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China en África: del beneficio mutuo a la hegemonía de

Pekín
elordenmundial.com/china-en-africa

Pablo Moral, Pablo 1 septiembre,


Moral 2019

Para el gigante asiático, África es un aliado idóneo para lograr sus ambiciones
geopolíticas a largo plazo y para el continente africano, Pekín puede ser un socio
estratégico para su desarrollo. Pero a golpe de talonario, China ha ido tejiendo en
África una influencia económica, política y cultural que está dejando al continente
africano en una posición de dependencia cada vez más acusada.

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Bandung, 1955. La Conferencia Afroasiática —precursora del Movimiento de Países No


Alineados— significó para la República Popular de China la primera oportunidad de
estrechar relaciones con las naciones africanas independientes. Por entonces, el empeño
de Pekín por fomentar la sintonía diplomática —acompañado de un nada desdeñable
desembolso en ayuda al desarrollo— tenía un claro objetivo político: ser reconocida
internacionalmente como la China legítima, en detrimento de la República de China,
confinada en la isla de Taiwán. Los réditos no tardaron en llegar: en 1971, la mayoría de

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los países africanos en la Asamblea General de las Naciones Unidas votó a favor del
Gobierno de Pekín como representante legítimo de China en la ONU, permaneciendo así
desde entonces.

Medio siglo más tarde, China aspira a convertirse en la primera economía del mundo,
mientras que África es un continente emergente con una población creciente. La
influencia de las relaciones sino-africanas ha trascendido a todos los ámbitos, tejiendo
una interdependencia cada vez más estrecha. Sin embargo, de fondo, la filosofía de
Pekín poco ha variado: África cada vez tiene más valor como aliado estratégico en las
ambiciones geopolíticas chinas. Su modelo de interacción —archiconocido por basarse,
teóricamente, en la ganancia mutua o win-win— está revelando un panorama cada vez
más asimétrico a favor del gigante asiático. Su creciente influencia económica, política y
cultural va en línea con los postulados geoestratégicos de Pekín, pero, al mismo tiempo,
cada vez deja menos espacio a la autonomía de las naciones africanas.

Para ampliar: “China en América Latina: ¿el inicio de una nueva Guerra Fría?” , Cristina
de Esperanza en El Orden Mundial, 2019

África, una solución china


La economía del gigante asiático acostumbraba a avanzar a una media del 10% anual en
las últimas décadas, y solo en los últimos años este ritmo ha comenzado a desacelerarse
paulatinamente. Lo que ha sostenido este explosivo crecimiento ha sido, principalmente,
las inversiones de carácter público y privado y las exportaciones . Particularmente desde
comienzos de siglo, las inversiones crecieron exponencialmente, hasta llegar a
sobrepasar la mitad del PIB, principalmente en el sector inmobiliario y en
infraestructuras. Pero este modelo de crecimiento plantea ciertos dilemas. En primer
lugar, necesita el aprovisionamiento constante de energía y de otros materiales para
poder llevar a cabo la materialización de los proyectos de inversión —China, a pesar de
su tamaño, es relativamente pobre en recursos naturales—. Y, en segundo lugar, hace
que el consumo quede rezagado y se generen excedentes que el mercado interno chino
no puede absorber, los cuales son, en última instancia, exportados. Por consiguiente,
para el correcto funcionamiento de este modelo se necesitan proveedores de materias
primas y mercados en el exterior que absorban la sobreproducción china. Y es aquí
cuando entra en juego el continente africano.

Con la entrada de los 2000 el modesto comercio sino-africano se disparó, coincidiendo


con la entrada de China en la Organización Mundial del Comercio. Para 2009, China ya
era el primer socio comercial de África, desbancando a Estados Unidos. En cuanto a
materias primas, China se ha convertido en el mayor importador de petróleo del mundo,
y parte del mismo lo importa, por ejemplo, de Sudán y de Angola. Alternativamente,
también se abastece de uranio para su energía, para lo cual se sirve de Namibia y Níger.
Otros recursos africanos —el hierro, el cobre, el zinc, etcétera—, provenientes de
distintos países, también han sido esenciales para mantener el buen desempeño del

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sector secundario chino. Y en plena carrera tecnológica, China se nutre del cobalto y el
coltán de la República Democrática del Congo. En total, se estima que un tercio de la
inversión china en África se destina al sector minero.

Para ampliar: “La lucha por el cobalto, clave en el futuro del transporte”, Luis Martínez
en El Orden Mundial, 2019

En los últimos años China ha desbancado a las antiguas potencias coloniales y a EE. UU. como
principal socio comercial de los países africanos.

No obstante, en la actualidad la economía china está adoptando una nueva dirección, en


la que el ahorro y la inversión van cediendo progresivamente el protagonismo al
consumo interno. Diferentes factores socioeconómicos y demográficos han propiciado
una subida en los salarios chinos, por lo que no hay tanta mano de obra barata como
antaño. Poco a poco se ha convertido en una economía de ingresos medios, con una
rampante clase media que en 2030 supondrá el 35% de la población —alrededor de 500
millones de personas—.

De ello se pueden extraer dos consecuencias fundamentales: la pérdida de


competitividad de la mano de obra china, al encarecerse; y un mayor consumo por parte
de la población china. Para satisfacer el incremento de esta demanda, que cada vez es
más sofisticada, se vuelven a necesitar más materias primas, más energía, más alimentos
y más servicios. En este panorama, África tiene, de nuevo, un rol muy importante que
jugar. En primer lugar, como proveedor de materias primas, incluyendo comida, para las
nuevas necesidades en el mercado chino. Y en segundo, al ofrecer al gigante asiático no

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solo una cantidad ingente de mano de obra barata de la que ya no dispone en
abundancia, sino también un mercado al alza de potenciales consumidores y
oportunidades de negocio.

Es por ello que China, conocida desde las últimas décadas del siglo XX por acoger parte
de la producción de países más desarrollados, al incorporarse en los escalafones más
bajos de las cadenas de valor globales, está recurriendo a la misma práctica en África
apenas unas décadas después, pero jugando el rol opuesto. Así, parte de la producción
industrial china está tendiendo a reubicarse en países con una creciente mano de obra
barata y poco cualificada como Etiopía, lo que permite al mismo tiempo dar salida a
actividades que en China van a la baja en términos relativos, como las manufacturas
ligeras o la construcción.

Salvo ciertas excepciones, una gran cuota de la exportación africana hacia China suele ser sinónimo de
una abundante riqueza mineral, por un lado, y una escasa diversificación de la economía, por otro.

África, un receptor complaciente


Por su parte, África es un continente que afronta unos desafíos cada vez más acuciantes
tanto en lo económico como en lo social. Las economías africanas siguen adoleciendo de
una escasa diversificación, lo que las hace muy vulnerables a los precios de las materias
primas y a las condiciones climáticas. La dependencia del sector primario y de las
actividades extractivas provoca que, por un lado, el empleo de la mayoría de la población
sea volátil, poco cualificado y tenga escaso valor añadido y, por otro, que buena parte de
los ingresos nacionales apenas redunde en el empleo local . No obstante, con sus
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defectos, estas economías tendrán que hacer frente a un fenómeno estructural
irreversible: el incremento de la demanda de empleo. La juventud del continente —cuya
media de edad se sitúa en los 19 años—, unido al incremento demográfico —la
población se doblará en treinta años— , hará que cada año al menos 10 millones de
africanos se incorporen al mercado de trabajo.

Lo que puede ser planteado como una grave amenaza —una perspectiva que suele
adoptarse desde Europa— también puede ser entendido como una gran oportunidad.
Bien gestionado, combatiendo las debilidades estructurales y proveyendo de
oportunidades, el crecimiento demográfico puede ser el gran acicate del desarrollo
africano —como demuestra el prometedor crecimiento de sus economías— y China,
como gran apostador del continente, es el mejor posicionado para aprovecharse de su
potencial.

Lo cierto es que el gigante asiático está contribuyendo a la necesaria diversificación de


las economías africanas, puesto que sus inversiones, además de la explotación mineral,
alcanzan las industrias, la construcción y el sector servicios. Por un lado, los puertos,
aeropuertos, carreteras, puentes, hospitales o colegios construidos por empresas chinas
posibilitan aminorar el gran déficit de infraestructuras del continente africano, una
rémora para su desarrollo e integración. Por otro lado, la incipiente deslocalización de
manufacturas chinas está promoviendo tanto la incorporación de ciertos países
africanos a las cadenas de valor globales —aunque en los escalafones más bajos— como
la creación de actividades intensivas en mano de obra que ayudan a absorber la
demanda laboral en unas ciudades en aumento. Actualmente, el sector secundario
apenas genera el 11% de los empleos al sur del Sáhara —menos de la mitad que en el
resto del mundo—, por lo que el margen de mejora es evidente. Asimismo, se estima
que entre el 80% y el 90% de la mano de obra contratada por empresas chinas en África
es natural de este continente, si bien el porcentaje baja contundentemente conforme se
asciende en la jerarquía empresarial. Además, según diversos estudios, la mayoría de
empresas chinas proveen de cierta cualificación a sus empleados. Pero lejos de la
idealización de este tipo de prácticas, la corrupción y las nefastas condiciones laborales
también son características de determinados negocios chinos en África.

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Las inversiones chinas abarcan múltiples sectores. Esta diversificación tiene que ver con las
necesidades de abastecimiento chino, pero también con las carencias de las economías africanas.

Más allá de contribuir a paliar sus carencias estructurales, otra razón por la que China se
ha erigido como el socio preferente de las naciones africanas son las facilidades
financieras que ofrece. Según el Banco Mundial, África alberga los peores países para
hacer negocios. Las deficiencias en la red de infraestructuras, la corrupción, la
anquilosada burocracia o la inestabilidad política, a priori, no alientan las inversiones
extranjeras. Pero China, a pesar del riesgo que entraña, es capaz de ofrecer unos
ventajosos préstamos a largo plazo muy adaptados a las necesidades de las frágiles
economías africanas, con el aliciente extra de que Pekín no está sujeto a reticencias
morales: ni los préstamos chinos ni su ayuda al desarrollo exigen contrapartidas de
reformas liberales, ni en el ámbito político ni en cuanto a derechos humanos. Para los
dirigentes africanos, el win-win parece, por tanto, rotundo. La población, por su parte,
tampoco se muestra mayoritariamente disconforme: casi dos tercios ve la influencia
china en su país como positiva.

Para ampliar: “China, el nuevo banquero mundial”, Gemma Roquet en El Orden Mundial,
2018

El gran proyecto chino


A pesar de las favorables cifras de comercio , las más de 10.000 empresas y 200.000
trabajadores chinos, y las crecientes inversiones —que aun así no representan ni la
mitad de lo que China invierte en Asia o Europa— en África, la economía no lo acapara
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todo: es solo la pieza que sirve de base de unas aspiraciones geopolíticas mucho más
profundas y multifacéticas. En su carrera hacia la supremacía mundial, China ha
reservado a África un lugar muy relevante de su estrategia a largo plazo, encontrando en
el continente no solo a un aliado dócil y provechoso, sino un laboratorio en el que poner
en práctica su modelo de hegemonía. En el win-win preconizado el beneficio mutuo
nunca fue sinónimo de equitativo. De hecho, resulta cada vez más evidente que la resaca
del mismo está dejando al continente africano en una posición de supeditación
económica respecto a Pekín, cuya red de influencia, que comenzó a tejerse por la
economía, sigue expandiéndose en el ámbito político, cultural y de seguridad.

La distribución de los préstamos da una idea del pragmatismo llevado a cabo por China en África:
suele invertir más en aquellos países que resultan más estratégicos para sus intereses.

Ejemplo de ello es que los generosos préstamos y los megaproyectos chinos están
haciendo que muchos países africanos estén incurriendo en una deuda pública que
difícilmente podrán devolver, por lo que muchos temen que la dependencia económica
acabe tornándose en sumisión política. Este hecho podría estar gestando un aumento de
la desconfianza hacia el gigante asiático, que, por su parte, también tiene motivos para
incrementar las precauciones. La corrupción y la incompetencia de determinados
Gobiernos africanos a la hora de gestionar los proyectos de inversión china provoca a
menudo que los costes acaben multiplicándose para Pekín, que, paradójicamente, ya ha
empezado a interesarse por la buena gobernanza en aras de prever la rentabilidad de
sus inversiones.

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Del mismo modo, otras experiencias hacen augurar que ante la falta de liquidez, el pago
de la deuda podría producirse mediante métodos alternativos más controvertidos, como
la cesión de infraestructuras estratégicas a Pekín por un determinado número de años
—ya ocurrió con el puerto de Hambantota en Sri Lanka— u otros tratos de favor. Un
control de infraestructuras que, por otro lado, ya se produce de facto en mayor o menor
medida: gestiona al menos una docena de los mayores puertos del continente.

Esta fijación china con las infraestructuras es particularmente notoria en el este del
continente africano, lo cual no es casualidad. Pekín quiere convertir al continente en una
pieza clave en su proyecto de la nueva Ruta de la Seda, que incluye un cinturón marítimo
que recorre buena parte de la costa oriental africana. Por tanto, el control estratégico de
los puertos, las buenas conexiones hacia el interior y la docilidad política de los países
receptores son vitales para asegurar la rentabilidad del gran proyecto chino. Para
apuntalar esta presencia, China ya incluso cuenta con su primera base militar en el
extranjero: la que inauguró en el enclave geoestratégico de Yibuti .

Para ampliar: “La nueva Ruta de la Seda: iniciativa económica, ofensiva diplomática”,
Sandra Ramos en El Orden Mundial, 2016

La costa oriental de África forma parte del collar de perlas chino. Una apuesta geopolítica que,
entre otros, tiene como objetivo reforzar tanto su primacía comercial como la seguridad de las
rutas marítimas.

El ámbito de la seguridad es otro de los aspectos en que se ha incidido con la


profundización de las relaciones sino-africanas. Como ejemplo, China es, de entre los
miembros permanentes del Consejo de Seguridad, el que más tropas para el
mantenimiento de la paz aporta. En aras de proteger sus intereses y estrechar lazos, en
2018 se creó el primer Foro China-África de Seguridad y Defensa, que vino a reforzar una
cooperación que incluye la formación de militares africanos en academias chinas .

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El formato de los foros también se utiliza en el ámbito de la cooperación, la educación o
en el de los medios de comunicación, que son algunas otras áreas en las que China está
incidiendo para proyectar su influencia en África. Ejemplos de la expansión del soft power
chino son la presencia actual de más de 50 Institutos Confucio en el continente africano,
la enseñanza del mandarín en colegios e institutos de determinados países como Kenia o
la presencia de los principales medios de comunicación chinos en África. Además, más
de 50.000 africanos estudian en universidades chinas y el Gobierno pekinés se ha
comprometido a elevar el número de becas de formación hasta más de 100.000. Los
programas de pasantías también se extienden a periodistas africanos y a líderes políticos
que se forman bajo las directrices del Partido Comunista Chino. Este acercamiento se
manifiesta claramente en el tráfico aéreo entre China y el continente africano, que ha
aumentado un 630% en la última década. Con todo ello, Pekín pretende exhibir su
modelo de gobierno y desarrollo, acreditarlo y promoverlo, luchar contra las narrativas
críticas con su política nacional e internacional y fomentar una imagen de la sociedad, la
cultura y la historia china afín a la oficial.

Para ampliar: “Así funciona el Partido Comunista Chino”, Alberto Ballesteros en El Orden
Mundial, 2019

¿Neocolonialismo a la china?
De la treintena de países africanos que algún día reconocieron a la República China —
Taiwán— hoy solo queda uno: Esuatini, la antigua Suazilandia. Esta categórica rendición
diplomática a favor de Pekín puede ser considerada un exponente claro de los beneficios
que su lógica utilitarista le aporta a China en el continente africano. Con su vigorosa
expansión, Pekín está cimentando una órbita de influencia difícilmente disputable a
largo plazo, y actualmente solo cabe esperar que las naciones africanas sean cada vez
más proclives a plegarse a sus designios. Otro ejemplo de ello es la connivencia
mostrada por los países africanos en la Asamblea General de las Naciones Unidas —en la
que suelen votar de acuerdo con China— y sobre la que existen estudios que la vinculan
con el desembolso de Ayuda Oficial al Desarrollo desde Pekín.

Si se unen los indicios de obediencia política con el desequilibrio económico a favor de


Pekín y la controvertida estela de opacidad sobre el incumplimiento de los derechos
humanos, el resultado es la revelación de que el impulso económico africano que facilita
China se está logrando a costa de la gestación de una nueva relación de subordinación
respecto a una potencia extranjera. Y eso, para no pocos analistas, tiene un nombre:
neocolonialismo. No obstante, más allá del cliché, es preciso considerar que la
problemática preponderancia china en África resulta mucho más compleja, puesto que
se está erigiendo de una forma más sutil, consensuada y menos paternalista que aquella
llevada a la práctica décadas atrás por los europeos. Un dominio que, por un lado, es
moralmente polémico, pero económica y políticamente lícito y, por otro, no se diferencia
mucho del ejercido por otras potencias tanto en África como en otras regiones del
mundo.

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Para ampliar: “Rusia en la carrera comercial por África”, Alicia García en El Orden
Mundial, 2019

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