Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
El discurso social, según Verón (1993) debe tener capacidad de producir sentido es lo más
importante en una sociedad. Están enmarcados en una ideología que le da sentido lo cual
significa una forma de organizar ideas, o sea la manera en la que el sujeto se sitúa en el
mundo.
Para Foucault, los discursos son un material del que parte el análisis de lo social y de lo
histórico. El sujeto hablante queda excluido, no es este quien dota al discurso de realidad y
sentido, sino que son las prácticas discursivas que crean los objetos y sujetos.
Es decir que el discurso, esta conformado por todas las conceptualizaciones, que rigen una
´sociedad en tiempo y lugar determinado y hacen que los sujetos sociales piensen y actúen
según estas conceptualizaciones y no pueden salir de ellas, ni pensar cosas diferentes a ellas.
Hasta que se produce un quiebre en ese discurso y surge un nuevo discurso que instrumenta a
la sociedad y sus sujetos bajo los parámetros discursivos que impone.
Cada época histórica tuvo su discurso, su propio relato. En la Edad Media el relato
imperante en Occidente era la FE, todo la vida social, económica y política esta inmersa en ella.
No se podía pensar en algo fuera de ella. Incluso los que renegaban de ella, adjuraban o
buscaban caminos alternativos a la fe imperante, lo hacían desde sistemas de creencias o
negaciones de la misma fe, es decir negándola o buscando alternativas, pero dentro de la
lógica de la misma fe, lo que no impide que sean perseguidos o denostados por ir en contra de
las ideas imperantes. Por ejemplo: Giordano Bruno un monje que fue quemado, por la Santa
Inquisición, por negar que la tierra era el centro del universo.
En la Edad Moderna, el relato imperante fue la Razón, todo entraba dentro de la lógica de
su funcionamiento. Ideas tan opuestas, como el Liberalismo o el Marxismo (denominados
metarelatos, como así también lo son las religiónes), comparten y fundan sus principios en la
razón y su poder de llevar adelante un proceso evolutivo de la sociedad hacia el bien de la
sociedad y los sujetos que la componen, en síntesis, hacia la felicidad. Estos discursos son
cerrados en sí mismos, es decir su lógica es encontrar las respuestas a los interrogantes,
planteos y soluciones, que se realiza la sociedad dentro de su propio discurso. Deslegitimando
totalmente cualquier otro discurso considerándolo irracional. El liberalismo por ejemplo
considera como un acto subversivo y destructivo del individuo y de la sociedad lo que plantea
el marxismo y le es imposible dialogar o comprender los planteos de este, por considerarlo
irracionales. Lo mismo plante el marxismo con respecto al liberalismo. Esto provoca que los
discursos y quienes apelan a ellos consideren un peligro para la humanidad el discurso del otro
y solo busquen su destrucción y extinción.
Las señas de identidad de la modernidad son, en gran medida, las propias de la Ilustración.
Su vigor se fundamenta en un anhelo de pensamiento universal que despunta a la razón y a la
ciencia al emanciparnos de la naturaleza, del mito y la superstición. Su firmeza se alía con los
valores derivados del individualismo, el liberalismo, el igualitarismo y la democracia, que
refuerzan una interpretación de la identidad como resultado de la acción racional técnico-
productiva.
Pensadores de la sospecha
A partir de fines del S XIX y comienzos del XX, aparecen tres pensadores que le sembraran
una gran duda sobre estos discursos modernos cerrados y completos en sí mismos. Estos
pensadores son. Friedrich Nietzsche, Karl Marx y Sigmund Freud. A estos pensadores se los
llamara los padres de la sospecha. Ya que ponen en duda, ponen bajo “sospecha” el discurso
cerrado de la modernidad, que comenzó en s XVII, se consolido con el Iluminismo y se
entronizo como uno único discurso en el S XIX. Paul Ricœur utiliza la expresión maestros de la
sospecha para referirse especialmente a las sospechas que introducen Marx, Nietzsche y Freud
en el terreno antropológico. Los tres alteran de manera significativa la visión moderna del
hombre defendida por Descartes, Kant y Hegel. Llevan a cabo una crítica del sujeto, de la idea
de hombre. Como consecuencia de su crítica, el hombre se convierte en un ser esencialmente
problemático, un enigma para sí mismo que ya no tiene referentes sólidos para definirse ni
para marcar su singularidad en el mundo.
Nietszche, será el primero que dirá que la razón no gobierna al mundo, ni es la única fuente
del accionar humano, que el devenir humano y sus acciones están signados también por
elementos que corresponden a la irracionalidad. Existe una tensión permanente entre lo
Apolieno (la razón como rectora del universo) y lo Dionisiaco (lo irracional como forma de vida
y de disfrute de la misma). En su libro “Humano demasiado humano” inicia el
desmantelamiento de la metafísica, de la razón, la muerte de Dios supone el final de la
estructura estable del ser y el acta de defunción del fundamento, desvaneciendo el mundo
trascendente, los valores dejan de depender de lo intemporal y carecen de sentido las
fórmulas morales eternas acerca del ser, el sujeto y la verdad. Describe a esta última como un
dispositivo trascendente propio de cobardes que crean una religión donde los más débiles
obligan a los más fuertes a someterse a su voluntad. Invoca al superhombre, el hombre libre
de los prejuicios racionales impuesto por la religión o las leyes que solo hace su voluntad, que
no obedece a otras normas que no sean las que el mismo se ha dado; esto es, vive creando
bellamente su propio proyecto vital. El hombre valiente debe superarse, conquistar su
“nobleza” mediante el esfuerzo y la dureza de la acción difícil.
La vida es caos, desorden, diversidad e impulso, está más próxima a Dioniso que a Apolo.
Nietzsche exalta así el impulso lúdico, de juego, de la existencia, el inagotable poder de
inventar, de construir y también de destruir: nada es verdadero, todo está permitido,
comencemos a crear. Es el momento de crear un mundo nuevo con unos valores nuevos.
Nietzsche denosta a los defensores de la racionalidad, a aquellos que admiten realidades
trascendentes y fijas, y no aceptan el sinsentido de la vida. Por el contrario, ensalza la
absurdidad y desvarío de la vida, encontrando en el no-sentido una gran fuerza liberadora. El
sentido, como voluntad de poder, es asunto del querer y no algo objetivo; es la invención
desbordante del “espíritu libre” que pone sentido donde no lo hay.
Freud compara la estructura de la conciencia con un iceberg, la parte pequeña que emerge
es el "consciente" (es decir, la parte racional, consciente; pensamientos sentimientos
recuerdos) mientras la parte sumergida es el inconsciente, es decir, una parte psíquica
enteramente desconocida para la conciencia del sujeto por la presencia de fuerzas mentales
(llamadas por Freud resistencias). La conciencia del individuo o la parte que emerge es
pequeña mientras que la mayor parte de los trabajos mentales se realizan debajo de la
superficie en completo misterio, pero hay que añadir que Freud distingue tres planos de la
conciencia: el consciente, el preconsciente y el inconsciente", lo anterior significa que el
inconsciente se fracciona en dos partes, en preconsciente y en inconsciente como tal.
Ser consciente es pues un término descriptivo que se basa en la percepción más inmediata
y segura es la misma realidad que se presenta ante los sentidos de la cual no cabe duda que
es. Llamamos inconsciente a un proceso psíquico cuya existencia nos es obligado suponer, por
cuanto deducimos de sus efectos, pero del que nada sabemos. Estamos entonces con él en la
misma relación que con un proceso psíquico de otra persona, con la sola diferencia de que es
en nosotros donde se desarrolla. Al inconsciente pertenecen las representaciones latentes, de
éstas se tiene algún fundamento para sospechar, pues se hallan instaladas en la vida anímica
como ocurre en la memoria. Anteriormente, se creía que la idea latente era así por la debilidad
y que cuando tomaba fuerza se volvía consciente; Freud cree que hay ciertas ideas latentes
que por más fuerza que tomen, nunca se volverán conscientes, es así como la parte
inconsciente se divide en dos partes: preconsciente, se denomina a las ideas latentes que
llegan a ser conscientes, e inconscientes, las ideas que no se harán conscientes por más fuerza
que tomen. Ahora bien, no se pueden separar los términos consciente e inconsciente, puesto
que afirmar uno es la negación de otro, es decir, que una idea es consciente o inconsciente,
pero no de las dos maneras al tiempo.
El sistema inconsciente se halla formado por impulsos o instintos que no llegan, que no se
separan y que actúan a la vez en cualquier condición, lo anterior indica que de ninguna
manera, se anulan entre sí, sino que consiguen conciliar un fin coexistiendo de manera
inconsciente.
En base a esto. Freud, estable una estructura de la psique: el ello, el yo y el superyó, que sin
embargo comparten funciones y no se encuentran separadas físicamente. A su vez, gran parte
de los contenidos y mecanismos psíquicos que operan en cada una de estas entidades son
inconscientes.
El yo es la instancia psíquica actuante que aparece como mediadora entre las otras dos.
Intenta conciliar las exigencias normativas y punitivas del superyó así como las demandas de la
realidad con los intereses del ello por satisfacer deseos inconscientes. Está a cargo de
desarrollar mecanismos que permitan la obtención del mayor placer posible, pero dentro de
los límites que la realidad imponga. La defensa es una de sus competencias y gran parte de su
contenido es inconsciente.
El superyó es la instancia moral, enjuiciadora de la actividad yoica, propia, para Freud, surge
como resultado de la resolución del complejo de Edipo y constituye la internalización de las
normas, reglas y prohibiciones parentales.
El tercer pensador de la sospecha, es Karl Marx, detecta el problema descubriendo que la
ideología es en realidad una falsa consciencia enmascarada por el materialismo y los intereses
económicos. La sociedad del siglo XIX vive unas circunstancias desastrosas que hay que
cambiar con urgencia. La Revolución Industrial consolida el capitalismo como sistema de
producción, y sus consecuencias son terribles: el amontonamiento en las ciudades de miles de
trabajadores con empleos realizados en condiciones infrahumanas o jornadas larguísimas
cobrando míseros sueldos. Es la explotación del ser humano para el ser humano.
Marx afirma que el motor del cambio es la economía, por lo que propone cambiar este
mundo injusto para crear un mundo nuevo de seres libres e iguales. Hay que conseguir la
igualdad social donde no existan las clases ni el Estado.
Marx engloba las ideologías o formas de conciencia en la superestructura; el concepto
incluye cualquier forma de pensamiento como ideas, imágenes, símbolos y valores. La
superestructura viene determinada por la estructura económica, que es la base real de la
sociedad. Esta se compone de las fuerzas productivas y las relaciones de producción que
surgen entre ellas. La ideología, la filosofía y la religión de un momento histórico dado son las
que corresponden a la clase dominante y tienen como finalidad mantenerla en su situación de
privilegio, justificando la estructura económica del momento (que es la relación entre
opresores y oprimidos).
Estos tres pensadores resquebrajan la modernidad, pero tendrán que pasar las guerras
mundiales, con su destrucción y genocidio, las crisis económicas que hundieron a las
sociedades en la miseria, la discriminación racial, entre otros acontecimientos de la historia
mundial que demostraban que los hombres no actuaban dentro de un marco de racionalidad,
que el desarrollo científico – tecnológico no llevaba a la humanidad hacia un desarrollo donde
se pudiera vivir mejor y alcanzar la felicidad.
En el segundo cuarto del siglo XX, irrumpe el nuevo discurso que reemplazara al discurso
moderno, este es el discurso posmodermo. Este discurso lo primero que cuestiona es la
verdad, ya no existirá una solo y única verdad como en la modernidad, un solo discurso que
legitime el acontecer y accionar de un pensamiento. A partir del surgimiento de la
posmodernidad, de implementa la aceptación de la multiplicidad de discursos, la verdad ya no
es única y universal, sino que es individual y cada individuo posee la verdad, porque parte de
su propia experiencia e interpretación de los hechos. Sus rasgos light a nivel de la cultura
cotidiana, largamente expuestos en la obra de Lipovetsky, son por demás conocidos:
abandono de las grandes utopías históricas, retorno a la privacidad y lo íntimo, cuidado del
cuerpo propio, neonarcisismo y tendencia a refugiarse en el placer personal, tolerancia,
repulsa de toda moral rígida.
En la posmodernidad todas las cosas son interpretables, el sujeto interpretativo elige lo que
le acomoda de las prácticamente infinitas posibilidades interpretativas. La interpretación es
producir suficiente entendimiento mutuo entre personas singulares como para permitir el
establecimiento de relaciones y lazos emocionales significativos.
Plantea que no hay verdad fuera del poder y vincula este concepto con el horizonte social.
Cada sociedad tiene su régimen de verdad, un determinado discurso que actúa como estándar
de la objetividad y establece los dispositivos y las instancias que estipulan lo verdadero y lo
falso. Pone en entredicho la objetividad y universalidad del conocimiento científico, al que
considera el discurso de la verdad en la sociedad capitalista, producido y custodiado por
determinadas instituciones para legitimar el poder económico y político dominante. De tal
modo, se institucionaliza el saber como instrumento de poder para priorizar las historias
oficiales. Las ciencias, bajo este juego de poder, son utilizadas para legitimar modelos
ideológicos de progreso. En consecuencia, la razón es un instrumento de dominio que más que
emancipar y liberar pretende dominar y encarcelar. La idea de que todo es ideología, conduce
a relativizar cualquier forma de conocimiento, a diluir toda diferencia entre lo verdadero y lo
falso. El conocimiento científico se presenta como un instrumento de dominio que legitima
visiones del estado de las cosas y estructura la realidad de la sociedad.
El desplome de las certezas deja al hombre abandonado, no sabe hacia donde va, se vuelve
escéptico y frívolo. La sociedad del bienestar le incomoda. Desconfía de las grandes palabras e
historias. Esta incertidumbre y hastío arrasa las ideologías, los dogmas y las militancias. Genera
una pluralidad de identidades sociales desligadas de una matriz de significación unitaria y
central. Las ideologías se neotribalizan (particularizan y atomizan) anónimamente sobre la
lógica de la identificación, como repulsa al modo en que la modernidad fuerte ha
institucionalizado la vida.
El individuo está aislado, su identidad se basa en la diferencia que lo distingue y no en la
similitud que le une al resto. Predomina la identidad por referencia a pequeños grupos que
diseñan los márgenes de expresión y entendimiento donde se desenvuelven las diferentes
comunidades emocionales. El individuo es una isla dentro del gran archipiélago social,
desconfía de los metarrelatos, transita por la contingencia de la vivencia, demanda lo singular
y consume un presente fragmentado. Vive en un mundo atomizado que reduce su capacidad
de acción al ámbito local. Se refugia en un pragmatismo subsistencial impregnado de
derrotismo, melancolía, ansiedad y esquizofrenia. Ansía vivenciar con plenitud cada instante
como signo de una verdadera reapropiación de la existencia: la verdadera libertad es la del
momento. El hedonismo, lo orgiástico y la trasgresión subliman aquella faceta social que el
modernismo enterró bajo una reglamentación instrumental de la existencia.
Este individuo dionisiaco se disipa en una cultura singular y descentrada, se ve inmerso en
una sociedad donde el individualismo extremo conduce a un abandono de la lucha social y a
un nomadismo moral. Ante un mundo sin sentido, el consumo frenético se convierte en el
placebo que nos ofrece el capitalismo tardío, pues para dinamizar sus mercados agita al
consumidor promoviendo comportamientos ansiosos y actitudes compulsivas y evanescentes.
El desenfreno consumista modifica el valor de los objetos, que aparecen como signos, sobre
todo del éxito individual.
Antidualista: Los postmodernos aseveran que la filosofía occidental creó dualismos y así
excluyó del pensamiento ciertas perspectivas. Por otro lado, el posmodernismo valora y
promueve el pluralismo y la diversidad (más que negro contra blanco, occidente contra
oriente, hombre contra mujer). Asegura buscar los intereses de "los otros" (los
marginados y oprimidos por las ideologías modernas y las estructuras políticas y sociales
que las apoyaban).
Cuestiona los textos: Los posmodernos también afirman que los textos ―históricos,
literarios o de otro tipo― no tienen autoridad u objetividad inherente para revelar la
intención del autor, ni pueden decirnos "qué sucedió en realidad". Más bien, estos textos
reflejan los prejuicios y la cultura particular del escritor.
El giro lingüístico: El posmodernismo argumenta que el lenguaje moldea nuestro
pensamiento y que no puede haber pensamiento sin lenguaje. Así que el lenguaje crea
literalmente, realidad.
La verdad como perspectiva: Además, la verdad es cuestión de perspectiva o contexto más
que algo universal. No tenemos acceso a la realidad, a la forma en que son las cosas, sino
solamente a lo que nos parece a nosotros.
Hay que pensar en la posibilidad que permite, la ruptura de discurso únicos y cerrados y la
aparición de discursos parciales, para que podamos juntarnos y en base a esos discursos
parciales podamos ir construyendo discursos que nos engloben y nos permitan convivir con el
otro validando sus aportes críticos a la realidad que se vive y entre los sujetos que
compartimos nuestros discursos ir construyendo un discurso que nos interpele a todos y nos
haga comprometernos en la transformación de la realidad, que nos lleve a la felicidad
individual y colectiva