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Resumen
Este ensayo realiza un balance de los argumentos y las fuerzas socialistas tomando como
referencia el que hiciera Perry Anderson a principios de los años noventa como respuesta a la
caída del Muro. El artículo repasa los acontecimientos políticos e intelectuales que desde
entonces afectaron la propuesta de una alternativa socialista. Se plantea la centralidad de la
contradicción ecológica entre capital y naturaleza para esta propuesta en la actualidad. El
proyecto socialista debe incorporar este problema en una agenda que subsuma el viejo ideario en
un movimiento socialista renovado, ecologista y plurinacional. En tanto estas demandas se
relacionen con el anticapitalismo este movimiento se relaciona con la clase trabajadora.
Abstract
This essay deploys an analysis of socialism arguments and forces based on Perry Anderson
nineties’ analysis . It examines the impact that political and intellectual major events since then
have had over the socialist alternative to capitalism. The main conclusion is that the centrality of
the ecological contradictions between capital and nature has to be put forward in a new socialist
politics. This project needs to incorporate the problem in a renowned agenda engaging the old
ideas in a new ecologist, feminist, and socialist movement. As far as these demands are related
with the struggle against capitalism these movements are linked to the working class.
A comienzos de los años noventa, quien observara de manera realista lo que sucedía
en el mundo en términos políticos e intelectuales bien podría dudar respecto a si,
treinta años después, quedaría algo de marxismo. A la luz de la debacle ignominiosa de
los “socialismo reales”, el ascenso vertiginoso del neo-liberalismo, el retroceso
cuantitativo y cualitativo del movimiento obrero y la marginalidad política de todas las
izquierdas (incluyendo aquellas que habían sido críticas de ese “socialismo real”), el
escenario de la desaparición lisa y llana de la tradición socialista, dentro de la que el
marxismo había sido sin margen para la duda la fuerza hegemónica, no podía ser
descartado. Y aún cuando la pura y simple desaparición no pareciera lo más probable,
sólo cabía imaginar en términos sombríos su futuro. En las páginas finales de Los fines
de la historia, originalmente publicado en 1992, Perry Anderson (1996) imaginó cuatro
futuros posibles para el socialismo. 1 El primero era que, andando el tiempo, se viera a las
experiencias del socialismo del siglo XX como una anomalía exótica. Anderson
establecía una analogía con las experiencias comunitarias de las misiones jesuíticas del
Paraguay. La segunda posibilidad -cuya analogía histórica eran los levellers- era que
ciertos componentes limitados de su ideario se traspasaran a otros movimientos cuyas
principales preocupaciones serían otras y cuyo lenguaje es ya muy diferente. La tercera
posibilidad -cuya analogía eran los jacobinos- implicaba una mutación y el surgimiento
de un nuevo movimiento de transformación social que reconocía su deuda con la vieja
tradición. La cuarta y última posibilidad contemplada por Anderson es que sucediera con
el socialismo algo semejante a lo que sucedió con el liberalismo: luego de un eclipse
prolongado, un resurgimiento arrollador.
Aunque sin pronunciarse de forma categórica sobre cuál alternativa sería la más
probable, parece indudable que Anderson se inclinaba por la última, al menos como
apuesta política, como orientación, como deseo. Pero no es menos innegable que
mostraba algo así como lo que Gilbert Achcar (2000) denominó “pesimismo histórico”
que el propio Anderson no reconocería como tal. Más allá de optimismos y pesimismos,
Anderson defendía un “realismo intransigente”, caracterizado por la negativa a toda
componenda con el sistema imperante, pero rechazando toda piedad o eufemismo que
puedan infravalorar su poder. Mirar la realidad cara a cara, sin consuelos bien-pensantes,
podríamos decir.
Si como fuerza política el socialismo estaba en los noventa devastado, como
tradición intelectual el marxismo no estaba mucho mejor. Fiel al realismo intransigente, a
la premisa de mirar la realidad a la cara por poco confortables que fueran las imágenes
que el espejo nos devolviera, en el año 2000 el mismo Anderson constataba.
1 El fragmento en cuestión, bajo el título de “Las imágenes en el espejo”, fue publicado en una gran
cantidad de sitios, como texto independiente.
Si esta era, grosso modo, la situación hace veinte o treinta años. ¿Cómo se nos presenta
en la actualidad?
Desde el ángulo de las organizaciones políticas, la situación de cualquiera de las
dos grandes tradiciones socialistas internacionales de masas -la segunda y la tercera
internacional- la situación es de completo descalabro. Los Partidos Comunistas abdicaron
o fue derrocados en casi todos lados. Allí donde esto no sucedió, como en China, la
deriva hacia el capitalismo fue a marchas forzadas. China es hoy un país capitalista en
toda la regla desde el punto de vista económico, acoplado a un estado policial
máximamente autoritario. Y se ha convertido en la principal locomotora de la economía
capitalista y en una de las principales usinas de la devastación ecológica planetaria. La
vieja social-democracia ha devenido en un insulso liberalismo social. En Europa
principalmente, las viejas banderas socialdemócratas asociadas al “Estado Benefactor”
han sido retomadas por los residuos de los viejos partidos comunistas, que ya carecen de
toda pretensión revolucionaria. La oleada de supuestos gobiernos pos-neoliberales en
América Latina ha sido un gran fiasco. Más allá de los fuegos de artificio retóricos
(“socialismo del siglo XXI”, “buen vivir”, etc.), la sórdida y oscura realidad ha sido un
desarrollismo capitalista basado crecientemente en el “extractivismo”, la expansión de las
mismas pautas de histeria consumista del denostado “norte global”, desastres ecológicos,
hipoteca del futuro... Todo a cambio de módicos derechos y una tibia redistribución
económica en medio de la ola pasajera de altos precios de las commodities. Una década
larga de explosión de los precios agrícolas internacionales, combinado con gobiernos
“progresistas”, sirvió para mejorar un poco las condiciones de vida de las grandes
mayorías populares, sin que casi se viera afectada la increíble desigualdad que caracteriza
a nuestra región (que es la más desigual del mundo). Los pobres eran un poco menos
pobres, pero los ricos cada vez más ricos. Pasada la coyuntura favorable, la caída de los
precios internacionales agrícolas y petroleros, junto con la llegada al poder de gobiernos
menos comprometidos con la “justicia social”, provocó que se desandara en pocos meses
lo que supuestamente se había avanzado en dos o tres lustros. Por lo demás, el
crecimiento económico -condición necesaria, se nos dice, para conseguir a lo sumo
módicas mejoras de las clases populares- está devastando el planeta. Este es un problema
acuciante en la actualidad: el crecimiento económico se parece demasiado al crecimiento
de un cáncer.
Ningún gobierno del llamado “ciclo progresista” introdujo cambios socio-
económicos equiparables ni comparables a los que en su momento introdujeron las
revoluciones rusa, china o cubana. Y su atractivo disminuyó o se eclipsó en apenas una
década. La Venezuela de Maduro se halla envuelta en una crítica situación económica y
social, además de política, que no puede ser explicada por las agresiones externas. El
gobierno de los “movimientos sociales” del MAS en Bolivia fue derrocado sin ofrecer
resistencia por un golpe de estado con apoyo masivo de sectores medios urbanos, sin que
los movimientos sociales que supuestamente gobernaba salieran a defenderlo. Más que el
gobierno de los movimientos sociales, parece haber sido el gobierno de la cooptación y
desmovilización de tales movimientos. La perfomance de Syriza en Grecia ha sido
seguramente el mayor fiasco de la historia de un gobierno de “izquierdas” en el poder, y
la deriva de Podemos en España, menos trágica y vertiginosa que la de Syriza, no ha sido
menos decepcionante: pasaron de condenar a la socialdemocracia como un proyecto
agotado y a “la casta” como la raíz de todos los males, a convertirse en socialdemócratas
y en parte de “la casta” poco después, como aliados minoritarios y subordinados en el
gobierno de Pedro Sánchez, del PSOE.
Por otra parte -y no es este un dato menor- ninguna fuerza de izquierda
revolucionaria ha podido hacer pie entre las masas ni acercarse al poder. La marginalidad
ha sido la marca de los tiempos de las fuerzas políticas verdaderamente radicales, entre
ellas las varias “cuarta internacionales”. Allí donde ha habido movimientos de masas
significativos, las demandas han sido parciales, antes que globales, orientadas a “ampliar
derechos”, antes que a subvertir el orden social. Aunque en estos terrenos acotados y
específicos se han librado grandes luchas y conquistado no pocas posiciones, las mismas
han tenido lugar dentro de los marcos de lo políticamente tolerable por el sistema, y en
términos que más que socavar su base de sustentación, más bien parecen haberla
ampliado. Como señalara recientemente Susan Watkins luego de reseñar los importantes
avances del feminismo en las últimas décadas a escala mundial: “los avances en la
igualdad de género han ido de la mano con el aumento de la desigualdad socio-
económica en la mayor parte del planeta” (2000: 9). La historia reciente del feminismo
es, de hecho, un ejemplo claro de esta situación: las corrientes más anti-capitalistas del
Y sin embargo, se mueve. Con escasa claridad política en cuanto al mundo que se quiere,
en diferentes lugares han reaparecido revueltas de masas que indican, al menos, lo que ya
no se quiere. El rechazo a una forma de vida que se torna insoportable, incluso allí donde
se consideraba que todo era “modélico”: Chile, Francia, Hong Kong. Sobran las razones
del malestar. Descontento y protestas, podemos darlo por seguro, no faltarán en el futuro.
Pero ello no significa que puedan ser orientadas en un sentido anti-capitalista. De hecho,
es tan grande la asimetría de poder material y simbólico en el mundo contemporáneo que
todos los grandes movimientos de los últimos años han sido o empantanados o
esterilizados: las primaveras árabes, los indignados españoles, el 2001 argentino, y la
lista podría seguir.
Pero hay otra no menos evidente y ya atronadora paradoja en el mundo
contemporáneo. Distintas corrientes de pensamiento, cuestionando el supuestamente rudo
determinismo o reduccionismo clasista del marxismo, insistieron en que a la explotación
de clase había que sumar, en pie de igualdad, la opresión de género y étnica. Con el
tiempo esto tendió a decantar, más que en una cierta paridad 2, en una ostensible
preferencia por las dimensiones étnico-raciales o genero-sexistas de la opresión y la
explotación. Hablar de clases pasó prácticamente a ser sinónimo de estrechez mental,
dogmatismo e incluso insensibilidad. Paradójicamente, mientras el ascenso económico de
Asia oriental (China sobre todo, pero no exclusivamente) reducía las desigualdades entre
países y estados, y mientras los avances del feminismo -sobre todo en el llamado “mundo
occidental”- achicaba la brecha de género, las desigualdades de clase se dispararon hasta
las nubes en las últimas décadas. Curiosamente, la forma de desigualdad, opresión y
explotación de la que menos se habla es la que más ha crecido en los últimos tiempos. Y
es, además, la única que no puede desaparecer sin que desaparezca el capitalismo. Por
difícil que sea de alcanzar en la práctica, no es teóricamente imposible un capitalismo sin
desigualdad de género o étnica. Pero un capitalismo sin clases es no sólo empírica sino
lógicamente imposible.
A finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX diferentes teóricos y escuelas
marxistas debatieron sobre la supuesta teoría del derrumbe del capitalismo. Hubo
2 Reclamo de paridad, por lo demás, que nunca aclaraba del todo si la paridad reclamada era ética -esto es:
conceder la misma importancia a las distintas formas de opresión- o explicativa -reclamar semejante
influencia causal en la configuración de curso macro-histórico-. Como es evidente, afirmar que el
capitalismo es la principal fuerza configuradora y re-configuradora del mundo contemporáneo, sostener
que el mismo es básicamente es un sistema organizado en torno a la explotación de clase, y que, por
consiguiente, para entender lo que sucede en la actualidad hay que estudiar las relaciones de clase, no
implica que se considere que otras formas de opresión sean menos opresivas o éticamente menos
condenables.
interpretaciones de todo tipo y para todos los gustos: a favor y en contra del derrumbe;
derrumbistas reformistas y derrumbistas revolucionarios; negadores del derrumbe desde
perspectivas revolucionarias y desde perspectivas reformistas.3 El derrumbe en cuestión
era, con todo, un proceso económico: la posibilidad, o no, de que el capitalismo pudiera
seguir su marcha económica basada en la acumulación ampliada de capitales. Estas viejas
discusiones hace rato que han salido de la agenda. Y sin embargo, la civilización
burguesa se aproxima raudamente a lo que parece un colapso o un derrumbe. El talón de
Aquiles del sistema se sitúa -para decirlo con los términos de James O'Connor (2001)- no
tanto en la “primera contradicción del capitalismo” -la contradicción capital/trabajo- sino
más bien en la “segunda”: la contradicción capital/naturaleza. El descalabro ecológico
planetario provocado por el desarrollo incesante del capital ha colocado a la humanidad a
las puertas de una situación catastrófica.
Ahora bien, desde la perspectiva de la primer contradicción -y con relativa
independencia de si se creyera o no en un derrumbe automático del sistema del capital
como consecuencia de su propio desarrollo económico- es razonable pensar que el propio
desarrollo del capitalismo generará una masa creciente y crecientemente organizada de
proletarios: la materia prima de una revolución anti-capitalista, los sepultureros del
capital, como dijo Marx. El curso histórico real no correspondió plenamente a ese
modelo. Aunque la masa de trabajadores asalariados ha crecido indudablemente a escala
planetaria, su organización y su predisposición a la lucha ha fluctuado, aunque la
tendencia a largo plazo (hasta ahora) ha sido una general integración consumista al
sistema (no sin tensiones ni estallidos) antes que la impugnación revolucionaria en el
ámbito de la producción. Mayormente, lo que se constata en las últimas décadas es un
proceso de relativa desorganización de los proletariados tradicionales de los países
centrales, no compensada por un proceso paralelo de organización y beligerancia de los
nuevos proletariados en Asia y América Latina. El ideario socialista, por lo demás, sigue
en baja.
Aunque el crecimiento económico (resultado necesario del capitalismo y
condición clave del funcionamiento “normal” capitalista a largo plazo) se ha relentizado
en los viejos países industriales, la emergencia económica de Asia oriental y sus “tasas
chinas” de crecimiento han compensado de momento la ecuación. Y, fundamentalmente,
las reformas neo-liberales y el proceso de globalización han permitido una enorme
concentración de la riqueza: la riqueza privada capitalista ha crecido en promedio muy
por encima del crecimiento económico. Superada la coyuntura excepcional de las guerras
mundiales,4 dislocada la amenaza anti-capitalista que en algún momento parecieron
catástrofes”.
5 La bibliografía al respecto es casi inagotable. A título meramente indicativo, y para citar un estudio
serio que expone con realismo y crudeza los problemas y desafíos en cuestión, pero que carece de
vinculación con el socialismo revolucionario, véase Welzer (2010).
Regresemos ahora a los cuatro escenarios posibles para el futuro del socialismo
contemplados por Perry Anderson. Si la rápida panorámica aquí brindada es válida,
entonces parecería que de los cuatro futuros posibles para el socialismo, la opción
jacobina sería la que mejor encaja si confiamos en que la crisis en curso de nuevos bríos
al socialismo revolucionario: la subsunción del viejo ideario dentro de un movimiento
renovado, ecologista, feminista, plurinacional y socialista. Sin embargo quizá lo más
adecuado sea verlo como una situación intermedia o híbrida entre la posibilidad
“jacobina” y la “liberal”. Pienso esto por varias razones. La primera es que desde sus
orígenes el socialismo tuvo un componente internacionalista y feminista. No siempre,
evidentemente, su práctica real estuvo en consonancia con sus planteos internacionalistas
y feministas teóricos. Pero no es menos obvio que ninguna de estas dimensiones le ha
sido ajena a la tradición socialista. La cuestión ecológica es de otro calado. No tuvo
ninguna centralidad en la tradición, y en este terreno hay que introducir modificaciones
mucho mayores. Pero, sin embargo, su misma universalidad hace que la cuestión
ecológica, aunque en principio podría involucrar a todos y todas, carezca de un referente
social claramente determinado (como las mujeres para el feminismo, cierta nación para el
nacionalismo, o los trabajadores para el socialismo); y esos referentes más acotados y
precisados son indispensables para una movilización y organización sostenidas en el
tiempo. Como problemática “vaporosa”, que nos concierne a todos y todas, la cuestión
ecológica es fácilmente domesticable por el capital: con políticas empresariales “verdes”,
propuestas para un Green New Deal o insulsas campañas escolares de recolección de
basura. La problemática ecológica -socialmente explosiva- sólo tendrá fuerza y
potencialidad revolucionaria cuando sea adoptada por sectores específicos
(particularmente por la clase trabajadora) y encuentre responsables fundamentales bien
determinados (la clase capitalista y su afán de lucro). Aunque ningún socialismo posible
en el futuro podría no ser ecologista, y aunque ningún socialismo deseable podría no ser
feminista y anti-racista, el enemigo esencial a abatir es el capitalismo. La fuente
fundamental de los desmanes en el mundo contemporáneo, lo que nos coloca como
En consonancia con esto, Sacristán podía afirmar sin subterfugios que “hemos de ver que
somos biológicamente la especie de la hybris, del pecado original, de la soberbia, la
especie exagerada”. Pero la biología es meramente condición de posibilidad de ciertos
desarrollos. La clave de las mismos no reside en las biológicas posibilidades, sino en las
estructuras económico-sociales que empujar en cierta dirección. En tal sentido, no es la
humana biología la causa de los presentes descomunales desequilibrios ambientales. Su
causa fundamental es el capitalismo. El desarrollo capitalista entraña, necesariamente,
desmesura. Y una desmesura potencialmente auto-destructiva de la propia especie
humana. Ante ello, Sacristán reivindicará el valor de la mesura. Apelará al desarrollo de
“una ética revolucionaria de la mesura y la cordura”. Esto es, mesura en el consumo,
mesura en la relación con la naturaleza, mesura en la producción de bienes, mesura en la
investigación y producción científico-técnica: no todo lo que puede ser producido debe
serlo. Pero -y esto conviene subrayarlo- la mesura no se contraponía al radicalismo. Al
contrario, Sacristán asumía que en términos ecológicos había que ser muy radical. Los
problemas son tales, y de tal magnitud, que no hay ni tiempo para el gradualismo ni es
sensato el reformismo. La crisis ecológica en la que se estaba sumergiendo la humanidad
era una crisis que exigiría soluciones radicales, revolucionarias. Y no es que esperara
Sacristán grandes e inminentes éxitos del movimiento obrero revolucionario. Mas bien al
contrario, en 1981 declaró sin atenuantes que se vivían tiempos de derrota, y que nadie de
su generación viviría cambios sociales progresivos. Ello no obstante, y a pesar del sólido
posicionamiento del capitalismo y del naciente neo-liberalismo, la dialéctica perversa del
desarrollo capitalista continuaría operando: el capitalismo llevaría ineludiblemente a una
situación de crisis ecológica colosal. Podía dudar Sacristán de si se hallarían soluciones a
tiempo. De lo que no dudaba es de que las soluciones, si las hubiera, tendrían que ser
revolucionarias. Vale decir, con cambio radical de las estructuras económicas y con
modificación sustantiva de las finalidades sociales. Tampoco dudó respecto a que el
Las clases trabajadoras (…) se tienen que seguir viendo como sujeto revolucionario
no porque en ellas se consume la negación absoluta de la humanidad, negación a
través de la cual vaya a irrumpir la Utopía de lo Último, sino porque ellas son la
parte de la humanidad del todo imprescindible para la supervivencia (ídem, p. 23)
La clase trabajadora debía ser vista, y tendría que verse a si misma, “como sustentadora
de la especie, conservadora de la vida”. En esta línea de pensamiento, Sacristán exploró
las opciones políticas, proponiendo desarrollar prácticas indispensables a dos niveles: el
del ejercicio del poder estatal y el de la vida cotidiana. Ambos necesarios, ambos
insuficientes sin la complementariedad del otro. Pero también aclaró:
ensoñaciones reformistas: ese posibilismo castrado de las últimas décadas que llevó a ver
con buenos ojos cualquier proyecto que fuera un poco menos que el neo-liberalismo puro
y duro. Habrá que hacer a un lado al neo-liberalismo y criticar de lleno a la verdadera
fuente de los males: el capitalismo. Habrá que volver a hablar de socialismo. Habrá que
hacer del eco-socialismo un proyecto de masas. Y habrá que volver a pensar en la
revolución.
La alternativa es aceptar la hecatombe, y que se salve quien pueda.
BIBLIOGRAFÍA
El Viejo Topo.
Sacristán, M. (2005b). Tradición marxista y nuevos problemas. En Manuel Sacristán,
Seis conferencias. Sobre tradición marxista y nuevos problemas (pp. 115-156).
Barcelona: Viejo Topo.