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Se resalta la idea sobre las Políticas Culturales (públicas) en la Venezuela del siglo XXI.

 Así presentaba García Canclini (2005), desde una perspectiva integracionista, el paisaje
de las políticas culturales en los inicios del siglo. Más de una década después, no es
claro que el panorama se haya modificado sustancialmente y, fuera de las políticas la
industria televisiva y los nichos “latinos” ya fijados por la cultura global o de los
crecientes movimientos migratorios, la utópica integración cultural latinoamericana
parece construir tenazmente su actual condición histórica de espejismo. Al menos hoy,
fuera de los eufóricos circuitos globales y de retóricos discursos académicos o
institucionales, el desconocimiento entre los países latinoamericanos ha alcanzado
niveles de profundidad inéditos en el último medio siglo.

A estas alturas cabe considerar que, al menos en el caso venezolano, la política


emergente –y sus conflictivos procesos estabilizadores de empoderamiento–, valida de
un poder cada vez más compacto, subsumió los procesos de comunicación y cultura del
sector público, atándolos existencialmente a los avatares y demandas del poder político.
Ya en los años de la bonanza económica, el privilegio del costado instrumental y
utilitario del binomio comunicación/cultura, en detrimento de su potencial creativo,
crítico y transformador. Tras la debacle económica, el ámbito de las políticas culturales,
al derivar en la reducción drástica de los espacios culturales, en beneficio casi exclusivo
de la conservación de los espacios mediáticos propagandísticos, vive un punto de
quiebre de delicado y complejo retorno.

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