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LAS PASIONES TRISTES Sufrimiento Psiquic
LAS PASIONES TRISTES Sufrimiento Psiquic
GÉRARD SCHMIT.
LAS PASIONES
TRISTES.
Sufrimiento psíquico
y crisis social.
1
Benasayag, Miguel, Le Mytke de l’individu, París, La Découverte, 1998.
novedades (buenas o malas) que presentará.
2
Freud, Sigmund, Malaise dans la civilisation, París, PUF, 1980 [El malestar en la
cultura, Madrid, Alianza, 1985].
sufrimiento humano, nutren la tristeza y el pesimismo imperantes.
Es una paradoja infernal: la tecnociencia progresa en el
conocimiento de lo real, al mismo tiempo que nos sumerge en una
ignorancia muy diferente, pero más temible, que nos torna
incapaces de hacer frente a nuestras desdichas y a nuestras
amenazas.
Para decirlo con más claridad, vivimos en una época dominada por
lo que Spinoza llamaba las “pasiones tristes”. No se refería a la
tristeza de las lágrimas, sino a la impotencia y a la descomposición,
En efecto, constatamos el progreso de las ciencias, y, al mismo
tiempo, nos vemos confrontados con la pérdida de confianza y la
decepción con respecto a esas mismas ciencias, que no parecen
contribuir necesariamente a la felicidad de los hombres. Esta
paradoja se explica por el derrumbe de la confianza mesiánica de la
que hablamos. Esa promesa no estaba únicamente ligada a un
crecimiento cuantitativo: es más, la ciencia debía disipar las
tinieblas de la incertidumbre. Para ese positivismo cientificista, lo
racional era lo analíticamente previsible: el hombre debía ser capaz
de conocerlo todo, su conocimiento sería el de una luz sin sombras
y, por encima de todo, debía prever todo aquello que fuese
susceptible de ocurrir, a fin de decidir qué sentido exactamente dar
a su vida y a la sociedad.
La esperanza era la de un saber global, capaz de desplegar las
leyes de lo real y de la naturaleza, con el fin de dominar. Libre es
aquel que domina (la naturaleza, lo real, el propio cuerpo, el
tiempo); ese era el fundamento del cientificismo positivista. Si el
universo está escrito en lenguaje matemático, como afirmaba
Galileo, el desarrollo de los saberes debía estar en condiciones
de proporcionarnos su traducción, la ciencia sería el Champollion de
lo real: debería poder leer la naturaleza, así como Champollion
descifraba los jeroglíficos. Es en ese sentido que la promesa no se ha
cumplido: el desarrollo del conocimiento no nos ha instalado en un
universo de saberes deterministas y todopoderosos, que nos hubiesen
permitido dominar la naturaleza y el porvenir: al contrario, el siglo
xx marcó el fin del ideal positivista sumergiendo a los hombres en la
realidad de la incertidumbre.
Sin embargo, esta incertidumbre no es un desastre de la razón:
contrariamente a la opinión de muchos de nuestros contemporáneos
que tienen la tendencia a adoptar diferentes caminos irracionales,
esta incertidumbre que persiste, este desconocimiento que toma
imposible la promesa del cientificismo no es en absoluto, a nuestros
ojos, sinónimo de fracaso. Por el contrario, permite el desarrollo de
múltiples racionalidades no deterministas. Dicho de otra manera, el
hecho de que el determinismo y el cientificismo hayan caído de su
pedestal no implica en absoluto que dicha caída provoque la caída
de la racionalidad, de la que se habían apropiado.
Pero con respecto a las esperanzas que el cientificismo había
despertado, no podemos sino constatar toda la inquietud y toda la
tristeza inducida por esta transformación. Nos queda una
certidumbre, y no es una certidumbre menor: es posible superar esta
tristeza. La fuerza de esta certidumbre nos guía para formular
hipótesis para la atención y el acompañamiento en psiquiatría.
Estamos convencidos de que el pesimismo que domina hoy es por lo
menos tan exagerado como el optimismo de ayer. Para nosotros,
profesionales y por lo tanto prácticos facultativos, el pesimismo y el
optimismo no son más que dos categorías demasiado pasivas y
demasiado imaginarias. Lo que debe ser el futuro depende en buena
medida de lo que sepamos hacer en el presente.
La pregunta por el sentido.
3
Husserl, Edmund, La Crise des sciences européennes et la phénoménologie trans-
cendantale, París, Gallimard, 1976 [Cráú de las ciencias europeas y la fenomenología
trascendental, Barcelona, Crítica, 1991],
posible realizar lo sea efectivamente, con consecuencias
considerables sobre los planos humano y cultural, lejos de dejar a
nuestros contemporáneos indiferentes constituye una de las fuentes
cotidianas de ansiedad (incluso si no es pensado en estos términos).
La violencia de una crisis semejante nos golpea de lleno, se
expresa mediante una miríada de violencias cotidianas. Es lo que en
nuestra jerga llamamos los ataques contra los vínculos,
significativos de esa incapacidad para elaborar un pensamiento que
nos saque de la crisis y de su corolario: la vida en la urgencia. Esto
provoca una serie de pasajes al acto difíciles de reprimir. El mundo
se vuelve incomprensible para j;odos, pero particularmente para los
jóvenes. No es sorprendente que, a la sombra de esta impotencia, se
desarrolle la práctica de los videojuegos. Cada joven, en una suerte
de autismo informático, se convierte en el amo del mundo en
combates singulares contra la nada, por un camino que no lleva a
ninguna parte. Si todo parece posible, entonces ya nada es real En
el marco de esta omnipotencia virtual, nuestras sociedades
aparentemente abandonan el dominio del pensamiento.
Como profesionales, queremos pensar este nuevo malestar
fuente de sufrimientos. En vez de ir hacia la abstracción, nuestro
trabajo debe comprender lo que sucede en los consultorios y en la
cotidianidad más concreta. Debemos asumir la novedad de esta
época con el fin de entender el reclamo que escuchamos sobre la
situación que vivimos nosotros, los pacientes y sus familias.
De acuerdo con este punto de vista, es importante darse cuenta
de que el mundo produce, paradójicamente, la primera gran sociedad
de la ignorancia. La relación de cada uno con las tecno- ciencias que
dominan la cotidianidad es, en efecto, una relación de absoluta
exterioridad. Antes, toda sociedad siempre había poseído técnicas.
Pero sus habitantes mantenían, en su mayoría, lo que podríamos
llamar una relación de intimidad: más allá de las
evidentes divisiones del trabajo, las técnicas no constituían una
combinatoria autónoma, no funcionaban de acuerdo con una lógica
propia, independientemente de toda consideración humana o
cultural, extraña por lo tanto a las preocupaciones de los hombres.
Pero esta sociedad, poseyendo igualmente sus técnicas, es la
primera que resulta literalmente poseída por ellas. Todo lo que
sabemos hacer es apoyamos sobre unos botones, pero generalmente
ignoramos los mecanismos que esos botones detonan. Esta realidad
histórica produce inevitablemente una subjetividad de
extrañamiento, un sentimiento de exterioridad con el mundo que
nos rodea. El mundo y los otros se vuelven utiliza- bles, y los
jóvenes son bombardeados permanentemente por mensajes
publicitarios que los invitan a convertirse en los valientes
predadores de su entorno.
Tal es el desfasaje en el que vivimos todos los días: por una
parte, soñamos con una gran ciencia, fuente de un cierto confort,
que nos ofrece técnicas. Pero por otra sufrimos por la ignorancia,
por no saber en absoluto cómo funciona, cómo puede ser orientado
o controlado ese fabuloso mundo de la luz que no cesa de producir
oscuridad e incertidumbre.
2. Crisis de la autoridad.
4
Héritier, Frangoise, MasctüinJFéminin. Dissoudre la hiérarchie, Tomo 2, París,
Odile Jacob, 2002.
Si lo anterior representa la autoridad, no es porque el adulto esté
dotado de una cualidad personal particular, es porque encama la
transmisión y la viabilidad de la cultura: si ello ha sido, si lo que
vivimos es, entonces, en el futuro será. Este principio de autoridad-
anterioridad no excluye en ningún caso la novedad y el cambio,
simplemente ordena la evolución a través de la transmisión y la
responsabilidad común, asumida por todos y que garantiza la
supervivencia de la comunidad.
Pero en nuestros días, para muchos, los ancianos ya no
representan ninguna autoridad, ya no aseguran la transmisión
cultural. Parecería que no hubiesen sabido transmitir a las jóvenes
generaciones la idea de un mundo y de un futuro agradables. Y con
razón... Millones de jóvenes no vería a sus padres levantarse para ir
a trabajar, millones de jóvenes viven permanentemente bajo
bombardeos publicitarios que promueven un mundo donde lo único
que cuenta es la capacidad de poseer. A partir de los años setenta,
que marcan el inicio de la crisis, dos o tres generaciones han vivido
la ruptura histórica que hemos evocado, el cambio designo del
futuro, el pasaje del futuro-promesa al futuro-amenaza.
Las generaciones de la crisis, es decir los adultos de hoy, no
representan a ojos de sus hijos ni una permanencia, ni una esperanza
en el futuro. Muy por el contrario, encarnan la imagen de
generaciones que han fracasado: los sentimientos de inquietud y de
ansiedad impuestos por la crisis van a la par con el cuestionamiento
de los adultos.