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Una gallina en mi biblioteca

Disparado por la lectura de Gallinas de Barrett, tuve un sueño. Surgió


entrelíneas, no tanto de un pensamiento claro sino de una molestia difusa,
ocasionada por una frase, que había pasado casi inadvertida en la primera
lectura. Luego comprobé que se trataba de la frase que da comienzo al
relato, que dice: “Mientras no poseí más que mi catre y mis libros, fui feliz.
Ahora poseo nueve gallinas y un gallo, y mi alma está perturbada”. Es
probable que haya dejado pasar lo que parecía una pequeña incomodidad
frente al enorme placer que la lectura del texto había sabido darme en su
conjunto, en el que admiré una combinación perfecta entre concepto,
síntesis y tono de comicidad.
El recuerdo del sueño, aparecido casi como una visión al rato de despertar de
una siesta, en una tarde calurosa de verano y mientras me paseaba por la
casa en ese estado del despertar en el que se anda con los pensamientos
flotando sin dirección, fue breve y contundente. Una gallina se desliza veloz
como patinando por el piso de madera y desaparece escondida entre los
libros del estante más bajo de una de las bibliotecas. Recuerdo luego
haberme visto doble. Porque se sabe, en los sueños no hay inconveniente en
que una no esté tan unificada como parece. Entonces estaba parada en el
centro de la habitación mirando hacia el lugar donde a su vez estaba también
en el suelo junto a la biblioteca dando manotazos para agarrar a la intrusa.
“El sueño puede tener la forma de la ironía”, fue lo primero que pensé. Y
también que seguro eso debía estar en Freud y que debería buscarlo. El
sueño pone en primer plano la molestia que había pasado inadvertida,
exagera la sospecha sobre la nostalgia por la felicidad perdida que se lee en
el relato, la de la coincidencia entre la vieja tranquilidad y la posesión de los
libros y la transforma –seguramente a través de sus mecanismos,
condensación, desplazamiento, pasaje a la representación en imágenes– en
ironía. La gallina, representación en el relato de la posesión y del espíritu del
mal en el mundo, invadió la biblioteca. O dicho de otro modo, los libros no
son tan ajenos a la brutalidad imperialista del propietario.
Pero hay algo más. Un detalle nada despreciable que si bien no desestima
por completo la comprensión anterior, no deja sin embargo de hacerla
tambalear aunque sea un poco y de agregarle una pincelada de inquietud. Y
es que a diferencia de las gallinas de Barrett, atadas a un árbol primero para
borrarles la memoria, aseguradas luego con un cuidadoso cerco reforzado y
en todo momento vigiladas, la gallina de mi biblioteca se mostró huidiza,
escurridiza y en definitiva, hasta el momento final del despertar –y no, como
ya se dijo, porque haya faltado el intento de encontrarla– no se dejó atrapar.

Gabriela Cardaci
Junio de 2021

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