Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
El Estado y El Derecho
Integrantes:
Paula Guadalupe Cervantes Felipe
201743610
Derick Josué Calderón Ciramagua
201846687
Merlin Mayari Cerritos López
201940509
Mirian Estela Morales García
201540351
Scarleth Marieandre Mayorga Alonzo
201340893
Karla Lorena Sánchez Súchite.
201942435
De la primera gran división social del trabajo surge la propiedad privada, que
pasa a la posesión de los cabeza de familia de tipo patriarcal, naciendo de esta
la separación de la sociedad en dos grandes clases: explotadores y explotados,
que en este caso serían señores esclavistas y esclavos.
El Estado Nacional
El concepto de Soberanía
La soberanía es el poder político supremo que corresponde a un Estado independiente,
sin interferencias externas. En teoría política, la soberanía es un término sustantivo que
designa la autoridad suprema que posee el poder último e inapelable sobre algún
sistema de gobernabilidad. En su etimología, la palabra soberanía proviene de la voz
latina “super omnia”, que significa "sobre todo" o "poder supremo", que también tiene
como sinónimo a la palabra latina "principatus", que proviene de la voz latina "primus
inter pares", que significa "primero entre pares" o "principal". El
término soberanía proviene del latín y está formado por varias partes, sober-, que
significa encima, el sufijo -anus, que se traduce como procedencia, y el sufijo -ia. Así,
podemos decir que la soberanía es la calidad de soberano, es el derecho, la cualidad o
el poder que tiene el soberano, siendo este la excelencia, la máxima autoridad o la
alteza suprema y absoluta que tiene autoridad sobre todo lo demás, es el que está por
encima del resto. La soberanía es la autoridad más elevada o suprema donde reside el
poder político y público de un pueblo, una nación o un Estado, sobre su territorio y sus
habitantes. Por tanto, la soberanía es la independencia de cualquier Estado para crear
sus leyes y controlar sus recursos sin la coerción de otros Estados. Por ejemplo, en
algunos gobiernos, como en España, la soberanía reside en el pueblo, según la
constitución española, del que emanan todos los poderes del Estado, a través de
representantes elegidos por votación. Esta soberanía es la denominada soberanía
nacional.
Se refiere al ejercicio de la autoridad en un cierto territorio. Esta autoridad recae en el
pueblo, aunque la gente no realiza un ejercicio directo de la misma sino que delega
dicho poder en sus representantes. La Soberanía significa independencia, es decir, un
poder con competencia total. Este principio señala que la Constitución es el fundamento
o la base principal del ordenamiento jurídico, por lo que no puede existir norma que esté
por encima de esta. Conceptualmente, el término remite a la racionalización jurídica del
poder
político, o sea, la transformación del poder de hecho en poder de derecho.
Históricamente el concepto aparece junto con el Estado moderno en el siglo XVI para
describir el poder estatal único y exclusivo sujeto de la política. Norberto Bobbio resume
que el concepto
político-jurídico del término “sirve para indicar el poder de mando en última instancia en
una sociedad política y, por consiguiente, para diferenciar a ésta de otras asociaciones
humanas, en cuya organización no existe tal poder supremo, exclusivo y no derivado”.
Así, la idea de poder supremo define a la soberanía y su presencia es inherente a la
aparición del Estado. Con las revoluciones burguesas el concepto pasó de la idea del
poder supremo del Estado a la del poder supremo de la voluntad general del pueblo o la
nación. Entre las principales características que describen a la Soberanía es que es
absoluta, perpetua, indivisible, inalienable e imprescriptible. Es absoluta porque define a
un poder originario que no depende de otros ni está limitada por las leyes, es perpetua
porque su razón trasciende a las personas que ejercen el poder y a diferencia de lo
privado es imprescriptible e inalienable. Otra descripción del término se puede entender
desde tres ópticas de su carácter: 1) limitada, 2) absoluta y, 3) arbitraria. La primera
concibe la soberanía como Locke, la cual tiene límites naturales en el contrato del que
surge (Constitución) y por el pueblo, de quien es un mandatario; la segunda, pregonada
por Hobbes y Rousseau, contempla que el poder soberano no tiene límites jurídicos
pero su poder obedece a una racionalidad técnica o moral (voluntad general); y la
tercera que considera que el Poder Soberano es la expresión en ley del interés del más
fuerte.
El Derecho Estatal:
Existen diversos ejemplos de cómo se debe aplicar el Estado de derecho a fin de que
las personas convivan y desarrollen un orden social pleno y distante de los abusos y
malas costumbres.
-Por ejemplo, la ley se debe aplicar por igual a todos los ciudadanos de un país sin
importar su clase social. Todos deben ser juzgados de la misma manera bajo los
reglamentos de que ley estipule.
Para garantizar la calidad de vida de los ciudadanos, es importante, por ejemplo, que a
través del Estado de derecho se planteen y desarrollen planes de recolección de
residuos por parte tanto de los ciudadanos como de las fábricas, en los cuales se
garantice el cuidado del medio ambiente y los recursos naturales.
DERECHO ESCRITO
El Derecho escrito “Ius scriptum”: es un campo jurídico que posee una normativa
documentada por escrito, contradice a la noción de costumbres que es la raíz del
Derecho no escrito o consuetudinario; fueron apuntes inicialmente elaborados por el
Poder público de la época, que provenían directamente de entidades o de consultas
realizadas por el Senado, Magistrados o Emperadores, totalmente facultados para ello.
Es una definición que aplica a las legislaciones formuladas y promulgadas por una
autoridad valiéndose de recursos gráficos.
Los historiadores afirman que, han existido leyes escritas en rocas, en la piel, en hojas,
en metales; pero las de mayor importancia son las escritas en papel y para su mayor
legalidad son publicadas oficialmente en las regiones de cada país. Todas las fuentes
del Ius scriptum se volvieron consistentes a lo largo de las transformaciones
experimentadas por el a derecho romano. Etapas que, según ciertos planteamientos,
pueden localizarse desde la instauración de Roma hasta la exposición de la Ley de las
XII Tablas, desde esa exposición hasta el fin de la república, igualmente desde la
llegada del Imperio hasta el deceso del emperador Alejandro Severo y finalmente desde
el fallecimiento de éste (234 d.C.) hasta el óbito del emperador Justiniano (564, d.C.).
La legislación escrita se inicia con los relatos sobre la historia y culturización en
sumeria, donde los legisladores griegos Solón y Clístenes de Atenas y Licurgo de
Esparta, que formulaban leyes en sus Estados fueron idolatrados como ídolos. En la
Grecia clásica, se asumía el acato de la ley como un requisito de ciudadanía y de
libertad, al aceptar cada individuo el estar sujeto al poder político y sus reglas, no como
producto de una subordinación ante otro hombre más fuerte o más respetable, sino
como el acatamiento de un fundamento inmaterial que expresaba "la ley es el rey",
aunque se estuviera en desacuerdo con la misma o significara perder la vida. El
Derecho romano fue esencialmente un a Derecho escrito, no así el de las regiones
germanas que se regían por el Derecho no escrito, incluso muchos pueblos germánicos
que se radicaron dentro del Imperio Romano de Occidente, principalmente los godos y
los francos, poco a poco fueron promulgando leyes escritas.
Conviene considerar las ventajas, pero también los inconvenientes que ofrece el
derecho consuetudinario para comprender por qué ha ido siendo substituido a través
del tiempo por el derecho estatal, independientemente de la tendencia natural de todo
gobierno por implantar el monopolio legislativo y acrecentar su esfera de dominio.
Desde luego, el derecho consuetudinario, al evitar toda mediación de una autoridad
entre la sociedad y el régimen jurídico que la rige, tiene la virtud de garantizar en un alto
grado la coherencia entre ambos y, por lo mismo, la eficacia del derecho en cuanto a su
acatamiento. En cambio, presenta el inconveniente, que ya señalamos, de su
imprecisión y de la dificultad para demostrarlo en caso de duda o de controversia e,
incluso, para poder saber con certeza cuándo una costumbre es considerada obligatoria
y cuándo no, teniendo necesariamente que recurrir a los tribunales para decidir estas
cuestiones. En los países en los que se reconoce la vigencia del derecho
consuetudinario indígena, como es el caso de Colombia, los tribunales deben recurrir al
peritaje de quienes conozcan tales costumbres, como pueden ser los antropólogos,
para resolver los problemas que se presenten sobre esta materia.
Como puede verse, los inconvenientes del derecho consuetudinario son exclusivamente
de carácter técnico, pero desde el punto de vista de su contenido afirmativo, responde
mejor que el escrito a las necesidades sociales. a pesar de tales inconvenientes, el
derecho consuetudinario como antes vimos, no ha podido ser desplazado totalmente,
resistiéndose a esfuerzos del Estado para suprimirlo.
Pensado originalmente como un recurso sencillo al alcance del pueblo para protegerse
de las violaciones a las garantías individuales por las autoridades, se ha convertido en
la actualidad en un procedimiento tan técnico y complejo que solamente los
especialistas en él pueden conducirlo. Lo mismo ocurre con la multiplicidad de juicios
que existen en materia civil y, aun en mayor medida, en el caso de las ramas
especializadas del derecho que han aparecido en los últimos tiempos. Las
complicaciones procesales llegan a tal extremo que en no pocas ocasiones, el fondo del
asunto pasa a segundo término y, si a esto se agregan los formulismos, muchas veces
anacrónicos e innecesarios, que se añaden a estos procedimientos, se entiende lo
incomprensibles que resultan para el común de la gente.
En este mismo sentido, como una reacción contra la rigidez de la ley, algunas
corrientes doctrinales, como la llamada Escuela del Derecho Libre y, más todavía, la
tesis soviética sobre la legalidad revolucionaria, han sostenido que el arbitrio del juez,
inspirado en consideraciones superiores de justicia, en el primer caso, o en los
intereses de la revolución socialista, en el segundo, debe estar por encima de la ley y,
por lo tanto, debe interpretarla libremente, sin que el texto legal le imponga limitación
alguna.
De cualquier modo y sin caer en esos extremos, !a interpretación judicial reviste una
gran importancia, no sólo para la adecuación de la norma al caso concreto y a la
evolución social, sino también para llenar sus lagunas y suplir las insuficiencias de la
ley, para conciliar sus posibles contradicciones o aclarar su contenido y aun para definir
algunos conceptos inevitablemente generales y ambiguos, como pueden ser, la calidad
de dueño, la intención dolosa, etc., o de otros cuya acepción depende del contento
social en que se emplean, tal es el caso de términos como "pudor" o "modo honesto de
vivir".
Pero además, como acabamos de ver y como ocurre con mayor claridad en el sistema
jurídico anglosajón, esto no es del todo exacto, porque la aplicación de las leyes exige
una amplia intervención del Poder judicial, no sólo para su adecuación al caso concreto,
sino también para decidir sobre su vigencia y su sentido, lo cual, supone una efectiva
participación de éste en la configuración del derecho, ejerciendo así una actividad
legislativa contraria al principio de la separación de poderes, lo que tratándose de la
jurisprudencia es todavía más patente. A fin de evitar esto en la mayor medida posible,
los legisladores se han empeñado en sustituir las costumbres jurídicas por cuerpos de
leyes suficientemente claros y completos, cayendo, incluso, en excesos casuísticos, a
fin de reducir la intervención judicial a una operación puramente lógica y evitar al
máximo su actividad creadora a través de la interpretación o complementación de las
leyes.
En relación con el Poder Ejecutivo ocurre 'otro tanto, pues la retención de la facultad de
crear derecho en el Legislativo, no impide que aquél ejercite algunas funciones de esta
clase, como es la elaboración de reglamentos que, por su carácter general, son
formalmente semejantes a las leyes. Esto demuestra una vez más que la distribución
de funciones entre los tres Poderes no puede ser tan tajante, ni tan exclusiva la
atribución de las legislativas en el órgano correspondiente.
Sin embargo, los postulados de la teoría constitucional del liberalismo, dieron como
resultado los esfuerzos de codificación sistemática de las leyes iniciado a principios del
siglo) (, muy acorde, por lo demás, como habremos de ver más adelante, con el
racionalismo y las doctrinas del derecho natural prevalecientes en la época. El
positivismo jurídico dedujo de ésta situación que la promulgación por el Estado es una
nota esencial al derecho. Dicho en otros términos: para que una norma tenga carácter
jurídico es necesario que sea expresión de la voluntad del Estado. De esto dan
testimonio las múltiples definiciones de derecho que se han formulado bajo la influencia
de esta corriente doctrinal. En un sistema de estricto derecho escrito y desde el punto
de vista de la dogmática jurídica, estas definiciones son sumamente prácticas porque el
criterio de la promulgación estatal permite identificar con facilidad y precisión a las
normas jurídicas, pero incluyen un dato que, como reiteradamente hemos visto, no es
esencial al derecho.
Tal vez en algunos países con una población muy homogénea, con una larga historia
centralista, en los que efectivamente el Estado ha logrado concentrar en muy alto grado
la producción de las leyes, la costumbre como fuente del derecho ha sido prácticamente
eliminada, pueda sostenerse esa definición. Pero en muchos otros países, como son
los latinoamericanos y particularmente Guatemala en los que existen numerosos grupos
indígenas regidos por sus usos y costumbres, tal concepción es falsa y ha sido la causa
de que, ignorando una patente realidad, el Estado les haya negado toda validez a tales
sistemas consuetudinarios e, incluso, haya procurado su desaparición. Es conveniente
puntualizar aquí para evitar confusiones terminológicas, que, si se quiere llamar
derecho vigente sólo al que es promulgado por el Estado, denominaremos como
derecho positivo al que rige efectivamente en una población, aunque carezca de los
formalismos de promulgación y formulación por escrito que exige la legislación y, por lo
tanto, no sea reconocido por el Estado. Sin embargo, muy frecuentemente, al no poder
impedir su observancia a pesar de sus propósitos, los gobiernos han optado por una
tolerancia extraoficial fingiendo que ignoran su existencia, con lo cual no se evitan los
problemas que esta dualidad jurídica acarrea.