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Antecedentes e historia de la Constitución Política de 1991.

Asi, es preciso mencionar que en el transcurso de la historia colombiana, han


antecedido a nuestra constitución actual, la Constitución del Socorro (1810), la
Federación de las Provincias Unidas de la Nueva Granada (1811), La Constitución
de Cúcuta (1821), Constitución Neogranadina (1832), Constitución Política de la
República de la Nueva Granada (1843), La Constitución de la Nueva Granada
(1853), La Constitución Política de la Confederación Granadina (1858), La
Constitución Política de los Estados Unidos de Colombia (1863) y la Constitución
Política de Colombia (1886).

De este modo, tomaremos como referencia la Constitución anterior, de1886. En


consecuencia, para aquel entonces, Rafael Núñez Moledo, “Ya desde 1875 y en
su calidad de candidato presidencial, tenía claro que era preciso reformar el
sistema político vigente para que el país superara el desorden y la violencia, y esto
requería un sistema político en el que el Estado fuera vigoroso”, toda vez que el
país se hallaba sumergido en las constantes guerras civiles, la multiplicidad de
constituciones, la miseria de la mayoría de colombianos, el atraso en la industria y
en la agricultura y el estancamiento de la nación. Asi, posteriormente, victorioso el
presidente Núñez, pronunció la existencia de un nuevo pacto institucional para
poner clausura al período anterior, estableciéndose en la nueva Carta Política,
características como: La soberanía reside única y exclusivamente en la Nación,
que se denominará República de Colombia; Los estados o secciones en que se
dividía el territorio nacional tendrán amplias facultades municipales; La
conservación del orden general y seccional corresponde a la Nación; La
instrucción pública oficial será reglamentada por el gobierno nacional, y gratuita,
pero no obligatoria; La Nación reconoce que la Religión Católica es la de los
colombianos, principalmente para fines como: Organizar y dirigir la educación
pública en consonancia con el sentimiento religioso del país. Asimismo, es
importante mencionar que en dicha Constitución: El Presidente de la República
era elegido para un período de seis años; Por regla general los agentes del Poder
Ejecutivo serán de su libre nombramiento y remoción; y El Poder Judicial era
independiente.

Sin embargo, el sistema político-institucional colombiano se había deslegitimado, y


en consecuencia, la sociedad se hundía entre el terrorismo, la violencia y la
desesperanza, debilitándose la democracia; a ello, unido el numeroso conjunto de
reformas a la Carta, que agoto las posibilidades de reforma que permitieran
superar el desuso de la Constitución, y que en efecto, luego de más de cien años
de vigencia, motivó su enmienda total a manos de la Asamblea Nacional
Constituyente de 1991, tema que con posterioridad, será tratado por mi
compañera.

En conclusión, fueron 104 años, 10 meses y 29 días de la Constitución Nacional


Colombiana de 1886, marcados de una u otra forma por la abuso del sistema
centralista, confesional, autoritario, de castas y excluyente del pluralismo.

Ahora bien, de acuerdo a lo enunciado anteriormente, a ello se sumó la


narcoguerrilla, la ausencia del Estado, el incremento de la extorsión, el secuestro,
el reclutamiento de menores entre los campesinos, el homicidio selectivo de
representantes políticos de los partidos tradicionales, el paramilitarismo, la
impunidad, la matanza inclemente, la incursión del narcotráfico en la política, los
crímenes a jueces, periodistas y candidatos presidenciales, entre ellos Carlos
Pizarro, máximo líder del movimiento y candidato a la presidencia de la República,
Bernardo Jaramillo Ossa, de la UP, entre otros, contratados por sicarios a órdenes
de los Capos del narcotráfico que había decidido hacerse al poder político. Esto
condujo al pueblo como Constituyente primario a la necesidad de elevar y
perseguir nuevos ideales que cambiaran y renovaran el rumbo del país, de esta
forma, surge el movimiento estudiantil estimulado por el sueño de un mejor país,
en aras de desterrar la violencia, procurar un nuevo orden constitucional, y animar
espacios de mayor participación e inclusión. En efecto, respectivo movimiento se
concibe como un hito en la formación de la nueva Constitución.

En este contexto, como otro acto representativo de violencia, acaece el asesinato


de Luis Carlos Galán, el viernes 18 de agosto de 1989, siendo el detonador de la
reacción popular y consecuentemente la razón que alzo voz de esperanza y de
solidez institucional, para crear conciencia en la población sobre la necesidad de
la unión de toda la sociedad para la defensa del derecho y la justicia. En
consecuencia, el primer paso de dicha reacción lo originó la Universidad del
Rosario mediante la “Marcha del Silencio”, como protesta en rechazo de los actos
de violencia que pretendían doblegar al pueblo colombiano, y a cual se acogieron
disímiles universidades. Asi, aunque la marcha se vio amenazada por la situación
de extrema violencia, se enuncio que: ¡se marcharía de todos modos!”.

El movimiento estudiantil recogió un sentimiento nacional al cual abordo la


representatividad estudiantil entre lo público y lo privado, entre ellas:
Universidades como la del Rosario, la Javeriana, el Externado, La Sabana y la
Nacional, entre otras.

De este modo, se movilizaron distintas universidades para encontrarse en el


Cementerio Central, y allí hacer un reconocimiento público a Galán, quien llevaba
una década en Colombia denunciando sistemáticamente la patología de un
sistema que sería incapaz de lograr preservar la vida del más aguerrido de sus
defensores, y de otro lado, llamar a la sociedad a entrar a la actividad política sin
partido, sin líder, a unir todas las fuerzas legítimas en decisión inquebrantable de
preservar la unidad social, la democracia y la libertad en el país.

En este orden de ideas, para avanzar en la reflexión después de la “Marcha del


Silencio”, el Rosario y otras universidades iniciaron las denominadas “mesas de
trabajo”, en las que se pretendía discutir temas del país: violencia, crisis de la
justicia, mediocridad en la labor del Congreso, papel de la universidad, fragilidad
de la democracia, necesidad del cambio político, etc. Y posteriormente, convocar
una asamblea constituyente para eliminar los auxilios parlamentarios, depurar el
Congreso de la República, modernizar los partidos y reformar la justicia, y con ello
garantizar el desarrollo armónico de la población, la defensa de los intereses
nacionales y la preservación de la democracia.

Empero, dicha alternativa se venía mencionando con anterioridad como una de las
exigencias históricas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia
(FARC) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN) para desmovilizarse, así que
también parecía un camino hacia la paz.

No obstante, aunque dicha alternativa suponía tener una grave limitación


institucional, en la medida que, la Constitución de 1886 no contemplaba ningún
mecanismo que permitiera la convocatoria a una constituyente, como soporte en
los principios democráticos comunes a la civilización occidental, se enunciaba que
el titular de la soberanía es el pueblo y que la decisión del pueblo no es
controvertible por ninguna autoridad pública, razonamiento que de igual forma se
sustentaba en el artículo 21 numeral 3 de la Declaración Universal de los
Derechos Humanos de las Naciones Unidas; asi, se afirmó que la única alternativa
viable para convocar la constituyente era la convocatoria directa por el pueblo.

De este modo, la Facultad de Jurisprudencia del Rosario, con pleno apoyo de la


institución, apoyados y secundados por estudiantes de otras universidades,
propusieron lanzar la iniciativa de la Asamblea Constituyente en una séptima
papeleta (como punto de arranque de todo el proceso de cambio constitucional), la
cual sería introducida independientemente en las urnas o acompañada de
aquellas que constituirían el voto en las elecciones del 11 de marzo de 1990,
fecha en la que se elegían el Congreso y otras corporaciones. Así, el ciudadano
que quisiera participar en todo el debate electoral introduciría siete papeletas en el
sobre, cuatro para corporaciones públicas (Senado, Cámara, Asambleas y
Concejos), una para alcaldes, una para consulta liberal y, finalmente, una para
apoyar la constituyente

En este sentido, cabe mencionar que de acuerdo con la reglamentación electoral,


ese voto por el futuro de Colombia ni era nulo ni podía ser ignorado por los jurados
en las mesas de votación, y que adicionalmente se afirmaría después de analizar
el artículo 137 del Código Electoral, en el que se manifiesta que la inclusión de la
llamada ‘séptima papeleta’ aunque no se encuentra cobijada dentro de los
términos de la convocatoria legal a elecciones no constituye causal de anulación.

En consecuencia, definida la alternativa jurídica y política, el grupo de estudiantes


inicial que decidió llevar adelante la idea se constituyó en el movimiento “Todavía
Podemos Salvar a Colombia”, con el ánimo de guiar a la población para que por sí
misma tome la decisión de refundar las instituciones políticas, obligando a las
atrofiadas instituciones antiguas a ceder ante el único poder legítimo indiscutible,
el poder del pueblo en ejercicio directo de su soberanía.

En este sentido, la séptima papeleta se vio acogida por distintos grupos y cada
vez fue más visible como la causa de la juventud para lograr un país unido y su
respuesta a la violencia y el terror con los que el narcotráfico y los grupos armados
de izquierda y derecha pretendían amedrentar al pueblo colombiano.

En consecuencia, en búsqueda de pronunciamientos favorables, Marcela Monroy,


Camilo Ospina, Fernando Carrillo y los estudiantes congregados bajo el nombre
de “Todavía Podemos Salvar a Colombia”, desarrollarían, toda una agenda de
citas, conferencias, reuniones y entrevistas con diversos sectores de la opinión
pública.

Asi, El Tiempo, en un editorial histórico, dio su apoyo a la iniciativa estudiantil, la


cual fue determinante para la suma de los otros medios a la causa, y
adicionalmente imprimió cinco millones de séptimas papeletas y las donó a los
movimientos estudiantiles. Posteriormente, empezaron a aproximarse algunos de
los candidatos presidenciales y aun los precandidatos.
Tambien, el presidente Barco apoyó abiertamente la séptima papeleta, asi como
los ex presidentes Turbay y Pastrana, y los jerarcas de la Iglesia católica.

Después de todo el éxito de la iniciativa ya nadie lo podía frenar y, a pesar de los


problemas, del escepticismo y de la incipiente capacidad logística, se lograría
alcanzar lo propuesto.

No obstante, el asunto se tornó mayor por cuanto la eliminación de los auxilios


parlamentarios nombrados con anterioridad, requería de una reforma
constitucional; sin embargo, la posibilidad real de una enmienda a la Constitución
era incierta, aun asi, era clara la actuación en ejercicio de la soberanía del pueblo,
ya nombrada.

Asi, en marzo de 1990 el pueblo colombiano depositó más de dos millones y


medio de papeletas según el conteo que directamente hicieron los movimientos
estudiantiles, con el apoyo de las universidades, y el hecho político se dio, el
pueblo colombiano desde su base, sin depender de partidos o grupos políticos,
convocó, atendiendo una iniciativa de su juventud, a una asamblea nacional
constituyente.

Las séptimas papeletas invadieron así las urnas de Colombia, en el último proceso
electoral en el cual, se acudió a la papeleta como forma de emitir el voto . Más
adelante, y gracias a la séptima y última de las papeletas, solo se recurriría al
tarjetón electoral, tanto el 27 de mayo, cuando se produce formalmente la
convocación de la Asamblea, como el 9 de diciembre de 1990, cuando se eligen
sus integrantes por decisión popular.

Después vendría el proceso político y jurídico de la materialización de la decisión,


pero la sociedad colombiana y sus instituciones, en particular el Gobierno, el
Congreso y la Corte Suprema, asumieron la séptima papeleta como un hecho
jurídico y político que no era posible desconocer, y respetando la decisión del
pueblo, abrieron el camino para la convocatoria de la Asamblea Nacional
Constituyente de 1991 y con ello para la expedición del acuerdo nacional de
bienestar, convivencia y democracia, que es la Constitución, en ejercicio de la
soberanía reconocida en el artículo 2º de la Constitución Nacional.

Finalmente, el objetivo inmediato de la séptima papeleta se concretó en menos de


dos años después con el acto de sanción de la nueva Constitución en el Capitolio
Nacional el 4 de julio de 1991, e influyo en una variedad de reformas a lo largo y
ancho de América Latina.

Asi, a partir de 1991, la superación del complejo de ciudadanos de “segunda


clase” que caracterizaba la micropolítica en Colombia iba a conllevar la conversión
de favores en derechos y de ofertas clientelistas en garantías ciudadanas,
alcanzando grandes avances institucionales y aferrados a la idea de que la política
no podía renunciar a su capacidad creadora para transformar la realidad, ni las
sociedades a su capacidad de hacer un alto en la violencia y plantear esquemas
básicos de convivencia.

Por tanto, la Constitución de 1991 es una carta política que por primera vez en la
historia de Colombia fue hecha entre todos y para todos

De este modo, la séptima papeleta no fue una idea gubernamental, ni una


propuesta de los partidos, ni una plataforma de campaña electoral o de algún
equipo político. Fue una iniciativa de un grupo de jóvenes, estudiantes y
profesores universitarios, organizados como movimiento ciudadano que creó un
hecho político supraconstitucional sin precedentes.

En este sentido, el proceso constituyente colombiano de 1991 supone un uso de la


teoría del poder constituyente primario, en el caso, mediante la interpretación del
poder constituyente como “derecho a cambiar la constitución”, que ha servido de
referencia para los procesos constituyentes como el de Venezuela y Ecuador.

Asi, principalmente, gracias a la Constitución de 1991 como punto de inicio del


nuevo Constitucionalismo en América Latina, se identifican los aportes nombrados
a continuación: en primer lugar, las novedades en el ámbito de los derechos y la
ciudadanía, reflejados en la amplia carta de derechos, especialmente derechos
sociales, económicos y culturales, y derechos colectivos, otorgando a cada uno de
ellos un mayor desarrollo en su contenido a diferencia de la Constitución de 1886.

Otro de los rasgos específicos que en materia de derechos incorporó la


Constitución Colombiana, es, la posibilidad de justiciabilidad directa de los
derechos considerados fundamentales frente a terceros particulares y
corporaciones económicas privadas.

En otro aspecto, en cuanto a las novedades en el ámbito político frente a la


introducción de mecanismos de participación ciudadana en la toma de decisiones
públicas, regulado en el apartado 1 del artículo 40 de la Constitución Colombiana y
que luego serán adoptados por las posteriores Constituciones Latinoamericanas,
se halla la figura del mandato frente a la representación (art. 40.4), mediante la
capacidad de los ciudadanos de ejercer control sobre sus representantes y
revocarlos en caso de que consideren que no están interpretando correctamente
la voluntad popular (ley 134 de 1994). De otro lado, se configuran como otras
formas de participación democrática: los plebiscitos, referendos, consultas
populares, cabildo abierto, iniciativa legislativa, entre otros (art. 40.2 y 40.5), en los
cuales se concede la potestad tanto del presidente de la República (art. 104),
como a los gobernadores y alcaldes (art. 105), para convocar a estas formas de
consulta sobre asuntos de competencia de su respectivo nivel territorial. Y, el
control e interposición de acciones por parte de los ciudadanos en defensa de su
voluntad constituyente (art. 40.6), otorgando la legitimidad activa a cualquier
ciudadano para interponer recurso de inconstitucionalidad contra los actos del
poder

Por último, se ubican las novedades en el ámbito cultural, dándose el


reconocimiento constitucional de los derechos colectivos de los pueblos indígenas.
Asi, en desarrollo con la Constitución Colombiana de 1991 y la jurisprudencia del
tribunal constitucional colombiano, se identifica con amplios derechos de los
pueblos indígenas, entre los cuales se halla el reconocimiento y protección de
diversidad étnica y cultural del estado (art. 7º); el reconocimiento de la oficialidad,
en sus respectivos territorios, de las lenguas y dialectos de los grupos étnicos y
enseñanza bilingüe en estas zonas (art. 10); el derecho de los integrantes de los
grupos étnicos a una formación y educación que respete y desarrolle su identidad
cultural (art. 68), entre otros.

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