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Leales al intertexto.

El mundo de las relaciones humanas exige contratos, que uno debe seguir, algún tiempo. Como
cuando se alquila una casa y le decimos al dueño que uno es un tipo tranquilo, para que este se
sienta, estúpidamente, satisfecho. Suelen comentar que los anteriores inquilinos eran ¡Unos
mugres!, que destruyeron la casa y consumían drogas abstractas. Mientras soy un hipócrita, un
mentiroso y embaucador, cosa que aprendí o me invente desde chico. Pongo cara de estúpido y
me lamento por la existencia de esa lacra. Para que el imbécil, que sólo tiene propiedades, se aleje
de mí. Estas son las reglas del mundo moderno. Así es el nuevo estilo de vida. Privacidad a medias,
en el hormiguero de durlock.

El transporte público causa estrés, colas en los supermercados, o el trabajo y la idea que se
desprende de este. Saber que por más que uno empuje la rueda, siempre vas a estar adentro, y
nunca la voy a ver desde fuera. Mudarse es pura mierda. Mover muebles de aglomerado es para el
suicidio. Desnuda la pobreza. Eso es lo peor. Los seres humanos nos vestimos para tapar la
pobreza de nuestro ser. Lo único que vale la pena, se vive con los ojos cerrados o bien drogado. El
colchón flameando en la caja de una camioneta desvencijada. Las manchas de humedad en todo lo
que tengo. Miles de bultos, como una metástasis de un final que se resiste a llegar. La cocina que
atesora la grasa acumulada de los últimos dos años, y el comentario del fletero que dice, ¡si le
pegas una limpiadita cada tanto queda joya y tira más tiempo! Morite. Me canso muy rápido. Sólo
le devuelvo un sonido gutural, pero el fletero no entiende de símbolos y sigue toda la mañana. Mi
pareja solo puede recriminarme la ausencia de manos. Dice que por algo debe ser que no tengo
amigos. Yo sólo pienso en que se vaya con otro, con cualquiera. Que se lleve los bultos y colchón y
platos y vasos y mesa y al boludo del amigo que no para de celebrarla y nunca trae un porro.
Marcelo es un buen tipo. Es amigo de Verónica desde que la conozco. Creo que me contaron la
historia de cómo se conocieron, pero ya la olvide y me importa poco inventar una ahora. No viene
al caso. Lo que si viene al caso, es, que Marcelo está con nosotros siempre, para evitar que el
silencio nos congele. O a mí. Estoy seguro que Verónica odia que no tenga nunca nada interesante
que decir. Me plantea que en el trabajo seguro soy un tipo divertido, pero le digo una y otra vez
que en la cocina donde soy explotado, solo se escucha la radio, porque el gallego es mudo. Me
recuerda lo divertido que era antes. Recuerda que solía hablar a los gritos en la calle y corría,
mientras mato el momento diciéndole que eso fue cuando no necesitaba trabajar para pagar
cuentas y podía divagar sin preocupaciones inventadas.

Desde que me metí a trabajar en la cocina de esa pizzería de mierda, me sentí perdido, y eso fue
hace cinco años. Me deprimió tanto que solo me dedique a eso. Mi futuro era hacer pizza. Unas
pizzas altas e iguales. Mi única condición fue no preparar las de huevos, porque me parecía una
burla frente a la ausencia de los míos, pero nadie entendió mi último chiste. Sentí que ya no
podría ser feliz. Ahora en mi cabeza iban a figurar los horarios del tren y el subte y las alternativas
de colectivos para cuando saliera muy tarde. Esa era mi vida. Era un buen trabajador. Pero no
sonreía como todo el mundo. No podía ir a lo de mis suegro y amasar. Sencillamente no podía.
Escuchar a la boluda de mi cuñada y al goma de su marido, porque a pesar de que nunca van
tener en el horizonte la vista al registro civil, le encantaba llamarlo así, mientras yo pensaba Mi
marido es el forro más obsecuente del trabajo, o, mi marido es flor de lame culos y seguro le dan
un aumento más que al resto, porque es amigo del imbécil del jefe. Lo único interesante era lo que
no decía. Porque se supone que debo respetar, y con mi silencio entendía que lo hacía. El respeto
no es celebrar cada comentario de sorete egoísta e individualista. En la juntada de amistades de
Verónica, se felicitaban por sus actividades laborales. En mi cabeza giraban insultos, ¡che, me
entere que ahora te sacuden más en ese trabajo de mierda que tenes, te felicito! O ¡que bueno eso
del ascenso! ¿Te estás cogiendo a varios? Me siento gracioso, pero no lo digo. Nunca digo nada.
Los observo y no digo nada. Hasta me ofrezco para sacar las fotos déjame a mí, sino nunca salen
bien. Acomódense que yo soy muy capaz. Aunque siempre saqué las fotos para el orto. Lo peor
para mí es que a ellos les encantan y me agradecen. Aunque puede que agradezcan que yo no
aparezca.

En líneas generales soy un tipo de mierda, con un trabajo de mierda y me siento un mierda por no
mandar todo a la mismísima mierda. Reflexiono de vez en cuando y me lamento por Verónica, es
una buena persona que no se merece a un tipo como yo. O no se merecía a un tipo como yo. Pero
por suerte ella lo pudo resolver sin mí. Cuando la gente habla se dice más de lo que está sobre la
mesa. Muchos piensan que se engaña al interlocutor, pero esto es raro. Las charlas nunca son muy
espontaneas. Cada vez que tuve la oportunidad de que me charlen, recuerdo disfrutarlo. Pensar
en lo que tenía que decir, como arruinar el discurso y obligar a que recalculen. Disimular que lo
que está sucediendo, no era planificado, sencillamente resulta morboso. La complicidad de un
crimen, pero al final solo saldrá un culpable.

Habían pasado dos meses desde que estábamos viviendo en ese hermoso lugar. Una caja de
zapatos, pintada a nuevo para que nosotros destrocemos. Las paredes blancas solo pueden
revelar, la total falta de buen gusto. Aunque yo tampoco lo tengo. En cierta ocasión pinté un
cuarto de rojo y quedó deprimente.

Hacía ya un tiempo considerable que nos habíamos alejado con Verónica. No nos tratábamos mal,
pero el problema es que no nos tratábamos. Nunca fuimos de gritarnos. Habíamos pasado buenos
momentos que duraron relativamente poco. El problema en las relaciones, es que uno tiene que
coincidir en tiempo, espacio y gracia. Nosotros ya no estábamos. Esa podría ser la explicación
básica. La pregunta es obvia y voy a dejar que se responda sola.

Cada tanto, la gente se hace balances para asegurarse los pies. Una mentira, pero de esto se
alimentan las relaciones humanas. En la mayoría de los casos es obligado por circunstancias
trágicas, como puede ser la muerte de alguien muy cercano. La gente se junta y come. Se visitan y
se llaman por teléfono hasta que después de determinado tiempo, deja de suceder y se genera
culpa, y la culpa otra enfermedad. Un maldito circulo vicioso. Verónica me sorprendió un lunes a
media mañana con unos mates y un porro. Su cuerpo se veía tenso. Como un gato que no sabe si
escapar o atacar. El problema es que siempre termina escapando el gato. Me plantea que sería
bueno conversar sobre nuestro futuro. A ella no le parecía muy gracioso vivir toda la vida con un
tipo amargado. Ella pretendía otra cosa. Me ponía como ejemplo a conocidos en peor situación
económica que nosotros. Podía salir con varios comentarios, pero todo apuntaría a molestarla. No
era mi intención recordarle que era el único ser en dos patas de la casa que trabajaba, me pareció
desleal y cruel. Le di una oportunidad para que diga algo que valga la pena escuchar. Miles de
palabras para terminar en un Te Amo siempre es una subestimación.
La pregunta, básica y elemental fue, ¿qué mierda quéres hacer con tu vida? La verdad que no lo
sabía. Traté de decírselo. Por lo general divago en una imagen recurrente, cuando era chico mi tío
Osvaldo encontró laburo de sereno en un deposito vacio. Él chanta escuchaba la radio cada la
noche, y hasta se pegaba flor de descanso. Lo sé, porque mi abuela le lavaba la corbatita que
usaba. Mi abuelo se re calentaba. Decía que era un vago. Yo no entendía nada. A mí, en cambio,
me parecía un golazo. Que te paguen por escuchar la radio y apolillar como una marmota. ¿Qué
más se puede pedir? El problema fue que la cagó. Le pusieron un teléfono, y como estaba al pedo,
empezó a llamar a los números que encontraba en el diario, para gente que ésta al pedo, y con
ganas de garchar. Se levanto a una tipa casi veinte años mayor que él, y dejó el trabajo para
transformarse en el caniche de una doña de Ramos, con un Duna de mierda. En lo de mis abuelos
todo se fue al diablo. La vieja lloraba por el pelotudazo, y mi abuelito puteaba el doble al infeliz. El
gil tuvo una oportunidad y la tiró al vecino. Verónica me miraba atónita. Decime alguna otra cosa,
no esa historia que me repetís una y otra vez. Siempre con la misma canción. ¿Nunca se te ocurrió
que estas medio grande? ¿No tenes el sueño de ser alguien? Pensé en decirle que ya era alguien.
Pero me desquite contándole mi última idea, hace unos días que me cuelgo viendo a unos vagos.
Tirados en una vereda frente a un teatro de Corrientes, con mala onda si no se les tira un centro.
Yo suelo darles algo, pero para acercarme. ¿Sabes lo que entendí? Que esa es la onda. No hacer
nada. No trabajar. No tener gatos. No pagar alquiler, ni pensar en vacaciones que nunca
conforman. Tirarse a dormir cuando pinte. Hacer esa. Luquear el morfi todos los días. Nunca más
tendrías miedo. Nunca más tendrías miedo de perder algo, porque no tendrías nada que te puedan
quitar. Ahí serias alguien. Verónica me preguntó si escuchaba lo que decía, porque le preocupaba
su seguridad económica ¿y nosotros? ¡Y los hijos! ¿No pensas en tener hijos conmigo? Le respondí
con otra estupidez que escuche de un conocido, a cuadras de la plaza, sobre Gelly Obes, estaba
tirada una pareja, súper borrachos y andrajosos. El chanta éste, me dijo que el perfume era añejo y
pasó considerablemente rápido, pero llegó a escuchar lo que el vago le decía a la vaga “estas
hermosa, siempre te voy a amar”. Me pregunto si somos capaces de ese amor. Pero me da miedo
la respuesta. Ella pensó, que, como siempre evadía la discusión. Mi idea era no trabajar. Estaba
por demás cansado de las buenas costumbres. Tenía ya treinta y cinco años, y si no resolvía mi
vida pronto, a los cuarenta estaría saludando a la bandera. No sabía a cuál, pero a alguna
saludaría. La charla terminó mal. Se levanto de pronto y me dijo que yo no iba a cambiar nunca,
sos un amargado y un cagón de mierda, sos un pendejo, te haces el profundo por leer esos libros
de mierda y subestimas a todos, fue un gran desahogo de su parte.
Los siguientes quince días fueron de mucho más silencio. Pero el día dieciséis, al volver al
departamento lo encontré semi vacio. Por un momento pensé que se había llevado a los gatos,
pero me los dejo. Quise ensayar un chiste, pero era muy tarde y tenía más ganas de usar el
inodoro. Cague con la puerta abierta y después me fui a la cama, pero no la encontré. Busque un
colchón que teníamos para Marcelo, que a pesar de vivir muy cerca, siempre prefería quedarse en
casa. Puse una película, ya que me había dejado uno de los dos televisores y un reproductor de
DVD, que también nos sobraba, y me dormí. Sólo voy a decir que descanse. A eso de las nueve y
media de la mañana me levante, me prepare unos mates y encendí la radio. Sentí un respiro.
Muchas mañanas me resultaba complicado escuchar la radio, ya que ella se quejaba de lo negativo
del mundo. Nunca entendí eso, y más viniendo de una persona que se involucraba tan poco con
las necesidades sociales. Claro que, a mí todo me importaba tres pelotas. Lo mío era más parecido
al cinismo.

Tardé un rato en ver la extensa carta que Verónica me dedicó. Una carta explicando la separación.
Ese porque de su decisión. En la carta pasó por todos los estados. Estaba furiosa por el maltrato
psicológico generado por mi eterno silencio. Estaba avergonzada por no haber tomado antes la
sabia decisión de abandonarme. Y escribió muchas cosas más que no comprendí. Lo que si me
quedó claro, fue que ahora estaba con Marcelo. Su amigo. Ahora su compañero de vida. Entendió
que él estuvo siempre a su lado apoyándola en todo. El estaba enamorado de ella y ella ahora de
él. Me pidió que no la juzgue, cosa que no hice. En realidad el único juzgado iba a ser yo. Iba a ser
juzgado por perder a mi pareja por mal tipo y eso es como que te tiren un balde lleno de cabezas
de pescado. Pero lo que más me jodió fue encontrar en una gran bolsa todas las fotos de las
vacaciones y reuniones en casa de sus amigo y parientes y llaveros de vacaciones y bueno, toda
nuestra vida. Me pregunto por qué no los tiro o se los llevo. Estoy seguro que lo hizo para
joderme. Sabía que odiaba esas porquerías y fotos y trapitos que desnudan lo imbéciles que
somos. Ahí me calenté y le dedique una puteada.

Llamé al trabajo y pedí hablar con el encargado. Me dijeron que estaba ocupado, a lo que respondí
que no se preocupen, que más tarde caía y hablaba personalmente. Me bañe y me preparé para
salir, pero antes fui a buscar comida para los gatos que me estaban atormentando, exigiendo lo
elemental, lo básico. Antes de salir me sentí contento de que se hayan quedado conmigo, porque
ellos me eligieron. El gato me adoraba y la gata a pesar de ser tan asquerosa también me quería.
Camino a la estación para tomar el tren, me detuve en el lavadero de un amigo. Entré y encontré a
Diego tan tranquilo por fuera como siempre. Pero tan deprimido por dentro. Diego era un tipo
capaz, pero sin suerte. Y de esos abundan. Me ofreció unos mates y me preguntó cómo andaba. Le
comenté mi nueva situación de revista. Separado. No se sorprendió, o por lo menos no intentó
darme ese pésame no sentido, y disimulado que se da por las buenas costumbres. Tres o cuatro
mates cruzamos y tuvo que salir para atender a un cliente. Me quedé afuera de la oficina mirando
como uno de los nuevos muchachos lavaba un Fiat Palio. Era llamativo ver la falta de bienestar
económico en un trabajo como ese. Volvió Diego y le pregunte por el cordobés que estaba la
última vez que pase a tomar mates. Lo rajé, me cansó la mala onda, siempre me criticaba, le daba
un peso de más y se quejaba, y para peor me faltaba, me dijo, ahora tengo a estos dos. Los miré y
algo me generó una especie de asco. No estoy seguro que fuera su aspecto, o su pose desgarbada.
Me despedí y salí rápidamente rumbo a la estación. De Girondo a 197 encontré aproximadamente
seis puestos donde vendían panchos. Un lujo gastronómico. Miraba a la gente ir y venir a toda
velocidad buscando quien sabe qué carajo. Empecé a preguntarme cuál era la motivación de esas
personas para levantarse cada mañana con esos trabajos sin dignidad, si es que algún trabajo tiene
cosa semejante. Cuando me di cuenta estaba observando a los vendedores ambulantes con el
mismo criterio, y entendí que lo que veía era un espejo. Eso que despreciaba era yo mismo. Tenía
un trabajo de mierda como cualquier otro gil. Algo iba a resolver.

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