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Eran seis.
Con la cabeza llena de tintura (la cabeza se enfría) me voy a hacer los pies y
ahí me siento mejor. Me atiende en un cubículo oculto porque la cabeza se
muestra en público, los pies, no. Las pedicuras son dos, Violeta y María. (A
los peluqueros siempre los cambian.) Violeta es ucraniana y quiero saber
cosas de su país, pero nunca la saco de (“Oh, un poco diferente, pero todo
como acá”. Yo no sé si encierra algún misterio o no le importa nada de nada,
porque es muy bonita y nadie se percata de ello, anda como una sombra, se
desliza como si no tuviera cuerpo; no, no le importa tampoco ser bonita. Por
eso cuando está María, la correntina, prefiero ir con ella; inmediatamente se
acuerda de todos los animales que tenía su papá en el campo en Corrientes,
el tatú, la yegüita alimentada a biberón y el pájaro carpintero. Y ese cubículo
blanco y frío, mezquino, se llena inmediatamente de animalitos del campo y
del bosque. Ya no quiero ir al bar de la esquina, ni me acuerdo del cajero y
de las peras: quiero ir a Corrientes para ver al pájaro carpintero. Me va
entrando cierto bienestar porque el emplasto de la cabeza se va secando
mientras me hacen otra cosa. No aguantaría un tiempo muerto sin hacer nada
ni que me hagan nada, porque me parece que el mundo está en acción, como
cuando hiervo verduras y controlo al mismo tiempo un partido de futbol o
tenés por TV cuando juega Argentina, hago todo junto. Así, en mi epitafio
van a poner, como le pusieron a una mujer romana: “Fecit lenam” (tejió, era
trabajadora).
Me llama entonces la chica que lava la cabeza. A ellas también las cambian
pero por motivos distintos a los de los peluqueros: ellos se van dando un
portazo o son transferidos a otra peluquería; cuando las chicas que lavan la
cabeza se dan cuenta de que no las van a tomar como peluqueras (salvo
alguna muy despierta que haga carrera) se quedan en su casa para mirar la
novela de la tarde. Hay varias clases sociales en esa peluquería. Al sector
más alto corresponde el que cobra, sentado en una silla alta y movible, todas
deben ir con sus papeles y entregarlos a él. Los pedicuros son como un sector
paralelo, poco clasificable porque no interactúan tanto como los peluqueros
entre sí. Además estos se mueven en un lugar central, con espejos, donde hay
pósters con mujeres hermosas de pelo luminoso. No hay fotos de
extremidades, se ve que las extremidades son como apéndices. La chica
barrendera que recoge pelo del suelo corresponde al sector inferior; ella no
hace café a los clientes ni les acomoda las capas; va con su pelo así nomás,
con una colita hecha de cualquier forma. Cuando la chica me lava el pelo
estoy contenta, ya estoy cerca del café de la esquina. Ella me frota con unas
uñas muy largas, que si las empleara a full, me sangraría la cabeza, pero
dosifica la agresión del mismo modo que los gatos.
–Corte todo para arriba y para atrás; pero arriba quiero que sea como un
nido de caranchos.