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ECONOMÍA Y CONCEPCIONES
DEL DESARROLLO
FACULTAD CIENCIAS
SOCIALES
UBA
APUNTE DE CÁTEDRA
1
MERCADO DE TRABAJO
I. INTRODUCCIÓN
Un primer paso, será repasar, brevemente a grandes rasgos y en términos temporales, las
transformaciones que ha tenido el mercado de trabajo en el capitalismo, haciendo hincapié
en la actual tapa (post-fordista) y, fundamentalmente, las principales consecuencias
generadas por los cambios que se dieron en nuestro país, tanto en términos espaciales o
territoriales como también institucionales. Es importante que sepamos cuáles son las
limitaciones que presenta el actual mercado de trabajo para seguir dando cuenta, vía
principal mecanismo de integración social que se da el capitalismo, de las condiciones de
vida de las personas. Para ello, trataremos las principales explicaciones brindadas en
nuestro país sobre las causas del desempleo involuntario, del empleo precario y del empleo
informal en la década del noventa, cuando se estos indicadores alcanzaron niveles récord.
En la actualidad la discusión pasa más por el ingreso de esos puestos de trabajo y no tanto
por la cantidad de los mismos, por eso vamos a remitirnos a aquellos debates.
En segundo lugar, haremos un breve análisis de los principales indicadores que tratan de
dar cuenta de la situación del mercado de trabajo. Es muy importante que sepamos “leer”
los datos cuantitativos sobre el empleo. Si tenemos presente que de alguna manera, los
discursos sobre el empleo-desempleo, se articulan en función de los niveles y de la
evolución de estos indicadores, deberíamos poder construir una mirada crítica a dichos
discursos. Para ello sería importante conocer las limitaciones propias de los indicadores
utilizados, y también proponer lecturas diferentes sobre su evolución.
El concepto de mercado de trabajo supone un lugar físico (país, región, provincia, etc.) y
simbólico (sectorial, profesional, etc.) en el que se encuentran oferentes y demandantes de
2
la mercancía fuerza de trabajo. En este sentido es que se puede abordar el estudio de los
niveles de empleo y su evolución tanto en términos regionales como sectoriales con sus
respectivas especificidades.
Algunos autores, principalmente los de raíz liberal, argumentan que este intercambio entre
los oferentes (trabajadores) y demandantes (empresarios), es lo que determinará el nivel de
empleo en un determinado mercado. En realidad, en general y más en la actualidad, salvo
situaciones muy particulares, ha sido el brazo corto de la demanda lo que ha determinado el
nivel de empleo independientemente del tamaño de la oferta. Este último tipo de
argumentos se encuentra en los autores keynesianos, post-keynesianos, estructuralistas, etc.,
e incluso en el marxismo, cuando plantea que la demanda de empleo sigue la ley de
crecimiento de la composición orgánica del capital, independientemente del crecimiento de
la oferta excedente o ejército de reserva.
Ahora bien, antes de pasar a la síntesis, por cierto muy estilizada, de la evolución del
mercado de trabajo, es importante para lo que sigue, distinguir entre trabajo y empleo. En
efecto, existe un relativo consenso en que el trabajo ofrecido se transforma en empleo, sólo
cuando éste encuentra una demanda remunerada de los empresarios. Con este criterio, se
dice que muchas personas trabajan, pero no tienen empleos, y es en este sentido, que
algunos autores plantean que, una de las políticas públicas que ayudarían a disminuir el
desempleo estructural en la actual etapa del capitalismo, es transformar en empleos los
muchos trabajos que se realizan en forma no remunerada.
Estos autores cuestionan de alguna manera la hipótesis del fin del trabajo, y acuerdan en
todo caso, que estamos frente al fin del pleno empleo según la actual institucionalidad. Pero
entonces, la discusión sobre como se enfrenta al desempleo, debería incorporar el debate
sobre cuál es la institucionalidad que podría transformar en empleos todos los trabajos que
no lo son. En efecto, si existen muchos trabajos que se realizan sin pasar por un intercambio
mercantil, y por lo tanto, hasta el momento no son considerados empleos (cuidado de niños
y ancianos en el hogar, tareas para autoconsumo en el hogar, tareas comunitarias, etc.,
actividades que algunos llaman economía del cuidado), una forma de aliviar los impactos
sociales de los niveles de desempleo, sería posibilitar dichos cambios institucionales. De
darse dicha transformación, habría nuevos empleos que surgirían de anteriores ocupaciones
o trabajos. Nótese que esto no requiere de crecimiento económico, ni de mayor inversión,
ni de innovaciones tecnológicas, sino de un cambio institucional que permita redistribuir la
riqueza de tal manera que permita remunerar estos nuevos empleos surgidos de puestos de
trabajos ya ocupados.
3
b) capitalismo fordista, donde oferta y demanda de trabajo tienden a igualarse en
términos cuantitativos, con una alta elasticidad respecto a la dinámica del sistema de
producción, situación que a grandes rasgos se mantiene hasta los setenta;
c) capitalismo pos-fordista, donde la demanda tiende a ser más rígida que la oferta
respecto a la evolución del sistema de producción (baja elasticidad). El desempleo
estructural resultante difiere en gran medida del pre- fordista, no sólo por su
extensión, sino que también, y fundamentalmente, por su diversificación en cuanto a
las diferentes calificaciones. Esta situación se inicia en los setenta y viene
profundizándose hasta el presente.
Es necesario remarcar que en la única etapa, de las tres comentadas, en la que se verificó
cierta igualdad entre oferta y demanda de trabajo (pleno empleo), esto fue posible porque la
demanda estuvo fuertemente estimulada por el Estado. En efecto, la demanda total de
empleo fue suficiente porque, a la del subsistema económico privado del fordismo, se le
sumó la del subsistema público. Así la demanda total de empleo (o nivel de empleo) fue
estimulada, no solo por el empleo público (impacto directo), que tuvo una importancia
creciente en dicho período, sino que las instituciones sociales de los diferentes Estados de
Bienestar, fueron funcionales al pleno empleo, porque ayudaron al sostenimiento de un
consumo creciente de la población, a través de la distribución secundaria del ingreso, y con
ello se logró un crecimiento sostenido del nivel de actividad (impacto indirecto). Esto
permitió, entre otras cosas, el crecimiento sostenido de la demanda de empleo por la mayor
producción de bienes y servicios, que en esa etapa, a diferencia de la actual, fue intensiva
en empleo.
Es decir, que estas transformaciones estructurales del mercado de trabajo, han sido
acompañadas por transformaciones institucionales (políticas de Estado) que, en diferentes
etapas, han expandido, morigerado o profundizado los impactos sociales de dichas
transformaciones. Por ejemplo, el empleo público y la distribución secundaria progresiva,
en períodos de crecimiento expandieron el empleo durante el fordismo y también, en
épocas de bajo crecimiento, estos mecanismos junto a la legislación laboral, morigeraron
los impactos sociales que hubiesen tenido los despidos o la pérdida de ingresos (políticas
contracíclicas). Un claro ejemplo de esto último, es que esta institucionalidad (estado de
bienestar) fue la que permitió retardar hasta los ochenta, los impactos que los cambios en el
sistema productivo ya se anunciaban desde mediados de los sesenta: la crisis de Estados
Unidos de 1971 (rompe con el patrón oro y devalúa el dólar), el posterior aumento de los
precios del petróleo y, el paso de la acumulación capitalista desde la producción de bienes y
servicios a la especulación financiera, destruyen todo lo conseguido desde 1945 a 1970.
En efecto, las políticas de Estado de los años ’80 y ‘90, tendieron en cambio a ser pro-
cíclicas. Las políticas sobre legislación de aquellos años, llamadas de flexibilización
laboral, tendieron a estimular que, el ajuste en tiempos de recesión, se haga vía puestos de
trabajo y/o salarios, con lo cual la recesión que las originaba, lejos de revertirse se
profundizaba. Por otro lado, la ausencia de políticas sociales de carácter universal, agravaba
las consecuencias de la caída de los ingresos salariales y con ello las crisis no tenían piso.
En ese paradigma neoliberal, también las políticas sociales son procíclicas, ya que las
mismas dependen de los ingresos fiscales, y estos se vuelven insuficientes en recesión o
4
frente a un estancamiento, que es justamente cuando más se necesita hacer política social.
Esto implica un quiebre de la matriz institucional bajo la cual se habían configurado,
durante el Estado de Bienestar, las formas de la sociabilidad y de la relación entre
ciudadanía y Estado.
En las diferentes etapas del capitalismo más arriba comentadas, las familias obtenían (y
obtienen) ingresos, fundamentalmente del mercado de trabajo, a partir de la distribución
primaria de la riqueza. En la etapa fordista, además de lo anterior, buena parte de la
provisión de los satisfactores de necesidades consideradas básicas, fue fruto de la
distribución secundaria del ingreso a cargo del Estado (Estado de Bienestar). En las otras
etapas, la anterior, y fundamentalmente, en la posterior al Estado de Bienestar, ante un
mercado de trabajo con una demanda insuficiente en número, los bienes y servicios que no
se podían, y no se pueden obtener con el ingreso salarial, por no tenerlo o por ser
insuficiente, se obtuvieron hasta 1930 a través de la filantropía y en años ‘90, a través de las
políticas sociales focalizadas y, de una renacida filantropía a cargo de Organizaciones No
Gubernamentales (ONG), la iglesia, etc. En uno y otro caso, la característica central de
dichos mecanismos (políticas del socorro) es la no universalidad de su cobertura.
Cabe remarcar, que como se decía anteriormente, el fin del pleno empleo en esta etapa del
capitalismo mundial, no significa el fin del trabajo, ni del trabajo dependiente, sino que este
ha mutado, afectando al principio organizador de la integración social y de la solidaridad
orgánica en la sociedad salarial. Al no estar asegurada la inserción en el principal
mecanismo de integración social (fin del pleno empleo), y no contar con redes de
contención social (fin del Estado de Bienestar), es que en la actualidad, en muchos países
capitalistas se producen situaciones de pobreza, falta de bienestar, integración y cohesión
social, desafiliación o exclusión social. Así es como, en un contexto de mercantilización de
las relaciones sociales, afloran estrategias individuales para alcanzar bienestar en un
contexto donde las posibilidades de lograrlo se tornan muy escasas. No sólo que las
posibilidades de conseguir un empleo son escasas, sino que, de lograrlo, difícilmente este
empleo logre ser fuente de bienestar al tener características precarias y/o informales. En el
primer caso la inestabilidad laboral erosiona el bienestar presente, en el segundo, además de
la incertidumbre del presente, está la inseguridad sobre cuáles serán las fuentes de ingresos
necesarios para la satisfacción de necesidades al final de la vida laboral, ya que en muchos
países, muchas personas no contarán con ingresos del/los sistema/s de retiro (jubilaciones o
pensiones).
Para que se tenga una idea sobre la crisis del mercado de trabajo a nivel mundial, le
pasamos la palabra a la Comisión de las Comunidades Europeas, que en el preámbulo de su
Libro Blanco 1993 decía:
“Por otra parte, y ante la envergadura de las necesidades que hay que satisfacer, tanto
dentro como fuera de la Comunidad, el eje de la recuperación pasa por el desarrollo de las
actividades de trabajo y de empleo, y no por dar prioridad a soluciones globalmente
malthusianas. Sí, podemos crear empleos, debemos crear empleos para asegurar el
porvenir. El porvenir de nuestros hijos, que deben hallar esperanza y motivación en la
perspectiva de participar en la actividad económica y social y de ser parte activa de la
sociedad en la que viven. El porvenir de nuestros sistemas de protección social,
5
amenazados a corto plazo por la insuficiencia del crecimiento, y a largo plazo por el
deterioro de la proporción entre población activa y población pasiva.
Otros intelectuales de los países desarrollados no son tan optimistas, las nuevas tecnologías
y su potencial desarrollo los llevan al pesimismo de los antiguos clásicos como David
Ricardo, Carlos Marx y Thomas Malthus. Jeremy Rifkin de alguna manera retoma aquellas
visiones pesimistas sobre el desarrollo tecnológico2 y plantea su visión en cuanto a las
pocas posibilidades futuras del mercado de trabajo para generar los empleos necesarios para
alcanzar una comunidad integrada socialmente.
"En el pasado, cuando una revolución tecnológica afectaba al conjunto de los puestos de
trabajo en un determinado sector económico, aparecía, de forma casi inmediata, un nuevo
sector que absorbía el excedente de trabajadores del otro. Sin embargo, en la actualidad,
dado que todos estos sectores han caído víctimas de la rápida reestructuración y de la
automatización, no se ha desarrollado ningún sector significativo que permita absorber los
millones de asalariados que han sido despedidos"3.
Y para los partidarios de la ortodoxia económica, que dudan de que el origen del problema
esté en la demanda y tratan de culpabilizar a los trabajadores de su situación, argumentando
que no se han capacitado en las nuevas tecnologías incorporadas a la producción, y que en
ese sentido plantean que la solución estaría en la oferta, elevando la calificación de los
desempleados; le pasamos nuevamente la palabra a Robert Castel:
1
Boletín de las Comunidades Europeas, Suplemento 6/93: Libro blanco. Crecimiento, competitividad,
empleo. Retos y pistas para entrar en el siglo XXI, Bruselas/Luxemburgo, 1993.
2
Por ejemplo, los argumentos de Marx sobre la dinámica que a largo plazo tendría la composición orgánica
del capital, en cuanto al lugar creciente que en el mismo tendrían las máquinas en detrimento del trabajo
asalariado.
3
Jeremy Rifkin: El fin del trabajo. Nuevas tecnologías contra puestos de trabajo: el nacimiento de una nueva
era, Barcelona, Paidós, 1996.
4
Robert Castel: Las metamorfosis de la cuestión social: Una crónica del asalariado, Buenos Aires, Paidós,
2009, p. 406.
6
“Entendámonos: desde el punto de vista de la democracia, es legítimo e incluso necesario
atacar el problema de la ‘baja calificación’ (es decir, en un lenguaje menos técnico, poner
fin al subdesarrollo cultural de una parte de la población). Pero resulta ilusorio deducir que
los no-empleados podrán encontrar empleo simplemente elevando su nivel. [...] Hoy en día,
no todo el mundo es calificado y competente, y la elevación del nivel de formación sigue
siendo un objetivo esencial, pero este imperativo democrático no debe disimular un
problema nuevo y grave: la posible inempleabilidad de los calificados”5.
Estos intelectuales pesimistas, claro que con matices, sobre las posibilidades del mercado
laboral (tal cual lo conocemos hoy), para generar una nueva sociedad integrada vía el
trabajo, proponen diferentes alternativas para enfrentar este grave problema: unos sostienen
que se debe achicar la jornada laboral y distribuir entre todos los trabajadores el poco
empleo existente; otros plantean el reconocimiento como empleo de antiguos trabajos,
especialmente los que esta sociedad machista destina a la mujer y su rol en la reproducción
social (la economía del cuidado); en América Latina, algunos están argumentando sobre la
necesidad de que haya producciones no mercantilizadas, como la economía social, capaz de
reemplazar a la producción y la comercialización tradicional absorbiendo mucha mano de
obra; y otros directamente plantean reemplazar el trabajo por un nuevo mecanismo de
integración: el ingreso. El argumento es que, si los profundos avances tecnológicos y los
importantes aumentos de la productividad continúan, será muy difícil retornar al pleno
empleo de la segunda posguerra y, por eso, es necesario encontrar un nuevo mecanismo
para lograr inclusión social. Dicho pesimismo los lleva a proponer el reemplazo del trabajo
por un ingreso universal e incondicional para todas las personas.
En los últimos años a nivel mundial la situación no ha mejorado, como se puede ver en el
cuadro anterior, en realidad ha empeorado. La Organización Internacional del Trabajo
(OIT) en uno de sus últimos informes sostiene sostiene: “La economía mundial sigue
progresando, aunque registra tasas muy inferiores a las previas a la crisis global de 2008 y
no permite colmar las amplias brechas laborales y sociales que han surgido. Actualmente,
el desafío de recuperar los niveles de desempleo y subempleo anteriores a la crisis sigue
siendo una ardua tarea, con los considerables riesgos sociales y económicos que entraña la
situación. El presente informe revela que las perspectivas laborales en el mundo
empeorarán durante los próximos cinco años. En 2014 más de 201 millones de personas
estaban desempleadas, 31 millones más que antes de que irrumpiese la crisis global. Se
5
Castel: ob. cit., p. 409.
7
prevé asimismo que el desempleo mundial aumente en 3 millones de personas en 2015 y en
8 millones durante los siguientes cuatro años” .6.
Podemos abordar el mercado de trabajo, considerando las variables que intervienen tanto en
la oferta, como en la demanda de empleo. En este sentido podemos decir que:
1º) la oferta laboral es función creciente (relación positiva) del crecimiento neto
poblacional, y del crecimiento de la tasa de actividad –cuando la Población
Económicamente Activa (PEA), crece a una tasa mayor que la población total por
cuestiones culturales, estacionales, de desarrollo relativo y/o de los ingresos de los hogares-
.
2º) la demanda laboral es función creciente del nivel y dinámica de la actividad económica
o PBI, que a su vez depende, entre otras cosas, de los niveles de Inversión Real (inversión
no-financiera), y de la productividad del capital y del trabajo; por el contrario, es función
decreciente (relación negativa), de la productividad del trabajo.
Podríamos agregar que los cambios institucionales también afectan tanto la oferta como la
demanda laboral. En efecto, la flexibilización laboral, la reducción de la jornada laboral, la
extensión de la escolaridad obligatoria, ingreso ciudadano, etc. afectan tanto a la dinámica
de la oferta de los trabajadores como la demanda laboral de los empresarios.
Este simple modelo es muy útil para pensar escenarios –pasados, presentes o futuros- a
partir de la evolución de las variables que intervienen en la oferta y demanda laboral.
Nosotros, luego del análisis cuantitativo que permite el modelo, vamos relativizar nuestras
conclusiones, ya que creemos necesario tomar en cuenta otros aspectos: los institucionales,
legales, de especialización sectorial, de localización regional de los sectores productivos,
etc., son cuestiones no menores que afectaron (o afectarán) tanto a la oferta como a la
demanda laboral. Así, el modelo daría cuenta de los aspectos cuantitativos del mercado de
trabajo, cuestión que si bien es muy importante, resulta insuficiente a la hora de determinar
todos los impactos sociales que una determinada evolución del mismo genera.
De todas maneras, a partir del modelo antes mencionado, nos podríamos preguntar, ante la
explosión del desempleo en los años noventa en nuestro país, qué variables que intervienen
en el lado de la oferta del mercado laboral, han tenido en el período 1990-2001, un
dinamismo mayor que las que intervienen del lado de la demanda. O también, por qué las
6
OIT: “Perspectivas laborales y sociales en el mundo. Tendencias 2015”. Disponible en línea:
<http://www.ilo.org/global/statistics-and-databases/lang--es/index.htm>.
8
variables que hacen aumentar la oferta (crecimiento poblacional, incorporación de la mujer,
disminución de la tasa de dependencia por ingresos insuficientes del jefe de familia), no
tuvieron un contrapeso con las que la hacen disminuir (mayor escolaridad, emigración,
etc.). Y por el lado de la demanda, por qué las variables que la impulsan (crecimiento de la
actividad económica, de la inversión real y de la productividad sistémica de la economía),
tuvieron una dinámica insuficiente, tanto para contrarrestar el impacto de la variable que la
debilita según el modelo (productividad del trabajo), como para dar cuenta del aumento de
la oferta.
Una cuestión importante a tener presente respecto al lado de la demanda, y que ayuda a
explicar el desempleo de los `90, es la nueva composición del nivel de actividad o PBI de
aquellos años, con una mayor presencia de sectores intensivos en capital que en décadas
anteriores y, con los intensivos en trabajo, desplazados por las importaciones7. Es muy
importante tener en cuenta, que hasta 1990 la dinámica había sido otra, los desplazados del
empleo formal terminaban en el cuentapropismo, y los impactos no se detectaban
analizando cuantitativamente el mercado de trabajo. En efecto, a pesar de la destrucción del
aparato productivo que se dio a partir de 1976, catorce años después, la tasa de desempleo
sólo alcanzaba al 6% de la población activa. Vamos a ver seguidamente porque puede pasar
que destruyendo puestos de trabajo formales los indicadores cuantitativos no lo capten si
esos trabajadores siguen ocupados aunque sea como cuentapropistas
Es que para detectar el deterioro que se dio en el mercado laboral argentino a partir de
mediados de los setenta, es necesario introducir conceptos que den cuenta de los aspectos
cualitativos del mercado de trabajo y sus cambios recientes. Para hacerlo, es necesario
abordar, además de los indicadores cuantitativos, los fenómenos de precarización laboral y
de informalidad laboral que, desde mediados de los setenta hasta el presente, se instalan en
la agenda del analista que pretenda dar cuenta del mercado laboral. En este sentido, se
vuelve central determinar qué tipo de empleo se generó o se puede generar, para prever los
posibles impactos sociales que genere la evolución del mercado de trabajo en nuestro país.
En efecto, la calidad del empleo que se genere será determinante para responder, siempre
considerando que el mercado de trabajo es la fuente principal de recursos de las familias8, si
las personas que lograron o logren ingresar como ocupados al mercado de trabajo, pueden,
sólo con ello, alcanzar niveles de bienestar importantes, o salir ellas y su familia, de una
situación de pobreza, indigencia y/o de exclusión social.
Hasta fines de los ochenta, los indicadores cuantitativos del mercado de trabajo argentino
no mostraban los impactos del debilitamiento de la demanda laboral. Hasta ese momento,
los nichos donde se habían refugiado muchos trabajadores, impedían detectar por los
indicadores tradicionales de desempleo abierto y subempleo, los problemas de empleo de
una parte importante de la sociedad. En efecto, recién al final de los ochenta, el nuevo
7
Argentina presentaba en la década del noventa una elasticidad empleo igual a la mitad que la de EE.UU..
Con esa composición del PBI, aunque el país presentaba niveles de crecimiento importantes, la demanda de
empleo no superó el crecimiento natural de la PEA, lo cual explica los altos niveles de desempleo. Los
cambios en dicha composición del PBI, han disminuido lentamente los niveles de desempleo hasta cerca del
10%, nuevo piso que se puede considerar estructural y no fruto de la última crisis.
8
Por lo menos hasta el presente, la sociedad argentina no aparece como dispuesta a discutir otros mecanismos
de integración, como por ejemplo la posibilidad de un ingreso ciudadano.
9
cuentapropismo (diferente que el de los ’60, que se consideraba superador de la relación de
dependencia formal), el sector público y, en menor medida la informalidad, habían sido
receptores de los ex asalariados, desafiliados por el proceso de apertura doblemente
asimétrica iniciado en 19769. Es recién en los noventa, cuando los indicadores tradicionales
sobre el mercado de trabajo, reflejan los impactos que el modelo impuesto a sangre y fuego
en 1976 (y administrado con matices a partir de 1983) tuvo sobre el mercado laboral y
sobre el bienestar de la mayoría de la población. La saturación del cuentapropismo y de la
informalidad, se hace evidente en un contexto de generalizado empobrecimiento de la clase
media. Esto se debe a que este sector social, había sido el principal destinatario de la
producción de bienes y servicios de los cuentapropistas e informales, su empobrecimiento
le pone un límite a la expansión de aquellos. En este sentido, los aumentos de la oferta
laboral y la disminución de la demanda laboral tradicional (por los motivos que ya vimos),
junto a la saturación de los antiguos nichos recién comentados, provocaron la explosión del
desempleo y el subempleo en el país. Si a esto le sumamos que en los noventa, reformas
laborales mediante, el poco empleo que se creó fue mayoritariamente precario y/o informal,
se puede concluir que, si bien el mercado de trabajo argentino hace mucho tiempo que se
mostraba insuficiente como fuente de recursos para que las familias obtengan de él
bienestar, cohesión e integración social, es recién en los noventa, cuando esta situación se
corresponde con los indicadores tradicionales del mercado de trabajo.
- Indicadores cuantitativos
9
Los economistas llaman doble asimetría a la apertura comercial generada por baja de aranceles y
profundizada por una moneda local fuertemente sobrevaluada que subvenciona las importaciones.
10
Tasa de Empleo = Ocupados / Población Total Urbana
- la tasa de ocupación es el porcentaje de personas ocupadas respecto de la población total
urbana.
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- Aspectos cualitativos
Los indicadores cuantitativos no nos dicen nada sobre la calidad del empleo (no es su
propósito). Para estudiar los aspectos cualitativos, es necesario incorporar conceptos de
precarización e informalidad laboral.
La precarización laboral da cuenta del tipo de relación salarial que se establece entre el
oferente y el demandante de trabajo. A partir de construir un parámetro de trabajador ideal,
que cumpla con las siguientes características: trabajo de por vida, un solo empleador e
identificable, jornada de ocho horas, negociación colectiva, con duplicado de recibo de
sueldo, con aportes jubilatorios y para la seguridad social; se considera que, los empleos
que no cumplen con alguna de estas características son precarios.
En este sentido, todos los empleos que requieren de la firma de un contrato no cumplen con
la primera condición, ya que todo contrato implica una relación salarial por un tiempo
determinado. En este caso se puede ser un trabajador registrado (contratado), pero a la vez
precarizado. Este es el tipo de empleo que se generó y se sigue generando en la actualidad,
aún en el propio Estado, y está decayendo la antigua relación registrada sin contrato.
El impresionante deterioro del mercado laboral argentino desde 1976 hasta el presente,
pero fundamentalmente en los noventa, se explica por los efectos de la política económica y
social implementada en dicho período.
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PRINCIPALES TASAS DEL MERCADO DE TRABAJO
En Mayo de cada año
TASAS 1980 1990 1995
Tasa de Actividad 38,3 39,1 42,6
Tasa de Empleo 37,3 35,7 34,8
Tasa de Desempleo 2,6 8,6 18,4
Tasa de Subocupación 4,5 9,3 11,3
Fuente: INDEC
Cuando en los noventa, la evidencia de los datos del mercado de trabajo echaba por tierra el
argumento neoliberal, se intentó presentar al abrupto crecimiento del desempleo como un
subproducto necesario de:
- la modernización económica
- la reforma del estado
- la inmigración de los países limítrofes
- los altos salarios.
- la rigidez del mercado laboral
Argumentos que por lo visto recientemente al presentar las variables del modelo sobre las
dinámicas del mercado laboral, podríamos ubicar en el lado de la oferta. Ninguno de estos
argumentos alcanza a explicar el aumento en 1,3 millones de desocupados en los años
noventa: de 700.000 mil desocupados en 1990 se pasó a 2.000.000 en el año 1995, que en
términos de tasas implicó pasar de 8,6% a 18,4%. Veamos esos argumentos.
En cuanto a la reforma del Estado, las bajas en la administración pública y en las empresas
privatizadas no alcanzan a las 250 mil personas, con lo cual quedan sin explicación más de
un millón de desocupados. Además, habría que considerar, que muchas de estas personas
no pasaron a formar parte del ejército de desocupados, sino que se jubilaron o, con el dinero
de los retiros voluntarios a los que accedieron, comenzaron con diferentes actividades como
cuentapropistas (taxi, videoclub, etc.). Con lo cual, al momento del relevamiento de la
EPH, o bien contestaron que no estaban activos (jubilados), o bien que habían comenzado
13
una nueva actividad como cuentapropistas, por lo tanto estos, los ex empleados públicos, no
fueron los desocupados que aparecieron en las cifras de esos años.
Desde 1990 a 1992 se radicaron 40 mil extranjeros, más de 30 mil de origen americano. En
1993 se produjo un salto (205 mil) porque se dio un beneficio extraordinario para la
radicación, y se contaron como ingresantes a personas que ya estaban viviendo en el país,
pero de manera ilegal. A estos, a los radicados en 1993, no se los puede tomar como un
nuevo flujo que incidió en el mercado de trabajo, puesto que ya estaban en el país a fines de
los ochenta, cuando la tasa de desempleo era del 6%. El flujo promedio de los años
posteriores fue de 12 a 15 mil personas.
Los datos cuantitativos de las estadísticas migratorias ayudan a desmitificar los argumentos
de base xenófoba. Entre 1995 y 1999 se radicaron en el país más de 70 mil personas: la
mitad de ellas de origen boliviano, paraguayo y peruano; entre uruguayos y chilenos
sumaron 10 mil, europeos 9 mil y casi 5 mil de origen asiático
Como se puede observar, estas cifras están muy lejos de poder explicar el aumento en más
de 1,3 millones de personas que ingresaron al ejército de desocupados en esos años. Si la
cuestiones éticas no alcanzaran, las económicas indican que el desempleo no se resuelve
con el cierre de las fronteras, y menos aún, con la expulsión de los que inmigraron en esos
años y que son hoy, en su gran mayoría, ciudadanos argentinos.
Por último, veamos la explicación dada en 1995 por Cavallo, entonces todopoderoso
14
ministro de economía, sobre que el desempleo se debía al espectacular aumento de la oferta
laboral (PEA) frente a los mayores salarios en dólares de esos años. La explicación corría
así: el aumento de la oferta laboral se dio porque en los ochenta el salario promedio era de
200 dólares y en los noventa fue de 500 dólares. El costo de oportunidad de quedarse en la
casa había aumentado, el ocio era muy caro. Ergo, mucha gente se incorporó al mercado
laboral en los noventa porque el premio salarial justificaba el sacrificio
Esto merece dos comentarios. Si bien es cierto que aumentó la oferta (la PEA se incrementó
a un ritmo mayor que años anteriores), no puede decirse lo mismo de su causa: renunciar al
ocio por salarios altos. La falacia del argumento se encontraba al citar salarios en dólares y
no el poder adquisitivo de esos salarios en relación con la canasta familiar. De paso, ese
argumento servía para sostener las propuestas de flexibilidad laboral como necesidad para
aumentar la competitividad de la economía, máscara técnica de las presiones a la baja de
los salarios y al aumento de la tasa de ganancia de las empresas.
La realidad fue más bien que, a pesar de tener un salario promedio de 500 dólares, muchos
trabajadores no cubrían con ese ingreso las pautas de consumo de sus familias, por lo cual
más integrantes del hogar debían salir al mercado laboral a conseguir el empleo que les
permitiría mantener su anterior nivel de vida. La sobrevaluación del peso hacía que los
salarios fueran altos en dólares, pero también provocó que la canasta de gastos de los
hogares fuera alta en dólares. La canasta básica oficial dada por el INDEC, para determinar
si un hogar era considerado pobre superaba los 500 pesos, lo que por esos años equivalía a
500 dólares. Por lo tanto es falso que el premio de ingresar al mercado de trabajo era alto;
en poder adquisitivo no superaba el promedio de los ochenta, como lo demuestran las
estadísticas de pobreza. Esto también se verificó después de la crisis de 2001: la pobreza
alcanzó a 18 millones de ciudadanos y en el mismo período el desempleo alcanzó a 2,5
millones, quiere decir que muchos ciudadanos estaban ocupados y que sus ingresos no
cubrieron la canasta básica.
Por otra parte, en el análisis hay que considerar otros importantes factores de la oferta
laboral. Primero, que como ya vimos, la PEA siempre crece, por lo menos a una tasa
similar al crecimiento poblacional. Segundo, que a medida que una economía se desarrolla,
la oferta laboral tiene dos impulsos; uno es el de una mayor escolarización de los jóvenes,
que retarda el ingreso de éstos al mercado laboral, pero que se ve compensada por el
segundo impulso, la mayor participación de la mujer en busca de su independencia
económica o realización profesional. Tercero, que el crecimiento de la oferta de trabajo se
estabilizó hacia mediados de los noventa y se mantuvo hasta el final del decenio (42% de la
población total). Quiere decir que la tendencia creciente del desempleo, el subempleo y
demás castigos que se infligieron al mundo del trabajo, no se debería seguir imputando al
aumento de la oferta laboral, sino a la política económica y social de la década del noventa.
- Otra explicación
15
en diez años, la mayor destrucción de empleo formal de que el país tenga memoria. Estas
políticas generaron una suerte de especialización productiva caracterizada, entre otras
cosas, por una débil (aspecto cuantitativo) y deficiente (aspecto cualitativo) demanda
laboral. Los sectores industriales intensivos en trabajo, fueron enfrentados a la competencia
(no siempre leal) de las importaciones, provocando en general el cierre de fábricas. En este
sentido, hay que remarcar que éste, el de las importaciones, es el verdadero trabajo
extranjero que sustituyó al empleo formal argentino y no el de los inmigrantes de los países
limítrofes. En 1991 se importaron 8.275 millones de dólares, en 1998 las importaciones
alcanzaron los 31.378 millones de dólares. Como gran parte de estos bienes importados son
productos elaborados intensivos en trabajo, este aumento de 280% en el valor, implica que
se aumentó varias veces la importación de trabajo externo, mucho del cual remplazó al de
los trabajadores formales argentinos. Vale agregar, que la pérdida de un empleo formal,
suele generar más de un desocupado, ya que generalmente, más integrantes del grupo
familiar saldrán al mercado laboral a buscar el ingreso que el/la jefe/a de familia perdió.
Vale destacar que la gestión de Menem dejó al país con una especialización productiva de
base exportadora agroenergética y el abastecimiento de una parte significativa del consumo
interno con productos importados. Con lo cual, por dicha especialización productiva, el
sólo crecimiento económico de esos años no resolvió el problema del desempleo. Esto es
así porque aunque la economía tuvo años de alto crecimiento, los sectores productivos que
lideraron la producción, no demandaban la suficiente mano de obra como para absorber el
crecimiento natural de la PEA y los desempleados existentes, lo que no permitió disminuir
los niveles de desempleo, subempleo y marginación social10.
Esto fue lo que pasó aun en los mejores años de crecimiento de los noventa. En efecto, en
la etapa más expansiva de la década, entre 1991 y 1994, con la economía creciendo al 7%
promedio anual, la tasa de desocupación abierta se duplicó.
Las economías desarrolladas, con menores tasas de crecimiento que las citadas, logran
crear mayor cantidad de nuevos empleos, especialmente por la diversificación productiva y
la demanda indirecta de mano de obra que genera la incorporación de progreso técnico. Si
se tiene en cuenta que con el aumento natural de la PEA, ingresan al mercado laboral en
Argentina alrededor de 300 mil personas, y sólo se generó, en los años de mayor
crecimiento, 200 mil puestos de trabajo, se podrá entender porqué se dio el espectacular
aumento del desempleo en los intervalos de expansión del decenio de los ’90, fenómeno
que se agravó con el estancamiento posterior.
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En términos técnicos esto se llama “elasticidad empleo del producto”. Quiere decir cuánto aumentará el
empleo si aumenta el PBI. En la Argentina de los noventa este indicador daba 0,20 – 0,25. Por cada punto
porcentual que aumentaba el PBI, el empleo aumentaba sólo 0,25%.
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subempleo (personas que trabajan de 1 a menos de 35 horas semanales), en el último año de
la década alcanzaba niveles tan altos (13,3%), como los de la tasa de desocupación
(13,2%). Al final del modelo neoliberal, con la implosión de la convertibilidad, los niveles
de desempleo y subempleo superaron al 40% de la PEA (21,5% de desempleo más 18,6%
de subempleo).
La evolución del mercado laboral de los últimos treinta años arroja los siguientes
resultados:
Fuente: INDEC
Posterior al año 2003, se empieza a revertir la situación heredada del mercado de trabajo,
especialmente hasta que se empiezan a sentir los impactos de la crisis internacional ya
comentada anteriormente, que destruyó puestos de trabajo en todo el mundo.
El mayor impulso dado a los sectores productivos de bienes intensivos en trabajo (textiles,
calzados, metalmecánica, electrodomésticos, etc.) a partir del año 2003 y la fuerte
protección comercial que frena la entrada de productos importados a muy bajo precio, ha
permitido una fuerte generación de nuevos puestos de trabajo. Estos nuevos millones de
puestos de trabajo disponibles han permitido que muchas personas que estaban
desocupadas pasaran a estar ocupadas, que otras que estaban "inactivas" retornaran al
mercado de trabajo como ocupados, y especialmente, que todos los jóvenes que anualmente
ingresan a la PEA tuvieran oportunidad de hacerlo como ocupados.
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IV. IMPACTO EN EL NIVEL DE EMPLEO DE LOS POSIBLES NUEVOS
MODELOS DE ACUMULACIÓN.
Luego de la fuerte recuperación del período 2003-2011, en nuestro país se dieron (y se dan)
debates, acerca de cuál sería el nuevo modelo de acumulación económica que se dará la
sociedad argentina, para seguir superando las terribles herencias sociales que dejó la
implementación del modelo neoliberal (1976-2001).
A grandes rasgos, y es cierto que con muchos matices, se pueden dividir las diferentes
propuestas en dos grupos: salida vía exportaciones y salida vía recuperación del mercado
interno.
Los que promueven que nuestro país salga de la actual desaceleración o estancamiento11,
vía una salida exportadora, plantean que el crecimiento en el nivel de actividad económica
o PBI, descansará en la dinámica de los sectores productivos que tienen como destino de su
producción la exportación. Estos sectores son fundamentalmente primarios o con escasa
elaboración: cereales (trigo y maíz), oleaginosas (soja y girasol), mineral de cobre, o con un
poco de más de elaboración: aceites vegetales (de soja y girasol), harinas vegetales para
alimentos de animales (de soja y girasol), cueros sin curtir, y por el lado de manufacturas de
origen industrial: sector automotriz, metales comunes y químicos.
Los que proponen esta salida, no se plantean aumentar los salarios en términos reales, ni
acuerdan con tener una política fiscal activa, más bien todo lo contrario. Por lo tanto, para
determinar los impactos económicos de esta salida, solamente deberíamos cuantificar los
impactos posibles de un aumento de las exportaciones y en menor medida de las
inversiones, en cuanto al impacto en el resto de la demanda agregada:
- estos actores son proclives a seguir ajustando el gasto público, con lo cual tampoco
es posible pensar en un aumento de este.
11
En el año 2014 la economía tuvo crecimiento nulo.
18
Se desprende de lo anterior, que el crecimiento económico generado por esta salida, aún en
un escenario optimista, difícilmente alcance para generar crecimiento económico sostenido.
Por el lado de la oferta laboral, la salida exportadora no parece ofrecer estímulos para una
reducción del ritmo de crecimiento de la PEA. En efecto, los que promueven esta salida, no
se muestran predispuestos a que los salarios de la mayoría de los trabajadores argentinos
supere lo necesario para una vida digna, por el contrario, como exportamos
mayoritariamente alimentos, cuanto menos se consuma internamente, más se podrá
exportar. En este caso, difícilmente se reduzca la cantidad de miembros de un mismo hogar
que salen al mercado laboral a conseguir los ingresos necesarios para completar el del/la
jefe/a. Con lo cual, al crecimiento natural o poblacional de la PEA, habría que agregarle el
crecimiento de la oferta por parte de los integrantes de los hogares populares que hasta el
momento no se habían incorporado.
Otro aspecto a tener presente sobre esta propuesta de que los argentinos volvamos de
alguna manera al viejo modelo “agroexportador” del período 1880-1930, es su impacto
regional. Hasta aquí venimos analizando los aspectos cuantitativos del mercado de trabajo a
nivel de todo el país. Una nueva dimensión a considerar son los impactos espaciales de una
especialización productiva que está fuertemente localizada en la pampa húmeda.
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Exportaciones por regiones de origen. Año 2013. Comentado [V1]: ¿Cuál es la fuente?
Por el lado de la oferta laboral, apostar al consumo masivo implica que los todos los
hogares cuenten con mayores ingresos, y esto aseguraría frenar su crecimiento en dos
sentidos: muchos menores de edad no se verían obligados a abandonar la escuela para
integrarse al mercado laboral y así completar los ingresos del/la jefe/a de hogar, y también,
que los hogares con dos jefes/as decidan con mayor autonomía si ambos se integran o no al
mercado laboral. Es que la redistribución de los ingresos que resulta de una especialización
productiva más intensiva en trabajo (industria, comercio y servicios), más la voluntad de
transferir ingresos, implica que todos hogares argentinos tendrían menos “necesidad” de
salir a emplearse de cualquier manera. Los que están en el mercado laboral, los activos, el
aumento de la demanda incrementará los ingresos salariales de los ocupados, y las personas
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que están fuera del mercado laboral, los inactivos típicos (chicos y ancianos), recibirán
transferencias de ingresos que, juntos a los ingresos de los activos permitirá aumentar el
consumo, con ello aumentará la producción y eso aumentará el empleo. A diferencia de la
salida anterior, a la que le es funcional un menor consumo local de alimentos para poder
exportar más cantidades, en esta salida, por el contrario se estimula el mayor consumo de
todos los argentinos en todas las regiones del país.
Las políticas públicas que se promueven para asegurar el objetivo de volver al pleno
empleo, impactarán positivamente en la demanda laboral. Esto es así porque, esta
redistribución del ingreso que se propone hacer vía mercado de trabajo, se traduciría en un
aumento del consumo popular. Como se propone que el consumo popular puede y debe ser
abastecido por producción local (hay que continuar con el control del comercio exterior,
especialmente de las importaciones que reemplazan producción local), y esta producción es
más intensiva en trabajo que los sectores exportadores, esta redistribución de los ingresos
aumentaría la demanda laboral. La promoción de las economías regionales, también
demandaría empleos, y además, retendrán en su lugar origen a muchos ciudadanos que
muchas veces se ven obligados a emigrar hacia los centros urbanos a “probar suerte”. Vale
recordar, que el mayor consumo popular se traducirá en una mayor demanda de bienes que
tienen origen en el interior del país: la cadena textil, producción vitivinícola, elaboración y
conservación de frutas, legumbres y hortalizas, maderas y sus productos, etc.
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