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2131
En
Marsella
y
en
París
he
visto
hombres
orinando
en
la
calle.
Se
acercan
a
un
rincón
o
a
una
pared
y
orinan
tranquilamente.
Será
que
no
hay
suficientes
urinarios
públicos
o
que
son
caros
o
difíciles
y
lentos
de
manejar
con
monedas.
Lo
cierto
es
que
orinan
libremente
los
hombres
en
la
calle
a
cualquier
hora,
aunque
ciertas
calles
son
preferidas.
Se
les
reconoce
por
el
aroma.
En
Venezuela
no
hemos
llegado
a
ese
grado
de
civilización.
Da
pena.
Una
vez,
en
un
pueblo
del
llano,
un
hombre
que
orinaba
de
noche
en
una
plaza,
orinó
sobre
un
cable
de
alta
tensión
y
se
electrocutó.
La
corriente
eléctrica
sube
el
chorro
más
rápido
que
la
trucha
los
torrentes.
La
instalación
de
servicios
eléctricos
por
primera
vez
en
un
pueblo
o
en
un
barrio
trae
inconvenientes.
Véase
«Como
el
gato
y
el
ratón».
En
Venezuela
sí
se
hace;
pero
no
es
aceptado.
Tiene
sanción
satírica
y
hasta
policial.
En
México
me
arrestaron
porque
oriné
en
una
construcción.
Era
de
noche,
pero
dos
policías
me
vieron.
Atentado
contra
la
moral
y
las
buenas
costumbres.
Tuve
que
luchar
para
que
«me
mordieran»
en
vez
de
llevarme
a
la
comisaría.
Una
vez
mi
papá
acompañó
un
amigo
a
una
visita
corta
a
las
once
de
la
mañana.
La
visita
se
prolongó.
Mi
papá
tenía
ganas
de
orinar,
pero
aguantó
porque
según
su
educación
era
incorrecto
pedir
permiso
para
ir
al
baño
la
primera
vez
que
uno
visita
una
casa.
La
visita
se
prolongó
más;
mi
papá
aguantó
más,
hasta
que
se
le
produjo
un
espasmo
uretral
en
el
esfínter
de
la
vejiga
y
se
le
trancó
la
orina.
Tuvieron
que
llevarlo
al
hospital
y
sondearlo
además
de
darle
relajantes
musculares.
Cuando
salió
me
dijo
en
contra
de
su
precepto
anterior:
«Hijo,
cuando
tenga
ganas
de
orinar,
orine».
En
la
plaza
de
una
aldea
llanera,
el
maestro
de
escuela
leía
un
largo
discurso.
Un
burro
rebuznaba
a
menudo
y
dificultaba
la
audición.
Guzmán
exclamó:
«¡Callen
a
ese
animal!»
«¿A
mí?»
preguntó
el
maestro.
«No,
al
otro»
dijo
Guzmán.
L.
V.
D.
estaba
orinando
en
la
plaza
Bolívar
de
Caracas.
Un
policía
vino
a
arrestarlo.
Él
le
preguntó:
«¿En
virtud
de
qué
artículos
de
la
Constitución,
en
aplicación
de
qué
ley
osa
usted
perturbar
a
un
ciudadano
que
obedece
la
ley
de
la
naturaleza
mientras
deja
impunes
a
los
perros
que
hacen
lo
mismo?»
Mientras
el
policía
trataba
de
asimilar
la
pregunta,
él
terminó
de
orinar
y
se
fue
en
paz.
Me
parece
señal
de
barbarie
que
una
ciudad
no
tenga
servicios
sanitarios.
Hay
centros
comerciales
grandes
y
oficinas
públicas
con
largas
esperas
que
no
tienen
dónde
orinar.
Pesa
incluso
un
tabú
sobre
el
tema;
es
grosería
tratarlo;
es
vergonzoso
necesitar
letrina.
En
Pequín
vi
retretes
públicos
en
el
gran
parque
central.
Si
se
come
en
público,
por
qué
no
se
puede
defecar
y
orinar
en
público.
Sin
embargo,
yo
mismo
sufro
el
tabú:
los
retretes
públicos,
es
decir
a
la
vista,
sin
puerta,
sin
paredes,
me
produjeron
estitiquez
en
China.
He
observado
que
las
mujeres
muestran
menos
necesidad
de
orinar
que
los
hombres.
Cuando
paseo
o
viajo
con
damas,
tengo
que
pedir
permiso
para
cambiar
el
agua
al
canario,
mientras
ellas
se
mantienen
impasibles.
Será
por
lo
sucio
de
los
retretes
de
Venezuela.
Viajando
en
carro
por
nuestro
país,
las
mujeres,
cuando
por
fin
confiesan
necesidades
fisiológicas,
prefieren
el
campo
abierto
antes
que
los
baños
de
los
restaurantes
de
carretera.
De
ahí
viene
quizás
una
creencia
mía
absurda
y
subconsciente:
a
menudo
me
sorprendo
sorprendiéndome
porque
una
amiga
quiere
ir
al
baño.
Alguien
estúpido
en
mí
sigue
creyendo
que
las
muchachas
son,
entre
las
piernas,
como
las
muñecas
de
celuloide.
En
cuanto
a
facilidades
para
satisfacer
necesidades
fisiológicas,
la
ciudad
más
civilizada
que
he
conocido
es
Viena,
Austria:
según
la
ley
toda
familia
está
obligada
a
prestar
sus
servicios
sanitarios
a
cualquiera
que
toque
a
la
puerta
y
lo
solicite.
No
es
así,
que
yo
sepa,
en
ninguna
otra
parte.
Mi
mamá
contaba
una
anécdota
sobre
Quevedo.
El
gran
poeta,
encontrándose
en
una
ciudad
desconocida
para
él,
necesitado
con
urgencia
de
un
excusado,
entró
a
un
zaguán
y
se
satisfizo.
(No
sé
cuál
utilizó
de
«las
veinte
maneras
de
limpiarse
el
culo»
tan
brillantemente
descritas
por
él).
Estaba
terminando
de
limpiarse
cuando
salió
la
señora
de
la
casa
y
exclamó
sorprendida
e
indignada:
Señora
:
«¡Qué
veo!»
Quevedo
:
«Hasta
por
la
mierda
me
conocen»
Señora
:
«¡Pero
eso
es
mucho!»
Quevedo
:
«Quítele
un
poco»
Señora
:
«Voy
a
dar
parte
a
mi
marido»
Quevedo
:
«Si
quiere
lléveselo
todo».
Este
que
ves,
lector,
mármol
sencillo,
nos
recuerda
que
en
época
lejana,
tras
el
fragor
de
la
contienda
insana,
se
abrazaron
Bolívar
y
Morillo.
2861
En
un
baño
de
Alemania
leí
un
largo
letrero,
puesto
en
la
pared,
encima
del
tanque
de
la
poceta.
Traduzco:
«Querido
señor:
No
ensucie
este
lugar
cuando
orine.
Antes
de
dirigir
el
chorro
hacia
el
centro
un
poco
cae
fuera.
Suele
ocurrir
que
el
chorro
se
divide
porque
la
salida
de
una
uretra
ancha
se
aplasta,
se
pega
momentáneamente
en
el
centro
y
da
lugar
a
dos
canales;
en
ese
caso
es
inevitable
mojar
los
bordes
de
la
poceta
y
hasta
el
suelo
en
torno.
Es
peor
cuando
el
incircunciso
no
repliega
el
prepucio.
Aun
cuando
el
chorro
sea
uno
y
esté
dirigido
correctamente
hacia
el
centro,
pequeñas
gotas,
minúsculas
pero
abundantes,
acompañan
en
abanico
el
grueso
del
chorro
y
humedecen
todo
alrededor.
Además,
la
difundida
costumbre
de
escurrir
el
canal
urinario,
oprimiendo
el
miembro
desde
la
raíz
hasta
el
glande
o
sacudiéndolo,
hace
que
gotas
importantes
caigan
fuera.
De
todas
maneras
suele
gotear
un
poco
antes
de
ser
guardado.
Por
favor,
orine
sentado
y
enjúguese
cuidadosamente
la
punta
del
pene
con
papel
higiénico
antes
de
levantarse.
Gracias».
Copié
ese
letrero
y
se
lo
mostré
a
la
señora
Usha
cuando
regresé
a
Mérida.
«Debe
haber
sido
escrito
por
una
mujer»,
dijo,
«es
la
envidia
del
pene,
quieren
quitarle
al
hombre
el
privilegio
de
orinar
parado
y
dirigir
el
chorro».
Graffiti
en
Mérida:
Mujer
libérate:
mea
parada.
Eso
de
que
las
mujeres
orinan
sentadas
fue,
en
mi
caso,
un
conocimiento
tardío.
Tal
vez
orinaban
sentadas
en
bacinillas,
yo
nunca
las
vi;
vi
en
cambio
cuando
orinaban
en
el
patio:
se
pellizcaban
la
falda
y
la
halaban
hacia
adelante,
separaban
los
pies
y
se
oía
shuaá;
seguramente
se
chispeaban
las
alpargatas,
no
investigué.
Las
no
expertas
tal
vez
mojaban
el
fondo.
En
los
clásicos
jardines
del
palacio
de
Versalles,
cuando
las
damas
de
la
corte
real
se
paseaban,
si
alguna
percibía
el
requerimiento
interior
de
expulsar
desperdicios,
se
acercaba
al
borde
del
sendero,
se
levantaba
las
muchas
faldas
y
polleras
para
dejar
al
aire
el
aristocrático
trasero.
Un
lacayo
uniformado
le
acercaba
una
poceta
portátil
con
la
tapa
levantada;
al
retirarse
la
dama,
se
retiraba
él
también
después
de
cerrar
la
tapa.
He
ahí,
dicen
los
expertos
en
historia
de
las
monarquías,
una
de
las
causas
del
desarrollo
de
la
perfumería.
En
Haití,
me
cuenta
una
amiga
haitiana,
cuando
los
autobuses
se
paran
en
la
carretera
para
que
los
pasajeros
orinen,
se
forman
dos
círculos,
uno
a
cada
lado
de
la
vía,
el
de
los
hombres
con
derrame
hacia
el
centro
y
el
de
las
mujeres
con
derrame
centrífugo.
Está
muy
difundida
la
idea
de
que
el
pene
es
sucio
por
naturaleza.
Una
señora
me
dijo
«¿Cómo
es
posible
que
los
hombres,
después
de
orinar,
le
den
la
mano
a
uno?»
Algunos
hombres,
después
de
orinar,
se
sienten
obligados
a
lavarse
las
manos.
Pero
quizás
no
sea
por
creer
sucio
al
pene,
sino
porque
les
cae
un
poco
de
orina
en
los
torpes
dedos.
A
este
respecto,
vale
el
cuento
de
un
hombre
triste
frente
al
urinario
en
uno
de
esos
sitios
que
tienen
varios
urinarios
en
fila.
Su
vecino
le
preguntó
qué
le
pasaba.
«Necesito
orinar
y
no
puedo
sacarlo».
El
vecino
amablemente
le
bajó
el
cierre,
le
sacó
el
miembro
y
se
lo
sostuvo;
al
terminar,
se
lo
sacudió,
se
lo
guardó
y
le
subió
el
cierre.
Luego
le
preguntó
por
qué
no
podía
hacerlo
él
mismo,
alguna
parálisis
de
los
nervios
o
músculos.
«No»,
respondió
el
auxiliado,
«es
que
me
da
un
asco».
Muchos
problemas
se
evitarían
si
los
urinarios
para
hombres
fueran
más
altos.
Por
eso,
espontáneamente,
todo
hombre
orina
en
el
lavamanos.
La
urinoterapia
pudiera
aliviar
estos
problemas.
Como
nos
ha
llegado
con
el
prestigio
sagrado
de
la
India
y
con
el
ejemplo
de
grandes
gurúes,
es
posible
que
nos
reconcilie
con
los
orines.
Tal
vez
también
la
lluvia
de
oro.
En
un
viaje
a
Cúcuta,
E.
V.
visitó
una
casa
de
placer.
Cuando
concertaba
el
precio
con
la
anfitriona,
ésta
le
preguntó:
«¿Su
merced
va
a
querer
también
la
lluvia
de
oro?»
E.
V.:
«¿Qué
es
la
lluvia
de
oro?»
La
anfitriona:
«Una
miaíta
en
la
jeta».
Abandono
el
tema
y
paso
de
inmediato
al
acto:
al
fin
quedó
libre
uno
de
los
W.
C.
del
avión.
2971
Me
sentía
como
si
hubiera
estado
despertando
de
una
hipnosis.
Todos
esos
días
últimos.
No
quería
escribir.
Como
si
debiera
primero
despertar
completo.
En
este
estado
intermedio
entre
el
sueño
hipnótico
y
el
despertar,
no
tenían
fuerza
sobre
mí
las
imágenes
y
las
ideas
inducidas.
Pero,
por
otra
parte
no
veía
las
visiones
de
sobriedad
y
objetividad
que
hubieran
podido
reemplazarlas.
Lo
que
sí
estaba
claro
era
la
inautenticidad
de
todo
lo
que
había
pensado
y
sentido
y
hecho
hasta
entonces
en
mi
vida.
Estaba
en
la
frontera
de
la
realidad,
casi
entrando
y
me
parecía
que
entonces
no
se
trataba
de
otro
sueño,
como
si
el
hipnotizador
hubiera
muerto.
Pero
esta
saludable
sensación
estaba
acompañada
de
una
cierta
orfandad.
Imaginé
que
el
esclavo
manumitido
o
cimarrón
debía
sentir
nostalgia
del
amo
algunas
veces.
Esto
fue
antes
de
que
comenzara
la
investigación
sobre
los
sueños.
Este
que
ves,
lector,
mármol
sencillo,
nos
recuerda
que
en
época
cercana,
aquí
cagó,
porque
le
dio
la
gana,
el
ilustre
guerrero
Cruz
Carrillo.
Los
godos
dicen
que
cagó
amarillo;
los
liberales,
de
color
de
grana;
cagó
un
mojón
de
inusitado
brillo
y
del
esfuerzo
le
salio
una
cana.
…
con
la
turgencia
del
anón
maduro;
por
eso
la
recuerdo
cada
vez
que
maduran
los
anones.
«Si
de
ésta
escapo
y
no
muero,
no
vuelvo
a
fiestas
del
cielo»
así
decía
y
repetía
el
sapo
mientras
caía
acelerando
y
sin
paracaídas.
Había
ido
a
la
fiesta
a
lomo
de
águila;
comió,
bebió
y
bailó
hasta
dormirse
borracho;
cuando
despertó,
los
demás
se
habían
ido
todos
y
un
ángel
encargado
de
la
limpieza
lo
barrió
hacia
la
tierra
junto
con
los
desperdicios
de
la
fiesta.
3001
Fue
hace
muchos
años,
cuando
el
bolívar
era
poderoso.
Como
es
frecuente,
hubo
pleitos
entre
grupos
de
estudiantes.
Esa
vez,
por
el
uso
de
un
local
para
reuniones.
Mientras
el
asunto
se
aclaraba
y
se
resolvía,
el
Decano
me
encargó
la
custodia
de
ese
local
y
de
los
bienes
allí
colocados.
Me
entregó
las
llaves
de
la
puerta
de
entrada,
de
un
escritorio
y
de
un
estante
vitrina,
atestado
de
libros.
Al
día
siguiente
muy
temprano,
antes
de
las
siete,
me
apersoné
en
el
sitio,
abrí
la
puerta
y
entré.
Me
sorprendió
una
voz
a
mi
izquierda:
«Buenos
días,
maestro».
Volteando
vi
a
un
joven
acuclillado
en
un
rincón.
Estaba
mal
vestido,
ojeroso
y
daba
la
impresión
de
haber
dormido
ahí,
en
el
suelo,
manteniéndose
dentro
del
local
prohibido
no
sé
cómo.
«¿Quién
es
usted?»
Le
pregunté.
Él
se
puso
de
pie
y
me
dijo
con
ceremonia:
«Soy
el
conde
azul
de
otro
sol».
Algo
infantil
en
mí
se
llenó
de
perplejidad
y
maravilla.
«Abra
esa
jaula»
me
ordenó,
mostrando
el
estante
vitrina
atestado
de
libros,
rodeado
por
una
cadena
y
ésta
sostenida
por
un
gran
candado.
Le
obedecí
sin
pensarlo.
«Ahora
ayúdeme
a
llevar
esos
pájaros
a
su
carro.
No
se
han
hecho
los
libros
para
estar
enjaulados».
Le
obedecí.
En
varios
viajes
trasladamos
los
libros
todos
a
mi
carro.
Se
llenó
la
maletera
y
todo
el
asiento
de
atrás.
«Ahora
maneje
y
se
va
parando
donde
yo
le
diga,
tenemos
que
soltar
esos
pájaros»
me
ordenó
con
voz
que
no
admitía
resistencia
ni
discusión.
Le
obedecí
dócilmente,
como
en
trance.
Bajamos
por
la
Avenida
1.
En
ese
entonces
la
Facultad
estaba
en
la
parte
alta
de
la
ciudad,
casi
en
la
entrada,
junto
a
la
Plaza
del
Rector
Heroico.
Después
de
pasar
el
Hotel
Prado
Río,
frente
a
una
plaza
donde
ahora
está
la
estatua
de
Chaplin,
me
ordenó
«Párese».
Estábamos
frente
a
una
casa
cerrada.
Él
bajó
con
tres
libros
y
los
puso
en
las
ventanas
de
la
casa.
Seguimos.
En
la
siguiente
parada
puso
cuatro
libros
en
un
zaguán
y
me
mandó
a
poner
algunos
más
en
las
ventanas
y
zaguanes
de
las
casas
de
enfrente.
Así
bajamos
por
la
Plaza
de
Milla
siguiendo
por
la
Avenida
Lora.
En
la
iglesia,
en
la
casa
cural
y
en
el
convento
no
puso
nada.
En
todas
las
demás
casas
dejó
libros.
Cuando
llegamos
a
la
altura
de
la
Plaza
Bolívar,
todos
los
pájaros
habían
sido
liberados.
Entonces
él
se
volvió
hacia
mí
con
soberana
autoridad:
«Ahora
deme
diez
bolívares
para
comprar
un
chucho
de
mafafa
y
reintégrese
a
sus
actividades
ordinarias».
No
recuerdo
qué
dije
para
explicarle
al
Decano
la
liberación
de
los
pájaros.
El
marido
celoso
permitía
a
su
mujer
sólo
el
coito
anal
con
otros
hombres.
Cuando
la
encontró
aguacateada,
monto
en
cólera.
Pero
ella
lo
calmó
explicando:
«
¿Tu
no
sabes
mi
amor,
que
cuando
se
puya
un
ojo
se
agua
el
otro?».
Allá
arriba
de
aquel
cerro
tiran
bolas
de
candela;
tírenlas
o
no
las
tiren
mejor
es
la
mama
de
uno.
3511
En
París
fui
a
saludar
a
J.
P.
de
M.,
el
filósofo.
Nos
hicimos
amigos
hace
unos
cuantos
años
a
raíz
de
un
incidente
ocurrido
en
un
congreso
internacional
de
filosofía.
Me
tocó
hablar
después
de
él
y,
como
mi
ponencia
sostenía
una
tesis
distinta
a
la
suya,
me
detuve
para
refutar
sus
afirmaciones
antes
de
leer
mi
texto.
El
se
molestó
visiblemente,
se
levantó
haciendo
ruido,
estaba
rojo,
pidió
permiso
al
moderador
para
retirarse
y
salió
con
un
portazo.
Hubo
un
murmullo
de
comentarios.
Esperé
y
terminé
mi
ponencia.
El
moderador
me
pidió
disculpas
por
el
incidente
y
explicó
que
es
normal,
en
un
congreso,
contraponer
tesis
diversas.
Yo
pensé
que
había
dicho,
sin
darme
cuenta,
alguna
palabra
ofensiva
y
me
sentí
mal.
Almorcé
sin
apetito.
En
la
sesión
de
la
tarde,
para
mi
gran
sorpresa,
se
me
acercó
el
filósofo
ofendido,
J.
P.
de
M.,
y
me
pidió
unos
minutos
para
hablar
conmigo.
Nos
retiramos
a
una
oficina
cercana.
Lo
que
dijo
fue,
más
o
menos
lo
siguiente:
Le
pido
perdón
por
mi
actitud
de
esta
mañana.
No
soy
grosero
ni
descortés;
pero
no
pude
contener
mi
indignación
ante
un
latinoamericano,
representante
de
un
nivel
cultural
inferior
al
nuestro,
que
osaba
contradecirme.
En
este
punto,
yo
me
pregunté
a
mí
mismo
si
debía
darme
por
ofendido
y
actuar
en
consecuencia.
Pero
no
estamos
en
la
época
de
Rufino
Blanco
Fombona,
quien
por
lo
menos
lo
hubiera
desafiado
a
un
duelo,
ni
soy
yo
dado
a
peleas;
mi
mamá
me
enseñó
que
yo
no
soy
gallo
de
pelea.
Por
fortuna,
el
hombre
continuó
su
discurso
y
explicó
que
toda
esa
actitud
suya
había
sido
formada
por
los
propios
latinoamericanos.
Vienen
siempre
en
plan
de
discípulos
–dijo–,
repiten
pasivamente
lo
que
decimos
y
cambian
de
discurso
cuando
nosotros
cambiamos
de
moda.
Estoy
acostumbrado
a
ser
tratado
por
ellos
como
maestro,
no
como
colega
o
amigo,
o
compañero
en
la
tarea
de
pensar.
Cuando
llegué
a
casa
vi
que
su
punto
de
vista
y
su
tesis
de
usted
son
defendibles;
contrapuestos
a
los
míos,
dan
lugar
a
una
discusión
fructífera.
Lo
acepto
como
interlocutor
válido
en
igualdad
de
condiciones
y
espero
que
acepte
mi
explicación.
La
acepté
complacido.
Nos
fuimos
a
tomar
una
copa
lejos
del
congreso.
Yo,
por
mi
parte,
le
expliqué:
nuestra
actitud
de
discípulos
se
debe
a
que
somos
continuadores
de
Europa
a
distancia
y
no
hemos
formado
todavía
centros
autónomos
de
conocimiento
y
reflexión.
Nos
inclinamos
con
comprensible
respeto
ante
los
centros
europeos
de
pensamiento.
Intercambiamos
elogios
y
pasamos
a
conversar
largamente
sobre
temas
interesantes
para
ambos.
Llegada
la
medianoche
éramos
verdaderos
amigos;
habíamos
compartido
el
pan
y
la
sal
en
diversos
planos.
Desde
entonces
lo
visito
cuando
vengo
a
París
y
él
hizo
una
vez
un
viaje
expreso
a
visitarme
en
Mérida
y
conocer
mi
ciudad,
mi
región
y
mis
estudiantes.
Una
niña
de
doce
años
A
su
madre
le
pregunta
Si
la
cosa
de
los
hombres
Tiene
huesito
en
la
punta.
Y
su
madre
muerta
de
risa
La
que
a
ella
le
metieron
Era
de
carne
maciza.
3571
Antier
vi
una
presentación
del
Edipo
Rey
de
Sófocles.
Me
volvió
a
conmover
profundamente.
He
leído
esa
pieza
varias
veces
en
griego
antiguo;
la
he
estudiado
con
mis
alumnos
de
clásicas,
la
leí
con
mi
hijo
Ricardo
cuando
él
aprendía,
todavía
niño,
la
lengua
de
Sófocles.
Esa
familiaridad
con
Edipo
Rey
no
me
ha
producido
desprecio
a
pesar
de
Shakespeare
(«la
familiaridad
engendra
desprecio»
/
familiarity
breeds
contempt).
Me
confronta
con
un
misterio
y
una
maravilla
crecientes
en
densidad
y
obscuridad,
más
allá
de
lo
que
puedo
ver
con
claridad
intelectual,
más
allá
incluso
del
mito
y
del
tema
de
la
obra.
Detrás
y
debajo
de
ella
hay
un
abismo.
Esta
vez
la
pieza
fue
presentada
por
un
grupo
de
actores
europeos,
africanos
y
asiáticos.
Recordé
un
grupo
de
teatro
de
Maracaibo.
Ellos
compraron
una
casa
con
un
premio
de
lotería
que
ganaron
habiendo
adquirido
el
billete
colectivamente
y
en
petición
a
la
Chinita.
Acondicionaron
la
casa
para
teatro
y
presentaban
obras
clásicas
adaptadas
a
las
costumbres,
las
creencias
y
el
hablar
de
los
maracuchos.
Cuando
presentaron
el
Edipo
Rey
viajé
para
verlos.
La
entrada
costaba
menos
que
la
de
un
cine.
En
el
público
había
gente
sencilla,
de
poca
instrucción,
que
sin
duda
no
conocía
el
mito.
Yo
veía
sus
caras
de
asombro
ante
el
«suspenso»
para
ellos
de
la
investigación.
Yo
veía
también
mi
propio
asombro,
no
menor
que
el
de
ellos.
Cada
vez
es
como
la
primera
vez
para
mí.
Tiresias
era
un
brujo
guajiro.
El
heraldo
era
la
radio,
con
esos
alegres
locutores
que
tocan
una
campanita
para
dar
las
noticias.
El
coro,
unos
bailarines
y
declamadores
de
movimientos
y
voces
organizados
de
manera
genialmente
creadora.
La
presentación
parisina
mostraba
el
Edipo
Rey
precedido
y
seguido
por
Edipo
en
Colona,
mitad
antes,
mitad
después.
La
intención
era
generar
una
controversia
sobre
la
culpa.
Esa
intención
quedó
desbordada
y
ahogada
por
el
colosal
impacto
de
la
obra
de
Sófocles
y
por
la
maestría
de
los
actores.
El
centro
de
esta
presentación,
la
mitad
misma,
es
una
escena
que
no
aparece
en
Sófocles.
El
hijo,
después
del
asesinato
del
padre,
dialoga
amorosamente
con
la
madre,
besos,
ternura.
Declaraciones
de
afecto.
Los
demás
actores
se
sientan
de
espaldas
a
ellos
para
no
ver,
para
no
oír,
para
no
conocer
el
idílico
encuentro,
la
felicidad
prohibida
aceptada
con
inocencia
y
plena
lucidez
por
el
hijo
y
la
madre.
En
Sófocles,
cuando
la
madre
sabe
lo
que
ha
pasado
dice
«¿qué
hombre
no
ha
deseado
alguna
vez
acostarse
con
la
madre?»
La
escena
central
en
la
presentación
parisina
es
sin
duda
soñada,
sólo
en
la
inmoralidad
de
los
sueños
permiten
los
dioses
al
hombre
la
dicha.
Edipo
se
sacó
los
ojos
con
el
mismo
broche
que
se
abría
para
que
cayera
el
vestido
de
la
madre
cuando
él
la
deseaba.
Un
alumno
mío
en
Mérida,
cuando
llegamos
a
este
punto
me
dijo:
«Profesor
¿por
qué
tenía
Edipo
que
sacarse
los
ojos?
Más
bien
que
renunciara
al
trono
y
se
fuera
con
la
madre
a
otro
país
donde
la
maldición
de
su
pueblo
no
lo
alcanzara».
Parece
que
no
es
bueno
averiguar
mucho.
El
que
añade
ciencia
añade
dolor.
La
vida
es
luz
y
sombra,
cada
una
con
derecho
de
intimidad.
Al
día
lo
que
es
del
día
y
a
la
noche
lo
que
es
de
la
noche.
No
interrogues
a
los
sueños.
A
un
gran
dramaturgo
español
un
periodista
le
preguntó:
«¿Cómo
llegó
Ud.,
don
Jacinto,
a
volverse
homosexual
en
un
país
tan
machista
como
el
nuestro?»
La
respuesta:
«Así
como
usted».
El
periodista:
«¿Cómo
como
yo?»
Don
Jacinto:
«Así,
preguntandito,
preguntandito».
Latín,
tudesco,
mejicano
y
chino,
los
idiomas
que
hay,
los
que
pudiera
haber,
los
sabe
todos.
Náutica,
esgrima,
metalurgia
y
leyes,
en
todo
es
especial,
único
y
solo.
3581
En
mi
angustia,
alcé
los
brazos
hacia
Baal
Shamaim
y
Baal
Shamaim
me
habló
por
intermedio
de
adivinos
y
de
videntes,
y
Baal
Shamaim
me
dijo
«No
temas:
tú
eres
rey
por
voluntad
mía,
yo
estoy
a
tu
lado,
yo
te
defiendo,
yo
dispersaré
y
mataré
a
esos
reyes
que
han
puesto
sitio
a
tu
ciudad».
3671
Hay
quienes
duermen
sin
soñar.
Por
lo
menos
eso
dicen.
Tal
vez
no
recuerdan
haber
soñado.
Yo,
cuando
duermo,
siempre
sueño
y,
cuando
despierto,
sigo
soñando.
El
primer
plano
de
mi
atención
lo
ocupan
las
cosas
que
percibo
y
las
que
hago
pero
no
siempre
completamente
y
no
todo
el
tiempo.
Detrás
de
lo
que
veo
se
oculta
mal
lo
que
sueño.
En
general
los
hilos
de
sueño
se
entretejen
con
los
hilos
de
la
vigilia.
En
ocasiones,
claro
está,
fuertes
experiencias
de
los
sentidos
se
imponen
a
mi
atención,
situaciones
de
peligro
determinan
estados
de
alerta
intensos.
Pero
en
otras
ocasiones
lo
soñado
usurpa
el
campo
sensorial
por
completo.
Veo
sin
ver,
oigo
sin
oír,
leo
sin
entender,
camino
sin
saber
que
camino,
no
sé
lo
que
hago,
me
distraigo
incluso
del
acto
erótico
durante
el
acto
mismo
y
divago
por
comarcas
desconocidas.
Sin
embargo,
lo
normal
para
mí
es
la
presencia
simultánea
del
sueño
y
la
vigilia,
con
participación
variable
de
cada
uno.
A
veces
no
distingo
bien
y
respondo
a
una
persona
del
sueño
lo
que
me
pregunta
alguien
real.
Lo
de
real
es
dudoso;
hay
sueños
de
realidad
más
fuerte
que
lo
considerado
real.
3691
Fue
en
Valencia.
Fue
en
marzo
de
este
año
2003.
Yo
había
terminado
mis
clases
ese
día
en
un
postgrado
y
había
regresado
al
hotel
con
unos
colegas,
cuando
recibí
la
visita
de
Luna
y
Carsten
llegados
esa
misma
tarde
desde
Caracas.
Cordializamos
y
compartimos
hasta
pasada
la
media
noche.
Nos
despedimos
de
los
colegas
y
entonces
Luna
y
Carsten
me
llevaron
a
la
mezzanina
del
hotel
para
mostrarme
diapositivas
de
fotografías
tomadas
por
Carsten
durante
las
manifestaciones
de
diciembre
y
enero,
y
en
las
colas
por
gasolina.
Yo
estaba
un
poco
adormilado,
pero
cuando
comenzaron
a
aparecer
las
imágenes
en
la
pantalla
me
despabilé
completamente,
oprimido
por
un
sentimiento
de
vergüenza,
como
de
pudor
ofendido,
como
quien
sorprende
involuntariamente
la
intimidad
de
otro,
y,
paradójicamente,
como
quien
es
sorprendido
en
su
intimidad
por
la
presencia
de
un
testigo
no
esperado.
Esa
incómoda
sensación
me
molestó
con
su
ambigüedad
y
ambivalencia
durante
toda
la
presentación
de
los
centenares
de
fotografías.
Me
explico:
La
fotografía
se
caracteriza
para
mí,
entre
otras
cosas,
porque
crea
una
especie
de
realidad
paralela.
Un
velo
mágico
la
cubre.
Tiene
algo
del
recuerdo,
del
sueño
o
del
espejo.
Pero
en
este
caso
no
había
velos.
El
ojo
de
Carsten
quitó
toda
ilusión.
Las
fotos
mostraban
la
realidad
desnuda,
la
realidad
obscena
de
un
pueblo
que
actúa
sin
recato
poniendo
en
evidencia,
a
plena
luz,
sus
deseos,
sus
resentimientos,
sus
quejas,
su
ira,
su
violencia,
sus
enfermedades,
sus
llagas.
Me
dio
vergüenza
ver
todo
eso.
Me
dio
vergüenza
ser
todo
eso.
Sorprendido,
sorprendiendo.
Con
la
inmoralidad
de
la
demencia.
Ese
estado
de
ánimo
es
insostenible.
Salí
de
él
hacia
una
actitud
positiva
gracias
a
una
anécdota
clásica:
Se
cuenta
que
Heráclito,
el
filósofo
obscuro,
el
amargo,
fue
sorprendido
una
vez,
mientras
se
desnudaba,
por
amigos
que
entraron
sin
anunciarse.
Los
amigos
murmuraron
una
disculpa
y
comenzaron
a
retirarse.
Pero
Heráclito
les
dijo
«Entrad,
aquí
también
hay
dioses».
3701
Allá
por
los
años
setenta,
el
setenta
y
dos
para
ser
más
exacto,
estuve
en
Moscú.
Yo
debía
fundar,
en
Mérida,
la
cátedra
de
Filosofía
de
la
Ciencia
en
la
Facultad
de
Ciencias.
En
esa
Facultad
había
un
predominio
de
estudiantes
y
profesores
marxistas
con
fama
de
pugnases
y
agresivos.
No
siendo
yo
marxista,
me
pareció
que
fortalecería
mi
posición
si
me
presentara
con
un
estudio
de
postgrado
en
la
Universidad
Lomonósov
y
una
pasantía
en
la
Academia
de
las
Ciencias
de
la
U.
R.
S.
S.
Yo
había
aprendido
ruso
en
Barquisimeto
con
inmigrantes
rusos
y
tenía
derecho
a
un
año
sabático.
No
fue
fácil
entrar.
Me
ayudó
el
poeta
Régulo
Burelli
Rivas
para
entonces
embajador
de
Venezuela
en
Moscú.
Me
ayudó
también
la
gentileza
del
Presidente
de
la
Academia
de
las
Ciencias
y
la
cordialidad
del
Decano
de
la
Facultad
de
Filosofía
de
la
Lomonósov.
Gentileza
y
cordialidad
estimuladas,
sin
duda,
por
la
diplomacia
del
poeta.
Yo
dije
que
había
conocido
cuarenta
formas
de
marxismo
en
Latinoamérica
y
quería
saber
cuál
era
la
correcta,
la
ortodoxa,
la
oficial.
Ese
número
cuarenta
no
era
literal;
quería
decir
varias,
más
de
una.
Así
lo
entendió
el
Decano
(los
rusos
tienen
un
sentido
del
humor
parecido
al
nuestro)
y
me
anunció
que
allá
iba
a
conocer
otras
y
especialmente
la
cuarenta
y
uno.
En
el
curso
del
estudio
vi
que
no
había
mucho
progreso
sobre
Mach
y
Avenarius.
Cuando
me
presenté
en
Mérida
investido
con
los
prestigios
de
mi
viaje,
descubrí
con
asombro
y
decepción,
que
mi
estadía
moscovita
no
me
confería
ni
gloria
ni
autoridad:
los
estudiantes
y
profesores
marxistas
se
habían
mudado
para
el
M.
A.
S.
en
la
fase
virginal
y
núbil
del
socialismo
a
la
venezolana.
Pero
no
hubo
problema.
Conocí
a
estudiantes
y
profesores
de
clara
inteligencia,
severa
disciplina
académica
y
ejemplar
responsabilidad
social.
3761
Viví
en
las
residencias
estudiantiles
de
la
Universidad
Lomonósov.
Allí
me
entrevistó
un
alto
funcionario
del
régimen.
Mi
caso
era
extraordinario.
Lo
ordinario
es
que
se
llegara
allá
por
intermediación
del
partido
comunista
o
compañeros
de
ruta.
Recuerdo
algunas
de
las
preguntas
y
mis
respuestas.
Ejemplo:
¿Qué
le
ha
gustado
más
en
la
conducta
de
la
gente
soviética
en
la
calle?
Dije
que
me
había
impresionado,
entre
otras
cosas,
la
venta
de
kvas
en
la
calle,
muy
parecida
a
la
venta
de
chicha
en
Venezuela,
y
sobre
todo
que
usaran
el
mismo
vaso,
uno
solo,
para
todos
los
consumidores,
y
sin
lavarlo.
Dije
también
mi
interpretación
de
esto
último:
La
salud
en
la
U.
R.
S.
S.
es
un
bien
colectivo;
no
hay
clases,
unas
enfermas
otras
sanas,
unas
limpias
otras
sucias;
por
lo
tanto
se
puede
compartir
un
vaso
sin
temores
higiénicos,
como
en
el
seno
de
una
familia
o
entre
amigos
íntimos.
El
alto
funcionario
no
aplaudió
mi
interpretación.
Se
indignó
y
dijo
con
ira:
«Esa
gente
no
quiere
obedecer
las
normas,
y
tanto
que
se
les
ha
dicho
y
hasta
penalizado».
Otro
ejemplo:
«¿Qué
le
ha
llamado
la
atención
en
cuanto
a
las
instalaciones
educativas?»
Respuesta
:
El
Parque
de
Cultura;
esa
exposición
pedagógica
de
las
verdades
científicas;
el
funcionamiento
de
los
diferentes
aparatos
del
cuerpo
humano,
los
movimientos
del
sistema
solar,
la
estructura
de
los
artilugios
tecnológicos,
la
vida
de
las
plantas
y
de
los
animales
adaptada
a
su
ambiente
ecológico,
etc.,
etc.
Todo
escenificado
de
manera
clara
y
agradable
como
alimento
sanador
del
alma
humana
cuyo
problema
principal
es
la
ignorancia.
Ante
esta
respuesta
mía,
el
alto
funcionario
me
invitó
a
ir
de
inmediato
a
ese
parque,
pues
le
parecía
que
yo
no
era
buen
observador.
Fuimos.
Nos
paseamos
por
esas
instalaciones
impecablemente
limpias,
bien
mantenidas
y
organizadas
con
eficiencia.
¿Qué
observa?
Preguntó
repetidamente.
Yo
repetía
los
mismos
comentarios
elogiosos
ampliándolos.
Él
insistía
en
la
pregunta.
Yo
me
rendí.
Él
:
¿No
ha
observado
que
aquí
no
hay
nadie,
excepto
escolares
con
sus
maestros?
En
efecto,
yo
había
estado
atento
siempre
a
lo
expuesto
y
no
a
la
gente.
Reconocí,
era
ciertamente
asombroso
que
no
hubiera
adultos.
Venga
ahora,
me
dijo,
para
que
vea
a
los
adultos.
En
los
jardines
del
parque,
sobre
el
bien
cuidado
césped,
había
muchos
hombres,
en
pequeños
grupos
dispersos,
acostados
sobre
la
grama.
Vodka,
me
dijo
el
alto
funcionario,
vodka
es
lo
único
que
les
interesa
en
el
tiempo
libre.
No
se
imagina
Ud.
lo
difícil
que
es
educar
a
un
pueblo.
Hasta
hoy
en
día
siento
admiración
por
ese
alto
funcionario.
No
quiso
«venderme»
su
país
con
mentiras;
no
me
ocultó
las
dificultades
del
régimen;
me
demostró
así,
en
el
curso
de
toda
la
conversación,
un
respeto
a
mi
inteligencia,
un
respeto
que
yo
tal
vez
no
merecía.
Simón
Bolívar
nació
en
Caracas,
se
hecho
tres
peos
y
mato
cien
vacas.
3821
En
Rusia
fui
invitado
a
banquetes.
Recuerdos
del
primer
banquete.
Ante
todo
se
brindó
por
Venezuela
¿Cómo
hacía
yo
para
no
brindar?
Luego
se
brindó
por
la
Unión
Soviética
¿podía
yo
negarme?
Entonces,
se
brindó
por
la
amistad
entre
nuestros
dos
países
y
por
mi
presencia
allí
como
señal
de
esa
amistad
¿iba
yo
a
decir
que
no
brindaba?
Yo
estaba
a
punto
de
perder
el
conocimiento,
yo
que
no
tengo
«cultura
etílica»
como
dice
Mireya
Krispin,
entonces
comencé
a
fingir.
Cuando
se
brindó
por
la
amistad
entre
todos
los
pueblos
de
la
tierra
pedí
permiso
para
ir
al
baño,
incapaz
ya
de
gobernar
el
estómago.
En
otro
banquete
observé
que
los
rusos
se
comían
una
enorme
cucharada
de
mantequilla
antes
de
comenzar
con
los
brindis.
Hice
lo
mismo,
pero
no
me
valió
de
mucho.
En
otro
banquete,
ya
sin
brindis,
el
anfitrión
me
explicó
que
los
hombres
se
tomaban
una
botellita
de
vodka
como
aperitivo;
las
mujeres
no,
su
parte
la
tomaba
el
caballero
acompañante.
¡Encontré
ahí
la
solución
a
mi
problema!
Declaré
que
era
una
mujer
barbuda
travestida
y
rogué
que
un
galante
caballero
se
tomara
mi
parte.
Fui
a
un
matrimonio
en
un
Koljós.
La
ceremonia
era
muy
parecida
a
la
religiosa,
sólo
que
en
este
caso
el
presidente
del
Koljós
leía
en
un
librito
citas
de
Lenin.
Después
vino
el
banquete.
La
mujer
barbuda
se
sorprendió
al
escuchar
la
palabra
«gorca»
escandida
con
fuerza
por
toda
la
concurrencia.
«Gorca»
significa
«amargo».
Los
novios
debían
besarse
para
endulzar
la
reunión.
Se
besaron.
Al
poco
tiempo
recomenzó
el
grito
escandido
«gorca,
gorca».
Otra
vez
se
besaron.
Había
una
exigencia
de
mayor
dulzura
en
los
besos.
Al
final
del
banquete,
a
los
novios,
después
de
tanta
dulzura
(se
llegaba
a
extremos),
no
les
quedaba,
me
imagino,
miel
para
la
luna.
Miniatura
del
bosque
soberano
y
mensajera
del
vergel
y
el
viento
va
y
viene
como
lo
hace
el
pensamiento
en
la
colmena
del
cerebro
humano.
En
uno
de
los
pasillos
de
la
enorme
residencia,
una
linda
muchacha
me
pidió
prestado
mi
bolígrafo.
Yo
esperando.
Al
rato
me
lo
devolvió
y
se
fue
corriendito.
Cuando
lo
iba
a
enganchar
en
el
bolsillo
de
la
camisa,
no
entraba.
Me
puse
a
verlo.
Un
papelito
doblado
varias
veces
hacía
obstáculo,
acuñado
bajo
el
ganchito.
Lo
saqué,
lo
abrí.
Era
una
invitación.
Indicaba
piso,
habitación,
hora;
ese
mismo
día.
Ni
corto
ni
perezoso
a
las
nueve
de
la
noche,
como
indicado,
me
presenté.
Había
varios
jóvenes,
muchachos
y
muchachas.
Me
sirvieron
vodka
y
pepinos
en
vinagre.
No
recuerdo
bien
lo
que
pasó
en
esa
habitación,
pero
al
día
siguiente,
yo,
que
había
estado
nervioso
todos
esos
días,
me
desperté
serenito.
3851
En
un
paseo
por
las
calles
de
Moscú,
vi
a
un
hombre
parado
en
actitud
hierática
con
el
puño
izquierdo
sobre
el
pecho,
el
pulgar
extendido
hacia
arriba.
Fingí
mirar
una
vitrina
para
observarlo.
Entonces
se
detuvo
otro,
levantó
el
índice
de
la
mano
derecha
hacia
el
cielo
y
se
quedó
parado
en
actitud
hierática.
El
primero
extendió
el
índice.
Luego
se
detuvo
otro,
hizo
lo
mismo
que
el
segundo.
El
primero
extendió
también
el
dedo
medio.
Intrigado
por
esa
escena
y
curioso,
me
acerqué
yo
también,
señalé
el
cielo
y
adopté
una
actitud
hierática.
El
primer
hombre
extendió
el
anular.
Vinieron
otros.
Al
llegar
a
seis,
el
primer
hombre
se
puso
el
puño
derecho,
pulgar
extendido,
sobre
la
mano
izquierda
ya
completamente
extendida.
Cuando
llegamos
a
diez,
el
primer
hombre
extendió
la
mano
izquierda
abierta
hacia
arriba;
a
la
altura
del
plexo
solar,
y
cada
uno
depositó
allí
un
rublo.
Yo
también.
El
hombre
entró
velozmente
a
una
tienda
que
estaba
enfrente
y
salió
con
un
litro
de
vodka.
Formamos
un
círculo
y
la
botella
circuló.
Cada
uno
la
alzaba,
glu
-‐
glu
-‐
glu
y
se
la
pasaban
al
siguiente,
de
izquierda
a
derecha.
Yo
también.
Vaciada
la
botella,
cada
quien
siguió
su
camino.
Yo
no.
Largo
rato
me
quedé
allí
pensando
en
el
origen
de
las
religiones
y
de
las
sociedades
secretas.
Sobre
la
tierra
la
palma,
sobre
la
palma
los
cielos,
sobre
mi
caballo
yo,
y
sobre
yo
mi
sombrero.
3881
Al
infierno
homérico,
al
que
está
en
el
interior
de
la
tierra,
se
baja
por
un
camino
de
letras.
Escalinatas,
estrechos
senderos
al
lado
de
barrancos.
Pasos
de
K
a
Ch,
de
l
a
ll,
de
n
a
ñ,
de
i
a
y,
de
r
a
rr,
de
v
a
u
y
a
w,
de
s
a
j.
Las
lluvias,
la
sequía,
la
migración
de
los
pastores.
Perséfone.
Un
toro
blanquecino
quisiera
ser,
para
tomarte
finamente
cuando
vayas,
flor,
a
recoger
mil
flores.
Y
cuando
entres
a
la
vaca
ficticia.
Dédalo
convertido
en
laberinto,
Dédalo
en
vuelo.
No
te
acerques
al
sol,
Faetón,
es
un
carro
prestado.
Ni
tú,
Ícaro.
Es
carro
alquilado
y
caro.
Se
fue
Penélope,
se
fueron
los
pastores
con
sus
ganados
tratando
en
vano
de
alcanzarla.
Pero
tú,
canta,
Florentino.
Hazla
florecer
de
nuevo.
Baja
por
el
camino
de
las
letras
orales.
Hechiza
a
Caronte
y
al
perro.
Sirio
no
está
en
contra,
pero
necesita
tu
música,
la
cotiza
para
vender
su
luz.
3911
En
Mérida
hay
un
médico
que
fabrica
vodka.
Él
y
varios
colegas
de
él
recomiendan
tomar
vodka
como
la
mejor
bebida
alcohólica
y
me
la
han
prescrito
a
mí
como
medicina,
antes
de
acostarme
en
la
noche,
para
facilitar
la
buena
marcha
de
todas
las
funciones
del
cuerpo
y
del
alma.
Me
habrán
creído
necesitado
de
esa
facilitación.
Ellos,
por
su
parte,
proceden
a
la
facilitación
también
durante
el
día.
En
el
mercado
se
consigue
vodka
polaco,
vodka
finlandés,
vodka
canadiense
y
a
veces
vodka
ruso.
Ellos
recomiendan
el
de
más
alto
grado
y
sin
añadidos.
Nada
de
sabor
a
limón
por
ejemplo.
No
aprueban
el
método
de
tomar
tequila
aplicado
al
vodka,
pero
reconocen
las
ventajas
del
pataleo
voluntario
para
acusar
el
regaño
y
facilitar
la
distribución
rápida
en
todo
el
organismo.
En
Rusia
los
hombres
se
besan
en
la
boca
para
demostrar
cordialidad.
El
primer
ruso
que
me
besó
era
grande
y
fornido;
un
beso
muy
húmedo,
me
pareció
que
era
de
lengua.
Me
recuerdo
a
mí
mismo
sacando
discretamente
un
pañuelito
para
escupir
y
limpiarme
los
labios.
Me
imagino
lo
que
sentirán
las
mujeres
cuando
uno
las
besa
con
la
boca
llena
de
miche
y
tabaco.
Yo
le
pregunté
a
Don
Manuel,
el
violinista
de
un
campo
de
Mérida,
si
al
él,
gran
comedor
de
chimó,
no
le
importaba
besar
a
las
muchachas
con
besos
de
chimó,
o
si
a
ellas
no
les
molestaba
ese
sabor
de
la
saliva.
Don
Manuel:
¡Qué,
yo,
cómo
se
le
ocurre!
Los
que
hacen
esas
porquerías
son
los
gringos
en
las
películas.
Yo
:
Pero,
Don
Manuel,
¿Ud.
entonces
que
es
tan
enamoradizo
no
besa
a
las
muchachas?
Don
Manuel:
Sí
las
beso;
pero
en
otra
boca,
y
ahí
sí
les
gusta.
3931
En
Moscú,
en
esa
época,
no
sé
si
ahora
también,
los
cines
tenían
intermedio.
Se
interrumpía
la
película
en
la
mitad
y
la
gente
salía
al
salón
de
entrada
donde
una
orquesta
tocaba.
Yo
iba
a
un
cine
pequeño
de
barrio.
Allí
se
cordializaba
en
el
intermedio.
A
mí
me
preguntaban
de
todo
y
me
decían
de
todo.
Nunca
he
experimentado
tanta
fraternidad
auténtica.
A
la
salida
de
una
película,
un
hombre
se
ofreció
para
acompañarme
a
casa.
Acepté.
El
hombre
sacó
una
botellita
de
vodka
y
me
brindó.
Me
tomé
un
trago
a
pico
de
botella.
Cuando
llegamos,
la
conversación
estaba
tan
interesante
que
yo
me
ofrecí
para
acompañarlo.
Llegados
a
su
casa,
él
consideró
que
no
era
prudente
para
mí
regresar
solo
porque
podía
extraviarme
y
me
acompañó.
Me
acordé
de
Barquisimeto:
Después
de
jugar
dominó
en
la
trastienda
de
una
pulpería,
diagonal
con
el
parque
infantil,
hasta
media
noche,
yo
acompañaba
a
Parrita
a
su
casa
cerca
del
parque
Ayacucho
y
después
él
me
acompañaba
a
mí.
Repetíamos
esa
marcha
varias
veces
por
las
calles
solitarias,
bajo
la
luna
o
bajo
las
estrellas.
Al
día
siguiente,
un
bajo
funcionario
del
régimen
fue
a
buscarme
a
la
hora
de
almorzar
y
me
preguntó
qué
negocio
(utilizó
la
palabra
inglesa
business)
tenía
yo
con
el
camarada
Alexiei
Ivanovich
Goncharov,
así
se
llamaba
el
amable
acompañante
mío
de
la
noche
anterior.
No
aceptó
mi
explicación:
nos
conocimos
en
el
cine
y
entablamos
amigable
conversación
después
de
la
película
y
nos
acompañamos.
No,
pero
¿qué
negocio
tiene
Ud.
con
él?
No
tengo
ningún
negocio
con
él.
Entonces
¿por
qué
pasó
tanto
tiempo
con
él?
En
mi
país
puede
uno
hablar
largamente
con
un
desconocido
y
de
esa
manera
pueden
formarse
grandes
amistades.
Sí,
pero
¿qué
negocio
tiene
Ud.
con
él?
Tuve
que
llamar
al
alto
funcionario.
Me
había
dejado
su
teléfono.
El
bajo
funcionario
me
soltó
a
disgusto,
no
sin
advertirme
que
no
debía
entrar
en
conversación
con
desconocidos
si
no
tenía
algún
business
legítimo
entre
manos.
4001
Mi
amor
por
Rusia
comenzó
en
la
adolescencia
en
Barquisimeto.
Comenzó
y
creció
con
la
lectura
de
autores
rusos
del
siglo
XIX.
Dostoievski,
Tolstoi,
Gogol,
Turgeniev,
Goncharov,
Pushkin...
Por
eso
aprendí
ruso,
primero
en
libros
y
discos,
luego
en
la
amistad
de
inmigrantes
rusos
y
en
particular
la
de
Svetoslav
Gamalei,
notable
músico
y
poeta,
una
de
las
personas
más
interesantes
que
he
conocido.
Mi
viaje
de
sabático
tenía,
pues,
una
motivación
de
fondo
mayor
que
la
de
quedar
bien
en
la
Facultad
de
Ciencias.
Las
viejas
canciones
populares
rusas
hasta
hoy
en
día
me
conmueven
y
sigo
estimando
las
palatales
del
habla
rusa.
Por
cierto,
cuando
iba
a
oír
las
composiciones
premiadas
y
los
cantantes
premiados,
al
salir
acompañaba
a
estudiantes
que
se
iban
a
hacer
fiesta,
y
en
ningún
caso
cantaron
las
canciones
premiadas,
sino
las
antiguas.
En
Mérida
disfruté
de
la
amistad
de
Micaela
Romanovich,
reconocida
pintora
rusa,
escritora
y
pianista.
Mucho
debo
a
las
clases
de
Anusuyá
Sing.
Fui
a
Moscú
desde
Viena.
Un
amigo
austríaco
me
recomendó
comprar
doce
bolígrafos
y
doce
pares
de
medias
de
nailon.
Con
cada
bolígrafo
podía
pagar
una
comida
en
cualquier
restaurante
de
lujo;
me
bastaría
ponerlo
sobre
la
cuenta
y
retirarme.
Con
cada
par
de
medias
podía
seducir
a
una
muchacha;
me
bastaría
ofrecérselo
e
invitarla.
Con
respecto
a
lo
primero,
le
dije
que
llevaría
algunos
por
curiosidad
experimental.
Con
respecto
a
lo
segundo
le
dije
que
nunca
me
había
atraído
el
amor
comprado.
Me
miró
con
extrañeza:
Todo
amor
es
comprado,
me
dijo,
y
no
hay
mujer
barata.
Las
medias
son
carísimas
allá,
por
eso
es
negocio
comprarlas
aquí.
Tan
cínico
y
tan
vulgar
ese
amigo;
el
ser
cínico
y
vulgar
no
quita
ser
buen
amigo.
De
los
libros
recientes
dos
me
gustaron.
Uno,
El
Don
Tranquilo,
aplaudido
por
el
régimen.
Otro,
El
Maestro
y
Margarita,
prohibido,
me
lo
prestó
el
cínico,
quien,
por
cierto
leía
ruso
y
gustaba
de
la
literatura
rusa.
En
cuanto
a
la
literatura
ligera
que
no
siempre
llega
–ni
quiere
llegar–
a
grandes
profundidades,
me
encantó
el
descubrimiento
de
una
pléyade
insospechada
de
escritores
de
cuentos
de
ciencia-‐ficción;
y
otra
pléyade,
sospechada,
de
escritores
profesionales
que
acompañaban
a
los
pioneros
en
la
fundación
de
nuevos
establecimientos
para
contar
sus
aventuras.
Ambos
grupos
me
dieron
horas
de
felicidad.
Compré
libros
editados
en
el
siglo
XIX.
Un
Lermontov,
tres
Pushkin,
un
Dostoievski.
Pero
al
salir
del
país
me
los
decomisaron
en
la
aduana,
sin
compensación,
eran
considerados
patrimonio
cultural.
En
cambio
me
dejaron
una
gramática
latina,
una
joya,
editada
en
la
misma
época.
4021
Las
colas
en
Moscú
eran
quilométricas.
Para
todo
había
que
hacer
cola;
incluso
para
la
leche
y
el
pan.
Es
que
se
calcula
exactamente
la
cantidad
necesaria,
me
explicaron.
Hasta
ahora
no
he
entendido
esa
explicación.
En
una
enorme
tienda
del
centro
había
muchas
colas.
Pero
nadie
supo
decirme
en
qué
cola
debía
ponerme
para
comprar
un
traje.
Preguntando
descubrí
que
había
una
cola
de
las
colas
donde
informaban
cuál
cola
era
para
qué.
La
hice;
dos
horas.
Hice
la
indicada;
tres
horas.
Había
tres
tipos
de
traje,
tres
tamaños,
tres
colores.
Por
los
colores,
azul,
marrón
y
beige
no
me
importó;
me
hacía
falta
para
el
invierno
que
se
acercaba.
Pero
me
quejé
por
la
talla;
sólo
había
tres
y
ninguna
me
quedaba.
El
vendedor
se
molestó:
¿Ud.
no
tiene
mujer
que
le
arregle
la
ropa?
No
tengo.
Entonces
búsquese
una
¿es
que
no
le
gustan
las
mujeres?
Por
observación
y
conversación
comprendí
y
aprendí
lo
de
las
colas.
Había
que
ponerse
en
la
cola
más
corta
y
comprar
lo
que
allí
vendieran,
luego
se
sentaba
uno
a
la
salida
de
las
colas
e
intercambiaba
con
los
otros
hasta
conseguir
lo
deseado.
Así
compré
un
juego
de
ollas
de
aluminio
y
lo
cambié
por
botas
de
invierno
y
un
gorro
de
astracán
con
orejeras
para
el
frío
futuro.
Si
va
para
Barinas
y
pasa
por
Sabaneta
si
tiene
un
lugarcito
abróchese
la
bragueta
Tiene
abierta
la
pulpería
¿está
vendiendo
guarapo?
Jaula
abierta,
pájaro
muerto.
No
me
jurungue
la
cueva
que
se
me
van
los
bichitos.
4051
Bábushka.
Un
personaje
omnipresente.
Es
una
mujer
de
cierta
edad.
Siempre
más
de
cuarenta
años,
en
todo
caso
no
ya
en
edad
núbil.
La
palabra
significa
abuelita.
En
todas
partes
había
una
bábushka.
En
la
entrada
de
los
teatros,
en
los
restaurantes,
en
los
lugares
de
distribución
de
alimentos.
Seca,
severa,
eficiente,
nunca
maternal.
Cuando
comenzó
a
nevar
me
conmovió
una
bábushka
que
paleaba
la
nieve
en
la
calle
para
facilitar
el
tránsito
de
vehículos.
Le
puse
conversación.
Cómo
era
posible
que
la
pusieran
a
eso.
Se
molestó,
se
disgustó;
se
enfureció;
me
agarró
por
la
cintura
y
me
levantó
como
si
yo
fuera
un
saco
de
algodón,
me
agitó
en
el
aire,
temí
que
me
lanzara
como
objeto
sucio
de
basura
a
diez
metros
de
distancia,
que
me
reventara
contra
un
muro
de
piedra.
¿Le
parezco
débil,
repetía,
le
parezco
incapaz?
Perdón,
perdón,
repetía
yo,
fue
sin
mala
intención.
Cuando
me
dejó
caer
sobre
un
montón
de
nieve,
me
levanté
con
agilidad
insólita
en
mí
y
me
alejé
corriendo.
En
la
residencia,
recién
llegado
yo,
le
pregunté
a
una
bábushka
qué
podía
hacer
con
la
ropa
sucia.
Aquí
no
hay
sirvientes,
me
dijo.
Lávela
usted
mismo.
Cuando
ya
no
me
quedaba
ropa
limpia,
ya
sabía
lo
de
las
colas;
hice
una;
a
las
dos
horas
(día
de
suerte)
compré
un
abrigo
corta-‐viento
y
lo
cambié
por
una
batea
amarilla
de
plástico
duro
y
una
panela
de
jabón.
Tintorería
sí
había.
Llevé
mi
flucecito
merideño
cortado
y
cosido
por
Jonás
Montilva,
el
mago
de
las
tijeras.
Cuando
lo
entregué,
la
bábushka
me
dio
unas
tijeras.
Qué
amable,
pensé,
di
las
gracias
y
me
las
iba
a
embolsillar
cuando
tronó
la
bábushka:
«¡Corte
rápido
los
botones,
que
no
estoy
aquí
para
perder
el
tiempo!».
Después
de
dos
regaños
comprendí;
corté
todos
los
botones,
los
guardé
y
devolví
las
tijeras.
Me
quedaban
dos
semanas
para
hacer
cola
y
conseguir
hilo,
aguja
y
un
dedal.
Un
médico
de
Vladivostok,
compañero
de
residencia,
que
estaba
haciendo
un
postgrado
en
cirugía,
me
dio
la
clave:
por
supuesto,
si
no
quitas
los
botones,
el
calor
de
la
plancha
mecánica
los
derrite
y
te
quedan
huecos
en
vez
de
botones
en
el
flucecito.
4091
Nunca
vi
policías
en
Moscú.
Pero
alguna
forma
de
vigilancia
debía
haber,
como
lo
demuestra
el
incidente
del
bajo
funcionario
y
otros
dos
incidentes.
Uno.
Se
me
ocurrió
una
idea
para
conversar
con
rusos
de
diferentes
estratos
sociales.
Y
la
puse
en
práctica.
Entré
en
un
edificio
de
apartamentos
escogido
al
azar,
toqué
en
la
primera
puerta
y
fingí
buscar
a
un
tal
Andrei
Mijailovich
Golkin,
totalmente
inventado
por
mí
para
dar
pie
a
una
conversación.
Éxito
completo.
Relatos
de
cómo
lo
había
conocido
en
Venezuela
y
esa
dirección
que
no
resultaba
exacta.
La
señora
trató
de
acordarse
del
personaje
pero
por
fin
se
rindió.
Dijo
que
no
conocía
a
todos
los
habitantes
del
edificio;
tal
vez
sí
vivía
allí
el
Sr.
Golkin.
Pedí
disculpas
por
la
molestia,
di
las
gracias
y
me
despedí.
Intenté
en
otra
puerta
en
el
segundo
piso.
Muy
interesante
conversación.
Y
seguí.
Cuando
estaba
tocando
a
la
cuarta
puerta
subieron
dos
hombres
armados,
sin
uniforme,
y
me
arrestaron.
En
la
comisaría
dije
la
verdad.
De
nada
me
valía.
Tuve
que
llamar
al
embajador
poeta
quien
se
rió
mucho
y
llamó
al
Director
del
Instituto
de
América
Latina
quien
me
identificó
como
profesor
venezolano
completamente
ajeno
a
las
actividades
de
espionaje,
pero
de
comportamiento
un
tanto
extraño.
Salí
regañado
y
sermoneado.
Otro.
Fui
a
visitar
en
su
apartamento
a
un
profesor
amigo.
Me
había
invitado.
Cuando
puse
el
pie
en
el
ascensor,
una
voz
de
altoparlante
me
dijo:
«Como
Ud.
va
para
el
cuarto
piso,
cierre
bien
la
puerta
al
salir.
Si
no
está
bien
cerrada,
el
ascensor
no
funciona.
Mañana
lo
reparan.
Gracias».
Sólo
en
dos
ocasiones
oí
críticas
al
régimen
por
parte
de
los
rusos.
Uno
de
los
músicos
del
cine
me
dijo
en
el
intermedio
después
de
preguntarme
sobre
Venezuela:
«Nosotros
tenemos
todo
lo
necesario
materialmente;
pero
hay
una
sola
ideología
y
es
obligatoria;
por
otra
parte
no
tenemos
noticias
de
lo
que
pasa
en
el
mundo.
Y
no
podemos
viajar
a
donde
queramos».
Un
chofer
de
autobús,
mientras
esperábamos
en
el
terminal
la
hora
de
salir,
me
dijo:
«Unos
vagos
que
manejan
papeluchos
en
oficinas
ganan
diez
veces
más
que
nosotros
los
que
manejamos
máquinas
todo
el
día».
Para
entonces
yo
desconocía
la
existencia
de
la
nomenclatura.
4111
Cuando
llegó
el
invierno,
el
General
Invierno
que
destartaló
las
setenta
divisiones
blindadas
de
Hitler
y
convirtió
a
los
superhombres
de
la
infantería
nazi
en
estatuas,
cuando
llegó
el
invierno
me
encontró
preparado.
Pero
mi
defensa
era
como
la
de
aquel
mejicano
que
pretendió
taponar
un
cañón
con
su
sombrero
de
charro.
En
la
calle
comenzaron
a
vender
helados.
No
entendí.
Tal
vez
un
método
homeopático.
Similia
similibus
curantur.
Kilos
de
lana
perdían
todo
peso.
Mi
gorro
de
astracán
con
orejeras
se
convirtió
en
leve
mantilla
de
encaje,
las
botas
de
invierno
en
escarpines.
Cuando
salía
me
sentía
desnudo.
La
radio
de
mi
habitación
–no
se
podía
cambiar
de
estación,
ni
graduar
el
volumen,
ni
apagar–
dirigía
instrucciones
para
gimnasia,
recordaba
postulados
ideológicos
y
daba
información
sobre
la
temperatura
exterior.
Cuando
ésta
descendió
a
40ºC
bajo
cero,
se
ordenó
no
llevar
los
niños
a
la
escuela.
Había
manera
de
llevar
la
temperatura
interior
a
20º
C
sobre
cero.
Había
calefacción
central
de
excelente
calidad.
Pero
salir
de
20º
C
sobre
cero
en
la
habitación
a
40º
C
bajo
cero
en
la
calle
significaba
una
diferencia
de
60º
C,
lo
cual
podía
ser
mortal.
Por
eso
la
temperatura
de
la
habitación
era
de
+8º
C
más
o
menos;
en
los
corredores
ya
era
de
0º
C;
en
el
gran
salón
de
la
planta
baja
llegaba
a
-‐10º
C;
así
el
paso
a
la
calle
era
gradual,
lo
mismo
que
el
retorno.
Sin
embargo,
vi
con
mis
propios
ojos
incrédulos
a
estudiantes
en
dormilona
que
pasaban
a
la
carrera
de
un
edificio
a
otro
de
las
residencias.
Razón:
en
el
edificio
de
nosotros
no
había
cafetín;
en
el
de
al
lado
sí.
En
un
relato
ruso
de
ciencia-‐ficción,
astronautas
saltaban
de
una
astronave
a
otra
sin
escafandra.
Comprendo
de
dónde
sacaron
la
idea.
Mientras
me
aclimataba
en
el
gran
salón
de
la
planta
baja,
le
pregunté
a
un
estudiante
que
regresaba
del
cafetín
con
un
gran
termo,
cómo
era
posible
que
saliera
sin
abrigo
y
no
muriera.
Hay
que
ir
muy
rápido
y
regresar
muy
rápido,
me
dijo,
así
el
frío
no
tiene
tiempo
de
matarlo
a
uno.
Con
estos
mismos
ojos,
incrédulos
de
toda
incredulidad,
con
estos
ojos
que
ha
de
tragarse
la
tierra,
vi
ancianos
desnudos
que
corrían
hacia
huecos
hechos
en
el
río
congelado
y
se
metían
allí,
y
volvían
a
salir
como
por
milagro
y
corrían
morados,
moraditos
hacia
sus
casas.
Le
pregunté
a
una
bábushka:
«Es
para
rejuvenecer»,
me
dijo
con
naturalidad.
Yo
pasaba
muy
poco
tiempo
en
la
calle.
Para
ir
a
clase
y
a
comer
no
necesitaba
recorrer
largas
distancias.
No
le
daba
tiempo
de
matarme
al
asesino
helado.
Pero
un
día,
seducido
por
la
belleza
del
paisaje
y
recordando
el
invierno
de
Vivaldi
y
el
de
Juan
Brueghel
me
arriesgué
a
dar
un
paseo
para
disfrutar
lo
exótico
para
mí
y
soñado
de
la
nieve,
la
maravilla
blanca.
Poco
a
poco
me
di
cuenta
de
que
estaba
perdiendo
sensibilidad
y
los
movimientos
se
me
hacían
cada
vez
más
lentos.
No
sentía
la
cara
ni
los
pies.
Estaba
como
anestesiado.
Unos
pasantes
me
observaron,
me
brincaron
encima,
me
quitaron
las
botas
y
el
gorro
de
astracán
y
los
guantes
y
me
dieron
fortísimos
masajes
con
nieve
y
me
sacudieron
con
violencia.
Había
estado
a
punto
de
perder
la
nariz
y
las
orejas,
los
dedos
de
los
pies
y
tal
vez
la
vida.
4201
Fui
una
vez
al
baño
común
del
dormitorio
y
encontré
a
un
compañero
de
estudios
que
se
comía
enormes
dientes
de
ajo
crudo
y
lloraba.
¿Qué
te
pasa?
¿Por
qué
haces
eso?
Tengo
cita
hoy
con
una
muchacha
y
quiero
oler
bien.
Todo
el
tiempo
me
pareció
que
el
dinero
no
era
importante,
excepto
para
comprar
bienes
de
consumo
no
producidos
en
el
país
y
objetos
de
lujo.
La
industria
soviética
no
producía
cosas
como
bolígrafos
de
buena
calidad
y
medias
de
nailon;
se
concentraba
en
satisfacer
las
exigencias
de
la
guerra
fría;
mientras
tanto
un
dólar,
que
en
los
bancos
era
inferior
al
rublo,
se
vendía
en
el
mercado
negro
por
cuarenta
y
cincuenta
rublos.
Le
pregunté
a
un
estudiante
de
postgrado
de
una
república
socialista
soviética
del
sur
de
la
U.
R.
S.
S.,
por
qué
buscaba
siempre
dólares.
Tengo
una
hija
que
va
a
cumplir
quince
años,
según
la
tradición
sagrada
de
mi
país
debo
darle
un
anillo
de
oro
con
diamante;
eso
sólo
se
consigue
con
dólares.
Entre
los
jóvenes
había
un
comercio
clandestino
de
blue
jeans
y
grabaciones
de
rock.
Todo
eso,
estoy
seguro,
era
tolerado
por
el
régimen,
sea
para
suplir
ausencias
en
la
producción
de
bienes
de
consumo,
sea
para
satisfacer
el
exotismo,
la
avidez
de
novedades
y
la
necesidad
de
aventura
de
los
jóvenes.
En
cuanto
a
las
prendas
de
vestir
siempre
renovadas
por
la
moda
y
en
cuanto
a
los
artículos
cosméticos
y
la
peluquería
sofisticada,
se
afirmaba
que
eran
cosas
de
origen
burgués,
características
de
un
sistema
social
donde
la
mujer
es
objeto
comercial,
que
debe
ser
bien
presentado
para
subir
el
precio,
y
donde
los
hombres
se
afeminan.
Sin
embargo,
oí
decir
al
catire
Larralde
que
esas
cosas
tienen
su
origen
no
en
la
burguesía
sino
en
la
condición
humana
que
por
cierto
remite
a
antecedentes
zoológicos
claramente
discernibles.
Recuerdo
con
agradecimiento
y
cariño
a
un
historiador
venezolano,
F.
B.
F.,
quien
en
una
visita
a
la
Academia
de
las
Ciencias,
donde
era
personaje
importante,
hizo
que
me
dieran
caviar
para
comer
con
cucharilla
y
champaña
de
Crimea.
4211
Tuve
ocasión
de
conocer
investigadores
que
estaban
haciendo
tesis
de
doctorado
en
ciencias
y
leí
algunas
tesis
ya
terminadas.
Bueno,
casi
terminadas,
porque
aunque
el
tutor
las
había
aprobado
de
palabra,
hacía
falta
someterlas
a
un
ajuste
doctrinario
por
parte
de
un
experto.
Traduzco
ajuste
porque
se
trataba
de
adaptar
la
tesis
a
las
concepciones
del
marxismo-‐
leninismo.
Traduzco
doctrinario
y
no
filosófico
porque,
en
mi
opinión,
la
filosofía
no
es,
ni
será
nunca,
un
cuerpo
de
doctrina
sino
una
actividad
aporética
que
retorna
siempre
a
sus
interrogaciones
iniciales.
Al
convertirse
en
doctrina
deja
de
ser
filosofía,
pero
la
filosofía
continúa
y
corroe
saludablemente
todas
las
doctrinas.
De
tal
manera,
que
lo
que
se
ha
dado
en
llamar
el
escándalo
de
la
filosofía
(disciplina
milenaria
cultivada
por
los
más
brillantes
intelectos
sin
llegar
nunca
a
responder
sus
propias
preguntas
en
forma
definitiva),
pudiera
llamarse
más
bien
la
gloria
de
la
filosofía,
la
garantía
de
libertad
del
pensamiento
y
de
la
consciencia
del
ser
humano.
El
ajustador
doctrinario
estudiaba
la
tesis
cuidadosamente
y
luego
hacía
un
prólogo
donde
demostraba
que
esa
investigación
y
sus
resultados
hubieran
sido
imposibles
sin
la
guía
luminosa
del
marxismo-‐leninismo.
Luego
agregaba,
a
pie
de
página,
en
intervalos
calculados
de
la
tesis,
unas
veinte
citas
de
Marx
y
Lenin,
(podían
bastar
las
de
Lenin)
ajustadas
a
las
características
del
trabajo
científico
en
cuestión.
El
ajustador
doctrinario
no
era
funcionario
de
la
Universidad
ni
de
la
Academia
de
las
Ciencias.
Era
un
particular
que
cobraba
por
su
trabajo,
a
veces
en
dólares,
pues
muchos
investigadores
no
eran
buenos
conocedores
de
la
doctrina
y
temían
equivocarse.
Conversé
con
un
ajustador.
La
ciencia,
entonces,
le
dije,
camina
por
su
cuenta
con
sus
métodos
y
la
doctrina
es
agregada
postizamente
desde
afuera
sin
participación
en
la
génesis
y
el
desarrollo
de
las
investigaciones;
y
Ud.
adapta
las
tesis
al
poder
político
y
policial
de
un
régimen
que
no
tiene
poder
teórico
alguno.
Mi
mamá
siempre
me
decía:
«Hijo,
no
sea
entrépito,
no
se
meta
donde
no
lo
han
llamado,
agua
que
no
has
de
beber,
déjala
correr».
Pero
nunca
le
hice
caso
y,
esta
vez,
me
preparé
para
pagar
el
precio
de
entrometido.
Tal
vez
el
hombre
me
iba
a
llamar
miércoles
o
pantaleta
o
hacer
algo
peor.
Pero
el
hombre
no
se
inmutó.
Me
habló
con
calma
y
paciencia
como
el
buen
maestro
le
habla
al
alumno
díscolo
y
lerdo.
Ud.
tiene
que
profundizar
su
estudio
del
materialismo
histórico
y
del
materialismo
dialéctico.
No
son
doctrinas
ni
ideologías,
no
son
superestructuras
teóricas
de
condiciones
sociales
como
Ud.
parece
creer
alegremente,
ni
armas
teóricas
de
un
poder
político-‐militar.
Son
la
formulación
de
las
leyes
de
la
realidad.
El
investigador
trabaja
en
sujeción
a
esas
leyes
aunque
no
sea
consciente
de
ello.
Lo
que
yo
hago
es
poner
en
evidencia
la
conexión
de
su
trabajo
académico
y
sus
resultados
con
los
fundamentos
teóricos
verdaderos
que
el
marxismo-‐leninismo
ha
descubierto
y
formulado.
Mi
trabajo
es
honesto
y
útil,
no
soy
un
pícaro
y
los
tesistas
tampoco.
Respete
para
ser
respetado.
Pedí
disculpas,
agradecí
la
explicación
y
prometí
enmienda
y
estudio
más
profundo.
El
ajustador
me
invitó
a
comer
en
un
restaurante
donde
servían
presa,
no
la
carne
molida
de
los
comederos
ordinarios,
y
arroz
pilav
con
buen
vodka.
Él
invitó,
pero
yo
pagué.
Puse
tres
BIC
sobre
la
cuenta.
Nos
retiramos
contentos
y
satisfechos.
El
mesonero
nos
alcanzó
a
la
salida
para
darme
las
gracias.
4231
Estos
recuerdos
y
mil
otros
me
han
venido
en
ocasión
de
un
viaje
reciente
a
Moscú
para
participar
en
un
congreso
mundial
de
americanistas.
En
el
aeropuerto
un
desorden,
un
caos,
una
aglomeración,
un
bullir
de
personas
desorientadas.
Le
hablé
a
un
hombre
que
maldecía
en
portugués.
Admiróse
un
portugués
/
de
ver
que
en
su
tierna
infancia
/
todos
los
niños
de
Francia
/
saben
hablar
el
francés.
/
Arte
diabólico
es
/
dijo
torciendo
el
mostacho
/
que
para
hablar
en
gabacho
/
un
hidalgo
en
Portugal
/
llega
a
viejo
y
lo
hace
mal
/
y
aquí
lo
parla
un
muchacho.
Yo
también
vine
al
congreso,
me
dijo,
lástima
que
no
pueda
devolverme;
tengo
rublos,
lo
invito
a
un
café
porque
allá
a
lo
lejos
he
avistado
un
cafetín.
Nos
abrimos
paso
a
codazos,
arrastrando
el
equipaje
de
mano,
recibiendo
pisotones,
patadas
y
toques
obscenos;
llegamos,
no
había
café,
compramos
té
tibio
a
precio
astronómico,
pero
en
el
rebullicio
y
la
empujadera
de
gente
que
se
desplazaba
a
troche
y
moche,
sin
ton
ni
son,
se
nos
derramó
y
mojó
a
los
que
estaban
cerca.
En
un
rinconcito,
en
una
esquina
de
ese
maremagnum,
de
ese
pandemonium,
decidimos
esperar
pacientemente.
No
hay
mal
que
dure
cien
años
ni
cuerpo
que
lo
resista.
A
las
dos
horas,
como
navegando
sobre
la
multitud
apareció
un
letrero
llamando
a
los
congresistas.
En
el
loco
acercamiento
al
letrero,
perdí
al
portugués.
Nos
arriaron
como
ganado
hacia
destartalados
autobuses
y
nos
echaron
a
las
dos
puertas
del
Instituto
de
América
Latina.
No
lo
reconocí.
En
dos
salones
interconectados
había
diez
escritorios
con
computadora
y
quince
o
veinte
colas
entremezcladas.
Rogando,
sudando,
suplicando,
arrastrándome
logré
llegar
a
una
mesa.
Nombre,
pasaporte,
pasaje.
Ud.
no
aparece
aquí.
Cómo
que
no,
pagué
el
hotel
antes
de
salir
de
Venezuela,
por
internet,
aquí
está
el
recibo
y
los
datos
del
hotel.
Pues
no
aparece,
quítese
o
dele
el
puesto
a
otro.
Y
qué
debo
hacer,
me
quedo
en
la
calle.
Vuelva
a
pagar
y
después
averigua,
en
dólares
o
tarjeta
de
crédito.
Aquí
tiene
su
recibo,
abajo
hay
taxis,
trasládese
al
Hotel
Cosmos,
muestre
sus
papeles.
Taxi,
hotel.
Recepción
atestada.
Sin
orden.
Por
fin.
Hablo
en
ruso.
Aquí
están
mis
papeles,
estoy
muy
cansado,
deme
por
favor
mi
habitación
rápido.
Se
llevó
todos
mis
papeles
y
desapareció.
No
regresaba.
Preguntas
a
otros
empleados.
Debe
estar
revisando
sus
papeles,
espere.
No
regresaba.
Tengo
ya
una
hora
con
el
equipaje
entre
las
piernas,
por
favor.
Por
fin.
Esos
papeles
no
valen.
Tiene
que
pagar.
Sí,
cómo
no.
Cuánto.
Aquí
tiene.
En
vez
de
ir
a
la
habitación
arrastré
mis
cosas
a
un
cafetín
que
avisté
en
un
extremo
del
enorme
salón
de
recepción.
Estaba
llegando
el
portugués.
Sobreviví,
me
dijo
con
aire
de
triunfador
olímpico.
Todo
cómodo.
Buen
café.
Baño
cerca.
El
cielo.
Cerca,
un
mostrador
alto
y
bellísimas
muchachas
alrededor.
¿Serán
turistas
alemanas?
Le
pregunté
al
portugués.
Son
putas,
me
dijo.
No
puede
ser.
Acércate
un
poco.
Me
acerqué.
La
más
bella.
Sex
massage,
in
your
room
or
in
mine,
only
one
hundred
dollars.
Logré
zafarme
de
la
fuerte
presión.
I’ve
just
arrived,
may
be
later.
Call
this
phone.
Volví
al
cafetín.
El
portugués
sonreído.
A
mí
me
abordaron
antes
de
llegar
a
la
recepción,
hablé
con
ellas,
son
parte
de
los
servicios
normales
del
hotel.
Jóvenes
atléticos,
vestidos
de
negro.
El
mismo
asedio
a
hombres
y
mujeres.
Sex
massage.
Me
acordé
de
un
mejicano,
parado
a
la
entrada
de
un
hotel
turístico,
le
decía
a
las
gringas
en
actitud
respetuosa
y
cortés:
My
name
is
Pedro,
I
am
strong,
twenty
dollars.
4241
Para
ir
a
las
mesas
del
congreso
desde
el
hotel
no
había
problema,
fifty
dollars.
Pero
para
regresar
sí.
Cientos
de
miles
de
carros,
casi
todos
viejos
y
ningún
taxi.
Hasta
que
aprendí:
le
hace
uno
señas
a
cualquier
carro
que
vaya
en
dirección
del
hotel
y
él
le
da
la
cola
mediante
pago.
Menor
que
el
del
taxi,
mucho
menor.
No
lo
lleva
a
la
puerta
pero
lo
deja
relativamente
cerca.
4261
Salí
a
caminar
solo
por
un
gran
parque
cercano
al
hotel.
Reconocí
a
lo
lejos
un
monumento.
Me
acerqué.
Una
estatua
de
un
obrero
y
un
campesino,
me
pareció.
El
edificio
monumento
era
una
especie
de
templo
de
la
revolución.
Una
torre
con
cúpula
sobre
un
cuadrado.
Se
le
entraba
por
los
cuatro
costados
subiendo
escaleras
de
mármol.
Subí
con
timidez
recordando
la
solemnidad
del
culto
a
Lenin
y
a
los
héroes.
Cuando
entré,
¡gran
sorpresa!
Casi
todo
el
espacio
estaba
ocupado
por
tiendas
de
quincalla.
Bisutería.
Juguetes
de
hojalata.
Adornos
de
plástico.
Franelas
multicolores
con
letreros
en
inglés,
ropa
íntima,
mentol
chino,
tubos
de
gel
lubricante
y
cajas
de
condones.
En
los
estrechos
pasillos
los
quincalleros
abordaban
al
visitante
para
hacerle
ofertas
especiales,
por
ser
a
él.
El
violoncelo
de
Bach
lloraba
en
los
altoparlantes.
4271
Mi
amigo
portugués
me
pidió
que
lo
acompañara
a
ver
el
Kremlin,
la
Plaza
Roja,
el
Sepulcro
de
Lenin,
la
iglesia
que
le
costó
la
vista
al
arquitecto,
y
a
comprarle
una
matriushka
a
la
hija.
Cuando
íbamos
a
entrar
al
sepulcro
de
Lenin,
le
vieron
una
cámara
y
le
dijeron
que
no
podía
entrar
con
la
cámara;
debía
dejarla
en
un
puesto
de
policía
y
recuperarla
al
salir.
Le
pidieron
identificación,
no
tenía,
había
dejado
el
pasaporte
en
el
hotel.
Yo
hablé
con
el
guardián
de
la
entrada,
sugerí
que
él
ocultara
la
cámara
en
su
morral
y
prometiera
no
sacarla.
El
guardián
dijo
que
iba
a
hablar
con
su
jefe;
volvió,
el
portugués
debía
pagar
una
multa
de
800
rublos.
Pagó.
Vimos
el
cadáver,
la
momia
amarilla.
A
la
salida
paseamos
por
la
Plaza
Roja
frente
a
la
iglesia
de
belleza
enceguecedora.
Él
encendió
un
cigarrillo.
Apareció
un
policía
uniformado.
Cómo
era
posible
que
fumara
en
un
lugar
sagrado
como
ése.
Debía
entregarle
de
inmediato
su
pasaporte
y
acompañarlo
a
la
comisaría.
La
pena
podía
ser
de
prisión
o
de
deportación.
El
portugués
argumentó:
no
había
letrero
prohibiendo
fumar,
era
un
lugar
público
abierto,
en
el
suelo
había
innumerables
colillas
de
cigarrillos.
De
nada
le
valió;
además,
no
tenía
pasaporte.
Yo
me
identifiqué
y
expliqué
que
él
era
un
científico,
asistiendo
a
un
congreso
en
la
Academia
de
las
Ciencias.
Y
pregunté
si
no
era
posible
que
él
pagara
una
multa.
El
policía
fue
a
hablar
con
su
jefe
y
regresó
pronto:
800
rublos.
Pagó
muy
contrariado.
Nos
fuimos
de
la
plaza
a
buscar
la
matriushka.
Él
en
silencio
y
visiblemente
disgustado.
Deben
haber
llamado
por
teléfono
a
ese
policía,
aprovechando
la
falta
de
pasaporte.
Pero
de
repente
sonrió
y
me
dijo:
«Cuando
yo
era
estudiante
este
pueblo
me
pagó
viaje
a
congresos
de
la
paz
y
me
atendió
en
total
por
varios
meses
con
alojamiento,
comida
e
intérprete.
Está
bien
que
me
deje
‘morder’
ahora».
Cuando
compró
la
matriushka
le
dio
propina
al
vendedor
ambulante.
4391
Inmensa
ciudad.
Caminando
por
interminables
calles
desoladas
o
por
callejuelas
atestadas
de
tenduchas
de
baratijas
o
comestibles,
bordeadas
de
restaurantes
estilo
Mc
Donald’s
decadente;
tratando
con
las
personas
encargadas
de
atender
a
los
visitantes
extranjeros,
incapaces
ellas
todavía
de
producir
la
sonrisa
turística;
conversando
con
funcionarios
y
académicos
tristes,
desanimados,
fastidiados,
intuí
que
un
enorme
cambio
se
estaba
produciendo
y
que
era
un
cambio
negativo,
por
lo
menos
en
esa
fase.
Mientras
sufría
el
infierno
del
aeropuerto,
en
el
caos
de
la
desorganización,
pensé
en
la
ciudad
que
yo
había
conocido
treinta
años
antes,
recordé
al
alto
funcionario,
al
bajo
funcionario,
a
la
fugaz
fraternidad
del
vodka,
a
la
seca
severidad
de
las
bábushkas,
vi
de
nuevo
en
imaginación
a
los
amigos
conocidos
en
el
intermedio
del
cine,
a
los
ajustadores
doctrinarios,
a
la
muchacha
que
me
pidió
prestado
un
bolígrafo,
rehice
en
mente
las
colas,
las
defensas
contra
el
frío...
y
sentí
nostalgia
y
cariño
por
ese
mundo
desaparecido.
Añoranza.
Comprendí
cómo
alumbra
una
vela
después
de
apagada.
4421
Oí
decir
a
mi
mamá:
«Cada
quien
puede
hacer
de
su
camisa
un
saco,
de
su
blusa
un
chaleco
y
de
su
culo
un
candelero».
Se
trataba
de
lograr
el
paso
de
la
vigilia
a
los
sueños
y
de
los
sueños
a
la
vigilia
sin
solución
de
continuidad.
Se
trataba
de
mantener
la
consciencia
despierta
durante
el
paso.
Se
utilizaba
como
ayuda
el
polvo
de
oro.
Polvo
de
oro
es
la
sensación
de
arena
que
se
siente
en
los
ojos
cuando
se
tiene
sueño.
Los
niños
tienen
esa
sensación
más
vívidamente
que
los
adultos.
En
francés
se
dice
que
llega
el
mercader
de
arena
(le
marchand
de
sable)
cuando
el
niño
comienza
a
cabecear.
Para
pasar
conscientemente
de
la
vigilia
a
los
sueños
y
de
los
sueños
a
la
vigilia
había
que
mantenerse
despierto
en
el
momento
de
dormirse.
Esto
es
difícil
de
decir.
Llamemos
vigilia
al
estado
ordinario
durante
nuestras
actividades
cotidianas,
y
sueños
a
lo
que
vemos
y
hacemos
cuando
estamos
acostados
y
dormidos.
Llamemos
consciencia
al
hecho
de
darse
cuenta
de
lo
que
se
dice
y
se
hace,
sea
durante
la
vigilia,
sea
durante
el
sueño.
A
la
presencia
consciente
en
ambos
llamémosla
estado
de
despierto.
Esto
para
entendernos
pues
esas
palabras
se
usan
normalmente
con
diversos
significados.
Cómo
mantenerse
despierto
durante
la
vigilia
y
durante
los
sueños
ha
sido
siempre
una
aspiración
de
los
sabios,
no
siempre
un
logro.
Pero
nuestra
meta
era
más
modesta:
cómo
mantenerse
despierto
durante
el
paso
de
la
vigilia
al
sueño.
Con
los
párpados
pesados,
ya
visitados
por
el
mercader
de
oro
en
polvo,
intenté
aceptar
el
sueño
y
los
sueños
en
plena
consciencia,
despierto.
Sentado
en
mi
sillón
con
los
ojos
abiertos,
comencé
a
ver
imágenes
oníricas
entremezcladas
con
lo
que
veía,
oía
y
sentía
a
mi
alrededor.
Hice
esto
a
veces
en
presencia
de
otros
que
no
se
daban
cuenta
de
mi
experimento
porque
estaban
atentos
sólo
a
lo
que
decían
y
discutían.
Resultado:
me
quedaba
dormido,
perdía
el
estado
de
despierto.
Recordaba
los
sueños
fragmentariamente
al
despertar
(en
el
sentido
de
pasar
a
la
vigilia,
no
en
el
sentido
de
darse
cuenta)
por
mí
mismo
o
llamado
por
los
demás.
Sucedía
espontáneamente
que
comenzara
a
soñar
sin
estar
dormido;
también
sucedía
que
me
percatara
de
estar
soñando
y
comenzara
a
despertar.
Pero
había
siempre
un
momento
en
que
la
continuidad
se
rompía.
No
lograba
el
paso
consciente
y
voluntario.
4441
En
vista
de
que
fracasaba,
decidí
actuar
con
extrema
modestia.
Cuando
me
estaba
quedando
dormido
y
se
iniciaban
los
sueños,
yo
tomaba
consciencia
y
me
devolvía.
Estoy
aquí
en
mi
cómodo
sillón,
delante
de
mí
está
una
ventana,
cerca
hay
una
mesa
con
libros.
Luego
me
permitía
irme
quedando
dormido,
avanzaba
un
poco
más
en
el
sueño
y
los
sueños,
para
devolverme
antes
de
que
se
produjera
la
solución
de
continuidad.
Cuento
cómo
me
pasó
la
primera
vez.
Me
acosté
en
mi
cama
con
los
párpados
llenos
de
oro.
Me
fui
quedando
dormido
y
vi
un
territorio
desolado
sin
vegetación,
tierra
amarilla,
colinas
amarillas
bajo
un
cielo
gris.
Me
mantenía,
sin
embargo,
despierto.
Con
temor
de
perder
la
consciencia
volví
a
poner
atención
a
mi
cama,
a
la
almohada,
a
los
ruidos
del
vecindario.
Luego
me
dejé
ir
de
nuevo,
muy
alerta
para
no
perder
el
estado
de
despierto.
Vi
el
territorio
amarillo
y
caminé
un
poco
por
él
asombrado
de
no
ver
nada
humano
hasta
que
distinguí
una
casa
grande,
tal
vez
un
castillo,
hecho
de
la
misma
especie
de
tierra
amarilla,
de
greda,
todo
así,
hasta
el
techo,
sólo
se
distinguía
la
forma
y
los
vanos
de
ventanas
y
de
una
puerta
grande.
Me
acerqué
y
no
recuerdo
más.
Me
desperté
al
día
siguiente
con
imprecisas
imágenes
de
lo
soñado.
Había
fracasado.
Pero
no
completamente.
La
noche
siguiente,
repetí
el
experimento.
Volví
a
ver
el
territorio
amarillo,
pero
cuando
vi
la
casa
me
devolví
para
fortalecer
el
estado
de
despierto.
Entré
de
nuevo
en
el
sueño
y
cuando
me
acerqué
a
la
puerta
de
la
casa,
regresé
a
la
consciencia
de
mi
almohada,
de
mi
cama,
de
mi
alcoba.
Amodorrado,
pero
enardecido
y
envalentonado
con
el
pequeño
éxito,
volví
a
meterme
en
el
sueño,
llegué
hasta
la
casa,
entré,
vi
una
escalera,
también
de
esa
tierra
amarilla,
sin
madera
ni
metal,
subí
en
pleno
estado
de
despierto
a
plena
consciencia
de
estar
soñando,
y
llegué
a
la
azotea.
En
la
azotea
había
una
especie
de
torre
hacia
un
lado,
en
la
torre
una
puerta
cerrada,
parecía
hecha
de
una
lámina
de
tierra
amarilla
cocida.
La
empujé,
se
abrió,
y
yo
me
desperté
tarde
al
día
siguiente
sin
poder
recordar
lo
que
pasó
después.
Hubo
solución
de
continuidad.
4451
De
los
sueños
algunos
son
caóticos;
otros,
coherentes.
En
los
caóticos
hay
imágenes
e
incidentes
de
la
vida
diaria
que
una
mala
digestión
o
una
preocupación
revuelve
y
agita
como
el
viento
revuelve
y
agita
la
basura.
En
la
vigilia
también
hay
ocasiones
en
que
lo
vivido
se
revuelve
y
agita.
También
en
la
vigilia
hay
días
errados
en
que
las
circunstancias
se
enredan
y
confunden
dando
lugar
a
pesadillas
tal
vez
porque
se
proyectan
hacia
afuera,
sin
ton
ni
son,
problemas
no
resueltos,
ni
siquiera
comprendidos,
a
veces
ni
siquiera
vistos.
Los
sueños
coherentes
no
son
coherentes
por
racionales
sino
por
claros;
un
encadenamiento
discernible
los
articula
aunque
sea
ilógico.
También
pueden
ser
lógicos
pero
incomprensibles
a
menos
de
interpretarlos
como
metáforas
de
la
profecía,
mensajes
premonitorios,
lenguaje
de
un
nivel
nuestro
inconsciente.
Esta
clasificación
gruesa
se
refiere
a
los
sueños
espontáneos
que
la
gente
sueña
cuando
duerme
y
recuerda
al
despertar
de
manera
más
o
menos
fragmentaria
y
luego
olvida.
Sin
embargo,
algunos
de
los
lógicos
pero
incomprensibles
tienden
a
perseverar
en
la
memoria,
incluso
a
repetirse
y
volverse
obsesivos.
Esta
gruesa
clasificación
no
se
refiere
a
los
sueños
vividos
en
consciencia:
autoconscientes;
no
se
refiere
a
esos
sueños
en
que
se
entra
y
sale
sin
solución
de
continuidad;
no
se
refiere
a
esos
sueños
en
que
se
puede
intervenir
deliberadamente,
en
que
se
puede
participar,
como
veremos,
y
no
sólo
percibir
pasivamente.
4481
Antes
de
interesarme
por
pasar
del
sueño
a
la
vigilia
y
de
la
vigilia
al
sueño
sin
solución
de
continuidad,
me
había
preguntado
si
era
posible
en
sueños
conocer
personas
y
lugares
existentes
en
el
mundo
de
la
vigilia,
en
el
mundo
llamado
real.
Obtuve
una
respuesta
parcial
a
esa
pregunta.
Mientras
yo
estudiaba
en
Viena
soñé
repetidas
veces
con
una
dama
muy
distinguida,
la
veía
y
oía
con
toda
claridad
y
la
recordaba
nítidamente
al
despertar.
Cuando
regresé
a
Caracas,
Alfredo
Chacón
me
invitó
a
visitar
una
persona
que
quería
presentarme.
Fuimos
a
una
bella
casa
donde
estaban
reunidos
poetas
e
intelectuales.
Me
presentó
a
la
persona
en
cuestión.
Sorpresa.
Era
la
mujer
de
mis
sueños,
se
llamaba
Elizabeth
Schön.
Cuando
estuve
solo
con
ella
en
el
jardín,
le
dije
que
la
había
conocido
en
sueños.
Ella
me
confesó
que
ella
también
me
había
conocido
en
sueños.
Hasta
hoy
en
día
no
sé
si
fue
pura
cortesía
y
no
me
he
atrevido
a
preguntarle.
En
Mérida
vi
en
sueños
a
un
hombre
muy
elegante
que
usaba
un
sweater
amarillo,
lo
vi
varias
veces
y
hablé
con
él.
Algún
tiempo
después,
hospedado
yo
en
la
casa
de
mi
traductora
Nelly
Lhermillier
en
Lioux,
Francia,
vino
a
cenar
junto
con
su
esposa
un
famoso
médico
homeópata.
Era
el
hombre
de
mis
sueños.
Le
conté
mi
experiencia.
Él
no
había
soñado
nunca
conmigo,
pero
le
dijo
algo
en
voz
baja
a
su
esposa
y
ella
salió
de
la
casa.
Regresó
como
a
la
media
hora
con
un
paquete.
El
hombre
tomó
el
paquete
y
entró
al
baño.
Cuando
salió
tenía
puesto
el
sweater
amarillo
de
mis
sueños.
Le
gustaba
mucho
y
se
lo
ponía
con
frecuencia.
Dije
que
había
obtenido
una
respuesta
parcial
a
mi
pregunta
porque
he
soñado
insistentemente
con
una
ciudad
de
montaña,
bella
ciudad,
casas
de
piedra,
calles
estrechas,
todo
limpio,
ordenado,
aire
de
comodidad,
prosperidad
y
buen
gusto.
Pues
bien,
he
viajado
tratando
de
encontrar
esa
ciudad
tan
nítidamente
conocida
en
sueños.
En
vano.
4561
En
la
Ciudad
de
Nutrias
en
Semana
Santa,
un
matraquero
tocaba
la
matraca
por
todas
las
calles
del
pueblo.
Era
en
substitución
de
las
campanas
que
no
debían
tocarse.
La
matraca
era
una
tabla
del
tamaño
de
un
cuaderno
grande
de
escuela;
a
cada
lado
tenía
un
asa
pegada
con
bisagra
y
un
agarradero
en
un
extremo.
El
matraquero
la
agitaba
rápidamente
en
vaivén
circular
y
hacía
que
las
asas
golpearan
la
madera;
de
ahí
el
sonido.
Cuentan
que
tuvo
en
su
faz
lo
que
salva
y
lo
que
aterra
rayo
de
muerte
en
la
guerra
y
arcoiris
en
la
paz.
Cuando
creyeron
quizás
que
se
cansaba
su
brazo
hizo
en
la
América
un
trazo
y
volando
casi
loco
con
aguas
del
Orinoco
fue
a
regar
el
Chimborazo.
¿Quién
es
aquél
que
el
paso
lento
mueve
sobre
el
collado
que
a
Junín
domina?
Su
gloria
crecerá
con
los
siglos
como
la
sombra
cuando
el
sol
declina.
Masturbábase
la
niña
Belarmina
con
un
tubo
de
nitroglicerina,
volándose
el
mico
la
imprudente.
Moraleja:
que
para
los
mismos
fines
la
pinga
es
mucho
menos
peligrosa.
Aristóteles
demostró,
en
tan
sólo
una
noche,
que
dejarse
prensar
no
es
ningún
reproche.
En
un
lejano
pueblo
de
Levante,
los
aldeanos
trataron
de
coger
por
el
culo
a
un
elefante,
mas
el
noble
animal,
sintiéndose
agredido,
con
la
trompa
se
tapaba
el
orificio.
Moraleja:
que
el
que
se
deja
coger
es
porque
quiere.
El
obispo
de
Honolulu
solía
coger
a
los
feligreses
por
el
culo,
mas
un
día,
estando
el
obispo
chispo
lo
cogieron
los
feligreses
por
doquier.
Moraleja:
que
el
que
a
hierro
mata
a
hierro
muere.
Pasaba
por
un
pueblo
un
maragato,
llevando
sobre
un
mulo
atado
un
gato,
al
que
un
niño,
mostrando
disimulo,
haló
la
cola
por
detrás
del
mulo.
Herido
el
gato,
en
su
dolor
profundo,
propinó
al
mulo
un
arañazo
horrible;
herido
el
mulo,
en
su
dolor
profundo,
lanzó
una
coz
y
derribó
al
muchacho.
Moraleja:
que
el
mal
es
pelota
que
vuelve
contra
el
mismo
que
la
bota.
4591
Cuenta
otra
vez
el
cuento.
Cuéntalo
a
tu
manera.
Digerido.
Asimilado.
No
sobrecargues
la
memoria,
que
no
sea
un
peso.
Que
se
sume
a
la
sangre
de
tu
alma.
Expulsa
lo
que
no
entiendas.
Aquello
de
Safo,
ú
toi
dynamai
kreekén
ton
iston,
lo
tradujo
Poyer:
ya
no
quiero
tumbar
guayabas
con
cañabrava.
4621
Me
desperté
feliz
y
poderoso,
como
si
hubiera
comido
durante
el
sueño
néctar
y
ambrosía.
4651
La
dificultad
mayor
para
el
paso
consciente
a
los
sueños
y
desde
los
sueños
es
el
olvido.
El
que
despierta
de
un
sueño
interesante,
cree
poder
recordarlo
siempre
debido
a
la
fuerte
impresión
que
le
produjo.
Error.
En
cosa
de
minutos
se
olvida.
Tendría
uno
que
dormir
con
papel,
lápiz
y
luz
a
la
mano
y
escribirlo
de
inmediato.
Y
aun
así,
mientras
lo
escribe
se
escapa
a
jirones
entre
las
palabras.
Lo
mismo
pasa
al
quedar
dormido;
las
experiencias
anteriores
al
sueño
se
disuelven,
se
borran.
De
aquí
sacaron
los
griegos,
creo,
la
idea
del
Leteo,
ese
río
que
cruzamos,
según
ellos,
al
nacer
y
al
morir,
ese
río
cuya
agua
aniquila
todo
recuerdo
de
lo
antes
vivido.
Por
eso
decían:
el
sueño
y
la
muerte
son
hermanos.
Mi
tarea
era
cruzar
ese
río
sin
perder
en
el
paso
la
consciencia,
ni
la
memoria.
Eventualmente
morir
y
reencarnar
en
luz.
Sin
apagarme.
Para
Homero
cada
hombre
es
una
luz.
Luz,
metáfora
de
consciencia.
Barba
Jacob:
«Decid
cuando
yo
muera
–y
el
día
esté
lejano–
era
una
llama
al
viento».
Mi
voluntad:
que
ni
el
Leteo
ni
el
viento
me
apaguen.
Obedezco
así
a
la
única
orden
que
se
le
dio
al
ser
vivo:
vivir.
Los
demás
imperativos
son
derivados
y
subalternos.
Orden
única,
y
trágica
tal
vez.
4691
Una
definición
usada
por
campesinos
merideños
analfabetos:
Mortus
est
qui
non
resollat
nequaquam
ne
pataleat.
4721
Paradójicamente,
me
resultó
menos
difícil
el
paso
consciente
de
los
sueños
a
la
vigilia.
Una
vez,
en
sueños,
me
di
cuenta
de
que
estaba
soñando.
Volaba
yo
no
lejos
de
la
superficie
de
la
tierra
en
ese
momento
y
miraba
un
enorme
samán.
Debajo
del
samán
había
una
fiesta.
Bajé
con
sólo
desearlo.
Nadie
advirtió
mi
presencia.
Decidí
despertar.
Lentamente
la
fiesta
se
deshizo
y
lentamente
me
fui
encontrando
en
mi
cama.
Traté
de
volver
al
sueño
y
no
pude.
Con
frecuencia
di
el
paso
desde
un
sueño
a
la
vigilia.
Intenté
quedarme
un
rato
en
el
límite
y
lo
logré
también;
pero
una
vez
despierto
no
podía
volver
al
sueño,
por
lo
menos
a
ese
sueño.
Si
me
dormía
de
nuevo,
soñaba
pero
no
lo
mismo
y
en
todo
caso
no
podía
predecir
qué
iba
a
soñar
ni
si
me
iba
a
dar
cuenta
de
que
estaba
soñando.
Además,
todavía
no
había
aprendido
a
entrar,
consciente,
en
los
sueños.
Un
viento
extraño
me
arrebataba
la
consciencia,
a
poco
de
entrar.
4751
Melchor
hizo
chupe.
Chupe
hizo
Melchor.
Chupe
Melchor
hizo.
Mamá
está
presa
por
mil
bolívares.
Me
puse
la
camisa
azul
porque
mamá
me
lavó
la
blanca.
¿Ud.
ama
a
Mao?
4801
En
los
sueños
suelen
presentarse
peligros
tremendos.
Hace
tiempo,
me
atacaban
en
sueños
unos
perros
sanguinarios.
Tenía
que
batirme
a
garrotazos
o
huir
despavorido.
En
cierta
ocasión,
acosado,
con
todas
las
de
perder,
grité
el
nombre
de
mi
maestro;
él
apareció
lejos
a
mi
derecha
y
caminó
lentamente
hacia
la
izquierda,
acercándose,
sin
mirarme
y
desapareció
por
la
izquierda.
Los
perros
feroces
se
retiraron
como
corderitos
asustados
y
nunca
más
me
han
molestado.
Tampoco
los
perros
del
mundo
de
la
vigilia.
4831
Caminaba
yo
en
cierta
ocasión
por
una
calle
estrecha,
sin
aceras,
peatonal,
puertas
y
ventanas
de
hierro
a
cada
lado.
Cuando
la
calle
desembocó
en
una
plaza
de
piedra
con
un
monumento
abstracto
de
piedra
en
el
centro,
cuando
vi
ese
gran
espacio,
me
di
cuenta
de
que
estaba
soñando
y
de
que
ésa
era
la
ciudad
tantas
veces
visitada
en
sueños,
tantas
veces
recorrida
y
explorada,
pero
sin
agotarla:
mi
conocimiento
de
ella
se
ampliaba
en
cada
visita;
esa
calle
estrecha,
esas
ventanas
y
puertas
de
hierro
las
veía
por
vez
primera.
Pero
la
ciudad
estaba,
en
esa
ocasión,
totalmente
desierta,
y
fría.
Soplaba
un
viento
como
el
que
mató
a
Annabel
Lee.
Nubes
negras
corrían
a
baja
altura
en
el
cielo.
Sentí
la
proximidad
de
una
tormenta
o
de
una
catástrofe;
tal
vez
la
ciudad
había
sido
abandonada,
evacuada,
por
predicción
de
terremoto.
Yo
no
podía
escapar
de
la
ciudad
con
suficiente
prisa,
un
terror
frío
me
invadió,
decidí
despertar,
buscar
mi
cama
y
mi
almohada.
La
intuición
de
inminente
catástrofe
era
clara
en
mi
espíritu.
«Quiero
despertar»
dije
en
voz
alta,
un
eco
siniestro
me
respondió.
Me
halé
los
cabellos,
me
mordí
la
lengua,
me
pellizqué;
pero
seguía
allí,
desvalido,
impotente.
Recordé
lecturas
sobre
el
antacarana
y
su
ruptura.
Llámase
antacarana
en
una
tradición
de
la
India
un
cordón
de
plata
ilimitadamente
extensible
que
liga
el
cuerpo
físico
al
astral
mientras
éste
viaja
por
el
plano
astral.
Yo
no
pensaba
en
términos
de
planos;
me
pareció
más
bien
que
el
sueño
es
vida
de
la
misma
manera
que
la
vida
es
sueño;
dos
realidades
equivalentes,
de
igual
jerarquía;
si
había
planos
y
cuerpos,
los
debía
haber
en
las
dos.
Sin
embargo,
lo
del
cordón
de
plata
me
inquietaba:
según
esa
tradición
de
la
India,
si
el
cordón
de
plata
se
rompe
ya
el
cuerpo
astral
no
puede
volver
al
físico
y
vaga
perdido
en
el
plano
astral.
Roto
tal
vez
el
antacarana,
me
sentía
como
un
buzo
que
ha
perdido
los
tubos
de
unión
con
la
superficie;
o
como
un
globo
aerostático
privado
de
la
posibilidad
de
dirigirse;
o
peor
aún,
como
un
papagayo
cuando
el
hilo
se
rompe.
El
terror
de
desastre
y
muerte
se
acrecentó
cuando
la
tierra
comenzó
a
temblar;
los
altos
edificios
se
tambaleaban,
en
el
suelo
se
abrieron
grietas
profundas.
Yo
di
un
salto
de
los
que
había
aprendido
a
dar
en
sueños,
un
salto
que
se
convertía
en
vuelo,
si
yo
mantenía
cerrada
la
respiración.
Volé,
volé
alto
y
avisté
a
lo
lejos
el
territorio
amarillo
sin
vegetación
visto
en
mis
primeros
intentos
de
paso
consciente
a
los
sueños.
Me
acerqué
en
vuelo
hasta
la
azotea
de
la
casa
de
arcilla
amarilla,
bajé,
abrí
la
puerta,
entré
y
de
inmediato
sentí
el
calor
de
las
sábanas,
la
blandura
de
la
almohada;
estaba
tembloroso
y
jadeante.
4861
¿Dónde
está
el
mundo
de
los
sueños?
Se
impone
una
reflexión
sobre
el
espacio.
Los
dos
mundos
coinciden
en
el
mismo
espacio.
Digo
esto
por
los
estados
de
consciencia
intermedios
entre
el
sueño
y
la
vigilia:
soñar
despierto,
cabecear
por
la
necesidad
de
dormir
y
la
obligación
de
estar
despierto,
la
lectura,
el
cine,
el
teatro,
la
escucha
de
conferencistas
fastidiosos...
Se
mira
en
ellos
hacia
ambos
lados,
son
frontera.
Ciertas
palabras
–debo
decirlo–
son
pasajes
hacia
el
sueño.
Más
precisamente:
hacia
ciertas
regiones
del
sueño.
Cuando
leo
o
pienso
o
escucho
la
palabra
acuarimántima,
me
traslado
de
inmediato
a
una
región
del
mundo
de
los
sueños
donde
hay
muchos
cristales
verdes.
Si
no
hago
un
esfuerzo
especial,
me
quedo
allí,
no
leo
más,
ni
pienso,
ni
escucho.
Ahora
bien,
estando
en
el
mundo
de
los
sueños,
si
veo
una
flor
de
lis,
esa
forma
heráldica
del
lirio,
paso
en
el
acto
al
mundo
de
la
vigilia.
Como
se
ve,
mi
intento
por
pasar
conscientemente
de
mundo
a
mundo,
descubría
caminos
inesperados.
4871
Suele
ocurrir
que
al
acostarme
siento
en
mi
habitación
–a
veces
incluso
en
mi
cama–
la
presencia
de
una
o
varias
personas
que
me
inquietan,
o
me
regocijan
o
simplemente
me
molestan.
Se
trata
aquí
de
una
invasión
procedente
del
otro
mundo.
«Déjenme
tranquilo»,
les
digo,
«esperen
a
que
me
duerma».
Pero
cuando
logro
el
paso
consciente,
ya
no
están
ahí.
Les
gusta,
creo,
la
frontera.
Son
seres
de
umbral.
Desde
el
umbral
de
un
sueño
me
llamaron,
dice
el
poeta.
Pero
él
sí
fue
conducido
a
ver
el
alma.
Yo
nunca.
4931
Una
experiencia
terrorífica.
Me
ha
ocurrido
varias
veces.
No
sé
cómo
interpretarla.
En
pleno
sueño,
actuando
y
conversando
animadamente,
escucho
una
palabra,
por
ejemplo
¡Profe!
O
una
grosería,
y
me
despierto
de
inmediato,
paso
al
mundo
de
la
vigilia,
pero
no
me
encuentro
en
mi
cama
sino
manejando
carro
por
las
tortuosas
carreteras
de
los
Andes.
Casi
nadie
acepta
acompañarme
cuando
viajo,
aunque
mi
carro
es
cómodo
y
yo
un
excelente
conductor.
4951
Muchos
piensan
que
los
sueños
son
el
cumplimiento
onírico
de
deseos
y
temores
pertenecientes
a
la
vida
cotidiana
ordinaria.
Un
fenómeno
subjetivo.
Tienen
parcialmente
razón;
hay
sueños
que
tienen
ese
origen
y
permanecen
en
el
ámbito
de
la
subjetividad
individual.
Pero
no
son
los
más
característicos,
ni
los
más
interesantes,
ni
los
más
numerosos.
Otros
piensan
que
los
sueños
son
mensajes
enmascarados,
o
cifrados
o
en
clave,
de
contenidos
rechazados
por
la
consciencia
o
simplemente
olvidados.
Según
otros,
expresan
además
contenidos
del
inconsciente
colectivo,
manifestaciones
de
experiencias
colectivas
de
un
pueblo
e
incluso
de
la
humanidad
toda,
recuerdos
milenarios
acumulados
en
una
especie
de
memoria
oculta
que
se
dispara
en
visiones
y
dramas
del
sueño
y
de
diversos
tipos
de
trance.
Ambos
tienen
parcialmente
razón.
Hay
sueños
que
presentan
esas
características
y
pueden
ser
interpretados
de
esa
manera
con
fruto
teórico
y
terapéutico
no
despreciable.
Pero
no
son
los
más
característicos,
ni
los
más
interesantes.
Sus
intérpretes
dejan
por
fuera
la
esencia
de
los
sueños;
se
limitan
a
sacar
partido
de
algunos
de
ellos
con
fines
profesionales
interesados;
lo
que
hacen
es
legítimo
y
útil,
pero
no
responde
ni
se
propone
responder
la
pregunta
central
¿qué
es
el
sueño?
¿Qué
es
soñar?
Desde
la
más
remota
antigüedad
y
en
todos
los
pueblos
se
ha
pensado
en
los
sueños
como
mensajes
de
Dios
o
de
un
dios
o
de
alguna
divinidad.
Tienen
razón
parcialmente.
Hay
sueños
de
ese
tipo.
¿Cómo
puedo
yo
reunir
suficiente
arrogancia
para
decir
que
Sócrates
erraba
al
creer
que
era
un
dios
quien
le
decía
en
sueños:
¡Sócrates,
cultiva
la
música!?
¿Con
qué
autoridad
puedo
yo
declarar
ilusos
a
los
practicantes
antiguos
de
la
incubatio?
¿Estoy
yo
acaso
por
encima
de
los
sueños
premonitorios
y
admonitorios
de
José,
de
Nabucodonosor,
del
Faraón,
o
modestamente
de
mis
vecinos,
de
mis
amigos,
de
mí
mismo?
No
responden
a
la
pregunta
central,
sin
embargo.
El
que
recibe
una
carta
piensa
en
su
contenido
y
en
quien
la
envió
pero
no
necesita
estar
al
cabo
de
conocer
el
ámbito
institucional
que
permite
la
existencia
de
servicios
postales.
Hay
quienes
dicen
que
hablan
en
sueños
con
familiares
y
amigos
muertos;
también
que
sostienen
extrañas
conversaciones
con
personas
vivas.
No
puedo
contradecirlos
porque
yo
mismo
he
tenido
esas
experiencias.
Me
dicen
algo
que
ocurre
en
sueños
pero
no
me
dicen
la
naturaleza
de
los
sueños.
Ciertas
personas
van
en
sueños
a
lugares
del
mundo
de
la
vigilia.
Se
mantienen,
creo,
cerca
de
la
frontera
y
exploran,
desde
el
otro
lado,
este
lado.
Conocí
un
muchacho
que
recorría
el
vecindario
durmiendo
la
siesta
y
averiguaba
lo
que
hacía
la
gente
en
su
intimidad.
Conocí
una
señora
que
dormía
a
una
muchacha
y
la
mandaba
a
buscar
información,
desde
el
sueño,
acerca
del
paradero
de
su
esposo
en
este
mundo.
5011
Todas
estas
teorías
y
opiniones
acerca
del
sueño
y
las
actividades
involuntarias
o
voluntarias
en
su
ámbito,
me
dejaban
insatisfecho
en
cuanto
a
una
explicación
o
definición
de
la
esencia
del
soñar.
En
mis
búsquedas,
llegué
a
una
concepción
satisfactoria,
que
además
me
permitía
ubicar
en
ella
todas
las
teorías,
tradiciones,
opiniones,
testimonios
y
prácticas
que
he
enumerado
y
descrito
someramente.
Hela
aquí:
Vivimos
en
dos
mundos
igualmente
reales,
pero
nuestra
consciencia
al
ubicarse
en
uno
de
ellos
no
se
da
siempre
cuenta
de
la
presencia
del
otro.
Necesita,
sin
embargo
–el
ser
humano
es
mestizo–,
pasar
parte
del
tiempo
en
cada
uno
de
ellos
sin
perder
nunca
la
conexión
con
el
otro.
En
ambos,
además
del
hombre,
habitan
animales
y
dioses.
Ciertas
relaciones
son
más
frecuentes
en
el
uno
que
en
el
otro.
Ambos
mundos
coexisten
en
el
mismo
espacio,
se
interpenetran
y
dan
lugar
a
los
fenómenos
que
generan
las
diversas
teorías.
Pero
todas
éstas
caben
dentro
de
mi
concepción
sin
contradecirse.
Complementándose
más
bien.
Una
ventaja
teórica,
pero
la
realidad
desborda
siempre
las
teorías,
frustra
su
pretensión
totalizante,
obliga
a
aceptar
lo
infinito
en
torno
a
todo
intento
mental
y
verbal
de
aprisionarla.
La
verdad
grande
no
es
humana.
Humana
es,
en
cambio,
la
búsqueda
de
la
verdad;
la
más
noble
empresa
del
hombre,
la
que
le
impide
hundirse
en
la
cotidianidad,
en
los
intereses
subalternos,
en
la
torpeza
y
vanidad
de
las
ambiciones
mezquinas.
5051
Yo
estaba
dormido
y
soñaba.
Sabía,
además,
que
dormía
y
que
soñaba.
Estaba
acostado
sobre
mi
lado
derecho,
con
el
brazo
derecho
extendido.
Durante
el
sueño
llegó
mi
hijo
Ricardo
y
me
tomó
la
mano
derecha
como
para
saludarme
de
esa
manera
inusual
entre
nosotros.
Yo
vi
su
cara
de
perfil
sobre
una
mesa
donde
había
dos
copas
muy
cerca
la
una
de
la
otra,
los
bordes
se
tocaban.
Vi
su
cara
de
perfil
a
contraluz,
sus
labios
sobre
el
punto
de
contacto
de
las
dos
copas.
Él
bebía
al
mismo
tiempo
de
ambas
copas,
no
sé
explicar
cómo,
y
me
apretaba
la
mano.
Decidí
despertar.
Era
de
día.
Sentía
todavía
el
calor
del
apretón
de
manos.
Me
toqué
la
derecha
caliente
con
la
izquierda
fría.
Con
la
izquierda,
que
había
permanecido
sobre
el
corazón.
Ese
mismo
día
de
luna
nueva,
se
saludaron
Bush,
Putin
y
Chirac
en
Leningrado
Petersburgo.
Petersburgo:
ese
bello
intento
de
europeizar
a
Rusia.
Ese
misma
día
de
luna
nueva,
se
saludaron
Bush,
Ariel
Sharon
y
Ajmud
Abés
en
Jerusalén.
Jerusalén:
ese
bello
intento
de
reconciliar
árabes
y
judíos.
Ese
mismo
día
de
luna
nueva,
se
sentaron
a
comer
ocho
hombres
ricos
y
ocho
mil
pobres
les
sitiaron
la
mesa,
en
Evián.
Evián,
ese
intento
hipócrita
de
respetar
el
agua
del
planeta.
5081
Todo
el
tiempo
me
han
acompañado
dos
amigos
venezolanos.
Uno
es
filósofo,
muy
reflexivo
y
serio.
El
otro
toma
todo
a
broma
y
tiene
siempre,
a
flor
de
labios,
expresiones,
dichos,
proverbios
y
chistes
procaces
de
origen
popular
y
campesino.
Debo
prestarles,
por
momentos,
mi
mano
y
mi
palabra.
Pero,
a
veces,
ellos
se
apoderan
de
ambas
sin
pedirme
permiso.
Nunca
juntos.
Cuando
hablan
dicen
Yo.
Toman
el
mando.
Prefiero
no
contradecirlos
para
que
no
se
pongan
bravos
y,
así
satisfechos,
me
dejen
continuar
mis
experiencias
y
pensamientos.
A
veces
dialogo
con
ellos.
Pero
suele
ocurrir
que,
mientras
hablo,
el
otro
toma
el
mando.
Hay
momentos
en
que
no
sé
quién
es
quién.
Paseo
entonces
por
los
parques
y
las
calles
de
París,
comiendo
helados...
5101
En
cierta
ocasión,
mientras
paseaba,
me
sentí
como
una
ola
individual
de
consciencia.
Una
ola
consciente
de
moverse
entre
miríadas
de
otras
olas.
Una
ola
súbitamente
consciente
de
estar
condenada
a
desaparecer
en
un
mar
infinito
de
consciencia
que
tiene,
en
la
superficie,
miríadas
de
olas
transitorias,
efímeras.
Un
viento
infinito,
pariente
del
mar,
me
cruza
y
me
aniquila.
La
luz
del
sol
brilla
en
mí
por
instantes.
5081
Dijo
el
obispo:
la
novia
no
debe
dar
la
mano
al
novio
porque
maní,
boquí,
tetí,
caquí,
culí,
babí.
La
que
da
un
beso
da
el
queso.
La
que
da
la
mano…
A
veces
me
visita
el
filósofo
francés
amigo
mío.
Se
queja
de
que
en
Europa
nadie
puede
vivir
de
ser
filósofo.
Nadie
le
paga
por
filosofar.
Tiene
que
ejercer
otra
profesión:
la
pedagogía;
tiene
que
dar
clases
en
educación
media
o
en
la
universidad.
A
menos
que
se
haga
famoso
como
escritor
de
filosofía,
pero
ser
escritor
es
otra
profesión,
y
aun
famoso,
no
conoce
a
nadie
que
viva
de
escribir
filosofía.
Se
acepta
la
filosofía
como
ingrediente
importante
en
la
cultura
general
del
ciudadano,
pero
no
como
oficio.
Otra
salida
del
filósofo
es
la
de
trabajar
como
ideólogo
de
partidos
políticos
y
empresas
tecnológicas
y
comerciales
grandes;
para
hacer
discursos,
atender
reuniones
internacionales,
corregir
informes
y
escribirles
la
introducción.
Pero
es
eso:
una
salida.
La
satisfacción
sería
que
el
Estado
pagara
al
filósofo
para
pensar
nada
más
los
grandes
temas
y
formular
sus
pensamientos
cuando
él
quisiera,
ante
el
respeto
general
de
todos
los
interesados
en
ir
más
allá
de
los
temas
triviales
ordinarios.
El
filósofo
venezolano
que
me
acompaña
tomó
la
palabra.
La
filosofía
es
inseparable
de
la
pedagogía
y
es
bueno
que
sea
marginal
y
débil.
La
alianza
con
el
poder
enajena.
La
alianza
con
la
juventud
todavía
libre
de
grandes
compromisos
le
garantiza
independencia,
despliegue
gratuito
de
la
investigación,
autoridad
para
poner
en
tela
de
juicio
todos
los
valores
aceptados
y
conectar
así
el
ámbito
de
la
reflexión
sin
límites.
El
francés
estiró
la
boca
y
comenzó
a
mover
la
cabeza
dubitativamente
hacia
ambos
lados.
Muy
bien
en
principio,
dijo
al
fin,
pero
esa
cantidad
de
exámenes
por
corregir,
esos
estudiantes
mayoritariamente
inclinados
a
otra
cosa
(o
a
la
cosa
dijo
el
bromista).
Eso
de
tener
que
simplificar,
esquematizar,
hasta
falsear
pudiera
decirse,
para
dar
pie
a
preguntas
calificables
en
puntos.
Eso
de
sentir
el
desprecio
de
los
muchos,
la
arrogancia
de
los
ignorantes
engreídos,
la
insolencia
de
los
burócratas
del
Ministerio
de
Educación
y
de
los
administradores.
Eso
de
tener
que
soportar
a
los
que
quieren
mandar
para
sentirse
importantes
y
piden
continuamente
papeles,
papeles,
papeles.
Bueno,
no
sé,
bueno...
El
venezolano
se
quedó
pensativo
y
yo
me
acordé
de
una
visita
hace
años.
Me
vino
a
ver
un
jefe
de
investigación
en
ciencias.
Cuando
yo
salgo
cansado
del
trabajo,
dijo,
me
voy
a
tomar
unas
cervezas
y
a
hablar
tonterías;
pero
he
sabido
que
Ud.
es
filósofo,
literato
y
políglota;
he
venido
a
hablar
con
Ud.
una
pajita
fina.
5101
Zamuro
no
cuida
tripa
ni
burro
cuida
pajar
si
le
duele
la
barriga
váyase
pa’l
cambural.
5171
Al
terminar
la
cena,
casa
de
mi
hija,
mi
yerno
y
mis
tres
nietos,
mis
dos
compañeros
y
yo
nos
preparábamos
para
el
digestivo
y
la
conversación
de
sobremesa,
cuando
mi
nieto
menor
pidió
permiso
para
hacerle
una
pregunta
al
filósofo
venezolano.
A
mí
no
me
hubieran
permitido
tal
audacia
en
casa
cuando
niño,
pero
Francia
es
otro
país
y
las
costumbres,
aun
en
Venezuela,
han
cambiado.
Los
padres
y
el
abuelo
le
dimos
permiso.
Mi
nieto:
¿Qué
es
la
filosofía?
El
filósofo:
La
filosofía
es
una
alcachofa.
Habíamos
tenido
alcachofa
de
entrada;
mi
nieto
comienza
apenas
la
adolescencia,
es
muy
estudioso
y
serio.
Mi
nieto:
Eso
es
una
metáfora,
está
basada
en
una
comparación.
¿Qué
es
comparable
entre
filosofía
y
alcachofa?
El
filósofo:
El
que
llega
a
la
filosofía
desde
afuera,
degusta
nombres
de
filósofos
y
de
escuelas,
anécdotas,
frases
célebres,
disputas
entre
maestros,
temas
de
examen;
así
como
a
la
alcachofa
se
le
van
arrancando
hojas
que
se
mojan
en
salsa
y
se
las
come
una
por
una,
pacientando
y
gozando
mientras
se
llega
al
centro.
En
el
centro
hay
que
tener
cuidado
con
una
corona
de
pelillos;
se
quitan
los
pelillos
incómodos,
no
comestibles,
y
se
llega
al
corazón.
El
buen
estudiante
libera
lo
central
de
la
filosofía
quitándole
malentendidos
y
fanatismos
hasta
llegar
a
lo
meduloso
y
medular.
Mi
nieto:
Yo
preferiría
que
la
filosofía
fuera
un
mango
o
un
aguacate.
Yo:
Debiste
preguntar
qué,
en
la
filosofía,
es
comparable
al
corazón
de
la
alcachofa.
Y
también
qué
pasa
si
se
comienza
la
filosofía
desde
adentro,
con
qué
es
comparable.
Mi
nieto:
Mi
mamá
me
está
haciendo
señas
de
que
no
convierta
la
sobremesa
en
una
clase.
Reservo
las
demás
preguntas
para
después.
Ahora
doy
las
gracias
y
con
permiso
me
voy
a
jugar
Mah
Jongg.
Yo
no
sabía
que
se
podía
decir
tanto
por
señas.
Pero
el
compañero
bromista
me
dijo:
Acuérdate
de
la
seña
del
mudo
y
la
del
pulpero.
5231
Me
dieron
cita
en
el
Danton.
Me
trasladé
al
zoológico
y
busqué
la
jaula
donde
hubiera
una
danta
grande.
No
había
ni
pequeña.
La
cita
era
en
el
Danton.
El
café
Danton,
a
la
salida
del
metro
Odeón.
Llegué
tarde.
Me
contaron
que
Robespierre,
un
revolucionario
como
Danton
y
compañero
suyo,
lo
mandó
a
guillotinar.
Robespierre
a
su
vez
fue
arrestado
por
sus
compañeros
y
guillotinado.
Al
arrestarlo,
para
que
no
hablara,
porque
era
un
orador
de
verbo
irresistible,
le
dispararon
en
la
boca.
Intentó
hablar
pero
la
sangre
le
llenaba
la
boca.
«Es
la
sangre
de
Danton
que
te
ahoga»,
le
gritó
el
amigo
enemigo.
5261
Vi
un
loco
con
la
manía
/
de
meterse
el
dedo
atrás
/
y
oliéndolo
más
y
más
/
me
estoy
pudriendo,
decía
/
la
gente
lo
reprendía
/
por
tan
repugnante
exceso
/
y
el
loco
les
respondía
/
carajo
si
el
culo
es
mío
/
¿qué
tienen
que
ver
con
eso?
5281
Me
causa
asombro
observar
cómo
soy
un
extraño
en
mi
propio
cuerpo.
Él
lleva
su
vida
por
su
cuenta,
hace
una
enorme
cantidad
de
operaciones
secretas.
El
hígado,
el
corazón,
el
cerebro,
los
riñones,
los
testículos,
los
pulmones,
todos
los
órganos
actúan
sin
mi
permiso
ni
mi
decisión.
Es
poco
lo
que
puedo
hacer
para
intervenir.
Mis
trabajos
de
alimentación,
evacuación,
limpieza,
son
ordenados
por
él.
Me
es
más
fácil
intervenir
en
mi
carro
que
en
mi
cuerpo.
Para
saber
lo
que
ya
se
sabe
sobre
el
cuerpo
humano
en
instancias
científicas,
tendré
yo
que
estudiar
a
dedicación
exclusiva
durante
diez
años
por
lo
menos
y
eso
no
me
quitaría
la
extrañeza.
Soy
un
testigo
de
mi
cuerpo,
y
no
muy
bueno;
cuando
se
queja
busco
médico.
Y
el
cuerpo
de
mis
viajes
oníricos
¿qué
cuerpo
es
ése?
¿Tiene
hígado,
cojones,
lengua?
También
soy
testigo
de
mi
propia
vida.
Me
es
extraña,
no
sé
a
ciencia
cierta
de
dónde
viene,
ni
a
dónde
va,
ni
por
qué.
Puras
hipótesis,
suposiciones,
teorías,
y
me
equivoco
que
da
miedo.
Todo
se
puede
interpretar
de
varias
maneras
y
ninguna
es
mejor
que
otra.
Conveniencias
de
momento.
Con
mis
emociones
y
mis
pensamientos
es
lo
mismo.
Soy
un
testigo
estúpido.
No
sé
dar
cuenta
definitiva.
Rodeos
y
rodeos
en
torno
a
la
ignorancia.
Tal
vez,
quién
sabe,
puede
ser,
a
lo
mejor,
es
lo
más
seguro,
quizás.
5351
No
sé
nada.
Mentira.
Sí
sé
muchas
cosas.
Es
más:
mi
alma
tiene
hambre
de
conocimientos;
quiero
aprender
siempre,
estudio
para
saber.
Me
siento
alimentado
cada
vez
que
aprendo
algo.
Puedo
decir
esto
de
manera
más
fuerte:
mi
alma
está
enferma
de
ignorancia;
para
curarla
debo
darle
a
diario
dosis
de
conocimiento.
Pero
cuando
digo
no
sé
nada,
no
miento.
Me
refiero
a
cierto
tipo
de
conocimiento.
Aclaro.
Cuando
Sócrates
decía
Sé
que
no
sé
nada,
se
refería
al
conocimiento
vivencial
que
no
se
ha
reflejado
todavía
adecuadamente
en
el
espejo
del
pensamiento
y
del
lenguaje.
El
valiente
general
sabía
lo
que
es
el
valor,
pero
no
sabía
decirlo.
Y
muy
bien
sabía
Lisis,
vivencialmente,
lo
que
es
la
amistad
pero
no
sabía
decirlo,
pensarlo
claramente;
no
podía
dar
cuenta
y
razón
de
la
amistad.
El
mismo
Sócrates
se
declaró
conocedor
de
las
cosas
de
Afrodita,
experto
en
amores
y
en
el
amor.
Cualquier
brujo
que
se
respete
conoce
sus
yerbas
y
es
experto
en
usarlas.
Conocimiento
aumentable,
pero
de
ninguna
manera
despreciable.
Sin
embargo,
el
último
punto
de
soledad,
el
saberse
ahí
sin
causa
última
conocida,
es
el
saber
de
una
ignorancia
radical,
con
otras
en
un
mundo
cultural,
seguro
sólo
de
morir.
Aquí
sí
digo
no
sé
nada,
aunque
ya
eso
es
mucho.
Sin
embargo,
al
mismo
tiempo
me
sé
anhelo,
anhelo
irrenunciable,
disparado
hacia
un
fin
desconocido
y
maravilloso,
accesible
a
un
saber
sabroso
distinto
a
todo
otro
saber.
5381
En
las
sabanas
de
Apure
suspiraba
un
morrocoy,
y
en
los
suspiros
decía
atájenme
que
me
voy.
En
las
sabanas
de
Apure
suspiraba
un
gavilán
y
en
los
suspiros
decía
Muchachas
de
Camaguán.
Apártalos,
amado,
que
voy
de
vuelo.
5431
Morir,
tal
vez
soñar.
Decía
Hamlet.
Y
temía.
Pero
sí,
morir
es
como
soñar
sin
retornar.
Perder
uno
de
los
dos
mundos.
Entonces
el
sueño
consciente
es
un
ejercicio,
un
aprender
a
morir
sin
terror.
Además,
no
hemos
explorado
el
mundo
de
los
sueños,
ni
hemos
aprendido
a
movernos
en
su
física.
Además,
si
tanto
interés
hay
en
éste,
sabemos
de
médiums
y
de
préstamos
cismundiales.
Además,
si
tanto
amamos
esta
vida,
las
más
antiguas
y
venerables
tradiciones
enseñan
la
reencarnación.
Además,
el
problema
de
muchos
sabios
es
cómo
hacer
para
no
seguir
reencarnando.
Además,
Hamlet,
¿por
qué
pensar
en
términos
de
miedo
y
esperanza?
¿Por
qué
no
el
goce
del
pionero,
el
goce
del
explorador?
Además,
quiere
el
hombre
ir
a
otros
planetas,
a
otros
sistemas
solares
¿por
qué
no
a
los
inimaginables
continentes
del
sueño
donde
no
conocemos
sino
las
orillitas?
Además,
¿por
qué
no
el
viaje
inverso
hacia
mí
mismo,
hacia
mi
origen?
Deslastrarse
de
mundos
y
quedar
escotero,
liviano;
pero
contigo,
princesa.
5441
Yo
tenía
una
gran
puerta
de
madera.
Unos
tres
metros
de
ancho
y
dos
de
alto.
Las
dos
hojas
no
bien
ajustadas
al
marco.
De
momento
no
podía
llevarla
a
casa.
Entonces
busqué
un
espacio
donde
ponerla.
En
una
escuela
la
puse
en
una
gran
comunicación
sin
puerta
entre
el
corredor
y
un
aula.
Pero
quedaba
floja
y
los
muchachos
entrando
y
saliendo
la
iban
a
desarmar.
Bajo
la
mirada
amiga
de
Oscar
Berrisbeitia,
encontré
un
espacio
entre
dos
columnas.
Justo.
Allí
la
puse,
pero
no
cerrada,
sino
abierta.
Las
hojas
sobresalían
del
alero
de
modo
que,
si
llovía,
se
mojaban.
Quedaron
firmes.
No
llovía.
Me
puse
a
ver
los
juegos
de
los
muchachos.
Era
la
hora
del
recreo.
5471
No
por
telepatía,
por
teléfono,
larga
distancia,
llamé
a
Natalia
y
Veva.
Les
di
cita.
A
media
noche.
En
la
delta
y
la
zeta
de
la
tetractis.
Como
maestro
he
tenido
la
fortuna
de
ser
superado
por
algunos
de
mis
discípulos.
Vinieron
puntualmente.
Ya
saben
pasar
de
la
vigilia
al
sueño
y
del
sueño
a
la
vigilia
sin
solución
de
continuidad.
No
beben
del
agua
del
Leteo.
Quieren
ser
somnonautas.
A
las
doce
de
la
noche,
yo
instalado
en
la
épsilon,
ellas
aparecieron
en
la
delta
y
la
zeta.
Con
la
tetractis
no
hay
peligro
de
perderse.
Pero
aunque
ambas
tienen
más
de
veinte
años,
Natalia
apareció
de
siete
y
Veva
de
doce.
Unas
niñas.
No
nos
has
enseñado
a
controlar
la
edad,
me
dijeron.
Pero
no
importa,
se
trataba
de
un
ejercicio
¿Qué
quieren
hacer?
Les
pregunté.
Queremos
ir
al
palacio
de
arcilla,
respondieron
en
coro.
Yo
les
había
contado
mi
experiencia
inicial
en
ese
paisaje
de
tierra
amarilla,
sin
vegetación
y
les
había
descrito
la
casa
de
tierra,
la
escalera,
la
azotea,
la
puerta...
Tomando
la
mano
izquierda
de
Natalia
con
mi
derecha,
y
la
derecha
de
Veva
con
mi
izquierda,
¡A
volar!
les
dije.
Corrimos.
Luego
¡saltar!
El
salto
se
convirtió
en
vuelo.
No
tuve
que
cargarlas.
Volaban
livianitas.
Me
basta
pensar
en
ese
palacio
de
arcilla
para
dirigir
mi
vuelo
hacia
él.
Llegamos
a
la
azotea
y
nos
posamos
con
cuidado
como
el
que
sale
de
una
correa
móvil
en
el
metro
de
París.
Contemplamos
un
rato
esa
bella
desolación
amarilla
hasta
que
yo
dije:
«Basta
por
ahora».
No,
no,
dijeron
a
coro,
queremos
más.
Fui
inflexible,
disciplina
es
disciplina.
Me
dirigí
con
ellas
dos,
renuentes,
hacia
la
puerta
porque
ella
producía
un
atajo
hacia
la
vigilia,
de
paso
instantáneo.
Abrí
la
puerta,
pero
un
viento
extraño
sopló
desde
allá
y
nos
trasladó
a
la
ciudad
de
mis
sueños,
ahora
completamente
quebrada
y
abandonada.
Quedé
desconcertado,
perplejo.
Veva
dijo
¿por
qué
no
salimos
por
la
tetractis?
Así
lo
hicimos.
Cuando
nos
pusimos
en
la
posición
delta-‐épsilon-‐zeta
de
la
tetractis,
apenas
pude
alcanzar
las
manos
arrugadas
de
Natalia
y
Veva
ancianas
con
mis
débiles
manos
de
seisañero.
Ellas
me
miraron
maternalmente
desde
allá
arriba
y
me
guiaron
hacia
la
vigilia.
Tenía
razón
mi
tío
Juan
José:
las
mujeres
saben
más
que
uno.
5501
No
siempre
estoy
en
eso
del
paso
consciente.
Los
sueños
conscientes
cansan.
También
la
vigilia
consciente.
En
general
suelto
las
riendas.
Me
doy
cuenta
de
que
sueño
si
mi
habitación
comunica
con
habitaciones
adicionales.
Me
doy
cuenta
de
que
estoy
despierto
si
puedo
verme
las
manos.
5521
Fui
a
ver
a
un
médico
porque
tenía
una
gripe
muy
fuerte.
Mientras
me
hacía
la
anámnesis
y
escribía
mis
respuestas,
y
luego,
mientras
me
auscultaba
y
diga
aaaaa
y
diga
treinta
y
tres
(trente
trois)
y
respire
hondo,
el
médico
mascullaba
no
sé
qué,
refunfuñaba,
murmuraba
entre
dientes,
decía
algo
sotto
voce.
Temí
por
mi
vida,
no
me
había
imaginado
que
mi
estado
era
tan
grave.
Mientras
él
escribía
el
récipe,
después
de
diagnosticar
en
voz
alta
un
sacré
coup
de
froid,
entendí
una
de
las
cosas
que
gruñía:
adolescent
retardé
o
attardé.
Por
fin
habló
claramente.
Sacó
una
carta
arrugada
del
bolsillo
de
la
bata
y
me
dijo:
«Lea
por
favor
y
dígame
si
eso
es
justo».
Leí.
Era
la
carta
de
una
mujer
que
le
cortaba
las
patas,
lo
despedía;
lo
mandaba
a
freír
monos,
le
daba
matarile
acusándolo
de
inmaduro,
de
incapaz
de
asumir
responsabilidades,
de
adolescente
retardado,
con
treinta
años
encima
parecía
de
catorce,
tendría
que
volverse
pedófila
para
seguir
cargándole
el
mono,
no
venga
más
que
aquí
no
va
a
conseguir
ni
agua.
Le
dije
que
no
tomara
en
serio
esa
carta,
que
las
mujeres
cuasi
histéricas
hacen
cosas
así
para
excitar
sexualmente
al
hombre,
es
un
aplique
erótico,
un
mecanismo
de
calentamiento.
Se
calmó
un
poco,
pero
seguía
quejándose
«adolescent
retardé,
adolescent
retardé
mon
cul!»
Yo
cogí
mi
récipe
y
me
levanté
para
irme,
no
sin
sacar
mi
cartera
y
preguntarle
cuánto
le
debía.
Yo
había
calculado
veinte
euros;
es
lo
que
cobra
un
generalista.
Pero
él
me
abrió
la
puerta
y
me
gritó
entre
ofendido
y
arrogante:
«Yo
no
trabajo
por
dinero,
trabajo
por
la
gloria.
Au
revoir».
Lo
tenía
loco
la
mujercita.
5531
Mi
ventana
en
París
da
sobre
el
patio
de
una
escuela.
Nunca
ha
ocurrido
que
el
recreo
sea
silencioso.
Me
asomo
a
ver.
Niños
franceses,
africanos,
chinos,
árabes,
vietnamitas,
jugando,
retozando,
peleando,
se
baten,
se
rebelan,
se
combaten,
se
debaten,
se
abaten.
Tres
partidos
simultáneos
de
fútbol
en
el
mismo
espacio.
Gritan,
chillan,
patean,
graznan,
relinchan,
se
empujan,
se
halan
el
pelo,
se
ponen
zancadillas
y
llaves,
se
escupen,
varones
y
hembras,
ninguno
se
queda
por
fuera,
es
imposible,
el
torbellino
los
arrastra
a
todos.
Si
no
hicieran
eso
matarían
al
maestro
e
incendiarían
la
escuela.
Estar
sentado
oyendo
clase
a
esa
edad
es
antinatural,
quizás
a
toda
edad.
La
cultura
es
represión,
coerción,
opresión.
Los
edificios
más
sólidos
en
Francia,
los
mejor
aireados,
los
más
adaptados
a
sus
fines,
son
las
escuelas.
El
gremio
de
más
auténtica
mística,
el
más
amoroso
y
paciente
es
el
de
los
maestros.
Logran
que
lo
antinatural
de
la
enseñanza
se
vuelva
grato.
Toda
la
grandeza
de
Francia
reposa
sobre
su
escuela.
5581
Para
algunos
franceses
la
République
es
la
Raie
publique.
Traducción:
si
pública
es
la
mujer
/
que
por
puta
es
conocida
/
todo
aquél
que
se
reputa
/
de
república
ser
hijo
/
debe
ser
a
punto
fijo
/
un
hijo
de
la
gran
puta.
Restos
de
monarquismo.
5591
Los
gallos
de
la
Ciudad
de
Nutrias
dicen
qui-‐qui-‐ri-‐qui
y
a
veces
cu-‐cu-‐ru-‐cu,
sobre
todo
los
taparucos
o
patarucos.
Los
gallos
ingleses
dicen
cook-‐a-‐doodl-‐do.
Pero
en
París
no
cantan
gallos
sino
palomos,
dice
curu-‐cu-‐cucu
paloma.
C.
C.
C.
P.
La
presencia
de
Rusia,
según
Charles
Páez.
5641
En
Rusia
sentí
curiosidad
por
conocer
las
Montañas
de
Lenin.
Pregunté.
Está
sobre
ellas,
me
dijeron.
Miré:
pura
estepa
hasta
Viena,
hasta
Vladivostok.
Resulta
que
las
Montañas
de
Lenin
son
los
hielitos
de
Maracaibo.
5651
Cantan
más
los
palomos
en
París
que
los
gallos
en
Nutrias.
A
pesar
de
que
el
gallo
es
el
animal
heráldico
de
Francia.
Pero
se
lo
comen.
Un
cocinero
francés,
en
Mérida,
Philippe,
tiene
problemas
para
preparar
el
coq-‐au-‐vin.
El
gallo
no
se
come,
le
dicen
los
campesinos.
Gallo
es
gallo
aunque
ponga.
5701
Era
de
noche
y
sin
embargo
llovía,
el
sol
con
sus
candentes
rayos
enfriaba
la
tierra.
Los
elefantes
volaban
de
flor
en
flor
y
las
mariposas
se
revolcaban
en
el
fango;
yo
iba
solo,
con
cuarenta
y
dos
de
mis
compañeros,
caminando
sentado
sobre
una
piedra
de
madera
cuando
de
repente
y
muy
paulatinamente,
ante
el
reflejo
de
una
vela
apagada,
nos
encontramos
ante
un
cadáver
viviente,
completamente
desnudo
con
las
manos
en
los
bolsillos;
y
yo
con
mi
puñal
que
no
tenía
hoja
ni
mango
le
asesté
dos
tremendas
puñaladas.
El
muerto
levantándose
me
dijo
con
voz
de
ultratumba:
«Ajá,
sinvergüenzón,
me
has
matado
a
traición».
5711
Yes
yes
en
inglés.
Oui
oui
en
francés.
Bene
bene
en
italiano.
C.
de
M.
en
castellano.
5741
El
lenguaje
corriente
sirve
para
la
comunicación
corriente
dentro
de
los
parámetros
culturales
y
sociales
comunes.
Cada
palabra
tiene
varios
significados
porque
el
número
de
conceptos
es
muy
superior
al
número
de
vocablos;
sería
imposible
hablar
si
para
cada
idea,
cada
percepción,
cada
matiz
emocional
hubiera
una
palabra;
se
perdería
uno
sin
salida
en
una
maleza
verbal
imposible
de
dominar
en
el
uso
y
de
retener
en
la
memoria.
Por
eso
la
unidad
de
significación
no
es
la
palabra
sino
la
frase;
de
la
frase
le
viene
a
la
palabra
su
significado.
Hacer
ciencia
es,
en
parte
no
pequeña,
diseñar
un
vocabulario
inequívoco,
términos.
El
lenguaje
de
la
filosofía
oscila
–a
veces
vacila,
titubea–
entre
el
lenguaje
de
la
ciencia
y
el
de
la
poesía.
Algunos
filósofos
no
se
alejan
del
lenguaje
corriente,
pero
lo
manejan
de
tal
manera
que
lo
hacen
apto
para
expresar
y
transmitir
las
vivencias
y
los
logros
del
pensamiento
con
singular
encanto
estético.
Su
problema
es
el
peligro
de
la
confusión,
pero
hay
admirables
casos
de
maestría.
Otros
filósofos
se
esfuerzan
por
construir
una
terminología
comparable
a
la
de
la
ciencia.
Su
problema
es
el
peligro
de
encierro
en
pedantes
excesos
neologísticos.
Pero
hay
admirables
casos
de
maestría.
Aun
entre
los
filósofos
que
se
alejan
del
lenguaje
corriente,
ciertas
palabras
se
convierten
en
términos.
Aun
entre
los
filósofos
que
favorecen
el
lenguaje
científico,
hay
creaciones
inconfundiblemente
poéticas.
El
científico,
el
poeta
y
el
filósofo
libran
una
guerra
santa
contra
el
lenguaje
corriente,
pero
sólo
en
su
seno
pueden
existir,
de
él
salen,
a
él
vuelven,
él
es
su
mediador.
5791
El
lenguaje
seduce
al
pensamiento.
Descartes,
francés,
concibió
la
realidad
como
un
conjunto
de
cosas.
La
palabra
francesa
réalité
(realitas,
reality,
realidad)
del
latín
«res»
cosa
o
cosas,
ya
contenía
ese
pensamiento.
Leibniz,
alemán,
concibió
la
realidad
como
un
conjunto
de
centros
de
fuerza.
La
palabra
alemana
Wirklichkeit
(realidad),
de
«wirken»
actuar,
ya
contiene
ese
pensamiento.
5801
-‐Mirá
mi
hermano.
-‐¿Por
qué
lo
conoces?
-‐Por
la
planta
de
la
mano.
-‐¿Qué
le
das?
-‐Majarete.
-‐¿Qué
le
ponés?
-‐El
machete.
-‐¡Tu
madre!
-‐La
de
mi
hermano.
5821
La
gente
repite
que
según
Tales
de
Mileto
el
principio
y
fundamento
de
todas
las
cosas
es
el
agua,
y
que
según
Heráclito
de
Efeso
el
principio
y
fundamento
de
todas
las
cosas
es
el
fuego.
Pero
a
pocos
se
les
ocurre
pensar
que
el
agua
de
Tales
no
moja
cuando
llueve
y
el
fuego
de
Heráclito
no
quema
al
niño
cuando
mete
el
dedo
en
la
llama
de
una
vela.
5851
Las
piernas
de
la
mujer
son
tijeras
que
cortan
el
hilo
del
pensamiento
filosófico
(dice
Osmán
Gómez).
Moraleja
1:
filosofa
en
verano.
Moraleja
2:
filosofa
sin
hijo.
Moraleja
3:
si
has
de
perder
la
hilación
no
pierdas
la
hilaridad.
5861
Descartes
dividió
las
cosas
(res)
de
la
realidad
en
dos
grupos
–no
dio
tercero–:
las
cosas
extensas
y
las
cosas
pensantes.
Son
extensas
todas
las
cosas
de
la
percepción
externa,
ocupan
espacio
en
el
campo
sensorial
externo.
Son
extensas
también
todas
las
cosas
de
la
percepción
interna,
ocupan
espacio
en
el
campo
sensorial
interno.
Los
números,
los
recuerdos,
los
deseos,
los
dolores,
los
pensamientos
se
despliegan
ante
la
percepción
interna,
son
espaciales,
extensos.
Sólo
una
cosa
es
pensante:
la
consciencia.
Ante
ella
se
despliegan
todas
las
cosas
que
son
o
pueden
llegar
a
ser
su
objeto,
es
decir,
las
del
primer
grupo.
Mucho
le
han
criticado
a
Descartes
esta
clasificación,
pero
la
crítica
más
fuerte
es
por
haber
llamado
cosa
a
la
consciencia.
La
consciencia,
dicen,
no
es
cosa
porque
no
puede
ser
objeto
de
percepción.
Haga
la
prueba:
Ud.
intenta
percibir
la
consciencia,
entonces
ella
se
divide
inmediatamente
en
dos,
una
se
pone
ante
la
otra
para
ser
observada
y
la
otra
sigue
siendo
consciencia
no
percibida,
queda
por
fuera.
La
cosa
es
cosa
porque
es
percibida.
La
consciencia
percibe,
pero
no
es
percibida,
no
es
cosa.
Hay
un
darse
cuenta
de
estar
percibiendo,
hay
una
autoconsciencia
indirecta,
oblicua,
reflejada,
pero
nunca
la
consciencia
convertida
en
cosa
de
la
percepción.
La
consciencia
está
siempre
dirigida
hacia
objetos,
es
consciencia
porque
percibe.
Yo
creo
que
Descartes
comprendía
esto
perfectamente
bien.
Sus
críticos,
en
este
punto,
lo
subestiman
y
sobreestiman.
Descartes
no
se
aleja
del
lenguaje
corriente
y
en
el
lenguaje
corriente
todo
sujeto
de
una
oración
es
nombre
o
substantivo.
Debieron
criticarle
que
no
inventara
una
manera
de
hablar
de
la
consciencia
sin
substantivarla,
sin
ponerla
como
sujeto
de
oraciones
gramaticales.
¿Por
qué
no
lo
intentan
ellos?
También
le
critican
haber
dicho
«pienso,
luego
existo»
(cogito,
ergo
sum).
Como
si
él
hubiera
hecho
el
siguiente
silogismo:
todo
lo
que
piensa,
existe;
yo
pienso;
luego
yo
existo;
haciendo
derivar
lógicamente
el
hecho
de
existir
del
hecho
de
pensar.
Al
decir
«pienso»,
argumentan,
ya
está
supuesto
el
sujeto
«yo»,
mi
existencia,
de
modo
que
«pienso,
luego
existo»
es
una
tautología,
decir
lo
mismo
dos
veces.
Ahora
bien,
«pensar»,
digo
yo,
tiene
dos
significados
principales.
Por
una
parte
pensar
es
hacer
series
de
pensamientos,
encadenar
oraciones,
de
manera
que
nuevos
pensamientos
puedan
surgir
de
la
combinación
de
los
anteriores.
Eso
puede
hacerlo
una
máquina
programada
por
el
hombre.
Por
otra
parte,
pensar
es
«darse
cuenta».
«Pienso
que
camino»
dice
Descartes
en
cierto
momento.
También
dice
¡¡»pienso
que
pienso»!!
(Cogito
me
deambulare;
cogito
me
cogitare!!)
No
está
demostrando
nada
con
ningún
silogismo.
Está
mostrando
que
al
darse
cuenta
de
lo
que
sea,
se
da
cuenta
también
de
que
existe,
de
que
está
por
fuera
de
lo
pensado.
Tal
vivencia
es
más
intensa
cuando
dice
«me
doy
cuenta
de
que
me
doy
cuenta»,
pienso
que
pienso,
cogito
me
cogitare.
5881
Con
respecto
a
la
palabra
«existencia».
Viene
del
latín
«ex»:
fuera,
afuera,
hacia
afuera
y
«sisto»:
lanzar.
Existencia
nombra
el
hecho
de
ser
lanzado
hacia
afuera.
¿Hacia
afuera
de
qué?
En
cierto
momento
de
la
Edad
Media
se
llamó
existencia
a
todo
lo
que
no
soy
yo
pues
queda
lanzado
fuera
de
mí;
toda
la
realidad
queda
ante
mí,
fuera
de
mí.
Durante
una
parte
del
siglo
veinte
el
mismo
hecho
y
por
las
mismas
razones
hizo
que
se
llamara
«existencia»
a
la
consciencia,
al
sujeto.
Estoy
lanzado
hacia
fuera
del
mundo,
de
la
realidad.
Todo
me
es
extraño,
el
mundo
es
ancho
y
ajeno
(¿Pensó
en
esto
Ciro
Alegría?)
5981
Me
volvió
a
visitar
el
filósofo
francés
amigo,
J.
P.
de
M.
Después
de
los
saludos
se
quejó
de
uno
de
mis
acompañantes,
del
que
siempre
está
haciendo
bromas
o
contando
cuentos
obscenos
de
mal
gusto,
o
citando
a
campesinos
y
gente
del
pueblo
bajo
en
dichos
y
refranes
soeces.
Le
expliqué
que
en
Venezuela
es
frecuente
tomar
el
pelo,
hablar
en
doble
sentido,
jugar
con
las
palabras,
decir
cosas
chocantes.
Le
di
una
idea
de
«la
mamadera
de
gallo».
Comprendió.
En
Francia,
dijo
también
se
hace
eso
pero
de
otra
manera,
debería
pasar
un
tiempo
en
Venezuela
y
conocer
mejor
la
lengua.
Mi
desvergonzado
acompañante
le
había
preguntado
si
era
francés
de
Francia
o
filósofo
de
otoño.
Pero
no
venía
a
eso.
Venía
a
desahogarse
conmigo
sobre
algo
que
lo
molestaba
mucho
últimamente.
Me
lo
dijo
mi
mamá:
«Hijo,
vas
a
ser
paño
de
lágrimas
como
tu
madre;
estudia
psicoanálisis;
así
por
lo
menos
te
pagan».
La
queja
del
amigo:
«Ya
no
hay
filósofos.
Sólo
expositores
e
intérpretes
de
la
tradición,
exégetas
y
hermeneutas
de
los
textos
establecidos
y
aceptados
como
buenos.
El
filosofar
de
verdad
es
cosa
de
otros
tiempos
y
se
siente
como
trabajo
especializado
propio
de
hombres
ya
muertos.
Quien
se
pone
a
filosofar
resulta
ridículo
porque
todo
lo
que
se
puede
decir
ya
ha
sido
dicho
y
muy
bien.
Hacemos
modas
del
pensamiento
filosófico
enfatizando
sucesivamente
temas
de
las
tradición.
Nos
respaldan
las
universidades,
las
editoriales,
el
comercio
de
libros,
la
industria
del
entretenimiento.
Adquirimos
cierta
celebridad,
brillamos
en
congresos,
nos
invitan
a
dar
cursos
en
el
extranjero.
La
moda
que
yo
contribuí
a
hacer,
el
postmodernismo,
ya
pasó.
Le
toca
a
otros
el
negocio.
Ese
acompañante
suyo,
el
otro,
el
severo
y
triste
hace
un
deslucido
papel
al
plantearse
como
cosa
importante,
en
serio,
las
preguntas
de
la
filosofía».
Dijo
más:
«Con
motivo
del
bac
de
filosofía,
unos
muchachos
me
preguntaron
sobre
la
verdad,
la
consciencia,
el
ser,
la
muerte,
el
bien.
Al
responder
comprendí
que
estaba
repitiendo
mecánicamente
lo
dicho
tantas
veces,
sin
convicción,
y
que
a
ellos
tampoco
les
interesaban
esos
temas,
sólo
trataban
de
pasar
su
examen».
Me
tocó
consolar.
Primero:
El
filósofo,
aun
cuando
no
pase
de
intérprete,
exégeta,
hermeneuta
de
los
textos
«sagrados»
de
la
filosofía,
está
haciendo
una
gran
labor,
mantiene
abierta
la
puerta
de
comunicación
entre
cada
nueva
generación
y
los
tesoros
de
la
tradición,
entrena
a
los
jóvenes
para
enfrentar
con
mayor
lucidez
los
problemas
de
la
vida
personal
y
los
desafíos
de
la
política,
incita
al
ejercicio
responsable
del
pensamiento,
cultiva
un
aspecto
de
lo
humano
no
menos
importante
y
quizás
más
que
cualquier
otro.
Segundo:
Cómo
entiendo
yo
las
modas
intelectuales
y
artísticas
de
Francia.
En
Francia
hubo
de
verdad
una
revolución
con
el
ideal
de
libertad,
igualdad,
fraternidad.
Ilustración,
todo
hombre
tiene
derecho
a
todo.
Las
modas
intelectuales
y
artísticas
logran
que
los
grandes
temas
y
las
grandes
obras
del
arte
y
la
filosofía
desciendan
a
todos
los
niveles
de
la
sociedad.
En
países
donde
no
hubo
una
verdadera
revolución,
esos
grandes
temas
y
obras
son
privilegio
de
unos
pocos;
las
élites
se
apoderan
de
las
grandes
creaciones.
En
ese
contexto,
el
filósofo
que
trabaja
en
modas
está
haciendo
un
gran
trabajo
de
ilustración,
está
contribuyendo
a
lograr
que
lo
bueno
y
lo
bello
sean
accesibles
a
todos.
Mientras
yo
desarrollaba
este
discurso,
J.
P.
de
M.
estiraba
los
labios
y
movía
la
cabeza
de
derecha
a
izquierda
y
de
izquierda
a
derecha.
Cuando
terminé
dijo
Bof!
Pero
había
cambiado
de
humor.
Estaba
alegre
y
se
abrió
como
dicen
en
Barquisimeto.
Nos
invitó,
a
mí
y
a
mis
dos
compañeros,
a
comer
muchos
tipos
de
queso
con
aceitunas,
salmón
ahumado
de
Noruega,
pan
y
buen
vino
tinto.
Estaba
de
tan
buen
humor
que
le
dijo
al
bromista
«mama
gallo
en
inglés»,
lo
cual
no
es
una
broma
sino
un
insulto.
Yo
no
había
sabido
explicarle
la
mamadera
de
gallo;
pero
con
el
vino
hizo
progresos.
6011
Un
rasgo
curioso
del
francés
hablado
actualmente
en
Francia.
No
se
dice
«lo
atropellaron,
lo
asaltaron,
lo
robaron,
lo
mataron»
sino
«él
se
hizo
atropellar,
él
se
hizo
asaltar,
él
se
hizo
robar,
él
se
hizo
matar»
en
todos
los
tiempos
y
personas
del
verbo.
Literalmente,
es
como
si
uno
fuera
la
causa
de
sus
desgracias,
como
si
uno
las
provocara.
He
llamado
la
atención
sobre
esto
a
franceses
de
diferente
oficio,
sexo,
edad
y
todos
me
explican
inmediatamente,
como
a
un
extranjero
torpe
o
como
a
un
niño.
«No,
no,
en
absoluto,
no
hay
la
idea
de
que
uno
sea
responsable
o
causa
de
sus
accidentes,
nadie
piensa
en
eso
ni
remotamente,
cómo
se
le
ocurre».
Sin
embargo,
eso
es
lo
que
dicen.
Pienso
en
un
club
que
conocí
en
México,
el
club
de
los
pendejos.
La
idea
central
era
declararse
culpable
de
todo
lo
malo
que
ocurría
y
atribuirlo
a
la
estupidez.
Deja
uno
su
carro
estacionado
en
lugar
permitido,
a
la
derecha,
cuando
regresa
lo
encuentra
chocado,
debe
decir
inmediatamente
«eso
me
pasa
por
pendejo».
Muere
de
infarto
la
tía
que
me
pagaba
los
estudios,
debe
decir
«eso
me
pasa
por
pendejo».
El
rito
cotidiano
de
los
miembros
del
club
consistía
en
pasar
quince
minutos
al
amanecer
reconociendo
su
condición
de
pendejo,
aceptándola
y
aceptando
por
anticipado
lo
que
esa
condición
le
iba
a
producir
durante
el
día.
Me
pareció
que
esa
actitud
podía
tranquilizar
y
evitar
las
peleas
contra
los
políticos,
contra
los
enemigos,
contra
los
malos,
contra
el
destino,
contra
los
astros.
Esa
actitud
podría
dar
razón
a
Oswaldo
Romero
García
en
su
«locus
de
control
interno».
Para
mi
gran
sorpresa,
Carmela
me
dijo:
«Eso
lo
que
debe
producir
es
grandes
sentimientos
de
culpa
irremediable».
6091
Con
mi
hija
Cristina
y
mi
nieto
Pablo
fui
a
ver
una
pieza
de
teatro
representada
por
niños,
en
la
Cartoucherie
de
Vincennes.
Los
niños
de
una
escuela
se
ponen
a
escenificar
por
su
cuenta
los
cuentos
tradicionales.
Pero
introducen
cambios
demostrativos
de
los
problemas
que
se
viven
en
sus
respectivas
familias.
Después
de
la
representación,
los
niños
se
van
a
jugar
y
los
adultos
se
quedan
para
discutir
la
pieza
con
psiquiatras
y
sociólogos.
Me
fui
con
los
niños.
Hablé
con
uno.
No
jugué
aunque
me
hubiera
gustado
introducir
yo
también
cambios
en
los
cuentos.
Conocía
a
la
autora
de
la
obra,
Liz
Martin,
una
amiga
de
Cristina.
Años
antes
había
conocido
a
su
esposo,
brillante
cineasta.
Volvimos
a
hablar
de
los
problemas
de
los
actores.
Días
antes,
con
Ilsen
y
Jacques,
había
visto
en
la
Comedie
Française,
la
última
obra
de
Molière,
«El
enfermo
imaginario».
Molière,
ya
enfermo
de
los
pulmones,
había
escrito
la
obra
y
la
había
ensayado
con
su
troupe
para
presentarla
en
la
corte
del
Rey
Sol,
Louis
XIV,
durante
el
carnaval
de
1673.
Pero
el
Rey
no
lo
llamó,
prefirió
oír
la
música
de
Lully.
Molière
presentó
la
obra
en
la
ciudad
con
gran
éxito
inmediato.
La
enfermedad,
las
medicinas,
los
médicos
son
temas
de
esa
divertida
comedia,
pero
cada
acto
se
termina
con
una
evocación
de
la
muerte.
Es
como
si
el
autor
jugara
con
su
propio
sufrimiento
y
su
agonía.
Hizo
el
papel
de
Argón;
durante
la
cuarta
representación,
cuando
pronunciaba
el
tercer
juramento
en
la
ceremonia
de
los
médicos,
convulsionó;
pero
disimuló
con
una
mueca
cómica.
Al
bajar
el
telón
tosió
y
escupió
sangre.
Lo
llevaron
a
su
casa
y
murió.
Lo
enterraron
sin
ritos
funerarios;
la
religión
no
los
concedía
a
comediantes.
Había
vivido
apenas
51
años.
Cinco
años
después,
en
1678,
el
Rey
Sol
reunió
los
restos
de
la
troupe
de
Molière
y
de
otros
grupos
y
formó
la
Comedie
Française.
Ese
mismo
año
y
desde
entonces
hasta
hoy,
la
Comedie
Française
presenta
Le
malade
imaginaire
con
diferentes
interpretaciones.
Argón
moribundo,
Argón
saludable,
Argón
bromista.
Volvimos
a
hablar
de
actores
y
de
teatro.
Siempre
vuelvo
a
ese
tema.
Siendo
el
teatro
una
actividad
fundamental
de
la
humanidad,
la
que
mejor
ayuda
a
lograr
el
conocimiento
de
sí
mismo,
la
que
purga
las
emociones
a
través
de
la
compasión
y
el
miedo,
la
que
pone
tu
corazón
al
desnudo
en
público,
mientras
tú
te
quedas
quietecito
en
tu
silla,
siendo
el
teatro
la
autoconsciencia
de
la
humanidad
¿por
qué
tiene
tan
mezquino
apoyo
oficial?
Pienso
en
el
padre
de
Dimitri
Proaño
que
actuaba
con
su
troupe
en
aldeas
de
Ecuador
y
tenía
que
huir
a
veces
escalando
muros,
él,
hombre
gordo,
para
escapar
de
las
piedras
de
una
turba
azuzada
por
curas.
Pienso
en
los
actores
de
Mérida,
siempre
luchando
a
brazo
partido
por
sobrevivir.
Y
ahora
en
París
es
lo
mismo:
excepto
los
que
consiguen
puesto
en
los
teatros
subvencionados
o
en
cine
y
televisión,
los
demás
escribiendo
cartas,
haciendo
antesalas
y
las
relaciones
siempre
sucias
con
el
poder
político.
Y
eso
en
el
país
del
mundo
que
más
invierte
en
cultura.
Pienso
en
mi
hermano
Antonio.
Cuando
pequeño
nos
remedaba
a
todos.
Con
una
mesa
vieja
y
una
sábana
improvisó
un
escenario
para
hacer
representación
de
pequeñas
obras
inventadas
por
él.
Hasta
su
muerte
hizo
teatro;
cuando
hizo
otra
cosa
fue
para
no
morirse
de
hambre
y
poder
seguir
haciendo
teatro.
Gente
de
teatro.
Tribu
pertinaz.
Nada
logra
extirparla.
Tiene
raíces
en
el
trágico
corazón
de
lo
humano.
Tendría
el
hombre
que
dejar
de
ser
hombre
para
acabar
con
el
teatro
y
eso
no
lo
puede
lograr
aunque
lo
intenta
asiduamente.
6101
Salí
a
dar
un
paseo
con
mi
nieto
Pablo
por
las
populares
calles
cercanas
a
la
Plaza
de
la
República.
Como
él
a
veces
se
adelantaba
–la
cantidad
de
gente
no
le
permitía
mantenerse
todo
el
tiempo
a
mi
lado–
observé
que
tenía
sueltos
los
largos
cordones
de
sus
zapatos.
Aproveché
una
isla
en
ese
maremagnum
de
peatones,
frente
a
una
fuente
de
hierro
y
le
dije:
–
Parémonos
aquí
para
que
te
ates
los
cordones
de
los
zapatos.
–
Es
a
propósito,
respondió,
es
la
moda.
–
Pero
se
corre
el
peligro
de
enredarse
y
caerse.
–
Sí.
En
el
liceo
varios
muchachos
se
han
caído
por
las
escaleras
y
se
han
dado
tremendos
porrazos.
También
había
observado
yo
que
los
pantalones
le
quedaban
muy
largos.
–Tu
mamá
no
ha
tenido
tiempo
de
recortarte
los
pantalones,
pero
mientras
tanto
puedes
enrollarles
un
poco
la
bota.
–
Es
que
se
están
usando
así.
–
Pero
se
dañan.
–
Esa
es
la
idea.
Hay
que
pisarlos
al
caminar
para
que
se
les
abra
un
hueco.
6121
En
general,
en
todo
el
mundo,
la
entrada
de
los
cines
es
brillante;
afiches
publicitarios,
fotografías,
anuncios,
espejos,
marcos
bruñidos.
En
cambio
la
salida
es
penumbrosa,
lúgubre
y
hasta
sórdida.
Observo
a
los
que
salen,
abotargados,
entorpecidos,
como
animales
recién
apeados
del
coito,
un
coito
estéril
con
pareja
mecánica.
Por
el
contrario,
los
que
acaban
de
ver
una
pieza
de
teatro
salen
vigorizados,
comentando,
criticando,
burlándose,
elogiando.
Han
probado
néctar
y
ambrosía
aunque
la
pieza
haya
sido
mala.
6131
Recuerdo
al
Profesor
Dalmansur,
profesor
de
física
y
química
en
el
politécnico
de
Mérida.
Iba
todas
las
noches
al
cine.
Hablábamos
con
él
en
el
restauran
Bimbo.
Era
serio,
respetable,
siempre
bien
vestido,
italiano
de
origen
a
pesar
del
nombre.
Inspiraba
confianza;
los
jóvenes
le
pedían
su
opinión
sobre
diversos
temas.
En
cierta
ocasión
le
oí
explicarles
que
no
debían
casarse
con
una
mujer
joven
e
inexperta
porque
tendrían
que
acabar
de
criarla
y
el
que
se
acuesta
con
niños
amanece
mojado.
Ni
con
una
mujer
experta
y
de
mayor
edad
porque
una
mujer
experta
desprecia
necesariamente
las
torpezas
del
joven,
su
falta
de
savoir
faire.
Ni
con
una
mujer
en
igualdad
de
condiciones
porque
en
tal
caso
la
mujer
adopta
un
plan
de
rivalidad
insoportable,
no
debe
uno
casarse
para
competir.
Y
entonces,
preguntaban
los
jóvenes,
¿con
qué
tipo
de
mujer
se
casa
uno?
Ahí
está
el
problema,
decía
el
profesor,
ahí
está
el
problema.
Agitando
el
índice
como
quien
advierte
peligro
y
se
retiraba
cortésmente.
En
otra
ocasión,
los
muchachos
le
preguntaron
qué
mujer
les
recomendaba
como
esposa
según
el
signo
astrológico.
El
Profesor
Dalmansur
los
hizo
esperar
unos
momentos
mientras
terminaba
el
postre.
Luego
dijo:
No
les
recomiendo
una
de
Aries,
son
impulsivas,
arrancan
como
caballos
de
carrera
y
después
se
achantan
como
asnos
de
campesino;
no
se
sabe
nunca
hacia
dónde
van
a
dirigir
la
nueva
carrera.
Sería
yo
deshonesto
si
les
recomendara
una
de
Tauro.
Trabajan
incansablemente,
se
ocupan
siempre
de
cosas
materiales,
no
les
queda
tiempo
para
ser
mujeres;
sería
como
casarse
con
una
burra.
Las
de
Géminis
son
muy
inteligentes,
expertas
en
poner
cachos
invisibles,
aunque
al
otro
también
lo
cornean.
No
sabe
uno
qué
enfermedad
venérea
o
psíquica
le
pueden
contagiar.
Evítenlas
incluso
como
amigas.
No
se
les
ocurra
casarse
con
una
mujer
de
Cáncer.
Se
ofenden
a
largo
plazo
por
cualquier
nadería,
sufren,
guardan
rencor
y
se
vengan
sin
llegar
nunca
al
perdón.
Las
de
Leo
son
perfectas
e
infalibles,
aman
el
lujo
y
el
poder.
Nunca
puedes
dar
la
talla.
Sería
como
que
un
soldado
se
casara
con
el
general.
Las
de
Virgo
saben
sacar
cuentas,
piensan
lógicamente,
tienen
vista
de
águila.
No
tendrías
donde
esconderte.
Las
de
Libra;
ay
Dios
mío,
porca
madona!
Tienen
sensibilidad
artística,
se
inclinan
hacia
la
belleza
y
la
perfección,
exigen
coherencia.
Eres
humano,
no
puedes
actuar
como
un
dios.
Retírate
a
tiempo.
Huye.
Cualquier
error
es
menor
que
el
de
casarse
con
una
mujer
de
Escorpión.
Tienes
que
volverte
un
ángel
o
morir.
Pero
yo
sé
que
tú
quieres
vivir
en
paz
y
disfrutar.
Siempre
serás
inferior
a
una
mujer
de
Sagitario,
pero
tú
no
te
vas
a
casar
para
ser
un
perrito
faldero.
Olvídate,
no
puedes
llegar
a
su
tamaño.
Cásate
con
una
de
Capricornio
si
quieres
ser
cepillo
de
limpiar
letrina,
toalla
para
menstruación,
papel
higiénico.
Sólo
esas
funciones
te
concederá.
Acuario,
¡Ay
papá!
Las
modas,
la
modernidad,
el
futuro,
la
nueva
era,
la
ciencia-‐
ficción;
el
oriente.
Cualquier
marido
que
no
sea
Krishnamurti,
o
Gurdjieff,
o
Guénon
la
avergüenza,
tiene
que
matarlo.
Durante
su
exposición
el
Profesor
Dalmansur
miraba
en
particular
a
uno
de
los
muchachos,
según
el
signo;
no
se
sabe
si
por
casualidad.
Al
llegar
a
Piscis
los
miró
en
círculo.
Son
callejeras
y
sutiles,
dijo,
resentidas
y
envidiosas;
siempre
están
soñando,
aun
durante
el
acto,
pero
no
contigo.
Apártate
de
ellas
como
te
apartarías
de
un
perro
rabioso.
Y
entonces,
preguntaban
los
jóvenes,
¿con
quién
se
casa
uno,
Profesor?
Ahí
está,
ahí
está
el
problema.
Agitó
el
dedo
índice
en
admonición
y
se
retiró
rapidito
para
no
llegar
tarde
al
cine.
La
doctora
Rietmann
le
había
oído
esos
discursos
desde
otra
mesa.
Una
vez,
cuando
el
profesor
estaba
solo,
lo
interpeló.
Doctora
Rietmann:
–Disculpe,
Profesor,
Ud.
parece
ser
un
antifeminista
empedernido,
a
juzgar
por
lo
que
dice
a
los
jóvenes.
Profesor
Dalmansur:
–Error;
cuando
las
muchachas
me
preguntan,
les
doy
informaciones
similares
acerca
de
los
hombres.
Doctora
Rietmann:
–Entonces
Ud.
es
un
misántropo.
Profesor
Dalmansur:
–Error;
sólo
quiero
advertir
sobre
los
gravísimos
problemas
de
la
unión
matrimonial.
Doctora
Rietmann:
–Si
todo
el
mundo
le
hiciera
caso
a
Ud.
se
acabaría
el
matrimonio,
la
familia,
la
humanidad.
Profesor
Dalmansur:
–Error.
En
primer
lugar,
se
puede
tener
hijos
sin
matrimonio;
en
segundo
lugar,
está
descartado
que
me
hagan
caso.
El
error
es
humano.
Doctora
Rietmann:
–¿Ud.
no
cometió
ese
error?
Profesor
Dalmansur:
–Sí,
lo
cometí;
pero
lo
corregí.
Puse
el
océano
de
por
medio
y
cambié
la
mujer
por
el
cine.
6151
Cuando
yo
vine
a
Francia
por
vez
primera,
París
era
la
Sorbona
y
el
Barrio
Latino.
En
la
periferia
había
museos,
salas
de
concierto,
teatros,
parques
distintos
de
los
del
Barrio
Latino,
lejanos
en
el
espacio,
había
que
ir
en
metro;
lejanos
económicamente,
había
que
pagar
más
de
lo
disponible
para
mí
entonces.
Ahora,
cuando
vengo
a
Francia,
París
es
para
mí
Belleville.
Ese
barrio
tan
cerca
de
todo
el
mundo,
de
los
países
y
culturas
actuales,
y,
especialmente
de
Latinoamérica;
tan
cerca
también
de
remotos
pasados
y
de
posibles
futuros
de
la
humanidad.
Y
está
cerca
de
Latinoamérica
no
porque
vivan
aquí
muchos
latinoamericanos,
ni
porque
haya
relaciones
comerciales
o
políticas
con
nuestros
países.
Sino
porque
el
fenómeno
que
se
está
dando
aquí
en
pequeño,
es
el
gran
fenómeno
central
de
Latinoamérica:
el
encuentro
de
pueblos
en
un
principio
muy
diferentes
los
unos
de
los
otros.
El
encuentro
y
la
mezcla.
El
desafío
¿qué
es
lo
humano
universal?
¿Sobre
qué
ámbito
común
se
pueden
entender
los
hombres
cualesquiera
sean
sus
orígenes
y
especificidades
culturales?
Responder
a
esta
interrogante
no
sólo
con
pensamientos
y
palabras,
sino
también
y
sobre
todo
y
en
verdad
y
realidad,
con
el
palpitar
cotidiano
de
las
vidas
en
red,
enmarañado
tejido.
6211
Entre
muchas
otras
conmociones,
Francia
sufre
en
estos
momentos,
la
conmoción
del
«bac».
Se
trata
del
gran
examen
de
fin
de
bachillerato
que
dura
varios
días
y
se
hace
a
la
misma
hora
en
todo
el
país.
Es
un
examen
de
Estado
y
lo
redacta
una
comisión
de
alto
nivel.
Este
año
ha
habido
fuertes
protestas
de
los
examinandos
y
de
los
profesores:
el
examen
de
matemáticas
ha
sido
demasiado
difícil;
las
protestas
han
llegado
a
los
periódicos
de
gran
circulación,
a
la
radio,
a
la
televisión,
y
miles
de
cartas
de
queja
han
sido
enviadas
a
las
autoridades
educativas.
Piden
que
se
haga
de
nuevo
o
que
se
disminuya
su
valor
al
sacar
el
promedio
de
las
notas.
Francia
mantiene
su
altísimo
nivel
internacional
en
matemáticas;
tal
vez
el
puesto
más
alto.
Pierre
Leman,
matemático
francés,
leyendo
los
trabajos
sobre
números
primos
de
Luis
A.
Rodríguez
Torres,
matemático
merideño,
exclamó:
«este
hombre
debe
ser
un
loco
o
un
genio».
Cuando
tuve
el
privilegio
de
conocer
a
Rodríguez
Torres,
tuve
por
otras
razones
la
misma
reacción
de
Pierre
Leman
«este
hombre
debe
ser
un
loco
o
un
genio».
Lo
conocí
en
un
grupo
que
luchaba
por
la
fundación
de
la
facultad
de
ciencias
en
la
ULA.
Me
impresionó
su
vivo
interés
por
la
ciencia
y,
en
particular,
su
relación
con
las
matemáticas,
tan
auténtica,
tan
ligada
a
la
acción
y
a
la
emoción.
Estaba
siempre
estudiando,
investigando,
pensando
y
contagiaba
su
entusiasmo
a
la
par
que
producía
en
quienes
lo
tratábamos
un
refrescamiento
de
los
intereses
académicos
más
altos.
Digo
«refrescamiento»
considerando
que
esos
intereses
suelen
secarse
en
la
lucha
cotidiana;
pero
podría
decir
«enardecimiento»
considerando
que
a
la
mayoría
se
le
enfría
el
fuego
que
condujo
a
la
escogencia
de
carrera.
Con
mi
hija,
profesora
de
matemáticas
en
Francia,
estuve
repasando
la
criba
de
Eratóstenes,
y
la
espiral
de
los
números,
para
refrescar
o
enardecer
mi
interés
de
filósofo
por
los
números
primos.
La
investigación
de
Rodríguez
Torres
conduce
pronto
a
planteamientos
más
generales
¿Se
puede
encontrar
un
esquema,
una
figura
aunque
sea
puramente
visual,
que
permita
agarrar
los
números
primos
en
una
fórmula
única?
Los
números,
sus
cualidades,
las
características
de
las
relaciones
entre
números.
La
ley
de
esas
relaciones
¿falta
acaso
en
los
números
primos?
Elementos
y
leyes
combinatorias.
Uno
de
los
tres
refugios
del
hombre,
según
el
budismo,
es
el
darma,
la
ley.
Se
puede
confiar
en
la
regularidad
de
los
fenómenos.
Los
elementos
de
la
tabla
periódica
de
la
química
y
sus
relaciones.
Los
genes
y
sus
relaciones.
Orden.
Ley.
De
la
realidad
o
del
intelecto
o
de
ambos
o
de
la
fantasía.
¿Es
precario
ese
refugio?
Los
números
enteros
se
descomponen
en
números
primos,
dice
mi
hija
Cristina,
pueden
escribirse
como
un
producto
de
números
primos.
Luego,
los
números
primos
son
las
partículas
elementales
de
la
numeración,
los
elementos.
6221
En
mi
último
viaje
con
Natalia
y
Veva,
las
somnonautas
aprendices,
ocurrió
un
incidente
curioso.
Al
bajar
de
la
tetractis
nos
encontramos
en
una
casa
grande
y
vieja.
Un
patio
interior
cuadrado,
tanto
la
planta
baja
como
la
alta
rodeadas
de
corredores.
Vimos
entrar
a
un
hombre
flaco
en
un
caballo
flaco,
acompañado
de
un
hombre
bajo
y
gordo
en
burro.
En
el
corredor
alto
un
joven
hojeaba
un
libro
despectivamente
y
decía
words,
words,
words.
Un
anciano
declaraba
inútiles
los
estudios
de
toda
una
vida
y
decidía
entregarse
a
la
magia.
¡Tartufo!,
gritaba
un
arlequín
a
un
hombre
vestido
de
negro.
En
una
habitación
marcada
con
la
palabra
Oblomov
estaba
acostado
un
hombre
obeso.
Madame
Bovary,
¿está
el
doctor?
preguntaba
un
joven
a
un
postigo.
Eran
muchos,
y
la
casa,
profunda.
La
primera
que
salió
de
su
asombro
fue
Veva.
Maestro,
esta
gente
se
parece
a
personajes
de
novela.
No
supe
qué
explicación
dar
porque
el
mundo
de
la
imaginación
no
es
el
mundo
de
los
sueños.
Pero
un
anciano
venerable
y
calvo
le
habló
a
Veva:
–Somos
parte
integrante
del
ser
humano;
estamos
en
todos
los
hombres
con
diferente
fuerza
y
en
combinaciones
diversas;
pero
también
tenemos
existencia
propia
independiente
y
vivimos
en
esta
casa;
ciertos
escritores
han
avistado
a
alguno
de
nosotros
y
lo
han
presentado
como
personaje
de
cuentos
y
novelas;
a
eso
se
debe
que
tengamos
diferentes
disfraces,
como
verás
si
te
quedas
más
tiempo.
Aquí
yo
intervine:
–Disculpe
Ud.
señor.
Yo
entiendo
de
los
dioses
lo
que
Ud.
dice
de
los
personajes
de
novela;
a
veces
he
sentido
que
cada
hombre
está
formado
por
un
diferente
grado
de
participación
de
los
dioses
inmortales
en
un
ser
transitorio,
combinación
de
reflejos
mientras
hay
luz.
El
anciano
venerable
y
calvo
me
miró
largamente
antes
de
contestar:
–Ud.
lo
ha
dicho;
reflejos
de
los
dioses.
Los
doce
dioses
principales
de
los
griegos
y
sus
equivalentes
en
todos
los
panteones
están
en
otra
dimensión.
Al
hombre
sólo
llegan
reflejos:
ningún
hombre
puede
experimentar
la
cercanía
de
un
dios
sin
morir.
Nosotros
en
cambio
sí
estamos
en
cada
hombre
como
parte
integrante.
Las
noticias
sobre
los
dioses
son
indirectas,
referidas;
ellos
están
en
un
nivel
de
la
realidad
inaccesible
a
nosotros.
Los
profetas
son
un
misterio.
Nosotros
somos
inmortales
mientras
haya
humanidad,
pero
cada
hombre
individual
es
una
luz
que
agoniza.
El
anciano
se
retiró
solemnemente.
Veva
dijo:
–Yo
no
tengo
la
intención
de
apagarme;
no
temo;
sé
que
mi
maestro
me
sostiene.
Natalia
aprobó
y
propuso
abandonar
esa
casa.
Nos
volvimos
a
montar
en
la
tetractis
y
fuimos
a
las
ínsulas
extrañas
donde
germinan
las
semillas
de
toda
vida.
6271
Hace
un
mes
más
o
menos
fue
la
fiesta
de
las
artes
plásticas.
Ciento
veintidós
artistas
plásticos
de
Belleville
abrieron
sus
puertas;
otros
no
quisieron
o
no
pudieron.
Durante
cinco
días
podía
uno
entrar
libremente
a
sus
talleres,
curiosear,
tocar,
hacer
preguntas,
tomar
fotos
y,
last
but
not
least,
comprar
obras
a
precio
reducido
y
hasta
recibir
algún
regalito.
Hoy,
en
día
solsticial,
es
la
fiesta
de
la
música.
Las
plazas
y
las
calles
son
invadidas
por
los
músicos.
Instrumentistas
solos
o
en
pequeños
«ensambles»
(como
dice
Jaime
Martínez),
coros,
orquestas
de
cámara,
la
plaza
una
cámara,
orquestas
filarmónicas.
Casi
no
se
puede
circular
en
carro.
Todos
los
teatros
y
todas
las
iglesias
pasan
a
manos
de
los
músicos.
En
la
plaza
del
Hotel
de
Ville
(la
alcaldía
de
París)
dos
mil
niños
interpretan
los
coros
de
Berlioz
y
un
poco
más
tarde
seiscientos
colegiales
interpretan
«La
damnation
de
Faust».
Músicos
de
todos
los
países
del
mundo
tienen
derecho
a
presentarse
y
se
presentan
y
se
les
dan
recursos.
Se
sabe
por
la
prensa
y
por
publicaciones
especiales
dónde
va
actuar
gente
de
cuál
país.
Como
muchas
calles
están
cerradas,
a
algunos
actos
hay
que
ir
a
pie
recorriendo
largas
distancias;
pero
vale
la
pena.
La
Plaza
Bolívar
de
París
queda
en
Belleville.
No
tiene
estatua
del
Libertador.
Se
extiende
en
subida
desde
la
Avenida
Simón
Bolívar
hasta
la
calle
Clavel.
No
tiene
estatua,
pero
tiene
cinco
castaños
en
línea
recta
ascendiendo,
no
han
alcanzado
todavía
tamaño
adulto,
sólo
unos
veinte
metros
de
altura
y
ya
dan
fruto.
Allí
actúan
hoy
músicos
de
los
países
bolivarianos
y
del
Caribe.
Se
habla
español.
6301
La
que
bebe
agua
en
tapara
/
y
se
casa
con
extraño
/
no
sabe
si
el
agua
es
clara
/
ni
si
el
hombre
le
conviene.
Cuando
yo
vivía
solo
en
Mérida,
un
domingo
en
la
tarde
tocaron
a
la
puerta.
Me
asomé
por
el
ojo
mágico
y
vi
a
una
rubia
muy
elegante.
Abrí
y
la
reconocí.
Era
la
esposa
de
un
viejo
compañero
de
estudios.
Cuando
yo
me
vine
a
Europa,
él
se
fue
al
Cono
Sur
y
regresó
graduado
de
médico
y
casado.
El
reencuentro
fue
grato,
los
recuerdos
de
Barquisimeto,
los
cuentos
de
los
estudios
superiores
en
el
extranjero.
En
esa
ocasión
me
presentó
a
su
esposa
y
le
contó
lo
de
compañero
de
adolescencia.
No
había
tenido
yo
con
ella
más
trato
que
ése.
¿Por
qué
venía
a
visitarme?
Se
veía
muy
agitada.
Rechazó
la
silla
que
le
ofrecí.
Dio
una
vuelta
como
las
modelos
y
me
preguntó:
–¿Ud.
me
encuentra
bella?
¿Soy
codiciable?
–Señora,
le
dije,
Ud.
me
turba;
claro
que
es
bella
y
codiciable,
pero
¿a
qué
viene
eso?
De
mi
maestro
y
de
mi
padre
yo
había
aprendido
a
respetar
las
mujeres
casadas
y
aun
a
las
que
tienen
novio.
Se
me
acercó
tanto
que
pude
ver
por
el
escote
el
nacimiento
de
los
senos
y
un
poco
más.
–¿Huelo
bien?
Me
preguntó.
Tenía
un
leve
perfume
francés
usado
con
delicadeza,
sólo
a
esa
cercanía
se
podía
percibir.
–Claro
que
sí,
señora,
le
dije
un
poco
amoscado.
Por
favor,
dígame
qué
desea.
–Pues
si
soy
bella
y
codiciable
y
huelo
bien
y
su
amigo
y
compañero
de
adolescencia
se
casó
conmigo
por
amor
y
yo
lo
seguí
hasta
aquí
por
amor
¿Por
qué
él
me
deja
sola
en
la
cama
y
se
va
a
hacer
el
amor
con
la
sirvienta?
Explíqueme
eso.
Aquello
me
pareció
inverosímil.
Pedí
detalles.
Me
los
dio.
Su
marido
a
menudo
se
acostaba
mucho
después
que
ella
y,
a
veces,
después
de
acostado
se
levantaba
para
ir
a
estudiar
en
la
biblioteca
casos
clínicos
que
le
interesaban.
Hace
dos
noches
ella
se
despertó
y
quiso
acompañarlo
en
su
trabajo,
prepararle
un
té,
servirle
una
copa,
hacerle
un
cariñito.
Fue
a
la
biblioteca,
no
estaba;
fue
a
la
sala,
tampoco;
fue
al
jardín,
nada.
Oyó
extraños
ruidos
en
el
cuarto
de
servicio,
atravesó
la
cocina
para
averiguar,
entró
y
lo
sorprendió
en
apasionado
trance
erótico
con
la
sirvienta.
–Esa
sirvienta,
me
explicó,
es
eficiente
en
su
trabajo,
honesta,
responsable
e
inteligente;
pero
no
he
podido
convencerla
de
que
se
bañe
y
se
cambie
la
ropa
con
frecuencia.
Huele
a
mugre,
a
ajo,
a
cebolla
y
no
es
ninguna
belleza
que
se
diga;
no
tiene
cintura
y
es
un
tanto
deforme,
no
le
gusta
peinarse.
Para
su
trabajo
es
impecablemente
limpia
y
la
cocina
esplende.
No
puedo
aceptar
esa
conducta
de
mi
esposo,
pero
quiero
comprender.
Ud.
es
su
amigo
y
es
de
aquí.
Explíqueme.
Se
lo
suplico.
Pedí
tiempo
para
reflexionar.
–Me
fui
de
la
casa,
dijo,
estoy
donde
unos
paisanos.
Vuelvo
mañana
en
la
tarde
a
eso
de
las
seis,
si
Ud.
es
tan
gentil.
Fui
tan
gentil.
No
me
pareció
prudente
hablar
con
mi
amigo
sobre
tan
delicado
asunto.
Me
puse
a
hacer
memoria
de
nuestra
amistad.
Estudiábamos
en
la
casa
de
él,
más
cómoda
y
desahogada
que
la
mía.
Él
era
hijo
único
y
nosotros
éramos
ocho
hermanos.
Nos
atendía
una
mujer
de
servicio
que
había
estado
en
esa
casa
desde
antes
de
nacer
él.
Nos
servía
café
con
leche
y
pasteles
o
empanadas.
Hice
memoria.
Él
me
había
contado
que
sus
padres
eran
gente
de
club.
Eran
miembros
del
country
club
y
del
club
social,
lugares
muy
distinguidos.
La
madre
organizaba
juegos
de
canasta
a
beneficio
de
los
pobres;
participaba
activamente
en
bailes,
matrimonios,
bautizos,
velorios,
aniversarios,
recepciones,
graduaciones.
No
tenía
tiempo
para
atenderlo
a
él
personalmente,
pero
le
daba
con
creces
todo
lo
que
él
necesitaba
o
pedía
y
siempre
le
compraba
lo
mejor
en
ropa,
calzado,
juguetes.
Pero
quien
lo
había
criado
a
él,
prácticamente,
era
la
mujer
de
servicio.
Cuando
bebé,
ella
le
daba
tetero,
lo
bañaba,
lo
cambiaba,
le
contaba
cuentos
y
le
cantaba
canciones
para
dormirlo.
Mientras
él
crecía
ella
se
adaptaba
a
sus
necesidades
y
él
la
quería
mucho.
Hice
memoria.
Ella
olía
a
ajo,
a
cebolla,
guiso,
mugre,
empanadas,
cariño,
atención,
cuidados
maternales.
Yo
mismo
como
visitante
había
sentido
la
presencia
hondamente
maternal
de
esa
mujer.
Pero
a
él
lo
había
lavado,
secado,
acariciado,
alimentado,
atendido.
Antes
de
terminar
nosotros
el
bachillerato,
ella
murió
de
una
extraña
dolencia,
no
diagnosticada.
Eso
lo
decidió
–creo–
a
estudiar
medicina.
Hice
memoria.
La
madre
de
mi
amigo
se
parecía
a
su
esposa,
mujer
de
salón,
de
sociedad,
de
fiesta,
de
elegancia,
de
moda.
Pero
la
ternura
de
él,
la
intimidad,
la
sensación
de
seguridad,
el
placer
del
contacto
carnal,
todo
eso
estaba
ligado
a
la
sirvienta
que
lo
crió.
Comprendí.
Cuando
volvió
la
señora
le
expliqué
todo
eso.
Comprendió.
–No
puedo
competir
con
éxito,
dijo.
Me
dio
las
gracias.
Se
fue
con
aire
de
determinación.
Supe
que
abandonó
Mérida
al
día
siguiente
y
se
divorció
por
poder.
6311
Recibí
un
largo
correo
electrónico
de
Natalia
y
Veva.
Lo
transcribo:
La
tarea
que
nos
puso:
«Identificar
las
entidades
que
viven
en
ambos
mundos
sin
dificultad
de
pasaje»
ha
resultado
difícil
porque
esas
entidades
–lo
sabemos
ahora–
por
lo
general
no
son
perceptibles
ni
en
la
vigilia
ni
en
el
sueño.
Nosotras
podemos
percibirlas,
en
parte
por
don
natural,
en
parte
por
situarnos
en
la
alfa
de
tetractis.
Los
muertos
se
van;
dejan
imágenes
vacías
que
pueden
ser
activadas
por
los
vivos.
Pero
algunos
se
quedan,
retenidos
por
fuertes
apegos
o
para
vengarse
o
para
proteger
familiares.
Otros,
muy
poderosos
y
muy
santos,
se
quedan
para
ayudar
a
los
vivos;
se
alimentan
del
recuerdo,
la
veneración,
las
ofrendas
y
las
peticiones.
Sin
embargo,
la
gran
mayoría
se
va;
no
sabemos
para
dónde,
ni
si
vuelven,
ni
si
reencarnan.
Ciertas
entidades
son
creadas
y
alimentadas
por
los
vivos
con
sus
sentimientos
y
pensamientos
reiterados
en
un
mismo
lugar.
Pueden
llegar
a
ser
muy
poderosas
y
a
adquirir
independencia,
aunque
ligadas
siempre
a
su
grupo
originante.
No
tienen
centro
inmortal,
no
pueden
irse
y
son
destructibles.
Hay
entidades
no
humanas
y
de
varios
tipos.
Infrahumanas
destructivas
para
el
hombre.
Infrahumanas
alimenticias
para
el
hombre.
Sobrehumanas
vampíricas
para
el
hombre.
Sobrehumanas
benéficas
para
el
hombre.
Infrahumanas
y
sobrehumanas
indiferentes
al
hombre.
Algunas
de
esas
entidades
no
humanas
son
de
origen
extraterrestre
y
están
aquí
por
accidente
o
con
intenciones
que
no
pudimos
discernir.
Las
más
asombrosas,
las
que
nos
produjeron
reverencia
y
terror,
son
unas
de
aspecto
humano,
hablan,
pero
sentimos
inmediatamente
que
vienen
–hay
que
decirlo
de
alguna
manera–
de
una
dimensión
anterior
y
exterior
al
universo.
No
pudimos
mantener
la
observación.
Como
conejitas
asustadas
corrimos
a
refugiarnos
en
la
I
de
tetractis.
Pero
no
porque
nos
agredieran;
ni
siquiera
se
dieron
cuenta
de
nuestra
presencia;
en
fin,
no
sabemos;
estamos
desconcertadas.
6361
De
mis
días
de
estudiante
en
Viena
recuerdo
a
la
Señora
Arguerich.
En
la
presentación,
cuando
supo
que
yo
era
venezolano,
exclamó
–¡Ud.
debe
conocer
a
Palacios!
Sí,
lo
conocía.
Palacios
era
hombre
de
unos
cuarenta
y
cinco
años,
culto,
bien
educado,
bien
vestido
y
rico
que
estaba
pasando
unos
días
en
Viena
para
asistir
a
la
temporada
de
música
y
visitar
los
museos
y
los
restos
del
Imperio
Austro-‐Húngaro.
–Lo
vi
esta
mañana
en
el
Café
Mozart
(a
la
sazón
el
café
más
distinguido
de
Viena
y
el
más
caro).
Se
estaba
desayunando
con
champaña
cristal,
caviar
ruso
y
salmón
ahumado
de
Noruega;
pobrecito.
–¿Por
qué
pobrecito,
señora?
Tiene
buena
salud,
es
equilibrado,
fino
de
gusto
y
de
modales,
rico.
–No
sé,
che,
me
da
una
lástima.
Yo
la
felicité
porque
su
hija
Marta,
en
temprana
adolescencia,
acababa
de
ganar
el
premio
de
Bruselas
a
la
mejor
pianista,
el
premio
más
codiciado
entonces
por
los
virtuosos
del
piano.
–Sí,
yo
estuve,
vi
cómo
la
aplaudían
y
ella
con
su
vestidito
del
mejor
modista,
sonreída,
haciendo
reverencias,
pobrecita.
Los
periodistas
le
pedían
entrevistas,
los
del
público
le
suplicaban
autógrafos.
Pobrecita.
–¿Por
qué
pobrecita,
señora?
–No
sé,
che,
me
da
una
lástima,
se
me
salieron
las
lágrimas.
En
otra
visita,
yo
con
un
amigo
común,
encontramos
abierta
la
puerta
del
apartamento
y
entramos.
Ella
estaba
en
el
balcón
y
veía
la
multitud
en
la
calle,
regresando
quizás
del
trabajo,
eran
las
seis
de
la
tarde.
–Pobre
gente,
decía
la
señora,
y
se
enjugaba
una
lágrima.
La
última
vez
que
la
vi
estaba
llorando
a
lágrima
viva,
mientras
hojeaba
en
abanico
la
gruesa
guía
telefónica.
6421
Por
teléfono
de
larguísima
distancia
convoqué
a
Natalia
y
Veva,
las
audaces
somnonautas.
A
media
noche
hora
de
aquí,
si
me
quieren
acompañar
en
una
exploración.
–Sí,
queremos.
Hasta
el
fin
del
mundo.
Se
presentaron
puntualmente
entre
eta
y
kapa
de
tetractis.
Vamos
a
recorrer
la
frontera
entre
los
sueños
y
la
vigilia.
Ya
expertas
caminaban
canturreando:
Debajo
de
un
guayabo
Martino
me
esperaba
espérame
Martino
espérame
sentado.
Casi
bailaban
dando
pequeños
saltos
de
un
lado
a
otro
de
la
frontera.
De
repente
volvieron
a
la
infancia
y
corrieron
a
esconderse
detrás
de
mí.
–Ahí
está
uno,
ahí
está
uno,
decían
agarrándose
de
mi
cinturón.
Y,
en
verdad,
el
personaje
era
impresionante.
Forma
humana,
pero
cambiante,
pasaba
de
rubio
a
negro,
de
amarillo
a
cobrizo,
de
hombre
a
mujer,
de
anciano
a
niño.
Se
estabilizó
en
aspecto
de
joven
atleta.
Puso
un
pie
sobre
la
tierra
de
los
sueños
y
el
otro
sobre
la
tierra
de
la
vigilia.
Sostenía
una
copa
de
oro
en
la
mano
derecha
y
otra
de
plata
en
la
izquierda;
creció,
y,
mientras
derramaba
las
copas
sobre
la
línea
fronteriza
resplandecía
y
dijo
estas
palabras
ardientes
como
carbones
encendidos:
–Juro
que
los
hombres
corregirán
el
error
de
los
dioses.