Los siguientes elementos caracterizan a la tragedia griega:
1- Mímesis: la historia trágica, aunque ficticia, imita a la realidad, debe producir el
efecto de lo que se escenifica puede ser real. 2- Pathos (o pasión): se relaciona con el padecimiento del héroe. Cuál es el dolor que sufre, antes, durante y después de conocer su destino. 3- Hybris (o desmesura): es la soberbia del héroe que está convencido de que puede desafiar los designios del destino o de que puede desafiar la voluntad de los dioses. 4- Hamartía (o error trágico): es la equivocación fatal que comete el héroe, produciendo la caída. 5- Peripecia: es el cambio de suerte que se manifiesta en la vida del héroe. Se trata del recorrido o periplo en el que hay un momento en el que se quiebra la normalidad 6- Anágnorisis (o reconocimiento): el héroe reconoce su error trágico. Proceso en el que se descubre la verdad que desencadena el fin trágico. 7- Catarsis (purificación): Es terror y conmiseración. Es la liberación de pasiones que experimenta el público una vez que finaliza la tragedia. El espectador o lector se compadece del héroe, se horroriza ante su desgracia y eso le produce una suerte de desahogo. La catarsis es una experiencia purificadora de las emociones humanas. Como tal, la palabra proviene del griego κάθαρσις (kátharsis), que significa ‘purga’, ‘purificación’. Como sinónimos de catarsis se pueden emplear las palabras limpieza o liberación.
Dentro de la literatura, por su parte, la catarsis es el efecto purificador que
experimenta el espectador a través de una obra de arte. El concepto fue ideado primeramente por Aristóteles en su Poética. Como tal, el filósofo griego reconocía en las tragedias clásicas la facultad para lograr que el espectador liberara sus más bajas pasiones a través de la experiencia estética de la representación teatral.
En este sentido, la tragedia ofrecía al espectador un abanico de emociones, como
el horror, la ira, la compasión, la angustia o la empatía, que le permitían identificarse con los personajes y sus historias y, de este modo, acceder al efecto purificador que producía la representación escénica en su interior. De allí que la tragedia también resulte aleccionadora para su público en cuanto a las decisiones o los intereses que movieron a sus personajes hacia su lamentable final.