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Cercanías distantes: inmigrantes regionales en los medios de comunicación

hegemónicos

Mauro Vázquez

Fue el racismo, que es parte mismo de los modos de representación y visibilización de


los inmigrantes regionales en nuestro país, uno de los actores principales de los tres
asesinatos ocurridos en la toma del Parque Indoamericano, en la ciudad de Buenos Aires,
en diciembre de 2010. Diarios, noticieros, canales de noticias, páginas web, como así
también funcionarios estatales, volvieron a hablar de territorios etnificados, inmigrantes
silenciosos y dóciles, peligrosos y amenazantes, miedo y violencia. Lo que fue leído,
dicho y visualizado como un avance de los habitantes de la villa 20 sobre uno de los
espacios públicos de la ciudad, implicó el resurgimiento de estas operaciones racistas que
visibilizan la inmigración regional como amenaza. Y que necesitan para eso de un
procedimiento casi hecho rutina: la edificación de una frontera. La consecuencia de esa
frontera fue trágica: tres inmigrantes regionales (dos ciudadanos bolivianos y uno
paraguayo) terminaron asesinados por la fuerza policial y por grupos armados de
ciudadanos. Sin contar las decenas de heridos.
Muchas veces la visibilidad, paradójicamente, aparece como un peligro para los
inmigrantes regionales. Dice Foucault en “Vigilar y castigar” que la visibilidad es una
trampa. La aparición, entonces, de los inmigrantes regionales muchas veces cae en una
trampa, en una serie de operaciones que denigran, distancian, discriminan, en el mismo
gesto de acercar. El peligro radica en que el control de la definición y la representación
de sus barrios, cuerpos, prácticas, acciones y culturas es apropiado por los medios de
comunicación hegemónicos. Si bien las alternativas, los conflictos y las respuestas
existen, es necesario tener en cuenta las relaciones de poder en las que ellas se insertan.
Las cegueras y sorderas con las que se encuentran.
Dos son las imágenes que quedan de ese peligro luego de la toma y los asesinatos en
el Parque Indoamericano. En primer lugar, el jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos
Aires, Mauricio Macri, pidiéndole a la presidenta de la Nación, Cristina Fernández de
Kirchner, trabajar en conjunto frente a lo que él describía como “una inmigración
descontrolada y el avance de la delincuencia y el narcotráfico” en relación a la toma del
Parque Indoamericano. La segunda imagen la compone una mujer boliviana que ante las
cámaras llora a su marido asesinado, y un hombre, que lleva un perro de una correa y se
autodefine como “vecino”, que la insulta y le dice que vuelva a su país. Se ve así que la
visibilización no es un bien en sí, pues importan las tradiciones y los contextos en (y a
través de) los cuales es producida.
Estas líneas apenas consisten en bocetos de análisis de lo que conforma un imaginario
de alteridad radical respecto de los inmigrantes regionales (orillando muchas veces el
racismo). Un imaginario, digamos, que construye un otro ya sea violento, sumiso o
exótico, pero siempre radicalmente diferente. Incompresible. Y que solo ellos, los
creadores de este sentir, pueden encontrar, entender y explicar.
Fronteras y amenazas

El punto de partida de este artículo es la icónica puesta en escena de una frontera: una
fotografía de la villa 1-11-14, ubicada en el barrio de Pompeya, en la ciudad de Buenos
Aires. El barrio de emergencia conocido como villa 1-11-14 se encuentra entre las
avenidas Perito Moreno, Bonorino, Cruz y Riestra, en el barrio Pompeya, de la ciudad de
Buenos Aires. La fotografía apareció por lo menos dos veces, en dos notas diferentes que
vinculaban a ese barrio con el narcotráfico y los inmigrantes peruanos.i

El uso metafórico y topográfico de la fotografía principal de la nota y su epígrafe son


los que marcan el territorio. La fotografía muestra en dos tercios de la imagen, en la parte
inferior, a la 1-11-14, y en el tercio superior, confundiéndose con el cielo, el resto de la
ciudad (repleta de edificios, alguna que otra iglesia). Un epígrafe marca la división que
delimita: “Dos mundos. Adelante, la villa 1-11-14, en el Bajo Flores. Atrás, los
edificios”. En la topografía de la foto, si bien el epígrafe marca un adelante y un atrás, por
la forma de perspectiva (en términos estrictamente técnicos, por haber sido sacada en una
toma en picado), aparece la villa abajo y la ciudad arriba. Y si bien, en la foto, el límite
entre la ciudad y la villa no aparece claramente delimitado (aunque sí jerarquizado, pues
la ciudad aparece en la parte de arriba de la fotografía y la villa en la de abajo), el
epígrafe lo sobreentiende: son dos cosas distintas, separadas. No sólo por la arquitectura
sino, sobre todo, por la violencia.
La segunda parte del epígrafe marca esta delimitación que no solo es geográfica: “En
la villa hace un año hubo una masacre. Entre los muertos había un bebé”. Los límites de
esta territorialización, entonces, no sólo responden a fenómenos geográficos sino, y sobre
todo, a determinado tipo de prácticas y conductas violentas que contiene cada una de las
partes de esa delimitación. Son dos mundos: el primero, el de abajo (adelante para el
diario) hace de escenario de la violencia; el segundo, el de arriba (o atrás), de espacio
amenazado. Pues lo que permite la fotografía es, a la vez, marcar visualmente el límite
pero también el punto de contacto, el lugar donde los dos espacios se unen y es difícil
diferenciarlos; donde la villa parece perderse visualmente en la ciudad, amenazarla social
y topográficamente, y avanzar.
Ambos espacios están ligados visual y territorialmente, pero el primero está más allá,
afuera. La amenaza tiene así su forma icónica: aquello que está más cerca en la fotografía
es lo que está afuera de lo social, amenazándolo. Ahora bien, ese otro territorio también,
y sobre todo, es etnificado. Porque cada uno de los actores de este relato policial tiene un
adjetivo etnicizador: “peruano”. Antes está esa relación que liga, naturalizando el
vínculo, a la 1-11-14 con el narcotráfico. Y en esa conexión entre un barrio (un territorio
específico) y el narcotráfico aparece lo étnico como conector: se jerarquiza el origen, la
nacionalidad de los “narcos”, que son adjetivados como “peruanos”, “compatriotas”,
dando cuenta así de una definición étnica del delito. El texto destaca la necesidad de
señalar el origen de cada uno de los integrantes de las bandas que se pelean por el poder
en ese lugar. La villa 1-11-14 consiste así en un espacio inexplorado, desconocido,
incontrolable, según la mirada de los medios. Y todo esto encuentra una operación de
clausura: la territorialización del accionar de estos delincuentes/inmigrantes.
La historia de la visibilización de villa 1-11-14, sin embargo, tuvo un conflicto entre
representaciones. La idea de frontera fue uno de los puntos centrales de esa discusión. En
diciembre de 2007 un informe sobre la villa 1-11-14 realizado por el equipo de noticias
del canal América, recibió una nominación en el New York Festival, un certamen sobre
televisión mundial, en la categoría “Reporte de Investigación”. El informe se armaba en
torno del ingreso del cronista Facundo Pastor al barrio. Para ello se filmaba de noche,
rodeado de policías, hablando con las personas de la zona acerca de la peligrosidad de
entrar al barrio, e incluso llegaba a ponerse un chaleco antibalas. Finalmente entra a la
villa 1-11-14 de día, mostrando pasillos angostos, comparando al barrio con una favela y
citando en todo momento la presencia de narcotraficantes en ese lugar. La caracterización
del espacio como peligroso es el principal efecto de sentido del informe. Y la
delimitación del espacio es fundamental para ello. No sólo es profusa la utilización de
mapas e imágenes satelitales (y de helicópteros) de la villa 1-11-14 para ubicarla sino
también la propia fundamentación del cronista: parado junto al comienzo del barrio, en la
avenida Riestra, de noche, Facundo Pastor señala ante la cámara que lo filma: “muchos
acá, en la villa 1-11-14, reconocen este lugar como la frontera, la frontera entre la vida y
la muerte”. Un elemento estetizado colabora con esa significación: la oscuridad. Es que el
cronista termina la frase con un miedo que parece colectivo: “algunos dicen que si uno se
pasa del otro lado y se internan en esta calle oscura ya nadie sabe qué va a pasar”. El
“algunos dicen” está transformando una frase del cronista en un miedo colectivo, que
cierra con una caracterización del territorio etnificado: su oscuridad. Esto no es gratuito:
una de las principales narrativas que construyen los medios de comunicación acerca de
las representaciones que hacen de los inmigrantes regionales es, precisamente, la de dar
luz a lo oscuro.
Cuando llega el día, el cronista finalmente cruza la avenida y se mete en el barrio. Allí
encuentra miedo, rostros desafiantes, chicos jugando al fútbol (a los que bautiza como
“pequeños soldados narcos”), pasillos angostos, paraguayos tomando tereré con unas
hojas extrañas, comidas exóticas, restos de cigarrillos de marihuana, y el sonido de unos
disparos. La etnificación de este espacio es sutil pero no por eso ineficaz. Al principio la
conexión entre el origen inmigratorio de los habitantes del barrio y la violencia es
generalista: el cronista comenta que “paraguayos, bolivianos, peruanos y argentinos
comparten la exclusión y la miseria, que se abre a dos caminos: la muerte lenta o la
muerte rápida”. Hacia el final del informe esa conexión se va ajustando: a cada rato
aparecen planos detalles de banderas peruanas en medio del barrio o de carteles de
locutorios con los costos de las llamadas a Paraguay, Perú o Bolivia, y los respectivos
colores de las banderas de cada país. Finalmente, el informe termina en las peripecias de
los jefes narcotraficantes peruanos del barrio. Al final queda establecido que ese territorio
difícil de acceder, violento, y hasta exótico, es controlado por mafias peruanas, habitado
por inmigrantes regionales, y coloreado por las banderas y los olores de los países
vecinos.
La respuesta a este informe estuvo a cargo de una revista, llamada “Desde adentro”,
realizada en un centro comunitario de ese barrio. El nombre mismo de la revista parece
desafiar estas operaciones de construcción de fronteras. En una nota que funcionaba
como un escrache, aparecida en el segundo número de la revista en mayo de 2008, se
señalaban las mentiras del informe, la exageración del canal América en la
caracterización violenta del barrio y en la dificultad de ingresar en él, entre otras cosas,
ante lo cual insistían en denominar a la villa 1-11-14 como “barrio” o “nuestro hogar”.
Esta respuesta no tuvo réplica, y los programas televisivos insistieron con los mismos
tipos de registros de esos territorios etnificados. Y aún insisten, en lo que ya se convirtió
en un lugar común de la puesta en escena de la inmigración regional.

La producción visual de alteridades en los últimos años

Esta delimitación del espacio que venimos señalando es también una de las
características principales de los documentales televisivos que surgen a finales de los
noventa. Estos programas televisivos, que se proponían en gran parte poner en escenas
las problemáticas de la ciudad (de Buenos Aires) y sus aspectos desconocidos o
marginales, empezaron primero con el programa, conducido por Fabián Polosecki, El
otro lado, emitido por canal 7 en los años 1994 y 1995. Luego aparecieron la serie de
programas conducidos por Juan Castro, Zoo, las fieras están sueltas (1997-1999), por
Telefé, y Kaos en la ciudad (2002-2003) por Canal 13. Con estos documentales nos
referimos a esas narrativas televisivas que presentan temáticas cotidianas, y en la gran
mayoría de las veces sobre los sujetos subalternos de esta sociedad, estructuradas a partir
de casos reales, historias de vida, fenómenos urbanos. Estos documentales televisivos
comienzan a ocuparse de esos actores marginalizados: aquí aparecen historias sobre
prostitutas, delincuentes, drogadictos, habitantes de villas miseria. Cuando asoman
programas como La Liga (2005), en Telefé, y GPS. Para saber dónde estás parado
(2008), en América, estas temáticas marginales de este nuevo género televisivo se han
estabilizado.
En esa lógica se articula la representación de los inmigrantes regionales. El programa
La Liga sobre discriminación, emitido el 9 de septiembre de 2008, comienza con una
delimitación territorial y étnica de Buenos Aires, en la que en un mapa de la ciudad se
van coloreando diversos barrios mientras la voz del conductor, Matías Martin, señala:
“Los paraguayos en Retiro, los peruanos en el Bajo Flores y en el Abasto, y los
bolivianos en Lugano y Liniers”. Aquí se produce una operación precisa y diferencial de
territorialización del inmigrante regional, donde el programa pretende ubicar y delimitar
de forma calibrada el lugar de sus prácticas, consumos, lenguajes y violencias. El mapa
de la inmigración regional va especificándose, coloreando barrios que contienen etnias
específicas. Es más, los programas La Liga y GPS… suelen construir emisiones enteras, o
partes de ellas, sobre un territorio específico. La Liga lo hizo, por ejemplo, con el barrio
de Once, con Liniers o con la villa Zavaleta, todos de la ciudad de Buenos Aires; GPS…
con San Miguel, con Liniers también o con Ciudadela, emisiones estas dos últimas a las
que se tituló “Boliniers” y “Ciudadelafuria”, respectivamente. Además, sobre todo en el
caso de La Liga, esas territorializaciones son acompañadas por mapas, satelitales
generalmente, que ubican esos barrios o villas en el marco más amplio de la ciudad.
Lo primero que tenemos que destacar de algunos de estos programas es la peculiar
vocación de establecer estos territorios como espacios visibles de marginalidad; así, tanto
el programa La Liga como GPS han armado presentaciones en torno a un lugar particular
de la ciudad de Buenos Aires y el Conurbano bonaerense y los actores y conflictos que
allí se desarrollan: esos lugares son escenarios donde aparecen inmigrantes regionales,
prostitutas, drogadictos, delincuentes, narcotraficantes, travestis, cartoneros. La
marginalidad comienza a ocupar un lugar cerrado, asible, identificable. Así, esa
nominalización de los espacios de la ciudad convierte a esos lugares en zonas
reconocidas, ubicables y caracterizables, en donde sus habitantes y sus prácticas pueden
ser objetos de un saber.
Asistimos así a una nueva exigencia sobre los márgenes: esos espacios y habitantes
potencialmente caóticos y rebeldes necesitan ser reconocidos, examinados y registrados.
De esta manera, los espacios son motivos de una referencia explícita, de una marcación.
Es que los espacios de los inmigrantes regionales tienen una cartografía, una localización.
Una vez establecido el contacto y puesto en función un límite, con demarcaciones
precisas y sujetos identificados, ya no se trata solo de una cuestión meramente territorial
sino también, y sobre todo, de fronteras sociales, culturales y económicas. A partir de ahí
la liminalidad y la heterogeneidad desaparecen bajo la acción maleable de lo homogéneo
y el estereotipo, y tenemos con ello una frontera social.
Si se habla de un espacio otro marcado étnicamente, es necesario señalar también
cómo se produce la conexión con ese espacio. No se lo hace solamente para expulsar sino
también para poseer, conectar, acercar. Esa delimitación, esa lejanía vuelta geografía
comprensible, ubicable, necesita producir esa conexión, idear un modo de construir los
relatos que la ponga en escena, y eso lo hace a través de la recreación del viaje, del
traslado. “La Liga viajó a…”, suele ser una de las expresiones recurrentes que da inicio al
programa (o a un segmento del programa). Una geografía delimitada necesita de un viaje
que la recorra, que una las distancias de clase y de etnia. La geografía se inventa, se
cierra, se limita, para ser recorrida y, así, reconocida, religada a un todo que en el mismo
gesto la ubica en una jerarquía.
Los espacios que se ponen en conexión también implican un mediador, alguien que se
mete, que se introduce, que recorre y que en esas acciones los conecta. Un viajero, si se
quiere. Aquellos que nos conectan con el espacio del otro son siempre los conductores de
los programas. Estos mediadores preguntan, dan la palabra, comentan con su cuerpo
presente en la acción, abrazan, prueban, consuelan, se conmueven, se emocionan, y hasta
subtitulan. En el programa de La Liga, emitido el 16 de junio de 2009, uno de sus
conductores viaja al barrio de Villa Transradio, en el partido de Esteban Echeverría del
sur del conurbano bonaerense. Viaja para asistir y participar en una festividad de la
colectividad boliviana en ese barrio del conurbano. Le hacen degustar una salsa típica,
picante, que él prueba y le resulta fuerte; le explican la conmemoración de un santo y
cómo se le rinde devoción; le enseñan a bailar y a tomar mucho vino y cerveza. Es así
que esos territorios son conocidos por sus características peculiares, sus imágenes, sus
olores y colores. Pero sobre todo es el viaje el que descubre todo eso, y,
fundamentalmente, la puesta en escena del cuerpo de esos conductores. La cultura
boliviana va al encuentro con el cuerpo del periodista, quien establece el contacto
corporalmente, bailando, comiendo, tomando alcohol.
Estas gemas étnicas, entonces, parecen estar ocultas, ser tesoros que se esconden en
los rincones de la ciudad a la espera de que alguien los descubra. Y son estos mediadores
quienes efectúan ese descubrimiento, que no es más que el descubrimiento de una
distancia.

La amenaza exótica

Estos límites vueltos fronteras sociales construyen alteridades territoriales tanto en


relación a contenidos “culturales” como de violencia social: del otro lado se encuentra a
la vez la comida exótica (y otros y diversos repertorios de costumbre y tradición) como la
violencia de los tiros de un revolver y de las muertes perpetradas por los narcotraficantes.
En ambos casos, sin embargo, se trata de una alteridad étnica. La alteridad territorial así
construida, en cuyo seno se coloca tanto a la “cultura” como a la violencia, constituye
una amenaza. El final del informe del canal América lo señala. El cronista habla de la
“tiranía del miedo” para cerrar con un diagnóstico pesimista: “la guerra trascendió las
fronteras de la villa”. Veíamos esta razón orientadora en la fotografía sobre la villa 1-11-
14, creciendo visualmente y amenazante sobre una ciudad que se empequeñecía en la
línea del horizonte. Pero también un tesoro a descubrir, una cultura, aunque estática,
tradicional, siempre igual a sí misma y a merced de la mirada exotizante de un cronista.
Una “cultura” que está puesta ahí, brillante, para ocultar los conflictos, los racismos.
En estos acontecimientos y en estas operaciones de visibilización se ponen en juego
las consecuencias de la construcción de fronteras sociales, pero sobre todo las
consecuencias de esas producciones mediáticas de alteridad. Visibilizar no implica
necesariamente democratizar. El otro no es una esencia sino el producto de una historia,
de ciertas hegemonías concretas, de los juegos y relaciones entre tradiciones. En esas
construcciones históricas participan los medios de comunicación, de forma heterogénea,
con diferencias, en momentos disímiles, pero con diversos encuentros, negociaciones,
líneas de conexión, influencias, que se cruzan en torno de la formación de una frontera
social etnificada. De ese lugar los medios de comunicación son a la vez baqueanos y
productores. En esos lugares se define buena parte del destino de las alteridades étnicas
en Argentina. Los tres inmigrantes regionales asesinados en el Parque Indoamericano son
una prueba de la materialidad de esa frontera. Y también de la efectividad de su
violencia.

Notas:
i
“Pelea entre ex guerrilleros de Sendero Luminoso por el control de la droga en la Capital”, Clarín, 29 de octubre de 2006 y
“Rumores de una nueva guerra por el control de la droga en Capital”, 11 de noviembre de 2007.

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