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hegemónicos
Mauro Vázquez
El punto de partida de este artículo es la icónica puesta en escena de una frontera: una
fotografía de la villa 1-11-14, ubicada en el barrio de Pompeya, en la ciudad de Buenos
Aires. El barrio de emergencia conocido como villa 1-11-14 se encuentra entre las
avenidas Perito Moreno, Bonorino, Cruz y Riestra, en el barrio Pompeya, de la ciudad de
Buenos Aires. La fotografía apareció por lo menos dos veces, en dos notas diferentes que
vinculaban a ese barrio con el narcotráfico y los inmigrantes peruanos.i
Esta delimitación del espacio que venimos señalando es también una de las
características principales de los documentales televisivos que surgen a finales de los
noventa. Estos programas televisivos, que se proponían en gran parte poner en escenas
las problemáticas de la ciudad (de Buenos Aires) y sus aspectos desconocidos o
marginales, empezaron primero con el programa, conducido por Fabián Polosecki, El
otro lado, emitido por canal 7 en los años 1994 y 1995. Luego aparecieron la serie de
programas conducidos por Juan Castro, Zoo, las fieras están sueltas (1997-1999), por
Telefé, y Kaos en la ciudad (2002-2003) por Canal 13. Con estos documentales nos
referimos a esas narrativas televisivas que presentan temáticas cotidianas, y en la gran
mayoría de las veces sobre los sujetos subalternos de esta sociedad, estructuradas a partir
de casos reales, historias de vida, fenómenos urbanos. Estos documentales televisivos
comienzan a ocuparse de esos actores marginalizados: aquí aparecen historias sobre
prostitutas, delincuentes, drogadictos, habitantes de villas miseria. Cuando asoman
programas como La Liga (2005), en Telefé, y GPS. Para saber dónde estás parado
(2008), en América, estas temáticas marginales de este nuevo género televisivo se han
estabilizado.
En esa lógica se articula la representación de los inmigrantes regionales. El programa
La Liga sobre discriminación, emitido el 9 de septiembre de 2008, comienza con una
delimitación territorial y étnica de Buenos Aires, en la que en un mapa de la ciudad se
van coloreando diversos barrios mientras la voz del conductor, Matías Martin, señala:
“Los paraguayos en Retiro, los peruanos en el Bajo Flores y en el Abasto, y los
bolivianos en Lugano y Liniers”. Aquí se produce una operación precisa y diferencial de
territorialización del inmigrante regional, donde el programa pretende ubicar y delimitar
de forma calibrada el lugar de sus prácticas, consumos, lenguajes y violencias. El mapa
de la inmigración regional va especificándose, coloreando barrios que contienen etnias
específicas. Es más, los programas La Liga y GPS… suelen construir emisiones enteras, o
partes de ellas, sobre un territorio específico. La Liga lo hizo, por ejemplo, con el barrio
de Once, con Liniers o con la villa Zavaleta, todos de la ciudad de Buenos Aires; GPS…
con San Miguel, con Liniers también o con Ciudadela, emisiones estas dos últimas a las
que se tituló “Boliniers” y “Ciudadelafuria”, respectivamente. Además, sobre todo en el
caso de La Liga, esas territorializaciones son acompañadas por mapas, satelitales
generalmente, que ubican esos barrios o villas en el marco más amplio de la ciudad.
Lo primero que tenemos que destacar de algunos de estos programas es la peculiar
vocación de establecer estos territorios como espacios visibles de marginalidad; así, tanto
el programa La Liga como GPS han armado presentaciones en torno a un lugar particular
de la ciudad de Buenos Aires y el Conurbano bonaerense y los actores y conflictos que
allí se desarrollan: esos lugares son escenarios donde aparecen inmigrantes regionales,
prostitutas, drogadictos, delincuentes, narcotraficantes, travestis, cartoneros. La
marginalidad comienza a ocupar un lugar cerrado, asible, identificable. Así, esa
nominalización de los espacios de la ciudad convierte a esos lugares en zonas
reconocidas, ubicables y caracterizables, en donde sus habitantes y sus prácticas pueden
ser objetos de un saber.
Asistimos así a una nueva exigencia sobre los márgenes: esos espacios y habitantes
potencialmente caóticos y rebeldes necesitan ser reconocidos, examinados y registrados.
De esta manera, los espacios son motivos de una referencia explícita, de una marcación.
Es que los espacios de los inmigrantes regionales tienen una cartografía, una localización.
Una vez establecido el contacto y puesto en función un límite, con demarcaciones
precisas y sujetos identificados, ya no se trata solo de una cuestión meramente territorial
sino también, y sobre todo, de fronteras sociales, culturales y económicas. A partir de ahí
la liminalidad y la heterogeneidad desaparecen bajo la acción maleable de lo homogéneo
y el estereotipo, y tenemos con ello una frontera social.
Si se habla de un espacio otro marcado étnicamente, es necesario señalar también
cómo se produce la conexión con ese espacio. No se lo hace solamente para expulsar sino
también para poseer, conectar, acercar. Esa delimitación, esa lejanía vuelta geografía
comprensible, ubicable, necesita producir esa conexión, idear un modo de construir los
relatos que la ponga en escena, y eso lo hace a través de la recreación del viaje, del
traslado. “La Liga viajó a…”, suele ser una de las expresiones recurrentes que da inicio al
programa (o a un segmento del programa). Una geografía delimitada necesita de un viaje
que la recorra, que una las distancias de clase y de etnia. La geografía se inventa, se
cierra, se limita, para ser recorrida y, así, reconocida, religada a un todo que en el mismo
gesto la ubica en una jerarquía.
Los espacios que se ponen en conexión también implican un mediador, alguien que se
mete, que se introduce, que recorre y que en esas acciones los conecta. Un viajero, si se
quiere. Aquellos que nos conectan con el espacio del otro son siempre los conductores de
los programas. Estos mediadores preguntan, dan la palabra, comentan con su cuerpo
presente en la acción, abrazan, prueban, consuelan, se conmueven, se emocionan, y hasta
subtitulan. En el programa de La Liga, emitido el 16 de junio de 2009, uno de sus
conductores viaja al barrio de Villa Transradio, en el partido de Esteban Echeverría del
sur del conurbano bonaerense. Viaja para asistir y participar en una festividad de la
colectividad boliviana en ese barrio del conurbano. Le hacen degustar una salsa típica,
picante, que él prueba y le resulta fuerte; le explican la conmemoración de un santo y
cómo se le rinde devoción; le enseñan a bailar y a tomar mucho vino y cerveza. Es así
que esos territorios son conocidos por sus características peculiares, sus imágenes, sus
olores y colores. Pero sobre todo es el viaje el que descubre todo eso, y,
fundamentalmente, la puesta en escena del cuerpo de esos conductores. La cultura
boliviana va al encuentro con el cuerpo del periodista, quien establece el contacto
corporalmente, bailando, comiendo, tomando alcohol.
Estas gemas étnicas, entonces, parecen estar ocultas, ser tesoros que se esconden en
los rincones de la ciudad a la espera de que alguien los descubra. Y son estos mediadores
quienes efectúan ese descubrimiento, que no es más que el descubrimiento de una
distancia.
La amenaza exótica
Notas:
i
“Pelea entre ex guerrilleros de Sendero Luminoso por el control de la droga en la Capital”, Clarín, 29 de octubre de 2006 y
“Rumores de una nueva guerra por el control de la droga en Capital”, 11 de noviembre de 2007.