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Más ¡oh hermosísimas mías! ¿Por qué no somos del todo perfectas como
los astros son perfectos?
Sólo una cosa nos aparta de la dignidad de los dioses: el aguijón y el
veneno que llevamos en el vientre. Y el que emplea el aguijón mata, pero
quita la vida del que mata. Sí, pues el amor no os contiene, que por lo
menos el temor os cohiba.
En cuanto a mi, prefiero morir a manos de mis enemigos que por efecto de
mi propia malicia. ¡Oh, reina!, te devuelvo mi aguijón y de mi propio veneno
haré miel.
Las obreras juzgaron y dijeron: ¿Para qué sirve la miel sin el aguijón y el
veneno? Cuanta más miel tengamos, más expuesta al robo quedará nuestra
colmena. Devolver el aguijón es hacerse cómplice del enemigo. ¿Quién no
descubre el aguijón y el veneno de la traición en las melosas palabras de
ésta? La acusada merece la muerte.
Los zánganos juzgaron y dijeron: conocemos nuestro destino, que es
perecer por el aguijón. ¿Pero quién sospecha que somos cobardes? El
amor y la muerte están ligados. Querer el uno sin la otra es contrario a la
lógica, a la costumbre y al honor. La proposición nos ofende. La acusada
merece la muerte.