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Marcos 1:1-8

Mateo es un libro que esta dirigido al mundo Judío, el Antiguo Testamento


y la vida y costumbres de los Judíos, Marcos es un libro que penetra en el
mundo no-Judio especialmente el mundo Romano y lo hace muy
pertinente para para presentar al Salvador del mundo: Jesus.

Casi todo lo que describe Marcos se encuentra en Mateo y Lucas.

Marcos aparece varias veces en el libro de Hechos, donde se le presenta como “Juan, el que
tenía por sobrenombre Marcos”

Y habiendo considerado esto, llegó a casa de María la madre de Juan, el que tenía
 

por sobrenombre Marcos, donde muchos estaban reunidos orando.Y Bernabé y


Saulo, cumplido su servicio, volvieron de Jerusalén, llevando también consigo a
Juan, el que tenía por sobrenombre Marcos. (Hch. 12:12, 25)

Y Bernabé quería que llevasen consigo a Juan, el que tenía por sobrenombre
Marcos;pero a Pablo no le parecía bien llevar consigo al que se había apartado de
ellos desde Panfilia, y no había ido con ellos a la obra.Y hubo tal desacuerdo entre
ellos, que se separaron el uno del otro; Bernabé, tomando a Marcos, navegó a
Chipre, Hechos 15:37, 39)

Era sobrino de Bernabé (Col. 4:10), y la casa de su madre en Jerusalén servía como lugar
de reunión para la iglesia primitiva (Hch. 12:12). Como un hombre, según parece, joven,
Juan Marcos acompañó a Pablo y Bernabé en su primer viaje misionero (Hch. 12:25; 13:5),
pero los abandonó en Perge de Panfilia (Hch. 13:13). A causa de la falta inexcusable de
Marcos, Pablo no quiso llevarlo en el siguiente viaje (Hch. 15:37-38). El asunto provocó
tan fuerte desacuerdo entre Pablo y Bernabé que los llevó a separarse (Hch. 15:39).
Bernabé se fue con Marcos a Chipre mientras Pablo se embarcaba en un segundo viaje
misionero con Silas (Hch. 15:39-41). A pesar de haber traicionado la confianza de Pablo en
el primer viaje misionero, Juan Marcos se convirtió más tarde en un miembro valioso del
equipo ministerial del apóstol. En Colosenses 4:10-11, Pablo pidió a sus lectores que
recibieran a Marcos como uno de sus colaboradores “en el reino de Dios”, y que le había
servido de “consuelo” durante su primer encarcelamiento romano (cp. Flm. 24). Unos años
después, casi al final de su vida, Pablo pidió a Timoteo: “Toma a Marcos y tráele contigo,
porque me es útil para el ministerio” (2 Ti. 4:11). Es probable que Juan Marcos fuera
restaurado al ministerio cristiano, al menos en parte, por el respaldo de Pedro, quien como
dirigente de la iglesia en Jerusalén estaba relacionado con la casa de la madre de Marcos
(Hch. 12:12) y pudo haberle conocido a través de ella. La amistad entre Pedro y Marcos fue
tal que el apóstol se convirtió en una figura paternal espiritual para el joven, a quien se
refirió como “mi hijo” (1 P. 5:13). Si alguien entendía el proceso de restauración después
de un fracaso, era Pedro, quien fue amorosamente restaurado por Cristo después que lo
negara tres veces (cp. Jn. 18:15-17, 25-27; 21:15-17). Es indudable que la influencia de
Pedro ayudó a Marcos a vencer las debilidades y vacilaciones de su juventud, de tal modo
que pudiera llevar a cabo fielmente lo que Dios lo había llamado a hacer.mc arthur

"la especulación de Stedman",

Pero hay otro relato, en Marcos 10, que también cuentan Mateo y Lucas,
que me ha fascinado, y es la historia del joven gobernante rico.

Sea como fuere, si sucedió efectivamente algo así, justificaría la aparente


fascinación que sentía Marcos por dos de las cualidades de Jesús, acerca
de las cuales nos habla en las primeras palabras de su evangelio: "Principio
del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios" (Marcos 1:1). Jesús de Nazaret,
un carpintero, el Jesús hecho hombre, pero al mismo tiempo el Hijo de
Dios, el Divino. Marcos parece profundamente fascinado por esta
combinación: el Gobernante que muestra su habilidad para servir y el
Siervo que sabe cómo gobernar.

Por cierto, así es cómo está organizado el libro. Marcos es muy fácil de
compendiar, porque el autor nos ofrece ciertas divisiones naturales, como
veremos más adelante. Se divide fácilmente en dos mitades. La primera,
del capítulo 1 al 8, versículo 26, es el Siervo que gobierna, la autoridad del
Siervo. La segunda, desde el capítulo 8, versículo 27 hasta el final, es el
Gobernante que sirve. Leamos los primeros versículos:

Principio del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Como está


escrito en el profeta Isaías:
«Yo envío mi mensajero delante de tu faz,
el cual preparará tu camino delante de ti.
Voz del que clama en el desierto:
"Preparad el camino del Señor.
¡Enderezad sus sendas!"»
Bautizaba Juan en el desierto y predicaba el bautismo del
arrepentimiento para perdón de pecados. Acudía a él toda la
provincia de Judea y todos los de Jerusalén, y eran bautizados por
él en el río Jordán, confesando sus pecados. (Marcos 1:1-5)

El comienzo de la predicación de Juan Bautista


El lugar de la predicación de Juan Bautista

El éxito asombroso del mensaje de Juan El Bautista

que "acudía a él toda la provincia de Judea y todos los de Jerusalén", para


escucharle.

Pero, con todo y con eso, las gentes de Jerusalén y de Judea dejaban sus
ciudades, sus pasatiempos y sus placeres para darse una caminata por este
desierto tan tremendo, para oír predicar a un hombre. Es posible que
tuviesen que caminar veinte o treinta millas para poder escuchar a Juan,
pero lo hacían de buena gana, de tal modo que Marcos deja constancia,
apenas exagerando al decir

La mayoría de nosotros nos imaginamos a Juan como un hombre fuerte,


intrépido, que predicaba a todo el mundo el juicio, el tormento y la
condenación con voz de trueno, pero si hubiera sido ese la clase de
mensaje que predicó Juan nadie hubiese salido de Jerusalén con el fin de
escucharle. Nadie está interesado en escuchar a alguien que les
despedace, descubra, ataque y critique severamente. Cualquiera que
predique de esa manera no tendrá muchos que le sigan durante mucho
tiempo, y tampoco Juan predicaba de ese modo. Marcos nos dice que su
mensaje fue el principio de las buenas nuevas de Jesucristo. Algo atraía a
estas gentes de todas las ciudades, haciendo que acudiesen a una región
desierta, y lo hacían para escuchar la predicación de las buenas nuevas de
boca de este joven y vigoroso predicador.

Es evidente que Juan hablaba a una necesidad universal en sus vidas, y no


tenemos necesidad de adivinar de qué se trataba porque todavía sigue
existiendo. Sigue siendo la misma necesidad que sienten actualmente las
personas en sus corazones. Eran víctimas de un síndrome del que padece
actualmente cada ser humano. El síndrome está formado por tres
elementos: el pecado, la culpabilidad y el temor, que siempre van juntos.

¿Qué es el pecado? Bueno, básica y fundamentalmente, el pecado es


egoísmo. Cometemos pecado porque pensamos en nosotros mismos,
amándonos a nosotros mismos, luchando por lo que nos atañe,
asegurándonos de que nadie se nos adelante. Esa es la esencia del pecado,
la egolatría. Todos somos víctimas de ella, y no hay nadie que no tenga
que luchar con ese aspecto de la vida. Nos hallamos continuamente
atrapados por ella, y es la maldición que pende sobre toda la raza humana.
Fuimos creados por Dios con el propósito de ser receptáculos que
transmitiesen Su amor abierto, para que ese amor llegue a todos los que
nos rodean. Pero de algún modo eso se ha distorsionado, y ahora, en lugar
de manifestar nuestro amor a los demás, lo guardamos para nosotros, y a
los primeros que queremos es a nosotros mismos.

Y el pecado produce siempre culpabilidad. El pecado hace que no estemos


contentos con nosotros mismos. No nos gusta herir a los demás, y
sabemos que lo hacemos. Nos sentimos responsables porque vemos el
daño que hacemos a otros por causa de nuestro egoísmo, y nos sentimos
culpables por ello. Entonces aprendemos a odiarnos a nosotros mismos.
Por eso es por lo que los psicólogos afirman que el gran problema con el
que se debate la humanidad es el odio a uno mismo. Carl Menninger
escribió un libro, Man Against Himself (El hombre contra sí mismo), en el
que deja constancia de que eso es lo que hacemos: nos odiamos; no
estamos satisfechos con nosotros mismos; perdimos nuestro autoestima.
Y eso es culpabilidad.

La culpabilidad va siempre acompañada por el temor, debido a que el


miedo es la falta de confianza en uno mismo. Sentir temor es no poder ya
controlar la vida, ser conscientes de que existen fuerzas y poderes que no
podemos controlar y que a la postre acabarán por confrontarnos. No
sabemos qué hacer con esos sentimientos, de modo que huimos de ellos.
Esto es algo que sucedió incluso en el huerto de Edén. Tan pronto como
Adán y Eva pecaron se sintieron culpables, y por eso se escondieron
atemorizados. Ha sido la historia de la raza humana desde entonces. El
temor aparece, sentimos esa incertidumbre con respecto al futuro y
sentimos temor, convirtiéndonos en personas tímidas, atemorizadas por lo
que pueda pasar a continuación. Estamos todo el tiempo sobre ascuas,
temiendo que nos acepten o nos rechacen, asustados por lo que otros nos
puedan hacer y, de modo especial y finalmente, atemorizados por lo que
Dios nos va a hacer; y eso se convierte en un tormento interior superior a
cualquier otra cosa.

Uno de los lugares que he visitado en la ciudad de México es el santuario


de Guadalupe. Según la leyenda, la Virgen María se le apareció a un indio
en el siglo dieciséis y le sanó. Posteriormente el lugar se ha convertido en
un santuario de sanaciones al que acuden personas de todo México. Hay
habitaciones enteras llenas de muletas, que han sido abandonadas por
personas que se han deshecho de ellas, convencidas de que habían sido
curadas en el santuario. Puede que algunas lo fueran, pero en cualquier día
que se acuda al santuario se pueden ver a personas de rodillas,
arrastrándose a lo largo de bloques enteros sobre el suelo sucio y duro,
para poder llegar hasta el santuario. Es doloroso porque, según van
avanzando, dejan tras de sí manchas de sangre sobre el pavimento. ¿Por
qué hacer algo semejante? Porque el tormento exterior que representa
tener las rodillas cubiertas de sangre y laceradas no es tan difícil de
soportar como el tormento interior que les produce la culpabilidad y el
temor. Alguien les ha dicho que hacer eso les aliviará el tormento, y por
eso lo hacen.

Si creemos que eso es una tontería, fruto de la superstición, lo que


necesitamos es examinar algunos de los medios de los que nos valemos
para librarnos de la culpabilidad y el temor. Tenemos, por ejemplo, la
filantropía. Algunas personas intentan regalar su dinero, y conozco a
muchas personas que se han beneficiado de las conciencias culpables,
aprovechándose de personas ricas que se esforzaban por satisfacer su
sentimiento interno de culpabilidad y de temor dando dinero a una causa u
otra. También están los que se convierten en moralistas inflexibles, que se
consideran casi perfectos al tiempo que desprecian a todo el mundo por
no estar a la altura de las normas que se han impuesto a sí mismos, aunque
tampoco ellos están a la altura de esas normas; pero esa es una manera de
pagar por la culpa que sienten en su interior, por cierto, algo ampliamente
evidente en los círculos evangélicos. Eso fue lo que hizo que todas esas
personas saliesen de Jerusalén.

En aquel momento apareció un hombre, un tanto extraño, que estaba


anunciando algo. Eso era todo lo que hacía. Nunca dijo cómo funcionaba ni
por qué, sencillamente lo anunció, pero de algún modo se corrió por
Jerusalén la voz de que funcionaba, que las personas estaban encontrando
alivio. La ciudad empezó a conmocionarse al correr la noticia de boca en
boca, hasta que por fin la gente comenzó a aparecer por el desierto en
gran número para ver a Juan el Bautista, para escuchar lo que tenía que
decir y para ser bautizados por él. Un fenómeno sorprendente, ¿no es
cierto?
Ahora bien, ¿qué es lo que anunciaba que arrastraba a la gente de aquella
manera? Eso es lo que Marcos expone a continuación. Afirma que hay
cuatro cosas que forman parte del ministerio de Juan: Una, se había
anticipado en el Antiguo Testamento; los profetas hablaron de ello. Dos,
Juan apareció en un desierto, en concordancia con la promesa. Tres,
anunciaba el camino de Dios. Y cuatro, aseguraba a la gente que era
verdad con el símbolo del bautismo. Desarrollaremos cada una
individualmente.

Para comenzar, hablemos de lo que anticipa el Antiguo Testamento.


Marcos cita a los profetas, a dos de ellos, aunque sólo menciona a uno de
ellos por nombre. "Yo envío mi mensajero para que prepare el camino
delante de mí" son palabras de Malaquías (3:1a), el último libro del Antiguo
Testamento. Marcos no le menciona, cosa que a algunos eruditos les ha
molestado un tanto, por considerar que Marcos estaba equivocado y que
por ello adjudicó a Isaías algo que había sido escrito en realidad por
Malaquías. Se pueden leer cientos de páginas de argumentos sobre el
tema, pero Marcos no estaba equivocado ni era un ignorante, ni nada por
el estilo; sencillamente quería enfatizar lo que había dicho Isaías, porque lo
que dice Malaquías concuerda con lo dicho por el anterior. Por lo que
sencillamente combina lo dicho por ambos y comienza con una palabra de
Malaquías: "Yo (Dios) envío mi mensajero para que prepare el camino (del
Mesías) delante de mí". Entonces aparecen las palabras de Isaías: "Voz que
clama en el desierto, Preparad un camino a Jehová; nivelad una calzada... "
(Isaías 40:3a). Y, de acuerdo con eso, Marcos dice: "Bautizaba Juan en el
desierto y predicaba el bautismo del arrepentimiento para perdón de
pecados".

¿Por qué iba Dios a anticipar con tal fuerza esta verdad? Dios sabía que
era preciso dar un paso de preparación en los corazones de los hombres
antes de que Dios y el hombre pudiesen reunirse. Dios no se limita
sencillamente a hacer acto de presencia ante los hombres, esperando que
le reciban, porque con eso lo único que conseguiría sería darles un susto
de muerte. Por lo tanto, era necesaria cierta preparación, y para eso fue
enviado Juan, el que había de hacer la preparación, para ir delante del
Señor y preparar el camino para Él, por medio del arrepentimiento, cosa
que examinaremos en un momento.

¿Por qué estaba predeterminado que Juan había de comenzar su


ministerio en el desierto? De haber escuchado a los relaciones públicas de
esos tiempos, no se le habría ocurrido empezar en semejante sitio como el
desierto. No hay duda de que no es precisamente el sitio más indicado
para empezar un ministerio con el cual se pudiese esperar alcanzar a toda
la población, pero Dios rara vez escucha a los relaciones públicas, ni ellos a
Él, por lo que Juan comenzó su ministerio en el desierto, el peor sitio que
podría haber escogido. ¡Pero funcionó!

Dios escoge el desierto porque es un símbolo: Es simbólico de donde había


de caer el mensaje en el desierto que es la humanidad. El desierto es una
imagen de nosotros mismos, de nuestras vidas secas, vacías, áridas,
cansadas, aburridas y confusas. El otro día estaba leyendo un artículo
acerca de la separación del matrimonio formado por Richard Burton y
Elisabeth Taylor, que durante tanto tiempo habían sido considerados como
la pareja ideal, pero entonces nos enteramos de lo que realmente estaba
sucediendo. ¿Sabe usted lo que produjo la ruptura del matrimonio? El puro
y sencillo aburrimiento. Estaban aburridos, aburridos el uno del otro,
estaban aburridos de sus vidas, de tener todo lo que querían, pero de no
querer lo que tenían. Un amigo cristiano me contó acerca de un vecino
que tenía y al que hacía mucho que había conocido, un hombre muy
inteligente, que ganaba mucho dinero y tenía todo lo que deseaba, pero un
día vino, se sentó a la mesa de la cocina de mi amigo, se cubrió la cara con
las manos y dijo: "¡Dios mío, qué aburrido estoy!". Dos semanas después,
se quitó la vida. Eso es el desierto y ahí es donde vive la gente. Y ese fue el
motivo por el cual Juan apareció precisamente en el desierto, porque es el
símbolo que tiene Dios para nosotros de la esperanza que brotará, incluso
en medio del desierto de nuestra experiencia.

Entonces, Juan anunció algo de suma importancia: que el arrepentimiento


es la manera que tiene el hombre de venir a Dios y que el resultado es el
perdón de los pecados. La mayor bendición que puede recibir una persona
es que le sean perdonados sus pecados. Eso era precisamente lo que
estaban buscando aquellas personas, y eso fue lo que encontraron al salir
de Jerusalén con el fin de escuchar a Juan. Hallaron el perdón de sus
pecados, y eso lo consiguieron mediante el arrepentimiento.

Es preciso entender lo que es el arrepentimiento. Es siempre algo que


produce dos movimientos. De algún modo nos hemos criado con la idea de
que sólo debemos perdonar a las personas cuando vienen a pedirnos
perdón. Si puede usted conseguir que la persona que le haya hecho algún
daño le pida perdón, entonces la perdona. Pero ¡eso es una terrible
equivocación! Se producirían muy pocos actos de reconciliación sobre esa
base. No, el perdón es algo que se debe producir antes de que la persona
venga a nosotros.

Ahí radica la gloria del relato del hijo pródigo, ¿no es así? Regresó de un
país lejano, después de haber disipado los bienes de su padre y su propia
vida, destrozado y humillado, dispuesto a convertirse en el siervo de su
padre. Pero en el momento en que su padre le vio, abrió sus brazos, y,
antes de que el muchacho pudiese decir ni una sola palabra, se encontró
en los brazos de su padre, recibiendo sus besos y abrazos, mientras
preparaban el becerro gordo. El perdón comienza en el corazón de la
persona ofendida, encontrando una base sobre la cual, por algún motivo
que es válido para esa persona, está dispuesta a olvidar el agravio, a
absorberlo todo él mismo y olvidarlo. Porque eso es lo que significa el
perdón, olvidarlo, no mantenerlo sobre la cabeza de la persona que ha
cometido la ofensa, recordándoselo cada dos por tres, sino olvidarlo,
tratando a la persona como si nunca hubiera pasado.

La base sobre la cual Dios hace eso es la cruz de Jesucristo. Le permite la


libertad de hacerlo porque protege y conserva Su justicia, pero la base
sobre la que se nos exhorta que perdonemos es que nosotros ya hemos
sido perdonados. Ese es el motivo por el que Jesús contó la historia de un
hombre al que le había sido perdonada una enorme deuda, pero que
agarró por el cuello a otro hombre que le debía diez dólares y le dijo:
"¡Págame lo que me debes!". Jesús dice que así somos nosotros cuando no
perdonamos a los que nos ofenden. A nosotros se nos ha perdonado una
gran deuda, y sobre esa misma base debemos perdonar a otros. Ahí es
donde empieza, en un cambio de actitud en el corazón de la persona a la
que han ofendido.

Pero nunca puede tener éxito o ser completo hasta que no se produzca un
cambio de actitud en el corazón del que ofende. Es decir, debe ser
aceptado por aquel que ha ofendido. Es preciso que reconozca que
cometió una ofensa y que reconozca su culpabilidad. Eso es lo que se
llama "arrepentimiento". Es preciso cambiar de opinión, dejar de
justificarse, admitir que hizo daño, y entonces se está en condiciones de
recibir el perdón y se puede aplicar dicho perdón.

No conozco un ejemplo más claro de ese principio que el hombre que se


sienta hoy en San Clemente, cavilando, sintiendo la tragedia, torturándose,
incapaz de disfrutar el perdón que le ha sido concedido porque no está
dispuesto a reconocer que haya hecho nada malo. Por eso es por lo que
Juan predicó el arrepentimiento, porque es el lugar en el que Dios se
encuentra con el hombre.

Por eso es por lo que el profeta Isaías dijo que el mensaje de Juan sería
como un gran tractor, construyendo un camino en el desierto, para que
Dios pudiese llegar al extraño aislado en medio del desierto. Sin que haya
una carretera, no es posible adentrarse en el desierto con el propósito de
ayudar a alguien. Es preciso disponer de una carretera, de una autopista en
el desierto. Juan era precisamente el tractor de Dios, que habría de
construir esa carretera. Ya sabe usted cómo se construyen las carreteras,
exactamente como se describe en el capítulo 40 de Isaías: "¡Todo valle sea
alzado y bájese todo monte y collado! ¡Que lo torcido se enderece y lo
áspero se allane! (Isaías 40:4). Eso es lo que consigue el arrepentimiento.
Hace que se conviertan en llanuras todos los altos picos del orgullo sobre
los que nos encontramos, negándonos a reconocer que estamos
equivocados. Se introduce en aquellos aspectos de nuestra vida, en los
que nos criticamos, nos torturamos y nos castigamos a nosotros mismos, y
los eleva. Toma lo que está torcido, las mentiras y el engaño, y endereza la
situación. Hace que todo lo que es duro se vuelva fácil. ¡Dios se encuentra
ahí, en ese momento de arrepentimiento! Es una preciosa imagen, ¿no es
cierto?, y con ella Marcos enlaza la personalidad de Juan:

Juan estaba vestido de pelo de camello, tenía un cinto de cuero


alrededor de su cintura, y comía langostas y miel silvestre.
(Marcos 1:6)

¿Por qué introduciría Marcos todos estos detalles? Aquí tenemos al


fornido profeta Juan. No es precisamente la imagen de un modelo, con sus
ropas de pelo de camello, sus sandalias de cuero, y su cinto de cuero
alrededor de su cintura, bastante parecido a como vestía Elías. Y su
régimen era de lo más sencillo: langostas (saltamontes) y miel silvestre.
Esto es importante, o de lo contrario no estarían aquí. Una vez más es algo
simbólico, pero ¿qué simbolizan? La verdad es que no es posible ataviarse
con prendas más fundamentales ni alimentarse de un modo más básico de
lo que lo hizo Juan. En otras palabras, es representativo de su ministerio,
uno de principios sencillos. No es el fin; es el principio. El principio del
evangelio de Jesucristo, el Hijo de Dios, es el arrepentimiento por parte
del hombre. Ese es el lugar desde el que comenzar, y hasta la ropa y el
régimen alimenticio de Juan lo dicen claramente.

Por cierto, su régimen era equilibrado. Aquellos de ustedes que siguen las
dietas de moda reconocerán de inmediato que los saltamontes son
proteína y que la miel son carbohidratos. Por lo tanto, el régimen
alimenticio de Juan estaba perfectamente equilibrado, del mismo modo
que su ministerio era elemental, rudimentario, comenzando justo al
principio, nada complicado, sencillamente carnes y patatas. Es más, el
mismo Juan dijo que estaba incompleto:

Y predicaba, diciendo: "Viene tras mí el que es más poderoso que


yo, a quien no soy digno de desatar, agachado, la correa de su
calzado. Yo a la verdad os he bautizado en agua, pero él os
bautizará con Espíritu Santo". (Marcos 1:7-8)

Juan es muy sincero al decir: "No esperéis de mí que os dé respuestas,


aparte de lo que ya os he dicho acerca del arrepentimiento. Lo que no sea
eso, os lo tendrá que decir Otro, que viene tras de mí. Él es mucho más
importante que yo, de modo que ni siquiera soy digno de desatar sus
zapatos. [¡Y se estaba refiriendo a su propio primo!] La señal de Su
grandeza es que yo os puedo llevar al punto de la limpieza exterior, pero Él
puede hacer mucho más que eso" (Mateo 3:11, Juan 1:15). En otras
palabras, Juan podía llevar a las personas a Dios, pero no podía llevarlas
más allá, para que permaneciesen junto a Él; para eso era preciso la vida
del Espíritu Santo. Cuando Jesús viniese, les bautizaría con el Espíritu
Santo, a fin de que pudiesen vivir sobre la base que ya habían comenzado.

Una gran parte de la predicación cristiana de nuestros días sigue el mismo


orden que el ministerio de Juan, diseñado tan sólo para traer a las
personas a Dios y nada más. No les enseña cómo vivir más allá de eso, por
lo que las personas no pueden seguir adelante. No conocen nada acerca
del poder de la vida de Jesús, que está a su alcance gracias al Espíritu
Santo. Todo eso habría de suceder después de Juan.

Juan llevaba a las personas a Cristo por el único camino que podía ir el
hombre, por el del reconocimiento de su culpabilidad. Cuando las personas
vienen de este modo, Dios se encuentra con ellas, las limpia y las perdona.
Juan lo demostró por medio de su manera de bautizar; pero existe un
bautismo superior, el del Espíritu Santo. Y en el día de Pentecostés,
cuando descendió el Espíritu de Dios, nos encontramos a Pedro en pie
ofreciendo dos cosas a las personas: el perdón de los pecados y la
promesa del Espíritu. A partir de ese momento, eso es lo que Dios ha
puesto a disposición de cualquier hombre o mujer que esté dispuesta a
empezar por el principio, el lugar del arrepentimiento.

¿Se ha arrepentido usted alguna vez? ¿Ha cambiado alguna vez su modo
de pensar? ¿Ha dejado de defenderse a sí mismo y de echarle la culpa de
todo a los demás y ha dicho: "No, Señor, no son ellos, soy yo. Así es como
soy, y necesito ayuda"? Ese es el lugar en el que Dios se encontrará con
usted. Siempre se encuentra con el hombre en ese punto, limpiándole de
su culpa, liberándole y perdonándole. Ahí es donde encontrará usted el
perdón de sus pecados. Si nunca se ha arrepentido, le animo a que lo haga
ahora. Dios se encontrará con usted en ese punto. En el silencio de su
corazón, donde solo Dios puede oírle, puede usted decirle: "Señor, me
arrepiento. Señor, enviame el Espíritu Santo por medio de Jesús el Señor".
Y Él lo hará.

Si es usted cristiano y en su vida existe un área que es como un desierto, y


no sabe usted de qué modo resolverlo, ese es el lugar donde comenzar.
Arrepiéntase, reconózcalo, y Dios se encontrará con usted en ese punto y
limpiará su vida. Él no tiene palabras de condena para usted, sólo palabras
de limpieza, si se encuentra usted con Él en el punto del arrepentimiento.

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