondré manos a la obra.
Tú tienes razón en que no puedes nada, no temas, Yo haré todo, dame tu voluntad y eso me basta
(vol. 1, p. 2).
Después de esto se requieren la humildad y la caridad que es el amor hacia el prójimo como a sí
mismo. Estos son como los “cimientos” de la casa.
Según Benedicto XVI (ob. cit.) las Sagradas Escrituras parten del presupuesto de que el hombre,
en lo más íntimo, conoce la Voluntad de Dios, que hay una comunión de saber con Dios
profundamente inserta en él, a la que se llama conciencia (ver, por ejemplo, Rom. 2,15). Pero las
Escrituras saben también que esta comunión en el saber con el Creador, que Él mismo ha dado al
ser humano al crearlo “a su imagen”, ha sido enterrada en el curso de la historia; que aunque
nunca se ha extinguido del todo, ha quedado cubierta de muchos modos; que ha quedado como
una débil llama a punto de apagarse. Y por eso Dios ha hablado al hombre de nuevo en la
historia con palabras que le llegan desde el exterior, ayudando al conocimiento humano interior
que se había nublado demasiado.
El núcleo, por decirlo así, de estas clases de apoyo de la historia en la revelación bíblica es el
Decálogo del monte Sinaí. Estas palabras son la revelación de la santidad misma de Dios que
quiere que se conviertan en vida para su criatura. Como el ser del hombre proviene de Dios, se
puede poner en camino hacia la Voluntad Divina a pesar de todas las inmundicias que se lo
impiden. Con todas las caídas en el pecado que pueda tener, el hombre siempre tiene abiertas las
puertas para el abrazo con la Voluntad de Dios a través del arrepentimiento, del propósito de
una vida nueva y de los medios que ofrece la Iglesia (los sacramentos de la Penitencia y de la
Unción de los enfermos).
Volviendo al tema del vivir en la Divina Voluntad, Jesús le dice a Piccarreta (s.f.) que para que se
pueda hacer realidad el propio querer humano debe ser anulado:
Así es de mi Voluntad, para
hacerse vida del alma ella debe hacer desaparecer la propia voluntad en la mía, su querer no
debe existir más, mi Voluntad debe entrar en todos sus actos como acto primero…Cómo es difícil
encontrar una criatura que ceda todos sus derechos para dar sólo a mi Querer el derecho de
reinar; casi todos quieren reservarse alguna cosa del propio querer, y por eso mi Voluntad, no
reinando completamente en ellas, no puede formar su Vida en todas las criaturas (vol. 14, p. 34)
Pero ¿cómo anular el querer humano, el cual constantemente está dando guerra a la persona,
con el objetivo de hacer realidad el vivir en la Voluntad de Dios? Para ello antes Jesús tiene que
tomar posesión efectiva de todo lo del hombre. Él ha de ser, no sólo espectador, sino a la vez el
protagonista de todo en el ser humano, de toda su vida, de manera que se pueda decir “Ya no soy
yo quien vive, sino Cristo quien vive en mí” (Gálatas 2,20). Para ello es preciso que se pida a su
Voluntad a que venga a ser la principal protagonista de todos los actos humanos: ven Divina
Voluntad a pensar en mi mente, Ven Divina Voluntad a circular en mi sangre, ven Divina
Voluntad a palpitar en mi corazón, ven Divina Voluntad a respirar en mi respiración, ven Divina
Voluntad a trabajar en mis manos, etc. Con respecto a esto Jesús le dice a la sierva de Dios (s.f.):
Por eso, primero quiero ver al alma que verdaderamente quiere hacer mi Voluntad y jamás la
suya, dispuesta a cualquier sacrificio para hacer la mía; en todo lo que haga pedirme siempre,
incluso como prestado, el Don de mi Voluntad. Y entonces, cuando veo que no hace nada, sino
con el préstamo de mi Voluntad, se lo doy como Don, porque pidiéndolo una y otra vez, ha
formado en su alma el vacío en donde poder poner este Don celestial (vol 18, p. 27).
Recalcando la importancia de la petición para lograr el Reino, más adelante Jesús le dirá que,
entre las tres condiciones para obtenerlo definitivamente, una de ellas consiste en pedirlo
insistentemente, al hacerlo la persona se dispone, forma en sí la morada donde recibirlo, llega a
adquirir el amor para amarlo y conforme se pide el querer humano pierde terreno, se debilita y
se dispone a recibir el dominio del Querer Divino.
También le habla acerca de que su Voluntad venga a hacer vida de todos los actos humanos
durante el día al iniciarse éste. En tal sentido le señala que hay dos grandes actos: el preventivo y
el actual, el preventivo es fijar la voluntad humana en la Divina al comenzar el día, y el actual
viene siendo poner a la Voluntad de Dios en primer lugar en los actos que se ejecutan durante el
día (s.f.):
El acto preventivo es aquel cuando el alma, desde el primer surgir del día fija su voluntad en la
mía, y se decide y se confirma de querer vivir y obrar sólo en mi Querer, previene todos sus
actos y los hace correr todos en mi Querer…Sin embargo, el acto preventivo puede ser opacado,
oscurecido por los modos humanos, por la voluntad propia, por la propia estima, por el descuido
y otras cosas, que son como nubes delante del sol…En cambio el acto actual…tiene virtud de
despejar las nubes, si es que las hay, y hace surgir tantos otros soles… (vol. 14, p. 28)
Pero después hace falta que a su vez la criatura tome realmente posesión de todo lo que es Jesús,
de todo lo que le pertenece y de su vida, haciendo todo lo que él hace, con él y como él. Vivir en
la Divina Voluntad es dar con Jesús a las criaturas todo el Amor del Padre, y dar al Padre todos
los homenajes que se le deben de parte de todas las criaturas (adoración, gloria y alabanzas,
acción de gracias, reparación y amor universal) (s.f.):
Vengo en nombre de todos, del primero al
último hombre que ha de existir en la tierra, a daros todos los homenajes, las adoraciones, el
amor que toda criatura os debe, y a haceros todas las reparaciones por todos y por cada pecado
(vol. 19, p. 26)
Lo anterior sirve de preámbulo para enfocar con mayor claridad el tema de la oración. Con
respecto a este punto hay que empezar diciendo que uno de los elementos que más enfatiza
Luisa es la contemplación de la Pasión de Jesucristo. A tal efecto escribió “Las Horas de la
Pasión”, la cual no se trata de una narración más de la Pasión, sino más bien de una
contemplación amorosa, a través de los ojos de Piccarreta, para que el hombre se una y tome
parte como ella a lo que ve que Jesús hacía interiormente. Es reproducir, renovar la vida interior
de Jesús, a partir de la participación en sus diferentes actos interiores hechos en la inmensidad
de la Voluntad del Padre. Es interesante lo que expresa (s.f.) interiormente cuando es coronado
de espinas:
Hija mía, estas espinas dicen que quiero ser constituido Rey de cada corazón; a Mí me
corresponde todo dominio; tú toma estas espinas y pincha tu corazón y haz salir de él todo lo que
a Mí no pertenece y deja las espinas dentro de tu corazón como señal de que Yo soy tu Rey y para
impedir que ninguna otra cosa entre en ti. Después gira por todos los corazones, y pinchándolos
haz salir de ellos todos los humos de soberbia, la podredumbre que contienen, y constitúyeme
Rey de todos (p. 78)
Se puede decir que se está frente a una novedad en la oración. En tal sentido puede ponerse la
comparación de hablar con micrófono y hablar sin micrófono. Al hablar sin micrófono serán
pocas las personas que escuchen, mientras con micrófono se puede hablar frente a una multitud.
A eso se hace referencia cuando se actúa o se reza animado por la Voluntad Divina o sin ella.
Dios está ofreciendo “el micrófono” de su Voluntad para que al encenderlo con la intención (pues
ese será el camino para lograrlo, la pura fe en que así ocurre) todas las veces que se quiera, la
débil voz humana se vuelva infinita, eterna y resuene en el cielo y en la tierra, en todo el
Universo, en todos los tiempos, en cada acto de existencia, en cada palabra y en cada paso. Los
“altavoces” se encuentran por todas partes, en el cielo y en la tierra. La “instalación” ya existe, es
el conjunto de todas las obras de Dios: la inmensa obra maravillosa del Padre, la Creación; la
incalculable obra de Jesucristo, la Redención; la misteriosa obra que el Espíritu santificador lleva
a cabo en aquello en los que quiere formar la vida misma de Jesús, preparando así el Reino de
Dios. La infinita potencia del Querer Divino, cuyas imágenes pueden ser la luz y la electricidad,
lleva un pequeñísimo acto humano hasta límites insospechados (s.f.):
Hija mía, ¿quieres amarme de veras? Dí: ‘Jesús, te amo con tu Voluntad’; y como mi Voluntad
llena el cielo y la tierra, tu amor me rodeará por todas partes y tu plegaria ‘Te amo’ resonará en
lo alto de los cielos y en lo profundo de los abismos. Igualmente, si quieres decirme ‘te adoro, te
bendigo, te alabo, te doy las gracias’, lo dirás unida a mi Voluntad y llenarás cielos y tierra de
adoraciones, de bendiciones, de alabanzas, de acción de gracias, en mi Voluntad. Estas cosas son
sencillas, fáciles e inmensas (vol 11, p. 42).
Jesús invita a orar con una oración que se ha de extender a todos los seres humanos pasados,
presentes y futuros, como hacía su humanidad en la tierra (s.f.):
Hija mía, ora, pero hazlo como
lo hago yo, es decir, arrójate toda en mi Voluntad y en ella encontrarás a Dios y a todas las
criaturas; las darás a Dios como si fueran una sola criatura, pues el Querer Divino es el dueño de
todos, poniendo a los pies de la Divinidad todos los actos buenos, para darle honor, y los malos
para repararlos con la santidad, potencia e inmensidad de la Divina Voluntad, de la cual nada
puede salirse. Esta fue la vida de mi humanidad en la tierra….Orando en mi Voluntad, lleva ante
la Divina Majestad los pensamientos de todos en tus pensamientos; lleva en tus ojos las miradas
de todos, en tus palabras, en tus movimientos, en tus afectos, en tus deseos lleva los de tus
hermanos, para repararlos, para obtener para ellos luz, gracia, amor. (vol. 11, p. 78)
También le expresa que en su Voluntad puede alabarlo, amarlo, adorarlo, bendecirlo, etc. junto
con todas las obras de la Creación y de la Redención, pues todas se encuentran en el Divino
Querer. Es más, le sugiere que toda la Creación, como no puede hablar, en su mudo lenguaje está
pidiendo a gritos el Reino de la Divina Voluntad sobre la tierra, pero ella puede poner su voz a
toda ella para pedir ese reino. De tal manera que puede amar, adorar, bendecir, agradecer a Dios
por la luz del sol y junto con él pedir el Reino del Fiat Supremo, y así de todas las demás obras de
la Creación y de la Redención. Por ejemplo, para mostrar esto expresa una hermosa oración en
los giros del alma en la Divina Voluntad (s.f.):
Amor mío, continúo mi giro y voy al sol. Considero el instante en el cual tu Fiat hizo salir tanta
luz del Seno de la Divinidad, que formó el globo solar, aquel astro que debía abrazar la tierra con
todos sus habitantes, para dar a cada uno de ellos tu beso de luz y de amor, mediante el cual todo
debía ser embellecido, fecundado, coloreado, enrique¬cido y adornado.
Este sol, tu Fiat lo hizo salir de tu Seno por amor mío, por eso quiero recibir en mí toda su luz, su
calor, y todos sus efectos, y así poderte ofrecer también yo, mi sol, para alabar, glorificar y
bende¬cir por medio suyo a tu luz eterna, a tu amor inextinguible, tu belleza, tu dulzura infinita,
tus gustos innumerables. Sí, oh Jesús, yo quiero abrazarte con la misma luz del sol, quiero darte
mis besos ardientes con su calor, quiero animar con mi voz todo su resplandor y todos sus
efectos para pedirte, desde lo alto de su esfera, hasta lo bajo, allá donde desciende su rayo, el
reino de tu Fiat. ¿No sientes Amor mío, que tu Voluntad quisiera desgarrar los velos de la luz
para descender a reinar en medio de las criaturas? Y yo, sobre las alas de la luminosidad del sol,
vengo a rogarte que nos envíes pronto el reino de tu Fiat ( p. 2).
San Pablo pedía que se tuviera un pleno conocimiento de la Divina Voluntad, con toda sabiduría
e inteligencia espiritual. Y Jesús, en su última Cena dijo: “Yo les he dado a conocer tu Nombre y se
lo daré a conocer, para que el Amor con que me has amado esté en ellos y yo en ellos” (Jn 17,26).
Es evidente, por tanto, cuán importante es el conocimiento. En la medida en que se conoce una
cosa se la aprecia, se desea, se ama y se llega a poseer. Una piedra preciosa que un hombre posee
–es un ejemplo de Jesús a Luisa-, se vuelve “valiosa” a medida que se va conociendo su valor. Es
por ello que los españoles, cuando vinieron a América, les cambiaron a los indígenas espejos por
oro, pues aquellos no sabían el valor que tenía esa piedra preciosa. Una máquina (que podría ser
una computadora), si no se conoce su funcionamiento, es como si no se tuviera nada. De forma
análoga sucede con la Divina Voluntad (s.f.):
…Las criaturas, para formar la más pequeña cosa tienen necesidad de obras, de pasos y de
materias primas, pero Dios, tu Jesús, no tiene necesidad de nada para crear y formar las obras
más grandes, aun el universo entero; para nosotros la palabra es todo, ¿no fue creado todo el
universo sólo con la palabra? Y al hombre para gozar de todo este universo sólo le bastó el
conocerlo…El conocimiento es el portador de la vida de nuestro acto y el portador de la posesión
por el hombre de nuestros bienes, así que los conocimientos sobre mi Voluntad tienen virtud de
formar su Reino en medio de las criaturas, porque tal ha sido nuestra finalidad al manifestarlos.
(vol. 24, p. 6).
Todos los conocimientos sobre la Divina Voluntad, encarnados en la persona, tienen la facultad
de abrir el entendimiento para percibir la grandeza del Don que Dios quiere otorgar (s.f.):
No puedo dar este Don si antes, con las verdades que he manifestado, conociéndolas las
criaturas, tendrán el gran bien de formar la vista para ser capaces de comprenderlo, y por lo
tanto disponerse para recibir un Don tan grande. Se puede decir que ahora les falta el ojo para
ver y la capacidad para comprenderlo, y por eso he manifestado tantas verdades sobre mi Divina
Voluntad, y conforme las criaturas conozcan estas verdades, así ellas formarán la órbita donde
poner la pupila dentro, y animarla con la luz suficiente para poder mirar y comprender el Don
que más que sol les será donado y confiado (vol. 30, pp. 52-53)
Ab-extra: Se refiere a las operaciones externas de Dios, tales como la Creación, la Redención y la
Santificación.
Alianza: pacto o convención que hizo Dios con el pueblo de Israel a través de la persona de
Moisés. En el Nuevo Testamento hace Dios una alianza en la persona de Jesús de Nazareth.
Alma víctima: en la historia de la Iglesia ha habido personas que han experimentado de una
manera misteriosa parte de los sufrimientos de Jesús, estas son conocidas como almas víctimas.
Apocalipsis: último libro canónico del Nuevo Testamento, se atribuye su autoría al apóstol Juan.
Decálogo: conjunto de los diez mandamientos de la ley de Dios dados a Moisés en el Monte Sinaí.
Escatología: es la rama de la teología que estudia y presenta las realidades que corresponden al
fin de los tiempos o el fin de la vida humana (los novísimos: cielo, infierno y purgatorio).
Eucaristía: etimológicamente quiere decir “acción de gracias”, es uno de los principales ritos
cristianos, llamado también “fracción del pan”, “Cena del Señor”, “Santa Cena” o “Santa Misa”.
Según la tradición del catolicismo es el sacramento del sacrificio del Cuerpo y la Sangre de
Jesucristo, instituido por él mismo para perpetuar en los tiempos venideros, hasta su segunda
venida, el sacrificio de la cruz. En la Iglesia católica y ortodoxa, la Eucaristía es fuente y culmen
de toda la vida cristiana.
Evangelios sinópticos: son aquellos Evangelios que son similares. Son: Mateo, Marcos y Lucas.
Gracia: Don o favor de Dios que se hace sin merecimiento particular; concesión gratuita.
Mesías: el Hijo de Dios, Salvador y rey descendiente de David, prometido por los profetas al
pueblo hebreo.
Mística: parte de la teología que trata de la vida espiritual y contemplativa y del conocimiento y
dirección de los espíritus. Dicho de una persona, es aquella que tiene experiencia de lo Divino.
Moral: ciencia que trata del bien en general, y de las acciones humanas en orden a su bondad o
malicia.
Omnipotencia: atributo Divino que implica que Dios tiene todo el poder.
Orden del Carmen: Antigua Congregación, tanto masculina como femenina, que fue reformada
por santa Teresa y por san Juan de la Cruz en el siglo XVI.
Padres de la Iglesia: son todos aquellos autores cristianos de los siete primeros siglos de la
historia de la Iglesia, laicos u ordenados, que son testigos privilegiados de la Revelación, dada su
cercanía histórica a Jesús o a los que más cerca estuvieron de él, distinguiéndose además, en
algunos casos, por la ortodoxia de su doctrina y la santidad de su vida.
Profetas: etimológicamente se definen como aquellos que hablan por boca de Dios, anunciando o
denunciando el pecado del pueblo.
Teología: es la ciencia que estudia todo lo que tiene que ver con Dios.
Torah: es el documento más importante de la religión judía, el cual está escrito en hebreo. La
Torah está compuesta por los cinco primeros libros de la Biblia (pentateuco): Génesis, Éxodo,
Levítico, Números, y Deuteronomio.
Unívoco: un término que se predica de varios individuos con la misma significación. Por
ejemplo, animal es un término unívoco que conviene a todos los vivientes dotados de
sensibilidad.
Voluntad: acto con que la potencia volitiva admite o rechaza una cosa, queriéndola, o
aborreciéndola y repugnándola. Es el libre albedrío o libre determinación. Amor, cariño, afición,
benevolencia o afecto.
Yahvé: es el nombre que Dios se atribuyó a sí mismo en Éxodo 3,14: “Yo soy el que soy”.
CAPÍTULO III
MARCO METODOLÓGICO.
En este capítulo se informa cómo se realizó el estudio, cuáles fueron los procedimientos y los
instrumentos empleados en la investigación.
CONCLUSIONES.
Después del análisis de la noción del Reino de Dios en los escritos de la Divina Voluntad se
desprenden conclusiones importantes en relación a los objetivos planteados.
En cuanto a las
revelaciones privadas, éstas se encuentran enmarcadas en el ámbito de las experiencias místicas
y son dadas para el provecho particular de quien las recibe y de aquellos que las acepten. Dios
las realiza por medio de tres maneras: visiones, locuciones sobrenaturales y toques divinos. A
pesar de esto, hay que señalar que la revelación privada dada a Luisa Piccarreta pretende tener
un alcance universal, pues al tener como tema central el Reino de Dios en la tierra está
presentando algo para toda la humanidad. Si bien toda la Revelación pública acabó con Nuestro
Señor Jesucristo y aparece reseñada en las Sagradas Escrituras, es preciso advertir que, en lo que
respecta a las revelaciones privadas, ellas han de ser el desarrollo explícito de una verdad que
conste de antemano en las Escrituras. Tal es el caso de los escritos que se han analizado.
En lo que se refiere a la centralidad del Reino de Dios en las Sagradas Escrituras tenemos lo
siguiente: En el Antiguo Testamento Israel estaba considerado como el Reino de Dios por
excelencia. Pero la evolución histórica permitió que se disociara cada vez más el reino religioso
del reino político. No obstante, no fueron abolidas del todo las dimensiones políticas, en el
sentido de que el futuro Reino escatológico habría de pertenecer con propiedad a Israel. En el
Nuevo Testamento se percibe que el núcleo central de la persona de Jesús y de su predicación era
el Reino de Dios, visto como algo ya presente en su propia persona y como algo futuro que tiene
que manifestarse plenamente. En tal sentido el Reino para Jesús posee una tensión entre un “ya,
pero todavía no”.
Con respecto al Reino de Dios como Reino de su Voluntad tenemos varios puntos a considerar: En
primer lugar es un decreto eterno de Dios que se dará cuando él quiera. Dicho decreto se
evidenció en la vida misma de Jesús, todos sus actos, palabras, etc. eran llamada al Reino de su
Voluntad en la tierra. Cuando se haga realidad, este Reino desterrará todos los males que ha
traído el pecado y proporcionará un medio preservativo para todas las carencias y miserias
humanas. Con el Reino habrá abundancia de todo, no existirá la pobreza ni las necesidades.
Para que este Reino se haga realidad será necesario que Dios vuelva a infundirle su aliento al
hombre, el cual pondrá en fuga todos sus males y permitirá que se hagan activas las partículas
de la Divinidad que Dios le otorgó en la Creación. Será un Reino Eucarístico y mariano por
excelencia.
La Voluntad de Dios es su esencia, la sustancia de la Vida Divina. La criatura, para hacer vida en
ella, debe primero hacerla. Esto último consiste en cumplir el decálogo. Para que se anule el
querer humano a fin de que se viva en la Divina Voluntad es preciso que se le pida
insistentemente a que venga a ser la principal protagonista de todo el quehacer humano, incluso
desde el principio del día. También puede pedirse el Reino junto con toda la Creación y la
Redención, pues todo se encuentra en la Divina Voluntad, simultáneamente se puede alabar,
adorar, bendecir y glorificar a Dios por todo lo que ha obrado ab-intra y ab-extra. En la medida
que se pida, de una manera u otra, la persona se dispone, forma en sí la morada donde recibir el
gran Don, adquiere el amor para amarlo y así el querer humano pierde terreno, se debilita y se
dispone a obtener el dominio del Querer Divino.
Por último, los conocimientos acerca de la Divina Voluntad se constituyen en caminos, medios
para lograr el Reino. En la medida en que se conoce una cosa se la aprecia, se desea, se ama y se
llega a poseer.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS.
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Artículos en Línea:
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Martín, P. “La oración del vivir en la Divina Voluntad” (s.f.). Disponible en:
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Martín, P. “La espiritualidad de Luisa Piccarreta: el Divino Querer en los escritos de la sierva de
Dios” (octubre 2005). Disponible en: http://utenti.lycos.it/evangelizzazione (2007, octubre 16).
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