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Pekín
elordenmundial.com/china-en-africa
Para el gigante asiático, África es un aliado idóneo para lograr sus ambiciones
geopolíticas a largo plazo y para el continente africano, Pekín puede ser un socio
estratégico para su desarrollo. Pero a golpe de talonario, China ha ido tejiendo en
África una influencia económica, política y cultural que está dejando al continente
africano en una posición de dependencia cada vez más acusada.
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los países africanos en la Asamblea General de las Naciones Unidas votó a favor del
Gobierno de Pekín como representante legítimo de China en la ONU, permaneciendo así
desde entonces.
Medio siglo más tarde, China aspira a convertirse en la primera economía del mundo,
mientras que África es un continente emergente con una población creciente. La
influencia de las relaciones sino-africanas ha trascendido a todos los ámbitos, tejiendo
una interdependencia cada vez más estrecha. Sin embargo, de fondo, la filosofía de
Pekín poco ha variado: África cada vez tiene más valor como aliado estratégico en las
ambiciones geopolíticas chinas. Su modelo de interacción —archiconocido por basarse,
teóricamente, en la ganancia mutua o win-win— está revelando un panorama cada vez
más asimétrico a favor del gigante asiático. Su creciente influencia económica, política y
cultural va en línea con los postulados geoestratégicos de Pekín, pero, al mismo tiempo,
cada vez deja menos espacio a la autonomía de las naciones africanas.
Para ampliar: “China en América Latina: ¿el inicio de una nueva Guerra Fría?” , Cristina
de Esperanza en El Orden Mundial, 2019
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sector secundario chino. Y en plena carrera tecnológica, China se nutre del cobalto y el
coltán de la República Democrática del Congo. En total, se estima que un tercio de la
inversión china en África se destina al sector minero.
Para ampliar: “La lucha por el cobalto, clave en el futuro del transporte”, Luis Martínez
en El Orden Mundial, 2019
En los últimos años China ha desbancado a las antiguas potencias coloniales y a EE. UU. como
principal socio comercial de los países africanos.
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solo una cantidad ingente de mano de obra barata de la que ya no dispone en
abundancia, sino también un mercado al alza de potenciales consumidores y
oportunidades de negocio.
Es por ello que China, conocida desde las últimas décadas del siglo XX por acoger parte
de la producción de países más desarrollados, al incorporarse en los escalafones más
bajos de las cadenas de valor globales, está recurriendo a la misma práctica en África
apenas unas décadas después, pero jugando el rol opuesto. Así, parte de la producción
industrial china está tendiendo a reubicarse en países con una creciente mano de obra
barata y poco cualificada como Etiopía, lo que permite al mismo tiempo dar salida a
actividades que en China van a la baja en términos relativos, como las manufacturas
ligeras o la construcción.
Salvo ciertas excepciones, una gran cuota de la exportación africana hacia China suele ser sinónimo de
una abundante riqueza mineral, por un lado, y una escasa diversificación de la economía, por otro.
Lo que puede ser planteado como una grave amenaza —una perspectiva que suele
adoptarse desde Europa— también puede ser entendido como una gran oportunidad.
Bien gestionado, combatiendo las debilidades estructurales y proveyendo de
oportunidades, el crecimiento demográfico puede ser el gran acicate del desarrollo
africano —como demuestra el prometedor crecimiento de sus economías— y China,
como gran apostador del continente, es el mejor posicionado para aprovecharse de su
potencial.
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Las inversiones chinas abarcan múltiples sectores. Esta diversificación tiene que ver con las
necesidades de abastecimiento chino, pero también con las carencias de las economías africanas.
Más allá de contribuir a paliar sus carencias estructurales, otra razón por la que China se
ha erigido como el socio preferente de las naciones africanas son las facilidades
financieras que ofrece. Según el Banco Mundial, África alberga los peores países para
hacer negocios. Las deficiencias en la red de infraestructuras, la corrupción, la
anquilosada burocracia o la inestabilidad política, a priori, no alientan las inversiones
extranjeras. Pero China, a pesar del riesgo que entraña, es capaz de ofrecer unos
ventajosos préstamos a largo plazo muy adaptados a las necesidades de las frágiles
economías africanas, con el aliciente extra de que Pekín no está sujeto a reticencias
morales: ni los préstamos chinos ni su ayuda al desarrollo exigen contrapartidas de
reformas liberales, ni en el ámbito político ni en cuanto a derechos humanos. Para los
dirigentes africanos, el win-win parece, por tanto, rotundo. La población, por su parte,
tampoco se muestra mayoritariamente disconforme: casi dos tercios ve la influencia
china en su país como positiva.
Para ampliar: “China, el nuevo banquero mundial”, Gemma Roquet en El Orden Mundial,
2018
La distribución de los préstamos da una idea del pragmatismo llevado a cabo por China en África:
suele invertir más en aquellos países que resultan más estratégicos para sus intereses.
Ejemplo de ello es que los generosos préstamos y los megaproyectos chinos están
haciendo que muchos países africanos estén incurriendo en una deuda pública que
difícilmente podrán devolver, por lo que muchos temen que la dependencia económica
acabe tornándose en sumisión política. Este hecho podría estar gestando un aumento de
la desconfianza hacia el gigante asiático, que, por su parte, también tiene motivos para
incrementar las precauciones. La corrupción y la incompetencia de determinados
Gobiernos africanos a la hora de gestionar los proyectos de inversión china provoca a
menudo que los costes acaben multiplicándose para Pekín, que, paradójicamente, ya ha
empezado a interesarse por la buena gobernanza en aras de prever la rentabilidad de
sus inversiones.
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Del mismo modo, otras experiencias hacen augurar que ante la falta de liquidez, el pago
de la deuda podría producirse mediante métodos alternativos más controvertidos, como
la cesión de infraestructuras estratégicas a Pekín por un determinado número de años
—ya ocurrió con el puerto de Hambantota en Sri Lanka— u otros tratos de favor. Un
control de infraestructuras que, por otro lado, ya se produce de facto en mayor o menor
medida: gestiona al menos una docena de los mayores puertos del continente.
Esta fijación china con las infraestructuras es particularmente notoria en el este del
continente africano, lo cual no es casualidad. Pekín quiere convertir al continente en una
pieza clave en su proyecto de la nueva Ruta de la Seda, que incluye un cinturón marítimo
que recorre buena parte de la costa oriental africana. Por tanto, el control estratégico de
los puertos, las buenas conexiones hacia el interior y la docilidad política de los países
receptores son vitales para asegurar la rentabilidad del gran proyecto chino. Para
apuntalar esta presencia, China ya incluso cuenta con su primera base militar en el
extranjero: la que inauguró en el enclave geoestratégico de Yibuti .
Para ampliar: “La nueva Ruta de la Seda: iniciativa económica, ofensiva diplomática”,
Sandra Ramos en El Orden Mundial, 2016
La costa oriental de África forma parte del collar de perlas chino. Una apuesta geopolítica que,
entre otros, tiene como objetivo reforzar tanto su primacía comercial como la seguridad de las
rutas marítimas.
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El formato de los foros también se utiliza en el ámbito de la cooperación, la educación o
en el de los medios de comunicación, que son algunas otras áreas en las que China está
incidiendo para proyectar su influencia en África. Ejemplos de la expansión del soft power
chino son la presencia actual de más de 50 Institutos Confucio en el continente africano,
la enseñanza del mandarín en colegios e institutos de determinados países como Kenia o
la presencia de los principales medios de comunicación chinos en África. Además, más
de 50.000 africanos estudian en universidades chinas y el Gobierno pekinés se ha
comprometido a elevar el número de becas de formación hasta más de 100.000. Los
programas de pasantías también se extienden a periodistas africanos y a líderes políticos
que se forman bajo las directrices del Partido Comunista Chino. Este acercamiento se
manifiesta claramente en el tráfico aéreo entre China y el continente africano, que ha
aumentado un 630% en la última década. Con todo ello, Pekín pretende exhibir su
modelo de gobierno y desarrollo, acreditarlo y promoverlo, luchar contra las narrativas
críticas con su política nacional e internacional y fomentar una imagen de la sociedad, la
cultura y la historia china afín a la oficial.
Para ampliar: “Así funciona el Partido Comunista Chino”, Alberto Ballesteros en El Orden
Mundial, 2019
¿Neocolonialismo a la china?
De la treintena de países africanos que algún día reconocieron a la República China —
Taiwán— hoy solo queda uno: Esuatini, la antigua Suazilandia. Esta categórica rendición
diplomática a favor de Pekín puede ser considerada un exponente claro de los beneficios
que su lógica utilitarista le aporta a China en el continente africano. Con su vigorosa
expansión, Pekín está cimentando una órbita de influencia difícilmente disputable a
largo plazo, y actualmente solo cabe esperar que las naciones africanas sean cada vez
más proclives a plegarse a sus designios. Otro ejemplo de ello es la connivencia
mostrada por los países africanos en la Asamblea General de las Naciones Unidas —en la
que suelen votar de acuerdo con China— y sobre la que existen estudios que la vinculan
con el desembolso de Ayuda Oficial al Desarrollo desde Pekín.
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Para ampliar: “Rusia en la carrera comercial por África”, Alicia García en El Orden
Mundial, 2019
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