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Aunque no lo conozcamos, 

Dios tiene un plan para


nuestras vidas. Dios no improvisa ni “juega a los Dados”.
Cada uno vino a esta vida con un propósito específico y
podemos descubrir cuál es: basta conocernos y
“preguntarle” a Dios, mediante la oración cuál es su plan. Y
como Dios es perfecto, todos sus planes también lo son.
Nada de lo que nos pasa en la vida está fuera de su
voluntad. Y es cierto, somos libres y podremos hacer “lo
que queramos”, pero ¡de todos modos Dios sigue con su
plan! En el caso del pecado original, por ejemplo, Adán y
Eva no lo siguieron, pero, como dice el Pregón Pascual:
«Oh, feliz pecado, que nos valió tan gran redentor”». El
Plan de Dios es siempre mejor que nuestros planes.
Increíblemente mejor pues los planes de Dios tienen un
tiempo y un modo de desenvolverse que casi siempre nos
sorprenden gratamente. Dios no usa nuestros caminos, ni
nuestros razonamientos.

El único modo de que podamos vivir una vida plena y


feliz es estar atentos a los qué quiere Dios para
nuestras vidas. Pero no siempre es fácil. La principal
resistencia no es externa. La principal resistencia somos
nosotros mismos, ese “hombre viejo” como lo llama san
Pablo: «En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos
del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos
engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y
vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia
y santidad de la verdad» (Ef 4, 22-24).

Un día, un amigo me preguntó por qué no había un san


Ignacio de Loyola o un san Francisco que sacara a la
iglesia de la ¿crisis? en la que estaba. Yo le contesté que si
san Francisco reviviera hoy, lo único que haría sería
morirse de nuevo. San francisco estaba bien para el año
1200. ¡Pero estamos en 2016! Los santos que nacieron
hace 100 años ¡ya están viejos para este siglo! ¡Dios
suscita santos originales cada siglo, para responder a
los desafíos de cada tiempo! San Beda el venerable era
el santo indicado para el año 700…  san Ignacio de Loyola
y santa Teresa para el siglo XVI, pero para el siglo XXI, ¡el
santo perfecto eres tú! ¿cómo puedes no darte cuenta? Hay
un método muy útil para tomar consciencia, que consiste en
hacerse una corta serie de preguntas:

¿Quién soy? Dios nos pensó desde toda la eternidad para


que seamos «alguien». Alguien importante en la vida de
otro alguien. Ese otro alguien puede ser un solo prójimo o
toda la Iglesia, pero esa pregunta no nos importa a nosotros
ahora. Ahora tenemos que concentrarnos en ¿quién soy
yo? Un ser capaz de descubrir el plan épico de Dios para mi
vida. ¿Qué hago? ¿En qué soy excelente? ¿Para qué
Dios me dio los talentos que yo tengo? Dios nos regala
nuestras virtudes para que las usemos en algo específico. A
San Juan le regaló la virtud de estar en el lugar adecuado
en el momento justo. Por eso le encargó a su Madre.
Además del cumplimiento fiel del deber de estado, todos
tenemos un talento especial. Nuestras madres lo conocen
instintivamente: no importa lo inútiles que creamos ser,
nuestras madres serán las primeras en detectar un talento,
un don de Dios. También el director espiritual es un gran
aliado a la hora de determinar qué es lo que mejor nos sale.
Nadie es buen juez de su causa, así que podemos pedir
ayuda. Una cosa que también me puede servir para evaluar
esto es: ¿qué puedo ponerme a enseñar ya mismo a
cualquier grupo de personas? No necesariamente tiene que
ser algo “grande”. San Martín de Porres era hermanito lego
en un convento, pero lo era con tanta humildad y devoción
que hasta los más poderosos lo consultaban. Pedro,
Andrés, Santiago, Juan eran Pescadores. Y pescadores
siguieron siendo. Ese talento especial que Dios me dio, lo
tengo que poner en movimiento y cultivarlo. Tengo que
convertirlo en algo concreto que hago por los demás

¿Para quién lo hago? ¿Qué necesitan? ¿Cómo cambio


sus vidas? Los talentos que Dios me dio, mis habilidades
especiales cobran sentido cuando las pongo al servicio de
los demás. Si soy un eximio pianista pero me siento en un
piano eléctrico con auriculares, mi talento se desperdicia.
Somos seres en relación y Dios nos hizo nacer en una
época específica, en una sociedad específica, con unos
problemas específicos. Aquí es donde nuestro plan de vida
toma dimensión eclesial, o social, o lo que sea que Dios
Necesite para el aquí y ahora. ¿En qué tiempo vivo? ¿En
qué ciudad, país, o continente nací? ¿Quiénes son los que
me rodean? ¿Cuáles son sus necesidades? ¿Qué es lo que
está mal, roto o incompleto que Dios necesita que yo con
mis talentos intervenga? ¿A qué necesidad concreta me
llama a servir? En este paso tenemos que pensar en
convertirnos en instrumentos dóciles de la misericordia
divina. Dios nos envía al mundo para algo concreto y
específico. A Agnes Gonxha Bojaxhiu le mostró un
moribundo en las calles de Calcuta, y ella lo socorrió en ese
momento. Nada más. La providencia se encarga de armar
el resto, pero una vez que tengamos claro qué es lo que
necesitan, ¡Lancémonos a hacerlo! 

Una vez que vimos para qué Dios nos quiere en este
mundo, y cuáles son nuestros talentos especiales para
llevarlo a cabo, tenemos que resumirlo en una frase, en
un lema que sea nuestro ideal personal. Los Papas y los
obispos tienen en su “escudo de armas”, un lema que
marca su servicio a la Iglesia. El Papa Juan Pablo II, por
ejemplo, tenía como lema «Totuus Tuus Mariae» que
significaba: «Todo Tuyo María», dando a entender que él
era el siervo de la Sierva del Señor. Se trata de encontrar,
siguiendo la guía de preguntas anterior, un lema que
identifique nuestro objetivo en la vida, qué es lo que Dios
me mandó a hacer en este mundo. Y de allí va a surgir el
plan de vida: cultivar entre mis talentos todo aquello que me
acerque al plan de Dios, y alejar para siempre todo aquello
que me aleje.

El plan de vida

1. El primer requisito, el
compromiso de hacerlo
El plan de vida requiere bastante compromiso. Sin este
compromiso, el plan de vida se convierte en un plan
semanal, o mensual, y no de vida. Yo, que soy muy
inconstante puedo parafrasear a Mark Twain cuando
hablaba de dejar de fumar y decir: «Comenzar un plan de
vida es lo más fácil del mundo: lo he hecho miles de
veces». Y allí está uno de los secretos: saber que al
demonio no le gustan nada los planes de vida y dejarlo en
manos de Nuestra Madre, que es la gran educadora y ama
dirigirnos hacia su Hijo.

2. El director espiritual


Nadie gana una maratón sin tener un entrenador y nadie es
buen juez de su propia causa. Un director espiritual es
como un director técnico: nos va a ayudar en el momento
que establezcamos metas y nos propongamos ir “puliendo”
nuestras imperfecciones. ¿Quién es un buen director
espiritual? Puede ser un sacerdote: si ya tenemos un
confesor con quien nos confesamos frecuentemente, de allí
a la dirección espiritual hay un pequeño paso. Si no hay
disponible un sacerdote, un diácono, o una religiosa,
también pueden ayudarnos. Para aquellos que estamos
casados, la mejor dirección espiritual puede ser nuestro
cónyuge: nadie nos conoce más, ni nos ama más, ni nadie
está más interesado en que mejoremos que nuestros
cónyuges. La dirección espiritual tiene que ser hecha por
personas prudentes y con un cierto avance en las vida
espiritual, no sea cosa que un ciego guíe a otro ciego.

3. El horario o agenda espiritual en sí


El plan de vida consiste entonces en una agenda, u horario
espiritual que nos ayude a recordarnos todas las
prácticas espirituales que tenemos que hacer para
fortalecer una virtud o combatir un vicio que nos impida
alcanzar nuestro ideal personal. Los monjes en el
monasterio tienen un plan de vida cotidiano que se cumple
con precisión milimétrica. La vida de un monasterio es un
“plan de vida”. Pero para los que vivimos en el mundo, ese
plan de vida no siempre es explícito, y tendremos que
recordarlo con un “ayuda memoria”. Esta agenda espiritual
nos ayudará a concentrar nuestro esfuerzo espiritual en una
dirección determinada, con metas y objetivos fáciles de
visualizar.

4. Las actividades diarias


Para hacerlo, tendremos que anotar en una cuadrícula en
la que las filas representan nuestra vida cotidiana y las
columnas representan los días del mes, cada actividad
espiritual que ya hacemos. Nada más que las que hacemos
cotidianamente. Por ejemplo, si al levantarme rezo las
oraciones matutinas y bendigo cada comida, pero no hago
nada más, entonces apunto esas tres cosas: oración
matutina, bendición almuerzo y bendición cena. Luego, al
finalizar cada día, antes de irme a dormir, tomo ese horario
espiritual y marco con una cruz o una x todas aquellas
cosas que haya hecho durante el día, y con un guión o un
punto, aquellas que haya olvidado y no haya hecho.

El horario quedaría así:


1. Los ofrecimientos diarios
La última columna tendrá el ofrecimiento que quiera
hacerle a Jesús de lo que hago por una causa particular.
Por ejemplo: si ofrezco levantarme a la mañana apenas
suene el despertador, puedo ofrecer ese “minuto heroico”
por los cristianos perseguidos. Por último, pondré una
actividad por mes que quiera alcanzar, una sola actividad
que todavía no haga y quiera conquistar. Pero lo tengo que
hacer gradualmente. Por ejemplo: si no rezo el rosario
todos los días, y quiero alcanzarlo, no pondré el rosario
completo, sino que comenzaré con una decena diaria,
luego, cuando casi todos los días la haga, agregaré otra y
así hasta llegar al rosario diario.

2. Las actividades periódicas
No todas las actividades espirituales que hacemos son de
periodicidad diaria. Algunas actividades espirituales, como ir
a visitar a enfermos, o a los presos, las podremos hacer
una vez por quincena o una vez por mes. Estas actividades
semanales quincenales o mensuales pueden tener su
propio horario, y las anotamos así:

a. La meta mensual – El propósito

El propósito o examen particular es un modo de concretar


un esfuerzo para conquistar una actitud, que puede ser
mejorar en una virtud que ya poseemos o combatir un vicio
que nos cuesta. El propósito particular consiste en fijarse
metas realizables, concretas, objetivas, alcanzables. El
dicho que nos orienta es «quien mucho abarca, poco
aprieta». Para lograr concentrarnos en actitudes
particulares, y obtener objetivos medibles podemos
proponernos un propósito particular, que nos va a llevar a
conquistar una virtud. No es un hecho concreto, sino una
manera de ser, como por ejemplo, la amabilidad, etc. Las
actitudes se conquistan a través de actos concretos que
son como les dice el Padre Kentenich, «actos saturados de
valor». Una vez que está interiorizada esa actitud que
quiero conquistar lo agrego a mi plan de vida. Hace un
tiempo quería combatir mi furia al manejar y mi propósito
particular era: «El otro conductor es un hijo predilecto de
Dios». Podemos poner un lema o jaculatoria que nos ayude
en el momento de tentación a superar la dificultad.

b. La evaluación y ajuste
Este propósito particular lo voy a evaluar y actualizar en tres
momentos concretos del día: al comenzar la mañana, al
comenzar la tarde, y durante mi examen de conciencia
cotidiano.

Un propósito particular lo puedo conquistar mediante el


ofrecimiento y la oración en un mes o dos. Pero si mi
propósito se queda “sin conquistar” por muchos meses,
debería consultar con mi director espiritual si ese propósito
no es muy elevado y tratar de dividirlo en propósitos más
mensurables y alcanzables.
¿Cómo ser el santo que Dios
necesita?

Toda esta planificación, todo este “medir” cómo va nuestra


vida espiritual tiene como objeto convertirnos, con la ayuda
de Dios, en la mejor versión de nosotros mismos. En
aquella persona que Dios quiere. La vida del hombre es una
lucha y esa lucha la tendremos que dar todos los
días. Nuestra conquista más importante es nuestra
conquista sobre nosotros mismos y esa conquista no la
podremos lograr sin un plan, sin tener todos los días un
recordatorio de que todavía nos queda mucho para ser los
santos que Dios Necesita para cambiar el mundo.

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